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Full text of "Cuba española; reseña histórica de la insurrección cubana en 1895. Ilustrada por Francisco Pons"

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University  of  Toronto 


http://www.archive.org/details/cubaespaolares06reve 


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CUBA    ESPAÑOLA 


CUBA  ESPAÑOLA 


Reseña  ,  histórica     de     la     insiarrecióii      cubana 


en    1895 


POR 

Emilio  ReYertér  Delmas 


IDUÍJTI^ADA     POR     gl^ANCISCO     goNS 


B  lifl  N  c  0 

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• 

Centro     editorial     di;     Alberto 

Bonda     de     Snn     Antonio,     niimero     04 

Martin 

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E8  PROPIEDAD 


Establecimiento  tipográfiuo  de  Vivea  y  Uiuany,  calle  de  Muntaaer,  36— Barcelona 


'^m^m^-.'^^^j,. 


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CAPITULO    PRIMERO 


Simpatías  de   la  opinión. — Vida  nneva. — La  selección. — Lo  principal  y  lo  accesorio. —La 
situación  de  Cuba. — Despedida  del  general  Blanco. — Buena  esperanza. 


L  nombramiento  del  marqués  de  Peña  Plata  para  el  car- 
go de  gobernador  general  y  general  en  jefe  del  ejército 
de  Cuba,   fué  acogido  con  universal  simpatía    por   la 
opinión,  y  en  el  ilustre  capitán  general   don   Ramón 
Illanco  y  Erenas  se  cifraron  las  más  lisongeras  esperanzas. 

No  cabe  mayor  condenación  de  la  injusta  campaña  que 
contra  él  se  hizo  por  su  política  benévola  con  los  rebeldes  de 
Filipinas.  En  ningún  país  puede  rehabilitarse  en  el  breve  es 
pació  de  siete  meses  en  política,    y  menos  todavía  un  soldado  contra 
quien  se  tabían  dirigido  cargos  tan  violentos  é  imputaciones  tan  crueles 


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como  aquellos  de  que  fué  objeto  el   nuevo  capitán   general  de   Cuba 

Cuando  á  la  sazón  se  le  aplaudió  con  tal  unanimidad,  señal  fué  de 
que  los  ataques  de  entonces  carecían  de  fundamento. 

Nos  congratulamos  de  que  llegara  para  todos  y  para  todo  la  hora 
de  la  verdad  y  de  la  justicie. 

Y  sinceramente  deseamos  que  las  manos  en  que  España  depositó  su 
honor  fuesen  hábiles  y  fueites,  y  que  la  inteligencia  á  quién  se  confió 
la  obra  mpgna  de  la  pacificación  de  nuestra  perla  de  las  Antillas,  su- 
piera con  su  lucidez  y  su  rectitud  llevarla  á  feliz  término. 

Prudente  á  la  vez  que  enérgico,  el  marqué?  de  Peña  Plata  procu- 
raría que  ni  en  la  Antilla  ni  fuera  de  ella,  dudase  nadie  de  la  lealtad 
de  los  propósitos  de  España. 

El  régimen  que  iba  á  plantearse,  revistiría  desde  el  principio  la 
generosidad,  la  imparcialidad  y  la  amplitud  convenientes.  No  nacería 
vinculado  en  un  partido,  sino  en  condiciones  de  satisfacer  á  todos;  no 
serviría  para  favorecer  interereses  particularistas,  sino  para  cubrir  bajo 
una  misma  égida  y  bajo  una  misma  bandera  á  cuantos  reconocieran  la 
soberanía  de  España. 

Preciso  era,  no  obstante,  que  desde  el  principio  se  evitasen  riesgos 
y  escollos,  entre  los  cuales  pudiera  zozobrar  la  empresa. 

Al  cambio  de  ideas  y  principios,  debía  acompañar  un  cambio  no 
menos  radical  de  conducta. 

Importaba  que  la  autoridad  superior  y  el  pensamiento  directivo 
tuvieran  auxiliares  fieles,  cuya  pericia  fuese  notoria  y  cuya  moralidad 
fuera  intachab'e. 

Había  que  enterrar  multitud  de  viejas  y  malas  prácticas,  y  que 
renunciar  á  funestas  é  inventeradas  costumbres. 

Ya  no  se  podía  admitir  que  los  cargos  de  mayor  importancia  re- 
cayeran en  familiares  y  adictos,  que,  en  vez  de  considerar  las  respon- 
sabilidades, mirasen  tan  solo  á  los  provechos. 


Se  necesitaba  hacer  olvidar  lo  pasado  y  ofrecer  sólidas  garantías 
para  lo  futuro;  se  requaría  que  Cuba  viera  en  los  nuevos  funcionarios 
una  representación  genuina  de  ia  hidalguía  y  del  desinterés  de  la  Me- 
trópoli. 

Si  bajo  él  régimen  descentralizador  que  se  iniciaba  continuábanlos 
abusos  y  corruptelas  de  antes,  importaba  que  en  los  insulares  y  no  en 
los  peninsulares  recayera  la  culpa. 

Nida  hábil  de  holgar  de  lo  qu3  pusiéramos  con  objeto  de  aparecer 
y  de  ser,  en  vez  de  partícipes,  fiscales. 

En  la  transformación  qae  se  avecinaba  habríamos  de  juzger  desde 
lo  alto,  con  serenidad  é  imparcialidad  absolutas,  otorgindo  lo  suyo  á 
cada  cual  y  sin  supeditar  el  derecho  de  lo.''  demás  al  interés  déla 
causa  propia. 

Así,  y  de  ningún  otro  modo,  era  forzoso  que  entrásemos  y  que 
entrasen  las  Antillas  en  la  vida  nueva. 

Esta  actitud  de  España  y  esta  resolución  de  perseverar  en  la  equi- 
dad, aún  á  costada  cualquier  sacrificio  del  amor  propio,  debía  servir 
de  ejemplo  á  los  partidos  que  de  medio  siglo  monopolizaron  el  poder 
en  Puerto  Rico  y  en  Cuba. 

Habíanse  acabado  los  privilegios  y  habían  caducado,  para  nunca 
más  volver,  los  monopolios. 

Nadie  pensaba  en  vejar,  ni  en  perseguir,  ni  en  atrepellar  á  los  que 
por  tanto  tiempo  le  habían  disfrutado,  pero  la  opinión  demandaba,  lo 
mismo  en  la  Metrópoli  que  en  las  colonias,  quj  los  usufructuarios  de 
un  predominio  secular  dejasen  el  paso  franco  al  nuevo  régimen  y  se 
abstuvieran  de  desnaturalizarlo  con  sus  abominables  exclusivismos. 

Por  todo  esto  hacíase  y  era  necesario  el  relevo  del  general  Weyler 
en  el  mando  de  la  grande  Antilla. 

Era  indispensable  el  relevo,  no  sólo  porque  el  marqués  de  Tene- 
rife en  política  colonial  tenia  ideas  y  métodos  contrarios  á  los  que  á  la 


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fecha  prevalecían  ya.  sino  porque  en  él  había  llegado  á  personificarse  el 
espíritu  de  intransigencia,  que,  además  de  costamos  dos  terribles  gue- 
rras en  Cuba,  había  proporcionado  argumentos  y  armas  á  todos  nues- 
tros enemigcs  de  América  y  Europa. 


♦  * 


Lo  que  teníamos  que  llevar  á  las  colonias  antillanas  no  era  sola- 
mente una  nueva  legalidad  política;  era  también,  y  sobre  todo,  un 
nuevo  régimen  moral.  Sinéite,  nada  valdiía aquél,  y  naceiían  muertas 
las  reformas. 

Hemos  combatido  el  monopolio  ejercido  en  la  isla  por  el  partido 
de  Unión  constitucional  y  por  los  llamados  «incondicionalef»  de  ambas 
Antillas. 

De  igual  modo,  hubimos  de  combatir  el  que  pretendieran  seguir 
ejerciendo  en  la  designación  de  funcionarios  públicos  losgobiernosy  los 
persoDajss  influyentes  de  España. 

Ha  sido  cosa  corriente — y  de  ello  nos  vino  el  descrédito  que  ahora 
purgamos— el  enviar  á  Cuba,  á  Puerto  Rico  y  á  Filipinas,  en  vez  de 
funcionarios  rectos  é  idóneos,  sujetos  descoi  o;idos,  ó  demasiado  cono- 
cidos, que  neceíitaban  mejorar  de  fortuna. 

El  mayor  número  de  puestos,  desde  los  altos  hasta  los  humildes, 
parecía  corresponder  de  derecho  á  nuestros  inútiles  ó  á  nuestros  fra- 
casados. 

La  suspicacia  popular,  escandalizada  ante  los  hechos  que  de  vez  en 
cuando  salían  á  la  superficie,  había  generalizado,  como  de  costumbre, 
ios  cargos  y  las  imposiciones,  envolviendo  á  todos  en  una  misma  sen 
tencia. 

Ajuicio  de  los  de  casa,  más  aún  que  ajuicio  de  los  de  fuera,  asi 


como  en  los  siglos  XVI  y  XVII  los  válidos,  los  capitanes  y  los  próce  - 
res  tsníaa  en  aquellas  fértiles  regiones  encomiendas  de  indios,  así 
nuestros  magnates  de  hoy  tenían  en  aquella  fértil  administración   en 
comiendas  de  empleados. 

Los  que  de  tal  suerte  razonaban,  decían  además  que  el  monopolio 


DE  CENTINELA.  EJÍ  LA.  LINEA.  DE  LA.  TROOII  V  (Artemisa) 


de  los  tiempos  presantes,  sin  ser  menos  provechoso,    era  menos  peli- 
groso que  el  antiguo. 

En  los  días  épicos  del  descubrimiento  y  de  la  apropiación,  los  hé- 
roes y  los  gobernadores  ilustres  coriían  el  riesgo  de  que  un  golilla, 
mandado  á  reprimir  sus  desmanes,  los  despachase  para  España,  car- 
gados de  cadenas,  los  despojase  de  la  hacienda,  malamente  adquirida, 
ó  si  venía  al  caso,  los  degollase  en  medio  de  la  plsza  pública. 

Blanco  2. 


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En  nuestros  días  había  cesado  todo  riesgo  y  nadie  hablaba  de  jui- 
cios de  residencia,  ni  de  otras  tales  antigualla?,  sino  cuando  se  presen- 
taba ocasión  de  declamar  sobre  las  decantadas  lejes  de  Indias. 

La  impunidad  era  completa;  la  responsabilidad  imaginaria. 

Aunque  en  semejante  manera  de  discurrir  existiera  y  existe  gran- 
dísima exageración,  no  cabe  negar  que  también  se  encuentra  un  fondo 
de  realidad  muy  negro,  muy  odioso  y  muy  triste. 

Precisaba,  por  tanto,  sanear  ese  fondo  y  destruir  esa  leyenda. 

Obligado  estaba  el  Gobierno  á  elegir  con  minucioso  cuidado  y  con 
tacto  exquisito,  los  funcionarios  de  todas  categoiías  que  fuesen  á  im- 
plantar la  nueva  legalidad  en  las  colonias. 

Lo  estaba  igualmente  á  rechazar  las  imposiciones  de  los  magnates 
de  la  política,  que  no  con  fines  reprobados,  como  suele  imaginar  la 
torpe  maledicencia,  sino  con  arreglo  á  las  viciosas  prácticas  estableci- 
das, demandasen,  ó  tal  vez  exigieran,  empleos  y  prebendas  para  sus 
ahijados  y  protegidos. 


* 
♦  « 


Mucho  se  había  adelantaáo  con  ti  relevo  del  general  Weyler  y 
con¡el  acuerdo  tomado  en  el  primar  Consejo  de  ministros  celebrado  por 
el  Gobierno  libaral  de  llevar  inmediatamente  á  Cuba  el  régimen  auto- 
nómico. 

Mal^hiciera  España  si  no  aprovechaba  el  tiempo,  cuando,  por  raio 
caso,  y  sin  duda  por  plazo  muy  corto,  se  nos  mostraba  relativamente 
propicio. 

Torpeza  insigne  ó  funesta  locura  fuera  creer  que  con  el  nombra- 
miento de  gobernador  general  y  segundo  cabo  y  de  los  seis  goberna- 
dores civiles  de  la  grande  Antilla,  había  lo  bastante  para  dar  largas  á 
cosas  y  dificultades  que  no  permitían  espera. 


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Mayor  todavía  fuera  el  yerro  si  el  Gobierno  hubiese  esticnado  que 
podía  con  toda  calma  dedicarse  á  la  preparación  y  al  estudio  de  la  nue- 
va legalidad,  cuidando  de  que  nada  faltase  ni  sobrase  en  sus  detalles  y 
perfiles. 

Cuando  se  trata  de  radicales  transformaciones,  hay  que  prescindir 
de  los  pormenores  y  que  atender  al  conjunto. 

No  cabe  la  perfección  en  los  primeros  ensayos  de  un  régimen  que 
se  aparta  diametralmente  de  lo  antiguo. 

Aunque  al  principio  sean  toscas  y  deficientes  las  ruedas,  lo  que 
más  importa  es  que  marchen.  Después  ya  hay  lugar  para  mejorarlas  y 
pulirlas. 

Necesitábamos  provocar  en  Cuba  una  reacción  saludable  que  de- 
volviera la  fé  á  los  que  no  la  tenían  y  la  confianza  en  las  fuerzas  pro- 
pias á  los  que  se  habían  echado  en  el  surco.  Una  reacción  que  confir 
mase  en  su  amor  á  la  Metrópoli  á  los  leales^  y  que  atrejera,  sino  por  el 
afecto,  por  el  interés,  á  los  dudosos. 

Era  preciso  y  urgente,  de  toda  urgencia,  aprovechar  el  tiempo  que 
el  anterior  Gabinete  conservador  había  perdido  y  malbaratado,  sino 
se  quería  que  se  malograse  una  empresa  en  la  cual  jugábamos  el  honor 
y  la  vida. 

Hacían  falta  demostraciones  prácticas  de  nuestro  propósito  refor  • 
mador  y  pruebas  tangibles  de  que  queríamos  destruir  todo  lo  viciado, 
todo  lo  nocivo,  todo  lo  caduco. 

La  necesidad  del  inmediato  saneamiento  no  daba  espera,  y  era  de 
temer  que  el  remedio,  á  pesar  de  su  eficacia  y  de  su  virtud,  llegase  tar- 
d,    y  el  enfermo  se  murieía. 


*  * 


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No  pasaba  día  sin  que  la  prensa  europaa,  y  aun  puede  decirse  que 
la  del  mundo  entero,  dedicase  especial  atención  á  la  guerra  de  Cuba. 

La  prolongación  de  la  lucha,  no  obstante  las  fuerzas  considerables 
enviadas  desde  la  Metrópoli  para  someter  á  los  rebeldes;  el  apoyo  eíec- 
tivo,  aunque  no  declarado,  que  la  insurrección  encontraba  en  los  Es- 
tados Unidos,  y  lo5  incidentes  de  la  campaña,  eran  los  elementos  de 
que  la  prensa  extranjera  disponía  y  sobre  los  cuales  discurría  para 
apreciar  con  mayor  ó  menor  acierto  la  situación  de  Cuba. 


'^4m^MW     á:. 


BARRIO   DE    LUYANC)   (Habana; 


En  prueba  de  lo  que  en  el  extranjero  se  pensaba,  véase  el  siguien- 
te despacho  de  Londres  que  nos  trasmitió  un  apreciable  compatriota. 

El  cuadro  que  pinta  de  la  situación  de  Cuba  no  puede  ser  más  tris- 
te; más  triste  fuera  aún  que  se  ajustase  á  la  realidad. 

^Londres  15  Octubre.  — La  Agencia  Retiter  ha  recibido  y  dado  á 
la  publicidad  una  carta  de  Cuba,  escrita  por  un  subdito  inglés  que  resi- 
de allí  hace  tiempo  y  ocupa  posición  preeminente  entre  sus  conciuda- 
danos. 

Las  noticias  y  afirmaciones  que  esa  carta  contiene,  han  causado 


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prcfunda  impresión,  pues  no  falta  quien  crea  que  el  autor  no  es  un 
simple  particular,  sino  que  desempeña  altas  funciones  consulares. 

Creo  ha  de  interesarles  lo  de  más  importancia  para  España. 

«La  aseveración  de  que  gran  paite  de  Cuba  está  pacificada  y  el  res- 
to lo  estará  dentro  de  pocos  meses,  es  absolutamente  risible. 
'       »No  hay  ninguna  provincia  pacificada,  ni  la  situación  general  ie 
la  isla  puede  decirse  que  sea  mejor  que  hace  dos  años. 

»Weyler  ha  fracasado  por  completo. 

»La  Habana  sigue  rodeada  de  partidas  rebeldes  que  se  pasean  por 
toda  la  provincia. 

»La  ruina  de  la  isla  llega  á  extremos  aterradores  y  la  mortaldad 
es  horrible. 

¿>La  mitad  del  ejército  español,  dado  de  bsja  por  enfermedad,  está 
en  los  hospitales  ó  en  las  enfermerías  de  los  cuerpos.  El  resto  padece 
hambres  y  desnudeces,  que  únicamente  los  sufridos  soldados  españoles 
son  capaces  de  soportar. 

»Obedientes,  disciplinadas  y  valerosas,  las  tropas  españolas  hacen 
esfuerzos  que  siempre  vienen  á  resultar  infructuoíos,  porque  el  ejército 
carece  de  muchos  elementos  y  no  está  organizado  en  condiciones  á 
propósito  para  una  guerra  como  la  de  Cuba. 

»Esta  situación  no  lleva  trazas  de  modificarse.  Quizás  continuará 
mientras  España  pueda,  con  mayores  ó  menores  apuros,  encontrar  di- 
nero para  sostener  la  lucha. 

»Los  rebeldes  que  fían  su  triunfo  en  el  cansancio  ó  agotamiento  de 
EspEña,  pelean  en  su  mayoría  por  la  independencia  y  no  cederán  hasta 
conseguirla. 

»Ouizás  ya  es  tarde  para  plantear  el  régimen  autonómico,  por  lo 
menos  para  plantearlo  con  éxito. 

>/Dice  también  el  autor  de  la  carta  que  los  Estados  I  nidos  son  los 
verdaderos  culpables  de  la  situación  en  que  se  encuentra  España,  pues 


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sin  la  protección  que  han  dado  á  la  rebelión,  éstn  hubiera  podido   ser 
aplastada  en  tres  meses. 

»Los  mismos  cubanos  reconocen  que  lo  deben  todo  al  apoyo  moral 
y  material  de  la  República  norteamericana  y  que  mañana  sería  impo- 
sible la  vida  de  su  República  si  les  faltara  semejante  protección. 

»El  Daily  News  comenta  la  carta,  cuyo  contexto  telegrafió  en  lo  más 
esencial,  y  dice  que  acaso  debió  Sagasta  dejar  á  los  conservadores  la 
responsabilidad  de  situación  tan  terrible. 

»José  Zayas,  que  ahora  reside  en  esta  capital  y  se  titula  plenipoten  • 
zario  de  la  República  cubana,  ha  manifestado á  la  Press  Asocíatión  que 
en  Mayo  último' se  ofreció  á  España  la  suma  de  ciento  cincuenta  millo  ■ 
nes  de  duros  por  la  isla  de  Cuba,  con  la  gaiantía  de  los  Estados  Unidos. 

»R3chazada  la  oferta  por  España,  añade  Zayas  que  los  insurrectos  no 
aceptarán  pactos  ni  reformas,  pues  están  persuadidos  de  queá  los  es- 
pañoles les  será  imposible  sostener  la  guerra  un  año  más.— X^'» 

Hasta  aquí  el  despacho,  cuyas  consideraciones  y  augurios  no  pue- 
den ser  ya  más  pesimistas  para  esta  nuestra  desventurada  patria. 

¿Sería,  en  efecto,  tarde  para  plantear  el  régimen  autonómico  en  la 
grande  Antilla?... 

Para  lo  que  era  tarde,  y  los  hechos,  por  desgracia,  lo  habían  de- 
mostrado, era  para  volver  á  empezar. 


Salió  el  general  Blanco  de  Msdrid  para  la  Coiuña,  á  fin  de  embar- 
car en  este  puerto  con  rumbo  á  Cuba,  el  día  17  de  Octubre. 

A  despedir  al  marqués  de  Peña  Plata,  al  ilustre  general  que  iba  á 
Cuba  como  representante  de  un  nuevo  régimen  para  trabajar  como  sol- 
dado y  como  político  por  la  paz  deseada,  acudieron  los  señores  minis- 


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tros  de  la  guerra,  Marina,  Estado  y  Ultramar,  los  capitanes  generales 
señores  Martínez  Campos  y  López  Domínguez,  el  gobernador  de  Ma- 
drid, señor  Aguilera,  el  obispo  de  Sión,  y  tal  y  tanta  cantidad  de  mili- 
tares y  hombres  politicos,  que  renunciamos  á  escribir  una  lista  que  sería 
imposible  que  resultara  completa. 

¡Haced  la  paz  y  hacedla  pronto!  Estas  fueron  las  palabras  con  que 
el  pueblo  español  despidió  al  nuevo  capitán  general  de  Cuba. 

Esos  fueron  los  votos  que  acompañaron  en  su  viaje  á  la  gran  An- 
tilla  ai  bravo  general,  al  experto  gobernante  que  había  tomado  su  par- 
tido y  tenía  la  firme  voluntad  de  realizar,  sin  vacilaciones  ni  tibiezas, 
los  planes  del  Gobierno  y  los  planes  propios  de  pacificación. 

Con  el  general  Banco  fueron  á  la  isla  la  buena  voluntad  y  la  con- 
fianza de  todos  los  españoles  cuerdos. 

En  él  había  de  tener  un  leal  intérprete  la  nueva  política  que  lla- 
maba á  los  leales  y  á  los  tibios  á  la  concordia  y  tendría  nuestro  ejército 
un  caudillo  experimentado  y  valeroso  para  acabar  con  aquellos  que, 
renunciando  á  la  condición  de  hermanos,  se  empeñasen  en  mantener  la 
de  enemigos. 

Hombre  sereno,  enérgico  é  inteligente;  avezado  á  soportar  las  in- 
justicias del  vulgo,  y  á  buscar  la  verdad  y  la  equidad  en  medio  de  la 
humareda  con  que  suele  la  pasión  encubrirlas,  creímos  que  sabría  em- 
plear fructuosamente  los  dos  medios  que  la  nación  por  propio  y  libé- 
rrimo impulso  le  había  puesto  en  las  manos.  La  espada  contra  los 
irreductibles;  la  balanza,  para  todos. 

Le  acompañaron  generales  de  superior  entendimiento  y  de  probada 
bravura,  que  conocían  á  fondo  las  Antillas,  que  estaban  al  tanto  de  lo 
que  con  el  problema  colonial  se  relacionaba  y  que  habían  intervenido 
ya,  con  gloria,  en  la  presente  campaña. 

Allá  volvían  P.indo,  Salcedo,  Bernal  y  Aguirre,  que  otra  vez  ofre- 
cían á  la  patria  el  tributo  de  la  sangre  y  que  combatirían  como  comba- 


16 

tieron,  bien  hallados  con  la  nueva  dirección  militar  y  con  la  nueva 
orientación  política.  Entre  ellos  figuraba  el  general  González  Parrado, 
cuyo  valor  y  cuyo  tacto,  bien  acreditados  en  Filipinas,  se  emplearían 
no  menos  utilmente  en  Cuba. 

Ninguno  de  ellos  temía  que  la  autonomía  embarazase  su  acción,  y 


INGENIO  «RECUERDO»  (San  Antonio  de  los  Baños) 

todos  estaban  conformes  con  la  legalidad  que  dentro  de  poco  había  de 
regir  en  la  isla.  Es  evidente  que  opinarían  de  igual  modo  los  bizarros 
compañeros  suyos,  que  allá  continuaban  manteniendo  incólumes  la 
integridad  de  nuestra  soberanía  y  el  honor  de  nuestras  armas. 

Ante  la  firmeza  tranquila  y  el  patriotismo  verdadero  de  unos  y 
otros,  nada  significó  la  interesada  suspicacia  de  algunas  colectividades 
y  personas  que  se  obstinaban  en  oponer  á  la  necesidad  y  á  la  justicia 
sistemática  resistencia. 


■H-®-K^- 


17 


EXCMO.   8R.   D.   RAMÓN    BLANCO  Y  KRENA8 
Capitin  general 


Blanco  s 


CAPITULO    II 


A  bordo  del  Alfonso  XIII. — DeclararioneR  del  general  Blanco. — El  programa  del  Gobierno. 
—  InetrucciimeB  al  nuevo  gcbTnador  general  de  Cuba. — La  Ihbor  de  los  intransigentes. 
— Temores  y  comentarios. — La  opinión  liberal. — I.l  Diario  de  la  Marina. — La  actitud 
de  los  derechistas. —  Estado  de  la  guerra. — Noticias  tristes. — Organizando  otra  manifee- 
tación  en  favor  del  general  Wevler. — Proclama  de  la  comisión  organizadora. — Los  tra- 
bajos de  la  comisiÓD. — I,a  actitud  del  general  VTeyler. 


•■*   L  abandonar  la  metrópoli  y  partir  para  Cuba  á  bordo 
del  trasatlántico  Alfonso  XIII,  que  zarpó  del  puerto 
de  la  Coruña  la  tarde  del  119,  hizo  el  general  Blanco 
las  siguientes  manifestaciones: 
«—Voy  á  Cuba  animoso  y  confiado,   y  creo  sinceramente 
en  la  eficacia  de  los  nuevos  procedimientos  y  en  el  éxito  se- 
guro é  inmediato  de  las  acciones  militar  y  política,  que  he  de 
desarrollar  combinadas. 
»Voy  animado  de  los  mejores  deseos.  ¿Saldré  bien?'' Asi  lo  espero». 
A  preguntas  de  los  que  fueron  á  despedirle,  contestó: 
«—En  eso  de  la  autonomía  no  liay  ni   puede  haber  distingos.    La 
que  se  va  á  conceder  \á  Cuba  es  la  auionomia  ofrecida  desde  Ja  oposi- 
ción por  el  partido  liberal,  la  Autonomía  y  ei.  poder  respcnsable. 

»Para  poder  conspgrar  más  tiempo  al  gobierno  político  de  la  isla, 
quise  que  me  acompañasen  generales  como  González  Parrado,  que  en 


:¡:v.!.  rl 


19 

su  puesto  de  segundo  cabo  llevará  el  peso  de  la  acción  militar,  y  como 
Pando,  que  se  pondrá  al  frente  del  ejército  para  las  operaciones  de  la 
campaña. 

»R^specto  á  plazos — dijo — no  puedo  ni  quiero  fijarlos.  Es  muy 
aventurado  hacerlo,  y  si  se  señalan  de  buena  fé,  hasta  pueden  servir 
de  estorbo,  obligando  á  precipitaciones. 

»Ayer  oí  á  algunos  de  los  generales  qu3  me  acompañan,  expresar 
su  confianza  en  que  regresaremos  victoriosos  dentro  de  siete  meses. 

^De  tal  modo  pueden  ponerse  las  cosas  que  acertaran  mis  compa- 
ñeros. Su  esperanza  no  me  parece  una  locura.  Pero  si  todo  sale  bien,  no 
importaría  el  que  tardáramos  un  poco  más  en  llegar  á  la  paz.» 

El  Alfonso  X/IIllevó  á  bordo  ocho  generales,  i8  jifes,  17  capi- 
tanes y  425  soldados,  y  además  200  marinos  de  la  Armada  y  otros  cien 
soldados  y  algunos  oficiales  que  había  tomado  en  Santander. 

A  las  cinco  de  la  tarde  levó  anclas  el  Alfonso  XIII,  que  fué  escol- 
tado hasta  la  Marola  por  algunas  embarcaciones. 


* 
♦  * 


Hizo  bien  el  Gobierno  en  facilitar  á  la  prensa,  para  su  publicidad, 
el  extracto  de  las  instrucciones  dadas  por  el  ministro  de  Ultramar  al 
nuevo  capitán  general  de  Cuba. 

Sabido,  como  se  sabía,  por  el  relato  oficioso  del  Consejo  de  mi- 
nistros celebrado  el  22,  que  esas  instrucciones  coincidíin  de  manera  aca- 
bada y  completa  con  la  respuesta  del  ministro  de  Estado  á  la  nota  del 
embajador  extraordinario  de  los  Estados  Unidos,  ya  no  podíi  haber 
dudas  respecto  de  los  términos  en  que  se  había  replanteado  la  acción 
diplomática,  ni  acerca  de  la  extensión,  el  sentido  y  el  alcance  con  que 
la  nueva  legalidad  colonial  iba  á  establecerse. 


20 

Fué  te  do  un  programa,  pese  á  la  modesta  designación  con  que  lle- 
gó á  conocimiento  del  público,  el  documento  á  que  nos  referimos. 

Por  la  alteza  patriótica  del  espíritu  que  lo  informaba,  y  por  la  luci- 
dez, la  precisión  y  la  sinceridad  de  sus  conceptos,  mereció  incondicio- 
nal aplauso. 

Las  instrucciones  dadas  al  nuevo  gobernador  general  de  Cuba,  por 
el  micistro  de  Ultramar,  se  dividian  en  dos  partes,  que  se  enlazaban 
después  en  un  resumen  general:  la  acción  militar  y  la  acción    política. 

El  resumen,  que  tan  especial  aprobación  mereció  al  Conseja  de  mi- 
nistros, condensaba  las  ideas  expuestas  en  las  dos  partes  indicadas  en 
las  siguientes  bases: 

Era  la  piimera  la  identificación  de  la  acción  militar  con  la  politice, 
de  tal  manera,  que  mientras  la  primera  por  su  lapidez  y  energía  des- 
concertara y  redijera  al  enemigo,  la  segunda  aprovechara  los  éxitos  de 
aquélla  para  lograr  la  pacificación,  restaurando  al  mismo  tiempo  la  ri- 
queza y  secundando  con  sus  amplias  miras  el  esfuerzo  militar,  al  que 
la  simpatía  del  país  proporcionaiía  nuevos  y  poderosos  medios  de 
acción. 

Y  como  á  estas  dos  acciones  iba  unida  la  diplomática,  á  que  el  Go- 
bierno consí graba  especial  interés,  y  á  ellas  seguiría  la  mejora  del  es- 
tado del  Tesoro,  todo  el  mundo  vería  que  España  no  economizaba  me- 
dio alguno  de  devolver  la  paz  á  sus  hijos  y  de  restañar  las  heridas  cau- 
sadas por  inevitables  def  gracias,  á  la  vez  que  el  soldado,  sinténdose 
sostenido  por  la  nación  entera,  cobraiía  mayores  biíos  y  pondría  nue- 
vos empeños  en  terminar  su  obra,  arrojando  de  la  isla  á  los  que  por  su 
odio  á  la  Metrópoli  ó  por  no  haber  nacido  en  ella,  pretendían  arran- 
carle la  más  predilecta  de  sus  h  jas 


•  » 


21 

La  segunda  idea  era  no  manos  fecunda.  Consistía  en  hacer  saber  al 
país  cubano  qu3  la  llegada  del  nuevo  gobernador  representaba  una  era 
completamente  distinta  de  las  anterores,  y  que  la  madre  patria  con- 
fiíba,  tanto  como  en  sus  faerzas  para  reducir  á  los  rebeldes,  en  los  sen- 
timientos de  adhesión  y  de  afecto  que  !a  gratitud,  por  un  lado,  y  el 
sostenimiento  de  sus  propios  intereses,  por  el  otro,  habían  de  despartar 
en  la  población  insular. 

<Pero  la  convicción — decía  la  Kota~:io  ha  de  llevarse  á  los  áni- 
mos con  promesas  y  ofrecimientos;  ha  de  demOitrarse  con  los  hechos, 
de  tal  suerte,  que  todos  y  cada  uno  de  los  que  vayan  ocurriendo  con- 
tribuyan á  dar  relieve  y  sirvan  de  testimonio  á  la  sinceridad  de  los 
propósitos  del  Gobierno.  Este  irá  comunicando  al  gobernador  general, 
tan  pronto  como  se  haya  posesionado  de  su  cargo,  la  ssrie  de  reformas 
que  habrá  de  implantar,  empezando  por  la  del  censo  electoral,  cuya 
operación  tendrá  cuantas  garantías  sean  necesarias  para  que  las  listas 
se  coníeccionen  con  rectitud  y  las  reclamaciones  se  resuelvan  c  )n  jus- 
ticia^ á  fin  de  que  nadie  tenga  el  pretexto  de  suscitar  duda  alguna  sobre 
!a  autoridad  de  un  cuerpo  electoral  llamado  á  determinar  la  forma  en 
que  habrá  de  gobernarse  en  adelante  el  país  cubano». 

Ei  Gobierno  se  proponía,  además,  publicar  las  reformas  ulteriores 
con  tiempo  bastante  para  que  el  análisis  de  los  llamados  á  vivir  bajo  la 
íutura  legislación,  aquilatase  los  méritos  déla  obra,  la  defendiera  de 
sus  imperfecciones  y  la  identificase  con  las  aspiraciones  de  aquellos  á 
quienes  se  aplicara.  Y  aún  cuando  no  fuera  prudente  fijar  plazos  para 
esta  empresa,  perqué  eso  no  dependía  de  la  voluntad  del  Gobierno, 
sí  lo  era  decir  que  la  obra  se  iniciaría  desde  luego  y  se  continuaría  sin 
vacilaciones  ni  tardanzas. 

Al  propio  tiempo— terminaba  diciendo  el  documento  oficial— el 
gobernador  general  cuidará  de  hacer  entender  con  sus  palab.'as  y  de 
demostrar  con  sus  actos,  que  no  por  eso  se  desentiende  Espina  de  sus 


22 

colonias,  sino  que,  muy  al  contrario,  tendrá  prontos  tolos  sus  recursos 
para  coadyuvar  á  la  obra  de  reanimará  sus  decaidos  habitantes,  rehacer 
su  riqueza  y  hacer  olvidar  los  pasados  años  de  amargura. 

Muy  viva  y  muy  profunda  fué  nuestra  satif  facción  al  ver  realiza- 
das nuestras  aspiraciones  y  puestos  en  vigor  nuestros  principios  ¿jus- 
tados en  un  todo  á  nuestro  ferviente  patriotismo. 


# 
*  * 

El  anuncio  de  la  implantación  déla  autonomía,  excitó  á  los  in- 
transigentes de  la  Habana,  que  se 
dedicaban  á  despertar  las  pasiones 
en  las  masas,  provocando  una  agita- 
ción á  todas  luces  peligrosa,  contra 
el  Gabinete  fusionista. 

Los  telegramas  publicados  por 
El  Diario  de  la  Marina  anunciando 
que  había  sido  prevenido  el  general 
Weyler  por  el  Gobierno  para  que  á 
toda  costa  evitase  las  manifestacio- 
nes, pues  en  caso  contrario  había 
decidido  propósito  de  proceder  con 
energia,  excitaron  mucho  á  los  ele- 
mentos que  allí  apoyaban  al  general 
en  je  fe  relevado,  decidiéndoles  á  exa- 
gerar sus  entusiasmos  en  la  despedi- 
da de  dicho  general. 

Los  periódicos  conservadores  de  la  Habana  dijeron  que  se  haría  la 
manifestación,  impidiéralo  quien  quisiera,  y  telegrafiaron  á  diferentes 
puntos  de  la  isla  para  que  fuesen  á  la  capital   comisiones,  á  ñn  de  cu 
mentar  la  importancia  de  la  manifestación. 


COMANDÓTE  SEÑOR  RUANO 


23 

Corrían  noticias  alarmantes  acerca  de  lo  que  pudiera  ocurrir  el  día 
del  embarque  del  marqués  de  Tenerife. 

Los  que  dirigían  este  movimiento  tenían  ya  tomadas  todas  las  em- 
barcaciones del  puerto  y  dispuestas  todas  las  músicas  de  la  ciudad. 

Dada  la  forma  con  que  la  manifestación  se  organizaba  y  la  acepta- 
ción de  estos  obsequios  por  el  general  VVeyler,  temíase  en  la  Habana 
que  revistiera  caracteres  de  hostilidad  al  Gabierno  y  en  sentido  grave 
que  creara  antagonismos  peligrosos  en  momentos  tan  críticos  como 
aquellos,  por  cuya  razón  la  preocupación  de  las  gentes  aumentaba  en 
condiciones  sensibles. 

Era  también  objeto  de  comentarios  en  la  Habana  el  alcance  de  la 
propuesta  extraordinaria  en  favor  de  los  coroneles  de  voluntarios  y  la 
comida  con  que  les  obsequiara  el  general  Weyler. 

La  opinión  interpretó  estos  actos  como  inspirados  por  la  intención 
de  desagraviarles  por  el  telegrama  del  Gobierno  que  produjo  excitación 
en  los  ánimos. 

Todas  estas  cosas  contribuían  á  aumentar  la  perturbación  política, 
provocando  disensiones  peligrosas  y  creando  una  situación  política 
embrollada,  dilícil  y  lastimosa  en  extremo. 

El  Diario  de  la  Marina  declaró  en  un  artículo  «que  hoy  por  hoy» 
no  se  podía  defender  al  Gobierno  constituido,  /<porque  esto  se  conside- 
ra en  la  Habana  como  una  provocación,  aunque  el  caso  parezca  ex- 
traordinario é  inverosímil.» 

Había  un  elemento  intransigente,  que  era  el  que  con  más  ardor  se 
agitaba  para  que  la  manifestación  fuera  solemne,  que  se  oponía  abier- 
tamente á  la  política  que  se  anunciaba  iba  á  implantar  en  la  isla  el  nuevo 
gobernador  general. 

Los  derechistas  no  ocultaban  su  odio  al  nuevo  régimen  y  trataban 
de  di&cultar  la  acción  del  general  Blanco,  dedicándose  á  desorganizarlo 
todo,  á  fin  de  desacreditar  la  autonomía. 


¿4 

Esa  fué  la  división  de  los  leales  quj  dejó  tras  sí  el  general  Weyler, 
y  en  tal  estado  de  perturbación  encontraría  la  política  el  general  Blanco. 


*** 


En  tanto,  el  estado  de  la  gaerra  era  el  mismo  de  hacía  seis  meses. 

Bien  puede  decirse  que  las  operaciones  estaban  suspendidas,  y  lo 
único  que  á  la  fecha  se  hacía,  para  evitar  sucesos  lamentables,  quedaba 
reducido  á  vigilar  las  líneas  férreas,  á  fin  de  impedir  la  resonancia  de 
los  accidentes. 

En  la  segunda  semana  de  Octubre  una  partida  de  rebeldes  mache- 
teó bárbaramente  á  una  guerrilla  en  Artemisa,  apoderándose  de  armas 
y  municiones. 

Ascendían  á  40.000  los  enfermos  que  había  en  los  hospitales  de  la 
isla. 

La  situación  económica  había  llegado  á  ser  horrible  y  de  día  en  día 
aumentaba  su  gravedad. 

Moría  el  8d  por  100  de  los  reconcentrados  y  en  plena  Habana  fa- 
llecían de  hambre  niños  y  familias  enteras. 

Ofrecíanse  cuadros  conmovedores  y  escenas  espantosas,  producidas 
por  la  miseria  y  el  abandono. 

Solamente  la  caridad  particular  socorría  á  las  innumerables  vícti- 
mas de  la  guerra,  pues  el  Ayuntamiento  solo  se  cuidaba  de  las  contra- 
tas y  concesiones  escandalosas,  como  la  del  matadero,  dejando  de  pagar 
las  atenciones  atrasadas. 

Los  almacenes  de  la  Habana  hallábanse  abarrotados  de  mercan 
cías  importadas,  sin  que  fuera  posible  darles  salida,  pues  los   comer 
ciantes  aprovecharon  los  ú'timos  días  en  que  estuvieron  abiertas  las 
Aduanas  para  hacer  gran  acopio  de  géneros.   Había  de  venir,  como  os 


25 

natural,  una  enorme  baja  en  las  ventas  y  entonces  los  enemigos  de  la 
autonomía  atribuiría  aquella  al  cambio  de  régimen. 

La  población  rural  estaba  aniquilada,  la  riqueza  destruida  y  la 
gu  jrra  quebrantada  por  la  acción  del  tiempo.  S;n  embargo,  ardía  en 
to  la  la  isla  la  insurrección. 

Los  organizadores  de  la  manifestación  de  despedida  al  general 


VAPOR   <-R.    IIERUERA< 


Wjyler,  según  nos  comunicó  el  cable  el  24,  estaban  trabajando  de  una 
manera  formidable,  para  que  aquel  acto  fuera  grandioso,  imponente» 
único. 

Por  correo  recibimos  la  proclama  que  dicha  comisión  hizo  circular 
profusamente  por  toda  la  isla. 

En  este  documento  se  hacen  elogios  del  general  Weyler,  como  no 
los  alcanzó  el  gran  Capitán,   como  no  los  conquistó  Banaparte  en  el 

Blanco  4 


26 

pináculo  de  la  gloria.  Después  se  censura  al  Gobierno  por  haberle  re- 
levado y  se  dicen  cosas  imprudentísimas  en  aquellas  circunstancias. 

Termina  la  alocución  con  estos  párrafos: 

«¡Españoles!  Roguemos  al  Gobierno  que  no  provoque  el  retroceso 
á  los  tiempos  en  que  el  general  Weyler  se  hizo  cargo  del  mando  de  la 
isla;  cerremos  el  comercio,  reunámonos  y  probemos  con  nuestra  pre- 
sencia al  general  Weyler  que  los  españoles  de  Cuba  no  quieren  su  re- 
levo, y  que  si  el  Gobierno  resuelve  contra  nuestros  deseos,  llevará  para 
la  Península  el  cariño  y  los  aplausos  y  el  recuerdo  eterno  de  los  buenos. 

Abandonemos  nuestras  casas  por  una  hora  y  demostremos  que  vive 
el  espíritu  español  en  Cuba  á  despecho  de  los  que  han  pretendido 
amoitiguarlo. 

Españoles:  ¡Viva  el  general  Weyleí!  ¡Viva  el  primer  español  de 
esta  islfi!  ¡Viva  el  verdadero  pacificador  de  Cuba!» 


*** 


Una  carta  particular  de  la  Habana  llegada  á  nuestro  poder  el  pro- 
pio día  24,  por  vía  extranjera,  refería  lo  que  se  estaba  haciendo  para 
organizar  esa  manifestación. 

S3  apelaba  á  todos  los  medios,  incluso  el  de  la  amenaza,  para  que 
se  unieran  á  los  manifestantes  personas  que  permanecían  neutrales  ó 
eran  adversarias  de  aquella  campaña  antipatriótica  que  diríase  pagada 
por  los  filibusteros. 

La  singular  actitud  en  que  se  había  colocado  el  general  Weyler  dio 
lugar  á  las  más  extrañas  invenciones. 

Un  corresponsal  de  un  periódico  yankee  explicó  de  una  manera 
curiosa  y,  sobre  todo,  nueva,  la  continuación  en  el  mando,  después 
del  cese  ó  destitución,  del  general  Weyler  en  Cuba  hasta  la  llegada  del 
general  Blanco,  sin  pasar  por  la  interinidad  del  general  Jiménez  Caste- 


27 

llanos,  designado  por  el  Gobierno  para  encargarse  interinamente  de  la 
Capitanía  general  y  gobierno  general  de  Cuba. 

Dijo  el  indicado  periódico  que  al  presentarse  el  comandante  militar 
de  Puerto  Príncipe  para  hacerse  car^o  del  mando,  le  exigió  el  general 
Weyler  la  declaración  escrita  de  «estar  pacificadas  las  provincias  occi- 
dentales de  la  isla»  y  que  el  general  Castellanos  se  negó  en  absoluto  á 
hacerlo. 

La  noticia  tenía  todas  las  trazas  de  no  ser  cierta;  pero  nadie  lo  hu- 
biera puesto  en  duda  si  el  general  Weyler  hubiese  procedido  como 
aconsejaban  la  obediencia  y  el  interés  de  la  patria. 

Y  cierta  ó  no  cierta,  el  general  Weyler  no  se  despejó  del  cargo  de 
gobernador  general,  ni  abandonó  el  mando  de  la  isla,  á  pesar  de  su 
destitución  y  del  cese  decretado  por  el  Gobierno  de  la  Metrópoli,  hasta 
la  llegada  de  su  sustituto,  en  quien  por  orden  del  ministro  de  la  Guerra 
debía  resignar  el  mando. 


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CAPITULO    III 


Solución  única. — Los  rebeldes  á  las  puertas  de  la  Habana. — Reñido  combate  en  La  Chorrera. 
— Muerte  del  general  Adolfo  Castillo. — 3u  importancia. — Extraña  resolución  del  general 
Weyler. — Embarque  inesperado. — Autoridades  interinas. — La  manifestación  de  despe- 
dida.— En  el  palacio  de  la  capitanía  general. — Discursos  cambiados. — Al  Montserrat. — 
Esperando  al  general  Blanco.— Noticias  oficiales. — Comentarios. 


RECÍA  la  tensión  de   los  ánimos  y  encontraban   terreno 
propicio  las  más  infundadas  aprensiones,   á  medida  que 
se  acercaba  el  momento  de  aplicar  á  nuestro  problema 
colonial  la  única  solución  posible. 
Ssntían  unos  vago  temor  de  lo   nuevo,  aparentaban   otros 
sentirlo,  y  hacíanse  oir,  sin  que  nadie  conociera  á  punto  fijo  las 
causas,  esos  ruidos  subterráneos  que  precíden  á  todas  las  gran- 
des metarmórfosis  de  la  política  y  de  la  Naturaleza. 

A  pesar  de  ello,  cada  día  aparecía  con  mayor  claridad  la 
línea  recta,  lo  mismo  ante  los  ojos  de  los  incrédulos  y  los  timoratos, 
que  ante  la  mirada  de  los  neutrales  y  los  reflexivos. 

Todos  lo  veían  con  perfácta  lucidez  y  todos  comprendían  que  no 
había  otra,  para  conducirnos  al  término  de  una  penosa  jornada. 

No  fueron  los  liberales  quienes  la  propusieron,  sino  los  conserva- 
dores; no  la  fijaron  las  preferencias  de  escuela,  sino  las  imposiciones  del 
verdadero  patriotismo;  la  fuerza  incontrastable  de  las  circunstancias 
del  siglo. 

Al  entrar  en  la  vida  nacional  las  ideas  que  hoy  prevalecen,  aquellos 


29 

que  menor  adhesión  les  tenían  declararon  noblemente  que  para  lo  su- 
cesivo ya  no  habría  manera  de  retroceder  un  paso. 

Y,  á  la  sazón,  añadieron  que,  si  no  era  un  deber  ineludible  el  de 
prestarlas  incondicional  concurso,  era  obligación  común  el  observar  un 
patriótico  silencio. 

Si  reflexionaban  un  poco  los  que  dudaban  y  los  que  desconfiaban, 
pronto  se  convencían  de  la  imposibilidad  absoluta  de  desandar  lo 
andado. 

¿Hubo  alguno  que  en  conciencia  creyera  factible  retrotraer  las 
cosas  al  punto  en  que  se  hallaban  antes  de  estallar  la  guerra  separatista 
en  Cubs  ? 

¿HubD  alguno  á  quien  pareciera  empresa  sencilla  restablecer  en  la 
gran  Antilla  el  sistema  de  administración  y  de  gobierno  que  allí  regía 
en  1894? 

El  que  tal  asegurase,  engañaba  á  España  y  engañábase  á  sí  mismo. 

Muchos  habn'a  que  deseasen  el  retroceso;  no  había  de  cierto  nin- 
guno que  con  la  mano  puesta  en  el  corazón  lo  considerase  realizable. 


*** 


En  dos  años  habíamos  vivido  y  avanzado  veinte. 

Cuando  se  recuerda  que  á  principios  de  1895  escandalizaba  á  los 
conservadores,  á  los  liberales,  y  aún  á  bastantes  demócrata?,  el  solo 
nombre  de  la  Diputación  única,  y  se  oía  á  la  sazón  cómo  hablaban  todos 
tranquilamente  de  la  Cámara  insular,  cómo  aceptaban  el  supuesto  de 
un  régimen  autonómico  de  gobierno  responsable,  y  cómo  invocaban, 
cual  íi  ya  estuviese  en  vigor  ese  régimen,  la  ley  complementaria  de  las 
mayorías,  caía  el  espíritu  más  miope  en  la  cuenta  de  que  se  trataba  de 
un  hecho  consumado,  contra  el  cual  serían  inútiles  todas  las  agresiones 
y  todas  las  resistencias. 


30 

Cualquier  arbitrio,  por  desatinado  que  luese,  parecía  admirable  en 
hipótesis,  menos  el  de  volver  á  lo  pasado. 

Existir  pudieron  dudas  respecto  á  la  eficacia  decisiva  é  inmediata 
de  la  autonomía  ó  temores  de  que  su  implantación  fuera  tardía;  no  exis- 
tían para  nadie,  respecto  á  la  acción  negativa  y  funesta  de  los  métodos 
anteriores. 

El  solo  intento  de  restaurarlos  suscitara  una  protesta  universal, 
porque  universal  fuera  la  convicción  de  que  á  la  simple  tentativa  habría 
de  acompañar  el  total  desquiciamiento. 

No  quedaba,  pues,  otra  solución  racional  que  la  adoptada,  ni  más 
cainino  descubierto  que  el  que  se  había  emprendido. 

Hubo  que  confiar,  por  tanto,  en  la  una,  y  avanzar  resueltamente 
por  el  otro  los  que  siempre  tuvieron  fé  en  la  virtud  de  la  democracia, 
que  no  distingue  de  climas  ni  de  latitudes. 

Y  habieron  de  dejarse  de  suscitar  obstáculos  á  la  buena  obra  los 
que  pretendían  todavía  mantener  entre  la  Metrópoli  y  su  colonia  arbi- 
trarias diferencias. 

Bien  estuvo  que  reservasen  sus  ideas  y  sus  principios;  pero  sin  pa- 
sar de  ahí  si  querían  hacerse  perdonar  el  daño  enorme  que  con  la  apli- 
cación de  esos  principios  é  ideas  habían  causado  á  España  y  á  Cuba. 

Harto  notorios  eran,  para  desdicha  de  todos,  los  efectos  de  su  sis- 
tema y  las  consecuencias  de  su  predominio. 


*% 


Aún  resonaban  en  los  oídos  las  palabras  del  general  Weyler  afir- 
mando hallarse  pacificadas  las  cuatro  provincias  occidentales  de  la  isla, 
y  en  el  espacio  los  ecos  de  los  vivas  al  verdadero  pacificador  de  Cuba, 
lanzados  por  los  gremios  y  detallistas,  cuando  á  las  puertas  de  la  Haba- 


31 

na  librábase  un  reñido  combate  entre  fuerzas  de  la  gaardia  civil  y  una 
numerosa  partida  rebelde. 

Para  que  nuestros  lectores  puedan  formarse  idea  de  la  audacia  del 
enemigo,  bastará  indicar  que  el  lugar  donde  ocurrió  el  encuentro  está 
de  la  Habana  á  una  distancia  semejante  á  la  qu3  hay  de  la  plaza  de 
Cataluña  (Barcelona)  á  la  Barceloneta. 

El  comandante  de  artillería  don  Eduardo  Tapia  Ruano,  con  fuerzas 
de  la  guardia  civil,  encargadas  de  vigilar  y  guardar  la  zona  exterior  de 
la  Habana,  tuvo  un  encuentro  el  día  25  entre  la  Chorrera  y  Managua 
con  un  grupo  numeroso  de  insurrectos,  al  mando  del  titulado  general 
Adolfo  Castillo. 

Las  tropas  se  batieron  con  gran  bizarría,  dispersando  á  los  rebeldes. 

En  una  de  las  embestidas  de  los  guardias  cayó  muerto  el  cabecilla 
citado,  con  otros  cuatro  rebeldes,  que  abandonó  el  enemigo  en  poder 
de  aquéllos,  dándose  á  la  fuga. 

Apoderáronse  las  tropas  del  cadáver  de  Castillo,  que  fué  condu- 
cido á  la  Habana,  donde  se  exhibió  para  su  completa  identificación. 

Tuvo  gran  interés  la  noticia  de  ese  combate,  que  fué  confirmada 
oficialmente  el  propio  día  por  el  general  Weyler. 

Adolfo  Castillo  había  sido  el  cabecilla  de  mayor  importancia  que 
había  operado  en  la  provincia  de  la  Habana,  excepción  hecha  de  Máxi- 
mo Gómez  y  Maceo,  pues  llegó  á  anular  á  Aguirre  cuando  éste  tenía  en 
esa  jurisdicción  el  mando  superior  de  las  fuerzas  insurrectas. 

Bicn  podía  ser  considerado  AJolfo  Castillo  como  el  maestro  de 
Aranguren,  Acosta,  Arango  y  otros  cabecillas  de  significación. 

Gozaba  Castillo  de  la  confianza  absoluta  del  generalísimo  Gómez, 
quien  al  retirarse  de  la  Habana  hizo  pública  su  seguridad  de  que  no 
sería  vencida  la  insurrección  en  esa  provincia  mientras  Castillo  viviera 
y  estuviese  al  frente  de  las  fuerzas  rebeldes  que  operaban  en  aquel  te- 
rritorio. 


32 


*** 


Entre  el  asombro  de  las  gentes,  que  no  acertaban  á  explicarse  tan 
extraña  é  inopinada  resolución,  circuló  en  la  Habana,  la  mañana  del  29, 
la  noticia  de  que  el  general  Weyler,  lejos  de  esperar,  como  habla  pro- 
metido, á  su  sucesor  en  el  mando  superior  de  la  isla  para  hacerle  en- 
trega del  cargo,  resolvió  á  última  hora  trasladarse  á  bordo  del  vapor 


JEFE  DE  COLUMNA  RECONOCIENDO  EL  TERRENO  Y  LAS  POSICIONES 

DEL  ENEMIGO 


correo  Montserrat,  que  había  de   retornarle  á  la  Península,  y  esperar 
allí  la  llegada  del  general  Blanco. 

El  marqués  de  Tenerife  tenía  ya,  como  es  sabido,  noticias  comple- 
tas 7  detalladas  de  la  manifestación  de  despedida  que  organizaban  los 
mismos  elementos  que  dispusieron  y  celebraron  la  que  se  verificó  en  la 
Habana  al  tenerse  noticia  de  su  destitución  y  relevo. 


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34 

El  general  Weyler,  para  explicar  de  algún  modo  su  insólita  reso- 
lución, hizo  propalar  la  especie,  y  así  lo  comunicó  al  Gobierno,  de  que 
debiendo  di  jar  expeditas  las  habitaciones  de  la  capital  ía  genersl  á  su 
sucesor,  y  hallándose  la  residencia  de  verano  del  gobernador  general 
en  estado  luaoso,  consideraba  más  acertedo  esperar  en  la  bahía,  ya  á 
bordo  del  vapor  en  que  había  de  regresar  á  la  Península. 

El  maiqués  de  Tenerife  llamó  á  su  despacho  al  general  de  Marina 
contralmirante  itñor  Navarro,  y  le  hizo  entrega  dtl  caigo  de  goberna- 
dor general  de  la  isla. 

D¿1  de  capitán  general  y  general  en  jífe  del  ejército  de  operacio- 
nes encargó  al  general  de  división  señor  Jiménez  Castellanos. 

El  general  Ahumada  delegó  su  cargo  de  segundo  cabo  de  la  capi- 
tanía general  de  Cuba  en  el  general  Molins. 

Como  el  general  Weyler  sabíi  que  los  gremios  y  determinados 
elementos  políticos  iban  á  celebrar  una  manifestación  de  despedida  en 
su  obsequio  á  las  dos  de  la  tarde,  hizo  muy  de  mañana  sus  últimos  pre- 
parativos de  viaje  y  se  dirigió  á  almorzar  con  el  intendente  general  de 
Hacienda. 

La  manifestación  ofreció  los  mismos  caracteres  y  fué  hecha  por  los 
mismos  elementos  que  la  verificada  al  conocerse  el  relevo  del  general. 
Uaa  y  otra  se  celebró  con  arreglo  al  programa  establecido. 

Las  comisiones  de  los  gremios  y  de  algunos  partidos  políticos,  no 
de  todos,  recorrieron  las  calles  de  la  capital  dando  iguales  é  idénticas 
voces  que  en  la  anterior,  dirigiéndose  y  estacionándose  frente  á  la  ca- 
pitanía general,  donde,  al  igual  que  entonces,  les  aguardaba  el  mar- 
qués de  Tenerife. 

Al  palacio  de  la  capitanía  subieron  todas  las  comisiones  oficiales  y 
representaciones  del  paitido  autonomista,  de  la  UniónconslitucioDaly 
de  los  gremios. 

En  nombre  de  la  comisión  organizadora  de  la  manifestación,  llevó 


35 

la  voz  un  individuo  afiliado  al  partido  conservador  antillano,  expre- 
sándose en  los  sigaiantes  términos: 

«— Qaeremos  con  este  acto  de  despedí  ia,  significar  nuestra  adhe- 
sión á  la  política  del  gaaeral  Weyler,  nuestra  estimación  y  cariñ )  á  su 
persona,  nuestra  admiracióa  á  sui  méñtos  militares  y  nudstra  protesta 
á  los  lab  arantes  y  á  los  yankees,  cuyo  odio  a/r/cano  le  enaltece,  y  á  los 
periódicos  peninsulares  que  «'lan  tratado  de  calumniar  vilmente»,  no 
sólo  al  ilustre  caudillo,  al  úaico  y  verdadero  pacificador  de  Cuba,  sí 
(jue  á  nosotros  mismos,  sus  lealís  y  desinteresados  defensores. 

Al  despedirle,  un  ruego  hemos  de  hacerle:  qu;  nos  defienda  ante 
la  nación  y  que  acepte  la  investidura  de  diputado  por  la  Habana  que 
desde  luego  le  ofrecemos». 


# 
*  * 


El  general  Weyler  contestó  en  ui  largo  discurso,  cuya  síntesis 
es  la  siguiente: 

«—Agradezco  con  toda  mi  alma  esta  manifestación  de  afecto  y  de 
cariño  á  mi  persona,  que  responde  al  aplauso  con  que  «la  verdadera 
opinión  de  Cuba  recibió  y  despide  mi  política  y  mi  plan,  que  de  conti- 
nuar aplicándolo  como  hasta  aquí,  se  hubiera  salvado  Cuba  para  Espa- 
ña, no  por  arreglos,  componendas  ni  concesiones,  sino  con  hanra. 

»Cuando  tuve  noticia  de  mi  relevo,  ni  me  sorprendí  ni  me  extra- 
ñó. Lo  esperaba  desde  que  murió  Cánovas  del  Castillo,  pues  los  rebel- 
des y  los  Estados  Unidos  lo  venían  reclamando  constantemente,  y  yo 
sabía  que  no  habí  i  ningún  jefa  de  partido  en  la  Península  dispuesto  á 
defender  mi  continuación  en  el  mando  de  esta  isla. 

7/Nada  me  impartan  y  desprecio  los  ataques  calumniosos  déla  pren- 
sa laborante,  y  en  ella  incluyo  á  ciertos  periódicos  de  la  Península. 


36 

sTengo  mi  conciencia  tranquila  y  rechazo  con  desdén  y   desprecio 
es£S  acusaciones,  de  cuya  sin  rtzón  vosotros  podéis  testimonisr. 

»¿Hay  alguno  que  pueda  alardearse  de  haber  recibido  de  mí  cierto 
género  de  favoreí?  ¿Hay  entre  vosotros  quiéa  crea  que  yo  he  tenido 

alguna  vtz  tratos  con  ningún  contratistí  ? 

(Como  es  natural,  nadie  contestó  ni  djo  palabra). 
»Vosolros  sabéis  que  mi  disposición   prohibiendo  la  zafra,  que 
fué  objeto  de  tan  graves  censuras,  no  respondió  á  otro  propósito  que  al 
de  hacer  fracasar  el  empiéstito  que  se  proyectaba  levantar  en  los  Esta- 
dos Ui.idos,  y  de  que  yo  tuve  noticia. 

>Y  con  efecto,  el  empréstito  que  hubiera  dado  mayores  bríos  y 
más  grandes  elementos  á  la  rebeldía  quedó  desbaratado  y  fracasó,  y  la 
zafra  se  pudo  hacer  y  se  hizo  más  tarde. 

»Me  han  censurado  también  por  la  reconcentración  de  pacíficos  en 
los  poblados,  y  ahoia  todos  reconocen  los  excelentes  resultados  de 
aquella  medida,  que  por  otra  ptrte  vería  solicitándola  la  opinión. 

j-Yo  os  prometo  defenderos  en  todas  paite?,  y  os  aconsejo  que  no 
sintáis  desmayos  ni  ccbsidíes  que  es  priven  de"  los  medios  de  llevar  á 
la  Península  el  convetcimiento  de  lo  perjudicial  y  funesto  de  las  refor- 
mas políticas  para  la  causa  de  España. 

La  autonomía  es  contraproducente,  y  los  políticos  de  la  Metrópoli 
desconocen  el  problema  de  Cuba.  Por  ello  el  partido  de  Unión  consti- 
tucional debe  pciíistir  en  su   actual   actitud,  que  yo  prometo  apoyar 

desde  la  Península» 

Muchos  manifestantes  acogieren  estas  palabrís  con  atronadores  vi- 
vas á  Weyler;  otros  se  limitaron  á  contestar  con  vives  á  España. 


* 
«  « 


37 

Apenas  la  comisión  de  manifastantes  se  hubD  despaJido  con  gran- 
des manifastaciones  de  cariño  del  general  Weyler,  este  anunció  que 
iba  á  dirigirse  al  muelle  para  embarcar  en  el  Montserrat,  ad virtiendo 
que  haría  el  trayecto  á  pié. 

Esto  dio  lugar  á  que  los  minifastantes  escoltaran  al  general,  sin  ce- 
sar en  sus  demostraciones  de  afacto,  y  q  je  muchos  de  ellos,  embarca- 
dos en  los  remolcadores,  le  acompañasen  hista  el  costado  del  vapor. 

Entretanto  se  estaban  ultimando  los  preparativos  para  recibir  al 
nuevo  gobernador  general  de  la  isla. 


INGENIO  «A^BREU*.  DESTRUIDO  POR  L03  INSURRECTOS 


La  opinión  esperaba  con  a  isieiad  conocer  los  planes  de  las  nuevas 
autoridades. 

El  Gobierno  recibió  un  telegrama  del  general  Weyler,  expedido 
el  día  3 1  en  la  Habana,  ea  que  aquél  CDmunicó  que,  atendiendo  á  la 
conveniencia  de  que  su  sucesor  paliara  alojarsa  inmediatamente  en  el 
palacio  de  la  capitanía  general,  y  encontrándose  en  estado  ruinoi^o  la 
q  linta  de  los  Molinos,  se  había  embarcado  ya  en  el  vapor-correo  Mont- 
serrat. 

Añadía  el  general  Weyler  que  al  embarcarse  habíi  sido  objeto  de 


38 

entusiasta  matifestación  que— decía— le  había  emocionado,  interpretan 
dola  como  calurosa  muestra  de  adhesión  á  España  y  á  la  monarquía. 

Dícía  también  que  el  orden  era  completo  en  la  Hibana,  y  que  es- 
taba pronto  á  desembarcar  en  el  acto,  si  algo  extraordinario  ocur- 
riera. 

Mucha  sorpresa  causó  en  la  Península  el  hecho  de  haber  resignado 
el  mando  el  g;neral  Weyler  y  embarcáiose  en  el  Montserrat,  cuando 
según  se  hatía  dicho  había  manifestfido  al  Gcbierno  su  propósito  de 
esperar  la  llegada  del  geneial  B'anco  para  entregar  á  éste  la  autoridad 
que,  provisionalmente  ja,  venia  ejerciendo. 

Esta  modificación  del  programa  que  á  sí  mismo  se  trazara  el  mar- 
qués de  Teneiife,  fué  objeto  de  vaiiadcs  comentarios  y  no  se  explica- 
ba satisfactoiiamecte.  Más  tarde  la  cpinión  halló  la  explicación  en  la 
amañada  despedida  hecha  por  los  gremios. 

Mementos  antes  de  resignar  el  msndo  el  general  Weyler,  dirigió 
al  gobierno  el  acostumbrado  parte  semacal. 

Y  de  éste  resulta  que  al  salir  de  la  Habfina  el  general  había  rebel- 
des, tiroteo  y  muertes  en  las  proviccias  de  Oriente,  Puerto  Príncipe, 
Las  Villas,  Matanzas,  H-bana  y  Pinar  del  Río;  es  decir,  en   toda  la  isla. 

Preciso  es  que  conste. 


* 
*  * 


Obligado  nuestro  corresponsal  en  la  Habana  á  someter  á  la  censu- 
ra de  la  Capitanía  general  sus  telegramas  sobre  la  Manifestación,  no 
pudo  trasmitir  los  comentarios  que  de  la  opinión  sensata  merecieron 
los  últimos  actos  del  general  Weyler,  ni  fijar  el  verdadero  carácter  de 
las  demostraciones  hechas  al  ex  gobernador  general  de  Cuba,  por 
ciertos  elementos  de  la  capital. 


39 

Más  tarde  fué  de  ellos  portador  el  vapor-corieo,  y  he  aquí  lo  que 
en  su  caita  nos  dijo  nuestro  amigo  y  colaborador: 

«La  manifestación  del  viernes  (día  29)  fué,  por  los  hechos  y  las  pala- 
bras, un  acto  subversivo  y  de  protehta  contra  el  G  abierno  de  la  M  itrópoli . 

Apenas  se  concibe  que  el  general  Weyler,  conociendo  de  antema- 
no el  espíritu  que  animaba  á  los  organizadores  de  la  manifestación,  se 
prestase  á  su  realización  y  hasta  contribuyera  á  darla  calor. 

Es  indudable,  sin  embargo,  que  simuló  la  d 35 pedida  para  no  pri- 
varse de  los  agasf  jos  papulares  antes  de  que  llegase  el  nuavo  goberna- 
dor general.  No  ha  respondido  á  otro  propósito  su  embarque  en  el 
Monserrat,  ni  esta  peregrina  idea  de  aguardar  al  general  Blanco  á  bor- 
do de  dicho  trasatlántico,  en  vez  de  permanecer  en  tierra  hasta  la  en- 
trega del  mando. 

A  pesar  de  que  la  llegada  del  Alfotiso  XIII  se  demora,  el  general 
Weyler  continúa  embarcado  y  coa  propósito  de  no  saltar  á  tierra. 

Las  pal&bras  que  pronunció  al  recibir  á  la  comisión  de  manifestan- 
tes, han  parecido  inusitadas  en  labios  de  quien  todavía  era  gjneral  en 
jefe  del  ejército  de  la  isla.  Es  opinión  unáaime  de  las  personas sensa tes, 
que  revelan  despecho  y  propósitos  de  venganza. 

En  su  alocución  de  despedida  á  los  habitantes  de  la  isla,  el  general 
Weyler  emplea,  exagerándolos,  los  mismos  conceptos  de  la  comunica- 
ción que  se  publicó  en  Madrid;  alude  á  la  época  del  general  Martínez 
Campos  y  dice  que  la  faerza  y  la  justicia  estuvieron  simbolizadas  en  un 
cadáver.  (?) 

Con  extrañeza  de  muchos  españoles,  cuya  actitud  es  mental  en  es- 
tas cuestiones,  en  la^manif-stación  no  hubo  ninguna  aclamación  para 
la  madre  patria  ni  para  los  reyes,  hasta  que  un  coronel  de  caballería, 
indignado  de  lo  que  ocurría,  gritó  con  voz  estentórea:  ¡Viva  Españal, 
¡Viva  el  rey!,  ¡Viva  la  reinal  Oyéronse  en  cambio,  rabioscs  mueras  á 
la  autonomía  y  á  la  prensa. 


40 

Entriitace  considerar,  no  tan  sólo  la  situación  ea  qae  la  isla  de 
Cuba  queda  al  salir  de  aqui  el  marqué»  de  Tenerife,  sino  el  especial  y 
crítico  estado  en  qu3  se  halla  la  ciudad  de  la  Habana,  por  efecto  de  una 
agitación  que  el  ganeral  Weyler  se  ha  complacido  en  fomentar. 

Sus  últimos  actos  personales,  y  £ua  los  de  gobierno,  acusan  el  pro- 
pósito de  dificultar  la  acción  de  los  poderes  públicos  de   la  Metrópoli. 

No  contento  con  sembrar  en  el  ánimo  de  muchos  españoles  el  ger- 
men de  una  rebeldía  latente,  dice  se  que  ha  tratado  de  ganar  la  volun- 
tad del  ejército  haciendo  á  última  hora  extraordinarias  propuestas  de 
recompensas,  en  cantidad  y  calidad  tales,  que  difícilmente  les  podrá  dar 
su  aprobación  el  ministro  de  la  Guerra. 

Circulan  diferentes  proclamas  de  los  laborantes  contra  la  autono- 
mía. En  ellas  se  habla  de  la  despedida  al  general  Weyler,  de  su  mando 
y  de  la  reconcentración,  con  paltbras  que  creo  inútil  consigaar. 

Los  que  sienten  de  veras  el  patriotismo,  cualquiera  que  sea  el  par- 
tido en  que  militan,  creen  que  el  nuevo  gobernador  general  debe  con- 
sagrarse preferentemente  á  restaurar  la  paz  moral  en  la  Habana.» 


* 
*  * 


Generales  censuras  y  juicios  s3verísimos  mereció  de  la  opinión 
imparcial  y  neutra  de  la  Península,  la  conducta  inexplicable  é  insólita 
del  general  Weyler. 

Lo  que  mayormente  la  indujo  á  censurarle  fué  la  gestión  desdicha- 
da, el  fruto  tan  escaso  que  sacó  de  los  enormes  sacrificios  que  la  na- 
ción había  hecho,  durante  los  veinte  meses  que  dicho  señor  dirigió  los 
asuntos  de  la  guerra  en  la  gran  Antilla.  Lo  que  á  veces  la  irritó  y  seguía 
irritándola,  fué  el  sistema  aplicado  h«sta  la  última  hora  de  su  mando  y 
reducido  á  no  decir  nunca  al  pueblo  español  la  verdad.  ¡Aún  no  había 
abandonado  las  aguas  de  Cuba  el  vapor  á  cuyo  bordo  regresaba  á    la 


41 

Península  el  ex-gobernador  general,  cuando  el  cable  nos  anunció  que 
en  la  provincia  que  se  había  dado  por  la  más  pacificada,  en  Pinar  del 
Río,  una  partida  de  cuatrocientos  rebeldes  sostenía  ruda  pelea  con  núes 
tros  soldados  y  nos  causaba  ocho  muertos  y  veinticinco  heridos  graves! 

Semejantes  ofensas  inferidas  un  día  y  otro  día  al  buen  sentido  na- 
cional, arrancaron  frases  acerbas  de  labios  de  la  opinión,  y  si  de  ta'es 
durezas  fuera  precisa  la  justifi;ación,  á  darla  bastaría  la  increíble  é 
incalificable  conducta  del  general  Weyler  en  los  postrimeros  momen  - 
tos  de  su  mando. 

Ordenóle  el  Gobierno  que  entregase  personalmente  el  mando  de 
la  isla  al  capitán  general  marqués  de  Peña  Plata,  y,  á  pesar  de  esa 
orden,  con  un  pretexto  pueril,  que  apenas  admite  ni  ese  nombre,  el 
marqués  de  Tenerife,  horas  antes  de  la  llegada  de  su  sucesor,  abandona 
el  palacio  de  la  capitacíi  y  se  dirige  al  vapor  Montserrat,  y  embarca 
en  él,  cual  si  estimase  en  un  ardite  las  disposiciones  del  gobierno  su- 
premo de  la  nación. 

Muy  interesante  debía  de  ser  para  el  general  Weyler  la  manifes- 
tación que  sus  amigos  le  prepararan,  mucho  debía  de  importarle  que 
con  la  llegada  del  general  Blanco  no  se  frustrase  tan  fecundo,  expon - 
táneo  y  patriótico  movimiento;  peí  o  debiera  y  hubiera  debido  intere- 
sarle más  la  disciplina,  la  cual  no  quedó  con  tales  ejemplos  muy  bien 
parada,  é  importarle  superiormente  el  juicio  quede  cómo  se  cumplen 
las  disposiciones  del  Poder  público  en  el  Estado  eypañol  por  sus  mismos 
y  más  altos  funcionarios,  y  cómo  se  expresan  éstos  tocante  á  los  actos 
de  aquél,  hubieron  de  formar  los  pueblos  de  América  y  de  Europa. 


Blanco  6 


1^  ■■■»«■»■  uiMliimMiu uniniMMMtMMIIIHitlUllllUBHllIKilUtMllllllll.MiMiMMiliolUliniWw*     UiliiimiinullllMUIIIIIIlllUiiHiinMnilllllllllllllllHlllllirrillIli»».  «^ 

*•«  jiMiiuaiii'MtuBiiiwt-'tifiim'--*    iiniiuiM —My <>iiiH*»T«i»  -   irriiiiiiinini  -■  ■►* •i'hmiiihiiuik»  ■-^^nwiiii"'iii"iniiriii"iHyiiwiiMnnw"  •     )♦ 


CAPITULO    IV 


Llegada  del  general  Bianco.  — Weyler  &  bordo  del  Alfonso  XIII. — Conferencia  de  los  dos 
generales. ^ El  desembarco  del  marquéd  de  Peña  Plata. — Eotusiaeta  acogida  del  pueblo 
cubano. — Alocución  del  nuevo  capitán  general  de  Cuba  á  los  habitantes  de  la  isla. — 
Las  primeras  impresiones  del  general  Blanco. — Influencia  benéfica  de  las  reformas  en  el 
campo  insurrecto. — Impresiones  de  los  presentados. — Pretexto  inutilizado. — Una  carta 
de  Máximo  Gómez. — La  opinión  de  los  laborantes  separatistas. — Declaraciones  del  gene- 
ral Blanco. — Esperanzas. 


las  siete  de  la  mañaoa  del  3 1   de  Octubre  eatró  en   el 

puerto  de  la  Habaaa  el  vapor  correo  Alfonso  XIII, 

que  conducía  al  general  Blanco  y  su  Estado  mayor. 

En  la  bahía  y  muelles  reinaba  gran   movimiento 

haciendo  los  preparativos  para  recibir  al  nuevo  gobernador  y 

capitán  general  de  la  gran  Antilla. 

Todos  los  remolcadores  estaban  engalanados,  así  como  los 
muelles  y  los  edificios. 
Las  comisiones  receptoras  acudían  á  los  muelles,  que  iba  invadien- 
do la  muchedumbre. 

Inmediatamente  que  fondeó  en  bahía  el  Alfonso  XIII  pasó  el  gsne- 
ral  Weyler  á  saludar  al  marqués  de  Peña  Plata,  su  sucesor,  y  hacerle 
entrega  del  mando  superior  de  la  isla. 

Ambos  generales  conferenciaron  por  espacio  de  hora  y  media,  y 
terminada  la  entrevista,  de  cuyo  detalle  no  tenemos  noticia,  despidióse 


43 

el  general  Weyler  con  mucho  f  fscto  de  todos  y  volvió  á  bordo  del 
Montserrat,  que  debía  zarpar  á  la  una  de  la  tarde. 

Al  dar  fjndo  el  Aljonso  XIII,  rodeáronle  innumerables  embarca- 
ciones desde  donde  se  aclamó  al  general  Blanco,  al  rey,  á  la  reina  y  á 
Cuba  española. 

A  las  diez  de  la  mañana  veinte  y  un  cañonazos  anunciaron  el  des- 
embarco del  general  Blanco. 

Las  tropas  y  voluntarios  cubrían  la  carrera,  sonaron  las  músicas,  y 
una  inmensa  multitud  agolpóse  en  el  muelle  y  en  las  calles  por  donde 
había  de  pasar  el  general,  que  fué  acogido  con  verdadero  entusiasmo  y 
con  vivas  á  Cuba  Española. 

En  el  largo  trayecto  que  recorrió  el  general  Blanco  no  dejó  de  es- 
cuchar un  sólo  instante  las  aclamaciones  de  la  mult.tud  á  su  persona, 
al  ejército,  á  España  y  á  Cuba  española. 

Al  llegar  frente  á  la  Capitanía  fué  aclamado  el  marqués  de  Peña 
Plata  por  el  inmenso  público  que  llenaba  la  Plaza  de  Armas  y  todas 
las  calles  adyacentes. 

Los  acordes  de  las  músicas  se  mezclaban  á  las  aclamaciones  de  la 
muchedumbre,  que  llevaba  banderas  nacionales. 

En  los  salones  del  palacio  de  la  Capitanía  ganeral  no  se  podía  dar 
un  paso:  todos  ellos  rebosaban  materialmente  de  gente. 

El  general  asomóse  al  balcón  y,  después  de  saludar  al  pueblo  cu- 
bano, dio  vivas  á  España,  al  rey  y  á  Cuba  española,  que  fueron  contes- 
tados por  la  multitud  con  verdadero  frenesí. 

Siguidamente  las  comisiones  civiles  y  militares  y  de  los  partidos 
insulares  saludaron  y  cumplimentaron  al  nuevo  gobernador  general, 
quien  contestó  £Í¿ctuosamente  á  todos,  diciendo  que  esperaba  que  todos 
seguir  an  prestando  á  la  patria  su  concurso  leal  y  eficsz  para  terminar 
una  rebelión  indigna,  causa  de  la  ruina  de  Cuba. 


44 


* 

*  ♦ 


Al  hacerse  cargo  y  tomar  posesión  el  general  B.anco  del  mando 
superior  de  Cuba,  dirigió  á  los  habitante»  de  la  isla  la  alocución  si- 
guiente: 

«...  Vuelvo  entre  vosotros,  no  sin  preocupaciones,  pero  lleno  de 
sinceridad,  de  buen  deseo  y  de  esperanzas.  Dichoso  me  llamaré  si  logro 


LUYANO    (Habana) 


dtjar  salvados  los  intereses  de  España,  más  queridos  para  mí  que  si 
fueran  míos,  que  el  gobierno  me  ha  confiado. 

»Eocárgame  éste  de  plantear  las  reíormss  que  constituyen  su  pro- 
grama, las  cuales,  además  de  conceder  á  Cuba  el  self  gubeicnemfnt,  han 
de  afirmar  la  soberanía  de  España. 

»Para  ser  intérprete  fiel  del  gobierno  que  squl  me  envía,  propón- 
gome  seguir  una  politici  de  expansión,  de  generosidad  y  de  olvido, 
encaminada  á  restablecer,  por  medio  de  la  lib2rtad,  la  paz  en  Cuba. 


45 

»Yo  vengo  er  cargado  de  hacer  á  todos  justicia,  de  abrir  plsza  á 
todo  interés  legítimo,  de  restablecer  la  riqueza  y  la  prosperidad  de 
este  hermoso  país,  esperando  que  todos  contribuyáis  á  esta  obra  en  que 
España  quiere  acreditar  todo  el  amor  que  siente  hscía  ésta  su  hija  pre- 
dilecta. 

»Yo  vengo  á  arrojar  déla  isla  al  enemigo  que  empuña  las  armas 
contra  la  madre  patria. 

»Vengo,  en  fin,  para  proteger  á  cuantos  vivan  al  amparo  de  la  ley; 
pero  también  para  hacer  sentir  con  toda  energía  el  rigor  de  las  armas  á 
los  ingratos,  á  los  obstinados  y  pertinaces  que  pretendan  continuar  los 
horrores  de  la  guerra  en  este  lico  suelo  que  España  descubrió  é  hizo 
prosperar». 

Seguía  después  otra  alocución  dedicada  á  saludar  á  los  soldados,  á 
los  marinos,  á  los  voluntarios  y  al  cuerpo  de  bomberos. 


* 


I 


El  día  2  de  Noviembre  recibióse  en  el  ministerio  de  Ultramar  un 
cablegrama  del  general  Blanco,  en  el  que  éste  reflejaba  y  trasmitía  al 
Gobierno  sus  impresiones  respecto  á  las  consecuencias  que,  en  su  sen- 
tir, produciría  la  implantación  en  Cuba  del  nuevo  régimen  político. 

El  gobernador  general  de  Cuba,  después  de  oir  la  opinión  de  mu- 
chas de  las  personas  de  mayor  arraigo  y  más  caracterizadas  de  la  Ha 
baña,  veía,  como  ellos,  que  la  insurrección  resultaría  profundamente 
quebrantada  con  la  instauración  de  la  autonomía. 

Aseguraba  que  se  había  reanimado  extraordinariamente  el  espíritu 
público  y  que  se  esperaba  con  impaciencia  y  con  deseo  el  estableci- 
miento definitivo  del  nuevo  régimen,  por  considerársele,  generalmen- 
te, como  medio  eficaz  para  obtener  el  restablecimiento  de  las  normali- 
dades en  Cuba. 


415 

Y,  por  último,  aun  cuando  de  pasada,  hacía  constar  que  su  presen- 
cia en  la  isla  había  sido  acogida  por  la  generalidad  de  sus  habitantes 
con  marcadas  muestras  de  simpatía. 

Comenzaba  á  sentirse,  en  efecto,  la  influencia  beneficiosa  para  Es- 
paña del  cambio  de  política,  en  el  centro  mismo  de  la  insurrección,  en 
Las  Villas,  allí  donde  desde  la  Navidad  del  96  estaba  acampado  Máxi- 
mo Gómez.  No  lo  decimos  nosotros:  lo  atestigua  quien,  si  hubiera  pe- 
dido, desacreditara  los  electos  del  nuevo  régimen. 

Coincidiendo  con  las  halagüeñas  impresiones  del  marqués  de  Peña 
Plata,  escribía  en  13  de  Octubre  un  periódico  de  la  ciudad  de  Reme- 
dios (Las  Villas),— que  recibimos  por  el  último  correo  llcgido  á  la  Pe- 
nínsula el  propio  mes— defensor  desde  el  grito  de  Baire  de  «la  guerra 
por  la  guerrí»  y  sfiliado  al  partido  de  Unión  Constitucional,  lo  que 
copiamos  textualmente: 

«Varios  de  los  presentados  en  estos  días  aseguran  qu3  en  el  monte 
se  está  desarrollando  un  cisma  por  la  diversidtd  de  pareceres  y  modo 
de  pensar  entre  blancos  y  negros,  con  respecto  á  las  reformas  políticas. 

»En  efecto;  los  liberales  que  están  en  armas  ó  ios  que  lo  fueron, 
están  dispuestos  á  presentarse  en  cnanto  se  proclame  en  Cuba  la  auto- 
nomía. 

»Los  de  color,  por  el  contrario,  no  están  dispuestos  á  la  presenta- 
ción, y  con  la  mayor  intransigencia  piden  la  continuación  de  la  guerra. 

»Se  explica  muy  bien  este  dualismo  de  pareceres,  por  las  diversas 
aspiraciones,  educación,  ilustración  y  manera  de  ser  de  una  y  otra 
raza. 

)>E1  negro  en  el  monte  tiene  dos  pretensiones:  primera,  la  prepon- 
derancia de  su  raza;  segunda,  la  perpetuidad  de  la  revolución  que  le  ha 
de  proporcionar  elementos  y  recursos  para  conseguir  aquélla. 

»E1  blanco  no  tiene  otra  que  la  de  conseguir  el  triunfo  de  su  ideal 
político. 


»Coiiseguido  éste,  en  parte  ó  en  todo,  claro  es  que  ha  de  volver  á 
la  legalidad. 

»Ningún  autonomista  que  piejise,  ningún  cubano  ilustrado  conoce- 
dor de  la  revolución  actual,  quiere  hoy  la  independencia  ni  tampoco  la 
continuación  de  ¡a  guerra.  Lo  que  quiere  es  la  autonomía  y  la  pa^. 

»De  esta  diversidad  de  opiniones  ha  de  resultar  ahora  en  el  campo 
enemigo  una  división,  un  cisma  entre  blancos  y  negros  que{zovao  en  la 
guerra  pasada)  ha  de  facilitar  mucho  la  terminación  de  la  guerra  y  la 
consecución  de  la  pa^». 


* 
*  * 


Tal  decía  un  periódico  cubano,  al  sólo  anuncio  de  un  cambio  de 
régimen  político  en  la  isla.  No  afirmaban  lo  mismo,  ni  cosa  parecida, 
algunos  de  sus  colegas  y  correligionarios  de  la  Habana;  pero  hay  que 
advertir  que  éstos  estfiban  lejos  del  teatro  de  la  acción,  y  aquéllos  muy 
cerca,  y  que  los  que  escribían  casi  desde  el  campo  de  batalla  en  el  ter- 
ritorio de  Las  Villas,  en  el  centro  mismo  de  la  insurrección,  oyendo  á 
los  pacíficos  reconcentrados  que  llegaban  del  monte  sufriendo  las  pena 
lidades  de  la  lucha,  tenían  hartos  más  motivos  para  conocer  el  espíritu 
de  la  rebeldía  que  los  que  respiraban  la  atmósfera  ficticia  de  las  mani- 
festaciones oficiales. 

Dando  todo  el  valor  que  tienen  á  las  impresiones  de  los  presenta- 
dos en  Remedios,  cabe  sentar  la  siguiente  afirmación: 

Si  antes  de  lo  que  pudiera  llamarse  el  debut  del  régimen  autonó- 
mico, se  afirmaba— y  no  por  nadie  interesado  en  el  triunfo  de  las  nue- 
vas ideas— que  los  blancos  que  estaban  en  armas  hallábanse  dispuestos 
á  presentarse  en  cuanto  se  proclamara  en  Cuba  la  autonomía,  y  se  aña- 
día que  ningún  cubano  ilustrado,  conocedor  de  la  revolución  actual, 
quería  la  independencia  ni  tampoco  la  continuación  de  la   guerra,  ha- 


48 

bía  que  esperar  racionalmente  que  la  actitud  favorable  á  la  obediencia 
á  la  patria,  se  acentuaría  luego  que  los  proyectos  se  convirtieran  en 
realidades  tangibles. 

Además,  para  cualquiera  persona  medianamente  observadora  ea 
perceptible  que  en  las  líneas  que  á  sus  planes  habían  trazado  los  labc- 


TIPOS  INSURRECTOS  DE  LAS  PARTIDAS  DE  CALIXTO  GARCÍA 


rantes  norteamericanos,  y  quizás  los  miembros  de  su  gobierno,  se  ha- 
bía atravesado  la  nueva  situación  política  formada  en  nuestro  país. 

Con  su  actitud  conciliadora,  con  sus  proyectos  de  amplias  refor- 
mas, con  el  relevo  del  general  Weyler,  el  ministerio  español  quitó  al 
de  Washington  los  pretextos  en  que  éste  parecía  apoyarse  para  ofre- 
cerse ante  el  mundo  civilizado  como  simpatizador  con  el  débil  y  opre  • 
so,  deseoso  de  la  paz  y  representante  de  los  sentimientos  humanitarios 
heridos  por  cruentísima  y  prolongada  guerra. 


49 


SltRRA    IJÜL   COBRE  (Santiago  de   Cuba) 


Blanco  7 


50 

Esta  hipocresía  no  era  posible  ya.  Había  caído  al  suelo  el  antifaz 
con  que  se  cubría  el  rostro  la  codicia  yankee.  Pero  como  la  avidez  y  el 
afán  con  que  perseguía  íqtélla  su  presa  eran  en  el  fondo  los  mismos, 
debíamos  tener  la  certidumbre  de  que  sé  nos  buscaría  las  vueltas  por 
otro  lado... 

El  sistema  de  guerra,— si  es  que  se  puede  llamar  sistema  á  ello, — 
empleado  por  el  general  Weyler  en  Cuba,  la  política  toda  desarrollada 
allí  por  el  marqués  de  Tenerife  eran  el  auxiliar  más  tficazde  la  empre- 
sa perseguida  por  los  que  odiaban  á  España  y  codiciaban  la  hermosa  y 
desventurada  perla  de  nuestras  Antillas. 

La  justicia  y  la  humanidad  les  tenían  sin  cuidado  á  esos  adorado- 
res del  negocio;  pero  servíales  demasiado  bienio  que  estaba  ocurriendo 
en  Cuba  y  que  Europa  sabía  por  los  corresponsales  de  su  prensa  pe- 
riódica. 

Por  esta  razón  al  acabárseles  el  pretexto  echaron  mano  de  Mr.  Tay- 

lor,  su  ex-ministro  plenipotenciario  en  Madrid,  para  que  este  perfecto 
caballero  dijera  que  de  todas  suertes  el  resultado  sería  el  mismo,  por- 
que España  carecía  de  aptitudes  para  tener  bajo  su  soberanía  colonias 
como  la  isla  de  Cuba.  Pero  esto  no  engsñó  á  Europa  ni  América,  antes 
bien  descubrió  con  sobrada  claridad  el  juego  de  esos  pretendidos  apa- 
gadores del  incendio,  al  cual  no  cesaban  de  arrojar  combustibles. 


* 

*  * 


Los  periódicos  de  Nueva  York  publicaron  el  día  2  una  carta  de 
Máximo  Gómez,  el  titulado  generalísimo  de  los  separatistas  cubanos. 

Ea  ella  insistía  el  famoso  cabecilla  dominicano  en  declarar  que 
debían  rechazar  los  cubanos  la  autonomía,  cualquiera  que  fuese  su  ca- 
rácter, siempre  que  fuera  ofrecida  por  España. 

Después  añadía  el  titu'ado  genfral: 


51 

«Nuestra  actitud  en  el  campo  de  batalla  es  nuestro  mejor  pro- 
grama.» 

«Hemos  recibido  recientemente  de  los  Estados  Unidos  una  impor- 
tante expedición  de  armas  y  municiones  y  pronto  habrá  de  oir  España 
de  nuestros  rifles  viriles  protestas  contra  su  falacia.» 

La  Lucha  de  la  Habana  hizo  una  información  para  conocer  lo  que 
pensaban  los  jefas  de  la  insurrección  residentes  en  los  Estados  Unidos 
acerca  de  la  autonomía  que  el  gobierno  iba  á  conceder  á  Cuba. 

Consultado  al  efecto  Estrada  Palma,  representante  en  Nueva  York 
del  «gobierno  provisional  cubano»;  Enrique  J.  de  Varona;  el  periodista 
y  poeta  cubeno  Francisco  Sellen;  el  doctor  Henry  Lincoln  de  Zayas;  el 
coronel  López  de  Qaeralta,  que  hizo  la  guerra  de  los  diez  años;  el  abo- 
gado Carlos  Párraga;  Samuel  Tolón,  refinador  de  azúcar;  el  abogado  y 
periodista  Nicolás  Heredia;  el  célebre  Trujillo,  director  de  El  Porvenir, 
y.  el  brigadier  y  cirujano  Agramonta,  todos  estuvieron  unánimes  en 
declarar  que  la  autonomía  no  satisfacía  á  los  insurrectos  y  que  éstos  no 
querían  más  que  la  independencia. 

Tal  era  la  opinión  de  los  laborantes  que  residían  en  los  Estados 
Unidos  y  que  allí  representaban  á  los  del  campo  y  les  ayudaban  con 
expediciones. 


*** 


En  la  visita  de  cortesía  que  los  corresponsales  en  la  Habana  de  pe 
riódicos  norteamericanos  rindieron  el  día  2  al  nuevo  capitán   general 
de  Cuba,  hizo  el  general  Blanco  declaraciones  muy  explícitas. 

«Muy  pronto,— les  dijo, — se  verá  la  sinceridad  con  que  España 
practica  la  nueva  política  en  Cuba,  que  se  implantará  en  cuanto  se 
complete  el  censo. 

»Creo  que  este  será  un  medio  eficacísimo  para  lograr  la   completa 


52 

y  definitiva  pacificación  en  la  isla;  pero  si  desgraciadamente  no  fuere 
así,  contestaré  á  la  guerra  con  la  guerra,  si  bien  lamentando  como  el  que 
más  el  verme  en  la  triste  necesidad  de  tener  que  derramar  más  sangre. 

2)Es  absolutamente  falso  y  hasta  injurioso  que  yo  piense  entrar  en 
componendas  ni  tratar  con  los  rebeldes.  Eso  lo  impide  la  dignidad  de 
España  y  mi  propia  dignidad;  pero  recibiré  con  los  brazos  abiertos  á 
cuantos  olvidando  sus  lamentables  errores  vuelvan  á  la  normalidad  y 
á  la  paz.» 

Dijo,  además,  el  general  Blanco  á  los  periodistas  yanquis,  que  él  no 
había  censurado  Jos  planes  de  su  antecescr  en  el  mando  de  la  isla. — 
«Lo  que  si  declaro,— añadió,— es  que  los  míos  son  distintos.» 

Pronto,  muy  pronto  daré  las  oportunas  órdenes  para  que  sea  mo- 
dificado el  bando  relativo  á  la  reconcentración  de  pacíficos,  porque  yo 
no  bago  la  guerra  contra  mujeres  ni  contra  niños. 

»También  dispondré  en  seguida  que  se  amplíen  las  zonas  de  cul- 
tivo, dejando  que  los  campesinos  que  salgan  á  trabajar  puedan  vivir.» 

Por  último,  dijo  el  general,  que  no  creía  sobreviniera  ningún  con- 
flicto entre  España  y  los  Estados  Unidos,  y  que  era  inexacto  que  las 
reformas  políticas  á  punto  de  ser  planteadas  obedecieran  á  ninguna 
clase  de  presiones  ni  á  otra-cosa  que  al  generoso  deseo  de  España  de 
mejorar  y  engrandecer  la  isla  de  Cuba. 

Por  momentos  crecentaban  las  impresiones  optimistas  que  por  dife- 
rentes conductos  recibía  el  general  respecto  al  estado  del  país  resuelta- 
mente favorible  al  término  de  la  guerra  por  la  autouomía. 

Se  propagaba  la  confianza  en  la  proximidad  de  la  paz  y  reinaba 
gran  animación  entre  los  elementos  liberales  de  la  isla. 

Entre  la  salida  del  destituido  gobernador  general  de  Cuba  y  la  lle- 
gada de  su  sucesor,  medió  una  inmensidad  de  tiempo,  aunque  en  reali- 
dad no  hubiera  más  que  una  diferencia  de  horas. 

Entre  la  ruta  que  habíamos  abandonado  y  la  que  habíamos  empren- 


53 

dido,  aunque  no  se  viera  ninguna  interrupción,   medió  una  inmensi- 
dad de  espacio. 

Y  esto  hizo  concebir  á  la  opinión  grandes  esperanzas  en  el  logro 
de  la  paz,  sumo  ideal  de  los  españoles  de  la  Península  y  de  los  españo- 
les de  Cuba. 


-•-4-^4^-^^ 


CAPITULO    V 


La  acción  moral. — Esperando  en  calma. — Información  acerca  del  verdadero  estado  de  la  re- 
belión en  las  provincias  pficialmente  pacificadas. — La  provincia  de  Pinar  del  Río. — Gra- 
ves noticias. — Blanco  y  Weyler. — Deedichab  y  errores. — Cambio  de  situación. — Circular 
al  ejército. — ¡Adelanti  I — Pot  mejor  camino. — Dos  desengaños. — Un  voto  y  un  deseo. 


KAN  de  buen  agüero  los  telegramas  que  empezaban  á  lle- 
gar de  Cuba. 

No  nos  referimos  únicamente  á  la  esperanza  que  allá 
despertaban  las  soluciones  autonomistas;  nos  referimos, 
§   ante  todo,  á  la  saludable  reacción  que  se  iniciaba  en  los  espíri- 
tus, y  al  acierto  de  las  primeras  disposiciones  con  que  había 
inaugurado  su  gestión  el  marqués  de  Peña  Plata. 

Excelente  y  eficacísimo,  á  nuestro  humilde  entender,  íué 
el  remedio  con  que  se  trató  de  curar  y  salvar  la  isla;  pero  para  que 
ejercida  su  benéfica  acción  era  preciso  que  antes  se  devolviera  un  poco 
de  fé  á  los  ánimos  abatidos  y  un  poco  de  fuerza  á  los  organismos 
exhaustos. 

A  ello  había  de  contribuir  en  gran  manera  el  trabajo  preparatorio 
del  general  Blanco,  quien  para  proteger  las  personas  y  las  cosas  decidió 
facilitar  los  medios  de  transporte,  permitir  dentro  de  limites  razonables 
el  acarreo  de  los  frutos,  mejorar  la  situación  angustiosa  de  los  concen- 
trados y  extender  cuanto  fuera  dable  las  zonas  de  cultivo. 


55 


Realizárase  así  una  obra  de  alta  hucaaaidad  y  una  empresa  de  po 
sitiva  conveniencia. 

Nada  nos  había  causado  tanto  daño,  en  el  concepto  universal,  como 
el  relato  de  los  horrores  producidos  por  la  concentración  y  aumentados 
por  el  sentimentalismo  ó  por  la  aviesa  voluntad  de  los  comentaristas 
extranjeros. 

Por  motivada  que  hubiese  estado  la  política  ó  la  estrategia  que 

retenía  millares  de  criaturas  al- 
rededor de  las  pobL  clones  á  las 
que  no  se  les  suministraba  ni 
albergue,  ni  pan,  ni  medicinas, 
jamás  ante  la  Europa  cristiana 
aparecerá  justificada  la  necesi- 
dad de  tan  extremados  recursos. 
De  ahí  vino  el  clamoreo 
que  levantó  la  prensa  interna 
cioaal,  y  que  no  surgía  tan  sólo 
de  las  publicaciones  esencial- 
mente políticas,  sino  también  de 
las  consagradas  á  las  letras,  las 
ciencias  y  las  artes. 

Con  escándalo  mayor  que 
los    grandes  diarios,    hablaron 
las  revistas  blancas  ó  f  zules  de  París  y  de  Londres. 

Existía  ya  una  leyenda  parecida  á  las  de  Polonia  y  Armenia, 
cuyas  exageraciones  iban  en  aumento  y  contra  la  cual  nada  podía  ni 
servía  la  rectificación  de  algunos  escritores  imparcisles.  ¿Cómo  había 
de  servir  si  aun  los  que  proclamaban  la  substantividad  de  nuestro  dere- 
cho condenaban  de  paso  la  severidad,  la  injustificada  crueldad  de  núes 
tra  conducta? 


SEGUNDO  DEL  CABECILLA  PERICO  DÍAZ 


56 

Arbitrarias  é  injustas  fueron  las  apreciaciones  á  que  aludinaos;  pero 
aunque  las  desmentiéramos  coa  pruebas  y  testimonios  irrefutables, 
nuestra  voz  no  pasaba  más  allá  de  las  fronteras,  y  la  de  nuestros  apasio- 
nados acusadores  resonaba  por  todo  el  mundo. 

«No  importa,»  dirían  tal  vez  los  qu?  usan  y  abusan  de  esa  frase 
tan  grata  á  los  oídos  españoles.  Pero  se  engañaban  al  decirlo,  porque 
del  crédito  en  el  exterior,  tanto  como  de  los  medios  y  energías  interio- 
res, viven  hoy  todos  los  pueblos. 

¿Qué  no  nos  sucediera  á  nosotros,  obligados  á  arrostrar  dos  gue- 
rras terribles  y  á  sufrir  las  abrumadoras  imposiciones  del  cambio? 

Sí;  discretas,  equitativas  y  convenientísimas  fueron  las  primeras 
disposiciones  del  último  gobernador  general  de  Cuba. 

Reanimados  en  la  grande  Antilla  los  espíritus  y  destruido  en  el 
concepto  de  Europa  la  siniestra  fábula  de  iiuestros  rigores,  la  empresa 
magna  de  la  pacificación  fué  de  esperar  llegara  con  mayor  facilidad  á 
dichoso  término. 

Prevalecería  siempre  nuestro  indiscutible  derecho;  pero  prevalece- 
ría más  pronto  auxiliado  por  la  rectitud  de  nusstras  intenciones  y  san- 
tificado per  la  humanidad  de  nuestra  conducta. 

Los  despachos  del  general  Blanco  y  de  los  corresponsales  refleja- 
ban un  optimismo,  cuyos  fundamentos  desconocíamos  todavía,  y  que 
por  eso  nos  abstenemos  de  juzgar.  Animado,  sin  duda,  por  estos  infor- 
mes, y  quizás  también  por  otros,  mostrábase  el  ^gobierno  dispaesto  á 
comenzar  la  serie  de  decretos  preparatorios  de  la  autonomía,  y  empe- 
zaba á  asentar  las  bases  de  la  obra  con  algunos  nombramientos  de  ca- 
racterizados autonomistas. 

Píoponíase  también  el  Gabinete  liberal,  á  la  vez  que  rogar  á  Dios 
por  la  paz  con  el  desarrollo  de  la  nu3va  acción  política,  dar  fuerte  con 
el  mazo  de  la  gueria  en  los  que  peleaban  contra  España  en  la  manigua. 
No  hay  que  negar,  al  propio  tiempo,  que  se  habían  desvanecido  algún 


57 

tanto  las  ilusiones  de  aquellos  espíritus  románticos  que  soñaban  con  la 
eficacia  pacificadora  de  las  libertades  políticas  y  administrativas  que 
ansiaban  introducir  en  nuestros  últimos  territorios  americanos. 

Es  un  hecho,  que  mientras  los  partidarios  de  la  sola  acción  política 
soñaban  en  la  eficacia  de  sus  ideales,  los  filibusteros  desembarcaban 
armas  y  municiones  con  más  prisa  que  nunca,  en  previsión  de  que  se 
les  secase  el  copioso  caudal  de  recursos  militares  que  para  ellos  manaba 
de  los  Estados  Unidos.  Y,  seguramente  que  su  acopio  no  sería  para 
regalárnoslas  al  someterse. 

Da  no  tener  ese  objeto  es  indudable  que  eran  para  la  guerra,  la 
cual  iba  á  seguir  lo  mismo  que  antes,  dependiendo  su  terminación, 
principalmente,  de  la  pericia  y  buena  voluntad  de  ios  directores  de  la 
nueva  campaña. 

De  lo  que  con  esas  dos  cualidades  se  podía  hacer  todavía  sin  gran- 
des sacrificios  de  la  ya  harto  sacrificada  E-paña,  dio  excelente  testimo- 
nio el  buen  estado  de  fuerzas  de  las  tropas  que  estaban  en  el  Camagüey 
á  las  órdenes  del  general  Jiménez  Castellanos.  Los  batallones  de  aquel 
distrito  se  encontraban  cssi  completos  y  tenían  la  mayor  parte  de  la 
gente  sana  y  en  condiciones  de  seguir  operando,  muy  al  contrario  délo 
que  sucedía  en  las  provincias  occidentales  y  en  Santiago  de  Cuba, 
donde  había  cuerpos  que  apenas  se  componían  de  unas  cuantas  doce- 
nas de  hombres. 

¿Qué  mejor  demostración  de  que  las  infinitas  bajas  que  las  enfar 
medades  habían  hecho  en  nuestras  filas  no  eran  obra  solo  del.  clima  de 
Cuba,  sino  de  la  incapacidad  y  de  otras  causas?  Donde  había  habido  un 
general  capaz  y  cuidadoso,  la  mortalidad  había  sido  escasa. 

Por  lo  mismo  que  esto  es  cierto  y  que  el  mal  estaba  más  en  los 
hombres  que  en  la  Naturaleza,  no  se  debía  desesperar  del  remedio  y 
podíamos  confiar  en  que  las  operaciones,  cuyo  próximo  comienzo  anun- 
ciaba el  telégrafo,  fu  sen  más  decisivas  que  la?  anteriormente  empren- 

BlaNCX)  8 


58 

didas,  tanto  ó  más  eficaces  que  las  reformas  políticas  y  menos  mortífe- 
ras para  nuestro  sufrido  ejército.  Con  todo  eso  podríamos  escusar  el  en- 
vío de  más  expediciones,  satisfaciendo  así,  al  par  que  un  interés  de  hu  - 
manidad,  una  legítima  aspiración  del  país. 


**.♦ 


Debido  á  minuciosas  averiguaciones,  practicadas  por  nuestro  celo- 
so corresponsal  en  la  Habana,  para  in^'jirir  el  verdadero  estado  de  la 
rebelión  en  las  provincias  que  oficialmente  dejó  pacificadas  el  general 
Weyler,  recibimos  exactísimos  informes  referentes  á  la  provincia  de 
Pinar  del  Río,  basados  no  en  referencias  oficiales,  sino  en  relatos  he- 
chos por  personas  llegadas  del  teatro  de  la  guerra,  y  que  habían  estado 
y  vivido  en  el  campo  con  los  rebeldes. 

Según  esas  personas,  había  en  la  provincia  de  Pinar  del  Río,  al  co- 
menzar el  mes  de  Noviembre,  unos  mil  insurrectos,  bastante  bien  ar- 
mados con  fusiles  RemÍDgton  y  más  qae  bien  provistos  de  cartuchería. 

Al  frente  de  esas  fuerzas  enemigas  se  hallaba  el  cabecilla  Perico 

Díaz. 

En  algunas  zonas  contaban  los  insurrectos  con  provisiones,  y  has- 
ta tenían  ganados.  En  otras  les  era  muy  dilí^il  adquirir  viviendas. 

Casi  todos  los  rebeldes  iban  desnudos,  y  eso  qu3  en  las  expedicio- 
nes que  últimamente  habínn  desembarcado  en  aquellas  costas,  les  en- 
vió la  Junta  laborante  de  Nueva  Yoik  algunas  ropas. 

En  el  campo  insurrecto,  las  enfermedades  producían  granies  estra- 
gos, pudiendo  asegurarse  que  todos  los  rebeldes  de  Pinar  del  Río  esta- 
ban enfermos  de  paludismo.  Además,  la  viruela  producía  entre  ellos 
numerosas  víctimas,  y  como  aun  cuando  contaban  con  médicos  más 
que  suficientes,  las  medicinas  escaseaban  mucho,  no  podían  por  ello 
combatir  con  mediano  éxito  siquiera  tantas  calamidades. 


59 

Eatreellos  no  existían  disgastos,  antes  tan  frecuentes  por  la  dife- 
rencia de  raza;  pero  persistían  con  igual  encono  las  diferencias  y  aun 
la  lucha  entre  orientales  y  occidentales,  sin  distinción  de  blancos  y  ne- 
gros. 

«Dado  el  prestigio  que  en  toda  la  provincia  de  Pinar  del  Río  goza- 
ba merecidamente  el  general  Bsrnal  y  los  nuevos  procedimientos  que 
comienzan  á  plantearse,  tengo,  y  no  vacilo  en  proclamarlo  así,  plena 
confianza  en  un  cercano  éxito». 

Idénticos  trabajos  se  habían  empezado  á  hacer  en  las  demás  pro- 
vincias de  la  isla  hasta  la  trocha  del  Júcaro,  esto  es,  en  todo  el  territo- 
rio que  dejó  pacificado  el  general  Weyler. 

«El  otj  3to  principal  de  esta  campaña — que  en  realidad  comienza 
muy  bien— es  establecer  el  contacto  con  el  país,  para  lo  cual  conviene 
además  resolver  pronto  y  acertadamente  la  provisión  de  los  cargos  ci- 
viles». 

9 

* 
*  * 

Del  propio  corresponsal  recibimos  por  correo  otro  interesante  in- 
forme fechado  en  la  Habana  el  día  4,  en  el  que  nos  advertía  que  por 
no  permitir  el  general  Blanco  telegrafiar  nada  que  pudiera  molestar  al 
general  Wt y ler,  no  había  podido  trasmitir  por  cable  las  muy  impor- 
tantes noticias  que  circulaban  allí  con  visos  de  absoluta  autenticidad. 

«Es  increíble  el  abandono  en  que  han  quedado  aquí  los  asuntos  re- 
ferentes á  la  guerra,— dice  el  informe  á  que  aludimos. 

»E1  general  Weyler  se  reservó  el  mando  hasta  celebrar  su  entre- 
vista con  el  marqués  de  Peña  Plata;  pues  solo  quiso  resignar  el  cargo 
de  gobernador  en  el  contralmirante  Navarro,  y  éste  se  negó  á  admi- 
tirlo. 


bO 

»E1  nuevo  capitán  general,  al  hacerse  cargo  del  mando  superior 
de  la  isla,  no  encontró  ni  papeles  ni  noticias  refarentes  á  la  insurrec- 
ción, ni  siquiera  personas  que  pudieran  informarle  acerca  del  estado 
de  la  misma. 

»Dícese  que  se  habían  realizado  muchos  trabajos  para  excitar  al 
elemento  español  y  ganar  adhesiones,  á  fin.de  impedir  que  se  hiciera 
un  buen  recibimiento  al  general  Blanco. 

»E1  buen  recuerdo  que  éste  había  dejado  en  la  capital  y  las  simpa- 


VAPOR  «MANUELITA»,  TRASPORTE  DE  TROPAS  EN  LA  ISLA 


tías  generales  de  que  goza,  se  sobrepusieron  á  todo  manejo  de  hostili- 
dad, y  su  llegada  fué  objeto  de  grandes  manifestaciones  deentusiasmo. 

»La  situación  ha  cambiado  mucho. 

»E1  elemento  conservador  confiesa  que  Weyler  no  despertaba  en- 
tusiasmos, sino  como  símbolo  de  oposición  á  la  autonomía  que  los  de 
la  Unión  constitucional  consideran  peligrosa.  Esperan,  sin  embargo, 
los  sucesos  para  fijar  su  actitud,  aunque  no  ocultan  su  odio  á  Moret, 
suponiéndole  el  timón" de  la  nueva  política. 

S'Parece  qus  esto  mismo  ha  sido  explotado  por  Weyler  cerca  de  los 
elementos  contrarios  al  actual  gobierno  de  España. 


61 

»Se  desconoce  todavía  la  verdadera  situación  del  ejército,  pero  se 
sabe  que  ha  htbido  cincuenta  mil  bsjas  entre  fallecidos  y  regresados  á 
la  Península. 

^Actualmente  hay  cuarenta  mil  enfermos  y  cincuenta  mil  útiles 
para  operar,  quedando  el  resto,  hasta  doscientos  cincuenta  mil,  entre 
destacamentos  y  destinos  ignorados. 

»Si  antes,  habiendo  ganado  abundante,  apenas  comía  el  soldado, 
ahora  que  aquél  escasea,  puede  calcularse  cuál  será  la  situación  del 
ejército. 

»E1  general  Blanco  ha  nombrado  una  comisión,  compuesta  del  jefe 
superior  de  Sanidad  y  el  intendente  militar,  presidida  por  el  general 
González  Parrado,  para  resolver  la  cuestión  de  subsistencias,  dándoles 
el  encargo  de  que  procuren,  por  todos  los  medios  que  estén  á  su  alcance 
y  de  que  puedan  disponer,  que  el  soldado  coma  y  sea  atendido  en  sus 
enfermedades. 

3>Equivócanse  quienes  crean  que  el  nuevo  capitán  general  vá  á  fiar- 
lo todo  á  las  reformas  políticas.  Mis  impresiones  son  que  se  hará  la  gue- 
rra con  más  energía  que  nunca,  aunque  abandonando  ciertos  procedi- 
mientos.—Jí'...» 


♦ 
»  * 


No  respondemos  de  la  precisa  exactitud  de  las  preinsertas  noticias 
que  nuestro  celoso  corresponsal  en  la  Habana  nos  comunicó  por  circu- 
lai  allí  «con  visos  de  absoluta  autenticidad». 

Pero  teniendo  en  cuenta  el  aforismo  latino  que  dice — Vox  populi, 
fox  Díí— llamamos  sobre  ellas  la  atención  de  todos  los  espíritus  des- 
apasionados, y  preguntamos: 

Si  eso  es  cierto,  si  en  Cuba  se  ha  llevado  la  gestión  gubernativa  y 
el  mando  del  ejército  en  la  forma  que  supondría  la  existencia  real  de 


62 

tan  grandes  desdichas;  si  se  confirmase  que  ni  siquiera  sabemos  lo  que 
nos  quedaba  del  heroico  sacrificio  hecho  por  la  nación;  que  no  había 
datos,  ni  documentos,  ni  referencias,  ni  nada,  rjcon  qué  podrán  pagar 
sus  imprevisiones,  su  incapacidad,  sus  descuidos,  su  ineptitud,  sus  fic- 
ciones, sus  desaciertos,  sus  yerros,  los  autores  de  desdicha  tan  inmen- 
sa para  la  Patria?... 

«La  situación  ha  cambiado  mucho», — decia  nuestro  informante. 
Los  telegramas  de  la  Habana,  llegados  á  la  Península  en  los  días  5 
y  6,  probaron  que  el  nuevo  capitán  general  y  los  generales  que   le  se- 
cundaban, tenían  de  la  campaña  y  de  su    organización   criterio  muy 
distinto. 

España,  al  dotar  de  un  régimen  autonómico  á  las  Antillas,  lo  hizo 
pensando  en  el  bienestar  de  los  hijos  fieles,  y  en  manera  alguna  para 
comprar  la  inútil  adhesión  de  los  espúreos  y  desnaturalizados. 

Comp  emento  de  las  medidas  ya  preparadas  por  el  gobierno  cen- 
tral, fué  la  hermosa  circular  dirigida  al  ejército  de  operaciores  por  su 
ilustre  general  en  jefe. 

En  esa  circular,  que  mereció  unánimes  elogios  por  su  recto  espíri- 
tu, por  lo  muchc  que  había  de  contribuir  á  fortalecer  la  moral  de  los 
soldados  y  por  lo  que  enaltecería  nuestro  honrado  nombre  en  el  ex- 
tranjero, el  general  Blanco  comenzaba  saludando  al  ejército  y  enco- 
miando altamente  el  valor  del  soldado  español. 

Encarecía  la  disciplina,  sin  olvidar  el  respeto  más  absoluto  á  la 
propiedad  y  al  amparo  que  debe  otorgarse  á  las  personas  inermes  é 
indefensas. 

Decía  que  estas  son  leyes  esenciales  del  Derecho  de  gentes,  obliga- 
torias para  todos  los  que  forman  el  ejército  de  una  nación  civilizada, 
aunque  las  desconozca  con  sus  tropelías  el  enemigo. 

Recomendaba  la  energía  en  el  combate,  pero  la  clemencia  con  el 
vencido  y  el  respeto  á  la  vida  de  los  prisioneros. 


63 

El  Gobierno  no  vacilaba  en  reconocer  la  personalidad  de  la  colonia; 
el  gobernador  notificaba  á  los  facciosos  que  los  combatii  ía  sin  tregua,  mas 
no  por  eso  se  creía  exento  de  aconsejar  á  sus  heroicos  soldados  el  res- 
peto á  los  prisioneros  y  la  clemencia  para  con  los  vencidos. 

A  la  sombra  de  tan  noble  programa  militar  y  político,  bien  pudi- 
mos confiar  en  el  triunfo  de  nuestra  causa,  en  pro  de  la  cual  se  deter- 
minarían rápidamente  todas  las  simpatías,  hasta  entonces  indecisas,  de 
las  naciones  cultas. 

Las  primeras  resoluciones  del  general  Blanco  merecieron  la  apro- 
bación de  la  inmensa  mayoría  de  los  españoles.  La  protección  ala  pro- 
piedad; la  defensa  de  las  vidas  y  haciendas;  la  formación  de  zonas  de 
cultivo;  el  reparto  de  socorros  á  los  enfermos  y  desvalidos;  la  libre  ven- 
ta del  ganado;  las  disposiciones  relativas  á  la  seguridad  de  los  ferroca- 
rriles, fueron  medidas  indispensables  para  la  constitución  déla  guerra. 
Al  tomarlas,  probaron  los  directores  de  ésta  dos  cosas:  la  primera, 
que  tenían  su  plan  y  que  se  disponían  á  afrontarlo;  la  segunda,  la  ra- 
zón que  á  la  opinión  asistía  al  decir  que  nada  se  había  hecho,  que  uo 
existía  organización  alguna  y  que  el  general  Weyler  ni  siquiera  había 
preparado  lo  necesario  para  operar  con  éxito,  reduciéndose  su  estrate- 
gia á  dejar  que  la  rebeldía  se  acabase  por  consunción;  método  de  re- 
sultados infalibles,  sí,  pero  no  sólo  eficaz  para  el  agotamiento  de  los 
rebeldes,  sino  también  para  producir  el  nuestro. 

Entre  aclamaciones  que  exprese ban  la  confianza  del  pueblo  espa- 
ñol en  el  próximo  triunfo,  partió  de  la  Península  en  Marzo  de  1895  el 
general  Maitínez  Campos,  yal  acabar  el  año  la  desilusión  era  completa. 
El  general  que  esperábamos  triunfador  volvió  fracasado,  sino  vencido. 

Fué  á  reemplazarle,  más  acompañado  aún  de  aplcusos  y  de  espe- 
ranzas el  general  Weyler,  y  regresaba  igualmente  sin  haber  merecido 
tampoco  los  favores  de  la  fortuna,  al  cabo  de  veinte  meses  de  solicitar- 
los y  aun  de  fingirlos  para  esconder  que  le  faltaban. 


64 

Estos  dos  desengaños  quebrantaron  de  tal  manera  la  fé  del  país, 
que  la  despedida  hecha  al  general  Blanco  y  sus  acompañantes,  fué  no 
más  que  cariñosa;  sin  entusiasmos  populares. 

Uq  voto  hicimos  al  partir  el  general  Blanco  para  la  gran  Antilla; 


DESCARRILAMIENTO  DE  UN  TREN  EN  LA  LINEA  DE  JARUCO 

un  deseo  le  acompañó  en  su  viaje  al  Nuevo  Mundo  descubierto  por  el 
gran  Colón:  que  pluguiera  á  Dios  que  el  espíritu  nacional  viera  de 
nuevo  desmentida  su  perspicacia,  y  que  así  como  antes  se  equivocó  es- 
perando la  victoria  de  los  que  no  tuvieron  la  dicha  de  alcanzarla,  la 
consiguiera  al  fin  de  aquéllos  de  quienes  la  esperó  más  tibiamente. 


65 


POTRERO  EN   LAS   LOMAS   DEL  PURGATORIO 
Blanco  9 


A^rMÍiiuioM^uiiiiiiMHüijTiiifiuiiiirii^úiiMMMilímijiiiiuHiiiiinuuuiiiufmtiiiiiMM  miiMiniiiiuilllliuirtiiií¡Witiiiiiniiiiii(iniiiiiiiiiiiitiiiiiiiHilltiii>\g. 

yi— Hiuiiiii>i»«H— «miimiwion»    itimiiiKniriMit»anMiM*iiiMmM.*-  iii|iii|iMniilit"iiNM"'iiliiitiHNnuii>iHHnBtfi«imittiiiniiiiiii'itniiBiiinii>itmi»^>  '  )V 


CAPITULO    VI 


Cambio  de  situación. — Reconstitución  de  la  guerra. — Reorganización  del  ejército  en  opera- 
ciones.— Di- (ribución  de  mandos — Detalles  del  combate  de  Lomas  del  Purgatorio. — 
Propósitjs  del  general  Blanco. — Aspecto  militar  de  la  campaña. — Confianza  en  las  nue- 
vas iiutoridades. — Varias  circulares. — Indulto  de  Quesada. — La  rebaja  de  víveres. — 
Dolorosas  revelaciones. — Necesidad  de  un  ejemplar  escarmiento. 


NsosTENiBLE  era  el  estado  de  cosas  en  Cuba,  al  ocurrir 
3|^  el  cambio  de  gobernador  general  demandado  por  la 
opinión  liberal  de  allá  y  de  aquí,  pues  era  tal  el  ani- 
quilamiento de  todas  las  fuentes  de  producción,  que 
ffi*  los  más  ricos  hacendados  veían  su  fortuna  totalmente  per- 
4t±^      dida. 


«rf.-  Pero  conjurado  el  peligro  con  el  cambio  de  política  y  de 

(^         director,  en  camino  de  ir  poco  á  poco   recobrando  las  fuer- 
"?  zas,  concibieron  muchos  la  esperanza  de  que  la  guerra  aca- 

base en  189S. 

La  isla  estaba  preparada  para  la  nueva  política,  dispuesta  á  gober- 
narse por  la  autonomía  y  á  lograr  por  ella  el  triunfo  de  España. 

Los  treinta  y  nueve  centrales  (como  se  llaman  allí  los  ingenios  que 
tienen  montada  la  maquinaria  moderna  y  verifican  dentro  de  su  batey 
todas  las  operaciones  de  fabricación  del  azúcar)  se  preparaban  á  moler 
en  el  mes  de  Diciembre  inmediato.  Esto  era  de  gran  interés,  porque 
les  treinta  y  nueve  ingenios  centrales  eran  todos  los  que  había  en  la 


67 

isla,  de  modo  que  habría  trabajo  en  abuadancia  que  era,  sin  duda,  la 
única  y  mejor  manera  de  restar  fuerzas  á  la  insurrección,  de  evitar  que 
los  guy'iros  se  fuesen  á  la  manigua. 

Además,  había  mucho  tabaco  sembrado  y  la  cosecha  se  esparaba 
fuese  buena,  lo  que  era  tambiéa  un  seguro  indicio  de  la  reparación  de 
las  fuerzas  productoras  de  la  gran  Antilla. 

La  situación  sanitaria  de  la  isla  nos  la  pintaban  fidedignos  infor- 
mes de  diversos  centros  de  un  modo  horrible,  especialmente  en  las  pro- 
vincias occidentales. 

Sin  referirnos  á  la  salud  de  las  tropas  y  aludiendo  únicamente  á  la 
del  vecindario,  baste  consignar  unos  datos  para  deducir  la  verdadera  y 
tristísima  situación. 

Durante  el  anterior  mes  de  Octubre  murieron  en  la  ciudad  de 
Matanzas  850  personas. 

En  ese  mismo  período  de  tiempo  sólo  se  registraron  cuarenta  na- 
cimijíntos. 

Ea  el  pueblo  de  Santo  Domingo  (Las  Villas),  que  tenía  unos  5.000 
habitantes,  morían  por  término  medio  diariamente  3  3,  y  hubo  días  que 
se  enterraron  47  persona.s. 

Las  causas  que  determinaban  este  aflictivo  estado  eran  el  olvido  de 
la  higiene  y  la  falta  de  alimentación  y  de  asistencia  facultativa. 

Una  de  las  primeras  disposiciones  que,  como  hemos  dicho  ya,  se 
apresuró  á  dictar  el  general  Blanco,  encaminóse  á  poner  enérgico 
remedio  á  esa  situación  verdaderamente  aterradora. 


*  *■ 


Dificilísima  era  la  tarea  á  que  sin  perder  minuto  hubo  de  dedicar- 
se, así  que  se  hizo  cargo  del  mando  superior  de  la  isla,  el  general  Blan- 

í 


68 

co,  pues  había  que  reconstituir  Ja  guerra  y  halló  aquello  casi  abando- 
nado. Asi  es  que  desde  que  desembarcó  puede  decirse  que  no  dejó  de 
trabajar,  ayudado  por  el  jefa  de  Estado  mayor  general  Pando,  en  la 
reorganización  de  nuestras  fuerzas. 

Al  efecto,  dictó  una  orden  general  creando  las  comandancias  ge- 
nerales de  operaciones.  A  los  geneíales  encargados  de  estos  mandos  se 
les  confirió  iniciativas  propias,  aunque  naturalmente  sujátas  á  la  jefa- 
tura suprema  del  capitán  general. 

Fueron  nombrados:  jefe  militar  de  la  provincia  de  la  Habana  el 
general  González  Parrado,  de  la  de  Pinar  del  Río  el  general  Bsrnal,  de 
Sancti  Spíritus  el  general  Salcedo,  de  H  jlguin  el  general  Luque  y  de 
Santa  Ciara  el  general  Aguirre. 

Al  general  Martínez  se  le  confió  el  manió  de  las  fuerzas  que  de- 
fendían la  trocha  de  Jácaro  á  Morón. 

Dentro  de  estas  divisiones  quedaban  las  brigadas  que  había  ope- 
rando á  la  fecha,  excepto  en  la  provincia  de  la  Habana,  donde  opera- 
rían en  la  parte  Norte  el  general  Valderrama  con  su  brigada,  y  al  Sur, 
con  la  suya,  el  general  Ceballos. 

La  de  caballería  que  mandaba  el  general  Maroto,  seguiría  operan- 
do como  hasta  la  ficha  en  la  misma  provincia. 

Los  periódicos  de  la  Habana  del  día  3  publicaron  extensos  relatos 
del  encuentro  sostenido  el  día  30  del  mes  anterior  en  Lomas  dsl  Pur- 
gatorio (Matanzas)  por  la  columna  mandada  por  el  general  Molina  con- 
tra numerosas  fuerzas  rebeldes  perfectamente  parapetadas  y  fortifica- 
das en  las  referidas  lomas. 

El  general  Molina  dirigíase  á  la  Habana  con  el  propósito  de  despe- 
dir al  general  We^ler,  que  embarcaba  aquel  día  para  la  Península. 

Al  pasar  con  su  columna  por  las  lomas  del  Purgatorio,  tuvo  nece- 
sidad de  abrirse  camino,  que  le  obstruían  los  insurrectos  parapetados 
en  diversos  sitios.  Para  ello  fuéle  preciso  distribuir  sus  tropas  y  tomar 


69 

á  viva  fuerza  muchas  trincheras,  hasta  arrojar  al  enemigo  de  sus  fuertes 
posiciones. 

El  combate  fué  tan  empeñado,  que  el  general  Molina,  viendo  quj 
no  podía  llegar  á  tiempo  á  la  Habana,  tuvo  que  desistir  de  su  propósi- 
to de  despedir  á  su  anteriorgeneral  en  jefe. 


COMBATE   EN   LAS    LOMAS    DEL    PURGATORIO 


*    * 


El  general  Blanco  publicó  un  bando  anunciando  que  estaba  deci- 
dido á  proteger  la  propiedad  y  las  personas  de  cuantos  quisieran  traba- 
jar en  pro  de  la  pacificación  y  dispuesto  á  auxiliar  á  los  dueños  de  ga- 
nado para  que  lo  recogieran,  declarando  libre  la  venta  de  éste,  siempre 
que  otorgaran  preferencia  á  los  suministros  para  la  tropa  y  procurasen 
acudir  á  los  sitios  donde  había  destacamentos. 


70 

Asimismo  se  proponía  declarar  libre  la  importación  de  ganado  ex- 
tranjero durante  dos  meses. 

En  un  encuentro  ocurrido  en  Las  Villas  con  la  columna  del  tenien- 
te coronel  señor  Orozco,  quedó  prisionero  de  las  tropas  el  titulado  bri- 
gadier insurrecto  Lino  Pérez. 

Por  fin  se  había  montado  la  máquina  gubernamental  de  Cuba. 

Con  esto  y  con  la  publicación  en  la  Gaceta  de  los  decretos  apro- 
bados en  el  Consejo  del  día  7,  quedó  en  marcha  la  acción  política. 

Importa,  pues,  fijar  la  atención  en  el  aspecto  militar  que  ala  fecha 
ofrecía  el  problema,  asi  que  en  el  desarrollo  de  la  acción  de  las  armas. 

Seriamos  injustos  si  no  reconociéramos  que,  respondiendo  á  una 
necesidad  nacional,  se  procuraba  ganar  tiempo  por  las  autoridades  de 
la  gran  Antilla,  si  bien  para  formar  concepto  de  las  cosas  y  no  caer  en 
exageraciones  sensibles,  precisa  advertir  que  ya  se  había  entrado  en 
Cuba  en  el  buen  período;  el  calor  había  desaparecido,  las  lluvias  ha- 
bían cesado,  la  situación  sanitaria  había  debido  mejorar  considerable- 
mente, y  empezaba  la  época  en  que  se  podía  y  debía  aprovechar  el 
tiempo. 

El  general  Blanco  dio  cuenta  el  día  7  de  tener  asegurado  el  abas- 
tecimiento de  Bayamo,  Veguitasy  Cauto,  que  habían  de  constituir  ba 
ses  de  operaciones  en  Oriente,  y  aunque  éste  era  servicio  que  debió 
encontrar  preparado,  porque  en  los  siete  días  que  llevaba  al  frente  del 
gobierno  general  de  la  isla  le  habría  sido  imposible  hacerlo  todo,  era 
para  él  y  para  tcdos  lo  importante,  saber  que  al  moverse  las  columnas 
en  operaciones  ofensivas  por  las  jurisdicciones  de  Bayamo  y  Manzani- 
llo, ni  tendrían  que  enti  atenerse  en  el  servicio  de  convoyes  para  proveer 
esosjpuntos  del  interior  de  la  provincia  oriental,  ni  habrían  de  correr  el 
riesgo  de  no  encontrar  aprovisionamientos. 

Había  en  el  despacho  del  general   Blanco  otras  noticias  de  gran 
relieve. 


71 

Se  habían  enviado  ingenieros  á  Manzanillo  y  varios  batallones  á 
este  punto,  Holguín,  Puerto  Pxíacipe  y  Guantánamo,  sacándolos  de  las 
fuerzas  que  en  Occidente  estaban  á  las  inmediatas  órdenes  del  general 
en  jefe,  de  lo  cual  resultan  dos  cosas  que  á  todos  par  igual  interesaban: 
una,  que  no  eran  precisos  en  esa  paite  de  la  isla,  y  otra,  que  al  empezar 
la  seca  se  situaba  la  guerra  en  Oriente  y  el  Camagüey. 

La  acción  de  las  armas  prometía  ser  activa  y  esto  era  lo  importante, 
pues  de  ella  había  de  obtenerse  el  principal  resultado  en  el  pavoroso 
problema  de  Cuba,  si  se  tenía,  para  conducir  la  guerra,  la  fortuna  que 
deseábamos  todos  á  los  generales  á  quienes  estaba  confiada  la  dirección 
del  ejército  y  de  la  campaña. 

Entretanto  veíamos  cómo  se  desenvolvía  la  acción  de  las  armas,  el 
general  Fernandez  Bsrnal  iba  á  Pinar  del  Río,  donde  ya  no  tendría  que 
pelear  como  en  Ceja  de  Negro,  pero  donde  tenía  una  obra  importante 
que  realizar,  obra  de  paz  y  de  reconstrucción  en  la  que  habían  de  ayu- 
darle todos,  no  solo  los  que  allí  tenían  sus  vegas  y  labranzas,  que  ha- 
bían defendido  á  tiros,  sino  los  capitalistas  de  la  Habana  que  vivían  en 
relación  con  las  ricas  zonas  vueltabajeras.. 

No  preocupaba  nada  la  provincia  de  Matanzas,  y  era  de  esperar  que 
muerto  Castillo,  alma  de  la  insurrección  en  la  Habana,  y  estando  he- 
rido Acosta  en  Nueva  York,  lograse  pronto  el  general  González  Parra- 
do destruir  los  grupos  que  mandaban  Aranguren,  Rodríguez,  Arang  j 
y  algún  otro  cabecilla  de  segunda  fila. 

Respecto  de  Las  Villas,  donde  todavía  se  encontraba  Máximo  Gó  - 
mez,  habría  que  confiar,  más  que  en  la  acción  de  las  armas,  en  la  in- 
fluencia de  la  autoridad  civil,  pues  Marcos  García  mostraba  empeño  en 
traer  á  la  legalidad  á  la  caballería  villadareña,  en  la  que  figuraban  sus 
antiguos  camaradas  y  amigos. 

Tambiéa  era  de  esperar  que  mejorase  la  situación  económica.  Era 
grande,  á  la  fecha,  la  miseria,  y  en  muchas  comarcas  producía  estragos 


72 

el  hambre,  pero  entrábase  en  una  época  de  trabajo  y  pronto,  antes  de 
fin  de  mes,  habría  de  comenzar  la  zafra. 

Da  esperar  era,  igualmente,  que  se  trabajara  en  las  zonas  de  inge- 
nio de  Manzanillo  y  Guantánamo,  y  hasta  sospechamos  que  parte  de 
las  fuerzas  enviadas  á  esas  jurisdicciones  se  destinaría  á  la  protección  de 
las  fincas. 

Ni  los  generales  que  habia  en  Caba,  ni  el  Gobierno,  ni  nadie,  podia 
olvidar  que  Máximo  Gómez  había  anunciado  que  esta  sería  la  guerra 
de  las  tres  secas;  pues  bien,  la  que  á  la  sazón  empezaba  era  la  tercera  y 
el  plazo  fatal. 


Aumentaba  la  confianza,  fortalecida  con  los  actos  de  las  nuevas 
autoridades,  que  fueron  objeto  de  unánimes  alabanzas. 

Los  nombramientos  de  gobernadores  regionales,  recaidos  en  per- 
sonas de  alta  significación  é  identificados  con  la  nueva  política  liberal 
y  régimen  autonómico,  produjeron  buenísima  impresión. 

Por  la  capitanía  general  se  publicó  el  día  8  una  circular  concedien- 
do amplio  indulto  á  los  insurrectos  que  se  presentasen,  para  los  delitos 
de  rebeldía  y  para  todos  los  demás  delitos  dentro  de  los  precedentes  y 
de  las  instrucciones  dadas  al  efecto. 

A  esa  siguió  otra  circular  relativa  á  la  alimentación  del  soldado, 
mejorándola  notablemente,  pues  en  ella  se  disponía  que  fuese  substi- 
tuida la  galleta  por  pan  y  que  se  diera  ración  de  una  libra  de  carne  por 
individuo. 

La  Junta  designada  oportunamente  para  intormar  en  todo  lo  coa- 
cerniente  á  la  alimentación  y  á  la  salud  del  soldado,  emitió  sobre  ello 
un  extenso  y  luminoso  informe. 


73 

Ea  primer  término  propuso  que  se  mejorase  la  ración  de  etapa 
del  soldado.  Consistia  ésta,  á  la  fecha,  en  arroz  con  tocino  y  se  disponía 
que  en  lo  sucesivo  se  le  facilitase  garbanzos  y  judías,  una  libra  de  carne 
diariamente,  vino  ó  aguardiente,  pan  de  harina,  reservando  la  galleta 
únicamente  para  cuando  la  tropa  saliera  á  operaciones. 

ConsigQÓse,  además,  en  el  referido  informe  la  forma  que  permi- 
tiera poder  sufragar  el  importe  de  los  suministros,  á  treinta  días  feche, 
á  cambio  de  la  rebaja  del  sesenta  por  ciento  en  los  precios  que  regían, 
ofrecida  por  los  contratistas. 

A  fin  de  evitar  las  dilaciones  y  entorpecimientos  que  se  advertían, 
el  general  González  Parrado,  presidente  de  la  junta  de  suministros  crea- 
da por  el  general  Blanco,  dispuso  la  descentralización  de  las  contratas  de 
víveres  y  otras,  devolviendo  á  los  cuerpos  de  ejército  su  autonomía 
para  hacer  las  compras  necesarias. 

Aspirábase  con  este  sistema  á  obtener  grandes  conveniencias  para 
el  soldado  y  positiva  garantía  de  moralidad  en  la  administración. 

Fijóse,  también,  la  atención  en  el  vestuario,  cuya  condición  pen- 
saba mejorarse  para  disminuir  los  malos  efectos  del  clima  y  se  estable- 
cieron depósitos  en  los  cuerpos  para  las  indispensables  renovaciones. 

Los  cuerpos,  de  Ja  la  circular,  se  cuidarán  de  todos  los  servicios  en 
sus  respectivas  zonas,  y  á  este  efecto  eligirán  las  fincas  mejor  situadas 
para  levantar  barracones  donde  alojarse  la  tropa,  cuidar  susenfarmos  ó 
recoger  y  dar  descanso  á  los  rezagados  que  las  columnas  fueren  dejando 
en  su  marcha. 

Se  trataba,  pues,  de  evitar  en  lo  posible  la  aglomeración  de  enfer- 
mos en  los  hospitales,  sirviendo  además  estos  lugares  de  expansión 
para  los  convalecientes. 

Creáronse  también  sanatorios  bien  organizados,  para  conseguir  que 
disminuyeran  las  estancias  en  los  hospitales  y  evitar  que  volvieran  á 
operaciones  los  soldados  que  no  estuviesen  completamente  curados. 

BLANCX)  10 


74 


El  informe  fué  muy  elogiado  y  la  circular  perfectamente  acogida. 

Otras  dos  circulares  se  publicaron  también,  dignas  de  aplauso:  una, 
restringiendo  las  propuestas,  por  causa  de  la  guerra;  y  otra,  ordenando 
que  se  auxiliase  á  los  dueños  de  los  ingenios  centrales,  excitándoles  á 
que  comenzasen  las  operaciones  de  la  zafra. 

El  titulado  jefe  insurrecto  Luís  Quesada,  capturado  por  nuestras 
tropas  y  sentenciado  en  Con- 
sejo de  guerra,  fué  indultado 
de  la  psna  de  muerte.  Era 
sobrino  del  presidente  de  la 
Junta  filibustera  establecida 
en  Nueva  Yoik.  del  mismo 
apellido. 


TENIENTE   CORONEL   SESOR  OROZCO 


* 
*   * 


Los  despachos  de  la  Ha- 
bana que  referentes  al  mejo- 
ramiento de  la  comida  del 
soldado  en  Cuba — acordado 
por   la    Junta    inspectora   de 

aprovisionamiento,  cuya  creación  había  sido  decretada  por  el  nuevo 
capitán  general  de  la  isla— publicó  la  prensa  de  Madrid,  produjeron  una 
sensación  inmensa  en  todo  el  mundo. 

Lo  que  hacía  algunos  meses  denunciaron  ciertos  periódicos,  tenía 
confirmación  plena  y  oficial.  El  soldado  había  estado  recibiendo  una 
ración  de  etapa  que  á  lo  sumo  consistía  en  arroz  con  tocino  y  un  trozo 
de  galleta  casi  nunca  en  buen  estado. 


75 

Pero  no  fué  esto  lo  peor,  con  ser  ello  inhumano  y  cruel;  lo  pero 
fué  que  entonces,  es  decir,  en  tiempos  del  general  Weyler,  cuando 
éste  contestando  á  las  denuncias  de  los  referidos  periódicos,  denuncias 
que  provocaron  discusiones  y  disputas  y  levantaron  polvareda  entre 
ciertos  elementos  partidarios  a  outrance  del  marqués  de  Tenerife,  de- 
cía al  ministro  de  la  Guerra  en  7  de  Febrero,  en  un  telegrama  oficial, 
lo  siguiente: 

«Aseguróle  que  los  raciones  son  excelentes  en  calidad  y  precio, 
obteniéndose  en  los  hospitales,  con  la  misma  bondad  que  en  tiempos 
normales,  economías  de  un  tercio  en  el  precio  de  estancias...  Denun- 
cias quizás  tengan  origen  en  empleados  de  factorías  y  hospitales,  se- 
parados por  sospechas  de  los  mismos  motivos  que  sirven  de  base  á 
aquéllos,  ó  lo  que  es  aún  peor,  si  prensa  calumniadora  se  habrá  hecho 
eco  inconsciente  de  solapados  trabajos  de  los  separatistas...» 

Fué  de  ver  la  santa  indignación  que  se  apoderó  de  los  canovistas 
y  de  sus  periódicos  cuando  el  general  Weyler  tuvo  la  ligereza,  diremos 
mejor,  la  desgracia  de  afirmar  tamañas  inexactitudes. 

Poco  faltó  para  que  pidieran  para  los  calumniadores  (?)  los  tor- 
mentos inquisitoriales;  pero  entretanto  les  motejaron  de  faltos  de  pa- 
triotismo y  hasta  de  perturbar  la  moral  del  soldado,  como  si  fuese  pe- 
cado mortal  exigir  á  los  encargados  del  G:bierno  que  los  defensores 
de  la  honra  de  la  patria  no  estuviesen  desprovistos  de  fuerzas  físicas 
con  que  sostener  el  fusil  que  les  entregara  el  Estado  para  defender  la 
integridad  nacional. 

Pasaron  los  días;  la  prensa  tuvo  que  dejar  de  hacerse  eco  de  que- 
jas fundadísimas:  cambió  el  gobierno,  y  otro  general,  encargado  del 
mando  supremo  de  Cuba,  reconoció  que  el  soldado  había  estado  con- 
denado á  comer  arroz,  tocino  y  galleta  ¡cuando  lo  había!  y  que  había 
que  mejorar  su  ración  de  etapa,  de  acuerdo  con  los  contratistas  de  abas- 


76 

tecimientos  del  ejército,  que  exponiáneamente  cedían  el  sesenta  por 
ciento  del  importe  de  los  precios  señalados  hasta  entonces. 

No  queremos  hacer  las  consideraciones  que  esto  nos  sugiere:  basta 
reproducir  una  observación  que  oimos  en  todos  ios  labios  que  no  esta- 
taban  sellados  por  la  opinión  interesada: 

Si  durante  el  tiempo  que  estuvo  encargado  el  general  Weyler  del 
mando  de  Cuba  los  abastecedores  del  ejército  estuvieron  cobrando  una 
suma  por  el  suministro  de  provisiones,  y  después  exponiáneamente  re- 
bajaron el  6  d  por  ciento  del  total, — precisamente  en  época  en  que  el 
estado  de  penuria  y  de  miseria  de  la  isla  hacía  más  difíciles  y  costosos 
los  aprovisionamientos— ¿por  qué  no  totalizaron  lo  gastado  en  aquél 
tiempo  y  deducían  el  6o  por  ciento  que  rebajaban  los  contratistas?  ¡Ese 
6o  por  ciento  había  sido  derrochado  ó  mal  gastado  durante  la  adminis- 
tración del  general  Weyler! 

Así  ha  ido  España  sabiendo,  unas  veces,  y  adivinando,  otras,  con 
espanto,  de  qué  manera  se  han  malgastado  sus  tesoros  y  su  sangre. 
Aunque  á  la  fechi  supo  que  en  los  servicios  de  sanidad  no  se  hizo  en 
dos  años  lo  que  se  había  podido  hacer  en  tres  días,  que  el  soldado  se 
moría  de  hambre  y  que  los  contratistas  cobraban  más  del  doble  de  lo 
que  debían  cobrar,  aún  no  se  hallaba  á  la  mitad  del  camino  de  las 
dolorosas  revelaciones. 

Nosotros,  r¡qué  hemos  de  decir  sino  que  nos  felicitamos  de  que  hu- 
biese llegado  el  tiempo  de  ellas?  Tarde,  muy  tarde  fué,  pero  más  vale 
tarde  que  nunca. 

Las  vidas  que  S3  pudo  salvar  poniendo  el  remedio  á  tiempo,  esas 
ya  estaban  perdidas  y  quedaron  á  cargo  de  las  conciencias  de  los  res- 
ponsables; pero  las  que  se  podían  perder  en  adelante,  esas  se  salvarían. 
Eso  luimos  ganando,  y  bastante  más  hubiérase  podido  ganar  si  á  esos 
responsables  se  les  hubiesen  hecho  hacer  efectivas  las  responsabili- 
dades. 


77 

Un  ejemplar  escarmiento  á  tiempo  hubiera  (¡quizá!)  saneado  la  vi- 
ciada atmósfera  que  respiramos  y  hubiera  (;tal  vez!)  impedido  la  repe- 
tición de  hechos  tan  lamentables  y  tan  dañosos  al  prestigio  de  la  na- 
ción y  de  su  ejército,  y  que  tan  irreparables  desventuras  han  oca- 
sionado. 


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CAPITULO    Vil 


Estado  de  la  guerra  en  el  Occidente  de  la  isla. — La  pacificación  del  general  Wejler.— Bnen 
indicio. — Un  bando  sobre  la  zafra. — Importantes  circalaref. — Batida  de  partidas  rebel- 
des en  la  provincia  de  la  Habana. — Actividad  de  las  columnas  en  operaciones. — La  elo- 
cacncia  de  los  hechos. — La  insurrección  en  Pinar. — Reconocimientos  y  rudos  combates 
en  las  lomas. — El  enemigo  atrincherado. — Victoria  sangrienta. — B^jas  sensibles. — Co- 
mentarios.— Lo  que  dijo  Weyler  y  lo  que  dijeron  los  hechos. — La  Historia  hablará. 


LOCUENTÍsiMAS  y  de  verdadero  interés  fueron  las  noticias 
que  del  estado  déla  guerra  en  las  provincias  ociden- 
tales  de  Cuba  nos  dio  el  telegrama  del  general  Blanco 
llegado  el  día  9  á  Madrid. 
Gracias  á  él  supimos  al  fin  de  Máximo  Gómez,  cuyo  con- 
tacto habían  perdido  las  tropas  desde  hacía  mucho  tiempo.  El 
conJottierc  dominicano  había  cumplido  su  palabra  de  mante 
nersc  del  lado  de  acá  de  la  trocha  del  Jú:aro,  y  aun  cuando  el 
general  Weyler  nos  dijo  en  uno  de  los  más  famosos  despachos 
del  tiempo  de  su  mando,  que  le  oblig-aría  á  repasarla  ó  que  también 
podría  suceder  que  se  muriese  (lo  que  en  efecto,  nada  tenía  de  invero- 
símil), ni  una  cosa  ni  otra  había  sucedido,  por  desgracia.  Tan  buenos 
escondites  había encoEtredo,  que  sólo  al  cabo  de  larga  y  misteriosa 
desaparición,  había  dado  con  él  el  coronel  González,  haciéndole  nueve 
muettos. 


79 

•  ¡Lástima  que  el  telegrama  no  dijera  dónde  fué  el  encuentro,  si  en 
las  solitarias  maniguas  y  potreros  de  Taguasco  y  Reforma,  ó  en  la  in- 
trincada Siguanea,  declarada  baluarte  inexpugnable  porque  los  rebel- 
des se  agazapaban  en  la  espesura,  haciéndose  invisibles  á  nuestros  bra- 
vos soldados!  ¡Donosa  y  novísima  manera  de  defender  baluartes  y  de 
hacerlos  inexpugnables! 

Aparte  de  que  la  inexpugnabilidad  de  los  baluartes,  aun  estando 

bien  defendidos,  ha  venido  á  quedar  muy  desacreditada  desde  la  toma 
de  Sebastopol,  la  del  campo  atrincherado  de  PleAvaa  y  otras  muchas, 
sábese  hace  larguísimos  años  que  la  naturaleza  no  ha  construido  nunca 
en  ninguna  parte  obras  defensivas  inexpugnables.  No  lo  fué  el  Cáuca- 
so  para  los  rusos,  ni  lo  ha  sido  el  Himalaya  para  los  ingleses,  y  lo  ha- 
bía de  ser  la  Siguanea  para  los  españoles.  ¡Medrados  estuviéramos! 

Así,  pues,  si  Máximo  Gómez  había  podido  guarecerse  entre  aque- 
llos cerros  meses  y  meses,  sin  que  se  le  encontrase,  la  culpa  fuera  de 
la  torpeza  ó  poca  voluntad  de  los  que  le  habían  buscado.  Claro  que  es 
más  cómodo  echárselas  al  terreno  y  á  la  irregularidad  de  la  guerra, 
sobre  todo  porque  aquél  y  ésta  nada  pueden  decir  en  su  descargo;  mas 
ahí  está  el  arte  militar  proclamando  á  voces  que  no  hay  terreno  en  que 
las  desventajas  sean  sólo  para  uno  de  los  combatientes,  ni  más  gusrras 
irregulares  que  las  mal  hechas. 

Pero  dejemos  esto  por  elemental,  y  después  de  felicitarnos  de  la 
reaparición  de  Gómez,  y  de  expresar  nuestro  deseo  de  que  las  colum- 
nas que  le  perseguían  continuasen  encontrándole  y  batiéndole,  pase- 
mos á  otra  cosa. 


*** 


Dijo  el  general  Blanco  en  el  citado  parte  que  en  las  últimas  opera- 
ciones había  tenido  el  enemigo  4r  muertos  en  Las  Villas,  31  en  Matan 


80 


zas,  33  en  la  Habana  y  26  en  Pinar  del  Río.  Total  131  muertos,  á  los 
que  hay  que  añadir  nueve  prisioneros,  algún  herido  y  264  presentados 
con  6  o  familias. 

De  suerte,  que  en  poquísimos  días  de  operaciones  tuvieron  los  in- 
surrectos más  de  400  bajas  en  las  provincias  pacificadas. 

Ahora  bien;  ¿se  quiere 
mejor  prueba  de  que  no  ha- 
bía tal  pacificación? 

Es  más,  creímos  firme- 
mente que,  á  pesar  de  los 
buenos  deseos  del  general  en 
jefe  y  de  los  que  secundaban 
sus  órdenes, apenas  iba  á  bas- 
tar la  época  de  la  seca  inicia- 
da para  acabar  con  las  parti- 
das que  todavía  quedaban 
en  esas  provincias,  y  que  por 
lo  mismo  sería  difícil  em- 
prender desde  luego  en  el  Ca- 
magüey  y  en  Oriente  una 
ofensiva  vigorosa,  cual  lo 
estaba  reclamando  la  impu- 
nidad de  que  gozaba  la  rebeldía  en  aquellos  parajes. 

Podría  suceder,  si  la  dirección  de  las  operaciones  era  afortunada, 
que  el  enemigo  quedase  reducido  á  sus  madrigueras  orientales  y  que 
viendo  patente  su  impotencia  se  resignase  á  someterse:  mas  esto  mismo 
había  de  costar  tiempo  y  trabajo  considerables. 

No  había  que  hacerse  ilusiones,  si  bien  tampoco  se  debía  perder  la 
esperanza. 

De  que  los  que  fueron  á  la  gran  Antilla  con  el  programa    de  paci- 


CORONEL  SEÑOR  GONZÁLEZ 


81 


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Blarüo  II 


82 

ficarla  sólo  por  las  aimas  las  prestaran  menos  atención  que  á  las  menú 
d encías  de  la  política  y  perdieran  el  tiempo  en  amañar  el  censo  y  en 
fabricar  diputados,  en  preparar  reformas  y  en  organizar  manifestacio- 
nes, no  se  había  de  deducir  que  los  que  allí  acababan  de  llegar  con  la 
difícil  misión  de  implantar  un  sistema  nuevo  de  gobierno  buscando  la 
paz  por  el  camino  de  la  política,  lograsen  menores  resultados  bélicos 
que  los  obtenidos  por  sus  antecesores. 

España  es  la  nación  de  los  contrasentidos  y  de  lo  inesperado  y  no 
fuera  motivo  de  maravilla  que  cuando  habíamos  puesto  oficialmente 
nuestra  confianza  en  la  acción  política  viniésemos  á  deber  el  triunfo  á 
la  militar.  Por  buen  indicio  de  que  así  podía  suceder  tuvimos  las  no- 
ticias de  la  campaña  y  de  la  organización  de  la  guerra  que  se  recibie- 
ron aquellos  días  de  la  Habana. 


*  * 


El  gobernador  general  pubHcó  un  bando  relacionado  con  la  próxi- 
ma zafra  y  que  tendía  á  dar  toda  clase  de  facilidades  para  que  pudieran 
empezar  ios  trabajos. 

Por  ese  bando  dejaba  el  gobernador  en  condiciones  de  libertad  á 
los  dueños  de  las  fincas  para  ordenar  el  trabajo  en  las  mismas. 

Todo  el  bando  tenía  un  gran  sentido  de  protección  á  los  agricul 
tores,  permitiendo  que  la  zafra  se  hiciera  aún  en  las  fincas  que  no  es- 
tuvieran al  corriente  de  las  contribuciones. 

Se  prometía  en  el  bando  facilitar  los  medios  para  la  adquisición  de 
aperos  y  cuantos  útiles  son  necesarios  para  las  faenas  de  la  recolección. 

Suprimíase,  además,  el  20  por  100  que  el  transporte  de  los  produc- 
tos de  las  fincas  y  los  útiles  de  labor  tenían  como  recargo  en  las  tarifas 
de  ferrocarriles. 


83 

Las  empresas  habrían  de  atenerse  á  estas  disposiciones,  contribu- 
yendo al  desarrollo  de  la  riqueza,  pues  en  la  ocupación  de  obreros  y  en 
el  desenvolvimiento  de  la  producción  se  habían  de  encontrar  dos  me- 
dios poderosos  para  llegar  á  la  paz. 

S3  derogaron  las  órdenes  que  estaban  vigentes  sobre  destrucción 
de  los  campos. 

En  la  circular  dictada  por  el  general  Blanco  i eferente  á  esa  dispo- 
sición, se  fij  iba  la  forma  en  que  debían  estar  las  viviendas  para  facilitar 
el  paso  de  las  tropas  y  la  parsecución  del  enemigo. 

También  disponía  el  general  en  jefe  qua  en  adelante  se  prohibiera 
á  las  tropas  acampar  fuera  de  las  poblaciones  en  los  casos  que  esto  no 
fuese  absolutamente  indispensable. 

Los  soldados  deberían  pasar  la  noche  precisamente  en  los  poblados, 
guarecidos  de  la  lluvia  y  del  relente  que  tanto  perjudicaba  su  salud. 

En  la  circular  que  así  lo  dispuso,  mandó  el  general  Blanco  que  se 
proveyera  á  las  tropas  de  ropas,  mantas  é  impermeables. 

La  brigada  que  mandaba  el  general  Valderrama,  distribuida  en 
varias  columnas  que  operaban  en  combinación  en  diferentes  sitios  de 
la  provincia  de  la  Habana  batió  el  día  lo  numerosos  grupos  rebeldes, 
entre  ellos  uno  de  250  caballos. 

El  resultado  total  de  esa  operación,  justamente  elogiada,  fué  ha- 
cerles á  los  rebeldes  14  muertos,  cogiéndoles  muchas  armas  y  diez  ca- 
ballos vivos. 

Nuestras  bajas  fueron  dos  soldados  muertos,  uno  herido  y  un  ofi- 
cial contuso. 

En  la  operación  se  distinguió  notablemente  el  capitán  señor  Apa- 
ricio, que  al  frente  de  ocho  caballos  cargó  sobre  un  fuerte  grupo  de 
enemigos  matando  á  tres  de  ellos  en  lucha  personal. 

Continuando  sin  descanso|^la  operación  combinada  entre  varias  pe- 
queñas columnas,  el  batallón  de  la  Reina,  cerca  de  San    Nicolás,    batió 


84 
al  otro  día  un  grupo  rebelde,  haeiéadole  tres  muertos,   uno  de  ellos 
titulado  coronel  auditor. 

Fuerzas  de  caballería  de  Numancia  sorprendieron  el  propio  día  1 1 
el  campamento  del  cabecilla  Rodrígaez,  en  la  finca  llamada  de  «Rega- 
lado», haciendo  al  enemigo  once  muertos  de  arma  blanca  y  cogiéndole 
armas  y  el  equipaje  y  la  correspoadencia  de  Rodríguez. 

La  misma  columna  volvió  á  batir  á  los  rebeldes,  el  siguisnte  día 
12,  cerca  de  Sm  Antonio  de  Biitia,  causándoles  otros  nueve  muertos  y 
cogiéado  once  caballos,  completamente  equipados. 

En  toda  la  provincia  de  la  Habana  seguía  operándose  sin  descanso 
por  nuestras  tropas. 


* 

♦  * 


A  los  que  creyeron  en  las  afirmaciones  del  general  Weyler  dando 
por  pacificada  la  provincia  de  Pinar  del  Río,  les  recomendamos  que  se 
fijen  en  los  sucesos  que  reseñamos  á  continuación,  que  son  rigurosa- 
mente exactos  y  de  información  oficial. 

Cumpliendo  órdenes  del  general  Bsrnal,  la  brigada  Hjrnández 
Velasco,  que  había  sido  reforzada  con  los  batallones  de  Vergara  y  Ge- 
rona, con  fuerzas  de  artillería  y  con  las  guerrillas  locales,  estuvo  ope- 
rando y  practicando  reconocimientos  durante  los  días  9,  10,  11  y  12  en 
las  lomas  Gobernadora,  Vilamares,  Romero,  Madama,  Guayabitas  y 
Paladas,  de  la  provincia  de  Pinar. 

Durante  esos  cuatro  días,  el  importante  núcleo  militar  á  las  órdenes 
del  bizarro  general  Hernández  de  Velasco  combatió  sin  tregua  á  las 
partidas  rebeldes  mandadas  por  los  cabecillas  Perico  Díaz,  Ducassi,  Pe- 
rico Delgado  y  otros,  que  hallábanse  acampados  y  fuertemente  atrin- 
cherados en  las  citadas  lomas. 


85 

Los  insurrectos  hicieron  tenaz  resistencia,  la  cual  fué  vencida  por  el 
empuje  y  valor  de  nuestros  soldados,  que  tomaron  los  atrinchera- 
mientos del  enemigo,  desalojándole  de  ellos  y  dispersándolo  comple- 
tamente, y  se  apoderaron  de  cuatro  campamentos  y  dos  armerías  con 
bastante  material  de  guerra. 

Las  bajas  causadas  á  los  rebeldes  en  los  diferentes  combates  soste 
nidos  ascendisron  á  41  muertos,  muchos  heridos  y  dos  prisioneros,  ha- 
biéndoseles ocupado  además  once  armamentos,  gran  cantidad  de  mu- 
niciones y  varios  caballos. 

Sensibles  fueron  las  bajas  sufridas  por  la  columna,  que  consistieron 
en  un  oficial,  el  teniente  del  batallón  de  Gerona  don  Ángel  Labuena 
Curiel,  y  13  soldados  muertos,  y  tres  oficiales,  el  capitán  don  Vicente 
RipoUés  y  Ripollés  y  los  primeros  tenientes  don  Miguel  Garcés  y  Fa- 
llos y  don  Emeterio  Antón  Sánchez,  y  39  soldados  heridos. 

La  noticia  produjo  gran  sensación  y  fué  muy  comentada  en  la  Ha- 
bana y  en  la  Península  por  haber  ocurrido  la  importante  operación 
realizada  por  la  columna  Hernández  en  la  provincia  de  Pinar  del  Río, 
que  hacía  tiempo  se  había  declarado  pacificada  (¡!)  y  por  venir  ella  á 
confirmar  que  no  solo  no  estaba  pacificada,  sino  que  existían  en  Vuelta 
Abajo  importantes  núcleos  de  rebeldes. 


*** 


Precisamente  el  día  13,  anterior  al  en  que  llegó  á  Madrid  el  parte 
oficial  de  la  operación,  hizo  un  año  que  el  gobierno  de  la  metrópoli 
recibió  del  general  Weyler,  á  la  sazón  en  operaciones  en  la  provincia 
de  Pinar  del  Río,  el  famoso  despacho  que  empezaba  de  esta  suerte: 

<No  contando  con  fuerzas  suficientes  para  ocupat  todos  los  puntos 


86 

que  me  proponía  en  mi  plan,  quedó  sin  cubrir  el  Rubí,  punto  primero 
que  me  proponía  batir.» 

Y  á  continuación  el  general  que  no  tenía  fuerzas  suficientes  para 
sus  operaciones,  no  obstante  contar  con  un  ejército  de  200.000  hom- 
bres en  la  isla,  narraba  el  combate  sostenido  en  las  lomas  y  en  el  cual 
quedó  herido  y  fuera  de  combate  el  general  Echagüs. 

Como  han  visto  nuestros  lectores,  las  partidas  rebeldes  en  aquella 
pacificada  (¡!)  provincia  quisieron  sin  duda  celebrar  el  aniversario,  sos- 
teniendo un  recio  encuentro  con  nuestras  tropas  en  las  mismas  lomas. 


BALUARTE  DE  LOS   APÓSTOLES,  EN   EL   PESCANTE  DEL  MORRO  (Haban») 


No  queríamos  insistir  ya  sobre  el  asunto  de  la  pacificación  decre- 
tada por  el  excapitán  general  de  Cuba,  señor  marques  de  Tenerife.  Bas- 
tante hemos  dicho  acerca  de  ello  en  el  precedente  tomo. 

El  pueblo  español  está  ya  convencido  de  la  verdad  y  para  los  que 
por  ceguedad  de  la  pasión  ó  exceso  de  mala  fé  se  niegan  aún  á  recono- 
cer los  hechos,  cuanto  se  diga  está  de  sobra.  Sin  embargo,  el  reseñado 
suceso  de  guerra  y  la  alocución  del  general  Weyler,  que  á  continuación 
transcribimos,  nos  obliga  á  volver  sobre  la  materia. 


87- 

En  el  combate  que  hemos  recordado  por  la  circunstancia  del  mes 
y  del  día,  hubo,  en  plena  guerra,  estando  allí  el  grueso  de  las  partidas 
rebeldes  con  Maceo  á  la  cabeza  y  operando  contra. ellas  el  propio  gene- 
ral en  j  3fe  de  nuestro  ejército,  menos  número  de  bajas  del  enemigo  y  de 
nuestras  columnas  que  las  ocasionadas  en  el  encuentro  aludido  y  en 
plena  pacificación.  ¡Así  es,"desgraciadamente,  cómo  hablan  los  hechos! 

En  cambio,  el  general  Weyler,  en  la  alocución  de  despedida  á  los 
habitantes  de  Cuba  dijo  que  «ya  se  extiende  rápida  la  bienhechora 
influencia  de  la  paz  en  las  provincias  de  Pinar  del  Río,  Habana,  Matan- 
zas y  Santa  Clara  hasta  lá  trocha  de  Júcaro  á  San  Fernando.  Os  dejo  la. 
rebelión  tan  reducida,  que  no  debe  hacerse  esperar  su  último  latido.» 
¡Así  habló  el  general! 


*** 


La  tenaz  resistencia  opuesta  por  los  insurrectos  á  una  brigada  de 
nuestro  ejército,  reforzada  con  artillería  y  guarrillas  dio  á  conocer  si  se 
trataba  de  grupos  dispersos  que  merodeaban  en  el  territorio  pacificado, 
ó  de  fuertes  núcleos  de  rebelión.  Tener  aplomo  para  decir  ciertas  cosas, 
no  es  lo  mismo  que  convencer  de  ello  á  los  demás  mortales. 

Día  llegará— lo  extraño  es  que  no  haya  llegado  ya— en  que  se  co- 
nozca en  todos  sus  detalles  el  sistema  que  se  quiso  emplear  para  aquella 
pacificación  oficial.  Entonces,  cuando  nada  se  pueda  achacar  á  supues- 
tas enemistades  personales  y  el  decoro  nacional  no  obligue  al  silencio 
y  no  sea  dable  meter  á  barato  el  asunto  y  la  verdad  resplandezca  sin 
nubes,  el  pueblo  español  echará  de  ver  que  se  le  ha  querido  tratar  como 
á  un  pueblo  de  guana/os,  de  idiotas,  incapaz  de  percibir  la  realidad  ni 
de  formar  juicio  por  sí  propio. 

Este  tristísimo  concepto  de  las  facultades  intelectuales  de   que  en 


88 

la  vida  pública  dispone  la  inmensa  mayoría  de  nuestros  conciudadanos, 
es  la  causa  de  nuestra  indignación  y  de  nuestras  protestas.  Ese  concepto 
explica  muchas  de  las  cosas  que  han  ocurrido  aquí  y  muchas  otras  de 
las  que  se  pretende  que  pasen. 

Y  ¡doloroso  es  confesarlo!:  la  tarea  es  demasiado  ruda  para  nuestra 
débil  y  mal  templada  pluma. 

Pero  basta  que  se  atienda  á  los  hechos  y  se  forme  sobre  los  mismos 
el  juicio  público. 

Ahí  están  de  un  lado  los  hechos  con  su  lógica  irrefutable,  irreba- 
tible; ahí  están  de  otro  lado  las  palabras  del  general  Weyler,  sus  auda- 
ces afirmaciones,  los  comentarios  con  que  las  exornaron  cuantos  tenían 
puestas  en  dicho  señor  sus  esperanzas,  merced  á  los  propósitos  y  pasio- 
nes que  arbitrariamente  le  atribuyeron. 

Que  el  pueblo  español  juzgue. 

Nosotros  no  queremos,  ni  pedimos  más,  reservando  á  la  Historia 
su  juicio  definitivo. 


CAPITULO    VIII 


El  sistema  de  la  pacificación  del  general  Weyler. — Rasgáronse  las  tinieblas. — En  San  Juan 
de  las  Yeras. — Ataque  y  rudo  combate. — La  columna  de  auxilio. — Criminales  atentados 
por  la  dinamita. — Voladura  de  trenes. — Desastrosos  efectos. — 10  soldados  muertos  y  25 
heridos. — Tren  de  auxilio. — Combates  en  Oriente. — Evidente  y  palmaria  dÍFCordancia 
entre  los  hechos  y  las  palabras  del  general  ^Yeyler.  —  Su  alocución  de  despedida  á  los 
habitantes  de  Cuba. — En!favor  de  los  reconcentrados. — Disposiciones  convenientes  y 
plausibles. 


A  operación  que  emprendiera  por  las  lomas  de  Pinar,  y 
que  realizó  con  éxito  la  brigada  del  general  Hernán- 
dez de  Velacco,  no  terminó  en  los  combates   del  9  al 
12,  que  dejamos  someramente  reseñados  en  el  prece- 
dente capítulo  y  debióse  á  instrucciones  del  nuevo  comandan- 
te general  de  aquella  provincia,  general  Fernández  Bernal,  que 
tan  provechosa  y   activa  campaña  hizo  en  la   misma  el  año 
anterior. 

Del  precio  á  que  nuestras  tropas  compraron  esa  victoria  so 
bre  las  partidas  insurrectas,  se  deduce  bien  claramente  que  en  Pinar  de) 
R'o  no  estaban  las  cosas  como  se  las  pintaron  al  general  Weyler,  ó  come 
él  pretendió  pintarles  á  la  Nación. 

Grupos  de  quince  ó  veinte  hombres,  dispersos,  hambriento;,  sin 
armas  y  faltos  de  todo  medio  de  proseguir  la  guerra,  no  fueran  capaces 
de  oponer  resistencia,  ni  aún  de  hacer  frente  ni  plantar  cara  á  una  bri- 

Bi.ANCo  12 


90 

gada  del  ejército,  y  menos  de  sostener  con  ella  combates  en  que  corrió 
copiosamente  la  sangre  de  nuestros  bravos. 

Aún  en  la  época  de  mayor  apogeo  de  la  insurrección  se  hubiera 
tenido  por  importante  la  serie  de  encuentros  sostenidos  por  la  brigada 
Hernández  Velasco  en  las  lomas  de  Pinar. 

No  sabemos  qué  dirían  al  enterarse  de  ello  los  que  se  obstinaban 
en  dar  crédito  á  la  falsa  pacificación  de  las  provincias  occidentales,  tan 
porfiadamente  sostenida  por  el  general  Weyler  hasta  en  las  alocuciones 
que  dirigió  á  los  habitantes  en  Cuba  al  resignar  el  mando  de  la  isla. 

Durante  el  tiempo  que  el  marqués  de  Tenerifa  estuvo  al  frente  de 
nuestro  ejército  de  operaciones  en  la  gran  Antilla,  ocurrieron  en  Pinar 
del  RÍDy  en  las  demás  provincias  que  también  esttban  pacificadas,  por 
decreto,  sucesos  no  menos  importantes  que  el  de  las  lomas.  Algunos  fué 
totalmente  imposible  ocultarlos  y  á  la  postre  se  dio  cuenta  de  ellos 
desfigurando  ia  verdad.  Sobre  otros  se  guardó  absoluto  silencio,  y  bien 
lo  saben  muchos  jefes  y  oficiales  á  quienes  el  general  Weyler  privó 
hasta  de  la  satisfacción  de  que  el  país  conociera  los  servicios  que  le 
prestaban,  por  no  reconocer  la  existencia  de  hechos  contrarióse  lo  que 
él  venía  telegrafiando. 

Al  resgarse  á  la  sszón  las  tinieblas  en  que  se  había  logrado  envol- 
ver la  situación  de  Cuba,  asi  bajo  el  aspecto  militar,  como  bajo  el  eco- 
nómico y  el  político,  lo  primero  que  se  dejó  ver  con  claridad  fué  que 
no  había  verdadera  pacificación  en  ninguna  parte  de  la  isla;  que  la  re  ■ 
concentración  se  hizo  como  requisa  de  ganado,  más  que  como  agrupa- 
ción de  seres  humanos,  y  que  á  continuar  un  poco  más  de  tiempo  la 
aplicación  de  semejante  sistema,  hubiéramos  concluido  por  perder,  no 
sólo  la  isla  de  Cuba,  si  que  hasta  el  concepto  de  pueblo  militar,  cris- 
tiano y  civilizado. 


di 


.*  * 


El  golpe  que  los  insurrectos  de  Las  Villas— otra  de  las  provincias 
pacificadas  por  voluntad  del  señor  marqués  de  Tenerife— intentaron 
dar  llegando  hasta  las  calles  de  San  Juan  de  las  Yeras,  (pueblo  de  más 
de  2.0OO  habitantss,  situado  á  veintiún  kilómetros  de  Santa  Clara)  los 
ataques  á  los  trenes  de  Nuevitas  al  Príncipe  y  de  Tunas  de  Zaza  á  Sanc- 


BATERÍA.   EN   EL   CUARTEL    DE   LA   FUERZA    (Habana 


ti  Spíritus,  volviendo  á  emplear  la  dinamita,  y  la  reconcentración  de  los 
rebeldes  de  Occidente  en  las  lomas  de  la  Gobernadora  y  Rubí  para 
revelar  fuerza  en  Pinar  del  Río,  fueron  interpretados  por  la  opinión 
como  la  manifestación  del  propósito  de  los  rebeldes  de  que  estaban  dis- 
puestos á  seguir  en  armas  contra  la  madre  patria. 

El  suceso  de  Sin  Juan  de  las  Yeras  tuvo  relativa  importancia,  por- 
que la  partida,  aunque  no  numerosa,  pues  solo  se  componía  de  doscien- 
tos hombres,  logró  llegar  á  las  calles,  de  donde  fué  rechazada  por  la 
guarnición. 


92 

El  combate  que  allí  se  libró  duró  poco,  pero  fué  duro. 

Los  insurrectos,  al  ver  que  la  guarnición  estaba  advertida  y  pre- 
parada para  la  defensa,  desistieron  de  su  audaz  empeño  y  se  retiraron, 
dejando  en  las  calles  ocho  muertos  y  llevándose  varios  heridos,  de  los 
que  murieron  dos  en  las  inmediaciones  del  pueblo. 

Las  pérdidas  experimentadas  por  la  guarnición  consistieron  en  un 
sargento  y  tres  guerrilleros  heridos. 

Como  muchas  casas  son  de  guano,  penetraron  las  balas  en  ellas, 
matando  á  dos  paisanos  y  una  mujer.  Otros  resultaron  heridos  dentro 
de  sus  domicilios 

Advertido  del  fuego  el  general  Aguirre,  que  operaba  por  aquellas 
inmediaciones,  acudió  con  su  columna  áSan  Juan  de  las  Yetas,  pero  ya 
el  enemigo  había  desaparecido. 

En  la  linee  del  ferrocarril  que  enlaza  el  puerto  de  Tunas  de  Zaza 
con  Sancti  Spíritus  explotó  una  bamba  de  dinamita  al  paso  de  un  tren, 
produciendo  la  explosión  grandes  destrozos  en  tres  vagones  y  heridas 
graves  á  dos  pasajeros. 

Asimismo  volaron  los  insurrectos,  por  medio  de  otra  bomba  de  di- 
namita, otro  tren  de  la  línea  de  Nuevitas  á  Puerto  Príncipe. 

Ocurrió  el  suceso  el  día  13  al  pasar  un  tren  de  los  llamados  de 
auxilio,  que  transportaba  una  cuadrilla  de  trabajadores  con  una  escolta 
y  soldados  que  iban  á  forrajear. 

Al  pasar  cerca  del  fuerte  número  ai  y  ya  dentro  de  la  curva  llama- 
da O'  Donell,  estalló  la  bomba  de  dinamita  debíjo  del  carro  blindado 
que  conducía  la  escolta. 

La  detonación  del  explosivo  y  el  ruido  que  produjo  el  carro  des- 
trozado apagaron  los  gritos  de  los  infelices  heridos;  al  mismo  tiempo 
grupos  de  rebeldes  emboscados  en  la  cercana  manigua  hicieron  sobre 
el  tren  nutrido  fuego  de  fusilería. 

El  jefe  de  la  escolta,  teniente  señor  Villar,  á  pesar  de  tener  íuer*  de 


93 

combate  por  la  explosión  á  casi  toda  su  gente,  contestó  al  fuego  del  ene- 
migo y  logró  apagarle,  pudiendo  entonces  reconocer  los  efectos  de  la 
máquina  infernal. 

Diez  soldados  muertos  y  25  heridos;  el  carro  blindado,  una  plata- 
forma y  25  metros  de  vía  destrozados. 

Las  fuerzas  pertenecían  al  batallón  de  voluntarios  de  Madiii.  , 

Avisado  el  general  Jiménez  Castellanos,  envió  en  el  acto  un  tren 
de  auxilio,  en  el  que  se  trasladó  el  teniente  señor  Villar,  con  la  fuerza 
que  le  quedaba  y  los  heridos,  uno  délos  cuales  era  el  médico  don  Cosme 
Aznárez,  al  poblado  de  Las  Minas. 

Para  llevar  seis  convoyes  desde  Manzanillo  á  Bayamo,  para  el 
aprovisionamiento  de  esta  plaza,  como  base  de  operaciones,  tuvieron 
que  sostener  nuestras  columnas  siete  combates  muy  rudos  con  fuertes 
núcleos  rebeldes,  en  los  que  perdieron  aquéllos  cinco  hombres  y  tu- 
vieron 41  heridos. 


*  ♦ 


Esa  era  la  situación  de  la  isla,  y  ese  el  estado  en  que  dejó  la  rebel- 
día el  general  Weyler,  cuando  resignó  el  mando  supremo  de  ella  y 
embarcó  para  la  Península. 

Pues  bien;  véase  ahora  lo  que  en  su  alocución  de  despedida  á  los 
habitantes  de  Cuba,  publicada  en  la  Gaceta  del  día  30  de  Octubre,  dijo 
el  marqués  de  Tenerife. 

Es  un  documento  que  merece  ser  conocido  de  todos  los  españoles. 

Dice  así:  ' 

«Relevado  por  el  gobierno  de  S.  M.  del  mando  civil  y  militar  en 
esta  isla,  y  próximo  á  salir  con  dirección  i  la  Madre  Patria,  me  despi- 
do de  vosotros.  Da  mí  no  esperéis  frases  galanas  ó  artificiosas,  como 


94 

tampoco  vacilaciones  ni  rodeos  en  la  exposición  de  la  verdad.  Habi- 
tuado á  la  inclemencia  del  campamento  más  que  á  los  tranquilos  y 
enervantes  goces  del  salón,  soy  rudo  y  conciso. 

No  ignoráis  el  estado  de  abatimiento  de  ánimo  y  desconfianza  en 
el  porvenir  que  dominaba  en  Caba,  cuando  á  ella  vine  para  encargar- 
me de  su  gobierno  general  y  del  mando  del  ejército,  y  bien  veis  como 
queda.  Si  por  erróneos  juicios,  por  degconocimiento  de  lo  ocurrido  ó 
por  otras  causas  no  falta  quien  niegue  la  verdad,  vosotros,  que  la  te- 
neis  al  alcance  de  la  vista,  os  sentís  convencidos  de  que  muy  en  breve 
habtía  llegado  para  toda  la  isla  la  hora  de  la  paz,  y  de  que,  tan  comple- 
ta y  eficazmente  como  cabe  á  raíz  de  una  lucha  sangrienta  y  destructo- 
ra, ya  se  extiende  rápida  la  bienhechora  influencia  de  aquélla  en  las 
provincias  de  Pinar  del  Río,  Habana,  Matanzas  y  Santa  Clara,  hasta  la 
trocha  de  Júcaro  á  San  Fernando.  Los  ingenios  prepáranse  á  la  mo- 
lienda; las  vías  de  comunicación  están  expeditas  á  pasf  jaros  y  mercan- 
cías; se  pueden  recorrer  los  campos  sin  tropezar  de  continuo  con  la  em- 
boscada, y  ha  cesado  ya  el  antes  no  interrumpido  y   asolador  incendio. 

Al  congratularos  por  este  espectáculo  halagüeño,  no  debéis  olvi- 
dar nunca  los  sacrificios  que  cuesta,  principalmente  los  representados 
por  pérdida  de  vidas;  y  asi  como  tenéis  lágrimas  para  el  muerto  que 
perteneció  á  vuestra  clase,  tenedlas  también  para  el  heroico  soldado 
que  aquí  dio  sonriente  su  existencia  para  la  patria  en  defensa  de  la  in- 
tegridad nacional,  y  tenedlas  abundantes  y  compasivas  para  los  dolo- 
res de  tantas  madres  que  no  volverán  á  estrechar  entre  sus  brazos  á  sus 
hijos. 

Vine  á  la  isla  con  el  ánimo  decidido  á  que  no  terminase  el  próximo 
Marzo  sin  que  se  viera  obligada  la  insurrección  á  refugiarse  en  sus  gua- 
ridas de  Oriente:  á  restablecer  y  mantener  muy  alto  el  principio  de  au- 
toridad, para  que  nadie  faera  osado  á  llegar  hasta  é';  á  reafirmar  la  so- 
beranía de  España  en  esta  preciada  Antilla. 


95 

Los  hechos  hablan  por  mí;  y  ya  elocuentemente  lo  han  realizado, 
porque  las  demostraciones  de  vuestro  sfecto  á  mi  persona,  grandes, 
sentidas  y  expontáneas,  como  todo  lo  que  no  es  sugerido  por  la  envi- 
dia ó  por  la  ambición  personal,  han  estremecido  á  los  enemigos  de  Es- 
paña y  de  su  propia  tierra  natal.  Todas  y  cada  una  de  esas  manifesta- 
ciones han  conmovido  mi  corazón;  pero  más  que  ninguna  la  última, 
porque  en  realidad,  no  fué  otra  cosa  que  la  indignación  que  rebosó  de 
los  pechos  españoles,  al  notarse  el  júbilo  que  la  noticia  de  mi  probable 
relevo  en  el  mando,  esparcía  entre  los  enemigos  de  nuestra  patria.  Im- 
pedir ó  restringir,  como  algunos  hubieran  querido,  ese  movimiento  de 
opinión,  nacido  de  tan  pura  fuente,  hubiera  sido  acto  antipatriótico; 
no  lo  hice,  y  estoy  satisfecho  de  mi  resolución. 

Si  para  conseguir  el  estado  gctual  de  la  isla,  en  ocasiones  he  teni- 
do que  extremar  el  rigor,  cierto  que  no  fué  sin  que  le  precedieran  ofre- 
cimientos de  perdón  y  olvido,  hechos  en  nombre  de  la  generosa  Espa- 
ña á  esos  hijos  desnaturalizados,  que  desgarran  el  seno  de  su  propia 
madre,  y  tan  prontos  á  huir  frente  á  iguales  fuerzas  como  dados  al  ex- 
terminio, al  pillaje  y  al  incendio,  si  tienen  de  su  lado  el  número  y  la 
ocasión. 

Os  dejo  la  rebelión  á  tal  extremo  reducida,  que  no  debe  hacerse 
esperar  su  último  latido;  el  principio  de  autoridad  reconocido  y  respe- 
tado, porque  ésta,  en  todo  el  tiempo  de  mi  mando,  ha  sido  cosa  real 
y  verdadera,  agena  á  las  luchas  y  ambiciones  de  las  parcialidades  polí- 
ticas, y  no  la  fuerza  y  la  justicia  simbolizadas  en  un  cadáver;  y  la  so- 
beranía de  España  tan  afirmada,  que  nadie  intentará  arrancarla  de  esta 
tierra,  como  no  sea  por  medios  arteros  y  contando  con  el  auxilio  y  la 
complicidad  de  españoles  indignos. 

Esta  profunda  convicción  se  fortalece  y  arraiga  aun  más  en  mi 
ánimo  al  recordar  las  relevantes  dotes  militares  y  políticas,  por  vosotros 
tan  conocidas  como  estimadas,  del  ilustre  caudillo  que  va  á  ¡ucederme 


96 

en  el  mando;  y  abrigo,  no  ya  la  esperanza,  la  seguridad  de  que,  agru- 
pados junto  á  él  con  la  lealtad  y  adhesión  que  os  son  propias  y  que  á 
mí  me  habéis  prestado,  cooperaréis  eficazmente  al  fin  que  todos  anhe- 
lamos: la  total  é  inmediata  pacificación  de  Cuba,  objeto  de  mis  más  fer- 
vientes votos. 

Habitantes  de  la  isla  de  Cuba:  recibid  mi  cariñoso  adiós  y  con  él 
la  expresión  del  sentimiento  que  me  causa  el  apartarme  de  vosotros. 
La  sinceridad  me  obliga  á  añadir  que,  entre  todos,  tienen  derecho  pre- 
ferente á  mi  gratitud  los  que  componen  las  clases  obreras,  porque  ellos 


LA    CASA    MAS    ANTIGUA   DE   LA    HABANA   EN    LA    ESQUINA    DE   TEJAS 

han  ofrecido  al  mundo  hermoso  ejemplo  de  sano  patriotismo,  dedican- 
do parte  de  sus  salarios  ó  remuneración  de  su  trabajo  personal  al  fo- 
mento de  la  marina  de  guerra;  ellos,  los  más  perjudicados  por  el  esta- 
do económico  de  la  i?la.  Habrá  quien  les  iguale  en  patriotismo;  mfs 
quien  los  supere,  no.  Para  ellos  serán  mis  más  gratos  recuerdos  y  n:i 
más  entusiasta  admiración,  lamentando  que  mi  solo  esfuerzo  no  pueda 
trocar  en  abundancia  la  escasez  de  sus  hogares,  y  en  alegrías  sus  tris- 
tezas. 


97 


A.VAKZADAy  DK    UX   CAMPAMENTO 
Blanco    i  3 


98 

AI  pisar  esta  tierra,  en  todo  el  trayecto  recorrido  hasta  llegar  á 
palacio,  á  vuestra  no  interrumpida  aclamación  de  mi  persona,  respon- 
día: ¡Viva  España!,  poique  España  es  ante  todo  y  sobre  todo;  y  ¡Viva 
ei  rey!,  porque  él  simboliza  á  nuestra  patria.  Al  separarme  de  vosotros, 
llevándoos  en  la  cabeza  y  en  el  corazón,  como  al  llegar,  os  digo:  ¡Viva 
España!  ¡Viva  el  rey!  y  ¡Viva  Cuba  española! 

Vuestro  gobernador  general,  Valeriano  Weyler. 

Habana  29  de  Octubre  de  1897  >> 

También  publicó  la  Caceta  de  la  Habana  el  mismo  dia,  otras  alo- 
cuciones de  Weyler  dirigidas  al  ejército,  á  los  marinos  y   á  los  volun 
tarios  y  bomberos. 


*  * 


Decidido  el  general  Blanco  á  proteger  á  los  campesinos  reconcen- 
trados que  padeciendo  estaban  todo  género  de  necesidades,  dictó  un 
importantísimo  bando,  que  publicó  la  Gaceta  del  diá  14,  dictando  al- 
gunas medidas  encaminadas  á  remediar  en  parte  su  situación  triste  y 
;.  ngustiosa. 

Precedía  al  articulado  un  largo  preámbulo,  en  el  que  se  explicaba 
la  necesidad  de  modificar  las  condiciones  de  la  reconcentración,  ya 
que  no  fuese  realizable  suspenderla  en  absoluto  y  de  repente;  porque 
arrojar  de  las  poblaciones  al  campo  verdaderas  muchedumbres,  com- 
puestas en  su  mayoría  de  mujeres  y  niños,  dejándola  abandonada  y  ex- 
puesta á  mayores  infortunios,  sin  tomar  las  precauciones  que  asegura- 
ren su  vida,  acarreara  perjuicios  mayores,  dando  origen  á  censuras  tan 
graves  como  las  dirigidas  contra  la  concentración. 

Sa  declaraba  en  el  preámbulo  que  era  indispensable   proceder   con 


99 

previsión,  tacto  y  buen  sentido,  sin  perder  de  vista  la  realidad,  para 
llegar  lo  más  pronto  posible  al  restablecimiento  de  la  normalidad  en 
la  vida  rural. 

Por  esto  se  reiteraba  en  el  propósito  y  en  la  decisión  de  proteger  efi- 
cazmente á  los  reconcentrados,  á  cuyo  efecto  se  comunicaban  órdenes 
para  facilitarles  ración  diaria,  y  para  que  se  atendiera  en  los  hospitales 
á  los  enfermos  hasta  reorganizar  las  faenas  agrícolas  é  industriales  y 
lograr  la  normalización  del  trabajo. 

Hasta  aquí  el  preámbulo. 

Después  se  disponía: 

((.Primero.  Los  que  en  la  actualidad  se  hallan  reconcentrados  y  po- 
sean fincas,  bien  de  su  propiedad,  bien  en  arrendamiento,  apareciendo 
contar  con  elementos  para  el  trabajo  y  la  vida,  pueden  volver  á  ellas 
seguros  del  amparo  y  protección  que  se  les  dispensa  por  las  últimas 
disposiciones  sobre  la  materia. 

A  este  efecto  obtendrán  de  la  autoridad  una  autorización  en  la  que 
consten  Jos  nombres  de  los  individuos  que  componen  la  familia,  las 
personas  que  le  acompañen,  número  y  clase  de  animales,  aperos  é  ins- 
trumentos de  labor  que  lleven  á  las  fincas,  dejando  constancia  de  todo 
esto  en  la  cabecera,  á  fin  de  procurar,  al  necesitarlos,  utensilios,  ropas 
y  efectos. 

Segundo.  Los  que  no  se  encuentren  en  este  caso  como  los  artesa- 
nos y  jornaleros,  podrán  concurrir  á  los  trabajos  del  campo  á  condi- 
ción de  que  residan  y  pernocten  dentro  del  recinto  fortificado  de  las 
fincas  y  porten  documentos  que  identifiquen  su  personalidad. 

Tercero.  Se  considera  como  centros  de  trabajo  los  ingenios,  colo- 
nias, vegas  de  tabaco,  cafetales  y  demás  fincas  de  importancia  que  se 
hallen  bien  defendidas  y  estén  sus  dueños  autorizados  para  tener  los 
operarios  que  necesiten,  tanto  de  la  población  actualmente  reconcen- 
trada, como  de  los  que  gozan  de  libertad   por  haber  sido  indultados, 


100 


cuidando  especialmente  los  dueños  de  adoptar  las  medidas  higiéaicis 
que  garanticen  la  salud  de  los  jornaleros. 

Cuarto.     Los  dueños  están  obligados  á  constituir  un  centro  de  de- 
fensa en  las  respectivas  zonas  de  cultivo  que  alberguen  las  fincas,  y  en 
el  perímetro  exterior  de  las  mismas  establecerán  las  columnas  sus  ba- 
ses de  operaciones,  cuidando  de  la 
defensa  del  centro  en  caso  nece- 
sario. 

Quinto.  Se  autoriza  á  los  due- 
ños, arrendatarios  y  aparceros  para 
que  gasten  armas  que  les  sirvan 
para  defenderse,  y  á  los  operarios 
se  les  permite  el  uso  de  revólver  y 
machete,  previo  permiso  de  las 
autoridades. 

Las  familias  y  los  individuos  á 
quienes  no  alcancen  los  anteriores 
beneficios,  quedarán  en  las  pobla- 
ciones bajo  el  amparo  del  director 
y  demás  individuos  de  las  juntas 
protectoras  que  habrán  de  consti  - 
tuirse  y  funcionar  con  fondos  del  Estado  y  los  auxilios  de  la  caridad. 

Sexto.  Estas  juntas  se  organizarán  inmediatamente  en  las  capita- 
les de  los  términos  municipales  y  en  los  poblados;  estarán  presididas 
por  las  autoridades  civiles,  á  quienes  se  asociarán  para  formarlas  los 
comandantes  militares,  párrocos,  médicos,  propietarios  y  comerciantes 
que  se  designen. 

Séptimo.  La  protección  de  estas  juntas  se  extenderá  á  los  rebel  - 
des  que  se  presenten  á  indulto. 


CABECILLA  LOREN 


101 

Octavo.  De  los  trabajos  que  realicen  darán  cuenta  las  juntas  á  la 
superioridad  quincenalmente. 

Noveno.  Se  exigirá  estrecha  responsabilidad  á  los  llamados  á 
cumplimentar  estas  instrucciones.— iíawón  Blanco. 

Digna  de  aplauso  fué  la  humanitaria  medida  dictada  por  el  mar- 
qués de  Peña  Plata,  mereciendo  plácemes  de  todo  el  mundo  civilizado 
y  cristiano,  sus  disposiciones  en  favor  de  los  reconcentrados. 


^IIIWliailMulMlllMlMIUiUMIUlllMIMUIIriHIllllllItlIUlUBIIItUIIIIIIUMIIMIIIIIMMilllllliillIirilllMM.   iniIMHHIIIUllllllUlMIIIUIIIIUlllUlUMt  miMimMiMiiiiniiiuiiiiuii  u. 

'V(>iiNMHMHiiiiiiHBnwii»intilHiMii'    niiiiHiHiiriitiiiMiii iiHttvf      iiiiiiiiiMiiiiiintim iiiiiiiiiiMiiuii"nnwiiwiiniiuniiiiimifiinHMiiiMtniinw<w''IP 


CAPITULO   IX 


Pasividad  y  espectación. — Error  y  faUa  especie. — Ficcióa  y  conTencionalismo. — ¿Se  moverá? 
—  El  cuerpo  de  voluntarios  de  la  Habana. — Libertad  de  los  piratas  de  la  Coinpetitor. — 
Importantes  operaciones  en  Pinar  del  Río. — Estado  de  la  rebelión  en  esta  provincia. — 
Las  bajas  de  una  decena. — Reproducción  de  la  campaña  de  destrucción. — Las  órdenes 
del  (jeneralisimo. — Actitud  intransigente  de  Máximo  Gómez.-  La  zafra. — Triste  consi- 
deración.— Duda  y  temor. 


p  iN  espíritu  pesimista,  sin    propósitos  de  producir  alarma, 
todas  las  personas  que  seriamente  pensaban  en  el  más 
grave  de  los  problemas  plantead  os  por  la  realidad  á  nues- 
tra nación,  reconocían  y  confesaban,  al  mediar  el  mes  de 
Noviembre  del  97,  que  atravesábamos  y  habríamos  de  atra- 
vesar hasta  los  comienzos  del  año  1898,  el  período  profunda- 
mente crítico  de  la  guerra  de  Cuba. 

Entendiendo  por  «crisis»  el  momento  decisivo  de  un 
acontecimiento,  presumimos  usar  con  propiedad  la  palabra, 
porque,  épocas  peores  había  habido  en  esa  guerra,  pero  de  nada  de- 
cidían. 

El  ánimo  de  la  generalidad  de  los  españoles  apreciaba  las  circuns- 
tancias, cual  las  apreciamos  nosotros,  y  por  eso  parecía  estar  en  sus 
pensó  y  como  en  espara  de  lo  que   podía  advertirle  la  marcha  de  los 
negocios  públicos. 


103 

Aparte  el  movimiento  ficticio  que  por  malos  hábitos  y  con  viejos 
resortes  procuraban  determinar  los  que  no  enfocaban  la  vida  de   otra 
manera,  la  actitud  de  la  generalidad  era  de  espectación,   y  fuera  de 
gran  ansiedad,  sin  la  fatiga  que  parecía  apoderada  hasta  ^e  los  corazo 
nes  más  patriotas. 

Nadie  quería  atravesarse  en  la  corriente  de  los  sucesos;  acaso  cada 
español  deseaba  la  parte  menor  de  responsabilidades  en  lo  que  pudiera 
acontecer,  sin  perjuicio  de  alegar  esa  misma  actitud  como  mérito,  si 
fuese  á  la  postre  satisfactorio  el  resultado. 

No  dejaba  de  favorecer  al  gobierno  un  tal  estado  de  cosas,  en  el 
concepto  de  que  tocante  á  lo  interior  tropezaba  con  el  menor  número 
posible  de  obstáculos.  En  cambio,  la  ayuda  no  era  muy  eficaz,  pero 
esto  lo  tendría  aquél  previsto,  y  en  España,  excepción  hecha  de  los  mo- 
mentos solemnes,  bien  se  puede  cambiar  lo  uno  por  lo  otro. 

La  obra  del  ministerio  liberal,  si  alcanzaba  buen  éxito,  tendría 
para  el  señor  Sagasta  y  para  aquellos  de  sus  compañeros  de  gabinete 
que  con  mayor  actividad  y  firmeza  le  ayudaban,  la  ventaja  de  ser  muy 
suya,  es  decir,  de  haber  sido  realizada  con  elementos  sacados  casi  en 
totalidad  de  las  propias  tuerzas  y  de  los  propios  recursos.  Fuera  de  ese 
círculo  no  había  habido  ni  había  más  que  pasividad. 

Alguna  censura  blanda  oíase,  formulada  quizás,  mejor  que  para 
resistir  la  labor  del  gobierno,  para  dar  fe  de  vida  de  otros  criterios  á 
los  que  importaba  mucho  que  el  público  no  olvidase  su  existencia.  Tal 
sucedía  con  los  conservadores  más  ó  menos  del  directorio  ó  más  ó  me- 
nos silvelistas.  Fenómeno  análogo  se  produjo  en  los  que  temían  que 
desconociera  su  independencia  de  juicio  ese  mismo  público,  si  ellos  no 
lo  afirmaban  de  vez  en  cuando. 

Pero  la  pasividad  y  la  expectación  fueron  las  notas  características 
de  aquellas  circunstancias.  Si  esto  lo  impuso  la  masa  social,  con  su 
afán  ardiente  de  que  la  guerra  terminase  y  su  esperanza  más  ó   menos 


104 
vaga  de  que  la  pacificación  pudiera  venir  por  el  nuevo  camino  abierto, 
ó  si  todo  ello  fué  engendrado  por  la  irresolución  y  la  incertidumbre  de 
los  que  estaban  expuestos  á  verse  frente  á  frente  del  problema  y  no 
descubrían  por  lado  alguno  la  solución,  cosa  es  sobre  la  que  no  es  da- 
ble aún  decidir.  El  hecho,  sin  embargo,  se  presentó  tal  cual  lo  señala- 
mos á  la  atención  de  nuestros  lectores. 


•*  * 


De  impresionable  y  meridional  hemos  tratado  cien  veces  antes  de 
ahora  al  pueblo  español,  y,  sin  embargo,  cuando  se  estudia  con  al- 
gún cuidado,  y  sin  ninguna  pasión  que  no  sea  la  de  aprender  la  His- 
toria de  España  de  los  últimos  siglos,  adviértese  la  pasividad  de  la  na- 
ción, estenuada  por  el  esfuerzo,  quizás,  de  los  descubrimientos,  de  las 
conquistas  y  de  poblar  tierras,  por  el  agotamiento  de  los  ideales  que  en 
otro  tiempo  llenaron  su  alma,  y  por  lo  apartada  que  vino  á  quedar  de 
las  nuevas  vías  mercantiles.  Quedóse  pobre  de  sangre,  de  espíritu  y  de 
voluntad. 

La  famosa  epopeya  de  la  independencia,  tan  desconocida,  es  prue- 
ba de  la  apatía  del  organismo  nacional.  Las  humillaciones  de  Carlos  IV 
y  de  Godoy  ante  Bonaparte,  la  cesión  de  territorios,  el  pago  de  tribu- 
tos, la  entrega  de  parte  de  la  escuadra,  hubieran  bastado  para  llevar  á 
otro  pueblo  á  la  revolución.  El  español  se  contentó  con  murmurar.  Ni 
siquiera  se  atrevió  á  hacer  un  motín  como  el  que  movió  contra  Esquila- 
che  por  si  los  sombreros  habían  de  tener  más  alas  ó  menos,  y  por  si  las 
capas  se  llevarían  cortas  ó  largas. 

Crecieron  las  vergüenzas  de  España:  entraron  los  franceses;  apode- 
ráronse por  sorpresa  (en  plena  paz)  de  las  cindadelas  de  Barcelona  y 
de  Pamplona  y  del  castillo  de  Figueras;  acuarteláronse  en  Madrid,  tra- 


105 


tando  con  Ja  mayor  insolencia  y  desprecio  álos  madrileños;  lleváronse 
á  Francia  al  rey,  íl  la  rein?,  al  príncipe  de  Asturias,  etc.,  etc..  El  pue- 
blo calló  y  consintió.  Sólo  se  alborotó  para  oponerse  é  impadir  la  sa- 
lida de  ui  infante  bobo.  La  paciencia  la  duró  ¡trece  años!:  desda  1797 
hasta  1828. 

Palirle  menos  impresionabilidad,  fuera  la  mayor  de  las  exigan- 
cias.  Pdes,  sin  embargo,  todavía  tiene  fama  de  impresionable  y   albo- 
rotador. Aunque  siguiendo  por  el  siglo  adelante  hasta  la   época  actual, 
se  encuentran  innumerables 
pruebas  de  lo  contrario. 

Eu  todos  aquellos  casos  en 
que  ha  tenido  que  moverse, 
lo  ha  hecho  con  igual  lenti- 
tud, porque  es  pasivo  y  apá- 
tico. 

Las  revueltas  políticas, 
como  no  son  cosa  suya,  tienen 
muy  diverso  carácter  y  pro- 
<iú;ense  con  esa  facilidad  qae 
engañando  á  los  malos  obser- 
vadores, ha  dado  crédito  á  la 
falsa  especie,  por  no  romper 
con  las  ficciones  y  los  con- 
vencionalismos que  todo  lo 
tienen  invadido  y  adultera- 
do, de  que  los  españoles  son  levantiscos  é  ingobernables. 

Aquí  los  ingobernables  y  levantiscos  son  los  de  arriba,  los  que  bu- 
llen y  pelean  en  la  epidermis  social.  Esos  forman  partidos,  hacen  elec 
cione«,  organizan  manifestaciones  ó  motines,  según  los  casos,  en  con 
tra  ó  en  favo*"  de  tal  cosa  ó  persona,  hablan,  gritan  y   amenazan.   El 

Blanco  14 


COMANDANTE    Sr.    DÍAZ 


106 

pueblo  dá  230. oco  hombres  para  la  guerra;  se  queja  y  murmura,  sí; 
pero,  por  último,  calla  y  se  SEcrifica,  contentándose  con  el  modesto 
papel  de  espectador,  ó,  á  lo  sumo,  con  el  de  comparsa  en  la  comedia 
que  se  representa. 

¿Cuándo  y  por  qué  se  moverá?  Muy  tarde  y  por  lo  que  menos  se 
piense.  Tal  vez  nunca,  porque  ahora  está  aún  más  desengañado  y  can  - 
sado  que  hace  un  siglo.  Pueden,  pues,  gritarle  y  solicitarle  los  que,  no 
contentos  con  estar  encima,  quisieran  aprovechar  sus  fuerzas  y  vivir 
á  su  costa.  S3  nos  antoja  que  pierden  el  tiempo  lastimosamente. 


*  * 


Entre  los  telegramas  de  Cuba,  que  nos  trasmitió  nuestro  correspon- 
sal el  día  18,  había  varias  noticias  de  interés  y  actualidad  que  no  debe- 
mos ppsar  en  silencio,  para  que  nuestros  lectores  y  el  país  formen  con- 
cepto de  las  cosas. 

Los  coroneles  de  los  cuerpos  de  voluntarios  de  la  Habana  habían 
sido  solicitados  por  el  general  Pando,  como  jefa  de  Estado  mayor  de 
aquel  ejército,  para  salir  nuevamente  á  campaña. 

Como  siempre,  respondió  al  llamamiento  el  patriótico  instituto,  y 
aunque  ya  estaban  muy  mermados  los  batallones  por  haber  sido  movi 
lizados  muchos  de  sus  individuos,  irían  los  voluntarios  donde   se  con- 
siderase útil  su  concurso  á  la  causa  de  España. 

No  importó  ni  á  los  jefes  ni  á  los  oficiales  ni  á  los  soldados,  que 
por  aquí  se  hablase  de  su  disolución;  no  les  importó  que  se  concediera 
decisiva  influencia  en  los  altos  consejos  del  gobierno,  á  quien  conside- 
raba como  necesidad  imperiosa  su  desarme;  no  les  importó  tampoco  el 
afán  con  que  á  la  fecha  se  volvían  contra  ellos,  políticos,  oradores  y 
periodistas  de  fuste. 


107 

Todo  esto  era  al  fia  meaos  grande  qae  la  integddal  del  territorio, 
esencia  de  su  institución,  base  de  su  política.  . 

Entonces,  como  antes,  contestaron  con  datos  patrióticos  á  los  que 
unas  veces  pretendieron  ridiculizarles  y  otras  ofenderles. 

Pronto  se  ofreció  o"a;ióa  para  poner  de  relieve  su  abnegación, 
frente  á  los  que  considerado  hab".aa  comT  cisa  natural  su  desarma. 

El  jefe  de  Estado  mayor  del  eje  cito  peninsular,  apreciando  sobre 
el  Terreno  las  necesidades  y  el  valor  de  los  elementos  quí  formaban  el 
nervio  de  aquel  país,  acudió  á  los  voluntarios  y  éstos  respanlieron  en 
el  acto. 

¡Qué  argumento  más  valioso  en  aquellas  circunstancias  para  cuan- 
tos sosteníamos  la  necesidad  de  qu3  se  hiciera  una  política  sin  exclusi- 
vismos y  de  respeto  para  los  que  ante  todo  estaban  al  servicio  de  la 
causa  nacional! 

Los  voluntarios,  por  esto,  y  solo  por  esto,  fueron  siempre  el  blanco 
de  los  enemigos  de  la  patria  en  la  paz  y  en  la  guerra. 

Podía  salvarse  aigú  a  soldado  de  la  ferocidad  del  enemigo  al  caer 
prisionero;  para  el  voluntario  no  había  jamás  conmiseración. 


♦   *■ 


A  las  dos  de  la  tarde  del  i8  se  hizo  entrega  en  el  castillo  do  la  Ca- 
bana, á  los  cónsules  norteamericano  é  iagléi,  de  los  presos  qus  tripu- 
laron la  Compititor,  y  ean  súblitos  de  las  naciones  qus  aquellos  re 
presentaban. 

Los  restantes  prisioneros  que  fueron  indultados  serían  enviados  á 
la  Península. 

En  libertad  los  pi'-atas  del  Compciiior,  el  delito   qu)  cometieron 
quedó  impune,  contra  toda  justicia,  contra  toda  razón  y  contra    toda 


108 

equidad.  Fueron  á  Cuba  á  llevar  y  hacer  armas  contra  España  y  no  re- 
cibieron castigo  alguno. 

La  debilidad  con  que  procediera  el  Gobierno  conservador  y  el  ge- 
neral Weyler,  tuvo  su  natural  consecuencia  en  la  debilidad  del  Go- 
bierno que  á  la  fecha  regía  los  destinos  de  la  patria. 

Si  hemos  de  hablar  con  franqueza,  nunca  esperamos  que  magna- 
nimidad semejante  mereciera  del  gobierno  y  del  pueblo  norteamericano 
la  correspondencia  debida.  Si  aquel  pueblo  y  aquel  gobierno  se  hubie- 
sen inspirado  en  ideas  de  derecho,  no  hubieran  amparado  la  insurrec 
ción  mambí.  Y  quien  no  tiene  la  religión  de  la  justicia,  mal  puede 
apreciar,  ni  menos  agradecer,  un  perdón  generoso. 

Consideramos  deplorable  lo  que  se  hizo  con  los  piratas  de  la  Com- 
petitor. 

El  general  Weyler,  que  desde  el  puente  del  Montserrat  alardeó  de 
tanta  energía  contra  los  enemigos  de  España,  pudo  y  debió  proceder 
entonces  como  exigían  el  sentimiento  público  y  las  leyes  vigentes. 

Su  incomprensible  blandura  con  aquellos  piratas  fué  refrendada  por 
dos  gobiernos.  A  todos  alcanzó  la  responsabilidad. 


* 
*  ♦ 


Dos  operaciones  de  importancia  llevaron  á  efecto  las  columnas  de 
operaciones  en  la  provincia  de  Pinar  del  Río,  en  la  segunda  decena  de 
Noviembre:  una  contra  las  fuerzas  insurrectas  que  capitaneaba  el  cabe- 
cilla Varona,  á  quien  se  le  hicieron  21  muertos,  cogiéndole  nu3ve  ar- 
mas, nueve  caballos  y  ctros  efectos:  otra  contra  el  cabecilla  Núñez  Lo- 
ren  y  su  gente,  á  la  que  causaron  36  muertos,  entre  ellos  los  titulados 
coroneles  Rangel  y  Berna!  y  cogieron  38  armas,  en  su  mayoría  Maüssers 
y  machetes,  municiones  y  un  prisi  neio. 


109 

Las  columnas  tuvieron  en  junto  un  muerto  y  14  heridos  de  tropa. 

Aprovechando  uno  de  nuestros  corresponsales  en  la  Habana  la  es- 
tancia del  general  Bsrnal  en  la  capital,  procuró  conocer  la  impresión  que 
tenía  sobre  el  estado  de  la  rebelión  en  la  provincia  de  Pinar,  rogándole 
le  explicara  el  por  qué  de  haberse  librado  los  últimos  combates,  alguno 
de  ellos  importante. 

El  general  Bernal  contestóle  que  era  necesario  que  se  supiese  que 
desde  hacía  algún  tiempo  los  rebeldes  se  habían  refugiado  en  las  lomas, 
fortificándose  en  varios  sitios  y  haciendo  siembras  para  alimentarse. 
Allí  habían  procurado  reunir  pertrechos,  lográndolos  en  abundancia, 
reforzándose  con  grupos  que  se  habían  corrido  de  la  provincia  de  la  Ha- 
bane,  pudiendo  asegurar  que  existían  al  tomar  él  el  mando  de  la  pro- 
vincia lo  menos  20C0  rebeldes  avezados  á  la  campaña. 

En  los  duros  combates  que  se  libraron  se  defendieron  con  tenacidad 
contra  las  fuerzas  del  general  Hernández  de  Velasco,  que  ascendían  á 
1.200  hombres. 

Durante  la  segunda  decena  de  Noviembre,  murieron  en  la  isla  en 
distintos  combates  225  rebaldes.  Más  de  la  mitad  de  éstos  correspondía 
á  la  provincia  de  Pinar  del  Río.  Además  cayeron  prisioneros  20  y  se 
presentaron  255  insurrectos. 

Las  columnas  tuvieron  las  siguientes  bajas:  un  oficial  y  25  soldados 
muertos:  cinco  oficiales  y  105  soldados  heridos. 


■« 
*  * 


Obedeciendo  órdenes  de  Máximo  Gómez  para  que  á  todo  tráncese 
impidiera  la  zafra,  los  insurrectos  reprodujeron  al  mediar  el  mes  de 
Noviembre  la  campaña  de  destrucción. 

El  día  15  empezaron  las  quemas  en  la  provincia  de  Matanzas  y  en 


lio 

la  de  la  Habana.  £a  el  irgjnio  «Portugiletf»,  á  cuatro  leguas  de  la  ca- 
pital, ardieron  26  cañaverales,  y  otros  varios  en  el  ingenio  del  conoci- 
do hacendado  don  Enriqui;  Pascual,  habiendo  sido  destruidos  algunos 
campos. 

Aunque  fuera  nuestro  propósito  dejar  para  los  lectores  de  nuestra 
Reseña  el  comentario  á  las  órdenes  del  generalísimo  de  los  mambise», 
no  podiíamos  prescindir  de  ocuparnos  en  asunto  tan  importante  como 
el  de  ese  recrudecimiento  de  la  campaña  de  destrucción  que  reanudaron 
los  enemigos  de  España. 

Máximo  Gómez  llevaba  adelante  su  propósito  de  resistir  á  todo 
trance,  y  para  demostrar  su  existencia  y  actitud,  y  desacreditar  la  nue- 
va política,  apelaba  á  ios  recursos  salvajes  de  la  destrucción. 

Tenía,  como  en  1895  y  96,  empeño  decidido  en  que  no  se  hiciera 
la  zafra,  y  como  los  campos  ya  iban  perdiendo  el  verdor,  con  poca 
gente  dispuesta  á  secundar  sus  órdenes  le  bastaba  para  que  ardieran  los 
ciñaverales,  produciendo  fuerte  depresión  en  el  espíritu  público. 

Al  empleo  de  la  dinamita  en  las  Hacas  férreas  de  Nuevitas  y  Sancti 
Spíritus,  siguieron  las  quemas  de  los  campos,  y  desde  la  capital  de  la 
isla  pudieron  verse  los  resplandores  de  las  llamas  que  destruían  el  in- 
genio «Portugalete» 

Ante  esa  criminal  actitud  del  generalísimo,  muchos  fueron  los  que 
abrigaron  temores  di  que  no  agradecerían  aquellos  bandidos  que  esta- 
ban en  la  manigua,  ni  sus  cómplices  desde  lo;  poblados,  la  generosidad 
en  que  había  de  inspirarse  la  nueva  política;  de  ella  se  aprovecharían 
en  cuanto  les  beneñciase  y  la  emplearían  en  todas  ocasiones  contra  Es- 
paña, acompañando  sus  actos  con  burlonas  carcaj  idas. 

En  que  se  hiciera  la  zifra  estaba  ejopañado  el  gobierno,  como  lo 
estuvo  el  general  Mirtínez  Cimpos,  y  á  lograrlo  tendían  los  primeros 
bandos  del  general  Blanco. 

La  zafra  era  además  una   necesidad  absoluta  para  Cuba,  no  sólo 


111 

porque  podrían  trabajar  y  comer  muchos  braceros  que  venían  acosados 
por  el  hambre,  sino  porque  podría  aliviarse  la  situación  económica  del 
país,  bien  aflictiva  á  la  sazón;  pero  por  lo  mismo,  Máximo  Gómez  rei- 
teraba su  propósito  de  impedirla,  pues  al  fin  esa  era  la  tercera  seca  de 
SQ  programa. 

Confiamos,  es  verdad,  en  que  los  hacendados  lucharían,  si  preciso 


MUERTE  DEL  CORONEL  INSURRECTO  RANQEL 


era,  para  hacer  los  cortes  y  poner  en  movimiento  las  poderosas  máqui- 
nas de  sus  ingenios,  y  tuvimos  el  convencimiento  de  que  la  autoridad 
les  ayudaría  para  que  pudieran  hacer  los  trabajos  en  las  fincas. 

Contamos   con  que  la  fuerza  de  la  insurrección  no  se  parecía  á  la 
que  tenía  cuando  invadía  las  provincias  occidentales,  y  con  esto  nos  hi- 


112 

cimos  la  ilusión  de  que  se  haría  la  zafra  y   resultaría  infructuoso  ese 
nuevo  esfuerzo  del  jefe  de  la  revolución. 

Pero  si  la  zafra  se  salvaba  sería  porque  se  defendiera  con  las  armas, 
más  que  por  los  resultados  de  las  reformas,  cuyos  decretos  serían  reci  - 
bidos  en  la  isla  con  el  estrépito  que  producía  Ir  caña  al  saltar  quemada 
y  entre  las  fatídicas  luces  de  aquellas  siniestras  antorchas  que  la  mano 
criminal  del  rebelde  mambí  había  encendido  en  los  campos  cubanos;  y 
esta  triste  consideración,  lo  confesamos,  comenzó  á  infundir  en  nuestro 
ánimo  la  duda  y  el  temor  de  que  las  reformas  no  produjeran  el  resulta- 
do que  principalmente  perseguían,  y  que  con  tanta  ansiedad  esperaba 
España:  la  pacificación  de  Cuba;  el  término  de  la  criminal  guerra  sepa- 
ratista. 


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CAPITULO    X 


Situación  de  Cuba.  —  La  política. — Quejas  y  temores  de  los  autonomistas  y  constitucionales. — 
Disensiones. — La  Asamblea  de  Diciembre. — Preocupación  de  la  masa  neutra  del  país. 
— Peligros  del  período  constituyente. — Desolación  y  ruina  de  Cuba.  —  Sufrimientos  délos 
soldados. — Triste  realidad. — Actitud  de  los  rebeldes. ^Sus  amenazas. — Impunidad  de 
que  habían  gozado. — La  obra  del  general  Blanco. — La  excursión  militar  del  general 
Parrado. — Combate  en  el  potrero  «Cocea».  — La  presentación  de  los  cabecillas  hermanos 
Cuervo  y  su  partida. — Ataque  á  Santa  María  del  Rosario. — Golpe  de  andacia. — Los  re- 
concentrados. 


xTENSA  y  muy  interesante  información,  fechada  en  la  Ha- 
bana el  21,  viro  á  revelarnos  por  entero  la  gravedad  de 
la  situación  de  aquella  isla  en  que  todo  estaba  en  ciísisy 
en  litigio,  así  la  suerte  total  de  Cuba  como  la  organiza 
ción  de  los  partidos,  del  ejército  y  de  los  poderes  públicos. 

Es  aterrador  el  cuatro  que  ofreciera  una  sociedad  en  diso- 
lución, prometida,  más  que  á  una  pBZ  fecunda,  á  una  irreme- 
dÍ8b!e  anarquía. 

El  separatismo  no  se  daba  por  convencido,  menos  por  vencido; 
vivía  organizado  casi  civilmente  en  media  isla;  los  partidos  legales  y 
españoles  llegaban  al  atonismo  en  su?  disputas  por  la  supremacía;  los 
mismos  autonomistas  descomponíanse  en  grupos  y  en  tendencias;  los 
vencedores  comenzaban  sus  represalias;  los  caídos  soñaban  con  ven- 
ganzas reparadoras.  A  todo  eso,  e!  ejercito  sufría  las  consecuencias  de 


11& 

abandonos  y  miserias;  yen  medio  de  tal  situación,  el  general  Blanco, 
casi  si.i  colaboradores  desinteresados,  había  de  organizar  la  paz  y  la 
guerra... 

Los  autoaomistas  deploraban  la  tardanza  en  publicar  los  decretes 
constitutivos  del  nuevo  régimen  político,  económico  y  administrativo 
de  la  isla^  y  la  vaguedad  de  las  noticias  que  allí  se  recibían  acerca  de 
los  planes  del  Gobierno.  Mastrábanse  muy  confiados  en  restar  fuerzas  á 
la  revolución  y  atraer  á  la  causa  española  una  gran  masa  de  elementos 
neutros,  en  lo  cual  hasta  la  facha  no  habían  adelantado  mucho;  pero 
se  consideraba  como  dato  muy  favorable  á  la  confirmación  de  estas  es- 
peranzas, la  presentación  de  los  hermanos  Cuervo,  cabecillas  importan- 
tes de  la  provincia  de  la  Habana,  acaecida  el  propio  día  21  en  Los 
Palos. 

Elogiaban  los  autonomissas  al  general  Blanco,  censuraban  á  los 
constitucionales  y  mostrábanse  temerosos  de  loque  considerabaa  egoís- 
mos de  ciertos  intereses  paninsulares.  Ocupábanse  principalmente  en 
reorganizar  el  partido,  en  estudiar  los  problemas  administrativos,  fi- 
nancieros y  económicos  qu3  el  nuevo  régimen  iba  á  poner  en  sus  ma- 
nos, comprendiendo  la  responsabilidad  que  por  esta  razón  iba  á  pesar 
sobre  ellos. 

Los  jefes  antiguos  del  autonoraismo  procuraban  ocultar  la  molestia 
y  alarma  que  les  producía  la  preferencia  que  el  Gobierno  daba  á  los  ra- 
dicales. La  derecha  del  partido  autonomista  la  formarían  los  reformis- 
tas, el  centro  los  autonomistas  antiguos  y  la  izquierda  los  separatistas 
que  aceptasen  la  legalidad.  El  predominio  de  los  autonomistas  radicales 
inquietaba  mucho  á  los  constitucionales,  temerosos  de  que  les  recargasen 
los  tributos,  desarmaran  á  las  voluntarios,  los  expulsasen  de  los  car- 
gos electivos  y  les  suprimieran  los  periódicos,  viniendo  de  esta  suerte  á 
quedar  reducidos  á  la  condición  de  parias. 

Esperábase  que  la  asamblea  del  partido  de  Unión  constitucional 


116 

que  había  de  reunirse  en  Diciembre,  acordara  ejercitar  los  derechos  po- 
líticos dentro  de!  nusvo  régimen,  que  condenase  las  rebeldías  y  recha- 
zase la  f  jsión  del  partido  con  los  conservadores  peninsulares. 


* 


La  masa  neutra,  agena  á  las  contiendas  políticas,  mostrábase  re- 
traída y  hondamente  preocupada  ante  la  gravedad  de  la  cuestión  aran- 
celaria y  de  las  de  los  gastos  de  soberanía,  la  Deuda,  la  imposición  de 
nuevos  tributos  y  la  reconstitución  de  la  riqueza. — «Importa  mucho — 
decía  nuestro  informante— que  la  opinión  pública  peninsular  preste  la 
mayor  atención  á  estos  problemas  fundamentales,  desviándola  de  pe- 
queneces dañosas.» 

Considerábase  peligrosa  la  prolongación  del  período  constituyente, 
porque  estimulaba  pasiones,  amenazaba  intereses,  perturbaba  la  vida  lo- 
cal y  producía  el  peligro  de  estimular  aquí  los  antagonismos  entre  los 
partidos. 

»Cuanto  se  ha  dicho  de  la  despoblación  de  los  campos,  de  la  des- 
trucción de  la  riqueza,  del  estado  de  anemia  de  los  soldados  y  de  las 
privaciones  de  éstos,  es  pálido  al  lado  de  la  realidad.  También  supera 
é  cuanto  se  ha  dicho  la  paralización  del  comercio,  la  exigüedad  de  la 
próxima  zafra,  la  carestía  de  las  subsistencias,  los  males  producidos  por 
diversas  epidemias,  la  miseria  de  los  habitantes  de  las  poblaciones  prin- 
cipales, haciendo  más  penosa  la  contemplación  de  ia  triste  verdad  el 
recuerdo  de  tantas  ficciones  optimistas.» 

Los  rebeldes  afectaban  desdeñar  los  indultos  y  la  concesión  de  la 
autonomía.  Qaemaban  la  caña  que  ya  iba  estando  seca,  amenazaban  los 
ingenios  y  concentraban  las  partidas  en  las  zonas  montañosas  de  Occi- 
dsnte. 

j»Urge  batirles  en  las  provincias  Orientales,  donde  lo.ooo  hombres 


117 

armados  sostienen  la  organización  civil  de  la  llamada  República  cubana, 
alentados  por  los  dos  años  de  impunidad  de  que  han  gozado,  la  cual 
les  sirve  ahora  de  principal  argumento  para  solicitar  de  los  Estados 
Unidos  el  reconocimiento  de  la  beligerancia.» 


*** 


»La  obra  encomendada  por  la  patria  al  general  Blanco,  es  muy 
grande  y  está  llena  de  enormes  dificultades.  Nacesita  reconstituir  el 
estado  social,  reorganizar  los  partidos,  repoblar  el  campo,  normalizar  la 
circulación  fiduciaria,  organizar  la  próxima  campaña,  sustituir  al  régi- 
men del  terror  el  de  la  energía,  y  como  complemento  obligado  de  todo 
esto  perseguir  con  la  mayor  actividad  á  los  insurrectos  armados,  evi- 
tando el  riesgo  de  que  ios  pertinaces  abusen  de  la  benevolencia  de  Es- 
paña y  realicen  la  amenaza  de  dar  algunos  golpes  de  sorpresa  en  las 
provincias  de  la  Habana  y  de  Matanzas  antes  de  Diciembre. 

El  noble  deseo  de  reducir  el  número  de  soldados  enfermos  y  de 
evitar  toda  petición  de  refuerzos  á  la  Península  estimulaba  á  los  direc- 
tores de  la  nueva  campaña,  á  cuidar  mucho  de  la  alimentación  del  sol- 
dado, de  la  higiene  de  los  hospitales  y  del  aumento  de  las  guerrillas 
locales. 

A  pesar  de  que  las  deudas  pendientes  encarecían  los  precios,  ha- 
cíanse economías  en  los  suministros. 

Este  es  el  estado  de  las  cosas — terminaba  diciendo  nuestro  infor- 
mante—expuesto con  la  más  completa  despreocupación  de  todo  interés 
particular  y  de  toda  suerte  de  pasiones.  Los  pronósticos  que  acerca  de 
los  resultados  de  la  política  que  comienza  á  implantarse  se  formulan, 
son  contradictorios.  Síría  temerario  el  formular  un  juicio  defiaitivo.  La 
situación  es  harto  obscura  para  predecir.    — A    ' 


U8 


La  excursión  militar  llevada  á  cabo  por  el  general  González  Pa- 
rrado y  escolta,  por  casi  toda  la  provincia  déla  Habana,  utilizando  los 
movimientos  combinados  de  las  columnas  pertenecientes  á  las  brigadas 
del  centro,  mandadas  respectivamente  por  los  generales  Valderrama  y 
Ceballos,  dio  por  resulttado;  que  del  reconocimiento  practicado  durante 
ocho  dí-.s  en  todas  las  lomas  y  en  los  demás   puntos  estratégicos   de  la 


CAMPAMENTO  DEL  CASTILLO  DE  «SAN  SEVERI.VO-    Matanzas) 


provincia,  se  encontraron  rebeldes  en  todos  ellos,  habiendo  tenido  va  - 
lios  combates  de  poca  importancia. 

La  importancia  del  vis  ja  del  general  Parrado  consistió  principal- 
mente en  haber  podido  conocer  la  situación  del  país  y  estado  del  ejér- 
cito en  toda  la  provincia.  El  general  consiguió  levantar  el  espíritu  pú- 
blico facilitando  trabajo,  extendiendo  las  zonas  de  cultivo,  vistiendo  á 
los  soldados  que  estaban  casi  desnudos,  mejorando  los  ranchss  con  car- 
ne y  disponiendo,  en  fin,  las  cosas  para  que  sin  dfjar  de  imprimir  acti- 
vidad á  las  operaciones,  tuviera  el  soldado  la  menor  fatiga  posible. 


119 

Respecto  de  los  rebeldes  adquirióse  la  impresión  de  que  se  hallaban 
diseminados. 

Los  enfermos  estaban  escondidos  y  carecían  de  lo  necesario  para  su 
curación.  Había  muchos  desnudos  y  sin  medios  de  subsistencia.  En  fin, 
que  su  situación  era  aún  mucho  peor  que  la  del  soldado. 

Como  remate  de  la  excursión  del  general  González  Parrado,  el  día 
20  en  el  potrero  «Cocoa»  los  escuadrones  de  San  Quintín  y  la  guerrilla 
Peral  sostuvieron  un  combate  con  una  partida  rebelde,  matando  al  ca- 
becilla Cucaracha,  hombre  de  gran  prestigio  en  aquella  zona,  y  ha- 
ciendo piisioneros  á  Jesús  Delgado  y  Acosta,  que  fueron  conducidos  á 
Bejucal. 

A  las  once  de  la  mañana  del  ai,  y  encontrándose  el  general  Gon- 
zález Parrado  en  Los  Palos,  límite  oiiental  de  la  provincia  de  la  Ha- 
bana, recibió  aviso  de  que  los  cabecillas  José  y  Adolfo  Cuervo  deseaban 
presentarse  con  su  partida. 

El  general  recibió  con  gran  satisfacción  la  noticia  y,  aceptando  la 
oferta,  designó  para  realizar  el  acto  de  la  presentación,  un  sitio  que 
dista  dos  kilómetros  del  poblado  donde  acudiría  él  con  su  Estado  ma- 
yor. 

No  se  perdió  tiempo,  y  acompañado  de  los  generales  Caballos  y 
Valderrama,  con  sus  respectivos  ayudantes  y  una  pequeña  escolta,  y 
guiados  por  el  padre  de  los  cabecillas,  salió  de  Los  Palos. 

Al  llegar  al  lugar  designado,  ya  esperaban  los  citados  cabecillas 
con  fuerza  armada  y  formada. 

Al  avistar  al  Estado  mayor  del  general  Parrado,  se  adelantó  Joié 
Cuervo,  titulado  coronel,  seguido  de  su  hermano  Adolfo,  titulado  co- 
mandante, y  saludando  al  general  le  manifestó  que  reconocían  la  lega- 
lidad en  vista  de  la  lealtady  sinceridad  con  que  España  concedía  á  Cuba 
la  autonomía. 

El  general  Parrado  contestóle  aceptando  gustoso  la  sumisión  y  di- 


120 

ciéndoles  que  la  generosidad  de  España  con  los  arrepentidos  quedaba 
demostrada  al  dejar  á  los  presentados  en  la  más  completa  libertad,  con 
arreglo  á  un  bando  publicado  el  mismo  día.  Después  tendióles  la  mano, 
y  el  padre  de  los  cabecillas  abrazó  con  efusión  á  sus  hijos,  regresando 
todos  al  pueblo  rodeados  por  los  rebeldes. 


* 


El  cuadro,  en  el  momento  de  la  entrevista  ó  acto  de  la  presentación, 
era  interesante. 

De  un  lado  y  en.  formación,  los  rebeldes,  armados  de  carabinas  y 
machetes;  del  otro  el  Estado  mayor  y  escolta  del  general  Parrado,  for- 
mada por  1 6  soldados  de  caballería  y  27  infantes. 

Hechas  las  presentaciones,  se  dirigieron  todos  al  pueblo  de  Los 
Palos  y  allí  entregaron  sus  armas  los  rebeldes,  quedando  en  completa 
libertad. 

Al  llegar  á  la  entrada  del  pueblo,  donde  les  esperaba  un  inmenso 
gentío,  los  cabecillas  se  despojaron  de  sus  armas  y  caballos,  haciendo 
entrega  de  los  mismos. 

Como  casi  todos  los  presentados  eran  vecinos  de  Palos,  hubo  esce- 
nns  patéticas  entre  las  madres  y  hermanos  de  los  rebeldes,  á  quienes 
hacía  veintidós  meses  que  no  veían. 

La  partida  se  componía  en  el  momento  de  la  presentación  de  300 
hombres,  no  habiéndose  presentado  los  demás  que  la  formaban,  por  la 
impaciencia  de  Cuervo,  que  no  quiso  esperar  á  que  pudiesen  reunirse 
los  que  estaban  en  aquel  momento  diseminados.  Entre  éstos  había  un 
titulado  comandante  Torres,  otros  cinco  oficiales  y  varias  mujeres, 

Mu;hos  de  los  presentados  pidieron  permiso  para  marchar  á  otros 
pueblos  donde  tenían  familia. 


121 

Dábase  por  indudable  que  el  resto  de  la  partida  seguiría  la  con- 
ducta de  sus  jefes. 

Entre  los  presentados  figuraban  el  ya  citado  coronel,  tres  coman- 
dantes y  cinco  oficiales. 

En  el  pueblo  reinaba  gran  regocijo  por  hsber  quedado  pacificada 
la  extensa  zona  comprendida  desde  el  límite  de  la  provincia  de  Matan- 
zas hasta  Güines. 

Los  Cuervos  eran,  el  uno  boticario  y  el  otro  hacendado  influyente, 


POBLADO   pipían  (Habana) 


y  llegaron  á  reunir  una  partida  de  927  hombres.  Sin  ser  grandes  gue- 
rreros sostuvieron  empeñados  combates  en  distintas  ocasiones.  El  José 
venía  ejerciendo  cierta  influencia  entre  los  insurrectos  de  la  provincia 
de  la  Habana,  siendo  el  lugar  preferido  para  sus  htzsñas  las  cercanías 
de  la  capital. 

José  Cuervo  fué  el  cabecilla  que  en  la  noche  del  15  de  Marzo  de 
1806  merodeaba  por  los  alrededores  de  El  Cano,  y  tiroteó  primero  á  les 
Blanco  16 


122 

quintos  de  Llerena  y  después  á  los  de  San  Quirtín,  sembrando  la  duda 
entie  las  fuerzas  leales  y  produciendo  el  choque  que  perla  noche  ocu- 
rrió entre  ellos. 

Roto  el  fuego,  destacó  gentes  de  su  paitida,  aprovechando  la  noche 
de  tormenta,  para  que  gritaran  ¡viva  Cuba  libre!  y  enardecieran  á  los 
leales  que  luchaban  entre  sí. 

Aquel  desdichado  suceso  costó  á  las  fuerzas  de  Llerena  y  San  Quin- 
tín 12  soldados  muertos,  y  cinco  oficiales  y  27  de  tropa  heridos. 

El  general  Parrado  regresó  en  tren  á  la  Habana,  acompañando  á  los 
hermanos  Cuervo,  quienes  desde  la  estación  se  dirigieron  al  palacio  de 
la  Capitanía  general,  donde  fueron  presentados  por  el  general  segundo 
cabo  al  capitán  general  marqués  de  Pt  ña  Plata. 

El  general  Blanco  les  recibió  afectuosamente  y  ellos  le  manifesta- 
ron que  la  insurrección  se  hallaba  en  estedo  deplorable  y  que  la  segu- 
ridad de  que  iba  á  ser  implantada  la  autonomía  les  habla  decidido  á 
presentarse. 

La  noticia  produjo  buen  efecto  en  la  opinión. 

El  siguiente  día  22  se  presentaron  en  Nueva  Pez  el  titulado  co- 
mandante Torres  y  cinco  individuos,  y  en  Los  Palos  otrcs  15  individuos, 
de  los  cuales  nueve  iban  armados,  procedentes  todos  de  la  partida  de 
Cuervo. 

La  prensa  de  la  Habana,  comentando  las  presentsciones,  calificó  el 
hecho  de  buena  señal. 


A  las  siete  y  media  de  la  noche  del  92,  un  grupo  de  insurrectos 
atacó  la  ciudad  de  Santa  Maiía  del  Rosario. 

No  consiguieron  los  rebeldes  su  propósito  de  penetrar  en  el  pueble^ 
pues  fueron  rechazados  por  su  guarnición.  •        ] 


d 


123 

Las  fuerzas  defansoras  solo  tuvieron  una  baja:  ua  cabo  del  re- 
gimiento de  la  Lealtad,  que  resultó  herido. 

A  las  diez  de  la  ñocha  anterior  se  presentaron  en  la  finca  de  San 
Nicolás,  inmediata  á  Casa  Blanca,  pueblo  situado  en  la  bahía  de  la  Ha- 
bana, siete  hombres  montados  y  armados,  llevándose  un  caballo,  el  di- 
nero que  allí  había  y  una  escopeta.  I  atentaron  también  llevarse  al  due- 
ño de  la  colonia,  pero  apercibidos  los  voluntarios  v  las  parej  is  de  orden 
público  de  la  Habana  que  allí  prestaban  servicio,  los  rebeldes  se  dieron 
Á  la  fuga. 

Ambos  hechos  carecieron  de  importancia,  teniendo  en  cuenta  que 
la  gUcrnición  de  Santa  Maríipado  rechazar  el  ataque  sin  sufrir  más  que 
uaa  baja  y  que  los  siete  foragiios  que  asaltaron  la  ñnca  de  San  Nicolás 
diéronse  á  la  fuga  al  aproximarse  los  voluntarios  y  las  parejas  de  orden 
público  de  la  Habana.  Indudablemente  los  insurrectos  quisieron  des- 
virtuar con  su  intentona  y>£u  golpe  de  audacia  el  efecto  causado  por  la 
presentación  de  la  partida  de  los  Cuervos. 

El  general  Blanco  destinó  de  los  gastos  de  la  guerra  la  cantidad  de 
cien  mil  pesos  en  plata  para  socorrer  á  los  reconcentrados,  cuya  situa- 
ción era  cada  día  más  sflictiva. 

Preocupaba  grandemente  al  general  Blanco  la  situación  aterradora 
en  que  se  encontraban  los  campesinos  reconcentrados. 

Los  gobernadores  civiles  recibían  comuaicaciones  de  los  alcaldes, 
en  las  cuales  se  consignaban  cifras  y  detalles  horribles.  Para  remedisr 
en  lo  posible  tales  desgracias,  se  enviaron  recursos  y  acordóse  la  forma- 
ción de  juntas  protectoras. 

El  obispo  de  la  Habana  dirigió  una  circular  á  los  curas  párrocos, 
encargándoles  que  invocasen  la  piedad  del  pueblo  en  fivor  de  los  re- 
concentrados, y  para  todas  las  clases  de  aquella  sociedad  era  motivo  de 
preocupación  la  espantosa  .situación  en  qu3  se  halkban  los  pacificas, 
cuya  horrible  miseria  hacía  entre  ellos  verdaderos  estragos. 


CAPITULO    XI 


Kuevo  régimen. — El  preámbulo. — Confesión  deshonrosa.— El  Beal  decreto. — Impresión  en 
la  Habana. — La  opiuióo. — Favorable  reacción  y  regocijo. — La  Constitución  antillana. — 
Trascendental  eyolución.— Etapa  definitiva. — Sin  pretexto  ya. — La  conquista  del  Gobier- 
no liberal. — El  mayor  progreso  político  de  naestro  siglo. — Por  la  justicia  y  por  la  paz. 


UMPLiósE  la  promesa  de  Zaragoza;  y  justo  es  por  ello  el 
reconocimiento  de  la  sinceiidad  con  que  procedieron, 
así  ti  señor  Sagasta  como  el  señor  Moret.  Si  las  refor- 
mas que  el  26  de  Noviembre  de  1897  publicó  la  Gaceta 
hubiesen  llegado  á  adquirir  en  la  realidad  una  vida  y  un  valor 
que  hasta  la  fecha  se  habían  visto  negados  en  la  ardiente  con- 
tradicción de  la  doctrina,  hubiera  habido  que  poner  á  cuenta  del 
presidente  del  Consajo  y  del  ministro  de  Ultramar  más  de  la 
mitad  del  buen  éxito:  ellos  «creyeron»  ó  parecieron  creer;  los 
demás,  que  no  eran  ministros  ni  Presidentes,  lo  que  se  llama  opinión, 
la  calle  y  el  campo,  la  tertulia  eleginte  y  el  taller  ahumado,  los  políti- 
cos excépticos  y  los  filósofos  solitarios  hallábanse  ante  la  cuestión  de 
Caba  vencidos  á  la  displicencia  que  produce  todo  rompe-cabeza  con- 
tinuado. 

Así,  de  haber  hab.do  gloria  en  la  obra  emprendida,  la  mayor  can- 
tidad hubiera  debido  ser  otorgada  á  quienes  poniando  sus  firmas  al  pié 
de  las  reformas,  revelaron,  si  no  un  covencimiento  histórico,  una  reso- 
lución valiente. 


125 

Hagamos  justicia  al  patriotismo  de  ambos  gobarnantes:  ¿podíaa 
desear  más  el  señor  Sigasta  y  el  señor  Moret?  Sí;  pudieron  y  debieron, 
en  efecto,  desear  algo  más,  bastante  más;  la  pacificación  de  Cuba  por 
medio  de  los  decretos  ministeriales. 

En  este  punto  fué  donde  la  opinión  neutra,  sinceramente,  continuó 
en  honrada  duda. 

Cierto  que  los  decretos  fueron  liberales,  radicalísimos;  no  era  po- 
sible ir  más  allá  en  la  concesión  de  un  régimen  democrático.  Derechos 
constitucionales,  sufragio  universal,  garantías  de  muy  especial  y  muy 
respetable  carácter  para  el  ejsrcicio  del  voto,  gobierno  propio,  ciuda- 
danía cubana  consagrada  en  ciertas  reglas  de  vecindad  y  de  arraigo 
local  como  condición  indispensable  á  toca  función  pública...  Nada  en 
tal  materia  había  sido  regateado.  Los  hijos  de  Cuba  y  Puerto  Rico  ob- 
tuvieron en  un  día  derechos  é  instituciones  de  que  aún  no  gozaban 
varias  naciones  de  Europa  ni  muchas  de  la  libre  América,  sometidas 
á  caudillos  y  dictadores. 

No  hay  que  poner  peros  en  ese  sentido  á  los  decretos  del  señor 
Moret.  Ni  el  Canadá  ni  las  colonias  australianas  podrían  hombrearse  po- 
líticamente con  nuestras  Antillas. 

Hubiera  sido,  sin  embargo,  muy  de  desear  que  el  espíritu  de  tran- 
sacción no  nos  hubiese  llevado  á  ser  injustos  con  nosotros  mismos. 


* 
*  * 


En  el  breve  preámbulo  de  las  vastas  disposiciones  ministeriales, 
dícese  que  en  Cuba  y  Puerto  Rico  «el  ciudadano  puede  ser  cohibido, 
negado  y  hasta  deportado  á  territorios  lejanos,  no  siéndoles  posible 
ejercer  ni  el  derecho  de  hablar,  pensar  y  escribir,  ni  la  libertad  de  en- 
señanza, ni  la  tolerancia  religiosa,  ni  cabe  practicar  el  derecho  de  reu- 
nión ni  de  Asociación.» 


126 

Esto  dicho  sin  atribuirlo  francamente  al  estado  de  guerra,  sin  re- 
cordar cómo  la  guerra  llevó  á  Lincoln  á  velar  la  estatua  de  la  Ley  para 
arrasar  el  Sur  separatista  y  negrero;  eso  afirmado  sin  la  aclaración  de 
las  circunstancias,  resulta  un  grave  cargo  contra  España,  pero  un  grave 
cargo  reñido  con  la  verdad  histórica  y  hasta  con  toda  necesidad. 

Libres  serían  mañana  los  cubanos  si  la  paz  lograba  restituirlos  á  la 
vida  del  dencho.  Mas  dígase  si  luego,  muy  luego  delZirjón,  fueles 
negada  uirguna  de  las  libertades  establecidas  en  la  PdnÍQSula. 

Representación  parís  mentarla  tuviéronla  casi  con  el  mismo  censo 
que  la  Restauración  impusiera  durante  los  primeros  tiempos  al  elector 
peninsular:  derechos  individuales  asistieron  á  Cuba  y  Puerto  Rico  con 
la  misma  amplitud  que  á  nosotros;  el  Código  penal,  el  Código  civil,  el 
juicio  oral  y  público,  el  matrimonio  civil,  la  ley  provincial  y  munici- 
pal por  igual  rrgia  en  la  Península  y  en  las  Antillas. 

La  libertad  de  la  prensa  aclimatóse,  singularmente  en  Cuba,  de 
modo  tan  completo,  que  hasta  pudo  vivir,  explotar  allí  una  cierta  parte 
del  periodismo,  formas  y  estilo  de  una  violencia  inusitada. 

El  derecho  de  reunión  y  manifestación,  ¿cómo  no  se  había  ejercido 
en  un  país,  donde  las  turbas  clsmorosas  tomaron  por  buena  la  costum- 
bre de  desfilar  gritando  un  día  sí  y  ctro  también  por  bejo  de  los  bal- 
coles  de  la  capitanía  general?  Libertad  religiosa,  libertad  de  enseñan- 
za... ¿Cuándo  se  ha  sabido  de  ningún  conflicto  en  Cuba  por  causa  de 
la  Universidad  ó  de  los  prelados? 


# 
♦  * 


¡Ah!  El  agitcdor  Martí  en  su  propagan ia  incesante  y  rencorosa, 
Máximo  Gómez  y  Maceo  en  sus  ambiciones  no  midieron  la  mayor  ó  me- 
nor cantidad  de  libertades  concedidas  y  allí  practicadas  para  lanzar 


127 

Cuba  á  la  guerra  y  al  exterminio.  Sanguily,  Varona,  los  Batancourt,  los 
Tamayo,  los  Zayas,  Gualberto  Gómez,  cien  y  cien  caudillos  ó  soldados 
de  la  insurrección  en  Cuba  viviaij  respetados  y  hasta  enaltecidos  coa 
todos  los  derechos  del  ciudadano. 

¿Quién  escuchó  nunca  aquí  ninguna  protesta  á  Calixto  García? 

La  gente  de  manigua,  así  los  de  la  acera  del  Louvre  como  los  de 
Cayo  Hueso  y  Nueva  Yoik,  no  se  detenían  en  estas  ó  aquellas  reformas. 

Eran  separatistas.  Querían  la  independencia.  No  estimaban  nada  de 
España.  ¿Pues  qué?,  los  millares  de  negros  que  con  Maceo  incendiaron 
y  desvastaron  de  punta  á  punta  la  isla  ¿no  acababan  de  salir  del  patro- 
nato? ¿No  debieran  tener  fresca  en  su  alma  la  huella  de  la  gratitud  por 
la  manumisión  más  generosa  que  registra  la  historÍ£? 

No;  no  debimos  ampararnos  de  nombres  vanos  ni  falsificar  la  ver- 
dad para  justificar  las  concesiones  otorgadas  á  nuestras  colonias  antilla- 
nas. Nadie  se  opuso  á  ellas.  Todo  el  mundo  inclinó  la  cabeza  ante  la 
suprema  necesidad  de  acabar  pronto  y  de  acabar  por  cualquier  modo. 

Pero  no  fué  lícito  ni  justo  suponer  más  de  lo  que  debieron  supo- 
ner; que  dieran  la  paz  á  Cuba  si  podían  dársela;  mas  que  no  añadieran 
una  deshonrosa  confesión  á  la  pérdida  voluntaria  de  nuestra  soberanía 
política  y  moral. 

Bastaba  con  lo  que  representaban  para  que  el  espíritu  de  crítica 
quedase  contenido  y  silencioso. 

Era  un  último  sacrificio  del  patriotismo  que  Dios  solo  sabía  si  ha- 
llaría en  Cuba  su  último  desengaño. 

Entre  tanto  había  que  seguir  esperando;  la  Gaceta  no  había  de  ser 
contestada  por  los  empleados  autonomistas  de  la  Habana,  sino  por  los 
insurrectos  de  la  manigua. 


* 

4       * 


128 

Hé  aquí  el  Real  decreto  estableciendo  la  igualdad  de  derechos  po- 
líticos entre  los  españoles  residentes  en  las  Antillas  y  los  que  residían 
en  la  Península. 

«De  acuerdo  con  el  parecer  de  mi  Consejo  de  ministros,  y  en  virtud 
de  la  autorización  que  concede  á  mi  Gobierno  elart.  89  de  la  Constitu- 
ción; 

En  nombre  de  mi  augusto  hijo  el  Rey  D.  Alfonso  XIII,  y  como 
Reina  Regente  del  Reino, 


CAÑONERA -AVISO  «LIGERA» 


Vengo  en  decretar  lo  siguiente: 

Artículo  i.°  Los  españoles  residentes  en  las  Antillas  gozarán,  en 
los  mismos  términos  que  los  residentes  en  la  Península,  deles  derechos 
consignados  en  el  tí'.ulo  i.°  de  la  Constitución  de  la  Monarquía,  y  de 
las  garantías  con  que  rodean  su  ejercicio  las  leyes  del  reino. 

A  este  fin,  y  con  arreglo  al  art.  89  de  la  Constitución,  las  leyes 
complementarias  de  sus  preceptos,  y  en  especial  la  de  eojuiciamiento 
criminal,  la  de  orden  público,  la  de  expropiación  forzosa,  la  de  instruc 


129 

ción  pública  y  las  de  imprenta,  reunión  y  asociación  y  el  Código  de 
Justicia  militar,  regirán  en  todo  su  vigor  en  las  islas  de  Cuba  y  Puerto 
Rico,  de  suerte  que  pueda  cumplirse  en  toda  su  integridad  el  art.  14  de 
la  Constitución. 

Art.  2.°  En  tiempo  de  guerra  regirá  en  las  Antillas  la  ley  de  Or- 
den público  con  la  restricción  y  en  los  términos  establecidos  en  el  ar- 
tículo 17  de  la  Constitución. 


PAREJAS  DE  VIGILANCIA  EN  LOS  FUERTES  DE  LA  TROCHA 


Art.  3."  El  ministerio  de  Ultramar,  oyendo  al  Consejo  de  Estado, 
revisará  la  legislación  de  las  Antillas  y  los  bandos  publicados  por  ios 
gobernadores  generales  desde  la  promulgación  de  la  Constitución,  y 
publicará  después  los  resultados  de  esa  revisión,  á  fin  de  que  en  ade- 
lante ni  en  la  gobernación  ni  en  la  administración  de  justicia  en  rque- 
Uos  territorios  puedan  por  error  ó  negligencia  invocarse  ni  aplicarse 

Blancx)  17 


130 

disposiciones  que  estuvieran  en  contradicción  con  la  letra  y  el   espíritu 
de  la  Constitución  de  la  monarquía  española. 

Dado  en  Palacio  á  veinticinco  de  Noviembre  de  mil  ochocientos 
noventa  y  siete.— Maria  0;5//;;fl— El  Presidente  del  Consejo  de  Mi- 
nistros, Práxedes  Mateo  Sagasta  » 


* 
«  * 


Excelente  impresión  causó  en  la  Habana  la  entereza  del  Gobierno 
aprobando  los  decretos  de  autonomía  política  y  arancelaria  de  las  An- 
tillas. 

El  público  arrebataba  de  manos  de  los  vendedores  la  hoja  extraor- 
dinaria de  El  Diario  de  la  Marina,  conteniendo  los  telegramas  de  apro- 
bación completa  de  los  decretos  del  señor  Moret. 

Se  formaban  corros  para  leer  en  alta  voz  los  extraordinarios  y 
comentarlos  con  entusiasmo. 

Los  telegramas  de  los  corresponsales  de  la  prensa  de  la  Habana 
dieron  á  conocer  sustancialmente  las  reformas  autonómicas,  así  políti- 
cas como  económicas,  á  medida  que  fueron  publicadas  por  la  Gaceta  de 
Madrid. 

La  opinión  aplaudió  sin  reservas  la  energía  y  la  resolución  que  de- 
mostró el  Gobierno  en  lo  tocante  á  la  cuestión  arancelaria. 

Los  elementos  liberales  jnzgaban  la  autonomía  arancelaria  como  la 
base  fundamental  del  nuevo  régimen  colonial,  y  le  concedían  más  im- 
portancia que  á  la  misma  autonomía  política. 

Se  recibieron  en  la  capital  de  la  isla  noticias  particulares  del  depar- 
tamento Oriental,  según  las  cuales  eran  varios  los  grupos  de  rebeldes 
qu2  estaban  dispuestos  á  abandonar  el  campo  cuando  se  instaurase  el 
nuevo  régimen  autonómico. 


1 


131 

Estas  noticias,  que  procedían  de  personas  de  cuya  seriedad  é  impor- 
tancia no  podía  dudarse,  despertaban  muy  legitimas  esperanzas,  pues  los 
rebeldes  de  Oriente  se  consideraban  como  los  más  irreductibles  y  te- 
naces. 

En  la  provincia  de  la  Habana  seguían  presentándose  á  indulto  mu- 
chos insurrectos. 

A  las  diez  de  la  noche  del  26  salieron  á  la  calle  suplementos  de  los 
principales  periódicos  de  la  Habana  con  las  importantes  noticias  de 
Madrid  que  precisaban  la  decisión  del  Gobierno  dando  á  Cuba  una 
completa  autonomía  arancelaria. 

Como  desde  hacía  dos  días  la  opinión  en  la  capital  de  la  gr»n 
Antilla  venía  estando  á  merced  de  noticias  contradictorias,  y  las  últimas 
que  habían  circulado  habían  despertado  profundos  recelos,  la  gente 
arrebataba  los  suplemensosy  se  divulgaba  rápidamente  el  contenido  de 
la  disposición  ministeiial  en  cuestión  tan  palpitante,  produciéndose 
inmediata  y  favorable  reacción  y  grande  y  unánime  regocijo,  pues  has- 
ta las  mismas  clases  mercantiles  que  no  estaban  conformes  con  la  au- 
tonomía, fueron  partidarias  del  nuevo  régimen  arancelario. 


El  día  27  de  Noviembre  publicó  la  Gcicef.j  la  segunda  parte  de  los 
decretos  en  que  se  establecía  el  nuevo  régimen  para  Cuba  y  Puerto  Rico. 

Fué  ley,  al  fin,  la  Constitución  autonómica  otorgada  á  las  Antillas 
españolas.  De  obra  como  esa  no  nos  cabe  juzgar  á  nosotros  en  esta 
nuestra  Reseña.  Requiere  estudio  y  meditación  detenidos,  y  por  eso 
toca  estudiar  y  meditar  sobre  ella  á  los  historiadores,  huyendo  de  todo 
juicio  ligero  y  apasionado.  Requiere  también,  como  suceso  político,  ia 
suprema  sanción  del  éxito.  Nadie  la  condenara  por  defectuosa  si  produ- 


132 

cía  la  paz,  ó  si  la  preparaba  de  modo  tan  patente  que  no  fuera  lícito 
negar  la  icflaencia  decisiva  en  la  pacificación. 

Eq  cambio  vería  crecer  considerablemente  el  número  de  sus  ene- 
migos si  Ja  guerra  seguía  sin  alteración  notable,  porque  el  desengaño 
dolería  mucho  á  las  masas  neutrales  del  país  agenas  á  la  política  y  de- 
seosas de  que  los  problemas  militares  pendientes  se  reso'vieran  lo  an- 
tes posible.  Esas  masas  no  juzgarían  sino  por  el  éxito,  y,  en  último 
término,  decidiiían  la  contienda  entre  reformistas  y  anti-refor mistas. 

Lo  que  nadie  puede  negar  sin  notoria  injusticia  á  la  Constitución 
antillana  es  un  gran  espíritu  de  sinceridad.  El  legislador  fué  con  valor 
hasta  las  últimas  consecuencias  de  la  premisa  sentada,  sin  desviarse 
una  línea  del  camino  que  se  propuso  seguir. 

Si  cumplieron,  pues,  nuestros  vaticinios  y  nuestros  votos. 

Hemos  defendido  siempre  la  autonomía,  por  entender  que  era 
complemento  obligado  de  la  doctrina  democrática  y  por  estimar  que, 
tratándose  de  nuestras  posesiones  ultramaiinas,  equivalía  aun  desa- 
gravio ofrecido  á  la  equidad  y  al  derecho;  hémosla  defendido  con  ma- 
yor empeño  después  de  encendida  Ja  insurrección,  porque  vimos  en 
ella  el  único  medio  adecuado  para  restaurar  la  paz  y  para  asegurar, 
fortificando  la  obra  de  las  armas  con  los  lazos  del  afecto,  la  integridad 
de  nuestra  soberanía  en  Cuba. 

Tras  larga  lucha  de  intereses  y  de  pasiones,  volvieron  las  cosas  y 
los  ánimos  á  su  nivel,  y,  al  fin,  pensó  como  nosotros  pensamos  la  ma- 
yoría de  los  españoles. 

La  evolución  realizada  en  la  opinión,  fué  quizás  la  más  trascedental 
de  nuestro  siglo. 

No  ya  pronunciamientos  y  motines  victoriosos,  revoluciones  triun- 
fantes ha  habido  que  ni  en  España  ni  fuera  de  España  han  determinado 
tan  radicales  efectos. 

Contiendas  furiosas  y  resistencias  desesperadas  costó  en  la   Penín- 


133 

sula  el  restablecimiento  del  sufragio  universal.  Por  intentarlo  cayó  el 
partido  liberal  en  1884,  y  cayó  también  en  i8g:>,  después  de  conse- 
guirlo. 

En  perpetuo  combate  vivimos  por  la  reformí  aiancelaria  desde 
1896;  y  no  ha  habido  en  todo  ese  intervalo  forma  h  amana  de  consoli  - 
dar  ninguna  franquicia  ni  tratado  de  comercio  que  dejase  de  producir 
hondísimas  preocupaciones. 

A  la  sazón,  sin  violencia  ni  estrépito,  enviamos  á  Cuba  y  Puerto 
Rico  el  sufragio,  y  facultamos  á  entrambas  colonias  para  confeccionar 
libremente  sus  Aranceles. 


* 
*  * 


Los  decretos  publicados  en  las  G  icetas  -iel  20  y  27  de  Noviembre, 
señalaron  en  nuestra  historia  una  etapa  definitiva  y  merecerán  tanta 
estima  de  la  posteridad  como  la  célebre  Memoria  de  lord  Durham  en 
1858  y  como  el  bilí  colonial  de  Lord  Russel  en  i86d. 

Al  otorgar  expontáneamente  á  Cuba  una  reparación  debida,  ade- 
lantamos la  mitad  del  camino  para  el  logro  de  la  paz,  y  ganamos  un 
puesto  entre  los  pueblos  más  libres  de  América  y  Europa. 

Modelo  de  constituciones  democráticas,  nada  tienen  de  exótico  y 
respondieron  al  programa  definido  desde  1878  por  los  autonomistas 
antillanos,  de  igual  manera  que  á  las  ideas  proclamadas  desde  1873  por 
la  genuina  democracia  española. 

Si  algo  hay  en  ella  de  extraño  es  la  iniciación  en  la  práctica  del 
referendum,  aplicado  por  el  momento  á  la  vida  municipal  y  que  de  se- 
guro alcanzaría  mayor  extensión  no  bien  el  régimen  autonómico  se 
arraigase  y  se  desenvolviera  por  medio  del  ordenado  ejercicio. 

Mas  nadie  ignora  que  Suiza,  de  donde  está  tomada  la  innovación, 


134 


es  en  la  actualidad  una  especie  de  escuela  de  ciencias  políticas,  de  cuyos 
experimentos  y  lecciones  se  aprovechan  las  democracias  de  ambos  mun- 
dos para  mejorar  la  condición  de  los  ciudadanos  y  para  simplificar  la 
gobernación  de  los  pueblos. 

Gracias  á  la  iniciativa  del  partido  liberal  y  á  la  honradez  con  que 
hizo  honor  á  sus  compromisos,  ya  no  se  diría  más  de  España  lo  que  se 
decía  con  harta  razón  de  los  po- 
líticos de  Inglaterra  y  de  Bélgi- 
ca: e-,  á  saber,  que  mientras 
los  conservadores  y  los  socialis- 
tas se  unen  para  adoptar  las  so- 
luciones más  amplias,  los  pro- 
gresistas históricos  van  quedan- 
do aislados  é  inmóviles,  entre 
las  corrientes  dominantes  de  la 
vida  pública. 

Pero  hay  algo  de  mayor 
importancia  que  todo  eso,  y  es 
que  con  los  decretos  de  auto- 
nomía colonial  antillana  quita- 
mos hasta  la  menor  apariencia  coronkl  D.  santiago  diaz  dbceballos 
de  rezón  á  los  rebeldes,  y  pusi- 
mos á  los  leales  en  el  caso  de 

trabejar  por  la  paz  con  tanto  ó  mayor  ahinco  que  nosotros  dado  que 
únicamente  por  ella  lograrían,  como  apetecían,  gobernarse  á  sí  mismos. 

Gloria  legítima  la  que  conquistó  el  gobierno  liberal,  pues  la  Cons- 
titución antillana  figurará  siempre  con  la  abolición  de  la  esclavitud 
entre  los  mayores  progresos  de  un  siglo,  que  se  iluminó  en  sus  comien- 
zos con  la  declaración  de  los  derechos  del  hombre. 

Y,  una  vez  hecho  cuanto  estaba  en  nuestra  mano  por  la  justicia  y 


135 

por  la  paz,  que  Dios  y  la  bondad  hicieran  el  resto.  Ya  no  había  pretexto 
que  excusase  ingerencias  oficiosas,  ni  apariencia  con  que  se  escudasen 
enemigas  oficiosidades. 

Terminaron  las  contemplaciones  con  los  poderes  extraños  y  con  las 
revueltas  intestinas. 

En  lo  sucesivo,  por  lo  mismo  que  nos  asistía  toda  la  razón,  po- 
dríamos y  debiéramos,  si  fuere  preciso,  desenvainar  la  espada. 


CAPITULO  XII 


La  guerra  y  la  política. — Efecto  en  la  opinión. — Júbilo  en  la  Habana. — Aplauso  al  QobierDO. 
— La  paz  asegurada.  —  Efecto  de  la  autonomía  entre  los  cubanos  emigrados. — ün  bando 
de  Máximo  Gómez. — Operaciones  combinadas  contra  el  ¡/eueralisiiiw. — De  Sancti  Spíri- 
tu9  á  Arroyo  Blanco. — Hacia  Reforma. — El  nuevo  régimen. 


^^  I.  país  quería  la  paz;   suspiraba  por  alcanzarla.  Hartas 
^    pruebas  tenía  dadas  de  que  no   le  arredraba  ningún  sa- 
crificio; cuantos  se  le  habían  pedido  los  había  hecho, 
j'^'f^    dando  con  igual  abnegación  su  dinero  y  su  sangre.  Y 
así  como  no  escatimó  ni  el  esfuerzo   ni  la  pena,   tampoco   re- 
chazó método  alguno  para  dominar  la   insurrección   cubana; 
i^    aceptó  y  fué  el  ejecutor  de  cuantos  se  le  impusieron  por  cos- 
tosos y  cruentos  que  fueran. 
Y  el  país  que  con  sus  hijos  constituye  el  ejército;  que  no  puede 
dudar  ni  del  valor  ni  de  la  disciplina  ni  de  las  grandes  virtudes   mili- 
tares de  los  que  lo  componen,  desde  el  general  al  soldado,  porque  to- 
dos salen  de  su  seno,  el  país  quería  la  paz. 

^;Quién  es  capaz  de  negar,  ni  siquiera  de  poner  en  tela  de  juicio, 
esa  afirmación? 

En  vano  la  pasión  de  partido  intentara  desfigurar  la  verdad;  harto 
la  había  desfigurado  durante  tres  años. 


137 

Pero  los  hechos  tienen  más  fuerza  que  todas  las  arg acias,  y  ellos 
se  imponían,  aunquetarde,  para  evitar  los  daños  recibidos  á  tiempo,  por 
íortuna,  para  evitar  otros  mayores. 

No;  no  había  ningún  desdoro  ni  para  la  nación  ni  para  el  ejército 
en  hacer  á  la  fecha  lo  que  debió  hacerse  antes.  Bastante  caro  pagábamos 
el  error  cometido,  y  no  fuera  persistiendo  en  él  como  lo  habíamos  de 
enmendar. 

Porqua  hubo  error,  y  error  crasísimo,  en  creer  que  ejército  alguno 


fortín  a  la  entrada  de  CIENFUEGOS 


del  mundo,  que  nación  alguna,  fuera  capfz  de  dominar  totalmente  una 
insurrección  como  la  de  Cuba,  por  el  solo  esfuerzo  de  las  armas.  Si  al- 
guna nación,  si  algún  ejército  fueran  capaces  de  conseguirlo,  la  nación 
y  el  ejército  españ  jl  lo  habrían  logrado. 

Nidie  habría  hecho  más  que  nosotros,  ni  acaso  tanto;  no  hay  en  el 
mundo  quien  lo  dude;  soH  aquí,  solo  en  España  hubo  algunos,  aunque 
pocos  por  fortuna,  que  aparentaban  dudarlo. 

¡  Ab!  Si  no  se  hubiese  tratado  más  que  de  luchar  con  los  insurrectos 

Blanco  18 


138 

man,b:ses,  ¡qvé  poco  hubiera  durado  la  insurrecciótl  ¿Acaso  no  les  ha- 
bíamos vencido  siempre? 

Las  ba'as  delosrebeldes,  en  tres  años  de  guerra,  apenas  habían  mer- 
mado nuestras  filas,  si  se  comparan  las  bajas  svfiidas  en  los  combates 
con  las  que  causaron  las  etfermedades.  Ala  fecha  mismo,  en  loshospi 
tales  de  la  isla  había  30.000  soldados  enfeimoí-;  desde  el  principio  de  la 
guerra  más  de  2  eco  hombres  híbían  muerto  víctimas  del  clima  y 
28.000,  próximamente,  vinieron  repatriado?,  también  por  enfermos,  en 
la  situación  que  todos  yimos. 

En  presencia  de  tales  hecho."^,  ¿quién  es  capaz  de  sostener  que  la 
guerra  de  Cuba  estaba  en  el  campo,  donde  el  valor  del  soldado  podía 
dominarla  y  vencerla  por  el  solo  esfuerzo  de  las  arma  ? 


* 
*  * 


Demasiado  lo  ssbían  los  insurrectos.  Precisamente  porque  lo  ssbíar, 
pusieron  siempre  sucocfiarzaen  el  clima  más  que  en  sus  rifles,  y  con 
taron  más  con  la  prolongación  de  la  lucha  que  con  eus  propias  fuerzns. 

Seis  largos  meses  de  aquel  año  se  mantuvo  Máximo  Gómez  entre 
Sancti  Spíiitus  y  los  montes  de  la  Reforma,  con  poco  más  de  trescien- 
tos hombres.  ¿Puede  nadie  suponer  que  se  proponía  librar  combate  á  les 
cuarenta  mil  que  llevó  á  Les  Villas  el  general  Weyler?  No;  lo  que  se 
propcníaera  enviar  á  los  hospitales,  sin  disparsr  un  tiro,  á  seis  ú  ocho 
mil,  de  aquellos  cuarenta  mil  hombres.  ¿Quién  se  atreverá  á  sostener  lo 
contraríe  ? 

Pues  bitn;  esa  ha  sido  la  guerra  de  Cuba.  El  país  lo  sabía  y  estaba 
por  lo  mismo  firmemente  convencido  de  que  e¡  sistema  de  la  guerra 
por  la  guerra  era  absurdo  en  tales  condiciones;  sin  gloria  para  el  ejér- 
cito que  peleaba  y  sufría;  sin  ventajas  para  la  nación,  cuyos  sacrificios 


139 

sin  cuento  habían  resultado  hasta  la  fecha,  y  resultaron  más  tarde,  com- 
pletamente estériles. 

Por  fortuna,  de  ese  convencimiento  participaban  también  los  jefes 
más  populares  del  ejército;  los  que  en  las  guerras  coloniales  se  habían 
cubierto  de  gloria  y  á  quienes  no  se  po3ía  escatimar  ninguna  de  las 
virtudes  que  tanto  enaltecen  á  nuestros  ciudillos. 

Y  cuando  había  generales  como  B'anco,  como  Pando,  como  Gon- 
zález Parrado,  como  Fernández  Bjrnal,  que  jazgaban  no  sólo  compati- 
ble con  el  honor  del  ejercito,  sino  justa  y  necesaria  la  implantación  de 
la  autonomíi  en  Cuba  para  terminar  la  guerra,  y  cuando  participaban 
de  iguales  convicciones  hombres  como  Linares,  Luque,  Segura,  Her- 
nández de  V. lasco  y  tantos  otros  cuyo  valor  y  cuyos  servicios  á  la  pa- 
tria eran  tan  evidentes,  no  S3  podía  decir,  sin  que  pareciera  un  agravio 
lanzado  á  nuestro  glorioso  ejército  en  la  grande  Antilla,  que  al  ir  á 
restablecer  la  paz  en  Cuba  coa  la  espada  en  una  mano  y  la  autonomía 
€P  la  otra,  desmerecía  ó  se  mermabí  la  dignidad  del?  patria. 


*** 


S;gÚQ  era  de  esperar,  los  decretos  publicados  en  la  Gaceta  del  27, 
concediendo  la  autonomía  política  y  administrativa  á  las  Antillas,  ori- 
ginaron los  más  contrapuestos  juicios,  habiendo  exaltad?  las  pasiones, 
revuelto  los  pasos  de  prevenciones  y  recelos,  despertado  lisoigeras  es- 
peranzas y  producido  hondos  motivos  de  inquietud. 

Agitación  tal  denuició  la  trascendencia  de  la  obra.  El  remedio  era 
h  ¡róico;  mas  por  eso  mismo  se  hallabí  en  consonancia  con  la  magnitud 
del  mal.  Esta  conv¡cci'3n  fué  lo  primero  que  se  destacó  sobre  el  oleaje 
de  los  ánimos. 

No  podíamos  seguir  por  el  camino  tomado  y  con  la  marcha  que 
IKvábamos.  Por  allí  no  se  iba  masque  al  abismo.   ;Se  producía  una 


140 

profunda  crisis  por  la  cual  de  un  modo  ó  de  otro  pudiéramos  llegtr 
pronto  á  una  situación  definitivs?  ¡Pues  eso  estaba  bien  hecho! 

A  poco  que  enti ase  en  suconciercia  cada  español,  no  dominado 
por  ciegas  preocupaciones  ó  por  motivos  egoístas,  diera  con  el  juicio 
formulado  en  las  anteriores  líneas.  Convencionalismos  aparte,  por  el 
camino  que  á  la  fecha  se  emprendía  pudiera  perderse  Cuba  ó  salvarse; 
por  el  emprendido  antes  y  seguido  hasta  entonces,  gracias  á  la  torpeza 
insigne  con  la  cual  desde  Madrid  y  desde  la  Habana  se  había  dirigido 
y  se  dirigía  la  marcha,  Cuba  estaba  perdida,  no  ya  sólo  para  nosotror, 
para  la  civilización. 

Cupo  debatir  mucho  cuál  sistema  era  preferible.  Desde  luego  el 
últimamente  adoptado  no  parecía  el  más  gallardo  ni  el  más  efpañol; 
pero  dos  años  y  medio  de  errores  consecutivos,  de  faltas  inconcebibles, 
de  culpas  que  jamás  condenará  bastante  la  historia,  no  habían  dejado 
útil  más  que  este  sistema.  Al^aplicarlo  era  preciso  proceder  con  lógica, 
con  sinceridad,  con  valentía.  Esto  es  lo  que  hizo  el  Gabinete  liberal. 

Nada  habría  sido  más  triste  ni  más  funesto  que  adoptar  el  íistema 
de  las  concesiones  para  debilitarlo  con  encogimientos  ó  mixtificarlo 
con  astuta  doblez.  Eso  habiía  equivalido  á  cometer  errores,  faltas  y  cul- 
pas análogas  á  aquellos  que  esterilizaran  para  el  bien  de  la  patria  el 
!.istema  de  la  lucha,  del  castigo  y  de  la  represión.  Lautilizados  también 
con  menguadas  habilidades  los  medios  políticos  para  la  pacificación, 
¿qué  nos  hubiera  quedado  ya? 


Lógicamente,  sinceramente,  sin  miedo  y  sin  tacha,  el  programa  an- 
tillano del  partido  liberal  se  halla  desenvuelto  en  los  decretos,  que  ha- 
bían de  ser  la  nueva  Constitución  de  Cuba  y  de  Puerto  Rico.  Con  leal- 


141 

tad  sería  establecido  en  ambas  islas  el  nuevo  estado  de  derecho.  Las 
consecuencias  serían  las  que  á  Dios  pluguiera,  pero  ni  al  partido  libe- 
ral ni  á  España  correspondería  la  culpa  ante  la  conciencia  del  mundo 
civilizado. 

Desde  este  punto  de  vista  la  obra  de  los  señores  Moret  y  Sagasta 
mereció  la  aprobación  de  todos  ios  españoles  no  obcecados  por  conve- 
niencias personales  lastimadas  ó  por  furiosas  pasiones  políticas.  Obli- 
gados á  propinar  un  remedio  heroico,  lo  elaboraron  los  gobernantes 
sin  mezclas  que  pudieran  quitarle  eficacia.  El  valor  cívico  que  en  ello 
desplegaron  fué  grande,  puesto  que  las  responsabilidades  faeron  al  pa- 
recer gigantescas,  y  apenas  hubo  quien  no  se  apresurase  á  señalarlas. 
Por  lo  mismo  hicieron  bien  en  trazar  con  lineas  rectas  y  muy  vifibles 
el  camino  que  habían  de  seguir,  y  mejor  hicieron  en  no  apartarse  de 
ellas.  Da  esa  manera  se  vio  quién  torcía  los  sucesos  y  llamaba  hacia  sí 
las  temibles  responsabilidades. 

Nos  encontramos  ya  en  la  otra  vertiente  de  la  cuestión  de  Cuba. 
También  podía  haber  tejos  y  abismos  en  esa  vertiente;  pero  siempre 
tendríamos  en  ella  una  ventaja. 

Habría  más  luz. 


* 
*  * 


Al  conocerse  en  la  Habana  los  decretos  de  la  autonomía  política  y 
arancelaria,  que  satisfacían  plenamente  las  aspiraciones  del  país  liberel, 
reaccionó  la  opinión. 

El  conocimiento  de  lo  más  esencial  de  la  Constitución  colonial  di- 
sipó todas  las  dudas  y  todas  las  desconfianzas,  produciendo  inmensa 
satisfacción. 

El  espíritu  público  se  levantó  en  la  misma   medida  que  antes  ss 


142 

había  abatido  por  la  pesadumbre  de  ua  régimen  de  privilegios  y  de  des- 
confianza. 

El  País  Aplaudió  la  firmeza  del  Gobierno  en  llevar  á  la  ley  todo  el 
radicalismo  de  su  pensamiento. 

El  Diario  de  la  Marina  felicitó  con  calor  y  con  entusiasmo  á  los 
señores  Sagasta  y  Moret. 

Reinaba  gran  actividad  política  y  una  extraordinaria  confianza  en 
los  resultados  del  nuevo  régimen,  afirmándose  por  todos  los  liberales, 
por  Ja  mayoría  del  país,  que  la  paz  sería  pronto  un  hecho.  Cubanos  y 
peninsulares  expresaron  su  gratitud  á  España  diciendo  que  sabrían  co- 
rresponder á  su  generosidad. 

El  efecto  causado  en  Washington,  en  Tampa  y  Ciyo  Hueso  entre 
los  refugiados  cubanos  por  el  decreto  concediendo  á  Cuba  amplia  au- 
tonomía, fué  muy  profundo. 

Preparábanse  á  regresar  á  la  isla  cientos  de  cubanos  que  se  acoge- 
rían á  la  paz.  La  junta  revolucionaria  iba  á  quedar  desmembrada;  y  ya 
habían  estallado  cuestiones  graves  entre  sus  miembros,  partidarios  unos 
de  seguir  combatiendo,  propendientes  otros  á  reconocer  la  legalidad, 
y  ambiciosos  no  pocos  de  obtener  cargos  en  el  reparto  de  destinos  que 
había  de  llevar  á  cabo  el  gobierno  insular. 

La  mejor  prueba  de  que  eran  muchos  loj  iasurre''.tos  que  se  prepa- 
raban á  reconocer  la  legalidad,  fué  el  bando  promulgado  por  Máximo 
Gómez  el  día  20. 

Decía  así: 

*..  Todo  comandante  ú  oficial  del  ejército  libertador  de  Cuba  que 
acepte  proposiciones  de  paz,  acogiéndose  á  los  decretos  de  autonomía 
ó  que  conferencie  con  emisarios  españoles,  será  sometido  al  Consejo  de 
guerra  y  fusilado. 

>T.^do  emisario  que  intente  tratar  para  la  aceptación  de  la  autono- 
mía, será  consi  lerado  como  espía,  sometido  á  Consejo  de  guerra  y  fu- 
silado. 


143 

»Toda  preposición  de  p£z  basará  necesariamente  scbre  la  indepen- 
dencia de  Cuba,  y  será  sometida  al  Gobierno  de  la  República.— Aíá- 
ximo  Góine^  » 


*** 


El  general  Pdndo,  en  su  viaje  á  Las  Villas,  consideró  necesario  y 
urgente  emprender  activas  operaciones  en  la  parte  comprendida  eiitre 
el  Jatibonico  y  la  trocha,  batiendo  les  bosques  de  Reforma,  donde  Má- 
xiiLO  Gómez  tenía  desde  hacía  un  año  su  cuartel  general. 

A  este  efecto  reunió  et  Sancti  Spíritus  fuerzas  de  todas  las  armas, 
y  al  amanecer  del  día  26  salieron  de  esta  población  las  columnas  por  el 
camino  de  Arroyo  Blanco. 

Dirigía  las  operaciones  el  mismo  general  Psndo,  y  operarían  en 
combinación  los  regimientos  de  caballería  del  Piincipe  y  voluntarios 
de  Camsjuaní,  y  los  batallones  de  Mérida,  Mallorca,  Albuera  y  Rey, 
más  dos  secciones  de  caballería. 

Mandaban  esas  fueizas,  además  del  general  Pando,  los  generales 
Salcedo,  Segura  y  Ruíz,  y  los  coroneles  Landa,  Martín,  Ttjeda  y 
Bruna. 

El  terreno  donde  habían  de  operar  es  montuoso  y  conocido  á  pal- 
mos por  el  enemigo. 

El  general  Ramal,  á  su  regreso  á  Pinar  del  Río,  puso  también  en 
movimiento  sus  fueizas  y  se  dirigió  hacia  las  lomas  en  busca  del  ene- 
migo allí  escondido. 

A  la  agitación  producida  en  los  espíritus  y  en  los  intereses  mate- 
riales por  la  transformación  del  régimen  colonial,  siguió  una  épcca  in- 
teresantísima para  España. 


144 

Realizada  la  reforma  antillana,  en  plena  vida  económica,  pronto 
habían  de  conocerse  sus  resultados. 

La  opinión  impaciente  confiaba  en  la  paz,  porque  tal  era  el  alcan- 
ce que  se  había  dado  á  la  obra  del  Gobierno. 

Los  más  castigados  en  sus  ideas  por  esa  transformación  operada 
en  las  instituciones  políticas  antillanas,  callaban  y  esperaban  patrióti- 
camente. 

«—Si  la  paz  viene,  bien  están  esas  reformas,— decían  los  que  pre 


CAKONERO  «DEPENDIENTE» 


sumían  de  estadistas,— y  esto  repetíanlos  demás  mortales,  esos  queha- 
bían  dado  íus  hijos  á  la  patria  y  trabajaban  para  que  se  alimentase  el 
Tesoro  nacioral. 

Hubo  en  esto  una  excepción,  la  del  señor  Romero  Robledo,  que 
recordando  la  valentía  con  que  el  ilustre  general  Salamanca  maldijo 
el  convenio  del  Zarjón,  por  ver  en  las  condiciones  pactadas  consecuen- 
cias dclorosas  y  una  guerra  futura,  giitaba  desde  las  columnts  de  un 
periódico:  ¡Meldila  la  ptz  si  viere  por  esc  medie,  porque  la  paz  asi  lo- 
grada será  la  independencia  de  Cuba! 


145 


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Blanco  19 


146 


* 
*  * 


Si  era  la  paz,  ó  era  la  continuación  del  mismo  estado  de  cosas,  sólo 
había  de  decirlo  el  tiempo,  aunque  este  corre  veloz  y  la  gravedad  de 
la  situación  no  permitía  diferir  esos  resultados  á  largas  fechas. 

El  iomediato  día  6  de  Diciembre  se  abrirían  las  Cámaras  noitea 
mericanas.  El  presidente  MicKinley  estaría  prudente  en   su  Mensaje, 
pero  no  había  seguridad,  ni  mucho  menos,  de  que  se  inspirasen  los  se- 
nadores en  la  sensatez  que  aconsejaban  las  circunstancias. 

Los  filibusteros  continuaban  en  sus  alardes  de  protesta,  y  el  gene- 
ralísimo Gimez,  paia  prevenirse  contra  las  debilidades  que  pudieran 
experimentar  en  aquellos  momentos  sus  secuaces,  recordaba  el  bando 
de  Spotorno  y  amenazaba  fusilar  al  que  no  solicitase  de  su  grandeza 
permiso  para  vivir. 

En  aquellos  días  comenzaron  las  operaciones  de  guerra  con  acti- 
vidad^ 

En  Occidente  tomaban  la  ofensiva  nuestras  columnas.  El  general 
Bernal,  para  dar  la  última  mano  á  la  insurrección  en  Vuelta  Abajo, 
ponía  en  movimiento  las  fuerzas  de  su  mando,  y  sé  dirigía  hacia  las 
lomas.  El  general  Pando,  con  Salcedo,  Segura  y  Ruíz  iban  por  Arroyo 
Blanco  y  Sf  íritus  en  busca  de  Máximo  Gómez,  resueltos  abatirle  y  ani- 
quilarle sus  fuerzas. 

Eran  estas  operaciones  urgentes  y  precisas  antes  de  llevar  la  gue- 
rra á  Oliente,  donde  seguía  el  enemigo  tomando  la  ofensiva,  según 
comunicó  el  general  Blanco. 

Todo  hacía  suponer,  pues,  que  pronto  habrían  de  recibirse  noticias 
interesantes  sobre  el  desenvolvimiento  de  la  acción  de  las  armas. 

Representaba  la  nueva  política  el  avance  simultáneo  y  combinado 
de  la  acción  diplomática,  la  de  las  armas  y  la  política. 

Todas  estaban  en  funciones  activas,  con  la  urgencia  que  demanda- 
ba la  espectación  de  ua  país  ansioso  de  realidades  consol  a  loras. 


H<  "»■"»    ■"•«'•«••'■".Hiuiimi..ui.»<iiSiniiiiiiio.H¡ñiiiiiuMiiiiMuunmi..MnnmMTm.-      ÍHiiiiHiiimmiiui*  niimiiuiSS. 

^■•■■■fWW»"nn»Wi»i"r"inrlHPW**     OmiBIMIHn""aon<»«ini|»«r«>'  lltlllllllinill   — >••-        'lltlIilllHlIUltn        ■■■■iin— iitnriimn ■ ^ 


CAPITULO     Xlll 


Por  la  paz.  —  Lo  que  es  la  guerra. — La  voz  de  la  opinión. — El  estado  del  ejército. Loii   que 

fueron  y  los  que  quedaban.— 200.000X53.000. — Herencia  del   general  Blanco. — Todo 
moJificado. — Detalles  varios. 


'e  solía  preguntar  por  los  pocos  que  aúa  creían  en   la  efi- 
cacia única  de  la  guerra;  en  que  sólo  por  la  acción  de  las 
armas  se  hubiera  podido  e hogar  la  rebeldía  S3paratista: 
—¿Y  esos  doscientos  mil  hombres  que  hamos  envia- 
do[á  Cuba  qué  hacer?  ¿Qué  han  hechc? 

Prescindamos  de  la  enorme  contradicción  en  que  incu- 
rrían los  que  tal  persaban— que  eran  muy  pocos,  y  qae  cada 
día  iiían  siendo  menos— de  fiarlo  todo  al  empuja  heroico  de 
nuestro  ejército  y  dudar  al  propio  tiempo  de  que  tal  vigorosa 
embestida  á  la  insurrección  se  hubiera  dado.  El  agravio  estáen  esa  aula, 
está  en  los  que  dudaron  entonces  y.  antes  de  que  los  generales  y  los 
soldados,  por  uno  ú  otro  sistema,  no  hubiesen  querido  ó  no  h  bían  sa- 
bido aniquilar  y  extinguir  las  hu-'Stes  del  separatismo  criminal. 

No.  No  hatíi  que  preguntar  «qué  hacían,  qué  habían  hecho»  nues- 
tras tropas  valerosas  y  nuestros  generales  bizarros  y  entendidos  en  el  arte 
de  la  guerra;  en  el  saber  pelear  y  vencer.  Hay  que  preguntárselo  á  ios 
cam pos  y  á  los  hospitales  de  Cuba,  en  donde  habían  perecido  á  la  fjchi, 
en  dos  años  y  medio  de  campaña,  más  de  veinte  mil  hombres;  hiy  que 


|48 

preguntárselo  á  esos  buques  mortuorios  en  que  se  habían  repatriado 
veintisiete  ó  veintiocho  mil  hombres  en  el  estado  que  todos  habíamos 
viste;  hay  que  preguntárselo  al  mar,  sepulcro  de  tantos  infelices  que 
no  tuvieron  el  consuelo  de  abrazar  á  sus  madres  y  en  su  seno  exhalaY  el 
ú'timo  suspiro;  hay  que  preguntárselo  á  los  estados  de  la  Inspección  de 
Sanidad  militar  de  la  isla,  que  en  un  solo  mes,  en  el  de  O.tubre,  re- 
gistraron treinta  y  seis  mil  enfermos,  y  hay  que  preguntárselo,  por 
fin,  al  qu3  ha  tenido  la  pana  da  ver  cómo  los  que  se  embarcaroa  en  la 
Península  jóvenes,  robustos,  sanos,  alegres,  con  el  alma  henchida  de 
esptranza,  se  trocaron  en  el  combata,  no  con  el  enemigo,  al  que  ni  si- 
quiera vieran,  sino  con  el  clima  moital,  en  ejército  de  espectros. 

Y  ya  esa  cifra  de  los  doscientos  mil  soldados  la  veréis  disminuiis; 

veréis  cómo  desaparece  en  más  de  su  mitad,  cómo  se  pierde  en  el  hos- 
pital, en  el  mar,  en  el  campo  de  batalla.  ¿Y  el  resto?...  El  resto  no  eran 
en  gran  parte  combatientes,  eran  enfermos,  que  por  un  ebfaerzo  capaz 
solo  de  realizarlo  en  el  mundo  los  soldados  españoles,  se  batían  con 
fiebre,  marthaban  muriendo  y  morían  sin  quejarse,  víctimas  del  más 
atroz  de  los  errores  poli  lieos  que  había  tardado  dos  años  y  medio  en 
repararse. 


* 


Todos  hemos  visto  á  los  repatriados,  á  todos  los  corazones  llegó  la 
conmoción  de  horror,  de  esparte;  de  todos  ellos  salió  la  protesta  vigo- 
rosa del  espectáculo  sin  (j.mplo.  La  opinión  en  España  se  impresionó, 
y  con  razón,  por  la  muerte  en  la  travesía  de  los  soldados  enfermos;  sol- 
dados que  tuvieron  por  tumba  el  mar.  Nadie  les  rezó  una  oración;  nin- 
gún signo,  nirgún  rastro  señalaiá  si  paso  por  el  triste  sendero  de  su 
infoi  tunada  vida.  Sus  madres  no  tendrán  el  consuelo  de  que  una  urna 
íe  alce  sobre  su  sepulcro  en  suelo  de  Cuba,  suelo   de   la  patria,  al   fin. 


149 

¡Qué  visión  más  tremenda,  más  horrorosa,  la  de  los  cadáveres  de  sus 
queridos  hijos,  devorados  por  los  tiburones! 

Y  los  que  lograron  no  morirse  en  el  camino,  perecieron  al  llegar  á 
puerto,  ala  vista  de  la  tierra  deseada,  en  el  tránsito  del  barco  al  muelle, 
del  buque  al  hospital  del  puerto.  ¡Morir  ya  á  la  vista  del  suelo  patrio; 
morir  al  Ilegal  I...  ¿Puede  haber  mayor  dolor,  más  horrible  modo  de 
abandonar  este  mundo? 

Veamos  ahora  lo  que  acontecía  á  los  que  tenían  la  dicha  de  sentir 
en  torno  de  sí  á  la  madre  patria,  recogidos  por  la  caridad  proviacial  ó 
municipal,  ó  por  la  benéSca  Asociación  de  la  Cruz  Reja,  en  algún  al- 
gún albergue  ó  sanatorio. 

Dígalo  por  nosotros  el  Diarto  de  Pontevedra^  del  cual  copiamos  el 
siguiente  suelto  publicado  en  uno  de  sus  números,  correspondiente  al 
mes  de  Octubre  del  97. 

Decia  así  el  suelto  á  que  nos  referimos: 

«Al  encontrarse  el  otro  día  en  el  sanatorio  de  Santiago  dos  jóvenes 
de  la  misma  edad  y  del  mismo  pueblo,  soldados  repatriados  del  ejército 
de  Cuba,  no  se  han  cono::ido  en  fueizi  de  desfigurados  por  el  hambre  y 
las  fatigas.» 

Hubo  más.  En  una  de  las  reexpediciones  desembarcadas  en  Cádiz 
ocuriió  que  un  padre  no  reconoció  á  suhji,  hasta  que  é. te  le  llamó 
con  un  grito  del  alma...  ¡S  estaría  desfigurado  el  infjliz! 

Eso  es  lo  que  han  visto  todo',  lo  que  ha  podido  impresionar  por 
tocarlo  más  de  cerca  á  los  que  viven  en  la  Pecíasula.  ¿Y  lo  qu3  pasa 
allá,  lo  que  ocurre  en  Cuba,  lo  que  han  presenciado  y  jamás  olvidarán 
los  que  en  la  isla  estuvieron? 


*% 


150 


«—Yo  quisiera— nos  decía  un  día  un  bravo  oficial,  repatriado  por 
enf  jrtno  á  coníccuencia  de  una  grave  herida  recibida  en  un  reñido 
combate  en  las  lomas  de  Pinar  del  Río — que  por  un  prodigio  imposible, 
desfilara  por  las  Ramblas  una  de  aquellas  columnas  de  convalecientes  ó 
enfermos,  de  espectros,  mejor  dicho,  en  el  propio  ser  y  estado  en  que 
salen  á  perseguir  á  un  enemigo 
emboscsdo  ó  que  huje.  A  los 
cuttro  días  de  salir  una  colum- 
na de  un  pueblo,  de  internarse 
en  las  lomas  de  Pinar  del  Río, 
ó  en  la  manigua  de  Las  Villas, 
ó  en  el  desierto  del  Camagüjy, 
ó  de  guarnecer  uca  trocha,  ha 
legido  su  paso  con  la  tercera 
parte  de  su  fueza  enferma, 
fuera  de  combate,  sin  haber 
cruzado  una  bala  con  los  in- 
surrectos. 

»SaIe  aquel  soldado  enfer- 
mo del  hospital,  y  aún  quiero 
suponer  que  salga  curado,  en- 
tendiendo por  curación  el  que 
ya  no  le  molesta    la   fiebre    y 

el  que  ya  puede  comer  y  digerir  y  el  que  ya  esté  en  disposición 
de  seguir  la  marcha  de  una  columna.  ¿Y  á  dónde  vá  el  soldado  dado  de 
alta  en  el  hospital?  Va  á  incorporarse  á  su  batallón,  á  proseguir  las  pe- 
nalidedes  de  la  campaña,  á  la  vigilancia  de  la  trocha,  á  re-pirarde 
nuevo  díi  y  noche  los  miasmas  palú lieos.  Va  con  el  cuerpo  débil,  aun- 
que esté  sano,  á  continuar  las  marchas  de  horas  y  de  días.  Va  á  dormir 
al  raso  junto  al  gUiío,  que  los  hincha  hasta  reventar  y  morir.  Vaá  abra- 


'i'Z^y 


Mr.    8PRINGER 
Yice-coDsul  de  los  E.  U.  en  la  Habana 


151 
sarse  la  piel  con  el  sol  del  trópico,  á  calarse  hasta  los  huesos  con  la 
lluvia  torrencial.  Va  á  pasar  hambre  y  sed  recién  salido  de  una  enfer- 
medad grave.  Va  á  nutrir  su'cuerpo  desnutrido  con  las  inmensas  fatigas 
de  una  campaña  funesta.  Va  como  candidato  á  la  sepultura... 

»Fué  aquella  una  escena— prosiguió  diciendo  nuestro  emocionado 
y  elocuente  narrador— que  me  impresionó  hondamente.  Era  uno  de  los 
últimos  días  de  Noviembre  de  1896.  A  pesar  de  encont^-arncs  tan  ade- 
lantados ya  en  la  estación,  las  lluvias  no  habían  cesado,  la  época  de  la 
seca  £ÚQ  no  había  comenzado,  todavía  el  viento  del  Norte  no  había 
empezado  á  soplar  y  barrerla  humedad  de  la  atmósfera.  Diluviaba  como 
diluvia  en  Cuba,  arrojando  el  cielo  torrentes  de  agua.  A  las  once  de  la 
noche,  después  de  haber  estado  durante  todo  el  día,  desde  el  amanecer, 
en  marcha  por  lomas  y  vericuetos  por  donde  teníamos  que  abrirnos  paso 
con  el  machete  y  andar  cayendo  aquí  y  levantándonos  allá,  entramos 
en  el  pueblo  de  Candelaria  dos  mil  soldados... 

»¡Djs  mil  soldados!,  es  decir,  ¡dos  mil  hombres!  Es  un  sarcasmo 
llamar  soldados,  llamar  hombres,  á  aquellos  míseros;  tal  era  su  estado. 
A  las  puertas  mismas  del  pueblo  habían  caído  algunos,  brindando  sus 
cuerpos  exánimes  á  las  voraces  siniestras  auras,  á  los  cuervos  de  Cuba. 
Y  los  que,  tras  desesperado  esfuerzo,  penetraban  por  fin  en  las  calles 
de  Candelaria,  tendíanse  en  el  suelo,  enmedio  de  los  charcos,  sufriendo 
la  lluvia,  sin  ánimos  para  colgar  la  hamaca,  resignados  á  que  aquella 
fuera  su  última  noche... 

»En  el  pueblo,  que  es  pequeño,  había  alojados  ya  ochocientos  en- 
fermos de  anteriores  expediciones,  y  no  existían  camas  para  tantos. 
Abriéronse  las  puertas  de  todas  las  casas  y  allí  se  refugió  la  mitad  de 
la  fuerza,  de  cualquier  modo,  hacinados.  El  resto  quedóse  en  la  plaza, 
abrasada  por  la  fiebre.  Era  un  coro  tristidmo  de  ayes.  de  lamentos,  de 
quejas,  de  inprecaciones,  de  plegarias.  A  gritos  pedían  la  muerte  para 
acabar  pronto  en  el  charco  inmundo  en  que  estaba  convertida  la  plaza... 


152 

^Amaneció  y  se  organizó  ua  tren  para  tiaslalar  dos  mil  hombres 
á  la  Habana.  Qaeiían  incorporarse  y  no  podían;  la  noche  de  fiebre  y  de 
insomnio  habíi  consumido  las  pocas  fuerzas  que  les  restaban.  A  los  po- 
cos pasos  que  daban  hacia  la  estación,  caían  extenuados,  rendidos,  in- 
móviles. Los  oficiales,  con  lágrimas  en  los  cjos,  les  sosteníamos,  les 
alentábamos  con  palabras  de  consuelo,  y  como  las  palabras  eran  inúti- 
les les  empujábamos,  les  arrastrábamos,  obligándoles  así  á  marchar... 
Murieron  varios  en  el  tren,  en  un  tren  que  no  llegó  hasta  la  noche  á  la 
Habana  y  donde  iban  revueltos  muertos  y  vivos...» 


* 

*  * 


Ahora  bien;  ¿y  quién  tiene  la  culpa  de  todo  eso?  Creemos  que  na- 
die. Nadie  más  que  la  guerra,  nadie  más  que  el  sistema  de  confiar  so- 
lamente á  la  acción  de  las  armas  una  guerra  imposible,  nadie  más  que 
el  que  imaginó  insensatamente  que  se  puede  entregar  á  los  elementos, 
al  fiero  clima,  al  mortífero  aire,  al  suelo  inclemente,  un  ejército  de  bra- 
vos para  que  sin  lucha  los  devore  la  fiebre. 

Por  eso  proclamamos  que  ningún  ejército  del  mundo  hubiera  he- 
cho no  más,  si  ni  siquiera  tanto,  como  el  heroico  y  sufrido  ejército  es- 
pañol. Pero,  tampoco  ninguna  nación  del  mundo  hubiera  sostenido  esa 
guerra,  que  era  poco  menos  que  imposible  que  solo  por  la  guerra  se 
acabase. 

Empeñados  durante  más  de  dos  años  nuestros  hombres  de  gobier- 
no, por  obsesiones  que  han  de  merecer  á  la  historia  severísimos  juicios, 
en  acumular  en  los  campos  de  Cuba  tropas  y  más  tropas,  hombres  y 
más  hombres,  cuidaron  solo  de  su  envío  y  pensaron  muy  poco,  casi 
nada,  en  las  naturales  consecuencias  de  una  tan  grande  acumulación  de 
soldados,  donde  se  carecía  de  todo,  donde  nada  había  preparado  para 


153 

recibir,  albergar  y  atender  á  las  necesidades  de  núcleo  tan  importante 
de  fuerzas,  de  un  contingente  tan  numeroso  de  ejército  bisoño,  no  ave- 
zado á  las  fatigas  de  la  campaña  y  á  las  penalidades  de  una  guerra  irre- 
gular en  país  desconocido  y  de  clima  tan  opuesto  á  su  temperamento, 
quizás  porque  creyeron  que  la  seguridad  de  triunfar  de  los  rebeldes  en 
liza  abierta  daba  á  nuestros  soldé  dos  la  inmunidad  bastante  para  ven- 


CAKONERO  «SANDOYAL» 


cer  también  al  clima  que  traidoramente  y  sobre  seguro  les  robaba  la 
sangre  de  los  pulmones  y  la  energía  de  los  músculos. 

[Lástima  grande  que  pensasen  tan  poco  en  hechos  tan  graves  como 
éste  los  que,  alardeando  de  popularidad  y  de  fuerza  en  la  opinión, 
aunque  no  teniendo  ni  una  ni  otra  cosa,  apercibíanse  á  la  f  jcha  para 
aplaudir,  al  desembarcar  en  la  Península,  al  director,  durante   veinte 

Blanco  20 


154 

meses,  de  la  campaña  de  Cuba,  tras  de  haber  hecho  pregonar  por  las 
trompetas  de  la  fama  el  talento  organizador  del  nuevo  Moltke  español, 
cómplice  de  la  funesta  obra  del  Jove  de  la  situación  conservadora. 


*  * 


Entrando  en  otro  orden  de  ideas,  el  enorme  ejército  enviado  á 
Cuba  hubiera  tenido  justificación,  si  una  vez  reunida  tan  port«;ntoía 
fuerza  en  la  gran  Antilla,  se  hubiera  emprendido  unacampaña  enér- 
gica. 

Desgraciadamente  los  doscientos  mil  hombres  no  correspondieron, 
por  falta  de  plan  y  de  dirección,  á  los  esfuerzos  y  esperanzas  del  país; 
pero  mientras  tanto  tenían  que  ocasionar  gastos  de  tal  consideración, 
que  es  un  asombro  cómo  han  podido  sufragarse,  aún  con  los  atrasos  y 
dilaciones  por  que  estábamos  pasando. 

El  Gobierno  conservador  debió  comprender  que  el  envío  de  dos- 
cientos mil  soldados  á  Cuba  requería,  á  causa  de  los  gastos,  una  cam- 
paña rápida  y  feliz,  y  de  no  tener  esa  seguridad,  hubiera  sido  prtfjrible 
el  método  de  un  ejército  adecuado  á  nuestros  medios  económicos  y 
desde  luego  organizado  en  otras  condiciones  que  lo  pusieran  con  más 
probabilidades  de  éxito  al  resguardo  de  enfermedades  y  de  deficiencias 
en  la  alimentación. 

El  daño  de  no  haberse  obtenido  en  un  período  corto  ventajas  de 
consideración  en  la  guerra,  fué  causa  no  sólo  de  que  se  multiplicasen  los 
gastos  en  un  grado  que  aterra,  que  llegaron  á  tocarse  en  el  nivel  del 
cambio  interntcionaly  que  Dios  sabe  qué  nuevas  y  más  graves  compli- 
cacones  financieras  podrán  aún  traer,  sino  que  dio  espacio  y  ocasión  á 
los  laborantes  y  filibusteros  para  procurarse  medios  de  ataque  y  para 


i 


155 

influir  además  en  aquella  parte  de  la  opinión  de  los  Estados  Unidos  que 
nos  era  hostil. 


*  * 


Así  lo  que  reclamó  mayor  atención  del  general  Blanco,  al  hacerse 
cargo  del  mando  superior  de  la  isla  y  del  ejército  de  operac'oies  fué  la 
vida  del  soldado,  del  resto  que  quedaba  de  aqual  gigantesco  sacrificio 
de  la  nación. 

De  los  doscientos  mil  hombres  que  España  envió  á  su  colonia  an- 
tillana, quedaban  según  la  última  revista  de  Noviembre  114  961.  De 
éstos  había  35  682  destacados  y  26  949  enfermos,  quedando,  púas,  para 
operar  52  330,  y  eún  de  esta  cifra  hfy  que  descontar  los  que  prestaban 
otra  clase  de  servicios  y  los  que  sin  entrar  en  el  hospital  estaban  enfar- 
mos,  que  no  eran  pocos. 

200.000^53000.  Esta  es  la  proporción  en  que  hatíi  quedado  el 
ejército  de  Cuba. 

Doscientos  mil  hombres  envió  allí  la  patria.  Di  aquellos  aoo.ooo 
soldtdos  quedaban  para  operar  52^30  en  el  mes  de  Noviembre  de  1897. 

¿Qué  había  sido  de  los  miles  y  miles  de  soldados  que  faltan  en  esa 
cifri  ? 

La  inmensa  mayoría  enterrada  en  la  manigua,  otra  gran  parte  se- 
pultada en  los  hospitales,  otra  repatriada  y  muriendo  por  esos  mares, 
por  esos  caminos  y  por  esos  pueblos  de  Dios. 

Es  horrible.  Cerca  de  151.050  hombres,  casi  toda  la  juventud  espa- 
piñola,  perdida  obscura  y  tristemente. 

La  diferencia  enorme  qu3  resulta  entre  los  que  faeron  y  los  que 
existían,  eran  las  bpjas  de  la  campaña.  ¿Cuántos  hombres  había  costado 
ya,  álafícha,  á  España  la  guerrt?  Nadie  lo  sabe:  la  diferencia  de  aoo. 000 


156 

á  1 14.96 1  no  sabemos  si  fueron  muertos,  desaparecidos  ó  ignorados, 
porque  entre  ellos  están  los  que  regresaron  á  la  Península,  entre  les 
cuales  ¿•;uántos  llegaron  á  sus  casas?  ¿Cuántos  vencieron  á  la  anemia  ó 
á  la  tuberculosis  con  que  los  devolvió  la  isla? 

Sf  gdn  los  informes  del  inspector  general  de  Sanidad  señor  Fernan- 
dez Losada  y  la  estadística  que  de  aquellos  días  hemos  examinado,  no 
fué  el  vómito  lo  que  más  daño  hizo  á  nuestro  ejército,  fué  el  paludismo, 
y  éste  reconocía  y  reconoce  siempre  como  principal  causa  eficiente  la 
falta  de  alimentación. 

Desconocida  en  absoluto  la  provincia  de  Pinar  del  Río,  no  pudo 
prevenirse  á  tiempo  el  mal  que  nos  destruyó  la  mitad  de  ese  ejército,  á 
cambio  de  bien  poca  compensación,  puesto  que  metidos  entre  tantos 
peligros  miles  y  miles  de  hombres  con  un  objeto  único,  este  vino  á  rea 
lizarlo  providencialmente  una  columna  bien  pequeña,  la  del  coman  - 
dante  Cirtjída.  Pues  á  pesar  de  lo  ocurrido  fueron  muchos  los  que 
creían  que  no  era  la  provincia  de  Pinar  del  Río  tan  mal  sana  como 
puede  suponerse  ante  el  número  crecido  de  palúdicos  que  allí  hubo  du- 
rante una  campaña  bien  corta. 


♦** 


Fué,  lo  que  ya  se  ha  dicho  en  todas  partes  y  en  todos  los  tonos,  y 
lo  que  acabó  por  decir  el  mismo  señor  Losada  en  íu  informe  del  día  i.* 
de  Noviembre  de  1897. 

«Entre  las  causas  de  estos  males  las  hay  irremediables,  como  por 
ejemplo  la  acción  enervante  del  clima  y  el  influjo  del  miasma  palúdico, 
cuyos  efectos  no  tienen  profiUxis  posible.  Pero  puede  hacerse  mucho 
para  defender  al  soldado  de  la  mayor  parte  de  las  enfermedades.  Las 
tropas  están  agotadas  de  fatiga  y  mal  alimentadas  » 


157 

La  crevión  de  sanatorios,  ordenada  por  el  general  Blanco,  podia 
resultír  y  resiiltaiía  seguramente  una  gran  solución.  En  sitios  hig'éai- 
cos,  con  e?p;cial  y  reparadora  alimentación,  con  aire  puro  y  descanso, 
podían  los  soldados  recobrar  la  salud  y  volver  á  su  servicio  sanos  y  en 
condiciones  de  soportar  de  nuevo  las  fatigis  de  la  campaña. 

El  resultado  llegó  á  verse  prácticamente.  Hé  aquí  un  caso,  que  nos 
ha  referido  ua  oficial  repatriado. — «Días  antes  de  regresar  á  la  Penín  - 
sula  el  general  Weyler  vino  á  verme  un  soldado  que  enviaban  de  Pinar 
del  Río  á  los  hospitales  de  la  Habana.  El  pobre  no  podia  andar  y  su 
aspecto  de  cadáver  impresionaba  extraordinariamente.  Se  le  recomendó, 
se  procuró  que  saliera  pronto  del  hospital  y  obtuvo  luego  en  la  capital 
un  destino  pasivo.  A  los  dos  meses  volvió  á  visitarme;  no  lo  conocí  de 
gordoy.de  sano  que  estaba.  No  había  tenido  más  noticias  de  él  y 
creí  que  el  infeliz  había  muerto. 

«—Cuando  le  vi  á  usted  en  Octubre — me  dijo— tenía  hambre. 
Ahora  me  ve  usted  tan  bueno,  porque  como.y> 

Podría  justificarse  la  fatiga  y  hasta  el  no  comer,  cuando  hubiera 
una  marcha  que  realizar  y  una  operación  urgente  y  decisiva  que  acó 
meter.  Pero  en  esa  guerra  todas  las  columnas  tuvieron  siempre,  siem- 
pre, tiempo  sobrado  para  que  la  tropa  comiera  sus  ranchos  y  pudiera 
descansar.  El  Estado  ha  pagado  muchos  zapatos  para  todos,  y  han  sido 
muchos  los  que  han  ido  descalzos;  ha  pegado  muchos  trajes,  y  han  ido 
muchos  desDudo5;  ha  pegado  mucha  comida,  y  se  han  muerto  muchos 
de  hambre.  Y  es  que  ha  habido  abandono,  indiferencia,  incuria,  poca 
energía  para  hacer  frente  á  las  dificultades,  y...  otras  cosas,  que  sólo  el 
pensailas  horroriza,  indigna  y  subleva  el  ánimo. 

¿Cómo  no  aplaudir  las  primeras  disposiciones  tomadas  por  el  ilus- 
tre general  B  anco  para  salvar,  pues  verdaderamente  de  esto  se  trataba, 
la  vida  de  los  pobres  soldados  que  en  la  isla  súa  quedaban?  Nos  ha- 
cían todavía  mucha  falta  para  la  guerra,  puesto  que  la  guerra   seguía. 


1&8 

sin  que  pudiera  vencerla  del  todo  la  acción  política,  y  había  que  evitar 
nutvos  sacrificios  de  hombres  á  la  patria. 

Este  fué  fil  criterio  que  á  la  saz3n  predominaba,  inspirado  en  la 
rectitud,  en  sentimientos  de  humanidad,  no  en  la  convaniencia  perso- 
nal, como  sucedía  antes.  Por  mucho  tiempo  permanecieron  cerradas 
las  puertas  del  regreso  á  la  metrópoli  hasta  á  los  ya  declarados  inútiles, 
y  no  había  influencia  alguna  que  consiguiera  el  pase  á  la  Peníasula  de 
un  soldado  ni  de  un  oficial  por  enfermo  que  estuviera.  Pero  cuando  se 
consideró  que  era  motivo  de  he  lago  á  la  opinión  pública,  ya  excitada, 
se  explotó  la  palabra  repatriación,  embarcándose  á  montones  á  los  en- 
fermjs,  sin  consideración  á  su  estado  ni  á  los  pjligros  de  un  viaje 
siempre  molesto,  sin  filiación  siquiera,  puesto  que  hubo  soldados  que 
murieron  á  bordo,  sin  que  nadie  supiera  cómo  se  llamaban  .y  dónde 
residían  sus  padres,  que  aúa  vivían,  quizás,  con  la  esparanza  de  abra- 
zar al  h  jo,  ya  sepultado  en  el  Ojeano. 


* 
«  * 


Se  consideraba,  á  la  fecha,  y  con  razón,  más  humanitario  y  más 
prá;tico  curar  allí  á  los  que  podían  curarse,  con  lo  cual  se  salvarían 
muchos  y  se  evitaría  que  fueran  más,  puesto  que  aquéllos  ya  aclimata- 
dos é  inmunes  para  una  porción  de  enfermedades,  podrían  prestar  de 
nuevo  sus  servicios  á  la  patria,  y  no  serían  necesarios  nuevos  sacrifi- 
cios, nuevas  víctimas.  En  una  palabra,  ya  que  el  mal  no  podía  evitarse 
en  el  todo,  se  procuró  evitarlo  en  parte. 

De  la  misma  manera  se  modificó  absolutamente  todo  por  medio  de 
bandos  y  circulares,  que  día  por  día  nos  hizo  conocer  el  cable. 

Los  procedimientos  de  la  guerra,  las  relaciones  de  las  tropas  con 
la  gente  del  campo,  la  protección  á  la  propiedad,  la  forma  de  dar  los 


159 

partes  y  de  obtener  las  recompensas,  todo,  todo  se  cambió,  consti- 
tuyendo esto  un  Irabíjo  verdaderamente  laborioso  á  que  estuvo  entre- 
gado día  y  noche  el  Estado  mayor,  hijo  la  dirección  acertada  é  incan- 
sable del  general  Pando. 

No  nos  incumbe,  ni  es  de  nuestra  competencia,  el  detallar  toda  esa 
obra  gigantesca,  que  había  de  icfluir  poderosamente  en  el  resultado  de 
la  nueva  campaña.  Pero  vayan  como  muestra  dos  detalles  que  nos  ofre- 
ció la  información  del  día  7  de  Noviembre. 

Sabido  es  que  con  arreglo  al  criterio  del  general  Weyler,  las  pro- 
puestas de  recompensas  hsbían  de  fundarse  en  el  número  de  bajas  que 
tuvieran  nuestras  tropas,  con  lo  cual  pedía  muy  bien  ocurrir  que  el 
descuida,  la  imprevisión  ú  otras  causas,  obtuvieran  un  premio,  mien- 
tras que  una  acción  afortunada  ó  bien  dirigida  quedara  sin  recompen- 
sas por  no  haber  sufrido  bajas. 

Derogado  ese  procedimiento  absurdo,  las  fuerzas  de  la  brigada  del 
general  Valderrama,  que  habían  operado  durante  cuatro  días  en  la  pro- 
vincia de  la  Habana  con  gran  fortuna  y  acierto,  puesto  que  sorpren- 
diendo al  enemigo  en  sus  campamentos— ccmo  sorprendió  Numancia 
el  campamento  del  cabecilla  Rodríguez, — le  hizo  más  de  treinta  muer- 
tos, sin  tener  nosotros  más  que  cuatro  ó  cinco  bajas,  recibieron  la  or- 
den de  foi mular  una  merecida  propuesta.  Túvose  en  cuenta  la  impor- 
tancia del  hecho,  el  mérito  contraído,  no  la  sangre  de  nuestros  solda- 
dos derramada. 


* 
*  # 


Veamos  otro  detalle  de  muy  distinto  orden.  Las  expediciones  de 
soldados,  aún  aquellas  que  ya  tenían  destino  fijo  antes  de  salir  de  la 
Península,  iban  todas  á  la  Habana,  donde  permanecían  algunos  días, 


160 


por  cierto  en  bien  malas  condiciones,  y  perdiendo  un  tiempo  precioso, 
hasta  salir  para  su  destino.  Ocurrió  en  Septiembre  del  año  96  que  los 
1 1. 000  hombres  destinados  á  la  trecha  central,  en  vez  de  dejarlos  en  el 
Júcaro,  fueron  á  la  Habana,  y  desde  allí  fueron  transportados  por  tie- 
rra y  por  mar  á  aquel  sitio,  lo  cual  proporcionó  á  los  soldados  moles 

tias  inútiles  é  ic justificadas, 
hubo  tiroteo  de  trenes  y  se 
gastaron  noventa  mil  duros 
en  transportes. 

A  la  sazón,  los  mil  sol- 
dados que  llevó  el  Alfon- 
so XIII,  como  hHcían  fdlta  en 
Oriente,  desembarcaron  en 
Guantánamo,  y  así  no  tuvie 
ron  que  ir  á  la  Habana  y  me- 
terse en  otro  vis  j  3.  El  vapor  - 
correo'  se  retrasaba  un  día, 
sin  perjuicio  para  nadie,  y  en 
cambio  se  ahorraban  moles 
tias  al  soldado  y  siete  mil 
quinientos  pesos  á  la  nación. 
Es  pequeño  el  detalle;  pero 
aunque   pequeño  y   solo,  es  harto  elocuente. 

No  podía  predecirse,  ejerciendo  de  profetas,  cuál  sería  el  resultado 
de  la  nueva  campaña,  puesto  que  había  habido  que  crearlo  todo  y 
transformar  completamente  lo  poco  que  existía,  si  algo  existía;  pero 
hay  que  reconocer  la  buena  intención,  el  buen  deseo,  la  firme  volun- 
tad que  revelaron  aquellos  primeros  pasos.  La  tarea  fué  penosa,  difici- 
lísima, puesto  que  al  mismo  tiempo  que  se  atendía  á  la  implantación 
de  una  nueva  y  trascendental  política,  hubo  que  reconstituii  la  guerra, 


MR.  TAYLOR.  Ex  Ministro  plenipotenciario  de 
los  Estados  Unidos  en  España 


161 


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162 

empezando  por  resucitar  al  soldado,  por  creír  comunicaciones  que  nos 
evitasen  desastres  como  el  de  Victoria  de  las  Tunas,  en  cuya  jurisdic- 
ción no  habia  habido  tiempo  en  tres  años  da  colocar  un  heliógrafo;  por 
restablecer  el  orden  y  la  disciplina,  por  cortar  abusos  y  levantar  el  es» 
pírilu  de  todos,  ¡de  todos!,  que,  por  cierto,  buena  falta  hacía. 


CAPITULO     XIV 


Foco  principal. — Inútiles  advertencias. — El  departamento  Oriental  y  el  Camagüej. — Error 
fundamental. — Marcha  general  de  la  insurrección. — Operación  combinada  en  las  lomas 
de  Pinar  del  Río. — La  división  del  general  Bernal. — En  las  lomas  del  Cuzco. — Resulta- 
do feliz  de  la  importante7operación. — Nuestras  bajas. — El  bravo  soldado  Florentino 
Vega. — Cien  bajas  del  enemigo. — Las  operaciones  contra  el  generalísimo. — La  expedi- 
ción del  general  Pando. — ¡Triste  herencia! — El  plan  de  campaña  del  general  Pando. 


A  noticia  de  que  el  enemigo  había  iniciado  un  movi- 
miento ofensivo  en  Oriente  y  estaba  atacando  á  Gui- 
sa con  aitillería,  amenazando  á  la  vez  á  Jiguaní, — 
comunicada  por  el  general  en  jefe  del  ejército    de 
Cuba  en  despacho  del  29  de  Noviembre — produjo  en  algunas 
personas  una  desagradable  sorpresa,  que  no  acertamos  á   ex- 
plicarnos. 

Desde  los  comienzos  de  la  campaña  hemos  venido  dicien- 
do que  la  rsíz  de  la  rebelión  estaba  en  Oriente,  que  allí  tenia 
el  enemigo  sus  principales  recursos  y  sus  mejores  combatientes,  que 
era  peligroso  dejarle  impune  en  aquellas  asperezas  y  que  si  se  le  dejaba 
podría  desde  ellas  organizar  la  g ierra  y  extenderla  á  su  antojo  por 
toda  la  isla. 

Inútiles  fueron  las  advertencias  de  la  prensa,    que  en  su  mayoría 
fué  de  nuestra  misma  opinión,  c  iaútiles  también  los  avisos  del    buen 


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sentido.  Púsose  toda  la  atención  en  perseguir  á  la  rebeldía  en  su  mar- 
cha de  Oriente  á  Occidente,  y  por  donde  ella  quiso  ir  fuimos  nosotros 
como  á  la  zaga,  sacando  de  Santiago  de  Cuba  gran  parte  de  las  tropas 
que  teníamos  en  aquella  provincia^  y  reduciéndonos  á  una  defensiva 
que  ni  siquiera  acertamos  á  preparar. 

Pudo  tener  alguna  disculpa  este  error  en  aquellos  angustiosos  días 
de  la  invasión,  cuando  nuestro  objetivo  principal  era  contenerla  y  cas- 
tigarla; pero  después,  desembarcados  los  primeros  refuerzos,  y  ha- 
biendo logrado  los  invasores  su  propósito,  llegando,  no  una,  sino  dos 
veces,  hasta  el  cabo  de  San  Antonio,  ni  un  momento  se  debió  perder 
de  vista  que  la  verdadera  base  de  operaciones  de  la  insurrección  esta- 
ba del  otro  lado  de  la  antigua  trocha  del  Jácaro,  y,  sobre  todo,  en  el 
departamento  Oriental.  Como  las  enfermedades  diezmaban  las  tropas 
que  en  éste  quedaron,  cada  día  se  vio  aquélla  más  libre  de  persecucio- 
nes y  vivió  más  á  sus  anchas,  hasta  que  persuadida  de  su  superioridad, 
tomó  la  ofensiva,  apoderándose  del  Cauto  y  bloqueando  las  poblacio- 
nes que  aÚQ  nos  quedaban. 

Cuando  en  Septiembre  del  año  96  hizo  la  nación  aquel  último  y 
gran  sacrificio,  que  bien  podemos  calificar  de  admirable,  escribieron  al- 
gunos periódicos  varios  artículos  acerca  del  reparto  de  los  refuerzos,  y 
en  ellos  probábase  la  necesidad  de  destinar  10  ó  12.000  hombres  á 
Oriente;  pero  en  los  que  al  mismo  tiempo  advertían  el  temor  de  que  el 
afán  de  hacer  trochas  nos  llevase  á  inmovilizar  en  ellas  las  fuerzas  re- 
cién llegadas  á  la  isla,  inutilizándolas.  Sucedió  lo  que  habíase  temido. 
De  los  25.000  hombres  que  la  madre  patria  envió  á  Caba,  más  de  la 
mitad  se  perdieron  en  tan  inútiles  líneas  militares,  donde  murieron  á 
cientos;  y  Oriente,  así  como  el  Camagüey,  siguieron  desguarnecidos  y 
en  poder  del  enemigo. 

De  entonces  á  la  fecha  éste  había  cobrado  mayores  bríos  y  reunido 
recursos  más  abundantes.  Había  organizado  á  su  modo  el  campestre 


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estado  de  Cuba  libre,  dividiéndole  en  provincias  con  sus  prefecturas 
y  subprefacturas,  sus  zonas  de  cultivo  con  sus  ingenios,  en  que  traba- 
jaban como  esclavos  españoles  prisioneros,  y  grandes  extensiones  de 
costa  á  su  disposición  para  comunicar  periódicamente  con  los  Estados 
Unidos. 


*** 


Uno  de  los  errores  fundamentales  de  la  acción  militar  en  Cuba, 
ha  sido  el  abandono  en  que  se  ha  tenido  at^uella  parte  déla  isla,  la  más 
importante  en  tiempo  de  guerra,  dándose  el  escándalo  de  que  cerca  de 
Guisa  se  pudieran  reunir  en  Febrero  del  97  á  deliberar  sobre  las  refor- 
mas del  señor  Cánovas,  7.000  hombres  con  sus  jefes  á  la  cabeza,  sin 
que  una  sola  columna  les  molestara ;  y  que  más  tarde  se  repitiera  el  he- 
cho en  Guaimarillo  con  mayor  publicidad  y  más  á  ciencia  y  paciencia 
nuestra,  á  lo  que  hay  que  añadir  aún  la  declaración  oñcial  del  general 
Weyler  de  que  le  era  imposible  impedir  ni  interrumpir  las  sesiones  de 
aquella  asamblea,  en  la  que  se  hizo  la  elección  de  presidente  de  la  Re- 
pública cubana. 

El  general  Martínez  Campos  visitó  el  departamento  Oriental  y  lo 
recorrió  en  parte  varias  veces,  sin  Otro  resultado  que  dar  al  enemigo  la 
para  nosotros  desdichada  ocasión  de  Peralejo  y  la  no  menos  afortuna- 
da de  Coliseo.  El  general  Weyler  sólo  una:  allá  por  los  dias  de  la  cri- 
sis de  Mayo  del  97.  Fué  á  awena;{^ar  con  la  llegada  de  40  batallones, 
que  iban  en  pos  de  él;  batallones  que  no  fueron  y  amenaza  que  no  se 
cumplió.  Todo  quedó  como  estaba,  y  la  situación  fué  empeorando  de 
dia  en  día. 

¿Qué  tenía,  pues,  de  extraño  que  Rabí  hubiese  podido  hacer  frente 
á  la  columna  del  general  Linares?  Hombres,  fusiles  y  municiones  no  le 


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faltaban:  ganas  de  dar  algún  golpe  de  efecto  tampoco,  antes  al  contra- 
rio, la  próxima  reunión  de  las  Cámaras  americanas  le  incitaba  á  ello. 

Los  rebeldes  tenían  el  mayor  interés  en  probar  que  poseían  una 
parte  de  la  isla  y  que  la  defendian  de  la  invasión  de  nuestro  ejército, 
dando  con  esto  algúa  fundamento,  ú  ocasión  y  pretexto  al  menos,  á 
los  yankees  amigos  para  pedir  al  gobierno  de  Washington  el  reconoci- 
miento de  la  beligerancia. 

Muy  sensible  fué  que  después  de  haber  procurado  con  tanto  em- 


BATBRÍA   DE    SOCAPA    (Santiago  de  Cnba) 

peño  quitar  á  la  República  norteamericana  todo  pretexto  de  interven- 
ción en  los  asuntos  cubanos,  le  tuviéramos  que  dfjar  éste,  quizás  más 
doloroso  que  ningún  otro;  pero  hay  que  reconocer,  al  mismo  tiempo, 
que  el  mal  venía  de  lejos  y  que  había  de  ser  difícil  atajarle  en  un  breve 
plazo  de  algunos  días. 


t 
*  ♦ 


167 

Respecto  de  la  marcha  general  de  la  insurrección,  el  Gobierno  con- 
sideraba natural  que  los  rebaldes  cambiasen  su  sistema  de  guerra,  atri- 
buyendo el  ataque  á  Guisa  á  su  deseo  de  contrarrestar  los  efectos  favo- 
rables que  la'concesiór  de  la  autonomía  hubiese  podido  producir  en 
las  esferas  oficiales  de  los  Estados  Unidos,  y  al  deseo  también  de  impe- 
dir las  deserciones  de  los  mismos  insurrectos,  haciéndoles  concebir  es- 
peranzas de  triunfo;  por  todo  lo  que  no  concedía  importancia  á  esos 
ataques  del  enemigo. 

En  cuanto  al  estado  sanitario,  no  eran  muy  satisfactorias  las  im- 
presiones, pues  délos  103.000  soldados  que  aproximadamente  existían 
á  la  fecha  en  la  isla,  había  en  los  hospitales  más  de  una  cuarta  parte. 

Realizóse  en  las  lomas  de  Pinar  del  Rio  la  operación  combinada 
que  nos  tenían  anunciada  los  corresponsales.  En  ella  tomaron  parte  dos 
columnas:  la  que  mandaba  el  general  Bernal  y  otra  á  las  órdenes  del 
general  Hernández  de  Velasco,  formando  ambas  un  total  de  2.300  hom- 
bres y  dos  piezas  de  artillería. 

Hacía  días  que  el  general  Bernal  tenía  conocimiento  de  que  los 
insurrectos  conservaban  los  campamentos  establecidos  en  las  lomas  del 
Cuzco,  donde  aquéllos  habían  hecho  fortificaciones  que  consideraban 
inexpugnables. 

Las  diversas  partidas  que  mandaban  los  principales  cabecillas,  se 
relevaban  para  prestar  el  servicio  de  guardar  los  campamentos  Ínterin 
las  demás  hacían  sus  correrías. 

Todo  esto  era  conocido  por  el  general  Bernal,  quien,  de  acuerdo 
con  el  general  en  jefe,  preparó  un  plan  y  organizó  una  operación  que 
debían  ejecutar  las  fuerzas  de  la  división  de  su  mando. 

El  día  35  de  Noviembre  se  reunieron  todas  las  fuerzas  que  la  com- 
ponían en  Guanajay,  y  al  siguiente  día  salieron  en  dirección  de  Arte- 
misa. El  general  recorrió  la  trocha,  y  en  toda  ella  ofreció  hacer  cuan- 
tos esfueizos  fueran  necesarios  para  mejorar  las  deplorables  condiciones 


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sanitarias  en  que  se  encontraban,  tanto  los  soldados  como  los  recon- 
centrados. 

Sin  detenerse  siguieron  las  tropas  hasta  Candelaria,  de  donde  el 
26  salió  el  general  Hernández  de  Velasco,  mandando  fuerzas  de  los 
batallones  del  Infante,  Cuba,  Vergara,  Gerona  y  Baleares  y  dos  piezas 
de  artillería;  en  total,  unos  1.3^0  hombres. 

El  mismo  día  salió  Barnal  de  Artemisa  con  su  columna,  compuesta 
de  fuerzas  de  los  batallones  de  Valencia,  San  Marcial,  Valladolid  y  San 
Quintín,  guerrillas  de  Iberia,  Pinar  y  Orozco  y  un  escuadrón  de  Al- 
mansa  formando  un  total  de  i.ooo  hombres. 

Poco  antes  de  llegar  esta  columna  á  Rosario,  las  avanzadas  insu- 
rrectas del  cabecilla  Ducassí  quisieron  cerrarles  el  paso,  pero  las  tropas 
rompieron  el  fuego  y  el  enemigo  huyó,  dejando  grandes  charcos  de 
sangre. 

Nuestros  soldados  destruyeron  todas  las  posiciones  fortificadas  del 
campamento  enemigo  abandonado,  en  el  cual  pernoctó  la  columna. 


*   * 


Al  amanecer  del  día  27  salió  la  columna  Bernal  con  dirección  al 
campamento  de  Madama,  que  según  las  noticias  que  le  habían  comu- 
nicado al  general,  estaba  defendido  por  formidables  posiciones. 

La  vanguardia,  formada  por  fuerzas  de  San  Marcial,  rompió  el 
fuego  y  tomó  la  loma  llamada  de  las  Peladas,  en  tanto  que  fuerzas  de 
Valencia  y  las  guerrillas  seguían  la  vereda  Pérez  y  forzaban  el  paso  por 
el  arroyo  Midama. 

Momentos  después  entraban  en  el  campamento  de  Cuchilla  Caimi- 
to el  general  Bernal  y  su  Estado  mayor,  formado  por  los  señores  Tour- 
né,  Erenas,  Company,  Hinojosa  y  Rueda. 


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En  ese  primer  encuentro  cayeron  heridos  el  comandante  del  bata- 
llón de  Valencia,  señor  Jiménez  Toro,  grave,  y  varios  soldados. 

La  artillería,  mandada  por  el  capitán  señor  López  Pinto,  hizo  cer- 
teros disparos,  mientras  la  caballería  y  la  fuerza  de  San  Qaintín  en- 
volvían al  enemigo  por  los  flancos,  haciéndoles  desalojar  las  lomas  de 
la  Pistoleta.  Fuerzas  de  Valencia  y  la  otra  mitad  de  las  de  San  Qaintín, 
mandadas  por  el  coronel  señor  Estevan,  persiguieron  al  enemigo  y 


TRANSPORTE    «FERKAKDO   EL   CATÓLICO» 


ocuparon  la  loma  de  Muía,  muriendo  al  coronar  las  alturas  el  coman- 
dante del  batallón  de  Valencia  don  Eugenio  Miguel. 

Los  soldados,  al  atacar  con  gran  valor  las  posiciones  enemigas,  da- 
ban entusiastas  vivas  á  España,  que  eran  contestados  por  los  insurrec- 
tos con  otros  á  Cuba  libre  y  mueras  á  la  autonomía. 

Las  tropas  continuaron  avanzando  á  paso  de  ataque;  fuerzas  de 
Valencia,  mandadas  por  el  teniente  coronel  señor  Dolz,  llegaron  hasta 
«I  campamento  de  Aracjuez,  que  ocuparon,  coincidiendo  su  llegada  con 


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la  de  las  del  general  Hernández  Velafco,  que  acudió  puntual,  después 
de  haber  hecho  una  penosa  marcha  durante  la  cual  libró  serios  comba- 
tes en  los  sitios  llamados  la  Gloria  y  el  Inglés. 

El  campamento  de  Aranjuez  estaba  formado  por  verdaderas  vi- 
viendas, más  de  500  bohíos,  construidos  por  los  rebeldes  hacía  tiempo, 
lo  cual  prueba  que  el  general  Weyler  estaba  mal  informado  al  suponer 
que  no  existia  en  la  provincia  de  Pinar  del  Río  ningún  núcleo  de  in- 
surrectos. Al  huir  el  enemigo  dejó  abandonadas  mesas,  camas,  mobilia- 
rio, ropas,  víveres  y  municiones.  Estaba  defendido  por  unos  trescien- 
tos rebeldes. 

El  campamento  de  las  fuerzas  del  cabecilla  Ducassi,  tomado  por 
las  tropas  que  mandaba  el  general  Bernal,  estaba,  en  efecto,  defendido 
por  formidables  posiciones,  á  pesar  de  las  cuales  el  enemigo  huyó  ver- 
gonzosamente. Lo  defendían  500  mambises. 


* 
*  * 


El  plan  del  general  Bernal  se  llevó  á  cabo  con  gran  acieito,  y  los 
flanqueos  se  hicieron  muy  hábilmente,  y  todo  ello  contribuyó  á  que  lís 
tropas  consiguiesen  un  buen  resultado. 

En  el  campamento  de  Rosario  se  encontraron  muchos  bohíos  per- 
fectamente construidos,  y  un  gran  parque  donde  fabricaban  cartuchos 
explosivos,  instalado  en  la  casa  donde  habitaba  el  matrimonio  Duscassi. 

Durante  toda  la  tarde  y  la  noche  que  la  columna  Bernal  permane- 
ció en  el  citado  campamento,  invisibles  parejas  de  insurrectos  hostili- 
zaron desde  la  espesa  manigua  al  cuartel  geLersl. 

Cuando  el  general  y  su  Estado  mayor  y  otros  varios  jefes  y  oficia- 
les regresaban  de  enterrar  al  iü fortunado  comandante  señor  Miguel,  el 
grupo  que  formaban  ofreció  excelente  blanco  á  los  insurrectos,  que  no 


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dejaron  de  aprovechar  la  ocasión,  menudeando  sus  disparos.   Por  la 
noche  hicieron  en  esta  forma  algunas  bajas. 

Al  amanecer,  los  guerrilleros  úe  la  columna  dispersaron  las  pare- 
jas que  les  hostilizaban  y  se  apoderaron  de  una  comunicación  del  titu- 
lado brigadier  Torres  dirigida  á  Duscassi,  y  en  la  cual  explicaba  la  cau- 
sa de  no  haber  cumplido  la  orden  recibida  de  quemar  los  ingenios, 
porque  las  lluvias — decía — impedía  que  ardieran  las  cañas. 

El  resultado  de  la  importante  y  feliz  operación,  que  hizo  honor  al 
general  Bernal,  secundado  admirablemente  por  el  general  Hernández 
de  Velasco  y  el  jefa  de  Estado  mayor  señor  Tourné,  fué  la  huÜa  y  dis- 
persión del  enemigo  completamente  desmoralizado,  después  de  haber 
sufrido  bajas  enormes  y  haber  perdido  todos  sus  víveres.  Tanto  sus 
formidables  posiciones,  como  todos  sus  cultivos,  quedaron  completa- 
mente destruidos. 

Numerosos  grupos  de  hambrientos  bajaron  después  al  llano,  donde 
el  general  Bernal  dispuso  la  persecución  de  todos  por  las  fuarzas  de 
caballería,  que  resultó  verdaderamente  invencible. 

D¿  nuestros  informes  resulta  que  á  la  fecha  existían  en  la  provincia 
de  Pinar  del  Río  unos  dos  mil  insurrectos  armados. 

Las  bajas  que  en  lá  operación  sufrieron  las  dos  columnas  resultan, 
aunque  muy  sensibles,  relativamente  escasas,  gracias  al  acierto  en  el 
mando  de  las  fuerzas  de  los  jefes  y  oBciales. 

En  total,  nuestras  bajas  fueron:  el  comandante  señor  Miguel  y]  dos 
guerrilleros  muertos,  y  heridos  el  comandante  señor  Toro,  de  gravedad, 
por  bala  explosiva,  el  capitán  del  batallón  de  Valencia,  señor  Vera 
Valdés,  leve,  y  17  soldados,  algunos  graves. 

Distinguióse  notablemente  en  el  combate  de  Caimito  el  bravo  sol- 
dado Florentino  Vega,  que  á  pesar  de  estar  herido  gravemente  en  el 
pecho,  siguió  avanzando  y  batiéndose  hasta  coronar  la  escarpada  loma. 
Fué  calurosamente  felicitado  por  todos  y  propuesto  para  una  recompen- 
sa por  el  general  Bernal. 


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A  las  nueve  de  la  noche  del  30  llegó  á  la  capital  de  Pinar  el  gene- 
ral Bsrnal  y  su  Estado  mayor. 

Según  los  datos  oficiales  adquiridos  por  el  general  Barnal  acerca 
del  resultado  de  la  operación,  datos  que  fueron  confirmados  por  los 
insurrectos  que  se  presentaron,  y  teniendo  en  cuenta  además  el  número 
de  cadáveres  que  abandonó  el  enemigo,  los  rebeldes  tuvieron  en  los 
distintos  combates  sostenidos  en  las  lomas  de  Pinar  en  defensa  de  sus 
campamentos,  más  de  cien  bajas. 


♦** 


En  las  operaciones  emprendidas  en  la  jurisdicción  de  Sancti  Spiti- 
tus  contra  el  generalísimo  Gómez  y  que  dirigísn  personalmente  los 
generales  Pando  y  Salcedo,  las  columnas  de  los  generales  Segura  y 
Ruiz  y  las  fuerzas  que  mandaban  los  coroneles  Le nda,  Tejada  y  Mar- 
tín, operando  en  combinación,  salieron  de  Arroyo  Blanco  hacia  Refor- 
ma, en  cuyo  potrero,  abandonado  por  Gómez,  acamparon  con  dos  es- 
cuadrones los  generales  Pando  y  Salcedo,  siendo  hoi^tilizados  por  el 
enemigo  durante  la  noche,  sin  resultado. 

Al  día  siguiente  siguieron  su  viaje  hacia  Ciego  de  Avila,  centro  de 
la  trocha,  á  donde  llegaron  sin  novedad.  El  resto  de  las  fuerzas  conti- 
nuó operando  por  los  bosques,  habiendo  tenido  fuego  el  batallón  de 
Reus  con  una  fuerza  enemiga  de  aoo  hombres,  á  cuyo  frente  estaba 
Máximo  Gómez.  En  este  encuentro  tuvo  el  batallón  de  Reus  dos  muer- 
tos y  ocho  heridos,  ignorándose  las  oajas  que  tuviera  el  enemigo,  por- 
que las  retiró  al  huir. 

Después  de  esta  escaramuza  sosteni  'a  con  las  fuerzas  que  mandaba 
el  generalísimo,  lo  único  que  ofreció  algún  interé j  hista  la  fecha  (a  de 
Diciembre)  referente  á  la  operación  combinada  que  se  estaba  verifican- 


173 

do  en  jurisdicción  de  Sancti  Spiritus,  fue  el  encuentro  de  fuerzas  de  la 
brigada  de  Jatibonico  y  Camajuani  con  la  partida  del  negro  González, 
á  la  cual  alcanzaron  en  Boyeras,  batiéndola  y  causándole  numerosas 
bsjas,  de  las  que  quedaron  en  poder  de  las  tropas  ocho  muertos,  con 
armas  y  efectos. 

El  general  Segura,  con  los  batallones  del  Rey  y  Mallorca  practicó 
reconocimientos  en  las  estribaciones  de  la  sierra  Jatibonico,  haciendo 
dos  prisioneros. 

En  Río  Grande,  Ciego  de  Avila  y  Marroquí  fuerzas  leales  sostu- 
vieron ligeros  tiroteos  en  Guayo  y  Reforma,  con  varios  grupos  sueltos 
de  insurrectos. 

El  batallón  del  Rey,  en  Lázaro  López  y  Río  Grande,  batió  á  una 
partida  montada,  causándole  bajas. 

Desde  Sancti  Spiritus  hasta  Ciego  de  Avila  puede  decirse  que  to- 
dos aquellos  terrenos  estaban  bajo  el  dominio  de  Máximo  Gómez. 

Como  desde  hacía  mucho  tiempo  no  se'intentaba  seriamente  la  per- 
secución del  generalísimo,  éste  había  podido  organizar  allí  íus  fuerzas 
y  sus  medios  de  defensa,  sin  el  menor  obstáculo. 

A<í  pues,  la  expedición  que  estaba  llevando  á  cabo  el  general 
Pando  tenía  gran  importancia,  por  haber  obligado  al  jefe  dominicano 
á  saür  de  la  tranquilidad  en  que  vivía,  y  cualquiera  que  fuese  el  resul- 
tado, aunque  desde  luego  pudo  asegurarse  que  sería  excelente,  mereció 
elogios  el  movimiento  de  tropas,  que  obedeció  á  un  plan  concertado 
sobre  el  terreno. 

Antes  de  llegar  á  Sancti  Spiritus,  el  general  Pando  recorrió  las  dos 
provincias  de  Matanzas  y  Las  Villas,  dejando  en  ambas  reconstituida  la 
guerra. 


*  * 


174 

La  mejor  prueba  de  que  al  cabscilla  fantasma  SQ  ie  encontraba 
cuando  se  le  buscaba  fué  que  ea  el  primer  día  de  operacioaes  el  bata- 
llón de  Reus  tuvo  fuego  con  las  fuerzas  que  mandaba  el   generalísimo. 

El  propósito  del  ge aeral  Pando  era  perseguirle  incesantemente  y 
no  dejarle  un  dia  de  tranquilidad. 

Vióse  desde  luego  que  el  plan  de  Máximo  Gómez  era  recorrer  con 
su  caballería  los  llanos,  mientras  los  rebeldes  de  iníanteiía  al  mando  del 
negro  González  se  fortificaban  y  defindían  en  las  lomas  de  Mataham- 
bre  y  en  la  sierra  de  Jatibonico. 

Las  asperezas  de  Matahambre  se  extienden  por  las  zonas  de  Reme- 
dios y  Sancti  Spíritus  y  puede  pasarse  desde  ellas  sin  atravesar  terreno 
descubierto  á  las  sierras  de  Ojo  de  Agua;  las  de  Jatibonico  son  muy 
abruptas  y  ofrecían  en  sus  cavernas  y  escondrijos  guarida  excelente  á 
las  fuerzas  del  negro  González. 

A  unas  y  á  otras,  empero,  supieron  encontrar,  dar  alcance  y  batir 
las  columnas  dirigidas  por  el  general  Pando. 

La  trocha  de  Jú;aro,  que  tanto  dinero  y  tantas  vidas  había  costado 
ya,  á  la  fecha,  era  muy  inferior  á  la  de  Mariel;  mucho  más  débil  en 
caso  de  un  ataque  grande  y  menos  cerrada  para  las  sorpresas,  puesto 
que  tenía  abiertos  algunos  pasos  en  la  costa  Norte;  pasos  que  eran  muy 
peligrosos. 

Verdaderamente  la  herencia  que  recibieron  los  nuevos  generales 
poco  bueno  les  ofreció. 

La  salud  de  las  tropas  en  general  comenzaba  á  mejorar,  aunque 
todavía  no  podía  utilizarse  más  que  la  tercera  parte  del  contingente. 

El  general  Pando  encontróse  con  que  en  el  batallón  de  Tetuán  sólo 
había  sesenta  hombres  útiles.  Los  demás  padecían  fiebres  y  paludismo, 
hallándose  completamente  inútiles,  no  solo  para  las  duras  faenas  de  la 
guerra,  sí  que  también  para  los  trabajos  más  sencillos  y  cómodos. 

El  general  envió  interinamente,  á  su  llegada,  i  todos  esos  enfer- 


175 

mes  al  saoatorio.  Después  irían  á  los  hospitales,  donde  pudieran  res- 
tablecerse. 

La  opinión  general  en  la  isla,  entre  cuantos  tenían  experiencia  bas- 
tante para  emitirla  con  autoridad,  era  que  para  seguir  la  guerra  no  ha- 
ría falta  que  España  envíase  más  soldados.  Considerábase  ¡al  fin!,  que 
aquella  no  era  una  campaña  de  número,  sino  de  astucia,  habilidad  y 
organización. 


CASA  FUERTE  EN  EL  CAMPAMENTO  INSURRECTO  DE  SITIO  DE  ARANJUKZ 


En  cambio,  fuera  inútil  ocultar  que  sería  preciso  que  se  gastase 
mucho  dinero. 

El  plan  de  campaña  del  general  Pando  consistía  en  aumentar  las 
guerrillas,  movilizar  más  voluntarios  y  aprovechar  de  entre  los  presen- 
tados á  f  quellos  que  ofrecieran  garanlíss  de  lealtad,  que  no  eran  pocos. 
Sobre  el  terreno  se  comprendió,  al  fin,  que  un  sistema  injusto  y  arbi- 
trario de  persecución  había  enviado  al  campo  rebelde  á  muchos  hom- 
bres que  no  tenían  simpatía  alguna  por  la  causa  de  la  independencia  y 
á  otros  que  permanecían  absolutamente  neutrales. 


176 

Por  falta  absoluta  de  dinero  y  de  crédito  los  reconcentrados  morían 
de  hambre  y  de  miseria;  los  hospitales  no  estaban  atendidos  como  fuera 
de  desear  y  las  obligaciones  contraídas  con  los  presentados  no  podían 
cumplirse. 

El  comercio  no  quería  fiar  ni  un  saco  de  harina  para  los  enfermos, 
porque  se  le  debía  mucho. 

Para  evitar  embargos,  los  comerciantes  escondían  las  mercancías 
en  los  almacenes  de  los  subditos  norteamericanos. 

La  impresión  del  general  Pando,  y  puede  decirse  que  la  de  todo  el 
mundo,  era  la  de  que  con  dinero  se  podría  acabar  la  guerra  durante  el 
tiempo  de  la  seca. 

«—Si  se  dejase  pasar  el  invierno  sin  que  termine  la  campaña— nos 
escribía  un  corresponsal— ¡Dios  solo  sabe  lo  que  podría  suceder! > 


CAPITULO    XV 


Ventajas  evidentes. — Estado  de  la  provincia  de  Pinar  del  Río. — Cifras  tristísimas. — Efectos 
de  la  miseria. — Por  la  paz. — Siembras  y  tabaco. — El  ganado.  — Número  de  enemigos. — 
Su  organización. — Sn  armamento. — Contingente  del  ejército. — Disminuciones. — Impre- 
siones desagradables. — La  guerra  en  Oriente. — Período  interesantísimo. — Batida  en 
Sancti  Spíritus. — La  zafra.  —  La  cuestión  monetaria. — Combate  en  Oriente. — Convoy  á 
Bay  amo . — Rumores . — Espectación . 


nnegables  y  evidentes  fueron  las  ventajas  alcanzadas 
en  toda  la  isla  solamente  con  el  cambio  de  director-jefs 
de  la  campaña,  y  de  la  política:  dos  mil  rebeldes  arro- 
jados de  sus  campamentos  y  huyendo  delante  de  nues- 
tras columnas  en  la  provincia  de  Pinar  del  Río,  varios  cam- 
pamentos tomados  y  destruidos  por  los  generales  Barnal  y 
Hernández  de  Velasco  en  las  lomas  del  Cuzco;  el  general  Pan- 
do persiguiendo  á  Máximo  Gómez  en  la  jurisdicción  de  Sancti 
Spíritus,  y  obligándole  á  abandonar  su  retiro  de  Refoima  y 
su  vida  tranquila  y  reposada  entre  sus  huestes  de  Las  Villas,  la  guerra 
más  viva,  más  movida,  y  sobre  todo,  más  verdadera  en  toda  la  isla:  ¿se 
puede  ó  no  se  puede  afirmar  que  el  estado  de  Cuba  había  cambiado  so- 
lamente con  la  mudanza  en  el  mando  superior  de  la  colonia?  ¿Teoian 
6  no  tenían  razón  los  que  pidieron  esa  mudanza? 

Habíase  dicho  no  haber  ya,  fuera  del  Cimagiiey  y  de  Oriente,  sino 
Blajico  ?3 


178 

núcleos  dispersos  de  rebeldes.  El  núcleo  que  mandaba  Ducassi  en  Pinar 
del  Río  pasaba  de  ochocientos  hombres. 

Habiase  declarado  no  encontrar  ya  partidas  en  Las  Villas.   Dióse 
con  ellas  tan  luego  se  las  quiso  buscar. 


Fuerzas  de  caballería  preparándose  para  salir  A  operaciones 


El  cable  trasatlántico  había  sido  el  único  medio  de  pacificación.  Con 

las  reformas  legales  vinieron  á  serlo  las  bayonetas  de  nuestros  soldados. 

La  acción  política  iba  á  sustituir  por  entero  á  la  acción  militar.   Y 


179 

3ntonces  fué  precisamente  cuando  la  acción  militar  se  reveló  en  verda- 
deros hachos  de  armas. 

No  hablemos  del  superior  cuidado  que  á  la  sazón  se  prestara  á  la 
higiene  y  manutención  del  soldado:  en  lo  puramente  guerrero  hallábase 
bien  manifiesta  la  diferencia. 

Todo  esto  vino  á  ser  tanto  más  plausible,  cuanto  que  la  cam- 
paña iniciada  briosamente  por  generales  tan  valerosos  como  Blanco, 
Bsrnal,  Hernández  de  Velasco,  y  los  que  les  secundaban,  era  indispen- 
sable hasta  para  los  mismos  efectos  de  la  acción  política. 

Los  separatistas,  los  intransigentes,  cuantos  se  hallasen  fuera  de  la 
influencia  que  en  la  psz  podía  ejercer  el  nuevo  estado  de  derecho, 
habrían  de  observar  que  las  instituciones  autonómicas  concedidas  á 
Cuba  no  eran  hijas  de  la  impotencia.  Se  castigaba  á  la  sazón  á  los  re- 
beldes en  armas  más  y  mejor  que  en|^las  pasadas  circunstancias.  El  rigor 
no  cesaba  sino  para  los  pacíficos  concentrados. 


*  * 


Por  otra  parte,  los  insurrectos  vacilantes;  los  que  en  su  ánimo  lle- 
vaban la  convicción  de  que  la  lucha  prolongada  era  la  ruina  de  Cube; 
los  que  hallaban  buenas  las  reformas,  pero  no  se  resolvían  á  presen- 
tarse por  temor  de  que  pudieran  vencer  los  separatistas,  sentiríanse 
más  inclinados  á  la  paz.  Porque  con  la  independencia  no  tendrían  ins- 
tituciones más  libres  que  las  que  iba  á  tener  la  población  pacífica  de 
Cuba  y  en  el  cmpo  rebelde  podían  hallar  una  bala  ó  una  bayoneta  que 
de  un  golpe  los  privase  de  todos  los  derechos. 

La  proximidad  y  contacto  con  nuestras  columnas  habría  de  alen- 
tar también  á  los  que  deseaseu  presentarse  á  indulto.  No  era  lo  mismo 
salvar  en  pocas  horas  la  distancia  entre  el  campo  de  la  rebeldía  y  el  de 


180 

la  legalidad,  que  el  pasar  alguaos  días  en  ese  tránsito  y  en   riesgo  de 
caer  bajo  la  guardia  negra  de  Máximo  Gómez. 

Desde  cualquier  punto  de  vist?,  desde  el  cual  se  mire  la  campaña 
abierta  con  tanta  bizarría  en  Cuba,  hay  que  reconocer  que  fué  de  gran 
provecho  nacional.  Levantó  el  fatigado  ánimo  del  pueblo  español;  res- 
tableció la  moral  en  las  tropas  que  guerreaban;  sostuvo  en  los  cubanos 
leales  la  confianza  en  España;  confortó  la  adhesión  de  los  tibios;  inclinó 
hacia  la  legalidad  los  vacilantes  y  debilitó  la  esperanza  de  los  contuma- 
ces rebeldes. 

No  se  necesitó  exhortar  á  los  que  por  observación  é  iniciativa  pro 
pías  se  penetraron  tan  admirablemente  de  las  circunstancias.  De  seguro 
el  gobierno  de  la  metrópoli  les  participaría  ó  les  participó  el  lisonjero 
efecto  que  sus  determinaciones  y  actos  causaron  en  la  Península.  Y 
esto  bastaría  y  sobraría  para  que  aquellos  bizarros  generales  redoblasen, 
si  preciso  fuera,  sus  esfuerzos. 

La  suerte  nos  favorecería  en  lo  sucesivo  más  ó  menos,  porque  la 
combinación  del  accidente  no  depende  de  la  voluntad  humana  en  la 
mayoría  de  los  casos.  Pdro  á  todos  los  hombres  patriotas,  no  esclavos 
de  la  preocupación  ó  del  apasionamiento,  apelamos  para  que  pregunten 
á  su  conciencia  si  en  cuanto  á  Cuba  se  refi  ;re  no  era  otro  ambiente  el 
que  se  respiraba  en  los  primeros  días  de  Diciembre  del  97. 


* 
*  * 


Con  datos  recogidos  sobre  el  terreno  y  cuya  autenticidad  estaba 
garantida  por  la  observación  directa  y  el  testimonio  de  todos  los  infor- 
mes oficiales  y  los  de  las  personas  de  mayor  arraigo  y  conocimiento  del 
país,  recibimos  el  día  3  de  Diciembre,  un  amplio  ó  interesante  informe 


181 

de  uao  de  nuestros  corresponsales  en  el  teatro  de  la  guerra,  referente  al 
estado  de  la  insurrección  en  la  provincia  de  Pinar  del  Río. 

Resumiendo  los  datos  y  noticias  más  importantes  que  el  extenso 
informe  contenía,  resulta  lo  siguiente: 

De  loi  25  términos  municipales  de  que  se  compone  la  provincia,  se 
encontraban  casi  destruidos  los  de  Diego  Núñsz,  Guayabos,  Cruz  y 
Mangas;  en  regular  estado  los  de  Alonso  Rojas,  Cabanas,  Paso  Real, 
Mantua,  Gaanes,  Bija  y  Guayabal;  reconstruidos  Sin  Cristóbal,  Palma, 
San  Diego  y  San  Juan  y  Martíaez;  bien  conservados  la  capital,  Mariel, 
Artemisa,  Candelaria,  Consolación  del  Norte  y  del  Sur,  Los  Palacios, 
San  Luis,  Guanajay,  Vinales  y  Bahía  Honda. 

La  población  de  aquella  provincia,  según  el  último  censo,  ascendía 
á  230.000  habitantes,  y  á  la  fecha  estaba  reducida,  según  los  cálculos 
más  aproximados,  á  120.000,'^hallándose  de  éstos  reconcentrados  40.000, 
divididos  en  la  siguiente  forma:  12.000  hombres,  13.000  mujeres,  y 
15.000  niños. 

Esta  población  reconcentrada  ofrecía  un  aspecto  tristísimo.  Gentes 
famélicas  y  astrosas,  víctimas  en  sus  hacinamientos  de  la  viruela,  fie- 
bres palúdicas  y  disentería,  enfermedades  que  se  cebaban  en  aquellos 
desgraciados  dando  un  contingente  diario  á  la  muerte  que  causa  ho- 
rrenda pena. 

Disde  quj  se  tomaron  las  acertadas  y  humanitarias  medidas  adop- 
tadas en  su  favor  por  el  general  Blanco,  esas  familias  reconcentradas 
comían  dos  ranchos,  y  la  caridad  procuraba  además  remediar  aquellos 
horribles  estragos  qua  amenazaban  concluir  con  la  población. 

Hacíanse  en  Pinar  del  Río  trabajos  importantes  para  legrar  la  paz 
definitiva  de  la  provincia  y  en  tal  sentido  se  esforzaba  el  gobernador 
civil  autonomista  señDr  Freiré,  pero  nada  podía  anticiparse  hasta  la 
ficha  sobre  el  remítalo  que  esta  esfuerzo  habría  de  dar. 

A  pesar  del  estado  en  qua  se  encontraba  la  provincia  se  habían  he- 


182 

cho  extensas  siecabras  con  las  naturales  precau:ioaes  para  su  defensa,  y 
se  preparaba  una  buena  cosecha  de  tabaco. 

A  la  fecha  podía  considerarse  asegurada  en  Vuelta  Abajo  la  mitad 
de  la  producción  con  relación  á  la  cosecha  anterior  á  la  guerra  y  «si 
se  derogase  el  bando  que  prohibió  la  exportación  del  tabaco  ea  rama, 
aumentarían  considerablemente  las  plantaciones  y  habí  í a  derecho  á 
esperar  un  rendimiento  igual  al  que  se  obtenía  antes  de  que  la  guerra 
hiciera  los  estragos  que  tanta  miseria  originan.» 

Otros  cultivos  que  allí  se  aproveciaban  habían  sido  destruidos. 


♦** 


Como  en  toda  la  isla  de  Cuba,  había  en  la  provincia  de  Pinar  co- 
marcas enteras  dedicadas  exclusivamente  á  la  crianza  de  ganados,  y 
aunque  la  permanencia  de  la  guerra  había  destruido  mucho,  aún  que- 
daban reses  vacunas  en  bastante  número.  No  sucedió  lo  mismo  con  los 
caballos,  de  los  que  se  veían  muy  pocos. 

Dasde  que  se  preparó  la  declaración  de  pacificación  de  aquella 
provincia,  se  habían  dado  cifras  bien  diversas  sobre  el  número  de  in- 
surrectos que  sostenían  la  rebeldía  en  Vuelta  Abajo.  A  la  fecha,  según 
los  datos  qu3  se  consideraban  más  aproximados  á  la  verdad,  había  en 
ei  campo  2.000  insurrectos  armados,  organizados  de  la  siguiente  ma- 
nera: 

Comandante  en  jefe  de  la  provincia,  Perico  Díaz. 

Tres  divisiones:  jefe  de  la  primara,  Vidal  Ducassi.  Ocupaba  con 
Díaz  las  lomas  del  Nordeste  de  la  provincia. 

Jefe  de  la  segunda  división,  Juan  Ducassi,  que  tenia  á  su  cargo  la 
parte  del  Sur  y  la  vía  férrea  que  enlaza  Pinar  con  la  Habana. 


183 


Jefe  de  la  tercera  división,  Lorente,  á  cuyo  cuidado  corría  el  Oeste 
de  la  provincia. 

Las  fuerzas  insurrectas  batidas  aquellos  días  por  el  general  Bemal, 
fueron  las  de  Perico  Díaz,  hermanos  Ducassi,  y  cabecillas  Torres  y 
Rojo,  que  llegaron  á  reunir  900  hombres. 

Además  de  éstos  mandaban  los  hermanos  Camacho  unos  200,  que 
estaban  situados  en  Asiento  Viejo  y  Ceja  Silvestre. 

Tenían  otros  200  hombres  los 
cabecillas  Poveda,  Gallo,  Pino, 
Guerra  y  Peña,  que  merodea- 
ban por  Guanes,  Naranjo  y  Ti- 
rado. 

Payaso,  Antonio  Varona  y 
Hernández,  tenían  unos  300,  en 
los  términos  de  Lajas,  Mogote  y 
Cortes. 

Merodeaban  con  aoo,  Urquio- 
la  y  Fajardo,  y  operaban  con 
400  hombres  hacia  el  cabo  de 
Sin  Antonio,  los  hermanos 
Páez,  Leite,  Vidal,  López,  Lora, 
Torres,  Negro  y  otros  cabecillas 
de  segunda  y  tercera  fila.  (Estas 
cifras  están  sacadas  de  datos  su- 
ficientemente comprobados). 

El  armamento  que  usaban  los  partidas  era  muy  diverso.  Unas  lle- 
vaban Maüsers,  otras  Remington  y  la  generalidad  Winchester,  Folt  y 
rifles  relámpago. 

Las  fuerzas  del  ejército  en  toda  la  provincia  se  componían  de  doce 
batallones  de  infantería,  uno  de  Marina,  un  escuadrón  de  la   guardia 


Junta  autonomista 
Don  JOSÉ  MARÍA.   GALVEZ 


184 

civi],  una  compañía  de  transportes  y  una  batería  de  artillería  de  monta- 
ña, formando  un  total  en  revista  de  13  501  soldados  y  500  jefes  y  ofi- 
ciales. 

Da  este  contingente  hay  que  deducir  3.000  enfermos  que  estaban 
en  los  hospitales,  i.ooo  convalecientes,  4.000  en  servicio  de  guarni- 
ción y  1. 000  entre  oficina.';,  transportes  y  asistentes. 

Quedaban,  pues,  para  operar  en  columna,  4.500  hombres  de  to- 
das las  armas,  y  además  las  fuerzas  de  guerrilleros  y  voluntarios  mo- 
vilizados. 


Triste  impresión  h'zo  en  nuestro  ánimo  y  gran  interés  tuvo  el 
despacho  que  desde  la  Habana  nos  trasmitió  el  día  4  nuestro  correspon- 
sal especial.  No  había  en  él  nada  que  no  mereciera  llamar  nuestra 
atención. 

Decía  así: 

^Habana,  4. — Aunque  no  completos,  se  reciben  nuevos  datos  de 
las  operaciones  que  se  están  realizando  en  Oriente,  que  no  modifican 
las  impresiones  desagradables  que  desde  hace  días  están  aquí  muy  ge- 
neralizadas. 

Témese  que  continúen  las  numerosas  fuerzas  rebeldes  atacando  los 
poblados  que  tienen  pequeños  destacamentos,  y  se  extiende  mucho  la 
creencia  de  que  en  Guisa  ha  ocurrido  algo  semejante  á  lo  que  aconte- 
ció en  Victoria  de  las  Tunas,  si  bien  hasta  la  fecha  no  se  han  hecho 
públicos  los  detalles  del  nuevo  desdichado  suceso. 

Esta  movilidad  de  los  rebeldes  de  Oriente  ha  determinado  la  reso- 
lución de  llevar  la  guerra  á  ese  departamento,  en  condiciones  de  ofen- 
siva, á  cuyo  efecto  salen  inmediatamente  para   Manzanillo,   Holguín  y 


185 


Santiago  de  Cuba,  fuerzas   que  estaban  destinadas  á  operar  en  Las 
Villas. 

La  columna  del  general  Segura  es  la  primera  que  marcha  al  de- 
partamento Oriental,  y  tras  él  irán  otras  á  fin  de  que  cambie  rápida- 
mente el  carácter  que  aUí  ha  tomado  la  guerra.— X  '  » 

Aparte  de  la  desagradable 
impresión  que  nos  produjo  el 
carácter  que  la  guerra  había  to  - 
mado  en  Oriente,  y  de  lo  que 
se  iba  trasparentando  acerca  del 
suceso  de  G  lisa,  ya  comparado 
por  cable  al  desdichado  de  Vic- 
toria de  las  Tulas,  estaba  la 
resolución  de  llevar  fuerzas  á 
Santiago  de  Cuba,  sacándolas 
de  las  que  acababan  de  ser  des- 
tinadas á  la  peráecucion  de  Má  - 
ximo  Gómez  en  la  jurisdicción 
de  Sancti  Spíritus. 

Cuando  los  generales  á  cuyo 
cargo  corría  la  dirección  de  la 
campaña,  entendían  necesario 
acumular    fuerzas  en    Oriente, 

por  algo  sería,  pues  no  era  posible  suponer  que  siendo,  como  eran, 
experimentados  en  las  especiales  coadiciones  del  enemigo  y  en  la  clase 
de  táctica  qu3  empleaba  para  prolongar  la  lucha,  desatendieran  las 
zonas  donde  á  la  fecha  iban  á  empázar  los  trabajos  de  la  zafra,  ha- 
biendo reiterado  el  generalísimo  á  sus  secuaces  la  orden  de  destruir  los 
ingenios. 

Veíase  á  través  de  los  despachos  de  aquellos  días,  el  propósito  de 

Blanüo  24 


Junta  autonomista 
Don    RAFAEL    MARÍA  LABRA 


186 

operar  en  todas  partes  con  energía  y  resolución,  y  esta  actividad  po- 
vocó  el  aplauso  entusiasta  de  los  partidarios  de  la  acci(*n  de  las  armas, 
porque  sólo  con  su  íficacia,  según  éstos,  sería  posible  el  planteamiento 
del  nutvo  régimen;  sólo  con  el  éxito  militar  sobre  el  enem'go  lograiía 
provechos  la  nueva  política. 

Claro  se  veía  que  los  rebeldes  se  ífanaban  por  sostener  núcleos 
más  ó  menos  importantes  en  todas  las  provincias,  y  no  se  ocultaba  á 
nadie  que,  permaneciendo  Gómez  á  Occidente  de  la  trocha  central,  en 
la  época  de  la  zafra,  la  actividad  de  Calixto  García  y  Rabí  en  Oriente 
podía  tener  por  objeto,  no  sólo  mantener  el  espíritu  de  la  emigración 
para  influir  en  los  debates  de  las  Cámaras  norteara aricanas,  sino  llamar 
hacia  allí  fuerzas  leales  que  pudieran  hacer  imposibles  sus  planes  en  las 
provincias  occidentales. 

La  guerra,  pues,  entraba  en  un  peí  iodo  interesantísimo. 

Con  llamar  mucho  la  atención  la  nueva  fase  política,  las  miradas 
hubieron  de  dirigirse  preferentemente  hacia  el  carácter  que  tomaba  el 
desarrollo  de  la  acción  de  las  armas. 


*  * 


Las  columnas  mandadas  por  el  coronel  señor  Bruslla  y  el  tendente 
coronel  señor  Palanca,  que  operaban  en  combinación  por  la  jurisdic- 
ción de  Sancti  Spíritus,  dieron  alcance  á  las  partidas  de  los  cabecillas 
Pancho  Carrillo,  el  negro  González  y  otros,  batiéndolas  y  poniendo  en 
dispersión  al  enemigo,  el  cual  dejó  en  el  campo  del  combate  25 
muertos. 

Los  hacendados  activaban  sus  trebejos  para  la  molienda.  Apesar 
de  les  dificultades  ccn  que  luihebael  créditoy  haber  quedado  las  fincas 


187 

sin  medios  auxiliares  para  las  faenas  del  campo,  se  conssguirú  hacer 
la  zafra. 

El  día  3  empezaron  á  cortar  cañi  y  á  moler  cuatro  ingenios  en  la 
provincia  de  Matanzas,  y  en  toda  la  semana  inmediata  darían  comien- 
zo á  estas  fienas  otros  varios  iagüiosenlas  de  la  Hibaaa  y  Las  Villas. 

La  cuestión  económica  preocupaba  mu :ho  á  las  autoridades  y  á 
las  corporaciones  que  más  relación  tienen  con  los  intereses  materiales 
del  país. 

Sendo  esencial  para  todos  que  se  hiciera  la  zafra  en  las  mejores 
condiciones  pasibles,  y  teniendo  en  cuenta  los  buenos  propósitos  del 
gobernador  general  en  fávor  de  la  agricu'tura,  los  hacendados,  presi- 
didos por  el  marqués  de  Ap3ztegaía,  nombraron  una  comisión  quegas- 
tionase  los  siguientes  asuntos: 

Introducción  de  ganado  de  labor,  procíiente  de  Puerto  Rico,  con 
apoyo  del  Gibierno;  rebaj  i  de  los  fl  tes  que  pagaba  la  caña;  organiza- 
ción de  las  fuerzas  movilizadas  para  la  defensa  de  la  propiedad  parti- 
cular, á  fin  de  que  coadyuvassn  á  la  defensa  general. 

Estaban  en  vísperas  de  moler  los  ingenios  «Co  istancia»,  «Aidre- 
sito»  y  «Parque  Alto»,  y  otros  varios  estaban  almacenando  combusti- 
bles para  aliaaentar  los  motores. 

Aunque  había  mejorado  considerablemente  la  cuestión  monetaria, 
por  haber  disminuido  en  parte  la tristíjima  perturba:ión  que  produjo 
en  el  mercado  el  billete  de  guerra,  no  se  había  logrado  llegar  al  equili- 
brio que  necesitaba  el  comercio  en  sus  diversas  manifestaciones,  y  sien- 
do preciso  llegar  á  la  normalidad,  autoridades,  establecimientos  de 
eré  lito  y  corporaciones  se  ocupaban  con  afái  en  buscar  los  medias  más 
prácticos. 

Consecuincia  délas  entrevistas  que  venían  celebrando  el  gober- 
nador general  con  el  del  B  meo  y  el  intendente,  y  con  é  ;tos  los  presi- 
dentes de  las  corporaciones,  se  anunciaba  la  publicación  en  brevísimo 


188 

plazo  de  una  disposición  autorizando  la  cotización  del  billete  y   am- 
pliando su  circulación. 


♦  * 


Según  informes  oficiales,  fuerzas  de  la  divisióa  de  Manzanillo  á 
las  órdenes  del  coronel  Tovar,  enviadas  en  auxilio  de  Guisa,  sostuvie- 
ron fuerte  combate  en  loma  Pielra  con  numerosas  fuerzas  rebeldes 
ventajosamente  posicionadas. 

Nuestros  soldados  tomaron  todas  las  posicioces  que  defendían  los 
insurrectos,  á  quienes  batieron  y  causaron  numerosas  bsjas,  que  pu- 
dieron retirar  aprovechando  lo  accidentado  del  teireno  en  que  se  libró 
el  combate. 

La  columna  tuvo  dos  soldados  muertos,  y  heridos  el  comandante 
del  batallón  de  Baza,  señor  Latorre,  los  médicos  señores  Maitorell  y 
Arbat,  el  ayudante  y  capellán  de  dicho  batallón  y  38  individuos  de 
tropa. 

Batido  y  disperso  el  enemigr,  la  columna  continuó  la  marcha  á 
Guisa  para  restablecer  la  comunicación  heliográfica  y  seguir  la  perse- 
cución de  las  partidas  en  combinación  con  la  columna  del  general  Al- 
dave,  la  cual  llevó  un  convoy  á  Bayamo,  sosteniendo  en  el  camino  al- 
gunos tiioteos. 

Continuaba  reconcentrada  la  atención  en  el  desarrollo  de  la  guerra 

en  O.iente,  de  donde  se  esperaban  á  cada  instante  noticias  de  interé?. 

El  día  3  se  supo  en  la  Habana  que  había  ocurrido  en   aquel  depar- 
♦ 
tamento  otro  suceso  desgraciado.  El  destacamento   de  la  Caimanera 

hábil  sido  atacado  y  rendido  por  el  enemigo. 

Añaciíase  que  los  insurrectos  se  habían  apoderado  también  de  Ji 

guaní  y  C  tuto  EiLbarcadero,  amenazando  á  Bayamo;  que   la  columna 


189 

del  general  Linares  había  sido  batida  por  Calixto  García,  y  que  no  lo 
habían  pasado  ó  no  lo  pasaban  bien  las  fuerzas  de  la  columna  Arólas, 
que  iban  en  socorro  de  los  pueblos  amenazados  por  los  rebeldes,  por 
los  combates  que  habrían  tenido  que  librar  en  los  pasos  de  Buey  y  de 
Jucaibfma.. 

Al  hacerse  eco  la  prensa  peninsular  de  esos  rumores,  transmitidos 
por  sus  corresponsales,  causaron  gran  impresión  en  la  opinión,  á  pesar 
de  negarlos  categóricamente  el  Gobierno,  por  medio  de  sus  órganos 
oficiosos,  y  afirmarse  en  los  centros  oficiales  que  ninguna  noticia  se  te- 
nía de  tales  hechos. 

Esto  no  obstante,  la  expectación  era  grande  en  toda  la  Península, 
en  espera  de  detalles  y  de  noticias  oficiales  de  Cuba. 


^••••^ ^m 


CAPITULO   XVI 


Catástrofe  sanitaria. —El  informo  del  inspector  general  señor  Losada, — Lí  guerra. — Triste 
triunfo  de  la  verdad. — 32.000  enfermos  por  hambre  — Los  autores  de  la  catástrofe  y  el 
pueblo  español. — El  mensaje  del  presidente  de  la  gran  República. — Reflexiones  y  re- 
membranzas.— Intervención  i/anJ.-ee. — Lh  política  de  los  norteamericanos  y  la  de  los  Go- 
biernos españoles. — Optimismo  ministerial. — Nuestra  ignorancia  y  nuestro  Baori&cio. 


f  a.\>j  graademente  peaible   y  dolorosa  fué  la  impresión 

,V    que  ea  nuestro  ánimo  produjo,— como  causóla  ssgura- 

li!;,    mente   en  el  de  todos  los  españoles— la  lectura  delin- 

fcrme  del  Inspector  general  de  Sanidad  militar    del 

ejército  de  Cuba,  general  Farnández  y  F.   Losada,    de  i.°  de 

Noviembre  de  1897! 

¡¡Más  de  32.000  soldados  en  los  hispitiles,  sin  otra  enfer- 
medad que  la  fatiga  y  el  hambre!!...  El  ánimo  se  subleva  al 
impulso  expontáneo  de  la  indignación  que  le  produce  una 
cifra  tan  enorme  de  desdichados,  víctimas  del  abandono,  de  la  negli- 
gencia ó  del  abuso,  y  formula  la  más  enérgica  protesta  y  vigorosa  coa- 
denación  del  crimen  de  lesa  patria,  de  lesa  humanidad,  cometido  con  los 
encargados  de  mantener  con  su  esfuerzo  en  Cuba  la  bandera  nacional, 
de  defender  la  integridad  del  territorio  patrio,  de  perpetuar  la  sobira- 
nía  de  España. 


191 

Las  improvisadas  operaciones  de  Vuelta  Abfjo  (improvisadas  des- 
pués de  ocho  meses  de  preparación),  produjeron  en  los  primeros  días 
9.000  bijas  de  hospital.  Diariamente  ingresaron  en  los  de  la  Habana 
1. 000  enfermos,  ¿y  de  qué  enfermedad?.  Díganlo  los  siguientes  párra- 
fos de  una  carta  escrita  por  persona  autorizada,  verídica  y  seria: 

«¿Saben  ustedes  qué  tienen?  Extenuación  y  paludismo,  efecto  del 
agotamiento  por  hambre  y  fatigas  sin  cuento...  y  sin  substancia.  Ayer 
me  decía  uno  que  se  había  pasado  cinco  días  con  una  galleta.  No  se 
hace  más  que  un  rancho  con  carne  palpitante,  cuando  la  hay,  y  de  esa 
carne  se  hace  guardar  si  soldado  una  tajada  para  todo  el  día  siguiente 
por  la  tarde. 

»...  Parece  esto  la  peste  de  Otranto,  y,  sin  embargo,  aquí  no  hay 
peste,  porque  la  fiebre  amaiilla  apenas  da  contingente  á  los  hospitales... 
Esta  es  peste  de  imprevisión.... 

»E1  soldado  está  agotado  de  fatiga  y  malalimentado,»i,Estolodice 
el  señor  Fernández  Losada  en  su  informe.) 

Y  más  abfjo  añade: 

«No  sólo  existe  en  los  hospitales  la  cifra  enorme  de  32.000  enfer- 
mos, sino  que  además  forman  en  filas  un  número  crecido  de  soldados 
debilitados,  anémicos,  agotados  por  el  canssncio  y  por  los  defectos  en 
la  alimentación...» 

Y  en  otro  párrafo  agrega; 

«Las  marchas  fo;  zadas  llevadas  hasta  el  agotamiento  del  soldado, 
sin  altos  suficientes  para  la  reparación  de  las  fuerzas  de  infantería,  sin 
permitir  el  sueño  durante  las  horas  necesarias  para  el  descanso  del  sis- 
tema nervioso,  y  todo  esto  realizado  á  veces  por  sistema,  sin  estar 
siempre  aconstjado  por  exigencias  ineludibles  de  las  operaciones,  han 
contribuido  mucho  á  la  moiboíidad  del  ejército,  porque  debilitando 
las  fue  izas  de  los  individuos,  ha  colocado  á  éstos  en  condiciones  las  más 
abonadas  para  ser  víctimas  de  las  enfermedades  infecciosas. 


192 

¡Así  se  comprende  la  reducción  del  ejército  de  Cuba  en  la  aterra- 
dora proporción  de  200.000:  53.000  que  demostró  la  revista  de  No- 
viembre! 


*** 


Todo  el  que  lea,  bajará  instintivamente  la  cabeza  y  se  sobreco- 
gerá de  angustia  bajo  el  peso  abrumador  de  las  cifras. 

De  los  200.000  hombres  que 
allá  fueron  en  poco  más  de  un 
año,  quedaban  tan  solo  en  aque- 
lla fecha  114  930. 

Eran,  pues,  85.100  los  que 
habían  muerto  en  la  manigua  ó 
en  los  hospitales,  los  que  habían 
sido  echados  al  mar  en  los  via- 
jes de  regreso,  los  desaparecidos 
en  la  isla  y  los  que,  minados  por 
la  anemia  y  por  la  tuberculosis, 
habían  encontrado  en  nuestras 
W///,  '       J^^^^^/W////M/'  villas  y  aldeas  anónima  sepul- 

tura. 

De  los  1 14.900  restantes,  había 
en  los  primeros  días  del  refe 
rido  mes  de  Noviembre  más  de 
32.000  enfermos,  muchos  de  los 
cuales  dejaron  de  existir,  sin  tornar  á  pisar  el  patrio  suelo. 

Estaba,  por  lo  tanto,  reducido  el  contingente  á  82.900  hombres 
útiles,  y  había  rebasado  en  trágica  proporción  el  número  de  les  muertos 
al  número  de  los  vivos  útiles. 


k. 


Junta  autonomista 
Don    RAFAEL    MONTORO 


193 


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Blanco  25 


194 

Bien  pronto  desaparecería  la  pequeña  desigualdad  entre  los  muer- 
tos  y  los  vivos,  porque  en  dos  ó  tres  meses  más  de  campaña,  muchísi- 
mos de  los  segundos  irían  á  reuníase  en  la  hoya  ó  en  el  fondo  del  mar 
con  sus  desventurados  compañeros. 

Toda  una  juventud  sacrificada;  toda  una  generación  perdida.  ¡Es 
horroroso!  No  había  ya"hogar  de  campesinos  ó  de  trabajadores  sin  luto, 
y  aún  en  las  grandes  ciudades  donde  no  se  notaba  tanto  el  vacío,  sgran- 
dábasa  cada  día  más  en  las  casas,  en  las  iglesias  y  en  las  calles  la  terri- 
ble mancha  negra. 

Y  á  los  datos  mencionados  hay  que  juntar  aún  otros,  no  menos 
sombríos. 

Habían  perecido  cerca  de  200.000  campesinos  insulares  de  los  su- 
jetos á  la  reconcentración,  los  cuales,  no  porque  entre  ellos  hubiese  re- 
beldes y  sospechosos,  dejaban  de  ser  hijos  ó  subditos  de  España. 

¡Solamente  en  los  relatos  de  la  Sagrada  Escritura  hay  ejemplos  de 
tamaño  desastre  colectivol 

Si  algúa  consuelo  puede  haber  á  tanta  tristeza,  es  el  considerar 
que,  gracias  al  cambio  de  dirección  en  la  política  y  en  la  guerra,  ope- 
rado en  la  isla  con  la  mudanza  de  la  autoridad  suprema,  ya  no  se  ex- 
tinguirían sin  tasa  ni  medida  tantas  preciosas  vidas  de  españoles. 

Por  el  camino  que  durante  dos  años  seguimos,  hubiéramos  tenido 
que  continuar,  sabe  Dios  hasta  cuando,  ofreciendo  en  holocausto  inútil 
á  la  patria,  la  vida  de  los  hijos  mozos  y  el  pan  de  los  hijos  pequeños. 
A  fines  de  1897  excedían  de  100.000  los  muertos  y  los  inutilizados; 
200.000  hubieran  sido  afines  de  i8q8.  Aparecía  disminuida  en  Noviem- 
bre del  97  en  más  de  un  tercio  la  población  normal  de  Cuba.  Menos 
de  la  mitad  hubiera  sobrevivido  en  ella  en  el  transcurso  de  otro  año. 


195 

Véase  con  cuanta  razón  pidieron  algunos  periódicos  y  escritores,  á 
tiempo  de  evitar  mayores  males,  que  se  pusiese  efi;az  remsdio  alas  des- 
venturas del  ejército  de  Cuba.  ¡Calcúlese  cuántos  desgraciados  murieron 
por  culpa  de  los  que,  en  vez  de  averiguar  lo  que  pasaba  (averiguación 
por  cierto, innecesaria,  pues  sabían  loque  aquellos  y  aún  más),  prefirie- 
ron emplear  todas  sus  fuerzas  en  ocultarlo  y  negarlo,  gritando,  á  sa- 
biendas de  lo  contrario^  que  las  denuncias  eran  falsas,  que  el  soldado 
estaba  más  atendido  que  nunca,  y  que  le  mataban  el  clima  y  la  guerra, 
de  ningún  modo  la  imprevisión,  la  incapacidad  y...  otros  enemigos 
peores! 

De  los  que  tal  hicieron,  unos  han  dado  ya  cuenta  á  Dios  de  sus 
faltas.  Los  demás  gozan  de  la  impunidad  y  hasta  se  atrevieron  á  pedir 
los  honores  del  triunfo;  y  mientras  en  Cuba  trabajaba  en  la  mejora  del 
rancho  de  los  soldados  una  Comisión,  bautizada  por  el  ingenio  popular 
con  el  expresivo  título  de  Junta  para  la  extinción  del  hambre,  ellos 
brindaban  en  opíparos  banquetes,  ahitos  de  suculentos  manjares  y  bue- 
nos vinos. 

Averiguado,  como  ya  lo  está  plenamente,  que  en  Cuba  han  muerto 
de  hambre  y  de  fatigas,  tan  grandes  como  inútiles,  muchos  miles  de 
soldados  de  la  patria,  y  que  otros  tantos  ó  más  quedarán  enfermos  é 
inútiles  para  toda  la  vida,  solo  resta  saber  si  no  habrá  quién  exija  las 
responsabilidades  á  que  haya  lugar,  y  si  España  ha  de  dar  al  mundo 
el  desdichado  espectáculo  de  la  absoluta  impunidad  de  los  que  han  ani- 
quilado su  ejército  y  manchado  su  hDnra,  produciendo  la  mayor  catás- 
trofe de  la  historia  nacional.  Si  esto  ha  de  ser  así,  bien  puede  asegurarse 
que  apenas  hay  España,  que  el  pueblo  español  no  existe;  porque  pueblo 
que  ante  tales  crímenes  no  se  indigna  y  subleva  es  un  pueblo  muerto; 
porque  cuerpo  en  que  tales  crímenes  no  provoca  un  movimiento  gene- 
ral de  indignación,  sin  duda  no  tiene  otra  vida  que  la  puramente  vege- 


196 

tativa.  D3  existir  en  ellos  alguna  energía,  por  poca  que  fuese,  toda  ella 
se  emplearía  en  demandar  justicia. 

¿Y  aún  habrá  quién  se  atreva  á  afirmar  que  el  pueblo  español  es 
impresionable,  alborotador  y  levantisco?... 


* 
♦  * 


La  Agencia  Pabra  transm'úióua  extenso  extracto  del  Mensfje  di- 
rigido por  el  presidente  de  la  República  norteamericana,  mister  Mac- 
Kinley,  á  las  Cámaras  federales,  y  leído  en  la  sesión  inaugural  del  Cor - 
grcso  en  Washington,  la  tarde  del  6  de  Diciembre.  El  popular  diario 
de  Madrid,  El Imparcial,  haciendo  un  esfuerzo  periodístico  que  le  hon- 
ró á  él  y  á  la  prensa  española,  lo  publicó  íntegro  en  su  editorial  de  la 
mañana  del  7.  Leímoslo  con  atención,  pero  sin  extrañeza,  no  habiendo 
hallado  en  todo  el  documento  presidencial  cosa  alguna  que  no  esperá- 
ramos. 

Dejando  á  un  lado  su  primera  parte,  en  la  que  el  presidente  de  la 
República  federal  daba  por  averiguado  que  Cuba  vivía  descontenta  de 
España  hacía  muchos  años  y  en  estado  de  resistencia  contra  ella,  con- 
signaremos al  correr  de  la  pluma,  por  no  permitirnos  otra  cosa  la  ín- 
dole de  esta  nuestra  Reseña,  algunas  de  las  reflexiones  que  nos  sugi- 
rieron los  puntos  capitales  tratados  por  Mr.  Mac-Kinley. 

Uno  de  ellos  es  la  declaración  oficial  del  ofrecimiento  de  los  bue- 
nos oficios  del  gobierno  de  Washington  al  gobierno  de  Madrid  en 
Abril  de  1896,  y  la  publicación  de  la  respuesta  del  español,  que  fué 
ésta: 

cNo  hay  medio  práctico  de  pacificar  á  Cuba,  á  menos  que  no  co- 
mience con  la  sumisión  efectiva  de  los  rebeldes  á  la  madre  patria». 

En  Febrero  había  empezado  la  concentración  de  pacíficos.  Mac- 
Kinley  la  llama  cruel  y  dice  que  á  los  habitantes  agrícolas  se  les  reunió 


197 

en  rebaños.  ¡Permítasenos  expresar  aquí  nuestro  pesar  por  habérsele 
dado  ocasión  de  decirlo,  sin  que  nos  quede  el  derecho  de  rechazar  la 
especie  por  calumniosa  I 

Las  gallardías  del  ministerio  conservador  desvaneciéronse  en  un 
año  justo.  En  Febrero  del  97  dio  el  señor  Cánovas  las  reformas  aqué- 
llas, que  eran  la  autonomía  sin  el  título  y  sin  autonomistas,  y  cuya 
absoluta  ineficacia  pacificadora  debió  abrir  los  ojos  á  los  que  opinaban 
por  la  sola  acción  política.  Acerca  de  ellas  guardó  el  Mensaje  piadoso 


OBRAS   DE   DEFENSA   EN    EL   PUEBLO  DE   YAGUARAMAS   (Cienfuegos) 

silencio.  En  cambio  dice  que  protestó  firme  y  enérgicamente  de  la  po- 
lítica que  en  Cuba  seguíamos,  induciéndonos  á  la  sospecha  de  que,  las 
notas  en  que  estas  protestas  se  consignaron  y  las  respuestas  de  nuestro 
Gobierno,  fueron  del  número  de  aquellas  comunicaciones  cuya  reserva 
se  pidió  desde  Madrid.  ¡Tales  serían  ellas  y  tan  bien  parada  dejarían 
nuestra  honral 


* 
*  * 


El  embajador  extraordinario  de  los  Estados  Unidos,  mister  Wood 


198 

fjrt,  no  trajo  ultimátum,  sino  una  recapitulación  de  los  agravios  y  per- 
juicios que  la  gran  República  sufría  á  causa  de  la  continuación  de  la 
guerra  y  el  aviso  de  que  no  podía  consentirlo  indefinidamente. 

El  ministeiio  liberal  presidido  por  el  señor  Sagasta  replicó  anun- 
ciando una  mejoría  inmediata'en  la  situación  de  Cuba,  y  asegurando 
que  las  provincias  occidentales  estaban  casi  completamente  pacifica- 
das. Esta  era,  entonces,  la  verdad  oficial  en  España.  Diéronla  de  aquí 
como  expresión  fiel  de  la  realidad,  sin  pensar  qu:  los  norteamericanos 
tenían  diferentes  noticias  y  que  esta  pacificación  fantástica  había  de 
quedar  muy  en  breve  desmentida  por  los  hechos.  Más  de  13.000  hom- 
bres había  á  la  sazón  en  Pinar  del  Río.  ¿Por  qué  no  sacaba  soldados  de 
esta  provincia  el  general^Blanco  para  mandarlos  á  Oriente  donde  tanta 
falta  hacían? 

Negaba  Mr.  Mac-Kmley  en  su  Mensaje  que  los  Estados  Unidos  hu- 
biesen faltado  á  sus  deberes  con  España  permitiendo  salir  de  sus  puer- 
tos armas  y  municiones  para  el  enemigo.  La  negativa  iba  expresada  en 
términos  un  tanto  desdeñosos,  que  por  la  flojedad  denuestras  reclama- 
ciones teníamos  harto  merecidas. 

Contra  el  reconocimiento  de  la  beligerancia  alegaba  dos  razones: 
que  la  rebelión  no  tenía  ninguna  de  las  condiciones  necesarias  para  se- 
mejante reconocimiento  y  que  ni  á  los  rebaldes  ni  á  los  Estados  Uni- 
dos les  convenía  este  estado  de  derecho.  A  aquella  «le  sería  mucho  más 
imposible  que  ahora  preparar  esa  situación  (la  necesaria  para  ser  reco- 
nocidos como  baligerantes  los  rebeldes),  mediante  los  auxilios  ó  las 
simpatías  dentro  de  nuestro  territorio.»  En  este  pasaje  la  sinceridad 
triunfa  de  la  diplomacia. 

Terminaba  el  Mansrje  con  frases  de  alabanza  para  la  nueva  políti- 
ca, haciendo  una  sucinta  exposición  del  régimen  autonómico  y  mani- 
festando que  la  impaciencia  no  debía  embarazar  la  obra  sinceramente 
emprendida  por  el  señor  Sagasta. 


199 

Pero  tras  un  elogio  caluroso  de  los  comienzos  del  sistema  político 
y  militar  del  partido  liberal,  venía  la  declaración  terminante  de  que  si 
la  paz  no  se  conseguía,  los  Estados  Unidos  emprenderían  otra  suerte  de 
acción  «afrontando  las  consecuencias  sin  temor  y  sin  vacilaciones  y 
protestando  de  que  si  se  vetan  obligados  á  intervenir  con  la  fuerza  lo 
harían,  pero  no  por  culpa  suya,  sino  compelidos  por  la  necesidad  de 
modo  tan  claro,  que  pudieran  contar  con  el  apoyo  y  la  aprobación  del 
mundo  civilizado». 


* 

*  * 


En  esas  últimas  palabras  está  lo  importante  del  Mensaje,  porque 
ellas  contienen  la  clave  de  la  conducta  de  los  norteamericanos  en  el 
asunto  de  Cuba.  Los  Estados  Unidos  no  querían  ni  habían  querido 
nunca  la  guerra  con  España:  no  la  necesitaban  para  el  logro  de  sus 
fines.  Les  bastaba  la  rebelión  para  llevarnos  al  agotamiento,  y  cuando 
éste  llegase,  habría  llegado  también  el  instante  de  intervenir  sin  peli- 
gro y  con  fruto  inmediato. 

Y,  con  efecto,  nuestro  modo  de  conducir  la  política  y  la  guerra, 
nos  iba  á  poner  en  este  duro  trance^  más  duro  todavía  para  los  que, 
como  nosotros,  tenían  la  profunda  convicción  de  quede  habernos  con- 
ducido con  acierto,  otro  muy  diverso  hubiera  sido  el  resultado.  Pero 
no  supimos  ser  hábiles  ni  ser  fuertes.  Quisimos  resolver  el  problema 
ganando  tiempo,  cuando  cada  día  que  pasaba  era  una  derrota  para  la 
causa  española;  pretendimos  engañar  con  astucias  propias  de  nuestros 
parlamentarios,  á  quienes  sabían  más  que  nosotros;  no  tuvimos  esta- 
distas que  se  atrevieran  á  resolver  la  cuestión  en  sus  comienzos,  abor- 
dándola de  frente  en  Marzo  del  g^,  cuando  el  incidente  del  Alliance,  y 
á  la  fecha,  cansados  y  humillados,  estábamos  á  merced  de  nuestro  ver- 
dadero enemigo,  muy  cerca  de  llegar  al  terreno  á  que  siempre  quiso 
llevarnos  y  del  momento  que  se  propuso  escoger. 


200 

El  Mensaje  de  Mr.  Mac  Kinley  á  las  Cámaras  federales,  abrió  los 
ojos  á  casi  todos  los  españoles,  descubricadoles  la  verdadera  situación 
en  que  España  se  hallaba.  Acabóse  el  secreto,  que  cuidadosa rn ente  nos 
guardábamos  unos  á  otros;  éramos  una  nación  intervenida  por  otra 
más  poderosa;  la  intervención  era  todavia  pacífica,  pero  ya  estaba  anun- 
ciada la  violenta,  reservándose  el  interventor  el  derecho  de  elegir, 
cuando  le  pluguiera,  la  ocasión  y  el  motivo. 

Las  pasioncillas  políticas  culparon  de  esta  desdicha  al  Gobierno  li- 
beral gobernante  ó  al  Gobierno  conservador  pasado.  Nosotros,  libres 
de  ellas,  distribuímos  la  culpa  entre  todos,  por  partes  equivalentes  á  los 
medios  que  cada  uno  tuvo  de  evitar  que  nuestra  patria  hubiese  venido 
á  ser  una  suerte  de  Turquía  de  Occidente,  con  su  cuestión  de  Creta  in- 
clusive. 

Hace  muchos  años  que  los  presidentes  de  la  Unión  americana  em- 
pezaron á  tratar  de  Cuba  en  documentos  oficiales  como  de  cosa  propia. 
La  circular  de  Mr.  Adams  (Abril  de  1823)  es  buena  prueba  de  ello.  De 
entonces  á  la  fecha  nos  habían  dado  tantas  muestras  del  mismo  empe- 
ño, que  no  es  posible  mencionarlas  en  un  capítulo  de  una  Reseña.  Bas- 
te recordar  su  conducta  en  los  diez  años  que  duró  la  guerra  pasada. 


*** 


Los  norteamericanos  tenían  una  política,  en  la  cuestión  de  Cuba,  y 
la  seguían  sin  apartarse  de  ella  un  punto.  Nosotros,  en  cambio,  no  ha- 
bíamos tenido  ni  teníamos  ninguna.  De  aquí  nuestra  completa  derrota 
diplomática  en  las  relaciones  con  la  gran  República,  la  cual,  perseve- 
rando año  tras  año  en  el  propósito  de  hacer  del  problema  cubano  asunto 
casero  y  no  encontrando  de  nuestra  parte  astucia  ni  energías  que  lo 
i-upidieran,  ni  quien  afirmase  nuestro  derecho  á  resolverle  solos,  según 


201 

nuestra  voluntad,  había  logrado  al  fin  establecerse  tan  sólidamente  en 
esta  posición,  que  ya  no  era  fáñl  expulsarle  de  ella. 

La  intervención  de  los  Estados  Unidos  en  Cuba  había  sido  consen- 
tida por  España  y,  principalmente,  por  el  Gobierno  presidido  por  el 
señor  Cánovas  del  Castillo.  No  la  inició  Mac  Kinley  en  su  Mensaje.  El 
mismo  tono  de  ábitro  disgustado  con  que  aqué.  habla  en  éste  empleó 
Cleveland  en  el  suyo  del  año  anterior.  Si  en  los  últimos  párrafos  del 
documento  se  mostraba  algo  más  amenazador  no  por  eso  se  ha  de  ver 
diferencia  en  la  actitud  de  ambos.  Eran  términos  de  una  serie  queem  • 
pezó  en  el  Presidente  Washington  y  llegaba  hasta  el  que  á  la  sazón 
ocupaba  la  Casa  Blanca.  Qaiea  quiera  que  hubiese  estado  en  el  lugar 
de  Cleveland  ó  en  el  de  Mac  Kinley  se  hubiera  expresado  en  los  mis- 
mos términos  que  ellos,  por  que  no  t  jnían  ni  podían  tener  programa 
personal. 

En  España  sucedía,  y  sucede,  por  desgracia,  todo  lo  contrario.  Cada 
año  ó  sño  y  medio  hay  uq  Gobierno  y  cada  Gobierno  tiene  un  progra- 
ma, el  cual  se  reduce  en  lo  exterior  á  mudar  de  personal  diplomático,  en 
lo  interior  á  mular  el  burocrático  y  á  hacer  nuevas  elecciones.  El 
mayor  motivo  de  enojo  que  pudiéramos  dar  á  cualquiera  de  nuestros 
gobernantes  en  estos  últimos  años  de  paz  y  supuesta  bienandanza  era  ir 
á  quitarle  el  tiempo  h  ibláidole  de  Marruecos,  de  América,  de  la  fron- 
tera del  Pirineo,  de  la  defensa  de  las  Baleares  ó  de  las  Canarias,  de 
Ceuta  y  del  campo  de  Algeciras,  de  las  ambiciones  americanas  y  de 
la  actitud  de  los  ingleses,  de  la  necesidad  de  prepararnos  para  posibles 
conflictos,  etc.,  et;.  Su  pensamiento  no  era  otro  que  el  del  siempre 
equivocado  señor  Castelar,  expresado  con  tropical  elocuencia  en  Febre- 
ro del  88  y  condensado  en  estas  lastimosas  palabras  pronunciadas  en  el 
Congreso  para  negar  la  necesidad  de  armamentos:  «¿Qaé  debe  hacer  ti 
Gobierno?''  Pues  el  Gobiernodebe  hacer  lo  más  cómodo:  no  hacer  nada.» 

Nunca  participamos  del  candoroso  optimismo  de  los  ministeriales 

Blanco  26 


202 

de  entonces,  por  las  mismas  razones  que  teníamos  pura  combatir  el  de 
los  ministeriales  de  antes.  Siempre  hemos  creído  que  la  solución  del 
pleito  que  España  sostenía  en  América  esttba  en  la  Casa  B'anca.  Por 
no  haberlo  entendido  así  nuestros  políticos,  no  supieron  hacer  la  psz  ni 
la  guerra  y  nos  han  traído  á  la  situación  en  que  nos  hallamos. 

El  momento  anucciado  por  Mac  Kinley  llegó,  encontrándonos  lo 
mismo  que  estábamos. 

Toda  Europa  lo  vio  venir:  los  principales  periódicos  del  mundo 
nos  lo  advirtieron.  Sólo  nosotros  nada  sabíamos  ni  temíamos  y  marchá- 
bamos al  sacrificio  como  uca  res  al  matadero. 


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CAPITULO    XVII 


Exigencia  del  honor. — La  concesión  de  la  autonomía. — La  situación  oreada  á  España  por  el 
Mensaje  do  Mac-Kinley. — Gallarda  y  airosa  actitud. — Egoísmo  de  las  potencias  euro- 
p.as. — La  toma  de  Guisa. — La  columna  Torar. — El  poblado  y  la  guarnición. — Detalles 
del  sitio  y  del  ataque. — 5.000  rebeldes. — Defensa  heroica. — El  capitán  Ceballos. — El 
sargento  Ibnrdisan. — La  torre  heliografioa. — Guisa  reconquijtada. — Los  crímenes  del 
tigre  de  Oriente. — La  situación  en  el  departamento  Oriental. — La  actividad  de  Máximo 
Gómez. — Impresiones  favorables  de  los  Estados  Unidos. 


L  comenzar  á  escribir  el  precedente  capítulo,  hemos  va- 
cilado buen  rato.  Pjdíimos  haber  agrupado  en  cuatro 
párrafos  un  manojo  de  generalidades  á  propósito  del 
Mansaj  j  de  M'.  Mac-Kinley,  á  fia  de  ex;luir  de  todo 
riesgo  nuestro  voto.  Pero   debemos  á  nuestros  lectores  el  jui- 
cio sincero  y  entera   la  opinión,   y   por  esto  hemos  resuelto 
cumplir  nuestro  deber  hasta  el  fin,  ya  que  del  honor  y  del  de- 
coro nacional  entendemos  todos  ios  españoles,  hasta  los  más 
modestos. 

Los  párrafos  que  en  su  Msnsají  á  las  Ganaras  federales  dedicó  el 
presidente  de  la  República  de  los  Estados  Unidos  á  los  asuntos  de 
Cuba,  encierran  alguna  habilidad  y  mala  intención. 

Dj  las  dimasías  y  devastación  de  la  gu  ;rra  culpó  sólo  á  las  tropas 
españolas,  ni  más  ni  manos  que  si  los  insurrectos    hubieran   paseado  la 


204 

isla  dedicados  al  riego  de  los  árboles  y  á  la  siembra  de  cañaverales;  ni 
más  ni  menos  que  si  los  aventureros  y  negros  bozales  que  seguían  á 
Máximo  Gómez  y  á  Calixto  García  no  hubieran  sido  siempre  los  mir- 
tnos  que  hacía  pocos  días  ataron  con  alambres  á  los  españoles  para  que- 
marlos vivos. 

Da  las  expediciones  filibusteras  salidas  de  la  gran  República,  ha- 
bló coa  cinismo  que  exalta  todo  criterio  que  no  haya  perdido  en  abso- 
luto la  noción  de  lo  justo.  Expuso  que  habiendo  España  concedido  la 


CAÑO.NEKO   «HALCÓN» 


autonomía,  y  no  teniendo  los  rebeldes  condiciones  dentro  del  derecho 
internacional  para  conseguir  la  beligerancia,  se  negf  ba  á  ella,  pero  no 
sin  deslizar  hábilmente  que  el  declararla  fuera  peor  para  el  interés  de 
los  norteamericanos  y  para  el  de  los  insurrectos  de  Cuba,  ya  que  la  be- 
ligerancia otorgaría  á  España  el  derecho  de  visita  de  buques,  aparejado 
con  alguna  otra  veateja. 

Y  por  último,  manifestó  de  un  modo  terminante  y  categórico  que, 
si  á  pesar  de  la  autonomía  y  de  los  esfuerzos  de  España  la  guerra  pro- 
seguía, los  EstMios  Unidos  intervendrían  por  medio  de  las  armas.   De- 


205 

claración  ésta  que  vale  tanto  como  advertir  á  los  cubanos  que  debían 
perseverar  en  su  actitud  para  ofrecer  á  la  gran  Rspública  pretexto  que 
la  permitiera  arrancar  de  Cuba  la-  enseña  de  Castilla,  aquella  misma 
bandera  que  rasgara  su  lienzo  para  que  se  fabricaran  todas  las  ingratas 
banderas  americanas. 

Sin  embargo,  creímos  que  era  más  fácil  labor  hablar  desde  el  Ca- 
pitolio de  Washington,  hablar  donde  no  se  miden  las  palabras,  que 
acudir  á  donde  se  miden  las  armas,  porque  abrigábamos  la  más  abso- 
luta seguridad  de  que  España  quería  y  sabría  mantener  en  Cuba  el  es 
cudo  de  las  suyas. 


* 
*  * 


La  concesión  de  la  autonomía,  medida  á  que  obligó  el  error  de 
pasadas  administraciones  y  el  desacierto  del  gobierno  conservador,  des- 
de luego  nos  proporcionó  una  ventaja.  Los  Estados  Uüidos  se  vieron 
forzados  á  otorgar  un  plazo.  Los  Estados  Unidos  no  pudieron  interve- 
nir entonces,  por  haber  sido  quien  solicitó  las  reformas  autonómicas  en 
favor  de  sus  protegidos  de  la  manigua. 

Pero  se  trataba  de  un  plazo  que  los  insurrectos  habían  de  cuidar 
de  llenar,  con  la  guerra  de  huida  y  de  emboscada,  de  destrucción  y 
ruina,  ante  la  esperanza  de  aquella  prometida  intei  vención,  y  cumpli- 
do ese  plszo,  que  los  yankees  sabrían  aprovechar  para  acabar  de  prepa 
rarse,  se  ostentarían  é:>tos  á  título  de  salvadores  de  la  humanidad,  pre- 
tendiendo arrcjarnos  de  América. 

Tal  era  la  situación,  según  se   deduce  del  referido  Mensaje  de 
Mr.  Mflc-Kinley. 

Contamos  con  un  período  de  tiempo  que  esos  ensoberbecidos  mer- 
caderes que  se  reconocían  ciudadanos  de  moderna  Roma,  con  muchos 


206 

Taylor  y  un  Mac-Kinley,  pero  sin  ningúa  César,  no  podían  violar; 
pues  bien,  esa  forzada  tregua  que  nos  procuraron,  justo  es  reconocerlo 
aun  por  los  menos  ardientes  partidarios  de  la  autonomía,  los  decretos 
publicados  en  la  Gaceta  de  Madrid,  debíamos  aprovecharla  para  dis- 
ponemos á  salvar  la  honra  nacional. 

Ahora  bien;  ¿la  aprovechó  el  Gjbierno  de  la  Regencia?...  Los  luc- 
tuosos hechos  ocurridos  posteriormente,  que  grabados  están  aún  en  la 
mente  y  en  el  corazón  de  tolos  los  españoles,  hablan  por  nosotros. 

Al  publicar  aq  lellos  decretos  en  la  Gaceta  qu;daron,  ya  que  no 
rotos,  muy  flojos  los  vínculos  del  interés  material  de  España  en  Cuba, 
pero  al  hacer  d(j  xión  de  tales  ventajas,  adquirimos  una  de  inestima- 
ble valor.  No  luchábamos  ya  por  defender  un  negocio  de  la  nación,  pe- 
leábamos alentados  de  estímulos  de  Índole  puramente  moral  elevadísi- 
ma:  por  el  nombre  y  la  bandera  de  España. 

Situación  desembarazada  y  hermosísima,  situación  que  nos   lleva- 
ba con  mayor  entusiasmo  al  combate,  situación   eminentemente  espa 
ñola.  El  hidalgo  Don  Qaijote  no  reñía  jamás  mediando  el  interés. 

Esa  tan  gallarda  y  airosa  actitud,  sobre  procurarnos  la  firme  deci- 
sión entre  nosotros,  nos  ganaba  la  voluntad  de  las  potencias  extranje- 
ras, las  que  á  menos  que  se  borrara  de  la  tierra  la  idea  de  la  justicia,  no 
podrían  dejar  de  prestarnos  su  apoyo  moral  cuando  se  viera  que  los 
Estados  de  la  Unión  querían  arrojarnos  de  Cuba  sin  pretextos  siquiera 
de  razón...  ¡Desgraciadamente  para  la  causa  de  España,  y  con  mengua 
y  daño  de  la  moral  universal,  no  sucedió  así,  y  la  idea  de  la  justicia 
quedó  borrada  de  la  faz  del  mundo  civilizado  por  el  egoísmo  de  las  po- 
tencias que  se  llaman  civilizadas,  y  por  el  individualismo  que  caracte- 
riza nuestro  fin  de  siglo! 


* 
*  * 


207 

Ampliando  las  noticies  oficiales  que  se  teLÍan  respecto  al  ataque 
y  toma  del  pueblo  de  Guisa  por  los  rebeldes  orientales,  recibimos  el 
día  7  de  Diciembre  un  extenso  despacho  de  nuestro  corresponsal  en 
Santiago  de  Cuba,  fechado  en  Manzanillo  el  día  4  y  trasmitido  desde 
la  Habana  el  6,  comunicándonos  interesantísimos  detalles  ecerca  del 
desgraciado  suceso. 

A  pesar  de  los  esfuerzos  del  teniente  coronel  señor  Tovar,  al  frente 
de  su  columna  de  auxilio,  eo  pudo  llegar  é  tiempo  para  librará  los  he- 
roicos defansores  del  citsdo  poblado.  Estaba  separado  de  éste  por  una 
distancia  de  más  de  16  leguas  de  penoso  camino,  sembrado  de  enemi- 
gos en  acecho,  que  tardó  en  recorrer  cuatro  jornadas. 

Después  del  combate  en  Loma  Picara,  la  columna  tuvo  que  soste- 
ner otros  en  las  cercanías  del  pueblo,  obligando  al  enemigo  á  abando- 
nar las  posiciones  que  ocupaba  en  los  contornos  de  Guisa,  cuyos  alre- 
dedores estaban  interceptados  por  trincheras  y  explosivos. 

Al  llegar  la  columna  á  Guisa  no  encontró  á  ninguno  de  los  defen- 
sores del  poblado,  que  estaba  formado  por  solo  cinco  casas  y  unos  tres- 
cientos bohíos,  todos  los  cueles  habían  sido  destruidos  por  los  insur- 
rectos. 

El  poblado  de  Guisa,  de  la  jurisdicción  de  Bayamo,  al  Sur  de  la 
provincia  oriental,  tenía  en  sus  buenos  tiempos  una  docena  de  casas 
regulares  y  muchos  bohíos.  Los  habitantes  no  pasaban  de  6oo.  A  la  sa- 
zón no  llegarían  estos  é  300. 

La  guarnición  se  componía  de  140  hombres  del  batallón  de  Isabel 
la  Católica,  y  los  ingenieros  encargados  del  servicio  heliográfico.  Pera 
Ja  defensa  de  éste  había  tres  fortines,  cuyo  único  medio  ofensivo  y  de- 
fensivo, eran  los  fusiles  de  los  soldados. 

La  única  ocupación  del  destacamento  era  esa  defensa,  porque  Gui- 
sa no  parecía  llamado  á  ser  amenazado  por  el  enemigo,  si  se  tiene  en 


208 

cuenta  su  posición  topográfica  y  el  no  tener  comunicación  sino  con 
Cauto. 

El  asedio  del  poblado  por  los  rebeldes  comenzó  el  día  28  de  No- 
viembre. En  la  mañana  del  siguiente  día,  apenas  había  amanecido,  ro- 
dearon los  sitiadores  el  pueblo,  emplazando  los  seis  cañones  que  lle- 
vaban casi  á  doscientos  metros  de  los  edificios  y  fortines,  en  posiciones 
ventajosas. 

La  guarnición  se  defendió  del  ataque  con  tenacidad  y  heroísmo,  y 


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ESTACIÓN   DEL   BINCON    (Sagua  la  Grande) 


el  comportamiento  del  valeroso  destacamento  fué  verdaderamente  he- 
roico, defendiendo  fortines  y  reducto  hasta  quedar  sepultados  en  sus 
escombros.  Pronto  quedaron  destruidos  los  fortines,  pero  los  soldados 
siguieron  defendiéndose. 

El  incendio  se  había  apoderado  y  hecho  presa  de  esos  fortines  y  de 
algunas  casas.  La  guarnición  peleaba  heroicamente,  envuelta  en  lla- 
mas, hasta  que  á  la  una  de  la  tarde  penetraron  los  rebeldes  en  el  po- 
blado. 

Hallábanse  heridos  el  capitán  jefe  de  la  guarnición  don  Rafael 
Ceballos  Gavira,  un  teniente  y  cincuenta  soldados. 


209 


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Blanco  27 


210 


* 
*  * 


Aunque  dueños  ya  del  poblado  los  insurrectos,  aún  seguían  de- 
fendiéndose en  la  torre  heliográfica  el  sargento-jefe  de  aquel  servicio, 
don  Julio  Iburdisan,  el  cual,  al  mismo  tiempo  que  disparaba  tu  fusil, 
seguía  trasmitiendo' las  señales  heliográficas  á  Bayamo. 

Los  ocho  soldados'  que,  á  las  órdenes  del  referido  sargento  guar- 
necían la  torre  heliográfica,  disparaban  sus  armas  con  verdadero  fre- 
nesí, en  tanto  que  su  jefe  Iburdisan  trasmitía  á  Bayamo  noticia  del 
estado  angustioso  en  que  se  encontraba  la  guarnición  de  Guisa  y  pi- 
diendo auxilio. 

La  torre  referida  recibió  cañonazos  disparados  á  doscientos  metros 
de  distancia,  y  cada  uno  de  los  disparo?,  hechos  con  dinamita,  cau- 
saba terribles  destrozos  en  la  fortaleza. 

Así  se  defendieron  aquellos  valientes  hasta  las  tres  de  la  tarde.  A 
esta  hora  el  sargento  lburdisau|trasmitió  su  último  despacho  heliográ- 
fice,  que  decía  así: 

«Enemigo  sigue  bombardeando  esta  torre.  Trasmito  noticia  desde 
el  foso.  Dos  piezas  hacen  fuego  contra  esta  torre;  dentro  del  pueblo  ti- 
ran con  otras  cuatro  piezas.  Estoy  herido  de  granada.  El  cabo  grave. 
No  puedo  más. — Iuurdis.\n.» 

Inútil  es  decir  que  apenas  se  tuvo  noticia  del  ataque  á  Guisa  por 
fuerzas  insurrectas,  el, general  Blanco  desde  la  Habana,  Pando  desde 
Ciego  de  Avila  y  Arólas  desde  Manzanillo,  dispusieron  la  salida  de 
fuerzas  en  auxilio  de  los  asediados,  y  en  su  consecuencia  salió  el  te- 
niente coronel  señor  Tovar  al  frente  de  una  columna,  compuesta  de 
3.000  hombres  y  dos  piezas  de  artillería. 

La  jornada  era  larga,  más  de  quince  leguas. 

Imaginable  es  la  impaciencia  del  bizarro  jefe  y  de  sus  oñciales  y 


211 

soldados;  impaciencia  aumentada  por  haberse  cortado  la  comunicación 
con  Cauto  é  ignorarse  lo  que  ocurría  allí.  Para  averiguarlo  fué  expe- 
dido un  propio  desde  Bayamo,  pagándo'e  treinta  y  cuatro  pesos;  pero 
el  enemigo  lo  hizo  regresar  á  tiros. 

El  día  30  supiéronse  algunas  noticias  de  la  crítica  situación  'de  los 
defensores  de  Guisa,  por  el  bravo  soldado  Pedro  Méndez,  quien  en  el 
momento  supremo  del  ataque,  se  prestó  voluntariamente  á  salir  de  uno 
de  los  fortines  é  ir  á  Bayamo  cruzando  entre  las  masas  rebeldes  sitia- 
doras. 

Confirmó  las  noticias  que  ya  se  tenían,  añadiendo  que  el  fuego 
contra  la  torre  heliográfica,  siguió  hasta  las  ocho  de  la  noche. 

Dijo  también  este  valiente  soldado  que  calculaba  que  las  fuerzas 
enemigas  ascendían  á  unos  5.000  hombres,  que  se  suponían  mandados 
por  los  cabecillas  Calixto  García,  Rabí,  Capote  y  Ramírez. 


* 
*  ♦ 


La  columna  Tovar,  después  de  pasar  por  Bueicito  y  Jiguaní,  cuyos 
destacamentos  se  encontraban  también  en  situación  algún  tanto  crítica 
y  comprometida,  llegó  el  día  4  á  la  vista  de  Guisa. 

En  su  difícil  y  penosa  marcha  sostuvo  varios  tiroteos  y  combates, 
sufriendo  tres  herídos. 

Al  llegar  á  las  cercanías  del  poblado,  que  estaba  ya  en  poder  de 
los  insurrectos,  se  encontró  con  que  el  enemigo  había  puesto  grandes 
obstáculos  en  los  alrededores  de  Guisa,  rodeando  el  terreno  de  alam- 
bradas y  colocando  algunos  torpedos.  En  el  primer  encuentro  con  fuer- 
zas enemigas,  antes  de  llegar  al  pueblo,  sufrió  la  columna  cuarenta  y 
dos  bajas,  consistentes  en  dos  soldados  muertos,  y  el  comandante  señor 
Latorre,  los  médicos  Arlati  y  Martorell,  un  capitán  y  36  individuos  de 
tropa  heridos. 


212 

Dsspuéi,  cuando  faeron  salvados  los  obstáculos,  tomaron  las  lomas 
y  se  apoderaron  de  las  posiciones  ocupadas  por  el  enemigo,  que  huyó, 
tuvo  las  siguientes:  Ua  muerto  de  tropa,  y  heridos  un  capitán  de  Al- 
cántara, el  mélico  señor  Jiménez,  el  segundo  teniente  del  batallón  de 
Paerto  Rico  don  Francisco  Alfredo  Calvo  y  37  soldados. 

En  ambos  combates  se  supuso  que  el  enemigo  debió  tener  muchas 
bajas;  fué  dispersado  completamente. 

En  el  cementerio  de  Guisa  se  advirtieron  señales  evidentes  de  ha- 
berse practicado  recientes  enterramientos,  lo  cual  apoya  la  suposición  y 
demuestra  que  los  insurrectos  hicieron  así  desaparecer  sus  bajas  defini- 
tivas. 

Restablecida  la  comunicación  heliográfica  en  toda  la  zona  el  día  6, 
e.  heliógrafo  de  Guisa  s'guió  comunicando  detalles  de  los  horribles  pa- 
decimientos de  que  fueron  víctimas  una  guarnición  heroica  y  un  vecin- 
dario leal  y  pacífico. 

El  propio  día  llegó  á  Manzanillo  un  propio  de  Guisa,  que  comunicó 
horrorosas  referencias  de  lo  que  allí  había  sucedido,  las  que  se  apresuró 
á  transmitirnos  nuestro  activo  corresponsal  en  aquella  provincia. 

Cuando  la  columna  Tovar  hubo  reconquistado  á  Guisa,  practicóse 
ua  minucioso  reconocimiento  en  la  población  y  fortines,  cuyo  resul- 
tado horripila.  Se  hallaron  restos  de  cadáveres  carbonizados  entre  los 
escombros  de  las  casas  y  de  la  iglesia,  que  había  sido  convertida  en 
fuerte. 

En  los  fortines  que  últimamente  se  rindieron,  la  tropa  hizo  una 
defensa  desesperada,  y  solo  sucumbió  por  los  terribles  ef:ctos  de  los 
disparos  hechos  con  cañones  de  dinamita,  restos  de  cuyos  proyectiles 
se  encontraron  en  gran  abundancia. 

El  enemigo  había  construido  seis  baterías  próximas  al  poblado, 
artillándolas  con  dos  cañones  de  dinamita,   dos   piezas  Krupp  y  dos  T 

ametralladoras. 


213 


* 
*  * 


Los  rebeldes  rompieron  terrible  y  horroroso  fuego  en  la  madru- 
gada del  28,  V  no  obtante  sus  desastrosos  efectos  no  pudieron  entrar  en 
Guisa  hasta  la  una  de  la  tarde  del  siguiente  día  29. 

Entonces  ocuparon  el  pue 
blo,  permaneciendo  en  él  hasta 
que  se  presentó  la  columna  Te - 
var. 

Apenas  tuvieron  noticia  de 
la  aproximación  de  nuestras 
fuerzas,  los  que  ocupaban  el  po- 
blado se  retiraron  rápida  y  pru- 
dentemente, incendiando  todas 
las  casas  y  todos  los  bohíos  y 
cometiendo  con  sus  desventura  - 
dos  y  leales  habitantes  horren- 
das crueldades. 

Súpose  luf  go  que  el  enemi- 
go había  enterrado  en  el  cemen- 
terio 43  cadáveres. 

En  los  fortines  se  encontraron  huellas  de  haber  sido  quemados  sus 
heroicos  defensores.  Entre  los  escombros  fueron  hallados  algunos  cada  - 
veres  atados  y  sujetos  con  alambres  á  los  hierros  de  las  ventanas,  lo 
cnal  demuestra  que  los  desgraciados  defensores  de  los  fortines  fueron 
atados  para  que  no  pudieran  escaparse  y  librarse  de  las  llamas  y  pere- 
cieran abrasados. 

También  se  encontraron  restos  de  niños  carbonizados,  y  pozos  Ue- 


SARGENTO  1BÜRDISA.N  JEFE  DE  LA  TORRK 
HELIOGBAFICA  DE   GUISA 


214 

nos  de  cadáveres,  que  no  pudieron  ser  examinados  por  el  olor  pesti- 
lente qu3  exhalaban.  La  horrible  matanza  llevada  á  cabo  por  los  regene- 
radores de  Cuba  en  Guisa  superó  en  crueldad  y  horror  á  cuantas  es- 
cenas de  salvajismo  y  bárb-^ra  venganza  recuarda  la  historia.  Víctima 
del  furor  salvaje  de  las  hordas  mambises,  ala?  órdenes  del  tigre  de 
Oriente,  pereció  toda  la  población  civil  de  Guisa. 

En  las  palmeras  que  rodeaban  el  poblado  aparecieron  ahorcados  57 
vecinos:  respecto  á  la  guarnición,  súpose  que  los  supervivientes,  que 
faeron  45  entre  oficiales  y  soldados,  fueron  hechos  prisioneros  y  con- 
ducidos por  el  enemigo  á  sus  madrigueras.  Así  lo  demostró  el  hallazgo 
de  un  papel  escrito  y  pegado  en  un  árbol  en  que  se  decía  que  el  ene- 
migo se  había  llevado  45  prisioneros,  «únicos  supervivientes  del  com- 
bate.» 

Segúa  olra  versión,  el  núnero  de  prisioaeros  ascendía  á  113,  entre 
ellos  el  capitán  señor  Ceballos,  que  era  comandante  militar  de  la  plaza, 
y  los  tenientes  señor  Calvo  y  don  Antonio  Vidal,  héroe  éste  de  Alta- 
gracia  y  condecorado  con  la  cruz  Laureada  de  San  Fernando. 

Dijese  qu?  los  insurrectos  hicieron  más  de  setenta  disparos  de  di- 
namita, logrando  reducir  á  escombros  casi  todo  el  poblado. 

Los  valientes  defensores  de  Guisa  fueron  desalojando  las  posiciones 
destruidas  y  replegándose  en  las  que  quedaban  fir;nes. 

En  la  factoría  fué  donde  hicieron  más  resistencia,  lo  cual  observado 
por  el  enemigo,  lanzó  sus  bombas  allí  y  consiguió  incendiarla. 

Casi  destruida  la  iglesia;  reducida  á  escombros  la  casa  contigui  al 
templo,  donde  también  se  defendían;  en  llamas  la  factoría  y  heridos  los 
jefes  de  la  guarnición,  la  resistencia  era  inútil,  infiuctuosa. 

Entraron  los  rebeldes  en  el  ¡poblado  y  todavía  resistieron  los  va- 
lientes defensores  de  un  fortín  próximo  al  cementerio  y  los  de  la  torre 
heliógrafica. 

Mas  la  defensa  era  ya  imposible  y  el  enemigo  realizó  la  ocupación 
total. 


215 

Las  fuerzas  rebeldes  debían  ser  numerosas,  pues  tenían  ocupadas 
las  entradas  de  Guisa  desde  una  distancia  de  dos  leguas,  en  las  que 
habían  construido  grandes  y  fuertestrircheras,  algunas  de  éstas  de  un 
kilómetro  de  extensión,  y  todo  el  pueblo  estaba  circundado  de  grandes 
obras  de  fortificación. 

Evidentemente  el  enemigo  tenía  muchos  medios  de  guerra,  pues  se 
recogieron  infinidad  de  reses,  muchas  granadas  de  hélice,  bastantes 
proyectiles  de  cañón,  de  dinamita  y  montones  de  cápsulas  de  Maüsser  y 
Remington. 

El  coronel  señor  Tovar,  al  dar  cuenta  del  resultado  de  su  expedi- 
ción al  capitán  general,  dijo  que  el  comportamiento  de  la  guarnición  de 
Guisa  debió  ser  heroico,  def  indiendo  fortines  y  reductos  hasta  quedar 
sepultados  en  sus  escombros,  y  que  con  los  paisanos  había  extremado 
el  enemigo  actos  de  cruel  salvajismo,  encontiándos  cadáveres  carboni- 
zados, niños  atados  á  postes,  pozos  llenos  de  restos  humanos  y  muchos 
ahorcados  en  el  palmar  próximo  al  pueblo. 

Las  fuerzas  de  la  columna  Tovar,  tan  luego  reconquistaron  á  Guisa, 
dedicáronse  á  restablecer  la  comunicación  óptica  y  á  construir  un  fuerte 
á  prueba  de  artillería,  para  la  torre  del  heliógrafo. 


* 
*  * 


Con  razón  nos  dijo  nuestro  activo  corresponsal  en  la  Habana  al 
dar  la  voz  de  alarma,  que  se  trataba  de  un  hecho  análogo  al  ocurrido 
en  Victoria  de  las  Tunas. 

El  mismo  Calixto  García,  que  realizó  las  hazañas  en  aquel  poblado 
cercano  á  Holguín,  había  sido  el  autor  de  los  crímenes  de  Guisa. 

Hay,  sin  embargo,  alguna  diferencia  entre  ambos  desgraciados 
incidentes  de  la  guerra. 


216 

Los  defensores  de  Guisa  eran  menos  en  número  y  resistieron  con 
más  empvje;  pero  sucumbiendo  también,  al  fin,  ante  las  fuerza  numé- 
rica é  incontrarrestables  del  enemigo,  que  para  rendir  un  destacamento 
pequ(.ño,  acutnu'ó  el  núcleo  de  las  partidas  de  Oriente. 

Con  incidentes  tales  no  es  de  extraño  que  se  considerasen  en  po- 
sesión del  departamento  Oriental;  con  el  éxito  de  Tunas  y  Guisa  no 
pudo  sorprendernos  que  acometieran  la  empresa  de  atacar  á  la  Caima- 
nera y  otros  poblados  del  interior. 

Tampoco  fué  novedad  para  nosotros  que  ese  enemigo  se  cebase  en 
la  población  civil,  levantando  en  los  alrededores  de  Guisa  57  horcas 
para  ciudadanos  leales  á  su  patria,  porque  el  que  mereció  por  las  haza- 
ñas realizadas  en  Victoria  de  las  Tunas  el  dictado  de  tigre  de  Oriente, 
no  había  de  alterar  tan  pronto  su  condición;  pero,  en  cambio,  lo  que 
hizo  en  Guisa  Calixto  García  en  los  momentos  en  que  Mac  Kinley 
confeccionaba  su  Mensaje,  debió  servir  al  enfático  presidente  america- 
no para  distinguir  entre  la  guerra  que  hacía  la  rebeldía  y  la  guerra 
hecha  por  España. 

Establecer  una  igualdad  de  concepto  fué,  á  más  de  una  injusticia, 
un  acto  que  llenó  de  amargura  al  honrado  pueblo  español,  pues  no 
llega  á  tanto  su  escepticismo  que  le  haga  olvidar  las  leyes  del  decoro. 

Pasar  sin  protesta  tales  acusaciones,  fuera  hacerse  cómplices  de  la 
degradación  del  espíritu  publico;  fingir  satisfacciones,  como  las  fingió 
el  Gobierna,  ante  las  amenazas  expresadas  por  Mr.  Mac  Kinley,  hubiera 
sido  engañar  á  la  propia  conciencia. 

Pero  el  Mensaje  presidencial  no  fué  al  fin  más  que  la  continuación 
de  la  obra  de  perfidia  del  Gobierno  y  el  pueblo  norteamericano,  y  bien 
claro  lo  dijo  la  actitud  del  jingoismo  y  la  prisa  que  se  dio  el  senador 
Alien  para  presentar  á  la  Cámara  su  moción,  pidiendo  desde  luego  el 
reconocimiento  de  la  independencia  de  Cuba,  moción  en  laque  se  pudo 
observar  una  consideración  al  presidente  que  no  hubiera  tenido  el  jin- 


217 

goismo  si  el  documento  de  aquél  no  les  hubiese  hecho  entrever  su 
éxito  ea  las  esferas  del  poder  ejecutivo. 

Nada  dijo  el  cable  sobre  los  fundamentos  de  la  proposición  Alien, 
pero  puede  asegurarse  que  también  hablaría  de  humanidad  y  civili- 
zación. 

¿Qué  importaba  á  los  senadores  americanos  que  los  rebeldes^  des- 
pués de  devastar  el  país,  continuasen  empleando  como  arma  de  guerra 
la  dinamita  y  balas  explosivas?  ¿A  qué  hibían  de  fijarse  ellos  en  un  he- 


DEFENSA   DE   LA   GUARNICIÓN    DE   0UI8A 

cho  como  el  de  asesinar  al  jefe  de  una  plazi  que  sale  á  parlamentar,  cri- 
men de  que  fué  víctima  el  comandante  militar  de  Victoria  de  las  Tunas? 
Seguían  el  camino  que  se  tenían  trazado  y  consideraban  muy  cer- 
cano el  fin,  sin  par^r  mientes,  ni  en  la  política  de  clemencia  de  nuestro 
ejército,  ni  en  los  actos  vandálicos  qus  Calixto  García  había  realizado 
en  Guisa  coa  ciudadanos  pacíficos  é  indefensos. 


Blanc»  28 


218 

Examinada  la  situsción  de  la  comarca  oiiental,  el  general  Panda 
adoptó  enérgicas  é  impoitantes  medidas  que  ofrecían  grandes  esperan- 
zas de  éxito,  cumplimentándose  asimismo  con  gran  diligencia  y  acti- 
vidad órdenes  trasmitidas  por  el  general  en  jefe. 

En  vista  de  la  osadía  del  enemigo,  acordóse  adelantar  las  opera- 
ciones en  Oriente,  dii'giendo  el  plan  de  aquéllas,  desde  Mai  zanillo,  el 
general  Pando,  quien  había  emprendido  ya  los  trabajos  de  organiza- 
ción de  la  guerra  y  estaba  pieparando  la  campiña  en  tcdo  el  departa- 
mento Oriental. 

Procurábase  abreviar  estes  preparativos;  pero  la  impaciencia  no 
estaría  justificada,  por  cuanto,  aur  que  esto  parezca  mentira,  después 
de  tres  años  de  guerra  no  había  allí  nada  oiganízado  que  permitiese 
lógicamente  esperar  el  resultado  de  operaciones  preparadas  con  me- 
dianas esperanzas  de  éxito. 

Sin  racionamiento  fácil  para  las  trepas,  sin  medios  de  que  unasco- 
lumnss  acudician  rápidamente  en  auxilio  de  las  otras,  se  había  de  per- 
der el  tiempo  y  nadie  podía  prometerse  un  resultado  satisfactorio  y  de- 
finitivo. 

Ante  todo,  y  lo  que  más  urgía,  era  de  gran  necesidad  abrir  la  na- 
vegación del  río  Ciuto,  que  dc:de  hacía  quince  meses  estaba  cerrada. 
El  enemigo  ocupaba  una  gran  paite  de  les  márgenes  de  este  lío,  cuya 
importancia  es  grande  porque  constituye  la  piincipal  vía  de  comunica- 
ción para  el  aprovisionamiento  de  las  tropas  acantonadas  ó  en  opera- 
ciones en  aquella  extensa  zona. 

El  general  Aldave,  con  las  íueizas  de  su  mando,  marchó  á  racio- 
nar y  retoizar  Cauto  y  Guamo. 

El  general  Bernal  con  tres  columnar,  una  de  las  que  mandaba  pei- 
sonalmente,  continuaba  persiguiendo  active  mente  á  las  paitidae  rebel- 
des de  la  provincia  de  Pinar  del  Rio;  y  el  general  Salcedo  mantenía  en 
gran  movilidad  fueizas  de  la  división  de  Sancli  Spíritus  y  trecha  cen- 


219 

tral,  sosteaiendo  frecuentes  encuentros  con  grupos  que  se  aseguraba 
eran  de  la  partida  de  Máximo  Gómez,  que  fraccionado  y  con  muchas 
bajas,  se  esforzaba  en  vano  por  eludir  persecución,  á  pesar  de  las  favo- 
rables condiciones  del  terreno  en  q<ie  opjraba. 

A  juzgar  por  las  ñotidas  recibidas  aquellos  díis  por  la  vía  de  los 
Estados  Uaidos,  la  actitud  que  desplegiba  MáximD  G'Smsz  sólo  era 
comparable  á  la  de  las  columnas  españolas  destinadas  á  su  p3rsecuci5n. 
(Nituralmente;  ¿iba  acaso  á  dejirse  cogir?...  Bien  tenía,  pues,  que  mo- 
verse, para  buir  de  nuestros  soldados.) 

Añadían,  qae  si  lo;  españoles  conseguían  bitir  á  Gómez  y  á  su 
segundo  el  negro  González,  la  rebelión  recibiría  ua  golpe  decisivo. 

Segúa  los  mismos  informes,  el  estado  sanitario  de  las  tropas  espa- 
ñolas había  mej  iraio  notablenente  en  toda  la  isla,  y  se  esparaba,  con 
el  aux'lio  de  recursos  pecuniarios,  que  la  obrado  la  pacificación  de 
Cuba  adelantaría  notablemente  durante  la  época  de  la  próxima  seca. 

En  los  centros  oficiales  de  Washington  y  en  la  mayoría  de  la  Ci- 
mira  de  representantes  parecía  acentuarse  cada  día  más  las  muestras 
de  simpatía  por  la  conducta  qu3  acerca  de  los  asuntos  de  Cuba  seguía 
el  Gobierno  español. 

Michos  periódicos  de  los  Estados  Uiidos,  sobre  todo  !o3  que  re- 
presentaban los  grandes  intereses  econónicos,  hacían  justicia  á  la  leal- 
tad y  sinceridad  de  nuestros  gobarnantes. 


y^ñ'K^ 


(■■HIUiMIIII>miSHmUHÍU1UlU«iU1llHIUIHItllIlUllllUHIIIillr.linifu  UIIIMIUMMMHHIIUHIIlílUlItHlliaHIlItiinrmiltíUIIIUlinmitUUIIt^ 


^^MMmunniKHaiHKtx'iMiiMDHHi  iiiiHHiHiiiHtHmmiiinirmmOTu"   ■iiiMHni|iin'i«"ii«<'<-MnMiiiiraiiuiiri«aw«iti«titiiHuiuiiiiiiniiiiiiHiitMiiMifMVM»«'^'^ 


CAPITULO   XVIII 


£q  el  campo  rebelde.  —  Hoi.das  dÍ8ÍdenciaH  entre  los  jefes. — Desacuerdos  entre  los  separatis- 
tas.—Impresión  de  la  nueva  política  en  la  manigua. — Exageraciones  y  cuentas  fantásti- 
cas y  caprichosas  de  los  periódicos  filibusteros. — Un  acto  infame. — Noticias  de  Puerto 
Príncipe. — Comienzo  ile  las  operaciones  en  Oriente. — El  general  Pando  en  la  Boca  del 
río  Canto.  — Salida  del  convoy  tluvial. — Extraordinaria  importancia  de  la  operación. — 
Avance  de  55  kilómetro?. — Orden  de  las  fuerzas — Los  recursos  del  enemigo. — La  re- 
conquista del  río  Cauto. — Tres  torpedos. — Combinación  de  columnas. — Rudo  combate 
en  Laguna  Itabos. — Nuestras  bijas.  —  Raigi.s  de  heroitmo. — Sitio  y  ataque  del  fuerte 
Guamo. —  Heroísmo  sin  ejemplo. — Rísistentia  inverosímil. —  El  heroico  teniente  Muru- 
zabal.—  La  columna  de  auxilio. — ;Loor  á  los  héroe»! 


/■  ESDE  Manzanillo  nos  futron  comunicadas  el  día  7  no- 
S»>       ticiís,  que  nuestro  informante  cali£caba   de  positi- 
vas, del  cfirapo  insurrecto.  Estaba  confitmado  que  exis- 
tían hondas  disidencias  entre  el  generalísimo  de  los  in- 
VVi-\    •^^'^rectos  cubanos,  Máximo  Gómtz  y  su  lugarteniente   mayor 
^ly    ¿'«^^'i^  Calixto  García.  Este  quería   la  jefatura  suprema,  íun- 
Ám    dándose  en  que  todos  ks  triunfos  alcanzados  por  los  rebeldes 
^^    en  la  zona  de  Baytmo,  eran  debidos  á  su  personal  iniciativí. 
Los  paitidarics  de  Calixto  García  eran  muchos,  porque  éste  re- 
presentaba el  movimiento  y  la  acometividad. 

Como  es  natural,  Mtximo  Gómez  no  sólo  se  negtba  á  las  preten- 
ciones  de  García,  sico  que  pretendía  que  éste  pasase  á  Occidente  á  ñn 
de  librarse  de  la  vecindad  de  un  émulo  peligroso. 


221 

También  Calixto  quería  salir  de  Oriente  y  hacer  una  incursión  á 
las  provincias  centrales,  donde  confiaba  alcanzar  éxitos  que  le  engran- 
decieran; pero  la  gente  que  seguía  áGircía  se  había  negado  resuelta- 
mente á  la  expeiicióa,  juzgándola  arrisgadísima. 

Llevaban  los  mamhises  orientales  muchos  meses  de  pacífico  domi- 
nio en  su  comarca,  sin  más  combates  que  los  que  les  habían  convenido 
y  alguno  que  otro  obligado  por  las  columnas  de  convoyes.  Por  esto  se 
negaban  á  obedecer  las  órdenes  de  Calixto  García.  Y  como  éste  insis- 
tiera, se  produjo  un  movimiento  sedicioso  entre  ellos  y  en  pocos  días 
abandonaron  la  partida  del  cabecilla  citado  muchos  rebeldes. 

Para  contener  las  deserciones  de  sus  filas,  tuvo  el  jefe  de  los  insur- 
rectos orientales  que  fusilar  á  ua  titulado  teniente  . 

Si  esto  era  exacto,  la  insurrección  presentaba  en  Oriente  un  as- 
pecto parecido  al  que  ofreciera  en  los  tiempos  en  que  Vicente  García 
logró  apoderarse  de  Victoria  de  las  Tunas,  adquiriendo  una  gran  pre- 
ponderancia en  el  campo  rebelde. 

Bien  hubiéramos  querido  que  así  fuera;  pero  es  Calixto  García 
perro  viejo,  y  no  era  fácil  que  dejase  de  recoidar  lo  que  le  costó  á  su 
amigo  Vicente  García  aquella  aventura  á  que  le  llevaron  sus  ambi- 
ciones. 

Los  aplausos  de  los  orientales  le  hicieron  soñar  con  la  presidencia 
de  la  fantástica  República  cubana  y  la  jefatura  suprema  de  aquel  ejér- 
cito, y  tales  ambiciones  le  llevaron  á  la  conspiración  primero  y  des- 
pués á  la  total  desmoralización  de  las  fuarzas  revolucionarias,  murien- 
do más  tarde  en  sus  manos  la  rebeldía  iniciada  en  Yara. 

Era  natural  que  ocurriera  lo  que  decía  nuestro  corresponsal:  las 
operaciones  de  Tunas  y  Guisa  habían  elevado  entre  los  rebeldes  la  fi- 
gura de  Calixto  García,  pues  al  fin  no  en  balde  en  la  guerra  obtiene 
más  personalidad  el  que  más  pelea;  pero  si  no  queríamos  experimen- 
tar nuevos  desengaños,  debía  preocuparnos  tanto  la   movilidad    de 


222 

squé!,  como  el  silencio   del  titulado  generalísimo,  pues  al  fin  tal  con- 
ducta encsj  aba  dentro  de  su  programa. 


*  * 


No  estaban  de  acuerdo  los  separatistas  cubanos  respecto  de  puntos 
esenciales  de  conducta.  Aún  no  había  sido  posible  elegir  al  presiden- 
te de  la  titulada  República  cubana. 

La  prensa  de  todo  el  mundo  había  dado  como  efectuado  el  nom- 
bramiento de  Méadez  Capote  para  dicha  presidencia,  psro  no  era  así. 
En  aquellos  días  se  había  designado  á  21  delegados  representantes  que 
habían  de  constituir  la  Asamblea  soberana. 

No  estando  conformes  todas  las  voluntades  en  qu'en  debía  ser  el 
presidente  da  la  futura  República,  se  creía  que  en  la  reunión  próxima 
se  decidiría  que  continuasen  las  cosas  como  estaban,  es  decir,  ejercien- 
do el  gobierno  la  Asamblea  susodicha. 

Capote  era  simplemente  un  representante  de  esa  Asamblea. 

Máximo  Gómez  deseaba  que  Capote  ocupase  la  presidencia,  y  el 
no  haberse  realizado  ya  la  elección,  probó  que  el  generalísimo  no  con- 
taba entre  los  suyos  con  la  omnímoda  inílaencia  que  aquí  se  le  atri- 
buía. 

La  nueva  política  francamente  liberal  de  España,  es  indudable  que 
había  causado  gran  impresión  en  la  manigua. 

Los  acérrimos  partidarios  de  la  independencia  de  Ja  isla,  y  los  que 
por  razones  personales  no  podrían  vivir  nunca  en  paz  dentro  del  nue- 
vo régimen  español,  temían  que  la  concesión  de  la  autonomía  pudiera 

arrebatarles  gente. 

Muchos  insurrectos  estaban  cansados  de  los  peligros  y  de  las  incer- 

tidumbres  de  su  situación. 


223 

Aunque  en  el  Camagüey  y  en  Oriente  tenían  extensos  cultivos, 
mu'-ho  ganado  y  poblados  importantes  en  que  dominaban  á  sus  anchas, 
por  no  haber  llegado  aún  á  ellos  las  columnas,  verdaderamente  los 
rebeldes  vivían  mal  y  empezaban  á  sentir  los  efectos  de  la  larga  cam- 
paña. 

Juzgando  la  situación  en  el  campo  de  la  rebeldía,  dijeron  personas 
autorizadas  y  conocedorss  del  terreno,  que  desde  que  desaparecieron 
de  la  escena  los  hermanos  Maceo,  la  guerra  se  había  convertido  en  un 
negocio  para  la  mayo  ia  de  los  jefes  rebeldes.  Estos  íc  ocupaban  prefe- 
rentemente en  especuleciones  y  negocios  y  realizaban  enormes  ganan- 
cias, traficando  en  ganado,  imponiendo  tributos  á  las  fincas  rústicas, 
cobrando  impuestos  y  contribuciones  y  permitiendo  la  circulación  de 
trenes. 

De  esos  ingresos,  que  ascendían  á  muy  respetables  cantidades,  se 
reservaban  la  mejor  parte,  y  sólo  dedicaban  lo  menos  que  podían  á  los 
gastos  de  la  guerra. 

«No  debe  olvidarse,  sin  embargo,— advertía  nuestro  informante — 
que  ésta  es  aquí  fácil  y  barata  para  el  insurrecto  mambí,  y  que  no  hay 
que  esperar  que  termine  por  la  falta  de  medios  materiales.» 

Los  periódicos  que  se  publicaban  en  la  manigua,  obedeciendo  todos 
una  consigna,  publicaron  las  cuentas  de  los  gastos  que  ocasionaba  la 
guerra  ¿  la  metrópoli  y  de  los  recursos  con  que  contábamos,  preten  - 
diendo  demostrar  que  no  podríamos  continuar  mucho  tiempo  la  cam  - 
paña.  loútil  es  decir  que  estos  datos  eran  exagerados  y  caprichosos. 

Súpose  por  un  insurrecto  presentado  que  tomó  parte  en  el  ataque 
de  Victoria  de  las  Tunas,  que  los  rebeldes  tuvieron  en  él  25  muertos  y 
60  heridos. 

Igualmente  se  tuvo  conocimiento  por  la  misma  referencia  de  un 
acto  infame  y  desleal  realizado  por  los  insurrectos  que  se  apoderaron 
de  las  Tunas.  Al  segundo  día  de  ataqúese  pidió  parlamento  por   los 


224 


sitiados  y  para  celebrar  la  conferencia  salió  de  la  plaza  el  comandante  - 
militar. 

Faltando  á  las  leyes  universales  y  á  la  lealtad  que  hasta  entre  sal- 
vajes se  guarda  en  casos  tales,  los  rebeldes  asesinaron  á  machetazos  al 
confiado  jefe  de  la  guarnición  española. 

Aseverando  la  infamia  cometida  por  los  libertadores  de  Cuba, 
parece  que  escribió  uno  de  los  jefes  rebeldes  á  su  familifl,  lo  siguiente: 

—«Nuestro  éxito  de  las 
Tunss  ha  sido  empequeñe- 
cido por  el  vil  asesinato  del 
ce  mandsnte  militar  de  la  pla- 
za gansda.  Estos  hechos  nos 
deshonran  ante  el  mundo. 

Cartas  de  la  provincia  de 
Pueito  Principe  confirmaban 
que  había  allí  divisiones  muy 
hondas  ( rtie  los  rebeldes. 

Las  masas  querían  la  pgz. 
Ur  es  cuantos  jefes  se  esfoiza       ^,  '/J^'       1  '■^' /  I\ 

I 


ban  en  evitarlo.  Se  esperaban 
presentaciones  numerosas. 


El  día  8  se  acogieron  á    líEORO  muerto  por  nuestras  TROPAS 

....  ....        .c    •    ,  EN   EL   ATAQUE   DE   GUISA 

indulto  un  titulado  oficial  y 
33  rebeldes  armados,  á  quie- 
nes acompañaban  17  mujeres  y  19  niños. 

Después  de  dejar  vencidas  inmensas  dificultades  para  la  organiza- 
ción de  la  campaña  en  Oriente,  el  día  7  comenzaron  las  operaciones 
saliecdo  de  Manzanillo  para  Cauto  Embarcadero,  conJuciendo  un  con- 
voy de  provisiones,  una  fuerte  columna  al  mando  Jtl  genei al  Psndo. 


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Bl^NCO  29 


226 


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Tres  días  permaneció  el  general  Pando  con  las  fuerzas  á  sus  órde- 
nes acampado  en  la  boca  del  río  Cauto  organizando,  á  fuerza  de  trtbajo 
improbj,  el  convoy  fluvial. 

Concluido  todo,  empezó  la  marcha  del  convoy  subiendo  por  el  río 
en  grandes  barcazas,  precedidas  y  custodiadas  por  el  cañonero  «Depen- 
diente». Por  ambas  orillas  del  Cauto  iban  dos  columnas  protegiendo  la 
navegación  del  convoy  y  mandadas,  una  por  el  coronel  señor  Tejeda  y 
otra  por  el  coronel  de  ingenieros  señor  Bruna. 

La  operación  revistió  extraordinaria  importancia,  por  cuanto  tde- 
diante  ella  quedó  abierta  de  nuevo  aquella  vía  de  comunicación  fluvial, 
indispensable  para  aprovisionar  y  abastecer  importantes  poblados  déla 
cuenca  del  rio,  que  estaba  cerrada  y  en  poder  del  enemigo  desde  hacía 
más  de  catorce  meses. 

Los  preparativos  constituyeron  una  faena  laboriosa  erizada  de 
enormes  dificultades. 

El  general  Pando  trabajó  con  tanto  celo  como  acierto  en  la  organi- 
zación del  convoy,  regresando  á  Manzanillo  tan  luego  emprendió  aquél 
la  navegación  por  el  río,  para  seguir  organizando  las  operaciones. 

El  día  10  se  agregó  á  las  fuerzas  reconcentradas  por  dicho  general, 
el  general  Segura  con  el  batallón  de  /imora,  que  inmediatamente  re- 
cibió instruccienes  para  salir  á  operar. 

Desde  el  propio  día  lo  al  14,  la  expedición  fluvial  avanzó  rio  arriba 
55  kilómetros,  llegando  al  lugar  llamado  (luamo,  donde  quedó  parte 
de  las  fuerzas  para  racionarse  y  descansar.  Las  demás  columnas  de  ope- 
raciones siguieron  avanzando  por  ambas  márgenes  del  Cauto. 


227 

Marchaban  por  el  lío,  al  mando  del  coronel  Bruna,  las  lanchas  ca- 
ñoneras Lince,  Centinela,  Dependiente  y  Guardián;  los  remolcadores 
Eulalia,  Peralejo  y  Pedro  Pablo  y- varias  goletas  cargadas  de  víveres  y 
de  agua  potable. 

Dos  compañías  de  ingenieros  iban  en  esas  naves  y  en  varios  botes, 
encargadas  de  la  difícil  y  peligrosa  exploración,  cuyas  penalidades  son 
superiores  á  todo  encomio.  Dirigíanlas  los  capitanes  señores  Martínez 
y  González. 

Por  tierra  iba  una  columna  de  i.ooo  hombres  al  mando  del  coronel 
Tejada,  repartidos  entre  ambas  orillas,  operando  3»^  reconociendo  exten- 
sas zonas.  En  éstas  se  encontraron  muchas  viviendas  de  los  rebelde?, 
perfectamente  abastecidas  de  cuaato  es  necerario  para  la  vida,  con 
abundancia  de  ropas  y  calzado.  También  había  mucho  ganado  vacuno, 
y,  en  suma,  recursos  numerosos  que  se  habían  creado  durante  tanto 
tiempo  de  indiferencia  por  parte  de  España  y  de  sus  representantes. 


# 
*  * 


No  se  trataba  de  la  conducción  de  un  convoy,  como  se  dijo  en  un 
principio,  sino  de  una  operación  grande  é  importantísima:  la  recon- 
quista del  río  Cauto,  base  indispensable  de  las  operaciones  en  Oriente. 

La  expedición  necesitaba  avanzar  poco  á  poco,  por  tener  que  su- 
jetarse á  la  marcha  lenta  de  los  botes  que  iban  á  remo  reconociendo  el 
río  lleno  de  obstáculos. 

Cuando  llevaban  dos  di  is  de  navegación  en  esas  condiciones,  fueron 
hallados  por  los  botes  que  practicaban  reconocimientos,  tres  enormes 
torpedos  sujetos  con  alambre  de  orilla  á  orilla  y  con  doble  conductor 
eléctrico. 

El  contenido  de  cada  una  de  esas  máquinas  de  destiucción  era  de 


22rí 

dos  arrobas  de  dinamita.  Llevadas  á  tierra  con  grandes  precauciones 
por  el  coronel  Bruna,  se  los  inutilizó. 

Para  calcular  el  efecto  qu3  hubiera  podido  producir  la  explosión  íi  i 
las  precauciones  que  se  habían  tomado,  el  coronel  Bruma  hizo  explotar 
uno  de  ellos,  y,  á  pesar  de  qu3  fué  colocado^  á  mucha  distancia  de  lis 
orillas  del  río,  la  explosióa  fué  tan  formidable  que  produjo  una  con- 
moción en  todas  las  embarcaciones. 

Recogióse  también  gran  cantidad  de  alambre  y  muchas  embarca- 
ciones menores  que  utilizaban  los  rebeldes  para  atravesar  el  río. 

Al  salir  la  expedición  ordenóse  que  la  columna  Segura  siguiera 
desde  Manzanillo  el  rastro  de  Calixto  García,  y  que  la  columna  de  Al- 
dave  fuera  por  las  orillas  á  encontrar  á  aquella,  después  de  racionar  y 
auxiliar  á  C  uto  Embarcadero  y  á  Guamo,  que  se  creía  corrían  peligro 
de  caer  en  po  Jer  del  enemigo. 

La  columna  Aldave  salió  de  Cauto  para  Guamo  el  día  8,  con  los 
batallones  de  Andalucía,  Isabel  la  Católica,  Álava  y  Asturias,  el  escua- 
drón de  Sagunto  y  des  piezas  de  artilleiía;  en  total,  1.500  hombres. 

Pocas  horas  después,  en  el  sitio  llamado  Laguna  Itabos,  cerca  de 
Biyamas,  se  encontró  al  enemigo  fuertemente  atrincherado,  siendo  ne- 
cesario forzar  el  paso. 

El  combate  fué  rudo  y  tremendo.  Daró  dos  horas,  sosteniéndole 
principalmente  el  batallón  de  Álava. 

La  columna  tuvo  en  ese  combate  las  siguientes  bajas: 

Muertos,  los  capitanes  don  agustín  Hidalgo  y  don  José  Garrido  y 
21  soldados. 

Heridos,  el  médico  don  Vicente  Bidía,  los  tenientes  don  Antonio 
Larrcsa  y  don  Eustaquio  Escabroso  y  93  soldados.  Algunos  de  estos  he- 
ridos recibieron  tres  balazos. 

Registráronse  muchos  episodios  dignos  del  mayor  elogio,  mere- 
ciéndolo muy  singularmente  tolo  el  batallón  de  Álava,  cuya  mejor 


229 

prueba  de  su  comportamiento  faé  que  de  las  bajas  citadas  le  correspsn- 
dieron  17  muertos  y  54  heridos. 

Se  distinguieron  muchísimo  por  su  bizarría  y  heroísmo  el  coman  • 
dante  don  Luís  Torrecilla,  los  capitanes  don  Miguel  Cuadrado  y  don 
Julio  E.higüe  y  los  tenientes  don  Diego  Vega,  don  Manuel  Alonso  y 
don  Rafael  Birranco.  Todos  fueron  propuestos  para  el  ascenso  y  se 
mandó  abrir  una  información  y  formar  un  expediente  de  recompensa 


COLUMNA   DEL   CORONEL  TEJEDA 


extraordinaria  para  el  médico  don  Vicente  Bidía.  Este  bravo  militar  é 
inteligente  discípulo  de  Galeno  curaba  á  los  heridos  en  la  vanguardia 
sobre  el  mismo  campo  de  batalla,  en  medio  de  un  fuego  terrible,  ayu- 
dándole con  igual  valor  y  serenidad  el  capellán  don  Francisco  0;aña, 
que,  con  su  estola  ceñida,  así  prestaba  los  auxilios  espirituales  á  los 
moribundos,  como  compartía  con  el  médico  el  trabajo  de  reconocer  á 
los  heridos  y  hacerles  las  primeras  curas. 

Fueron  tantos  los  distingu  dos  en  aquella   memorable  acción,  que 


230 


se  pidió  una  recompensa  para  toda  la  columna.  Eí-ta,  después  de  em- 
plear ua  día  entero  en  la  curación  de  tantos  heridos,  siguió  avanzando 
hacia  Guamo,  á  donde  llegó  al  amanecer  del  día  lo. 

Allí  se  encontró  con  el  episodio  más  grandioso  de  toda  la  guerra. 


*  ♦ 


Un  pequeño  fuerte  de  tablas,  completamente  destruido,  era  defen- 
dido con  uoa  resistencia  iaverosímil  por  su  escasa  y  maltrecha  guar- 
nición. 

Deploramos  nuestra  pobreza  de  medios  de  expresión,  y  quisiéra- 
mos poseer  la  bien  templada  pluma  de  un  Alarcón  ó  de  un  Galdós  para 
dar  idea  exacta  de  les  sucesos  admirables  que  en  aquel  estrecho  recinto 
S3  habían  desarrollado  y  ocurrieron. 

Los  narraremos  tal  y  como  nos  los  refirió  uno  de  los  oficiales  de  la 
columna  Aldave. 

Lo  primero  que  hallaron  dentro  del  fortín  fué  seis  soldados  muer 
tos  y  31  heridos. 

El  destacamento  que  lo  guarnecía  componíase  de  dos  segundos  te- 
niente?, dos  sargentos,  cuatro  cabos  y  52  soldados  del  batallón  de 
Baza. 

Habían  estado  sitiados  once  días,  desde  el  28  de  Noviembre. 

El  primer  cañonazo  disparado  por  la  columna  Aldave  contra  la 
numerosa  fuerza  rebelde  que  rodeaba  el  fuerte,  hizo  que  cesara  el  sitio. 
El  enemigo  huyó  rápidamente. 

El  relato  de  la  épica  defensa  del  fuerte  de  Guamo,  causa  admira- 
ción y  nos  enorgulleció  como  españoles. 

El  enemigo  construyó  en  los  primeros  días  de  asedio  trincheras 


231 

formidables  que  circundaban  completamente  el  fortín  y  hacían  imposi- 
ble la  salida  de  los  sitiados. 

En  dos  trincheras  emplazaron- los  rebeldes  sendos  cañones,  á  dos- 
cientos metros  del  fuerte,  y  con  ellos  hicieron  sobre  éste  ciento  cin- 
cuenta disparos. 

Aunque  no  todas  las  granadas  explotaron,  es  de  calcular  el  efecto 
que  sus  disparos  causarían  en  un  fuerte  de  tablas  viejas  y  podridas. 

El  primer  día  de  sitio  una  granada  destruyó  el  depósito  de  víverer. 

Los  soldados,  naetiéndose  entre  Iss  tablas  rotas  y  los  escombros, 
sólo  lograron  salvar  un  poco  de  tocino  rancio,  y  éste  fué  su  alimento 
úaico  durante  los  once  días  de  asedio. 

Otra  bomba  rompió  la  pipa  de  agua.  Solo  quedó  una  escasa  canti- 
dad de  líquido,  y  los  oficiales  y  soldados  se  vieron  obligados  á  racio- 
narse, no  bebiendo  sino  medio  cuartillo  diario  por  persona. 

A  pesar  de  esta  prudente  economía,  al  cuarto  día  vieron  agotada 
completamente  el  agua  potable.  Los  pobres  soldados,  padeciendo  los 
horrores  de  la  sed,  tuvieron  que  salir  varias  veces,  desafiando  el  fuego 
del  enemigo,  á  tomar  agua  de  una  charca  inmediata,  en  la  cual  se  co- 
rrompían varios  cadáveres  y  estaba  llena  de  inmundicias. 

El  día  %  acercóse  al  fuerte,  enarbolando  bandera  de  parlamento,  un 
titulado  capitán  rebelde,  el  cual  hizo  entrega  al  centinela  que  se  pre- 
sentó de  una  carta  del  jefe  de  las  fuerzas  sitiadoras  al  jefe  del  destaca- 
mento sitiado. 

La  carta  decía  sustancialmente  lo  que  sigue: 

<>;... Toda  resistencia  es  inútil.  Contamos  con  medios  de  vencer.  No 
esperéis  refuerzos;  tenemos  miles  de  hombres  para  cortarles  el  paso. 
Además,  tres  columnas  nuestras  atacan  simultáneamente  otros  tantos 
pueblos. 

>Como  hombres  de  honor  ofrecemos  respetar  vuestras  vidas.  Si  no 
aceptáis,  esperad  el  exterminio.  Vuestra  defensa  heroica  justifica  ahora 


232 

una  capitulación  honrosa.    Vuestra  temeraria  terquedad  justificaría 
aquél.» 

Al  pie  de  la  carta   leíase  esta   firma;  ^Brigadier,    Carlos    Garda 
Véle^.» 

Este  titulado  brigadier  era  el  hijo  de  Calixto  García,  protegido  del 
gobierno  español,  y  que  ejerció  mucho  tiempo  en  Madrid  la  profesión 
de  dentista. 


El  comandante  del  fuerte  de  Guamo  — y  hora  es  ya  de  nombrar  á 
ese  héroe  admirable—  don  Francisco  Muruzabal  Ruano,  contestó  en  el 
acto  á  la  intimación  del  jefe  insurgente  con  estas  sencillas  y  valientes 
palabras: 

«No  nos  entregamos  mientras  quede  uno  en  pié. 

>^Retíre£e  pronto  el  parlamentario,  porque  va  á  seguir  el  fuego.» 

Dísde  aquel  momento  se  reanudó  el  ataque  con  superior  violencia. 

Los  rebeldes  gritaban  á  los  soldados: 

—  ¡No  ser  tontos!  Amarren  á  su  teniente,  que  está  loco  ¡Les  pagare- 
mos con  centenes!  ;No  como  España  que  solo  paga  con  abonarés! 

Los  soldados  contestaban,  giitando  entusiásticamente: 

—  ¡Viva  nuestro  teniente  Muiuzabal!  ¡Viva  España!  ¡Mueran  los 
traidores  y  filibusteros! 

Al  amanecer  del  día  3  el  enemigo  reanudó  el  fuego  de  cañón,  para 
proteger  un  avance  desesperado,  con  objeto  de  estrechar  más  el  cerco 
del  fue:  te  Dastruído  éste,  los  soldados  se  refugiaron  en  el  foso  y  allí 
esperaban  sin  disparar  sus  fusiles  á  que  se  acercasen  los  asaltantes,  para 
entonces  nacer  fuego  sobre  seguro. 

Los  insurrectos  avanzaban  con  gran  valor  y  caían  rodando  heridos 


233 


ó  muartos,  á  los  certaros  disparos  de  nuestros  soldados.  Algunos  de 
ellos  llegaron  hasta  la  alambrada  que  rodeaba  el  fuerte.  En  este  deses  • 
p3rado  atjque,  en  qu  3  los  wawJ/5«"  demostraron  un  valor  temerario, 
dejó  el  enemigo  en  los  alrededores  del  fuette  29  cadáveres,  entre  ellos 
el  del  titulado  capitán  que  había  llev.  do  la  carta  de  intimación. 

Los  defensores  del  fuerte  tu- 
vieron también  en  este  ataque 
cinco  muertos  y  once  heridos. 

Al  anochecer  hizo  una  salida 
el  bravo  teniente  don  Valentía 
Lasherosy  Aliaga  con  ocho  sol- 
dados para  practicar  un  recono- 
cimiento y  encontró  y  recogió 
26  f  asiles  del  enemigo,  multitud 
de  efectos  y  una  csji  de  cartu- 
chos Maüsser,  que  los  sitiados 
utilizaron  después  en  su  de- 
f  nsa. 

Cuando  llegó  la  columna  de 
Aldave  freote  al  fortín  de  Gua- 
mo, adelantóse  con  el  escuadrón 
de  Saguato    el   coronel    señor 
Andino,  y  á  causa  de  usar  este  bizarro  jefe   perilla  muy   parecida  á  la 
del  cabecilla  Rabí,  los  sitiados  creyeron  que  faera  éste  y  no  un  jefe  del 
ejército  español. 

Más  como  se  acercaba  en  actitul  pacífica,  ios  soldados,  con  esa  no- 
bleza característica  en  españoles  y  á  pesar  de  creer  qu  ^  era  un  jefe  ene- 
migo, le  gritaron: 

—No  se  acerque,  qu;  di'^paramos. 

D.spué;  de  muchos  escrúpulos  llegaron  los  sitiados   á  convencerse 

Blanco  30 


Junta   autonomista 
DOK    JOSÉ    A.    DEL   CUETO 


234 

de  que  el  que  se  acercaba  era  verdaderamente  un  jtfe  del  tjército  de  la 
patria.  Pero  aun  fué  necesaria  otra  prueba  para  acabar  de  convencerlos 
y  decidirlos  á  permitirle  avanzai:  fué  preciso  que  el  coronel  Andino 
enarbolase  la  bandera  esptñola  y  que  los  soldados  que  le  seguían  gu- 
iasen ¡Viva  Espinal 


*  * 


Cuando,  al  fin,  estuvieron  todos  juntos,  sitiados  y  salvadores,  hubo 
una  escena  conmovedor»;  se  abrazaban  y  se  besaban  unos  á  otros,  dt.- 
ban  vivas  á  Espeña  y  refeiianse  mutuamente  las  peiipecias  terribles  del 
ataque  y  de  los  combates. 

Los  soldados  pasearon  en  triunfo  al  heroico  teniente  Muruzabal, 
un  fornido  navarro  que  fué  á  Cuba  voluntariamente  siendo  saigentc. 

A  muchos  de  los  soldados  del  escuadrón  de  Sagunto  se  les  vio  sal- 
tar las  lágrimas  al  contemplar  el  cuadro  horrendo  del  fuerte  destruido. 

La  columna  Aldave,  después  desccorier  á  los  sitiados  proveyén- 
doles de  cuanto  necesitaban,  enterió  29  cadáveres  de  los  rebeldes  y  uno 
de  un  soldado. 

Inmediatamente  se  envió  á  buscar  dos  cañoneros  y  otras  embarca- 
ciones menores  para  recoger  y  llevarse  á  los  heridos  á  Manzanillo.  El 
médico  stñor  Lostda  se  dirigió  al  sitio  donde  se  encontraban  para  rec- 
tificar y  practicar  la  cura. 

En  atención  al  heroico  compoitf  miento  del  bravo  comandante  del 
fuerte  de  Guamo,  teniente  señor  Muiuzabal,  ordenóse  abrir  expediente 
para  concederle  la  cruz  laureada  de  San  Fernando,  pidiéndose  también 
la  mayor  recompensa  posible  paia  todcs  los  valientes  defensores  del 
f  jrtín. 


235 

L<i  columna  Aldave  quedó  acampada  en  las  inmediaciones  de  Gua- 
mo, donds  el  día  i6  el  enemigo  tiroteó  el  campamento  del  batallón  de 
I -abel  la  Católica,  resultando  muerto  un  soldado  y  herido  el  capitán 
don  Bjldomjro  LaportilJa. 

¡Loor  á  los  hé  oes  de  aquellas  épicas  j  imadas! 


>^®4^^ 


^^^^  ^^^  ^^^  ^^^  ^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^i^^^^^^i^^-^^^^^^^^^^^^  ,^^^  ji^^^  ^^K  j^^S  ^^^  ^^K  ^^^  F 


CAPITULO     XIX 


PnebloB  indtfenscp. — Naevo  suceso  lameotable.^Rubo  y  traición. — Encuentro  en  Las  Deli- 
ciac. — 0("i8ci(5n  importante. — Toma  del  lampamento  ri beldé  de  Bencito. — Sensibles 
bajas. — Miieite  del  t-  •  ientí»  coronel  tenor  Morentín. — El  aeistente  .\polo  Sierre. — Esta- 
dística fúnebre. — Oi'tinjismos  oficiales. —  Interesantes  detalles  de  la  toma  de  Quisa. — Los 
prifcioneni-. — El  í;f»if roí  García. — ¡Viva  F.Hpuña! — D.  E.  P. 


CHo  tiempo  antes  de  que  tcaecieran  los  tristísimos 
y  luctuosos  sucesos  de  Victoria  de  las  Tunas  y  de 
Guisa,  desde  que  los  rtbeldes  cubanos  tenían  arti- 
llería, que  debiera  haberse  pensado  en  transformar 
'  las  obrss  defensivas  de  los  poblados  que  se  hallaban  en 
¿  nuestro   poder  y  estaban  guarnecidcs  por  nuestras  tropas. 


(  Las  construidas  basta  la  fe<;ha  pertenecían,  en  su  m&ytr  par- 
te, al  tipo  de  Its  que  se  h'cieron  en  la  guerra   pasada,  y  eran 
todas  ellas  peifectemente  irúiiUs. 
Y  no  hablemos  de  las  levantadas  en  algunos  sitios  bijo  la  dirección 
de  personas  tan  hales  como  ignorantes,  porque  esas  eran  más  dañosas 
que  convenientes. 

En  do:  años  recibimos  no  sabemos  cuantas  dolorosas  leccione*  en 
esta  materia.  Una  sola  de  ellas  hubiera  bastado  para  enseñanza  de  cual- 
quiera nación  medianamente  advertida.  A  nosotros  no  nos  enseñaron 
nada  todas  juntas. 


237 

Mirábamos  la  guerra  como  espectáculo,  no  como  crisis  dolorosa  de 
la  nación.  Venía  el  enemigo,  sitiaba  un  pueblo,    le  tomaba  después  de 
una  heroica  resistencia  de  los  nuestros,  y  nos  quedábamos  tan  satii fe- 
chos contando  entusiasmados  las  proezas  y  el  heroísmo  de  los  defdn 
sores. 

Ocurría  otro  sitio  y  otra  toma;  repetíase  el  entusiasmo  nacional... 
y  hasta  la  siguiente. 

Y  si  algún  espíritu  menos  entusiasta  y  más  dado  á  investigar  el 
por  qué  de  las  cosas,  mostraba  extrañeza,  al  punto  le  salía  al  paso  la 
ignorancia  disfrazada  de  suficiencia,  con  la  explicación  de  que  esos 
contratiempos  y  otros  eran  propios  de  las  guerras  especiales  como  la  de 
Cuba  y,  por  tanto,  inevitables. 

Del  entusiasmo  pasábamos  á  la  indiferencia,  y  de  la  indiferencia 
al  entusiasmo  con  maravillosa  facilidad.  Al  análisis  no  llegábamos  nun- 
ca. ¡Analizar!  ¿Para  qué?  El  que  analiza  donde  los  demás  se  limitan  á 
sentir  ó  á  no  sentir,  casi  siempre  llega  á  conclusiones  desagradables . 
Entonces  es  pesimista  y  nadie  le  hace  caso.  Si  insiste,  molesta,  y  acaba 
por  incurrir  en  el  desagrado  de  todo  el  mundo,  como  un  espectador  que 
interrumpe  la  función  haciendo  en  voz  alta  la  critica  de  la  obra  y  de 
los  actores. 

Queda,  pues,  el  terreno  libre  al  elogio  ó  á  la  censura  sentimentales. 
A  la  masa  del  público  la  mueve  el  lirismo  nacional,  superior  á  las  ma- 
yores caídas  y  á  los  más  amargos  desengaños.  La  gente  de  las  localida- 
dades  de  preferencia,  los  políticos  de  todos  los  matices  y  de  todas  las 
categorías  y  órdenes  de  la  sociedad  que  asistía  á  esa  sangrienta  repre- 
sentación, se  agitaba  impulsada  por  los  intereses;  nada  más  que  por  los 
intereses.  Los  amigos  de  la  empresa  (el  Gobierno)  eran  la  cljqiie,  los 
los  enemigos,  los  morenos,  los  reventadores.  Los  unos  decían  siempre 
bien,  y  los  otros  siempre  mal,  sucediera  lo  que  iucediera.  El  éxito  era 


238 

para  ellos  lo  de  meaos.  Había  quien  por  una  jugada  de  B  alsa  ó  por  ur.a 
cartera  diera  diez  poblados  de  Cuba. 

Esta  es  la  verdad.  ¿Daele?  Qae  duela.  Más  duele  lo currido  después. 


* 


Y  precisamente  porque  pasaba  y  nadie  lo  remediaba  ni  parecía  do- 
leise  de  ello,  iban  nuestros  asuntos  como  iban. 

Al  cabo  de  cerca  de  tres  años  estaba  la  campaña  en  el  mismo  estado 
crítico  del  primer  día.  Iba  acercándose  á  su  término,  que  bu  jno  ó  malo 
no  podía  estar  lejos,  y  aún  no  había  salido  del  estado  de  preparación. 

Aunque  se  había  probado  hacía  mucho  tiempo,  que  montando  la 
infantería  nos  ahorraríamos  miles  de  vidas,  seguía  por  montar;  aunque 
estaba  averiguado  que  el  traje  de  rayadillo  era  malo,  no  había  otro; 
aunque  hacían  falta  hospitales  y  sanatorios,  estaban  por  hacer;  aunque 
era  doloroso  que  vías  importantes  como  la  de  Cauto  fuesen  del  enemigo, 
lo  eran,  y  nosotros  seguíamos  reduciendo  nuestras  operaciones  activas 
en  más  de  la  mitad  de  la  isla  á  la  conducción  de  convoyes,  sabe  Dos 
con  cuantos  trabajos  y  pérdidas:  y  aunque  la  rebeldía  tenía  medios  de 
expugnación  que  nuestros  fortines  de  ladrillo  y  madera  no  podían  re 
sistir,  de  madera  y  de  ladrillo  eran  la  mayor  parte  de  los  que  defendían 
los  pueblos  de  la  gran  Antilla. 

No  hay  de  qué  maravillarse.  Aquí  en  lo  que  menos  se  había  pen- 
sado era  en  la  guerra.  Los  de  allá  más  habían  atendido  á  las  decoracio- 
nes y  á  los  efectos  escénicos  que  al  desempeñj  de  sus  papeles;  los  de 
acá,  si  eran  del  público  de  buena  fé,  aplaudían  contentíiimos  la  muerte 
de  Maceo,  y  alguna  otra  escena  patriótica;  si  eran  de  los  otros,  de  los 
qje  no  pagaban  por  entrar  y  además  cobraban,  silbaban  ó  aplaudían  se- 
gún consigna,  ó  según  su  conveniencia. 


'239 

Sólo  asi  se  comprende  que  llovieran  sobre  nosotros  las  desventu- 
rss  y  no  diéramos  señal  de  haber  escarmentado.  La  pérdida  de  Victoiia 
de  las  Tunas  fue  la  prueba  plena  de  la  inutilidad  de  nuestros  medios  de 
defensa  contra  la  aitillería  insurrecta.  Debió  pensarse  en  el  peligro  que 
corrían  Holguín,  Bayamo,  Jiguaní,  Cauto,  Guamo  y  otra  porción  de 
importantes  poblaciones  expuestas  á  una  acometida  victoriosa.  Tiempo 
había  habido  en  dos  años  para  preparar  la  defensiva.  Avisos  no  filiaron; 
recordamos  que  en  algunos  periódicos  de  gran  circulación  fué  tema 
constante  el  llamar  la  atención  hacia  la  peligrosa  impunidad  de  que  los 
insurrectos  gozaban  en  Oriente.  El  único  resultado  de  aquellas  excita- 
ciones fué  aquella  rápida  excursión  por  mar  del  general  Weyler  á  las 
costas  de  la  provincia  de  Saut  ago  de  Cuba,  de  la  que  no  conocemos 
otro  fruto  que  la  amenaza,  verdaderamente  taitarinesca,  de  la  próxima 
llegada  de  los  cuarenta  batallones  fantásticos. 

Lo  que  antes  no  se  había  hecho  ni  se  hizo  entonces,  pudo  hacerse 
después.  Más  hubiera  valido  tarde  que  nunca.  Pero  no  se  hizo,  y  á  la 
desgracia  ocurrida  en  las  Tunas  siguió  la  de  Guisa,  y  hubiera  seguido  la 
de  Jiguaní,  la  de  Guamo  y  la  de  la  Caimanera,  de  no  haber  llegado 
oportunamente  en  su  auxilio  las  columnas  de  socorro,  por  las  mismas 
causas,  es  decir,  por  haberse  preparado  mejor  para  la  ofensiva  el  ene- 
migo que  nosotros  para  la  nueva  fase  de  la  campaña. 

Los  insurrectos  tenían  cañones  de  nueve  centímetros  y  nosotros 
fortines  de  ladrillo  y  palma  ó  de  tablas  podridas.  Cuando  iba  sobre 
ellos,  los  tomaba,  después  de  vigorosa  resistencia,  eso  sí,  y  los  seguiría 
tomando  hasta  que  España  se  convenciera  de  que  la  guerra  de  Cubano 
era  drama  á  que  asistíamos  por  afición  ó  por  interés,  ni  menos  aventura 
caballeresca,  sino  problema  que  se  había  de  resolver  ea  favor  del  que 
mejor  lo  estudiase  y  preparara;  y  que  si  la  que  sosteníamos  tenía  solu- 
ción adversa  la  habíamos  de  pagar  á  escote  entre  todos,  caro  y  muy 
pronto. 


240 


De  otro  lamentable  suceso  ocurrido  en  Caimanera  de  Guántanamo 
el  día  2.  túvose  noticia  el  9  en  la  Habana. 

El  hecho,  afortunadamente,  no  tuvo    los  caracteres  de  gravedad 
que  se   le  asignaron   en  !os 
primeros  momentos. 

Red új  ose  el  suceso  á  que, 
en  la  madrugada  de  dicho 
día,  treinta  rebaldes,  en  com- 
binación con  los  voluntarios 
que  guarnecían  uno  de  los 
faertes,  un  oficial  de  volun- 
tarios y  dos  empleados  del 
ferrocarril,  llegaron  con  cau 
tela  al  muelle,  y  una  vez  en 
él  se  apoderaron  de  tres  ca- 
jas de  caudales,  de  las  doce 
que  había  desembarcado  el 
vapor  Moriera,  destinadas  al 
habilitado  de  las  escuadras  y 
guerrillas  de  Guántanamo. 

Los  rebeldes  que  penetra- 
ron en  la  población,  h  estilizaron  el  cuartel  de  la  guardia  civil  y  saquea 
ron  una  tienda. 

Asi  que  la  guarnición  se  enteró  de  lo  que  ocurría  y  se  apercibió  á 
la  defecsa,  desaparecieron  los  rebeldes,  en  cuya  ccmpañía  se  fueron  el 
cficiel  y  Hj  voluntarios. 


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Junta    autonomista 
DON    RAFAEL     FEKNANUKZ   DE  CASTRO 


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242 

Los  rebeldes  no  pudieron  llevarse  las  restantes  nueve  cajas  de  cau- 
dales, que  dejaron  en  el  muelle. 

Da  la  refriega  resultaron  muertos  un  celador  de  policía  y  dos  guar- 
dias, y  herido  gravemente  de  cinco  machetazos  el  teniente  habilitado 
de  las  escuadras  de  Guantáoamo,  los  cuales  custodiaban  las  cajas  de 
caudales  y  fueron  sorprendidos  por  el  enemigo. 

Las  columnas  combinadas  que  operaban  en  fa  jurisdicción  de  Sanc- 
ti  Spiritus  batieron  y  dispersaron  en  Las  Delicias  una  partida  rebalde. 

Nuestras  tropas  ocuparon  el  campamento  enemigo,  el  cual  abando- 
nó en  el  campo  25  muertos,  armas,  municiones  y  un  botiquín  de  cam- 
paña. 

La  columna  tuvo  dos  soldados  muertos  y  un  oficial  y  trece  de  tro- 
pa heridos. 

El  general  González  Parrado,  operando  con  las  fuerzas  á  sus  órde- 
nes sobre  Caimán,  en  la  costa  Sur  de  la  provincia  de  la  Habana,  reali- 
zó el  día  10  una  operación  importante,  en  la  que  intervinieron  cuatro 
columnas. 

Una,  al  mando  de  los  generales  Parrado  y  Maroto,  dio  alcance  á 
un  grupo  rebelde  de  50  hombres,  á  los  que  dispersó,  causándoles  bajas 
y  un  mueito,  cuyo  cadáver  quedó  sobre  el  campo. 

Noticiosa  la  columna  de  que  cerca  del  lugar  del  combate  tenían  los 
rebeldes  un  campamento,  se  dirigió  al  sitio  indicado,  y  el  campamento 
enemigo  fué  tomado,  sin  resistencia,  y  destruido. 

La  columna  del  general  Valderrama,  en  Perol,  cerca  de  Caimán, 
tomó  otro  campamento  rebelde  llamado  de  BencUo,  que  estaba  fuerte- 
mente atrincherado  y  defendido  por  más  de  doscientos  insurgentes  bien 
armados. 

El  batallón  de  Otumba,  que  formaba  parte  de  esa  columna,  en  una 
carga  á  la  bayoneta  brillantísima,  se  apoderó  de  tres  órdenes  de  trin- 
cheras, acometiendo  de  fr¿nte  al  enemigo  que  las  defendía.  El  enemi- 
go fué  dispersado. 


243 


*  * 


La  victoria  costó  á  nuestros  bravos  muy  sensibles  bsjas. 

Resultaron  muertos  el  teniente  coronel  del  citado  batallón  de 
Otumba,  don  José  Martínez  de  Morentín,  y  tres  soldados,  y  heridos  un 
oficial  y  17  soldados  de  caballería. 

Otra  columna,  mandada  por  el  comandante  militar  de  Batabanó, 
reconoció  toda  la  costa  Sur  de  la  provincia  de  la  Habana,  apoyándole 
en  la  operación  la  cañonera  Guanidnamo,  sin  que  tuviera  novedad. 

Los  muertos  de  las  columnas  fueron  conducidos  á  Batabanó  y  en- 
terrados en  aquel  cementerio,  con  los  honores  de  ordenanza.  El  desgra- 
ciado teniente  coronel  de  Otumba,  señor  Morentín,  muerto  al  frente  de 
su  batallón  en  el  combate  de  Perol,  dejó  diez  hijos,  que  vivían  en  Gua- 
nabacoa. 

Distinguióse  mucho  en  la  pelea  el  asistente  Apolo  Sierra,  que  en 
lucha  personal  al  tomar  una  de  las  trincheras  mató  á  nn  negro  insu- 
rrecto. 

Los  rebeldes  dejaron  en  el  campo  nueve  muertos,  y  retiraron  mu- 
chos heridos. 

Una  fuerte  partida  rebelde  atacó  nuevamente  á  Guamo,  barrio  ru- 
ral perteneciente  al  término  municipal  de  Bayamo,  siendo  rechazada 
con  muchas  bajas,  por  las  fuerzas  de  la  guarnición. 

Durante  los  diez  primer is  días  del  mes  de  Diciembre  los  rebeldes 
tuvieron  113  muerto?,  35  prisioneros  y  348  presentados. 

Las  tropas  tuvieron  que  lamentar  la  muerte  de  un  jefa  y  dos  oficia- 
les y  las  heridas  de  once  oficiales  y  1 10  soldados. 

Circularon  rumores,  el  día  10,  por  les  centros  de  la  villa  y  corte, 
de  carácter  tan  optimista,  que  nos  inspiraron  cierto  recelo  ptra  no  caer 
en  nuevos  desengaños. 


244 

Estaban  fundados  en  impresiones  comuaicadas,  según  se  dijo,  por 
el  general  Pando  desde  Manzanillo,  y  eran  tan  satisfactorios  que  hacían 
creer  en  que  la  guerra  en  el  Oria  ate  de  Cuba  iba  á  cambiar  en  breve 
radicalmente  y  tambiéa  en  cuestión  de  días  ofrecería  un  aspecto  tan  bo- 
nancible, que  habríamos  de  saltar  de  alegría. 

Deseando  como  el  que  má;  que  se  confirmasen  tan  halagüeñas  espe- 
ranzas, hubimos  de  ser  muy  discretos  ea  la  apreciación,  porque  ya  eran 
muchos  los  chascos  y  desencantos  experimentados. 

Con  felices  augurios  había  venido  eníreteniéndose  á  la  opinión  pú- 
blica, pero  los  hechos  no  llegaban,  y  éstos  serían  los  únicos  que  podrían 
convencer  á  las  gentes. 

Por  esto  nos  limitamos  á  consignar  el  rumor,  sin  hacer  ninguna 
clase  de  apreciación,  ni  adelantar  los  acontecimientos. 


Noticias  de  los  insurrectos,  de  origen  autorizadísimo,  trasmitidas 
por  correo  por  uno  de  nuestros  colaboradores  y  corresponsales  en  el 
teatro  de  la  guerra,  en  operaciones  en  el  departamento  Oriental,  nos 
peí  miten  añadir  algunos  importantísimos  é  interesantes  detalles  al  re- 
lato que  dejamos  hecho  en  precedentes  páginas  de  la  toma  de  Guisa. 
Estos  detalles  fueron  suministrados  verbamente  á  nuestro  estimado  ami- 
go y  colaborador  por  un  titulado  oficial  insurrecto  de  los  que  tomaron 
parte  en  el  ataque  de  aquel  poblado. 

Rifirió  este  testigo  de  los  tristes  sucesos,  queeldía27  de  Noviembre 
numerosas  fuerzas  rebeldes,  al  mando  de  los  cabecillas  Calixto  García, 
Rabí  y  Capote  se  aproximaron  á  Guisa.  * 

Llevaban  varias  piezas  de  artillería  v  un  cañón  de  dinamita. 

Construyeron  espaldones  para  las  baterías  y  al  amanecer  del  día 
28  empezaron  el  ataque,  destruyendo  á  cañonazos  las  fortificaciones. 


245 

La  guarnicióa  de  Guisa  se  replegó  á  la  factoría,  á  la  iglesia  y  á  una 
casa  inmediata  á  ésta.  Djsde  estos  sitios  las  tropas  españolas  hicieron 
una  tenaz  y  valerosa  resistencia. 

Cuando  los  rebeldes  pudieron  entrar  en  el  poblado  creyeron  que 
todo  había  concluido,  pero  vieron  con  sorpresa  que  las  tropas  seguían 
defendiéndose  en  la  torre  heliográfica,  en  un  fortín  y  en  el  cementerio 
tan  tenazmente  que  los  invasores  tuvieron  que  suspender  el  fuego  de 
cañón  hasta  el  día  siguiente. 

Al  amanecer  del  29  un  disparo  del  cañón  de  dinamita  incendió  la 
factoría,  obligando  á  abandonarla  á  los  que  habíanse  refugiado  en  ella. 
Entonces  pudo  apoderars3  el  enemigo  déla  iglesia,  del  fortín  inme- 
diato al  cementerio  y  de  éste.  Después  intimaron  la  rendición  á  los  bra 
vos  defensores  de  la  torre  heliográfica,  ya  medio  destruida,  terminando 
así  la  ocupación  total  del  pueblo. 

£1  oficial  rebelde  á  que  nos  referimos,  elogió  la  bravura  inverosímil 
de  nuestros  soldados,  añadiendo  que  las  fuerzas  insurrectas  tuviero.1  15 
muertos  y  37  heridos,  y  las  tropas  50  muertos. 

Al  retirarse  del  pueblo,  ante  la  proximidad  de  la  columna  de  auxi 
lio,  se  llevaron  al  capitán  don  Rafael  Ceballos  Gavira,  á  los  tenientes 
don  Antonio  Vidal  Fernández  y  don  Manuel  Castro  Montes  y  112  sol- 
dados, de  los  cuales  30  iban  heridos.  También  lo  estaban  el  capitán  Ce- 
ballos y  el  teniente  Vidal.  Este  ostentaba  en  su  pecho  la  cruz  laureada 
de  San  Fernando,  conquistada  por  su  heroico  comportamiento  en  la 
defensa  del  poblado  de  AUagracia,  siendo  sargento  en  1895. 

Calixto  García  dijo  que  retenía  á  los  prisioneros  en  lugar  seguro, 
porque  habiendo  puesto  en  libertad  á  los  que  cogió  en  Victoria  de  las 
Tunas,  éstos  habían  vuelto  á  hacer  armas  contra  ellos. 

La  artillería  enemiga  hizo  setenta  y  dos  disparos  con  bombas  de 
dinamita,  que  destruyeron  todas  las  casas  del  pueblo,  haciéndolas  sal- 
tar en  fragmentos. 


246 

El  jefe  de  las  fuerzas  sitiadoras  general  García  anunció  á  los  sol- 
dados españoles  que  respetaría  sus  vidas  si  se  rendían,  pero  éstos  contes- 
taron con  un  ¡viva  España!,  y  cincuenta  murieron  peleando  heroica- 
mente. 

Dignos  son  de  compasión  y  de  gratitud  imperecedera  esos  mártires 
de  la  patria,  héroes  anónimos  y  víctimas  inocentes  de  la  traición  de 
unos  y  de  los  desaciertos  y  funestos  errores  de  otros. 

¡D.  E.  P.! 


CAPITULO   XX 


Verdad  amarga. — Argumento  sin  fuerza.  —Pauta  á  la  Marina. — Las  Ordenanzas  y  la  discipli- 
na.— Las  operaciones  en  Oriente. — Muerte  del  cabecilla  Regino  Alfonso.— Un  bando  de 
interés. — Emcuentro  en  Río  Seco  y  muerte  del  cabecilla  Pitirri. — El  cabecilla  Collazo, 
herido. — El  general  Pando  reconquistando  el  Cauto. — Conferencias  en  favor  de  la  asimi- 
lación de  los  partidos  liberales  de  Cuba.  La  fusión  de  reformistas  y  autonomistas. — EL 
partido  liberal  autonomista. — Los  constitucionales  respetan  y  aceptan  la  legalidad. 


ndaba  muy  acreditado,  en  aquella  fecha,  entreno  pocos 
españoles,  el  absurdo  criterio  de  que  lo  patriótico  en 
nuestra  contienda  con  los  Estados  Unidos  era  decir 
blanco  donde  ellos  dijeran  negro  y  negro  donde  dije- 
ran blanco.  No  es  preciso  esforzarse  mucho  para  probar  lo  in- 
fantil y  candoroso  del  procedimiento.  Basta  advertir  que  una 
vez  conocido  pudo,  merced  á  él,  el  enemigo,  obligarnos  á  pen- 
sar y  á  hacer  lo  que  le  convino. 
Pero  con  esas  artes  infantiles  y  con  echarnos  unos  á  otros  la  culpa 
de  lo  que  nos  sucedía,  como  si  no  fuerajla  ¡cosa  más  clara  del  mundo 
que  la  teníamos  todos,  pretendíamos  curarnos  los  males  que  ya  enton- 
ces padecíamos  y  los  que  más  tarde  se  nos  vinieron  encima.  ¡Grandes 
remedios,  en  verdad,  para  tan  rigorosas  calamidades! 

Nosotros  estamos  á  cien  leguas  de  aquella  desatinada  conducta  y 
tenemos  la  firme  persuasión  de  que  el  concepto  de  nuestra  conveniencia 
debiera  haberse  sacado  del  conocimiento  de  la  situación  en  que  nos  ha- 
llábamos,  en  lo  interior  y  en  lo  exterior,  sin  cuidarnos  de  la  mayor 


248 


parte  de  las  manifestaciones  de  nuestros  enemigos,  hechas  muchas  de 
ellas  para  abusar  de  la  inocencia  de  la  nación  española,  cada  día  más 
reconocida,  porque  apenas  pasaba  uno  sin  que  la  confirmasen,  á  loscjos 
de  los  extraños,  las  burdas  habilidades  de  nuestros  caciques  de  pueblo 
metidos  á  estadistas. 

Es  más.  Creemos  que  hasta  de  esos  mismos  enemigos  pudimos  to- 
mar lecciones  y  consejos  que 
nos  fueran  de  gran  provecho 
para  corregirnos  y  apercibirnos 
á  la  defensa.  A  veces  nos  decían 
amargas  verde  des  que,  declara- 
das mentira  por  decirlas  ellos, 
según  querían  los  patriotas  con 
andaderas,  solo  sirvieron  para 
nuestra  vergüenza,  pero  que 
aceptados  como  lo  que  eran,  pu- 
dieran haber  aprovechado  en 
calidad  do  avisos  útilísimos. 

Así,  por  ejemplo,   cuando 
Mac  Kinley  aseguró  que  los  cul- 
pables dé  que  en  Cuba  hubie- 
sen desembarcado  más  de  se 
senta    expediciones  filibusteras 

éramos  nosotros,  que  no  habíamos  cogido  sino  una,  la  más  insignifi- 
cante, hay  que  reconocer  que  estaba  en  lo  cierto  y  dejarse  de  buscar 
pretextos  que  justificasen  ó  siquiera  explicasen  nuestra  torpeza,  mejor 
dicho,  nuestra  debilidad  é  impotencia. 


Junta  aiitnnomista 
D.   JOSÉ   8ILVERI0  JOBRIN 


249 


El  argumento  de  que  el  Protocolo  del  97  atábalas  manos  á  los  ma- 
rinos españoles,  carece  por  completo  de  fuerza  ante  personas  serias.  Si 
ese  Protocolo  ncs  colocaba  en  condiciones  de  inferioridad  respecto  de 
los  Estados  Unidos,  ¿por  qué  se  firmó?  Y  si  España  le  suscribió  ¿le  qué 
se  quejibs?  Nos  dejamos  engañar  por  otro  más  listo,  el  cual  nos  echaba 
en  cara  el  engaño.  No  hibía  más  que  dos  remedios:  ó  valor  para  desha- 
cer lo  hecho,  denunciando  el  Tratado,  ó  paciencia  para  soportarlo  con 

resignación.  Las  quejas  son  pue- 
rilidades sin  substancia  y  sin  al- 
cance y  propias  de  mujjres  ó  de 
niños,  nunca  de  hombres. 

Atados  estábamos  al  co- 
menzar la  guerra,  y  aunque  la 
ligadura  tenía  cerca  de  veinte 
años,  parece  que  nadie  se  acor- 
daba de  ella.  Es  más,  había  mu- 
chos que  ni  siquiera  la  cono- 
cían. A  ciegas  fuimos  á  dar, 
como  siempre,  por  desgracia, 
en  el  incidente  del  Alliance, 
msgaífico  pretexto  que  nos  de- 
paró la  Providencia  para  reco- 
brar la  libertad  de  acción  ó 
paraabandonar  la  loca  empresa 
de  sofocar  una  rebeldía  en  Cuba 
sin  medios  de  bloquear  las  costas  de  la  isla  y  contando  los  rebeldes  con 
el  amparo  de  la  poderosa  República  norteamericana. 

No  hicimos  lo  uno  ni  lo  otro:  el  señor  Cánovas  del  Castillo,  tan 
vigoroso  en  las  minucias  de  la  política  casera,  de  que  era  acabado  pro- 
ducto, como  humilde  y  asustadizo,  débil  y  medroso  en  las  cuestiones 

Blanco  32 


Junta  autonomista 
DOS  ELÍSEO   FERBY 


250 

de  fuera,  á  las  que  se  sentía  ageno,  estrechó  más  el  nudo  que  nos  redu- 
cía á  la  impotencia  dando  explicaciones  vergonzosas  c^n  las  cuales 
quedaron  completamente  reconocidas  las  pretensiones  de  los  yankees. 
Y  como  las  complecencias  y  adulaciones  de  Jos  espíritus  serviles 
que  le  rodeaban,  (ó  de  que  se  rodeaba)  le  habían  desarioUado  extraor- 
dinariamente los  impulsos  avasalladores  de  la  voluntad,  quiso  dar  á  la 
Marina  de  guerra  la  pauta  á  que  ésta  habia  de  ajustar  sus  actos  y  envi<^, 
en  sustitución  de  ordenanzas,  reglamentos  y  preceptos  del  derecho  de 
gentes,  un  discurso  suyo,  en  el  Congreso  pronunciado,  derogando  todo 
lo  anterior. 


i(r   * 


La  nueva  ley  bf  jada  del  Sinaí  político  fué  acatada  sin  protesta 
conocida,  y  desde  entonces,  de  la  misma  suerte  que  eo  pocos  de  los 
barquichuelos  comprados  por  el  general  B3ránger  navegaban,  á  modo 
de  cestas,  entre  dos  aguas,  quedó  la  marina  pegada  á  las  costas  cubanas, 
ni  acuática  ni  terrestre,  y  tanto  de  lo  uno  como  de  lo  otro,  es  decir, 
anfibia. 

Sufiido  aquello,  no  hubo  más  remedio  que  sufrir  lo  que  desde 
Washington  nos  dijeron.  En  nuestra  mano  estuvo  evitarlo;  pero  r quí 
donde  las  causas  pequeñas  producen  los  mayores  cataclismos,  las  gran- 
des, las  inspiradas  por  un  interés  nacional,  no  mueven  á  nadie,  ó  á  lo 
sumo  producen  lamentaciones  tardías  que  nada  remedian. 

No  dudamos  de  la  buena  voluntad  y  del  valor  de  nuestros  marinos, 
pero  pensamos  que  la  virtud  de  la  resignación  suelej  ser  pecado  cuando 
es  mal  empleada,  y  que  la  disciplina,  equivocadamente  entendida, 
puede  producir  graves  daños  á  una  nación. 

¿Hay  Ordenanzas  que  obliguen  á  obedecer  un  discurso  parlamen- 


261 


tario  contra  el  servicio  de  la  patria  y  del  rey?  ¿No  las  hay?  Paes  ea  vez 
de  revolvernos  contra  Mac-Kinley  y  sus  conciudadanos  debiéramos  ha- 
ber procurado  que  no  tuviera  razón  en  adelante  y  debimos  salir  de  la 
vergonzosa  situación  en  que  á  la  fecha  nos  hallábamos  ya,  recobrando 
el  ejercicio  de  nuestra  soberanía  en  las  aguas  de  la  gran  Antilla. 


*  * 


Las  noticias  del  departamento  Oriental  transmitidas  por  telégrafo 
del  II  al  12  le  Diciembre  probaron  qu3  los  directores,  á  la  sazón,  de  la 
campaña  de  Cuba  se  habían  hecho  cargo  de  la  necesidad  urgentísima  de 
combatir  con  energía  á  los  rebeldes,  que  en  aqualla  parte  d3  la  isla  do- 
minaban en  absoluto  desde  los  comienzos  de  la  insurrección. 

Lo  primero  que  allí  había  qu3  hacsr  era  lo  que  se  estaba  haciendo: 
desembarazar  el  Cauto,  importante  vía  de  comunicación  en  pod;r  del 
enemigo  hacía  cerca  de  año  y  medio.  El  haberla  dejado  en  sus  manos 
nos  había  im  pedido  racionar  á  Bayamo  por  otra  vía  que  por  la  de  tierra, 
es  decir,  por  Veguitas,  á  costa  de  grandes  sacrificios  de  hombres  y  no 
escasa  pérdida  de  tiempo. 

Los  convoyes  de  Manzanillo  á  Bayamo  habían  enviado  más  gente 
al  hojpital  que  cuantas  acciones  de  guerra  había  habido  en  O.iente, 
desde  Febrero  del  95  hasta  la  facha,  y  había  sido  causa  de  sucesos  tan 
desgraciados  como  el  combate  sostenido  por  el  general  Rey  contra 
Calixto  García  y  Rabí,  en  el  paso  del  río  Buey.  La  columna  tuvo  que 
refugiarse  en  Baeyecito  y  á  socorrerla  fué  otra  de  3.000  hombres  salida 
de  Manzanillo. 

En  custodiar  convoyes  habíamos  gastado  las  escasas  fuerzas  que  en 
aquella  parte  de  la  provincia  de  Santiago  de  Cuba  teníamos,  y  por  eso 
en  dos  años  no  se  había  perseguido  poco  ni  mucho  á  las  fuerzas   insu- 


252 

rrectas  que  así  habían  podido  organizarse  á  su  antojo  y  engrosar   con 
elementos  cuya  presencia  en  ella  parecería  siempre  inverosímil. 

Paro  abierta  la  vía  del  Cauto,  facilitado  el  racionamiento  de  Baya  - 
mo  y  llegadas  ya  numerosas  fuerzas  de  refaer-sos,  cabía  esperar  que  la 
insolencia  de  los  cabecillas  orientales  recibiera  pronto  y  tj ampiar  casti- 
go, cesando  al  mismo  tiempo  el  escándalo  de  la  impunidad  de  que  hasta 
la  fecha  habían  gozado  para  organizar  á  su  modo  el  territorio  de  su 
Cuba  libre;  escándalo  que  daba  argumento  á  sus  defensores  en  las  Cá- 
maras norteamericanas  para  declararles  en  condiciones  de  ser  recono- 
cidos^como  beligerantes.  , 

# 
*  * 

Notorio  era  nuestro  empeño  en  vencer  la  rebeldía  por  las  armas. 
Ni  una  sola  ocasión  hemos  perdido  de  expresar  nuestro  convencimiento 
de  que  estando  éstas  bien  dirigidas  venceríamos  seguramente,  y  aunque 
hasta  la  fecha  no  habíamos  hallado,  con  gran  pena  nuestra,  el  ejecutor 
de  nuestro  programa,  y  el  tiempo  y  los  esfuerzos  perdidos  colocaban 
á  Españi  en  situación  harto  desventajosa,  seguíamos  teniendo  íi  en  la 
acción  militar,  cunada  con  la  política,  si  iban  bien  encaminadas  y  es- 
taban bien  dirigidas. 

Y  como  creíamos  que  la  clave  del  problema  que  la  fuerza  había  de 
resolver  estaba  en  Oriente,  y  dentro  del  departamento  Oriental,  en  la 
zona  comprendida  entre  el  río  Cauto,  la  sierra  Maestra  y  el  mar,  con- 
signamos nuestro  apltuso  por  las  operaciones  emprendidas  aquellos 
días:  ¿Porqué  hemos  de  callar  viendo  al  fin  realizado  algo  de  lo  que 
siempre  habíamos  pedido? 

Nada  más  grato  para  nosotros  que  aprovechar  esta  ocasión  de  tri- 
butar alabanzas,  después  de  haber  pasado  por  la  amargura  de  escribir 
tantas  censuras,  ni  nada  más  conforme  á  nuestro  deseo  que  llevar  al- 
guna consoladora  esperanza  al  espíritu  afligido  por  tantos  desengaños. 


253 

¡Ojilá  pudiéramos  perseverar  eu  esta  agradable  tarea!  Eatonces  si 
que  las  reformas  políticas  hubieran  dado  fruto,  porqus  nada  fuera  tan 
eficaz  para  mover  á  nuestros  enemigos  á  pedir  la  paz  y  aceptar  las 
concesiones  hechas,  que  la  persuasión  de  que  por  la  guerra  nada  po- 
drían conseguir. 


* 
♦  * 


Faerzas  de  la  columna  volante  que  operaba  en  la  provincia  de 
Matanzas,  á  las  órdenes  del  general  Molina,  batieron  el  día  1 1  en  la 
loma  del  Pan,  á  un  grupo  de  insurrectos,  mandados  por  el  cabecilla 
Regiao  Alfjnso. 

Dispués  de  una  lucha  encarnizada  y  sangrienta,  el  enemigo  aban- 
donó el  campo  con  pérdidas  importantes. 

Entre  los  muertos  recogidos  figuraba  el  citado  cabecilla  Alfonso, 
que  gozaba  de  gran  prestigio  entre  los  suyos. 

Recogido  el  cadáver  y  llevado  á  Mitanzas  para  su  identificación, 
faé  reconocido  por  gran  número  de  personas. 

El  cabecilla  Rsgino  Alfonso  fué  en  la  provincia  de  Matanzas  antes 
de  la  gusrrá,  un  bandido  de  la  laja  de  Mirabal,  de  Puerto  Príncipe;  de 
Matagás,  de  la  Ciénaga  de  Zapata;  de  Manuel  García,  de  la  Habana;  y 
de  Perico  Delgado,  de  Pmar  del  Río. 

Cjmo  éstos,  estuvo  encargado  de  mantener  la  perturbación  roban- 
do y  secuestrando  de  acuerdo  con  los  comités  filibusteros  de  Cayo  Hueso. 

Regino  A'fjnso  estaba  condenado  en  rebeldía  á  la  última  peaa.  La 
guerra  le  permitió  morir  en  el  campo  de  batalla  como  jefe  de  una  fuer- 
za del  ejército  libertador . 

Con  su  muerte  recobraría  alguna  tranquilidad  la  zona  de  Cárde- 
nas, preferida  por  Regino  Alfonso  para  sus  fechorías. 


254 

En  tal  concepto  tuvo  doble  importancia  la  desaparición  de  ese  ban- 
dido, para  quien  no  rezaba  ni  podía  rezar  la  política  de  clemencia. 

Muerto  ese  bandido,  quedaba  en  la  jurisdicción  de  Cárdenas  como 
único  cabecilla  de  algún  prestigio  N...  R  jjas,  que  en  nadase  parecía 
al  anterior,  y  como  éste  era  hijo  del  jefe  autonomista  de  aquella  región, 
era  de  creer  que  no  se  mantuviera  en  armas  mucho  tiempo. 

El  general  Blanco  dictó  el  día  la  un  bando  de  gran  interés,  sus- 
pendiendo los  procedimientos  ejecutivos  para  el  cobro  délos  impuestos 
municipales  sobre  las  fincas  rústicas  y  frutos  y  pertenencias  da  embar- 
gos de  derivados  anteriores. 

En  ese  bando  se  dictababan  reglas  para  levantar  los  emba-gos  que 
pesaban  sobre  las  fincas  rústicas  y  su  fruto,  señalando  un  plazo  de  dos 
meses  para  concertar  los  deudores  y  municipios  la  forma  de  pago,  de- 
jando á  los  gobernadores  civiles  la  facultad  de  resolver  en  definitiva 
los  incidentes  que  por  este  concepto  surgieran. 


* 

*  * 


En  Río  Seco  (Habana)  fuerzas  locales  batieron  á  uQ  grupo  de  in- 
surrectos capitaneados  por  el  cabecilla  Pitirri,  al  cual  dieron  muerte, 
asi  que  á  un  titulado  teniente  y  dos  rebeldes  más,  resultando  heridos 
otros  dos. 

El  cadávdr  del  conocido  cabecilla  fué  recogido  y  llevado  á  Güine», 
en  cuyo  cementerio  fué  expuesto  el  día  12  para  su  identificación. 

Como  Pitirri  fué  el  que  unos  meses  antes  logró  entrar  en  Güines, 
donde  sus  hordas  saquearon  tiendas  y  quemaron  buen  número  de  ca- 
sas, era  alli  bastante  conocido  y  fué  fácil  su  identificación. 

Es  interesante  el  suceso  que  produjo  la  muerte  de  ese  cabecilla  se- 
paratista. 

El  teniente  don  Francisco  Sánchez,  con  diez  volu  itarios,  tuvo  con- 


255 

fidencJas  de  que  Pitirri  había  establecido  su  campamento  con  un  grupo 
de  los  suyos  en  la  finca  denominada  «Río  seco»  y  se  dispuso  á  batirle, 
saliendo  con  aquel  puñado  de  valientes  en  busca  del  enemigo. 

Llegó  al  campamento  enemigo  burlando  toda  vigilancia  de  los  re- 
beldes, y  tomó  las  precauciones  necesarias  para  hacer  difícil  la  huida. 

Adoptadas  estas  precauciones  y  medidas,  penetró  solo  en  el  cam- 
pamento el  bravo  teniente  Sánchez,  sorprendiendo  á  Pitirri  y  los  suyos, 
quienes  se  aprestaron  á  la  defensa  en  malas  condiciones,  porque  de  los 
primeros  mandobles  cayeron  muertos  el  citado  cabecilla,  un  teniente 
ayudante  y  dos  insurrectos  más,  y  herido  el  hermano  de  Pitirri,  el  cual 
pudo  huir  en  medio  de  la  confusión  general  que  se  produjo. 

Terminada  la  corta  refriega,  cargaron  los  bravos  voluntarios  con 
el  cadáver  del  autor  de  los  saqueos  é  incendios  de  Güines  y  lo  traslada- 
ron á  esta  población  para  que  no  pudiera  dudarse  de  su  muerte. 

Un  insurrecto  presentado  dijo  que  en  el  encuentro  ocurrido  recien- 
temente junto  á  la  laguna  de  Caimán,  fué  herido  el  cabecilla  Collazo, 
y  ampliando  más  tarde  sus  referencias  añadió  que  las  heridas  eran  gra- 
ves y  las  tenía  en  el  cuello  y  una  pierna,  habiéndoselas  producido  en  el 
combate  de  Bencito. 


*** 


Continuaba  el  general  Pando  las  operaciones  emprendidas  para 
abrir  la  comunicación  del  río  Cauto  hasta  el  poblado  de  Cauto  Embar- 
cadero. 

Los  coroneles  Bruna  y  Tejeda  activaban  los  trabajos  conducentes  á 
lograr  ese  resultado,  esperándose  que  en  brtve  habríamos  recobrado  di- 
cha importante  vía  fluvial,  que  estaba  abandonada  por  completo  á  ia 
insurrección. 


256 


Seguían  llegando  fuerzas  á  Oriente  para  acometer  una  enérgica 
campaña  en  aquella  región  y  acopiábanse  municiones  y  aprovisiona- 
mientos para  subvenir  á  las  necesidades  de  aquéllas. 

A  la  sazón  se  vio  patente  y  se  reconoció  la  inconveniencia  de  haber 
destruido  los  poblados  de  Yara,  Zarzal,  Cuevitas,  Claras  y  otros  que 
eran  puntos  estratégicos. 

Eq  consonancia  con  este  criterio  no  sería  abandonado  Bayamo. 

Continuaba  inspirando  en 
la  Habana  gran  inteiés  la  polí- 
tica local. 

Ante  la  necesidad  de  apli- 
car el  nuevo  régimen  se  acti 
vaban  los  trabf  jos  para  llegar 
á  soluciones  que  permitieran 
constituir  lo;  organismos  que 
habían  de  servir  de  base  á  la 
política  autonomista. 

A  este  efecto,  conferencia- 
ron separadamente  el  día  12 
con  el  g  jbernador  general,  los 
jefes  de  esos  partidos. 

Como  se  mantuvieran   to- 
davía las  resistencias  de  losie- 
formistas  para  aceptar  las   pro- 
posiciones que  los  autonomistas  les   habían  hecho,  el  general   Blanco 
excitó  al  señor  Rabell  para  que  cesara  la  intransigencia,  pues  en  el  caso 
de  que  se  trataba  ni  debían  ni  podían  los  reformistas  oponer  obstáculos 
á  la  obra  necesaria  de  simpliñcar  organismos  locales. 

El  señor  Rabell  aceptó  las  indicaciones   hechas  por  el  gobernador 
general  y  ofreció  el  concurso  de  sus  amigos  con  el  carácter  de  incondi- 


Jitnta    autonomista 
D.    RICARDO   BELMONTE 


257 


GOLETA   INSURRECTA   HUYENDO   Dü   LA    PERSEClJClUN    DK    UW   UAÍÍÜNKRO 
Blanco  33 


258 

cional  apoyj  á  la  primera  autoridad  de  la  isla,  quedando  en  tal  concep- 
to hecha  la  fusión  y  denominándose  en  lo  sucesivo  el  nuevo  partido 
liberal  autonomista . 

La  conferencia  del  marqués  de  Apezteguía,  jefe  del  partido  de 
Unión  constitucional  de  Cuba,  con  el  gobernador  general  tuvo  tambiéa 
importancia  é  interés. 

Alejado  del  Gobierno  el  partido  constitucional,  importaba  al  gene 
ral  Blanco,  como  importaba  á  los  autonomistas,  conocer  su  actitud,  da- 
da la  valiosa  representación  que  tenían  en  la  política  del  país. 

El  marqués  de  Apezteguía,  una  v£z  establecida  la  legalidad,  mani- 
festó que  no  constituiría  dificultad  para  el  desarrollo  de  la  nueva  polí- 
tica, pues  españoles  y  patriotas  sus  correligionarios  frente  á  un  enemigo 
común,  estarían  al  lado  siempre  del  que  representara  á  España. 


CAPITULO    XXI 


PatriotÍBmo  tardío. — Estado  y  aspecto  deplorable  de  la  provincia  de  la  Habana. — Las  fuerzas 
insurrectas  y  las  del  ejército. — Actividad  en  las  operaciones. — Encuentro  en  Manacas. — 
Batida  y  dispersión  de  las  partidas  de  Collazo  y  Acea.— Noticia  alarmante. — Rumords 
inquietantes. — Confirmando  la  noticia.— Zozobra  é  impaciencias  de  la  opinión. — La  ges- 
tión Ruíz. — Fenómenos  de  identidad. — Nuestros  votos. 


A  c&mpBiña.  de  los  guerrisias  contist  los  Estados  Uni- 
dos porque  intervenían  en  los  asuntos  de  Cuba  y 
porque  Mac  Kinley  había  dicho  en  el  Mensaje  que 
habíamos  cometido  brutalidades  en  la  guerra  arreció 
un  tanto  aquellos  días.  El  orfeón  político  que  entonaba  el  can- 
to bélico,  compuesto  de  profesores   procedentes  de  las  más 
desacreditadas  murgas  de  nuestra  desacreditadísima  polític  , 
esforzó  aquellos  días  sus  desentonadas  voces  pidiendo  sangre 
y  exterminio  en  Cuba,  en  los  Estados  Unidos  y  donde  quiera 
que  hubiese  un  enemigo  de  España. 

Los  manes  de  Fernando  el  Católico,  Carlos  V  y  Felipe  II  se  extre- 
mecieron  de  gozo  pensando  que  la  nación  que  rigieron  estaba  tan  pode- 
rosa como  ellos  la  dejaron  y  que  seguíamos  siendo  conquistadores  de 
dos  mundos,  terror  del  turco  y  admiración  de  Europa. 

Grande  fuera  el  asombro  si,  resucitando,  hubieran  visto  á  lo  que 
estábamos  reducidos,  pero  mayor  aún  su  dolor  ó  su  cólera  é  indignación 


260 

contemplando  la  inmensa  desproporción  que  había  entre  esas  fieras 
arrogancias  y  los  medios  de  realizarlas;  y  cuando  advirtiesen  que  los 
que  tan  altaneros  y  belicosos  se  mostraban  nunca  trabajaron,  ni  pensa- 
ron siquiera  en  trabajar  por  hacer  de  la  enflaquecida  patria  una  nación 
fuerte,  y  que  la  empujaban  á  la  guerra  sólo  porque  vislumbraban  en 
ello  un  negocio  político,  es  seguro  qu2  de  pura  vergüenza  se  hubieran 
vuelto  á  morir. 

Años  habían  tenido  por  delante  y  materiales  y  poder  sobrados  para 
organizar  ejército  colonial  que  excusase  el  envío  de  cientos  de  miles 
soldados  peninsulares  á  Ultramar  y  el  gasto  consiguiente;  para  cons- 
truir en  la  gran  Antilla  ferrocarriles  y  caminos  estratégicos  y  fundar 
colonias  militares  en  puntos  convenientes;  para  organizar  el  ejército  de 
la  Metrópoli  y  prepararlo  á  los  posibles  corflictos;  para  hacer  una  Ar- 
mada en  proporción  con  los  intereses  que  teníamos  que  defender  y  con 
los  peligros  que  debíamos  arrostrar;  y  para  concebir  y  plantear  un  sis- 
tema de  política  exterior  faltos  del  cual  no  podíamos  vivir  sino  como 
hemos  vivido,  agonizando  sin  merecer  siquiera  de  las  demás  naciones 
un  poco  de  compasión. 

No  hicieron  nada  de  esto.  No  mostraron  siquiera  el  deseo  de  ha- 
cerlo, y,  cuando  la  catástrofe  se  avecinaba,  esos  que  tanta  parte  habían 
tenido  en  ella  vociferaban  furiosamente,  indignados  como  víctimas,  en 
vez  de  esconderse  avergonzados  como  autores  de  tantas  desventuras. 


Profunda  huella  de  tristeza  dejó  en  nuestro  ánimo  el  informe  que 
el  día  15  de  Diciembre  nos  remitió  nuestro  corresponsal  en  la  Habana 
sobre  el  estado  y  aspecto  deplorable  de  aquella  provincia. 

Gran  númeio  de  ingenios  estaban   parados,  extensos  cañaverales 


261 


destruidos  y  muchos  potreros  sin  que  se  viera  ea  ellos  una  sola  cabeza 
de  ganado.  Da  los  primeros  solo  molían  los  llamados  Josefita,  Jobo  y 
Merceditas,  Becerra,  Torres,  Flora,  Providencia,  Portugalete,  Toledo 
y  Rosario,  y  en  todos  ellos  la  zafra  era  exigua  por  no  haber  podido  cul- 
tivar á  tiempo  los  campos. 

Las  oparaciones  de  la  recolección  se  habían  hecho  en  condiciones 

pésimas,  no  sólo  porque  esca- 
seaban los  braceros  y  tenían 
que  tomarse  precauciones  para 
ir  á  los  cortes,  sino  por  la  ca- 
rencia de  ganados  para  Jos 
arrastres  de  la  caña. 

La  población  reconcentrada 
era  muy  numerosa  en  la  pro- 
vincia. Pasaban  de  seienia  mil 
las  personas  que  se  hallaban  en 
esa  situación,  siendo  mujeres 
y  niños  en  su  mayoría,  y  todos 
presentaban  aspecto  análogo  al 
que   ofrecían    los    de    Vuelta 

Abajo. 

En  su  beneficio  hacía  plausi- 
bles esfuerzos  la  caridad  públi- 
ca y  privada,  y  merced  á  esto  se  facilitaban  ranchos  nutritivos  y  se  fun- 
daban asilos  para  los  huérfanos. 

La  despoblación  producida  por  la  guerra  y  las  enfarmedades  guar  - 
daban  en  aquella  provincia  proporción  análoga  á  la  ob¿ervada  en  la  de 
Pinar  del  Río. 

Ei  estado  de  la  insurrección  era  en  ella  de  gran  quebranto. 

Los  rebeldes  se  encontraban  sin  caballos,  fraccionados  en  pequeños 


Junta   aiifonomistii 
DON  ANTONIO  GOVÍN  Y  TORRES 


262 

grupos,  amparcdos  en  las  lomas  y  ciénagas  de  la  provincia,  huyendo 
de  la  persecución  activísima  de  las  columnas  dirigidas  por  el  bizarro  é 
infatigable  general  González  Parrado. 

El  número  de  insurrectos  armados  se  calculaba  en  i  500  y  estaban 
mandEdos  por  los  cabecillas  Juan  Delgado,  Jacinto  Hernández,  Nodarse, 
Alejandro  Rodiiguez,  Arango,  Aranguren,  Cárdenas  y  Collazo. 

Temerosos  de  que  se  realizasen  Jas  presentaciones  anunciadas,  eran 
inspeccionados  activamente  por  Mayía  Rodríguez,  á  cuyas  órdenes  es- 
taban todos. 

Las  fuerzas  del  ejército  que  allí  operaban  ascendían  á  6.000  sóida 
dos  y  guerrilleros,  deducidos  los  enfermos  y  los  que  prestaban  servicio 
de  guarnición. 

Habiendo  mejorado  la  alimentación  del  soldado,  era  más  satisfacto- 
ria también  la  salud  de  las  tropas. 

También  resultaba  en  las  operaciones  una  plausible  actividad,  que 
había  de  producir  resultados  beneficiosos  para  incapacitar  por  completo 
al  enemigo  decaído  y  desmoralizado. 


* 
*  * 


El  coronel  Delgado,  con  el  batallón  de  Burgos,   batió  el  día  12  en 
Manacas  á  una  partida  rebelde  fuertemente  posicionada,  á  la  que  des 
alojó  de  sus  trincheras,  persiguiéadola  y  dispersándola  más  tarde  en 
Mamoncillo,  donde  volvió  á  hacer  resistencia,   recogiendo  en  el  campo 
once  muertos  del  enemigo. 

La  columna  tuvo  un  muerto  y  tres  heridos  de  tropa. 

En  la  mañana  del  14  el  general  Maroto,  al  frente  de  los  escuadro- 
nes de  Borbón,  encontró  reunidas  cerca  de  Alquizar,  en  la  finca  llama- 
da Pj^,  á  las  partidas  que  mandaban  los  cabecillas  Collazo  y  Acea. 


263 

El  enemigo  tenía  tomadas  posiciones,  de  las  que  se  le  desalcjó,  y 
cuando  se  le  hubo  sacado  al  llano,  cargó  sobre  él  bizarramente  uno  de 
los  escuadrones  de  Borbón,  mientras  la  guerrilla  Peral  le  cortaba  la  re- 
tirada. 

Este  movimiento  envolvente  ejecutado  con  una  precisión  admira- 
ble, desconcertó  á  los  rebaldes  que,  en  su  huida  á  la  desbandada,  fueron 
acuchillados  por  los  jinetes  de  Borbón,  dejando  en  el  campo  43  cadáve- 
.res,  34  armas  de  fuego,  15  machetes  y  varias  cajas  de  cartuchería. 

Recogidos  los  muertos  fueron  trasladados  al  inmediato  pueblo  de 
Aiquizar  para  su  identificación  y  enterramiento. 

Resultó  gravemente  herido  el  capitán  don  [osé  Nogueras  y  murió 
un  soldado. 

Con  carácter  reservado  nos  comunicaron  el  día  16  desde  la  Habana 
una  alarmante  y  delicada  roticia  que  por  discreción  retrasó  trasmitirla 
nuestro  corresponsal  hasta  saber  que  se  había  remitido  ya  por  vía  de 
Cayo  Hueso. 

Circulaba  por  la  capital  el  rumor  de  que  el  día  14  había  salido  para 
un  punto  cercano,  del  que  se  hallaban  posesionados  los  insurrectos,  el 
teniente  coronel  de  ingenieros  don  Joaquín  Ruíz. 

El  rumor  público  atribuía  al  viaje  del  señor  Ruíz  cierta  importan- 
cia, por  suponerle  relacionado  con  las  gestiones  que  se  venían  realizan- 
do para  la  presentación  de  algunos  cabecillas. 

Habíase  dicho  que  Aranguren,  aquel  que  detuvo  el  tren  de  Gua- 
nabacoa  y  llevó  presos  á  varios  oficialas,  estaba  dispuesto  á  aceptar  la 
autonomía,  y  añadíase  que  el  señor  Ruíz  fué  al  campo  rebelde  para  avis- 
tarse con  dicho  cabecilla. 

Como  había  transcurrido  tiempo  bastante  para  que  regresara  de  su 
vipje  aquel  distinguido  jefe  de  nuestro  ejército  y  aun  no  había  vuelto 
ni  se  tenía  noticia  alguna  de  su  paradero,  habían  comenzado  á  circular 
rumores  pesimistas,  diciendo  que  el  cabecilla  Aranguren  había  rehusa- 


264 

do  las  proposiciones  que  el  señor  Ruíz  le  hiciera  y  detenido  á  éste,  im- 
pidiéndole regresar  á  la  Habana. 

Otros  más  alarmistas  llegaron  á  anunciar  que  Aranguren  había  he- 
cho prisionero  al  señor  Ruíz  y  enviádole  en  calidad  de  tal  á  su  jefe  Mf- 
yía  Rodiíguez  para  que  le  aplicara  el  bando  de  Spotorno;  «pero,  á  decir 
verdad— advertía  nuestro  comunicante — todos  estos  rumores  carecen 
de  verdadero  fundamento,  pues  ni  el  tiempo  transcurrido  autoriza  ver- 
siones tan  alarmantes  ni  es  de  creer  que  el  señor  Ruíz,  conocedor  como 
pocos  del  país,  por  el  mucho  tiempo  que  lleva  en  la  Habana  y  la  íntima 
relación  en  qu3  vive  con  todas  las  clases  sociales,  fuera  al  campamento 
de  Aranguren  sin  saber  de  antemano  á  qué  atenerse». 


*  * 


Al  siguiente  día  recibimos  de  nuestro  corresponsal  en  la  Habana 
un  despacho  confirmando  los  rumores  alarmistas  relacionados  con  el 
viaje  al  campo  rebelde  del, teniente  coronel  señor  Ruiz,  ayudante  del 
general  Blanco  y  director  del  acueducto  de  la  Habana. 

«Salió  el  lunes  último  (día  13)— decía  el  despacho — acompañado  de 
un  práctico  á  conferenciar  con  el  cabecilla  Aranguren,  quien  se  dice  se 
hallaba  dispuesto  á  aceptar  la  autonomía  y  á  realizar  un  acto  de  sumi- 
sión al  Gobierno  de  la  metrópoli.» 

Y  añadía: 

«A  pesar  de  los  días  que  han  transcurrido  nada  se  ha  vuelto  á  sa- 
ber del  señor  Ruíz  ni  del  práctico,  y  comienza  á  temerse  que  les  haya 
ocurrido  una  desgracia,  toda  vez  que  el  lugar  señalado  para  la  entre- 
vista está  muy  cerca  de  la  Habana...  — A'...*'» 

Por  la  noche  algunos  periódicos  de  Madrid  hicieron  pública  la  no- 
ticia, que  trasmitida  por  los  corresponsales  de  provincias  á  sus  raspee- 


265 


tivos  diarios  llevó  á  todos  los  ánimos  la  inquietud  y  la  zozobra  y  dio 
lugar  á  muchos  comentarios  la  misión  del  ilustrado  jefe  de  nuestro  ejér- 
cito y  el  riesgo  á  que  se  le  había  expuesto,  teniendo  en  cuenta  la  acti- 
tud intransigente  del  generalísimo  y  de  algunos  de  sus  partidarios  y 
secuaces. 

No  es  para  pasado  en  silencio  el  viaj  j  de  un  jefe  del  ejército  espa- 
ñol al  campo  de  la  rebeldía  se  - 
piratista. 

Los  telegramas  particulares 
del  dia  jj  acusaron  completa 
tranquilidad  sobre  particular 
tan  interesante,  desmintiendo 
los  rumores  alarmistas  y  anun  - 
ciando  que  se  esperaba  que  por 
la  tarde  llegase  el  señor  Ruiz  de 
Campo  Florido  en  el  tren  de 
Matanzas,  asegurándose  á  la 
vez  que  estaba  salvo  y  en  liber- 
tad y  regresaría  á  la  II  ibana  de 
un  momento  á  otro.  Podemos, 
por  tanto,  adelantar  aquí  nues- 
tro prejuicio,  aún  antes  de  cono  ■ 
cer  el  resultado  de  la  gestión 

Ruíz,  sobre  el  alcance  del  acto  realizado  por  el  arriesgado  jefe  de  inge- 
nieros, qu3  mandaba  también  uno  de  los  batallones  de  bomberos  y  diri- 
gía las  obras  de  Vento. 

Por  seguro  tuvimos,  desde  luego,  que  no  se  trataba  de  una  aventu- 
ra realizada  por  el  deseo  de  notoriedad,  sino  de  una  gestión  seria,  bien 
meditada,  no  sólo  por  los  momentos  en  que  se  realizaba,  sino  p>r  la 
calidad  de  la  persona  encargada  de  llevarla  á  cabo. 

Blanco  34 


^í;^. 


Junta  autonomista 
DON    MIGUEL   MOYA 


266 

Aucque  nirguca  utilidad  practica  reporte  ya,  al  juzgar  este  he- 
cho, recordar  el  carácter  de  la  nueva  política  inaugurada  aquellos  días 
en  la  gran  Antilla,  ni  hacer  comparaciones  con  la  que  imperaba  pocos 
meses  antes,  ;i  ncs  parece  de  interés  señalar  algunas  coincidencias  entre 
lo  que  á  la  fecha  acontecía  y  lo  que  ocurrió  en  aquel  período  en  que  se 
inició  el  de smcronf  miento  del  edificio  que  pretendiera  levantar  Carlos 
Manuel  Céspedes  con  su  grito  en  Jara. 


# 
*  * 


Hallábase  á  la  sazón  quebrantada  la  insurrcccfón  en  las  provincias 
occidentales,  no  sólo  por  el  continuo  pelear,  siró  porque  la  miseria  y 
las  enfermedades  se  cebabín  aún  más  en  nuestros  enemigos  que  en  el 
ejército  leal,  pues  averiguado  está  que  los  que  servían  en  el  ejército  li- 
bertador no  eran  gentes  consagradas  por  la  absoluta  inmunidad. 

En  tales  condiciones  la  rebeldía,  se  inició  una  política  que  concedía 
á  Cuba  la  perscnalidid  en  téimicos  que  no  concibieron  los  más  ilusos 
y  paiecía  existir  sfén  entre  todos  aquellos  que  contebsn  á  la  fecha  con 
los  resortes  del  poder  paia  atraer  á  la  legalidad  á  las  gentes  que,  más 
por  la  ilusión  de  un  triucfo  inmediato  que  por  la  íé  en  las  ideas,  fueron 
á  pelear  en  la  manigua  por  la  independencia  de  la  isla. 

Circunstancias  tan  especiales  obligaron  á  Máximo  Gómez  á  ratifi- 
car como  dictador  sus  bandos  rigorosos. 

Temía  sin  duda  el  generalísimo:  quizá  sintiera  cerca  de  su  campa  - 
mentó  los  latdcs  del  descontento,  los  síttomas  del  cansencio,  la  inicia- 
ción de  un  estado  psrecido  á  aqvel  ctro  que  le  obligara  er  1876  á  aban- 
donar Las  Villas,  donde  fué  víctima  con  Sanguily  délas  conspiraciones 
y  asechanzas  de  Msyo,  jefe  de  losrevoItcío.«,  ctbeza  de  les  motines  que 


267 

iaiciaron  la  desmoralización  de  la  rebeldíi  ya  convertida  en  verdadera 
anarquía  revolucionaria. 

Gómez  á  la  sazón^  como  Spotorno  entonces,  se  previno  contra  la 
vacilación,  y  reprodujo  el  bando  que  aqusl  firmara  en  3  ■)  de  Julio  de 
1875  en  San  Jasé  de  Guaycamanar,  y  cuya  parte  dispositiva  era  la  si- 
guiente:—  <Lque  sean  tenidos  y  ju\gados  como  espías  los  individuos  pro- 
cedentes del  campo  enemigo  que  presenten  de  palabra  ó  por  escrito  pro- 
posiciones de  pa\  fundadas  en  base  que  no  sea  la  independencia  de  Cuba». 

D3  esta  suerte  logró  imponerse  Spotorno  á  la  masa,  pero  no  logró 
someter  á  los  j  jfes  á  la  disciplina,  aunque  Estrada  Palma,  en  cumpli- 
miento del  bando,  fasiló  á  Esteban  da  Varona  y  al  práctico  Castellanos. 

La  revolución  ya  desnaturalizada,  fué  rápidamente  hacia  la  disolu- 
ción, y  ni  los  prestigios  de  Vicente  García  ni  la  tenacidad  da  Maceo  lo- 
graron contener  la  desbandada. 


*** 


Con  esos  anteceientes;  tratáadoss  de  la  m'sma  gente;  habiendo 
amenazado  Gómez  con  el  fusilamiento  «á  los  que  hicieran  verbalmente 
ó  por  escrito  proposiciones  que  no  estuvieran  basadas  en  la  independen- 
cia» hubimos  de  ver  en  el  viaja  del  teniente  coronel  don  Joaquía  Ruíz 
un  riesgo  y  una  temeraria  imprudencia. 

Otros,  más  confiados  ó  menos  conocedores  de  la  deslealtad  mambí, 
vieron  en  aqual  viaja  un  hecho  importantísimo:  el  incumplimiento  por 
parte  de  Aranguren  de  las  órdenes  y  bandos  publicados  por  el  jefe  de 
la  revolución,  ya  qu;  no  era  de  creer  que  el  señor  Riíz  le  habiese  visi- 
nio  por  el  gusto  de  pasar  ua  par  de  días  con  el  cabacilla  que  tenía  en 
CDnstante  amenaza  á  Guanabacoa  y  Campo  Flori  lo. 

Como  en  la  H  ibana,  sentimos  todos  aquí  zjzobras  por  la  suerte  del 


268 

señor  Ruíz:  pero  ea  repaso  nuestro  espíritu,  en  vista  de  los  tranquili  - 
zadores  telegramas  del  día  jy,  seguros  del  regreso  feliz  del  digno  jefe  de 
ingenieros  á  la  capital  de  la  Antilla,  gozamos  natural  satisfacción  y 
desechamos  nuestros  temores,  esperando  mejor  impresionados  el  resul- 
tado de  la  misión  que  se  le  confió,  y  haciendo  votos  por  que  esos  fenó- 
msnos  de  identidad  entre  la  rebeldía  al  final  de  1897  y  la  rebelión  al 
terminar  el  año  1877  se  acentuasen  en  forma  tal  que  permitieran  al  Go- 
bierno acariciar  los  optimismos  qae  revelaba  á  toda  hora  y  al  país  pen- 
sar en  la  reconstitución  de  sus  fuerzas  morales  y  materiales. 


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A/uiuiu«iB-uiitHiaiiiiu..>ii)ijiiiiiiii  .iHNiiiitiii  iiiituKiiiiiitMumtiiuni.iiiiiNiiuiiniiiniuiMHt«.i>iiiHiitiiiiuHiniiuniiiuiuiiiuiniiuiiiiiriiiitiiiiniiiiiiiiiiiiiiiuii^ 
"§{«1— niut:i-'"HgWHiiíi.nimMtrt¿i  '"MKiHnin  "iHiiMiin  'khvh»*-'  :iiinHiiniin  í^'nnn'inn'iuinmtnm  ^'»^ewi*«n""nBniiiilJt'nnaiw»*'»iiw=i«»"  -y^ 


CAPITULO   XXII 


Indicios  favorables. — Optimismos. — Rumor  satisfactorio. — Episodio  dramático. — El  corazón 
de  nuestros  soldados. — Dos  niños  extraídos  de  una  sima. — La  Hija  del  batallón  de  las 
Navas. — Derrota  de  la  partida  del  cabecilla  líápoles. — Operaciones  en  Oriente. — Capta- 
ra del  cabecilla  Villanueva. — Rudo  combate  en  los  Altos  de  San  Francisco. — Ataque  á 
un  convoy. — La  columna  del  general  Segura. — El  enemigo  batido  y  disperso. — Nuestras 
bajas. — Llegada  del  convoy  á  su  destino. — Buenas  impresiones. — La  zafra  en  la  provincia 
de  Matanzas. — Noticias  é  impresiones. — Rumores  y  esperanzas. — Agitación  en  el  campo 
rebelde. — El  cabecilla  Villanueva. — Mejora  el  aspecto  de  la  guerra  y  los  valores  públicos. 


;■"  OR  multitud  de  datos  é  informes  que  aunque  parecían 

aislados  guardaban  entre  sí  una  perfecta  relación  de 

conjunto,  echábase  de  ver  que  en  aquellos  días  habíi 

mejorado  considerablemente  el  aspecto  militar  y  poli  ■ 

tico  de  la  cuestión  cubana. 

No  solían  antes  durar  más  de  veinticuatro  horas  las  im 
presiones  favorables  j  era  cosa  de  rúbrica  el  que  una  mala 
noticia  se  sucediese  sin  falta  á  una  noticia  satisfactoria. 

Advertíase  á  la  sszón  una  progresión  constante  en  la  se- 
rie de  los  buenos  efectos  que  augurado  habían,  y  deseáramos  todos,  los 
que  siempre  tuvieron  fe  ciega  en  las  solucionas  de  libertad  y  de  justi- 
cia. 

Lo  que  no  habían  hecho  ni  podían  hacer  los  extractos  remitidos 
por  telégrafo,  principiaba  á  hacerlo  el  texto  íntegro  de  los  Estatutos  co- 
loniales. 


270 

La  prensa  de  la  Habana  publicó  el  día  i6  la  Coastitución  autonó- 
mica de  la  isla,  acogiendo  con  gran  entusiasmo  los  decretos  que  fueron 
aplaudidos  por  los  liberales  y  recibidos  con  grandísimo  júbilo  por  la 
población  cubana. 

Su  conocimiento  suscitó  en  la  grande  Antilla  algo  mejor  y  más  útil 
que  el  legítimo  entusiasmo  de  los  partidarios  del  régimen  liberal  auto- 
nómico. Produjo  un  rigoroso  renacimiento  de  la  confianza  pública,  y 
devolvió  la  noción  de  la  propia  capacidad  á  muchos  que  casi  por  ente- 
ro la  habían  perdido. 

Eran  allá  muy  numerosos  los  elementos  que  dudaban  de  la  sinceri- 
dad de  España,  y  esa  duda  estaba  fomentada  y  mantenida,  no  tanto  por 
los  amigos  exaltados,  cuanto  por  los  enemigos  acérrimos  de  las  refor- 
mas. 

Al  patentizarse  á  los  ojos  de  todos  la  verdad,  ya  no  cabían  ni  pérfi  - 
das  sugestiones  ni  malas  inteligencias. 

El  país  cubano  pudo  apreciar  por  sí  mismo  el  alcance  de  la  Cons 
titución  que  le  había  otorgado  la  Metrópoli,  y  tenía  en  el  representante 
de  éita  el  más  digno  y  seguro  fiador  de  que  aquélla  sería  fiel  y  lealmente 
cumplida. 

Testimonio  de  su  gratitud  y  del  buen  ánimo  con  que  se  aprestaba 
á  entrar  en  la  vida  nueva,  fué  la  fusión  de  las  agrupaciones  liberales  y 
la  aceptación  de  la  legalidad  común  por  la  parte  más  desinteresada  é 
inteligente  de  las  fuerzas  conservadoras. 

La  feliz  reacción  operada  en  la  política  comenzaba  á  reflijarse  en 
el  curso,  ó,  mejor  todavía,  en  el  estado  de  la  guerra. 

De  las  indicaciones  contenidas  en  los  telegramas  del  día  17  —  xSe 
comenta  el  movimiento  de  las  partidas  rebeldes  alrededor  de  la  Habana. 
Los  comentarios  que  se  hacen  son  muy  favorables  á  la  causa  de  la  au- 
tonomía y  de  España.  Si  guarda  mucha  reserva,  pero  esperando  impor- 
taates  y  satisfactorios  sucesos»— resulta  que  cierta  versión  propalada 


271 

a:iuellos  días,  y  en  la  cual  se  entreveía  un  doloroso  fracsso,  podía,  muy 
al  contrario,  referirse  á  un  buen  suceso  préximo. 


* 
*  * 


Simultáneamente  con  los  horizontes  de  Filipinas,  se  aclaraban  por 
momentos  los  horizontes  de  Cuba. 

Al  ser  conocida  el  día  ló  de  Diciembre  la  consoladora  noticia  de  la 
pez  y  de  la  sumisión  de  los  rebeldes  tagalos  en  el  Archipiélago  de  Le- 
gazpi,  se  produjo  en  los  espíritus  una  gran  reacción,  tan  optimista,  que 
la  gente  se  mostraba  dispuesta  á  aceptar  todo  lo  que  fuera  agradable. 

Por  esto  se  abrió  camino  un  rumor  muy  satisfactorio  relacipnado 
con  la  guerra  de  Cuba. 

Díjosequeel  Gobierno  había  recibido  algún  despacho  de  la  prime- 
ra autoridad  de  la  isla,  en  el  que  se  anunciaba  que  en  plazo  breve  se  ve- 
rificarían algunas  presentaciones  de  importancia  y  hasta  se  añadió  que 
eran  cuatro  los  cabecillas  de  significación  que  abandonarían  la  lucha, 
reconociendo  la  legalidad. 

Ya  venía  dic'éndose,  desde  hacíannos  días,  por  gente  de  ordinario 
bien  informada,  que  personas  de  influencia  entre  ciertos  elementos  de 
Cuba  estaban  realizando  trabajos  á  fin  de  conseguir  qne  varios  cabeci- 
llas de  prestigio  y  que  mandaban  núcleos  impoi tantas  depusieran  las 
armas  y  acataran  la  legalidad.  Y  estos  rumores  se  acentuaron  dicho  día, 
con  motivo  de  las  noticias  sobre  la  pacificación  de  Filipinas. 

A  nosotros  se  nos  informó  desde  el  teatro  de  la  guerra  que,  efecti- 
vamente, se  estaban  haciendo  trabajos  en  tal  sentido  y  que  uno  de  los 
que  ponían  mayor  empeño  en  ello  era  don  Marcos  García. 


272 


TambiéQ  se  nos  comunicó  que  se  confiaba  en  un  buen  éxito,  pero 
que  este  no  se  realizada  hasta  después  de  implantarse  la  autonomía, 

cuando  funcionase  el  gobierno  in 
sular. 

Fundados  ó  ir  fundados,  esos  ru- 
mores y  presentimientos  se  gene  • 
ralizaron  y  tomaron  cada  di\  más 
cuerpo. 

Cierto  es,  y  con  profundo  dolor 
lo  reconocemos,  que  nos  engañó  y 
engañó  á  cuantos  opinaron  como 
nosotros,  la  intensidad  del  deseo: 
pero  fué  por  que  consideramos 
que  es  siempre  ley  que  la  buena 
semilla  dé  buen  fruto  y  que  la 
generosidad  fecundice  las  tierras 
y  las  almas  esterilizadas  por  el 
odio. 

España  había  hech  ?  cuanto  podía 
hacer  por  su  colonia;  justo  y  de  esperar  era  que  la  colonia  hiciera 
el  resto,  por  si  misma  y  por  lamagnánima  madre  patria. 


Junta  nutonomista 
DON   JOSÉ    DEL   PEROJO 


« 
*    * 


La  llegada  al  poblado  de  Los  Palos,  á  raíz  de  la  presentación  de  los 
hermanos  Cuervo  y  su  partida,  después  de  tres  ó  cuatro  días  de  opera- 
ciones, del  batallón  de  las  Navas,  proporcionó  á  uno  de  nuestros  corres- 
ponsales en  el  teatro  de  la  guerra,  que  fué  allí  á  presenciar  el  primer 
suceso  de  importancia  acaecido  en  la  presente  campaña,  que  habla   de 


273 


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274 

servir  como  de  prólogo  á  la  nueva  obra  iniciada  con  el  cambio  de  poli 
tica  y  de  procedimientos  en  Cuba,  ocasión  de  conocer  uno  de  los  episo- 
dios más  dramáticos  de  la  última  insurrección  separatista,  referido  por 
los  jefes  de  dicho  batallón,  el  teniente  coronel  señor  lioate  y  el  coman- 
dante señor  Ruiz. 

A  mediados  del  mes  de  Octubre  anterior  se  encontraba  la  cuarta 
compañía  de  Las  Navas  en  un  sitio  llamado  el  Salto  del  Chivo,  junto  á 
las  lomas  de  Zapata,  no  muy  lejos  de  Jaruco.  Los  soldados,  que  en  el 
campo  no  dt jibán  sitio  por  reconocer,  advirtieron  que  había  allí  en  me- 
dio del  campamento  una  sima  muy  profanda;  miraron,  curiosearon, 
quisieron  ver  lo  que  allí  había,  y  en  esta  inquisición  les  sorprendió  el 
llanto  de  uii  niño. 

No  fué  necesario  más;  inmediatamente  se  buscó  una  cuerda,  y  con 
ella  atado,  bajó  al  fondo  del  pozo  un  soldado,  encontrándose  un  niño 
de  pocos  años  encima  de  cinco  cadáveres  de  adultos.  Hjrrorizado  y  con 
el  niño  en  brsz-^s  salió  el  valeroso  soldado  de  aquel  pozo;  el  capitán  de 
la  compañía  recogió  y  se  hizo  cargo  del  niño,  al  que  todos  los  soldados 
se  desvivían  por  acaiiciar. 

Alguien  tuvo  la  feliz  idea  de  que  se  practicara  un  nuevo  reconoci- 
miento en  aquella  sima,  por  si  quedaba  algún  otro  ser  viviente;  bajó  de 
nuevo  al  fondo  del  pozo  el  mismo  soldado  y  mirando  más  detenidamen- 
te vio  que  poco  más  allá  de  los  cinco  cadáveres  había  una  niña  con  vi 
da,  la  cual  al  verle  le  habló,  aunque  con  mucha  dificultad. 
—¿Me  traes  de  comei?— le  dijo. 

Y  el  soldado,  cogiéndola  cariñosamente,  se  apresuró  á  salir  de  nue- 
vo de  allí,  con  la  impaciencia  de  completar  su  obra  humanitaria. 

La  niña  representaba  tener  como  unos  cinco  años  de  edad;  la  ane- 
mia y  los  días  ¡sabe  Dios  cuántos!  que  llevaba  en  tan  horrible  situación, 
apenas  le  permitían  hablar  y  parecía  idiotizada. 

No  pudo  saberse  quiéoes  fueran  sus  padres,  ri  de  dónde  procedían 


275 

aquellos  inocentes  seres,  ni  cómo  habían  caído  en  aquel  abismo.  Se  su- 
puso que  caminando  por  allí,  sin  conocer  el  camino,  cayeron  en  la  si- 
ma: irían  todos,  como  iban  los  campesinos,  errantes,  sin  hogar,  sin  re- 
cursos, sin  fuerzas  ni  para  pedir  limosna,  huyendo  de  las  tropas  y  de 
los  mambises,  dejándose  morir.  Ellos,  los  adultos,  no  pudieion  sobrevi- 
vir al  golpe  de  la  caída  y  á  su  estado  de  agotamiento  de  faerzjs;  á  los 
niños  los  conservó  Dios  para  que  pudiera  recogerlos  la  mano  cariñosa  de 
nuestros  bondadosos  y  caritativos  soldados. 

Cuando  al  día  siguiente  fué  conocido  de  todos  el  suceso,  el  n'ño  ha- 
bía muerto,  y  la  niña,  que  á  fuerza  de  cuidados  vivia,  fué  prohijada  por 
el  batallón  de  Las  Navas. 

El  capitán  de  aquella  compañía,  don  José  Nestares,  al  marchar  al 
poco  tiempo  del  suceso  á  la  Península,  quiso  llevarse  la  niña,  pero  el 
estado  delicado  de  salud  no  lo  permitió,  y  fué  confiada  al  cuidado  del 
obispo  de  la  Habana,  hasta  que  se  repusiera  y  pudiera  entrar  en  un  co- 
legio por  cuenta  del  batallón  que  le  salvó  la  vida  y  la  adoptó. 


*** 


Sabedor  el  general  Salcedo,  que  con  la  división  de  su  mando  ope- 
raba en  jurisdicción  de  Sancti  Spíritus,  de  que  el  cabecilla  Ñapóles  con 
su  partida  estaba  en  el  Zaza,  mandó  á  su  encuentro  al  batallón  de  Ara- 
piles. 

El  día  i6,  la  pequeña  columna  de  Arapiles  encontró,  en  efecto,  en 
el  potrero  «Manguito»  á  la  partida  de  Ñapóles,  con  la  que  empeñó  rudo 
combate,  á  pesar  de  la  superioridad  numérica  de  sus  fuerzas. 

Los  soldados  de  Arapiles  envolvieron  y  rodearon  á  los  rebeldes  ba- 
tiéndolos y  causándoles  35  muertos  en  un  brillante  ataque  á  la  bayone- 
ta, haciéndoles  tres  prisioneros  y  recogiendo  30  caballos,  tres  mulos,  15 


276 

moaturas,  26  armas  de  fuego,  cartuchos,  un  botiquín  y  documentos  im- 
portantes. 

El  enemigo  huyó  á  la  disbandada,  abandonando  ea  el  campo  de  la 
acción  24  cadáveres,  18  de  los  cuales  tenían  heridas  de  arma  blanca. 

La  columna  no  tuvo  más  bajas  que  dos  heridos  leves  y  cuatro  caba- 
llos muertos. 

El  general  Pando,  con  la  división  de  su  mando,  había  remontado 
el  río  Cauto,  creyéadose  que  había  pasado  ya  de  Guamo. 

Continuaba  la  combinación  para  dejar  libre  aquella  importante  vía 

fluvial. 

Conforme  remontaban  el  Cauto  los  barcos  de  guerra,   avanzaban 

las  columnas  que  iban  por  ambas  orillas  del  río. 

El  díi  13  salió  de  Manzanillo  el  general  Segura  para  realizar  una 
importante  operación,  en  la  que  tomaron  parte  4.000  hombres,  forma- 
dos por  los  batallones  de  Zimora,  Colón,  Alcántara  y  Vizcaya,  y  cua- 
tro piezas  de  artillería. 

Un  escuadrón  de  Villaviciosa  batió  cerca  de  Manguito,  en  la  pro- 
vincia de  la  Habana,  á  la  partiia  de  Juan  De'gado,  que  al  huir  dejó  en 
poder  de  nuestros  soldados  cinco  muertos  con  armas,  cuatro  caballos, 
un  botiquín  y  tres  prisioneros,  uno  de  ellos  el  cabecilla  de  aquella  zona 
titulado  teniente  coronel  Cándido  Villanueva,  importante  en  la  co- 
marca. 

Las  tropas  tuvieron  un  oficial  contuso  y  dos  soldados  heridos. 


**» 


Al  realizar  el  general  Segura,  con  las  fuerzas  á  sus  órdenes,  laope 
ración  anunciada,  que  consistió  en  la  conducción  y  custodia  de  un  im- 
portante convoy  de  víveres  y  mu  liciones  de  Vegaitas  á  Biyamo,  en- 
contró en  los  Altos  de  San  Francisco  (Manzanillo)  á  una  numerosa  par» 


I 


277 

tida  rebalde  que  le  esperaba  fuerte  y  ventajosamente  posicionada,  y  que 
hostilizó  al  convoy,  pretendiendo  cortarle  el  paso. 

El  batallón  de  Alcántara  sostuvo  el  fuego  y  atacó  de  frente,  mien- 
tras el  resto  de  la  columna,  flanqueando  la  derecha  del  enemigo,  trabó 
ua  sangriento  combate  y  arrolló  á  las  fuerzas  enemigas,  desalojándolas 
de  sus  posiciones  y  obligándolas  á  retirarse  en  dispersión. 

La  lucha  fué  muy  empeñada  y  tenacísima  la  resistencia  que  opusie- 
ron los  rebeldes,  los  cuales  abandonaron  en  el  campo  siete  muertos,  ar- 
mas y  municiones,  logrando  retirar  durante  la  acción  otras  muchas  ba- 
jas, cuyo  número  exacto  no  pudo  averiguarse. 

Mandaba  las  partidas  el  cabecilla  Liens. 

La  columna  tuvo  siete  muertos  de  tropa;  heridos  graves  el  médico 
don  EnriquJ  Gavaldá,  segundo  teniente  del  batallón  de  Colón  don  José 
Alicart  y  22  soldados,  y  leves  el  capitán  de  Colón  don  Felipe  García, 
segundo  teniente  de  Alcántara  don  Ildefonso  Puigdengola  y  seis  de 
tropa,  tres  caballos  muertos  y  cinco  heridos. 

Se  distinguieron  en  el  combate  el  comandante  del  batallón  de  Co- 
lón, don  Federico  Piez,  y  los  tenientes  don  C  destino  García,  don  José 
Alicart  y  don  Francisco  Cuevas. 

El  ganeral  Segura  recomendó  en  el  pjrte  oficial  de  la  acción  al  co- 
ronel señor  Tovar,  que  mandaba  la  vanguardia. 

Dispersado  el  enemigo,  continuó  avanzando  la  columna  hacia  Ba- 
yamo,  á  donde  llegó  sin  encontrar  nueva  resistencia. 


*** 


Mejoraban  de  día  en  día  las  impresiones  de  la  guerra. 
En  muchos  ingenios  se  trabajaba  con  actividad  y  se  esperaba  que 
pudiera  realizarse  una  buena  zafra. 

Siendo,  como  era,  la  zafra  la  base  de  la  vida  económica  de  Cuba, 


278 


importaba  mucho  á  la  sazón  cuanto  á  este  asunto  se  lefería,  y  por  ello 
nos  complace  poder  agregar  á  los  datos  que  sobre  la  provincia  de  la  Ha- 
bana df jamos  consignados  los  que  posteriormente  nos  comunicaron 
respecto  de  la  de  Matanzas. 

Molían  si  comenzar  la  última  decena  del  mes  de  Diciembre  en  di- 
cha provincia   los  ingenios  si- 
guientes. 

Sania  Filomena,  de  Soler; 
Socorro,  de  Arenal;  La  Cata 
lina,  de  Hidegger;  Dolores,  de 
Rosell  ;  Enfalde ,  de  Broch  ; 
Arrutía  y  Carmen,  de  Alexan- 
dei ;  Intrépido,  de  Leandro  So- 
lei ;  Concepción,  de  Díaz  y  Joyo; 
Atrevido,  de  Peralta  y  Melga- 
res; y  Diana,  de  Baró. 

Estaban    preparados    para 
romper  molienda  Álava,  de  Zu  • 
lueta;  España,  de  Romero   Ro 
bledo;     Coliseo,    de    Amblard, 
Las  Antillas  y  otros. 

En  el  término   de  Navajas 
había  varias  fincas  donde  habían 

empezado  los  cortes  decaña,  en  cuya  faena  se  empleaba  gran  número  de 
los  que  estaban  reconcentrados  en  los  pueblos,  con  cuyo  solo  hecho  ha- 
bía mejorado  mucho  la  situación  de  los  guajiros  que  se  veían  en  la  im- 
posibilidad de  trabajar. 

Otro  tanto  acontecía  en  la  jurisdicción  de  Cárdenas. 

La  provincia  de  Matanzas  recobraba  de  esta  suerte  gran  parte  de 
las  íueizas  materiales  y  morales  que  había  perdido  en  los  dos  últimos 


Juiíla  autonomista 
.    KLÍ-<En   OIBF.RGA 


I 


♦ 


279 

años  de  guerra,  influyendo  poderosamente  también  en  el  mejoramiento 
de  la  salud  pública. 

En  efecto,  las  noticias  de  Cuba  y  las  impresiones  que  unos  á  otros 
se  comunicaban  en  aquellos  días,  eran  mejores  que  las  trasmitidas  en 
los  anteriores. 

Leyendo  los  militares  conocedores  de  la  gran  Aatilla  el  despacho 
oficial  que  en  la  mañana  del  día  i8  recibió  el  ministro  de  la  Guerra,  re- 
ferente á  la  sorpresa  de  la  partida  de  Ñapóles  y  dando  cuenta  de  las 
operaciones  de  la  semana,  dedujeron  que  nuestras  tropas  habían  hecho 
una  hábil  sorpresa  al  enemigo,  lo  cual  suponía  que  contábamos  con  es- 
pías del  país  y  qu3  esto  podía  favorecer  bastante  la  acción  militar. 

Por  otra  parte,  súpose  que  el  Gobierno  había  tenido  confirmación 
del  despacho  publicado  por  un  diario  de  Madrid,  sobre  el  regreso  á  la 
Habana  del  teniente  coronel  de  ingenieros  don  Joaquín  Ruíz,  que  había 
estado,  en  efecto,  en  el  campo  enemigo. 

En  la  Bolsa  circuló  también  esta  noticia,  relacionada  con  otros  su- 
cesos, que  hicieron  subir  los  valores. 


*  * 


Según. las  noticias  de  personas  que  podían  estar  bien  informadas, 
después  de  la  excursión  realizada  por  el  señor  Ruíz,  el  cabecilla 
Aranguren  había  mandado  reconcentrar  las  fuerzas  enemigas  que  esta- 
ban en  la  provincia  de  la  Habana,  y  se  suponía  que  tenía  el  propósito 
de  presentarse  á  indulto  con  los  parciales  que  tenía  bajo  su  mando. 

Otro  rumor  circuló  el  propio  día  i8:  el  de  encontrarse  enfermos 
Máximo  Gómez  y  Calixto  García;  pero  sin  conocerse  el  origen  de  esta 
versión. 

Los  ministeriales  dijeron  que  el  general  Banco  había  dado  cuenta 
al  Gobierno  de  las  gestiones  que  se  realizaban  en  diversos  puntos  de 


280 

la  isla  para  obtener  la  sumisión  de  varios  cabecillas  que  se  mostraban 
dispuestos  á  acatar  la  legalidad,  en  vista  de  las  reformas  publicadas  y 
cuyo  texto  íntegro  conocían  ya. 

Esto,  unido  á  la  mayor  actividad  que  se  había  dado  á  las  operacio- 
nes de  guerra  desde  hacía  poco  tiempo,  era  causa  de  que  muchos  rebel- 
des mostrasen  deseos  de  cesar  en  una  lucha  estéril  que  no  les  reportaba 
más  que  sinsabores  y  desengaños. 

Por  estas  razones  se  supuso  que  no  transcurriría  mucho  tiempo  sin 
que  depusieran  las  armas  algunos  cabecillas,  con  las  gentes  que  les 
seguían. 

En  el  campo  rebelde  reinaba  una  gran  agitación.  Algunos  cabeci- 
llas daban  órdenes  severísimas  para  evitar  presentaciones  en  masa  de 
las  partidas. 

Con  tal  motivo  se  temían  sensibles  desgracias.  Esto  era  una  prueba 
de  cuánto  temían  los  cabecillas  la  corriente  de  paz,  que  cada  día  era 
más  poderosa  en  el  campo  de  la  rebelión. 

El  cabecilla  apresado  Villanueva  declaró  que  crecía  la  división  en- 
tre los  insurrectos,  semejante  á  la  que  hubo  antes  del  pacto  del  Zanjón. 

En  los  círculos  políticos  se  dijo  el  referido  día  i8: 

«Los  vientos  han  cambiado  de  cuadrante  y  ya  era  hora  que  mejora- 
se el  aspecto  de  la  guerra  de  Cuba.» 

Sin  duda  estas  alegrías  fueron  la  causa  de  que  mejorasen  en  Bolsa 
las  cotizaciones  de  los  valores  públicos. 


CAPITULO  XXIII 


Buenos  síntomas. — ¡Ya  era  tiempo! — La  prensa  cubana.  — Detalles  interesantes. — El  batalldn 
de  San  QuÍLtín. — Operación  combinada. — Ataque  y  toma  del  campamento  de  «El  Mogo- 
te».— La  rebelión  en  la  provincia  de  Matanzas. — Situación  difícil. — Las  fuerzas  del  ejér- 
cito.— General  convicción. — La  salud  del  soldado. — Los  reconcentrados. — La  despobla- 
ción.— El  trágico  suceso  de  Campo  Florido. — Alevoso  asesinato  del  teniente  coronel  don 
Joaquín  Ruiz. — Ansiedad  é  impaciencia  en  la  opinión. — El  jefe  español  y  el  cabecilla 
Aranguren. — Intranquilidad  en  la  Habana. — El  crimen. — Dolorofa  consternación. — Por 
la  patria  y  por  la  paz. — En  honor  del  mártir  de  la  redención  de  Cuba. 


-MPOsiBLE,  á  la  fecha,  juzgar  la  obra  del  ilustre  general 
Blanco;  pero  séanos  lícito  consignar  que  el  estado  de 
la  guerra  presentaba  señales  de   mejoría.  La  primera 
ventaja  lograda  fué  el  desvanecimiento  de  la  comedia 
(  licial  de  la  pacificación  de  las  provincias  occidentales:  come- 
dia que,  además  de  hab^r  quitado  á  España  la  conciencia  de  su 
verdadera  situación,  nos  acreditó  de  torpes  y  de  embusteros  á 
(^      ios  ojos  de  los  gobiernos  de  las  demás  naciones,  muy  bien  en- 
^        tarados  de  la  verdad  por  sus  cónsules  y  llenos  de  asombro  de 
nuestro  empeño  en  engañarnos  y  de  engañarles. 

Sabíamos,  al  fin,  que  en  Pinar  del  Río  quedaban  al  salir  de  la  isla 
el  general  Weyler  unos  9. coa  insurrectos,  3  000  en  la  Habana  y  otros 
^s.ooo  entre  Matanzas  y  Las  Villas,  Sabíamos  también  que  en  el  Ca  ■ 
magüíy  y  en  Oriente,  donde  la  rebeldía  estaba  intacta,  hsbía  unos 
12.000  hombres,  bien  armados  y  provistos  de  abundantes  recursos. 

BlANCX)  38 


282 

La  segunda  ventfja  fué  la  de  mf  jorar  la  comida  del  soldado,  orgii- 
nizar  los  servicios  sanitarios  y  dar  á  las  operaciones,  últimamente  casi 
del  todo  paralizadas,  un  vigor  que  desde  hacía  tiempo  no  tenían. 

De  ahí,  de  que  nuestras  tropas  se  me  vían  poco  y  mal,  nació  la  ilu- 
sión de  la  escasez  de  fuerzas  enemigfs.  Sólo  donde  éitas  tomaban  la 
ofensiva  se  conocía  su  txistercia,  como  sucedía  en  Santiago  de  Cuba, 
región  dominada  por  los  insurrectos  que  en  masas  de  cuatro  ó  seis  mil 


FUENTE  EN  LAS  AFUERAS  DEL  POBLADO  DE  CEtBA  DEL  AGUA  (Habana) 


hombres,  con  cañones  y  toda  suerte  de  impedimenta,  habían  podido 
apoderarse  de  Victoria  de  las  Tunas,  amenazar  á  Holguín  y  caer  sobre 
Guisa  y  rendirla. 

Da  algunos  días  á  la  fecha  observábase  en  las  operaciones  un  cam  - 
bio  radical,  que  vimos  con  gusto.  La  ofensiva  era  nuestra  en  todas  par- 
tes. En  la  Habana  y  en  Las  Villas,  la  caballería,  bien  manijada,  había 
hecho  numerosas  bajas  á  les  matnbises.  Nuestras  columnas  habían  lo- 
grado al  fin  el  contacto  con  íl  antes  invisible  semi- fantást  co  Máximo 
Góm(z.  El  cabecilla  González,  que  operaba  á  las  inmediatas  ordenes  del 


28Í 

generalísimo,  había  sido  batido,  dejando  en  el  campo  buen  número  de 
muertos.  La  línea  de  Cauto  volvía  á  ser  nuestra  al  cabo  de  año  y  medio 
de  perdida;  Guisa  había  sido  reconquistada  á  los  pocos  días  de  perdida; 
el  general  Sigura  había  llegado  á  Biyamo  con  un  convoy  importante, 
sin  grandes  dificultades,  y  4.000  hombres  iban  á  operar  por  aquellas 
abandonadas  comarcas  orientales  contra  Calixto  García  y  Ribí. 

¡Ya  era  tiempo! 

Nada  de  eso  era  decisivo,  de  sobra  lo  sabemos.  Aúa  quedaba  lo  más 
per  hacer;  paro  lo  hecho  fué  algo,  mucho,  en  comparación  de  lo  que 
antes  se  hiciera.  Del  campo  rebelde  llegaban  noticias  que  descubrían  la 
desunión  de  los  principales  cabecillas,  el  cansancio  y  desaliento  de  bue- 
na parte  de  ellos  y  la  desconfianza  de  unos  hacia  otros. 

Lossíntomas  eran  buenos.  ¿Porqué  no  los  hemos  de  consigiar  aquí? 
Ante  ellos,  el  espíritu  patrio  abrióse  á  la  esperanza,  y  el  país  puso  su 
confianza  en  las  dotes  políticas  y  militares  del  general  á  quien  España 
había  encomendado  la  pacifi  :ación  de  la  perla  antillana. 


* 


Las  noticias  de  la  prensa  insu'ar  llegada  en  el  correo  del  19  alcan- 
zaba hasta  el  29  de  Noviembre,  y,  aunque  casi  todos  los  encuentros  de 
que  daba  cuenta,  habíin  siio  adelantados  por  el  telégrafo  y  los  deja- 
mos señalados  en  precedentes  páginas,  encontramos,  sin  embargo,  tn 
ellas  algunos  detalles  interesantes,  que,  seguramente,  leerán  con  gusto 
nuestros  lectores. 

Al  medio  día  del  24  de  Noviembre  se  presentó  al  comandante  mi- 
litar de  Artemisa,  coronel  señor  Antenor  Daelo,  un  negro  rebelde  lla- 
mado José  Chile,  sin  armas  y  completamente  desnudo,  manifestando 
expoLtáneamente  qje  había  estado  siempre  con  el  prefecto   Bernabé 


284 

Muñ(íz  en  lo  más  intrincado  de  la  loma  del  I.  glesito;  que  en  !a  última 
operación  realizada  en  las  lomas  por  el  coronel  señor  Roca,  el  cual  hizo 
prisioneros  á  la  mujer  é  hijos  de  prefecto  "i^Xíñíz,  éste  fué  moitalmente 
herido,  muriendo  á  las  pocas  horas. 

Las  medidas  adoptadas  por  el  general  Blanco  para  remediar  la  mi* 
seria  entre  los  reconcentrados  iban  produciendo  excelentes  resultados. 

Un  espectáculo  sorprendente  y  conmovedor— escribía  i  La  Lucha 
su  corresponsal  en  Artemisa— se  presecció  ayer  en  este  pueblo  al  ver 
repartir  por  las  autoridades,  á  los  reconcentrados  imposibilitados  y  er.- 
íermos,  900  raciones  de  arroz,  galleta,  sal  y  azúcar.  El  hambre  queda 
conjurada  con  la  aplicación  del  benéfico  bando  del  general  Blanco. 

El  día  4  de  Noviembre  fué  atacado  el  poblado  de  San  Andrés  por 
fuerzas  insurrectas. 

El  prestigioso  y  bizarro  general  Luque,  en  previsión  de  un  ataque, 
habia  reforzado  el  destacamento  que  guarnecía  el  poblado  con  una  com 
pañía  del  regimiento  de  la  Habana,  al  mando  del  valiente  capitán  señor 
Camarero,  y  este  bizarro  militar  después  de  defenderse  con  energía  y 
valor,  sin  que  le  arredrara  el  peligro  ni  la  superiorided  de  las  fuerzas 
enemigas,  hizo  una  salida  de  la  plaza  con  las  tropas  de  que  pudo  dispo 
ner,  rechazando  al  enemigo  y  persiguiéndole  hasta  más  dedos  kilóme- 
tros de  la  población. 

Los  rebeldes  abandonaron  en  la  huida  dos  muertos,  y  el  destacamer  - 
to  tuvo  que  lamentar  la  herida  del  bravo  capitán  señor  Sanz  y  las  de 
siete  individuos  de  tropa. 

El  incansable  batallón  de  Mallorca,  á  las  órdenes  del  teniente  coro- 
nel señor  Cortils,  ocupó  el  día  iS  los  ingenios  Mapos,  San  Fernando  y 
Natividad. 

Al  efectuar  dicha  ocupación  sostuvo  fuego  con  el  enemigo,  al  cual 
sorprendió,  haciendo  prisionero  al  titulado  sargento  insurrecto  Ventura 
Lara,  con  armas  y  caballos. 


285 

Después  de  doce  leguas  de  marcha,  realizada  por  el  teniente  coro- 
nel de  Camajuaní,  señor  Altolaguirre,  con  una  sección  de  sus  escuadro- 
nes y  otra  del  regimiento  del  Piíncipe,  en  la  que  reconoció  á  Qaems- 
dos  Nuevos,  Viajacas,  Sabanas  de  Tibizial,  Hortelano  y  Cerrojo,  siguió 
con  i6  movilizados,  pié  á  tierra,  un  rastro  enemigo,  al  que  encontró  en 
el  monte  Gavilán,  batiendo  un  grupo  y  matando  al  titulado  sargento 
Fernando  Pineda,  cuyo  cadáver  fué  recogido  y  enterrado  por  la  tropa. 
Además  hizo  prisioneros  al  titulado  capitán  Desiderio  Nuñez  y  á  Juan 
Pineda,  ambos  armados. 


*  * 


El  coronel  don  Pío  Esteban,  combinando  los  batallones  de  Valla  - 
dolid,  San  Quintín  y  San  Marcial,  salió  á  practicar  extensos  reconocí  - 
mientes  en  persecución  del  enemigo,  encontrando  y  batiendo  á  la  par- 
tida de  Varona  en  Arroyo  del  Agua,  Hoyo  Binito  y  Qailla  Enjarano, 
haciéndole  dos  muertos,  cogiendo  nueve  armas  de  fuego,  cinco  mache- 
tes, un  botiquín,  dos  mulos  y  cinco  caballos,  teniendo  la  columna  en 
su  totalidad,  un  muerto  y  seis  de  tropa  heridos. 

El  día  i8  salió  el  primer  batallón  del  regimiento  de  Sin  Qjintír, 
formando  parte  de  la  columna  del  distinguido  coronel  don  Pío  Este- 
ban, en  combinación  con  los  otros  batallones  de  Valladoiid  y  San  Mar- 
cial, á  practicar  nuívos  reconocimientos  y  tomar  el  célebre  punto  de- 
nominado «El  MogDte»,  de  la  ^Mz7/a  de  Bajarano,  ocupado,  según  ;e 
supo  después,  por  las  partidas  de  los  cabecillas  Varona,  Pancho,  Perr- 
za  y  Julián  Gallo. 

El  día  21  fué  el  designado  para  el  ataque  y  toma  del  referido  cam- 
pamento de  «El  Mogote». 

A  la  hora  y  media  de  marcha  de  la  columna,  rompió  el  fuego  la 
primera  avanzada  enemiga,  compuesta  de  30  á  40  rebeldes,  cuyo  fuego 


286 

fué  contestado  en  el  acto  y  cjn  gran  acierto  por  la  compañía  de  van- 
guardia, que  fué  hostilizada  tambiéa  por  el  núcleo  enem'go  desde  su 
campamento  de  «El  Mogote»,  cuyo  punto  dominaba  el  campo  de  la 
acción. 

Mientras  sostenían  sendo  y  nutrido  fuego  avanzada  y  vanguardia, 
la  columna  continuó  la  marcha  haciendo  fuego  tambiéa  sobre  el  cam- 
pamento, hasta  que  llegada  ya  muy  cerca  del  punto  objeto  de  la  ope 
ración,  se  mandó  tocar  ataqua  y  sj  emprendió  la  subida,  que  fué  muy 
penosa  y  sumamente  difícil  para  nuestros  valientes  soldados,  por  las 
pésimas  condiciones  del  terreno,  formado  todo  él  por  «dientes  de 
perro»  y  la  falta  absoluta  de  camino,  pudié adose  al  fin  coronar  la  cum- 
bre del  monte,  á  cuya  altura  se  le  calculan  och;nta  metros  próxima- 
mente", y  desde  la  cual  ss  despeñaron  en  su  huida  algu  ios  insurrectos. 

La  bizarra  columna  hizo  al  enemigo  once  muertos  vistos,  entre 
ellos  un  titulado  capitán,  quj  declaró  antes  de  espirar  llamarse  José 
María  de  la  Toiriente,  cuyo  cargo  desempeñaba  en  la  partida  de  Varo- 
na, segúa  nombramiento  que  tenía  en  su  poder  y  que  se  le  ocupó,  con 
una  cartera  grande  de  botiquín  bien  provista  de  medicamento.',  reco- 
giéndose también  tres  fusiles  y  una  tercerola  Rimington,  300  cartu- 
chos del  mismo  sistema,  un  revolver  de  reglamento,  dos  mulos  y  cua- 
tro caballos,  hacieado  prisioneras,  además,  á  las  pardas  Fermina  Rive- 
ra y  Justa  Sáez,  coa  tres  hijos  pequiños  cada  una.  Posesionada  la  co- 
lumna del  campamento,  se  destruyeron  veinte  y  seis  bohíos  y  se 
cogieron  muchas  viandas. 

La  columna  sólo  tuvo  un  muerto  y  dos  soldados  heri  los. 


*** 


Como  en  las  provincias  de  Pinar  del  Rio  y  de  la  Habana,  procura- 
mos conocer  en  la  de  Matanzas  el  verdalero  estado  de  la  guerra,  lo- 


287 

gracdo  ver  confirmadas  las  impresiones  que  ya  se  nos  habían  ccmuni- 
cado  por  el  cable. 

La  insurrección  estaba  en  aquella  comarca  más  que  quebrantad?, 
y  casi  podía  asegurarse  que  era  un  hecho  la  pecificsción,  puesto  que 
el  número  de  rebeldes,  según  los  datos  más  autorizados  y  compulsados 
debidamente,  no  pasaban  de  trescientos,  sin  que  llegasen  á  la  mitad 
de  éstos  los  que  tecían  armas  de  fuego. 

Su  situación  era  dificilísims:  carecían  de  caballos,  de  ropas  y  do 
medicinas,  y  se  encontraban  refugiados  por  el  Norte,  en  las  lomas  ra- 
madas Pan  de  Matanzas  y  Camarioca,  y  al  Sur,  en  la  Ciénaga  de  Zapa- 
ta. Desde  estos  puntos  se  destacaban  pequeños  grupos  que  merodeaban 
por  los  pueblos  y  fincas  más  inmediatas. 

Desde  que  desapareciera  el  cabacilla  Lacret,  por  haber  pasado  al 
Camsgüey,  habían  muerto  varios  de  los  jsfes  más  significados,  y  sólo 
quedaban  á  la  fecha  algunos  de  escasa  importancia  y  representación. 
El  mando  superior  de  las  partidas  lo  ejercía  el  cabecilla  Betancourt,  y 
le  seguían  otros  llamados  García,  Gómez,  Rojas  y  Gallego. 

Las  fuerzas  del  ejército  que  operaban  en  toda  la  provincia  ascen- 
dían á  unos  seis  mil  hombres,  la  mitad  de  ellos  pertenecientes  al  ejér- 
cito, y  la  otra  mitad  eran  guerrilleros  y  voluntarios  movilizados  qu3 
operaban  divididos  en  pequeñas  columnas. 

Era  geceial  el  convencimiento  deque  la  total  pacificación  de  Ma- 
tanzas se  realizaría  inmediatamente,  pues  en  rigor,  cruzando  por  el 
íerrocarril  de  Jovellanos  á  Cárdena?,  de  este  punto  á  Colón  y  desde  M  i- 
tanzas  á  Colón  por  la  línea  de  Sabanill?,  atravesando  Unión  de  Reyrs, 
Navajas,  Corral  Falso  y  Guareiras,  no  se  veían  señales  de  guerra,  como 
no  fueran  las  huellas  dejadas  por  los  anteriores  incendios  de  finc.s  y 
cañaverales. 

Los  teléfonos  que  unían  algunos  de  los  ingenios,  el  telégrafo  ofi- 
cial y  el  de  las  empresas  ferroviarias,  funcionaban  con  normalidad. 


288 


Ea  toda  la  provincia  había  gran  confianza  en  las  condiciones  del 
comandante  general  señor  Molina. 

En  los  llanos  de  Matanzas  se  ofrecía  el  cuadro  del  trabajo  por  los 
cortes  en  los  cañaverales  y  el  humo  que  despedían  las  chimeneas  de  los 
ingenios,  calculándose  que  en  toda  la  provincia  podía  hacerse  una  zafra 
que  oscilase  entre  150  y  200.000  toneladas  de  szúcar,  pues  molían  ya 
los  principales  ingenios  y  se  propo- 
nían moler  hasta  23  de  los  enclava- 
dos en  aquella  rica  zona. 

Las  condiciones  de  salud  del  sol- 
dado habían  mejorado,  y  los  enfer- 
mos ni  ofrecían  aspecto  tan  triste  ni 
los  había  en  tanto  número  como 
en  otras  provincias. 

Los  reconcentrados  se  hallaban 
en  sensible  situación,  á  pesar  de 
los  nobles  esfuerzos  del  gobernador  h 
y  alcaldes.  Según  el  último  censo, 
tenía  la  provincia  260.000  habitan- 
tes, llegando  á  100.000  los  concen- 
trados, de  los  que  habían  muerto 
20.000;  emigraron  ó  se  dedicaron  á 

diversos  trabajos  18.000,  y  quedaban  en   aquella  situación  6a. 000,  de 
los  cuales  eran  niños  24.000  y  mujeres  21.000. 

Ea  el  Registro  civil  se  consignaban  muchos  muertos  por  miseria. 
El  día  18  de  Diciembre  hubo  en  la  capital  41  defunciones,  sin  registrar- 
se ningún  nacimiento.  Estas  cifras  acusan  por  sí  solas  el  grado  que  al- 
canzaba la  despoblación. 


8R.  MARTÍNEZ  MORENTÍN 
Teniente   coronel 


* 
•    * 


289 

Aún  después  de  leer  el  telegrama  que  en  la  mañana  del  20  recibi- 
mos de  la  Habana,  dándonos  cuenta  de  la  trágica  muerte  del  teniente 
coronel  don  Joaquín  Ruiz  y  noticia  del  alevoso  suceso  de  Campo  Flo- 
rido, nos  resistíamos  á  creer  en  el  luctuoso  accidente  ocurrido  al  que 
creíamos  ya  en  salvo  de  su  arriesgada  misión  al  campo  rebelde,  según 


■«í!^'' 


DESCANSO   DE  UNA   SECCIÓN  DE  GUERRILLEROS 


nos  comunicara  dos  días  antes  el  cable  y  habíase  afirmado  en  algunos 
centros  oficiales. 

Pero  no  era  ya  posible  la  duda  respecto  del  trágico  fin  de  tan  bi- 
zarro cuanto  ilustrado  y  pundonoroso  jefe  de  nuestro  ejército.  El  te- 
niente coronel  de  ingenieros  don  Joaquín  Ruíz  había  sido  alevosamen- 
te macheteado  por  los  sicarios  del  cabecilla  Aranguren;  había  sido  vil- 
mente asesinado  por  las  salvajes  hordas  del  separatismo.  Asesinado,  si. 
Lo  dijo  la  prensa  francesa,  antes  que  la  misma  prensa  española,  como 
lo  repitióla  de  todo  el  mundo  culto  y  civilizado.  Ni  el  carácter  sagrado 

BlancX)  87 


290 

de  parlamentario,  de  emisario  de  la  bienhechora  paz,  niel  haberse  pre- 
sentado en  el  campo  insurrecto  de  uniforme  y  5Ín  escolta  alguna,  libra- 
ronde  la  irí;ua  sentercia  ó  del  alevoso  crimen  á  aquel  varón  esforzado 
y  nobilísimo,  víctima  de  su  amor  á  la  patria;  de  su  caballerosidad  é  hi- 
dalguía. 

El  acto  de  feroz  salvajismo  cometido  por  las  hordas  que  se  llama- 
ban libertadoras  de  Cuba,  asesinando  villanamente  á  un  jefe  del  ejér- 
cito español  que  acudía  á  la  cita  dada  por  un  cabecilla,  con  la  conñan- 
za  y  lealtad  de  quienes  tienen  el  concepto  debido  del  honor,  levantó  en 
todas  partes  acentos  de  indignación  y  frases  de  protesta  en  nombre  de 
la  civilización  y  de  la  justicia. 

¡Y  para  esos  asesinos  no  tuvo  su  patrocinador  Mac-Kinley  en  su 
MensEJe  presidencial,  ni  una  sola  frase  de  censural 

La  opinión  y  la  prensa  del  mundo  civilizado  reflejó  el  hoiror  pro- 
ducido por  esa  traición  inicua  y  cobarde,  de  la  cual  se  avergonzaran  las 
tribus  más  feroces  y  salvajes. 


* 
♦  * 


«—¿Habrá  muerto?  ¿Habrá  logrado  salvarse?»  — De  boca  en  boca 
corrieron  estas  preguntas  por  toda  España  desde  que  se  tuvo  la  prime- 
ra noticia  del  vis  je  del  señor  Ruíz  al  campo  de  la  rebelión  y  de  su  tar- 
danza en  regresar  á  la  capital  de  la  isla,  y  la  angustia  con  que  las  gen- 
tes se  hacían  esas  interrogaciones,  echó  como  una  tétrica  nube,  nuncio 
de  tempestad,  sobre  el  contento  que  coincidiendo  con  la  fatal  noticia 
vino  á  iluminar  en  aquellos  mismos  días  todos  los  ánimos  nobles  y  to- 
das las  buenas  voluntades. 

«- ¿Se  habrá  salvado  el  emisario  de  la  paz?  ¿Lo  habrán  fusilado, 
efectivamente,  los  inaii¡btses?,—ae  preguntaban  con  un  resto  de  espe- 
ranza los  optimistas,  aún  después  de  haber  lefio  los  telegramas  que 


291 

publicó  la  prensa  dando  cuenta  del  trágico  fin  del  bravo  jefe  y  del 
hombre  de  honor  que  quiso  morir  en  aras  de  la  patria. 

El  día  13  de  Diciembre  salió  de  la  Habana  el  teniente  coronel  señor 
Ruíz  por  Campo  Florido,  en  dirección  del  punto  en  que  se  encontraba 
acampada  la  partida  del  cabecilla  Aranguren.  Pretendía  el  señor  Ruíz 
influir  en  el  ánimo  del  jefe  separatista,  de  quien  era  amigo  y  á  quien 
tuvo  empleado  en  las  obras  del  acueducto  de  la  Habana,  de  que  era  di- 
rector, para  que  se  presentase  á  indulto,  aceptando  la  autonomía  y  aca- 
tando la  legalidad.  Sin  duda  tenía  el  confiado  y  valeroso  jefe  militar 
antecedentes  que  le  permitían  esperar  una  solución  satisfactoria  en  sus 
gestiones. 

Iba  el  señor  Ruíz  de  uniforme  para  que  se  viera  que  procedía  con 
lealtad,  y  le  acompañaban  dos  prácticos  muy  conocedores  del  terrero. 

Con  anterioridad  había  escrito  á  Aranguren  pidiéndole  una  entre- 
vista, á  lo  que  parece,  sin  especificar  el  objeto  de  ella.  Contestó  Aran- 
guren aceptando  la  conferencia  y  señalando  el  lugar  en  que  debía  ve- 
rificarse. 

Acudió  Ruíz  al  sitio  señalado,  pero  no  lo  hizo  el  cabecilla. 

Ignórase  por  qué  medios  el  teniente  coronel  señor  Ruíz  obtuvo  del 
jefe  separatista  una  nueva  cita.  Algunos  dijeron  que  á  la  nueva  misiva 
de  aquél,  contestó  el  cabecilla  díciéndole: 

«Si  desea  Vd.  tener  una  entrevista  conmigo  para  tratar  déla  inde- 
pendencia de  Cuba  ó  de  algún  otro  asunto,  como  amigo  le  espero 
á  Vd.  y  le  recibiré  con  gusto,  pero  si  viene  Vd.  con  otra  misión  por 
amor  de  Dios  le  pido  que  no  se  presente.» 

A  esto  parece  que  el  bravo  militar  obJ3tó  que  Aranguren  tenía 
buen  corazón  y  confiaba  en  poderle  convencer  y  llevarle  á  la  Habana. 

En  vista  de  la  inexplicable  y  poco  tranquilizadora  tardanza  en  el 
regreso  á  la  capital  del  emisario  de  la  paz,  y  ante  los  insistentes  rumo- 
res que  corrían  acerca  de  la  suerte  que  había  corrido  y  los  fundados  te- 


292 

mores  qu3  comenzó  á  inspirar  la  carencia  absoluta  de  noticias  sobre  su 
paradero,  en  la  mañana  del  17  salieron  para  Campo  Florido  en  busca 
de  la  partida  de  Aranguren,  el  señor  Tosca,  funcionario  del  consulado 
de  los  Estados  Unidos  y  el  joven  cubano  don  Juan  Manuel  Chacón, 
muy  conocedor  del  terreno,  provistos  de  un  salvo  conducto  del  gene- 
ral Blanco  para  que  las  tropas  españolas  no  los  detuvieran  y  de  una 
carta  del  cónsul  Lee  para  Aranguren,  en  la  que  pedía  el  representante 
de  los  Estados  Unidos  al  cabecilla  que,  como  favor  especial,  entregase 
á  los  emisarios  al  teniente  coronel  Ruíz. 


# 
*  * 


Los  emisarios  señores  Tosca  y  Chacón  regresaron  de  Campo  Flori- 
do á  la  Habana,  el  siguiente  día  19. 

Dijeron  que  el  día  anterior  llegaron  á  Campo  Florido,  donde  ha- 
blaron con  e|l  comandante  militar,  el  cual  les  facilitó  un  práctico  y  con 
él  emprendieron  la  marcha  en  busca  de  la  partida  de.  Aranguren  encon- 
trando á  tres  leguas  las  avanzadas. 

Los  jefes  de  estas  fuerzas  rebeldes  refirieron  á  los  emisarios  tjue,  en 
efecto,  el  teniente  coronel  Ruíz  había  llegado  al  campamento,  donde  le 
esperaba  el  cabecilla  Aranguren  con  una  escolta  de  doce  hombres. 

El  jefe  y  el  cabecilla  se  abrazaron  afectuosamente  como  correspon- 
de á  antiguos  amigos,  é  inmediatamente  después  el  teniente  coronel 
Ruíz  arengó  á  las  fuerzas  rebeldes,  diciéndoles  que  una  vez  concedida  á 
Cuba  la  autonomía  por  el  gobierno  de  la  nación  no  tenia  ya  razón  de 
ser  la  guerra,  y  les  excitó  á  que  le  siguieran  para  entrar  con  él  en  la 
Habana,  donde  serian  recibidos  como  hermanos,  sin  que  les  esperase 
el  menor  castigo,  sino  el  perdón  que  se  concedía  á  todos  los  que  se  pre- 
sentaban á  indulto. 

Paro  las  gentes  de  Aranguren  no  habían  sido  preparadas  por  este, 


293 


y  al  ver  á  Ruíz  vestido  de  unifjrtne  y  al  escu:lnr  da  su5  labios  el  obje- 
to del  viaje  y  sus  propósitos  y  proposición  se  arrojaron  sobre  él  mache- 
te en'mano  y  lo  asesinaron  cobarde  y  alevosamsnte,  si  a  qie  su  jafe  pu- 
diera ó  tratara  de  impedirlo. 

La  triste  noticia  causó  dolorosa 
consternación  y  general  indignación 
en  la  Habana. 

El  día  20,  por  la  mañana,  salieron 
de  la  Habana  un  batallón  y  dos  es- 
cuadrones para  recorrer  y  practicar 
reconocimientos  en  el  término  de 
Campo  Florido  en  averiguación  del 
paradero  y  en  busca  del  cadáver  del 
desgraciado  teniente  coronel  señor 
Ruíz. 

Se  aseguró  que  uno  de  los  emisa- 
rios enviados  á  salvar  á  éste,  dijo 

con   referencia  á  los  rebeldes,    que 
TENIENTE  CORONEL  DE  INGENIEROS 

D.  JOAQUÍN  RUiz  ^stos  pusieron  sobre  la  tierra  que  cu- 

bría el  cadáver  uaa  cruz  y  en  ella  la 
siguiente  inscripción: 
«Aquí  yace  el  teniente  coronel  español  Joaquín  Raíz,  muerto  al  ve- 
nir á  implantar  la  autonomía  en  el  campo  cubano.» 

La  trágica  y  alevosa  muerte  del  malogrado  teniente  coronel   señor 
Ruíz  absorbió  durante  varios  días  la  atención  de  todo  el  mundo. 


*  « 


294 

Agigantada  por  una  trágica  muerte,  aun  parece  más  noble,  más 
simpática  y  más  hecha  para  la  historia,  la  figura  del  gran  soldado  y  del 
gran  patricio  que  selló  con  su  sangre  el  amor  á  España  y  á  Cuba. 

Sus  muchos  conocimiantos,  sus  aptitudes  oratorias,  su  capacidad 
militar,  sus  méritos  de  hombre  de  ciencia  y  sus  prendas  de  hombre  de 
mundo,  le  habían  granjeado  en  la  Habana  una  alta  posición  y  un  en- 
vidiable prestigio. 

Toio  lo  ofreció  y  lo  sacrificó  con  sencillez  heroica;  no  como  quien 
realiza  á  la  vista  del  público  una  ostentosa  hazaña,  sino  como  quien  de- 
vuelve á  la  patria  lo  que  en  depósito  ha  recibido  de  ella. 

Solo,  á  cara  y  pecho  descubiertos,  y  vistiendo  el  honroso  uniforme 
para  que  nadie  dudase  de  su  leallad,  se  fué  al  campo  de  los  insurrectos 
á  procurar  la  concordia,  brindando  el  ramo  de  olivo,  y  pagó  sumagaa- 
nimidad  con  la  vida. 

Pero  sucumbió  con  tanta  grandeza  como  en  el  más  épico  de  los 
combates  en  el  campo  de  batalla. 

El  magnánimo  teniente  coronel  don  Joaquín  Ruíz  fué  la  primera 
víctima  de  la  paz  y  de  seguro  aceptó  su  misión  con  la  sonrisa  en  los  la- 
bios, seguro  de  que  al  sucumbir  cooperaba  á  la  terminación  de  la  guerra. 

Debemos  llorarle,  más  no  con  desesperación,  porque  su  noble  acto 
de  patriotismo  honró  á  España  y  su  sangre  selló  la  hidalguía  castellana, 
sino  con  orgullo  y  con  amor,  porque  hombres  de  tal  temple  de  alma 
enaltecen  á  la  nación  que  los  tuvo  por  hijos. 

Cumpliónos,  si,  vengarle  escarmentando  á  sus  asesinos,  y  de  esto 
se  encargaron,  y  lo  cumplieron  comí  buenos,  nuestros  valientes  solda- 
dos, y  debemos  honrarle  haciendo  imperecedera  su  memoria  y  rindiendo 
justo  tributo  y  merecido  homenaje  á  su  magaánimo  sacrificio  en  aras  del 
bien  de  la  patiia  y  de  su  cariño  á  Cuba. 

Cúmplenos,  aún  cuando  la  fatalidad  hizo  infecundo  su  generoso  y 
heroico  sacrificio,  á  los  españoles  de  la  Península  y  de  Cuba  erigirle  un 


295 

morutnento  en  el  lugar  más  visible  y  más  céntrico  de  la  capital  de  la 
Metrópoli. 

No  pongamos  tasa  al  duelo  nacional  por  la  pérdida  del  soldado  y 
ciudadano  ilustre  que  sucumbió  como  un  héroe  y  como  un  mártir;  pero 
tampoco  la  pongamos  al  entusiasmo,  á  la  gratitud  y  al  orgullo  con  que 
debemos  enaltecer  su  memoria. 

Sirvió  á  la  patria  con  toda  su  vida,  y  tal  influjo  está  destinado  á 
ejercer  su  noble  sacrificio  en  la  conciencia  universal  que  aun  continua- 
rá sirviéadola  después  de  muerto. 

¡Cuántos  le  lloraron,  le  lloran  aún,  y  le  Uorarárl  Sus  acciones  no- 
bles, desinteresadas,  generosas,  son  incontables.  Su  corazón,  que  era 
grande,  muy  grande,  no  se  detenía  jamás  ante  ninguna  clase  de  obstá- 
culos por  insuperables  que  fueran,  sino,  antes  al  contrario,  le  solicita- 
ban los  rieígos  de  toda  situación  difícil,  y  le  enamoraban  los  peligros 
de  todo  lo  que  paiecía  imposible  de  lograr.  Allí  donde  había  que  luchar 
ó  que  padecer  por  una  causa  que  creyera  justa,  allí  estaba  Ruíz  desa- 
fiándolo  todo  con  el  denuedo  de  su  decisión  y  de  su  conciencia  honrada. 
jAh!  Ya  se  vio  en  su  trágico  fin,  cómo  iba  á  la  muerte,  sereno,  tranqui- 
lo, confiado  en  su  pasión  vehementísima  por  cuanto  pudiera  labrar  la 
felicidad  de  su  patria. 

Murió  como  quien  era  y  como  había  vivido:  víctima  de  un  genero- 
so impulso  de  su  carácter.  El,  que  era  todo  espíritu  de  tolerancia  y  de 
amor,  cuánto  había  padecido  con  los  odios  de  la  guerra  fratricida,  con 
aquel  doloroso  espectáculo  en  que  unos  á  otros  los  hermanos  se  devo- 
raban. 

Sí.  Dibeser  uno  de  los  primeros  actos  del  Gobierno  y  de  las  Cáma- 
ras, una  vez  firmada  definitivamente  la  paz,  la  erección  de  una  estatua 
al  teniente  coronel  de  ingenieros  dor  Joaquín  Ruíz,  de  inolvidable  me- 
moria para  la  sociedad  española.  Un  monumento  que  recuerde  impere- 
cederamente á  través  de  los  siglos,  á  un  español  que  se  inmoló  por  el 


296 

bien  de  su  patrie,  al  que  con  £u  maitiiio  aspiró  á  sentar  los  primeros  y 
sólidos  fundímentcs  de  la  paz  en  la  ingrata  y  rebelde  Cuba. 


¡Consternación  en  la  Habana,  fflicción  hondísima  en  España  ente- 
ra, grito  de  protesta  universal  en  todo  el  mundo  civilizado  y  en  todo 
espíritu  culto  y  cristiano  causó  el  alevoso  asesinato  del  heroico  soldado 
de  la  patria,  cometido  con  ultraje  de  todos  los  derechos  de  un  parlamen- 
tario, con  criminal  violación  de  la  inmunidad  sagrada  del  que  tremola 
bandera  de  paz  y  es  portador  del  ramo  de  olivo!  ¡Una  página  dolorosí- 
sima[más  que  añadir  á  la  horrenda  historia  de  las  guerras  civiles,  afren- 
ta de  la  humanidad!  ¡Ua  mártir  del  ideal  de  paz,  de  libertad,  de  reden- 
ción de  la  isla  de.  Cuba,  un  máitir  glorioso,  sacrificado  por  las  brutales 
órdenes  del  condottiere  dominicano  Miíximo  Gómez,  de  ese  soldado 
mercenario  de  la  rebeldía  separatista,  traidor  á  España,  de  ese  que  aspi- 
raba á  regenerar  matando  y  destruyendo  un  país  que  no  era  el  suyo! 

El  duelo  experimentado  en  la  Habana  lo  causó  la  muerte,  ¡hermo- 
sa muerte!  de  uno  de  los  más  bravos  é  inteligent.s  jefes  del  heroico  ejér- 
cito español;  lo  causó  la  pérdida  de  una  persona  idolatrada  por  toda  la 
sociedad  cubana. 

¡Gloiia  y  loor  eternos  al  bravo  soldado  de  la  patria,  al  noble  é  ilus- 
tre patricio,  al  varón  insigne  y  esforzado,  al  hombre  de  honor  que  tan 
magnánimamente  se  sacrificó  y  supo  morir  en  aras  de  la  Madre  patria! 


'i^  11— iiBiii  iininn iniiiii  ---    riniiNiHniTt"iiHniimin,iK«tvi^i^''iiiiiiHiiiiiiii  -"iTi'""tHi^>iMiMiiuiiii    -i«miiiii-"iiiiiitfiiiiiiitiii«iiiHmiimi*m*-<^)V 


CAPITULO    XXIV 


La  verdadera  situación. — Peor  que  estábamos  no  habíamos  de  estar.  — Operaciones  y  encuen- 
tros.— Presentaciones. — Gestiones  para  la  paz. — La  campaña. — La  rebelión  en  Las  Villas. 
— Fuerzas  insurrectas. — Su  organización.— Cabecillas  importantes. — Contra  la  zafra. — Or- 
denes del  generalísimo. — En  la  trocha. — Confidencias  no  confirmadas  — Visita  é  impre- 
siones.— La  zafra  en  Las  Villas. — La  cosecha  de  tabaco. — Los  reconcentrados. — Cifras 
desconsoladoras. — La   mortalidad  en  Santa  Clara. — Política  de  atracción. — Esperanzas. 


XAMiNEMOs  serenamente  la  realidad,  en  lo  que  ala  cuestión 
üe  Cuba  se  refiere,  á  fin  de  que  falsos  movimientos  del 
ánimo  no  turben  nnestro  juicio. 

Un  trágico  acontecimiento,  el  asesinato  del  bizarro 
y  meiitísimo  teniente  coronel  de  ingenieros  don  Joaquín  Ruíz, 
^  impresionó  al  pueblo  español  profundamente.  Las  condiciones 
de  la  vida  moderna  dejan  en  inferiorilad  visible  á  todo  aquel 
^h¡^  que  no  se  levanta  sobre  el  estado  emocional.  Aunque  tenga  fa- 
cultades superiores  cualquiera  que  se  limita  á  sentir,  mientras  otro  pien- 
sa, lleva  todas  las  probabilidades  de  perder. 

Hjmos  sido  partidarios  de  la  autonomía,  por  considerarla  como  el 
pago  de  una  deuda  contraíJa  con  nuestros  h  ármanos  de  Cuba,  y  como  el 
único  medio  de  llegar  más  brevemente  á  la  pacificación  de  aquel  peda- 
zo de  nuestro  territorio  patrio,  que  tantos  sacrificios  en  dinero  y  sangre 
nos  estaba  costando.  Mis,  auique  no  lo  hubiéramos  sido,  lo  hecho  una 
vez,  hecho  está  y  respetado  debe  ser  hasta  por  sus  contrarios,  mientras 
Blanco  38 


298 

no  se  vea  de  une  menera  evidente  y  definitiva  la  ineficacia  de  la  medi- 
da;  y,  por  lo  mismo,  no  reconocemos  tarea  más  triste  que  la  de  agravar 
con  críticas  inoportunas  lo  ya  ejecutado  y  consumado  en  Cuba,  impi- 
diendo que  gei minase  y  prosperase  lo  que  en  el  fondo  de  ello,  en  poco 
ó  en  mucho,  pudiera  haber  de  bueno  y  útil. 


CABECILLA   ARANGUREN 


Sin  espíritu  alguno  de  secta,  sin  nirgún  interés  político  que  no 
fuera  el  de  la  conveniencia  nacional,  asistimos  á  la  implantación  de  la 
nueva  política  en  Cuba  y  hemos  aplaudido  que  el  Gobierno  liberal 
cumpliera  su  pr( grima;  porque  las  primeras  de  las  condiciones  exigi- 
bles  de  un  partido  que  se  enceiga  de  la  gobernación  del  Estado,  son  las 
de  formalidad,  consecuencia  y  lealtad. 


299 

Mis,  no  porque  fuéramos  partidarios  de  la  concesión  de  la  autono- 
mía á  nuestras  Antillas  creímos  nunca,  y  así  lo  hímos  consignado  en 
más  de  una  de  las  páginas  de  esta  nuestra  Reseña,  que  la  autonomía 
fuese  la  vara  de  Moisés,  que  con  sólo  tocar  la  roca  hacía  brotar  de  ésta 
abundante  manantial.  Y  además  la  peña  de  Horeb  sabíamos  que  era 
más  blanda  que  el  corazón  de  los  aventureros  directores  de  la  insurrec- 
ción de  Cuba. 


* 
*  * 


Dos  aspectos,  señalados  antes  de  ahora,  presentaba  á  nuestros  ojos 
la  autonomía,  y  por  los  cuiles  se  nos  figura  qu3  enf  jcó  el  asunto  la  in- 
mensa mayoría  del  pueblo  españil:  uno  el  de  restar  alguna  fuerza  á  la 
rebeldía,  otro  el  de  deshacer,  en  el  ánim  d  de  Europa,  la  leyenda  de 
nuestra  dureza  y  nuestra  crueldad  y  dejar  sin  pretexto  y  á  plena  luz  la 
política  artera  de  los  Estados  Unidos  ante  el  muado  civilizado. 

Lo  segundo  pareció  hiberse  conseguido.  No  hay  sino  leer  la  prensa 
de  los  diversos  pueblos  europeos  para  apreciar  por  su  lenguaje  que  és- 
tos veían  claramente  la  cuestión  y  ponían  de  nuestro  lado  sus  simpatías. 
Lo  primero  había  de  ser  obra  más  dificil  y  de  más  tiempo. 

Se  hizo,  sin  embargo,  una  observación,  la  cual  es  de  innegable 
fuerza.  Cuando  á  medidas  extremas  y  reprochables  por  lo  feroces  acu- 
dían los  jefes  del  separatismo  para  contener  la  desbandada  de  su  gente, 
señal  era  de  que  veían  á  éita  inclinada  á  aceptar  la  legalidad.  Da  otro 
modo  aquéllos  no  apelaran  á  recursos  que  les  deshonraban  y  les  atraían 
el  horror  y  la  aversión  de  todas  las  conciencias  justas  y  honradas. 

Hasta  periódicos  muy  extraños  en  nuestros  asuntos  se  habían  fija  - 
do  ya  en  el  hecho  de  que  la  insurrección  de  Cuba  estaba  dirigida  por 
aventureros,  á  quienes  nada  importaba  la  suerte  de  la  isla. 

Máximo  G5mez  no  es  cubano  ni  ha  visto  jamás  en  Cuba  sino  el 


3U0 

instrumento  de  su  odio  á  Esptña,  que  se  negóá  darle  un  puesto  en  su 
ejército.  Calixto  García  es  un  espíritu  demoniaco,  incapsz  de  amor  por 
Cuba,  ni  por  nada,  conjunto  de  todas  las  malas  pasiones,  criminal  nato, 
gozoso  de  pegará  los  españoles  con  asesinatos  infames  y  cobardes  sus 
múltiples  inocentes  consideraciones,  su  magnanimidad  en  perdonarle  y 
salvarle  la  vida  y  con  la  ejecución  de  un  próximo  pariente  del  médico 
que  le  curó  y  arrancó  de  entre  las  garras  de  la  muerte,  que, seguramen- 
te, por  ruin  no  se  lo  disputó  y  se  lo  díjó  arrancar.  Rolo ff  era  una  ven- 
turero sin  patris;  Rodríguez  un  atavismo  del  salvaje  que  el  día  en  que  se 
viera  fuera  de  la  macigua  no  sabiía  qué  hacerse  de  la  existencia.  Otros 
de  los  cabecillss,  como  Lacret,  Varona,  Betancourt,  Sanguily,  etc.,  ha- 
bían vivido  largos  tños  lejos  de  Cuba  sin  sentir  la  patria,  sin  ver  en 
ella  más  que  el  teatro  de  explotaciones  codiciosas  ó  de  ambiciones  sin 
freno.  ¡Naturalmectel  ¿qué  se  le  había  de  importar  á  gente  de  esta  cala- 
ña la  autonomís?  Y  como  quiera  que  ellos  dirigían  la  guerra  y  tenían 
la  autoridad  sobre  los  que  por  motivos  pasionales,  aunque  menos  inno- 
bles, se  lanzaron  al  campo,  tocaba  á  éstos  soportar  su  brutal  tiranía, 
contra  todo  su  deseo  y  voluntad. 


# 


Para  semejantes  enemigos  no  había  sino  la  guerra,  y  esto  era  lo  que 
estaban  haciendo  el  general  Blanco,  el  general  Pando,  el  general  Gon- 
zález Parrado,  el  general  Bernal,  y  los  demás  bizarros  caudillos  de  nues- 
tro ejército,  quienes  en  vez  de  apelar  al  deplorable  sistema  de  hacer 
creer  á  la  nación  que  no  ixistían  rebeldes,  porque  no  había  encuentros, 
probaban  que  no  se  hallaba  á  éstos  porque  no  se  les  buscaba,  y  en  todas 
partes  tomaban  una  vigorosa  ofensiva,  que  en  la  isla  y  en  la  Península 

levantó  la  moral. 

No  había,  pues,  motivo  alguno,  como  no  fuera  el  de  conveniencias 


301 

bastardas,  que  indujera  á  volver  la  vista  á  un  próximo  pasado.  Entre 
otras  razones,  porque  fueran  cualesquiera  los  acontecimientos  por  venir, 
peor  que  estábamos  hacía  cuatro  ó  seis  meses,  no  podíamos  estar. 

En  operaciones  y  encuentros  en  Pinar  del  Río,  durante  los  días  17 
alai  de  Diciembre,  se  batió  y  dispersó  á  varias  partidas,  causándolas 
seis  muertos,  que  quedaron  en  poder  de  las  tropas,  y  bastantes  lieridos, 
que  lograron  retirar. 

El  general  Bernal  completó  las  operaciones  sobre  dichas  partidas, 
batiendo  con  el  batallón  de  Cantabria  las  capitaneadas  por  los  cabecillas 
Gallo,  Fajardo  y  Pedroso  en  Ortega,  y  nuevamente  con  el  mismo  bata- 
llón en  Beca  del  Grillo,  donde  las  alcanzó  y  dispersó  por  completo,  que- 
dando en  poder  de  nuestras  tropas  14  muertos  y  varios  efectos. 

Nuestras  columnas  tuvieron  al  segundo  teniente  don  José  B^ntillo 
y  cinco  de  tropa  heridos.  Se  presentaron  13  insurrectos  con  siete  armas. 

Durante  dichos  cuatro  días  se  acogieron  á  indulto  ^6  con  ocho  ar- 
mas en  la  provincia  de  la  Habana;  ^3  con  tres  armas  en  Matanzas,  y 
en  Las  Villas  dos  titulados  capitanes,  un  teniente  y  16  insurrectos  con 
armas  de  fuego,  un  titulado  teniente  de  Sanidad  y  73  individuos  sin 
armas. 

El  general  González  Parrado  salió  á  operaciones  por  la  provincia 
de  la  Habana,  en  combinación  con  las  columnas  del  general  Maroto  y 
del  teniente  coronel  Perol,  encargadas  de  perseguir  activamente  á  la 
paitida  de  Ararguren  y  vengar  la  muerte  del  malogrado  señor  Ruíz. 

Se  esperaban  resultados  favorables  de  la  excursión  que  habían  he- 
cho al  campo  rebelde  para  gestionar  la  paz  entre  los  cabecillas  que  se 
mostraban  propicios  á  aceptar  la  legalidad,  el  corresponsal  yankee  Sco- 
vel  y  don  Rafael  Madrigal,  cónsul  norteamericano  en  Cartagena  (Co- 
lombia) y  cuñado  de  Marcos  García,  gobernador  civil  de  Las  Villas. 

La  prueba  de  la  confianza  que  ponían  esos  comisionados  en  los  in- 


302 

surrectos  que  iban  á  visitar  eraqu^  el  repórter  Ssovel   había  marchado 
acomprñado  de  su  señora. 

Ejperábase  que  Scovel  y  Madrigal  regresasen  pronto  á  la  Habana, 
y  se  decía  que  llevaban  excelsntes  impresiones. 


Continuaban  en  el  Cauto  las  operaciones  que  dirigía  el  general 
Pando. 

En  la  boca  del  río  se  estaba  construyendo  un  muelle  y  una  torre 
óptica,  que  había  de  servir  para  hacer  señales  que  serían  muy  útiles  á 
las  tropas  que  operaban  por  el  interior. 

En  operaciones  y  encuentros  en  la  provincia  de  Pinar  del  Río,  des- 
el  31  al  26,  se  hicieron  al  enemigo  14  muertos,  que  fueron  recogido?, 
así  como  ocho  armas  de  fuego  y  seis  blancas. 

Los  batallones  de  Cantabria  y  Wad  Ras  se  apodjraron  de  los  cam- 
pamentos de  Leite  y  Vidal,  y  dispersaron  á  las  partidas  de  Lorente,  La- 
go, Campo  y  Lores,  con  bajas,  que  retiraron. 

Nuestras  columnas  tuvieron  en  esas  operaciones  un  práctico  muer- 
to, y  un  oficial  y  tres  de  tropa  heridos. 

En  el  Camagüey  salió  el  general  Jiménez  Castellanos  el  13  de  Puer- 
to Príncipe,  con  fuerte  columna,  á  recoger  ganado,  regresando  el  18 
con  6  o  reses,  después  de  sostener  todos  los  días  combates,  en  los 
que  se  causaron  al  enemigo  bastantes  bajas,  quedando  en  poder  de  las 
tropas  tres  muertos,  tres  prisioneros  y  ocho  caballos. 

La  columna  tuvo  un  teniente  y  tres  soldados  heridos. 

Ea  el  departamento  Oriental,  cerca  de  Baire,  tenían  los  insurrectos 
fuertes  posiciones  atrincheradas  que  les  permitían  organizar  cómoda- 
mente las  partidas. 


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303 

Merced  á  una  bien  combinada  operación  dirigida  por  el  general  Li- 
nares, en  la  cual  tomaron  parte  tres  columnas,  una  de  las  cuales  man- 
daba él,  y  'as  otras  dos  los  coroneles  Vara  del  Rey  y  Chacel,  respecti- 
vamente, fueren  atacadas  á  un  mismo  tiempo  por  diferentes  puntos  las 
posiciones  enemigas. 

Tras  corta  resistencia  de  los  mambíses,  y  sin  más  bajas  por  parte  de 
las  tropas  que  un  oficial  y  ocho  soldados  heridos,  fueron  tomadas  las 
fuertes  posiciones  en  que  se  habían  atrincherado,  ocupando  el  campa- 
mento de  Juan  Varona,  formado  por  unos  doscientos  bohíos. 

El  enemigo  tuvo  muchas  bajas,  pero  sin  duda  pudo  huir  con  algún 
orden  y  retirarlas,  por  los  accidentes  del  terreno.  En  el  campamento 
se  encontraron  y  recogieron  muchas  armas  y  municiones. 

Después  del  combate,  una  de  las  columnas  practicó  extensos  reco- 
nocimientos por  Aguacate,  Arroyo  Blanco  y  Marbió  hasta  Baire,  sin  en- 
contrar rastro  alguno  enemigo. 

Desde  el  día  24  operaban  en  combinación  por  la  provincia  de  la 
Habana,  bsjo  el  mando  personal  del  general  González  Parrado,  entre 
Campo  Florido  y  Tapaste,  los  batallones  déla  Reina,  Guadalsjara,  pro- 
vincial de  Csnaiias  y  las  fueizas  de  que  se  componía  la  columna  del 
general  Maroto. 


**# 


El  estado  de  la  rebelión  en  Las  Villas,  al  finalizar  el  año  q-j,  según 
el  resumen  de  las  observaciones  hechas  y  datos  recogidos  por  nuestros 
corresponsales  y  colaboradores  en  aquella  parte  del  teatro  de  la  guerra, 
era  el  siguiente: 

Los  cálculos  más  aproximados  hacían  ascender  el  número  de  insu- 
rrectos en  Las  Villas  á  2.300,  de  los  cuales  había  i.ooo  entre  la   trocha 


304 

central  del  Jácaro  y  las  márgenes  del  Zaza,  en  Sancti  Spíritus,  encarga- 
dos de  entretener  á  las  columnas  en  operaciones  diíi  Jles  por  Reforma, 
Arroyo  Blanco,  Iguará,  Taguasco  y  los  seborucales  de  Yagusjay. 

Mandaban  como  cabecillas  principales  los  grupos  en  que  ese  núcleo 
de  fuerzas  rebeldes  estaba  subdividido,  Máximo  Gómez,  Pancho  Carri- 
llo y  el  negro  González,  hombre  de  extraordinaria  ambición  que  soña- 
ba con  ser  el  sucesor  de  los  prestigios  que  Antonio  Maceo  lograra  entre 
los  suyos. 

La  mayoría  de  esos  insurrectos  estaban  montados,  bien  armados  y 


VAPOR  «SARA TOGA..  QUE  HACE  LA  TRAVESÍA  ENTRE  HABANA  Y  NBW  YORK 


en  posesión  de  numeroso  parque,  pues  los  filibusteros  de  los  Estados 
Unidos  habían  cuidado  mucho  de  que  no  faltasen  elementos  de  resis- 
tencia á  los  que  servían  á  las  inmediatas  órdenes  del  generalishno  de 
los  mambiscs. 

Los  1.300  restantes  eran  de  infantería  y  estaban  esparcidos  por  el 
resto  de  la  provincia,  teniendo  como  punto  para  verificar  sus  concentra- 
ciones la  Siguanea,  donde  habían  acumulado  la  msyorsuma  de  recur- 
sos. Estaban  bien  armados  y  municionados,  pero  mal  vestidos,  media- 


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306 

ñámente  alimentados  y  con  gran  escasez  de  medicamentos.  Al  frente  de 
esas  fuerzas  insurrectas  figuraban  los  cabecillas  Chucho  Monteagudo, 
que  hostilizaba  la  línea  de  Remedios  y  Caibarien  hasta  Sietecito,  y  me- 
rodeaba hasta  cerca  de  Santa  Clara;  Cayito  Alvarez,  que  tenia  como  ba- 
se de  operaciones  las  zonas  de  Ranchuelos,  Palmarito,  San  Juan  de  las 
Yeras  y  Cruces,  sobre  la  línea  que  enlaza  la  capital  con  Cienfuegos; 
R  jbau,  que  maniobraba  por  la  jurisdicción  de  Sfgua  la  Grande,  desde 
Santo  Domingo  hasta  el  mar;  Aguilar,  Moya  y  Ales,  que  recorrían  con 
giupitos  la  zona  de  ingenios  de  Cienfuegos,  y  Camacho  y  Juan  Massó, 
que  operaban  por  Yaguaramas. 

Estas  partidas  estaban  muy  sub divididas,  y  casi  pudiera  decirse  que 
dispersas,  por  la  activa  persecución  de  las  tropas  que  dirigía  el  coman- 
dante general  de  Las  Villas,  general  Aguirre. 

Máximo  Gómez  reiteraba  con  frecuencia  las  órdenes  más  terminan- 
tes para  impedir  la  zafra  y  por  efecto  de  ellas  se  iniciaron  aquellos  días 
algunss  quemes  de  cañaverales  sobre  la  parte  de  la  trocha,  pero  el  ge- 
neral Aguiíre  tecía  organizadas  columnas  para  impedir  que  los  incen- 
diarios lograsen  sus  criminales  propósitos,  garantizando  á  los  propieta- 
rios los  cortes  de  caña. 

Además  estaba  preparando  una  operación  sobre  los  montes  de  la 
S'guanea  para  destruir  los  elementes  que  allí  había  reconcentrado  el 
enemigo. 


A  consecuencia  de  haber  anunciado  los  confidentes  al  general  Sal- 
cedo que  el  día  21   atacarían  la  trocha  simultáneamente  por  Oriente 
fuerzas  rebeldes  camagüeyanas  y  orientales,  mandadas  por  Lacret,  for- 
sos.  Estao'íl"  conticgente  de  500  hombres,  y  por  Occidente  las  que  diri- 


307 

gía  Máximo  Gómez,  giró  una  visita  de  iaspeccióa  recorriendo  la  trocha 
en  un  tren  militar,  encontrando  todos  los  servicios,  sobre  todo  ol  de  vi- 
gilancia, en  busn  estado  tanto  en  los.  campamentos,  los  faertes  y  las  to- 
rres de  defensa,  como  en  la  zona  de  chapeo  protegida  por  fu  arte  alam- 
brada y  bien  iluminada  por  excelentes  proyectores. 

La  salud  y  alimentación  del  ejército  de  Las  Villas  iban  mejorando 
en  algunas  zonas,  eran  buenas  en  otras  y  adolecían  aúa  de  deficiencias 
en  las  menos,  á  pesar  de  los  grandes  esfuerzos  qua  se  realizaban  para 
obtener  aquellos  necesarios  resultados. 

La  zafra  había  comenzado  ya,  y  se  esperaba  una  cosecha  de  200.000 
toneladas  en  aquellas  zonas,  de  tan  grande  producción  en  años  anterio- 
res, si  se  lograba  impedir  las  quemas  y  se  conseguía  garantir  las  faenas 
agrícolas,  que  ya  se  realizaban  á  la  fecha  en  55  ingenios. 

También  se  confiaba  en  recejar  la  cosecha  de  tabaco  en  Manicara- 
gua,  Camajuaní,  Las  Vueltas  y  otras  zonas  donde  hay  vegas  muy  ricas, 
esperando  que  ascendiera  á  100.000  quintales  la  cantidad  que  se  alma- 
cenaría. 

La  zona  donde  menos  huella  había  dejado  la  guerra  era  en  la  de 
Cienfuegos,  donde  muchos  particulares  habían  realizado  esfuerzos  ex- 
traordinarios para  la  defansa  de  sus  ñucas  y  en  la  que  el  regimiento  de 
caballería  de  voluntarios  movilizados,  que  mandaba  el  coronel  don  Luis 
Ramos  Izquierdo,  había  sabido  tener  á  raya  á  los  grupos  rebeldes  en  - 
cargados  de  la  destrucción  de  los  productos. 

La  población  reconcentrada  en  Las  Villas  ascendía  á  la  importante 
cifra  de  1 56.000  personas,  de  las  cuales  habían  muerto,  á  la  fecha,  40.000. 

Trabajaban  ó  emigraron  38  000,  y  vivían  de  la  caridad  oficial  y 
particular  78.000. 

En  algunas  localidades,  como  en  Cienfuegos  y  Palmira,  hablan  ci- 
tado bien  asistidos;  en  otras  regularmente;  pero  había  puntos  donde  la 
mortandad  por  causa  de  la  miseria  había  sido  horrible. 


308 

En  la  capital  de  la  provincia  el  censo  de  población  antes  de  la  gue- 
rra era  de  35.000  habitantes,  aumentado  con  la  reconcentración  en 
13.000.  Pues  bien,  pasaban  de  mil  las  defunciones  mensuales,  á  pesar 
del  celo  y  actividad  que  desplegaban  el  gobernador  y  las  autoridades. 

Hacíase  á  la  sazón  en  Las  Villas  una  política  inspirada  en  la  atrac- 
ción de  elementos,  y  este  temperamento  inspiraba  grandes  esperanzase 
la  generalidad  de  los  que  preferían  la  vida  de  armonía  en  servicio  de  los 
públicos  intereses,  á  las  luchas  enconadas  frente  á  un  enemigo  comú a 
en  armas. 


CAPITULO    XXIV 


Nuestras  impresiones. — Triste  realidad. — Mejora  de  situación. — El  general  Pando  en  Oriente. 
— Fouores  militares  á  los  héroes  de  Guamo. — Las  operaciones  del  general  Aguirreen  Las 
Villas. — Noticias  satisfactorias  de  la  guerra. — El  periodista  yanhee  Scovel. — Sus  impre- 
siones.— Intransigencia  de  Máximo  Gómez. — La  política  en  la  Habana. — Expectación. — 
El  Gobierno  insular. — Nuestras  esperanzas. 


UNQUE  uno  quiera  dedicar  toda  su  atención  á  Jas  noticias 
de  la  guerra  y  constreñirse  al  relato  de  hechos  consu- 
mados, prescindiendo  de  la  critica  y  de  las  apreciacio- 
nes, por  conveniencia  de  todos,  imposible  nos  es  rea- 
lizar tal  propósito,  sin  faltar  á  los  deberes  que  contrajimos  con 
^  nuestros  lectores  al  ofrecerles  una  Reseña  histórica  de  la  guerra 
de  Cuba. 

Todo  lo  que  ha  ocurrido  en  la  gran  Antilla  y  todo  lo  que 
se  vé  actualmente  nos  invita  á  la  reflexión  y  nos  arrastra  sin  querer  á 
la  protesta.  ^  Acaso  podemos  prescindir  los  escritores  de  nuestra  condi  - 
ción  de  españoles  para  ver  con  indiferencia  todas  las  desventuras  que 
hoy  padece  la  madre  patria  y  todos  los  errores  que  en  Cuba  se  han  co  ■ 
metido? 

Para  conocerlo  todo  bien,  para  sentirlo,  precisa  haberse  identifica- 
do con  lo  que  se  ha  visto  y  con  lo  que  hemos  tocado,  y  así  nosotros,  al 
penetrar  en  lo  íntimo  de  la  situación,  no  podemos  sustraernos  ni  á  las 


310     ' 

contrariedades  de  la  campaña,  ni  al  sufrimiento  del  soldado,  nial  dolor 
de  la  patria. 

Creemos  haberlo  dicho  ya  en  anteriores  páginas,  pero  bien  vale  la 
pena  de  repetirlo  cien  veces,  que  al  cabo  de  tres  años  de  campaña  esta- 
ba empezando  la  guerra  en  la  rebelde  isla  al  ünalizar  el  año  97,  ¿Qué 
importa  que  durante  ese  lapso  de  tiempo  destruyéramos  una  gran  parte 
de  la  insurrección  si  habíamos  destruido  también  nuestros  propios  ele- 


CONFIDKNTE    INSURRECTO 


mentos  y  ya  no  nos  quedaba  apenas  con  que  destruir  el  resto  de  la  re 
belión? 

A  medida  que  íbamos  caminando  hacia  Orients,  veíamos  aumentar 
la  insurrección  y  disminuir  nuestros  medios  de  combate,  por  tantas  y 
tantas  contrariedades  como  se  amontonaban  á  nuestro  paso  y  que  nos 
hubieran  hacho  perder  la  fé  si  no  nos  hubiéramos  acordado  de  que  éra- 
mos españoles  y  de  que  vivía  aun  este  pueblo  de  las  grandes  abnegacio- 
nes y  de  los  supremos  heroismos,  que  todavía  nos  ofreciera  inmensas 
reservas  para  los  momentos  críticos,  que  se  avecinaban. 


i 


311 

Allí  no  había  nada  de  lo  más  indispensable  y  las  columEas  estaban 
en  una  situación  dificilísima,  tenían  la  mitad  de  la  gente  en  los  hospi- 
tales y  la  otra  mitad  sin  comer,  porque  las  factorías  habían  agotado  sus 
existencias  y  porque  una  deuda  de  muchos  meses  ya  había  acabado  con 
el  crédito. 

La  triste  realidad  imponía  un  cambio  completo  en  todo,  absoluta- 
mente en  todo,  lo  que  á  la  guerra  se  refería.  Necesitábamos  hacerlo  todo 
nuevo,  porque  la  situación  anterior  nos  había  dejado  sin  soldados  y  sin 
dinero:  era  preciso  vivificar  á  los  anémicos  y  administrar  acertadamen- 
to  el  dinero  de  la  patria,  al  propio  tiempo  que  reconstituir,  mejor  ditho, 
establecer  la  guerra  por  medio  de  un  plan. 


* 
*  * 


Alguien  creerá,  quizás,  que  bastaba  la  voluntad  del  general  en  jefe 
para  concertar  uaa  operación  y  poner  en  movimiento  las  columnas.  Es- 
to puede  hacerse  siempre  que  haya  una  organización  por  la  cual  sea  co- 
nocido con  exactitud  el  estado  y  la  situación  de  las  tropas  y  los  elemen- 
tos de  que  se  puede  disponer.  Pero,  á  la  sazón,  los  batallones  no  eran 
batallones,  sino  grupos  de  soldados  acémicos;  las  factorías  estaban  ago- 
tadas; las  compañías  de  transporte  sin  ganado;  las  cajas  sin  dinero,  los 
hospitales  sin  la  dotación  necesaria. 

¡Ah,  si  volviéramos  la  vista  al  pasado!  Pero  ¿á  qué  hacer  el  proceso 
de  aquella  desdichada  campaña  si  no  han  de  deducirse  responsabilida 
des,  ni  hemos  de  conseguir  otra  cosa  que  crearnos  enemistades,   conci- 
tarnos odios  y  poner  en  evidencia  nuestra  apatía  y  común  debilidad? 

Si  abrigáramos  el  propósito  de  acumular  las  pruebas  de  nuestra 
dolorosa  acusación,  bjstara  para  demostrar  li  verdad  de  nuestro  aserto 
ese  fárrago  inmenso  de  decretos,  circulares  y  órdenes,  despachos  é  in- 


312 

formes  que  amontonados  están  en  los  archivos  oficiales.  En  ellos  se  ve- 
ría como  en  la  guerra  no  hubo  más  que  un  criterio  á  qué  atenerse  ni  más 
que  un  cerebro  que  dirigiera.  Los  200.000  hombres  repartidos  por  toda 
la  isla  no  fueron  masque  un  montón  de  carne  humana,  el  cuerpo  de  un 
monstruo  con  dos  cabezas  de  hombre:  la  del  jefe  del  partido  conserva  • 
dor  y  la  del  capitán  general  de  la  gran  Antilla. 

Ya  es  sabido  que  fueron  muchos  los  jefes  que  cuidaron  del  solda- 
con  toda  la  solicitud  y  todo  el  cariño  de  que  el  soldado  español  se  hace 
merecedor,  pero  debe  saberse  también  que  cuando  los  cuerpos  hacían 
las  compras  á  su  gente  se  les  ordenó  que  se  racionaran  en  la?  factorías, 
que  cuando  los  envíos  de  los  contratistas  eran  rechazados  por  insuminis- 
trables,  los  que  tal  hacían  eran  encerrados  en  castillos;  se  supo  que  los 
garbanzos  no  podían  guisarse  bien  en  los  campamentos,  y  ss  suprimie- 
ron los  gai banzos;  se  averiguó  que  el  vino  era  muy  inferior  á  la  calidad 
que  se  pagaba  y  se  suprimió  el  vino. 

Ahora  bien;  sin  carne,  porque  no  había  ya  últimamente;  sin  gar- 
banzos y  sin  vino,  porque  se  suprimieron;  sin  galleta,  porque  la  envia- 
ban podrida  y  aunque  había  que  admitirla  no  se  utilizaba;  ¿qué  dejó  el 
general  Weyler  á  los  soldados  para  su  alimentación?... 


**♦ 


Al  ñn,  algo  habíase  ganado,  á  la  fecha,  en  aquel  depaitamento,  ya 
que  detrás  de  las  columnas  en  operaciones  ya,  después  de  una  larga  y 
obligada  inactividad,  quedaba  la  organización  hecha,  la  comida  asegu  - 
rada,  el  crédito  restablecido,  el  despilfarro  cortado  y  el  espíritu  bastan- 
te más  animoso.  Buscando,  como  basta  entonces  se  había  buscado,  un 
éxito  personal  y  de  momento,  se  hubiera  fatigado  á  las  tropas,  aumen- 
tando el  contingente  de  los  hospitales  y  aumentando  también  las  difi- 


I 


313 


cultades  de  un  plan  serio  para  acabar  la  guerra  en  su  totalidad,  no  para 
destruir  una  partida  determinada  que  nunca  se  encontraba  cuando  se  la 
buscaba  con  estrépito. 

Ya  los  centros  de  racionamiento  estaban  aprovisionados;  ya  los  si- 
tios de  necesaria  ó  útil  comunicación  tenían  sus  heliógrafos;  las  colum  - 
ñas  iban  reponiendo  ya  sus  elementos  de  combate,  y  ya  tenían  un  plan 
que  ejecutar  y  un  criterio    en 
qué  inspirarse. 

Ya  no  se  daría  el  caso  de  que 
existieido  almacenado  en  el 
parque  de  la  Habana  una  enor- 
me cantidad  de  material  sanita- 
rio, los  médicos  carecieran  de 
lo  más  preciso  para  la  curación 
desús  enfermos  y  heridos,  por 
que  para  obtenerlo  necesitaban 
instruir  un  expediente  que  du 
raba  seis  ú  ocho  meses. 

Ya  los  insurrectos  dejarían 
de  tener  frente  á  la  nuestra  otra 
trocha  militar,  porque  los  miles 
de  hombres  que  habían  perma- 
necido inactivos  y  estaban  paralizados  en  toda  la  línea  salían  todos  los 
días  á  practicar  reconocimientos  en  el  campo  enemigo.  El  primer  día 
que  salieron  las  tropas  tuvieron  fuego  con  los  rebeldes,  mataron  un 
insurrecto  y  cogiíron'reses  y  caballos:  esto  á  menos  de  quinientos  me- 
tros de  la  trochi. 

Acaso  los  impacientes  y  partidarios  de  la  guerra  de  exterminio  no 
gustaron  de  ese  sistema  de  ir  estableciendo  poco  á  poco  la  base  que  ha- 
bía de  conducirnos  á  un  éxito  positivo,  sin  tener  en  cuenta  que  por  no 

Blanoo  40 


CORONEL    DO.V    EAMIRO   BRUi^A. 
Jefe  de  colamaa. 


314 

haberlo  hecho  a;{,  nada  se  había  adelantado  en  tres  años.  De  modo  que 
bien  vah'a  la  peca  de  esperar  unos  cuantos  meses  á  que  el  nuevo  sistema 
diera  sus  naturales  y  anhelados  resultados. 


*  # 


Coronada  por  el  éxito  fué  la  operación  realizada  por  el  general  Pan 
do  para  asegurar  las  comunicaciones  por  el  rio  Cauto. 

El  día  27  llegó  el  general  á  Cauto  Embarcadero,  que  dejó  raciona- 
do coEvenientemente.  A  pesar  de  los  anuncios  lanzados  por  los  rebeldes 
de  oponerse  al  avance  de  nuestras  tropf  s,  huyeron  ante  ellas  sin  ofrecer 
resistencia,  abandonacdo  las  trincheras  que  tenían  construidas,  los  cam- 
pamentos, ganado,  sustancias  explosivas  y  armas. 

En  los  ligeros  combates  que  sostuvieron  con  nuestras  columnas, 
sufrieron  muchss  bijas  que  lograron  retirar:  las  experimentadas  por 
nuestras  tropas  fueron  únicamente  cuatro  soldados  heridos. 

El  día  26  se  tributaron  en  Guamo  honores  militares  al  pequeño  des- 
tacamento que  tan  heróicamei  te  había  defendido  aquel  fuerte,  bajo  la 
dirección  y  á  las  órdenes  del  valeroso  primer  teniente  señor  Muruzabal. 
El  general  Pando,  á  caballo  y  rodeado  de  su  Estado  mayor,  se  situó 
á  la  puerta  del  fuerte  con  una  compañía,  la  bandera  y  la  banda  de  mú- 
sica del  batallón  de  Las  Navas. 

Salió  del  ya  céltbre  fuerte  Guamo  el  heroico  destacamento  que  lo 
guarnecía  á  los  acordes  de  la  marcha  real  y  por  delante  de  él  empezaron 
á  desfilar  en  columna  de  honor  todas  las  tropas  que  formaban  la  colum- 
na, en  la  que  figuraban  también  las  dotaciones  de  los  cañoneros  Depen 
diente,  Lince  y  Centinela,  que  habían  operado  aquellos  días  en  el  Cau- 
to, de  modo  que  estaban  representadas  todas  las  armas  que  luchaban 
en  la  i;  la  en  defensa  de  la  integridad  del  territorio  patrio. 


( 


I 


315 

Terminado  el  desfile,  el  general  Pando  colocó  en  las  boca  mangas 
de  los  uniformes  de  todos  los  defensores  del  fuerte  las  divisas  corres- 
pondientes á  los  empleos  con  que  premió  la  nación  su  heroísmo. 

El  solemne  acto  terminó  abrazando  el  general  Pando  al  héroe  de 
Guamo,  el  bravo  capitán  señor  Muruzabal. 

Ddspués  el  general  dirigió  á  las  tropas  una  entusiasta  y  patriótica 
arenga  enalteciendo  la  tenacidad  especial  y  el  heroísmo  del  valeroso 
destacamento,  que  conmovió  hondamente  á  cuantos  presenciaron  el 
imponente  y  solemne  acto. 


Recibimos  el  día  29  noticia  de  las  operaciones  combinadas  que  di- 
rigió personalmente  el  general  Aguirre,  con  las  columnas  de  su  divi- 
sión de  Las  Villas. 

En  dichas  operaciones,  nuestras  tropas  hicieron  al  enemigo  20 
muertos  y  tres  prisioneros;  recogieron  muchas  familias,  armas,  caballos, 
municiones  y  otros  efectos,  y  destruyeron  varios  campamentos. 

Las  bf  jas  de  las  columnas  consistieron  en  dos  muertos  y  diez  heridos. 

De  la  columna  que  mandaba  el  general  Aguirre  formaban  parte  150 
voluntarios  de  Cieafuegos,  que  pidieron  expontáneamente  salir  á  ope- 
raciones. 

Restablecida  ya  por  completo  lacomuiicacióa  y  libre  la  navegación 
por  el  río  Cauto,  cuyas  operaciones  fueron  ejecutadas  con  gran  acierto, 
no  tendrían  aquéllas  en  Oriente  gran  interés  en  tanto  que  se  ultimasen 
l's  prepírativos  que  estiba  haciendo  el  general  Pando  para  ejecutar  al- 
go que  pu  'iera  ser  de  resultado  extraordinario. 

Todas  las  noticias  que  el  día  30  se  tenían  de  las  columnas  en  opera- 
ciones eran  satisfactorias,  realizándose  éstas  con  incesante  actividad  y 
demostrando  las  fuerzas  levantado  espíritu. 


316 

El  general  PanJo  regresó  el  28  á  Manzanillo,  después  de  enterarse 
de  que  seguían  con  éxito  completo  los  trabajos  preparataiios  para  forti 
ficar  la  línea  fluvial  del  Cauto. 

Las  columnas  continuaban  reconociendo  las  márgenes  del  rio,  don- 
de el  enemigo  había  abandonado,  completamente  desmoralizado,  sin 
campamentos  y  trincheras,  algunas  armas  de  fuego,  efectos,  explosivos, 
ganados  y  recursos,  que  fueron  ocupados  por  nues.trds  tropas. 

El  díi  31  regresaron  á  la  Habana  el  periodista  norteamericano  Seo - 
vel  y  su  señora,  después  de  haber  permanecido  dos  díss  en  el  camp;- 
mento  de  Máximo  Gómez,  situado  á  la  sazón  en  Maysjigua. 

Ssgún  dijo  el  corresponsal  del  World,  MáximQ  GJmez  gozaba  de 
excelente  salud  y  afectaba  abrigar  esperanzas  en  el  triunfo  de  la  insu- 
rrección. 

El  generalísimo  de  los  rebeldes  cubanos  tenía  á  sus  órdenes  5C0 
hombres,  que  estaban  bien  armados  y  alimentados,  pero  que  andaban 
escasos  de  vestuario. 

Explicó  su  orden  prohibiendo  la  zffa  por  considerar  que  el  trabajo 
era  un  auxiliar  de  la  paz,  y  declaró  qua  rechazaba   la  autonomía,  por- 
que abrigaba  la  se  garuad  de  que  la  insurrección  triunfaría  el  año  pro 
ximo. 

Hablando  de  la  política  que  se  seguía  en  Cuba,  dijo  que  los  actos 
de  benignidad  favorecían  á  la  insurrección,  compensándola  de  los  per- 
jaicios  que  los  fríos  causaban  á  los  rebeldes. 

Negó  que  existieran  difgastos  entre  él  y  Calixto  García  y,  por  úl  ■ 
timo,  manifestó  qae  rechazaba  y  rechazaría  siempre  todo  pacto  ó  conve 
nio  con  el  g'jbitr,:o  español  que  no  estuviese  basado  en  la  independen- 
cia de  Cuba  por  la  que  venía  luchando  hacia  treinta  años. 

Hablando  después  Scovel  por  su  cuenta  d  jo  que  creía  que  algunos 
insurrectos  estaban  dispuestos  á  aceptar  la  legalidad  y  :e  presentarían 
tan  luego  estuviese  esta  coa&tituida,  pero  que  la  mayoría  de  ellos  se 
mostraba  iiitransigeate  y  continuaría  en  el  campo  de  la  rebelión. 


317 


*** 


En  la  Habana  no  se  hablaba,  á  la  fecha,  de  la  guerra.  En  realidad, 
los  partes  de  aquellos  días  carecían  de  interés;  paro  aun  cuando  en 
aquellos  momenioi  hubieran  llegado  noticias  importantes  de  la  campa- 
ña, hubieran  pioducido  escasa  sensación.  Hasta  tal  punto  se  agitábanlos 
que  pretendían  les  cargos  oficiales  y  hasta  tal  extremo  se  hallaba  pre- 
ocupada la  opinión  pública  con  la  solución  de  los  asuntos  políticos. 

La  capital  de  la  gran  Antilla  recordaba  en  los  últimos  días  del  año 
97  á  Madrid  en  los  días  de  crisis  ministerial. 

Ultimada  la  candidatura  para  la  formación  del  gobierno  insular  y 
firmados  por  el  general  Blanco  y  remitidos  á  la  Gaceta  para  que  los 
publicara  el  día  31,  los  decretos  nombrando  á  los  ministros,  la  expecta- 
ción era  grande  por  conocer  los  primeros  actos  del  ministerio  y  los  resul- 
tados de  la  implantación  del  nuevo  régimen  colonial  con  respecto  á  la 
deseada  pscificcción  de  la  isla  y  al  recobro  de  la  normalidad  en  la  vida 
de  los  ciudadanos. 

En  el  Consejo  de  ministros  celebrado  el  mismo  día  por  el  Gobierno 
de  la  Metrópoli  se  lejó  por  el  de  Ultramar  un  telegrama  enviado  por 
el  gobarnador  general  de  Cuba  que  decía  textualmente  así: 

«.Habana  31  de  Diciembre.— El  gobarnador  general  al  ministro  de 
Ultramar. 

En  cumplimiento  artículo  i."  transitorio  decreto  25  Noviembre  úl- 
timo, tengo  la  honra  proponer  V.  E.  la  siguiente  candidatura  del  go- 
bierno provisional: 

Presidente,  Gálvez  (don  fosé  María). 

Ministro  de  Gracia  y  Justicia  y  Gobernación,  Govín    don  Antonio). 

Ministro  de  Hacienda,  Montoro    don  Rafael). 


318 

Instrucción  pública,  Zayas  (don  Francisco  de) 

ladustria  y  Comercio,  Laureano  Rodríguez. 

Obras  públicas,  Dolz  (don  Eduardo). 

Dabiendo  jurar  el  i.'  Enero,  ayieve rmñva&.— Blanco.» 

El  CoDSíjo  autorizó  al  ministro  de  Ultramar  para  aprobar  la  pro- 
puesta del  general  Blanco  y  para  sa'ular  al  nuevo  gobierno  insular. 

El  día  i.°  de  Enero  del  98  juró  el  primer  gobierno  responsable  de 
Cuba. 

Fallaron  por  tanto  los  vaticinios  y  las  intenciones  de  muchas  gen- 
tes que,  estimando  imposible  su  formación,  deducían  de  esa  supuesta 
imposibilidad  el  fracaso  inmediato  del  nuevo  régimen. 

En  el  primer  ministerio  insular  de  la  grande  Antilla  estaban  repre- 
sentadas y  ponderadas  todas  las  fuerzas,  ideas  y  aspiraciones  que  debían 
estarlo.  Los  liberales  que  en  días  de  prueba  arrostraron  la  cólera  de  los 
facciosos  y  las  sospechas  de  los  intransigentes  resistiendo  á  pié  firme  en 
la  Habana  una  doble  corriente  de  odios  y  prestando  con  elloá  la  madre 
patria  inapreciable  servicios;  los  radicales  y  los  emigrados  que  descon- 
fiaron en  un  principio  de  que  llegase  nunca  el  tiempo  de  las  justas  repa- 
raciones, pero  que  al  reconocer  su  yerro  acudieron  patrióticamente  á 
cumplir  sus  deberes  de  españoles  y  de  cubanos;  los  reformistas,  cuya 
iniciativa  resuelta  y  tenaz  hizo  posible  la  completa  transformación  polí- 
tica que  se  efectuó,  y  los  independientes  que,  dotados  de  espíritu  gene- 
roso y  amplio,  personificaban  la  masa  neutra  y  trabajadora  del  pueblo 
antillano  de  igual  manera  que  la  personificaron  en  aquella  memorable 
demanda  colectiva  á  que  se  dio  el  nombre  de  «movimiento  económico» 


* 
*  * 


Algunos  de  los  ministros  habían  acreditado  en  el  Parlamento  na 
cional,  en  el  foro  y  en  la  prensa,  sus  excepcionales  aptitudes. 


I 


319 

Ninguno  necesitaba  buscar  testimonios  de  españolismo  porque  los 
que  antes  no  tuvieron  ocasión  de  demostrarlo  con  sacrificios  y  actos  ex- 
ternos, harto  lo  demostraban  á  la  sazón  al  aceptar  una  misión  en  que 
se  veían  lejanos  los  triunfos  y  próximas,  muy  próximas  las  responsabi- 
lidades. 


BANDOLERO  REGINO  ALFONSO 


Por  fortuna,  eran  animosos,  estaban  habituados  á  la  lucha  y  al  su- 
frimiento, y  llevaban  consigo  dos  poderosos  auxiliares:  el  amor  á  la  pa- 
tria grande  y  á  la  pequeña,  y  el  noble  deseo  de  patentizar  que  eran  efi- 
caces, salvadoras  y  prácticas  aquellas  ideas  é  instituciones,  á  cuya  de- 
fensa consagraron  lo  mejor  de  su  vida. 


320 

Abrumadores  trabajos  y  duras  contrariedades  les  esperaban  en  Ja 
empresa  de  conducir  el  gobierno  interior  de  Cuba  hasta  la  constitución 
de  las  primeras  Cámaras  insulares. 

No  sólo  habían  de  tropezar  con  las  infinitas  dificultades  anejas  á  la 
implantación  de  una  legalidad,  no  sancionada  por  la  expariencia  pro  - 
pia,  sino  que  tendrían  que  vencer  las  resistencias  pasivas  de  un  pueblo 
desventurado  que  anhelaba  resucitar  y  vivir,  pero  al  que  apenas  le  que- 
daban fuerzas  para  levantarse  del  surco. 

Era  de  esperar,  sin  embargo,  que  no  fracasarían,  á  poco  que  su  de- 
cidida voluntad  perseverase,  porque  con  ello  estarían  para  animarles  en 
la  buena  obra  las  simpatías  y  los  votos  de  cuantos  amasen  de  veras  la 
psz,  la  libertad  y  la  justicia. 

Ya  se  encontraba  expedito  el  camino,  y  no  faltaba  más  que  reco- 
rrerlo, sin  vacilaciones,  sin  egoísmos  y  sin  desconfianzas.  De  que  asi 
íuera,  nos  congratulamos,  no  como  políticos,  siao  como  patriotas. 

España,  sin  el  acicate  de  presiones  ajenas,  que  no  hubiera  tolerado 
nunca,  supo  cumplir  su  palabra  de  nación  y  sus  deberes  de  madre. 


321 


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Blanco  41 


CAPITULO  XXVI 


Año  nuevo. — Nuestros  votos. — El  problema  de  Cubi.: — A  Tueltas  con  el  mismo  tema. — Pre- 
sunciones y  temores. — Una  hipótesis.  — Consuelo  postumo. — Actividad  de  nuestras  colum- 
nas.— Situación  de  las  dos  provincias  Orientales. — Las  fuerzas  iusurrectas  del  Camagüey. 
—  Organizición  de  las  fuerzas  rebeldes  de  Santiago  de  Cuba. — Trab!>jo8  de  atracción. — 
Situación  nada  grata. — Las  partidas  occidentales  desalentadas. — Nuestra  ofensiva  en 
Oriente. 


esventuraDos  años  fueron  para  España  los  de  1893  y 
r,ft.       94,  en  los  que  además  de  sucesos  interiores  suma- 
mente lamentables  tuvimos  que  deplorar  lo  ocurrido  en 
Malilla  con  las  kábilas  del  Riff,  y  sú  terminación   nada 
lucida  en  el  tratado  de  Marruecos. 

Acrecieron  las  desdichas  de  la  patria  á  poco  de  empezar  el 
95,  con  el  alzamiento  de  Baire,  y  desde  entonces  hasta  fines  del 
97  apenas  nos  dieron  punto  de  reposo  ni  momento  de  alegría, 
teniéndonos  tan  al  cabo  de  nuestras  tuerzas  que  en  ocasiones  pudo  creer  • 
se  probable,  y  &úa  cercano,  el  /¡nts  Hispanioe. 

El  año  97  despidióse  de  nosotros  algo  mejor  que  empezó,  si  bien 
con  los  horizontes  aún  muy  cerrados.  Por  la  parte  de  Filipinas  aparecía 
el  cielo  más  despejado,  iluminando  el  horizonte  los  rayos  del  sol  de  la 
paz,  pero  sin  haberse  desvanecido  por  completo  los  temores  de  nueva 
tormenta.  El  problema  de  Cuba  seguía  siendo  motivo  fundado  de  rece 
los. 


323 

Sin  embargo,  la  fé  en  nuestro  destino  y  la  confianza  en  los  nuevos 
derroteros  de  nuestra  política  colonial  nos  hicieron  concebir  esperanzas 
de  que  el  año  98  nos  trsjara  algúa  alivio  para  nuestros  padecimientos. 
La  constancia  con  que  la  nación  había  hecho  frente  á  tan  continuados 
desvíos  de  la  fortuna  había  de  producir  sus  frutos.  Los  errores  en  que 
los  gobarnantes  habían  incurrido  no  habían  logrado  anular  del  todo  los 
grandes  sacrificios  que  con  estoica  serenidad  y  abnegación  sin  igual  ha- 
bía sabido  hacer  el  pueblo  español. 

Si  la  pacificación  del  archipiélago  filipino  no  se  había  verificado 
como  nosotros  hubiéramos  querido,  al  fin  era  pacificación  y  represen- 
taba una  no  pequeña  mejoría  en  el  estado  de  aquel  país,  sobre  todo  si 
se  compara  la  situación  con  la  de  los  últimos  días  del  año  anterior  1896, 
cuando  el  ilustre  general  Polaviej a  llegaba  á  la  entrada  del  puerto  de 
Manila.  Entonces  la  soberonía  española  parecía  en  inminente  peligro. 
A  la  fecha  las  circunstancias  nos  concedían  una  tregua  que,  bien  apro- 
vechada, pudiera  haber  sido  fecunda  en  resultados  favorables. 


En  la  gran  Antilla  no  se  habían  borrado  ni  en  mucho  tiempo  se  bo- 
rrarían las  tristes  huellas  del  gobierno  pasado,  pero  en  algunas  cosas  se 
notaba  mejoiía.  Ya  no  era  el  departamento  Oriental  tierra  abandonada 
á  la  Cuba  libre  délos  mambises.  El  general  Pando  había  recobrado  la 
linea  del  Cauto,  tanto  tiempo  perdida,  y  había  podido  bajar  casi  solo 
aquel  mismo  río  que  hacía  cerca  de  año  y  medio  estaba  cerrado  para 
nuestros  barcos,  por  muy  bien  defendidos  que  fu  sen;  y  el  general  Li- 
nares había  cruzado  la  zona  comprendida  entre  San  Luis  y  Biire,  parfje 
por  donde  no  había  pasado  una  columna  leal  desde  no  sabemos  qué  fe- 
cha. Habíamos  operado  con  éxito  en  el  foco  de  la  r<  b.lión. 


324 

A!  ña,  nuestra  peí severancia  triunfaría  de  la  tenacidad  de  nuestros 
adversarios. 

Lo  fiaron  t)do  al  agotamiento  de  España,  y  esta  España,  que  ellos 
no  conocían,  ó  conocían  mal,  mostrábase  inagotable.  Creímos  que  no 
tardarían  mucho  en  persuadirse  de  la  equivocación  en  que  incurrieran, 
y  cuando  esto  sucediese,  la  mayor  parte  de  los  que  la  combatían  se  aco- 
gerían á  su  nunca  desmentida  generosidad,  mientras  un  puñado  de  dís 
colos  aventureros  marchase  á  esconder  su  impotencia  en  el  seno  del 
pueblo  desleal  que  traidoramente  los  lanzara  á  la  lucha. 

Esperamos,  por  todo  ello,  que  el  año  98  vería  ese  desenlace.  Si  no 
habíamos  dudado  de  nosotros  mismos  hasta  entonces,  menos  debíamos 
dudar  en  adelante,  después  de  haber  hecho  tan  gigantescos  esfuerzos. 

¡Qaizás,  pensamos  al  ver  nacer  el  nuevo  año,  está  más  cerca  de  lo 
que  creemos  el  día  en  que  la  patria  pueda  entregarse,   tranquila  y  con 
tenta,  á  sanar  de  las  heridas  recibidas  para  evitar  que  puedan  volver  á 
abrirse!...  ¡Oh,  amarga  decepción!  ¡Oh,  desencanto  cruel  y  acerbo,  el 
que  nos  tenía  reservado  el  destino!... 


*     * 


Problema  el  de  Cuba  siempre  en  el  encerado,  requiriendo  de  conti- 
nuo la  atención  de  los  españoles,  ni  más  ni  menos  que  reclamaba  á  los 
soldados  y  el  dinero  de  la  nación,  impone  también  la  necesidad  de  tra- 
tarlo casi  á  diario  en  las  páginas  de  esta  nuestra  Reseña. 

No  ya  á  los  escritores  de  nuestro  país,  sino  á  los  extranjeros  facilita 
el  asunto  materia  inagotable  de  observación  y  de  estudio.  Porque  el  ses- 
go que  al  mismo  se  dio,  las  complicaciones  por  él  originadas,  sus  con- 
secuencias fatales  y  desastrosas  para  España,  y  sobre  todo,  la  intrusión 
y  los  manejos  de  los  Estados  Uaidos,  lo  convirtieron  de  negocio  interior 
de  España  en  cuestión  universal. 


325 

Como  todo  hecho  extremadamente  complejo,  presentaba  el  de  que 
se  trata,  al  comenzar  el  año  98,  varias  fases,  algunas  de  ellas  de  capital 
importancia  y  esto  consiente  que  sin  pesadez  ni  monotonía  podamos 
volver  sobre  el  tema  una  y  cien  veces  en  el  curso  de  nuestra  Reseña. 

En  precedentes  páginas  hemos  examinado  las  fases  principales  de 
la  autonomía  cubana  en  su  primer  acto,  es  decir,  en  la  constitución  del 
ministerio  insular  y  en  los  efectos  y  responsabilidades  que  ese  acto  po- 
día traer.  Pdro  importaba  mucho  no  perder  de  vista  la  faz  capitalísima 


CRUCERO  «LEGAZPI» 


de  la  cuestión,  y  á  tal  fia  hemos  de  procurar  que  sobre  ella  se  fije  una 
vez  más  la  atención  de  nuestros  lectores. 

Adelantémonos,  teniendo  en  cuenta  la  fecha á  que  nos  refírimos,  á 
dar  por  un  hecho  inconcuso,  que  el  nuevo  poder  funcionaba  del  modo 
más  admirable,  con  todo  el  aplauso  de  los  cubanos  que  aceptaban  la 
nueva  legalidad. 

Imaginémonos  que  los  autonomistas  emigrados  se  repatriaban  sin 
que  faltase  uao  solo;  qne  los  camp3sinos  pacíficos  habían  hallad  o  medios 
de  vivir,  olvidando  los  tiempos  de  Weyler  y  abominando  de  Máximo 


326 

Gómez  y  sus  secuaces;  que  los  irás  intransigentes  partidarios  de  la  Unióa 
constitucional  en  Cuba  reconocían  el  hecho  consumado  y  no  escucha- 
ban sino  la  voz  del  patriotismo;  que  Jas  elecciones  habían  sido  hechas 
en  la  isla  con  una  sinceridad  antes  no  conocida  en  territorio  español; 
que  las  Cámaras  insulares  deliberaban  con  elevado  espíritu,  y  el  Gibi 
nete  insular  gobernaba  con  inteligencia,  actividad  y  desinterés  y  con  el 
aplauso  y  las  simpatías  de  Europa.  ¿Se  habría  acabado  por  ello  solo  la 
guerrs?  ¿Estaban  los  términos  todos  del  problema  reducidos  á  eso? 


El  elemento  intransigente,  el  sepaiatista,  el  que  había  soñado  con 
lanzar  de  Cuba  el  poder  español  para  satisfacer  en  la  isla  todas  sus  pa- 
siones, había  tenido  dos  grandes  puntos  de  apoyo:  el  uno,  parte  muy 
considerable  de  la  población  cubana;  el  otro,  el  auxilio  manifiesto  y  efi- 
caz de  los  Estados  Unidos. 

Ahora  bicu:  dando  de  barato  que  el  favor  de  esa  parte  de  la  masa 
isleña  se  le  retiraba  á  la  insurrección  mediante  los  efectos  excelentes, 
supuestos  en  las  lineas  anteriores  con  toda  generosidad,  ¿con  qué  se 
les  quitaba  á  los  rebeldes  el  otro  punto  de  apoyo? 

Habían  dicho  que  tamb'én  ese  apoyo  desaparecería  con  la  implan- 
tación del  nuevo  légimen  en  Cuba.  Esto  era  una  ilusión  candorosa.  El 
Mensaje  de  MaC  Kinley,  la  actitud  de  las  Cámaras  norteamericanas,  el 
lenguaje  de  los  periódicos  yankees,  el  anuncio  de  envío  de  la  escuadra 
federsl  al  golfo  de  Méj  co,  la  última  nota  diplomática  del  Gabinete  de 
Washingtcn,  las  últimas  expediciones  filibusteras,  \&  piedad  oficial  de 
Sherman  por  los  concentrados  y  hasta  las  ropas  vifjas  y  los  averiados 
comestibles  con  que  el  cónsul  Mr.  Lee  habría  de  socorrer  á  aquéllos, 
eran  datos  más  que  suficientes  para  juzgar  del  aislamiento  en  que  los 
Estados  de  la  Uoión  del  Norte  Améiica  dejaban  á  la  rebeldía. 


327 

Cierto  que  ya  éstos  no  podían  presentarse,  cual  trataran  de  hacerlo 
anteriormente,  como  los  campeones  déla  humanidad  y  déla  justicia  (¡1). 
Sa  tarea  era  ala  sazón  [gravemente. hipócrita.  Pero,  ¿quién  no  veía  la 
burda  hilazt? 

Con  el  lenguaja  de  los  hechos,  los  Estados  Unidos  decían  á  Máximo 
Gómez,  á  Calixto  García,  á  Rabí,  á  Collazo,  á  los  Varona,  á  los  Ro- 
dríguez, á  los  miembros  del  Gobierno  ridículo  de  la  manigua,  ¡Sos- 
t;neosahí  mientras  llega  el  momento  oportuno  de  intervenir  noso- 
iros!  Y,  ¡claro  está!,  los  rebeildes  encontraban  ese  punto  de  apoyo  para 
sus  esfuerzos  y  sus  esperanzas,  y  se  mantenían  y  se  mantendrían,  (y  se 
mantuvieron)  al  abrigo  del  bosque  y  al  amparo  de  la  Ciénaga,  aunque 
toda  la  población  cubana  se  apartase  de  ellos. 


Aún  suponiendo,  pues, — (y  fué  mu;ha  hipótesis)— que  se  produjera 
ese  completo  aislamiento,  tocante  al  elemento  insular,  la  rebeldía  se- 
guiría nutrida  por  los  recursos  de  la  República  norteamericana.  De 
consiguiente  el  gobierno  español  se  halló  en  la  necesidad  imprescindi- 
ble de  buscar  los  medios  para  cortar  esa  corriente  de  auxilios  morales 
y  materiales.  No  lo  hizo  así,  y  la  hipocresía  y  co¿ici&  yankee  nos  com- 
pilió  y  arrastró  al  desastre. 

Esto  se  hubo  de  percibir  con  claridad  superior  cada  día,  sin  que 
bastase  para  no  querer  verlo,  meter,  como  el  avestruz,  la  cabeza  bajo 
el  ala,  para  huir  el  peligro. 

Quisimos  fiarlo  tolo  á  la  acción  política,  y  lo  cierto  es  que  des- 
pués de  la  solemne  jura  del  gobierno  militar  ya  no  fué  tan  grande  la 
depresión  que  en  el  ánimo  de  las  gentes  produjeran  los  tropiezos  y  los 
incidentes  de  su  constitución;  pero   abandonamos  ó  no  supimos  enea- 


328 

rrilar  y  dirigir  á  donde  debiéramos  haber  encaminado  nuestra  acción 
diplomática,  y  la  temida  intervención  de  la  humanitaria  gran  Repú- 
blica federal  se  nos  vino  encima  y  nos  encontró  desapercibidcs  y  casi 
en  la  más  completa  indefensión. 

— Vive  Dios,  que  pudo  ser, — exclaman  aún  hoy  con  el  personaje 
calderoniano  los  que  tuvieron  siempre  fé  en  la  virtualidad  de  la  nación 
española  y  en  ciertas  esperanzas  utópicas  basadas  en  determinadas 
promesas  y  simpatías  platónicas. 

Ua  postumo  consuelo  nos  queda,  y  es:  que  aparte  toda  considera- 
ción utilitaria,  será  siempre  hermoso  y  renovará  siempre  la  confianza 
en  el  progreso  de  la  humanidad,  el  espectáculo  de  un  pueblo  que  sin 
romper  la  unidad  de  la  patria,  tomó  posesión  de  sí  mismo. 

Aún  los  que  no  fueran  capaces  de  sentirlo  ni  comprenderlo  hubie- 
ron de  notar  con  júbilo  que  las  unánimes  aclamaciones  de  la  multitud 
en  el  instante  de  jurar  los  secretarios  del  gobierno  insular  fueron  estas: 
¡Viva  España!  ¡Viva  Cuba  siempre  española! 

Esos  dos  gritos  fueron  la  primera  ¡y  única!  compensación  que  á  su 
generosidad  y  á  sus  sacrificios  encontró  la  patria... 


* 
*  * 


No  permanecieron  inactivas,  nuestras  columnas  en  operaciones 
por  el  campo  de  la  rebelión,  durante  aquellos  días  de  expectación  po- 
lítica con  motivo  de  la  instauración  del  nuevo  régimen  político  en 
la  isla. 

En  Las  Villas,  el  batallón  de  Soria  batió  en  el  cafetal  «González»  á 
la  partida  que  mandaba  el  cabecilla  Cayito  Alvarez,  compuesta  de  aoo 
hombres,  á  la  que  tomó  y  destruyó  su  campamento,  causándole  ao 
muertos  y  cogiendo  tres  prisioneros,  ocho  armas  y  36  caballos. 


I 


I 


329 


La  columna  tuvo  en  esa  operacióa  dos  muertos  y  siete  heridos,  y 
en  otras  sucesivas  hizo  al  enemigo  otros  tres  prisioneros  y  cogióle 
cuatro  caballos.  Además  se  presentaron  84  rebeldes,  con  22  armas, 
entre  ellos  el  cabecilla  Taj  3. 

En  Sancti  Spíritus  se  presentaron  45  con  diez  armas,  entre  los  que 
figuraba  el  cabecilla  Céspedes. 

Ea  Santiago  de  Cuba,  el  general  Linares  cruzó  el  Cauto  con  tres 
columnas,  batiendo  á  Cebreco 
en  Aguacate;  sigaió  por  Reman- 
ganaguas  á  Biire,  volvió  por 
Mabio,  donde  sostuvo  con  bate 
con  uaa  partida,  que  hayo,  y 
llegó  á  Palma  Sariano,  después 
de  dispersar  al  enemigo  y  des- 
truirle un  campamento  y  efec- 
tos. 

La  columna  del  bizarro  ge- 
neral tuvo  un  muerto  de  tropa, 
y  heridos  el  teniente  don  Fran- 
cisco Aya  y  ocho  soldados. 

La  situación  de  las  dos  pro- 
vincias orientíiles  contrastaba 
d.e  una  manera  visible  con  la 
mejora  lograda  en    Occidente. 

En  ambas  erangrande;  las  dificultades  para  nuestras  tropas,  porque  se 
habían  ido  acumulando  por  el  enemigo  durante  más  de  dos  años,  á 
favor  de  la  poca  atención  prestada  á  esa  parte  del  teatro  de  la  guerra. 
Lo  primero  quj  se  había  de  notar  al  emprender  cualquiera  clase  de 
operaciones  militares,  era  la  falta  absoluta  de  preparación  para  la  cam- 
paña, falta  so'.o  imputable  al  anterior  gobierno. 

Blanco  42 


ORDENAXZi.  DEL  CABECILL\    RIVERA. 


330 

Agregábanse  á  esto  las  coudiciones  topográficas  de  aquella  exten- 
sa región  la  más  accidentada  de  la  isla;  el  estado  de  la  población  civil; 
la  carencia  de  caminos;  la  escasez  de  subsistencias  y  el  no  disponerse 
de  suficiente  número  de  acémilas  para  el  servicio  de  transportes. 

El  general  Jiménez  Castel'anos,  que  ejercía  el  mando  militar  en  el 
Camagüey,  prestaba  especial  cuidado  á  la  salud  y  bienestar  de  sus 
tropas. 

Como  las  fuerzas  de  que  disponía  no  eran  bastantes  para  guarnecer 
poblados  y  operar  al  mismo  tiempo  de  un  modo  activo,  se  limitaba  á 
la  defensiva  en  Puerto  Pjíncipe  (capital  de  la  provincia),  Nuevitas  y 
Santa  Cruz  del  Sar. 

El  titulado  gobierno  de  la  República  de  Cuba  había  sostenido 
aquellos  días  frecuente  comunicación  con  el  generaUsimo  Gómez  á  pro- 
pósito de  la  implantación  del  nuevo  régimen  y  de  lo  que  más  conven- 
dría á  los  partidarios  de  la  causa  separatista,  en  presencia  de  la  transfor- 
mación política  que  la  isla  iba  á  sufrir. 

De  una  y  otra  parte  prevalecieron  los  temperamentos  de  intransi- 
gencia, y  por  ambas  el  acuerdo  de  continuar  la  lucha  sin  aceptar  tran- 
sacciones de  ningún  género. 


« 


Las  principales  partidas  del  Camr güey  eran  las  que  estaban  á  las 
órdenes  de  los  cabecillas  Recio,  Capote,  Vega  y  el  peninsular  Miró,  que 
tañían  á  su  disposición  mucho  ganado,  porque  en  aquella  región  abun- 
da en  el  campo,  abandonado  á  sus  correrías. 

Opinaban  los  militares  que,  formándose  una  columna  especial,  po- 
dría recogerse  cantidad  bastante  de  reses,  para  proveer  de  carne  al 
ejército. 


331 

AI  objeto  de  proseguir  activa  y  vigorosamente  las  operaciones  en 
Oriente,  continuaban  acumulándose  fuerzas  en  Santiago  de  Cuba,  ha- 
biéndose establecido  el  cuartel  general  en  Manzanillo. 

Como  resultado  de  las  operaciones  militares  en  preparación,  se  es- 
peraba asegurar  por  cooipleto  la  comunicación  fluvial  por  el  Cauto, 
poner  remedio  á  la  lamentable  situación  creada  por  la  carencia  de  car- 
ne y  la  escasez  de  raciones  para  la  subsistencia  del  ejército,  aumentar 
la  capacidad  y  el  núnero  de  los  hospitales,  y  aliviar,  en  suma,  los  su- 
frimientos de  todo  género  que  experimentaban  nuestro  sobrios  y-  he-' 
róicos  soldados. 

En  vísperas,  pues,  de  una  ofensiva  en  Oriente,  interesa  conocer  la 
organización  de  las  fuerzas  insurrectas  que  mandaba  Calixto  García,  la 
cual  era,  según  informes  que  estimamos  exactos,  la  siguiente: 

División  de  Manzanillo. — Constaba  de  2.000  hombres,  á  las  órde-- 
nes  del  cabecilla  Salvador  Ríos.  ' 

División  de  Bayamo  y  Jigiiani.~h<i.  mandaba  el  cabecilla  Jesús 
Rabí  y  ascendí  i  á  1.500  himbres. 

División  de  /fo/g'MÍ/z.— Formábanla  6:)o  hombres,  á  las  órdenes  del 
cabecilla  Torres. 

División  del  Cauto. — La  componía  una  gruesa  partida,  de  cuyo 
mando  estaban  encargados  los  hermanos  Menocal. 

Divisiónde  Santiago  —yLín^^hílSi  el  cabecilla  Cebreco  y  tenía  1.500 
hombres^divididos  en  brigadas,  á  hs  órdenes,  respectivamente,  de  los 
cibecillas  Vá'.qurz  y  Liern. 

División  de  Guaniánamo.— Tenía  500  hombres,  á  las  órdenes  de 
Periquito  Pérez. 

División  de  Ságua  de  Tánamo y  Cartagena. — Estaba  formada   por 
na  gíUisa  partida,  cuyo  manJo  compartían  varios  cabecillas    de  se- 
^nda  y  tercera  fila. 

Tales  eran  las  faerzas  que  al   comienzo  del  año  98  constituían  el 


332 

lamado  ejército  libertador  de  Cuba  en  el  depaitamento  Oiiental,  do- 
Itadas  de  buen  aimamento  y  de  abundante  alimentación. 


*  * 


Contra  ese  ejército  rebelde  batía  desplegado  hasta  la  fecha  mucha 
actividad  el  general  Linares;  peio  manteciéndcse  á  la  defensiva,  por 
carecer  ds  fuerzas  para  ensanchar  su  esfera  de  acción  y  emprender  una 
ofensiva  vigorosa. 

Los  dueños,  de  ingenios  enclavados  en  la  zona  de  Guantánamo,  no 
se  decidían  á  emprender  las  operaciones  de  la  zsfra,  cohibidos  por  el 
terror  de  que  los  insurrectos  cumplieran  su  amenaza  de  prender  fuego 
á  los  cañaverales  y  á  Iss  ñncas.  Esto  contribuía  á  aumentar  las  dificul- 
tades de  la  situación  económica  de  Oriente,  que  era  deplorable. 

El  estado  sanitario  era  mediano. 

Se  trabajaba  para  atraer  á  la  legalidad  á  los  elementos  fafgadosde 
la  lucha,  pero  hasta  la  fccha  no  se  había  conseguido  ningún  resultado 
favorablf ,  porque  las  gentes  estaban  aterrorizadas  por  las  amenazas  de 
Calixto  García,  que  extremaba  las  cosas  para  mantener  intacta  la  re- 
beldía. 

Varios  vapores  llevaban  á  Oriente  aquellos  víveres  de  que  se  care- 
cia  en  squella  región,  y  tomaban  en  ella  para  les  provincias  de  Occi- 
dente los  de  que  en  ésta  se  escaseaba,  cohonestando  con  este  cambio  de 
productos  las  dificultades  de  la  situación  de  la  isla. 

Juzgada  ésta  en  conjunto,  preciso  es  confesar  que  á  la  fecha  no 
era  nada  grata;  pudiendo  sólo  r  nadir,  para  atenuar  esta  desagradable 
impresión,  que  en  las  esferas  oficiales  se  confiaba  en  poder  poner  pron- 
to remedio  á  tan  graves  males. 

Cuanto  á  las  p.ovincias  occidentales,  los  generales  Beroal  y  Gon 


333 

zález  Parrado  se  mostraban  satisfechos  de  las  últimas  batidas  dadas  al 
enemigó,  que,  por  consecuencia  de  ellas,  se  había  visto  obligado  á 
fraccionarse  y  se  mostraba  desalentado. 

Esto  permitida  sacar  de  dichas  provincias  algunas  fuerzas  de  las 
que  á  la  fecha  operaban  en  ella,  para  vigorizar  y  robustecer  las  que  en 
Oriente  se  disponían  á  tomar  la  ofensiva. 


■>^®-H-^ 


CAPITULO    XXVII 


Nuevos  refaerzoB. — Alarma  en  la  opiniÓD. — Protestas  v  general  clamoreo. — Los  nuevos  sacri- 
ficios de  sangre.  —  Varios  encuentros  y  combates. — Ataque  de  Niquero. — Presentaciones. 
—  La  prensa  liberal  de  la  Habana. — Esperanzas. — Nuevas  presentaciones.  — Ataques  á 
un  couvoy. — Toma  y  destrucción  de  campamentos. — La  columna  del  general  Ruíz. — Ba- 
tida y  dispersión  de  las  fuerzas  del  generalísimo. — Importante  aprehensión' — El  general 
Pando  en  Oriente. — Noticias  satisfactorias. — Nuestros  votos. 


RAN  alarma   produjo  ea  la  opinión   la  noticia  dolorosa- 
mente   interesante    del   envío  de  nuevos  refuerzos    á 
rj/{'--^    Cuba,  pedidos  por  el  general  Blanco  y  concedidos  por 
-.'        el  Gobierno. 

En  vista  de  que  el  número  de  bajas  aumentaba  en   el  ejér- 
cito de  la  gran  Antilla,  el  capitán   general  de  la  isla   había 
comprendido  la  necesidad  de  reponer  aquéllas,  á  fin  de  hacer 
más  activa  y  más  provechosa  la  campaña  antes  que  llegara  el 
periodo  de  las  lluvias. 

A  este  propósito,  y  de  acuerdo  con  el  Gobierno,  inició  el  recluta  - 
miento  voluntario  para  formar  las  milicias  blancas  y  de  color;  pero  el 
ensayo  no  fué  todo  lo  provechoso  que  era  de  esperar,  pues  aparte  los 
inconvenientes  de  armar  voluntarios,  sólo  pudieron  reclutarse  2.000 
hombres. 

Además,  opinaba  el  general  Blanco  que  era   mis  conveniente   en 


r 


335 

aquellos  momentos  dedicar  esos  hombres  á  los  trabajos  agrícolas  ó  fa- 
briles, que  distraerlos  en  las  operaciones  militares,  si  desde  la  Penínsu- 
la se  le  podían  enviar  en  número  necesario  para  cubrir  bajas. 

Estudiado  el  asunto,  el  ministro  de  la  Guerra  estimó  muy  razona- 
bles las  observaciones  del  gobernador  general  de  Cuba,  y  como  desde 
Noviembre  anterior  no  se  habían  enviado  fuerzas  á  la  isla,  tenía  el  se- 
ñor Correa  el  propósito  de  organizar  una  expedición  parecida  á  la  de 
dicho  mes,  disponiendo  al  efecto  de  una  parte  del  cupo  de  Ultramar 
correspondiente  al  último  reemplazo,  que  lo  componían  unos  14.000 
hombres. 

El  nuevo  sacrificio  de  sangre  que  se  pensó  imponer  á  la  ya  exan- 
güe madre  patria,  después  de  lo  que  la  experiencia  había  enseñado  y 
de  los  múltiples  sacrificios  hechos  por  España  en  favor  de  la  ingrata 
Cuba,  levantó  general  clamoreo  y  unánime  protesta  en  la  opinión. 

Al  hacerse  eco  en  sus  columnas  la  prensa  periódica  de  todos  mati- 
ces políticos,  de  tan  dolorosa  noticia,  declaró  que  el  Gobierno  no  pro- 
cedía con  el  reposo  que  el  verdadero  patriotismo  y  la  experiencia,  so- 
bre todo,  exigían,  imponiendo  nuevosy  cruentos  sacrificios  ala  nación. 

Y,  en  efecto,  ya  hemos  dicho  en  anteriores  páginas  que  el  grande 
y  capital  error  de  la  guerra  en  Cuba,  el  grande  y  capital  error  en  que 
incurrieron,  luego  de  las  in certidumbres  y  alarmas  de  Peralejo,  así 
gran  parte  d9  la  opinión  como  los  gobernantes,  consistió  en  la  aglo- 
meración de  enormes  masas,  en  las  expediciones  copiosas,  en  la  orga- 
nización de  una  guerra  de  partidas  y  de  emboscadas  mediante  ejércitos 
á  lo  Xerjes. 

Ni  Máximo  Gómez,  ni  Rabí,  ni  Cronvert,  ni  Lacret,  ni  Rius  Rive- 
ra, ni  Zayas,  ni  Carrillo,  ni  Collazo,  ni  Calixto  García  mandaron  ja- 
más fuerzas  considerables. 

La  guerra  de  todos  los  cabecillas  cubanos  fué  siempre  guerra  de 
partidas,  pero  no  á  la  manera  española,  no  al  estilo  de  nuestros  Empe- 


3S6 

cinados,  Zurbanos  y  Merinos,  sino  sencillamente  reproduciendo  la  tác- 
tica del  partido:  huyendo,  corriendo,  alborotando,  quemando,  pero  sin 
presentar  jamás  el  pecho  á  acciones  regulares  ni  empeñándose  en  ver- 
daderas batallas.  Sólo  Maceo  (Antonio),  temperamento  impulsivo,  alma 
arrojada,  con  su  espíritu  aventurero  y  el  acicate  de  su  causa  de  raza, 
mostró  táctica  distinta;  y  con  todo,  nunca  llegó  á  acaudillar  más  de 


CORREO  INSURRECTO 


3.000  hombres,  y  cuando  cae  en  Punta  Brava  sólo  le  rodea  un  puñado 
de  amigos. 


» 
*  * 


No:  la  insurrección  cubana  no  requirió  jamás  un  ejército  como  el 
que  pudiera  necesitar  Prusia  para  invadir  Francia.  Cin  200.000  soldados 
no  pudimos  impedir  la  entrada  de  las  partidas  en  los  pequeños  poblados, 
ni  contener  la  invasión  de  las  provincias  de  Occidente,  ni  cortar  el  paso 
de  Maceo  á  través  de  la  manigua,  desde  Punta  Maisí  á  Mantua. 


337 

La  cuarta  parte  de  aquella  fuerza  hubiera  bastado,  como  bastó  en  la 
guerra  anterior,  para  la  defensa  de  las  grandes  ciudades;  y  si  se  recor- 
dara, á  propósito  de  la  anterior  guerra,  la  entrada  de  Sanguily  en  Puer- 
to Príncipe,  también  hay  que  recordar  en  estos  tiempos  el  saqueo  noc- 
turno de  Santa  Clara. 

Preciso  es  reconocer,  ahora  y  siempre,  que  no  con  doscientos  mil, 


SECCIÓN  DE  artillería.  ATRAVESANDO  LA  MANIGUA 


1 


con  cuatrocientos  mil  hombres,  la  guerra  no  habría  sido  para  nosotros 
menos  dura,  ni  habríamos  más  fácilmente  aplastado  al  enemigo.  Un 
ejército,  por  poderoso  que  sea,  frente  á  una  guerra  de  independencia, 
con  enemigos  invisibles,  ó  por  lo  menos  incoercibles,  como  el  vómito 
negro  y  el  vómito  yankee,  en  vano  intentará  servirse  de  su  fuerza    ni 

Blanco  43 


338 

aplicarla  en  momento  determinado:  la  astucia  acabará  por  esterilizar  su 
poder  y  su  brío.  Es  el  mismo  caso  de  los  héroes  de  Homero:  ellos  pe- 
leaban cara  á  cara  y  los  Dioses  envueltos  en  una  nube... 

Reconocido  ya  el  error,  tiempo  era  de  aplicarle  remedio,  poniendo 
justa  tasa  álos  sacrificios  del  sufrido  pueblo  espsñol.  Era  muy  fácil  para 
nuestros  gobernantes  echar  carne  á  la  manigua,  y  nuestro  pueblo  tiene 
un  aguante  veidaderjmente  marroquí.  Con  una  firma  del  ministro  de 
la  Guerra  y  un  aviso  al  marqués  de  Comillas,  media  Espina  se  dejaba 
embarcar  para  el  matadero...  Y,  mientras,  la  agricultura  quedaba  sin 
brazos  para  su  fomento,  y  los  negares,  donde  el  pan  de  cada  día  se  rie- 
ga con  sudor  y  lágrimas,  huérfanos  de  mozos  honrados,  único  patrimo- 
nio de  sus  desventuradas  familias. 

Además:  ¿acaso  el  nuevo  régimen  iba  á  ir  acompañado  de  mayores 
sacrificios  de  sangre?  El  nuevo  régimen  es  la  paz— se  dijo  y  pregonó,  y 
con  esta  esperanza  lo  aplaudimos.  Pues  si  la  constitución  de  este  régimen 
siuNiFiCABA  LA  PAZ,  ¿para  que  se  querían  más  soldados?... 

El  envío  de  más  hombres  á  la  manigua  recordara  á  todo  el  mundo 
el  triste  destino  de  los  maridos  engañados  y,  por  añadidura,  apaleados 
por  su  rival. 


*  * 


La  columna  formada  por  el  batallón  de  Barbastro,  al  mando  del  co- 
ronel Rodríguez,  practicando  un  extenso  reconocimiento  por  la  costa 
Sur  de  la  Habana,  encontró  el  día  3  en  Oropesa  á  la  partida  que  man- 
daba el  cabecilla  Collazo,  formada  por  300  hombres,  la  cual  habia  to- 
mado posiciones  en  un  campamento  formado  por  44  bohíos  y  defendi- 
do por  muchas  trincheras  y  por  una  doble  línea  de  palmas  rellena  de 
tierra  y  con  fosos,  situado  en  gran  parte  de  la  ciénaga. 


339 

El  batallón  atacó  con  gran  denuedo  el  campamento  enemigo,  y  lue- 
go de  sostener  nutrido  fuego  por  espacio  de  una  hora,  puso  en  disper- 
sión á  los  rebeldes,  que  abandonaron  al  huir  diez  muertos. 

Las  tropas  tuvieron  que  lamentar  la  muerte  de  cuatro  soldados  y  ct- 
torce  heridos,  todos  peninsulares. 

Los  insurrectos  se  resistieron  como  pocas  veces  solían  hacerlo;  por 
lo  que  fué  preciso  atacar  á  la  bayoneta  algunas  de  las  trincheras  de  don- 
de fueron  desalojados,  sufriendo  entonces  la  mayor  parte  de  las  bajas. 

La  paitida  del  negro  González  fué  batida  en  tres  encuentros  suce- 
sivos en  jurisdicción  de  Sancti  Spíritus  y  Tassjaras,  por  los  batallones 
de  Murcia,  Isabel  II  y  Pavía,  que  le  hicieron  tres  muertos  y  dos  prisio- 
neros y  le  cogieron'armas  y  caballos  y  un  mulo. 

Nuestras  fuerzas  tuvieron  un  oficial  y  seis  de  tropa  heridos. 

Los  rebeldes  orientales  intentaron  penetrar  en  Niquero,  poblado  de 
la  jurisdicción  de  Manzanillo. 

El  enemigo,  al  presentarse  y  poner  sitio  al  poblado,  envió  un  par- 
lamentario al  jefe  del  destacamento  que  guarnecía  el  fuerte  de  Niquero, 
intimándole  la  rendición. 

«Traemos — dijo  el  parlamentario— excelente  artillería;  si  no  se  en  - 
tregan  romperemos  fuego  de  cañón  y  destruiremos  en  dos  horas  sus 
defensas.» 

La  valerosa  guarnición  respondió  que  no  se  rendiría  jamás  y,  re- 
tirado el  emisario^rompieron  el  fuego  contra  los  sitiadores,  que  apro- 
vechando la  tregua  á  que  dio  origen  la  aproximación  de  aquél,  empla- 
zaban su  artillería. 

Lograron  los  rebeldes  colocar  un  cañón,  y  con  él  hicieron  50  dis- 
paros contra  las  defensas  de  Niquero,  pero  el  fuego  de  fusilería  de  nues- 
tros soldados  fué  tan  certero  que,  el  enemigo,  con  artillería  y  todo,  le- 
vantó el  cerco,  y  se  retiró  prudentemente  desistiendo  de  sus  propósitos. 

AI  retirarse,  salió  del  fuerte  un  grupo  de  soldados  que  persiguió  á 
la  partida,  causándola  algunas  bajas. 


340 

El  destacamento  tuvo  dos  muertos  y  un  herido  que  les  causó  uno 
de  los  cañonazos. 

Según  noticias  de  Sagua  (Las  Villas),  se  acogieron  al  nuevo  régi- 
men políticD  instaurado  en  la  isla,  presentándose  á  las  autoridade  de  di- 
cha población,  el  titulado  teniente  coronel  del  ejército  libertador  Soto 
perteneciente  á  la  partida  del  cabecilla  Roban,  con  un  capitán,  dos  te- 
nientes y  veinte  hombres  armados  y  municionados,  quienes  al  verificar 
el  acto  de  sumisión  dieron  vivas  á  España,  á  la  autonomía  y  á  Cuba  es- 
pañola. 


* 


La  prensa  liberal  de  la'^Habana  continuaba  dedicando  su  atención 
preferente  al  alcance  de  la  nueva  política. 

Para  ella  era  punto*  menos  que  indudable  que  el  ¡régimen,  ya  en 
completo  ejercicio,  habría^^de  producir  resultados  beneficiosos  para  la 
paz  y  para  la  patria. 

Careciendo  de  base  y  justificación  toda  protesta;  goberrándose  el 
pueblo  cubano  por  sí  mismo;  probada  la^absoluta  sinceridad  en  la  apli- 
cación de  la  autonomía,!  sin  distingos  ni  regateos;  cansados  de  luchar 
muchos  de  los  que  estaban  en  armas;  agotados  los  recursos  del  enemigo 
en  muchas  zonas,  y  necesitada  Cuba  de  paz  para  su  reconstitución  y 
vida,  la  prensa  liberal  creía  que  todo  el  que  amase  aquel  país  meditaría 
seriamente  sobre  la  situación  y  se  penetraría  de  la  alta  conveniencia  de 
ir  á  la  paz. 

En  este  sentido  de  esperanza  se  inspiraba  la  prensa  liberal  de  la 
Habana  en  los  primeros  días  deljaño  98. 

A  acrecentar  estas  esperanzas  vino'la  noticia  de  haberse  acogido  en 
Puerto  Príncipe  á  los  beneficios  del  nuevo  régimen,  el  titulado  teniente 


341 

coronel  Josquín  Quirós,  secretario  que  fué  del  marqués  de  Santa  Lucía, 
y  la  presentación  del  titulado  comandante  Anastasio  Núñez,  dos  oficia- 
les y  cinco  individuos  armados,  en  .Rancho  Veloz,  jurisdicción  de  Re- 
medios. 

Además,  se  esperaba  con  algún  fundamento  la  presentación  del 
resto  de  la  partida  y  predominaban  impresiones  optimistas,  las  cuales 
reconocían  como  fundamento  los  trabajos  que  se  estaban  realizando  para 


CAÑONERO    «PATRIOTA» 


que  se  acogieran  á  la  legalidad  importantes  cabecillas  y  núcleos  nume- 
rosos de  insurrectos. 

El  general  Ochoa,  al  frente  de  una  columna  que  conducía  y  custo- 
diaba un  convoy  á  Bayamo,  sostuvo  varios  combates  con  diversas  par- 
tidas rebeldes  concentradas  en  el  camino  con  objeto  de  apoderarse  del 
convoy  ó  impedir  su  paso. 

En  todos  ellos  fué  rechazado  el  enemigo,  causándosele  considera- 
bles bfijas  que  retiró  al  abandonar  el  campo  y  desistir  de  su  inútil  em- 
peño. 


342 

Nuestras  bajas  en  esa  operación  fueron  dos  soldados  muertos,  heri- 
do grave  el  teniente  de  las  escuadras  de  Pavía,  don  Natalio  Vela  y  heri- 
dos leves  seis  soldados. 

El  batallón  de  Murcia,  operando  en  la  zona  de  Sancti  Spíritus,  se 
apoderó  y  destruyó  tres  campamentos  del  enemigo.  Este,  después  de 
oponer  alguna  resistencia,  huyó,  abandonando  doce  muertos  que  fueron 
identificados,  muchas  armas  y  efectos. 

Las  tropas  tuvieron  ua  soldado  muerto,  y  heridos  el  teniente  don 
Eliseo  Corral  y  el  médico  don  Miguel  Murubal. 


*** 


Practicando  un  extenso  reconocimiento  en  las  costas  de  la  jurisdic- 
ción de  Sancti  Spíritus  la  columna  que  mandaba  el  general  Ruíz,  cuyo 
objetivo  principal  era  dar  con  la  guarida  del  cabecilla  fantasma  y  fuer- 
zas que  custodiaban  al  generalísimo  Gómez,  de  quien  se  sabía  que  esta- 
ba por  aquella  región,  descubrió  y  se  apoderó  el  día  8  de  un  depósito 
de  caballos  que  tenía  el  célebre  condottiere  dominicano.  Había  en  él 
200  caballos  que  cayeron  todos  en  poder  de  nuestras  tropas. 

Al  día  siguiente,  el  general  Ruíz  y  sus  tropas,  continuando  sus  ope- 
raciones, lograron  encontrar  ua  campamento  enemigo  situado  en  Pozo 
Abelardo  y  deldndido  por  fuerzas  de  Máximo  Gómez,  á  las  que  batie- 
ron y  desalojaron  de  é!,  tras  corta  y  débil  resistencia.  Siguiendo  el  ras- 
tro, continuaron  la  persecución  hasta  conseguir  dar  alcance  á  los  rebeldes 
en  los  montes  Hoyos,  donde  se  hallaba  acampada  una  partida  compues- 
ta de  200  infantes  y  3  io  caballos,  al  mando  del  generalísimo  y  del  ne- 
gro González. 

La  columna  emprendió  el  ataque  de  las  posiciones  enemigss,  y  los 
insurrectos  se  defendieron,  iceptando  el  combate  al  ver  la  exigüidad 


343 

de  nuestras  fuerzas;  pero  iniciado  un  ataque  á  la  bayoneta  por  nuestros 
valerosos  soldados,  abandonaron  aquéllos  sus  ventajosas  posiciones  y 
huyeron  cobardemente.  Entonces  cargó  sobre  ellos  nuestra  caballería,  en 
el  sitio  llamado  El  Limpio,  y  los  dispersó,  causándoles  numerosas  bajas. 

El  resultado  de  esta  brillante  operación  fué  recoger  12  muertos, 
entre  los  que  figuraba  el  cabecilla  Juan  Ordoñez,  que  fué  identificado, 
y  hacer  tres  prisioneros  con  armas. 

La  columna  tuvo  siete  soldados  heridos,  cuatro  contusos  y  trece 
caballos  muertos. 

El  día  10,  el  teniente  coronel  don  Claudio  Gata,  con  fuerzas  del 
batallón  de  la  Lealtad  y  caballería  de  Pizarro,  sorprendió  en  San  Joa- 
quín, término  de  Campo  Florido  (Habana),  otrocampamerto  enemigo. 

Los  insurrectos  apelaron  á  la  fugs,  dejando  en  poder  de  nuestras 
tropas  diez  fusiles  Maüser,  IC9  Remingtons,  i^6  machetes,  100  escobi- 
lleras,  6  cajas  de  dinamita,  un  botiquín  con  medicamentos  y  varias 
herramientas. 

El  general  Pando,  después  de  recorrer  la  costa  Norte  del  departa- 
mento Oriental,  estuvo  un  día  en  Santiago  de  Cuba  inspeccionando  las 
fuerzas  que  guarnecían  la  capital,  y  llegó  el  día  n  á  Manzanillo  para 
dirigir  personalmente  las  operaciones  de  guerra  que  se  proponía  em- 
prendei  en  breve  con  gran  actividad  y  vigor  contra  las  partidas  orien- 
tales. 

Según  los  informes  que  este  general  comunicó  al  ministro  de  la 
Guerra,  el  número  de  rebeldes  que  existía  á  la  fecha  en  Cuba,  era  de 
diez  á  once  mil  hombres,  de  los  que  una  mitad  por  lo  menos  operaba 
en  la  provincia  de  Santiago  de  Cuba. 


*  ♦ 


344 

Consolador  fué  el  despacho  que  el  día  ro  dirigió  al  ministro  de  la 
Guerra  el  gobernador  general  de  Cuba  sobre  la  situación  de  la  isla. 

Decía  así: 

«...La  situación  del  país  mejora;  aumenta  el  trabajo  y  el  tráfico,  y 
ha  empezado  la  zafra  en  las  provincias  occidentales. 

La  Aduana  de  la  capital  ha  producido  en  Diciembre  último 
1.208,000  pesos. 

Los  concentrado?  atendidos  van  reponiéndose  en  gran  número. 

Enviaié  á  V.  E.  datos  precisos  acerca  de  la  concentración.  — 
Blanco.* 

No  creemos  que  el  marqués  de  Peña  Plata  remitiera  estas  noticias 
por  el  gusto  de  entretener  la  ilusión  de  las  gentes,  sino  por  la  alta 
conveniencia  de  reflejar  una  mejora  de  situación  algo  lisonjera. 

Ya  sabíamos  que  había  comenzado  la  zafra  en  las  provincias  del 
Occidente  de  la  isla,  y  todo  buen  español  peninsular  ó  insular  debió 
celebrar  que  se  realizaran  estas  importantes  operaciones  en  forma  tal 
que,  aprovechando  al  país  cubano,  por  ser  esa  la  base  esencial  de  su 
riqueza,  no  aumentase  los  ingresos  en  las  cajas  de  la  delegación  que  el 
filibusterismo  tenía  establecidas  en  Nueva  York. 

Consecuencia  natural  de  Jos  trabajos  de  la  zafra  era  el  aumento 
del  tráfico,  y  esto  era  también  vida  y  esperanza.  La  cifra  alcanzada  en 
la  recaudación  hecha  por  la  Aduana  de  la  Habana  era  verdaderamente 
excepcional. 

En  los  tiempos  normales  excedía  pocas  veces  la  recaudación  men- 
sual de  un  millón  de  pesos,  y  por  esto  era  de  llamar  la  atención  un 
ingreso  tan  considerable  como  el  que  señalaba  el  general  Blanco,  si 
bien  puede  explicarse  no  sólo  por  el  aumento  de  población  en  la  capi- 
tal, sino  por  la  necesidad  de  reponer  en  ese  mes  todo  lo  que  había  sido 
destruido  en  las  fincas  azucareras  para  poder  realizar  las  operaciones 
de  la  molienda. 


345 

De  todas  suertes,  hicimos  votos  por  que  esas  impresiones  del  ge- 
neral Blanco  fueran  reales  y  pudiera  semanalmente  ir  afirmándolas  y 
ampliáadolas,  pues  comprendiendo  lo  lamentable  que  serían  para  la 
nación  nuevos  desengaños,  no  había  de  ir  en  sus  optimismos  más  allá 
de  lo  que  fueía  reflejo  de  la  verdad. 


Blanco  44 


Armmuii-'*    iiMMMaM^    uiiitukt.i.  .  ii.itMiiiiii>iumiUhMii..iiiiitiii»ii>.  Jiiu*«ii.<t..  iiTiiiiiM-        u>((MMnit<^miltUJi-''i<"uiuiiM»M<>.iriiiiMiitiiin  iiiiiltiilUluil  (^ 


«< 


rS  •«■■iMHoiimwtMM*    luiiiMv:      uiWHi*HU''KMMn*w  Hi^mM'     onwiiitiin  OMMifir '■•  iiiMwtiit*'  mmmm itiiiiBMxin  uiinaiimf  qimwpm -'/V 


CAPITULO    XXVIIl 


Sin  plazos. — KemeiEbranzaí. —  Justicia  y  conveniencis.  —  Impacitociae  ÍDjuít¡6cadas. — Reti- 
cencias impiudeiitíP. — Las  dos  sctionts. — Expedición  filibnslers.- Goleta  apresada. — 
Desembarco  impedido.  —  £1  caíicnero  Galicia  y  la  guerrilla  de  Kíquerp. — Tema  y  destruc, 
ciÓD  del  campamento  de  las  Salinas. —  Otro  mártir  de  la  pez. — Asesinato  de  un  capitán  y 
un  práctico. — Traición  y  crimen. — El  capitán  señor  Puga. 


^   f)  era  mal  argumento,  para  aprovechado  en  los  círculos 
separatistas  de  Cayo  Hueso,  Ttmpa  y  La  Floiida  y  en 
.j  los  bohíos  de  la  sierra  del  Cobre  y  de  los  montes  de  Re- 
forma  y  la  Siguanea,  el  que  ofrecieran  á  los  rebeldes 
cubaros  los  que  señalaban  plszcs,  á  los  pocos  días  de  la  ins- 
tauración del  nuevo  régimen  político  encuestra  colonia  an- 
tillana, para  resolver  definitivame  el  problema  de  Cuba. 

Ese,  precisamente,  había  sido  el  clavo  á  que  habíase  aga- 
rrado Máximo  Gómez  para  mantener  algo  despieitas  las  es- 
peranzas de  los  que  todavía  le  seguían.  Y  cuando  se  veía  que  ese  clavo 
Citaba  á  punto  de  desprenderse,  he  aquí  que  en  vez  de  emplear  las  te- 
nazas ó  el  corta  frío  para  acabar  de  arrancarlo,  «e  echaba  mano  al  mar- 
tillo para  golpear  sobre  él  y  afumarlo  un  poco. 
¡Bonita  y  patriótica  labor! 

¿Quién  no  sabia,  en  efecto,  que  los  separatistas  habían  confiado  en 
la  prolongación  de  la  guerra,  en  hacerla  dursr  uno  tras  otro  año,  mu- 
cho más  que  en  su  propio  eífaerzo  y  en  los  elementos  de  que  disponían 


347 


para  !a  realizacióa  de  sui  propósitos?  ¿Qaiéa  ignoraba  que  para  arras- 
trar primero  á  los  ilusos  y  á  los  desesperados  á  la  manigua  y  para  man 
tenerlos  después  en  las  filas  rebsldss  procuraron  inducirles  estas  des 
ideas  capitales-  qae  España  no  cumpliría  sus  promesas,  en  caso  de  que 
hiciese  alguna,  y  que  el  triunfo  de  los  insurrectos  estaba  y  consistía  en 
la  prolongación  de  la  lucha  que  acabaría  por  agotar  los  recursos  de  la 
Metrópoli? 

Pues  biea;  no  fué  de  lamentar,  bajo  todos  coaceptos,  que  en  los  mo- 
mentos mismos  en  que  los  hechos 
destruían  con  la  implantación  de 
la  autonomía  la  primera  de  aqu3 
Has  aseveraciones,  demostrando  su 
falsedad,   ¿lo  fué  lamentable  es 
pe:táculo,  qae  aquí  en  la  Penínsu  • 
la  hubiera   quien    diera  fuerza   y 
valor  á  la  segunda,  señalando  pla- 
zos, como  si  se  pretendiera  indicar 
que  nuestras  fusrzís  no  podían  pa- 
sar de  cierto  y  determinado  límite? 

¡Qjé  más  podían  apetecer  los 
enemigos  de  España! 

No:  un  año  nos  había  señalado 
Mac  Kinley,  y  aunque  tuvo  buen 
cuidado  de  no  dejar  traslucir  que 
prorrogaría  el  plazo,  todo  el  mundo 

se  indignó,  tanto  por  la  intrusión  en  nuestros  asuntos,  que  la  sola  indi- 
cación envolvía,  como  por  el  propósito  de  encerrar  nuestra  acción  y  pc- 
ner  límite  á  nuestros  recursos  y  á  nuestros  esfuerzos  dentro  de  un  lapso 
de  tiempo  determinado,  daado  á  la  vez,  con  evidente  torpeza,  alientos 
á  la  insurrección  pira  que  resistiese  un  año  más. 


CABECILLA    ORDONEZ 


348 

No:  no  pudo  haber  plazos  de  ninguna  especie;  ni  de  cuatro,  ni  de 
cuarenta  meses,  porque  España  quería  conservará  Cuba  y  no  cejaría  en 
su  patriótico  empeño,  ocurriera  lo  que  ocurriera,  basta  restablecer  la 
paz  7  afianzar  en  la  isla  su  incontestable  soberanía. 


Más  que  sorpresa  causónos  pesadumbre  el  observar  que,  apenas 
había  principiado  á  funcionar  el  régimen  autonómico  en  Cuba,  surgían 
ja  dudas  sobre  su  eficacia. 

A  decir  verdad,  esas  dudas,  harto  prematuras,  que  aparecieron  en 
ciertos  periódicos,  no  fueron  más  que  una  de  las  formas  que  adoptara 
la  oposición  para  arrojar  algunas  scmbras  sobre  el  nuevo  régimen  in- 
sular. 

El  recurso,  &  fuerza  de  viejo,  era  de  los  que  están  mandados  reco- 
ger. Más  tiempo  llevaban  luncionando  en  la  Pee  ínsula  el  suíregio  uni- 
versal y  el  Jurado,  y  había,  sin  embargo,  quien  se  creía  obligado  á cada 
dos  por  tres,  y  se  creerá  obligado  mientras  viva,  á  arremeter  contra 
ellos  en  cuanto  oiga  hablar  de  un  veredicto  ó  se  celebren  unas  eleccio- 
nes. 

Tan  antiguo  era  el  recurso,  que,  seguramente  ninguno  de  nuestros 
lectores  h'>brá  olvidado  cómo  lo  utilizaron  ^a  los  contempoiáneos  del 
general  Espartero. 

A  todas  horas  se  recordaba  que  los  autonomistas  que  mandaban 
en  la  Habana  tenían  paliantes  y  deudos  en  la  icsurreccidí),  se  les  atri- 
buían ideas  egoistas  en  Ja  cuestión  de  la  Deuda  y  sobre  el  problema 
arancelaiio,  y  se  eitablccían  hipóteíis  dtttiminadas  ptra  deducir  que 
en  tales  condiciones  sería  preferible  la  independencia  de  la  colonia. 

Nos  recordó  esa  campaña  la  que  muchos  peiiódicos  hicieron  á  raíz 


349 

f 

del  convenio  de  Ver  gara  por  estimar  que  los  cerlistas  se  harían  dueños 
absolutos  del  gobierno  del  país. 

Porque,  en  efecto,  vimos  como  se  fingían  parecidos  temores,  divi- 
diendo á  los  habitantes  de  la  isla  en  españoles  y  cubanos;  pero  olvidan- 
do á  la  vez  que  esa  división  era  obra  de  otros  tiempos  y  que  entonces 
precisamente  era  cuando  por  fortuna  había  desaparecido. 

Cierto  que  no  se  podía  exigir  á  los  que  habían  combatido  la  auto- 
nomía, que  de  la  noche  á  la  mañana  les  pareciera  ésta  de  perlas.  Pero 
debieran  haber  tenido  en  cuenta  los  que  aquí  todavía  la  combatían  que 
en  Cuba  la  habían  aceptado  todos,  y  que  en  adelante  eso  bastaría  para 
que  por  igual  y  con  el  mismo  derecho  tuvieran  intervención  en  la  go- 
bernsción  de  la  isla. 

^Autres  iemps,  autres  mcpurs» — dicen  los  franceses. 


*% 


Además  de  corsiderar  como  obra  de  justicia  la  concesión  de  la  au- 
tonomía á  la  isla  de  Cuba,  debió  considerarse  también  como  obra  de 
convenien'~.ia  y  de  iti  teres  sumo  para  la  patria,  si  contribuía,  como  con- 
fiadamente esperábamos,  á  traer  más  pronto  la  paz. 

El  ejército  había  demostrado,  á  pesar  de  todas  las  dificultades  con 
que  había  tenido  que  luchar,  y  que  hubieran  arredrado  á  otros  soldados 
menos  sufridos  y  pacientes,  que  España  permanecería  siempre  en  Cuba 
y  que  no  había  poder  humano  ni  insurrección  que  valiera — así  pensá- 
bamos en  aquella  fecha— capaz  de  arriar  en  la  isla  nuestra  bandera. 

Los  insurrectos  lo  sabían  mejor  que  nadie,  porque  lo  proclamaba 
nuestra  constancia  y  lo  aseguraban  nuestras  victorias. 

En  su  alocución  á  los  oiientales,  fechada  en  Mangos  de  Baraguá  á 
i8  de  Octubre  de  1895,  decía  Antonio  Maceo  álos  habitantes  de  Santia- 
go de  Cuba  en  el  momento  de  emprender  la  invasión: 


350 

'¡í— El  gobierno  de  la  República,  el  país,  que  está  con  nosotros,  y  la 
opinión  universal,  tienen  sus  ojos  y  sus  pensamientos  fijos  en  vosotros 
en  estos  supremos  momentos  en  que  se  ha  de  decidir  la  suerte  futura  de 
un  pueblo;  y  yo  abrigo  la  firme  convicción  y  me  alienta  la  consoladora 
esperanza  de  que  vosotros  habréis  de  sostener  enhiesta  la  bandera  de  la 
Estrella  solitaria,  para  pasearla  triunfante  y  vencedora  por  las  calles  de 
la  Habana,  tras  una  sene  no  interrumpida  de  victorias.» 

Qjíen  con  tal  arrogancia  se  expresara,  veíase  un  año  después  obli- 
gado á  aprovechar  las  sombras  de  la  noche  para  cruzar  la  trocha  de 
Mariel-Artemisa  Majana,  y  morir. 

De  aquellos  orientales  á  quienes  dijera  que  en  sus  manos  estaba  la 
suerte  de  la  rebelión,  apenas  si  le  acompañaban  una  docena. 

No:  no  había  poder  humano  que  nos  arrebatase  Cuba.  Con  mis 
fuerza,  si  cabe,  que  los  triunfjs  de  nuestras  armas,  lo  proclamaban 
nuestros  mismos  contratiempos. 

¿Dónde  estaban  Guáimaro,  Las  Tunas  y  Guisa?  Fué  preciso  que 
desaparecieran,  arrasadas  por  las  bombas  enem'gas,  que  no  quedara  de 
ellas  piedra  sobre  piedra,  para  que  los  rebeldes  lograran  pisar  la  tierra 
en  que  se  alzaron.  Y  ni  siquiera  esa  tierra  pudieron  conservar. 

¿No  estaban  diciendo  á  voces  esos  hechos  que  para  conquistar  la  is- 
la, si  los  insurrectos  fueran  capaces  de  conquistarla,  tendrían  que  arra- 
sarla primero  desde  Punta  Maisí  al  cabo  de  San  Antonio,  y  aun  en  tal 
caso  seríamos  nosotros  dueños  del  terrenc? 

Si;  la  prueba  estaba  hecha  á  costa  de  torrentes  de  sangre  y  monto- 
nes de  dinero,  prujba  dolorosa  cual  ninguna.  Cuba  no  podía  dejar  de 
ser  española.  Los  mismos  sacrificios  hechos  nos  imponían  la  obligación 
de  conservarla,  si  nonos  lo  impusieran  de  antemano  el  tributo  de  ad- 
miración que  debíamos  rendir  al  heroísmo  de!  ejército  y  nuestro  propio 
honor. 

Y  convencidos  y  seguros  de  que  no  habíamos  de  cejar   en   nuestro 


351 

derecho,  podíamos,  sin  mengua  ni  desdoro,  trabajar  por  todos  los  me- 
dios á  nuestro  alcance  para  que  cesaran  pronto  los  horrores  da  la 
guerra. 

Por  eso  hsmos  empezado  por  decir  que  si  la  concesión  de  la  auto- 
nomía fué  obra  de  justicia,  debió  considerarse  también  como  obra  de 
alta  y  humanitaria  conveniencia,  como  elemento  para  apresurar  la  hora 
de  la  paz. 


* 
*  * 


Después  de  haber  enviado  á  Cuba  doscientos  mil  hombres,  los  mi- 
llones necesarios  para  sostener  la  guerra  con  tan  numeroso  ejército,  y 
esperar  durante  tres  años  que  se  acabara,  piimero  en  la  seca  del  95,  des- 
pués en  la  del  96  y  más  tarde  en  la  del  07,  siempre  con  grandísima  cal- 
ma y  sin  precipitación,  apoderóse  de  pronto  la  impaciencia  de  los  que 
mayores  esperanzas  de  dominar  la  insurrección  en  poco  tiempo  infun- 
dieron al  país,  y  un  día  con  inmotivados  recelos,  y  al  otro  con  descon- 
fianzas sin  fundamento,  pretendieron  llevar  al  ánimo  del  impresionable 
concurso  la  idea  de  que  todo  había  fracasado,  porque  el  general  Blanco 
y  el  gobierno  insular  no  habían  dado  en  once  días  cima  á  la  magna  em- 
presa en  que  estaba  empeñada  España  desde  el  segundo  mes  del  año 
de  1895. 

Esa  singular  mudar za  en  el  modo  de  apreciar  los  hechos,  vino  apa- 
rejada con  otro  fenómeno. 

Y  fué,  que  habiendo  convenido  hasta  el  último  día  del  año  anterior 
en  que  la  gran  mayoría  de  los  habitantes  de  Cuba  eran  españoles  afec- 
tos á  la  madre  patria,  y  que  los  separatistas  no  constituían  más  que  una 
ínfima  minoría,  desde  el  i."  del  nuevo  año  á  mediados  del  mes,  todo 
se  volvían  reticeacias  para  escatimar  á  la  mayor  paite  de  los  cubanos 


352 

» 

ese  título  de  español,  al  cual  nosotros  no  sabemos  que  hubiesen  renun- 
ciado desde  que  empezó  el  gobierno  insular  sus  funciones. 

De  manera  que  esta  condición  de  español  ya  no  era  privativa  del 
individuo,  ni  tenían  en  ella  nada  que  ver  los  padres  que  nos  engendra- 
ron ni  el  lugar  en  que  nacimos,  ni  casi  casi  nuestra  voluntad.  Dependía 
principalmente  de  nuestras  ideas  políticas,  religiosas,  sociales  ó  arance- 
larias. 

El  progreso,  como  se  vé,  no  podía  ser  mayor  ni  mas  avanzado. 


^v^^sfe 


MUERTE  DEL  CABECILLA  NUNBZ 


Allá,  á  raíz  de  los  tiempos  venturosos  de  las  revueltas  religiosas, 
cuando  ya  se  pudo  poner  un  poco  de  paz  en  Europa,  y  las  naciones  se 
dividieron  en  católicas  y  protestantes,  la  religión  del  monarca  era  la  de 
los  subditos:  éstos  no  tenían  derecho  á  elegir.  El  que  era  católico,  si 
habia  nacido  en  tierra  donde  predominaban  calvinistas  ó  luteranos,  te- 
nía que  abandonar  su  patria  con  tiempo  fresco,  y  lo  propio  le  ocurría, 
aunque  en  sentido  inverso,  por  supuesto,  al  protestante  á  quien  la  tor- 


353 

menta  cogió  en  país  católico.  Porque,  como  ya  hemos  dicho,  el  monar- 
ca podía  optar  por  una  religión  ú  otra;  el  subdito  no. 

Que  es,  sino  estamos  equivocados,  lo  que  entonces,  y  ahora,  preten- 
dieron y  quieren  los  carlistas. 

Lo  que  hay,  es  que  todo  eso  resulta  un  poquito  rancio  á  fines  del 


UNA    PAREJA   DE   LA    GUARDIA   CIVIL 


siglo  XIX,  y  á  nosotros  los  españoles,  especialmente,  nos  salió  un  po- 
quito desigual,  y  nos  ha  dado  muy  malos  resultados. 

Pero  de  todos  modos  hay  que  confesar  que  tuvo  gracia  que  en  el 
año  1898  se  pretendiera  imponer  las  creencias  políticas  como  se  impo- 
nían en  tiempo  de  Felipe  II  las  religiosas,  y  se  negara  el  título  de  ciu- 
dadano español  al  que  en  Cuba  no  comulgase  con  la  Unión  Constitu- 
cional. 

Blanco  45 


354 


*  * 


Según  han  podido  ver  nuestros  lectores  por  la  reseña  que  en  prece 
dentes  páginas  dejamos  hecha  de  los  sucesos  ocurridos  en  Cuba  en  la 
primera  decena  del  mes  de  Enero,  no  había  sido  obstáculo  el  plantea- 
miento de  la  autonomía  para  que  nuestros  soldados  hubiesen  podido 
ponerse  en  contacto,  contacto  de  sable  y  de  bayoneta,  por  supuesto,  con 
la  partida  que  mandaba  personalmente  el  astuto  dominicano  Máximo 
Gómez,  suceso  que  la  casualidad  no  deparaba  muy  á  menudo;  ni  para 
que  algunos  cabecillas  de  la  talla  de  Regino  Alfonso,  hubieran  probado 
prr  última  vez  el  efecto  destructor  de  los  Maüsers  de  nuestros  soldados 
y  la  certera  puntería  de  estos  bravos  defensores  de  la  soberanía  nacio- 
nal; ni  tampoco  para  que  cerca  de  Campo  Florido,  teatro  de  las  ha^^añas 
del  desleal  Aranguren,  hubiese  topado  el  batallón  de  la  Lealtad  con  un 
campamento  rebelde  que  no  tenía  trazas  de  improvisado,  puesto  que  en 
él  se  encontró  un  buen  surtido  de  armas  y  de  municiones  de  guerra. 

Y  hay  que  tener  en  cuenta  que  señalamos  únicamente  los  hechos 
más  recientes,  los  ocurridos,  como  quien  dice,  en  la  primera  semana 
de  hallarse  en  funciones  el  gobierno  autónomo  insular. 

Por  otra  parte,  como  somos  un  tanto  aficionados  á  agrupar  cifras 
para  dar  expresión  á  los  números,  y  teníamos  gran  confianza  en  los 
resultados  que  habría  de  dar  el  nuevo  régimen  colonial,  antes  que  rehuir 
la  comprobación,  preferimos  poner  ante  los  ojos  del  lector  estos  resul- 
tados, pocos  ó  muchos,  grandes  ó  pequeños,  según  fueron  conociéndose. 

Para  ello   utilizaremos,  como   siempre,  los  despachos  oficiales. 

De  los  que  remitió  el  general  Blanco  el  dia  n   de  Enero,   dando    |j 

cuenta  de  las  novedades  ocurridas  desde  el  dia  5,  ó  sea  en  el  transcurso 

de  seis  días,  resultó: 

Muertos  hechos  al  enemigo }$ 

Prisioneros 6 

Presentados 165 

Armas  recogidas 9') 


355 

En  estos  datos  no  van  comprendidos  las  armas  y  municiones  recogi- 
das cerca  de  Campo  Florido,  por  ser  el  suceso  posterior  á  la  fecha  de 
los  despachos  á  que  nos  referimos,  y  por  dejarlos  ya  consignados  al  dar 
cuenta  del  suceso. 

Conviene  advertir  que  entre  los  muertos  figuraron  varios  jefes  re- 
beldes, y  entre  los  presentados  un  ex-secretario  dei  marqués  de  Santa 
Lucía,  ex  presidente  del  titulado  gobierno  insurrecto,  un  teniente  coro- 
nel, un  auditor  y  varios  oficiales. 

Ya  se  vé  por  estos  datos,  á  pesar  del  corto  período  que  comprenden, 
que  la  implantación  del  nuevo  régimen  no  entorpecía  las  operaciones 
ni  tampoco  las  presentaciones. 


* 
*  * 


A  consecuencia  de  haberse  tenido  en  Niquero,  uno  de  los  primeros 
días  del  mes  de  Enero,  una  confidencia  de  que  los  rebeldes  orientales 
esperaban  una  expedición  con  muchos  pertrechos  de  guerra  y  alguna 
gente  de  los  Estados  Unidos,  y  también  que  el  desembarco  se  pensaba 
efectuarlo  en  el  sitio  denominado  Potrida  (Manzanillo),  se  dispuso  que 
el  cañonero  Galicia,  en  combinación  con  la  guerrilla  de  Niquero,  al 
osando  del  capitán  señor  O'Ryan,  se  dirigieran  á  impedirlo  y  apresarlo. 

En  el  sitio  indicado  por  el  confidente,  entre  Purgatorio  y  Gran  Rin- 
cón y  á  la  hora  señalada,  acercóse  el  día  1 1  á  la  costa  una  goleta. 

El  cañonero  Galicia,  que  estaba  oculto  en  una  ensenada,  cortó  la 
retirada  al  barco  filibustero,  y  las  fuerzas  de  la  guerrilla  salieron  del 
bosque  y  se  apostaron  en  la  costa. 

Entonces  los  tripulantes  de  la  goleta  y  fuerzas  rebeldes  que  estaban 
emboscadas  y  apercibidas  para  favorecer  el  desembarco  rompieron  el 
fuego  sobre  las  tropas  leales;  pero  éstas  contestaron  con  tal  vigor  que, 


356 

á  poco  de  iniciarse  el  combate,  las  partidas  iasurrectas  se  retiraron,  lle- 
vándose dos  muertos  y  dejando  otros  dos  sobre  el  campo. 

Los  tripulantes  de  la  goleta  arrojaron  al  agua  buena  parte  de  la 
carga;  pero  á  pesar  de  esto,  el  cañonero  llegó  á  tiempo  de  recoger  seis 
toneladas  del  cargamento,  compuesto  de  armas,  municiones  y  botiqui- 
nes. 

El  barco  procedía  de  Jamaica  y  su  patrón  Justo  Pérez  (a)  El  Galle- 
go y  otro  tripulante  de  la  misma  cayeron  en  poder  de  nuestros  marinos, 
así  como  la  voluminosa  correspondencia  que  llevaba  á  bordo. 

Una  vez  realizada  la  aprehensión,  formóse  una  columna  de  200 
hombres,  con  fuerzas  de  la  dotación  del  cañonero  y  la  guerrilla,  que, 
al  mando  del  citado  capitán  O  Ryan,  se  internó  más  de  dos  leguas  en  la 
manigua  en  persecución  de  las  partidas,  destruyendo  el  campamento 
de  Salinas,  después  de  haber  desalojado  de  él  al  enemigo,  con  nutrido 
fuego,  y  dispersando  á  las  fuerzas  rebeldes  que  lo  abandonaron. 

El  patrón  y  el  marinero  presos  de  la  balandra  correo  fueron  condu- 
cido»; á  Santiago  de  Cuba,  asi  como  la  correspondencia  apresada. 

El  Galicia  es  un  crucero-torpedero  de  541  toneladas  de  desplaza- 
miento, y  lo  mandaba  el  teniente  de  navio  de  primera  don  José  María 
Aviñó. 

A  bordo  llevaba  79  plazas,  y  como  fuerza  ofensiva  6  cañones  de  57 
milímetros,  una  ametralladora  y  dos  tubos  lanza  torpedos. 


*  « 


Di  otro  caso  idéntico  ai  del  infortunado  teniente  coronel  señor 
Ruíz  nos  dio  cuenta  el  día  13  nuestro  celoso  corresponsal  ea  Santa 
Clara. 

El  capitán  de  infantería  don  Antonio  Paga,  antiguo  retirado  y  á 
la  sazón  comandante  militar  de  Santiago  de  las  Vegas,  á  semejanza  del 


357 

malogrado  Ruíz,  marchó  al  campo  rebslde  para  hablar  á  un  cabecilla 
con  quien  tenía  concertada  una  entrevista. 

El  capitán  señor  Paga,  residente  hacía  muchos  años  en  la  isla,  te- 
nía amigos  entre  los  rebeldes.  Aseguráronle  que  uno  de  éstos,  jefa  de 
una  partida,  quería  presentarse,  y  para  decidirle  y  favorecer  el  cumpli- 


OFICIAL  VISITANDO  LOS  PUESTOS  DE  LOS  CENTINELAS 


miento  de  su  deseo  escribióle  el  señor  Puga,  contestando  á  su  carta  el 
cabecilla  con  un  recado  verbal,  dándole  una  cita  en  su  campamento. 

Salió  el  confiado  capitán  de  Santiago  de  las  Vegas,  en  compañía  de 
un  práctico,  el  día  9  de  Enero,  y  á  los  cuatro  días,  en  vista  de  que  no 
regresaba,  salió  una  guerrilla  en  su  busca. 

Recorriendo  las  fuerzas  leales  el  sitio  donde  su  jefe  había  dichoque 


358 

pensaba  ver  y  habíale  citado  el  cabecilla,  encontró  los  cadáveres  del 
desventurado  comandante  militar  de  Santiago  de  las  Vegas  y  del  prác- 
tico que  le  había  acompañado  en  su  expedición. 

Ambos  cadáveres  estaban  horriblemente  mutilados. 

Por  coincidir  la  noticia  del  asesinato  de  otro  mártir  de  la  paz  con 
los  graves  sucesos  acaecidos  en  la  capital  de  la  isla  no  produjo  en  los 
ánimos  la  sensación  que  causara  la  de  su  predecesor  en  el  martirio,  si 
bien  no  dejó  de  ser  grande  y  penosísimo  el  efecto  que  produjo  tanto 
en  la  Habana  como  en  la  Península,  por  ser  el  desgraciado  señor  Fuga, 
hombre  honradísimo  y  muy  querido  de  cuantos  le  trataron. 


-•-^®^- 


CAPITULO  XXIX 


Grave  suceso. — El  motín  de  la  Habana. — El  dolor  de  España. — El  deber  de  todos. — Hay  que 
decirlo. — Origen  del  suceso. — En  el  teatro  Albisu. — El  primer  motín. — En  las  oficinas 
de  La  Discusión. — Contra  el  Diario  de  la  Marina. — La  manifestación  disuelta. — Sigue 
el  motín. — El  general  Arelas. — Fin  del  tumulto. — Impresión  en  la  Península. — La  opi- 
nión imparcial. — Declaración  de  los  oficiales. — Sin  consecuencias. 


MARGURA  muy  grande  hubieron  de  producir  en  todos  los 
corazones  españoles  las  tristes  y  graves  noticias  llega- 
das de  la  Habana  el  día  13  de  Enero. 
No  solamente  causó  vivo  dolor  ver  la  autoridad  del 
capitán  general  desconocida,  sino  que  se  presintió  con  profunda 
pena  el  efecto  que  acontecimientos  de  tal  índole  habían  de  te- 
ner en  el  extranjero  y  en  la  manigua,  y  las  consecuencias  funes- 
tas que  podían  traer  á  España. 
Las  esperanzas  más  ó  menos  justificadas,  pero  muy  despiertas,  en 
aquellos  días,  experimentaron  quebranto  gravísimo.  Tornó  á  apoderar- 
se de  los  ánimos  la  desconfianza  sombría,  debilitadora  del  fuerte  espíri- 
tu nacional,  hasta  un  punto  que  nadie  pudo  presumir. 

Se  recordaba  con  tristeza  aquellas  semanas  que  siguieron  á  los  su- 
cesos de  Marzo  de  1895  y  durante  las  cuales  la  mayoría  de  los  periódi- 
cos europeos  emitieron  sobre  nuestro  estado  social  y  sobre  el  papel  que 
en  la  vida  de  la  nación  hacía  nuestro  ejército,  juicios  duiísimos  y  de- 
presivos en  el  más  alto  grado.  El  temor  deque  esos  juicios  se  repitieran 


360 

con  motivo  de  los  motines  de  la  Habana  llenó  las  almas  españolas  de 
inquietud. 

Sobre  ellas  cayó  como  el  agua  helada  sobre  quien  tirita  de  frío,  la 
consideración  del  júbilo  que  habiían  de  sentir  los  intransigentes  sepa- 
ratistas al  enterarse  de  tales  hechos,  y  de  la  consistencia  que  lo  ocurrido 
daría  á  los  propósitos  de  los  enemigos  de  España. 

Después  de  tantos  y  tan  dolorosos  sacrificios  hechos  por  esta  infeliz 
nación  en  aras  de  la  paz,  tras  de  consumir  tantas  vidas  y  tantos  millo- 
nes, á  raíz  del  esfuerzo  más  doloroso,  cuando  se  entraba  por  un  nuevo 
camino  en  busca  del  deseado  objeto,  se  perturbaba  todo  y  se  obscurecía 
todo,  merced  á  los  manejos  é  intrigas  de  politicastros  egoístas  y  malos 
patriotas  que  intentaban  explotar  en  su  provecho  las  pasiones  de  clase. 

Fué  aquello  la  reproducción  de  lo  acaecido  en  Madrid,  pero  esta 
vez  se  intentó  en  condiciones  más  difíciles,  en  circunstancias  más  gra- 
ves y  cuando  todo  el  mundo  civilizado  tenía  los  ojos  fijos  en  nuestro 
ejército. 


*  * 


Fácil,  muy  fácil  es  excitar  la  pasión  de  gente  moza  con  susceptibi- 
lidades de  clase,  avivadas  constantemente  por  los  que  de  tarea  semejan- 
te hacen  su  negocio.  Estos  «negociantes  políticos»  no  perciben  lo  que 
de  natural  hay  en  ello,  sino  lo  que  puede  servir  ¿  planes  que  de  miUta- 
res  precisamente  no  tienen  carácter  alguno. 

El  ejército,  que  anduvo  en  otro  tiempo  harto  mezc  ado  á  la  vida 
de  los  partidos  españoles,  comenzó  hace  diez  ó  doce  años  á  separarse  de 
éstos  y  á  afirmar  su  espíritu  de  clase.  La  evolución  hubiera  sido  prove- 
chosísima si  el  ejército  hubiese  quedado  incomunicado  respecto  de  los 

políticos. 

Los  militares  fueron  dejando  de  ser  progresistas  ó  moderados,  re- 


361 

volucionarios  ó  alfonsinos,  para  no  ser  más  que  militares;  soldados  de 
la  patria  al  servicio  de  la  Nación,  guardadores  de  su  honor  y  defensores 
de  su  bandera  y  de  su  integridad.  Así  son  los  ejércitos  de  las  grandes 
naciones  europeas.  Mas,  los  políticos,  que  ya  para  cambiar  la  Constitu- 
ción no  podían  contar  con  la  fuerza  armada,  ni  con  la  oficialidad  afilia- 
da á  un  partido,  pensaron  en  explotar  ese  espíritu  de  clase,  que  con 


TIPOS  DE   RECONCENTRADOS 


energía  se  despertaba  y  se  manifestaba,  para  lanzarlo  contra  un  gobier- 
no y  derribar  una  situación. 

En  toda  entidad  que  afirma  su  vida  y  personalidad  propias  frente 
á  las  demás  entidades  hay  un  sentimiento  fácil  de  sobreexcitar  con 
adulaciones  unas  veces,  otras  veces  con  recelos.  Y   esto,  precisamente, 

Blancx)  46 


362 

S3  venía  haciendo  en  aquella  época  de  un  modo  tan  claro,  ten  á  la  luz 
del  día,  sin  tapujos  ni  misterio  alguno,  que  los  manejos  y  propósitos 
que  había  detrás  de  ello,  si  no  se  veían,  se  presumían. 

El  suelto  imprudente  de  un  periódico  ó  el  artículo  intencionado  y 
pérfido  que  á  veces  se  desliza  en  algún  diario,  precisamente  por  quie- 
nes desean  provocar  erccnflicto,  es  como  la  tea  encendida  arrojada  en 
el  montón  de  apilado  combustible.  La  pasión  irritada  no  razona;  Ja  in- 
experiencia natural  é  inevitable  no  descubre  la  mano  de  donde  parte 
el  impulso;  ánimos  juveniles  se  inflaman  con  el  recuerdo  del  poder 
mostrado  en  otras  ocasiones;  las  consecuencias  de  los  actos  se  obscurecen; 
la  expectación  de  los  pueblos  extranjeros  se  olvida;  se  deja  la  rienda 
suelta  á  la  cólera  ó  al  orgullo,  y  mientras  todo  padece,  el  prestigio  del 
mismo  ejército  el  primero,  y  el  enemigo  toma  alientos  y  los  extraños 
se  erigen  en  censores  y  llora  la  patria,  el  politicastro  malvado,  que  pre- 
paró el  suceso  para  satisfacer  su  ambición,  su  despecho,  su  egoísmo, 
salta  de  júbilo  allá  en  las  sombras  y  se  ríe  de  todo  y  de  todos. 


♦    * 


No  es  posible  regarlo.  No  alcanzaríamos  ni  á  engañarnos  nosotros 
mismos,  si  intentáramos  quitar  gravedad  á  los  tristes  sucesos  acaecidos 
en  la  capital  de  la  gran  Antilla. 

A  las  dificultades  naturales  del  problema,  á  las  de  una  lucha  que 
duraba  ya  tres  años  y  que  había  costado  tantas  vidas  á  nuestros  heroi- 
cos soldados,  á  las  de  una  crisis  que  tenía  paralizada  la  actividad  de  to- 
do el  cuerpo  nacional,  no  se  debía  unir  la  de  una  nueva  contienda  ci- 
vil entre  españoles;  entre  hermanos.  j 

Cuando  con  la  pacificación  de  Filipinas,  digno  coronamiento  del 
bravo  esfuerzo  de  nuestras  armas,  y  con  las  esperanzas  legítimamente 
puestas  por  la  patria  en  el  éxito  de  la  feliz  combinación  de  la  acción  mi- 


333 

litar  y  política  en  Cuba,  comenzaban  á  disiparse  muchas  de  las  negru- 
ras amontonadas  sobre  el  horizonte  de  la  vida  de  España,  no  fuera  S3n- 
sato,  no  fusra  patriótico  empeñarnos  en  ver,  como  algunos  pssimistas 
vieron,  en  los  sucesos  de  la  Habana,  la  reproducción  de  otros  hachos  de 
recuerdo  funesto  para  nuestros  vastos  dominios  en  América.  Tan  funes- 
tos augarios  no  podían  realizarse,  porque  nuestro  ejército  es  ejército  de 
la  patria  y  es  ejército  de  la  libertad,  y  sus  anales  gloriosos  llenos  están 
de  páginas  sublimes  en  que  se  sacrificó  á  los  más  altos  ideales,  en  que 
salvó  á  la  nación  de  la  anarquía  ó  del  despotismo. 

A  conjurar  ambos  peligros  confiamos  en  que  había  de  contribuir 
como  nadie  ese  mismo  ejército,  que  había  hecho  ya  como  ley  primera 
de  su  vida  la  de  no  servir  interés  ninguno  de  su  partido,  fundiéndose 
en  el  interés  úaico  de  la  patria. 

Origen  de  la  cuestión  de  orden  público  en  la  Habana  fué,  según 
refirieron  los  despachos,  un  agravio  inferido  á  oficiales  españoles  por  un 
periódico  que  no  representaba  á  ninguna  de  las  fuerzas  políticas  de  Cu- 
ba. Esas  fuerzas,  las  que  vivían  en  el  nuevo  régimen,  no  habían  tenido 
nunca  por  órganos,  no  podían  tenerlos,  á  los  qu3  atacaron  y  ofendie- 
ron al  ejército. 

Porque  si  el  ejército  es  en  todo  momento  y  en  todo  país  la  más  alta 
y  la  más  pura  expresión  de  la  patria,  es  su  alma  y  su  vida  frente  á  una 
guerra  de  separación.  Da  lo  que  no  tiene  precio,  lo  que  á  nada  puede 
compararse,  su  sangre,  y  para  darla  no  consulta  más  que  á  su  deber,  la 
defensa  que  de  sus  derechos  y  de  su  soberanía  le  encomendó  la  nación. 
La  grandeza  de  los  Estados  se  ha  cifrado  y  se  cifra  en  eso,  en  hacer  del 
amor  á  su  ejército  un  cuito. 

Y  si  hay  algúa  ejército  en  el  mundo  que  sea  acreedor  á  toda  clase 
de  respetos,  de  simpatías  y  de  entusiasmos,  es  el  ejéicito  español  que 
en  Cuba  ha  luchado  durante  más  de  tres  años,  sosteniendo  una  guerra 
sin  ejemplo  contra  la  Naturaleza  y  contra  los  insurrectos. 


364 


*  * 


Necesario  es  decirlo.  No  podía  ser  un  periódico  amparado  por  nin- 
gún partido,  un  periódico  que  agraviase  á  los  soldados  de  España. 

El  que  ofendió  con  gran  injuria  al  ejército  de  la  patria,  cualquiera 
que  fuese  la  filiación  que  invocase,  no  podía  representar  á  ningún  par- 
tido honrado  amante  de  la  paz  y  de  España,  sino  á  bando  faccioso  de 
los  qu3  lucran  en  el  desorden  y  en  sus  agaas  turbias  hallan  provechos 
materiales,  y  mereció  por  ello  severo  castigo. 

¿Cómo  había  de  pertenecer  el  que  tal  hizo  á  la  prensa  liberal  cuba- 
na, prudentísima,  correcta,  mesurada  en  la  expresión  de  sus  opiniones, 
y,  sobre  todo,  respetuosa  con  el  ejército,  apasionada  de  sus  glorias? 

Y  que  así  fué  y  no  de  otro  modo  se  prueba,  con  sólo  notar  que  la 
protesta  de  los  oficiales  no  se  dirigió  más  que  contra  el  periódico  que 
los  había  agraviado,  y  si  otros  se  vieron  amenazados,  fué  en  manifesta- 
ción tumultuosa  de  elementos  extraños  y  demagógicos,  en  los  que  ya 
aquellos  oficiales  no  tenían  participación  alguna. 

Sobre  la  naturaleza  del  motín,  sobre  su  significación,  dio  luz  bas- 
lante  el  hecho  elocuente  de  haber  sido  sofocado  por  fuerzas  del  ejército 
y  fuerzas  de  los  voluntg^-ios.  No.  No  se  trató  de  un  motín  militar. 

Y  si  algo  faltara  para  exclarecer  los  sucesos  ocurridos  en  la  Haba- 
na, ahí  están  las  vibrantes,  patrióticas  y  hermosamente  enérgicas  pala- 
bras del  general  Arólas. 

Al  llegar  el  bizarro  general  Arólas  frente  al  edificio  que  ocupaba 
el  Diario  de  la  Marina,  en  el  momento  en  que  el  grupo  de  los  amoti- 
nados daba  vivas  y  mueras,  increpó  duramente  á  los  que  lo  formaban 
diciéndoles: 

« — Sois  indignos  de  gritar  ¡Viva  España!  Ese  grito,  sólo  debe  dar- 


365 

lo  quien  respeta  el  orden  y  acata  el  gobierno  y  la  representación  de  la 
patria.» 

En  ese  mismo  espíritu,  en  ese  espíritu  de  respeto  á  la  ley,  á  la  le- 
galidad constituida  y  al  gobierno  de  España,  supieron  inspirarse  todos 
los  buenos  españoles  al  dejar  aislado  el  motín  de  la  Habana. 


* 
*  # 


Con  toda  imparcialidad  y  con  gran  detalle  nos  informó  uno  de 
nuestros  colaboradores,  testigo  presencial  de  los  tristes  acontecimien- 
tos de  la  Habana,  acerca  de  lo  que  juzgó  causa  generadora  del  motin, 
de  cuyo  penoso  suceso  entendemos  que,  tanto  ó  más  que  las  noticias  y 
pormenores,  importa  conocer  los  motivos  que  provocaron  la  situación. 

Uaa  parte  de  la  prensa  de  la  Habana,  en  la  que  se  distinguía  El 
Reconcentrado,  periódico  de  reciente  creación,  venía  hacía  tiempo  sos- 
teniendo una  campaña  muy  dura  contra  cuantos  ejercieron  autoridad 
en  la  isla,  especialmente  contra  el  general  Weyler,  el  ex- gobernador 
civil  de  la  Habana  señor  Porrúa  y  contra  el  comandante  señor  Fons- 
deviela. 

Quejábanse  las  gentes  de  los  ataques  verdaderamente  inusitados 
que  El  Reconcentrado  publicaba,  y  nadie  tomaba  medidas  contra  este 
diario.  Limitóse  el  general  Blanco  á  prohibir  terminantemente  los  ata- 
ques al  general  Weyler;  pero  dijo  que  dejaba  las  medidas  que  contra 
la  prensa  debieran  adoptarse  á  la  iniciativa  del  Gobierno  insular. 

Los  ministros  mostráronse  vacilantes,  y  esto  produjo  muy  mal 
efecto  en   la   opinión,  y   muy   particularmente  entre  los  oficiales  del 

ejército. 

Atribuíase  la  lenidad  del  nuevo  gobierno  á  influencias  del  gober- 
nador de  la  Habana,  señor  Bruzón,  á  quien  se  acusaba  por  muchos  de 
estar  complicado  en  ciertas  campañas  de  El  Reconcentrado .   Y  se  en- 


366 

ten  lía  que  por  esta  causa  no  S3  atrevía  á  hacer  nada  el  gobierno  insu- 
lar con  los  periodistas  de  FA  Reconcentrado. 

Puede  contarse  también  entre  los  motivos  que  originaron  los  tu- 
multos del  díi  12,  la  cuestión  personal  surgida  entre  el  director  de 
aquel  periódico  y  el  antiguo  oficial  de  orden  público,  capitán  señor 
Calvo. 

Excitadas  las  pasiones  por  las  causas  expresadas,  publicó  dicho  día 
El  Reconcenti ado  un  suelto  que,  copiado  si  pie  de  la  letra,  decía: 

«Fuga  de  granujas. 

cEn  el  vap.-ir  Montserrat  ¡narclia  para  la  inatlre  patria  i-I  capiíán  señor  Sánchez, 
ejecutor  de  aquellas  órdenes  terribles  del  señor  Maruri  que  todos  recordamos. 

i  El  capitán  señot  Sánchez  ha  tf-iiido  la  desfjracia  de  perder  á  su  esposa,  pero 
en  cambio  ha  hecho  verter  mucha  sangre  y  muchas  lágrimas  á  infinidad  de  madres 
cubanas.» 

El  señor  Maruri  que  cita  el  suelto,  era  alcalde  de  Guanabacoa 
cuando,  al  decir  del  periódico  en  cuestión,  se  cometieron  en  este  pue- 
blo grandes  atropellos. 


*  ♦ 


Casi  todos  los  oficiales  que  concurrieron  al  teatro  Albísu  la  noche 
del  II,  llevaban  un  número  del  citado  periódico  El  Reconcentrado,  y 
mostraban  grande  indignación  por  el  suelto  integrado. 

Luego  de  decir  en  alta  voz  muchos  de  estos  oficiales  que  la  publi- 
cación de  injurias  semejantes  resultaba  intolerable,  se  celebraron  cier- 
tos conciliábulos,  en  los  que  es  de  presumir  quedara  acordado  el  acudir 
á  la  redacción  de  dicho  periódico. 

Creencia  firme  fué  que  los  motivos  indicados  originaron  la  visita 
de  los  oficiales  á  las  oficinas  de  redacción  de  El  Reconcentrado,  pero 
de  creer  es  también  que  si  ciertos  elementos  instigadores,  enemigos 
del  nuevo  régimen  palítico,  no  se  hubieran  mezclado  en  el  asunto  para 


367 

aprovechar  la  agitación  en  contra  de  la  política  autonómica,  el  suceso 
hubiera  tenido  una  importancia  muy  limitada,  casi  nula,  pues  los  ofi- 
ciales que  se  concertaron  en  AlbísUj  nos  consta  que  no  tenían  otio  pro- 
pósito que  el  de  castigar  de  un  modo  eficaz  las  diatribas  y  los  tremen- 
dos ataques  que  algunos  periódicos  tachados  de  filibusteros  dirigían  á 
determinados  oficiales  del  ejército. 

De  ahí  se  infiere  y  entendemos,  por  consiguiente,  que  en  los  acon- 
tecimientos de  la  Habana  hay  que  ver  dos  orígenes;  primero  el  disgus- 
to de  los  oficiales  por  los  insultos  de  El  Reconcentrado .  que  el  Gobier- 
no insular  toleraba  y  dejaba  impunes;  y  segundo,  la  sagacidad  con  que 
los  enemigos  de  la  autonomía  aprovecharon  los  comienzos  del  tumulto 
para  provocar  una  grave  manifestación  contra  el  nuevo  régimen. 

Los  oficiales  que  se  pusieron  de  acuerdo  en  el  teatro  de  Albisu, 
visitaron  el  siguiente  día  muy  temprano  á  otros  compañeros  de  armas, 
y  reunidos  á  las  nueve  de  la  mañana  en  número  de  unos  sesenta  de 
todos  los  cuerpos,  se  dirigieron  á  la  redacción  é  imprenta  de  El  Recon- 
centrado. 

A  aquella  hora  no  se  encontraban  allí  ni  el  director  ni  les  redacto- 
res de  ese  periódico.  Los  empleados  que  había  en  el  local  trataron  de 
impedir  la  entrada  á  los  oficiales,  pero  opusieron  escasa  resistencia.  A 
los  primeros  golpes  diéronse  á  la  luga,  dejando  á  los  invasores  dueños 
del  campo.  Entonces  éstos  rompieron  cuanto  constituía  el  mobiliario 
de  la  casa  y  arrojaron  por  las  ventanas  sillas,  mesas  y  tinteros. 

Bajaron  luego  á  la  imprenta  y  allí  empastelaron  todas  las  cajas, 
destruyeron  la  maquinaria  y  con  la  tinta  de  imprenta  mancharon  el 
suelo  y  las  paredes. 


*% 


368 

Dirigiéronse  desde  allí  á  las  oficinas  de  La  Discusión,  situadas  en 
la  Acera  del  Louvre,  y  gritando;  «No  maltratar  anadie»,  penetraron  en 
ellas,  y  como  hicieran  en  Ll  Reconcentrado ,  rompieron  todos  los  mue- 
bles y  destruyeron  todos  los  enseres  de  la  imprenta. 

Como  por  la  Acera  del  Louvre  circula  siempre  mucha  gente,  reu- 
nióse pronto  un  grupo  numeroso  frente  á  la  puerta  del  edificio  invadi- 


CAKONERO   «GALICIA» 


do,  y  entonces  comenzaron  á  oirse  vivas  á  España  y  algunos  mueras  á 
la  autonomía  y  á  ios  insurrectos  «disfrazados». 

La  policía  intentó  detener  á  los  oficiales,  pero  éstos  arrollaron  á  los 
agentes  de  la  autoridad. 

En  este  momento  se  presentó  en  el  sitio  del  suceso  el  general  Gar- 
rich,  gobernador  militar  interino  de  la  Habana,  y,  abriéndose  paso  por 
entre  la  multitud,  llegó  hasta  los  oficiales,  arengóles  y  ordenóles  que 
se  retiraran. 


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370 

Los  oficiales  cumplieron  el  mandato  y  se  disolvieran  y  retiraron, 
pero  quedó  un  numeroso  grupo  de  paisanos  que  comenzó  á  gritar:  ¡Al 
Diario  de  la  Marinal 

El  general,  seguido  de  algunos  agentes  de  seguridad,  trató  de  im- 
pedir que  el  grup  3  se  dirigiera  á  la   reiaccióa  del  periódico    aludido 
pero  sus  esfuerzos  fueron  infructuosos. 

HiUanse  situadas  las  oficinas  de  este  diario  en  el  Parque  Central, 
enfrente  del  edificio  que  ocupaba  LíJ  D:sciis:ón. 

Noticiosos  los  empleados  del  Diario  de  lo  que  ocurría,  cerraron 
las  puertas  y  las  ventanas. 

Cuando  los  amotinados  llegaron,  viendo  que  les  era  imposible 
derribar  las  puertas,  comenzaron  á  tirar  piedras,  con  las  que  rompieron 
todos  los  cristales  déla  casa. 

Logró  el  general  Garrich  abrirse  de  nuevo  paso  entre  los  sedicio- 
sos, y  consiguió  con  su  presencia  y  energía  disolverlos;  pero  el  más 
numeroso  de  los  grupos  se  dirigió  entonces  á  recorrer  varias  calles  con 
el  propósito  de  encontrar  al  director  de  Ll  Reconcentrado. 

En  ese  grupo  iba  un  hombre  llevando  una  gran  cuerda  que  «hábia 
de  servir>— según  decía, — para  arrastrar  al  periodista  en  cuestión. 

Los  generales  Parrfido  y  Solano  se  presentaron  ante  ese  grupo  y  lo- 
graron disolverlo. 

Comentóse  mucho  que  el  gobernador  civil  de  la  Habana,  señor  Bru- 
zón,  no  se  presentara  en  el  lugar  de  los  sucesos. 

Restablecida  la  tranquilidad,  merced  á  los  esfuerzos  de  los  genera- 
les Garrich,  Parrado  y  Solano,  se  notaba,  sin  embargo,  grande  excita- 
ción entre  las  gentes,  que  hacía  temer  nuevos  trastornos. 

Aseguróse  que  se  habían  hecho  trabajos  entre  los  voluntarios  para 
que  éstos  se  unieran  al  movimiento,  á  fin  de  pedir  la  derogación  del  ré- 
gimen autonómico. 


371 


*  * 


A  las  nueve  de  la  noche,  varios  grupos  que  recorrían  el  Parque 
central  y  la  calle  del  Obispo,  reuniéronse  en  la  Plaza  de  Armas,  frente 
al  palacio  de  la  capitanía  general,  donde  lanzaron  vivas  á  España  y 
mueras  á  la  autonomíi. 

Las  excitaciones  de  varios  jefes  del  ejército  para  qu3  los  grupos  se 
disolvieran  fueron  inútiles;  en  vista  de  lo  cual  se  dio  orden  de  que  fuer- 
zas de  caballeril  disolvieran  á  los  alborotadores. 

La  manifestación  se  dominó  con  gran  facilidad,  y  las  tropas  que  di- 
solvieron á  los  manifestantes  no  tuvieron  que  utilizar  las  armas. 

Durante  todo  el  día  continuaron  en  las  calles  los  grupos,  auaque 
bastante  reducidos,  que  eran  disueltos  sin  grandes  esfuerzos  ni  coase- 
cuencias  desagradables  por  las  patrullas  de  fuerzas  de  la  guardia  civil 
y  del  cuerpo  de  seguridad  que  recorrían  la  población. 

En  el  patio  principal  de  Palacio  estuvo  formado  toda  la  noche  y  ea 
disposición  de  salir  á  la  calle  al  primer  aviso,  el  quinto  batallón  de  vo- 
luntarios de  la  Habana,  que  mandaba  el  coronel  don  Cosme  Herrera. 

Con  los  manifestantes  se  mezclaron  por  la  noche  algunos  volunta- 
rios armados,  pero  cuando  el  general  González  Parrado  les  invitó  á 
que  hicieran  respetar  el  orden,  formaron  todos  sin  hacer  la  menor  ob- 
jeción y  obedecieron  desde  luego.  Otros  voluntarios,  también  armador, 
se  situaron  frente  al  Casino  Militar  y  estuvieron  dando  vivas  á  Espa- 
ña, disolviéndose  al  poco  tiempo. 

Todas  las  tiendas  de  la  Habana  permanecieron  ceíradas  todo  el  día. 
La  población  ofreció  un  aspecto  verdaderamente  triste,  transitando 
muy  poca  gente  por  las  calles.  Los  teatros  suspendieron  las  funciones  y 
algunos  periódicos  dejaron  de  publicarse. 


372 

Todos  los  puntos  céatricos  de  la  capital  estuvieron  ocupados  mili- 
tarmente por  fuerzas  de  orden  público  y  por  dos  escuadrones  de  la 
guardia  civil  que  se  mandaron  reconcentrar  de  las  cercanías. 

Los  pequeños  grupos  que  continuamente  circulaban  en  actitud  pa- 
cífica por  la  ciudad  fraternizaban  con  los  militares.  Esto  indica  el  ca- 
rácter del  suceso. 


* 


La  noche  transcurrió  tranquila;  pero  al  siguiente  día,  se  reprodujo 
la  manifestación,  confirmándose  los  temores  que  ya  se  tenían  de  que 
un  nuevo  sucsso  ocurriera  en  las  primeras  horas  de  la  mañana. 

Njda  ocurrió,  sin  embargo,  hasta  el  mediodía,  á  cuya  hsra  volvie- 
ron los  grupos  de  alborotadores  á  recorrer  las  calles  de  la  ciudad  dando 
vivas  á  España  y  mueras  á  la  autonomía. 

El  general  Arólas,  que  desde  la  noche  antes  se  había  posesionado 
del  gobierno  militar  de  la  Habana,  cuyo  cargo  le  había  sido  reciente- 
mente confiado  por  el  general  Blanco,  acudió  prontamente  á  disolver 
los  nuevos  grupo?,  tratando  de  apaciguarles  y  deque  se  retirasen;  pero 
los  alborotadores  se  resistieron,  y  mientras  unos  seguían  gritando  por 
las  calles,  otros  dirigiéronse  hacia  el  edificio  donde  están  instaladas  las 
oficinas  del  Diario  de  la  Marina,  y  después  de  apedrearlo,  intentaron 
panetrar  en  la  redacción. 

En  estos  momentos  llegó  el  general  Arólas,  y  abriéndose  paso  en- 
tre los  amotinados  y  colocándose  en  el  centro  de  aquella  masa  de  gen- 
te, encaróse  con  los  que  mayores  gritos  prof ¿rían  y  los  increpó  con  es  - 
tas  palabras: 

«—Sois  indignos  de  gritar  ¡viva  España!  Ese  grito  sacrosanto,  sólo 
puede  darlo  quien  respeta  el  orden  y  acata  al  gobierno  y  á  la  represen  - 
tación  de  la  patria!» 


373 

En  cuanto  el  bizarro  general  terminó  su  enérgico  apostrofe,  para 
contestar  así  á  los  gritos  é  insultos  que  proferían  los  alborotadores,  or- 
denó á  las  fuerzas,  que  patrullaban  y  que  le  siguieron,  que  cargasen  so- 
bre los  amotinados. 

Bastó  la  orden  para  que  éstos  se  disolvieran,  pues  en  cuanto  la  in- 
fanteiía  se  dispuso,  armando  bayoneta,  á  lanzarse  sobre  la  muchedum- 
bre, se  diseminaron  en  distintas  direcciones,  ante  la  sola  presencia  de 
los  fusiles  y  de  la  actitud  de  la  fuerza  pública. 

Esto  demuestra  que  habíase  becho  creer  á  los  alborotadores  que  la 
fuerza  mostraría  pasividad  en  el  momento  de  recibir  la  orden  de  ata- 
carlos. 

Por  esto  continuaron  en  sus  gritos  y  amenazas,  hasta  que  vieron  á 
la  fuerza  armada  que  sobre  ellos  lanzaba  con  decisión  el  general  Arólas. 

La  energía  que  e^te  bizarro  jefe  demostró  para  dominar  el  tumulto 
fué  objeto  de  calurosos  elogios. 


*     # 


Ahí  terminó  el  motín,  renaciendo  pronto  la  tranquilidad  en  la  po- 
blación, perturbada,  según  se  aseguró,  por  los  mismos  que  prodigaron 
las  ovaciones  teatrales  al  general  Weyler  cuando  su  despedida  de  la 
isla. 

Un  dato  hemos  de  consignar  por  creerlo  harto  elocuente  y  es:  que 
los  billetes  de  Cuba  subieron  en  aquel  día  en  la  Bolsa  de  la  Habana  dos 
enteros. 

La  noticia  de  los  deplorables  sucesos  de  la  Habana  causó  verdadera 
y  sensible  sensación  en  la  Península  y  fué  tema  obligado  y  muy  co- 
mentado en  los  círculos  políticos  y  en  todos  los  centros  de  reunión  de 
Madrid. 


374 

Recordábase  que  la  tarde  anterior  mientras  varias  personas  seda- 
ban por  enteradas  del  suceso,  los  miniítros  desmentían  los  rumores 
diciendo  que  no  tenían  de  ello  la  menor  noticia. 

También  se  recordaba  que  desde  hacía  días  se  venía  anunciando 
que  en  la  Habana /)Oíírfa  ocurrir  algúa  trastorno,  sin  más  diferencia 
que  en  aquellas  versiones  se  aludía  á  la  intervención  de  los  voluntarios 
y  en  lo  ocurrido  se  vio  que  los  voluntarios  habían  preitado  servicio 
para  restablecer  el  orden. 


CAÑONEROS  Ülí  VIGILANCIA  Á  LA  ENTHADA  IlEL  HIO  CAUTO 


La  impresión  general  fué  de  amargura,  reconociéndose  por  todos 
la  gravedad  de  tales  sucesos,  por  las  consecuencias  funestas  que  para 
la  causa  de  España  y  la  situación  de  Cuba  podían  traer. 

Sin  embargo,  la  opiaíóa  imparcial,  pasados  los  primeros  momen- 
tos de  la  natural  alarma  y  de  confusión,  y  debidamente  informada  de 
las  causas  determinantes  de  los  sucesos,  en  cuyos  informes  se  sumaron 
votos  autorizados  de  hombres  de  todos  los  partidos  cubanos,  incluso  el 
de  Unión  Constitucional,  convinieron  en  que  el  tumulto  careció  de  la 
gravedad  é  importancia  que  los  alarmistas  pretendieron  darle. 

En  vano  se  intentó  confundir  la  protesta  de  los  oficiales  del  ejérci- 
to, que  cesó  en  el  instante  de  haber  realizado  la  manifestación   contra 


375 

el  periódico  que  los  había  ofeadido,  con  la  algarada  posterior,  obra  de 
grupos  de  paisanos  poco  numerosos  y  que  sólo  por  sorpresa  realizaron 
los  desmanes  cometidos. 

Entre  uno  y  otro  hecho  no  existió  relación  alguna. 

Los  oficiales  del  ejército  que  fueron  á  la  redacción  de  El  Reconcen- 
trado afirmaron  que  no  querían  hacer  ni  hicieron  manifastación  alguna 
política  y  declararon  ante  la  autoridad  superior  de  la  isla  que  lamenta- 
ban qu3  para  dirimir  sus  cuestiones  hubiesen  intervenido  elementos 
extraños,  intervención  que  no  habían  solicitado  ni  admitían,  añadiendo, 
que  velando  por  el  honor  del  uniforme  que  vestían  y  respondiendo  á 
impulsos  que  no  contiene  fácilmente  ningún  militar  'español,  se  pro  - 
pusieron  realizar  un  escarmiento  procediendo  severamente  contra  quien 
de  un  modo  deliberado,  en  su  opinión,  y  coa  tan  pDca  nobleza  como 
peca  justicia,  había  lanzado  imperdonables  insultos  contra  dignos  indi  • 
víduos  del  ejército  qu3  eran  sus  compañeros  de  armas. 

Esa  declaración  hizo  variar  visiblemente  de  aspecto  y  quitó  impor- 
tancia á  la  cuestión,  respecto  á  la  forma  en  que  en  los  primeros  mo- 
mentos se  presentó  en  Madrid,  haciendo  adquirir  al  Gobierno  el  con- 
vencimiento de  que  el  conflicto,  bíjoel  temido  aspecto  militar  termina- 
do ya,  según  los  informes  oficiales  y  particulares,  no  tuvo  trascenden- 
cia alguna. 

Limitado  el  seto  moralmeate  á  una  protesta  de  gente  díscola  que 
no  se  avenía  con  el  nuevo  régimen,  materialmente  á  un  mero  tumul- 
to sin  desgracias  personales  que  lamentar,  por  fortuna,  despojado  de 
todo  carácter  militar,  claro  es  que  aunque  muy  deplorable  (sobre  todo 
por  las  exajeraciones  y  comentarios  que  harían  los  enenigos  de  España, 
y  las  funestas  consecuencias  que  esas  mismas  exageraciones  podían 
traer)  el  incidente  no  revistió  caracteres  graves. 


CAPITULO  XXX 


Informes  de  Washington.  — El  viaje  de  Mr.  King. — Las  conclasiones  del  enviado  de  Mr.  Mao 
Kinley. — Propói-itos  graves. — Noticias  de  la  Habana. — Presentaciones. — El  cabecilla  Ce- 
pero  ;  SD  partida. — Muerte  del  cabecilla  Delgado. — Encuectro  en  boca  de  CamariocA. — 
Tranquilidad  en  la  Habana. — Efectos  de  la  tolerancia. — El  general  Blanco. — La  censa- 
ra.— Prudencia  y  energía. — Rápido  eximen. — Rasgos  y  notas. — Los  explotadores  chas- 
queados.— Comentario. — El  filón  que  se  pretendió  explotar. — Caso  de  conciencia  na- 
cional. 


í41^E  grande  interés  para  España  hubo  de  ser  el  viaje 
realizado  por  el  amigo  íntimo  de  Mac-Kinley  á  la 
isla  de  Cuba,  para  estudiar  y  conocer  el  verdadero  esta- 
do de  la  insurrección  y  la  situación  de  los  rebeldes. 
Informes  directos  y  autorizados  de  Washington  nos  per- 
miten dar  á  conocer  á  nuestros  lectores  el  informe  que  del 
resultado  de  su  visita  diera  Mr.  King  al  presidente  de  los  Esta- 
in«T  dos  Unidos,  á  su  regreso  de  la  gran  Antilla. 
Mr.  King  recogió  en  su  viaje  por  la  isla  datos  precisos  y  concretos 
relativos  á  la  insurrección,  para  lo  cual  reunió  los  informes  de  todos 
los  cónsules  jv'íw'^^'fíí  conferenció  con  diferentes  hombres  políticos,  to- 
manda  nota  de  sus  opiniones,  así  como  de  los  principales  jefes  insur- 
rectos, utilizando  al  efecto  agentes  especiales,  y  de  todo  ello  el  envia- 
do de  Mac  Kinley  sacó  una  impresión  general,  que  tradujo  en  las  si- 
guientes conclusiones: 


377 

Pr/wera.  — La  autonomía  impediría  que  se  prestasen  nuevos  con- 
cursos á  los  iasurrectcs  que  luchaban  en  la  manigua;  pero  no  por  esto 
terminaría  pronto  la  insurrección,  ni  siquiera  la  quebrantaría  grave- 
mente. Si  se  intentara,  era  dudoso  que  lo  consiguieran  los  nuevos  go- 
bernantes. Fuera  preciso  para  ello  que  los  sustituyeran  en  la  dirección 
de  los  negocios  públicos  hombres  más  radicales. 

Segunda.  — L&  insurrección  estaba  quebrantada  y  decaída  en  las 


POBLADO  DE  MANTUA    Pinar   del    Rio' 


provincias  occidentales  de  la  isla,  mas  con  todo  esto,  las  partidas  que 
allí  quedaban  lograban  destruir  las  plantaciones  de  tabaco  y  dificultar 
las  operaciones  de  la  zafra,  sosteniendo  así  la  perturbación  económica 
y  la  inseguridad  en  los  campos,  promoviendo,  además,  frecuentes 
alarmas  en  las  sitierías  de  las  poblaciones. 

El  gobierno  rebalde,  establecido  en  el  Camagüey,  vivía  tranquilo. 

En  O  iente,  la  insurrección  alentaba  poderosa  y  hacía  meses  que 
seguía  acentuando  la  ofensiva. 

Las  fuerzas  españolas  que  allí  operaban  sufrían  enormes  bajas  por 
causa  de  las  enfermedades  propias  del  cUma. 
Blanco  48 


378 

De  todo  lo  cual  deducía  Mr.  King  en  su  informe,  que  era  imposi 
ble  acabar  la  guerra  en  el  corriente  año. 

Tercera.— VA  mantenimiento  de  la  guerra,  aun  acatándola  en  un 
período  de  quince  meses,  costaría  á  Espina  ciento  treinta  millones  de 
pesos,  debiendo  ser  tenido  en  cuenta  que  había  ya  pendientes  de  pago 
cerca  de  setenta  millones. 

Cuarta.  — Deáí  la  situación  descrita,  Mr.  King  aconsejaba  al  pre 
sidente  que  procurase  llegar  á  un  acuerdo  amistoso  con  España  para 
solucionar  el  problema  de  Cuba,  acordando  lo  más  conveniente. 

Además  de  esto,  el  emisario  de  MacKinley  dio  cuenta  de  las  con- 
ferencias que  celebró  en  la  Habana. 

Tanteó  á  los  radicales  acerca  áe  sí  aceptarían  el  protectorado  nor- 
teamericano, habiendo  sido  rechazada  por  aquellos  la  indicación. 

Después  hablaron  de  garantizar  el  cumplimiento  de  un  pacto  á 
que  se  pudiera  llegar  con  los  rebeldes  haciéndoles  mejores  concesiones, 
sin  que  se  hiciera  pública  la  conclusión  á  que  llegaron  acerca  de  este 
extremo. 

Mr.  King  excitaba  en  su  documento  al  gobierno  de  Washington 
á  que  fomentase  las  suscripciones  para  socorro  de  los  reconcentrado."^, 
asegurando  de  este  modo  la  inthiencia  moral yankee. 

Aseguró  el  asesor  de  Mr.  Mac-Kinley  que  los  americanos   no  que 
rían  anexionarse  la  isla  de  Cuba,  pues  les  bastaba  con  las  ventajas  que 
les  procuraría  la  influencia  comercial  y  política. 

Y  por  fin,  afirmó  que  el  presidente  Mac-Kinley  esperaría  dos  me- 
ses, y  si  al  cabo  de  ellos  no  había  cambiado  el  estado  de  cosas  en  Cuba, 
se  vería  obligado  á  adoptar  una  actitud  resuelta  y  enérgica  para  solu 
cionar  el  conflicto  que  aquél  creaba  á  la  gran  República. 

Estos  informes  nos  fueron  trasmitidos  desde  Washington,  con  fe 
cha  14  de  Enero,  y  desde  luego  vimos  en  ellos  la  gravedad  que  entra- 
ñaban para  la  causa  de  España;  gravedad  que  no  vieron  ó  no  quisieron 


379 

ver,  y  "si  la  vieron  naia  hicieron  para  conjurarla,  nuestros  gober- 
nantes. 


* 
*  * 


Nos  comunicaron  déla  Habana  el  día  15  que  en  Las  Villas  se  ha- 
bían presentado  á  indulto  el  célebre  cabecilla  Cepero  y  un  sobrino 
suyo,  manifestando  el  primero  á  las  autoridades  militares  de  Santa  Cla- 
ra, que  el  día  anterior  había  sido  dispersa  y  disuelta  la  partida  que 
mandaba,  por  el  batallón  de  Luchana. 

José  López  Cepero  era  uno  de  los  más  antiguos  y  acérrimos  parti- 
darios de  la  independencia  de  Cuba,  y  tenía  gran  prestigio  entre  los 
rebeldes,  especialmente  entre  el  elemento  de  color. 

Muerto  Antonio  Mhcco,  ningún  otro  cabscilla  gozaba  de  mayor 
preponderancia  entre  los  negros  insurrectos. 

Tambiéa  se  presentó  en  Pinar  del  Río  el  abogado  María,  jefe  de 
estado  mayor  del  cabacilla  Perico  Díaz. 

Confirmó  Marín  que  las  partidas  estaban  disolviéndose  en  aquella 
zona. 

Asimismo  se  esperaba  la  presentación   del  cabecilla  doctor   Luís 
Delgado;  pero  habíase  sabido  dicho  día  en  la  Habana,   que  llegado  el 
momento  en  que   Delgado  iba  á  rendirse  con  las  fuerzas   que   le  se 
guían,  parte  de  éstas  se  negaron  á  hacerlo,  sobreviniendo  á  consecuen- 
cia de  esto  uaa  colisión  entre  ellos,  en  la  que  Delgado  y  sus   partida- 
rios fueron  vencidos,  pereciendo  aquél  en  la  lucha. 

O-ho  de  los  hombres  de  su  confianza  lograron  escapar,  presentán- 
dose á  indulto  en  San  Nicolás,  donde  refirieron  á  las  autoridades  lo 
ocurrido,  que  fué  confirmado  más  tarde  por  la  familia  del  cabecilla. 

La  brigada  que  mandaba  el  general  Molina  sostuvo  un   rudo  com- 


380 

bate  el  día  14  entre  Boca  Csmarioca  y  Punta  Mayíe,    provincia  de  Ma- 
tanzas. 

Después  de  dos  horas  de  fuego,  nuestros  soldados  lograron  apode- 
rarse de  las  fuertes  posiciones  que  ocupaba  el  enemigo.  Este  las  defen- 
dió con  tenacidad  extraordinaria  y  no  acostumbrada,  pero  al  fin  tuvo 
que  retirarse,  abandonando  seis  muertos  y  abundantes  municiones. 

Nuestras  tropas  tuvieron  tres  soldados  mueitos  pertenecientes  al 
batallón  de  Cuenca,  y  heridos  los  tenientes  don  Emilio  Cervera  y  don 
Manuel  González  y  28  soldados. 

Había  quedado  restablecida  en  la  Habana,  con  aplauso  de  la  opi- 
nión sensata,  la  censura  de  los  periódicos  por  la  Ctpitanía  general, 
por  haberse  comprobado  y  estar  fuer^  de  toda  duda  que  los  sucesos 
surgieron  por  la  tolerancia  del  gobernador,  señor  Biuzón,  quien  r.o 
supo  poner  coto  á  las  demcsías  de  la  prensa  y  alas  csmpeñas  de  ciertos 
periódicos,  que  halagaban  Jas  pasiones  de  determinados  elementos,  y 
que  lejos  de  evitailas,  manifestaba  á  cuantos  le  adviitieren  el  peligro 
que  se  corría,  no  tener  medios  legales  para  reprimirlas. 

Hacíanse  grandes  elegios  de  la  prudencia  y  serenidad  del  geneial 
Blanco  ante  los  distuibios  ocurridos;  pues  teniendo  presente  que  los 
amotinados  se  limitaron  á  lanzar  gritos,  entre  les  que  me2c]aban  el  de 
¡viva  Espinal,  sin  hacer  lesistencia  alguna  á  la  fueiza  pública,  ni  uso 
de  armas,  las  represiones  violettas  hubieran  producido  catástrofes  in. 
dudables. 

En  los  primeros  momentos  pareció  que  se  identificaran  en  el  mo- 
vimiento los  militares  ccn  los  paisanos  y  volúntanos,  dando  esto  lugar 
á  que  se  consideraran  graves  los  sucesos;  pero  desde  el  momento  en 
que  se  retiraron  los  elementos  militares  y  quedsron  solos  en  la  cállelos 
revoltosos,  se  comprendió  el  juego  de  los  alborotadores  y  se  reconoció 
por  todos  lo  irfurdado  de  las  primeras  alarmas  y  el  acierto  con  que 
había  obrado  la  primeía  autoiidad  de  la  isla  en  resistiise  á  emplear  la 
fuerza  para  sofocar  el  motín. 


381 


*  ♦ 


Excepcional  interés  ofrecieron  todos  los  despachos  que  de  nuestro 
corresponsal  en  la  Habana  recibimos  los  días  i6  y  17  de  Enero. 

El  atentado  de  que  milagrosamente  se  salvara  el  gobernador  civil 
de  Santa  Clara,  don  Marcos  García;  la  reorganización  á  que  se  sometían 
los  batallones  en  la  segunda  mitad  de  Enero,  aumentándoles  séptima 
compañía,  que  se  Ihmaría  de  tiradores,  compuesta  de  125  hombres  de 
á  pié,  más  las  guerrillas  de  los  respectivos  cuerpos,  cuya  fusrza  había 
de  elevarse  al  doble;  el  reclutamiento  abierto  para  ese  aumento  de 
fuerza  en  los  cuerpos  y  especialmente  en  las  guerrillas,  y  hasta  la  prisión 
del  director  de  El  Reconcentrado,  fueron  asuntos  que  merecen  la  pena 
de  que  fijemos  en  ellos  la  atención. 

No  dijo  el  gobernador  de  Las  Villas  los  móviles  de  la  agresión; 
pero  tal  atentado  contra  persona  de  tanto  relieve  oficial  y  particular 
como  Marcos  García,  realizado  en  los  momentos  en  que  el  espíritu  pú- 
blico estaba  deprimido  por  los  escándalos  que  presenció  la  capital  de 
la  isla,  había  de  contribuir  á  que  se  mantuvieran  los  nervios  en  ten- 
sión, suponiéndole  como  derivación  de  aquellos  sucesos  y  demostración 
de  algo  grave,  gravísimo  que  agitaba  el  fondo  de  aquella  sociedad  po- 
lítica. 

De  otra  parte,  la  gran  importancia  y  trascendencia  que  los  separa- 
tistas concedían  al  cor  flicto,  y  la  actitud  de  los  Estados  Unidos,  hizo 
creer  en  la  posibilidad  de  la  intervención  norteamericana,  al  asegurar 
que  Mr.  Lee,  cónsul  de  los  Estados  Unidos  en  Cuba,  hahía  informado  á 
su  gobierno  en  tonos  lúgubres  y  que  á  consecuencia  de  esos  informes 
la  Gran  República  se  disponía  á  mander  al  puetto  de  la  Habana  algu 
nos  de  sus  barcos  de  guerra  para  proteger  las  vidas  de  sus   subditos  y 


382 

apoyar  las  reclamaciones  pendientes  de  i  idemnización  por  perjuicios 
en  iUá  haciendas  é  intereses. 

Energía  y  prudencia.  En  estas  palabras  concretó  su  programa  el 
ministro  del  gobierno  insular,  señor  Govía,  al  volver  á  Cuba  á  posesio- 
narse de  su  cargo,  después  de  muchos  meses  de  emigración  voluntarig; 
y  en  efecto,  en  ellas  había  de  encerrarse  todo  el  mecanismo  de  la  nueva 
p.ilítica  para  que  hubiera  calma. 

Sólo  coa  tacto  exquisito  y  singular  prudencia;  sólo  con  una  sin - 
cera  política  de  atracción  había  de  lograrse  el  reposó  de  los  espíritus, 
más  necesaaio  á  la  sazón  que  nunca. 

Pensar  que  en  estado  de  guerra,  con  el  enemiga  al  frente,  era  po- 
lítica sana  la  disputa  por  los  cargos  públicos;  la  violenta  supresión 
de  Ayuntamientos;  la  destitución  de  Alcaldes;  el  procesamiento  de 
Concejales  y  la  complacencia  de  dar  de  puñaladas  á  los  retratos  de  los 
adversarios  al  entrar  en  tropel  como  triunfadores  en  las  oficinas,  era 
tanto  como  conspirar  contra  lo  que  defendieron  y  á  la  fecha  les  servia 
de  provecho. 

Si  lo  que  el  gobernador  general  hizo  para  impedir  los  insultos  al 
ejéicito  lo  hubiera  hecho  el  gobierno  insular  cuando  á  ello  fué  reque- 
rido por  el  general  Blanco,  ¿no  se  hubieran  evitado  las  dolorosas  es- 
cenas desarrolladas  en  la  capital  de  Caba? 

Los  desórdenes  y  escándalos  no  poií  in  ser  provechosos  más  que  á 
los  enemigos  de  España,  y  colaboradores  en  su  obra  fueran  los  que  ex- 
citaban las  pasiones,  dando  por  lo  menos  pretexto  para  que  se  provo- 
casen, y  los  que  se  lanzaran  á  ellos  frenéticos  por  la  pasión. 

Al  Gobierno  correspondía  velar  porque  no  se  perdiera  el  equili- 
brio, y  medios  tenía  en  su  mano  para  imponer  la  prudencia  necesaria, 
ordenando  al  gobernador  general  de  la  gran  Antillael  empleo  déla 
energía  que  con  unos  y  otros  aconsejaban  las  circunstandas. 


383 


*  * 


Restablecida  la  tranquilidad  á  les  cinco  días  de  haber  surgido  en 
la  Habana  el  desagradable  incidente  bsjo  cuya  sugestión  experimen 
tamos  todos  naturales  inquietudes  y  del  cual  se  sirvieron  no  pocos  para 
adelantar  terroiíficos  presagios,  y  serenos  ya  los  ánimos  para  formar 
exacto  juicio,  nos  parece  que  no  ha  de  holgar  aquí  un  frío  y  rápido 
examen  de  los  hechos.  Por  medio  de  él  lograremos  apreciar  el  alcance 
real  de  lo  sucedido  y  podremos  deducir  el  objetivo  principal  que  sus 
factores  persiguieran  y  sus  consecuencias. 

A  partir  del  día  J3,  hubo  que  rectificar,  unas  tras  otras,  todas  las 
impresiones  de  les  primeros  momentos. 

Dfjose,  por  vía  de  comienzo,  que  el  disturbio  era  una  protesta  de 
carácter  militar  contra  las  nuevas  instituciones,  y  se  supo  á  las  vein- 
ticuatro horas  que  ni  siquiera  ertrañaba  un  acto  parcial  deindisciplin£. 

El  peri(3dico  que  con  su  procacidad  originó  la  agresión,  estaba  di- 
rigido por  un  antiguo  redactor  de  La  Lucha,  ó  lo  que  es  igual,  el  diario 
que  más  había  aplaudido  y  alentado  las  campañas  políticas  del  general 
Weyler.  Y  los  ofidales,  que  por  propio  impulso  tomaron  cuenta  dd 
agravio  inferido  á  uno  de  sus  compañeros,  se  retiraron  del  movimiento 
no  bien  advirtieion  que  eJ  ptisanaje,  agrupado  á  su  sombra,  trataba  de 
darle  otra  significación  dirigiéndolo  en  contra  del  Diario  de  la  Marina. 

Se  dijo,  luego,  que  los  cónsules  extranjeros,  y  principalmente  el 
de  los  Estados  Unidos,  habían  mandado  estupendos  relatos  á  los  go- 
biernos respectivos  y,  curándose  en  salud  los  que  tal  afirmaron,  se  anti- 
ciparon á  prevenir  al  público  de  España  y  de  fuera  de  España  contra 
aquellas  supuestas  exageraciones. 

Nada  de  eso  acaeció.  El  relato  de  Mr.  Lee  fué  mucho  más  sobrio 
que  el  de  la  mayoría  de  los  corresponsales,  y  apenas  si  difería  en  puntos 


384 

mínimos  del  telegrafiado  á  Madrid  po"  el  gobernador  general  de  Cuba. 

Se  aseguró  que  Mr.  Lee  había  padido   á  su  gobierno  el  envío  de 
dos  cruceros  al  puerto  de  la  Habana. 

El  mismo  Lee  se  apresuró  á  desmentir  en  redondo  la  especie. 

Se  anunció  despué',  como  cosa  inevitable,  que  al  llegar  á  la  Ha- 


VOLUNTARIO  DE  LA.  COMPAÑÍA  DE  0ÜIA8  (Cienfuegogl 


baña  el  electo  ministro  de  la  Gobsrnación  del  gobierno  insular,  señor 
Govín,  la  manifestación  hostil  que  le  tenían  preparada  los  adversarios 
de  la  Constitución  autonómica,  revestiría  proporciones  de  sangriento 
tumulto. 

El  señor  G3vín  obtuvo,  al  desembarcar,  ua  recibimiento  cordial  y 
afectuoso. 


385 

De  modo  que  no  se  realizó  ninguno  de  los  presagios  echados  á  vo- 
lar aquellos  días  por  el  temor,  por  la  pasión  ó  por  el  mal  deseo. 

Ni  sufrió  lesión  grave  el  régimen  á  quien  habían  extendido  ya  la 
partida  de  óbito  sus  enemigos,  ni  padeció  la  disciplina  militar  detri- 
mento de  consideración,  ni  hubo  más  fundamento  que  el  suministrado 
por  los  comentaristas  de  la  Península  para  las  reflexiones  postumas  de 


COMBATE   DEL   BATALLÓN  DE  MURCIA   EK   8AHCTI  8PIRITÜS 

algunos  periódicos  europeos,  acerca  del  consabido  lugar  común  de  los 
pronunciamientos  y  sobre  el  vulgarísimo  y  socorrido  tema  de  las  cosas 
de  España. 


Mirados  los  hechos  á  sangre  fría,  aparecen  además  rasgos  y  notas 
de  grandísimo  relieve,  en  los  cuales  nadie  puso  los  ojos. 

Ni  en  el  arranque  de  los  oficiales,  ni  en  el  movimiento  deliberado 

Blanco  49 


386 

de  los  pertuibidores  civiles  contra  determinados  periódicos,  tuvo  nada 
que  sentir  El  País,  órgano  autorizado  de  los  autonomistas,  ó  séase  la 
genuina  representación  de  los  principios  é  ideas  que  estaban  en  el  po 
der  desde  primeros  de  año. 

Ni  el  agravio  ni  la  mala  voluntad  acudieron  á  liquidar  cuentas  ó  á 
promover  querellas  contra  la  personificación  auté ótica  del  régimen  vi- 
gente; hiciéronlo  contra  los  rezagados,  las  disidencias  ó  las  derivaciones 
del  régimen  antiguo. 

Los  mueras  lanzados,  de  noche  y  huyendo,  por  gente  allegadiza, 
no  fueron  sino  un  ensayo  en  que  se  quiso  sacar  partido  del  alboroto  y 
soadear  el  ánimo  de  fuerzas  é  institutos  dignísimos  que  no  habían  fal- 
tado ni  habían  de  faltar  jamás  á  sus  deberes. 

¿Pudo  álguisn  imaginar  en  serio  que  el  brusco  tránsito  de  una  po- 
lítica tradicional  á  una  política  democrática,  de  una  vida  á  otra  vida, 
había  de  efectuarse  sin  sobresaltos,  ni  rozamientos,  ni  alteraciones? 

¿Cupo  en  la  cabeza  de  nadie  que  los  intereses  lastimados  y  tanto 
más  doloiiios  cnanto  más  largo  había  sido  el  tiempo  en  que  habían 
prevalecido  sin  estorbo,  tuvieran  la  resignación  suficiente  para  some- 
terse á  un  cambio  en  qu3  el  espíritu  de  lucro  y  las  susceptibilidades  de 
amor  propio  habían  de  experimentar  limitaciones  ó  heridas? 

No  suelen  dar  muestras  de  tamaña  abnegación  las  ideas  abstractas; 
¿cómo  la  habían  de  dar  los  hábitos  y  las  conveniencias  particulares, 
consolidados  é  instituidos  en  una  especie  de  derecho  por  la  prescrip- 
ción de  los  años  y  por  la  tuerza  del  uso? 

Afortunadamente,  tras  una  breve  y  natural  inquietud  del  espíritu 
nacional,  pronto  volvimos  á  la  fuente  limpia  y  clásica  en  que  habió 
siempre  el  carácter  de  esta  heroica  nación  y  de  donde  sacó  alientos  para 
arrostrar  las  dificultades  y  las  luchas  coa  entero  dominio  de  sí  misma. 
Olvidamos  por  un  momento,  pero  recobramos  á  poco,  aquella 
gravedad  en  los  actos  y  en  las  palabras,  en  los  juicios  y  en  las  deter- 


t\ 


387 

minaciones  que  hasta  en  los  días  más  negros  de  la  historia   patria  nos 
grangeó  el  respeto  del  mundo. 

* 

El  motín  déla  Habana  no  prosperó.  Aquellos  excelentes  patriotas, 
que  pensaron  sacar  á  flote  sus  buenos  deseos  á  la  sombra  de  un  natural 
movimiento  de  índigo  ación,  producido,  Dios  sabe  por  qué  caminos,  en 
el  ánimo  pundonoroso  y  susceptible  de  los  oficiales  de  nuestro  ejército, 
quedaron  al  descubierto  y  completamente  solos.  Los  jóvenes  militares 
se  enteraron  prontamente  de  los  planes  egoistas  y  sediciosos,  de  los 
cuales  se  pretendiera  hacerlos  instrumentos.  Los  explotadores  del  nom- 
bre español,  los  que  querían  «comer  á  dos  carrillos»  y  masticar  á  la  vez 
Cuba  y  la  Península,  se  vieron  chasqueados. 

Fueron  éstos  los  mismos  que  á  principios  de  Enero  de  1897  bacían 
estrepitosas  manifestaciones  contra  los  periódicos  de  Madrid  y  Barcelo- 
na que  censuraban  la  administración  del  general  Weyler.  Fueron 
f  quellos  de  quienes  dijo  un  periódico  de  Madrid  un  año  antes: 

«En  Cuba  hay  quien  trata  de  crear  una  especie  de  dictadura,  un 
pretorianismo  debajo  vuelo,  unsel/ governemeni,  ejercido  por  los  asen- 
tistas y  proveedores  de  víveres.  Hay  allí  quien  declara  que  la  sobera- 
nía de  Cuba  reside  en  Cuba.  Aun  tratándose  de  un  seide  del  nuevo 
inesperado  cesarismo— del  cesarismo  de  los  vendedores  de  tocino  ave- 
riado y  zapatos  de  cartón— no  puede  esto  quedar  sin  comentarios. 

¿No  es  verdad,  lector  querido,  que  estas  lin3a.«,  escritas  é  impresas 
un  año  antes  de  los  acontecimientos  á  que  venimos  refiriéndonos,  se 
ajustan  perfectamente  al  comentario  reclamado  por  los  mismos? 

Nosotros  no  confundimos,  ni  confundirse  puede,  todo  un  partido, 
el  partido  de  Unión  constitucional,  que  era  la  parcialidad  conservado- 
ra de  Cuba,  con  aquellos  elementos  que  aparecieron  como  sostén  de 
aquél  y  habían  sido  su  parásito.  Entre  unos  y  otros  hay   la  diferencia 


388 

que  media,  por  ejemplo,  de  Juanón  el  de  los  carreteros  al  marqués  de 
Apezteguía. 

Aquellas  gentes,  que  en  la  Habana  vociferaron  y  patalearon  y  per- 
turbaron y  trataron  de  explotar  a  la  vez  el  nombre  de  España  y  el  pun- 
donor de  los  oficiales  del  ejército  de  la  patria,  lo  má;  alto  y  lo  más  no- 
ble de  toda  nación,  no  fueron  (coma  habían  de  ser) los  representantes 
de  España  en  Cuba,  ni  un  partido  serio,  ni  colectividad  de  ningún  gé- 
nero, á  la  cual  hubiera  de  considerar  como  factor  esencial  del  problema. 


c^-. 


VIGILANCIA.   EN   L08  FUERTES   DE   LA   TROCHA   DE   JüCARO 


Para  alborotar  sirve  cualquiera,  y  mientras  más  solemnes  son  los 
momentos  y  más  escepcíonales  las  circunstancias  es  más  fá:il  el 
alboroto. 


389 

Todo  ello  resultó  más  repugnante  que  peligroso.  No  encerrara 
aquende  ni  allende  el  Océano  especie  algana  de  riesgo,  si  espíritus  sen- 
cillos y  confiados,  personas  de  excesiva  baena  fé  y  ánimos  rutinarios 
no  le  hubiesen  dado  más  valor  que  el  que  en  sí  tuvo.  [E;e  era  el  filón 
que  se  explotaba!  Diez  sujetos  que  gritan  meten  más  ruíio  que  diez  mil 
que  callan,  y  en  Europa  se  creyó  que  los  gritos  de  los  Trillos  y  de  los 
Juanetes  eran  los  rumores  tempestuosos  de  una  multitud.  ¡Con  ello  se 
contó!  Tiempo  va  siendo  ya  de  que  la  gran  mayoría  de  los  españoles, 
que  sabemos  muy  bien  á  qué  atenernos  tocante  á  la  cuestión,  nos  pre- 
guntemos si  no  es  caso  de  conciencia  acabar  en  España  con  esa  bara  - 
tería  nacional,  que  bace  de  todas  las  conveniencias  sociales,  desde  el 
alto  concepto  del  honor  de  la  milicia,  hasta  la  prudencia  y  cortesía  na- 
tural en  el  más  modesto  de  los  ciudadanos,  una  barricada  tras  de  la  cual 
defender  el  bastardo  interés  de  gremio  ó  de  bandería. 

Es  triste  que  en  uno  de  los  pueblos  más  fáciles  de  gobernar  de 
Europa  ocurra  lo  que  no  acontecería  impunamente  en  ningún  otro. 

La  osadía  llevada  hasta  la  demencia  no  puede  tener  más  funda- 
mento que  la  extrema  sandez  ó  la  debilidad  extrema  de  los  demás. 


^^^ '^k '^^  J^ '^^ '^^ '^^  "^^ '^^ '^^ '^^  ^^  ^^ '^^  "^^  ^^^^^^  ^^  "^^ '^^ '^k"^^'^^  "^^ '^^k. 


CAPITULO   XXXI 


Cambio  en  la  opinión. — Elosfios  í  la  dirección  y  prvilencia  de  las  autoridades  de  Cuba. — 
Ei-pcranzas  risueñas.  —  Estado  de  la  guerra  en  Oriente. — El  río  Cauto  base  de  operacio- 
nes.—  Lo  que  no  fe  explica. — Desastres. — Periodo  funesto. — L»  opinión  general. — Cam- 
bio completo  de  sistema. — Tranquilidad — La  dinamita  en  lu  provincia  de  la  Habana. — 
Ataque  al  poblado  de  Campeohuela. — Resumen  de  operaciones  y  bajas  del  enemigo. 


tal  punto  cambió  entre  nosotros  el  temple  de  la  opi- 
nión, al  tornar  á  su  estado  normal  las  cosas  en  la  H  - 
baña,  que  los  cargos  dirigidos  al  gobernador  genera^ 
de  Cuba  por  su  moderación  ante  los  disturbios  ocurri- 
dos en  la  capital,  se  trocaron  á  los  cinco  días  en  elogios  á  su 
conciliadora  y  altísima  prudencia. 

Por  cierto,  que  también  se  fué  agrandando  el  circulo  de 
esos  elogios.  S.gún  los  trasmisores  é  intérpretes  de  las  últi- 
mf  s  buenas  noticias,  no  alcanzó  la  asonada  terribles  proporciones,  mer- 
ced á  la  conducta  discreta  de  las  autoridades.  De  doode  se  infiere  que 
no  fue  solamente  el  digno  marques  de  Peña  Plata  quien  procedió  como 
conveEÍa. 

Eatretanto,  y  para  que  nada  faltase  al  turno  de  las  satisfacciones, 
dos  ó  tres  cabecillas  de  notoria  importancia  se  habían  presentado  á  in- 
dulto. 


391 

Confesaban,  además,  los  que  negaron  ó  pusieron  en  duda  la  efica- 
cia del  régimen  autonómico,  que  la  influencia  pacificadora  de  este  co- 
menzaba á  demostrarse  con  hachos  entre  los  revolucionarios  y  laboran- 
íes  de  los  Estados  Unilos.  Mucho  enalteció  semejante  imparcialidad  á 
los  que  de  ella  dieron  testimonio,  y  claramente  acreditó  qne  fueron 
ciertas  y  positivas  las  ventajas. 

Quedaba  no  más  un  punto  negro  en  el  cuadro  que  se  nos  había 
ofrecido,  pocas  horas  antes,  recargado  de  siniestros  colores. 

Puede  ocurrir — anunciaban  los  espíritus  cavilosos — que  Mr.  Mac- 
Kinley,  ante  el  recelo  de  que  volviera  á  turbarse  el  orden,  enviase  si 
puerto  de  la  Habana  uao  ó  dos  cruceros;  y  entonces  sí  que  necesitará 
España  apelar  á  las  más  enérgicas  medidas.... 

El  temor  lo  desvaneció  el  mismo  Mac-Kinley  desmintiendo  rotun- 
damente Id  especie,  después  de  los  discretos  informes  de  sus  cónsules  y 
representantes  en  la  capital  de  la  isla. 

El  conflicto  temido  fué  conjurado  por  la  serenidad  y  prudencia  de 
las  autoridades,  y  las  complicaciones  y  las  dificultades  anunciadas  des- 
aparecieron. 

Sin  embargo,  lo  que  importara  considerar  fué  que  habían  de  pre- 
sentarse otras,  mu:ho  más  arduas,  y  que  no  eran  las  mayores  y  las  úl- 
imas  las  que  se  habían  vencido. 

Bien  nos  pareció  que  la  opinión  reaccionara,  y  que  á  las  torvas 
perspectivas  del  la  y  del  13,  se  sucedieran  risueñas  esperanzas:  pero 
tantos  riesgos  como  un  pánico  infundado  había  de  envolver  ma  con- 
fianza excesiva. 

Quedaba  mucho  que  trabajar,  nos  aguardaban  todavía  enojosas 
sorpresas,  y  aun  hibríamos  de  ejjrcitar  la  serenidad  de  nuestro  ánimo, 
la  lucidez  de  nuestro  criterio  y  la  energía  de  nuestra  voluntad  en  nu- 
merosísimas ocasiones. 


392 


*  * 


Fuertemente  quebrantada,  y  aún  pudiéramos  decir,  sin  temor  á 
exagerar,  casi  muerta  la  guerra  en  las  provincias  occidentales,  por  vir- 
tud de  la  muerte  de  Maceo  y  del  exterminio  de  las  partidas  que  fué 
sembrando  y  dejó  organizadas  la  invasión,  quebaba  al  nacer  el  año  98 
el  departamento  Oriental  como  último  baluarte  del  enemigo  y  como 
objetivo  principal  de  nuestras  armas.  Si  no  hubiera  sido  por  lo  que  to 
davía  daban  que  hacer  las  pequeñas  partidas  de  aventureros  y  vivido  • 
res  que  andaban  errantes  en  Pinar,  en  la  Habana,  en  Matanzas  y  en  Las 
Villas,  tornara  á  ser  allí  la  guerra  lo  que  íué  la  anterior,  y  nuestras  tro- 
pas pudieran  haber  ido  todas  ó  en  su   mayor  parte  á  operar  en  la  re- 
gión oriental,  sino  precisamerte  donde  empieza  lo  que   propiamente 
llamamos  Oriente,  poco   más  absjo,  ya  que  dentro  la  jurisdicción  de 
Sancti  Spiritus  (Las  Villas)  teníamos  á  Máximo  Gómez  y  dentro  del 
Camsguey  (departamento  central)  había  lo  que  verdaderamente  no  st- 
bíamos,  puesto  que  nuestras  posiciones  quedaron  abandonadas  y  lo  de- 
más casi  no  se  había  explorado.  Era  de  suponer,    sin  embargo,  según 
referencia  autotizada?,  que  en  grandes  zonas  de  la  provincia  de  Puerto 
Príncipe,  además  del  titulado  gobierno  insurrecto  y  de  las  Cámaras, 
existía  una  numerosa  población,  formada  por  gran  número  de  familas, 
donde  funcionaba  la  imprenta  y  se  habían  montado  algunos  talleres. 

Pero  como  eso  no  era  de  esencialidad  urgente  para  la  campaña,  se 
comprende  que,  por  de  pronto,  el  objetivo  de  esta  se  señalara  más 
arriba,  en  aquella  región  donde  el  enemigo  aparecía  más  potente,  más 
militarmente  organizado  y  más  envalentonado  por  sus  éxitos  de  Vic 
toria  de  las  Tunas  y  de  Guisa.  Para  los  que  conozcan  ese  departamento 
no  hay  que  explicar  lo  que  es  el  rio  Cauto,  ni  la  importancia  que  tiene 
en  las  operaciones  de  guerra.  Fue  esencialísimo  este  río  en  la  anterior 


393 

guerra,  y  lo  fué  también  en  los  dos  primeros  años  de  esta  última.  De  tan- 
tas opiniones  como  hemos  consultado,  antes  de  formular  la  nuestra,  ni 
uaa  sola  discrepa,  pudiendo  asegurar  que  era  unánime,  no  ya  el  pare- 
cer, sino  la  profunda  convicción  de  que  para  asegurar  nuestro  éxito  de- 
finitivo en  la  campaña  de  Oriente  necesitábamos  poseer  el  río  Cauto. 


+■  * 


Acercado  las  causas  en  que  se  fuadara   la  dirección  de  la  guerra 
para  abandonar  hacía  catorce  meses  el  río  Ciuto,  fueron  muy  distintas 


AVANZADA   DE   MÁXIMO   GÓMEZ    EN    EL   CAMAGUEY 


las  versiones  que  oimos,  teniendo  que  limitarnos  por  lo  mismo  á  cor- 
signar  en  estas  páginas  el  raro  fenómeno  de  que  esa  base  esencialísima 
de  operaciones  se  cuidara  y  utilizara  durante   los  dos  primeros  años  de 
Blanco  50 


394 

campaña,  cuando  el  enemigo  era  escaso  y  débil,  y  se  abandonara  preci- 
samente en  los  momentos  en  que  el  enemigo  aumentaba  y  escogía  aque- 
lla región  como  centro  de  sus  fechorías  y  teatro  de  sus  planes  más  rui- 
dosos. 

Calixto  García  no  sólo  escogió  aquella  región  por  las  ventajas  que 
para  sus  planes  ofreciera  el  aislamiento  de  nuestros  poblados  y  forti- 
nes, sino  porque  allí  estaba  en  su  casa.  En  aquellos  campos  nació,  en 
a  juellos  campos  nacieron  sus  hijos,  en  aquellos  campos  vivía  aún  su 
anciana  madre  doña  Lucía  Iñiguez.  Recorría  al  frente  de  sus  fuerzas  los 
mismos  sitios  que  lecorriera  de  niño,  las  propiedades  de  familia,  las 
estancias  de  los  amigos.  Dormido,  ó  á  ciegas,  pedía  recorrer  toda  la 
provincia,  sin  temor  á  extraviarse,  como  le  ocurría  á  Rabí,  que  fre- 
cuentemente pasaba  á  la  vista  de  Smta  Rita,  su  pueblo  nata'. 

Fué  necesario,  para  poder  emprender  las  opersciones  en  grande 
escala  en  aquella  región  oriental,  asegurar  y  sostener  como  posiciones 
estratégicas  y  depósitos  de  raciones,  los  siguientes  puntos:  Bayamo, 
Jiguaní,  Vegaitas,  Santa  Rita,  el  Guamo  y  Cauto  Embarcadero;  éstas 
dos  últimas  situadas  en  las  mismas  márgenes  del  río. 

Llevados  nuestros  convoyes  por  tierra,  las  columnas  habían  de  ir 
necesariamente  por  un  campo  que  el  enemigo  dominaba,  y  tenían  que 
andar  leguas  y  leguas  por  intransitables  cominos  y  entre  emboscadas, 
perdiendo  el  ganado  que  arrastraba  las  carretas,  pagando  muy  cara  la 
conducción,  regando  el  camino  de  enfermos  y  r gjtando  durante  la  jor- 
nada los  víveres  que  llevaban  para  los  pueblos  y  para  los  destacamen- 
tos que  vivían  aislados  y  en  incesante  peligre  y  alarma  contínus,  á 
causa  de  la  proximidad  del  enemigo. 

Llevados  los  gonvoyes  por  el  río,  el  Estado  gastaba  menos,  las  jor 
nadas  de  quince  y  de  veinte  días  sj  reducían  á  veinte  y  cuatro  horas, 
ó,  á  lo  sumo,  á  dos  ó  tres  días,  la  comunicación   era  más  constante,  el 
enemigo  tenía  menos  presa,  los  soldados  no  enfermaban  y  las  columnas 


395 

pedían  dedicarse  á  operaciones  más  gratas  que  las  de  custodiar  ca- 
rretas. 


*  * 


El  enemigo,  en  quien  debiera  haberse  reconocido  .alguna  vez  más 
condiciones  de  las  que  generalmente  se  le  reconocían,  apreció  quizás 
mejor  que  nosotros  la  importancia  que  para  nuestros  convoyes  y  ope- 
raciones tenía  el  río  Cauto,  y  procuró  cortarnos  esta  vía  de  comunica- 
ción, llenando  el  río  de  torpedos  y  situándose  en  las  orillas  para  ata- 
car á  los  barcos.  Por  estos  procedimientos  nos  causó  mucho  daño,  pro- 
duciendo sensibles  catástrofes  como  la  voladura  del  Bélico  y  la  del  Re- 
lámpago, en  la  que  perdieron  la  vida  los  bravos  é  inolvidables  marinos 
señores  Pando  y  Martínez. 

Después  de  lo  del  Bélico,  que  ocurrió  en  Juoio  del  96,  y  en  cuya 
operación,  aunque  nos  arrebataron  una  vida  tan  preciosa  para  la  pa- 
tria como  la  del  malogrado  oficial  de  la  Armada  señor  Pando,  no  lo- 
graron inutilizar  el  importantísimo  convoy  de  3.000  fusiles  Maüíser  y 
millones  de  cartuchos,  se  expidieron  por  el  río  otros  convoyes  con  una 
simple  escolta  de  15  á  20  hombres  y  alguna  protección  por  las  orillas. 

Pero  llegó  el  mes  de  Septiembre,  y  con  la  voladura  del  Relámpa- 
go se  acabaron  los  convoyes  fluviales  y  quedó  cerrado  el  Cauto  á  la 
navegación,  abriéndose  á  la  historia  con  los  primeros  convoyes  terres- 
tres una  página  de  todo  un  año  de  desdichas  que  la  crónica  oficial 
ocultó  por  conveniencia  propia  y  la  información  particular  reservó  por 
conveniencia  de  todos. 

Si  fuera  posible  hacer  un  balance  entre  lo  que  pudieran  haber  cos- 
tado los  convoyes  fluviales  y  lo  qus  costaron  en  los  catorce  meses  en 
que  permaneció  cerrada  aquella  importante  vía  de  comunicación  los 
convoyes  terrestres,  resultaría  un  gran  saldo  en  contra  de  este  último 


396 

procedimiento,  á  pesar  de  los  torpedos  y  petardos  puestos  y  de  cuantos 
pudieran  ponerse  en  el  río. 

En  esos  catorce  meses  perdimos  8.000  hombres  y  se  gastaron  mu 
chos  millones  para  llevar  media  docena,  si  acaso,  de  convoyes  desde 
Manzanillo  á  les  puntos  antes  indicados.  Las  condiciones  en  que  esto 
S3  hizo,  los  peligros  y  dificultades  del  camino,  la  tardanza  en  llegar  á 
su  destino,  retrf  j  d  al  comercio  y  aumentó  la  codicia  de  los  mercaderes 
de  la  guerra,  dándose  el  caso  de  que  el  transporte  de  una  carga,  que 
siempre  costó  un  peso  ó  paso  y  medio,  costara  treinta  pesos,  y  así  los 
destacamentos  se  pasaron  meses  y  meses  en  peligroso  aislamiento  y 
sin  comer  otra  cosa  que  tocino  rancio,    arroz  y  galleta  agusanada. 

Innumerables  son  los  detalles  que  ofrece  á  la  historia  de  esta  desas 
trosa  guerra  ese  período  funesto  de  catorce  meses.  Si  á  la  fecha  hubie- 
ra querido  utilizarse  el  procedimiento  del  convoy  por  tierra,  no  habría 
podido  hacerse,  porque  faltaban  ya  los  elementos  necesarios  para  ello. 
De  1.500  carretas  con  sus  correspondientes  yuntas  de  bueyes  que  un 
año  antes  había  en  la  jurisdicción  de  Manzanillo,  apenas  quedarían  ya 
50.  Los  mismos  dueños  habían  preferido  al  regresar  de  conducir  un 
convoy  quemar  sus  carros  y  abandonar  sus  bueyes,  á  volver  por  un 
camino  lleno  de  obstáculos  y  de  sufiimiento?,  con  grave  riesgo  de 
perder  la  vida  y  sin  la  compensación  del  negocio. 


Huyendo  déla  codicia  de  estos  contratistas  de  convoyes,  sin  perjui- 
cio de  fomentar  las  contratas  en  la  Habana  hasta  llegar  al  monopolio, 
se  quiso  hacer  la  operación  por  cuenta  propia  con  nuestro  personal  y 
bajo  nuestra  dirección,  y  así  sucedió  que  los  bueye.":,  lejos  de  la  mano 
que  les  daba  los  piensos  cuando  debía  dárseles,  que  les  proporcionaba 


397 

el  indispensable  descanso  á  la  hora  acostumbrada  y  los  hacía  trabsjar  á 
las  horas  convenientes,  iban  quedándose  en  el  camino  ó  llegaban  inuti- 
tilizados  al  final  de  la  jornada. 

Poco  á  poco  fueron  agotándose  las  carretas  y  los  bueyes,  y  se  acudió 
al  procedimiento  de  ios  convoyes  á  lomo,  empleándose  muías  de  las 
compradas  en  Nueva  ü'leans,  en  buenas  condiciones  seguramente,  pe- 
ro teniendo  que  añadir  á  su  coste  un  dineral  por  su  traslación  á  la  Ha- 
bana, y  de  la  Habana  á  los  puertos  orientales.  En  muy  poco  tiempo  se 
enviaron  á  Manzanillo  unas  500  muías,  y  sin  haberlas  utilizado  apenas 
en  un  par  de  convoyes,  no  quedaron  más  allá  de  cincuenta,  pudiendo 
asegurarse,  y  no  se  tome  cooio  exagerado  este  dato  ciertísimo,  que  más 
de  doscientas  muías  murieron  sin  recibir  sobre  su  lomo  la  albarda; 
murieron  por  haber  caído  en  manos  de  quienes  no  conocían  ni  sabían 
tratar  el  ganado,  y  que  las  dejaban  días  y  días  al  sol,  sin  darles  á  beber 
agua  y  sin  comer  otra  cosa  que  la  madera  de  los  barracones  al  alcance 
de  sus  hocicos. 

Opinión  general  era  en  aquellas  tierras,  y  lo  es  tamb  én  en  esta, 
el  que  con  menos  dinero  del  que  se  gastara  en  destruir  nuestros  propios 
elementos,  pudieron  haberse  sostenido  éstos  y  crearse  aún  otros  en  ple- 
na guerra,  como  por  ejemplo,  el  ferrocarril  ya  comenzado  á  Veguitas  y 
el  proyectado  desde  Cauto  á  Bayamo,  ahorrándonos  á  la  vez  los  miles 
de  víctimas  sacrificadas  por  el  desorden,  por  la  incuria  ó  por  la  inepcia, 
ó,  quien  sabe  si  por  otras  causas  que  han  quedado  ocultas  por  la  misma 
gravedad  que  entrañan. 

Nunca  podrá  hallarse  una  explicación  satisfactoria  al  hecho  de  que 
poseyendo  el  río  Cauto  y  pudiendo  llevarse  fácilmente  por  esta  vía  flu- 
vial las  provisiones  y  los  auxilios  necesarios  al  Guamo  y  á  Cauto  Em- 
barcadero con  poco  riesgo  y  en  algunas  horas,  se  prefiriera  aprovisio- 
nar y  acudir  en  auxilio  de  aquellas  plazas  por  tierra,  teniendo  que  re 
correr  la  columna  que  se  formara  y  saliera  de  Manzanillo,  según  el  iti  - 


398  1 

nerario  trazado,  treinta  leguas  para  ir  al  primero  de  dichos  pantos  y 
otras  treinta  paj^a  volver,  teniendo  además  que  sostener  combates  con 
centenares  de  bajas  y  dejando  en  el  hospital  al  fiaal  de  la  jornada  la 
mitad  justamente  de  la  fuerza  que  componía  la  columna,  que  era  de 
tres  mil  hombres. 

Y  no  fué  este  solo  el  resultado  de  la  operación  realizada  á  últimos 
de  Octubre  del  97  para  racionar  Bayamo,  Cauto  Embarcadero  y  Guamo; 
hubo  algo  más  horrible,  que  seguramente  no  habían  olvidado  nues- 
tros lectores,  hubo  que,  al  llegar  la  columna  al  Guamo,  se  encontró 
con  que  de  los  sesenta  hombres  del  destacamento  que  guarnecía  el  fortín 
habían  perecido  veintitrés,  y  los  restantes  se  hallaban  heridos  ó  enfer- 
mos graves. 

Hiibían  estado  ¡dos  meses!  alimentándose  con  la  miserable  ración 
de  etapa,  sin  médicos  ni  medicinas,  muriendo  todos  juntos  en  una  cho- 
za de  tierra  y  i-  ;blas  llamada  fuerte,  sobre  el  cieno  de  una  charca,  sin 
comunicación  con  el  mundo  y  quizás,  quizás  sin  esperanzas  de  salva- 
ción al  verse  sitiados  y  atacados  por  miles  de  insurrectos,  provistos  de 
artillería,  y,  sucumbido  hubieran,  sin  duda,  á  la  constancia  y  tenacidad 
de  los  sitiadores  sino  les  hubiera  alentado  y  sostenido  el  heroisúao  de 
íu  jefe,  el  bravo  capitán  Múruzabal. 

A  que  esta  dolorosa  situación  acabase  de  una  vez,  y  á  que  nuestras 
columnas  pudieran  operar  en  Oriente  en  condiciones  favorables  y  el 
enemigo  eb  ndonase  bien  castigado  aquellos  campos  por  donde  pajeaba 
triunfante  desde  que  perdióse  el  Cauto,  obedeció  el  viaje  del  general 
Pando  á  Santipgo  de  Cuba,  al  poco  tiempo  de  su  llegada  á  la  isla. 


* 
*  * 


399 

El  orden  qu'dó  restablecido  y  la  tranquilidad  era  ya  completa  en 
la  capital  de  la  isla  el  díi  t8. 

Hé  aquí  el  despachQ  del  capitán  general  en  que  lo  p.^rticipaba  al 
Gobierno  de  la  Península: 

<íHabana  i8. — Capitán  general  á  ministro  guerra: 

Tranquilidadco-Tipleta.  Restablecido  orden  por  las  fuerzas  del  ejér- 
cito y  voluntarios,  de  cuyo  comportamiento,  en  estas  circuustancias, 
estoy  sumamente  satisfecho;  completamente  dominado  co  flicto,  sin 
temor  de  que  se  reproduzca,  y  sin  haberse  derramado  una  gota  de  san- 
gre, los  coroneles  y  primeros  jfifes  de  voluntarios  han  venido  á  felici- 
tarme, reiterándome  sus  sentimientos  de  lealtad  al  gobierno  de  la  nación 
y  á  mi  autoridad.  En  nombre  de  V.  E.  les  di  las  gracias. 

Población  ha  recobrado  su  aspecto  normal.  Mando  regresar  tropas 
á  sus  zonas  de  operaciones. — Blanco 

El  acto  de  adhesión  y  de  respeto  realizado  por  los  coroneles  de  vo- 
luntarios revistió  solemnidad  y  significación. 

La  Junta  directiva  del  Cantro  de  Asturianos,  en  el  que  figuraban 
7.000  socios  y  representantes  de  otras  corporaciones  y  sociedades,  visi- 
tó igualmente  al  geneial  Blanco  para  ofrecer,  como  aqué  los,  al  repre- 
sentante de  España,  su  concurso,  á  fin  de  mantener  la  soberanía  y  el 
orden. 

Volvieron  los  insurrectos  á  sus  criminales  atentados  contra  las  lí- 
neas férreas  por  medio  de  la  dinamita. 

En  el  kilómetro  57  del  fárrocarril  del  Oaste,   situado  cerca  de  Al 
quizar,  en  la  provincia  de  la  Habana,  estallaron  el  día  17  dos  bombas 
de  dinamita  al  pasar  ua  tren  de  viajeros 

El  eficto  de  la  explosión  fué  terrible,  quedando  inutilizada  la  má- 
quina, volcados  y  destrozados  tres  vagones  y  descarrilados   los  demás. 
El  enemigo  esperaba  emboscado  el  resultado  de  su  h&zoña,  y  cuando 
la  explosión  se  produjo,  hicieron  fuego  desde  la  manigua,  matando   á 
un  negro  do  un  bslazo. 


400 

La  escolta  del  tren,  compuesta  de  doce  hombres  del  batallón  de 
B  ileares,  contestó  al  fuego  hasta  que  desapareció  el  enemigo,  que  al 
retirarse  dejó  en  el  campo  rastros  de  sangre,  como  pruebí  de  haber 
sufrido  bajas. 


Una  gruesa  partida  enemiga,  con  artillería,  atacó  el  día  17   el  po- 
blado de  Campechuela  (Manzanillo). 


RECONCENTRACIÓN   DE    FDEBZA8    EN  EL  C.MTTO 


La  guarnición,  compuesta  de  fuerzas  del  ejército  y  voluntarios, 
secundada  por  el  vecindario,  resistió  bizarramente  el  ataque  dando 
tiempo  á  la  llegada  de  refuerzos  de  mar  y  tierra,  enviados  de  Manza- 
ni  lo. 

Campechuela  es  un  barrio  rural,  cnya  cabecera  es  el  caserío  raarí- 
tÍTio  situado  sobre  la  ensenada  del  mismo  nombre,  y  psrtenece  al  té'- 


401 


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402 
mino  muticipal  de  Manzanillo,  de  cuya  población  dista  24  kilómetros 
y  está  enclavado  al  3.  O.  de  este  punto. 

Bastan  estos  sencillos  datos  para  txplicar  la  importancia  del  hecho 
y  audacia  de  los  rebeldes  orientales.  Por  estar  situado  en  la  costa  y 
próximo  á  Manzanillo,  base  de  operaciones  de  las  fuerzas  destinadas  á 
operar  en  Oriente,  Campechuela  pudo  ser  pronta  y  oportunamente 
socorrido. 

El  caserío  sufrió  56  disparos  de  cañón  y  descargas  contíouas  de 
fusilería  desde  las  seis  hasta  las  once  y  media  de  la  mañana,  hora  en 
que  el  enemigo  se  retiró  al  observar  que  se  aproximaba  un  cañonero. 

Cuando  el  Centinela,  enviado  desde  Manzanillo  con  fueizas  de  de- 
sembarco al  tenerse  noticia  del  ataque  á  Campechuela,  llegó  á  la  vista 

de  éste,  los  insurrectos  habían  estrechado  el  cerco  y  amenazaban  con 

un  asalto  al  poblado. 

La  columna  de  socorro,  compuesta  de  500  hombres,  llegó  á  Cam- 
pechuela á  las  tres  de  tarde  y  salió  en  persecución  del  enemigo. 

A  pesar  de  los  56  disparos  de  cañón  y  del  fuego  de  fusilería,  los 
valientes  defensores  de  Campechuela  no  sufrieron  más  bijas  que  dos 
heridos  y  tres  contusos. 

Operando  aislados  en  la  provincia  de  la  Habana,  por  órdenes  del 
general  Valderrama,  los  batallones  de  Otumba  y  de  Barbastro,  batieron 
diferentes  partidas,  haciéndoles  numerosas  bajas. 

Las  columnas  tuvieron  un  herido  grave,  el  segundo  teniente  don 
Joaquin  Rodríguez,  y  un  práctico,  herido  tambiún  de  gravedad. 

Durante  la  primera  quincena  del  mes  de  Enero  tuvieron  los  rebel- 
des, en  los  diferentes   encuentros  habidos   en  la   isla,    las  siguientes    ?l 
bajas:  15  muertos,  34  prisioneros  y  379  presentados. 

Las  columnas  tuvieron  12  soldados  muer  tos  y  113  heridos. 


¡^  tMint— ■^iiMiMiu  ...uMKKiin  ■4MMifMfír>iiMu£iiiiuiHHiiiuiii.iiui«iM(HriiunÍTiHM^    umfaHHuuniMiuiímluT.iiBiuHditiiiiMrmiDiif^milfmuim \^ 


CAPITULO     XXXII 


Presentaciones  y  victorias. — En  el  campamento  enemigo  de  Cuchillas  de  Placetas. — Presen- 
tación del  cabecilla  Massó  y  su  partida.  —  En  Placetap. — Rendición  de  armas. — Alocu- 
ciones del  general  Aguirre  y  del  gobernador  de  Santa  Clara. — Importancia  del  suceso. — 
El  general  Jiménez  Castellanos. — Importante  operación. — Ataque  &  la  residencia  del 
gobierno  rebelde.  —  Toma  y  destrucción  de  \a  capital  de  la  insurrección. — Combate  y 
victoria  en  los  montes  del  Infierno. — Ataque  al  poblado  de  La  Esperanza. — Lucha  en  las 
calles. — El  enemigo  rechazado. — Resumen  de  operaciones. — Aplausos  de  la  opinión. 


PA  presentación  del  cabecilla  Juan  Massó  Parra,  con 
las  fuerzas  que  componían  su  partida,  efectuada  el 
día  20  en  el  mismo  territorio  donde  Míximo  Gómez 
castigaba  ccn  la  pena  de  muerte  todo  conato  desumi- 
España— según  nos  telegrafió  nuestro  activo  y  celoso 
onsal  en  la  Habana  y  confirmó  el  general  Blanco  en 
ho  al  Gobierno—  impresionó  fivorablemente  al  público, 
é  importante  eliuceso,  primero  por  la  circunstancia 
que  acabamos  de  mencionar,  y  luego  por  el  número  y  por  la  organiza- 
ción de  la  partida  insurrecta  que  se  acogió  con  todos  sus  jefes  y  oficia- 
les á  indulto. 

Pero  lo  fué  más  todavía,  porque  iniciaba,  á  no  dudarlo,  una  serie 
de  análogas  presentaciones.  Cuando  á  los  veinte  días  de  implantada  la 
nueva  legalidad  había  habido  ya  un  titulado  general,  que  al  frente  de 
su  columna  se  nos  entregase  y  rindiese,  señal  fuera  de  que  esa  buera 
tendencia  contaba  con  muchos  partidarios  en  la  manigua. 


404 

No  se  improvisan  semejantes  resoluciones.  Responden,  por  el  con- 
trario, á  una  larga  preparación  anterior  y  no  son  puestas  en  práctica 
sino  después  de  muy  medido  y  muy  allanado  el  terreno. 

En  cambio,  no  bien  dado  el  primer  ejemplo,  suele  tener  al  punto 
numerosos  imitadores,  porque  gracias  á  él  cobran  ánimo  los  indecisos 
y  se  apresuran  á  realizar  su  secreto  intento  los  determinados. 

No  había,  pue?,  exageración  ni  optimismo  por  parte  de  los  que  de- 
dujeron de  la  presentación  de  Juan  Massó  las  más  lisonjsras  esperanzas. 

Así  lo  presintió  el  instinto  de  la  opinión  que  sinceramente  desea- 
ba la  paz,  y  así  lo  demostraron  las  iras  y  las  invenciones  de  ciertos  ele- 
mentos díscolos,  á  quienes  soliviantaba  la  idea  de  que,  mediante  una 
política  contraria  á  la  suya,  pudiera  terminar  y  terminara  pronto  ¡a 
guerra. 

Sorpresa  causará  entre  las  gentes  sencillas  éste  segundo  dato,  pues 
no  se  explica  la  pssadumbre  por  el  bien  de  la  patria,  aunque  sea  muy 
piopia  de  nuestra  flaca  condición  la  pesadumbre  por  el  bien  sjeno. 

Pero  nada  tan'demostrativo  de  la  importancia  del  suceso  como  el 
coraje  de  los  intransigentes  que,  aplicando  á  la  inversa  un  axioma  muy 
común,  á  trueque  de  que  se  salvasen  los  principios  no  sentirían  quizá 
la  pérdida  de  las  colonias. 

Por  fortuna  á  nadie  preocuparon,  y  nada  importaban  esos  mal  in- 
tencionados sofismas. 

De  que  España  hibía  procedido  en  Cuba  como  debía  proceder,  em- 
pezaban á  dar  los  hechos  oportuno  y  visible  testimonio. 

La  política  justa  se  define  por  su  bondad  moral  é  intrínseca  para 
los  hombres  pensadores,  y  para  la  gran  masa  del  pueblo  por  sus  resul- 
tados. 

A  esto  último  íbamos  llegando,  después  de  haber  realizado  ante  la 
conciencia  universal,  lo  otro. 

¿Cómo  no  habíamos  de  llegar,  teniendo  con  nosotros  la  razón  y  la 
fuerza?  9 


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405 


*** 


Al  mismo  tiempo  que  partidas  considerables  se  acogían  á  los  be- 
neficios de  la  paz,  nuestro  valeroso  ejército  descubría  y  batía  á  los  que 
perseveraban  en  la  rebeldía. 

Coincidiendo  casi  con  la  noticia  de  la  presentación  del  cabecilla 
Juan  Massó,  vino  la  de  un  gloriosísimo  triunfo  de  nuestras  armas. 

Gracias,  sin  duda,  á  indicaciones  y  confidencias  certeras,  pudimos 
conseguir  sorprender  el  campamento  donde  residía  tranquilo  el  llama- 
do gobierno  revolucionario  de  Cuba,  y  destruímos  é  incendiamos  sus 
barracones,  poniendo  en  fuga  á  los  cómicos  gobernantes  y  á  la  fuerte 
partida  insurrecta  que  los  defendía. 

Según  el  hecho  demuestra,  contábamos  ya  con  guías  fieles  y  confi- 
dentes leales  donde  antes  no  había  más  que  reacios  y  traidores.  Y  ya 
no  contaba  la  insurrección  con  la  pasividad  ó  con  la  obediencia  del  país 
rural,  en  que  cifraba  su  apoyo  más  seguro. 

Por  donde  quiera  que  iban  nuestros  soldados  daban  ya  pronto  con 
un  enemigo,  que  durante  dos  años  tuvo  en  su  invisibilidadla  principal 
y  única  fuerza. 

Eso,  cabalmente,  era  lo  que  esperábamos  y  lo  que  nos  prometía- 
mos, cuando  la  prensa  democrática  demandara  con  inflexible  tesón  que 
se  uniese  la  acción  política  á  la  acción  de  las  armas. 

Ya  estaba  franco  y  despajado  el  camino. 

Por  él  podían  llegar  al  regazo  de  la  madre  patria  los  ofuscados  que 
reconocieran  su  error  y  que  se  acogieran  á  indulto.  Por  él  irían  nues- 
tros valientes,  sin  recelo  de  emboscadas,  á  acabar  con  los  aventureros 
y  los  facinerosos  que  se  obstinaran  en  permanecer  atrinch;rados  en  la 
manigua  ó  en  merodear  por  los  contornos  de  Iss  villas  y  poblados. 


406 

En  hora  f¿liz  prescindimos  de  un  sistema  que  nos  enagenaba  las 
simpatías  y  la  voluntad  de  los  pueblos  extraños,  y  adoptamos  sin  men- 
gua de  nuestro  derecho,  el  que  se  ajustaba  á  los  fueros  de  la  humani- 
dad, que  siquier  no  estén  codificados  obligan  con  vehemente  imperio 
á  las  naciones. 

Con  ello  renació  en  nuestros  espíritus  la  halagüeña  esperanza  de 


EL  CORONE!.  DK  K-iTAUO  MAYOR    L)    JULIO   ALVAREZ   CHACÓN 

Y  SU  ESCOLTA 


un  triunfo  cercano,  con  la  ayuda  de  nuestra  razón  y  de  nuestro  ejérci- 
to, y  confiamos  en  lograr,  no  tardando,  uoa  paz  tan  necesaria  para  Es- 
paña como  para  Cuba. 

Lo  dijo  el  gran  Washington  y  nosotros  lo  recordamos,  aun  que  lo 
hayan  olvidado  sus  descendientes: 


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I 


407 

«—Si  hay  alguna  verdad,  sólidamente  fundada,  es  la  de  que  existe 
ua  lazo  indisoluble  entre  las  prácticas  de  una  generosa  y  recta  política 
y  las  inmediatas  recompensas  que  se  traducen  en  psz  y  prosperidad 
para  las  naciones.» 


*** 


El  acto  de  la  presentación  del  cabecilla  Massó  con  las  fuerzas  re- 
beldes que  componían  su  partida,  sus  jefes  y  oficiales,  fué  solemne  y 
efectuado  ante  el  general  Aguirre,  comandante  general  de  Las  Villas, 
el  coronel  Chacón  y  el  gobernador  civil  de  Santa  Clara,  don  Marcos 
García. 

Al  amanecer  del  día  20,  el  coronel  de  Estado  mayor  don  Julio  Al- 
varez  Chacón,  obedeciendo  órdenes  del  general  Aguirre  y  acompañado 
de  una  pequeña  escolta,  salió  de  Santa  Clara  en  dirección  del  sitio  lla- 
mado Cuchillas  de  PJacetas,  en  donde  estaba  el  campamento  del  titula- 
do brigadier  rebelde  Juan  Massó. 

Cumpliendo  las  instrucciones  del  general  Aguirre,  el  coronel  Cha- 
cón conferenció  con  Massó,  y  presidió  la  previa  é  inmediata  presenta- 
ción de  los  titulados  tenientes  coroneles  de  la  partida  Augusto  Feria  y 
José  Carmen  Hernández;  los  comandantes  Feliciano  Quesada,  Saturni- 
no León  y  Victoriano  Gómez;  el  capitán  Santif  go  Cabrera,  cinco  te- 
nientes y  las  fuerzas  á  su  mando,  que  las  componían  110  individuos. 

Las  fuerzas  sometidas,  acompañadas  del  coronel  Alvarez  Chacón  y 
del  cabecilla  Massó,  se  dirigieron  seguidamente  á  Placetas,  y  formaron 
frente  del  alojamiento  del  general  Aguirre  que,  con  su  Estado  mayor, 
las  esperaba. 

A  presencia  del  general,  del  gobernador  civil  de  la  provincia  y 
de  muchos  jales  del  ejército,  que  habían  acudido  á  Placetas  para  asis- 


408 

tir  al  acto,  los  presentados  rindieron  las  armas  y  entregaron  abundan- 
tes municiones. 

El  general  Aguirre,  en  nombre  del  general  en  jefe  y  gobernador 
general  de  la  isla,  dirigió  á  los  presentados  palabras  de  concordia,  ter- 
minando su  patriótica  alocución  con  vivas  al  rey,  á  España  y  á  Cuba 
española,  que  fueron  contestados  por  cuantos  le  acompañaban  y  por  el 
brigadier  Massó  é  insurrectos  de  su  partida. 

«La  graduación, — decía  el  general  Blanco  en  su  telegrama  oficial 
dando  cuenta  del  suceso  al  Gobierno — la  historia  é  importancia  políti- 
ca de  Juan  Massó,  su  parentesco  con  el  titulado  presidente  de  la  Repú- 
blica cubana,  Bartolomé  Massó,  y  el  carácter  honroso  y  militar  que  ha 
revestido  toda  esta  presentación,  envuelven  gran  alcance  y  me  hacen 
esperar  sean  base  de  una  próxima  pacificación.» 

Al  hacerse  pública  en  la  Habana  la  presentación  de  Massó  y  de  las 
gentes  que  mandaba,  la  noticia  produjo  magnifico  electo. 

No  hay  para  qué  decir  la  satisfacción  que  produjo  también  en  los 
centros  oficiales  y  en  toda  la  Península. 

Se  atribuyó  la  presentación  del  cabecilla  Massó  con  su  partida  á  la 
virtualidad  de  la  autonomía,  á  las  gestiones  del  ministro  señor  Govtn 
y  á  la  influencia  del  gobernador  autonomista  Marcos  García. 


♦** 


Tuvo,  en  efecto,  el  telegrama  del  capitán  general  de  Cuba  una 
importancia  excepcional.  Pudiera  decirse  que  era  la  primera  noticia  sa- 
tisfactoria de  verdadero  interés  que  había  llegado  á  nosotros  desde  que 
cambiara  la  situación  en  Cuba,  porque  la  presentación  de  los  herma- 
nos Cuervo  vino  á  averiguarse  que  tuvo  más  de  teatral  que  de  otra 
cosa. 


409 

Qaedabaa  en  Las  Villas  muchos  cabecillas  de  relieve  y  relativa 
importancia:  no  se  habían  presentado  Carrillo,  ni  Regó,  ni  Cayito  Al- 
varez,  ni  Robau,  ni  Chucho  Monteagudo,  ni  Núñez,  ni  otros  varios  de 
los  que  gozaban  prestigio  é  influencia  entre  ellos;  pero  la  presentación 
de  Soto,  el  segundo  de  Robau,  con  algunos  hombres  armados  de  la  par- 
tida de  éste,  pocos  días  antes, 
y  la  capitulación  de  Massó  y 
Feria  y  Hernández,  con  un 
centenar  de  hombres  arma- 
dos y  municionados,  indica- 
ba claramente  que  se  hacían 
trabajos  activos  para  atraer  á 
la  legalidad  á  la  gente  en  ar- 
mas y  que  ios  esfuerzos  no 
eran  totalmente  infructuo- 
sos. 

Las  presentaciones  de  que 
nos  dio  cuenta  nuestro  co- 
rresponsal y  confirmó  el  te- 
legrama del  general  Blanco, 
harían   que  Máximo  Gómez 

empezase  á  recelar  de  los  suyos,  y  revelaban  que  las  órdenes  del  gene- 
ralisimo  ya  no  eran  ukases,  sino  papeles  mojados  por  el  relente  de  la 
manigua. 

Massó  y  Feria  eran  orientales  que  fueron  á  Occidente  en  la  famo- 
sa invpsión  del  93. 

Cerca  del  sitio  donde  se  verificó  su  presentación,  debía  andar  Gó- 
mez, pofque  en  aquella  zona,  desde  Placetas  y  el  Zaza  hasta  Ríforms, 
era  la  jurisdicción  escogida  como  madriguera  por  el  «cabecilla  fan- 
tasma./» 


CABECILLA.  MONTfiAGUDO 


Blanco  52 


410 


Habiendo  gdquiíido  noticia  el  genenl  Jiméníz  Ctstelltnos,  por 
confidencias  ciertas,  de  que  el  gobiemo  insurrecto  se  haliaba  estableci- 
do  y  habia  fijado  su  residencia  en  el  poblado  La  Esperanza,  construido 
al  efecto  á  diez  y  sitte  leguas  de  Puerto  Príncipe  é  inmediato  al  extre- 
mo occidental  de  Sierra  Cubita,  tomó  las  medidas  necesarias  y  combicó 
una  operación  para  sorprender  y  atacar  el  campamento  enemigo,  cuyo 
resultado  fué  brillantísimo. 

Antes  de  dar  cuenta  de  la  operación,  y  para  que  se  juzgue  de  su 
impoitancia,  creemos  conveniente  advertir  á  nuestros  lectores  que  des- 
de hacía  muchos  meses  el  gobierno  rebelde  se  había  establecido  en  di- 
cho poblado,  donde  funcionaba  á  sus  anchas  y  gozíba  de  la  más  com 
pleta  tranquilidad. 

La  prensa  yankee  afecta  á  los  filibusteros,  y  los  periódicos  que  pu- 
blicaban los  rebeldes  en  Cayo  Hueso,  eu  Tsmpa  y  en  Nueva  York,  ve- 
nían asegurando  que  la  titulada  República  cubana  tenía  su  gobierno 
instalado  en  las  mejores  condiciones  de  seguridad  y  en  lugar  adonde 
no  podrían  llegar  los  soldados  esp&Qoles. 

Estrada  Palma,  el  delegado  del  gobierno  revoluciocsrio  en  Nueva 
York,  en  sus  conferencias  con  senadores  y  diputados  norteamericanos, 
había  hecho  hincapié  en  estas  circunstancias  para  deducir  de  ellas  la 
debilidad  é  impotencia  de  las  armas  españolas  y  haberse  cumplido  por 
parte  de  los  separatistas  una  de  las  condiciones  exigides  para  el  reco- 
nocimiento de  la  beligerancia  de  los  rebeldes. 

Por  esto  tuvo  mayor  trascendencia  la  operación  llevada  áctfbocon 
feliz  éxito  por  el  general  Jiménez  Castellanos. 

Organizada  en  Puerto  Príncipe  una  columna  de  a  aoo  soldados  de 


< 


411 

infantería,  450  de  caballería  y  dos  piezas  de  artillería,  salió  el  general 
á  su  frente,  ea  direccióa  de  Sierra  Cubita. 

Después  de  tres  días^de  penosa  marcha  por  las  estribaciones  de  di 
cha  sierra,  forzando  dificultades  y  posiciones  ocupadas  por  el  enemigo, 
cuya  resistencia  faé  estéril  ante  el  empuja  de  nuestros  soldados,  que 
arrollaron  posiciones  artilladas  y  cuantos  lugares  dominantes  ocupaban 
los  rebeldes,  avistó  la  columna,  al  amanecer  del  cuarto  día,  el  poblado 
«La  Esperanza»,  residencia  del  gobierno  iasurrecto. 

Organizado  el  ataque  al  pueblo,  donde  había  unos  i.ooo  rebeldes 
que  custodiaban  al  gobierno  y  lo  defendieron  con  mucha  tenacidad,  tras 
un  reñido  combate  fueron  desolojados  aquéllos  de  sus  posiciones  y  sa- 
lieron de  ellas  á  la  desbandada,  ocupando  la  valerosa  columna  el  po- 
blado, el  cual  incendiaron  y  destruyeron,  para  evitar  que  volvieran  á 
guarecerse  allí  los  insurrectos,  y  saliendo  inmediatamente  en  su  perse  - 
cución  hasta  dos  leguas  más  allá. 


« 
*  * 


Al  día  siguiente,  continuando  la  infatigable  columna  del  general 
Castellanos  la  persecución  del  enemigo  fugitivo,  encontró  en  los  mon- 
tes del  lafierno,  á  dos  leguas  de  Esperanza,  partidas  reunidas  en  nú  • 
mero  de  unos  2.500  hombres,  que  acudían  en  auxilio  del  gobierno  in- 
surrecto al  tener  noticia  de  que  las  tropas  iban  á  atacar  á  la  que  pudié- 
ramos llamar  ^capital  de  la  insurrección»;  pero  llegaron  tarde,  porque 
lo  inesperado  y  rápido  de  la  operación  desconcertó  los  planes  de  los 
rebeldes. 

Dispusiéronse  á  la  lucha  las  fuerzas  rebeldes,  desde  sus  fuertes  y 
ventajosas  posiciones  en  el  monte,  y  trabóse  el  combate  entre  ambos 
bandos,  que  duró  dos  horas  y  fué  muy  empeñado,  reñido  y  sangriento. 


412 

De  una  y  otra  psrte  se  hizo  un  nutrido  fuego   de  fusilería,  y  nuestros 
cañones  lanzaron  33  disparos  sobre  las  masas  enemigas. 

Estas,  ai  fin,  tuvieron  que  retirarse,  abandonando  en  el  campo  57 
muertos.  Eita  cifra  hizo  suponer  que  el  enemigo  debió  sufíii  bajas  muy 
numerosas,  toda  vez  que  lo  intrincado  del  monte  hizo  difícil  la  verifica- 
ción de  un  minucioso  reconocimiento. 

Las  bajas  sufridas  por  la  columna  fueron  relativamente  cortas, 
aunque  siempre  sensibles,  dada  la  importancia  de  la  operación,  las  difi- 
cultades de  la  marcha,  los  diversos  combates  sostenidos  y  el  número  y 
la  resistencia  de  los  rebeldes.  Murieron  cinco  soldados  y  fueron  heri- 
dos el  teniente  coronel  señor  Pérez  Monte  y  30  individúes  de  tropa. 

Al  ocupar  nuestras  tropas  la  capital  escogida,  mejor  dicho,  cons- 
truida por  los  insurrectos  con  tablones  y  cañas  para  hacer  alardes  de 
normalidad  en  su  vida  oficial^  recogieron  importante  documentación, 
muchas  armas  y  efectos. 

El  titulado  Gobierno,  comprendiendo  el  peligro  que  corría,  no  se 
cuidó  más  que  de  huir  aprovechando  el  combate  qu3  se  ibró  en  los 
atrincheramientos  de  la  sierra  que  defendían  la  capital,  despachando  á 
la  vez  comisiones  á  los  campamentos  rebeldes,,  dándoles  cuenta  de  lo 
que  ocuriía. 

Como  nota  culminante  del  buen  éxito  de  la  operación,  se  señaló 
el  éxito  de  que  la  cclumna  del  general  Jiménez  Castellanos  fué  condu- 
cida hasta  La  Esperanza  por  rebeldes  presentados,  evitando  que  los 
exploradores  insurrectos  se  percataran  de  la  operación  en  el  trayecto 
de  17  legU:is  recorridas  por  la  columna,  merced  á  lo  cual,  la  operación 
empezó  y  se  realizó  con  el  mayor  sigilo,  logrando  casi  sorprender  á  los 
rebeHes,  pues  al  entrar  en  la  sierra  la  columna  y  hasta  después  que 
los  rebeldes  abandonaron  la  capital,  sólo  encontraron  unos  Sao  enemi- 
gos, que  no  opusieron  gran  resistencia. 

Elogióse  mucho  la  operación  por  haberse  vanagloriado  los  rebel- 


i 

I 


413 

des  de  qae  la  residencia  de  su  gobierno  en  Sierra  Cubita  era  definitiva 
y  nadie  podría  molestar  á  los  representantes  oficiales  de  la  revolución 
separatista. 

Estas  noticias,  unidas  á  las  de  las  presentaciones  ocurridas  aquellos 
días,  aumentaron  la  confianza  que  sentía  la  opinión  pública  en  la  pron- 
ta terminación  de  la  funesta  guerra. 


*% 


Las  partidas  rebeldes  que  operaban  en  la  provincia  de  Santa  Cla- 
ra, reunidas  bajo  el  mando  del  cabecilla  Monteagudo,  é  impulsadas  y 
despechadas,  sin  duda,  por  la  última  presentación  importante  de  las 
fuerzas  de  Massó,  atacaron  al  siguiente  día  de  la  sumisión  de  este  cabe- 
cilla, el  poblado  de  La  Esperanza,  que  está  cerca  de  la  capital  de  Las 
ViUas. 

Aprovechando  la  obscuridad  de  la  noche,  las  gentes  de  Monteagu- 
do, en  número  de  unos  2do  hombres,  cortaron  las  alambradas  qu 3  de- 
fendían las  entradas  del  pueblo,  y  cuando  hubieron  salvado  el  obstá- 
culo, amparados  en  las  tinieblas,  hicieron  violenta  irrupción  en  las  ca- 
lles del  poblado,  Ut  gando  hasta  las  primeras  casas  del  barrio  del  Ro- 
sario. 

Advertida  la  guarnición  de  la  presencia  del  enemigo,  salió  á  batir- 
le en  tres  grupos,  rechazando  briosamente  á  los  rebeldes,  poniéndoles 
en  fuga  y  persiguiéndoles  en  todas  direcciones. 

El  enemigo  al  huir  dej  5  en  las  calles  nujve  muertos,  con  armas, 
cuyos  cada vjres  faeron  expuestos  al  público  para  su  identificación, 
muchos  machetes  y  otros  efectos  de  guerra. 

Además,  por  confidencias  seguras,  se  supo  que  pasaron  de  treinta 
los  heridos  que  se  llevó  la  partida. 


4U 

La  valerosa  y  no  dormida  guarnición  tuvo  que  lamentar  la  muerte 
de  un  cabo  y  las  heridas  de  dos  soldados. 

El  comportamiento  del  destacamento  de  La  Esperanza — dijo  el  ge- 
neral Blanco  en  su  despacho  oficial— fué  el  más  bizarro. 

El  poblado  de  La  Esperanza  fué  también  atacado  en  la  primavera 
de  1896,  al  regresar  los  insurrectos  de  su  excursión  á  las  provincias  oc- 
cidentales. 

En  ese  ataque  fué  donde  el  valeroso  cura  de  La   Esperanza  se  de 
fendió  heroicamente  y  se  ganó  una  cruz  y  rechazó  á  los  rebaldes. 

Durante  la  segunda  decena  de  Enero,  además  de  los  sucesos  que 
dejamos  consignados,  ocurrieron  entre  otros  menos  importantes  los  en- 
cuentros y  operaciones  siguientes: 

En  la  provincia  de  Pinar  del  Río,  el  batallón  de  Canarias  sorpren- 
dió al  enemigo  una  herrería,  cogiendo  43  armas  de  fuego  y  36  herra- 
mientas, destruyendo  la  colonia  militar. 

El  batallón  de  San  Qñntía,  en  Barreto,  batió  al  cabecilla  Ds'gado, 
causándole  cuatro  mueitos  y  cogiéndole  armas  de  fuego,  blancas  y  seis 
caballos.  H 

El  batallón  de  Otumba,  on  Hato  Luisa,  tomó  campamento  enemigo 
defendido  por  200  hombres,  que  huyeron  con  bajas. 

En  Matanzas,  el  general  Molina,  en  Punta  Maya  y  Boca  Camario- 
ca,  se  apoderó  de  otro  campamento  donde  se  hallaban  las  partidas  del 
F  amenco,  G^Smez,  Rojas  y  Tabares,  compuestas  de  230  hombres,  cau- 
sándolas seis  muertos,  que  abandonaron,  y  varios  heridos,  qu3  retiraron. 

La  columna  tuvo  á  los  tenientes  señores  La  Cierva  y  don  Manuel 
González  y  28  de  tropa  heridos. 

En  la  provincia  de  Santa  Clara,  fuerzas  del  re g'miento  de  Cama- 
juaní,  en  Santa  Clara  y  Río  Mondo,  batieron  á  una  partida,  haciéndola 
seis  muertos  y  cogiendo  22  caballos. 

Los  batallones  de  Arapihs  y  Camajuaní,  en  Jiquina  y    Lajitss,  ba 


( 

i 


415 

tieron  al  cabecilla  Ñapóles,  haciéndele  diez  muertos  y  un  prisionero, 
y  cogiéndole  31  caballos,  seis  armas  de. luego  y  once  blancas. 

En  HolguÍD,  el  general   Luque,  practicando  reconocimientos  por 
San  Martín  de  Aguarrás,  hizo  al  enemigo  treinta  muertos  y  siete  pri- 


LA  COLUMNA  DEL  GENERAL  CASTELLANOS  EN  BL  COMBATE  DE  LA  ESPERANZA 

sioneros  y  cogió  88  armas  de  fuego.    La  columna  tuvo  un   muerto  de 
tropa  y  21  heridos. 

La  opinión  f  plaudió  á  nuestro  ejército  por  su  incansable  acometi- 
vidad y  ee  felicitó  del  triunfo  de  las  armas  españolas  y  de  los  éxitos 
políticos  del  nuevo  régimen. 


CAPÍTULO   XXX  11 1 


Nuevas  esperanzas. — Continúan   las  presentaciones. — El  cabecilla    Yfyo  Oiménez. — Agnstfn 
Komán  y  cinco  individuos  de  la  escolta  del  generaU'nimo. — Fusilamiento  de  un    capitán. 

—  Síntomas  favorables. — El  general  Blanco  á  Oriente  — Olijeto  del  viaje. — Suposiciones. 
— Más  preeantaciones. — La  dinamita. — Un  barco  de  guerra  norteamericano  en  viaje 
para  la  Habana. — Excitación  y  alarma. — La  nota  de  Mr.  Long. — El  viaje  del  Maine. — 
La  política  ijaukfe. — El  Maine  en  la  bahía  de  la   Habana. — Inoportunidad  de  su  visita. 

—  Recelos  de  la  opinión. — El  gobierno  de  Washington  y  la  ñuta  de  Mr.  "Woodfford. — El 
acuerdo  de  nuestro  Gobierno — Justa  reciprocidad. — El  programa  de  la  nación  y  íel  Qo- 
bierno. — Ni  precipitación  ni  debilidad. 


( 


^^0>  V  hemos  consignado  en  el  precedente  capítulo  que  la 
presentación  del  cabecilla  Massó  no  había  sido  un  he- 
cho aislado. 

En  efecto,  después  de  ella  se  efectuaron  otras,  y 
rcurrió  sobre  todo  un  caso  que  puso  en  evidencia  la  cooipleta 
iescomposición  de  la  rebeldía.  _  || 

Máximo  Gómez  tuvo  que  fusilar  al  capitán  de  su  escolta 
Néstor  Alvarez.  ¿Por  qué?  Porque  Néstor  Alvarez  trabajaha 
eficazmente  para  lograr  la  sumisión  de  aquella  fuerza  á  la  legalidad  y 
al  nuevo  régimen  constituido  en  la  isla.  É 

Cuando  tal  sucedía  en  el  campo  y  alrededor  á?l  generalísimo,  fácil 
era  colegir  lo  que  sucedería  entre  las  demás  partidas  insurrectas. 

La  feroz  rigidez  del  mercenario  dominicano  no  había  bastedo  á  im- 
pedir que  los  hombres  de  su  mayor  confianza,  movidos  por  el  deseo  de 
la  paz  y  alentados  por  el  carácter  generoso  del  nuevo  régimen,  se  con- 
certasen para  acogerse  á  indulto. 


417 


KUKRTK  EN   LA.   TROCHA    DK   MARIEL-ARTEMI9A  iPINAK  DEL  RIO) 


Hi  ANfX)  5:í 


418 

Tampoco  había  de  hartar  la  ejecución  de  Néstor  Alvarez  para  ata- 
jar un  movimiento,  que  se  hahía  iniciado  arrostrando  tan  hárharos  cas- 
tigos. 

Según  el  telegrama  de  nuestro  corresponsal,  varios  vecinos  de 
Sancti  Spíritus  hahían  solicitado  ingresar  en  las  guerrillas,  deseosos  de 
vengar  la  muerte  del  joven  con  quien  les  unieran,  sin  duda,  vínculos 
de  parentesco  ó  de  amistad. 

No  serían  poblahlemente  los  únicos  que,  animados  de  igual  pro 
pósito,  se  arrojasen  á  pedir  y  tomar  cuenta  de  la  s::ngre  vertida. 

Ni  podrían  ni  querrían   tolerar  seguramente  que  un  aventurero, 
á  quien  pagaron  para  que  se  encargase  de  la  dirección  de  la  guerra, 
extraño  como  era  á  los  pensamientos  é  intereses  de  Cuha,  se  opusiera  ^ 
á  la  libre  determinación  de  los  cubanos.  ^ 

El  fusilamiento  de  Alvarez  sería  el  botafuego  que  inaugurara  el 
período  de  las  luchas  interiores.  Así  ha  comenzado  siempre  el  desqui- 
ciamiento final  en  todas  las  contiendas  civiles. 

Ese  síntoma,  eún  más  expresivo  que  el  de  las  presentaciones,  y  no 
menos  favorable  á  nuestra  causa  que  los  triunfos  obtenidos  por  nuestro 
heroico  ejército,  confirmó  las  esperanzas  de  la  nación  y  asegaró,  para 
dentro  de  breve  plazo,  la  terminación  de  la  gueira. 


*  « 


El  día  32  recibióse  en  la  Habana  la  noticia  de  la  presentación  en 
las  Vueltas,  provincia  de  Santa  Clara,  del  cabecilla  Yeyo  Givaénez,  con 
cinco  hombres  armados,  los  cuales  entraron  en  el  pueblo  dando  vivas 
á  la  autonomía. 

Desde  Sancti  Spíritus  comunicó  el  mismo  día  el  coronel  Estruch 
que  se  habían  presentado  en  Mapos,  armados  y  montados,  Agustín  Ro- 


419 

man  y  cinco  insurrectos  más,  que  perteoecían  al  escuadrón  de  Máximo 
Gómez  que  formaba  la  guardia  personal  del  generalísimo. 

Refirieron  los  presentados  que  entre  los  rebeldes  que  rodeaban  al 
jefe  dominicano,  cundía  la  idea  de  presentarse  á  indulto  y  abandonar 
una  existencia  penosa  y  sin  esperanzas  de  triunfo,  que  ya  les  iba  pare- 
ciendo demasiada  dura. 

Añadieron  que  el  capitán  de  uno  de  los  escuadrones  de  la  escolta 
de  Máximo  Gómez,  llamado  Néstor  Alvarez,  trató  de  inducir  á  sus  tro- 
pas á  que  abandonaran:  con  él  el  campo  rebelde  y  se  acogieran  á  la  le- 
galidad, que  era  la  paz.  Enterado  de  ello  el  generalísimo,  apresó  á 
Néstor  Alvarez  y  mandó  fusilarle,  previo  consejo  de  guerra  verbal. 

D  jeron  tamb  éa  que  otros  veinte  rebeldes,  incluyendo  entre  ellos 
al  jefa  del  regimiento  de  la  guardia  personal  de  Máximo  Gómez,  ha- 
llábanse dispuestos  á  presentarse,  y  lo  harían  en  cuanto  les  fuera  posi- 
ble, porque  se  hallaban  todos  muy  vigilados. 

Los  presentados  manifestaron  deseos  de  formar  parte  de  una  gue- 
rrilla de  las  destinadas  á  combatir  á  las  fuerzas  de  Máximo  Gómez,  á 
fin  de  vengar  la  muerte  de  su  capitán  Néstor  Alvarez. 

Atendiendo  á  sus  deseos  fueron  autorizados  para  formar  en  una 
guerrilla  de  Sancti  Spíritus. 

En  el  telegrama  del  coronel  Estruch  se  daba  cuenta   de  otras  mu 
chas  presentaciones  de  menor  importancia. 

Si  consideró  como  un  hecho  de  altísima  significación  para  la  paz 
y  como  un  grave  síntoma  de  descomposición  y  desaliento,  el  que  en  el 
propio  cuartel  de  Máximo  Gómez  hubiese  quien  trabajase  por  la  auto- 
nomía, allí  donde  el  dictador  ejercía  omnímoJa  influencia  y  había  ele- 
gido para  su  escuadrón  de  escolta  gente  fanática  por  la  independencia 
y  absolutamente  adicta  á  su  persona.  Síntomas  eran  estos  que,  por  lo 
menos,  autorizaban  á  recordar  lo  que  ocurrió  en  la  manigua  en  1877, 
pecursor  de  la  descomposición  en  que  se  hallaba  cuando  se  reunió  e^ 
plebiscito  en  San  Agustín. 


420 


El  día  24  salió  de  la  Hibaaa  para  ManzaailloClepartaaunto  Oden- 
tal),  el  gobernador  general  de  Cuba. 

£1  general  Blanco  marchó  en  tren  á  Bitabanó,  donde  embarcó  para 
trasladarse  á  Manzanillo,  acompañado  de  los  generales  Nario  y  Valde- 
rrama,  habiendo  sido  despedido  en  la  estación  por  todo  el  Gobierno 
insular  y  las  más  distinguidas  y  notables  personalidades  de  la  Habana. 

Durante  la  ausencia  del  gobernador  general  quedó  encargado  del 
despacho  de  los  asuntos  militares  el  general  Ginzález  Parrado,  y  de 
los  civiles  el  secretario  del  gobierno  señor  Congosto. 

Aunque  era  conocido  con  mucha  anterioridad  el  propósito  del  ge- 
neral en  jefe  del  t  jército  en  operaciones,  la  noticia  vino  á  aumentar  la 
expectación  que  aquí  reinaba,  y  en  la  cual  entraban  las  inquietudes  en 
proporción  muy  inferior  á  las  esperanzas. 

Pero  no  iba  el  marqués  de  Peña  Plata  á  dirigir  las  operaciones  en 
la  parte  oriental  de  la  isla,  como  en  un  principio  se  había  indicado;  su 
objeto— según  dijeron  los  telegramas— se  limitaba  á  inspecc.onar  el 
ejército  y  á  vigorizar  en  aquellas  comarcas  el  espíritu  público.  Su  au- 
sencia de  la  Habana  no  duraría,  por  tanto,  más  que  algunos  días. 

Sencillísimo  era  el  herho,  pero  la  opinión^  aceptando  rumores  y 
versiones  que  cida  vez  tomaban  mayor  inciemento,  se  obstinó  en  atri- 
buirle extraordinaria  importancia. 

No  participamos  nunca  de  los  pesimismoí  infundados,  y  por  igual 
razón  nos  abstuvimos  de  compartir  optimismos  que  no  se  f andaban  en 
una  base  cierta. 

Peligrosa  es  la  impresionabilidad  que  todo  lo  contempla  obscuro; 
pero  no  lo  es  menos  la  que  lo  ve  todo  de  color  de  rosa. 


421 

Entre  el  punto  extremo  donde  se  colocaron  aquellos  á  cuyo  enten- 
der había  de  prolongarse  indefinidamente  la  campaña  de  Cuba  y  el 
que  eligieran  aquellos  otros  para  quienes  la  total  pacificación  era  obra 
de  cortas  semanas,  existía  un  punto  medio,  del  cual  no  debíamos  apar- 
tarnos en  evitación  de  desagradables  sorpresas. 

Eso  no  obstó  para  que  hubiese  derecho  á  sacar  de  la  expedición  del 
general  Blanco  dos  favorables  deducciones. 


OFICIAL  DANDO  ORDENES  A  L'N  ORDENANZA 


Caando  la  primera  autoridad  de  la  isla  se  decidía  á  eoíprender  un 
viaje  á  Oriente,  señal  era  de  qu;  la  tranquilidad  y  el  orden  no  corrían 
peligro  alguno  en  la  Habana. 

Asimismo  cabía  suponer  que,  al  emprender  en  tales  circunstancias 
su  visita  de  inspección  á  las  provincias  orientales,  llevara  la  semi- se- 
guridad de  recabar  ventajas  y  provechos  para  la  soberanía  española. 


422 


*** 


Fuerzas  del  batallóu  de  Cataluña  practicando  reconocimientos  por 
la  zona  de  Tiinidad,  ocuparon  un  depósito  de  municiones  de  los  insu- 
rrectos, pasando  de  20.000  los  cartuchos  que  recogieron  nuestros  solda- 
dos, que  pertenecían  al  parecer  á  la  brigada  insurrecta  que  operaba  en 
aquella  jurisdicción. 

Se  presentaron  á  indulto  en  Cienfuegos  un  titulado  oficial  y  diez 
insurrectos  armados,  y  en  Placetas  otros  diez,  también  con  armas. 

Los  rebeldes  no  abandonaban  su  cobarde  y  criminal  campaña  de 
destrucción. 

El  dia  13,  entre  los  kilómetros  25  y  26  de  la  línea  férrea  de  Nuevi- 
tas,  hicieron  explotar  una  bomba  de  dinamita,  destrozando  cuarenta 
metros  de  vía  y  volcando  una  máquina  exploradora  y  dos  carros  blin- 
dados. 

A  consecuencia  del  siniestro  murió  un  sargento  y  quedaron  heri- 
dos 16  soldados  del  batallón  de  voluntarios  de  Madrid. 

El  día  17  explotó  otra  bomba  en  la  misma  línea  y  ocasionó  la  muer- 
te á  dos  soldados  y  heridas  desconsideración  á  otros  cinco. 

Con  gran  sorpresa  de  propios  y  extraños,  se  supo  el  día  25,  por 
telegramas  de  Washington,  que  el  gobierno yankfe  había  dado  orden 
el  día  anterior  al  crucero  Maitie,  para  que  zarpara  de  Cayo  Hueso  con 
destino  al  puerto  de  la  Habana,  y  que  el  resto  de  i  a  escuadra  norte- 
americana marchase  á  las  islas  Tortugas,  grupo  de  islotes  situados  á  la 
extremidad  de  los  Cayos  de  la  Florida,  á  lao  millas  náuticas  ai  Sudoes- 
te del  cable  Sable. 

Tanto  en  los  círculos  políticos  de  Washington  como  en  ios  centros 
bursátiles  y  filibusteros  de  Nueva  York,  la  noticia  de  aquel  viaje  pro- 


423 

dujo  en  un  principio  gran  excitación:  tanto  en  la  Habana  como  en  la 
Península  hubo  al  saberse  la  noticia  cierta  alarma. 

Para  desvirtuar  el  efecto  que  la  noticia  pudiera  causar,  se  dijo  en 
el  departamento  de  Negocios  extranjeros  de  la  gran  República,  que 
siendo  muy  amistosas  las  relaciones  entre  los  Estados  Unidos  y  España, 
no  existía  ya  motivo  para  mantener  alejados  de  los  puertos  de  Cuba 
los  buques  de  guerra  norteamericanos. 

El  ministro  de  Marina  Mr.  Long  publicó  una  nota  que  confirmiba 
las  declaraciones  de  los  funcionarios  de  la  Secretaría  de  Relaciones  ex 
teriores. 

La  nota  decía  textualmente: 

«Lejos  de  existir  fundamento  para  los  rumores  que  circularon  ayer 
acerca  de  dificultades  surgidas  en  la  Habana,  las  cuestiones  están  tan 
bien  solventadas,  que  los  buques  de  guerra  norteamericanos  pueden 
volver  á  visitar  los  puertos  de  Cuba.> 

El  cónsul  de  los  Estados  TJpidos  en  la  Habana  Mr.  Lee  apresuróse 
á  quitar  importancia  á  la  visita  del  Maine,  haciendo  públicas  las  decla- 
raciones del  ministro  de  Marina  americano,  en  las  cuales  desaparecía 
toda  gravedad. 


* 

Tf      * 


« — ¿A  qué  va  á  la  Habana  el  Mame?  ¿Para  qué  se  acerca  tanto  á  las 
costas  de  Cuba  la  escuadra  de  los  Estados  Unidos?  ¿Con  qué  objeto  esa 
escuadra  ocupa  los  puntos  estratégicos  de  la  entrada  de  ambos  canales 
de  Bahama?» 

Estas  preguntas  estuvieron  el  día  25  en  todos  los  labios  españoles, 
al  enterarse  de  los  telegramas  trasmitidos  desde  Nueva  Yoik  por  los 
corresponsales  y  por  las  Agencias  telegráficas. 


424 

Los  que  á  ellas  contestaban  de  la'  manera  menos  belicosa  decían: 
Esa  escuadra  ha  ido  á  las  aguas  de  la  grande  Antilla  á  detener  el  movi- 
miento contrarrevolucionario  en  las  filas  de  los  rebeldes  á  España.  Por- 
que es  evidente — decían — que  los  insurrectos  en  armas,  dispuestos  á 
entregarlas,  no  lo  harán  ya  ante  la  espectativa  de  un  conflicto,  cuyo 
término  pudiera  ser  el  vencimiento  del  poder  español  en  la  isla;  por- 
que ¿á  qué  fin— dirán  los  cabecillas  más  inclinados  á  la  pacificación — 
hemos  de  entrar  en  el  campo  de  una  legalidad  que  amenaza  extin  - 
guirse? 

Hubo  quien  fué  mis  allá.  Hubo  quien  supuso  que  los  Estados  Uni- 
dos consideraban  propicia  la  ocasión  para  acabar  de  una  vez.  Compli- 
cadas las  cuestiones  europeas  con  los  asuntos  de  China,  fija  en  el  extre- 
mo Oriente  la  atención  de  los  pueblos  del  Antiguo  Mundo,  despreve- 
nido y  confiado  el  Gobierno  español,  es  la  hora  presente — decían  los 
pesimistas — la  precisa  y  abonada  para  que  la  política  yankee  arroje  la 
máscara  y  acometa  la  empresa  con  el  menor  riesgo  posible. 

De  un  modo  ó  de  otro,  se  verificaban  desgraciadamente  nuestros 
temores  y  previsiones.  Acaso  no  fueran  hasta  provocar  la  guerra  los 
Estados  Unidos — pensamos  nosotros  en   aquel  entonces — no  obstante 
que  el  anuncio  del  envío  del  Maine  á  la  Habana  era  indicio  harto  ex- 
presivo de  provocíción  y    respondía  seguramente  al  deseo  de  agitar 
artificialmente  la  opinión  para  envalentonar  á  la  fracción  jingoísta  de 
la  Cámara,    manteniendo  una  atmósfera  favorable  á  los  insurrectos. 
Pero,  de  todas  suertes,  una  escuadra  de  los  protectores  y  fomentadores 
de  la  rebelión  seperatista  á  la  vista  de  las  costas  de  Cuba,  levantando 
el  decaído  ánimo  de  los  rebeldes,  venía  á  ser  el  obstáculo  más  grave 
para  la  paz  y  aún  quizá  causa  eficiente  de  un  conflicto  internacional  por 
dar  ocasión  á  alguna  protesta  de  los    patriotas  de  aquella  capital.  Sin 
duda  el  envío  del  acorazado  Maine  á  la  bahía  de  la  Habana  obedeció  á 
la  política  artera  de  los  Estados  Unidos. 


425 

A  Europa,  al  mundo  civilizado,  no  podía  quedar  duda  de  la  políti- 
ca yankee  respecto  de  España.  £1  hecho  de  que  se  trata  lo  reveló  todo 
bien  clai  amenté. 


Antes  de  lo  que  se  creía  y  con  gran  sorpresa  de  toda  la  población, 
entró  y  fondeó  en  la  bahía  de  la  Habana  el  acorazado  norteamericano 


PAREJA  DE  ORDEN  PUBLICO  EN  PERSECUCIÓN  DE  UN  PLATEADO 


Mame,  que  el  día  25  cambió  los  saludos  de  ordenanza  con  las  baterías 
del  puerto. 

La  presencia  en  aquellas  aguas  del  buqus  norteamericano,  aunque 
causó  gran  extrañeza  en  la  población  de  la  Habana,  por  no  tener  noti- 
cia alguna  acerca  del  objeto  de  su  viaje,  no  produjo  más  que  curiosidad 
en  el  público. 

A  juzgar  por  los  telegramas  de  los  corresponsales,  se  apreció  allí 
Blanco  54 


426 

en  Jas  esferas  oficiales  la  significación  de  la  visita  del  propio  modo  que 
aquí  la  interpretara  el  Gobierno. 

Creíase  que  en  vez  de  ser  un  aviso  ó  un  acto  de  encubierta  hostili- 
dad, era  una  muestra  de  deferencia  con  que  se  acreditaba  la  cordialidad 
de  relaciones  existentes  entre  España  y  los  Estados  Unidos. 

Examinado  á  sangre  fría  el  caso  de  que  el  Maine  se  destacara  de  la 
escuadra  que  operaba  en  las  Tortugas  para  tributarnos  amistosos  cum- 
plimientos, no  dimos  á  la  presercia  del  buque  norteamericano  en  la 
bahía  de  la  Habana,  más  importancia  de  la  que  tenia  ni  tampoco 
menos. 

Por  lo  mismo  que  siempre  hemos  creído  que  la  guerra  de  Cuba 
era  incidente  de  las  relaciones  entre  España  y  los  Estados  Unidos,  y  que 
el  gobierno  norteamericEno  procedía  con  arreglo  á  un  programa  traza- 
do y  estudiado  hacía  muchos  años,  y  del  que  no  le  desviaría  ningúa 
cambio  de  personas  que  aquí  ó  allá  pudiera  ocurrir,  no  nos  sorprendió 
lo  que  sucedía  ni  nos  pareció  probable  que  pudiera  maravillarnos  lo 
que  sucediera  con  el  tiempo.  Veíamos  al  problema  cubano  caminar  ha- 
cia su  término  empujado  por  los  aciertos  ágenos  y  los  errores  propios, 
y  sabedores  del  rumbo  que  llevábamos,  ni  un  momento  participamos 
de  los  optimismos  oficiales,  ni  nos  dejamos  engañar  por  la  conducta 
artera  de  los  yankees. 

La  sobreexcitación  de  los  ánimos  en  Cuba,  y  singularmente  en  la 
Habana,  era  tan  natural  como  grande.  Allí,  donde  se  tocaban  los  enor- 
mes dftños  producidos  por  una  guerra,  que  se  mantenía  principalmente 
con  los  recursos  que  desde  los  Estados  Unidos  se  facilitaban  á  la  insu- 
rrección, no  se  mitigaban  los  dolores  ni  se  adormecían  las  punzadas 
con  frases  hipócritas,' sino  que  se  exacerbaban  con  los  hechos.  Aunque 
no  hubiera  habido  dudas  sobre  la  amistad  del  gobierno  de  Washington, 
la  visita  de  un  buque  de  guerra  norteamericano  á  un  puerto  de  nuestra 
grande  Antilla,  debiera  ser  considerada  como  prematura.  No  hay  que 


427 

decirlo  que,  en  nuestro  sentir,  fué,  cuando  eran  tan  fuertes  y  tan  funda- 
dos los  recelos. 

Por  lo  menos  dio  motivo  la  no  anunciada  visita  del  Maine  á  la  Ha- 
bana, á  que  nos  asaltaran  dudasen  loque  toca  ala  oportunidad  del  mo- 
mento elegido  por  nuestros  encubiertos  enemigos. 


Para  desvirtuar  esos  recelos,  no  nos  pareció  lo  más  adecuado  te- 
ner la  escuadra  de  la  U  jión  á  la  vista  de  las  costas  de  Caba.  Por  ese 
nuevo  sistema  de  cortesía  internacional  pudieran  los  norteflmericanos, 
como  última  muestra  de  cariño,  haber  pretendido  ya  clavar  desde  lue- 
go en  el  Morro  de  la  Habana  la  bandera  estrellada  al  lado  de  la  es- 
pañola. 

A  nadie  engañó  tal  sistema,  y  la  prensa  europea  lo  dijo  con  harta 
claridad.  Sensata  y  correcta  la  población  habanera,  supo  evitar  con  su 
buen  sentido  los  riesgos  de  uq  choque,  para  el  cual  burdamente  se  le 
ofreciera  ocasión.  ¿Podía,  empero,  afirmarse  que  tal  serenidad  y  correc- 
ción fueran  inquebrantables?  Y  si  la  perturbación  y  el  conflicto  sobre- 
venían, ¿de  quién  ante  el  mundo  civilizado  sería  la  responsabilidad? 

¿Qué  falta  hacía  para  las  buenas  relaciones  entre  E-paña  y  los  Es- 
tados Unidos  la  presencia  del  Maine  en  la  bahía  de  la  Habana?  Ningu- 
na. ¿Qué  inconvenientes  poJía  tener?  Incalculables... 

El  gobierno  de  los  Estados  Unidos  manifestó  explícitamente  que, 
después  de  los  discursos  pronunciados  en  la  Cá  nara  de  representantes 
acerca  de  la  cuastióa  de  Cuba,  había  creído  conveniente  enviar  un  bar 
co  á  la  Habma,  «;omo  demostración  de  amistad  y  afecto  á  España», 
borrando  con  esto  los  recelos  que  hubieran  podido  despertar  aquellos 
discursos  Jingoístas. 

Así  lo  comunicó  á  nuestro  gobierno  el  representante  de  España  en 


428 

Washington,  señor  Dupuy  de  Lome,  añadiendo  que  Mr.  Vooiford, 
embajador  extraordinario  de  la  gran  República  en  Madrid,  haría  idén- 
tica manifestación  en  nota  oficial. 

Esto  ocurría  el  día  25  por  la  mañana,  y  á  las  cinco  de  la  tarde, 
cuando  ya  el  Maine  se  encontraba  anclado  en  la  bahía  de  la  Habana, 
hubo  de  comunicar  el  ministro  de  Estado  español  á  nuestro  represen- 
tante en  Washington,  que  el  ministro  norteamericano  no  había  envia- 
do aún  la  nota  anunciada. 

Una  hora  más  tarde  se  recibía  la  nota  en  el  ministerio  de  Estado, 
resultando  que  el  deber  de  cortesía  con  nuestro  gobierno,  se  cumplía 
algunas  horas  después  de  haberse  efectuado  lo  que  oficialmente  se 
anunciara. 

La  nota  de  mister  Woodfford  repetía  mucho  las  frases  de  amistad  y 
tonsiderpción  á  nuestro  país,  y  que  «para  demostrar  las  cordiales  rela- 
ciones, anunciaba  la  visita  del  Maine  al  puerto  de  la  Habana. 

A  esta  nota  contestó  con  otra  el  señor  GuUód,  no  menos  atenta  y 
amistosa,  expresando  que  en  reciprocidad  á  la  cortesía  del  gobierno  de 
los  Estados  Unidos,  le  anunciaba  el  propósito  de  que  algúa  barco  es- 
pañol visitara  los  puertos  norteamericanos. 

El  acuerdo  del  Gobierno,  en  justa  correspondeucia  á  la  atención 
de  los  yankees,  de  enviar  un  ciucero  de  nuestra  Marina  de  guerra  á  vi- 
sitar el  puerto  de  Nueva  Yorck,  fué  bien  recibido  y  aplaudido  por  la 
opinión. 

Y  fuere  del  género  que  fuese  la  reciprocidad,  consideramos  digno 
de  elogio  el  acuerdo. 

Calma,  previsión,  energía;  esto  debía  ser  y  hubiera  de  haber  sido 
siempre  el  programa  de  la  nación  y  del  gobierno  enfrente  de  los  ma- 
nejos norteamericanos.  La  precipitación  podia  perdernos;  la  debilidad 
uo  nos  liabía  de  salvar. 


CAPITULO    XXXIV 


Presentaciones  de  separatistas  en  Nueva  York. — El  viaje  del  general  Blanco. — Manifestación 
popular  en  Las  Villas. — Encuentro  en  Cabanas. — Muerte  del  cabecilla  Alonso. — Otros 
encuentros  y  combates. — El  siniestro  ferroviario  en  la  línea  de  Nuevitas. — Estado  de  la 
insurrección  en  el  Camagüey. — Justicia  de  Dios. — Muerte  del  cabecilla  Aranguren. — 
Operación  combinada. — Sorpresa  y  ataque. — Castigo  merecido. —  La  opinión. — El  ver- 
dadero enemigo. 


ERDADERA  importancia  tuvieron  las  presentaciones  de 
varios  jífes  y  oficiales  insurrectos,  en  el  consulado  de 
Espsña  en  Nueva  York,  de  que  se  dio  noticia  el  día  26 
al  ministerio  de  Ultramar. 
Según  comunicó  nuestro  representante  en  la  capital  de 
la  gran  República,  presentáronse  en  el  consulado  de  España 
en  Nueva  York  y  [firmaron  declaración  de  aceptar  la  lega- 
lidad instaurada  en  Cuba,  ofreciendo  no  conspirar  contra  la 
soberanía  de  España,  los  titulados  oficiales  insurrectos  Carlos 
García  Menoral,  Alberto  Broch  y  O'Farril,  Alberto  Fernandez  Velasco 
y  Pedro  Bithancourt. 

También  se  presentó  en  el  propio  consulado  el  señor  Casuso,  mé 
dico  que  se  hallaba  en  Nueva  York  á  disposición  de  la  Junta  para  reco- 
nocer á  los  insurrectos  enfermos  ó  heridos,  manifestando  que  pensaba 
salir  el  día  30  para  la  Habana. 

Seguía  desarrollándose  en   progresión  creciente  la  obra  de  la  paz. 


430 

El  hecho  de  haberse  presentado  á  nuestro  cónsul  en  Nueva  York  varios 
personajes  rebeldes,  entre  los  cuales  figuraban  los  que  valían  por  dos 
partidas,  el  cabecilla  García  Menocal  y  el  doctor  Casuso,  así  lo  de- 
mostró. 

El  general  Blanco  en  su  viaje  á  Oriente  tocó  el  25  en  el  Júcaro  y 
Santacruz,  cuyas  guarniciones  revistó. 

Al  sigaiente  día  llegó  á  Manzanillo,  en  donde  se  le  h  zo  un  entu  - 
siasta  recibimiento. 

En  Santa  Clara  efectuóse  una  soberbia  manifestación  en  honor  del 
comandante  militar  de  Las  Villas,  general  Aguirre,  y  del  gobernador 
civil,  don  Marcos  García,  á  su  regreso  de  Placetas  de  presenciar  el  acto 
de  sumisión  del  cabecilla  Massó  y  ju  partida. 

Los  manifestantes  vitorearon  á  España  y  á  la  autonomía. 

El  teniente  coronel  del  batallón  de  San  Q  .intín  participó  el  día  a? 
que  operando  en  la  costa  Norte  de  la  provincia  de  Pinar  del  Rio,  en- 
contró en  Cabanas  á  la  partida  rebelde  de  Andrés  Alonso,  á  la  que  se 
habían  unido  fuerzas  de  la  que  mandaba  Juan  Delgado. 

Trabado  combate  con  los  insurrectos,  fueron  derrotados  por  nues- 
tras tropas,  que  los  dispersaron,  abandonando  aquéllos  en  su  huida  diez 
muertos,  entre  los  cuales  figuraba  el  cabecilla  Andrés  Alonso  y  el  se- 
gundo jefe  de  la  partida. 

El  batallón  de  la  Lealtad  en  las  lomas  de  Pita  (Habana)  batió  á  las 
partidas  reunidas  de  Cárdenas  y  Araaguren,  haciéndoles  tres  muertos 
y  dos  prisioneros  y  cogiéndoles  siete  caballos. 

El  b.  tallón  de  Guadalajara,  en  Tapaste,  batió  de  nuevo  á  la  partida 
de  Aranguren,  compuesta  de  130  caballos,  resultando  de  los  nuestros 
herido  un  individuo  de  tropa. 

El  coronel  Rubia,  con  fuerzas  de  desembarco  en  Rio  Muñoz,  tomó 
al  enemigo  fu  artes  posiciones,  causándole  bajas. 

El  general  Pareja  tomó  al  enemigo  el  campamento  de  San  Fernan- 
do, sufriendo  en  la  operación  ocho  heridos  de  tropa. 


431 


* 
*  * 


De  uno  de  nuestros  corresponsales  en  el  teatro  de  Ja  guerra,  reci- 
bimos el  dia  28  los  siguientes  interesantes  detalles  acerca  del  siniestro 
ferroviario  ocurrido  en  la  línea  de  Nuevitas  á  Puerto  Pííncipe  y  sobre 
la  situación  y  estado  de  la  rebelión  en  el  Camaguey. 

«Embarcado  en  el  tren  que  con  pasajeros  y  mercancías  se  dirigía  á 
la  capital  del  Camaguey,  salí  en  la  mañana  del  12  de  Nuevitas,  hecien- 
do  escala  por  la  noche  en  Minas,  para  continuar  viaje  al  áia  siguiente 
hasta  Puerto  Príncipe. 

»E1  tren  explorador  se  componía  de  dos  vagones  blindados  y  16 
más  de  mercancías.  En  los  primeros  iban  51  hombres  del  batallón  de 
voluntarios  de  Madrid,  mandados  por  el  capitán  don  Luís  Delicado. 
Un  sargento  y  ocho  soldados,  provistos  de  ganchos  y  tjeras,  estaban 
encargados  del  reconocimiento  de  la  vía  para  evitar  las  explosiones  de 
dinamita. 

»Fjrmaban  el  tren  de  pasfjeros  dos  coches  de  tercera,  uno  de  se- 
gunda, otro  de  primera,  veinte  de  mercancías  y  un  coche  blindado, 
en  el  que  iba  un  oficial  y  treinta  soldados. 

»Los  pasfjeros  eran  muy  pocos,  y  entre  ellos  se  contaban  dos  habi- 
litados militares  que  conducían  udos  30.000  duros. 

»A  paso  de  carreta  llegamos  al  ingenio  Lugareño  á  las  tres  de  la 
tarde,  y  minutes  después  de  salir  de  ese  punto,  encontrándonos  entre 
los  kilómetros  25  y  26,  oyóse  de  pronto  una  horrorosa  detonación  pro- 
ducida por  la  txploMÓn  de  una  bomba  de  dinamita,  cuyos  efectos  su- 
frió de  lleno  el  Iren  explorador,  que  iba  unos  doscientos  metros  delan- 
te del  de  paspjeros. 

>>Dirigíme  al  sitio  de  la  catástrofe  y  presencié  un  cuadro  aterrador: 


432 

la  vía  estaba  destrozada  en  una  extensión  de  cuarenta  metros;  los  rails 
estaban  hechos  añicos  y  las  ruedas  de  los  coches  blindados  habían  sido 
arrojadas  á  larga  distancia.  En  el  suelo  había  un  hoyo  de  seis  metros 
de  largo,  tres  de  ancho  y  uno  de  profundidad. 

»La  máquina,  rotos  los  enganches,  prosiguió  su  marcha,  y  en  la 
vía,  destrozados  y  fuera  de  los  carriles  quedaron  dos  tenders,  una  pla- 
taforma y  los  dos  coches  blindados.  El  resto  del  tren  quedó  encarrilado. 

»Los  dos  coches  blindados  estaban  casi  enterrados  en  el  hoyo,  y 


'^-^^^S^ 


EL  OENERAL  KERNAL  Y  SU  ESTADO  MAYOR 

en  el  interior  de  aquéllos  16  hombres  heridos,  con  fracturas  del  cráneo, 
cara  y  brazos,  entre  ellos,  moribundo,  el  sargento  Francisco  Ruíz 
Cano,  natural  de  Palma  del  Río  (Córdoba),  quejándose  con  lastimeros 
gritos  y  pidiendo  á  voces  socorro. 

^Adoptadas  las  necesarias  precauciones  en  previsión  de  que  pudie- 
ran atacarnos  los  criminales  mambises,  se  procedió  á  instalar  á  los  he- 
ridos en  el  tren  de  pasajeros,  al  que  se  ordenó  regresara  á  Nuevitas.  En 


433 


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434 

él  regresó  también  al  punto  de  partida,  y  al  llegar  al  hospital  falleció 
el  citado  sargento. 

»De  los  restantes  heridos,  diez  lo  están  de  gravedad,  y  los  otros 
cinco  levemente. 

»E1  entieno  del  infortunado  sargento,  señor  Ruíz  Cano,  ha  sido 
una  solemne  manifestación  de  duelo,  á  la  que  han  concurrido  las  auto- 
ridades y  el  pueblo  en  masa,  dedicando  al  finado  muchas  coronas. 

«Aquella  misma  noche  los  insurrectos  tirotearon  por  tres  veces  á 
Puerto  Príncipe,  una  de  ellas  con  gran  tenacidad. 

»Ea  la  imposibilidad  de  reanudar  viaje  y  llegar  á  Puerto  Piíncipe, 
me  dediqué  á  adquirir  en  Nuevitas  datos,  que  conceptúo  exactos  y  me 
apresuro  á  transmitir,  relativos  al  estado  de  la  insurrección  en  el  Ca- 
magüey. 


#  * 


.>Se  calcula  que  en  toda  esta  provincia  existen  unos  5  ooo  re- 
beldes. 

En  la  jurisdicción  de  Nuevitas  se  hallan  el  cabecilla  Ángel  Castillo, 
con  300  caballos;  los  hermanos  Adalberto  y  Joaquín  Qaesada,  con  80 
infantes  cada  uno;  el  titulado  geneial  Vega  con  200,  y  Luís  Suárez  con 
otros  200. 

Hay  además  varias  prefecturas  mandando  grupos,  que  se  reúnen 
cuando  lo  juzgan  necesario. 

Las  fuerzas  que  guardaban  al  titulado  gobierno  insurrecto  estable- 
cido en  "La  Esperanza).,  al  pie  de  la  Sierra  Cubita,  fueron  batidas,  como 
es  sabido,  por  el  general  Jiménez  Castellanos. 

El  titulado  gobernador  civil  ó  prefecto  del  Camagüey,  Manuel  Ca- 
sares, tenía  su  residencia  oficial  en  Yaguas. 


435 

En  el  departamento  oriental  escasean  las  reses,  siendo  necesario 
llevarlas  de  la  provincia  de  Puerto  Príncipe  por  la  trocha  del  Jácaro. 
Sin  embargo,  el  número  de  reses  que  los  insurrectos  trasladan  de  ese 
modo,  es  incalculable. 

La  escasez  de  tropas  obliga  al  general  Castellanos  á  mantenerse  en 
actitud  defensiva,  limitándose  á  sostener  intacto  nuestro  dominio  en 
el  Príncipe,  Santa  Cruz  y  Nuevitas. 

Las  comunicaciones  entre  los  pueblos  y  poblados  del  centro  cama- 
güeyano  han  desaparecido;  todas  han  sido  cortadas,  ó  por  lo  menos  in- 
terrumpidas. 

En  los  ingenios  donde  se  preparaban  á  hacer  la  zafra  han  tenido 
que  suspender  los  trabajos. 

Una  cosa  es  de  extrañar  y  que  me  ha  llamado  la  atención:  que 
subsista  la  comunicación  telegráfica  entre  Puerto  Príncipe  y  Nuevitas, 
después  de  tres  años  de  guerra  y  en  medio  de  toda  esta  destrucción.  El 
telégrafo  sólo  ha  sufrido  tal  cual  interrupción  corta  y  ligera. 

No  sucede  lo  propio  en  la  línea  férrea;  los  trenes  de  viajeros  tienen 
que  detener  su  marcha  con  frecuencia  y  experimentan  accidentes  peli- 
grosos.—X"  ^..» 


*  * 


Parecerá  algo  inhumano,  pero  hay  que  decirlo  sin  rodeos:  la  justi- 
cia de  Dios  pocas  veces  se  cumplió  más  pronto  y  como  convenía  á  la 
de  los  hombres. 

El  asesino  del  malogrado  teniente  coronel  señor  Ruíz  murió  como 
debía  morir:  á  manos  de  leales  españoles,  bajo  el  fuego  y  el  plomo  de 
nuestros  fusiles. 

La  muette  fué,  sin  embargo,  más  digna  de  lo  que  mereciera  elcri- 


436 

minal  traidor  que,  llamándose  sostenedor  de  una  idea,  pisoteó  todas  Iss 
del  mundo  civilizado,  escarneciendo  los  más  grandes  sentimientos,  ha- 
ciendo de  la  amistad  un  laza  corredizo,  atropellando,  en  fin,  todas  las 
leyes  del  caballero,  del  cristiano  y  hasta  del  hombre  de  la  selva... 

Ante  el  cadáver  de  José  Martí,  el  famoso  agitador  separatista,  un 
coronel  español  rezó  una  oración  piadosa  y  se  descubrió  con  respeto;  á 
la  muerte  de  Maceo,  la  pluma  de  Castelar  escribió  hermosas  palabras 
de  paz... 

Para  los  restos  de  Aranguren,  el  olvido  y  la  tierra. 

El  coronel  Aranzave,  que  mandaba  una  de  las  columnas  de  la  di- 
visión que  operaba  en  la  provincia  de  la  Habana,  tuvo  una  confiden-      J 
cia  de  un  prisionero  hecho  en  los  últimos  combates  á  la  partida  de 
Aranguren,  merced  á  la  cual  supo  que  este  cabecilla  acudía  con  fre-      i 
cuencia  á  una  finca  llamada  «Pita»,  situada  entre  Campo  Florido  y  Ta- 
paste, y  en  la  cual  residían  el  padre  y  la  amante  del  jefe  insurrecto. 

En  su  consecuencia,  el  coronel  Aranzave,  jefe  de  la  diviiión  de  la 
Habana,  dispuso  una  operación  combinada  en  la  que  tomaron  paite 
tres  de  las  columnas  á  sus  órdenes. 

Una  de  ellas,  mandada  per  el  teniente  coronel  Binedicto,  com- 
puesta de  los  batallones  de  la  Reina  y  Canarias  y  un  escuadrón  del  re- 
gimiento de  caballería  de  Pizarro,  en  unión  de  las  que  mandaba  el  co- 
ronel Areces,  avanzaron  en  dirección  dé  la  finca  citada. 

Antes  de  comenzar  el  ataque  se  supo  que  Arangurea,  con  algunos 
rebeldes  de  su  partida,  se  hallaban  en  un  bohío  de  la  Pita,  y  entonces 
se  ordenó  que  el  batallón  de  la  Reina  avanzase  sobre  el  bohío,  al  mis- 
mo tiempo  que  el  batallón  de  Pizarro,  dividido  en  dos  grupos,  efectúa 
ba  por  los  flancos  un  movimiento  envolvente. 

El  resultado  de  la  combinación  de  fuerzas  no  pudo  ser  más  satis- 
factorio. 

Nuestras  fuerzas  cayeron  sobre  los  rebeldes  que,  sorprendidos,  tu- 


437 


vieron  apenas  tiempo  para  darse  cuenta  del  ataque  y  huyeron  presu- 
rosamente. 

A  los  primeros  disparos  fué  herido  Aranguren,  quien  á  pesar  de 
ello  montó  á  caballo  y  emprendió  aceleradamente  la  faga;  pero  perse  - 
guido  de  cerca  por  nuestros  jinetes  de  Pizarro,  recibió  á  poco  dos  ba- 
lazos más,  que  hiciéronle  caer  sin  vida  al  suelo. 

Además  de  Aranguren  resultaron 
muertos  cuatro  insurrectos  más,  y  se 
les  hicieron  cinco  prisioneros,  entre 
los  cuales  se  hallaba  la  amante  del 
cabecilla  y  su  padre. 

Reconocido  el  cadáver  por  núes  • 
tras  fuerzas,  fué  encomendada  su  cus- 
todia á  la  escuadra  de  gastadores  del 
batallón  de  la  Reina,  y  éstos  lo  tras- 
ladaron á  la  Habana  en  una  camilla. 

A  las  siete  de  la  tarde  del  27  llegó 
el  fúnebre  convoy  á  la  capital,  que- 
dando expuesto  en  un  patio  del  Go 
bierno  militar,  donde  fué  reconocido 
é  identificado  por  gran  número  de 
personas,  entre  ellas  muchos  bombe- 
ros que  le  conocían  y  le  habían  tratado,  siendo  después  trasladado  al 
Manicomio  municipal. 

El  cadáver  no  tenía  sombrero  y  estaba  vestido  con  traje  azul,  pan- 
talón de  dril  rayadillo,  guayabera  (especie  de  blusa)  y  media  bota  de 
cuero  amarillo. 


EL  CORONEL  SEÑOR  ARANZAVE 


**» 


438 

No  hubo  el  día  28  ea  España  cosa  que  iateresase  tanto  á  la  opinión 
como  la  noticia  publicada  en  todos  los  periódicos,  trasmitida  por  los 
corresponsales  en  la  Habana  y  confirmada  en  despacho  oficial  del  ge- 
neral segundo  cabo  al  ministro  de  la  guerra,  relativa  á  la  muerte  del 
cabecilla  Aranguren. 

Digámoslo  sin  hipocresía.  El  suceso  causó  unánime  satisfacción  por 
las  circunstancias  que  concurrían  en  el  titulado  general  insurrecto. 

Había  asesinado  ó  dejado  asesinar  á  su  noble  é  infortunado  pro- 
tector, el  teniente  coronel  señor  Ruíz,  y  justo  era  que  tuviese,  ó  por 
traidor  ó  por  cobarde,  un  fin  tan  desastroso  y  obscuro. 

Toda  la  prensa  del  citado  día  28,  así  la  ministerial  como  la  de  opo- 
sición, apreció  el  hecho  con  un  mismo  criterio  y  dedujo  de  él  conse- 
cuencias iguales. 

«—Dos  años, — dijo  Za  Correspondencia— se  mantuvo  xT.ranguren 
en  Cayo  Floiido,  llegando  repetidas  veces  á  las  puertas  de  la  Habana, 
cuando  allí  había  por  lo  menos  doble  fuerza  que  ahora.  Hoy,  merced 
á  confidencias  de  que  antes  se  carecía,  el  causante  de  la  muerte  de  Ruíz 
^a  pagado  todas  sus  culpas.  Esto  es  un  hecho  contra  el  cual  no  caben 
retóricas,  y  que  depone  en  favor  de  la  eficacia  de  los  nuevos  procedi- 
mientos...» 

«—Se  comprende,  —  dijo  La  /{poca— que  el  coronel  Aranzave  tuvo 
confidencias  exactas  que  le  permitieron  realizar  su  hábil  operación,  lo 
cual  constituye  un  síntoma  favorable...» 

En  parecidos  términos  se  expresaron  los  demás  periódicos. 

Resultaron,  pues,  demostradas  en  el  concepto  público,  las  venta- 
jas que  en  aquellos  últimos  tiempos  y  é  favor  de  la  doble  acción  poli- 
tico-militar,  habíamos  conseguido. 

A  la  vez  que  las  presentaciones,  menudeaban  los  afortunados 
combates.  Nuestro  ejército  restablecía  las  comunicaciones  por  el  Cauto; 
asaltaba  y  destruía  la  residencia  del  gobierno  insurrecto  en  Sierra  Cu- 


439 

bita,  y  rodeaba  y  mataba  al  presuntuoso  Aranguren  que  durante  año 
y  medio  había  merodeado  á  su  antojo  por  las  cercanías  de  la  Habana. 

En  esto  último,  y  no  en  otros  particulares  hay  que  ver  el  alcance 
de  la  venturosa  empresa  realizada  por  los  coroneles  Aranzave  y  Bene- 
dicto. 

Hdbía  cesado,  al  fin,  la  vergonzosa  anomalía  de  que  tolos  nos  ex- 
trañábamos y  lamentábamos  casi  desde  el  principio  de  la  guerra. 

El  jefe  de  partidarios  que  recorría  libremente  una  comarca  situada 
á  pocos  kilómetros  de  la  capital  de  Cuba;  el  que  á  menudo  caía  por  sor- 
presa sobre  sus  arrabales;  el  que  detenía  el  tren  de  Guanabacoa,  apre- 
sando unas  veces  y  dejando  otras  en  libertad  á  los  viajeros,  había  pa- 
gado coa  la  vida  sus  depredaciones  y  sus  arrogancias. 

Ya  era  tiempo. 

Por  esa  razón,  más  aún  que  porque  hubiera  sido  vengado  el  asesi- 
nato del  malogrado  y  heroico  jefe  de  ingenieros  señor  Ruíz,  estimamos 
el  suceso  como  una  importante  victoria. 

Aconteció  con  la  muerte  del  cabecilla  separatista  algo  semejante  á 
lo  que  pasara  años  antes  con  los  bandoleros  y  secuestradores  de  Anda- 
lucia.  Fueron  éstos  incoercibles  y  gozaron  completa  impunidad  mien- 
tras la  población  rural  les  prestó  apoyo,  ocultándolos  y  engañando  á  la 
fuerza  pública. 

Sucumbieron  uno  tras  otro,  no  bien  los  campesinos,  fatigados  de 
sus  vejaciones  ó  deseosos  de  tranquilidad,  se  aliaron  con  la  guardia  ci- 
vil y  le  facilitaron  la  peligrosa  tarea. 

Por  seguro  tuvimos  que  no  tardaría  en  repetirse  en  las  demás  pro- 
vincias de  la  isla  lo  que  había  sucedido  en  la  provincia  de  la  Habana. 

Para  las  gentes  del  campo  y  de  los  poblados  que  necesitaban  tra- 
bajar y  vivir,  el  verdadero  enemigo  era  á  la  sazón  el  insui  recto  mamhl. 


I 


CAPITULO     XXXIV 


Por  la  paz. — Rumores  de  importantes  presentaciones. — El  general  Blanco  en  Manzanillo. — 
Declaraciones  del  genera!. — Su  opinión  y  sus  optimismos. — Resumen  de  operariones  en 
la  provincia  de  la  Habana. — Noticias  sobre  la  constitución  del  nuevo  (/obierno  insurrecto. 
— Sigue  la  campaña  de  atropellos  y  fechorías  por  los  rebeldes. — Llegada  del  general 
Blanco  &  Santiago  de  Cuba. — Obsequios  y  agasajos. — Visita  al  Club  de  San  Cdrlos. — 
Encuentro  victorioso  en  Caimasán. — Petición  extraña. — La  entraña  del  problema. 


ODA  la  prensa  de  Cuba  clamaba  por  la  paz,  gestionando 

la  concordia  entre  todos  los  partidos  políticos. 

Anunciábase  la  presentación  en  Las  Villas  de  los 

cabecillas  Cayito  Alvarez  y  Pancho  Carrillo.  Este  rumor,  del 

que  se  hizo  eco  y  se  apresuró  á  trasmitirnos  nuestro  activo 

corresponsal  en  Santa  Clara,  si  se  confirmaba  había  de  in- 

^#T- fluir  poderosamente  en  la  marcha  de  la  guerra  de  Cuba. 

Si  esos  cabecillas  se  sometían  á  la  legalidad,  bien  pudie- 
ra deciise  que  habría  terminado  la  insurrección  en  Las  Villas,  porque 
ni  Regó,  ni  Roban,  ni  Chucho  Monteagudo,  podrían  resistir  por  mucho 
tiempo. 

De  todas  suertes  se  revelaba  á  la  sazón  una  cosa  que  hemos  de  re- 
conocer: el  esfuerzo  que  emplearan  Marcos  García  y  el  general  Agui  ■ 
rre  por  obtener  resultados  en  beneficio  de  la  paz,  esfuerzos  que,  hasta 
la  fecha,  habían  producido  algún  resultado  y  que  constituirían  buen 
éxito  si  Carrillo  y  Cayito  reconocían  con  su  gente  la  legalidad. 

Regó  tenía  importancia,  es  verdad,  pero  ya  en  otra  ocasión  intentó 


i 


441 


presentarse  y  lo  habría  hecho  con  su  partida,  si  no  se  hubiera  precipi  - 
tado  la  invasión  de  Gómez  y  Macea  en  el  territorio  de  Cienfuegos,  in- 
vasión que  obligó  á  Regó  á  encerrarse  en  la  Siguanea. 

En  la  noche  del  27  fondeó  en  la  rada  de  Manzanillo  el  vapor  que 
llevaba  al  general  Blanco  á  Oriente. 

A  la  mañana  siguiente  desembarcó  el  general  en  jefe  del  ejército  en 
operaciones  con  su  Estado  ma- 
yor, habiéndole  dispensado  la 
población  una    recepción    bri- 
llante. 

Las  tropas  cubrían  la  carrera 
desde  el  muelle  hasta  la  iglesia 
adonde  se  dirigió  la  comitiva 
oficial  y  en  la  que  fué  recibido 
el  representante  de  los  reyes  de 
España  con  palio,  cuyas  va- 
ras llevaban  los  concejales  del 
Ayuntamiento  de  Manzanillo. 

En  la  iglesia  se  cantó  un  Te 
Deum,  al  que  asistieron  todas 
las  autoridades  y  personas  nota- 
bles de  la  localidad. 

También  acudió  numeroso  público  de  todas  las  clases  sociales. 

Terminada  la  ceremonia  religiosa,  el  general  visitó  los  hospitales, 
dirigiendo  la  palabra  á  los  enfermos  y  dictando  las  disposiciones  opor- 
tunas para  el  mejor  servicio. 

Después  concedió  una  cruz  vitalicia  pensionada  con  treinta  reales 
mensuales  á  todos  los  soldados  heridos,  y  ascendió  á  segundos  tenientes 
á  los  sargentos  don  Benigno  Carrera  Andradey  don  Constantino  Casas 
Hoyos,  premiando  su  bizarría  y  heroico  comportamiento  en   acciones 

de  guerra. 

Blanco  &t 


\ 


EL  CORONEL  D.  LEOPOLDO  ZALDUA. 


442 

Al  revistar  las  tropas  hizo  presente  la  buena  impresión  que  le  pro- 
dujo el  estado  de  las  mismas,  y  tributó  elogios  á  los  jefes  por  su  celo. 


*  * 


Dirijióse  después  el  general  al  Ayuntamiento,  donde  presidió  la 
sesión  y  pronunció  un  discurso  expresando  su  opinión  acerca  de  la 
marcha  de  la  guerra  y  su  cocfiarza  en  el  nuevo  sistema  político  pa- 
ra llegar  en  plízo  breve  á  la  paz  con  el  apoyo  del  país,  que  no  había 
escatimado  recursos  ni  cejado  en  su  propósito  patriótico. 

El  gobernador  general  de  Cuba  se  expresó  ante  el  Ayuntamiento 
de  Manzanillo  en  términos  tan  optimistas,  que  no  pudieron  pasar  inad- 
vertidos para  la  opinión  ni  podemos  nosotros  dejar  de  nflt  jarlos  en 
estas  páginas. 

El  país  debe  tener  confianza  en  la  próxima  pacificación— dijo  el 
capitán  general  de  la  gran  Antilla. 

Para  fines  del  mes  de  Febrero  anunció  el  general  Blanco  que  se  ha- 
bría logrado  la  paz  definitiva,  merced  al  nuevo  sistema  político  y  al 
ppoyo  del  país. 

Para  entonces— añadió  el  general — todos  los  que  no  se  hayan  aco- 
gido á  la  legalidad  serán  combatidos  enérgicamente,  para  lo  cual  Espa- 
ña cuenta  con  soldados  y  recursos. 

Esto  es  lo  que  el  general  en  jefe  dijo  en  Manzanillo,  base  muy 
principal  de  las  operaciones  que  debían  realizarse  en  Oriente. 

TeLÍamoa  el  deber  de  suponei  que  el  general  Blanco  no  había  roto 
su  discreto  silencio  sin  contar  con  elementos  bastantes  para  justificar 
ese  optimismo,  que  allí,  como  en  todas  paites,  hubo  de  producir  muy 
stludable  efecto. 

La  opinión  del  general  expuesta  con  tonos  enérgicos  y  con  acento 
de  absoluta  seguridad,  fué  acogida  con  grandes  aplausos. 


i 


443 

Dida  la  actitud  reservada  del  general  B'aaco  desde  que  desempe- 
ñaba su  alto  puesto,  pu3S  jamás  había  hecho  declaracioaes  concretas 
acerca  de  la  paz,  sus  palabras  tenían  grandísim.a  importancia,  y  así  lo 
reconocieron  cuantos  asistían  á  la  sesión. 

El  fijar  un  plazo  para  la  terminación  de  la  guerra,  tenía  en  labios 
del  gobernador  general  de  Cuba  extraordinario  interés  é  hizo  concebir 
muchas  esperanzas. 

El  mes  de  Febrero  estaba  á  la  vista  y  es  bien  corto;  el  plazo  era 
breve  y  pronto  había  de  decir  el  tiempo  1'"  que  hubiera  de  realidades 
en  esos  anuncios;  perofaera  torp3za  insigne  si  no  hubiésemos  adverti- 
do que  había  que  esperar  andando;  que  la  seca  iba  ya  mediada;  que 
era  preciso  operar  en  firme  en  Orienta;  que  mientras  allí  no  se  tomase 
la  ofensiva  de  manera  eficaz  y  se  destruyeran  los  grandes  núcleos  que 
había  organizado  Calixto  García  y  pudiera  operai  se  por  batallones  suel- 
tos, nos  permitimos  dudar  de  resultados  tan  beneficiosos  en  fechas  tan 
próximas. 

No  hemos  sido  pesimistas,  ni  tampoco  optimistas,  pues  saludable 
es  no  exagerar  los  optimismos,  como  no  entregarse  al  pesimismo  siste- 
mático. 

Si  ésta  hubiese  sido  la  base  á  que  se  sometieran  los  juicios,  ni  se  ha- 
bría sacado  de  quicio  el  alcance  de  aquellas  opjracioaes  en  el  Cauto,  ni 
se  hubiera  dado  tonos  de  fantasía  á  aquellos  proyectos  de  ferrocarril 
del  Cauto  Embarcadero  á  Biyamo,  como  si  faera  cosa  fácil  la  construc- 
ción, ni  se  dijjran  otra  porción  de  cosas  que  la  realidad  desvaneciera 
con  rapidez  vertiginosa. 

Las  declaraciones  del  general  Blanco  fueron  consoladoras:  ¡ojalá 
que  los  hechos  hubieran  convertido  su5  palabras  en  sucesos  venturosos 
para  la  patria!... 


*  • 


444 

Durante  los  tres  meses  que  llevaba  el  general  González  Parrado  al 
frente  de  la  división  militar  de  la  Habana,  ocurrieron  139  encuentros 
y  se  recogieron  251  rebeldes  muertos  y  32  prisioneros,  400  fusiles  y 
42.000  cartuchos,  2c6  machetes,  112  caballos  y  nueve  cajas  de  dinamita. 

En  ese  período  de  tiempo  se  presentaron  á  indulto  483  insurrectos. 

La  prensa  de  la  Habana  al  publicar  estos  datos  oficiales,  aplaudió 
la  gestión  del  general  González  Parrado. 

Se  despejaron,  al  fin,  las  dudas  sobre  la  constitución  del  nuevo  ¿'o- 
bierno  de  los  rebeldes  cubanos. 

í^a  verdad  es  que  se  necesitó  mucho  tiempo  para  saber  á  qué  ate  - 
nerse  respecto  de  particular  tan  interesante. 

El  día  30  llegó  á  nuestras  manos  un  periódico  filibustero  de  Nueva 
York,  donde  se  publicaban  datos  y  noticias  relacionados  con  este  asunto. 

Más  que  importante,  es  curioso  cuanto  ocurrió  en  la  elección,  y  no 
queremos  privar  á  nuestros  lectores  de  su  conocimiento.  9 

Hubo,  en  efecto,  Asamblea,  pero  no  se  verificó,  como  anunciaron, 
en  Guaimarillo,  ni  se  reunió,  según  indicara  la  primera  convocatoria, 
el  2  de  Septiembre. 

Se  celebró  la  reunión  en  la  Yaya  (Camagüey),  y  haba  varias  sesio- 
nes en  la  segunda  mitad  de  Octubre. 

El  resultado  fué  el  siguiente:  para  la  presidencia  se  votó  á  Bartolo 
Massó;  para  la  vicepresidencia  á  Méndez  Capote;  para  la  secretaría  de 
Guerra  á  José  Alemán;  para  la  de  Hacienda  á  Ernesto  Fons  Sterling; 
para  la  de  Polífica  exterior  á  Andrés  Moreno  de  la  Torre,  y  para  la  de 
Interior  á  Manuel  Román  Silva. 

Se  ratificó  la  confianza  á  Máximo  Gómez  en  el  cargo  de  generalísi- 
mo; se  ascendió  á  Calixto  García  al  puesto  de  lugarteniente  general;  se 
modificó  la  Constitución;  se  aprobaron  adiciones  so dre  legislación  civil 
y  penal  y  se  firmó  uu  manifiesto  redactado  por  Capote  en  el  que  se  in- 
sistía con  calor  en  la  revolución;  hubo  versos  de  los  más  afamados  sin- 


445 

soates  de  la  manigua;  se  dieron  un  gran  banquete  en  el  potrero;  des- 
pués tuvieron  su  guateque  íntimo  en  que  se  consumió  gran  cantidad  de 
maíz,  yuca,  puerco  y  lechón;  jura  solemne  ante  Lacret;  un  discurso  de 
Massó  en  que  se  adjudicó,  por  sí  acaso,  los  títulos  de  ilustre  y  héroe,  y 
por  último  una  revista  militar  en  la  que  formaron  nada  menos  que  las 
fuerzas  siguientes:  los  regimientos  de  caballería  Camagüey,  Eduardo  y 
Góme\;  el  de  infantería  Jacinto  y  las  escoltas  de  Vega  Recio,  fuerzas 
encargadas  de  la  defensa  de  la  Asamblea  y  escoltas  de  los  representan- 
tes; total  cuatro  regimientos  y  varias  docenas  de  escoltas,  formando  en 
junto  la  considerable  masa  de  i.ioo  hombres. 

De  los  individuos  del  titulado  Gobierno  poco  puede  decirse;  todos 
ellos,  excepción  hecha  de  Massó,  carecían  de  personalidad  y  nos  eran 
desconocidos;  Méndez  Capote  no  pasaba  de  ser  un  protegido  de  espa- 
ñoles caracterizados  á  quienes  traicionó;  Alemán,  un  pedante  de  Las 
Villas,  también  traidorzuelo,  comprometido  con  Martí  cuando  se  fingió 
amigo  leal  de  autoridades  españolas;  Fons  Sterling  un  muchacho  edu- 
cado en  la  Academia  militar  de  Mr.  Pieasant,  Sing  Siiig  de  Nueva 
York;  La  Torre,  un  hijo  de  Cárdenas  que  estudió  en  Madrid  lalacultad 
de  Derecho  hasta  el  cuarto  año,  y  que  luego  fué  á  cultivar  caña  en 
Cienfuegos,  y  Ramói  S.lva,  un  médico  que  estudió  el  bachillerato  en 
el  Instituto  del  Cardenal  Cisneros  y  parte  de  su  facultad  en  la  Uaiver- 
sidad  Central,  tomando  parte  activa  en  los  sucesos  de  Sinta  Isabsl, 
provocados  por  los  estudiantes,  siendo  gobernador  de  Madrid  el  señor 
Villaverde  y  J3fe  de  policía  el  coronel  Oliver. 

Esto  es  todo,  siendo  de  interés  el  dato  siguiente:  de  acuerdos  to- 
mados en  Octubre  no  pudieron  dar  cuenta  los  órganos  filibusteros  has- 
ta la  mitad  de  Enero,  lo  cual  demuestra  que  no  gozaban  de  tanta  liber- 
tad en  las  comunicaciones. 


*  ♦ 


I 


446 

Seguían  los  insurrectos  su  caaipaña  de   depredaciones,  atropjllos  ^ 
y  criminales  fazañas. 

Uq  grupo  de  cien  rebeldes  al  mando  del  cabecil!»  apodado  el  Pa- 
yaso, invadió  en  la  noche  del  28  el  poblado  de  Varas  (Pinar  del  Río). 

El  poblado  estaba  indefenso  y  los  salteadores  se  llevaron  todo  lo 
que  encontraron  de  valor  despué  j  de  maltratar  y  harir  á  varias  personas . 

Los  pasajeros  del  tren  de  Pinar  vieron  el  propio  día  colgado  de  un 
árbol  el  cadáver  de  un  hombre.  S3  supuso  que  era  un  extranjero  que 
desde  hacia  algunos  días  estaba  buscando  buenos  prácticos  para  recor- 
rer el  país. 

Los  insurrectos  volaron  con  una  bomba  de  dinamita  el  tren  parti- 
cular del  ingenio  «La  Solidad»,  resultando  del  siniestro  cinco  hombres 
heridos.  f 

En  Sancti  Spíritus  se  presentó  á  indulto  el  titulado  coronel  de  Sa- 
nidad del  ejército  libertador  Antonio  Torres.  J 

Había  sido  concejal  autonomista  de  aquella  población. 

Continuaba  la  espectación  que  había  despertado  el  viaje  del  gene- 
ral Blanco  á  O.iente,  y  esperábase  que  diera  resultados  favorables, 
quizás  decisivos  para  la  consecución  de  la  paz. 

La  prensa  reflejaba  impresiones  optimistas  respecto  al  término 
de  la  guerra. 

A  las  Oi-bo  de  la  mañana  del  39  desembarcó  el  general  Blanco 
con  su  Estado  mayor  en  S.ntiago  de  Caba,  siendo  recibido  con  gran 
entusiasmo  por  la  población. 

Dasde  el  muelle  dirigióse  inmediatamente  á  la  catedral,  donde  se 
cantó  un  solemne  Te  Deum,  en  el  que  ofició  de  pontifical  el  arzsbispo 
de  aquella  diócesis. 

El  capitán  general  revistó  después  las  tropas  y  visitó  los  hospita- 
les, concediendo  varias  cruces  á  algunos  oficiales  y  soldados  que  se 
encontraban  heridos. 


447 

La  población  estaba  engalanada,  y  muchos  edificios  públicos  y 
particulares  lucieron  por  la  noche  expJéndida  iluminación,  reinando 
por  todas  partes  la  mayor  animación. 

En  el  gobierno  civil  efectuóse  la  recepción  oficial,  que  fué  muy 
brillante  y  estuvo  muy  concurrida. 

Después,  el  general  Blanco  recibió  numerosas  comisiones,  entre 
éstas  una  de  señoras,  que  le  suplicó  concediera  alguna  cantidad  para 
socorro  de  los  reconcentrados. 

El  general  contestó  á  la  petición,  que  precisamente  era  uno  de  los 
propósitos  de  su  viaje,  y  ordenó  queel  Banco  entregase  mil  pesos  por 
cuenta  del  Estado  para  esos  socorros. 


*  * 


Por  la  noche  la  Diputación  provincial  de  Santiago  de  Cuba  obse- 
quió con  un  banquete  de  75  cubiertos  al  general  Blanco  y  su  comitiva. 

El  presidente  de  la  Corporación  brindó  por  el  ejército,  la  marina  y 
los  voluntarios,  y  el  general  Blanco,  por  el  rey,  la  reina  y  la  pronta 
pacificación  di  la  isla,  que  era  la  aspiración  de  todos. 

Terminado  el  banquete,  el  capitán  general  visitó  el  Casino  Espa- 
ñol y  el  C'ub  de  Ssn  Carlos,  cuyos  socios  le  dispensaron  un  cariñoso 
recibimiento. 

La  visita  al  Club  de  San  Carlos  fué  una  nota  nueva  y  de  lelativo 
interés. 

Aunque  ambas  sociedades  estaban  situadas  en  la  misma  plaza,  re- 
sulta que  se  hallaban  una  enfrente  de  la  otra:  ambas  tenían  el  carácter 
de  sociedades  de  recreo,  pero  las  Aos  significaban  también  en  política 
tendencias  diversas. 

Como  en  Oriente  habían  estado,  estaban  y  seguirían  estando  muy 
vivas  las  pasiones;  como  era  Santiago  de  Cuba  el  punto  donde  quizá  se 


448 

había  hecho  siempre  más  alarde  de  enemiste d  hacia  España,  el  Casino 
Español  había  servido  de  refugio  á  los  que  no  admitían  discusión  en 
punto  á  soberanía,  mientras  el  Club  de  San  Carlos,  cerrada  La  Filar- 
monía, vino  á  representar,  sin  que  sus  estatutos  dijaran  una  palabra,  la 
tendencia  más  radical,  la  autonomía  más  expansiva. 

El  general  Blanco,  realizando  la  política  amplia  de  contemporiza- 


CRUCEKO   «VELASCO» 

ción  y  hasta  de  atracción,  visitó  ambas  sociedades,  y  por  seguro  tenemos 
que  formando  en  su  séquito  irían  al  Club  de  San  Carlos  jefes  y  oficiales 
del  ejército  "español. 

Y  sería  la  vez  primera,  desde  que  estalló  la  guerra  á  la  fecha,  que 
se  vieron  uniformes  en  los  salones  de  aquella  sociedad  de  recreo. 

Después  de  esas  visitas,  el  general  Blanco  embarcó  en  el  vapor 
V  illaverde  para  continuar  á  la  madrugada  su  vieje  de  inspección  hacia 


I 


449 


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Blanco  57 


450 

la  costa  Norte,  donde  visitaría  Gibara  y  Holguin,  pasando  luego  á  Nue- 
vitas  y  desde  este  puerto  á  la  capital  del  Camagüey. 


*  » 


Comunicó  el  día  30  el  comandante  general  de  la  ju'isdicción  de 
Holguin,  general  Luque,  la  noticia  de  un  encuentro  victorioso  con  los 
rebeldes,  el  día  21,  en  Caimasáo,  término  de  Bsguamo. 

Trabado  combate  entre  ambos  bandos,  la  lucha  fué  empeñada  y  ru- 
da; pero  nuestras  tropas  realizaron  coa  acierto  un  movimento  envol- 
vente qu3  desconcertó  al  enemigo,  el  cual  apeló  á  la  foga,  dejando  en 
el  campo  cinco  muertos  y  llevándose  incontables  heridos. 

La  victoria  costó  á  nuestras  fuerzas  dos  soldados  muertos,  y  heri- 
dos el  comandante  don  Segando  Camarero,  el  teniente  señor  Luque, 
hijo  del  general,  y  veinte  de  tropa. 

La  columna  rfgresó  á  Holguin  el  día  27,  al  mismo  tiempo  que  la 
del  general  Linares,  que  había  operado  y  practicado  reconocimientos 
por  la  jurisdicción  de  Bayamo. 

El  ganeral  Luque  pedía  con  urgencia  en  su  despacha  al  Estado ma-      í 

yor  100.000  raciones  y  reses. 

Esta  extraña  petición  revestía  verdadero  interés  y  creemos  necesa 
rio  llamar  sobre  ella  la  atención  por  la  urgencia  con  que  el  general  Lu- 
que pedía  á  la  Habana  raciones  y  reses,  pues  no  hemos  de  olvidar  que 
se  trataba  de  una  jurisdicción,  vivero  siempre  de  ganado  y  plaza  en  co- 
municación fácil  con  Gibara,  cuyo  puerto  no  ofrecía  peligro  alguno. 

Y  nos  fijamos  en  este  aspecto  del  telegrama  por  creer  que  ya  iba 
siendo  hora  de  que  se  antepusieran  á  la  impresión  que  pudieran  produ- 
cir pequeños  encuentros,  calificados  de  entretenimientoj  de  la  guerra, 
aquellos  otros  aspectos  que  constituían  el  neivio  fundamental  del  p;o- 
blema. 


4él 

Difícil  era  que  se  curasen  de  repente  vi'-ios  añejos,  y  uno  de  estos 
fué  el  de  exagerar  las  cosas  en  uno  ú  otro  sentido,  según  la  impresión 
reinante.  Por  esto  volvía  á  hablarse  ala  fecha  de  preparación  de  gran  • 
des  operaciones  en  Oriente,  de  haber  cambiado  radicalmente  las  condi- 
ciones en  la  alimentación  del  soldado,  de  haberse  organizado  ó  consti- 
tuido la  guerra,  logrando  éxitos  tan  traídos  y  llevados  como  la  con- 
quista del  Cauto,  cuya  conservación  exigiría  un  verdadero  ejército  y 
cuya  posesión  costaba  ya  algunas  centenares  de  bajas.  De  esta  manera 
se  alimentaba  una  ilusión  que  al  desvanecerse  con  el  tiempo,  hubo  de 
aumentar  la  amargura  y  el  desencanto  en  la  opinión. 

El  buen  deseo  y  el  celo  con  que  el  general  en  jefe  procuraba  aten- 
der á  las  necesidades  del  soldado  desde  que  llegó  á  Cuba,  habían  pro- 
ducido á  la  fecha  provechosos  efectos,  sin  que  nadie  pudiera  negarlo: 
pero  bien  correspondidas  por  unos,  mal  interpretadas  por  otros  y  des- 
atendidas por  bastantes,  es  lo  cierto  que  sus  disposiciones  no  habían 
dado  el  resultado  que  se  perseguía,  y  así  vimos  que  el  problema  de  la 
alimentación  del  soldado  continuaba  en  pié  á  los  dos  meses  de  dictadss 
aquéllas,  como  se  desprendía  del  despacho  del  general  Luque,  quien, 
apenas  regresaba  á  Holguín  á  los  ocho  días  de  haber  salido,  se  veía  pre- 
cisado á  pedir  alimentos  con  urgencia  para  sus  soldados. 

Y  este  problema  de  las  subsistencias  debiera  haber  merecido  poner- 
le bien  de  relieve,  porque  en  él  iban  envueltos  la  salud  y  el  vigor  del 
soldado  y  porque  además  afectaba  fundamentalmente  al  orden  econó 
mico  y  político. 


♦  ♦ 


Los  desastres  de  la  guerra;  la  ruina  de  muchas  familias;  la  descon 
fianza  que  al  comercio  iaspiraba  el  régimen  imperante;  los  precedentes 
de  suspensión  de  pagos  y  abonarés  incobrables;   la  falta  de  seguridad 


452 

que  se  tenía  en  la  realización  de  los  nuevos  créditos;  el  haberse  con- 
sumido los  fondos  especiales  de  los  cuerpos,  que  suplían  deficiencias 
producidas  por  la  falta  de  pago  de  las  atenciones  corrientes;  todo  esto 
había  creado  una  situación  dificilísima  que  se  determinaba  por  una  ci- 
fra de  65  millones  como  importe  de  obligaciones  pendientes;  la  decla- 
ración de  desiertas  de  la  mayoría  de  las  subastas  para  suministros;  el 
tenerse  que  hacer  en  muchas  ocasiones  con  la  garantía  personal  de  los 
jefes  de  columna,  etc.,  etc. 

No  podía  remediarse  tal  situación  con  la  satisfacción  de  créditos 
por  valor  de  trece  millones  de  pesos,  por  cuya  cantidad  había  girado 
contra  el  Tesoro  Nacional  el  ministro  del  Gobierno  insular  señor  Mon- 
t  Jio,  y  como  no  se  remediaba  con  esto  el  problema,  éste  seguía  con  to 
dos  sus  caracteres,  y  levelación  de  ello  era  la  demanda  del  general 
Laque.  | 

Respecto  de  las  reses  fs  posible  que  por  falta  de  fuerzas  no  se  pu 
dieran  recoger  en  Hjlguín,  pero  las  había   abundantes  en  Oriente  y  en 
el  Camagüey.  Podían  los  jefes  de  columna  llevarlas  á  las  poblaciones 
después  de  abastecerse  en  las  maichas:  claro  está  que  no  habrían  de  lo- 
grarlo sin  batirse. 

En  cuanto  á  las  grandes  operaciones  de  que  se  hablaba,  bueno  fue- 
ra no  echar  en  olvido  que  en  todo  el  departamento  oriental  apenas  si 
había  12.000  hombres  en  condiciones  de  operar  en  la  forma  que  exigía 
U  campaña  en  un  departamento  Heno  de  sierras,  montes  vírgenes,  ríos 
caudalosos  y  donde  el  enemigo  llevaba  tres  años  de  vida  regalada. 

Hubiera  sido  mejor  haberse  fijado  más  que  en  las  cosas  chicas,  en 
las  que  afectaban  al  conjunto  y  entraña  del  problema.  Base  para  esto 
fué  el  despacho  del  comandante  general  de  Ilüiguín. 


A/-TMMÍHÉMJ:«áHñlÜU^~mtt^7iMiiiL.ii>uil(ramtillHU»HlilliHlliyillUill..nn 

'V^HnaaHHU  •wwRwm  rtiiirMUiiriouiRiHiiiii  ■«iHanmín  immtfiuniiHHiiinMi  »wtHW'inHiiiuHwiiHiiii'**«4MnwwiniiiiiiHiinniiiiiiHiiiiMiiniif*wm«.'a7^ 


CAPITULO    XXXVI 


Preocupación  oficial. — Los  planes  y  manejos  de  los  ynnkees. — Hallazgo  del  cadáver  del  te- 
niente coronel  Ruíz. — Su  traslación  ala  Habana. — El  entierro  y  las  honras  fúuebrec — 
Encuentro  en  Quivicán. — Derrota  del  cabecilla  Callazc. — Ataque  del  ingenio  <  !onstan- 
cia». — Muerte  del  cabecilla  González. — Ataque  á  un  convoy. — El  general  Ochoa  eti  Sie- 
rra Maestra.  — Comentarios. — El  viaje  del  general  Blanco. — El  crucero  Vizcaya  á  Nueva 
York. — Salida  del  buque  del  puerto  de  Cartagena.-  Vitita  de  despedida  del  comandante 
general  de  la  escuadra. — Una  buena  costumbre  restablecida. — Lo  que  nosotros  hubiéra- 
mos preferido. 


N  las  legiones  oficiales  no  se  disimulaba  ai  finir  el  meS 
de  Enero  la  preocupación  producida  por  el  estado  de 
los  asuntos  exteriores. 

La  gente  que  no  era  oficial  se  pregu-^.taba  por  la  ra- 
zón de  un  conflicto  posible  capaz  de  surgir  de  meras  visitas  de 
^  cumplido;  puesto  que,  según  las  versiones  ministeriales,  todo 
^7  cuanto  ocurría  en  aquellas  idas  y  venidas  de  barcos  era   pura 

expresión  decordialidad. 
En  rigor,  y  el  conocimiento  de  la  verdad  no  tardó  en  patentizarse, 
lo  que  hubo  fué  que  los  Estados  Unidos  se  vieron  chasqueados  con  los 
resultados  obtenidos  por  la  presencia  del  Maine  en  las  aguas  de  la  Ha- 
bana. Perdida  la  esperanza  en  que  la  duración  de  la  rebeldía,  coa  fuer- 
za bístante  á  consumir  las  fuerzas  de  España,  trajese  á  sus  manos  los 
destines  de  la  grande  Aatilla,  los  norteamericanos  buscaban,  seguí 
muy  luego  se  vio  de  modo  evidente,  el  conflicto  entre  las  dos  naciones. 


454 


Pero  no  querían  aparecer  como  los  provocadores  ante  el  mundo  civi 
lizado. 

Todo  su  afán  á  la  fecha  era  que  la  provocación  material,  el  hecho 
último  del  rompimiento  partiera  de  nosotros.  A  facilitar  la  ocasión  fué 
el  Maine  á  la  bahía  de  la  Habana  y  se  anunciaba  ya  la  próxima  llegada 
de  otro  barco  á  la  de  Santiago  de  Cuba.  Ea  la  misma  Península  e  ra 
probable  que  se  buscase  cualquiera 
agitación  popular  que  pudiera  sei- 
vir  de  causa  ó  por  lo  menos  de  pre 
texto. 

La  conducta  de  la  población  de  la 
Habana  descompuso  sus  planes  y  los 
dejó  en  evidencia  ante  la  faz  de  Eu- 
ropa; pero  no  por  eso  cejaron  en  sus 
arteros  manejos  \o%yankees. 

De  niños  es  cerrar  los  ojos  á  lo 
que  asusta,  creyendo  que  porque  no 
se  le  ve  desaparece;  es  propio  de 
hombres  mirar  frente  á  frente  al  peli- 
gro para  encontrar  el  medio  de  ven 
cerle.  (¿uizá  lo  que  más  hubo  de 
apenarnos  en  la  situación  dificilisi- 
ma  en  que  se  hallaba  la   patria  en 

aquellos  momentos  (situación  más  grave  que  las  que  había  arrostrado 
en  todo  Jo  que  iba  de  siglo),  fué  la  confianza  en  que  veíamos  adorme- 
cidos á  todos  los  que  hubieran  debido  estar  muy  despiertos  y  alerta 
para  procurar  el  remedio. 

El  cartujo  que  le  dice  á  su  hermano  de  reclusión  con  inoportuna 

insistencia  siempre  que  le  encuentra  ¡Morir  tenemos!,  no  es  nada  li.<!o¡i- 
gero  ni  agradable;  psro   realiza  una  obra  misericordiosa  recordándole 

Jo  cerca  que  está  la  muerte  de  la  vida. 


rNO  DE  LOS  SOLDADOS  MUERTOS  EN 
EL  COMBATE  DE  CAIMARAN 


455 


En  el  bohío  donde  ocurrió  la  trágica  escena  de  la  muerte  de  Aran- 
guren  fueron  encontrados  dos  muchachos  que  resultaron  ilesos  de  les 
disparos.  Interrogados  por  el  jefe  de  la  columna  dijeron  que  ellos  co- 
nocían el  lugar  donde  fué  enterrado  por  los  insurrectos  el  cadáver  del 
desgraciado  teniente  coronel  señor  Ruíz. 

En  su  consecuencia,  la  columna  del  coronel  Aranzave  salió  para  el 
sitio  donde  aseguraron  los  chicos  que  yacían  los  restos  del  malaventu- 
rado jeíe,  para  recogerlos,  á  cuyo  efecto  se  llevó  un  sarcófago  metálico. 

Las  noticias  dadas  por  los  dos  muchachos  al  coronel  Aranzave  res 
pecto  al  paradero  del  cadáver  del  malogrado  mártir  de  la  paz,  fueron 
confirmados  por  un  negro  insurrecto  de  la  partida  de  Aranguren  pri- 
sionero de  las  tropas,  y  resultaron  ciertas. 

Fuerzas  enviadas  por  el  general  Valderrama  para  practicar  un  re- 
conocimiento en  el  lu¿ar  indicado  por  aquéllos,  en  la  finca  de  «San 
Joaquín»,  de  Campo  Fiorido,  junto  á  una  mata  de  mango,  encontraron 
en  efecto,  el  día  30,  el  cadáver  del  señor  Ruíz. 

Iba  con  la  columna  el  negro  prisionero  y  un  criado  de  aquél.  Cuan- 
do se  removió  la  tierra  y  quedó  el  cadáver  al  descubierto,  enseguida  lo 
reconoció  el  servidor  de  Ruíz,  al  observar  en  el  cráneo  la  cicatriz  de 
una  antigua  herida  y  otros  rasgos  particulares,  que  destruían  la  meacr 
duda  acerca  de  su  identidad. 

El  cadáver,  que  se  hallaba  ya  en  estado  de  descomposición,  fué 
encerrado  en  el  sarcófago  metálico  y  conducido  á  la  Habana. 

Por  la  noche  entraba  el  fúnebre  convoy  en  la  Habana  custodiando 
los  reitos  del  malogrado  jeíe  de  ingenieros,  que  fueron  depositados  en 
la  Qainta  de  los  Molinos  y  trasladados  después  al  cementerio,  en  don- 
de se  instaló  la  capilla  ardiente. 


466  I 

La  traslación  al  cementerio  del  cadáver  se  efectuó  con  toda  solem-  ¿ 

nidad.  Iba  la  caja  fúnebre  sobre  un  furgón  de  artillería  y  detrás  mar-  í 

a 

chaban  formardo  lucido  séquito,  el  general  segundo  cabo  de  la  Habana,  ^ 

señor  González  Parrado,  todos  los  generales  jefes  y  oficiales  que  se  ha-  ^ 

liaban  en  la  capital  y  muchos  amigos  particulares  del  finado.  1 

A  la  mañana  siguiente  recibió  cristiana  sepultura,  haciéndosele  los 
honores  correspondientes. 

¡D.  £.  P.  el  heroico  jefe  del  ejército  español! 


♦** 


El  batallón  de  Otumba  batió  el  día  31  cerca  de  Quivicán  á  la  par- 
tida de  Collazo. 

Hallábase  el  enemigo  en  posesión  de  posiciones  muy  respetables 
que  rodeaban  y  defendían  su  campamento,  donde  tenían  víveres  abun- 
dantes, aitillería  y  otros  pertrechos  de  guerra. 

Los  rebeldes  fueron  desalojados  de  sus  posiciones  y  puestos  en  fu- 
ga, abandonando  tres  muertos  y  quedando  el  campamento  en  poder  de 
nuestras  tropas. 

Al  siguiente  día,  fuerzas  del  propio  batallón,  al  mando  del  teniente 
coronel  señor  Ruíz  Adame,  con  los  escuadrones  de  Pizarro  y  Numancia 
de  la  división  de  la  Habana,  volvieron  á  batir  en  Conseca  á  la  propia 
paitida  de  Collazo,  haciéndole  17  muertos,  que  recogieron,  y  cuatro  pri- 
sioneros, armamentos,  municiones  y  efectos. 

La  columna  tuvo  en  los  dos  encuentros  11  soldados  heridos  y  cua- 
tro caballos  muertos. 

El  día  39  una  partida  eneoaiga  atacó  el  corte  de  caña  del  ingenio 
«Constancia»  de  Larrondo,  en  Las  Villas. 

Acudió  á  rechazar  á  los  rebeldes  una  guerrilla  particular  de  movi- 
lizados pagada  por  el  dueño  del  ingenio,  y  el  combate  fué  bastante  rudo 


457 

y  muy  sangriento,  muriendo  en  la  refriega  el  jefe  de  la  guerrilla  y  once 
individuos  de  ella. 

También  murieron  cinco  paisanos  délos  que  trabajaban  en  el  corte 
de  caña,  y  quedaron  otros  cuatro  heridos. 

Los  rebeldes  dejaron  en  el  campo  dos  muertos,  que  al  ser  recogí- 


INSURRECTOS  DE  TIOILANCIA  EN  LAS  TRINCHERAS  DE  UN  CAMPAMENTO 


dos  é  identificados  resultaron  ser  el  cabecilla  Miguel  González  y  el  ti- 
tulado teniente  Felipe  Rodríguez. 

En  la  zona  de  Sancti  Spíritus  fue  atacado  un  convoy   á  Mayaji- 
gua  por  la  partida  de  Alonso,  de  2 3o  hombres,  emboscados  en  Riga, 
que  causaron  á  las  fuerzas  que  custodiaban  aquél,  siete  muertos  y  tres 
Blanco  58 


458 

heridos,  contándose  entre  los  primeros  el  teniente  don  Josquín  Millán 
AibECÍn  y  un  sargento.  Fuerzas  de  ingenieros  persiguieron  á  la  parti- 
da, y  el  batallón  de  Borbón  batió  un  grupo  enemigo  hiciéndole  diez 
muertos  y  tres  prisioneros  y  cog'éndole  armas  y  caballos. 

El  batallón  de  Murcia  alcanzó  á  otro  grupo  de  la  partida,  al  que 
causó  seis  muertos  y  le  cogió  armas. 

En  Manzanillo,  el  general  Ochoa  batió  al  enemigo  en  Sabanatama; 
y  penetrando  en  las  estribaciones  de  S:erra  Maestra,  llegó  á  Dos  Bocas 
y  Triflna  y  tomó  el  campamento  de  una  antigua  colonia  militar  que 
pertenecía  al  gobierno  de  una  subprefectura,  con  talleres  de  herrería  y 
zapatería,  que  destruyó,  recogiendo  cuatro  muerto?,  cinco  armas  de 
fuego,  cuatro  caballos  y  botiquín. 

La  columna  tuvo  siete  heridos  de  tropa. 

En  la  línea  férrea  de  Matar  zas  á  Güines,  cerca  de  este  último  pur- 
to  (Habana),  estalló  el  día  2  una  bomba  de  dinamita  colocada  por  los 
rebeldes  en  la  vía,  al  pasar  un  tren  de  viajeros. 

Por  fortuna  no  ocurrió  ninguna  desgracia  personal. 


* 


Ofrecieron  algún  interés  estas  últimas  noticias  de  la  guerra,  y  me- 
recen, por  tanto,  algún  comentario  para  que  nuestros  lectores  puedan 
formar  concepto  de  le  marcha  de  los  sucesos. 

El  ítaque  al  ingenio  «Constancifc»,  situado  en  Las  Villas,  produjo 
desagradable  efecto. 

Fuera  el   ftC-jcstanda»  del  marquéj  de  Apezteguíp,   no  otro  del 
mismo  nombre  y  de  la  propiedad  de   Larrondo,  también  enclavado  en 
aquella  provincia,  siempre  resultaba  que  había  sido  vigorosamente  ata- 
cado por  los  rebeldes,  que  habían  resultado  muertos  el  jefe  de  la  par 
tida  y  el  de  la  guerrilla,  que  habían  muerto  combatientes  de  ambas 


459 

partes,  y  que  habían  caído  también  víctimas  de  la  lucha  sostenida, 
cinco  infelices  trabajadores. 

Como  el  «Constancia»  conocido  era  el  del  marqués  de  Apezteguía, 
y  como  éste  habla  sido  conminado  por  Máximo  Gómez  un  mes  antes 
para  que  suspendiera  los  trabajos  de  corte  y  molienda,  con  la  amenaza 
de  arrasar  la  finca  si  no  cumplía  esta  orden,  y  como  el  señor  marqués 
despreció  tal  amenaza,  negándose  á  suspender  los  trabajos  y  diciendo 
&\  generalisimo  que  íaera.  ala.  ñaca,  donde  se  le  recibiría  á  tiros,  in- 
clinóse la  gente  á  creer  había  sido  el  ingenio  de  este  señor  el  atacado; 
paro  fuera  éste  ó  el  otro,  la  importancia  estuvo  en  el  hecho,  no  sólo 
porque  hacía  tiempo  que  en  aquella  zona  azucarera  no  había  fuerzas 
rebeldes  para  ataques  tan  rudos,  sino  por  efectuprse  después  de  las 
presentaciones  que  en  Las  Villas  se  habían  realizado,  dando  alientos 
al  optimismo. 

Respetando  los  informes  que  de  allí  llegaron,  nos  llamó  la  aten- 
ción que  un  cabecilla  como  Collazo  tuviera  artillería  en  el  campamen- 
te de  Qaivicán,  al  ser  atacado  por  el  batallón  de  Otumba;  porque  el 
tal  Collazo,  que  no  era  el  Enrique  conocido,  sino  un  mulatón  cual- 
quiera, no  había  pasado  nunca  de  ser  el  jefe  de  una  manada  de  ban- 
doleros. 

Y  por  último,  era  interesante  el  pronto  regreso  á  la  Hibana  del 
digno  genersl  Blanco,  señalado  por  los  corresponsales  para  de  un 
momento  á  otro. 

La  expedición  había  silo  má5  corta  de  lo  que  se  creyó  al  salir  de 
la  Habana. 

El  viaje  del  gobernador  g;neral  originó  una  gran  espectación. 

Como  la  fantasía  de  las  gentes  no  solía  tener  límite,  sobre  todo  en 
estas  cosas  de  la  guerra  y  de  la  política  cubana,  como  sobre  ello  se  de 
cía  y  se  escribía  más  por  prejuicios  que  por  conocimiento  de  la  serena 
realidad,  se  hizo  entender  que  aquel  visjj  obedecía  á  una  de  estas  dos 


460 

causas:  ó  asistir  á  la  intuguración  de  una  vigorosa  y  combinada  ofen- 
siva en  Oriente  que  demostrara  gran  impulso  en  las  operaciones,  ó  á 
dar  con  su  presencia  en  aquel  departamento,  mayor  relieve  á  los  actos 
de  sumisión  de  importantes  cabecillas. 

Da  estas  exageraciones  resultó  un  mal. 

Fué  difícil  evitar  cierta  desilusión  en  las  gentes  al  ver  llegar  á  Ja 
Habana  ti  general  Blanco  sin  que  se  hubiera  realizado  ninguno  de 
aquellos  supuestos  objetos  de  su  vifje. 

¿Nx»  hubiera  sido,  por  tanto,  más  prudente  no  haber  dado  al  viaje 
otras  proporciones  que  las  que  tenía,  que  al  fin  no  eran  otras  que  las 
de  girar  una  visita  que  podría  llamarse  de  inspección,  recogiendo  per- 
sonalmente impresiones  y  noticias  sobre  el  terreno  en  el  departamento 
donde  la  guerra  ofrecía  mayor  importancia? 

Si  asi  se  hubiera  hecho,  á  nadie  habría  extrañado  la  vuelta  del 
general  Blanco  á  la  Habana,  sin  que  se  hubiese  iniciado  la  ofensiva  y 
sin  que  Rabí  y  otros  cabecillas  hubieran  hecho  ante  él  su  presentación. 


i 


* 


Navegaba  ya  hacia  las  cost&s  americanas  el  crucero  Vizcaya,  en- 
cargado de  devolver  la  visita  hecha  por  el  Maine  á  la  Habana. 

Uno  délos  mejores  buques  de  nuestra  Armada,  el  que  llevaba  el 
nombre  de  la  noble  comarca  española  que  guarda  más  hierro  en  las 
entrañas  de  su  tierra,  y  que  tantas  pruebas  \\\  dado  de  amor  al  trabajo 
y  á  la  libertad,  navegaba  con  lumbo  á  los  Estados  Unidos,  para  desple- 
gar frente  á  los  puertos  yankees  la  bandera  española. 

A  las  dos  y  media  de  la  tarde  del  último  día  de  Enero  zarpó  con 
rumbo  á  Las  Palmas,  para  continuar  viaja  á  la  América  del  Norte,  el 
acorazado   Vi\taya. 

La  salida  del  buquj  de  guerra  del  puerto  de  Cartagena   fué  real- 


461 

mente  solemne.  Inmenso  público  ocupaba  las  escolleras  de!  muelle, 
prorrumpiendo  en  calurosos  vivas  á  España  y  á  la  Marina.  Numerosos 
totes  acompañaron  hasta  la  salida  del  puerto  al  barco.  Las  tripulacio- 
nes del  Oquendo  j  del  María  Teresa,  subidas  en  las  vergas,  daban  vi- 
vas á  España  y  á  nuestros  marinos.  La  música  de  la  escuadra  tocó  la 
marcha  de  Cádi^.  El  entusiasmo  en  aquellos  solemnes  momentos  fué 
indescriptible. 

Poco  antes  de  levar  ancles  estuvo  á  bordo  del  Vi:{caya  el  coman- 
dante de  la  escuadra,  contralmirante  don  Pascual  Cervera,  y  despidió 
á  la  tripulación  con  las  siguientes  patrióticas  frases: 

«—Vengo  á  despediros  en  nombre  de  la  patria,  del  rey  y  del  Go- 
bierno, y  en  representación  de  todos  vuestras  compañeros,  deseándoos 
buen  vif  J3  y  congratulándome  del  excelente  espíritu  que  noto  en  vo- 
sotros y  que  es  igual  en  toda  la  escuadra  de  España. 

s>La  misión  que  lleváis  es  de  paz  y  la  cumpliréis  bien  seguramen- 
te, como  cumpliríais  de  igual  modo  otra  cualquiera. 

»¡Q  le  mañana  tengáis  el  gusto  que  yo  teago  hoy  de  abrazar  en  ;  u 
despedida— á  los  que  marchan  en  honrosa  comisión, — á  los  que  de  jó- 
venes hayan  navegado  con  vosotros  cuando  mandéis  una  escuadra! 

»Siento  no  acompañaros,  pero  pronto  nos  hemos  de  ver.  ¡Viva  la 
patria!  ¡Viva  el  rey!  ¡Viva  la  reina!  ¡Viva  la  Marina  española!» 

Estas  frases  fueron  acogidas  con  inmenso  entusiasmo,  y  los  vivas 
contestados  con  delirio. 


*  * 


Con  ese  cambio  de  vi«.itas  y  con  la  anunciada  de  un  crucero  noi- 
teameiicano  á  Santiago  de  Cuba,  pulimos  ya  considerar  restablecida 
la  buena  costumbrt-,  que  no  debió  interrumpirse  nunca,  mjnos  en  cir- 


462 

cunstancias  anormales  como  las  de  Caba,  de  qu  ;  los  buqujs  de  guerra 
extranjiros  frecuentasen  nuestros  puertos  y  nuestros  buqujs  visitaran 
los  suyos. 

Rota  hacía  tres  años  esta  costumbre,  por  inspiración  del  peor  de 
los  enemigos,  el  miedo,  y  restablecida  á  la  fecha,  au  ique  en  hora  ino- 
portuna, por  ioiciativa  del  Gobierno  yankee,  correspondía  al  nuestro 
utilizar  todos  aquellos  provechos  que  eran  la  consecuencia  natural  de 
esas  visitas. 

Debiérase  la  visita  del  Maim  ni  propó;ito  de  hacer  tan  s5lo  un 
acto  de  cortesía,  ó  bien  al  temor  de  que  en  la  Hibaua  se  atrepellara  á 
algún  subdito  norteamericano  renl  ó  postizo,  nuestro  Gobierno  es- 
taba en  el  deber  de  devolverla,  y  comisionó  al  Vi'icavj  para  que  lo 
h'ciera.  Nosotros  hubiéramos  preferido  que  la  devolvieran  los  des- 
íroyers,  que  soa  buques  más  modestos,  y  en  cuya  visita  nioguna  na- 
ción podía  ver  alardes  de  fuerza,  en  ocasiones  molestos;  pero  nada 
impedía  que  las  devolviesen  unos  y  otros. 

Se  quejaban  los  yankecs  de  que  la  vigilancia  que  habían  tenido 
que  establecer  en  sus  costas  en  obsequio  al  Gobierno  español  para  im- 
pedir las  expediciones  filibusteras,  les  había  obligado  á  gastar  crecidas 
sumas  que  el  gobierno  yankee  hacía  subir  á  algunos  millones  de  pe- 
setas. 

Con  la  presencia  de  nuestros  caza -torpederos  en  los  puertos  eo 
que  se  venían  organizando  las  expediciones,  sierr.pre  previamente  co- 
nocidos por  la  policía  que  tenía  organizada  nuestro  infatigable  minis- 
tro señor  Dupuy  de  Lome,  el  Gobierno  español  pudiera  haber  releva- 
do al  americano  de  esos  gastos  y  molestias  que  htsta  la  fecha  habían 
sido  de  resultados,  no  ya  deficientes,  sino  totalmente  nulos. 

En  cambio,  uno  de  nuestros  destróyeres,  fondeado  cerca  del  bu- 
que que  pretendiera  llevar  una  expedición  y  que  lo  siguiera  en  su  via 
je,  hubiera  dado  seguramente  resullsdos  mucho  más  satisfactorios. 


463 

Nada  había  en  esto  de  agresivo,  ni  siquiera  de  descortés;  nada  que 
menoscabase  en  lo  más  mínimo  los  derechos  ni  los  prestigios  de  nadie. 

¿Por  qué,  pues,  no  se  aprovechó  la  visita  cambiada  entre  los  bar- 
cos americanos  y  los  españoles,  para  hacer  lo  que  debiera  haberse  he 
cho  desde  el  principio  de  la  insurrección  cubana?... 


CRUCERO    «ISLA.    DE    LUZON» 

Acompañar  y  vigilar  no  constituye  atentado  alguno  en  ningún 
Código,  y  hubiera  bastado,  quizá,  con  la  compañía  de  uno  de  nuestros 
destróyer s,  cuya  velocidad  es  tres  veces  mayor  que  la  de  los  buques 
filibusteros,  para  que  ninguno  de  éstos  intentase  siquiera  un  desem- 
barco en  Jas  costas  de  la  gran  Antilla. 


CAPITULO    XXX  Vil 


Todo  por  la  paz. — Escasez  de  noticias. — Rumores  desag.adablei. — Ni  optimistas  ni  pesimis- 
tas.— El  general  Blanco  en  Gibara.  —  Presentación  de  un  oficial  yatikee, — La  dinamita  en 
Cuba. — Explosión  de  dos  bombas  al  paso  de  un  tren.— Ataque  de  los  rebeldes.  —  Columna 
de  socorro. — El  enemigo  rechazado  y  duramf-nte  castigado. — Consideraciones. — Combate 
en  Arrojo  Hondo. — Operación  combinada  contra  Calixto  García. — Las  columnas  de  los 
generules  Linares  y  Luque. — Destrucción  de  campamentos  y  defensas,  y  dispersión  de 
partidas. 


'oDO  por  la  psz.   Este  era  el  lema  de  cuantos  creye 
ron  de  bueaa  fé  que  la  paz  se  lograría  con  Ja  conce- 
sión de  una  amplia  autonomía  á  Cabn;  pero  los  meses 
transcurrían,  se  realizaban  cuantos   esfuerzos  eran  po- 
sibles, y  todavía  no  se  vislumbraba  el  día  feliz  y  deseado  por 
todos. 

Con  mejor  voluntad  que  fortuna  veníase  procurando  en 
^^^^     Cuba  un  movimiento  social  en  favor  déla  paz,  esfuerzos  gene- 
^Ví)        rosos  que  pronto  se  traducirían  en  listas  y  excitaciones  de  ca 
rácter  público,  para  que  se  supiera  que  había  en  equel  país  fuerzas  socia- 
les de  importancia  que  no  querÍ9n  la  guerra. 

El  mes  de  Febrero  que  iba  deslizándose,  fué  el  que  se  trataba  de 
aprovechar  en  los  trabajos  para  la  paz;  mes  que  ofreció  todos  los  carac- 
teres de  armisticio,  mes  en  el  que  el  general  en  jefe,  jefes  en  operacio- 
nes, gobierno  insular,  prensa  y  hasta  las  señoras  pusieron  su  influencia 
y  poder  al  servicio  de  la  psz  por  medio  del  convencimiento. 


465 

Para  lograrlo  no  hubo  nada  que  no  se  ofreciera,  no  hubo  resorte 
que  no  se  tocase,  no  hubo  garantía  que  no  se  facilitase. 

Labor  extraordinaria,  esfuerzo  colosal,  empleados  para  el  logro  de 
la  paz  deseada. 

Si  nada  se  conseguía,  si  al  final  de  la  jornada  en  busca  de  la  paz  se 
encontraba  un  campo  estéril  para  tales  beneficios,  volvería  la  lucha 


CRUCERO    «CASTILLA» 


apasionada  y  sin  tregua,  la  ofensiva  eficaz  y  violenta:  tal  era  al  menos 
lo  que  había  ofrecido  el  general  Blanco. 

Hubo  que  esperar  lo  que  saldría  de  todo  esto;  pero  tal  espera  había 
de  mortificarnos,  porque  el  tiempo  tenia  para  nosotros  un  valor  inapre- 
ciable. 

Los  días  que  se  pasasen  en  la  inacción  producirían  grandes  desgas- 

Blanco  69 


460 

tes  en  nuestro  campo  y  serían  vida  para  el  enemigo,  que  confiaba  en 
vencer  por  mayor  resistencia. 

Pasado  Fvibrero  ¿qué  tiempo  quedaba  en  Oriente  para  operar? 

Escasamente  mes  y  medio,  y  eso  apenas  si  sería  bastante  para  mo- 
verse en  aquel  laberíatico  departamento. 

Esta  era  la  situación  de  las  cosas  en  Cuba  al  comenzar  el  mes  de 
Febrero  del  98. 


# 
*  * 


Las  noticias  de  la  guerra  carecían  de  importancia.  So  recibían  mu- 
chos telegramas,  pero  no  contenían  má"  que  menudencias. 

El  general  Pando,  que  llegó  el  día  1°  á  Cienfuegos,  se  embarcó 
para  la  costa  Narte  con  el  propósito  de  encontrarse  con  el  general  Blan- 
co qui  era  esperado  el  día  2  en  Gibara. 

En  los  círculos  políticos  se  cotizaron  el  día  3  rumores  desagrada- 
bles, relacionados  con  la  guerra  y  la  situación  política  de  la  isla. 

El  mismo  fuiídamento  tenían  esos  rumores,  que  los  circulados  en 
los  anteriores  días  anunciando  la  pacificación  de  la  gran  Antilla  para 
el  plazo  de  una  semana. 

Ni  lo  uno,  ni  lo  otro. 

Los  alarmistas  por  una  parte,  y  cié;  tos  amigos  oficiosos  del  Gobier- 
no por  la  otra,  nos  sorprendían  frecuentemente  con  noticias  que  eran 
más  ó  m  mos  interesantes  hasta  que  se  demostraba  su  falsedad,  y  con 
l9s  cudes  no  se  f  (vorecia  gran  cosa  la  causa  de  la  paz  en  que  tanto  in- 
teréi  tenia  el  país  entero. 

Los  rumores  del  citado  día  3  se  relacionaban  con  la  situ  <ción  del 
gobierno  insular. 

Se  dijo  que  el  miaistro  de  Gobernación  y  Justicia,  señor  Govín, 


I 


i 


467 

había  dimitido  su  cargo,  como  medio  de  obligar  á  que  se  hiciera  una 
modificación  de  aquel  gabinete  en  sentido  radical,  para  pactar  con  los 
insurrectos  la  paz  de  Cuba  reconociéndoles  los  grados. 

Y  se  añadió  que,  noticioso  de  todo  ello  el  general  Blanco,  había  re- 
gresedo  precipitadamente  á  la  Habana. 

El  general  Blanco  debía  llegar  á  la  capital  de  la  isla  de  un  momen- 
to á  otro.  Lo  tenía  así  anunciado  desde  tres  días  antes. 

Ptro  el  Gobierno  no  tenía  noticia  del  puato  en  que  se  encontraba  á 
la  techa  el  capitán  general  de  Cuba. 

En  cuanto  al  resto  del  rumor  alarmista,  bastíi  decir  que  tenía  el 
mismo  fundamento  que  la  llegada  del  general  Blanco  á  la  Habana. 

Ni  pesimistas  ni  optimistas.  Ni  el  yieje  del  general  Blanco  tenía  la 
importancia  que  se  le  dio,  ni  aquellas  famosas  noticias  que  anunciaron 
poco  menos  que  la  total  pacificación  de  Cuba  en  aquella  misma  semana, 
tenían  fundamento  alguno,  ni  había  sufrido  el  grfcve  problema  altera- 
ción sensible  en  sentido  optimista  ni  pesimista,  ni  ocurrió  nada  que 
rompiera  el  estado  de  atonía  en  que  se  vivía. 

Esta  es  la  resultante  que  se  determinó  por  los  mismos  periódicos 
que  hicieron  concebir  ilusiones  de  venturosa  pacificación. 


*** 


España  era  fiel  retrato  en  aquella  fecha  del  personrje  de  Terencio, 
que  se  atormentaba  á  si  mismo. 

Nada  nuevo  había  ocurrido  ni  en  Cuba  ni  en  nuestras  relaciones 
con  la  República  norteamericana  que  justificase  los  pesimismos  de  un 
día,  tan  gratuitos  como  el  optimismo  de  otros. 

En  la  gran  Antilla  se  hallaban  las  cosas  y  las  personas  en  marcha 
regular  por  el  camino  derecho,  que  era  además  el  único  posible  y  á  cu- 


468 

yo  extremo  había  que  llegar,  no  de  UQ  vuelo,  siao  con  paso  seguro  y 
por  progresivas  etapas. 

Ss  avanzaba,  explorando  el  terreno,  y  se  trabajaba  en  los  intereses 
y  en  los  áaicnos,  segúa  es  de  costumbre  y  de  necesidad  hacerlo  en  los 
momentos  que  preceden  á  la  terminación  de  todas  las  guerras  civiles. 

Tampoco  había  habido  cambio  alguno  en  la  actitud  del  gobierno 
de  Washington.  Podría  pensar  y  desear  todo  lo  mal  que  se  quiera,  pe- 
ro teníamos  que  atemperarnos  á  lo  que  decía,  si  bien  no  perdiendo  un 
instante  de  vista  sus  manejos  arteros  y  viviendo  á  toda  hora  preveni- 
dos y  apercibidos. 

No;  no  respondieron  á  nada  cierto,  á  nada  nuevo,  á  nada  malo,  las 
aciagas  impresiones  acogidas  dicho  día  por  una  parte  del  público.  Por 
otra  parte,  no  creímos  nunca  que  el  Gobierno  central  fuera  tan  débil 
que  prestara  oídos  á  ciertas  pretensiones  y  nos  complació  el  ver  que 
hacía  público  su  propósito  de  vencer  en  Cuba,  no  tolerando  nada  que 
significase  rebajamiento  para  la  patria. 

Carecía  por  lo  visto  el  Gobierno  de  noticias  refarentes  á  la  crisis 
que  amenazaba  al  gobierno  insular,  y  en  caso  alguno  entendía  que  pu- 
diera modificarse  la  Constitución  cubana. 

No  autorizaba  optimismos,  y  rechazaba  todo  cuanto  se  decía  sobre 
el  fracaso  del  régimen  autonómico. 

Negó  que  las  relaciones  con  los  Estados  Unidos  atravesasen  un  pe- 
ríodo crítico,  y  aceptó  como  verdadera  cortesía  la  presencia  de  los  bar- 
cos americanos  en  nuestros  puertos  antillanos. 

Aparentaba  no  impacientarse  por  la  falta  de  operaciones  de  guerra 
y  seguía  esperando  en  el  brío  y  la  abnegación  de  España  para  llegar  á 
la  pacificación  de  la  isla  y  á  la  solución  del  problema,  asistida  por  el 
concurso  déla  opinión  universal,  ante  cuyo  fallo  era  indiscutible  é  im- 
prescriptible su  derecho. 


469 


*** 


El  día  I."  llegó  el  general  Blanco  á  Gibara,  cuya  población  hizo  al 
gobernador  general  un  recibimiento  cariñoso  y  entusiasta.  La  multitud 
que  acudió  á  saludarle  dio  muchos  y  entusiastas  vivas  á  España,  á  Cuba 
española,  al  general  Blanco  y  á  la  autonomía. 

El  general  en  jefe  asistió  al  Te  Deum,  y  después  revistó   las  fuer- 


CRUCERO   «INFANTA   ISABEL. 


zas  de  la  guarnición  y  conferenció  extensamente  con  el  general  Luque 
y  los  jefes  de  los  partidos  locales. 

Entre  otras  medidas,  ordenó  el  general  Blanco  la  movilización  de 
una  compañía  de  voluntarios  y  socorrió  ¿  los  reconcentrados. 

Las  operaciones  militares  realizadas  por  los  generales  Luque  y  Li- 
nares, dieron  por  resultado  que  Calixto  García  tuviera  que  fraccionar 
las  fuerzas  de  su  mando,  no  consiguiendo  atacar  á  Sama,  como  se  pro- 
ponía. 

Sama  es  un  barrio  cercano  al  puerto  del  mismo  nombre,  el  cual  se 


470 

halla  en  la  costa  Norte,  próximo  al  S.  O.  de  Punta  Gordo,  en  el  caho 
de  Lucrecia. 

Las  divisiones  que  mondaban  dichos  generales  continuaban  en 
mayor  escala  las  operaciones. 

En  la  madrugada  del  3,  el  general  Blanco  continuó  viaje  á  Nue- 
vitas. 

En  marcha  por  elcamino  de  Holguía  la  columna  que  mandaba  el 
general  Linares,  presentóse  á  éite  un  yankee  bien  vestido,  quien  dijo  i 
que  era  capitán  de  artilleiía  del  ejército  norteamericano  y  había  es- 
tado al  servicio  de  los  insurrectos,  y  que  se  'presentaba  á  indulto  por- 
que los  rebeldes  no  le  habían  cumplido  las  promesas  que  le  hicieren 
de  pagarle  determinada  cantidad  mensual. 

El  oficial  del  ejército  y arkee  llevaba  en  el  cinto  5.000  pesos  en 
oro. 

Las  columnas  que  operaban  en  Las  Villas  hicieron  prisionero  i  un 
titulado  jt fe  de  Sanidad  de  los  rebeldes,  y  ocuparon  7.500  cartuchos  y 
varias  armas. 

En  el  departamento  oriental,  cerca  de  la  estación  de  San  Vicente, 
próxima  á  Santipgo  de  Cuba,  estallaron  dos  bombas  de  dinamita  al  pa- 
sar un  tren  que  conducía  trabejadores  por  la  trinchera  del  Mao,  entre 
Boniato  y  San  Vicente,  que  inutilizaron  la  plataforma  de  un  coche  y 
unajiula  con  ganado. 

Los  iníurrcctos  que  habían  colocado  las  bombas  y  esperaban  em- 
boscados en  las  inmediaciones,  y  que  eran  unos  cien  hombres  capita- 
neados por  el  cabecilla  Cebreco,  trataron  de  arrojarse  sobre  el  tren, 
contra  el  que  hicieron  nutrido  fuego;  pero  la  escolta,  formada  por  17 
soldados,  les  hizo  frente  y  los  contuvo  contestando  al  fuego. 

Las  explosiones  dividieron  el  tren  en  dos,  y  la  máquina,  que  no 
sufrió  avería  alguna,  continuó  la  marcha  á  toda  velocidad  hasta  la  pró- 
xima estación  de  San  Vicente. 


471 

Dado  allí  aviso  de  lo  que  ocurría,  salieron  la  guerrilla  local  y  un 
escuadrón  de  caballería  en  socorro  del  tren  detenido. 

Estas  fuerzas  llegaron  rápiíiamente  al  sitio  en  que  aún  continua- 
ban defendiéndose  los  17  valerosos  soldados  de  la  escolta,  y  cargaron 
sobre  el  enemigo,  que,  ante  la  ruda  ?cometida,  h  lyeron  y  se  dispersa- 
ron, abandonando  en  el  campo  cinco  mué  tos  y  armas. 

Los  guerrilleros  de  Dos  Bocas  aseguraron  que  ios  rebeldes  se  lle- 
varon muchos  heridos. 

Las  consecuencias  de  la  explosión  de  las  bombas  fueron  lamenta- 
bles, pues  de  los  trabsjadores  de  la  línea  resultaron  uno  muerto  y  diez 
heridos  de  gravedad,  siendo  las  bajas  de  la  tropa  tres  soldados  muertos 
y  cinco  heridos,  más  otros  tres  por  efecto  de  la  explosión. 


* 
*  * 


Ese  nuevo  atentado  de  los  rebeldes  orientales  ofreció  bastante  in- 
teré;,  no  sólo  por  continuar  los  wííwtóís  su  criminal  campaña  dina- 
mitera contra  los  ferrocarriles,  sino  por  el  lugar  donde  se  produjo  el 
siniestro  y  el  choque  entre  la  guerrilla  de  Dos  Bocas  y  el  cabecilla  Ce- 
breco. 

Está  tan  próximo  á  Santiago  de  Cuba,  que  se  recorre  la  distancia 
á  caballo  en  tres  cuartos  de  hora  por  el  camino  que  va  al  Cristo. 

Y  fué  de  llamar  la  atención  que  u'\  cabecilla  de  la  importancia  de 
Cebreco,  sustituto  de  José  Maceo  y  segundo  de  Calixto  García  en  aquel 
departamento,  se  atreviera  á  llegar  á  Dos  Bocas,— el  lujar  más  pinto- 
resco de  Cuba — y  San  Vicente,  con  sólo  cien  hombres,  pues  sólo  se  ex- 
plica, ó  por  haberse  subdividido  extraordinariamente  lasfuerzí^s  rebel- 
des, ó  por  gozar  de  una  confianza  grande,  casi  absoluta. 

Una  columna  formada  por  el  batallón  de  Extremadura  y   varias 


47-2 

guerrillas,  batió  en  Arroyo  Hondo  (Las  Villas)  á  las  partidas  concen- 
tradas de  Alejandro  Rodríguez  Machado  y  otros  cabecillas,  que  forma- 
ban un  total  de  6 do  infantes  y  6o  caballos. 

El  combate  duró  cinco  horas,  y  los  rebeldes  al  retirarse  dejaron 
en  el  campo  27  muertos,  un  prisionero,  muchas  municiones,  varias  ca- 
jas de  dinamita  y  un  cañón. 

La  columna  tuvo  un  muerto  y  tres  heridos. 

Practicando  reconocimientos  la  columna  del  general  Linares  por 
varios  puntos  cerca  de  Holguín,  sostuvo  reñidos  combates  con  partidas 
rebeldes  que  ocupaban  obras  de  defensa  bien  atrincheradas. 

Los  rebeldes,  perfictamente  municionados,  estaban  escalonados 
en  el  camino  y  se  opusieron  á  la  marcha  de  la  columna.  Esta  los  arro- 
lló briosamente,  obligándoles  á  retirarse  y  á  dejar  franco  el  camino, 
causándoles  muchas  bajas. 

La  columna  tuvo  cuatro  soldados  muertos  y  dos  oñciales  y  treinta 
y  un  soldados  heridos. 


Hacía  días  que  había  coincidido  en  Holguín,  con  las  fuerzas  de 
aquella  comandancia  general,  la  columna  del  general  Linares  que  man- 
daba la  jurisdicción  de  Santiago. 

Dijpués  de  conferenciar  este  general  y  el  jefe  de  la  zona,  general 
Luque,  con  el  general  Blanco,  en  Gibara,  emprendieron  operaciones 
combinadas  al  objeto  de  quebrantar  al  enemigo,  reconcentrado  en 
aquella  jurisdicción  para  mantener  la  comunicación  con  las  fuerzas  in- 
surrectas del  Camagüey. 

Apenas  el  general  Luque  movió  sus  fuerzas  hacia   el  interior,  en- 


4'73 


contró  al  enemigo  en  Melones,  viéndose  obligado  á  sostener  combate 
en  el  que  tuvo  su  columna  nueve  heridos. 

El  enemigo  dejó  en  el  campo  seis  muertos. 

Convencido  Cilixto  García  de  la  imposibilidad  de  realizar  el  plan 
que  le  llevó  á  Halguín,  dividió  sus  fuerzas  y  eludió  la  persecución  re- 
dándolas en  extensa  zona,  que  el  general  en  jefe  durante  su  estancia 

en  Gibara,  dispuso  fuera 
minuciosamente  reconoci- 
da subdividiendo  las  co- 
lumnas, sin  perder  enlace, 
para  aumentar  el  número 
y  contrarrestar  con  movi- 
mientos rápidos  y  combi- 
nados la  diseminación  de 
los  rebelde?,  obligándoles 
á  empeñar  combate. 

Cumpliendo  las  instruc- 
ciones del  general  en  jefe, 
fraccionó  el  general  Luque 
su  fuarza  reforzada  con  el 
batallón  de  Vergara  y  dos 
piezas,  en  tres  columnas, 
que  partieron  de  Fray  Be- 
nito de  Guanajay  y  IIol- 
güín,   con   orden   de  penetrar  en  Melones  y  reconocer   después  Las 
Margaritas,  las  cuales  sostuvieron  fuego  en  el  lindero  de  Palma  y  en 
Seletón  de  Melones. 

Dominadas  las  lomas  por  nuestras  tropas,  atacaron  éstas  de  revés 
las  trincheras,  forzando  al  enemigo  á  retirarse  en  dirección  á  San  Juan 
de  Puercas  y  Biraguamo,  de  donde  habían  de  salirle  al  encuentro  les 
Blanco  6o 


EL   TENIENTE   CORONEL   HERA.S 


474 

fueizss  del  general  Linares,  que,  en  electo,  le  escarmentaron  duramen- 
te, trabando  rtñidos  ccmtatcs  en  Sao  de  las  Minas,  Doña  Mirla  de  Ba- 
guamo  y  Berjandón  de  Bb guamo. 

Al  miimo  tiempo  que  las  fuerzas  del  general  Luque  avanzaban 
hacia  las  trincheras  enemigas,  la  columna  del  general  Linares  practi- 
caba reconocimientos  en  puntos  inmedi&tos  á  Holguín,  ea  los  cuales 
se  demostró  que  el  enemigo  había  realizado  muchas  obras  de  defensa 
á  fin  de  dificultar  la  marcha  de  las  tropas. 

Bien  pronto  se  penetró  el  general  Linares  de  que  los  reconocimien- 
tos le  costarían  sangre,  pues  el  cabecilla  Torres,  con  fuertes  núcleos  de 
rebeldes,  se  había  escalonado  en  las  trincheras,  disponiéndose  á  re- 
sistir. 

En  estas  condiciones  tenía  que  ser  penosa  la  marcha,  pues  habría 
de  sostener  á  diario  combates  y  escaramuzas. 

Así  sucedió.  La  columna  del  general  Linares  avanzó  destruyendo 
las  obras  de  defensa.  El  enemigo  se  fué  replegando  de  unas  en  otras 
trincheras,  siempre  haciendo  fuego,  revelando  disponer  de  municiones 
en  abundancia. 

El  general  Linares  llenó  el  objeto  de  la  operación  destruyendo 
todo  cuanto  los  insurrectos  habían  hecho  para  defenderse;  pero  costa- 
ron á  la  columna  los  combates  que  para  ello  tuvo  que  sostener,  cuatro 
soldados  muertos  y  dos  oficiales  y  treinta  y  uno  de  tropa  heridos. 

El  enemigo  fué  retirando  sus  bajas  y  dejó  abandonados  macutos 
ensangrentados,  armas,  municiones  y  varios  caballos. 

Desmoralizado  el  enemigo  al  verse  sorprendido  y  enérgicamento 
atacado  en  puntos  donde  no  habían  penetrado  fuerzas  del  ejército,  se 
retiró  con  grandes  pérdidas,  abandonando  muertos,  armas  de  fuego, 
municiones,  ropas,  caballos  y  ganado. 

Nuestras  fuerzas,  en  columnas  de  lOO  hombres,  continuaron  aco- 
sándole sin  descansar,  practicando  extensos  reconocimientos,  destrtf' 


t 


475 

yendo  cinco  factorías  y  dos  prefecturcs  y  recogiendo  municiones,  ví- 
veres y  ganado  en  abundancia. 

Los  oficiales  heridos  en  esos  combates  fueron  el  capitán  de  Zamora 
don  Armando  Mantilla  de  los  Ríos  y  el  teniente  del  ^batallón  de  la 
Constitución  don  Alfredo  Vara  de  Rey. 

Los  combates  sostenidos  y  las^  penosas  marchas  por  terrenos  abrup- 
tos y  bien  defendidos  por  el  enemigo,  pusieron  de  relieve  una  vez  más 
la  bizarría,  el  entusiasmo  y  la  resistencia  de  las  columnas,  para  com- 
pletar el  éxito  alcanzado  sobre  Calixto  García  y  su  gente. 


CAPITULO    XXXVIIl 


El  general  Blanco  en  Nutvitas. — De  líuevitas  á  Puerto  Príncipe.— Entrada  triunfal  en  la 
capital  liel  Camagüey. — Entusiasmo  del  pueblo. — Obsequios  y  liomenajes. — El  regreso. — 
Presentaciones  en  Jaruco.  — Encuentro  en  Quintana.— El  general  Pando  en  la  Hnbana. — 
Enirt  vista  con  los  periodistas. — Censura  rigurosa.  —  Por  la  Paz — Esperanzas  é  impresio- 
nes o,  timistrtS. — El  proyecto  del  Secretario  de  Agricultura. — Las  impresiones  del  general 
Blarcü. — Kii  La  Isalicla. — En  Cienfuegos. — Aspeetode  Las  Villas.— Explendido  banquete. 
—  Lh  DeBj.cdida — Llegada  á  la  Habana. — Resultado  del  viaje. — Esperanzas. — Nuestros 
deseos. 


LEGÓ  ti  general  en  jefe  á  Nuevitas,  donde  fué  recibi- 
do con  gran  entusiasmo. 

El  pueblo  es  pequeño,  pero  se  observaba  en  él 
bastante  movimiento,  por  ser  el  pueblo  por  donde 
se  comunicaba    con  el  resto  del  mundo  la  capital  del  Ca- 
magüey. 

Apenas  deíembarcó,  y  en  el  mismo  muelle,  le  ofrecieron 
sus  respetos,  fdemás  de  las  autoridades  y  muchas  personas 
principales  de  la  población,  varias  comisiones  de  señoritas 
que  le  ofrecieron  ramos  de  flores. 

Sin  gastar  mucho  tiempo  en  estas  manifestaciones  de  la  ccrtesiaque 
tanto  ígradaron  al  general  Blanco,  se  dirigió  á  la  estación  férrea,  don- 
de se  acabi^ba  de  organizar  el  tren  que  había  de  conduciile  á  la  capitel 
de  la  provincia. 

Partió  enseguida    ia  (xplcradora,  y  á  poca  distancia,  teniéndola 


477 

siempre  á  la  vista,  marchó  el  tren  que  conducía  al  general  en  jefe  y  su 
comitiva. 

En  previsión  de  cualquier  contingencia,  fué  reforzada  la  escolta 
del  tren. 

Sin  hacer  alto  en  parte  alguna,  y  con  marcha  rápida,  recorrió  el 
tren  militar  la  primera  línea  férrea  que  se  hizo  en  territorio  cubano,  sin 
que  ocurriera  novedad. 

Hallábase  la  línea  muy  fortificada,  y  los  puentes  muy  vigilados. 

Los  destacamentos  presentaban  armas  al  paso  del  tren;  y  en  la  es- 
tación de  Las  Minas  se  hallaba  todo  el  vecindario,  apercibido  momen- 
tos antes  del  paso  del  general  en  jsfe,  con  estandartes  y  banderas,  para 
tributarle  una  ovación  afectuosísima. 

A  la  llegada  del  tren  á  la  estación  de  Puerto  Príncipe,  hallábanse 
en  los  andenes  esperando  al  ilustre  viajero,  todas  las  autoridades  y 
corporaciones  de  la  capital,  los  P.  P.  Escolapios,  representaciones  de 
los  partidos  y  gran  número  de  particulares. 

Las  tropas  cubiían  la  carrera,  y  en  las  calles  principales  aparecían 
cubiertas  con  diversas  clases  de  colgaduras  las  históricas  ventanas,  coa 
enrejados  de  madera. 

Al  aparecer  el  general  en  la  esplanada  de  la  estación,  llena  de  vo- 
lantas^  fué  saludado  por  los  cañones  de  la  plaza  y  por  un  repique  ge- 
neral de  las  campanas  de  las  iglesias. 

Su  entrada  en  la  ciudad  fué  verdaderamente  triunfal.  Seguíanle 
numerosos  carru  j;s,  y  el  pueblo  entero,  á  pie,  vitoreándole  sin  cesar, 
y  dando  repetidos  gritos  de  ¡Viva  la  pazi,  ¡Viva  la  autonomíal 

Las  señoras  le  arrojaban  flores  desde  las  ventanas,  y  agitaban  los 
pañuelos  sa!ulándole  y  dando  vivas  á  España. 

En  el  camino  que  tenía  qu3  recorrer  la  comitiva,  se  habían  levan  - 
tado  tres  preciosos  arcos  de  triunfo,  ostentando  los   lemas  siguientes: 


478 

¡Al  hijo  predilecto  del  Camaguey!,  ¡Al  meosújero  de  la  paz!,  y  otros  no 
menos  expresivos. 

Tras  el  carrusja  ocupado  por  el  general,  á  qui^n  acompañaban  el 
gobernador  civil,  señor  Vasallo,  y  el  alcalde,  iban  todos  los  que  había 
en  Puerto  Príncipe. 

En  los  balcones  del  gobierno  civil,  donde  se  hospeló  el  ilustre 
viajero,  esperaban  varias  señoritas  que,  al  paso  del  carruaje,  le  arroja- 
ron fljres  y  palmas,  mientras  el  pueblo  daba  vivas  á  España,  á  Cuba 
autonómica  y  á  la  paz. 

íj.^  Varias  comisiones  de  camEgüjyanos  esperaban  en  la  lesidencia 
del  señor  Vasallo,  para  ofrecerle  coronas  y  darle,  en  nombre  de  la  po- 
blación, cariñosa  bienvenida. 


*% 


Dos  días  permaneció  el  general  Blanco  en  Puerto  Príncipe,  reci- 
biendo continuas  muestras  de  cariño  y  de  respetuoso  homenaje. 

Durante  su  estancia  en  la  capital  del  Camaguey,  no  cesó  el  entu- 
siasmo del  pueblo,  distinguiéndose  el  elemento  femenino. 

Por  la  noche  se  improvisó  un  baile,  que  estuvo  concurridísimo  y 
brillante. 

E!  ganeral  revistó  á  las  tropas  en  los  cuarteles,  quedando  altamen- 
te salisfecho  del  estado  sanitario  en  que  las  encontró,  y  haciendo  justos 
elogios  del  celo  con  que  atendía  el  general  Jiménez  Castellanos  á  todas 
Ifs  necesidades. 

También  visitó  los  hospitales  militar  y  civil  y  los  asilos,  repartien- 
do entre  éstos  mil  pesos. 

El  genersl  Pando,  que  acudió  á  Put  rto  Piincipe  á  saludar  el  gene- 
ral en  j<.f¿,  c.lebró  con  éste  una  impDrtante  conferencia,   en   la  que  se 


I 


479 

trató  de  la  realización  de  grandes  trabajos  para  emprender  operacio- 
nes en  gran  escala  en  Oriente. 

Ambos  generales  expresaron  su  felicitación  al  comaudante  gene- 
ral del  depart£ mentó  central  en  términos  calurosos,  y  después  de  de- 
jar instrucciones  prácticas  para  la  campaña,  se  despidió  el  general 
Blanco  del  Camf  güey,  recibiendo  iguales  agas  jos  de  la  población. 

El  viaja  de  retorno  á  Nuevitas  se  hizo  sin  novedad. 

El  general  en  jefe  quedó  gratamente  impresionado  de  la  visita,  no 
sólo  por  haber  levantado  el  espíritu  de  la  población  civil,  sino  por  la 
buena  situación  y  estado  excelente  en  que  se  encontraban  las  tropas. 

Desde  Nuevitas  regresó  á  Oriente  el  general  Pando,  tomando 
rumbo  el  gobernador  general  hacia  Isabela  de  Sagua  (Las  Villas),  en 
cuyo  punto  sería  muy  breve  su  permanencia,  pues  tenía  el  propósito 
de  llegar  á  la  Habana  el  día  9. 

Se  presentaron  en  Jaruco  (Habana),  el  día  8,  el  titulado  inspector 
general  de  prefecturas  de  la  provincia,  José  Hernández  Guzmán,  Pedro 
Valle,  titulado  prefecto  de  la  jurisdicción  de  Jaruco,  y  el  conocido  ca- 
becilla José  Inés  Machado,  todos  bien  armados  y  equipados,  anuncian- 
do en  el  acto  de  la  presentación  la  subsiguiente  sumisión  de  sus  res- 
pectivas escoltas. 

El  comandante  militar  de  Jaruco  concedió  una  excepcional  impor- 
tancia á  esas  presentaciones. 


#  * 


Fuerzas  del  batallón  de  María  Cristina  batieron  en  Quintana  (Ma- 
tanzas), á  las  partidas  rebeldes  reunidas  de  Bethancourt,  Arango  7 
Sanguily. 


480 

Los  rebeldes  abandonaron  en  el  campo  de  la  lucha  nueve  muer- 
tos, entre  ellos  un  capitán,  armas,  municiones  y  caballos. 

Las  b  j  iS  sufíiJas  por  la  columna  fueron:  ocho  soldados  muertos, 
y  heridos  el  comandante  don  Agustín  Aparicio  y  22  soldados. 

Cuando  se  creía  al  general  Pando  volviendo  á  Oriente  para  acti- 
var las  operaciones  militares,  se  presentó  en  la  mañina  del  8  en  la  Ha- 
bana, y  apenas  llegó  á  Palacio  citó,  de  acuerdo  sin  duda  con  el  gober- 


VAPOR   NORTEAMERICANO   «CITY   ÜF   WASÍIINGTON» 

nador  general,  á  los  directores  de  ios  más  importantes  periódicos  de  la 
capital. 

Acudieron  todos  á  la  cita,  y  una  vez  reunidos,  les  hizo  presente  la 
alta  conveniencia  de  suspender  toda  polémica  que  envenenara  los  áni- 
mos, pues  en  aquellas  circunstancias  todo  baen  ciudadano  tenia  el  de- 
ber de  propender  á  la  paz,  aspiración  suprema  de  E«pBña  y  de  Cuba. 

Las  polémicas  apssiocadas,— dijo  el  general — el  encono  en  las 
discusiones,  aumentan  la  perturbación,  y  esto  no  puede  consentirlo  la 
autoridad,  porque  puede  provocar  sucesos  que  aumentarían  las  desdi- 
chas de  que  es  víctima  el  país. 

Añadió  que  la  autonomía  era  un  régimen  definitivo,  obra  de  ca- 


i 


I 


I 


VOLADURA  DEL  «MAINK.  EN  EL  PUERTO  DK  L\  HABANA. 


Blanco  6 i 


483 

rácter  nacional,  legelidad  indiscutible,  que  debía  reconocerse  y  acatar- 
se, y  en  tal  concepto,  no  consentiría  que  se  la  atacase  ni  directa  ni  in- 
directamente. 

A  tal  extremo  pareció  dispuesto  á  llevar  adelante  su  propósito  el 
genersl  Pando,  que  amenazó  no  sólo  con  apretar  los  resortes  de  la  cen- 
sura, sino  con  suprimir  los  periódicos  que  desatendieran  tales  reco- 
mendaciones. 

«Es  tan  definitivc  el  régimen,— dijo  á  los  directores  de  los  perió- 
dicos—que no  habrá  partido  en  España  que  desde  el  Gobierno  le 
cambiara.  Ni  los  mismos  carlistas  alterarían  esta  legalidad.» 

En  tal  concepto,  y  por  ser  indispensable  que  todos  trabajasen  por 
la  paz,  debiendo  reinar  ésta  en  los  espíritus,  mantendiía  la  censura  con 
caracteres  rigurosos,  mientras  no  variaran  las  circunstancias  en  sentido 
tan  favorable  como  debían  desear  todos  los  buenos  patriotas. 

Los  directores  expresaron  al  general  Pando  su  propósito  de  respe- 
tar tan  expresivas  recomendaciones,  pues  tanto  como  el  que  más,  de- 
seaban también  ellos  contribuir  á  la  obra  de  la  paz. 

Como  consecuencia  de  esta  gestión,  se  creía  que  por  algún  tiempo 
no  se  reproducirían  las  campañas  agresivas  entre  los  distintos  criterios 
que  mantenían  los  periódicos  de  la  Habana  respecto  del  problema  de  la 
guerra  en  sus  diversos  aspectos. 


*** 


Todos  los  ministros  del  gobierno  insular  alentaban  las  iniciativas 
bien  intencionadas  de  personas  prestigiosas  que  trebejaban  por  la  paz, 
dándoles  calor  y  medios  para  el  mejor  éxito  de  sus  plausibles  y  patrió- 
ticos empeños. 

Interrogado  el  jefe  del  gabinete  insular  acerca  de  las  esperanzas 


483 

que  sobré  esas  gestiones  se  habían  basado  y  difundido  en  la  Peniasula, 
contestó  que  recientemente  había  recibido  el  Gobierno  gratas  noticias 
y  satisfactorias  impresiones,  tanto  de  las  Villas  como  del  Camagü^y. 

Confirmaba  esas  impresiones  el  hecho  importante  de  que  Máximo 
Gómez,  por  falta  dfi  elementos  con  que  sostenerse  seguro  en  Las  Vi- 
llas, y  por  inquietudes  acerca  de  la  actitud  de  algunos  elementos  del 
Príncipe,  se  hubiese  visto  obligado  á  retirarse  al  Camagüsy. 

Aun  en  la  misma  provincia  de  Santiago  de  Cuba,  donde  existían 
los  principales  núcleos  insurrectos,  advertíanse  síntomas  de  discordia 
entre  los  cabecillas  intransigantes  y  los  que  se  mostraban  inclinados  á 
acogerse  al  nuevo  régimen. 

Insistió  el  señor  Gálvez  en  que,  á  la  sazón,  como  antes  y  siempre, 
había  creído  indispensable  el  concurso  activo  y  simultáneo  de  la  ac 
ción  política  y  la  acción  militar.— «Al  mismo  tiempo — dijo— que  deben 
hacerse  llegar  á  todas  partes  los  beneficios  positivos  y  concretos  de  la 
autonomía,  requiérese  como  esencial  é  imprescindible,  el  esfuerzo  per- 
severante de  las  armas.  El  Gobierno  insular  está  decidido  á  prestar  efi- 
cacísimo concurso  á  la  realización  de  los  propósitos  del  general  Blan- 
co, representante  de  la  Metrópoli,  sin  suscitarle  dificultades  ni  promo- 
verle contrariedades.» 

«Tal  es— dijo  al  terminar  el  señor  Gálvez— el  programa  cerrado 
del  gobierno  insular.» 


» 
*  * 


El  secretario  de  Agricultura  proyectaba  la  creación  de  colonias  de 
trabajadores,  para  salvar  de  la  miseria  á  los  que  carecían  de  ocupación. 

Las  colonias  serían  organizadas  por  el  Estado,  contando  con  el  au  - 
xilio  de  los  particulares. 


484 

De  la  realización  de  ese  pensamiento,  que  fué  muy  aplaudido,  se 
esperaban  grandes  beneficios  y  opimos  resultados. 

Interesante  faé  el  proyecto  que  trataba  de  llevar  á  la  prá;tica  el 
secretario  de  Agricultura,  Industria  y  Comercio,  don  Laureano  Rodrí- 
guez: la  organización  de  colonias  por  el  Estado  para  aliviar  la  suerte 
de  los  trab.j  adores. 

Estando  en  aquellos  momentos  realizándose  las  operaciones  de  la 
zafra,  cuantos  de  buena  fé  quisieran  trabajar,  encontrarían  ocupación 
bien  retribuida;  no  era,  pues,  urgente  á  la  fecha,  el  establecimiento  de 
las  colonias,  pero  era  de  previsión  y  buen  sentido  preparar  la  obra 
para  después,  porque  en  ellas  podía  estar  una  de  las  bases  más  firmes 
de  la  reconstrucción  del  país. 

No  sabemos  qué  sistema  habría  de  escogerse,  aunque  era  de  supo  • 
ner  que  tuvieran  como  fundamento  el  carácter  militar  para  que  fuera 
mayor  la  garantía. 

Si  en  Cuba  no  se  hubiera  desatendido  ese  aspecto  importantísimo 
de  sus  problemas;  si  desde  el  78  se  hubiera  trab  jado  allí  eficazmente 
en  la  colonización,  bien  militar,  bien  por  familias  peninsulares,  reno- 
vando la  sangre  española,  atendiendo  á  las  obras  públicas,  se  hubieran 
evitado  muchos  lutos,  muchas  lágrimas  y  el  horrible  espectáculo  de 
una  guerra  espantosa,  cuyos  funestos  efectos  no  tienen  precedente  en 
la  historia. 


**♦ 


El  general  Blanco  hizo  el  viají  desde  Nuevitas  al  puertecito  de  La 
Isabela,  sin  novedad  en  la  travesía,  expresando  durante  ésta  su  satis- 
facción por  las  impresiones  recogidas  en  su  visita  á  Oriente  y  el  Ca- 
magüey. 


485 

El  resultado  de  la  excursión  fué  reanimar  el  espíritu  público  en 
ambas  regiones. 

Los  elementos  civiles  y  políticos  se  mostraron  dispuestos  á  secun- 
dar la  obra  del  Gobierno,  y  esperaban  que  se  conseguiría  pronto  la 
paz. 

Teniendo  en  cuenta  las  activas  operaciones  iniciadas  y  el  quebran- 
to que  había  experimentado  el  enemigo,  creíase  que  se  decidirían  á 
presentarse  bastantes  rebeldes,  aceptando  el  régimen  autonómico. 

En  La  Isabela  recibieron  al  gobernador  general  las  autoridades  de 
Sagua,  tanto  civiles  como  militares:  el  destacamento  le  tributó  los  ho- 
nores de  ordenanza. 

Dasde  el  muelle  pasó  al  tren  especial  que  la  empresa  del  farroca- 
rril  puso  á  su  disposición,  y  á  la  media  hora  llegó  la  comitiva  oficial 
á  Sigua  la  Grande,  el  día  7,  una  de  las  más  bellas  y  mejor  cuidadas 
poblaciones  de  Cuba. 

Las  tropas  que  guarnecían  la  villa  cubrían  la  carrera,  y  desde  los 
numerosos  fortines  que  circundaban  la  población,  saludaron  los  desta- 
camentos al  general,  al  dirigirse  á  la  iglesia  parroquial,  donde  se  can- 
tó un  solemne  Te  Deum. 

El  general  en  jefe  visitó  el  hospital;  conferenció  con  las  personas 
más  caracterizadas;  excitó  á  los  hacendados  para  que  persistieran  en 
las  operaciones  de  la  zafra;  dio  instrucciones  relacionadas  con  la  pre- 
sencia de  las  partidas,  y  recibió  á  varios  jefes  de  guerrillas  y  volunta- 
rios, que  trabajaban  con  gran  actividad  en  la  persecución  de  la  partida 
de  Robsu. 

Por  la  noche  fué  obsequiado  con  un  banquete  por  el  Ayuntamien- 
to, pronunciándose  brindis  patrióticos  en  favor  de  la  paz  por  todos 
deseada,  «por  las  madres  españolas,  las  madres  cubanas  y  el  país  ente- 
ro», y  despué:  asistió  á  un  baile  que  en  su  honor  se  dio  en  los  amplios 
y  elegantes  salones  del  Casino  Español,  donde  fué  objeto  de  las  mayo- 


486 

res  atenciones;  pudiendo  asegurarse  que  el  recibimiento  dispensado 
por  Sagua  al  representante  de  España,  fué  verdaderamente  entusiasta. 
Los  vivas  al  ejército,  á  España  y   al  rey,  apenas  se  interrumpían 
durante  el  tiempo  que  el  general  Blanco  permaneció  en  la  población. 


*** 


Al  medio  día  del  8  llegó  el  gobernador  general  y  su  comitiva  á  la 
rica  y  hermosa  ciudad  del  Sur  de  Las  Villas,  habiendo  hecho  el  viaje 
desde  Sagua  á  Cienfuegos  sin  incidente  alguno. 

En  las  estaciones  del  tránsito,  y  especialmente  en  Sietecito,  Santo 
Domingo  y  Cruces,  el  general  Blanco  fué  objeto  de  vivas  demostracio- 
nes de  respeto  y  simpatía. 

Durante  el  trayecto  que  media  desde  Sagua  á  Cienfuegos,  tuvie- 
ron ocasión  de  contemplar,  los  que  iban  en  el  tren,  las  operaciones  del 
corte  de  caña  en  varias  fincas;  las  chimeneas  de  los  ingenios,  con  sus 
largos  penachos  de  humo,  indicaban  que  había  vuelto  la  vida  del  tra- 
bajo en  aquellas  zonas. 

Según  todas  las  noticias  recogidas  en  el  vieje,  ascendían  á  unas 
cuarenta  las  ñacas  azucareras  que  á  la  fecha  molían  en  la  provincia. 

Este  detalle  y  las  impresiones  reinantes,  revelaron  que  la  insurrec- 
ción estaba  muy  decaída  en  Las  Villns,  á  lo  cual  habían  contribuido 
muy  eficazmente  los  últimos  combates  librados  en  aquellos  días. 

En  la  estación  esperaban  á  la  primera  autoridad  de  la  isla,  todas 
las  autoridades,  corporaciones  y  jefes  del  ejército,  marina,  voluntarios 
y  bomberos  de  la  ciudad. 

Las  calles  est&ban  muy  animadas  y  la  carrera  cubríanla  los  volun- 
tarios, que  luego  desfilaron  con  gran  brillantez  ante  el  general  en  jefe 
á  los  gritos  de  ¡Viva  España!,  ¡Viva  el  rey! 


487 

Como  en  las  demás  poblaciones,  el  capitán  general  de  Cuba  visitó 
los  hospitales  y  los  cuarteles,  entre  éstos  el  de  voluntarios,  que  era 
magnífico  y  estaba  situado  en  la  amplia  plaza  de  Armas;  el  Casino  Es- 
pañol y  el  Liceo. 

Por  la  noche  se  le  obsequió  con  un  expié  adido  banquste,  en  el 

que  le  saludaron  con  afectuosas  frases  en  nombre  de  los  partidos  cons- 
titucional y  autonomista  los  señores  Porrúa  y  Pernas,  y  brindó  por  Es  - 
paña,  el  ejército  y  los  voluntarios,  el  coronel  de  éstos,  señor  Ramos  Iz- 
quierdo, á  quién  debía  la  jurisdicción  grandes  beneficias  durante  su 
campaña  de  dos  años  en  aquella  zona. 

La  despedida  que  se  tributó  al  general  en  jefe  en  Cienfuegos,  fué 
muy  afectuosa  y  más  entusiasta  aún  que  el  recibimiento,  dándole  re- 
lieve los  voluntarios,  que  le  acompañaron  con  música  y  con  antorchas 
hasta  el  muelle. 

El  general  entró  en  el  vapor  entre  los  gritos  de  ¡viva  España!  ¡viva 
el  Ejército!  ¡viva  Blanco!  ¡viva  la  autonomía!,  dado  por  los  voluntarios 
y  el  pueblo. 

En  el  muelle  de  Bata  bañó  esperaban  al  general  Blanco  el  goberna- 
dor de  la  provincia  señor  Bruzón,  el  general  Pando  y  el  marqués  de 
Apezteguía. 

Sin  detenerse  en  el  Surgidero  ni  en  el  pueblo,  siguió  la  comitiva 
el  viíje  en  tren  especial  y  á  gran  marcha  hacia  la  capital. 

En  las  estaciones  del  tránsito,  sobre  todo  en  San  Felipe  y  en  el 
Rincón,  el  pueblo  salió  á  saludar  al  general:  en  la  de  Villanusva  espe- 
raban al  gobernador  general  todos  los  secretarios  del  gobierno,  el  se- 
ñor Congosto,  el  general  González  Parrado,  el  obispo,  ganerales,  jefes 
y  oficiales  francos  de  servicio  y  numeroso  público,  que  á  la  llegada  del 
tren  prorrumpió  en  vivas  á  Blanco  y  á  España. 

Frente  á  la  estación  tributó  los  honores  de  ordenanza  una  compa- 
ñía con  bandera  y  música. 


488 

Ya  era  de  noche  cuando  el  general  Pando  y  su  séquito  llegaron  al 
palacio  de  la  Capitanía  general. 


*  * 


Terminada  la  excursión  del  general  Blanco  poi  las  provincias 
orientales  de  la  isla,  y  habiendo  despertado  gran  interés  el  viaje,  era 
natural  que  al  tocar  á  su  término  se  fijase  la  gente  en  el  resultado. 

Por  de  pronto,  regresó  el  general  Blarco  á  la  Habana  con  la  mis- 
ma comitiva.  No  fueron  con  él  á  la  capital  de  la  isla,  ninguno  de  los 
importantísimos  cabecillas  cuya  presentación  se  anunciara:  únicamen- 
te hicieron  con  él  el  viaje  desde  Ciecfuegos  á  la  Habana,  los  cabecillas 
ya  presentados  con  anterioridad  Massó  y  Qaesada. 

No  por  eso  fué  infructuoso  el  viaje,  en  el  que  recibió  el  general 
impresiones  directas;  fué  objeto  de  demostraciones  de  respeto  y  consi- 
deración en  todas  paites,  distinguiéndose  el  Camagüey,  pueblo  esen- 
cialmente autonomista. 

Seguramente  dejaría  también  instrucciones  para  que  se  activase  la 

camp&ña. 

El  país  quería  la  psz,  pero  en  Oriente  era  indispensable  antes  ha- 
cer la  guerra  con  gran  energía. 

Así  lo  pedían  los  mismos  autonomistas  y  todo  el  país  leal. 

Era  necesario  que  los  insurrectos  orientales  sintieran  la  acción  de 
las  armas,  y  sin  esto  no  llegarían  nunca  las  presentaciones  que  se  es- 
peraban. '     . 

Logró  el  general  un  conocimiento  minucioso  del  estado  en  que  se 
encontraban  todos  los  servicios  y  alcance  de  todas  las  necesidades. 

Satisfecho  por  haber  levantado  el  espíritu  público  en  Oriente  y  el 
Camagüey,  el  general  hallábase  bien  impresionado,  más  que  ésto,  sa- 
tisfecho, del  resultado  de  su  expedición. 


489 

Deseamos  nosotros  que  las  esperanzas  se  cor  virtieran  en  realida- 
des; que  las  promesas  se  tradujeran  en  hechos;  que  las  coronas  y  guir- 
naldas camagüeyanas  no  fueran  manifestación  de  las  ilusiones  de  un 
pueblo  que  pedía  la  paz,  sino  expresión  viviente  y  eficacísima  de  un 
trabajo  consolador  y  real. 


CRUCERO   «ALFONSO  XII» 

El  viaje,  que  tantas  esperanzas  hiciera  concebir,  estaba  hecho  y  ha- 
bíase realizado  con  los  mejores  auípicios  para  los  deseos  de  todos. 

Sus  benéficos  resultados  quedamos  esperándolos,  toda  vez  que  has- 
ta la  fecha  todo  se  había  reducido  á  la  revelación  de  buenos  deseos  y 
esperanzas  más  ó  menos  fundadas. 


Blamoo  62 


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CAPITULO    XXXIX 


Discordias  en  el  campo  infurrecto.  — Odios  y  desconfianzas. — Las  proclamas  de  Massó. — Con- 
tra la  autonomía. — Importante  combate  en  Sancti  Spíritus. — Encuentros  en  las  lomas  de 
los  Cristales. — Huerto  del  cabecilla  Octavio  Rodríguez. — Quien  á  hierro  mata... — Las 
cartas  del  generalísimo. — Activa  campaña  de  los  laborantes. — AgitHcion  política. — Nue- 
vos emií-arios  de  psz. — ImportHOtes  operaciones  en  Oriente. — Derrota  y  dispersión  de  la 
partida  de  Calixto  García. — La  columna  Nario. — Nuevas  fuerzas  á  Oriente.  — La  guerri- 
lla de  San  Diego  de  los  Buños. — Confutión. — Las  cancillerías  europeas. — Síntomas  de 
crisis  trascendentales  en  el  problema  cubano. 


ODOS  los  presentados  lo  decían,  y  habia  una  porción  de 
hechos  que  lo  confirmaban:  la  vida  entre  negros  y 
blancos  rebeldes  habíase  hecho  imposible  en  el  campo 
insurrecto,  las  discordias  crecían,   las  vacilaciones  au- 
rcentabfn,  las  luchas  intestinas  estaban  minando  y  aca- 
bf  rían  por  matar  la  insurrección.  Sintieran  ó  no  sintieran 
la  autonomía,  fueran  de  buena  ó  de  mala  gana  los  pre- 
sentados, era  indudable  que  la  nueva  política  y  los  nue- 
vos procedimientos,  acabarían  por  decidir  á  unos  y  debi- 
lilir  las  intransigencias  de  los  otros. 

No  podía  preverse  el  resultado  final  de  la  campaña,  pero  había 
motivos  sobrades  psra  confiar  en  el  éxitc,  no  sólo  por  la  acción  de 
nuestros  elementos,  siró  per  la  descomposición  en  que  á  la  fecha  se 
encontraba  el  enemigo. 


491 

La  desconfianza  entre  ellos  mismos  era  tan  grande,  que  se  pasaban 
el  día  y  la  noche  vigiláadose  mutuamente.  Ya  no  se  encomendaba  á 
nadie  una  comisión  sin  que  al  comisionado  acompañasen  seis  ú  ocho 
negros  de  los  más  dispuestos  á  lyncharle  al  primer  síntoma  de  deser- 
ción que  en  aquél  observasen.  Ya  los  periódicos,  tan  solicitados  antes, 
estaban  prohibidos  en  los  campamentos  para  que  no  se  leyoran  noti 
cias  de  presentaciones  ni  se  conocieran  los  beneficios  del  nuevo  re- 
gimen. 

Crecía  la  propaganda  en  contra  de  la  autonomía;  se  hacían  correr 
las  noticias  más  estupendas  sobre  combates  en  que  ellos  habían  ganado, 
y  sobre  la  actitud  resueltamente  favorable  de  los  Estados  Uaidos. 

El  asesinato  del  infortunado  te  aiente  coronel  señor  Ruiz,  se  rela- 
taba en  hojas  sueltas,  comentándolo  como  uaa  prueba  de  lo  potente 
que  estaba  la  insurrección,  que  no  quería  ni  oir  proposiciones  de 
paz.  En  la  misma  provincia  de  la  Habana  acababa  de  ser  macheteado 
uno  de  los  jef^s  más  queridos  y  respetados  de  los  rebaldes,  el  titulado 
coronel  Luís  Delgado,  porque  observaron  los  intransigentes  sicarios 
del  dictador  dominicano,  que  andaba  en  tratos  para  presentarse  por 
mediación  de  su  familia. 

Los  blancos  odiaban  á  los  negros,  y  éstos  llamaban  á  los  blancos 
literatos  que  no  servían  para  pelear. 

Se  habían  repartido  profusamente  las  proclamas  del  nuevo  presi- 
dente de  la  República  cubana,  Bartolo  Missó,  y  de  la  asam.blea  de  re- 
presentantes, proclamas  dedicadas  exclusivamente  á  combatir  la  auto- 
nomía y  á  dar  alientos  é  infundir  esperanzas  á  los  insurrectos.  Se  escri- 
bfa  más  que  nunca  á  los  periódicos  yanquis,  y  se  interceptaba  y  sustraía 
la  correspondencia  particular  de  todos,  para  evitar  que  el  consejo  de 
los  amigos  ó  los  afectos  de  I^ familia,  decidiera  á  los  débiles  á  abando- 
nar la  manigua. 

Al  mismo  tiempo  los  jetes  rebaldes  que  ya  habían  adquirido  entor- 


492 

chados,  procuraban  huir  del  peligro,  y  pasaban  la  vida  apartados,  ha- 
ciendo de  majases,  para  que  los  beneficios  de  un  arreglo  los  cogiera 
vivos  y  sanos  y  pudieran  disfrutarlos  con  arreglo  á  su  categoría. 

Ello  era  que  en  los  campamentos  matnbtses  no  se  hablaba  más 
que  de  la  autonomía  y  de  las  presentacioaes,  de  las  ventajas  que  esto 
reportara  y  de  ios  inconvenientes  que  ofrecía.  Muchos  querían  hasta  el 
reconocimiento  de  sus  empleos  militares;  otros  creían  que  iban  á  re- 
partirse grandes  cantidades  de  dinero. 


*  # 


En  la  jurisdicción  de  Sancti  Spíritus  libróse  el  día  8  un  combate 
de  importancia. 

La  columna  que  mandaba  el  teniente  coronel  don  Modesto  Nava- 
rro, compuesta  del  batallón  del  Rey  y  un  escuadrón  del  regimiento  de 
la  Reina,  dio  alcance  al  titulado  regimiento  rebelde  de  Taguasco,  obli- 
gándole á  trabar  combate,  del  que  resultaron  diez  insurrectos  muer- 
tos, que  dejó  el  enemigo  en  el  campo,  entre  los  que  figuraba  el  aban- 
derado. 

Se  cogieron,  además,  dos  prisioneros,  uno  de  ellos  herido,  muchas 
armas  y  municiones,  un  botiquía,  la  tienda  de  crimpaña  del  cabecilla  y 
62  caballos^con  monturas. 

La  partida  quedó  completamente  deshecha  y  disuelta. 

Ese  regimiento  había  venido  manteniéndose  en  las  inmediaciones 
de  Sancti  Spíritus  desde  hacía  más  de  dos  años. 

En  la  provincia  de  la  Habana,  la  columna  que  mandaba  el  coronel 
señor  Rodríguez,  formada  por  el  batallón  de  Castilla  y  gueri illas,  ope- 
rando en  las  lomas  de  los  Cristales  y  otra^  inmediatas,  batió  el  día  10 
varios  grupos  rebeldes,  haciéndoles  ocho  muertos,  que  abandonaron 
en  su  huida  los  insurrrectos. 


493 

Asimismo  quedó  prisionero  en  poder  de  nuestros  soldados,  el  titu- 
lado alférez  Arturo  Hernández,  que  había  sido  herido  en  el  combate. 
En  éste  se  distinguió  de  un  modo  notable  el  sargento  del  batallón  de 
Castilla  don  Adriano  González,  quien  en  lucha  persDnal  y  cuerpo  á 
cuerpo,  mató  á  dos  rebeldes,  uno  de  ellos  titulado  capitán  y  llamado 
Martín  Moreira. 

El  valiente  sargento  fué  recompensado  por  su  heroico  comporta- 
miento, con  el  ascenso  á  segundo  teniente. 

Los  cadáveres  de  los  mambises  fueron  conducidos,  para  su  identi- 
ficación y  sepelio,  al  poblado  de  Guara. 

Allí  se  averiguó  que  uno  de  ellos  era  el  de  Octavio  Rodríguez, 
hermano  del  cabecilla  Alejandro,  jefe  de  las  fusrzas  rebeldes  de  la  pro- 
vincia de  la  Habana. 

La  columna  se  apoderó  también  de  gran  cantidad  de  armas  y  mu- 
niciones, que  abandonó  en  su  precipitada  fuga  el  enemigo. 


* 
*  * 


En  un  combate  sostenido  el  día  1 1  en  las  lomas  de  Correderas  (Ha- 
bana), fué  muerto  el  moreno  Joaquín  Labores  González,  uno  de  los 
autores  materiales  del  asesinato  del  teniente  coronel  señor  Ruíz. 

Vanos  significados  personajes  del  partido  autonomista  de  la  Ha- 
bana recibieron  el  día  la  cartas  del  generalísimo  Máximo  Gómez. 

Los  sobres  de  esas  cartas  tenían  sellos  en  tinta  azul  que  decían: 
«República  cubana.— Administración  de  correos  de  Ciego  de  Avila.» 

Decía  en  ellas  el  jefe  dominicano,  que  con  la  obra  de  la  autonomía 
no  se  conseguía  otra  cosa  que  dividir  á  los  cubanos. 

Confiaba  en  el  triunfo  de  la  rebelión  y  les  pedía  que  se  unieran  á 
suB  fuerzas,  que  cada  día  crecían  más  y  se  organizaban  mejor. 


494 

Anunciaba  una  sorpresa:  la  terminación  de  la  guerra  en  plazo  bre- 
ve por  una  intervención  extraña  que  daría  el  triunfo  á  la  revolución. 

Alardeaba  de  tranquilidad  y  decia  que  su  servicio  de  comunica- 
ciones era  tan  perfecto,  que  ya  no  tenía  necesidad  de  mandar  su  co- 
rrespondencia por  el  extranjero. 

Esas  cartas  del  generalísimo  fueron  interpretadas  por  el  gobierno 
insular  como  indicios  de  desaliento,  y  se  explicaban  por  la  necesidad 
de  atraerse  nuevos  elementos  prestigiosos,  y  como  un  último  esfuerzo 
para  contener  á  la  gente  desalentada. 

Conviene  advertir  que  coincidieron  las  tales  cartas  con  la  activa 
campaña  de  los  laborantes,  para  extender  la  idea  de  que  el  gobierna 
norteamericano  se  proponía  intervenir  próximamente  en  los  asuntos 
de  la  guerra  de  Cuba. 

La  política  volvió  á  agitarse  en  aquellos  días,  porque  se  habían 
acentuado  loi  síntomas  de  impaciencia  entre  los  elementos  radicales 
del  régimen,  haciéndose  pjsible  que  surgiera  una  pronta  y  abierta  di- 
sidencia en  el  seno  del  gabinete  insular.  í 

En  una  leunión  que  celebraron  el  día  13  aquellos  elementos,  fué 
aceptada  la  proposición  del  señor  Giberga,  que  afirmó  la  disciplina, 
pero  excitando  al  gobierno  insular  á  que  practicase  gestiones  directas 
para  el  logro  de  la  paz. 

A  consecuencia,  sin  duda,  del  acuerdo  de  los  radicales,  fué  desig- 
nado don  Juan  Ramírez,  jefe  que  fué  en  las  filas  rebeldes  durante  la 
guerra  anterior,  para  que  marchara  á  Manzanillo  con  una  misión  del 
gobierno  insular. 

El  antiguo  jefe  de  la  caballería  de  Vicente  García,  que  en  e^ta  úl- 
tima gujrra  había  vivido  en  la  legalidad,  se  prestó  de  nuevo  á  trabajar 
por  la  paz. 

Decimos  de  nuevo  porque  intervino,  al  comienzo  de  esta  última 
contienda,  en  las  gestiones  que  se  hicieron  cerca  de  Bartolo  Massó,  á 


495 

la  lecha  titulado  presidente  de  la  «República  cubana»,  psra  que  de- 
pusiera su  actitud  antes  del  desembarco  de  Maceo. 

A  partir  de  aquella  fecha,  consideró  Ramírez  infructuosa  toda  ges- 
tión, y  dejando  su  destino  de  administrador  de  la  aduana  de  Manzani- 
llo, se  fué  á  la  Habana  con  B3II0. 

Al  decidirse  á  ir  á  Manzanillo,  ¿era  que  creía  que  podía  conseguir 

algo,  ó  era  que  iba  á  Roma  por  todo,  para  demostrar  que  se  sacrificaba 

en  aras  de  la  paz? 

Hombre  práctico,  conocedor  de  la  gente  mambí,  sabía  bien  lo  que 

jugaba  en  la  partida. 

Muchos  se  prometieron  grandes  y  positivos  resultados  de  su  in- 

tluencia;  nosotros  nos  limitamos  á  registrar  el  hecho  en  la  historia  de 

las  negociaciones  por  la  paz. 


*  ♦ 


Importantes  fueron  las  operaciones  realizadas  por  las  columnas  de 
los  generales  Liaares  y  Nario,  en  combinación,  en  el  departamento 
oriental  contra  las  fuerzas  rebeldes  acaudilladas  por  Calixto  García. 

Adoptadas  todas  las  medidas,  los  generales  Linares  y  Naiio,  al 
frente  de  las  respectivas  fuerzas  de  su  mando,  emprendieron  la  opera- 
ción combinada,  cayendo  sobre  los  rebeldes  que  ocupaban  fuertes  po- 
siciones en  su  campamento  de  Camaisán,  punto  situado  en  el  término 
municipal  de  Holguín,  de  las  que  los  desalojaron  sucesivamente,  no 
sin  sostener  ruda  lucha,  quedando  dueños  del  campamento. 

En  los  combates  librados,  nuestras  tropas  pelearon  denodadamen- 
te, batiendo  al  enemigo  y  causándole  considerables  pérdidas. 

Las  bijas  de  la  columna  Linares  fueron  seis  soldados  muertos,  y 
heridos  los  capitanes  del  regimiento  de  Asia,  señores  Ortueta  y  Mata- 
llón,  el  teniente  de  Zamora,  señor  Mateo  y  39  individuos  de  tropa. 


496 

Los  campamentos  que  el  enemigo  ocupaba  en  los  dos  expresados 
puntos,  quedaron  destruidos. 

Eq  las  operaciones  que  las  referidas  columnas  efectuaron  durante 
siete  días,  se  recorrieron  unas  cien  leguas,  en  su  mayor  parte  por  un 
terreno  que  hasta  la  fecha  no  habia  sido  visitado  por  nuestros  soldados 
desde  el  comienzo  de  la  campaña. 

Díjose  que  los  rebeldes  quedaron  muy  quebrantados,  aunque  quedó 


CRUCERO    «REINA   CRISTINA» 


ignorado  el  número  de  sus  bajas  por  haberles  permitido  el  terreno  re- 
tirarlas. 

Calixto  García,  con  el  grueso  de  sus  fuerzas,  se  replegó  hacia  el 
rio  Contramaestre  para  rehuir  á  las  columnas  que  le  perseguían  y  le 
buscaban. 

La  columna  Nario,  compuesta  de  900  infantes,  130  caballos  y  dos 
piezas  de  artillería,  realizó  marchas  difíciles  durante  cinco  días. 

El  día  10  llegó  al  sitio  donde  se  hallaba  acampado  Calixto  García, 
poniéndose  en  comunicación  con  las  fuerzas  de  Linares,  y  siguiendo 
luego  activamente  las  operaciones. 


497 


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498 

Sostuvo  ia  columna  Nario  varios  combates  con  el  enemigo;  se  apo- 
deró de  un  fortísimo  campamento  rebelde,  en  el  que' tomó  y  destruyó 
cincuenta  trincheras,  y  sufrió  y  hubo  de  lamentar  las  siguientes  bajas: 

Muertos:  cinco  soldados. 

Haridos;  los  tenientes  don  Francisco  Manzano,  don  Luís  Reza  y 
don  Eloy  Soniche,  el  médico  segundo  don  Juan  Rodríguez  y  44  indi- 
viduos de  tropa. 

En  el  campo  de  la  acción  se  recogieron  quince  cadáveres  de  los  in- 
surrectos, y  se  supo  que  llevaban  gran  impedimenta  de  heridos. 

En  la  tarde  del  14  salió  de  la  Habana  para  Oriente  el  general  Pan- 
do con  un  batallón  y  trescientos  caballos,  embarcados  en  un  vapor  fle- 
tado al  efecto. 

Pocas  horas  después  zarpó  otro  vapor  con  provisiones  de  boca  y 
guerra.  Acompañaron  al  general  los  señores  López  Chaves,  don  Juan 
Ramírez  y  don  Francisco  Piá. 


* 
*  * 


Preparábanse  en  ei  departamento  Oriental  combates  de  impor- 
tancia. 

Se  destinaron  á  operar  en  aquella  provincia  nueve  batallones  y 
cuatro  escuadrones,  sacados  de  las  provincias  occidentales,  y  pronto 
marcharían  á  Oriente  los  generales  Bernal  y  Marina,  destinados  á  man- 
dar fuerzas  del  ejército  en  operaciones  en  aquel  departamento. 

La  guerrilla  de  Santiago  de  los   Baños,  mandada  por  el  sargento    '  { 
Banito  Lainez,  recorría  la  jurisdicción  de  aquel  pueblo  para  recoger 
ganado,  cuando  se  encontró  con  un  campamento  enemigo. 

Sin  reparar  ea  el  número  superiorísimo  de  los  rebeldes  que  lo  de- 
fendían, los  atacó  con  tal  denuedo  y  empuje,  sin  darles  tiempo  á  repo- 


499 

nerse  de  la  sorpresa,  que  sin  grandes  esfuerzos  y  muy  débil  resistencia 
por  parte  del  enemigo,  los  desalojó  y  se  apoderó  del  campamento, 
matando  á  dos  jefes  rebeldes,  cuyos  nombres  no  se  citaron. 

También  fprisionó  á  la  más  célebre  amazona  de  la  rebelión  cuba- 
na. Llamábase  Isabelita  Ruíz,  era  joven  y  hermosa  y  pertenecía  á  una 
familia  rica. 

Al  estallar  la  rebelión  se  echó  al  monte,  incorporándose  á  las  par- 
tidas de  Maceo. 

En  el  ataque  al  campamento  peleó  con  bravura,  y  fué  herida  y 
apresada  por  los  bravos  guerrilleros. 


*  * 


Seguía  revelándose  la  confusión  en  los  telegramas  de  la  prensa,  en 
las  manifestaciones  de  los  círculos  políticos,  en  las  palabras  de  los  mi 
nistros  y  en  los  comentarios  de  los  periódicos. 

[ncertidumbres,  dudas,  temores,  esperanzas,  desfilaban  con  veloci- 
dad vertiginosa,  induciendo  á  todos  á  recelar  del  propio  juicio  y  á  no 
poner  gran  confianza  en  el  ageno. 

Notorio  era  que  el  general  Blanco  había'comunicado  al  Gobierno, 
á  su  regreso  á  la  Habana,  impresiones  optimistas;  pero  nadie  conocia 
el  fundamento  de  sus  vaticinios,  limitándose  los  corresponsales  á  ex- 
presar que  renacía  la  confianza  en  Oriente  y  Camagüjy,  pero  que  eran 
naetester  operaciones  vigorosas  anunciidas  ya,  y  cuyo  éxito  se  igno- 
raba aún. 

Di  Washington  llegaban  á  cada  hora  encontradas  apreciaciones: 
se  atribuía  á  Mac  Kinley  una  actitud  de  circunspecta  moderación,  y  i 
Sherman  propósitos  de  sacar  de  quicio  las  cuestiones  planteadas,  resol- 
vié.ndolas  con  temperamentos  de  violencia. 


500 

Los  maricos  americanos,  que  visitaban  en  actitud  sospechosa  las 
costas  de  Caba,  otrecíanse  como  mensajaros  de  paz,  hablaban  de  con- 
cordias duraderas  y  fraternizaban  con  los  ministros  insulares. 

Mientras  unos  periódicos  yanquis  lanzaban  frases  jactanciosas  y 
conminaciones  depresivas,  otros  declaraban  que  su  país  no  quería  aven- 
turas belicosas  ni  se  encontraba  en  condiciones  de  emprenderlas  con 
garantías  de  éx  to. 

Por  toda  Europa,  donde  antes  se  mostrara  cierto  desdén  hacía  los 
asuntos  de  España,  traían  y  llevaban  nuestros  asuntos  interiores  y  co 
loniales,  reconviniéndonos  unos,  estimulándonos  otros,  pero  sin  que 
pudiera  transparentarss  la  actitud  de  las  cancillerías. 

Ante  una  situación  semejante,  todas  las  profecías  y  todos  los  au- 
gurios, íueron  flores  de  un  día  que  se  expansionaban  con  el  primer 
crepúsculo  y  se  marchitaban  con  el  último,  y  de  falta  de  sinceridad  pe- 
cara quien  no  se  confesase  desorientado. 

Perecía,  sin  embargo,  evidente  que  desde  algunos  días  á  la  fecha 
(14  de  Enero),  habían  comenzado  á  prepararse  crisis  trascendentales  en 
Jos  asuntos  que  más  afectaban  al  supremo  interés  nacional. 


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CAPITULO    XL 


Catástrofe  espantosa. — Voladura  del  Maiiie. — Impresión  en  España. — El  suceso. — Cuadro 
aterrador. — Horrible  confusión. — Los  primeros  auxilios. — ^Nuestras  autoridades. — El 
t'Tucero  Alfonso  Xll. — Re  ato  de  un  herido. — Versiones  de  los  marineros  del  Maine. — 
Las  operaciones  de  salvame:íto. — Las  victimas.  —  Origen  del  siniestro. — Varias  yersio- 
nes. — Impresión  hondísima  en  los  Estados  Unidos. — Espectación. — Un  aplauso  á  nues- 
tros nobles  y  valerosos  marinos. 


?!NO  á  agravar  la  situacióa  refl?jada  al  final  del  anterior 
'f^     Capítulo,  y  á  precipitar  la  trascendental  crisis  que  pa- 
recía haber  comenzado  á  preparar  el  destino  aciago  de 
la  desventurada  España,  un  suceso  espantoso,  que  con- 
movió al  mundo  entero.  La  espantosa  catástrofe  del  Matne,  su- 
ceso siempre  trágico  y  siempre  doloroso,  fué  en  las  circunstan- 
cias en  que  ocurriera,  de  singular  atención  en  España. 

No  nos  encontrábamos  en  estado  de  guerra  con  la  Repúbli- 
ca norteamericana;  pero  el  espíritu  público  aquí  como  allí,  también 
hallábase  en  tensión  violentísima.  No  había  cordialidad  de  relaciones 
entre  los  dos  pueblos,  aunque  cambiasen  palabras  y  notas  de  cortesía 
ambos  Gobiernos. 

Así  no  es  extraño  que  cuanto  guardara  relación  con  los  Estados  de 
la  Unión,  hallase  entre  nosotros  curiosidad  viva  y  fuese  obj  ito  de 
preocupación  general,  por  las  funestas  consecuencias  que  pudiera  acá- 


502 

rrear.   Lo  mismo   aconteciera  y  acontecía  entre  los  norteamericanos 
cuando  se  tratara  y  cuando  se  trataba  de  algo  que  afectara  á  los  espa 
ñoles. 

Esta  situación  de  los  ánimos  en  uno  y  otro  país  era  de  evidencia 
tan  elemental,  que  justificó  en  la  prensa  de  ambas  naciones  la  prima- 
cía en  el  relato  y  comento  de  un  su:eso,  que  en  otra  ocasión  no  exci 
tara  en  nosotros  sino  la  simple  y  humanitaria  expectación  ante  la  tre- 
menda tragedia. 

Mas,  por  honor  y  por  sentimientos  de  humanidad,  propios  de  un 
pueblo  civilizado  y  cristiano,  hidalgo  y  generoso,  debemos  añadir  á 
esa  exposición  sincera  de  la  verdad,  á  la  que  siempre  hemos  rendido, 
y  rendiremos  á  fuer  de  imparciales,  verdadero  y  fervoroso  culto,  una 
protesta  que,  si  huelga  para  quien  conoce  la  historia  de  nuestra  noble- 
za y  de  nuestra  generosidad,  no  estará  de  más  para  quién,  como  los 
Estados  Unidos,  pi atendía  y  aun  pretende  presentarnos  ante  el  mundo 
como  un  pueblo  desprovisto  de  todas  las  posibles  virtudes,  quizá,  por- 
que ellos  las  desconocen. 

España  es  la  tierra  donde  nació  y  cantó  el  poeta  que  frente  al  ene- 
migo implacable,  pero  ergrundecido  por  el  genio  militar,  exclamó  de 
este  modo: 

Inglés  te  oborreci,  héroe  te  admiro. 

Y  más  tardf : 

La  muerte  de  un  vencido  valeroso, 
solamente  el  que  es  v'l  la  solemniza. 


* 
*  * 


La  catástrofe  del  Maine  entró  de  lleno  en  el  número  de  las  gran 
destiistezas  humanas.  Nosotros,  y  con  nosotros  España  entera,  y  con 


í 


503 

España  la  Europa  toda,  ante  esa  horrible  desventura,  ante  esa  muerte 
llegada  inesperadamente  con  todas  las  desesperaciones  de  una  lucha 
inútil  con  los  elementos,  nos  sentimos  vencidos  á  honrada  compasión  y 
nos  consideramos,   y  fuimos,   sin  duda  alguna,  considerados  por  los  ' 
demás,  incapaces  de  ponerla  á  cuenta  de  nuestros  agravios  nacionales. 

Hubiéiamos  querido,  sí,  en  guerra  abierta,  ver  cómo  el  poder  ma- 
rítimo de  la  Cartago  americana,  caía  destrozado  y  rendido  al  ataque 
denodado  de  nuestros  buques  de  combate;  habríamos  contado  nuestra 
gloria  con  orgullo,  sin  hallar  acaso  en  la  desdicha  sgena  un  espectácu- 
lo lastimoso,  recordando  la  tenacidad  de  tantas  provocaciones  injustas 
y  de  tantos  insultos  injuriosos. 

Pero  el  Maine  no  sucumbió  á  los  cañonazos  ni  á  las  embestidas  de 
nuestros  cascos;  el  Maine  ardiendo  y  en  ruinas  y  sepultado  en  el  fon- 
do del  mar,  no  es  un  testimonio  de  nuestro  valor  ni  de  nuestra  fuerza. 
Fué,  sencillamente,  algo  fortuito  que  escapa  al  juicio  del  hombre  y  per- 
tenece enteramente  al  de  Dios. 

Por  eso  España  fué,  ante  la  espantosa  catástrofe  del  Maine,  lo  que 
siempre  ha  sido:  frente  á  un  enemigo  artero  y  provocador,  un  pueblo 
resuelto  á  las  más  nobles  altiveces;  frente  á  hombres  desgraciados,  llá- 
mense como  se  llamen,  y  guarden  en  su  pecho  éstos  ó  aquellos  odios, 
una  nación  pronta  y  fácil  al  dolor  y  dispuesta  á  las  oraciones  del  cris- 
tiano. 


* 
#  * 


A  las  nueve  y  media  horas  de  la  noche  del  1 5  de  Febrero,  cuando 
toda  la  población  de  la  Habana  estaba  en  los  teatros,  en  los  cafés,  en  el 
Parque,  oyóse  el  estampido  de  una  explosión  formidable  que  hizo  tre- 
pidar muchos  edificios  de  la  capital. 


k 


504 

Fué  tal  el  ruido  que  se  oyera  con  la  misma  intensidad  en  toda  la 
Habana,  que  de  todas  partes  de  la  ciudad  la  impresión  fué  creer  que  el 
siniestro  había  sido  la  voladura  del  polvorín. 

La  gente  corrió  de  un  lado  para  otro,  preguntándose  qué  había 
sido,  alarmada  por  el  terrible  estruendo,  que  rápidamente  hizo  evacuar 
los  cafés  y  centros  de  reunión,  subiéndose  unos  á  las  azoteas  de  las 
casas  y  dirigiéndofe  otros  á  los  muelles  con  la  ansiedad  que  es  de  ima- 
ginar, si  ver  subir  delTcentro  de  la  bahía  densa  columna  de  humo,  en 
cuya  base  brilkban  los  rojizos  resplandores  de  un  incendio. 

Desde  allí  se  vio  que  estaba  ardiendo  el  acorazado  Maine,  de  la 
marina  deguerra  norteamericana.  Parte  del  magnifico  buque  había 
desaparecido  ya  bsjo  las  aguas,  y  el  resto  sparecía  envuelto  en  llamas. 

Dá  uno  á  otro  extremo  del  puerto  percibíase  fuerte  olor  á  pólvora. 

—  ¡Un  barco  ardiendo!  ¡Ha  volado  la  Santa  Bárbara! 
Este  era  el  grito  que  se  oía  en  todo  el  muelle,  á  lo  largo  de  la  bahía, 

en  Reg'a,  en^todas  partes. 

Sin  que  en  aquellos  momentos  pudiese  nadie  conocer  la  verdadera 
causa  del  siniestro,  comenzó  á  circular  la  especie  de  que  la  explosión 
casual  de  una  de  las  calderas  del  Maine  había  comunicado  el  fuego  á 
la  Santa  Bárbara. 

Una  nueva  explosión  paralizó  de  terror  á  todo  el  mundo. 

—  ¡La  dinamita!  ¡La  dinamita!— oíase  gritar  por  todos  lados. 
Hubo  un  momento  de  horrible  confusión  y  las  gentes  comenzaron 

á  correr  en  todas  direcciones,  sin  saber  á  dónde  se  dirigían.  H 


* 
*  * 


Cuando  se  repuso  un  poco  It  gente,  llegaban  al  muelle  todas   las 
autoridades  y  al  frente  de  ellas  el  general   Blanco,    el  cónsul   yankeg 


505 

Mr.  Lee,  el  segundo  cabo,  general  González  Parrado,  el  gobernador 
militar,  general  Arólas,  el  general  Sslano,  el  alcalde  de  la  Habana, 
marqués  de  Esteban,  el  gobernador  civil  señor  Brezón,  el  secretario  del 
Gobierno  general  señor  Congosto  y  otras  muchas  personas  del  elemento 
oficial  que  acudían  á  enterarse  personalmente  del  suceso  y  á  dar  las 
<3rdenes  convenientes  para  remediar  en  lo  posible  la  tremenda  desgra- 


EL  CAZA  TORPEDERO  «PINZÓN» 


cia  que  se  presentía  y  prestar  socorro  á  los  supervivientes  de  la  catás- 
trofe. 

Ya  el  comandante  del  apostadero  de  la  Habana,  señor  Manterola, 
había  destacado  varios  botes  de  la  Capitanía  del  puerto,  que  volvieron 
á  poco  diciendo  sus  tripulantes  qiae  había  estallado  una  caja  de  dina- 
mita y  un  incendio  á  bordo  del  Maine,  y  que  el  crucero  americano  ardía, 
yéndose  poco  á  poco  á  pique. 

Desde  los  muelles  se  veían  las  llamas  que  salían  por  la  culjierta  y 
costados  del  Maine,  que  se  hallaba  hundida  de  proa  y  continuaba  de- 
sapareciendo. 

Blanco  64 


506 

Con  frecuencia  se  oían  las  detonaciones  producidas  por  la  explosión 
de  sus  bombas. 

Pocos  momentos  después  de  la  segunda  explosión,  nuestro  crucero 
de  guerra  Alfonso  XII,  anclado  á  pocas  brazas  dtl  Maine  y  el  más  in- 
mediato al  buque  siniestrado,  dirigía  sus  feces  eléctricos  há^ia  el  sitio 
que  ocupaba  éste,  iluminando  la  parte  de  la  bahía  donde  eran  necesarios 
los  auxilios,  y  la  lancha  de  servicio  en  la  capitanía  del  puerto  se  dirigía 
al  Maine  para  prestar  socorro. 

Cuatro  marineros  de  ¡a  tiipulación  del  Maine  saltaron  á  la  lancha 
de  la  Capitanía,  rogando  á  su  oficial  que  se  retiraran,  porque  el  bsrco 
que  se  hundía  tenía  en  el  fondo  gran  parque  de  granadas  y  dinamita. 
Momentos  después  se  veía  volar  la  cofa  del  barco,  inclir.áadose  la  proa. 
A  la  luz  de  los  rv  flectores  del  Al/onso  XII  se  veía  admirablemente 
cómo  ardía  el  Maine  por  su  proa,  principal  foco  del  incendio. 

La  bfihía  cuEJóse  en  un  momento  de  toda  clase  de  embarcaciones 
que  iban  y  venían  de  las  inmediaciones  del  buque  incendiado  á  los 
muelles,  tratando  de  acercarse  á  sus  costados  para  prestar  auxilio  á  sus 
tripulantef. 

Las  lanchas  de  auxilio  recogieron  los  primeros  heridos  y  los  con- 
dujeron á  la  Mtchina,  situada  junto  á  las  oficinas  de  la  capitanía  del 
puerto. 

Los  primeros  auxilios  que  recibieron  los  supeí  vivientes  del  Maine 
lueron  prestados  por  la  tripulación  de  nuestro  crucero  Alfonso  XII, 
que  se  hallaba  fondeado,  como  hemos  dicho  ya,  á  muy  poca  distancia 
del  barco  americano. 

Los  heridcs  que  pudieron  escapar  de  la  explosión  y  del  incendio 
eran  recogidos  por  nuestros  valientes  marinos  y  llevados  á  los  buques- 
inmediatos  y  á  la  Machina. 


* 
*  * 


507 

A  bordo  del  Alfonso  XII  íwé  llevado  uno  de  los  primeros  heridos 
en  el  siniestro,  salvado  y  recogido  por  nuestros  marinos. 

El  herido  era  un  marinero  del  Maine,  que  no  estaba  muy  grave  y 
que  podía  hablar,  y  que  se  puso  á  ha^er  el  relato  de  lo  acaecido  en  los 
siguientes  términos: 

«—Estábamos  desnudándonos,  porque  había  sonado  ya  á  bordo  el 
toque  de  silencio. 

Di  pronto  nos  sentimos  derribados^  lanzados  en  distintas  direccio- 
nes, al  mismo  tiempo  que  oímos  un  estruendo  muy  grande,  quedando 
todo  el  barco  en  las  más  profundas  tinieblas. 

En  la  obscuridad  nos  llamábamos  á  gritos  los  unos  á  los  otros  y 
muchos  corrieron  á  buscar  los  botes  de  salvamento. 

Oíanse  muchos  ayes  desgarradores  de  los  berilos:  yo  estaba  en  el 
suelo,  tenía  una  pierna  que  no  podía  mover  y  el  rostro  inundado  de 
sangre. 

El  comandante  del  crucero  no  estaba  á  bordo,  ni  tampoco  el  se- 
gundo, y  aunque  se  comunicaban  muchas  órdenes  dadas  por  los  oficia- 
les de  guardia  y  el  contramaestre,  apenas  si  se  obedecía  ninguna. 

—  ¡El  dinamol  ¡El  dinamo  que  ha  reventado! — oía  gritar  en  mi 
derredor. 

Yo  no  supe  má>.  H  iciendo  un  sobrehumano  esfuerzo  me  incorporé 
como  pude,  me  arrastré  á  gatas  hasta  la  toldilla,  y  allí  vi  las  llamas 
que  partían  de  proa  y  que  iban  invadiendo  todo  el  barco.  Sentíamos 
qae  éste  se  hundía;  me  agarré  con  otros  compañeros  á  un  palo  y  sal- 
tamos al  primer  bote  que  se  soltó  al  agua,  oyendo  al  abandonar  el  bi>que 
otra  espantosa,  terrib'e  detonación,  que  parecía  iba  á  hacernos  volar 
por  los  aires.  Sentíase  también  el  ruido  de  varios  cuerpos  que  caían  al 
agua. 

Ya  no  sé  más.  El  comandante  y  algunos  oficiales  faltaban  del  buque 
desde  el  anochecer.» 


508 


Otros  dos  marineros  del  Maíne,  heridos  y  salvados  de  la  catástrofe 
y  conducidos  al  hospital  de  Alfonso  XIII,  refirieron  el  hecho  con  estas 
pocas  palabras,  á  los  que  les  interrogaron  acerca  del  siniestro: 

—«Poco  puedo  decir  á  ustedes— manifest<5— por  que  sentir  el  ruido, 
que  me  ha  dejado  sordo,  y  experimentar  la  fuerte  sacudida  y  conmon- 
ción  que  me  arrojó  al  mar,  todo  fué  uno.  Estábamos  acostados  unos,  y 
otros  desnudándose.  Sonó  la  explosión  y  solo  me  di  cuenta  de  que 
conmigo  cayó  al  agua  un  pelotón  de  hombres.»  ij 

El  otro  marinero  dijo,  que  él  y  un  grupo  de  sus  compañeros  esta- 
ban en  una  de  las  cámaras  centrales  preparándose  para  acostarse,  cuan- 
do oyeron  el  estampido  y  sintieron  la  fuerte  trepidación  que  se  produjo 
en  elíbuque,  y  cuando  quisieron  salir,  la  cámara  estaba  casi  anegada  y 
el  techo  de  ella  comenzaba  á  arder. 

El  que  esto  refirió  había  conseguido  con  grandes  esfuerzos  subir  á 
cubierta  y  sujetarse  á  un  bote  del  Alfonso  XII.  Los  demás  compañe- 
ros que  con  él  estsbsn  en  la  cámara  perecieron  todos. 


* 
if  * 


La  noche  era  obscurísima,  y  esto,  unido  al  estupor  que  produjo  el 
siniestro,  hacía  más  difíciles  y  arriesgadas  las  operaciones  de  salva- 
mento. 

Téngase  en  cuenta,  además,  que  en  el  Maine  había  mucha  dinamita, 
algunos  torpedos  y  no  pequeña  cantidad  de  otros  explosivos  aún  más 
peligrosos,  y  así  se  comprenderá  hasta  dónde  llegó  la  bravura  y  la  ab- 
negación de  nuestros  marinos  que,  despreciando  y  arrostrando  tantos 
peligros  acumulado  s  en  el  buque  extranjero;  y  apenas  ocuri  ida  la  catás- 
trofe, larzáronse  á  los  botes  para  prestar  auxilio  á  los  náufragos  y  sal- 
var á  los  heridos  de  una  muerte  cierta. 


509 

Pocos  segundos  habían  pasado  después  de  la  explosión,  cuando  el 
comandante  del  crucero  Alfonso  XII  ordenó  que  fueran  lanzados  al 
agua  tocios  los  botes  de  nuestro  buque  de  guerra. 

Con  celeridad  inverosímil  cayeron  los  botes  al  agua  y  en  ellos  em- 
barcó toda  la  marinería  del  Alfonso  XII  con  los  oficiales.  Aquellas 
frágiles  embarcaciones  tripuladas  por  valerosos  españoles  pronto  rodea- 
ron el  casco  del  Maine.  de  cuyos  costados  y  proa  salía  un  torrente 
de  llamas. 

Al  resplandor  de  los  reflectores  eléctricos  enfocados  sobre  el  Maine 
por  el  Alfonso  XII,  se  distinguía  á  varios  marineros  del  barco  america- 
no colgados  en  las  vergas,  demandando  auxilio  y  rodeados  por  las  lla- 
mas que  amenazaban  devorarlos  por  momentos. 

El  cuadro  era  en  extremo  trágico,  la  escena  dolorosa,  imposible  de 
describir. 

Como  el  fuego  iba  consumiendo  los  restos  del  buque,  no  podían 
acercarse  á  él  las  embarcaciones  de  auxilio. 

Los  marineros  españoles,  á  pesar  de  la  lobreguez  de  la  noche  y  de 
los  peligros  que  les  rodeaban,  echábanse  al  agua  para  salvar  á  los  nor- 
teamericanos que,  heridos  unos,  abrasados  no  pocos  y  aterrados  todos, 
luchaban  con  las  olas  y  con  la  muerte. 

Así  se  pudo  conseguir  el  salvamento  de  los  que  al  ocurrir  la  catás- 
trofe tuvieron  tiempo  de  arrojarse  al  mar. 

Algunos  botes  del  Alfonso  XU  se  colocaron  al  lado  de  la  proa  del 
Maine,  donde  se  habían  refugiado  algunos  marineros  americanos.  Eitos 
se  arrojaron  en  brazos  de  nuestros  marinos,  los  cuales  los  condujeron 
inmediatamente  á  bordo  de  la  nave  española. 

Otros  fueron  ccjidos  cuando  flotaban  en  las  aguas  medio  shoga- 
dos.  Algunos  tenían  quemaduras  tan  horrorosas  que  al  ser  cojidos  por 
los  españoles  lanzaban  terribles  y  lastimeros  gritos  de  dolor. 

Muchos  de  ellos  estaban  semi  moribundos  y  en  la  cubierta  del  Al- 


510 

fonso  Xn  fueron  asistidos  y  se  les  hicieroa  las  tristes  y  angustiosas  ope- 
raciones que  con  aquellos  se  practican  para  intentar  tornarlos  á  la  vida. 

Ningún  bote  del  Mainefaé  echado  al  agía. 

El  comandante  del  crucero  yanqui  y  24  oficíales  se  hallaban  en  el 
mjcnento  de  la  explosión  á  bordo  del  vapor  mercante  de  la  matrícula 
de  Nueva  Yoik  Ciiy  0/  Washington,  anclado  algo  másléjjsque  el  Al 
fonso  XII  del  sitio  de  la  ocurrencia,  desde  la  cubierta  de  cuyo  barco 
presenciaron  los  últimos  el  trabajo  heroico  de  nuestros  arrojados 
marinos. 


Poco  después  acudieron  otros  botes  y  lanchas  de  vapor  del  Arse- 
nal y  de  la  comandancia  de  marina,  que  contribuyeron  eficazmente  al 
salvamento. 

También  maniobró  con  gran  acierto  la  lancha  cañonera  Antonio 
Lópe\  y  prestaron  servicio  útilísimo  los  botes  del  transporte  de  guerra 
español  Lega^pi. 

Más  tarde,  todos  los  botes  y  embarcaciones  menores  que  existían 
disponibles  en  el  puerto,  con  gentes  de  mar,  fuerzas  de  voluntarios, 
tropas,  bomberos  y  casi  todas  las  autoridades,  salieron  inmediatamente 
en  auxilio  del  crucero  Maine,  para  hacer  sobre  humanos  esfuerzos  por 
la  salvación  del  buque  y,  sobre  todo,  de  la  oficialidad  y  marinería  que 
lo  tripulaban,  conduciendo  los  heridos,  todos  americanos,  á  la  Machi- 
na, al  Alfonso  XII,  al  Lega\pi  y  al  vapor  mercante  Ctty  oj  'Was- 
hington. 

Noventa  marineros  norteamericanos  fueron  recogidos,  todos  con 
heridas  ó  quemaduras. 

Curados  de  primera   intencionen  el  crucero  Alfonso  XU ,  en  la 


511 

Machina,  en  las  casas  de  socorro  de  los  muelles  y  en  algunos  barcos 
cercanos,  fueron  trasladados  cuidadosamente  por  las  ambulancias  mi- 
litares y  los  bomberos  del  comercio,  que  acudieron  inmediatamente  á 
prestar  tan  humanitario  servicio,  á  los  hospitales  de  San  Antonio  y  de 
Alfonso  XIII. 

En  esos  centros  benéficos  se  les  atendió  con  la  más  exquisita  y  ca- 
riñosa solicitud. 

Componíase  la  dotación  del  buque  dt  33  jefes  y  oficiales  y  343 
marineros. 

Se  salvaron  el  comandante  Mr.  Sigsbee,  y  toda  la  oficialidad,  á  ex 
cepción  de  los  dos  únicos  que  se  cree  se  hallaban  en  el  buque,  prestan- 
do servicio  de  guardia  ó  vigilancia,  en  el  momento  de  ocurrir  la  ca- 
tástrofe. 

El  número  de  víctimas  que  ocasionó  la  voladura  del  Maine,  fué  de 
238  tripulantes  y  dos  oficiales,  que  en  su  mayoría  perecieron  ahogados 
al  ser  lanzados  al  mar  por  el  efecto  de  la  explosión. 

La  mayor  parte  de  los  heridos  que  fueron  conducidos  á  los  hospi- 
tales sufiían  quemaduras^  siendo  muy  escaso  el  número  de  los  que  re- 
cibieron heridas  por  golpe. 


* 
*  * 


La  versión  más  autorizada  respecto  al  origen  del  siniestro  fué  que 
la  explosión  había  sido  consecuencia  de  un  descuido,  poco  explicable 
pero  muy  verosimil  y  posible  en  un  barco  de  las  condiciones  del  si- 
niestrado, donde  todas  las  operaciones  de  carácter  mecánico  que  se 
realizan  en  el  material  de  guerra  se  llevan  á  cabo  con  grandes  precau- 
ciones, que,  por  lo  visto,  se  desatendieron  en  aquel  caso. 

Según  todos  los  indicios,  la  explosión  se  produjo  por  haberse  efec- 


512 

tuado  la  limpieza  de  los  torpedos  y  haber  dejado  á  éstos  mal  dispues- 
tos y  en  condiciones  de  un  íácil  y  horroroso  accidente,  ó  por  una  im- 
prudencia de  la  marinería  encargada  del  servicio  de  los  torpedos. 

Robusteció  esta  versión  el  haber  dicho  el  cónsul  Mr.  Lee,  que  él 
creía  que  la  explosión  había  sido  casual,  añadiendo  que  el  comandante 
Sigsbee  le  había  anunciado  aquel  mismo  día  que  se  estaba  procediendo 
en  su  buque  á  la  limpieza  y  arreglo  de  los  torpedos. 

Otra  de  las  versiones  más  acreditadas  sobre  el  verdadero  origen 
del  suceso,  fué  también  la  deque  hizo  explosión  una  de  las  calderas  en- 
cendida y  destinada  al  movimiento  del  dinamo  de  la  luz  eléctrica,  co- 
municándose el  incendio  producido  á  la  Santa  Bárbara  del  buque  y 
verificándose  la  explosión  de  las  municiones  de  guerra  en  ella  acumu- 
ladas, y  entre  las  cuales,  según  se  dijo,  abundaba  la  dinamita  destinada 
á  la  carga  de  torpedos. 

U;i  tripulante  del  Maine  manifestó  su  opinión  de  que  la  voladura 
se  produjo  pñmero  en  el  depósito  del  algodón  pólvora  destinado  á  los 
torpedos. 

El  jefe  del  negociado  de  Navegación  en  el  almirantazgo  de  Was- 
hington, interrogado  por  un  periodista,  expresó  una  opinión  semejan- 
te, añadiendo  que  la  circunstancia  de  no  haberse  ido  á  pique  inmedia- 
tamente el  crucero,  demostraba  que  la  explosión  no  podía  ser  atribuí 
da  á  la  colocación  de  un  torpedo  debajo  ó  al  costado  del  buque. 

Díjose  también  que  un  contacto  mal  establecido  en  el  dinamo  que 
producía  la  luz  eléctrica,  incendió  los  envolventes  aisladores  de  los  ca- 
bles, el  fuego  se  comunicó  á  los  compartimientos  de  madera  inmedia- 
tos y  á  los  depósitos  de  pólvora,  y  por  haber  subido  rápida  y  violen- 
tamente la  temperatura  en  el  recinto  de  la  nave,  explotaiou  las  cal- 
deras. 

Esta  versión  fué  apoyada  por  los  datos  suministrados  por  los  oti- 
cialesdel  crucero  Alfonso  XI J,  vecino  inmediato  al  Maine. 


513  - 

Según  esa  versión,  poco  antes  de  ocurrir  la  explosión  advirtieron 
los  oficiales  de  guardia  en  el  Maine,  que  se  había  iticiado  un  fuego  á 
bordo,  á  consecuencia  de  un  circuito  formsdo  cerca  de  los  dinamos  que 
fabricaban  la  luz  eléctrica. 

Convencidos  de  que  era  imposible  atajar  el  incendio,  se  dispuso 
que  cinco  guardias  bajaran  á  la  Santa  Bárbara  para  inundarla  de  agua. 

Los  infortunados  tripulantes  lograron  su  objeto  á  costa  de  su  vida, 


AFUERAS  DE  MATANZAS 


que  sacrificaron,  evitando  con  ello  que  la  catástrofe;  fuera  mayor. 

El  crucero  español  Alfonso  XII  no  sufrió  aveiia  alguna,  á  pesar 
de  que  se  hallaba  á  muy  pocas  brazas  del  Maine,  lo  cual  sólo  se  explica 
por  el  hecho  de  que  la  explosión  tuvo  lugar  de  dentro  á  fuera. 

La  gran  resistencia  del  casco  y  blindajes,  impidió  que  el  vaso  del 
Maine  fuera  destrozado. 

Volaron  la  cubierta,  los  compartimientos  interiores,  parte  de  las 
máquinas  y  armamento,  y  cuantos  objetos  llenaban  el  acorazado.  To- 
dos ellos,  convertidos  en  pedazos,  fueron  lanzados  á  gran  altura  y  dis- 

BlanCO  65 


514 

taacía,   y  algunos  cayeron   sobre   otros  barcos,  causándoles  averías, 
aunque  no  de  coasideraclón. 

Los  restos  del  Maine  formaban  una  masa  informe  con  las  calderas 
al  descubierto,  destrozadas  las  torres  blindadas,  no  quedando  á  flor  de 
agua  más  que  parte  de  la  popa,  donde  se  notaban  averías,  viéndose  in- 
tactos los  cañones  de  tiro  rápido  y  el  proyector  eléctrico,  y  mantenién 
dose  erguido  un  solo  palo,  en  cuya  cofa  veíase  un  p?queño  cañón  de 
tiro  rápido. 

La  causa  de  no  haberse  sumergido  totalmente  el  buque,  fué  debida 
á  que  el  Maine  calaba  23  pies  y  el  sitio  de  la  catástrofe  tiene  de  fon- 
do 28. 

La  catástrofe  produjo  impresión  hondísima  en  los  Estados  Unidos. 
En  España  causó  la  noticia  gran  espectación,  lamentando  todos  los  es- 
pañoles la  trágica  muerte  de  las  desventuradas  víctimas  del  siniestro  y 
aplaudiendo  la  conducta  heroica  y  la  abnegación  laudable  de  sus  vale- 
rosos marinos. 


CAPITULO     XLI 


España  ante  la  catástrofe  del  Maine. — Dolorosa  enseñanza. — Pérfidas  insinuaciones. — ^Era  de 
presumir. — Acusación  absurda. — Nuestra  honradez  sin  tacha. — Sin  explicaeiÓD. — Ope- 
raciones en  Oriente. — Las  columnas  Nario  y  Linares. — Encuentros  y  combates. — Pro- 
pósitos del  general  Blanco. — Aspecto  de  la  campaña. — El  crucero  Vizcaya  en  el  puerto 
de  Nueva  York. — Saludos  y  visitas. — El  comandante  señor  Eulate. — Salida  del  Vizcaya 
para  Cuba.  .  . 


N  presencia  de  una  catástrofe  como  la  ocurrida  el  día  15 
de  Febrero  en  la  bahía  de  la  Habana,  reivindicó  la  hu- 
manidad sus  imprescriptibles  fueros  y  acalló  la  política 
sus  circunstanciales  rencores. 
Todo  gran  infortunio  hace  comprender  á  los  pueblos  divi- 
didos por  enemistades  ó  por  emulaciones,  que  son  miembros 
't^  de  una  misma  familia:  de  la  familia  obligada  á  luchar  desde  el 
nacimiento  hasta  la  muerte  con  las  fuerzas  naturales  y  conde- 
nada á  pagar  en  sudor,  en  sangre  y  en  lágrimas,  su  derecho  de  tránsito 
por  el  mundo. 

Abierta  siempre  á  esa  generosa  solicitud,  ha  estado  siempre  el 
alma  española.  Y  en  presencia  de  la  catástrofe  del  Maine  lo  estuvo 
igualmente  sin  distinciones  y  sin  reservas. 

Nuestra  hidalga  nación,  al  contemplar  con  tristeza  las  víctimas  y 
los  destrozos  causados  por  la  voladura  del  Maine,  no  se  acordó  para 
nada  de  sus  desavenencias  con  los  Estados  Unidos. 


516 

Luego  volvería  á  defender  coitra  todo  y  contra  todos  lo  que  era 
legítimamente  suyo. 

En  aquellas  tristes  circuastancias  no  sintió  más  que  leal  y  sincera 
conmiseración  ante  la  inmensa  y  espantosa  catástrofá. 

Prueba  de  ello  ofrecieron  le  s  telegramas  que  se  trasmitieron  de  to" 
das  las  provincias. 

España  toda,  respetando  el  dolor  ageno,  se  envaneció  del  noble 
heroísmo  con  que  nuestros  marinos,  soldados  y  bomberos  acudieron, 
no  bien  oída  la  explosión,  en  auxilio  del  buque  norteamericano. 

A  riesgo  de  la  vida  propia  rescataron  las  de  muchos  infortunados 
que  estaban  á  punto  de  perecer  entre  el  mar  y  el  incendio;  arrebataron 
los  cadáveres  á  la  voracidad  de  los  tiburones,  y  no  cesaron  en  la  peli- 
grosa tentativa  de  salvamento,  hasta  que  el  Maine,  desp^da/ado  y  con- 
sumido por  las  llamas,  se  fué  á  pique. 

¡Bien  hayan  los  españoles  que  de  tal  modo  supieron  interpretar  los 
sentimientos  y  honrar  las  tradiciones  de  España! 

Horas  antes  de  que  sucediese  el  desastre,  aquel  buque  representa- 
ba para  ellos,  si  no  un  enemigo  declarado,  un  testigo  impertinente  y 
un  huésped  sospechoso. 

Después  de  la  voladura,  nadie  reparó  en  la  intención  ni  en  la  ban- 
dera. Desvanecidos  ú  olvidados  al  punto  los  recelos  de  hostilidad  ó  de 
malevolencia,  los  extranjeros  se  transformaron  en  prójimos,  y  los  in- 
trusos se  convirtieron  en  hermanos. 

Las  autoridades,  la  marinería,  la  guarnición  y  el  vecindario  de  la 
Habana,  procedieron  en  aquella  triste  ocasión  de  manera  que  nos  satis- 
fizo y  nos  enorgullece. 

Los  tíipulantes  del  Maine  que  sobrevivieron  al  desastre,  encontra- 
ron leal  hospitalidad  en  la  capital  de  Cuba.  Los  que  perecieron  en  el 
siniestro,  tuvieron  respetada  sepultura  en  aquella  tierra  y  en  aquellas 
aguas  siempre  españolas. 


517 

España  pasó  la  espada,  que  se  le  obligaba  á  tener  desnuda,  á  la 
mano  izquierda,  y  tendió  la  derecha,  no  á  los  qu3  la  agraviaban,  sino 
á  los  que  lloraban. 


* 
*  * 


La  Providencia  del  creyente,  ó  el  acaso  del  ateo,  elige  en  ocasio- 
nes términos  muy  dolorosos  para  la  enseñanza  de  los  pueblos. 

£n  página  por  desdicha  orlada  de  luto,  mostróse  ante  los  Estados 
Unidos  cuan  legítimamente  blasona  España  de  hidalga  y  alardea  de 
noble. 

Vecinos  de  fondeadero  el  Maine  y  e\  Alfonso  XII,  mirábanse  como 
próximos  enemigos.  Visto  el  crítico  estado  de  las  relaciones  internacio- 
nales, más  de  una  vez  cruzaría  por  la  mente  de  nuestros  marinos  la 
posibilidad  de  un  zafarrancho  de  combate,  y  más  de  una  vez  imagina- 
rían empeñado  terrible  duelo  á  muerte  donde  los  cañonazos  se  dispa- 
rasen á  quemaropa;  pero  la  desgracia  del  adv.rsario  trocó  todas  aque- 
llas previsiones  y  aquellos  pensamientos,  en  maniobras  de  salvamento 
y  en  arriesgada  empresa  de  humanidad. 

En  tanto  que  los  oficiales  del  crucero  norteamericano  contempla- 
ban desde  el  puente  del  vapor  Washington,  en  nuestro  barco  de  guerra 
Alfonso  XII  arriábanse  los  botes,  y  los  marinos  y  marineros  españoles, 
descuidados  de  todo  temor  é  impelidos  por  una  idea  noble  y  generosa 
dictada  por  sus  sentimientos  de  humanidad,  llegaban  al  casco  incen- 
diado y  medio  sumergido  del  Maine  para  recoger  y  amparar  á  los  náu- 
fragos y  á  los  heridos. 

Triste,  pero  elocuentísima  lección  que  no  debieran  haber  dado  al 
olvido  los  yankees,  que  tanto  han  denostado  á  España  como  vengativa 
y  cruel.  La  misma  mano  que  ellos  suponían  tinta  en  sangre  de  inocen- 


518 

tes  mambises,  y  que  súa  suponen,  —  ¡oh,  blasfemia!— f autora  del  si- 
niestro, fué  la  primera  que  se  alargó  para  sostener  al  que  sucumbía, 
para  salvar  al  que  estaba  á  punto  de  parecer,  y  restañar  las  heridas  que 
en  la  explosión  sufriera. 

Esta  hermosa  y  levantada  conducta  con  que  de  nuevo  honraron 
la  patria  bandera  nuestros  valerosos  marinos,  pressnciáronla  desde  la 
borda  del  Washington  los  oficiales  del  Maine,  testigos  irrecusables 
para  la  o^miów  jingoísta,  de  que  es  tan  evidente  la  nobleza  de  los  im- 
pulsos españoles,  como  injustificados  los  dicterios  y  calumnias  lanza- 
dos contra  nosotros. 

Ante  el  espantoso  siniestro  de  la  bahía  de  la  Habana,  sólo  cupo 
un  movimiento  de  sincero  y  leal  pesar,  y  un  aplauso  muy  entusiasta, 
muy  caluroso,  para  la  dotíción  del  Alfonso  ^// y  para  todos  cuantos 
se  portaron  en  la  catástrofe  como  buenos  españoles. 


Las  pérfidas  insinuaciones  echadas  á  volar  por  algunos  periódicos 
norteamericanos,  respecto  de  las  causas  que  hubiesen  podido  originar 
la  voladura  del  Maine,  no  nos  maravillaron  ni  nos  dolieron. 

Era  lo  que  nos  quedaba  por  ver;  pero  con  ello  contábamos. 

Aparte  de  la  tensión  nerviosa  que  reinaba  en  los  Estados  Unidos 
de  igual  manera  que  en  España,  había  allí,  para  todo  lo  que  á  Cuba  con- 
cernía, un  depósito  de  fermentos  extraños,  de  ásperos  apetitos  y  de  ma- 
las pasiones,  en  el  cual  necesariamente  tenían  que  germinar  y  desarro- 
llarse las  más  viles  sospechas  y  las  calujinias  más  injuriosas. 

Era  de  presumir.  Ni  el  noble  sentimiento  de  pesar  revelado  en  la 
Habana  y  en  España  toia  por  la  catástrofe  del  Maine;  ni  el  valor  y  ab- 
negación de  los  marinos  del  Alfonso  XII 2\  desafiar  mortales  peligros 


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%. 


519 

por  salvar  á  los  náufregos  y  á  los  heridos;  ni  la  gratitud  obligada  por 
tantos  piadosos  cuidados  y  tanta  noble  solicitud,  pudieron  triunfar  del 
duro  egoísmo yanke  y  déla  implacable  mala  fé  de  los  j'ingoes. 

Era  lo  que  nos  quedaba  por  ver;  ya  el  nombre  de  España,  de  esta 
España  tan  leal  y  que  ha  luchado  siempre  cuerpo  á  cuerpo,  sin  tener  en 
su  historia  páginas  como  las  que  cuentan  los  Estados  Unidos  en  el  caso 
memorable  de  nuestro  Araptles,  anduvo  llevado  de  lengua  en  lengua 
vankee,  al  lado  de  sospechas  que,  ni  aún  para  rechazadas,  merecerían 
consigaación  alguna  en  un  libro  español. 

Fué,  en  fin,  lo  único  que  nos  quedaba  ya  por  ver:  los  enemigos  im- 
placables de  España  que,  no  contentos  con  la  obra  realizada  en  Cuba 
protegiendo  alijos  y  envalentonando  y  prestando  ayuda  á  la  insurrec- 
ción, quisieron  todavía  ponernos  el  Inri  de  infamia,  dando  á  entender 
al  mundo  cómo  en  la  tragedia  del  Maine  se  adivinaba  nuestra  mano  y  se 
sorprendían  ruestra  intención  malévola  y  nuestrossentimientosdeodio. 

Tampoco  nos  cogió  de  nuevas,  aunque  el  hecho  revestía  mayor 
graved:;d,  la  ligereza  con  quedos  ó  tres  miembros  de  la  Comisión  de 
Relaciones  exteriores  del  Senado  norteamericano,  se  adelantaran  á  ex- 
presar dudas  y  formular  reticencias,  no  por  absurdas,  menos  ofensivas. 


No  hay  que  entrar  en  disquisiciones  especiales  para  demostrar  la 
absurdidez  de  toda  acusación  contra  nuestra  honradez.  Ya  hemos  indi- 
cado la  imposibilidad  de  achacar  á  un  agente  exterior  la  causa  de  la 
catástrofe;  de  haber  explotado  un  torpedo  al  costado  del  Maine  hubié- 
rase  éste  ido  a  pique,  probablemente  sin  incendio,  y  en  todo  caso,  pro- 
ducié adose  el  incendio  con  posterioridad  á  la  explosión.  Y  una  de  las 
cosas  más  y  mejar  averiguadas  es  que  la  explosión  fué  lo  último  y   el 


520 

incendio  lo  primero;  esto  es,  que  la  primera  fué  confecuencia,  no  cau- 
sa, del  segundo. 

Los  más  expertos  y  autorizados  marinos  y  todos  los  hombres  de 
ciencia  de  todos  los  países  fueron  de  opinión  de  que  la  catástrofe,  por 
todas  las  circunstancias  de  que  apareció  rodeada,  fué  puramente  casual, 
y  su  origen  un  gccidente  interior  del  buque. 

La  hipótesis  de  que  alguien,  deseoso  del  conflicto  entre  las  dos 
naciones,  hubiese  aprovechado  las  sombras  de  la  noche  para  colocar 
bajo  el  Maine  un  torpedo,  es  también  inadmisible;  poique  según  pudo 
observar  todo  el  mundo,  el  explosivo  en  sitio  del  barco,  á  donde  no 
alcanzaban  sus  fuertes  defensas,  hubiera  destrozado  el  casco  y  producido 
el  naufragio  casi  instantáneamente.  Además,  el  accidente  se  originó 
hacia  la  proa,  y  en  la  proa  había  un  centinela,  el  cual  hubiera  visto  la 
lancha  ó  el  bote  que  se  acercaba  y  habría  dado  la  voz  de  alarma,  y  nada 
de  eso  hubo. 

Ua  torpedo  no  se  coloca  aa  como  quiera. 

Agradecemos  ahora  la  probidad  y  rectitud  con  que  la  opinión  uni- 
versal demostró  conocer  y  apreciar  nuestros  sentimientos.  Ni  entonces, 
ni  alora,  ni  nunca,  nos  cuidamos  ni  nos  cuidaremos  de  lo  que  inven- 
tara qi  acaso  invente  y  diga  un  pueblo  desconocedor  de  toda  clase  de 
virtudes,  que  ha  de  seguir,  sin  duia,  desconociéndonos  é  injurián- 
donos. 

Nada  hemos  de  decir  que  se  parezca  á  una  defensa:  hay  injurias  tan 
rastreras  y  miserables  que  no  merecen  otro  castigo  que  el  desprecio. 

Una  sola  cosa  debemos  advertir,  sin  embargo,  para  uso  de  los  ig- 
norantes y  agiotistas  yankees  que  se  asociaron  con  los  filibusteros  de 
Cuba. 

La  nación  española,  al  deplorar  con  el  alma  la  catástrofe  del  Maine, 
los  marinos,  soldados  y  bomberos  de  la  Habana  al  exponer  su  vida  pa- 
ra salvar  á  los  que  estaban  á  punto  de  perderla;  el  vecindario  en  masa 


521 

déla  capital  de  Cuba  acudiaado  respetuoso  y  conmovido  al  entierro  de 
las  vi L;timas;  el  gobierno  central  y  el  insular,  al  enviar  testimonio  de 
afjctucso  fé.ameal  de  Washington;  los  periódicos  con  sus  manifesta- 
ciones de  no  fiagido  y  sincero  duelo,  y  las  gentes  todas  de  la  Península 
al  dar  por  un  momento  al  olvido  querellas  y  agravios  qu3  de  tiempo 
atrás  las  apasionaban,  obraron  así,  porque  así  se  lo  dictaba  el  corazón, 
no  para  halagar  á  nadie,  ni  pira  imponer  á  nadie  ninguna  clase  de 
agradecimiento. 


CRUCERO  *DON  JUAN  DE  AUSTRIA» 

España,  al  tender  la  mano  á  las  víctimas  de  un  fortuito  desastre,  y 
al  saludar  con  respeto  á  otra  nación  castigada  por  el  infortunio,  no  hizo 
más  qu3  satisfacerse  y  honrarse  á  sí  misma. 

Por  ello,  remediado  en  cuinto  fué  posible  el  daño,  curados  los  he- 
ridos y  sepultados  los  mu3rtos,  cada  cual  volvió  á  emprender  el  camino 
á  donde  el  honor  y  el  deber  le  llamaran. 

España  no  puede  admitir  el  caso  de  explicación  alguna  en  el  asunto 
del  Maine.  Ua  pueblo  de  caballeros  no  tiene  que  explicar  lo  que  no 
4eji  lugir  á  duda  ni  ante  Dios  ni  ante  los  hombres. 

Blanco  6S 


522 


Siguiendo  el  movimiento  iniciado  en  el  departamento  O  iental  y 
obedeciendo  á  la  operación  combinada  contra  las  paitidas  reunidas  al 
mando  de  Calixto  García,  la  columna  Nario  se  dirigió  el  día  7  por  San 
Fernando  y  Horqueta,  con  igual  objetivo  que  las  fuerzas  mandadas  por 
Linares,  sosteniendo  combate  e¡  8  en  Margarita,  el  9  en  la  Horqueta  y 
el  10  en  Aguas  Verdes,  donde  se  reunió  con  aquellas  fuerzas. 

Puestas  en  marcha  ambas  columnas  encontraron  y  destruyeron  nu- 
merosas trincheras  y  algunos  cfmpamentos  enemigos,  ocupados  por 
fueiz-.s  insurrectas. 

En  los  sucesivos  combates  que  nuestras  columnas  sostuvieron  con 
el  enemigo  para  desalojarle  de  sus  fuertes  posiciones,  las  pérdidas  de 
éste  fueron  numerosas,  porque  se  les  atacó  y  batió  en  algunos  puntos 
de  revés  ó  por  los  flancos,  habiéndose  recogido  21  muertos,  18  arma- 
mentos y  numerosos  efectos  de  guerra. 

La  operación  costó  en  su  totalidad  á  nuestras  columnas,  según  el 
parte  oficial,  las  siguientes  bajas:  dos  capitares,  cinco  oficiales  y  ua 
médico  heridos,  y  1 1  soldados  muertos  y  84  hjiiios. 

El  general  en  jefe  recomendó  íl  ministro  en  su  paite  cñcial  el  biza- 
rro comportamiento  de  las  tropas  que  tomaron  parte  ea  la  operación 
combinada,  al  recorrer  1.9  leguas,  sosteniendo  combates  y  penetrando 
en  lugares  hasta  entonces  inexplorados. 

En  otro  extenso  telegrama,  recibido  en  el  ministerio  de  la  Guerra 
el  día  19,  el  general  Blanco  dio  cuenta  del  curso  de  las  operaciones  ea 
el  departamento  oriental  y  de  los  propósitos  que  tenia  de  vigoiizar  la 
guerra  cDntra  el  enemigo. 

El  capitán  general  de  Cuba  se  felicitaba  del  aspacto  de  la  campafia. 


523 

Nuestros  soldados  domiaaban  en  territorio  donde  hasta  hacía  poco 
tío  habían  entrado.  Las  partidas  insurrectas  de  Oriente  no  presentaban 
combate,  sino  que  huían  desalentada?,  y  las  tropas  habían  destruido  las 
guaridas  que  =e  habían  fabricado. 

El  g^'ntral  Blanco  explicaba  su  plan  de  campaña,  que,  como  es  na- 
tural, lo  reservó  el  GDbierno;  pero  se  supo  que  el  general  en  jefe  del 
ejército  de  operaciones  en  Cuba  esperaba  mucho  de  las  operaciones  que 
se  iban  á  emprender. 

Se  estaban  ultimando  los  preparativos  para  enviar  á  O.ientd  con- 
siderables refuerzos  sacados  de  las  provincias  occidentales  de  la  isla. 

El  general  Barnal  se  encargaría  del  mando  de  una  división  inde  • 
pendiente  destinada  á  operar  en  la  provincia  de  Santiago. 

D¿1  mando  de  Pinar  del  Río  faé  encargado  el  general  Hernández 
de  Velasco. 


* 
*  * 


A  las  cuatro  y  quince  de  la  tarde  dil  i8  llegó  el  crucero  español 
Ví^^caya  á  la  vista  del  puerto  Je  Nueva  York. 

Poco  después  cambió  los  saludos  de  costumbre  con  los  fuertes  d; 
la  plaza,  y  el  buque  de  guerra  español  entró  en  el  antepuerto  escoltado 
por  remolcadores  del  Estado,  que  conducían  á  bordo  considerable  nú  - 
mero  de  marinos. 

A  petición  de  las  autoridades  navales,  las  autoriladas  de  policía 
adoptaron  to  las  las  medidas  imaginables  para  impedir  que  corriera  pe- 
ligro alguno  el  barco  español. 

A  cau-a  de  fuerte  cerrazón  de  niebla  que  reinaba  é  impedía  la  en  ■ 
trada  del  acorazado  en  el  puerto,  fondeó  y  permaneció  en  Sandy  Hook 
hasta  las  dos  de  la  tarde  del  20. 


b2i 

A  dicha  hora,  y  desaparecida  la  cerrpzón  de  niebla,  levó  anclas  y 
entró  en  el  puerto,  disparando  21  cañonazos  y  fjndeando  en  Tomp 
Kingsvile  Island,  cerca  de  Maimen  Docteur. 

Devotvió  el  saludo  á  nuestro  acorazado  el  caitillü  William. 

Dos  vapores,  á  cuyo  bordo  iban  nouchos  periodistas  de  la  capital  y 
corresponsales  de  los  de  Washington  y  del  extranjero,  rodearon  inme- 
diatamente al  Vizcaya;  pero,  como  era  natural,  tinguno  de  ellos  logró 
ponerse  al  habla  con  los  tripulantes  del  buque  español. 

En  los  muelles  presenció  la  entreda  del  Vizcaya  inmenso  gentío. 
Las  fortalezas  inmediatas  á  los  muelles  veíame  coronadas  por  los  solda- 
dos que  la:  guarnecían,  y  muchos  centenares  de  espectadores  situados 
en  State  Müle  ocupaban  ambas  orillas  del  río. 

Piacticada  la  vi^ita  sanitaria  al  buque,  pasó  á  bordo  la  autoridad 
marítima,  siendo  recibida  con  respetuosa  consideración. 

Hablando  de  la  catástrofe  del  Maine,  el  comandante  del  Vizcaya, 
señor  Eulate,  dijo: 

«—Nuestros  corazones  están  embargados  por  amaigi  pena,  desde 
qae  h;müs  sabido  la  terrible  catástrofe  del  acorazado  Maine  y  la  dolo- 
rosa  pérdida  de  su  valiente  tripuh  ción.  Entre  todos  los  marinos  del 
mundo  existen  siempre  profundís  simpatías,  y  nosotros,  que  amamos  á 
este  gran  país,  nos  asociamos  sinceramente  ásu  profundo  pesar,  sintién- 
donos contentos  de  hallarnos  aquí  en  estos  instantes,  para  tomar  parte 
tn  su  pena  y  compaitir  con  la  nr  ción  el  acerbo  dolor  que  embarga  su 
ánimo.» 

El  señor  Eulate  declinó,  agradeciéndolo?,  los  ofrecimientos  de  una 
vigilancia  especial  por  parte  de  la  policía  americana. 

A  la  una  y  media  déla  tarde  del  25,  cambiadas  quehabísn  sido  las 
visitas  de  lúbrica  entre  el  comandante  y  la  oficialidad  del  VÍ7¡^caya  y 
las  autoridades  civiles  y  militares  de  la  plaza,  abandonó^  nuestro  crucero 
el  puerto  de  Nueva  Yoik,  escoltado  por  una  de  las  lanchas  de  vapor  de 
la  policía  del  puerto,  haciendo  rumbo  á  la  isla  de  Cuba. 


i 


CAPITULO    XLIl 


Preparativos  bélicos. — La  apatía  de  nuestro  Gobierno. — Recelos  y  desconfianza. — Propósitos 
del  gobierno  de  los  Estados  Unidos. — Rudo  combate. — El  comandante  Pedro  Rivera. — 
Tarios  encuentros. — Estado  de  la  insurrección  en  Oriente. — Ataque  ó  incendio  del  inge- 
nio Cañamago. — ^Heroica  defensa. ^El  soldado  Antonio  Cruz  Villegas. — Columna  de  au- 
xilio.— Batida  y  derrota  de  Bethancourt. — ÍToticias  de  Manzanillo.  —  Los  propósitos  de 
los  rebeldes. — Optimismos  y  confianza. — Impresiones  favorables. — El  dilema. — Manifies- 
to del  cabecilla  Massó. — El  gobierno  insurrecto. — Campaña  alarmista. — MacKinley 
dictador. 


5* 


I  las  noticias  que  transmitían  los  corresponsales  de  la 
prensa  española  en  Washington  y  Nueva  Yoik,  ni  las 
que  á  diario  venia  publicando  toda  la  prensa  de  Eu- 
ropa y  América  respecto  á  los  preparativos  que  con 
inusitada  rapidez  se  llevaban  á  cabo  en  las  dependencias  del 
ministerio  de  Marina  de  los  Estados  Unidos,  sacaban  á  nues- 
tro gobierno  de  su  paso  y  su  apatía. 

Aún  después  de  conocerse  perfectamente  y  con  absoluta 
exactitud  cuantos  actos  se  realizaban,  obedeciendo  á  un  plan 
aprobado  por  el  gobierno  yankee,  uno  de  nuestros  ministros  decía  ante 
varios  periodistas  que  las  alarmas  de  los  periódicos  españoles  sólo  re- 
flejaban las  exageraciones  que  estampaba  en  sus  columnas  la  prensa 
sensacional  de  la  América  del  Norte. 

«—Hoy  más  que  nunca— añadió— estamos  persuadidos  de  que  el 


526 

gabinete  de  Washington  desea  y  hará  cuanto  esté  en  su  mano  por 
conseguir  que  no  se  alteren  las  excelentes  relaciones  que  mantienen 
ambos  gobiernos. 

«El  de  los  Estados  Unidos— prosiguió  diciendc—y  especialmente 
Mr.  Mac  Kinley  con  su  actitud  enérgica,  ha  co  iseguido  que  las  Cáma- 
ras releguen  para  mejor  ocasión  las  proposiciones  de  unos  cuantos 
partidarios  de  los  filibusteros,  y  que  en  la  opinión  se  vaya  marcando 
más  y  más  la  tendencia  á  confiar  en  la  obra  del  gobierno,  que  es  el 
primer  interesado  en  la  bu;na  marcha  de  los  asuntos  públicos.» 

A  pesar  de  estas  afirmaciones,  otros  individuos  del  Gobierno  no 
dejaban  de  reconocer  que  en  los  Estados  Unidos  se  realizaban  algunos 
preparativos,  aunque  suponían  que  estos  obedecieran  á  órdenes  circu- 
ladas hacia  tiempo. 

Igualmente  oyóse  afirmar  á  otra  personalidad  del  Gobierno  que 
era  preciso  á  todo  trance  dar  un  rudo  golpe  á  la  rebelión  cubana  antes 
de  que  comenzase  el  peiíodo  de  las  lluvias,  porque  en  otro  caso  Espa- 
ña experimentaría  daños  incalculables .  ^ 

Da  ahí  que  se  viera  con  recelo  lo  que  sucedía  á  la  sazón  en  la  capi- 
tal de  la  isla,  donde  las  pasiones  se  agitaban  con  más  calor  que  los 
impulsos  del  pati ictismo  bien  entendido,  dificultando  la  obra  de  la  pa- 
cificación á  que  todos  debían  contribuir  en  la  medida  de  sus  recursos. 

Noticias  de  origen  autorizadísimo  afirmaban,  que  si  en  Miyo  no  se 
había  conseguido  adelantar  en  esa  obra,  el  gobierno  de  los  Estados 
Unidos  intervendría  para  lograrlo,  con  ó  sin  el  permiso  de  España. 

A  la  f  jcha,  lo  que  hacía  era  dar  la-^gas  al  asunto  por  propii  conve 
niencia,  para  ponerse  en  condiciones  de  imponer  su  criterio,  si  no  con 
notas,  con  otros  argumentos  más  convincentes. 

Y  entretanto  se  procuraba  endulzar  la  somnolencia  de  nuestro 
gobierno  con  frase;  de  amistad  y  cortesía,  que  aquí  recibían  nuestros 
m  nistros  como  testimonios  fehacientes  del  respeto  y  consideración  qus 


527 


nos  profesfiban  los  que  no  perdonaban  ocasión  de  demostrar  que  igno- 
raban Jo  que  son  estas  cosas. 


* 
*  * 


En  la  íegunda  decena  de  Febrero  los  rebeldes  tuvieron  158  muer- 
tos y  9  prisioneros.  Además  se  presentaron  á  indulto  132. 

Nuestras  bijas  fueron,  49  soldados  muerto?,  11  oficiales  y  187  sol- 
dados heridos. 

En  Las  Villas,  jurisdicción  de  Sancti  Spíritus,  fuerzas  del  batallón 
de  Arapílf  s  y  movilizados  de  Camajuaní  batieron  en  Caunao,  Vueltas 
de  Tamarindo  y  Buenos  Aires  á  las  partidas  reunidas  de  Ñapóles,  Ci- 
rrillo  y  Miraba],  que  sumaban  unos  2c o  hombres. 

Nuestras  tropas  les  hicieron  23  muertos  y  un  prisionero,  cogiéado- 
les  75  caballos  y  municiones. 

La  columna  Altolaguirre  marchó  en  su  persecución,  causándoles 
otros  siete  muertos  y  apoderándose  de  48  caballos  y  cinco  armamentos 
completos. 

El  general  Pando  había  llegado  á  Manzanillo,  donde  preparaba 
las  operaciones  de  Oriente. 

El  batallón  del  Infante  salió  de  Candelaria,  racionado  para  cinco 
días,  á  operar  en  combinación  con  tropas  de  Canarias  y  Gerona,  al 
mando  del  coronel  señor  Balbas. 

La  conjunción  de  estas  fuerzas,  según  las  órdenes  dictadas,  debía 
verificarse  en  los  montes  de  El  Mulo. 

Al  llegar  el  batallón  del  1  oíante  á  Santa  Paula  encontróse  con  las 
partidas  de  Mayía  Rodriguez  y  Perico  Diaz,  situadas  en  posiciones  ex- 
celentes y  muy  favorables  para  la  defensa. 

Empeñado  combate,  nuestros  soldados  ca'garon  varias  veces  sobre 


528 

el  enemigo,  el  cual  resistía  con  tenacidad.  Al  frente  de  las  fuerzas  de  la 
extrema  vanguardia,  dirigiendo  personalmente  el  ataque,  iba  el  coman- 
dante don  Pedro  Rivera. 

En  un  momento  en  que  los  rebeldes  lograron  interponerse  entre 
aquella  fuerza  avanzada  y  el  resto  de  la  columna,  vióse  el  comandante 
Rivera  cercado  de  insurrectos  que  le  intimaban  la  rendición.    El    pun- 


MAMBI  CONDUCIENDO  UN  CADÁVER 


doncro50  jefe,  dispuesto  á  no  ceder  ante  el  número  ni  á  rendirse,  de- 
fendió su  vida  con  heroísmo,  muriendo  al  cabo  cubierto  de  heridas.  Casi 
simultáneamente  recibió  un  balazo  en  la  boca  y  otro  en  el  corazón. 

Exaltada  la  tropa  por  la  pérdida  de  su  comandante,  se  revolvió 
con  ímpetu  sobre  el  enemigo  y  pudo  recoger  el  cadáver  del  bravo  jefe 
señor  Rvera,  que  fué  conducido  con  los  soldados  que  con  él  perecieron 
en  el  combate  á  Aranjuez,  donde  recibieron  cristiana  sepultura. 

Los  heridos,  en  número  de  diez,  entre  ellos  un  cficia',  fueron  lle- 
vados á  Candelaria. 


529 


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Blanco  67 


530 


*  ♦ 


Seguían  merodeando  por  la  provincia  de  Pinar  grupos  rebeldes, 
perseguidos  activamente  por  nuestras  columnas. 

El  batallón  de  Vj^lencia  y  escuadrón  de  Villaviciosa  tuvieron  un 
encuentro  con  la  partida  de  Payaso  en  Guama  y  Laguna  Larga,  hacién- 
dola diez  muertos  y  cogiendo  tres  armas. 

La  columna  tuvo  un  oficial  y  dos  soldados  heridos. 

Según  informes  que  nos  trasmitió  el  día  24  nuestro  celoso  corres- 
ponsal en  la  Habana,  recibidos  por  conducto  fidedigno,  acerca  del  estado 
déla  rebeldía  en  las  orillas  del  Cauto,  las  partidas  insurrectas  que  in- 
festaban ha^ta  hacía  poco  aquella  regidn  oriental,  se  habían  retirado 
hacia  el  intericr,  y  en  seis  leguas  de  extensión  por  ambas  orillas  del 
río,  no  se  había  encontrado  un  solo  rebelde. 

Debido  á  ello,  la  columna  del  coronel  Te  jeda  pndo  llegar  sin  no- 
vedad á  Victoria  de  las  Tunas.  Esto  no  había  sucedido  desde  que  co- 
menzó la  rebelión.  '"^ 

En  Lfs  Villas,  una  partida  de  500  hombres,  al  mando  de  los  cabe-   | 
cillas  Regó,  Núñez  y  Biavo,  atacó  y  quemó  en  la  noche  del  18  el  in- 
genio de  Cañamago,  propiedad  de  Smith  Fischer,  que  estaba  molien- 
do y  cuya  zafra  se  calculaba  en  20.000  sacos.  S 

Custodiaban  la  finca  25  soldados  del  batallón  de  Cataluña  y  18 
movilizados,  al  mando  del  teniente  don  Juan  Vicente  Pau. 

La  defensa  fué  brillantísima,  como  lo  demuestra  el  hecho  de  que 
al  llegar  en  auxilio  de  los  asediados  el  batallón  de  Antequera,  enviado 
desde  Trinidad,  solo  quedaban  en  uno  de  los  fortines  que  rodeaban  la 
finca  tres  cartuchos. 

Gracias  á  esta  defensa,  los  rebeldes  no  pudieron  consumar  su  obra 
destiuclora. 


I 


531 

Elogióse  el  bravo  comportamiento  del  soldado  Antonio  Crvz  Vi- 
llegas, que  mandaba  el  pequeño  pelotón  encargado  de  ladefeosade  uno 
de  los  fortines.  Heridos  todos  ellos,  menos  uno,  el  valiente  Villegas 
siguió  resistiendo,  á  pesar  de  haber  recibido  una  herida  de  bala  explo- 
siva. 

Rodeado  por  los  rebeldes  el  fortín,  amenazaron  con  pegarle  fuego 
si  sus  defensores  no  se  rendían,  pero  el  animoso  Villegas  se  negó  á 
entregarse. 

Entonces  varios  mambises  se  acercaron  al  fuerte  y  lo  rociaron  con 
petróleo.  Momentos  después  destacóse  de  entre  ellos  uno,  armado  de 
encendida  tea  para  pegar  fuego  al  reducto.  Villegas  dejóle  acercarse  y 
en  el  momento  supremo  de  ir  á  aplicar  la  llama  al  muro  rociado  con  el 
itflamable  líquido,  disparó  contra  él  su  fusil,  haciéndole  rodar  por  el 
suelo.  Esto  coincidió  con  el  toque  de  retirada  del  enemigo,  debiendo  á 
esta  circunstancia  su  salvación  el  valeroso  soldado  y  sus  compañeros. 

Las  fuerzas  que  acudieron  desde  T  iniJad  en  auxilio  del  ingenio 
persiguieron  en  su  huida  á  los  rebeldes,  dispersándolos  y  causándoles 
cuatro  muertos,  que  recogieron. 

El  destacamento  tuvo  14  muertos  y  varios  heridos;  las  pérdidas 
materiales  en  el  ingenio  se  calcularon  en  aao.ooo  pesos. 


*** 


La  columna  del  general  Molina,  formada  por  el  batallón  de  María 
Cristina  y  movilizados,  batió  en  las  lomas  Purgatorio  (Matanzas)  á  la 
partida  de  B,thancourt,  causándole  muchas  bajas. 

Las  tropas  recogieron  el  cadáver  de  un  titulado  comandante  rebel- 
de; las  bajas  de  la  columna  íueron  tres  sodados  musrtos  y  13  heridos, 
entre  éstos  el  teniente  don  Joié  Saavedra. 


532 

De  Manzanillo,  donde  tenía  establecido  su  cuartel  general  el  gene- 
ral Pando,  nos  comunicaron  el  día  24  los  siguientes  informes: 

A  consecuencia  de  haber  sido  elegida  aquella  población  como  base 
de  las  operaciones  que  habían  de  emprenderse  en  Oriente,   el  general 
Pando  consagraba  su  actividad  á  la  organización  de  esta  fase  de  la  cam- 
paña, á  cuyo  efecto  organizaba  fuerzas  y  acumulaba  provisiones,    á  fin   ^ 
de  que  no  se  demorase  más  tiempo  la  ofensiva. 

Da  su  plan  de  campaña  formaba  parte  la  construcción  del  ferroca- 
rril de  Cauto  El  Embarcadeio  á  Biyamo;  y  de  cumplirse  las  instruccio- 
nes que  se  hibían  dado  para  la  realización  de  obra  tan  importante, 
estaría  terminado  el  ferrocarril  antes  de  la  fecha  señalada.  Así  se  decía 
entre  las  personas  afjctas  al  cuartel  general. 

Las  impresiones  recogidas  por  nuestro  comunicante  respecto  de 
otros  aspectos  de  la  situación,  eran  en  extremo  consoladoras,  admitién- 
dose allí  la  posibilidad  de  que  ocurrieran  sucesos  satisfactorios  por  la 
vacilación  que  se  observaba  en  el  enemigo,  que  habría  de  aumentar  con 
la  campaña  activa  que  había  de  comenzar  en  cuanto  estuvieran  ven- 
cidas las  grandes  dificultadea  que  habían  ofrecido  el  aprovisionamiento 
y  demás  servicios  auxi.iares  de  la  campaña. 

La  salud  del  soldado  había  ra  jjrado  bastante,  y  la  división  del 
general  Aldave,  situada  á  orillas  del  río  Cauto,  solo  había  tenido  4^0 
enfermos  en  los  dos  últimos  meses. 


*** 


Los  informes  de  nuestros  colaboradores  y  corresponsales  en  el 
teatro  de  la  guerra  confirmaban  el  propósito  de  los  rebeldes,  de  atraer 
fuerzas  hacia  las  provincias  del  Cjitro  y  Occidente  de  la  isla,  favore- 
ciendo así  á  los  insurrectos  orientales. 


533 

Los  diarios  combates  en  Pinar  del  Río  y  Matanzas,  el  ataque  y 
destrucción  de  un  importante  inganio  en  Las  Villas,  evidenciaban  esos 
propósitos,  demostrando  también  que  la  casi  pacificación  era  ficticia . 
Estos  episodios,  aunque  desagradables,  no  impedían  que  todas  las  mi 
radas  se  fijasen  en  Oriente,  porque  allí  era  donde  estaba  el  núcleo  de 
la  insurrección,  y  para  el  término  de  la  seca  en  aquella  zona  faltaban 
escasamente  dos  meses. 

Los  informes  que  nos  trasmitieron  desde  Mmzanillo  y  la  impresión 
optimista  de  nuestro  comunicante,  tenían  un  sabor  agradable  y  acusa- 
ban en  las  esferas  oficiales  de  Cuba  cierta  confianza  de  próxima  des- 
composición en  las  filas  insurrectas. 

Mas,  como  desde  hacía  tiempo  venían  circulando  rumores  que,  por 
desgracia,  no  se  confirmaron,  no  íuera  discreto  confiar  demasiado  en 
esas  impre. iones  halagüeñas;  las  recogimos,  sin  embargo,  como  Iss 
hemos  recogido  siempre,  con  el  vivo  deseo  de  que  tuvieran  inmediata 
confirmación. 

Desde  Nueva  Yoík  insistíase  en  desautorizar  los  pesimismos  funda- 
dos en  la  inminencia  de  una  ruptura  de  relaciones  entre  el  gobierno  de 
Washington  y  el  de  Madrid.  A  la  fecha,  y  á  pesar  de  los  trabajos  de 
los  jingoístas,  la  situación  continuaba  inalterable,  y  el  gobierno  ame- 
ricano, preparándose  sin  duda  para  el  porvenir,  no  quería  suscitar 
ningún  conflicto. 

Inspirónos  legítimo  orgullo  el  noble  proceder  de  nuestros  marinos 
del  Vizcaya:  su  bizarro  comandante,  desdeñando  las  mal  encubiertas 
amenizas  del  filibusterismo,  no  quiso  abandonar  el  puerto  de  Nuiva 
Yoik  con  sospachoso  apresuramiento,  dando  ejemplo  de  serenidad  y 
prudencia  que  le  gracjeó  las  simpatías  y  el  respeto  de  las  autoridades  y 
elementos  sensatos  de  Nueva  Yoik. 

Los  espíritus  impresionables  que  en  la  noche  del  24  pudieron  creer 
que  no  transcurriría  veinticuatro  horas  sin  que  se  hubieran  roto  las 


534 

hostilidades  entre  España  y  los  Estados  Uniios,  tan  densa  y  tan  carga- 
da de  pesimismos  era  la  atmósfera  que  se  respiraba  en  los  círculos  polí- 
ticos y  tan  alarmantes  los  rumores  que  por  la  tarde  circularon  en  la 
Bolsa,  despertaron  al  día  siguiente  bf  jo  más  favorables  impresiones  y 
por  parte  alguna  se  descubría,  aun  buscando  con  prolijidad,  el  motivo 
cierto  de  la  alarma. 


*  ♦ 


En  efecto:  cualquiera  que  fuese  la  explicación  dada  á  aquellas  ráfa- 
gas de  pesimismo  que  el  día  citado  pasaron  sobre  nosotros,  es  induda- 
ble que  en  las  relaciones  de  España  con  los  Estados  Unidos  no  se  habría 
originado  durante  aquellos  días  ningún  nuevo  conflicto,  ni  siquiera 
ningún  nuevo  rozamiento. 

La  información  sobre  el  asunto  del  Maiiie  que  se  suponía  contrario 
al  inteiés  español,  no  se  había  redactado  todavía;  el  llamamiento  de  los 
oficiales  de  la  marina  norteamericana,  se  desmentía  de  la  manera  más 
categórica  posible;  y  cuanto  á  los  aprestos  militares  de  que  se  venía 
hablando,  en  España  con  respecto  á  los  Estados  Uaidos  y  en  los  Estados 
Unidos  con  respecto  á  E>p8ña,  resultó,  bien  averiguadas  las  cosas,  que 
no  había  sino  lo  que  ya  conocíamos  tiempo  hacía:  que  allí  se  trabajaba 
en  la  medida  propia  de  un  pueblo  rico  y  previsor  y  aquí  tan  dismayada- 
mente  como  es  costumbre  de  haciendas  pobres  y  de  gobernantes  impre- 
visores. 

Apreciando  la  situación  con  absoluta  frialdad,  hemos  de  consignar 
aquí  nuestro  convencimiento  de  que,  á  la  f¿cha,  no  habia  á  la  vista 
ningúa  motivo  de  inmediata  ruptura  con  la  gran  República  federal.  El 
asunto  del  Maine  no  daría  lugar  á  reclamaciones  ni  querellas,  por  am- 


i 


I 


535 

biguo  que  fuera  el  informe  de  la  comisión  técnica;  el  Viicaya  había  sa- 
lido de  Nueva  York  sin  que  los  laborantes  consiguieran  sacar  partido  de 
su  presencia  en  aquellas  aguas,  y  Mr.  Woodford  continuaría  aquí  hacien- 
do y  recibiendo  visitas  de  cortesía,  dando  y  aceptando  banquetes  masó 
menos  expansivos,  sin  que  sobreviniera  incidente  alguno  que  no  pu- 
diera ser  orillado  pronta  y  fscilmente. 

Pero  también  estábamos  convencidos  de  que  subsistía  la  causa  fun- 
damental de  conflicto  entre  ambos  países  y  de  que  no  tardaríamos  eu 
llegar  á  una  situación  que  exigiría  de  nosotros  soluciones  definitivas, 
porque  entonces  no  podríamos  rehuir  una  de  dos  cosas:  ó  guerrear  con 
los  Estados  Unidos  ó  ir  de  acuerdo  con  ellos  á  la  liquidación  del  pro- 
blema. 

Para  ese  momento  se  preparaban  allí  trabajando  con  febril  activi- 
dad en  las  fábricas  y  en  los  arsenales,  mientras  aquí  aguardábamos  crú- 
zalos de  brazos. 

Indudable  era,  además,  que  allí  había  un  propósito  definido,  un  ob- 
jetivo trazado  por  la  voluntad  de  todos  los  políticos  americanos,    en 
tanto  que  los  nuestros  ni  siquiera  se  tomaban  el  cuidado  de  persar  lo 
que  debeiía  hacer  Espeña  el  día  que  fuera  conminada  á  resolver   la 
cuestión  de  Cuba, 


*** 


El  periódico  radical  La  Discusión  publicó  el  día  25  un  Manifiesto 
firmado  por  el  cabecilla  Mas.só,  presentado  á  indulto  én  Placetas. 

En  ese  documento  hacía  Massó  un  llamamiento  á  sus  antiguos  ca- 
marades de  la  manigua,  para  que  reconocieran  la  legalidad  vigente  en 
Cuba. 


536 

«Reconocida  la  personalidad  déla  colonia— decía  Massó — la  guerra, 
más  que  contra  España,  resulta  contra  los  mismos  cubanos,  porque 
con  ella  no  sólo  pierden  la  vida  sino  que  se  extingue  la  riqueza  del 
país.» 

Nuestros  telegramas  del  25  acusaron  mayor  actividad  en  las  opera- 
ciones militares  del  departamento  Oriental  y  un  éxito  conseguido  por 
las  tropas  que  dirigía  y  mandaba  el  general  Jiménez  Castellanos  en  la 
N  jasa,  antigua  residencia  del  gobierno  insurrecto. 

El  bizarro  general  penetró  resueltamente  por  la  Nfjasa  y  aunque  el 
enemigo  opuso  seria  resistencia,  tuvo  que  abandonaren  poder  de  nues- 
tras tropas  sus  campamentos  y  los  hospitales  que  tenía  instalados  en 
Santa  Rufina,  dejando  en  el  campo  varios  muertos  y  retirándose  con 
numerosas  bijas. 

El  titulado  gobierno  insurrecto  parecía  preocupado  con  el  avance 
de  nuestras  tropas,  y  temeroso  de  represalias  prohibió  que  se  maltratase 
á  los  soldados  prisioneros,  teniendo  en  cuenta  la  conducta  humanitaria 
de  nuestro  ejército  hacia  los  rebeldes,  y  ordenó  también  que  se  respets- 
se  las  propiedades  de  todos  los  pacíficos,  mandando  que  se  destruyeran 
sólo  en  el  caso  de  que  se  aproximasen  las  tropas,  para  privar  á  éstos  de 
alojamientos  y  provisiones. 

Díjose  que  estos  mandatos  habían  producido  gran  descontento  en 
las  filas  rebaldes. 

Al  propio  tiempo  que  en  el  Camagüey,  se  estaban  organizando  ope  • 
I  aciones  de  importancia  por  las  divisiones  del  ejército  que  operaban  en 
las  jurisdicciones  de  Santiago  de  Cuba,  Holguín  y  Manzanillo. 

La  depreciación  de  los  valores  en  las  Bilsas  americanas  á  conse- 
cuencia de  los  rumores  de  un  probable  rompimiento  de  hostilidades, 
indujo  al  presidente  MicKtnley  á  contrarrestar  la  campaña  alarmista 
de  la  piensa,  enviando  á  Nueva  Yoik  á  Mr.  Ilanna,  su  confidente  é 
inspirador  desde  hacía  años. 


537 

Por  primera  vez  había  llegado  Mac  Kinley  á  formular  la  amensza 
de  interponer  su  veto  contra  cualquier  resolución  premeditada  de  las 
Cámaras  yankis,  y  á  manifestar  su  deseo  de  dirigir  por  si  la  política  in- 
ternacional, negándose  á  marchar  á  remolque  de  los  jingos. 


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LA  COLUMNA  DEL  GENERAL  CASTELLANOS  CONDUCIENDO  LOS  HERIDOS 
DESPUÉS  DEL  COMBATE  DEL  POTRERO  «PERALEJOS» 

Ahora  bien;  ¿esa  actitud  del  presidente  de  la  gran  República,  po- 
día interpretarse  como  favorable  á  Españs? 

No  faltó  entre  la  grey  ministeiial  quien  la  interpretara  en  ese  sen- 
tido; pero  muy  pronto  los  hechos  vinieron  á  desvanecer  esas  esperan- 
zas, y  á  evidenciar  la  hipocresía  y  falacia  del  huésped  déla  Casa  Blanca. 


Blanco  68 


CAPITULO    XLIII 


Las  palabras  y  los  hechos. — Nuestro  Gobieroo. — Remembranzas. — La  opinidn. — Las  opera- 
ciones en  el  Camagüey. — Avance  de  la  columna. — El  enemigo  batido  y  disperso. — El 
combate  de  San  Andiés.^El  heroico  teniente  señor  Perojo. — En  la  N.ijasa. — Nuev 
combate  en  el  potrero  uPeraltjop» — Las  bajas  del  enemigo. — El  parte  oficial. — Elogios 
al  general  Jiménez  Ca(-tellflno9.—  Moviroierto  de  tropas. — Expectación. — La  actividad 
de  nuestras  ciihimnas.— Anuncio  de  operaciones. — Confusión. — Tregua. — Sin  temor  á 
complicaciones. 


lERTO  era  que  Mr.  Mac-Kinley  reiteraba  á  la  continua 
protestas  de  amistad  y  de  pacíficos  propósitos;  pero  no 
era  menos  evidente,  que  distanciados  los  hechos  de  las 
palabras,  en  tanto  que  el  presidente  de  la  gran  Repú- 
blica nos  brindaba  afectos,  aguzaba  el  puñal  con  que  había  de 
herirnos,  y  al  mismo  tiempo  que  se  hablaba  de  soluciones  de 
concordia,  aprovechábanse  hasta  los  Domingos,   caso  en  los 
Estados  Unidos  inusitado,  para  activar  el  trabajo  de  los  arse- 
nales, y  se  llamaba  con  perentorio  plazo  á  los  marinos  ausen- 
tes de  los  buques  donde  prestaban  servicio. 

¿Podíamos  creer  que  quienes  habían  hecho  cuanto  hsbía  sido  pre- 
ciso para  impedir  la  pacificación  de  Cuba,  que  los  organizadores  de 
expediciones  y  de  socorros  á  los  filibusteros,  que  los  que  habían  co- 
municado aliento  á  la  rebeldía  con  el  envío  de  barcos,  expresaran  sin- 
ceramente sus  opiniones  y  sus  sentimientos  hablando  de  paz  y  proce- 
diendo en  guerra? 


539 

Los  que  tal  pensaran  eran  descendientes  directos  de  aquellos  per- 
sonajes de  la  corte  de  Carlos  IV  que,  presumiendo  de  cultos  y  enten- 
didos, aplaudían  la  entrada  de  las  águilas  napoleónicas  en  nuestras  pla- 
zas fuertes. 

A  despecho  de  optimismos  sin  justificación  posible,  lo  que  apare- 
cía con  una  claridad  que  sólo  los  ciegos  dejaron  de  percibir,  era  que  los 
Estados  Uaidos  mantendrían  la  insurrección  antillana  hasta  la  época 
de  las  lluvias,  y  que  llegado  ese  momento  nos  plantearían  el  problema 
de  la  independencia  de  la  isla.  Y  aúa  cuando  este  segundo  término  no 
surgiera,  que  entendimos  siempre  que  surgi  ía,  y,  en  efecto,  surgió, 
fuera  bastante  el  prolongar  la  lucha  en  Cubp,  cosa  que  á  poca  costa  lo- 
graban los  Estados  de  la  Uaión,  para  que  España  no  pudiera  prose- 
guir en  el  camino  que  la  empobrecía  y  aniquilaba. 

Por  consiguiente,  ya  íuera  para  afrontar  el  conflicto  si  se  nos  plan- 
teaba, ya  para  buscar  una  solución  en  la  cuestión  cubana  si  los  Estados 
Unidos  trataban,  por  los  medios  de  que  disponían  y  que  con  tan  exce- 
lente resultado  habían  puesto  en  práctica,  de  hacer  que  la  guerra  no 
tuviera  fin  posible,  era  de  absoluta  precisión  que  se  preparase  España. 

Todo  menos  que  un  día  viéramos,  sin  medios  de  evitarlo,  cómo  los 
yanquis  arrancaban  de  los  muros  y  edificios  de  la  Habana  el  escudo 
patrio:  todo  menos  prolongar  el  estéril  sacrificio  de  la  sangre  y  deloro 
que  nos  restaba. 


*** 


El  Gobierno,  lejos  de  entregarse  á  esa  clase  de  refl3xiones,  y  sin 
preocuparse  lo  más  mínima  por  los  aprestos  navales  de  los  Estados 
Unidos,  siguió  de  brazos  cruzados  mirando  cómo  los  insurrectos  se 
negaban  á  presentarse,  cómo  peleaban  los  autonomistas  en  la  Habana, 


540 

cómo  nos  humillaban  á  diario  los  Estados  Unidos  y  cómo  morían  sin 
la  menor  ventf  j  a  para  ,la  patria  y  sin  la  más  pequeña  esperanza  de 
triunfo,  los  soldados  españoles. 

S  guramente  no  creyeron  llegado  aún  el  momento  de  prepararnos 
para  conseguir  qie  la  gran  Rjpública  se  echara  á  un  lado  y  nos  dejara 
terminar  la  guerra,  asunto  brevísimo  el  día  en  que  los  rebeldes  se  hu- 
biesen visto  sin  la  asistencia  norteamericana,  ó  de  aceptar  el  encuen- 
tro, donde  hubiera  hallado  honrosa  solución  esa  campaña  qu3  nos  de- 
sangraba sin  honor  y  sin  provecho. 

No  quisieron  mirar  estos  té  minos  dsl  problema,  y  con  su  cegue- 
dad y  apatía,  no  quaremos  cieer  otra  cosa,  satisfacieron  indirectaiüente 
los  deseos  de  los  Estados  Uailos,  que  querían  vernos  arrullados  y  exá- 
nimes, para  lograr,  sin  aventurarse  ea  riesgo  ninguno,  la  independen- 
cia de  la  isla. 

Consintiendo  nueítros  avisados  gabarnantes  en  que  siguiera  ej3cu- 
tándose  el  plan  de  la  gran  República,  y  tolerando  con  su  pasividad  la 
agoría  de  la  nación,  nos  arrastraron  al  desastre  y  al  sacrificio  estéril  de 
mües  de  españoles. 

Y,  sin  embargo,  para  qae  hubiera  llamado  la  atención  del  país  y 
del  Gobierno,  la  política  seguida  por  los  Estados  Uaidosen  la  cuestión 
de  Cuba,  y  sobre  los  gravísimos  problemas  que  esta  cuestión  encerra- 
ba, no  hubiera  tenido  que  hacer  más  que  razonar,  no  le  hubiera  sido 
preciso  sino  diícurrir,  no  sobre  las  palabras,  sioo  sobre  los  hechos.  Dj 
estos  no  podía  igaorar,  ni  podía  ser  negado  ninguno. 

La  serie  de  reclamaciones  y  de  actos  de  malevolencia  llevados  á    < 
efecto  por  el  gobierno  de  Washington  para  deprimir  nuestro  prestigio 
en  Cuba,  ó  para  hacer  á  los  separatistas  confiar  en  un  conflicto  de  los 
Ejtados  Unidos  con  E>piñ  a,  patentizada  fué-  por  todos  los  periódicos 
del  mundo.  Nadie  la  inventó. 


t 


541 


* 
*  ♦ 


La  reclamación  contra  el  crucero  Conde  de  Venadito  en  la  cuestióa 
del  vapor  A//¿aní;^,  costó  el  mando  al  comandante  españil,  y  dio  á 
entender  á  los  insurrectos  que  las  expediciones  filibusteras  tenían  poco 
que  temer  de  los  barcos  españoles.  El  asunto  de  la  Competitor  vino 
más  tarde  á  confirmar  esa  seguridad. 

La  indemnización  Mora,  cu/o  pago  fué  pedido  cuando  España  te- 
nía más  necesidad  de  sus  recursos  pecuniarios  para  atender  á  los  gastos 
de  la  guerra;  la  demandada  explicación  por  la  confarencia  del  señor 
Cencas  en  la  Sociedad  geográfica;  la  desconfianza  mostrada  y  la  inju- 
riosa intervención  admitida  en  averiguación  de  la  muerte  del  dentista 
Ruíz;  la  petición  de  indulto  para  el  cabecilla  Sanguily  con  caracteres 
de  imposición  más  que  de  ruego;  los  incidentes  promovidos  por  la  ex- 
pulsión de  periodistas  corresponsales,  calumniadores  y  espías  á  la  vez; 
las  notas  diplomáticas,  cuyo  contenido,  por  su  gravedad  sin  duda,  ha 
quedado  ignorado;  el  párrafo  ú'timo  de  la  parte  dedicada  al  estado  de 
Cuba  en  el  mensaje  de  Mac  Kinley;  el  envío  de  la  escuadra  norteame- 
ricana á  las  proximidades  de  la  grande  Antilla  en  los  momentos  en 
que  se  iniciaba  la  contrarrevolución  en  Cuba;  los  incidentes  motivados 
por  una  carta  del  señor  Dupuy  de  Lome,  hasta  las  sospechas  ofensivas 
tocantes  á  la  causa  de  la  voladura  del  Maine,  ¿no  fueron  hachos  de  la 
más  exacta  y  rigurosa  realidad? 

¿Fueron  suposiciones  de  la  opinión  pesimista  el  fenómeno  singu- 
lar  de  la  coincidencia  de  proposiciones  amenazadoras  para  España, 
presentadas  en  las  Cámaras  de  los  Estados  Unidos,  cada  vez  que  núes 
tra  nación  hacía  un  esfuerzo  vigoroso  y  enviaba  á  muchos  millares  de 
sus  hijos  para  sostener  su  soberanía  en  Cuba? 


542 

¿Fueron  ilusiones  de  la  fantasía  popular  que  en  los  dos  últimos 
años,  esto  es,  en  1896  y  1897,  trabajando  día  y  noche  en  los  astilleros 
de  Norte  América  tiiples  brigadas  de  obreros,  fueron  terminados  y 
alistados  para  el  servicio  los  acorazados  de  combate  Yowa  de  11.500 
tonel&das,  Massachuseis,  Indiana  y  Oregón  de  10.230,  Tejas  de  6. 'yoo 
y  los  cruceros  Brooklyn,  Maine  y  otros  varios,  los  mejores  que  tiene 
aquella  Repúblicí? 


*** 


Ahora  bien:  ¿no  había  en  todo  lo  expuesto,  rigurosamente  exac- 
to, fácil  de  comprobar  á  toda  hora,  motivos  de  fundado  recele?  ¿Exis- 
tía en  ello  causa  bastante  para  pedir  previsión  y  preparativos  al  go- 
bierno español,  ó  para  echarse  á  doimir  tranquilamente?  ¿Quién  cum- 
plió mejor  entre  nosotros  su  deber  de  ciudadano  y  patriota,  el  que 
observó  y  señaló  todo  esto  y  pidió  al  Gobierno  que  no  dejara  á  Espa- 
ña inerme  y  en  completa  indefensión,  ó  el  que  asegurara  que  debíase 
confiar  en  las  palabras  y  no  tomar  medida  alguna  porque  fuera  inútil? 

Y  no  hay  que  preguntar  si  el  poder  público  de  una  nación  se  halla 
obligado  á  fijarse  en  los  hechos,  ahondar  en  su  sentido  y  proceder  en 
consecuencia,  ó  á  fiarse  de  palabras  vanas  y  de  conductas  arteras.  En 
esto  precisamente  están  para  nuestro  Gobierno  las  más  tremendas  de 
las  responsabilidades. 

Seguros  estamos  de  que  la  semilla  sembrada  por  la  prensa  diaria 
de  Madrid  y  provincias  en  la  opinión  germinó,  así  como  que  la  mayo- 
ría de  los  españoles,  desinteresados  de  los  motivos  que  influyen  decisi- 
vamente en  el  mundo  de  la  política  y  de  los  negocios,  tenían  ya  en 
aquella  lecha  criterio  análogo  al  nuestro. 


543 


*% 


Nos  comunicaron  de  la  Habana  el  día  i.°  de  Marzo  interesantísi - 
mos  detalles  de  las  operaciones  realizadas  en  el  Camagüay,  bajo  la  per- 
sonal dirección  del  general  Jiménez  Castellanos. 

El  día  i8  salió  de  Puerto  PiÍQcipe  el  bizarro  general  al  frente  de  una 
columna  formada  por  12  compañías  correspondientes  á  los  batallones 
primaros  de  Tarragona,  Cádiz  y  Puerto  Rico,  400  caballos  del  regimien- 
to de  Hernán  Cortés,  una  compañía  de  ingenieros,  dos  piezas  de  artille- 
ría y  uaa  compañía  de  transportes  y  guerrillas.  En  junto  2800  hombres. 

El  objetivo  de  la  operación  era  castigar  duramente  al  enemigo  si- 
tuado en  fuertes  posiciones  sobre  el  camino  real  de  Cuba  y  desalojarle 
de  los  campamentos  atrincherados  que  ocupaba  en  los  montes  de  la  Na- 
jasa. 

Avanzó  á  primera  hora  del  día  18  la  vanguardia  de  la  columna  ha- 
cia Vista  Hermosa,  caserío  perteneciente  al  término  municipal  de  Puerto 
Piíncipe,  y  á  las  once  de  la  mañana,  detiás  de  una  cerca  del  caserío, 
rompió  el  fuego  el  enemigo  contra  los  exploradores  de  la  columna.  Con- 
testaron los  nuestros  briosamente,  y  los  insurrectos  huyeron  para  em- 
plazarse en  posiciones  ventajosas. 

El  enemigo,  parapetado  en  las  lomas  de  la  Hinojosa,  se  dispuso  á 
oponer  tenaz  resistencia,  que  fué  vencida  por  nuestras  tropas,  después 
de  una  hora  de  combate. 

Los  rebeldes,  viendo  el  empuje  de  nuestros  soldados  y  el  ímpetu 
con  que  eran  arrollados,  se  decidieron  á  desalojar  las  posiciones  que 
ocupaban,  y  se  retiraron  á  las  lomas  de  Santa  I  lés,  donde  esperaron  si- 
tuados detrás  de  un  arroyo  de  dificil  paso,  pir  encontrarse  en  parte  muy 
espesa  de  la  manigua. 


5M 

La  columna  volvió  á  batirles,  obligando  nuevamente  á  los  mambí- 
ses  á  abandonar  aquel  punto  estratégico. 

Al  huir  por  segunda  vez,  y  para  evitar  ó  entorpecer  los  efectos  de 
la  persecución,  el  enemigo  incendió  un  extenso  potrero,  con  cuya  ma- 
niobra lograron  su  objeto. 

Cuando  los  rebeldes  quemaroa  el  potrero  estaban  las  tropas  ya 
cerca  de  ellos. 

La  noche  del  i8  acampó  la  columna  en  las  posiciones  enemigas,  y 
el  general  ordanó  avances  combinados  que  se  emprendieron  en  las  pri  - 
meras  horas  del  siguiente  día. 

Hubo  también  en  ese  día  nuevos  combates  y  nuevas  batidas  en  la 
Caridad,  en  el  Pilón  y  en  San  Andrés,  siendo  de  ellos  el  más  importan- 
te el  sostenido  en  este  último  punto  por  una  sección  de  la  guerrilla 
montada  del  batallón  de  Cádiz  con  la  caballería  mambí. 

Mandaba  la  referida  sección  el  teniente  don  Emilio  Perojo,  que  al 
penetrar  en  medio  del  núcleo  enemigo  vióse  envuelto  y  rodeado  por  un 
grupo  de  jinetes  insurrectos,  de  cuya  fiera  embestida  se  defendió  con 
gran  bravura  hasta  pagar  con  la  vida  su  arrojo,  no  sin  hacerla  pagar 
cara  á  sus  enemigos,  dejando  á  cuatro  fuera  de  combate. 

Algunos  guerrilleros  pudieron  retirarse;  otros  se  defendieron  en 
Cayo  Monte  hasta  la  llegada  de  la  infantería. 

El  día  2J,  después  de  vencer  las  grandes  dificultades  que  ofrecía  el 
terreno,  llegó  la  columna  á  Las  Vueltas,  siguiendo  el  21  á  Cuatro  Ca- 
minos y  Ciego  de  Níjasa,  donde  se  hallaban  los  principales  núcleos  de 
las  fuerzas  rebeldes. 

Ya  en  terreno  de  la  Nsjasa  se  dirigió  la  columna  á  vadear  el  peque- 
ño río  de  Las  Vueltas,  situado  en  el  término  municipal  de  Morón,  bajo 
el  fuego  de  algunas  parejas  insurrectas. 

El  día  21  continuaron  las  operaciones,  llegando  ya  á  las  faldas  dd 
monte  Ciego  Ntjasa,  donde  dos  compañías  hicieron  fuego  sin  descanso, 
causando  un  verdadero  desconcierto  al  enemigo. 


515 

Esto  permitió  avanzar  á  nuestras  tropas,  haciendo  que  los  rebeldes 
se  retiraran  ai  otro  lado  del  río.- 

En  el  paso  del  Managuabo  se  emplazaron  los  cañones  y  con  el  efec- 
to que  sus  disparos  causaron  en  las  masas  enemigas  se  pudo  tomar  di- 
cho paso,  tenazmente  defendido  por  los  rebeldes. 

La  no  he  impidió  completar  la  persecución  del  enemigo. 

El  día  22  continuaron  las  operaciones  por  los  montes  de  Managua- 
co, en  cuyo  punto  encontró  la  columna  una  fuerte  emboscada  que  fué 
advertida  por  la  vanguardia. 


LA   LOMA    «PUENTES   GRANDES»    (Habana) 


Al  atacar  el  grueso  de  las  fuerzas  enemigas,  fueron  rechazadas  y 

dispersas  con  fuego  de  fusilería  y  artillería. 

Enterado  el  general  de  que  las  partidas  insurrectas  se  habían  con- 
centrado y  reunido  en  el  potrero  llamado  de  Peralejos,  calculándose  el 
número  de  mambíses  en  ^.ooo,  apresuróse  á  marchará  su  encuentro. 

Distribuidas  convenientemente  las  fuerzas  de  que  se  componía  la 
columna,  rompió  el  fuego  el  batallón  de  Puerto  Rico,  y  tan  certeros 
fueron  sus  disparos  y  tan  valiente  la  acometida  de  sus  bravos  soldados, 
que  el  enemigo  se  declaró  al  punto  en  fuga,  emprendiendo  la  retirada 
en  todas^direcciones. 

Blanco  69 


546 

Las  piezas  de  artillería  contribuyeron  á  precipitar  la  dispersión  de 
las  fuerzas  insurrectas,  pues  sus  proyectiles  alcanzaban  á  más  de  3.000 
metros. 

Las  bfjas  del  enemigo  calculóse  que  debieron  ser  considerables. 

Nuestras  tropas  encontraron  abandonados  en  el  campo  los  cadáve- 
res de  87  insurrectos  y  34  caballos,  con  sus  monturas,  y  varios  arma- 
mentos que  perdieron  tamben  en  el  combate  los  rebaldes  y  que  queda- 
ron en  poder  de  la  columna.  ■  1 

Informes  que  podemos  dar  por  exactos  dijeron  que  los  rebeldes  tu- 
vieron 18 1  bfjas,  entre  los  cuales  figuraban  algunos  cabacillas  muertos 
y  otros  heridos;  entre  los  primeros  se  hallaban  Recio  y  Rodiíguez  y 
otros  oficiales.  I 

La  columna  tuvo  ocho  muertos,  entre  ellos  el  bizarro  oficial  señor 
Perojo,  y  dos  desaparecidos:  los  hsridos  ascendieron  á  73  de  tropa  y  tres 
oficiales,  entre  éstos  el  teniente  de  Puerto  Rico  don  Joaquín  Castrices  y 
el  capitán  del  mismo  cuerpo  don  Manuel  Dí?z. 

En  el  encuentro  se  dispararon  33  granadas  y  65.295  tiros  de  fusilería. 

Pj opuso  en  el  parte  oficial  del  combate  el  general  Castellanos  que 
se  honrase  la  memoria  del  bravo  oficial  señor  Perojo  y  se  concediera  el 
ascenso  á  un  sargento  y  un  cabo  que  se  portaron  heroicamente.  Además 
lueron  pensionados  ocho  guerrilleros  que  se  sostuvieron  peleando  has- 
ta el  momento  en  que  llegaron  las  fuerzas  de  auxilio. 

El  general  en  jefa  recomendó  en  su  despacho  oficial  al  ministro  de  s 
la  Guerra,  el  mérito  contraído  por  el  bizarro  é  inteligente  ganert-l  Jimé-  | 
nez  Castellanos  y  tropas  á  sus  órdenes,  en  tan  brillantes  operaciones.  ^j 

Sj  elogió  mucho  la  actividad  del  general  Castellanos  y  se  esperaba 
que  á  principios  de  la  próxima  semana  comenzaran  las  operaciones  en 
grande  escala  en  el  departamento  oriental.  i 

Para  Manzanillo  habían  salido  ya  de  la  Habana  los  bizarros  gene- 
rales B. mal  y  Marina,  á  cuya  división  quedarían  encomendados  los 
primeros  ataques. 


547 

La  expectación  que  despertaba  esta  nueva  fase  de  la  campaña  era 
extraordinaria. 


*** 


La  noticia  de  la  brillante  victoria  alcanzada  por  nuestras  tropas,  al 
mando  del  general  Jiménez  Cistellanos,  sobre  las  huestes  del  genera- 
lísimo de  los  mambtses,  acusó  gran  actividad  mi.itar  en  los  departa- 
mentos central  y  oriental  de  la  isla.  \ 

En  el  Campgüey  era  indispensable  castigar  al  enemigo.  El  ilustre 
general  que  allí  mandaba  en  jefe  nuestras  fuerzas  en  opers  clones  hizo 
cuanto  pudo,  dada  la  carencia  de  elementos  y  de  tropas  para  tomar  la 
ofensiva.  Que  la  insurrección  tenía  en  el  Príncipe  elementos  muy  po- 
derosos, lo  reveló  el  hecho  de  que  2.500  soldados  tuvieron  que  batirse 
con  número  superior  de  rebeldes. 

En  la  Nf  jasa  habían  organizado  los  rebeldes  primero  su  gobierno,  y 
después  campsmentos  militares  de  cierta  importancia;  desale  jarlos  de 
aquellas  posiciones  era  ya  apremiante. 

Como  siempre,  nuestros  soldados  obtuvieron  la  victoria,  aunque  á 
costa  de  muy  sensibles  bijas,  realizándose  actos  haróicos,  como  el  que 
enaltece  la  memoria  del  bizarro  Percjo. 

Los  generales  y  coroneles  que,  según  nos  había  indicado  días  antes 
nuestro  corresponsal  en  la  Habana,  iban  á  mandar  la  división  de  van- 
guardia de  Oliente,  encontrábanse  operando  en  otras  provincias,  y 
hfibían  salido  el  día  28  de  la  Habana  para  M  mzanillo,  á  donde  llegarían 
á  fines  de  semana,  para  comenzarlas  operaciones  en  los  primeros  días 
de  la  próxima.  Eran  todos  ellos  jefes  de  gran  prestigio  y  experiencia 
militar,  valerosos  y  activos,  y  seguramente  no  htbian  de  perder  mo- 
mento, porque  como  las  lluvias  en   la  provincia  de  Santiago  de  Cuba 


548 


I 


comienzan  antes  que  en  el  resto  de  la  isla,  sólo  podían  disponer  de  unos 
cuarenta  días  de  seca.  I 

Comprendimos  la  espectación  que  el  anuncio  de  esas  operaciones 
— ( iesde  hacía  dos  meses  esperada*)— despertó  en  Cuba.  Aqaí  también 
todos  ansiábamos  que  no  comer  zase  la  mala  estación  sin  haber  obtenido 
antes  resultados  importantes  y  favorables  para  la  pacificación  de  la  isla. 

Lo  que  lograran  en  Cuba  nuestras  armas  había  de  iofluir  de  un 
modo  casi  de:isivo  en  la  actitud  de  los  yankees.  Djsde  O-tubre  del  año 
anterior  veníase  uno  y  otro  día  diciendo  que  á  fines  de  Abril  se  inicia- 
ría un  período  muy  crítico  del  problema  cubano  y  que  hasta  esta  fecha 
solo  eran  de  esperar  las  moltstias  que  nos  ocasionaran  discursos  de 
senadores //'«¿'Oí  y  patrañas  de  periódicos  filibusteros. 

Los  telegramas  de  los  Estados  UtiiJos  producían  gran  confusión, 
no  sólo  en  nosotros,  sino  en  la  prensa  europea  que,  á  la  sazón,  consa- 
graba á  los  asuntos  de  Cuba  una  atención  privilegiada.  A'go  podía 
irfljir  en  anticipar  los  acontecimientos  la  campaña  electoral  que  se 
preparaba  en  los  Estados  Uaidos. 

El  gobierno  norteamericano  no  quería  la  guerra.  Esperaría  algún 
tiempo  para  conocer  el  resultado  de  la  acción  política  y  militar  de  Cuba, 
y  los  mismos  periódicos  popubres  emp3zaban  á  confasar  que  Ja  inge- 
rencia del  presidente  en  el  problema  cubano  no  se  manifestaiía  hasta  el 
mes  de  Abril,  dánaole  entonces  un  carácter  diplomático,  en  los  términos 
anunciados  por  el  Mensaje  presidencial  de  Diciembre. 

Era  evidente,  como  dijiron  importantes  diarios  extracjeros,  que  el 
Gobierno  español  había  disuelto  las  Cortes  convencido  de  que  no  había 
temor  á  complicaciones  graves  de  carácter  internacional. 


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CAPITULO    XLIV 


El  crucero  Vizcaya  en  la  Habana. — Manifestación  patriótica. — Entusiasmo  de  los  peninsu- 
lares.— La  acción  de  nuestras  armas  en  Oriente. — Movimiento  de  columnas. — O^iera- 
ciones  ofensivas. — Encuentros  y  combatea. — La  expedición  del  general  Pando. — Más 
combates. — Importantes  operaciones  en  la  sierra  Maestra. — Las  columnas  Vara  del  Rey 
y  Arteaga. — Muerte  del  cabecilla  Vidal  Ducassi. — A  Oriente. — Nueva  organización  de 
las  fuerzas  de  operaciones  en  el  departamento  Oriental. — Llegada  al  puerto  déla  Habana 
del  crucero  Oqiiendo. — Cariñoso  recibimiento. — Entusiasmo  y  satisfacción. 


ONDA  emoción  produjo  en  la  Panínsula  el  relato  de  la 
entusiasta  acogida  que  la  población  de  la  H  ibana 
dispensó  al  hermoso  crucero  de  nuestra  marina  de 
guerra  Vizcaya,  á  su  llegada  á  aquel  puerto  antillano, 
á  la  caída  de  la  tarde  del  i.'  de  Marzo. 
Les  que  en  la  Habana  residían  y  tenían  el  pensamiento 
puesto  en  España,  nuestros  verdaderos  hermanos,  los  que 
conservaban  el  corazón  enteramente  español,  los  que  man 
tenían  á  duras  penas  los  restos  de  la  soberanía  que  nos 
quedaba  y  sufrían  el  doloroso  efecto  de  aquella  lucha  cruenta  y  tenaz, 
los  que  sentían  e!  pecho  rebosante  de  indignación  por  la  insolencia  de 
un  cónsul  que  reclamaba  todos  los  días  y  trataba  de  humillarnos  á 
todas  horas,  los  que  ante  la  impertinente  y  provocadora  llegada  del 
Maine  viéronse  obligados,  por  consejos  del  patriotismo  y  de  la  pruden- 
cia, á  reprimir  su  encJD,  fueron  los  que  al  presenciarla  magestuosa 
entrada  del  Vizcaya  prorrumpieron  en  entusiásticas  aclamaciones  á  Es- 


I 


550 

paña  desde  los  muelles  y  las  azoteas,  fueron  los  que,  tripulando  vapor- 
citos  y  barquichuelos,  rodearon  amorosatuente  al  sirullo  de  los  aires 
nacionales  el  casco  del  crucero  que  para  ellos  representaba  á  su  querida 
España. 

En  la  misma  Habana  habría  segúrame  ate  algunos,  que  sólo  el  nom- 
bre tenían  de  españoles,  que  en  aquellos  instantes  de  patrio  entusias- 
mo vieran  con  pesar  cómo  avanzaba  por  la  angosta  barra  de  la  bahía 
la  hermosa  mole  de  hierro  tripulada  por  voluntades  de  acero,  que,  des- 
pués de  haber  anclsdo  en  Nueva  Yoik,  llevaba  á  la  capital  antillena  una 
ráfp  ga  de  aire  español  que  con  tan  evidente  ansia  respiraban  ios  abatidos 
hermanos  nuestros. 

i  Ab!  Si  hubieran  sabido  qué  cosa  es  previsión  nuestros  gobiernos, 
cuan  fácilmente  hubiéramos  podido  despejar  con  frecuencia  la  malsana 
atmósfera  que  contra  la  patria  se  formara  en  la  Habana,  diciendo  los  la- 
borantes que  no  teníamos  ni  un  solo  barco  que  oponer  á  los  baques  nor- 
teamericanos; y  qué  tarea  tan  honrosa  y  agradable  habría  sido  para 
nuestros  marinos  el  conseguir  que  de  las  islas  Tortugas  zarparan,  y  no 
á  paso  de  tortuga,  las  naves  que  bloqueaban  á  Cuba,  alentaban  la  rebel- 
día y  mantenían  el  espíritu  en  las  filas  enemigas  de  España. 

Y  si  á  la  previsión  que  en  aquellas  fechas  cabía  tener,  hub'éranse 
unido  la  eneigía  y  la  actividad,  cómo  hubieran  podido  mejorarse,  quizá, 
los  males  que  afligen,  han  arruinado  y  aniquilan  á  la  nación.  ¿ 


* 
*  * 


«No  he  presenciado,— nos  dijo  nuestro  corresponsal  en  la  Habana- 
desde  que  estoy  en  la  capital  de  la  gran  Antilla  española,  mayor  y  lai 
ruidosaexplosión  del  entusiasmo  público,  que  la  efectuada  al  aparecer,  yí 
de  noche,  el  crucero  español  Vizcaya  ea.  este  puerto. 


551 

«Síq  incurrir  en  exageraciones,  puede  afirmarse  qu3  la  Habana  en- 
tera estaba  en  los  muelles  y  apiñábase  en  todos  los  sitios  desde  los  cua- 
les podía  presenciarse  la  entrada  en  bahía  del  buque  de  guerra». 

A  las  cinco  de  la  tarde  anunciaba  el  vigía  del  M^rro  que  el  acora- 
zado Vizcaya  estaba  á  la  vista  del  puerto. 

Cumpliendo  lo  prevenido  se  dispararon  algunos  chupinazos  para 
hacer  saber  á  la  ciudad  que  iba  á  entrar  en  puerto  ese  hermoso  barco 
de  nuestra  Armada,  é  inmediatamente  viéronse  llenos  los  muelles  de 
una  inmensa  muchedumbre. 

La  bahía,  aun  siendo  muy  grande,  parecía  chica  para  contener  re- 
molcadíJres,  vaporcitos,  lanchas,  botes  y  toda  clase  de  embarcaciones 
menores. 

En  pocos  momentos  cubriéronse  los  balcones  y  las  calles  con  col- 
gaduras y  banderas  de  los  colores  nacionales,  las  azoteas  se  llenaron  de 
mujeres  hermosas,  y  al  sitio  de  preferencia  acudieron  numerosas  comi- 
siones oficiales  y  particulares,  para  recibir  y  saludar  al  comandante  y 
oficiales  del  Vizcaya. 

Al  aparecer  é;te  avanzando  majjstuosamente  por  el  canal,  una  in- 
mensa aclamación  salió  de  la  muchedumbre,  y  los  vivas  á  España  se 
sucedieron  sin  interrupción  durante  todo  el  tiempo  empleado  en  la  ma- 
niobra, hasta  que  fondeó  el  buque. 

La  dotación  del  Vizcaya,  parteen  las  vergas  y  los  demás  formados 
sobre  cubierta,  contestaba  á  aquellas  demostraciones  de  cariño  y  de  en- 
tusiasmo sgitando  las  gorras. 

El  V^caya  echó  anclas  en  medio  de  la  bahía  y,  á  poco  de  dar  fondo, 
tres  de  sus  proyectores  eléctricos  dirigían  sus  focos  hacia  la  ciudad,  ilu- 
minando la  Habana  entera. 


* 
*  * 


552 

El  eatusiastno  de  los  peninsulares  llegó  á  extremos  de  verdadero 
delirio.  Apenas  fondeado  el  buque,  centenares  de  vaporcitos,  remolca- 
dores, lanchas  y  botes  se  dirigieron  á  los  costados  del  Vizcaya  llevando 
varias  músicas  que  tocaban  aires  populares  españoles. 

Alrededor  del  Vizcaya,  la  manifestación  de  cariño  fué  realmente 
grandiosa.  Los  vivas  á  España,  á  la  Marina  y  al  ejército  no  se  interrum- 
pían un  solo  instante,  y  eran  las  diez  de  la  noche,  y  aun  continuaban 
los  manifestantes  junto  al  acorazado  dando  inequívoca  prueba  de  su 
cariño  á  la  madre  patiia. 

La  visita  del  Vizcaya,  aparte  otras  considersciones  qu3  no  hay  ne- 
cesidad de  recordar,  fué  muy  conveniente,  porque  nuestros  eiiecDigos 
no  creían  que  España  tuviese  aquellos  poderosos  medios  de  guerra  en 
los  msres. 

Entre  los  mismos  españoles  que  vivían  en  Cuba  y  que  tan  poco 
conocían  nuestros  modernos  buques  de  combate,  se  notó  visible  reac- 
ción délos  espíitus,  un  tanto  abatidos  en  aquellos  últimos  tiempos. 

La  entrada  del  acorazado  Vizcaya  en  el  puerto  de  la  Habana  revir- 
tió todos  los  caracteres  de  un  suceso  extraordinariamente  entusiasta. 

Imposible  describir  la  gran  manifestación  popular  que  acudió  á  los 
muelles  acompañada  de  varias  músicas  y  dando  estruendosos  vivas  ¿ 
Espina,  que  formaba  imponente  contraste  con  los  disparos  y  salvas  de 
las  batel  las  del  Morro. 

En  esos  testimonios  de  entusiasmo  y  de  regocijo  público,  quiso 
compendiar  la  opinión  de  allá  sus  simpatías  por  nuestra  Marina  de  gue- 
rra y  sus  deseos  por  ver  suficientemente  garantida  nuestra  soberanía  en 
aquella  isla. 


*** 


553 

Empeziba  á  sentirse  en  Oriente  la  acción  de  nuestras  armas  contra 
los  rebeldes,  que  desde  hacía  tiempo  venían  disfrutando  en  toda  aquella 
parte  de  la  isla  la  mayor  impunidad. 

El  día  1°  de  Marzo  comenziron  á  recibirse  noticias  relativas  al  mo- 
vimiento de  columnas  en  el  departamento  oriental,  donde  ya  se  había 
empezado  á  operar  en  ofensiva. 

La  que  mandaba  el  general  Ballesteros  realizó  una  operación  en  la 


DESCUBIERTA    EN   LA   TROCHA 


jurisdicción  de  Holguín  contra  fuertes  nú  ríeos  enemigos,  á  los  que 
batió  en  Santo  Domingo,  haciéndoles  cuatro  muertos,  que  dejaron  en  el 
campo,  destruyendo  campamentos  y  cogiendo  armas  y  caballos. 

Tuvo  la  columna  14  heridos  de  tropa  y  al  comandante  don  José 
Rivero,  ayudante  del  general,  y  al  capitáa  de  infantería  don  Fernando 
Colombo,  heriios  tambiéa  de  alguna  gravedad. 

Los  batallones  de  Aragón,  Sicilia  é  infantería  de  Marina,  en  opera- 
ciones del  3  al  4  por  Seboruco,  Junco,  Corojal  y  Aceras,  destruyeron 
campamentos  y  recursos,  recogiendo  reses,  caballos  y  armas. 

Blanco  "O 


554 

Las  tropas  tuvieion  un  muerto,  y  heridos  el  médico  don  Federico 
Torrecilla,  el  teniente  de  infantería  de  marina  don  Ángel  Sánchez  y  lo 
de  tropa. 

El  general  Vara  del  Rey,  al  frente  de  tres  columnas,  en  combina- 
ción con  la  del  coronel  López  Ortega,  después  de  cuatro  días  de  ope- 
raciones y  combates  frecuentes,  logró  conquistar  fuertes  posiciones 
en  Sierra  Maestra,  desalojando  de  ellas  al  enemigo,  que,  al  huir,  aban- 
donó siete  muertos,  armas,  municiones  y  gran  cantidad  de  recursos. 

Las  columnas,  en  esos  combates,  sólo  tuvieron  un  muerto  y  ocho 
heridos,  entre  los  cuales  estaba  el  capitán  ayudante  del  segundo  bata- 
llón de  Cuba,  don  Francisco  López. 

En  Caimán  se  hicieron  al  enemigo  22  muertos,  teniendo  nuestras 
tropas  nueve  h áridos  y  tres  contusos. 

El  general  Pando  regresó  á  Manzanillo  después  de  una  ausencia  de 
dos  días. 

La  expedición  del  general  jefe  del  Estado  Mayor  tuvo  por  objeto 
inspeccionar  la  organización  de  los  servicios  preparatorios  de  las  pró- 
ximas operaciones. 

Noticioso  de  que  un  convoy  de  provisiones  había  varado  en  la  boca 
del  Cauto,  fué  allá  el  general  Pando  con  una  compañía  de  pontoneros, 
logrando  hacer  cesar  muy  luego  la  interrupción  de  ese  servicio. 

Enterado  después  de  que  un  vapor  de  la  casa  Menéodez  había  va- 
rado también  cerca  de  la  barra,  acudió  en  su  auxilio  organizando  el 
trasbordo  de  los  pasajeros  y  del  batallón  de  Mallorca  que  conducía  á 
Manzanillo  desde  la  Habana. 

El  general  mostrábase  muy  animado  y  con  grandes  confianzas  en 
la  próxima  campaña  ofensiva.  Varias  columnas  habían  salido  yaá  po- 
sesionarse de  puntos  estratégicos  y  se  esperaba  de  un  momento  á  otro 
un  encuentro  formal  con  los  rebeldes. 


11 


555 


* 
*  * 


Continuaban  llegando  á  Manzanillo  tropas  destinadas  á  reforzar 
aquel  cuerpo  de  ejército  para  las  operaciones  próximas. 

El  día  2  se  tuvo  noticia  de  que  la  columna  que  mandaba  el  teniente 
coronel  señor  Chacel  tuvo  un  encuentro  con  el  enemigo  entre  Holguín 
y  Btire,  desalojando  á  los  insurrectos  de  sus  posiciones  y  causándoles 
numerosas  bajas. 

Encargado  de  instalar  una  torre  helicgráfica  en  Loma  Piedra  el  te- 
niente de  ingenieros  señor  Barnal,  hallábase  consagrado  ásus  trabajos, 
apoyado  por  un  destacamento  de  25  hombres,  cuando  fué  atacado  por 
el  enemigo,  al  que  rechazó  victoriosamente,  obligándole  á  retirarse  con 
bastantes  bajas. 

El  teniente  Barnal  logró  ponertérmino  á  su  cometido,  sin  más  pér- 
didas que  haber  resultado  hsrido  un  soldado  teleg-afista. 

Fuerzas  de  voluntarios  movilizados  de  Castelvi  y  Sintisgo  de  Cuba 
atacaron  á  una  partida  de  cien  rebeldes,  á  los  que  dispersaron  y  causa- 
ron 22  bsjas. 

Fueron  muy  importantes  las  operaciones  realizadas  por  las  colum- 
nas en  combiaación  del  general  Vara  del  Rey  y  coronel  López  Arteaga, 
formadas  por  el  regimiento  de  Cuba  y  tres  compañías  del  de  Puerto  Rico, 
en  la  parte  Nordeste  de  Smtiago  de  Cuba  y  estribacioaes  de  Sierra 
Maestra. 

Divididas  esas  fuerzas  en  pequeñas  fracciones,  operaron  durante 
cuatro  días,  practicando  importantes  reconocimientos  en  toda  aquella 
zona  y  penetrando  luego  la  columna  en  [las  primeras  estribaciones  da 
la  Sierra  Maestra,  donde  se  suponía  que  tenían  los  insurrectos  importan- 
tes núcleos,  hospitales  y  abundantes  almacenes. 


556 

El  enemigo  había  protíg'do  las  proximidades  de  su  campamento 
con  muchas  trincheras  y  colocando  bombas  de  dinamita  en  los  caminos 
por  donde  podían  avanzar  los  soldados;  pero,  á  pesar  de  estas  precau- 
ciones defensivas,  faeron  desalojados  de  sus  trincheras  los  rebeldes,  ocu- 
pando las  tropas  el  campamento,  efectos  de  todas  clases  y  considerable 
cantidad  de  víveres,  y  destruyendo  muchos  bohíos. 

Los  insurrectos  abandonaron  todas  sus  posiciones  y  el  campamen- 
to, huyendo  desconcertados  al  ver  que  se  aproximaba  la  columna. 


* 
*  * 


i 

I 


La  operación  se  verificó  en  la  parte  de  la  Sierra  Maestra  más  pró- 
xima á  Guisa,  que  era  el  punto  más  avanzado  que  poseíamos  allí. 

£1  enemigo  había  sido  dueño  absoluto  de  la  Maestra  desde  los  co- 
mienzos de  la  campaña.  En  Julio  ó  Agosto  del  95  penetró  una  columna 
nuestra  hasta  Mantecas,  partiendo  de  Guisa,  y  desde  entonces  no  ha- 
bían vuelto  á  molestarle  en  aquel  seguro  asilos  las  tropas.  A  favor  de 
esta  impunidad,  que  en  dos  sños  y  medio  fué  completa,  pudo  vivir  allí 
á  sus  anchas. 

No  menos  tranquilo  estuvo  todo  ese  tiempo  en  las  jurisdicciones  de 
Guanlánamo,  Baracoa,  Mayarí,  etc.;  pudiendo  calcularse  que  la  zona  en 
que  gozó  de  la  más  completa  impunidad  en  todo  ese  tiempo,  aventaja 
considerablemente  en  extensión  á  las  tres  provincias  vascongadas  y 
Navarra,  teatro  de  la  guerra  civil  del  Norte. 

Por  eso  fué  de  la  mayor  importancia  que  las  columnas  á  la   sazón 
organizadas  operasen  en  aquellas  zonas,   destruyendo  recursos  é  inte-        ■ 
rrumpiendo  al  fin  la  plácida  calma  de  los  insurrectos,  tan   profunda, 
-que,  como  ya  en  otra  ocasión,  tenían  haciendas  en  cultivo,  en   las   que 
trabajaban  como  esclavos  nuestros  soldados  prisioneros. 


557 

Ya  era,  pues,  hora  de  que  se  castigase  á  aquella  gente  ensoberbe- 
cida y  de  que  se  la  diesen  pruebas  palpables  de  que  no  estaba  España 
agotada  ni  habían  muerto  del  vómito  y  del  paludismo  todos  nuestros 
soldados,  como  para  animar  á  las  masas  decían  sus  jefes  á  diario. 

Nos  comuaicaron  de  la  Habana,  el  día  3,  que  el  corresponsal  que  el 
diario  La  Lucha  tenía  en  Candelaria  (Pinar  del  Río),  había  telegrafiado 
á  su  periódico  afirmando  que,  cuando  los  rebeldes  se  retiraron  del  com- 
bate que  la  columna  del  coronel  Balbás  sostuvo  en  las  lomas  del  Mulo 
con  las  partidas  de  Perico  Díaz  y  Mayía  Rodríguez,  fué  herido  el  céle- 
bre cabecilla  Vidal  Ducass/,  de  tal  gravedad,  que  falleció  á  las  pocas  ho- 
ras, siendo  enterrado  en  el  campamento  que  las  partidas  tenían  forma  - 

do  en  las  estribaciones  de  las  lomas  referidas. 

La  noticia  fué  confirmada  al  día  siguiente  por  diferentes  conductos, 
dándose  cuenta  á  la  vez  de  haberse  presentado  el  titulado  comandante 
rebelde  Longino  y  el  cabecilla  Héctor,  prácticos  en  la  provincia  de  la 
Habana,  acompañados  de  uq  titulado  capitán. 

En  la  madrugada  d:l  4  salieron  de  Batabanó  con  dirección  á  Orien- 
te, el  batallón  de  infantería  de  Castilla  y  150  movilizados  destinados  á 
reforzar  aquel  cuerpo  de  (jército  y  á  opersr  en  el  río  Cauto. 

De  un  memento  á  otro  iban  á  emprenderse  con  toda    energía  en 

aquel  departamento  Iss  operaciones  en  gran  escala,  partiendo  de  la  costa 
y  avanzando  hacia  el  interior.  El  ejército  de  Oriente  que  las  hdbía  de 
emprender,  había  recibido  nueva  organización,  componiéndose  de  dos 
divisiones  ligeras  y  otra  denominada  de  Bayamo,  que  tendría  su  base 
de  operaciones  en  este  importante  punto. 

El  mando  de  esas  tres  divisiones  había  sido  confiado  á  los  genera- 
les Bernal,  Aldave  y  March,  y  los  j.fes  de  las  brigadas  eran  los  genera- 
les González  y  Marina  y  los  coroneles  Ttjeda  y  Fuentes. 

En  la  mañana  del  5  llegó  al  puerto  de  la  Habana  el  acorazado 
Oquendo,  designado  por  el  Gobierno  para  formar  parte  de  la  escuadra 
de  Cuba. 


558 

Apenas  fué  señalado  por  la  bandsra  del  vigía  del  Morro,  un  pú- 
blico iamenso  lleaó  los  muelles,  ansioso  de  saludar  á  los  que  iban  á 
prestarle  apoyo  y  á  defender  sus  vidas  y  haciendas. 

Al  doblar  el  crucero  por  la  Punta,  la  muchedumbre  que  estaba  en 
eí  malecón  prorrumpió  en  aplausos,  que  repitió  la  gente  que  se  hallaba 
en  el  pescante,  prolongándose  por  el  muelle  de  caballería  hasta  la  Ma- 
china, a 

Desde  la  fortaleza  de  la  Cabana  y  Casa  Blanca  se  vitoreó  al  Oqiien- 
do,  y  el  inmenso  público  que  llenaba  las  embarcaciones,  hizo  una  ver- 
dadera ovación  á  nuestro  bu^ue  de  guerra. 

El  cuadro  que  ofrecía  la  bhía  era  indescriptible. 

Apenas  fondeó,  á  alguna  distancia  de  su  hsrmano  el  Vílcaya,  acu- 
dieron á  bordo  comi  iones  oficiales  y  de  corporaciones  particulares  para 
dar  la  bienvenida  á  la  tripulación. 

La  ciudad  estaba  engalanada,  y  el  recibimiento  que  el  pueblo  le  tri- 
butó fué  tan  entusiasta  y  cariñoso  como  el  que  días  antes  hiciera  al 
Vizcaya. 

La  presencia  de  esos  dos  acorazados  en  la  bahía  de  la  Habana,  don- 
de había  otros  barcos  de  guerra  extranjeros,  produjo  gran  entusiasmo 
y  alentó  el  ánimo  algún  tanto  dees í  lo  de  los  peninsulares,  ante  el  te- 
mor de  qu3  la  Madre  patria  les  abandonara,  en  el  caso  de  una  extraña 

intervención.  í 

> 


I 


CAPITULO    XLV 


Actividad  de  nuestras  columnas. — Importantes  operaciones  contra  Máximo  Gi5mez  y  sus 
huestes. —La  división  Salcedo. — Encuentro  y  derrota  del  generalísimo. — Aet  va  perse- 
cución de  6u  partida. — Nuevas  batidas. — Dispersión  de  las  partidas. — En  Oriente  — La 
columoa  del  coronel  Tejeda. --Ataque  y  toma  del  campamento  «El  Chino». — Huida  de 
los  mambíses. — Avance  de  nuestras  tropas. — Varios  y  victoriosos  encuentros  y  combates. 
Impresiones. — Colisión  entre  rebeldes. — Muerte  de  los  cabecillas  Cayito  Alvarez  y  Vi- 
cente Núñez. — Las  columnas  Linares  y  Vara  del  Rey. — Operaciones  sobre  la  costa  Sur 
de  la  provincia  oriental.  — Nueva  batida  y  derrota  del  generalishno. — Encuentro  y  derro- 
ta de  la  partida  de  Bermúdez. — Rudo  combate  en  Pinar  del  Río. — Sensibles  bajas  de  la 
columna. — Nuevas  presentaciones.  —  Muerte  del  cabecilla  Antonio  Núñez. 


xcEPCioNAL  importancia  revistieron,  no  sólo  porque  re- 
velaioa  en  las  operaciones  una  actividad  hacía  tienrpo 
anunciada  y  deseada  por  el  Gobierno  y  el  país,  sino 
porque  fueron  realizadas  contra  Máximo  Gómez,  de 
quien  hacía  muchas  semanas  no  se  hablaba  ni  una  palabra,  y 
á  quien  creíase,  á  juzgar  por  las  últimas  noticias  que  de  él  se 
publicaron,  á  Oriente  de  la  trocha  central,  es  decir,  en  el  Ca- 
magüey  ó  en  Santirgo  de  Cuba,  las  operaciones  llevadas  á 
cabo  por  la  división  Salcedo  en  jurisdicción  de  Sancti  Spíritu^,  en  los  úl- 
timos días  de  Febrero  y  primeros  de  Marzo.,  contra  las  huestes  del^^ñe- 
ralisimo. 

A  la  vez  que  el  general  Pando  tomaba  la  ofensiva  desde  Sierra 
Maestra,  en  el  departamento  Oriental,  contra  los  fuertes  núcleos  rebel- 
des que  allí  dirigían  Calixto  García,  Rabí,  Cebreco,  Torres,  Miró,  Pe- 


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riquito  y  otros,  columnas  de  la  división  del  general  Salcedo,  que  man- 
daba las  fuerzas  que  estaban  sobre  la  trocha,  encontraron  alas  partidas 
que  dirigía  Gómez  en  la  jurisdicción  de  Sancti  Spiritus,  desde  hacia 
más  de  un  año. 

Emprendido  un  movimiento  general  por  las  fuerzas  de  la  división 
Salcedo,  el  regimiento  de  caballería  del  Pxíncipe,  que  mandaba  el  co- 
ronel Cortjo,  encontró  el  día  27  de  Febrero  en  Trilladeritas  (Sancti 
Spiritus),  á  una  partida  enemiga,  á  la  que  batió  y  puso  en  fuga,  sin  en- 
contrar gran  resistencia,  causándola  tres  muertos,  que  dejó  el  enemigo 
abandonados  en  el  campo. 


4 


CRUCERO    «MARQUES   DE   LA    ENSENADA» 


I 


La  columna  emprendió  su  persecución,  dándola  alcance  al  otro  día 
en  Guanabo,  donde  la  volvió  á  batir,  y  persiguiéndola  hasta  Mf  jaguas. 
D¿sde  este  punto  se  diiigió  hacia  el  interior  de  la  manigua,  encon- 
trando en  la  «Loma  Partidf»  á  Máximo  Gómez,  á  quien  batió  y  derro- 
tó,'después  de  una  hora  de  combate,  con  brillantes  cargas  de  caballe- 
ría, apoderándose  de  su  campamento,  en  el. que  parnoctó.  | 

El  generalísimo  Gómez  y  sus  huestes,  en  su  huida,  fueron  á  dar 
con  el  batallón  úe  Reus,  que  los  batió  de  nuevo  el  día  19  de  Marzo  en 
Los  Hoyos,  rechazándoles  sobre  la  columna  Cortijo,  que  los  volvió  á  ba- 

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561 

tir,  siendo  cogido  entre  las  dos  columnas,  que  le  castigaron  duramente, 
haciéndole  gran  número  de  bajas  y  poniéndole  en  precipitada  fuga  y 
dispersión,  abandonando  en  el  campo  i6  muertos  y  22  caballos  con 
monturas. 

No  había  logrado  aún  reponerse  el  jefe  dominicano,  cuando  en  su 
huida  tropezó  con  la  columna  del  batallón  de  Garellano,  al  mando  del 
teniente  coronel  Costa,  con  la  que  vióse  obligado  á  trabar  combate  en 
Pozo  Azul,  siendo  desalojado  de  las  posiciones   que  ocupaba  y  perse- 


CRUCERO  NORTEAMERICANO   «BOSTON» 


gaido  hasta  Lujirones,  donde  se  dispersó  en  varios  grupos  que  huyeron 
diseminados  hacia  Majagua,  Pelayo  y  Soto  Viejo,  perseguidos  siempre 
por  nuestras  fuerzas,  abandonando  nueve  muertos,  uno  titulado  te- 
niente, armamentos,  machetes,  caballos  con  monturas,  tres  acémilas 
con  víveres  y  documentación. 

Las  columnas  tuvieron  en  los  primeros  combates  diez  heridos,  en 
tre  los  cuales  figuraba  el  capitán  de  artillería  señor  Planas,  y  en  el  úl- 
timo cuatro  muertos  y  seis  heridos  de  tropa. 

La  operación  con  tanta  fortuna  combinada   produjo  como  resulta- 

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5«2 

do,  además  del  quebranto  en  las  partidas  que  capitaneaba  Máximo  Gó- 
mez personalmente,  por  haber  perdido  el  reposo  de  que  disfrutaban,  la 
presentación  del  titulado  coronel  Francisco  Rodiíguez. 

Las  fuerzas  del  coronel  Cortijo  volvieron  á  batir  á  los  grupos  dis- 
persos de  la  partida  en  Manicarague,  San  Fernando  y  Melones. 

El  teniente  coronel  Locasau,  en  Río  Z iza,  hizo  al  enemigo  cinco 
muertos  y  dos  prisioneros,  destruyendo  prefectura. 


*  ♦ 


Continuando  las  operaciones  emprendidas  en  la  zona  de  Manzani- 
llo (Cuba),  donde  había  llegado  ya  la  división  ligera  del  general  Ber- 
na!, una  de  las  columnas  que  operaba  por  Sierra  Maestra,  la  que  man- 
daba el  bizarro  coronel  Tejeda,  realizó  un  atf  que  combinado  al  campa- 
mento enemigo  llamado  «El  Chino»,  que  dio  por  resultado  la  toma  y 
destrucción  de  esta  formidable  posición  enemiga. 

Hábilmente  dispuso  el  coronel  Tejeda  que  los  batallones  de  León, 
Las  Navas  y  América,  que  formaban  la  columna  de  su  mando,  conver- 
gieran á  atacar  las  formidables  posiciones  atrincheradas  que  tenían  por 
base  el  campamento  enemigo  de  «El  C  lino». 

El  batallón  de  León,  saliendo  de  Vigía,  atacó  por  retaguardia,  en- 
contrando en  su  marcha  trincheras  en  una  extensión  de  dos  kilómetros, 
construidas  á  prueba  de  artillería  y  defendidas  por  fuerzas  insurrectas, 
á  las  cuales  desalojó  de  sus  posiciones,  siendo  el  primero  que  penetró 
en  el  campamento. 

El  batallón  de  Mérida  atacó  por  el  flanco  derecho,  y  el  de  las  Na- 
vas cubrió  el  camino  de  Puerto  Portillo,  cortando  la  retirada  al  enemi- 
go. Este,  cuyas  fuerzas  eran  considerables  y  estaban  mandadas  por  les 
cabecillas  Ríos  y  Lora,  reforzadas  con  las  de  la  partida  de  Rabí,  se  sor- 


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563 

prendió  al  verse  cercado  y  envuelto  por  las  tropas,  y  huyó,  tras  corta 
resistencia,  dejando  en  poder  de  nuestros  soldados  nueve  muertos,  seis 
prisioneros  y  armamentos. 

Cortada  la  retirada  por  Puerto  Portillo,  el  enemigo  tuvo  que  inter- 
narse en  la  Sierra,  con  dirección  al  Este.  Persiguiéronle  nuestras  tro- 
pas dándole  alcance  y  arrojándole  de  las  nuevas  posiciones  donde  se 
había  hecho  fuerte. 

La  op3ración,  que  duró  dos  días,  y  en  la  que  jugó  muy  principal 
papel  la  artillería  que  preparó  y  apoyó  el  atsque  desde  Río  Sabanilla, 
fué  coronada  por  el  más  lisonjero  éxito,  merced  á  la  pericia  de  los  j^fes 
y  á  la  bravura  de  las  tropas,  dando  por  resultado  el  que  cayeran  en  po- 
der nuestro  gran  número  de  herramientas  de  carpintería  y  armería,  con 
fragua,  numerosos  bohíos,  grandes  cuarteles  y  hospitales  y  gran  canti- 
dad de  provisiones  y  pertrechos  de  guerra. 

Fraccionados,  huyeron  los  mambises  por  los  barrancos,  internán- 
dose en  las  fragosidades  de  Sierra  Maestra. 

Súpose,  por  las  manifestaciones  de  los  prisioneros  y  de  los  confi- 
dentes, que  el  enemigo  retiró  más  de  cien  b;jas. 

Las  de  la  columna  fueron  pocas  con  relación  á  la  importancia  de 
las  operac'ones  y  al  resultado  obtenido:  dos  soldados  muertos  y  15  he- 
ridos, y  un  teniente  herido  de  alguna  gravedad. 


* 
*  * 


Seguía  el  avance  de  nuestras  tropas  hacia  el  Oriente  de  Cuba,  ha- 
biendo batido  al  enemigo  en  diez  sitios  á  la  vez,  desde  Santiago  hasta 
el  cabo  Cruz. 

El  coronel  Chacel,  operando  en  las  sierras  próximas  á  Jiguaní,  sos- 
tuvo constantes  encuentros,  librados  en  diferentes  sitios. 


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También  tuvieron  varios  encuentros  con  el  enemigo  los  batallones 
de  Mallorca,  Barcelona,  Isabel  la  Católica  y  Vizcaya,  en  los  cuales  se 
le  hicieron  algunas  bajas,  sin  que  tuvieran  novedad  nuestras  columnas. 

El  día  7  regresó  á  Manzanillo,  de  su  expedición  al  interior,  el  ba- 
tallón de  Extremadura,  que  había  salido  el  día  i.°  de  Media  Luna  y, 
realizando  una  brillante  marcha,  había  llegado  el  3  á  Parial  Bacas  y 
Calderes,  sitios  no  visitados  por  nuestro  ejército  desde  el  comienzo  de 
la  guerra. 

Sostuvo  la  columna  fusrtes  tiroteos  con  grupos  rebeldes,  en  los 
que  tuvo  dos  muertos  y  ocho  heridos,  que  lo  fueron  por  balas  explo- 
sivas. 

El  día  8  llegó  la  columna  Otero,  con  tres  heridos. 

Ambas  columnas,  después  de  siete  días  de  operaciones,  sólo  deja- 
ron en  los  hospitales  de  Manzanillo  cinco  enfermos. 

Convenientemente  racionadas,  las  dos  salieron  el  día  10  á  conti- 
nuar las  operaciones. 

Las  impresiones  recogidas  por  nuestros  informantes  en  los  diversos 
puntos  visitados  de  aquella  zona,  eran  que  en  el  campo  vivían,  aparte 
de  la  gente  armada,  muchas  familias,  con  sobra  de  elementos  paia  su 
alimentación,  pero  teniendo  gran  escasez  de  vestidos,  y  que  entre  los 
insurrectos  se  ejercía  gran  vigilancia  para  evitar  las  presentaciones. 

Consecuencia  de  esa  vigilancia  en  todo  el  campo  insurrecto  fué  la 
colisión  entre  rebeldes  ocurrida  en  La  Esperanza  (Las  Villas). 

Desde  hacia  algunos  días  que  estaba  concertada  con  el  comandante 
general  señor  Aguirre,  la  presentación  de  los  cabecillas  Cayito  Alvarez 
y  Vicente  Núñez,  con  las  fuerzas  á  sus  órdenes;  presentación  que  debía 
verificarse  el  día  13  en  el  poblado  La  Esperanza,  entronque  de  la  línea 
férrea  de  Cienfaegos  con  la  general  llamada  de  Cárdenas  y  Ruano,  que 
va  á  Santa  Clara. 

En  la  mañana  de  ese  día  salió  de  la  capital  para  La  Esperanza   un 


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capitán  de  artilleria,  a}  udante  del  general  Aguirre,  con  objeto  de  diri- 
girse al  campamento  rebelde  de  dichos  cabecillas,  acompafiado  de  un 
vecino  y  del  alcalde  del  pueblo. 

En  la  misma  mañana  estuvo  en  la  finca  «Lugo»,  donde  debían  re- 
concentrarse los  que  iban  á  someterse  á  la  legalidad  vigente  en  la  isla, 
la  esposa  de  Cayito  Alvarez,  regresando  á  las  dos  horas  á  La  Esperan- 
za diciendo  que  ya  se  encontraban  todos  en  la  finca  esperando  la  llega- 
da del  emisario  del  general  y  del  alcalde,  quienes  debían  acompañarles 
á  Santa  Clara  á  hacer  su  presentación  ante  el  comandante  general  de 
Las  Villas. 

En  este  intermedio  llegó  á  la  finca,  al  frente  de  una  fuerte  partida 
insurrecta,  el  cabe'^.illa  Roberto  Bírmúlez,  quien  apresó  á  los  citados 
Cayito  y  Núñez  y  al  titulado  comandante  González  que  los  acompaña- 
ba, y  sin  pérdida  de  momento  los  mandó  f asilar  por  la  espalda,  aban- 
donando los  cadáveres  y  retirándose  hacia  Ranchuelo  y  Lijas. 

Cuando  llegaron,  poco  después,  á  la  finca  ios  emisarios  de  1j  paz, 
escoltados  por  una  guerrilla  de  Ranchuelo,  encontraron  los  cadáveres 
de  los  desgraciados  Alvarez,  Núñez  y  Espinosa,  que  los  guerrilleros  re- 
cogieron y  trasladaron  á  Santa  Clara. 

Roberto  Bermúlez  era  uno  de  los  cabecillas  más  sanguinarios  y 
feroces  de  la  rebelión  separatista:  era  de  los  qne guindaban  con  alam- 
bre porque  el  cáñamo  se  pudre  pronto. 

Se  supuso  que  á  Bermúlez,  como  á  Alberto  Rodríguez  cuando  lo 
dal  infortunado  Ru'z,  hubo  alguien  que  le  dio  aviso  de  los  propósitos 
de  sus  camaradas,  y  llegó  á  tiempo  de  asesinar  á  los  que  él,  sin  duda, 
calificaría  de  traidores.  Por  fortuna,  no  habían  llegado  todavía  á  la  fin- 
la  «Lugo»  el  ayudante  del  general  Aguirre  y  el  alcalde  de  La  Esperan- 
za, quienes,  merced  á  esa  circunstancia  se  libraron  indudablemente  de 
correr  suerte  parecida  á  la  del  malogrado  Ruiz. 


566 


De  mucho  más  efecto  hubiera  sido  la  presentación  de  los  dos  cabe- 
cillas con  su  fuerza  ante  el  general  Aguirre;  pero  hubo  de  producirle 
grande  el  hecho  de  la  colisión  entre  los  que  esperaban  en  «Lugo»  la 
hora  de  abandonar  el  campo  de  la  rebelión  y  reconocer  la  legalidad,  y 
los  far  áticos  que  aun  resistían  por  el  régimen  de  terror  impuesto  por 
Máximo  Gómez. 

Cayito  Alvarez,  muerto  por  los  que  fueron  sus  camarades  en  la 
manigua,  no  era  un  cabecilla  adocenado,  sino  un  jefe  de  la  insurrección 
de  Las  Villas,  que  había  conquistado  gran  relieve  en  el  campo  enemigo. 

Cayito  y  Regó  eran  los  que  después  de   musrto  Serafín    Sáichez, 

seguían  en  importancia  en  Las  Villas  á  Sancho  Carrillo,  y  por  esto  tuvo 

interés  la  reso'ución  de  someterte  á  la  legalidad  y  presentarse  á  las  auto- 
ridades españolas. 

Algo  análogo  acontecía  con  Vicente  Núñez,  pariente  muy  cercano 
del  famoso  Núñez  á  quien  la  Junta  roívolucionaria  de  Nueva  York  tenía 
confiada  la  miiión  de  organizar  las  expediciones  filibusteras. 

Trataban  de  realizar  la  presentación  en  La  Esperanza,  á  pocos  ki- 
lómetros de  Santa  Clara  y  cerca  del  sitio  donde  horas  antes  los  rebeldes 
habían  hecho  volar  una  alcantarilla  con  dinamita. 

La  colisión  que  produjo  la  muerte  de  dichos  cabecillas,  reveló  la 
profunda  división  que  entre  ellos  existía  y  la  gran  desconfianza  y  re- 
celo que  minaba  la  vida  en  los  campamentos  del  enemigo. 

Con  estos  sucesos  habrían  de  vigilarse  incesantemente  los  unos  á 
los  otros;  y  si  á  esto  se  agregaba  una  persecución  activa,  pudieran  lo- 
grarse en  Las  Villas  resultados  muy  inmediatos. 

La  noticia  produjo  un  buen  efecto  en  las  esferas  oficiales,  pues  im- 


I 


567 

portaba  mucho  que  en  aquellos  momentos  llegaran  noticias  de  esa  na- 
turaleza. 


♦  * 


Con  gran  actividad  seguían  las  operaciones  de  guerra  en  el  depar- 
tamento oriental. 

Dos  columnas  combinadas,  á  las  órdenes  de  los  generales  Linares 
y  Vara  del  Rey,  salieron  el  7  de  Palma  Solano,  la  primera  por  El  Tiem- 
po, Sempú  y  Dos  Palmas,  y  la  segunda  por  Aguacate,  Cámbate  y  Santa 
María,  con  objeto  de  coincidir  el  9  sobre  Solís,  campamento  central  de 
la  titulada  brigada  enemiga  de  Cámbate,  donde  resistieron  al  abrigo  de 
fuertes  atrincheramientos,  que  les  fueron  tomados  con  gran  bizarría  por 
nuestros  valientes  soldados,  causándoles  tres  muertos,  que  dí jirón  en 
el  campo,  haciéndoles  un  prisionero  y  ocupando  efectos,  caballos,  mu- 
niciones, botiquines,  correspondencia,  otros  efectos  de  guerra,  ganado 
y  abundantes  recursos  de  toda  especie. 

El  día  10  practicaron  extensos  reconocimientos  en  todas  direccio- 
nes, sin  novedad;  y  el  11  volvieron  á  dividirse  las  dos  columnas,  per- 
noctando la  de  Vara  del  Rey  en  Hongolosongo,  después  de  destruir  el 
campamento  enemigo  de  Josefina,  tras  ligera  resistencia  de  los  mambi- 
ses  que  lo  ocupaban  y  defendían,  pernoctando  á  su  vez  las  fueizas  ¿del 
general  Linares  en  Esperanza,  después  de  arrollar  á  pequeñas  partidas 
que  trataron  de  disputarle  el  paso. 

El  12,  fraccionada  la  fuerza  en  cuatro  columnas,  practicó  extensos 
reconocimientos  hasta  San  Juan  de  Wilson,  los  Cayos  y  Tuiú,  defen- 
dido éste  por  cinco  trincheras,  que  abandonó  el  enemigo,  pernoctando 
Linares  en  el  Cobre  y  Vara  del  Rey  en  San  Luís,  para  dar  descanso  á  las 
tropas,  después  de  haber  limpiado  de  enemigos  toda  aquella  zona. 


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Las  pérdidas  de  nuestras  columnas  en  los  cinco  días  de  operaciones 
íueron  dos  muertos  y  14  heridos  de  tropa. 

El  día  10  salió  de  Manzanillo  á  operar  por  las  estribaciones  de  la 
Sierra  Maestra,  que  costean  la  parte  Sur  de  la  provincia  oriental,  desde 
el  Cabo  Cruz  á  Santiago,  una  columna  dirigida  por  el  coronel  Guelpe 
y  formada  con  fuerzas  de  la  de  Otero  y  batallón  de  Extremadura  y  Ma- 
llorca, guerrillas  de  Niquero  y  artillería,  auxiliada  por  el  vapor  Reina 
de  los  Angeles. 

Con  hábiles  maniobras  y  rudos  combates  en  que  fué  necesario  hacer 
fuego  de  cañón  contra  abruptas  posiciones  rebeldes,  nuestras  tropas 
arrollaron  sucesivamente  al  enemigo,  que  las  abandonó  desalentado  y 
batido,  dejando  en  su  huida  un  muerto,  varios  heridos,  armas,  municio- 
nes, efectos,  documentos  y  1 1  prisioneros  en  poder  de  la  columna  ven- 
cedora. 

Presentáronse  expontámeamente  á  las  tropas  numerosas  familias, 
que  se  acogieron  á  poblado  acompañados  de  nuestras  fuerzas. 

Al  continuar  las  operaciones,  siguieron  también  muchas  é  impor- 
tantes presentaciones  de  rebeldes. 

La  columna  tuvo  tres  muertos,  12  heridos  de  tropa  y  algunos  caba- 
llos muertos  y  heridos:  las  bajas  del  enemigo  fueron  incalculables  y 
quedaron  ignoradas  por  haberlas  retirado  en  su  huida  hacia  el  interior 
de  la  Sierra. 

La  operación  llevada  tan  felizmente  á  cabo  por  las  valientes  tropas 
de  la  columna,  con  la  eficaz  ayuda  de  Jas  tripulacioness  del  Conde  de 
Venadito  y  del  Reina  de  los  Angeles,  dtjó  quebrantada  la  insurrección 
en  toda  la  extensa  comarca  comprendida  entre  el  río  Camarones,  Vica- 
ría y  Cabo  Cruz,  donde  el  enemigo  se  creía  inexpugnable,  facilitando  á 
la  vtz  el  emprender  nuevas  y  decisivas  operaciones,  que  ya  habían  em- 
pezado en  el  resto  de  la  Sierra  y  márgenes  de  los  líos  Cauto  y  Contra- 
maestre. 


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La  división  ligera  del  general  Bernal  salió  á  operaciones  el  día  14 
sobre  Baire  y  Cantirado. 


* 
*  * 


Una  columna,  compuesta  del  escuadrón  de  Camejuaní,  el  batallón 
de  Arapiles  y  una  sección  de  artillería,  encontró  y  batió  el  día   12   en 

Majagua  á  las  partidas  de  Máximo 
Gómez  y  yosé  Mguel  Gómez,  que 
sumarían  unos  500  hombres,  200 
infantes  y  300  caballos,  causándo- 
les bajas  de  consideración  y  dis- 
persándolos. 

La  columna  tuvo  tres  muertos 
de  Camajuaní;  heridos  graves,  el 
capitán  don  Sebastián  Coca  y  seis 
soldados,  y  leves,  el  teniente  se- 
ñor Martínez  y  siete  de  tropa. 

En  Santa  Clara,  los  batallones 
de  Soria,  Galicia  y  guardia  civil, 
tuvieron  un  serio  encuentro  el  día 
15,  en  Vizcaíno,  con  la  gruesa  par- 
tida que  mató  á Cay itoAlvarez  y  á 
Núñez,  mandada  por  Roberto  Ber- 
múdez,  ala  que  batieron  y  dispersaron,  causándola  diez   muertos,  que 
recogieron  en  el  campo  de  la  acción,  y  cogiendo  catorce  caballos,    con 
monturas,  y  armamentos. 

Nuestras  fuerzas  tuvieron  dos  muertos,  y  heridos  un  oficial  y  cin- 
co de  tropa. 

Blanco  72 


CABECILLA    RECIO 


570 

El  día  1 8,  entre  Polo  Norte  y  Puchana,  el  batallón  de  Luchana  y 
es:uadrón  de  Treviño  batieron  á  una  partida  insurrecta  que  huyó, 
abandonando  15  muertos. 

Las  tropas  tuvieron  dos  muertos,  y  heridos  el  capitán  don  Ramón 
Allende  y  ocho  soldados. 

Eq  la  provincia  de  Pinar  del  Río,  el  general  Hernández  de  Velasco 
con  el  batallón  de  Baleares,  una  compañía  de  San  Quintín  y  un  escua- 
drón de  Villaviciosa,  sostuvo  un  rudo  combate  contra  las  partidas  re- 
concentradas de  aquella  región,  á  las  que  batió  y  rechazó  tras  sangrien- 
ta y  épica  lucha  y  merced  al  indomable  valor  é  incontrastable  empuje 
de  nuestros  soldados,  á  causa  de  la  desigualdad  numérica  de  sus  fuer- 
zas, dejando  el  enemigo  quince  muertos,  y  retirando,  al  amparo  de  es- 
pesos maniguales,  muchos  heridos. 

La  columna  tuvo  considerables  y  sensibles  bajas,  resultando  muer- 
to el  capitán  don  Antonio  Epígarez  Lara  y  dos  soldados,  y  13  heridos 
pertenecientes  al  batallón  de  Baleares,  entre  los  cuales  estaban  los  te- 
nientes don  Egidio  Matorejo  y  don  Ángel  Luque. 

El  día  21  se  presentaron  al  general  Molina,  en  Jagüey  Grande,  lí- 
mite de  la  provincia  de  Matanzas  y  jurisdicción  de  Cienfuegos,  aco- 
giéndose á  la  legalidad,  el  titulado  teniente  coronel  áéí  ejército  liberta- 
dor de  Cuba  Benito  Socorro,  con  la  partida  que  mandaba,  compuesta 
de  dos  oficiales  y  72  hombres,  de  ellos  43  con  armas,  y  muchas  fami- 
lias. La  paitida  entregó  sus  armas  en  la  pltza,  á  presencia  de  las  tropas 
y  del  vecindaiio,  dando  entusiastas  vivas  á  España,  á  Cuba  españo  a 
y  á  la  autonomía. 

Según  telegrama  que  publicó  el  Diario  déla  Marina  en  su  edito- 
rial del  día  24,  se  dio  por  seguro  y  suficientemente  averiguado,  que  el 
titulado  general  insurrecto  Antonio  Núñez  (hermano  del  Vicente  que 
murió  con  Cayito  Alvarez  á  manos  del  feroz  y  sanguinario  Barmúdez), 
había  aparecido  ahorcado  cerca  del  poblado  de  Santo  Domingo,  afir- 


I 


571 

mandóse  que  el  autor  de  la  hazaña  había  sido  el  mismo  Barmúiez,  á 
consecuencia  de  haber  tenido  conocimiento  de  que  intentaba  presen- 
tarse y  someterse  á  la  legalidad. 

No  obstante  esos  salvajes  procedimientos  de  terror  para  contener 
las  deserciones  en  el  campo  insurrecto,  por  parte  de  los  fináticos  é  in- 
transigentes enemigos  de  España,  se  anunciaban  nuevas  é  importantes 
presentaciones  en  las  provincias  occidentales. 


»>•***  •^ ^^¡rn^ 


CAPITULO   XLVI 


Plan  de  operaciones  en  el  Camagüey. — Operación  combinada. — Encuentros  y  combates. — 
Batida  de  los  inmrrectcs.— Imprefiones. — Vientos  de  guerra.  —  Los  propósitos  de  los 
jaLkis. — NutYa  organización  de  nuestro  ejército  en  operaciones. — La  campaña  en  Orien- 
te.—Reconcentrfción  de  los  rebeldes.— Operación  combinada.  — Encuentics  y  combates. 
— Toma  y  destrucción  de  campamentos. — Derrota  de  los  insurrectos. — Reconocimientos 
y  batida  de  los  rebeldes. — La  columna  del  general  Bernal. — Ataque  il  un  convoy. — Rudo 
combate  y  derrota  de  los  insurrectos. — Nuevo  encuentro  y  dispersión  de  los  rebeldes. — 
La  obra  del  soldado. 


^  L  plan  de  operaciones  en  la  extensa  y  casi  despoblada 
provircia  de  Puerto  Príncipe,  tenía  como  base  combi- 
nar las  fuerzas  que  desde  la  trocha  central  invadían 
Equel  territorio,  con  las  que  mandaba  el  general  Jimé- 


nez Castellanos,  comandante  general  del  Cgmagüey. 

El  día  15  salió  de  Manzanillo  el  general  Pando  á  inspeccio- 
nar la  trocha  del  Júcaro  á  Morón  y  organizar  las  columnas  de 
operaciones  en  el  Ce  maguey,   saliendo  á  operaciones  en  la 
madrugada  del  18,  hacia  San  Nicolás  y  alrededores. 

Las  fuerzas  que  operaban  en  la  parte  occidental  deja  trocha,  entre 
las  cuales  figuraban  los  batallones  de  Careliano,  Murcia,  Chiclana^ 
Llerena,  Arapiles,  regimiento  de  caballeiía  del  Pjíncipe,  dos  escuadro- 
nes de  voluntarios  movilizados  de  Camajuaní,.una  batería  del  quinto 
regimiento  montado  y  otras  secciones  de  voluntarios  y  guerrilleros 
montados,  formaron  tres  columnas  bajo  la  dirección   de  los  generales 


573 

Pando,  Salcedo  y  Ruíz,  y  los  coroneles  Cortijo,  Ramírez,  Poblaciones 
y  Maitín  Sesma. 

La  marcha  fué  de  relativa  dificultad,  pues  tuvieron  que  sostener 
ligeros  pero  continuos  tiroteos  coa  los  flancos  del  enemigo,  llegando 
el  ) 9,  sin  más  novedad,  á  Santa  Isabel,  donde  se  dio  descanso  á  las 
tropas  y  se  estableció  el  campamento. 

Al  día  siguiente  contiruaron  la  marcha  sin  incidente  digno  de 
mención,  y  á  la  caída  de  la  tarde  acamparon  en  el  monte,  saliendo  los 
batallones  á  practicar  reconocimientos  en  distintas  direcciones,  hostili- 
zados siempre  por  un  enemigo  invisible,  que  causó  un  muerto  y  tres 
heridos  á  las  fuerzas  del  batallón  de  Chiclana. 

Continuó  la  marcha  en  dirección  de  San  Juan,  y  poco  después  de 
salir  del  campamento,  vióse  atacada  la  vanguardia  de  la  columna  por 
un  grupo  enemigo  de  unos  cien  hombres,  emboscados  en  los  Guana- 
les y  Chumenda,  con  el  que  sostuvo  nutrido  fuego.  Este  combate  de 
vanguardia,  que  terminó  con  la  huida  del  enemigo,  dio  por  resultado 
que  éste  dejara  abandonados  en  el  campo  ocho  muertos,  teniendo  nues- 
tras tropas  al  teniente  de  Arapiles,  señor  Cuesta,  y  un  soldado,  heridos 
graves. 

Con  otros  pequeños  tiroteos  llegaron  nuestras  fuerzas  á  San  Juan, 
donde  el  enemigo  esperaba  á  la  columna. 

Allí  se  entabló  un  combate  que  parecía  iba  á  ser  duro  por  las  ven- 
tajosas posiciones  que  ocupaban  las  fuerzas  rebeldes;  pero  fué  tomado 
San  Juan  sin  gran  resistencia.  Tenía  importancia  este  poblado,  porque 
en  él  vivían  tranquilamente  los  insurrectos  desde  que  Máximo  Gómez 
invadió  el  Camagüay,  y  en  él  habían  montado  industrias  auxi.iares  de 
la  guerra  y  establecido  depósitos  de  ganado  y  un  hospital. 

La  columna  ocupó  muchos  efectos,  200  reses  vacunas,  20  caballos 
y  muchas  medicinas. 


574 


El  día  21  continuaron  nuestras  fuerzas  operando  en  dirección  de 
Santo  Domingo  y  Vertientes,  á  donde  llegaron  el  mismo  día  y  acam 
paron. 

Durante  las  marchas  se  encontraron  muchos  bohíos  que,  al  ser  re- 
conocidos por  los  gaerrilleros,  vióse  que  habían  sido  abandonados  per 
los  insurrectos  al  enterarse  de  la  aproximación  de  las  tropas. 

Según  referencias  de  las  varias  familias  que  se  acogieron  al  ampa- 
ro de  las  columnas,  y  manifestaciones  de  algunos  presentados  y  pri- 
sioneros, estaban  en  el  campo  insurrecto  por  temor  á  los  vejámenes  de 
que  podían  ser  objeto  de  parte  de  los  rebaldes. 

Dijeron,  además,  que  desde  que  estallara  la  guerra,  era  aquella  la 
primera  víz  que  pasaban  tropas  por  aquellos  campos. 

La  impresión  que  se  sacó  de  esas   operaciones  y  reconocimientos, 
fué  la  de  que  vivían  pacificamente  en  toda  aquella  zona  muchas  fami- 
lias de  rebeldes,  contando  con  grandes  recursos,  siembras  y  ganados. 
Calculóse  que  había  en  aquellas  zonas  más  de  cien  mil  reses,  que 
principalmente  se  hallaban  en  la  costa  Sur  de  la  provincia. 

Los  rebeldes  armados  no  eran  muchos,  y  los  que  mejor  montados 
y  armados  estaban,  eran  los  dedicados  á  servicios  especiales  de  comi- 
siones, avisos,  confrontas  y  auxilio  de  las  prefecturas. 

El  espíritu  de  nuestras  tropas  era  excelente;  los  soldados  iban  ani- 
madísimos; los  ranchos,  como  había  carne  en  abundancia,  eran  buenos,  » 
y,  á  pesar  de  las  marchas  largas  y  penosas,  sólo  hubo  una  baja  por  en-  ^| 
fermo  en  las  columnas. 

De  las  impresiones  recogidas  por  nuestro  informante  en  el  cuartel 
general,  deducíase  que  el  propósito  del  general  Pando  era  impedir  que 
se  confirmasen  los  rumores  que  circulaban  con  insistencia  sobre  propó-  : 


575 

sitos  de  nueva  invasión  en  Oriente.  Dd  ser  éstos  ciertos,  las  operacio- 
nes realizadas  como  base  del  plan  general,  habían  desconcertado  al 
enemigo. 

El  general  Pando,  conforme  deseaba,  logró  establecer  contacto 
con  las  fuerzas  que  mandaba  el  general  Jiménez  Castellí^nos. 

La  combinación  con  la  división  Castellanos  se  realizó  con  fortuna, 
coincidierdo  en  Vertientes  ambas  fuerzas,  donde  oportunamente  llega- 
ron embarcaciones  con  raciones,  protegidas  por  el  cañonero  Contra  - 
maestre. 


*  * 


Seguían  las  malas  impresiones  respecto  de  la  actitud  y  preparativos 
militares  délos  Estados  Unidos:  la  Bolsa,  ese  barómetro  de  la  política, 
continuaba  pronunciándose  por  la  baja:  los  periódicos  mostrábanse  in- 
tranquilos: los  ministros  aparecían  preocupados  y  poKíanen  circulación 
frases  equívocas.  Decididamente  no  eran  de  paz  los  vientos. 

Y  no  eran  de  paz  los  viento»,  porque  la  República  norteamericana 
era  Eolo:  resoplaban  fuerte  el  gobierno,  los  individuos  del  Parlamento, 
los  agitadores  de  la  prensa,  los  agiotistas  de  la  banca.  Por  último,  de- 
sataban el  vendabal  de  todas  las  pasiones  ruborosamente  contenidas 
durante  tres  años,  los  marinos  encargados  de  informar  á  Mac  Kinley 
sobre  la  catástrofe  del  Maine. 

Pero,  ¿era  eso  la  guerra?  Desde  luego  podía  esperarse  todo  de  un 
pueblo  completamente  extraño  á  todo  procedimiento  regular  en  las  re- 
laciones internacionales.  h&  sans  facón  anglossjona,  la  falta  de  escrú- 
pulos característica  de  la  raza  y  de  su  condición  aventurera  y  comercial, 
autorizaba  cualquier  sospecha.  El  Norte-América  es  el  pueblo  de  Lynch, 
y  sus  hombres  de  Estado  habían  consentido  como  la  cosa  más  natural 


576 


del  mundo  las  salvajadas  de  Nueva  Orleans,  sin  creer  que  por  ellas  me- 
reciera la  humanidad  un  desagravio,  ni  Italia,  atropellada  y  ofendida, 
una  reparación  honrosa. 

De  una  tan  burda  novela  como  la  del  Maine  fueran   muy  capaces 
los  norteamericanos  de  sacar  conclusiones  efectivas  en  contra  de  España. 

Ese  episodio  del  Maine  no  nos  pareció  definitivo:  ese  acuerdo  del 
Maine  era  un  jalón  mes;  sólo  un  jalón. 
Los  Estados  Unidos  habían  intentado  pro- 
vocarnos en  todas  las  íormas,  de  manera 
que  la  agresión  fuera  imputable  á  nuestro 
quijotismo.  Pero  cuando  Don  Quijote  no 
resultaba  en  sus  alocam lentos  sino  con  la 
firmeza  y  serenidad  de  sus  grandes  horas 
de  cordura,  los  yankees  se  callaban  y  se 
potían  á  intentar  nuevas  artes  de  dis- 
cordia. 

Primero  los  indemnización  ;s;  después 
las  proposiciones  favorables  á  la  belige- 
rancia;  luego  la  excursión  del  Laurada  á 
Valencia;    en   todo  momento  la  ayuda  re- 
suelta en  armamentos  y  municiones  á  la 
insurrección;  más  tarde  el  conflicto  Dupuy 
de  Lome,  planteado  gracias  á  los  más  re- 
probados métodos  de  espionaje  y  á  la  vul- 
neración del  secreto  de  la  correspondencia  privada;  muy  luego  la  vi- 
sita del  Maine  y  el  ajetreo  de  otros  buques  como  fantasmas  amenazado- 
res, y  últimamente  la  campaña  de  Mr.  Lee  y  Miss  Clara  Barton  á  pro- 
pósito de  los  reconcentrados... 

¿No  estaba  en  todo  eso  visible  una  astucia  incansable  y  un  propó- 
sito  deliberado  y  evidente  que  buscaba  nuestro  cansancio  ó  nuestra 


VOLUNTA KIO    MOVILIZADO 
DE  COLOR 


577 

desesperación,  paro  siguiendo  el  juego  del  nadador  que  á  vueltas  con 
las  olas  quería  guardar  la  ropa? 

Qaedaba  aúa  un  claro,  un  bu3n  claro  al  Gobierno  americano  para 
agarrarse  con  fuerza:  la  protección  á  los  reconcentrados,  elevándola  á 
descarada  y  humillante  intervención,  por  medio  de  Lee. 

Cuando  á  los  Estados  Uaidos  conviniera  dar  la  última  vuelta  á  los 
tornillos,  no  tendría  más  que  valerse  de  ese  medio,  en  mal  hora  pro- 
porcionado por  la  torpeza  de  uno  de  nuestros  generales,  ya  exacerbando 
nuestra  paciencia,  ya  fundamentando  en  el  humanitarismo  su  interven- 
ción en  Cuba. 

¿Qjé  interés  podlan'tener  los  yankees  en  aplazar  las  espansiones 
de  su  odio  ó  de  sus  ambiciones? 

Ganar  tiempo:  todavía  no  consideraban,  á  la  fecha,  bastante  el  em- 
pleado para  la  organización  de  su  marina  y  de  su  ejército. 

Cuando  considerasen  las  cosas  en  sazón  sacudirían  el  árbol... 

He  ahí  lo  que  nuestros  gobernantes  debieran  haber  tenido  presente 
desde  que  se  iniciara  el  conflicto  y  se  traslucieran  claramente  los  pro- 
pósitos y  las  intenciones  de  nuestro  arteros  enemigos. 

Y  el  Gobierno  debiera  haber  medido  mejor  las  consecuencias  de 
nuestra  pasividad. 

Y  si  al  fin  y  al  cabo  habíamos  de  apelar  al  quijotismo,  haberlo 
hecho  antes  de  que  nos  tomasen  mano  y  vez  los  yangüeses. 


Para  activar  en  lo  posible  las  operaciones  militares  y  unificarlas, 
se  organizaron  tres  nuevos  cuerpos  de  ejército.  Uno  de  ellos  operaría 
en  el  Camagüsy,  á  las  órdenes  del  general  Silcedo;  el  segundo  se  des- 
tinó á  Las  Villas,  y  á  su  frente  se  puso  el  general  Aguirre,  y  el  tercero 
fué  encargado  de  perseguir  activamente  las  fuerzas  rebeldes  que  queda- 
Blanco  73 


57S 

ban  en  Occidente,  operando  al  efecto  por  las  provincias  de  Matanzas,  la 
Habana  y  Pinar  del  Río,  bfjo  la  dirección  del  general  Gorzález  Parrado. 

En  tres  zoras  militares  quedó  dividida  la  Sierra  Maestra,  para  los 
efectos  dalas  operaciones  emprendidas  ea  el  departamento  Oriental. 

Comprendía  la  primera  desde  Cfbc  Cri  z  hasta  los  nacimientos  del 
río  Ysrs;  la  segunda  desde  éstos  á  los  del  río  Contramaestre,  y  la  terce- 
ra, desde  los  últimos  á  la  bahía  del  referido  Csbo  Cruz. 

Las  operaciones  alJí  realizadas  en  la  primera  decena  de  Fíbrero,  y 
que  dejamos  reseñadas  en  precedentes  capítulos,  quedaron  completa- 
mente determinadas,  y  de  ellas  se  desprende  que  el  general  Linares,  al 
regresar  de  Holguín  debió  ir  á  establecerse  con  sus  íueizas  á  Palma  So- 
riano,  desde  cuyo  punto  emprendió  las  operaciones  ya  mencionadas  en 
combÍDación  con  el  geneial  Vara  del  Rey  sobre  la  Sierra  Moestra. 

En  el  telegrama  oficial  del  día  17  apsrecía  una  columna  dedicada 
á  limpiar  de  insurrectos  la  orilla  izquierda  del  Cauto  y  teirenos  al  Sur 
de  la  misma,  en  la  parte  comprendida  entre  el  Guamo  y  la  desemboca- 
dura del  río  Contramaestie,  Efluente  de  la  izquierda  de  aquél;  comarcas 
regadas  por  los  tíos  Bayamo  y  Cautillc,  y  en  la  que  radican  los  impor- 
tantes poblados  de  Cauto  Embarcadeio,  Bayamo,  Jiguaní,  Guisa  y  Baire, 
teniendo  además  este  ticzo  del  río  Caulolos pasos  precisos  y  constante- 
mente usados  por  las  paitidas  que  iban  de  las  jurisdicciones  de  Cuba  y 

Manzanillo  á  la  de  Holguín. 

En  la  zona  comprendida  entre  el  Río  Bayamo  y  el  río  Yara  y  prd- 
ximo  á  las  estribaciones  de  la  Sierra  Maestra,  estaba  operando  el  gene- 
ral Ochoa  sobie  Veguitas  y  Bueicito,  extendiéndose  probablemente  estas 
opeíaciones  al  Homo,  el  Dátil,  Peralejo,  Jucaibama,  Barrancas  y  Yara. 

El  regimiento  de  Isabel  la  Católica  operaba  en  combinación  con  las 
fueizfis  de  la  división  ligeia  del  general  Bernal,  y  parece  ser  que  antes 
de  dirigirse  sobre  la  paite  central  de  Sierra  Maestra  abarcaría  en  sus 
cperaciones  todo  el  teiritoiio  asignado  á  las  columnas  de  que  se  com- 
ponía dicha  división. 


579 

La  media  brigada  Raíz  cubría  el  camino  de  B lyamo  á  Cauto  Em- 
barcadero, por  Mangas  y  Punta  Gorda,  línea  importantísima  para  la 
comunicación  de  Manzanillo  á  B  lyamo  por  el  río  Cauto. 


*** 


Habiendo  recibido  el  g3neral  Luque  confidencias  poútivas  de  que 
las  partidas  de  las  zonas  di  HoIguÍQ  y  Victoria  de  las  Tunas,  en  cuya 
jurisdicción  mandaba  en  jafe,  habíanse  reconcentrado  en  gru;so  núme- 
ro en  los  montes  de  Chaparra,  cerca  de  Puerto  Padre,  decidió  empren- 
der una  operación  combinada  contra  el  enemigo,  y,  al  efecto,  ordenó 
desde  la  líaea  de  Holguín  y  Gibara  que  salieran  tres  columnas  en  com- 
binación, al  mando  respectivamente  del  general  Nirio,  del  coronel  Mo- 
reno y  del  comandante  P/ovenzi. 

Esas  columnas  debían  converger  en  los  montes  de  Chaparra,  yendo 
las  fuerzís  del  general  Nario  por  Vjlasco,  las  del  coronel  Moreno  por 
San  Andrés  y  las  del  comandante  Provenza  por  la  Resbalosa. 

El  general  Luque,  que  debía  concurrir  también  á  esa  importante 
operación,  se  embarcó  en  Jibara  con  dirección  á  Puerto  Padre,  en  donde 
organizó  una  columna  compuesta  de  850  hombres  de  la  segunda  briga- 
da de  dicha  jurisdicción,  é  inmediatamente  se  puso  en  marcha  al  frente 
de  estas  fuerzas  pjr  el  camino  de  Santo  Domingo  hacia  Chaparra. 

Las  primeras  fuerzas  qu3  entraron  en  fusgo  fueron  las  de  la  colum- 
na del  coronel  Moreno,  que  sostuvieron  rudo  combate  el  día  8,  en  las 
lomas  de  Juan  Sáez. 

Durante  la  refriega  explotaron  tres  bombas  de  dinamita   colocadas 

por  el  enemigo  para  contener  el  avance  de  las  tropas. 

El  general  Nario,  marchando  en  la  dirección  indicada  en  la  orden 
ganeral,  oyó  el  vivo  fuego  de  fusilería  y  ciñ5n  que  sostenía  la  columna 
Morero,  y,  precipitando  la  marcha,  acudió  sus  sus  fuerzas  en  sn  auxilio. 


580 

Advertidas  las  fuertes  partidss  por  sus  explotadores  de  la  llegada 
de  otra  columna,  abandonaron  sus  posiciones  y  se  replegaron  precipi- 
tadamente hacia  los  mencionados  montes  de  Chaparra. 

Lastres  primeras  columnas  acamparon,  manteniendo  contacto  entre 
sí,  en  la  noche  del  8    á  tres  leguas  del  campamento  enemigo. 


#  * 


Por  la  noche  del  mismo  día  8  pusiéronse  de  nuevo  en  movimien- 
to, y  al  amanecer  del  9  rompieron  fuego  contra  los  rebeldes,  que  hicie- 
ron gran  rctistencis,  obligando  á  generalizar  el  combate,  en  el  que  se 
peleó  duro  por  ambas  partes. 

Al  fin,  fué  tomído  €l  campamento  eremigo,  huyendo  éste  desmo- 
ralizado y  cayendo  en  la  fuga  sobre  la  columna  Canillo,  formada  por 
fuerzas  de  las  que  mandaba  el  general  Luque. 

Las  partidas  no  ofrecieron  en  este  encuentro  resistencia  a'guca,  y 
se  dispersaron  ala  desbandada. 

Continuaron  las  columnas  operando  y  practicando  extensos  reco- 
nocimientos, y  el  dia  12  dieron  con  campamentos  fuertemente  atrin- 
cherados y  establecidos  en  San  Juan  y  el  Semillero,  á  los  cuales  ataca- 
ron con  gran  brío  y  bizarría. 

Avarzó  la  artillería  hasta  200  metros  y  fueron  cogidos  los  hilos 
colocados  para  h£cer  estallar  las  bombas  de  dinamita  de  que  tenían 
sembrado  el  campamento,  apoderándose  las  tropas  de  dos  cajas  con 
explosivos. 

Al  día  siguiente  atacaron  las  tropas  otro  campamento  enemigo  es- 
tablecido en  Laguna  Grande,  que  los  rebeldes  abandonaron  precipita- 
damente, sin  aceptar  combate. 

Djspucs  continuaron  los  reconocimientos  hasta  el  día  16,  en  que 
las  columnas  regresaron  á  Puerto  Padre. 


581 

La  operación  duró  ocho  días,  y  á  pesar  de  la  tenaz  resistencia  que 
ofreció  el  eneirigo,  fué  desalojado  sucesivamente  de  todas  sus  posicio- 
nes, tras  reñidos  combates  y  hábiles  movimientos  de  las  columnas,  que 
maniobraron  combinadas  hasta  derrotarle  y  dispersarle  completamen- 
te, tomándole  sus  campamentos  de  San  Juan,  Semillero  y  Laguna 
Grande,  dos  poblados  con  grandes  siembras,  ganado,  17  trapiches  en 
que  fabricaba  azúcar,  armas,  municiones,  bombas  de  dinamita,  de  las 
cuales  estallaron  varias  al  paso  de  las  tropas  en  los  distintos  ataques, 
hilos  conductores  y  tres  cajas  con  explosivos. 

Además  se  le  causaron  48  muertos  y  150  heridos,  debidos  en  gran 
parte  al  certero  fuego  de  nuestra  artillería,  que  fueron  recogidos  por 
nuestras  tropas.  Estas  tuvieron  que  lamentar  las  siguientes  bijas:  el 
capitán  de  Vergara,  don  Ramón  Toro,  y  nueve  de  tropa,  muertos;  he- 
ridos graves  el  capitán  de  la  guerrilla  de  San  Andrés,  señor  Honall,  el 
teniente  del  regimiento  de  Astuiias,  señor  Tudela  y  58  soldados,  y  le- 
vemente los  comandantes  señores  Camarero  y  Molina. 

Los  cabecillas  que  formaron  la  concentración  de  las  partidas  bati- 
das fueron  Manocal,  Echevarría,  Estrada,  Cornelio  Rojas  y  Perico  Gon- 
zález. 

Las  columnas  del  general  Nario  y  jefes  señores  Moreno  y  Proven - 
za,  formaban  un  total  de  1400  infantes,  200  caballos  y  cuatro  piezas  de 
artillería. 


*** 


Lfl  columna  que  mandaba  el  coronel  Gelpí  regresó  el  24  desde  San 
Jerónimo  á  Vertientes,  después  de  verificar  extensos  reconocimientos 
ea  fquella  zona  con  fuerzas  de  infantería  y  caballería,  batiendo  algunas 
partidas  que  se  le  opusieron  en  defensa  de  rancherías,  sorprendidas  por 
la  presencia  de  tropas  en  aquellos  lugares,  donde  ocupó  mucho  gana- 


582 

do  y  recursos  de  todo  género,  haciendo  al  enemigo  cinco  muertos  y 
nueve  prisioneros,  cogiendo  muchos  caballos,  armas,  una  prefectura, 
una  teneiía,  considerables  abastecimientos  de  todo  género  y  grandes 
salinas. 

El  general  B;rnal,  al  frente  de  las  fuerzas  de  su  mando,  salió  el  13 
de  Jiguaní,  llegando  el  17  á  Arroyo  Blanco,  después  de   sostener  com 
bates  ciarlos  con  grupos  rebeldes. 

Durai.te  su  marcha  reconoció  Biire,  Cantilado,  Los  Negros  y  Mo- 
gote, hasta  Cruces,  tomando  posiciones  al  enemigo  que  se  def  .ndió  en 
Baire  y  Cantilado  en  número  de  400  hombres  de  la  partida  de  Calixto 
García,  mandados  por  los  cabecillas  Lora  y  Cebreco. 

Los  insurrectos  fueron  desalojados  de  sus  posiciones  y  dispersos, 
destiu vendóles  grandes  vegas  de  tabaco,  campamentos,  prefecturas  y 
estancias  donde  las  tropas  recogieron  víveres  en  abundancia. 

En  Cruces  batió  la  retaguardia  de  la  columna  al  enemigo  disperso. 

En  Cantilado  dejaron  32  caballos  y  10  muertos. 

Lí  columna  tuvo  tres  muertos,  23  heridos  y  seis  contusos  de  tropa. 

Sabedor  el  general  Luque  el  día  25  que  el  enemigo,  fuertemente 
atrincherado,  trataba  de  impedir  el  paso  de  un  convoy  á  San  Agustín, 
ordenó  que  dos  columnas,  en  total  1. 100  infantes,  7)  caballos  y  dos 
piezas  de  artillería,  al  mando  del  teniente  coronel  de  infantería  de  Ma- 
rina, señor  Cirrillo,  marchasen  una  á  vanguardia  y  otra  de  escolta 
desde  Manacón  á  San  Agustín. 

Llegado  el  convoy  al  punto  donde  esperaba  conveniente  y  vea- 
tajosamente  posicionado  el  enemigo,  trabóse  combate,  que  faé  rudo 
y  duró  todo  el  día,  destruyéadoles  multitud  de  trincheras  defendidas 
con  bombas  de  dinamita. 

Las  guerrillas  montadas  cargaron  brillantemente  sobre  el  enemi- 
go, que  arrojado  de  todas  sus  posiciones  huyó  á  la  desbandada,  dejan- 
do en  el  campo  28  muertos,  armas  y  efectos. 


1! 


583 

El  convoy  llegó  intacto  á  su  destino. 

Al  evacuar  heridos  de  la  enfermería  de  San  Andrés,  trató  el  ene- 
migo de  disputar  el  paso  á  la  columna,  trabándose  un  nuevo  combate 
el  26  en  Aguerrás  Martillo,  que  tuvo  por  resultado  la  compktü  batida 
y  dispersión  de  las  fuerzas  insurrectas,  á  las  que  se  les  causaron  12 
muertos  más,  todos  con  arma  blanca. 

Las  brjas  de  las  columna  en  los  dos  combates  fueron:  ocho  muer- 
tos y  44  heridos  de  tropa. 

Se  supuso  que  en  ambas  acciones  las  partidas  rebeldes  iban  man- 
dadas y  fueron  dirigidas  por  Calixto  García,  que  huyendo  de  las  co- 
lumnas que  lo  batieron  en  Oriente,  pasó  á  Holguín  con  el  giueso  de 
sus  fuerzas. 


*** 


La  noticia  de  las  brillantes  operaciones  realizadas  por  ruestro  va- 
leroso ejército  en  campaña  en  el  Camagüey  y  departamento  Oiental, 
y  los  sucesivos  y  victoriosos  combates  sostenidos  con  las  huestes  del 
generalísimo  Gómez  y  su  lugarteniente  Calixto  García,  produj  ron  en 
el  público  un  efecto  digno  de  ser  analizado. 

Al  entusiasmo  que  inspiraban  las  constantes  proezas  del  soldado, 
se  unía  la  indignación  contra  el  gobierno  de  los  Estados  U.:idos,  que 
pareciendo  desentenderse  de  los  esfuerzos  de  España  por  la  p;z,  pedía 
que  en  plazo  perentorio  terminase  una  guerra  que  él  mismo  propagaba 
y  sostenía. 

El  C6 maguey  recuperado;  la  navegación  del  Cauto  reccb  ada;  el 
Oriente  dominado  y  recorrido  por  nuestras  columnas,  que  al  mismo 
tiempo  operaban  en  las  Tunas,  en  Bayamo,  en  Manzanillo,  en  Sierra 
Maestra,  en  Puerto  Padre  y  en  la  Sierra  del  Cobre,  eran  pruebas  pal- 


584 


mañas  de  que  el  ejército  de  Cuba  no   descansaba  un  punto,  de  que  los 
rebeldes  no  podían   oponerle  resistencia,   y  de  que  sólo  una  insigne 

mala  fé  podía  encontrar  en  el  pro 
ceder  de  España  motivo  para  otra 
cosa  que  para  la  simpatía. 

Las  operaciones  en  Cuba  eran 
tan  activas  é  iban  dirigidas  á  la 
fecha  con  tanta  destreza  y  acierto, 
que  sin  el  aliento  que  la  rebelión 
recibía  del  gobierno  de  Mac-Kin- 
ley,  pronto  terminara  en  la  isla 
la  sangrienta  era  de  las  luchas. 

España  presenciaba  con  orgu  - 
lio  aquellos  combates  en  que  al 
mismo  tiempo  eran  castigados  los 
rebeldes  de  diversas  comarcas. 

Europa,  el  mundo  entero,  no 
podían  menos  de  mirar  con  res- 
peto á  aquellas  legiones  de  héroes 
que  venían  dando  un  ejemplo  de  resistencia  y  abnegación  jamás  visto 
en  la  historia. 

Por  eso,  fueran  los  que  fuesen  los  azares  que  el  cielo  reservara  á  la 
Patria,  el  heroísmo  del  soldado  español  nos  aseguraba  la  conservación 
de  lo  que  más  importa:  el  honor  de  la  raza. 


CAPITÁN  ROBLEY  EVANS 
(2.°  Comandante  de  hi  escuadra  Sampson) 


JEl  conflicto  internacional 

Y 

X^a  guerra  con   los   Estados   Unidos 
CAPITULO    PRIMERO 


El  conflicto.  — La  cuestión  internacional.— Hecho  innegable. —E!  gobierno  pspañol.— Nues- 
tro8  políticos. — El  nodo  del  problema, — Los  propósitos  de  los  Estados  Unidos. — Nueva 
calumnia. — Contra  la  honra  de  España. — Eso,  nunca. — El  informe  de  la  Comición  ame- 
ricana sobre  la  voladura  del  Maine. — Dictamen  ambiguo. — Carácter  fortuito  del  sinies- 
tro.— Nueva  cuestión  sobre  el  tapete. — Los  socorros  á  los  concentrados. — Actitud  du- 
cidida  del  gobierno  de  Washington. — Hacia  el  desenlace. — Nuestra  dignidad  á  prueba. 
— Espeetación. — La  Justicia  con  España. 


OS  que  eran  indicios  se  fueron  trocando  paulatiaa- 
mente  en  pruebas:  tras  de  las  embozadas  amenazas 
del  mensaje  de  Mr.   Mac  Kinley,  de  aquel  Mensaje 
^FF^a^  que  tanto  satisfizo  á  nuestros  ministros  y  que  motivó 
tan  enojosas  como  exactas  profecías  en  los  órganos  de  la 
opinión,  pusiéronse  en  movimiento  los  buques  norteameri- 
canos, situándose  á  la  vista  de  la  isla  de  Cuba  y  establecien- 
do un  bloqueo  moral,  pasando  asi  la  provocación  de  las  pa- 
labras á  los  cañones,  y  tras  de  las  baladronadas  jingoístas 

Blanco  74 


586 

S'guieron  los  télicos  aprestos,  cuyo  estruendo  y  aparato  alarmaban  á 

dial  i  3  los  centros  bursátiles  donde  se  cotizan  nuestros  valores. 

Aunque  tarde,  ya  nadie  vacilaba  al  calificar  los  intentos  de  los  Es 

tados  Uaidos,  nadie  desconocía  lo  perentorio  del  peligro,  ni  siquiera 

los  ministros,  que  bus:aban  excusas  para  su  inactividad  en  optimismos 

inexplicables. 

Al  desaparecer  la  esperanza  de  soluciones  pacíficas,  al   contemplar 

los  posibles  resultados  del  cheque,  el  puetlo  trataba  ya  de  escuadriñar 

responsabilidades,  como  trataban  los  hombres  públicos  de  esquivarlas. 

Mucho  importaba  depurar  con  toda  claridad  las  culpas  antes  de 
que  experimentásemos  los  efectos  de  tristes  acontecimientos,  y  antes 
de  que  la  exaltación  de  los  ánimos  estorbase  el  juicio  sereno  y  cegase 
la  luz  de  la  razón.  Pero  ¿no  hubiera  sido  más  conveniente,  más  lógico 
y,  sobre  todo,  más  práctico,  pedir  á  coro  y  á  voz  en  grito,  á  fin  de  des- 
pertar de  su  letárgico  sueño  á  los  ocho  durmientes  del  Gabinete,  pre 
paración  ante  un  conflicto  que  el  menos  avisado  en  asuntos  internacio- 
nales veía  hacía  tres  años  avanzar  sobre  España? 

Ahora  bien,  estalló  la  ruptura  de  hostilidades,  y  por  ausencia  de 
previsión  y  por  falta  de  aprestos  y  por  carencia  de  elementos  ofensivos 
y  defensivos,  sobrevino  el  desastre.  ¿A  quién  es  justo  condenar,  á  los 
gobiernos  y  á  los  hombres  públicos  que  por  amor  propio  unas  veces,  y 
por  apatía  otras,  desdeñaron  las  advertencias  y  perdieron  el  tiempo  y 
el  dinero  que  hubieran  podido  servir  para  disponernos  á  la  lucha,  ó  á 
la  opinión  del  país,  que  toleró  á  aquellos  gobernantes  y  á  aquellos  po- 
líticos y  consintió  su  apatía  y  su  desdén  y  no  supo  impedir  la  malver- 
sación del  tiempo  y  del  dinero  á  la  Nación?... 

El  previsto  y  temido  choque  vino,  y  nuestra  gloriosa  enseña  fla- 
mante, sin  un  girón,  sin  una  salpicadura  de  sangre,  sin  una  mancha  si- 
quiera, fué  arriada  para  siempre  por  manos  de  nuestros  enemigos,  no 
de  nuestros  vencedores,  pues  donde  no  hay  lucha  no  hay  vencidos,  y 
á  presencia  de  nuestros  sacrificados  soldados,  de  aquellas  tierras  des- 


587 

cubiertas  por  el  gran  Colón  y  conquistadas  por  nuestros  gloriosos  an 
tepasados. 

¡Y  nuestra  enseña  tornó  enlutada,  sin  haber  colgado  ni  un  sólo 
crespón'negro  en  el  asta  de  la  estrellada  bandera  norteamericana!... 

*  * 

Dos  fases  principales  presentó,  á  nuestro  modo  de  ver,  la  cuestión 
internacional.  Fué  la  una  el  problema  de  la  influencia  europea  en  Amé 
rica;  la  otra  fué  la  que  se  relacionaba  con  la  política  universal. 

Desalojar  á  España  de  Cuba,  significaba  para  los  Estados  Unidos  un 
triunfo  material  visible  respecto  de  las  naciones  del  Antiguo  continer:- 
te,  una  afirmación  indiscutible  de  su  superioridad  en  el  Nuevo  Mundo; 
para  el  espíritu  mercantil  de  su  pueblo,  un  territorio  privilegiado,  so 
bre  el  cual  eran  factibles  las  más  productivas  de  las  especulaciones; 
para  su  soberbia  de  única  gran  potencia  americana,  el  predominio  in- 
contrastable en  el  go  fo  de  Méjico,  la  llave  de  ambos  Océanos,  cuando 
por  el  istmo  de  Panamá  ó  por  los  lagos  de  Nicaragua,  se  porga  en  co- 
municación el  mar  Atlántico  con  el  Pacífico. 

Tal  ha  sido  el  objeto  perseguido  por  el  gobierno  de  Washington 
desde  la  anterior  guerra  separatista  de  Cuba.  Lograr  esto  sin  los  peli 
gros  de  una  guerra  exterior,  sólo  por  el  cansancio  y   agotamiento  de 
España  en  luchas  internas,  fué  el  plan  hasta  Maizo  del  98  desarrollado. 

No  entraba  en  sus  cálculos  la  previsión  de  que  España  reconociese 
la  personalidad  de, nuestras  colonias  antillanas  bajo  la  soberanía  de  la 
Metrópoli,  quitando  así  la  causa,  primero,  y  el  motivo  después,  para  la 
contienda.  Se  nos  juzgaba  como  á  un  pueblo  obcecado  incapaz  de  mu- 
dar de  rumbo. 

De  ahí  provino  el  cambio  de  actitud  de  la  gran  República  federal, 
precisamente  cuando  éste  podía  y  pudo  tener  menos  justificación. 

Ebto,  que  lo  percibió  cualquiera  que  no  se  empeñase  en  ver  visio- 


588 

nes  y  que  explica  por  sí  con  toda  lógica  y  sencillez  la  conducta  de  los 
Estados  Uaidos  en  la  cuestión  de  Cuba,  tuvo  que  ser  penetrado  sobra- 
damente por  la  mirada  de  los  gobiernos  europeos. 


*    * 


Fué  un  hecho  innegable  que  todo  el  oleaje  belicoso,  movido  en  las 
márgenes  del  Hudson  é  iaevitablemente  rffl;jado  en  nuestra  Peninsu- 
Ip,  provino  del  punto  y  hora  en  que  el  gobierno  de  Washington  dis- 
puso el  envío  de  una  fuerte  escuadra  al  golfo  de  Méjico  y  del  Maine  á 
la  bahía  de  la  Habana.  La  nota  amenazadora,  encerrada  en  el  último 
párrafo  del  mensíj  3  presidencial,  relativo  á  la  cuestión  de  Cuba,  no 
consentía  en  que  á  hechos  nada  ordinarios  se  diese  tranquilizadora  ex- 
plicación. 

La  extrañeza,  por  no  decir  alarma,  que  aquellos  produjeron  en 
ánimos  españoles,  se  combinó  con  otro  hecho  no  menos  significativo. 
El  movimiento  contrarrevolucionario,  que  había  empezado  á  determi- 
narse con  viveza,  se  detuvo. 

Los  periódicos  filibusteros  saltaban  de  júbilo  ante  ese  espectáculo, 
y  exclamaban  riéndose  de  nosotros  y  de  la  virtud  pacificadora  del  nue- 
vo régimen:  «;Qué  han  de  presentarse  á  los  españoles  los  cubanos  en 
armas,  si  éstos  saben  que  á  aquéllos  los  van  á  echar  de  la  isla!» 

No  de  los  gritos  de  los  jingos,  sino  de  la  presencia  de  la  escuadra 
norteamericana  en  las  proximidades  de  la  grande  Antilla,  provino  esa 
exclamación,  que  se  tradujo  en  el  predominio  de  la  f  jroz  intransigen- 
cia dentro  del  campo  insurrecto. 

¡Y,  sin  embargo,  esos  dos  hechos  tan  significativos  y  evidentes, 
nada  revelaron  á  nuestos  gobernantes,  que  seguían  viendo  con  claridad 
envidiable  la  buena  voluntad  de  Mac-Kmley  respecto  de  España,  y 
descuidando  la  preparación  de  elementos  para  hacer  frente  al  conflicto 


589 

que  á  pasos  agigantados  veíase  avanzar,  amenazándonos  con  un  inevi- 
table desastre! 

No  hubo  por  acá  ni  un  clarividente  que  nos  facilitase  la  anhelada 
clave  de  los  propósitos  lealisimos,  con  los  cuales  Mac  Knley  mantenía 
ese  estado  de  cosas,  mediante  la  permanencia  de  los  mejores  barcos  de 
la  Unión  á  pocas  horas  de  la  H  ibana. 


*** 


En  tanto  avanzaba  el  conflicto  y  hacíanse  más  evidentes  los  propó- 
sitos deliberados  de  nuestros  codiciosos  y  arteros  enemigos,  entrete- 
níanse nuestros  muñidores  de  la  política  en  un  jaego  de  compadres 
que  venía  á  rematar  el  concapto  del  régimen,  y  pasaban  punto  menos 
qae  inadvertidas  las  gravísimas  contingencias  qu3  corría  la  patria. 

No  se  trataba  ya  de  rumores  recogidos  en  la  calle,  ni  de  cálculos 
hechos  en  torno  de  las  mesas  de  los  cafés,  ni  de  infundios  de  las  casas 
de  negocios,  ni  de  frutos  de  la  inventiva  reporteril,  se  trataba  de  im- 
presiones que  dominaban  en  lo  alto,  de  temores  que  se  abrigaban  en 
las  esferas  del  Gobierno,  de  sospechas  vehementes  que  algunos  minis- 
tros tenían  de  que  fuéramos  al  desenlace  rápido  en  la  cuestión  de  Cuba 
en  su  aspecto  internacional. 

El  nudo  de  todo  el  problema  estaba  en  si  MacKinley  se  decidía  ó 
no  á  mandar  el  informe  del  Maine  al  Congreso. 

El  informe  de  los  americanos  sobre  el  Maine  fué  un  absurdo;  no  lo 
aceptó  nadie  como  expresión  de  un  convencimiento  honrado,  sino 
como  un  esfuerzo  hecho  para  no  desacreditar  á  su  naciente  marina  de 
guerra  y  librar  de  responsabilidad  á  jefes  y  oficiales  negligsntes. 

Esa  causa  exterior   que  ellos  solos   vieron,  fué  un  artificio   para 


» 


590 

apresurar  la  ruptura,  y  la  misma  indeterminación  de  responsabilidad 
reveló  hasta  dónde  llegara  su  propósito. 

Buscaron,  claro  se  vio,  una  explicación  de  su  desleal  conducta,  y 
lerdo  fuera  quien  no  acertase  con  la  clave. 

La  insurrección  estaba  muerta,  la  autonomía  era  la  p'z;  veían  que 
se  les  escapaba  la  presa,  y  quisieron  apresurar  el  conflicto. 

El  conflicto  se  apresuraba  si  los  temores  que  abrigaba  el  Gobierno 
se  realizaban;  y  vería  pronto,  porque  así  estaba  determinado  hacía 
tiempo  en  Casa  Blanca  y  en  el  Capitolio  de  Washington;  porque  era 
la  consecuencia  natural  de  una  política  sólo  desconocida  por  nuestros 
estadistas. 

Ese  informe  estuvo  destinado  á  ser  la  mecha  que  debía  aplicarse  á 
la  mina;  ni  más,  ni  menos. 

No  había,  pues,  que  buscar  explicaciones  artificiosas. 

La  declaración  de  causa  exterior  como  determinante  de  la  catástro- 
fe, era  el  más  grave  de  los  insultos  que  se  podían  inferir  á  España,  y 
su  Gobierno  no  habría  de  tolerarlo,  si  le  quedaba  un  resto  de  buen, 
sentido  y  de  amor  á  su  pueblo. 

Con  eso  contaban  los  Estados  Unidos  para  el  logro  de  sus  propó- 
sitos. 


* 
*  * 


A  costa  de  grandes  sacrificios  de  su  derecho  y  hasta  de  su  pacien- 
cia, devorando  en  silencio  amarguras  y  afrentas,  dando  un  ejemplo 
extraordinatio  de  seremidad  de  alma,  tal  vez  único  en  la  historia,  Es- 
paña resistió  la  guerra  con  los  Estados  Unidos,  la  rechazó  durante  tres 
años. 

No  queiíamos  la  guerra,  no  la  hemos  querido  nunca,  porque  todo 
choque  de  fuerza  entre  dos  naciones,  aun  para  la  que  sale  victoriosa,  es 


591 


un  desastre.  Las  guerras  son  como  los  pleitos,  y  á  ellas  puede  aplicarse 
el  mismo  popular  adagio  que  reza  entre  nosotros:  «PJeitos  tengas  y 
los  ganes». 

No  queríamos  la  guerra,  porque  un  pueblo  como  España,  desan- 
grado por  tantas  luchas,  debía  amar  la  paz,  cual  un  bien  jamás  gozado 
por  entero. 

No  queríamos  la  guerra,  en  la  previsión  de  que  en  ella  se  perdiera 
aquello  por  lo  que  se  originaba  la  contienda.  Por  esto  anhelábamos  la 
solución  pacífica  como  la  mejor  de  las  soluciones. 

Si;  la  paz  ante  todo:  la  paz  por  encima  de  todo;  la  paz  internacio- 
nal, ya  que  la  guei  ra  civil  es  núes 
tro  orgánico  modo  de  vivir. 

A  la  paz,  ese  supremo  bien  de 
las  naciones  y  de  las  familias,  lo 
sometimos  todo:  los  impulsos  de 
la  sangre,  los  instintos  de  una  he- 
rencia belicosa  con  probados  ascen- 
dientes en  nuestra  existencia  his- 
tórica, los  dictados  de  la  concien- 
cia y  hasta  las  máximas  de  la  mo- 
ral,  qu3  no  consienten  establecer 
como  norma  el  atropello  de  la 
propiedad,  de  la  soberanía,  del 
derecho. 

Y  esa  actitud  de  España,  tan 
fieramente  mantenida,  no  prove- 
nía de  debilidad.  Nunca  midió  ésta   las   consecuencias  de  sus  actos  de 
arrojo;  jamás  se  puso  á  contar  lo  que  le  pudieran   costar  sus  hazañas 
gloriosas. 

No  podía  habar  debilidad  en  país  qae  en  poco  más  de  un  año  envió 


ALMIRANTE  SAMPSOíi 


592 

dos  cientos  mil  soldados  á  la  distancia  de  tres  mil  millas,  para  ventilar 
cuestión  en  que  más  se  discutían  los  atributos  espirituales  de  la  sobe- 
ranía, que  sus  provechos  materiales. 

No:  no  era  producto  de  alma  apocada  y  de  cobardía  lo  que  era  es- 
pejo y  ejemplar  de  un  admirable  estoicismo  colectivo. 

Pero  por  eso  mismo,  porque  habíamos  rechazado  constantemente 
la  guerra  y  en  todo  momento  la  paz  habíamos  proclamado,  teníamos 
autoridad  y  razón  para  no  permanecer  ni  un  día  más  callados  ni  inacti- 
vos ante  el  nuevo  agravio  inferido  por  nuestros  enemigos  con  su  calum- 
nioso dictamen  acerca  de  la  voladura  del  Maíne.  Al  atribuir  é ita  la  comi- 
sión norteamericana  á  un  agente  exterior  y  á  una  causa  intencional,  se 
rebasaron  todos  los  límites  á  nuestra  paciencia  y  se  colmaron  todas  las 
medidas  á  nuestro  fgravío. 

Y  eso  era  ya  demasiado,  y  de  ahí  no  podíamos  pasar.  Podíamos  su- 
frir todo  género  de  ve j  á  menes,  todos  menos  uno  solo:  el  que  se  nos  arro- 
jase á  la  cara  delante  del  mundo  civilizado,  la  afrenta  de  acusarnos  de 
ser  una  nación  criminal. 


*** 


Eso,  nunca.  Regístrense  en  la  historia  los  motivos  de  las  contiendas 
entre  naciones,  y  no  se  encontrará  ni  uno  que  iguale,  que  ni  siquiera 
llegue  en  gravedad,  atan  icícua,  falsa,  intolerable  imputación. 

Todos  los  pueblos,  en  todos  los  tiempos,  han  tenido  á  España  como 
un  país  honrado,  hidalgo  y  caballeresco,  y  al  obscurecerse  nuestra  gran- 
deza, después  de  haber  perdido  tierras  y  Estados,  es  el  único  patrimonio 
que  nos  queda. 

Pregúntese  por  todos  los  ámbitos  del  planeta.  No  habrá,  no  puede 
haber  en  todo  el  orba  civilizado  quien  sospeche  siquiera  que  España  sea 


593 

capaz  de  imaginar  siquiera  un  crimen  para  deshacerse  de  un  enemigo. 

Consentir  que  tal  se  dijera,  y  consentirlo  sin  consignar  indignada, 
airadísima  protesta,  fuera  borrar  toda  la  historia  patria. 

Y  haberlo  tolerado  España  hubiera  sido  algo  peor  aún  que  eso:  fuera 
tolerar  que  un  incidente  fortuito  y  desgraciado,  que  puede  producirse  á 
toda  hora  y  aun  entre  naciones  amigas  y  hermanas,  se  convirtiese,  por 
la  odiosa  conducta  de  los  Estados  Unidos,  en  el  conflicto  entero  y  total 
de  la  cuestión  entre  los  dos  países  con  motivo  de  la  guerra  de  Cuba. 


ACORAZADO   NORTEAMEEICANO  «OREGOX» 

Hubiera  sido  una  perfidia  inicua  de  la  República  federal  norteame- 
ricana, que,  á  propósito  de  una  desdicha  á  nadie  imputable,  si  no  es  á 
la  negligencia  de  su  marina,  hubiese  pretendido  involucrar  las  cuestio- 
nes y  echarlo  todo  á  barato  y  hacer  arrancar  de  ahí  la  intervención  ar- 
mada en  la  gran  Antilla. 

Que  eso  intentaron,  bien  claramente  lo  demostró  el  anuncio  de  que 
ante  las  Cámaras  se  leerían  los  dictámenes  de  los  agentes  consulares  so- 
bre la  situación  de  los  reconcentrados,  al  propio  tiempo  que  el  informe 
sobre  la  explosión  del  Mame. 

Lo  probaron  también,  ai  formular  ante  el  capitán  general  de  la  isla 
de  Cuba,  que  hizo  muy  bien  rechazándola,  la  demanda  de  volar  los  res- 
Blanco  75 


594 

tos  del  buque  siniestrado,  con  el  indudable  objeto  de  borrar  hasta  las 
huellas  que  probasen  lo  falso,  lo  inmotivado,  lo  injusto  de  atribuir  la 
catástrofe  á  una  causa  exterior  é  intencional. 

Cuestión  fuera  esa,  aun  presentada  en  términos  tan  injustos,  tan 
atentatorios  á  la  verdad,  para  ventilada  por  arbitros,  para  sujeta  á 
nuevos  juicios  periciales. 

Destruir  la  materia  del  peritaje  era  mostrar  que  no  se  quería  que  se 
averiguase  la  verdad,  que  se  pretendía  imponer  el  monstruoso  absurdo 
de  una  explosión  por  agente  exterior. 

Y  ese  atentado,  cualesquiera  que  fuesen  sus  consecuencias,  no  se 
podía  tolerar  por  varias  razones,  y  entre  ellas  la  primera,  porque  ave- 
nirse á  tolerarlo  hubiera  sido  convenir  en  que  merecíamos  que  se  creye- 
ra de  nosotros  que,  como  nación,  somos  capaces  de  volar  barcos,  que 
éramos  criminales.  ' 

Fuera  muy  sensible  y  lastimoso  tener  que  romper  nuestra  tradición 
de  serenidad  y  de  paciencia;  pero  todavía  lo  hubiera  sido  más  pasar  por 
eso,  que  nos  hubiese  condenado  á  una  vida  eterna  de  ignominia,  y  la 
muerte  es  siempre  preferible  á  una  vida  en  tales  condiciones. 

Hacer  arrancar  el  trágico  desenlace  del  conflicto  de  la  explosión  del 
■  Maine  hubiera  sido  entrar  en  la  lucha  ya  infamados,  y  que  toda  la  san- 
gre del  mundo  no  bastase  á  lavar  la  afrenta;  fuera  no  tan  sólo  pretender 
arrojarnos  de  Cuba,  sino  del  número  de  las  naciones  honradas  y  civili- 
zadas. Y  eso  no  podía  suceder  nunca.  España  tenía  y  tiene  todavía  una 
conciencia  y  una  honra. 


*  * 


Afoitunadamente,  el  informe  de  la  comisión  americana  sobre  la  vo- 
ladura del  Maine  leído  en  el  Congreso  de  Washington,  no  revistió  la 


595 

gravedad  extrema  que  en  un  principio  se  le  supuso  y  que  tanta  indig- 
nación produjo  en  Espfcñi. 

La  Comisión  dijo,  en  resumen,  lo  siguiente: 

Que  del  testimonio  de  los  buzos  no  podía  sacarse  ninguna  opinión 
definitiva;  y  que  si  bien  la  catástrofe  se  debió  á  un  agente  exterior,  no 
existían  las  pruebas  indispensables  para  fijar  una  responsabilidad  con- 
creta. 

En  el  dictamen  no  se  aludía  para  nada  á  España  ni  á  los  españoles. 

Da  ello  se  deduce  que  la  comisión  americana,  aun  atribuyendo  el 
accidente  á  causas  externas,  concluyó  en  paridad  por  reconocer  el  ca- 
rácter de  fortuito. 

Puesto  en  ese  terreno  el  pleito,  no  seria  ahí  donde  Msc  Kinley  en- 
contrase pretexto  para  declarar  la  guerra  á  España,  aunque  claro  está 
que  si  él  y  su  pueblo  la  deseaban  no  habían,  de  necesitar  echarse  en 
busca  de  pretextos  ni  de  ocasiones  para  agredirnos. 

Y  que  lo  deseaban,  uno  y  otro,  pronto  lo  evidenció  lanu:va  cues- 
tión puesta  por  ellos  sobre  el  tapete,  aún  no  retirada  la  del  Maine,  sobre 
los  socorros  á  los  concentrados,  en  la  cual,  según  los  telegramas,  se  dis- 
ponían á  hacer  hincapié  los  Estados  Unidos,  mandando,  pluguiéranos 
ó  no.,  los  consabidos  socorros  en  buques  mercantes  escoltados  por 
buques  de  guerra. 

Y  era  tan  decidida  su  voluntad,  que  si  nos  oponíamos  á  su  filan- 
tropía, repartiría  con  la  punta  de  las  bayonetas  víveres,  medicamentos 
y  limosnas. 

Visiblemente  se  acercaba  el  desenlace:  la  gran  República  quería  á 
toda  cosíala  guerra,  sin  cejar  un  punto  en  sus  deliberados  propósitos 
de  intervención  en  Cuba,  poniendo  á  diario  á  prueba  la  dignidad  de 
España  para  hacerla  saltar  en  fuerza  de  herirla  sin  descanso  en  sus  más 
vivos  sentimientos  y  provocarla  sin  cesar,  atropellando  sus  más  sf  gra- 
dos derechos. 


I 


5S6 

Tratábase  de  acaecimientos  previstos  y  anunciados  de  cuantos  no 
quisimos  cerrar  los  ojos  ante  la  evidencia  ni  negar  el  entendimiento  á 
la  razón,  mas  no  por  eso  dejibande  sentirse  los  efectos  de  la  dignidad 
herida  y  de  la  ira  provocada,  que  no  son  otros  los  qu9  puedan  engen 
drar  una  iojusticia  notoria,  una  conducta  inicua,  una  ingratitud  palma- 
ria y  una  irritante  bellaquería  que  comprendía  todos  los  actos  de  los  nor- 
tee mericanos,  y  que  abonaba  á  todas  sus  palabras. 

A  cuantos  en  el  mundo  tuvieren  noción  del  patriotismo  y  concepto 
del  honor  debiera  haber  apelado  el  gobierno  en  documento  que  podía 
ser  ineficaz  para  las  armas,  pero  que  hubiera  procurado  indiscutible  ven- 
taja á  la  conciencia  de  un  pueblo,  mostrando  hasta  qué  punto  resultaba 
intolerable  y  hasta  qué  extremo  era  injusta  la  continua  amensza  de  los 
Estados  Unidos  y  su  propósito  de  atropellar  los  derechos  de  España. 

¡Quién  es  capaz,  por  extremada  que  su  prudencia  sea,  de  responder 
con  calma  y  con  sosiego  á  tanta  indignidad! 

Pero,  ¡ayl,  el  egoísmo  de  los  pueblos  esquivó  la  justicia,  desdeñó 
la  razón  y  desatendió  el  derecho. 


*^^*' 


AZ-UMIiSmi-  ilHÉHJIfUUIIiuiUMlllllllIxtlIlHIllblllllllHUIIMIlllllllllllllItlIlMlItlIlllHtirillllllllIMté^  iMIIMMUIIIUIIIItlUllttlll(I>illUIIBIIMIIIIIIIIIItllllllllllllllUlllllll)l\&| 

"^'ji^MJiimii'niwaHwin  iii»i:»()hhi  MitHiiiiiHiii"i>iHiiitfliiiiiR«m*i.t«iiiiHHiiiiiiii  <HiwiiiiMnnMiiiHtiiniii  'a««fK;«miti!i:')Mtiiini»i)<Biitnui:iK»M^A«n7V 


CAPITULO    II 


La  ruptura. — Agitación  pública. — Otra  vpz  el  pantano. — La  Nota  colectiva  de  las  grandes 
potencias.  —  La  Nota  oficiosa  del  Gobierno  español. — La  última  sorpresa. — El  armisticio. 
— Suspensión  de  hostilidades  en  Cuba. — Para  qué  el  armisticio. — Mac  Kinley  y  sus  ma- 
las artes. — «Paz  en  la  tierra  para  los  hombres  de  buena  voluntad. 


L  fia  salicnos  del  pantano. 

No  fué  alegría  lo  que  nos  causaron  las  resoluciones 
extremas  adoptadas  en  el  primar  Consejo  de  ministros 
celebrado  el  día  6  de  Abril  y  ratificadas  horas  después 
el  segundo. 

¿Cómo  había  de  serlo,  si  una  guerra  exterior,  su:edanea 
una  guerra  civil  nos  había  parecido  siempre  la  mayor  da 
calamidades? 

Lo  que  sí  experimentamos  fué  uaa  sensación  de  desahogo  y  de  li  • 
bertad,  semejante  á  la  del  viajero,  que  harto  de  viajar  en  las  obscuri- 
dades de  una  interminable  noche,  no  bien  el  día  amanece,  encuentra 
practicables  y  gratos  los  más  ásperos  caminos. 

El  gobierno  hizo  lo  que  debía,  al  convencerse,  vista  la  inopinada 
actitud  del  representante  de  los  Estados  Unidos,  de  que  no  había  me- 
dios de  hacer  otra  cosa. 

En  términos  perentorios,  aunque  corteses,  intervino  de  pronto 
Mr.  Woodfort  exigiendo  del  Gabinete  español  una  respuesta  á  la   peti- 


598 

ción  de  Mr.  Mac  Kinley,  referente  á  la  coacesióa  de  ua   armisticio  en 
Cuba,  y  fijando  el  plazo  de  horas  en  que  deseaba  recibirla. 

Se  le  contestó  como  convenía  al  decoro  nacional:   Qae  en  el  Me- 
morándum, que  días  antes  se  habíi   enviado  al  gobierno  de  Washing 
ton,  estaba  nuestra  última  palabra;  y  que  no  pasaríamos  por  el  armis- 
ticio, sino  á  condición  de  que  lo  solicitasen  los  insurrectos,  y  en  la  forma 
que  determinase  el  gobernador  general  de  Cuba. 

A  consecuencia  de  ello,  se  comunicaron  á  nuestro  representante  en 
Washington  las  instrucciones  pertimentes  al  caso,  y  se  dio  la  negocia 
ción  diplomática  por  concluida.  Mr.  Woodfcrt  saldiía  de  Madrid  al 
siguiente  ó  subsiguiente  día,  y  nuestro  ministro  en  Washington  se  re- 
tiraría de  aquel  psís  tan  pronto  como  los  consulados  españoles  entrega- 
ran y  depositasen  su  documentación  en  los  consulados  franceses. 


* 


Apenas  tomados  los  acuerdos  anteriores,  y  notificado  en  forma  á 
Mr.  Woodíort,  tuvo  que  reunirse  otra  vez  el  Consejo  para  oir  al  Nun- 
cio de  Su  Santidad,  que  pretendía  exponer  algunos  nuevos  informes 
concernientes  á  la  oficiosa  mediación  pontificia. 

El  Gobierno  agradeció  mucho  la  buena  voluntad  de  León  XIII; 
pero  manifestó  á  nonseñor  Nava  di  Brontifé,  que  ya  no  era  tiempo  de 
negociaciones. 

Se  consumó,  pues,  la  ruptura  diplomítica,  y  al  Gobierno  de  los  Es- 
tados Unidos  incumbía  decidir  cuáles  habían  de  ser  las  consecuencias. 

Aun  en  aquellos  momentos  críticos  juzgamos  como  un  grave   mal 
y  un  serio  peligro  la  guerra  que  España  no  deseaba,  pero  si  á  ella  la  |l" 
arrastraban  las  circunstancias,  aún  contra  su  gusto,  ya  no  haría    nada 
para  evitarla. 

Firme  en  la  posición  que  la  había  marcado  el  concepto  de  su  deber ,j| 


599 

esperaría  los  acontecimientos  y  no  avanzaría  ni  retrocedería  una  sola 
línea. 

Cedió  y  transigió  en  cuanto  pudo  transigir  y  ceder  sin  detrimento 
del  honor  y  de  la  dignidad  del  Estado.  Había  llegado  al  límite,  y  no  lo 
rebasaría  sucediera  lo  que  sucediese. 

Ya  sabíamos,  entonces  como  hoy  y  antes,  que  el  Derecho  interna- 
cional carece  de  base  j  urídica,  y  que  para  ciertas  naciones,  la  razón  de 
las  otras  vale  tanto  cuanto  vale  la  fuerza  de  que  disponen  para  susten- 
tarla. Pero  el  principio  de  la  moral  y  la  justicia  es  uno  mismo  para  to- 
das, y  las  que  faltan  á  él  incurren  siempre  en  gravísima  responsabili- 
dad, ya  que  no  sufran  siempre  el  adecuado  castigo. 

En  ese  principio  fiados,  y  teniendo  en  cuenta  que  cuando  no  in- 
vencible es  indomable  el  pueblo  que  se  defiende  dentro  del  hogar  pro- 
pio, y  que  al  aceptar  una  guerra  injusta,  tiene  por  estímulo  el  culto  del 
honor  y  por  escudo  la  tranquilidad  de  conciencia,  confiamos  en  que 
no  tardarían  en  conocer  su  yerro  los  que  trataban  de  dictarnos  la  ley, 
suponiendo  que  carecíamos  de  medios  para  impedirlo. 

¡Qué  terrible  desencanto!  ¡Qué  amarga  decepciónl  ¡Qué  cruentísi- 
mo  desengaño!... 


*  * 


Raras,  muy  raras  veces,  habíamos  visto  á  la  opinión  tan  de  veras 
interesada,  tan  interesada  con  alma  y  con  vida  como  aquellos  días  en  el 
desarrollo  de  los  sucesos  políticos,  en  el  desenlace,  ya  próximo,  de  la 
grave  cuestión  internacional  planteada  entre  España  y  los  Estados 
Unidos. 

Y  de  ese  tan  hondo  interés  que  sentía  el  espíritu  público  por  co- 
nocer al  día,  y  aun  pudiera  decirse  que  á  la  hora  y  al  minuto,  lo  que 
pensaba  hacer  el  Gobierno  español  y  lo  que  hacia  el  Gobierno  norte- 


I 


600 

americano,  nacía  una  agitación  extraordinaria  en  el  ánimo  de  las  gentes 
que,  sin  llegar  á  perder  la  serenidad  ante  la  gravedad  de  las  circuns- 
tancias, padecían  una  ansia  indecible  porque  pronto,  muy  pronto,  se 
resolviera  el  conflicto  y  se  resolviera  de  una  vez,  todo  entero,  defini- 
tivamente. .  ¡Bien  se  cumplieron  sus  ansias;  pero  cviáa  opuestamente  á 
sus  patrióticos  deseos!... 

Tocaba  tan  de  cerca  cuanto  se  ventilaba  ala  substancia  moral,  á  la 
entraña  misma  de  la  patria,  á  la  vida  y  al  honor  de  España,  que  el 
discutir  sobre  las  cuestiones  del  día,  el  apreciar  las  fases  varias  en  que 
se  presentaba,  el  determinarse  la  conciencia  pública  dictando  la  conducta 
que  debía  seguirse,  ya  no  era,  como  en  períodos  normales,  privativo  de 
los  llamados  círculos  políticos,  del  salón  de  cocferencias  del  Congreso, 
de  las  redscciones  de  los  periódicos,  de  los  sitios  donde  se  saben  las 
noticias  ó  se  fabrican,  sino  que  trascendía  de  ahí  á  todos  los  ámbitos  de 

la  nación  y  á  todos  los  elementos  de  la  sociedad. 

Y  en  plazas  y  calles,  en  los  café?,  en  lo3  casinos,  ea  las  oficinas 
públicas  y  particulares,  en'talleres,  en  fábricas  y  tiendas,  en  las  tertu  - 
lias  más  encopetadas  y  en  las  reuniones  populares  más  humildes,  en 
todos  los  hogares  españoles,  en  fin,  la  conversación  no  era  otra,  no  po- 
día ser  otra  que  hablar  del  conflicto  con  los  Estados  Unidos,  discutien- 
do las  probabilidades  del  resultado  déla  contienda,  si  al  fin  estallase, 
con  una  fé  firme,  unánime,  en  nuestro  derecho  y  en  nuestro  valor,... 
¡Ayl  ¡Cuan  lejos  estaban  todos  de  soñar  siquiera  en  el  desastre!... 

Desde  que  tal  conversación,  única  posible  aquel  día,  se  entablaba, 
ocurría  que,  como  si  se  tocase  la  parte  más  sensible  del  ser  de  todo  buen 
español,  vibraba  con  vibración  interna  el  más  puro,  acendrado  y  exal- 
tado patriotismo. 

Y  esa  vibración  se  comunicaba  de  unos  á  otros,  y  las  discusiones 

acababan  con  un  contagio,  con  una  fiebre  de  enardecimiento,  que  era 
al  fin  señal  saludable,  porque  era  señal  de  vida  y  de  virilidad  en  el 
putbio  español. 


601 


* 


Pasaronya  á  una  categoría  secundaria  los  diversos  aspectos  del  pro- 
blema internacional,  ante  el  paso  dado  el  día  7  cerca  de  Mr.  Mac  Kinley 
por  los  embajadores  de  Francia,  Alemania,  Inglaterra,  Austria,  Italia  y 
Rusia. 

Prestóse,  en  efecto,  á  muy  serias  meditaciones  la  Nota  colectiva  de 

las  grandes  potencias,  y  no  se  prestó 
menos  la  forma  en  que  la  acogió  el 
presidente  de  la  República  nortea- 
mericana. 

Deseaban  aquellas,  y  la  frase  era 
un  tanto  sospechosa,  la  conservación 
deuia  paz  que  ofreciera  todas  las 
garantías  necesarias  para  el  resta- 
blecimiento del  orden  en  Cuba. 

Y  Mr.  Mac  Kinley,  abundando  en 
el  mismo  deseo,  reiteraba  el  propó- 
sito de  poner  fin  por  cuenta  propia 
á  una  situación  que  había  concluido, 
á  juicio  suyo,  por  hacerse  intolerable. 
Decía  así  la  Nota  de  las  potencias: 
«Los  representantes  que  abajo  fir- 
man, debidamente    autorizados  para 
dirigir  en  nombre  de  sus  gobiernos  el  presente    llamamiento  á  los  sen- 
timientos de  humanidad  y  de  moderación   del  presidente  y  del  pue- 
blo americano  en  sus  desacuerdos  actuales  con  España,  esperan  con  in- 
terés que  nuevas  negociaciones  coatribuiráa  á  un  acuerdo,  que,  al  ase- 
gurar el  mantenimiento  de  la  paz  entre  ambas  potencias,  dará  todas  las 
Blanco  76 


GENERAL   NELSON    A.    MILES 


602 

garantías  necesarias  al  restablecimiento  del  orden  en  Cuba.  Las  potei.- 
cias  Eo  dudan  de  que  el  carácter  desinteresado  y  humanitario  de  sus 
representantes  será  leconccido  y  apreciado  por  la  nación   americana.» 

Mac-  Kinley  contestó: 

«El  gobierno  de  los  Estados  Unidos  reconoce  el  sentimiento  de 
buena  voluntad  que  inspira  Ja  comunicEción  amistosa  de  las  potencias 
expuesta  en  su  solicitud,  y  comparte  la  esperanza  en  ella  manifestada 
de  que  el  resultado  de  la  situación  actual  sea  el  mantenimiento  de  la 
paz  entre  Irs  Estsdos  Unidos  y  España,  conseguido  con  ayuda  de  las 
garantías  necesarias  para  el  restablecimiento  del  orden  en  Cuba,  po- 
niendo término  al  estado  crónico  de  perturbación  de  la  isla,  que  causa 
tantos  perjuicios  á  los  intereses  y  pone  en  peligro  la  tranquilidad  de  la 
nación  americana  por  la  naturaleza  y  las  consecuencifs  de  la  lucha  sos- 
tenida á  nuestiís  puertas  y  que  subleva,  además,  los  sentimientos  de 
humanidad  de  la  nación. 

«El  gobierno  aprecia  el  carácter  humanitario  y  desinteresado  de  la 
comunicsción  de  las  potencias,  y  está  convencido  de  que  éstas  aprecia- 
rán los  esfuerzos  deünteresados  y  sinceros  de  los  Estados  Unidos  para 
cumplir  un  deber  de  humanidad,  poniendo  término  á  una  situación 
cuyaproloEgación  indefinida  se  ha  hecho  insostenible.» 


*  * 


Ahora  bien;  ¿qué  podía  resultar  de  todo  elle? 

Se  nos  figuró  que  el  derecho  y  la  soberanía  de  España  andaban 
harto  pospuestos  en  todas  es&s  garauíbs  que  las  poteucias  y  Mr.  Mcc- 
Kinley  estimaban  necesarias  para  el  restablecimiento  del  orden;  temi- 
mos que  pretendieran  comenzar  por  desalmarnos  los  que  parecían  gí- 
nosos  de  servirnos,  y  sospechamos  que  nuestra  libertad  de  dominio  y 


d03 

de  acción,  corría  por  un  lado  y  por  otro  iamineate  riesgo  de  verse 
mitada. 

-  Nuestras  dudas,  nuestros  temores  y  nuestras  sospechas,   tardaron 
muy  poco  en  verse  confirmadas. 

Con  gran  sorpresa  de  la  opinión,  apareció  inserta  en  los  diarios  de 
Madrid,  edición  de  la  noche  del  9,  la  siguiente  Nota  oficiosa  redáctala 
en  el  Coasejo  de  ministros  celebrado  ese  día,  y  facilitado  á  la  prensa: 

«Habiéndose  presentado  esta  mañana  en  el  domicilio  del  ministro 
de  España  los  embajadores  de  las  seis  grandes  potencias  europeas  á  ma- 
nifestarle que  como  corolario  de  las  gestiones  de  sus  gobiernos  en 
Washington,  creían  conveniente,  para  los  fines  de  la  paz,  encarecer  la 
aceptación  de  los  buenos  oficios  ofrecidos  por  Su  Santidad  y,  por  lo  tanto, 
la  suspensión  de  hostilidades,  reiteradamente  pedida  por  el  Santo  Padre; 

»Ea  vista  de  todo  lo  anterior,  el  Consejo  de  ministros  ha  acordado 
autorizar  al  general  en  jafe  del  ejército  de  Caba,  para  que  publique  una 
suspensión  de  hostilidades  por  el  tiempo  que  estime  prudencial  para 
preparar  y  facilitar  la  paz.» 

A  las  manifestaciones  que  en  contra  de  esa  petición  hizo  el  minis- 
tro de  Estado,  contestaron  los  representantes  extranjeros  citando  ejem- 
plos de  naciones  eminentemente  militares,  que  en  casos  análogos  ó 
parecidos  al  en  que  se  encontraba  España,  concedieron  armisticios. 

Estos  precedentes — añadieron  los  referidos  representantes — de- 
muestran que  al  conceder  España  el  armisticio,  no  menoscaba  ni 
desprestigia  á  su  ejército. 

*** 

Deferiendo  á  consejos  de   las  seis  grandes  potencias  de  Europa, 
el  gobierno  español  concedió  gratuitamente,  y  por    tiempo   pruden- 
0  I      cial,  una  suspensión  de  hostilidades  en   Cuba. 


604 

El  ísombro  fué  inmenro  en  toda  España. 

A  Jas  demandas  de  Mr.  Woodford  y  á  las  solicitudes  del  Papa, 
había  contestadD  el  gobierno  declarando,  no  sabemos  cuantas  veces, 
que  jamás  concedería  una  tregua  sino  á  instancia  de  los  insurrec- 
tos, y  en  las  condiciones  y  por  el  plfzo  que  determinase  el  gober- 
nador general  de  la  isla. 

Una  semana  antes,  el  gabinete  insular  brindó  con  esa  misma 
suspensión  de  armas  á  los  rebeldes. 

Di  la  Metrópoli,  y  por  fxcitsción  imperiosa  de  dos  ó  tres  minis- 
tro5,  partió  al  punto  una  advertencia  llamando  al  orden  á  los. que  de 
tal  suerte  se  habían  extralimitado. 

Aún  el  mismo  día  9,  á  las  diez  de  la  mañane,  era  acuerdo  cerrado 
negar  el  simisticic.  Así  lo  exigíac.  según  los  argumentos  oficiales,  la 
dignidad  de  la  nación  y  el  honor  del  ejército. 

A  la  una  de  la  tarde,  se  había  ptsado  por  todo. 

¿Será— nos  preguntamos — que  hayan  ofrecido  algo  por  via  de 
compensación  los  embajadores  de  las  potencias? 

Ni  se  habían  comprometido  á  nada,  ni  quisieron  siquiera  presen- 
tar y  dejar  una  Nota  escrita. 

Consintieren  tsn  solo  en  que  se  diera  conocimiento  al  público  de 
su  comunicación  verbal,  y  no  se  prestaron  á  a  ás  que  á  enterar  del  caso 
á  los  respictivos  gobiernos.  Aún  más:  cuidaren  de  advertir  al  ministro 
de  Estado  que  su  visita  era  confidencial  y  amistosa. 

A  pesar  de  tcdo  elle,  el  Gobierno  de  la  nación  puso  su  rúbrica  al 
pié  de  un  papel  en  blanco. 

Otros  serian  los  que  llenasen  á  su  arbitiio  el  pliego. 

De  tres  partes  constsba  la  petición  de  los  Estados  Ucidos,  que  ori- 
ginó las  confusiones  y  alarmas  de  aquellos  días:  Se  refería  una  á  la  ca- 
tástrofe del  Mame,  otra  al  socorro  de  los  concentrados,  y  la  tercera  al 
armi  ticio. 


605 

Acordadas  las  tres,  si  el  Gobierno  quería,  hubiera  quedado  libre 
la  acción  de  nuestras  armas  y  de  nuestra  política  en  Cuba. 

Aceptando  en  principio  el  arbitraje  y  derogando  el  bando  de  con- 
centración, obtemperamos  á  las  dos  primeras;  pero  nos  creímos  obli- 
gados á  oponer  á  la  ú'tima  una  circunstancial  negativa. 

Cedimos,  al  fio,  también  en  ésta,  para  contentar  á  los  grandes  po- 
deres de  Europa,  y  cuando  debíamos  juzgarnos  al  término  de  tan  terri- 
ble vía  Crucis,  resultó  que  otra  vez  nos  encontramos  en  el  comienzo. 

Lo  que  antes  podía  y  hubiera  debido  servir  para  cerrar  el  litigio, 
DO  habría  de  servirnos  ya,  gracias  al  malhadado  acuerdo  europeo,  sino 
de  base  para  iniciar  nuevas  negociaciones,  de  las  cuales  «surgietan  las 
garantías   necesarias  para  el  restablecimiento  de   la  normalidad  en 

Cuba.» 

¿Cómo  no  sentir,  en  vista  de  contrariedades  tan  grandes  y  de  sa- 
crificios tan  inútiles,  una  mortal  tristeza? 

Todo  pudiera  disculparse,  si  á  consecuencia  de  la  transacción  hu- 
bieran retirado  los  Estados  Unidos  su  apoyo  moral  y  material  á  los  re- 
beldes, y  sus  escuadras  de  las  costas  de  Cuba. 

Todo  fuera  perdonado,  aunque  no  olvidado,  si  hubiese  sobreveni- 
do la  total  é  inmediata  pacificación  de  la  colonia  bajo  la  total  e  indivi- 
sible soberanía  de  España. 

Hoy,  hay  que  pedir  estrecha  cuenta  á  los  responsables  de  todo 
aquello  que  lastimó  el  noble  orgullo  de  la  nación  y  la  justa  susceptibi- 
lidad de  los  que  heroicamente  derramaron  su  sangre  por  ella. 


*  * 


El  armisticio  fué  pedido  por  Mr.  Mac  Kinley  y  concedido   por  el 
Gobierno  español  á  instancias  del  Papa  y  de  las  potencias. 
¿Para  qué  le  pidió  Mac  Kinley? 


606 

Dificiltnente  podría  decirse,  al  ver  las  desdeñosas  Haeas  que,  á 
modo  de  Post  data,  dedicó  al  armisticio  ea  su  Msnspje  del  ii  de  Abril 
el  presidente  de  la  República  norteamericana. 

Pero  no  puede  desconocerse  que,  á  pesar  de  esto,  para  Mac  Kialey 
había  empezado  ya  á  ser  útil  la  suspensión  de  hostilidades. 

Nos  lo  hacen  "afirmar  así,  principalmente,  las  noticias  que  se  reci 
bieron  de  Cuba  y  que  la  prensa  publicó,  asegurando  que  un  mes  más 
de  operaciones  en  el  Camagüsy  y  en  Oriente,  hubiera  bastado  para 
acabar  con  la  rebelión.  Anunciaron  también  que  aquellos  días  se  espe- 
raban importantísimss  presentaciones  como  consecuencia  de  la  acción 
política. 

Si  el  hecho  era  cierto,  y  debió  serlo,  porque  fueron  varios  los  co- 
rresponsales que  lo  trasmitieron,  habrá  que  convenir  en  que  Mac  Kin- 
ley  no  desperdiciaba  ocasión  de  alentar  á  los  insurrectos,  y  de  impedir, 
por  toda  clase  de  malas  artes,  que  España  recogiera  el  fruto  de  sus  sa- 
crificios. 

A'per  as  implantada  la  autonomía,  y  á  fin  de  contener  la  desban- 
dada en  el  campo  rebelde,  iniciada  por  la  presentación  de  algunos  ca- 
becillas con  las  fuerzas  que  mandaban,  ocúrresele  movilizar  la  escua- 
dra yankee  y  dirigirla  hacia  las  Tortugas.  Advierte  las  ventajas  que 
nuestros  soldados  logran  en  Oriente  y  el  Camagüey,  y  se  apresura  á 
reclamar  el  armisticio  para  que  la  insurrección  no  quedara  aniquilada 
en  poco  tiempo. 

Pues  bien:  quien  así  procedió  y  sostenía  la  rebeldía,  tuvo  el  aplo- 
mo de  pedir  á  todas  horas  «paz  en  la  tierra  para  los  hombres  de  buena 
voluntad.» 


CAPITULO  III 


Síntoma  elocuente. — El  Mensaje  de  Mac  Kinley.  —  La  respuesta  del  gobierno  español. — El> 
dictamen  de  la  Comisión  de  Relaciones  exteriores. — A  marchas  forzadas. — El  informe 
de  la  Comisión  de  Negocios  extranjeros. — 67  votos  contra  21. — Excitación  general. — Los 
sucesos  de  Málaga  y  Barcelona. — Rigor  extremado.  —  Censuras  de  la  opinión. — Recelos 
instintivos. — La  vida  nacional  en  suspenso. — Ansiosa  expectación. — Impaci<-ncia  nacio- 
nal.— Lo  inevitable. 


N  el  Mensaje  de  Mr.  Mac  Kinley  del  ii  de  Abril  se  afir- 
maba   que  los  Estados  Unidos   no   podían   esperar   un 
momento  más  para  hacer  cesar  la  guerra  en  Cuba  é  im- 
poner á  España  su  abandono. 
La  parte  fundamental  de  la  cuestión  que  absorbía   desde 
hacia  tres  años  toda  la  vida  de  España  y  que  nos  mantenía  des- 
leí   de  hacia  tres  días  en  estado  de  peligrosísima  calentura,  había- 
'^¡¡¡f'       se  dilucidado  por  fin  en  el  Congreso  de  los  Estados  Unidos. 

Apesar  de  algunas  fundamentales  ambigüedades  del  documento  pre- 
sidencial, bien  se  pudo  afirmar  desde  luego,  que  en  tesis  general,  el 
presidente  de  la  Unión  Americana  había  firmado  y  declarado  en  nom- 
bre de  su  país  el  derecho  de  intervención  en  Cuba. 

Fuera  definido  ó  indefinido  el  plazo  en  que  esa  intervención  hubie  • 
ra  de  ejercerse,  y  estuviera  enunciado  el  propósito  como  una  simple 
intimación  ó  como  un  acuerdo  de  venidera  eficacia,  además  de  protes- 


I 


608 


tar  violentamente  contra  el  hecho,  hubimos  de  protestar  enérgicamente 
contra  el  principio. 

Ningún  pueblo  libre  puede,  sin  dejar  de  serlo,  excusarse  de  re- 
chazar, por  cuantos  medios  y  en  cuantas  formas  esté  á  su  alcance,  ma- 
teria que  anule  su  personalidad  y  que  lo  reduzca  á  una  tutela  afrentosa. 

Consentirlo  equivaliera  á 
presentar  nuestra  dimisión 
como  nacionalidad  europea. 

El  gobierno  de  los  Esta- 
.  dos  Unidos  había  descubierto 
claramente  su  intención,  ocul 
ta  hasta  entonces  btjo  hipó- 
critas ambigüedades. 

Para  él  era  un  hecho  evi- 
dente la  incapacidad  de  Espa 
ña  para  mantener  el  territo 
lio  de  Cuba  bajo  su  sobera 
nía. 

Habíamos  pasado  por  to- 
do. Pero  á  menos  quesupri 
miéramos  la  historia  y  que 
convirtiéramos  la  Península 

en  una  especie  de  Paraguay  aislado  del  resto  del  mundo,  no  podríamos 
pasar,  no  pasáramos  nunca  por  eso. 

Para  evitarlo,  para  reivindicar  la  estimación  que  nos  debíamos  á 
nosotros  mismos  y  que  era  un  bien  superior  á  la  legítima  posesión  de 
Cuba,  precisó  que  con  urgencia  se  convirtieran  en  un  solo  brazo  y  en 
una  sola  voluntad  todas  las  voluntades  y  todos  los  brazo,  españoles; 
que  recobrasen  la  serenidad,  momentáneamente  perdida,  el  pueblo  y 
las  autoridades;  que  Madrid,  Zaragoza,  Gerona  y  Cádiz  se  acordaran, 


COMODORO    8CHLEY 


6G9 


l''''''^nlll|f'!fl''1!Si;lli^ll^''^|l*"''fii 


CAPTURADEL  VAPOR  FláPAiÑUL  BUENAVENTURA  POR  UN  CRUCERO 

NORTE-AMERICANO 
Blanco  ti 


610 

que  se  acordara  España  entera  de  lo  que  había  sido,  de  lo  que  no  podía 
dejar  de  ser,  en  tanto  que  el  suicidio  estuviese  vedado  por  leyes  físicas 
y  morales  á  las  naciones. 

Empezaba  el  período  de  las  pruebas  supremas  y  délas  resoluciones 
unánimes. 


* 
*  * 


El  mensaje  que  el  presidente  Mac  Kinley  dirigió  al  Congreso  fede- 
ral, y  que  fué  leído  en  la  sesión  del  día  ii  de  Abril  en  el  Capitolio  de 
Washington,  comenzaba  con  extensas  alusiones  á  las  insurrecciones 
pasadas  y  á  la  inquietud  como  estado  permanente  en  Cuba,  que  había 
causado  grandes  pérdidas  al  comercio  y  á  los  capitales  americanos. 

«Esto— decía — ha  producido  una  irritación  y  una  sobreexcitación 
continuas  entre  los  subditos  norteamericanos. 

«Esto  ha  impuesto  también  al  gobierno  federal  grandes  gastos 
para  hacer  ejecutar  las  leyes  de  neutralidad. 

«Tal  conducta  hace  honor  á  la  indulgente  paciencia  de  nuestro  pue- 
blo, que  ha  sido  sometido  á  una  prueba  tan  severa  que  engendra  en  to- 
das partes  la  peligrosa  inquietud  entre  nuestros  conciudadanos.» 

Al  llegar  á  esta  parte  del  Mensaje,  Mac  Kinley  denunció  muy  du- 
ramente las  barbaries  de  la  lucha  que  se  sostenía  en  Cuba  durante  más 
de  tres  años,  y  sobre  todo  la  crueldad  con  que  se  había  tratado  á  los  re- 
concentrados, entre  los  que  130.000  habían  muerto  á  consecuencia  de 
enfermedades  ó  de  hambre. 

Añadía  el  Mensaje: 

—«La  continuación  de  la  lucha  significa  el  exterminio  total  de  los 
dos  bandos. 

«Comprendiendo  esto,  paréceme  que  es  de  mi  deber,  y  que  está  en 


611 

el  espíritu  de  una  verdadera  amistad  tanto  para  España  como  para 
Cuba,  conducir  las  cosas  de  modo  que  cese  inmediatamente  la  guerra.» 

Después  de  algunas  alusiones  á  los  múltiples  esfuerzos  diplomáti- 
cos de  los  Estados  Unidos,  Mac  Kinley  continuaba  hablando  desde  el 
punto  de  vista  de  lo  que  él  creía  las  conveniencias  humanitarias,  y  decía 
textualmente: 

— «Todos  nuestros  actos  se  han  caracterizado  hasta  aquí  por  un  de- 
seo sincero  y  desinteresado  en  favor  de  la  paz  y  de  la  prosperidad  de 
Cuba. 

«La  intervención  de  los  Estados  Unidos  por  medio  de  las  armas  y 
como  neutral,  según  muchos  precedentes  históticos,  está  justificada  por 
varias  razones.  Esta  intervención  implica,  sin  embargo,  la  coacción  im- 
puesta á  las  dos  partes,  asi  para  establecer  forzosamente  la  tregua,  como 
para  dirigir  el  arreglo  eventual. 


■*  * 


Seguía  el  presidente  explicando  largamente  las  razones  que  justifi- 
caban la  intervención,  y  aludía,  al  llegar  aquí,  al  desastre  del  Maine. 

— «Este  desastre— decía — llena  de  horror  indecible  el  corazón  nc- 
cional. 

«La  Comisión  investigadora  de  la  Marina,  que  posee  la  absoluta 
confianza  del  gobierno,  dictamina,  por  unanimidad,  que  la  catástrofe 
fié  producida  por  una  mina  subterránea.  Esta  catástrofe  demuestra  que 
España  es  incapaz  para  garantir  la  seguridad  de  los  barcos  extranjeros. 
Debo  consignar,  no  obstante,  que  España  ha  rechazado  toda  participa- 
ción en  el  siniestro,  expresando  su  sentimiento  por  lo  ocurrido.» 

El  Minsaje  continuaba  diciendo  que  una  largí  experiencia  demos- 
traba que  el  objeto  con  que  España  hacia  la  guerra  en   Cuba  no  odíap 


612 

ser  logrado  por  los  medios  que  empleaba,  ni  cabía  esperar  que  la  tran- 
quilidad se  restableciera  y  que  se  consiguiera  la  pacificación  por  medio 
de  las  armas. 

— «En  nombre— anadia— de  la  humanidad  y  de  la  civilización,  en 
nombre  de  los  intereses  americanos  puestos  en  peligro,  y  que  nos  con- 
ceden el  derecho  y  el  deber  de  hablar  y  obrar,  declaro  que  es  preciso 
que  la  guerra  de  Cuba  cese  y  pido  al  Congreso  que  autorice  al  presiden- 
te á  adoptar  las  medidas  que  sean  necesarias  para  conseguir  el  término 
completo  y  definitivo  de  las  hostilidades  entre  el  gobierno  de  España  y 
el  pueblo  de  Cuba,  y  para  el  establecimiento  inmediato  de  un  gobierno 
estable  y  capaz  de  mantener  el  orden,  cumplir  las  obligaciones  inter- 
nacionales y  asegurar  la  paz  y  la  seguridad  de  sus  conciudadanos  y  de 
los  nuestros.» 

Pedía  también  el  presidente  que  se  le  autorizase  á  emplear  las  fuer- 
zis  de  mar  y  tierra  para  alcanzar  ese  objeto. 

Después  pedía  que  se  votasen  socorros  para  los  cubanos  necesitados. 

Y  terminaba  diciendo  el  presidente: 

—«La  decisión  queda  ahora  en  manos  del  Congreso.  Que  la  res- 
ponsabilidad sea  solemne  si  se  agotan  todos  los  esfuerzos  para  poner  fin 
á  una  situación  intolerable  en  nuestras  mismas  puertas. 

«Espero  vuestra  decisión.» 

Al  finalizar  el  Mecsaje,  Mac  Kinley  decía  que  después  de  redactado 
había  recibido  noticia  oficial  del  decreto  déla  regente  de  España  auto- 
rizando al  general  Blanco  para  conceder  el  armisticio  en  beneficio  de  la 
paz,  y  que  sometía  el  hecho  á  la  especial  atención  de  las  Cámaras. 

— «Si  la  medida— decía  textualmente— llena  su  objíto,   teñiremos 
como  pueblo  cristiano  y  amantes  de  la  paz,  satisfechas  nuestras  aspira 
clones;  si  fracasa,  será  una  nueva  justificación  de  la  acción  que  medi- 
tamos.» 


613 


* 
*  * 


He  aquí  la  respuesta  que  dio  el  gobierno  español  al  Mensaje  de 
Mr.  Mac  Kialey  en  la  Nota  oficiosa  del  Consejo  de  ministtos  celebrado 
en  la  tarde  del  12: 

«Aun  cuando  faltan  en  la  trasmisión  los  trozos  de  referencia  á 
Mensfij  es  anteriores,  cuya  lectura  sería  indispensable  para  completar 
su  sentido,  el  Consejo  estimó  que  lo  que  le  era  conocido  bastaba  para 
afirmar,  frente  á  las  doctrinas  en  el  Mensaje  expuestas,  las  de  la  sobe 
ranía  y  derecho  de  la  nación  española,  incompatibles  con  extrañas  in- 
gerencias para  la  resolución  de  sus  asuntos  interiores. 

»No  estima  el  gobierno  que,  aparte  de  la  solemne  afirmación  de 
los  derechos  de  la  nación,  le  corresponda  hacer  en  estos  momentos  de- 
claración alguna,  mientras  resoluciones  del  Congreso  norteamericano 
ó  iniciativas  del  presidente  no  determinen  en  hechos  concretos  las  doc- 
trinas expuestas  en  el  referido  documento. 

»La  inquebrantable  conciencia  de  su  derecho,  unida  á  la  resolución 
de  mantenerlo  íntegro,  inspirarán  á  la  Nación,  como  inspirarán  al  Go- 
bierno, la  serenidad  necesaria  en  estos  difíciles  momentos  para  dirigir 
con  acierto  y  defender  con  energía  los  sagrados  intereses  que  son  pa- 
trimonio de  la  raza  española.» 

A  partir  del  día  en  que  se  leyó  en  el  Congreso  federal  el  Mensaje 
del  presidente  de  la  gran  República,  se  precipitaron  los  acontecimien- 
tos, y  la  Cámara  de  representantes  votó  enseguida  el  dictamen  de  su 
Comisión  de  Relaciones  exteriores,  en  que  se  decía  textualmente: 

«Considerando  que  este  estado  de  cosas,  agravado  con  la  destruc- 
ción de  un  buque  de  guerra  y  la  muerte  de  240  marinos  americanos, 
no  puede  ser  soportado  por  más  tiempo,  se  acuerda  la  libertad  de  Cuba, 
la  intervención  armada,  etc.» 


614 

Así,  á  marchas  forzadas,  conducían  los  sucesos  el  gobierno  y  las 
Cámaras  yankees  cuando  sabían  que  España  concedía  el  armisticio  y 
que  en  aras  de  la  paz  hacíamos  todo  géaero  de  concesiones  á  los  Esta- 
dos Unidos  por  conducto  de  Europa. 


* 

*  * 


La  resolución  del  Senado  de  los  Estados  Unidos,  votada  en  la  se 
sión  del  día  \b,  aprobando  por  67  votos  contra  21  el  informe  de  la 
mayoría  de  la  Comisión  de  Negocios  extranjeros,  aúa  resultó  más  vio- 
lenta que  la  anterior  de  la  Cámara  de  representantes. 

Mas,  como  todo  lo  que  apresurase  el  inevitable  desenlace  había  de 
redundar  en  provecho  de  la  nación  española,  que  á  fuerza  de  incerti- 
dumbres  comenzaba  á  perder  el  dominio  de  sí  misma,  hubimos  de  dar- 
la por  bien  venida. 

Prueba  de  ellas  las  manifestaciones  que  se  repetían  en  varias  ciu- 
dades de  la  Península,  y  que  por  momentos  iban  revistiendo  peor  ca- 
rácter. 

Significativos  en  extremo  y  reveladores  de  la  excitación  general, 
fueron  los  sucesos  ocurridos  el  día  16  en  Málaga  y  en  Barcelona. 

Bien  estuvo  que  las  autoridades  se  dieran  prisa  en  1  establecer  el 
orden  y  en  atajar  ó  desvirtu  ir  los  agravios  inferidos  por  la  multitud  á 
una  representación  extranjera.  Censuras  mereció  de  la  Opinión  que  ex- 
tremasen el  rigor  contra  los  exaltados,  y  que  desconocieran  la  impor- 
tancia sintomática  de  aquellos  setos  colectivos. 

Cosas  mayores  acaecían  á  diario  en  la  América  del  Norte,  y  cosas 
análogas  han  acontecido  siempre  en  todos  los  pueblos  exaltados  por 
una  provocación  insolente  ó  amenazados  por  una  agresión  injusta. 

Perqué  es  de  advertir  que  jamás  habían  precedido  á  un  rompí- 


•615 

miento  entre  dos  naciones,  agravios,  ultrejes  é  insultos  tan  inauditos 
por  parte  de  una  de  ellas. 

Censura  merecieron  ciertos  extravíos,  y  las  autoridades  obraron 
cuerdamente  al  impedir  que  se  reprodujeran  y  se  agravasen. 

Psíro  si  se  atendía  á  las  contingencias  venideras,   mil  veces  peor 

fuera  que  el  pueblo  hubiese  reportado  tantos  y  tan  insistentes  golpes, 

con  la  prudencia  y  la  ecuanimidad  de  una  congregación  de  cartujos. 

La  masa,  cargada  de  fermentos,  si  no  va  pronto  al  horno,  ó  se 
corrompe  ó  se  agria. 

Por  eso,  y  por  lo  que  aceleraba  el  término  del  conflicto,  aunque 
fuera  á  más  no  poder  agresiva  la  resolución  del  Ssnado  norteamerica- 
no, lejos  de  considerarla  funesta,  la  consideramos  beneficiosa. 

Padecía  la  opinión  dos  instintivos  recelos,  que  únicamente  podían 
desaparecer  de  dos  modos:  cuando  llegase  la  hora  de  encomendar  á  las 
manos  lo  que  á  la  fecha  se  confiaba  á  la  palabra  y  á  la  pluma,  ó  cuando 
por  medios  diversos  ó  con  garantías  suficientes  obtuviera  el  problema 
colonial  resolución  definitiva. 

Fundábase  el  primero  en  la  creencia  de  que  los  Estados  Unidos 
pretendían  ganar  meses  con  el  intento  de  completar  su  preparación,  y 
con  la  esperanza  de  arrollarnos  luego  á  mansalva. 

Respondía  el  segundo  á  la  presunción  de  que  el  Gobierno,  en  aque- 
llas circunstancias  críticas,  pusiera  mayor  celo  en  la  guarda  de  conve- 
niencias é  intereses  particulares,  que  en  la  defensa  de  derechos  y  pres- 
tigios comunes. 

Da  ahí  que  importara  y  urgiera,  para  todo  y  para  todos,  arribar  á 
terreno  firme.  Por  grande  que  fuera  el  poder  del  enemigo,  si  la  luz  del 
sol  iluminaba  el  combate,  no  había  en  España  quien  rehusase  el  encuen- 
tro, ni  quien  dudase  de  alcanzar  la  victoria. 

Por  grande  que  fuera  la  propia  fuerza,  nadie  la  egercitaría  á  sa- 
tisfacción, si  tenía  que  pelear  á  obscuras,  y  menos  aún  si  temía  defec- 
ciones y  emboscadas. 


616 

Así  los  ánimos  y  las  cosas,  cualquier  aplazamiento  entrañaba  para 
la  paz  interior  un  nuevo  peligro. 


*** 


Inútil  era  ya  reaccionar  contra  el  conflicto  exteiior  en  que  nos  hallá- 
bamos envueltos,  porque  ya  nuestra  voluntad  y  nuestras  iniciativas  no 
tenían  poder  alguno  ni  para  resolverlo  ni  para  modificarlo. 

En  hacer  la  siembra  habían  empleado  larguísimos  años  nuestros 
contendientes,  y  ya  no  reparaban  en  el  derecho  ni  en  la  razón  de  los 
demás,  desde  el  momento  en  que  se  habían  decidido  á  sacudir  el  árbol 
para  recoger  el  fruto. 

No  bien  transigíamos  en  algo  de  relativa  equidad,  se  nos  plantea- 
ba nueva  demanda  de  nctoria  é  irritante  injusticia;  tras  de  un  incidente 
grave  nos  suscitaban  otro  peor;  omitían  de  manera  sistemática  la  réplica 
que  no  consentía  la  duplica  y  se  prevalecían  de  nuestros  más  rectos 
propósitos  para  multiplicar  las  osadías  á  par  de  las  exigencias. 

Hizo  España  todo  cuanto  supo  y  pudo  á  fin  de  evitar  un  choque. 
Todo  en  vano. 

Descartado  un  motivo  de  querella,  surgían  dos  ó  tres,  y  por  enci- 
ma descubríase  siempre  la  misma  intención  deliberada  de  agraviarnos 
y  dísoirncs,  primero,  y  de  scmeternos,  más  tarde,  al  atropello  y  al 
espolio. 

Se  trabajó  con  perseverancia  y  mansedumbre  inverosímiles  á  favor 
de  la  paz;  pero,  al  fin,  concluyóse  por  advertir  la  esterilidad  absoluta 
del  empeño. 

Auri  así,  hubiéramos  proseguido  en  él,  si  hubiésemos  creído  que 
nuevas  concesiones  ó  transacciones  podían  conducir  á  tan  noble  objeti- 
vo, sin  desdoro  de  España.  Mas,  ^cómo  creerlo,  cuando  se  veía  por  re- 


617 

petidas  y  cÍQicas  demostraciones  que  la  otra  parte   caminaba  derecha- 
mente al  despojo? 

En  tales  circunstancias  no  nos  restaba  sino  aceptar  la  situación  y 
poner  cuanto  fuera  dable  para  salir  de  ella,  no  ya  mejor,  sino  lo  más 
pronto  posible. 


* 
*  * 


La  vida  nacional  estaba  en  suspenso. 

D3  la  ansiosa  expectación  que  nos  mantenía  desde  hacia  dos  meses 


MONITOR  NORTE-A.\IERICA.NO  «AMPHITRITE» 


en  perpetua  calentura,  se  resentían  cada  vez  más  el  crédito,  la  produc- 
ción, el  comercio  y  el  trabajo. 

Vivíamos  fuera  de  nosotros  mismos;  siempre  exaltados  y  siempre 
inquietos;  distraídos  de  nuestras  tareas  apremiantes,  é  indiferentes  á 
nuestras  sagradas  obligaciones. 

Otros  dos  meses  de  esa  indecible  tensión,  y  la  cuerda  hubiera  sal- 
tado. Otros  dos  meses  de  esa  fatal  inactividad,  agravada  por  enormes 
dispendios,  y  lo  que  no  hicieran  las  catástrofes  exteriores  lo  hubieran 
hecho  las  quiebras,  el  hambre  y  quizá  las  contiendas  intestinas. 

Bla-NCO  78 


618 

Imposible  esperar,  ni  siquiera  por  un  plszo  coito. 

Si  alguien  corseivaba  aún  ilusiore.*,  es  de  suponer  que  las  perdie- 
ra ante  el  dictamen  que  en  el  Senado  de  Washington  emitió  el  día  13 
la  Comisión  de  Negocios  extranjeros. 

Podía  haber  variantes  en  la  forma  definitiva  y  aún  era  posible  que 
en  el  de  Ja  Cámara  de  representantes  se  introdujera  alguna  alteración 
de  concepto;  pero  en  lo  que  concernía  á  la  fundamental  se  habían  aca- 
bado las  dudas. 

Se  nos  atribuía  la  voladura  del  Maine,  se  reconocía  la  independen- 
cia de  la  isla  y  se  nos  anunciaba  la  próxima  intervención  armada. 

Llegado  á  tal  extremidad  el  litigio,  ¿podía  haber  quien  pensara  to- 
davía en  acudir  á  expedientes  dilafariof? 

¿Podía  haber  quien  quisiera  que  España,  por  (xceso  de  buena  fé  ó 
de  irresolución,  sufriera  las  consecuencias  de  un  golpe  de  mano  y  per- 
diera sin  combate  y  sin  honra  lo  que  todavía  podía  defender  y  conser- 
var bf  jo  su  dominio? 

La  situación  habíase  aclprsdo  por  completo,  y  entre  los  consejos 
del  interés  y  los  estímulos  del  horor,  eo   existía  ninguna  discrepancia. 

Preciso  fué,  por  tanto,  decidirse  á  resolver  de  una  vez,  con  el  dere- 
cho ó  con  la  espada,  el  inevitable  corflxto. 


^^N  ^^^  ^^^  ^^\  ^^  ^^^^  ^^^^.^Pv^^\,^^\/^^^^N  ^^^^\  ^^  ^^  ^^  ^^  ^^    ^^  ^^  ^^  ^^  ^^  ^^ 

^^•>«> '» 


CA.PITULO   IV 


La  guerra. — Tristes  desengañog.  —El  dictamen  de  la  Comisióa  mixta  de  las  C  ira  iras  ijatikees 
— ladigaaciÓQ. — El  Gobierno  español. — ua  Corona. — A.  las  Cartes. — SI  ultimiliim  de 
Mac-Kinley. — La  marcha  de  "Woodford. — Ruptura  de  relaciones. — Retirada  de  nuestro 
ministro  en  "Wahisngton. — Las  instruociones  á  Mr.  Woodford. — Oomunicición  oficial  de 
despedida  al  representante  de  los  Estados  Unidos. — Saergías  fugaces. — El  Gobierno  y  la 
opinión. 


RRECiABAN  los  vientos  de  tempestad  y  nos  acercábamos 
al  supremo  instante  en  que  había  de  ventilarse  defini- 
tivamente el  pleito  que  desde  hacía  tres  años  teníamos 
pendiente  con  los  Estados  Unidos. 
No  pudo  sorprender  á  nadie  cuanto  ocurriera,  porque  faé 
la  consecuencia  natural  de  una  política  hecha  á  la  luz  del  día, 
sin  hipocresías  ni  disimulos. 

Dirigida  á  un  fin  con  perseverancia  y  tenacidad  trazaron 
sus  paralelas  y  no  perdieron  ni  un  minuto,  ni  un  centavo. 

El  tiempo  que  invirtieron  alentando  la  rebaldía  cubana,  y  el  dine- 
ro que  gastaron  auxiliando  á  los  filibusteros,  faeroa  medios  eficaces 
para  preparar  aquella  situación  dificil,  encarnación  de  un  nuevo  aspecto 
en  aquella  guerra  que  co asumía  nuestras  energías  hacía  tres  años. 

Era  necesario  estar  ciego  para  no  ver  que  llegaría  el  conflicto  in- 
ternacional; era  preciso  ser  muy  cáadido  para  creer  de  buena  fé  que  la 
política  de  concesión  y  debilidad  lograría  atraer  la  voluntad  de  un  pue- 


620 

blo  que  codiciaba  la  tierra  donde  nuestros  soldados  ni  siquiera  podían 
ya  pelear;  candidez  infantil  la  de  aquellos  que  preconizaron  la  acción 
política  y  la  diplomática,  asegurando  al  trono  y  al  país  que  con  ellas 
vendí ía  la  paz  sin  detrimento  de  la  soberanía  ni  menoscabo  del  honor 
de  nuestras  armas. 

Todo  se  puso  en  práctica;  hista  la  acción  espiritual,  que  no  fué  es- 
crita en  ningún  programa,  entró  en  ejercicio,  y,  al  final  de  toda  esa  la- 
bor, ¿que  quedó?. 

El  enemigo  contestó  con  su  protesta  y  su  intransigente  resistencia 
al  nuevo  régimen  político  concedido  é  implantado  lealmente  en  Cuba 
y  Mac  Kinley  con  squel  brutal  Mensaje  de  Diciembre,  precursor  del 
que  en  Abril  mandara  á  las  Cámaras  y  en  el  que  maltrató  con  verdade- 
ra crueldad  á  nuestro  ejército. 

Las  potencias  contestaron  con  su  silencio  á  todos  nuestros  requeri- 
mientos, hablando  á  última  hora  para  humillarnos,  poniendo  el  pie  so- 
bre el  cuello  de  España,  obligándola  con  premura  inusitada,  señalando 
horas  para  resolver,  haciendo,  en  una  palabra,  la  causa  del  más  fuerte, 
á  suspender  las  hostilidades  en  Cuba  en  los  momentos  en  que  iba  á  dar 
el  fruto  deseado  la  acción  política  y  la  militar  desarrolladas  durante  los 
últimos  meses. 

Y  al  cabo  de  tanto  tiempo  nos  veíamos  en  frente  del  corflicto,  po- 
co menos  que  inermes,  casi  en  completa  indefensión,  esto  es,  sin  recur- 
sos y  sin  barcos;  en  vez  de  la  paz,  teníamos  otra  guerra  internacional; 
en  vez  de  apoyos  y  alianzas,  alejamiento  y  desdenes;  en  frette,  un  pue- 
blo soberbio,  rico  y  prevenido,  con  su  base  de  operaciones  llena  de  ven- 
tajas. 

Nos  veíamos  obligados  á  luchar  solos  contra  el  enemigo  que  seguía 
emboscado  en  la  manigua  y  aquel  otro  que,  atropellando  todo  derecho, 
creía  llegada  la  hora  de  intervenir  en  los  asuntos  de  España  y  nos  ame- 
nazaba con  sus  doilars,  sus  barcos  y  sus  milicias. 

¡Lucha  decisiva  había  de  ser  aquella  para  la  desventurada  España! 


6-21 


* 
*  * 


Ni  dos  días,  ni  uno,  necesitáronlas  Cámaras  de  los  Estados  Unidos 
para  ponerse  de  acuerdo.  En  unas  cuantas  horas  aprobaron  el  dictamen 
de  la  Comisión  mixta,  que  fué  el  mismo  día  19  firmado  por  los  presi- 
dentes de  ambos  Cuerpos  Colegisladores. 

El  dictamen  decía  ssí: 

«—Primero .—El  pueblo  de  Cuba  es  de  derecho  y  debe  ser  libre  é 
independiente. 

Segundo.— El  deber  de  los  Estados  Unidos  es  exigir,  y  por  la  pre- 
sente resolución  exigen,  que  el  Gobierno  de  España  abandone  de  se- 
guida su  autoridad  en  la  isla,  retirando  de  ella  y  de  sus  aguas  sus  fuer- 
zas de  mar  y  tierra. 

Tercero.  —El  presidente  queda  autorizado,  facultado  é  instado,  pa- 
ra usar  las  fuerzas  navales  y  terrestres  de  los  Estados  Unidos,  asi  como 
para  llamar  al  servicio  las  milicias  de  los  diversos  Estados,  en  la  medida 
necesaria  para  dar  efecto  á  la  presente  resolución. 

Cuarto.— hos  Estados  Uoidos  niegan  que  sea  su  propósito  ni  su  de- 
seo ejercer  jurisdicción  ó  soberanía  en  Cuba,  fuera  del  tiempo  necesario 
para  la  pacificación,  y  afirman  su  voluntad  de  dejar  á  los  habitantes  el 
dominio  y  gobierno  de  la  isla,  una  vez  que  esta  haya  sido  pacificada.» 

No  pudiendo  transigir  España  con  la  intervención,  y  menos  toda- 
vía con  la  ignominia  de  retirar  sus  ejércitos  y  sus  escuadras  del  territo- 
rio y  de  las  aguas  de  Cuba,  claro  está  que  el  acuerdo  del  Congreso  fe- 
deral era  la  guerra.  No  la  habíamos  querido  y  habíamos  puesto  cuanto 
pudimos  V  más  de  lo  que  debimos  para  evitarla. 

Pero  nos  forzaban  la  voluntad  después  da  habernos  apurado  la  pa- 
ciencia, y  á  ella  íbamos  con  Ja  conciencia  tranquila. 


I 


622 

Dj  una  vez  termiaaroa  toias  las  confusiones:  de  uaa  vaz  acabaron 
las  enervadoras  esperanzas. 

El  Parlamento  americano  había  hecho  honor  a'  Mansaje  de  Mac- 
Kinley;  la  intervención  por  las  armas  en  Cuba  había  pasado  de  deseo 
presidencial  á  precepto  y  mandato  legislativos.  Sólo  faltaba  cumplir  un 
trámite  oficial  que  podía  darse  por  descontado:  la  firma  de  Mic-Kinley. 


* 
*  * 


No  por  ser  esperados  los  acuerdos  de  las  Cámaras  yankees,  dejaroa 
de  producir  en  el  ánimo  de  todos  los  españoles  menos  indignación;  siem- 
pre la  produce  la  infamia  consumada. 

España  protestó  de  las  iniquidades  de  Mac  Kinley  y  de  sus  secua- 
ces con  la  energía  de  quien  tiene  conciencia  perfecta  de  la  razón  que  le 
asiste,  y  disponíase  á  rechazar  el  atropello  qne  contra  su  honor  y  su  so- 
beranía quería  cometerse. 

En  el  fondo,  este  fué  el  lenguaje  que  se  empleó  el  día  19  en  todos 
los  Círculos  apenas  fué  conocido  el  acuerdo  de  las  Cámaras  americanas, 
votando  el  reconocimiento  de  la  independencia  de  Caba  y  la  interven- 
ción armada  para  hacer  efectiva  esa  pretendida  independencia. 

El  Gobierno  español,  interpretando  los  sentimientos  de  la  patria, 
habló  por  boca  de  su  presidente,  el  señor  Sagasta,  en  la  reunión  de  las 
mayorías  tal  y  como  procedía  en  aquellas  críticas  y  solemnes  horas. 

Ss  acabaron  las  diferencias,  las  clasificaciones  y  los  partidos.  Todos 
los  ciudadanos  dignos  d  j  este  nombre,  coastituían  una  sola  familia  con- 
gregados con  las  armas  y  el  corazón  en  la  mano,  alrededor  de  la  madre 
comúa,  y  decididos  á  impedir  que  gantes  extrañas  la  dashjarasan  y  la 
abofeteasen. 

Juntos  estaríamos,  y  jautos  moriríamos  si  tuese  preciso,  por  el  ho- 


623 

nor  nfcional,  que  ro  es  patrimonio  de  nicgún  paitido,  ni  está  vincula- 
do en  institución  alguna. 

Para  luchar  no  veríamos  más  que  una  bandera,  la  roja  y  amarilla, 
ni  repararíamos  en  otros  colores  que  en  los  del  glorioso  uniforme  ves- 
tido por  nuestros  marinos  y  soldados. 

Somos  frugales  y  no  nos  intimidaban  las  privaciones;  somos  pobres 
y  no  nos  acongojaba  la  pérdida  de  los  bienes  terrenos;  somos  gente  hi- 
dalga y  no  habíamos  vacilado  ni  vacilaríamos  nunca  en  anteponer  la 
honra  á  la  vida. 

Estas  cualidades,  que  antaño  se  llamaban  virtudes  y  que  ahora  pa- 
recen defectos,  no  nos  habían  permitido  prosperar  ni  llegar  al  grado  de 
perfección  en  que  se  encontraban  otras  naciones,  á  quienes  no  había 
servido  de  lémora  aquel  incómodo  bagaje. 

Pero  merced  á  ellas  habíamos  conseguido  siempre,  y  conseguiría- 
mos, mientras  no  las  perdiéramos,  la  que  con  el  oro  y  con  las  artes  de 
la  política  no  habían  sabido  conseguir  muchas  potencias  de  primer 
orden. 

Rechazar  de  nuestra  tierra  á  los  invasores,  y  no  quedar  afrentados 
cuando  por  fuerza  mayor  quedáramos  vencidos. 

Enemigos  mayores  que  los  norteamericanos  conocía  de  antiguo  el 
suelo  peninsular  y  el  de  las  colonias. 

En  Filipinas  y  en  Canarias  fracasó  el  poderío  de  los  ingleses,  que 
tampoco  lograron  establecerse  en  nuestras  Antillas.  Y  bastante  más  va- 
sían  entonces  ellos  qus  valen  hoy  sus  hijos  espúreos. 

Ya  que  los  Estados  Unidos  nos  buscaban,  á  donde  quiera  que  lie 
^asen  allí  nos  encontrarían,  y  sucedería,  no  lo  que  en  su  vanidad  pre- 
lumían,  sino  lo  que  tasase  el  destino. 

Solos  nos  había  dejado  Europa,  pero  malo  fuera  que  no  nos  bastase 
llevar  la  justicia  por  aliada  y  la  razón  por  compañera. 

Ante  una  agresión   tfn  brutal  como   injustificada,  hija  sólo  de  la 


624 

codicia,  con  el  séquito  del  odio  y  de  tedas  las  demás  malas  pasiones,  á 
España  solo  correspondía  ya  emplear  todas  sus  energías  en  mantener 
la  integridad  de  su  territorio,  velando  por  su  honor. 

Para  ello,  ya  no  cabía  pensar  en  la  magnitud  del  esfuerzo,  porque 
la  nación  no  había  de  entrar  en  regateos;  cabía  pensar  tan  solo  en  rea- 
lizarlo. 


CRUCERO  KORTE-AMERICANO  «INDIANA» 

España  veíase  forzada  á  ir  adonde  se  la  llamaba,  y  en  esa   resolu- 
ción inspirarían  todos  sus  actos  sus|gobernantes. 


* 


La  Corona  dirigió  también  su  voz,  el  día  20,  á  las  Cortes.  Esa  voz, 
autorizada  como  ninguna,  reveló  todas  las  graves  preocupaciones  y 
también  toda  la  viril  entereza  del  espíritu  nacional.  Documento  de  inu- 
sitada sobriedad,  sólo  de  aquello  que  con  la  inminente  guerra  se  rela- 
cionaba trató  el  discurso  regio. 

En  este  punto,  las  palabras  puestas  por  el  gobierno  en  labios  de  la 
Regecte,  fueron  dignas  y  acomodadas  de  todo  en  todo  á  las  circunstan- 


625 

cias.  No  había  eufemismos  ni  rodeos:  la  reina  habló  el  lenguaje  propio 
del  patriotismo,  y  no  podría  desearse  expresión  más  resuelta  del  senti- 
miento público. 

Los  medios  utilizados  por  los  Estados  Unidos  para  provocar  el  con- 
flicto, quedarán  por  siempre  en  la  memoria  de  ios  hombres  como  mues- 
tra de  la  falacia  más  villana. 

El  gobierno  español  tuvo  el  buen  acuerdo  de  dejarlos  consignados 
en  un  párrsfo  del  discurso  de  la  Corona,  que  dicho  día  20  fué  leído  ante 
las  Cortes.  La  solemnidad  con  que  en  él  se  hizo  la  acusación  á  la  faz  de 


CRUCERO  NORTE-AMERICANO  «SAN  FRANCISCO» 


todas  las  naciones,  era  necesaria.  Si;  era  preciso  que  todo  el  mundo  su- 
piera «que  al  ver  cercana  la  constitución  de  la  personalidad  ofrecida  á  las 
Antillas  españolas,  los  Estados  Unidos  presintieron  que  la  libre  mani- 
festación de  la  voluntad  del  pueblo  cubano,  representado  por  sus  Cá- 
maras, iba  á  destruir  por  siempre  los  planes  que  contra  nuestra  sobera- 
nía venían  fragando  los  que,  con  recursos  y  esperanzas,  habían  logrado 
mantener  el  fuego  de  la  insurrección  en  la  desgraciada  isla.» 

Y  los  que  así  habían  procedido,  los  que  estuvieron  alentando  á  los 
separatistas  antes  de  que  se  alzaran  en  armas;  los  que  los  empujaron  á 
Blanco  79 


626 

la  lucha;  los  que  les  exigieron  que  apelasen  á  la  destrucción  y  que  uti- 
lizaran el  incendio  como  medio  de  dar  íé  de  su  existencia,  esos  fueron 
los  que  después  invocaron  hipócritamente  sentimientos  humanitarios, 
y  á  pretexto  de  pedir  que  se  acabase  la  lucha  y  que  cesase  de  correr  la 
sangre,  encendieron  una  nueva  gueira,  como  si  no  fuera  bastante  la 
que  se  había  prolongado  en  España  por  su  conducta  artera  durante  tres 
largos  años. 

No;  no  tenían  pretexto  ni  escusa.  Ni  les  valió  invocar  los  perjui- 
cios que  con  la  insurrección  sufrían  sus  intereses,  puesto  que  la  ídíu  • 
rrección  fué  obra  suya,  ni  mucho  menos  su  mentido  deseo  de  auxiliar 
á  un  pueblo  que  luchaba  por  establecer  un  régimen  de  libertad  desde  el 
memento  que  España  la  concedió  al  pueblo  cubano  con  tal  amplitud 
que  aún  pudo  parecer  excesiva  á  los  ojos  de  muchos  liberales. 

A  nadie  engtñaron  ni  podrían  engañar  ya  en  lo  sucesivo.  Y  si  pro- 
ce  :lieion,  á  última  hora,  ccn  tanta  urgencia  fué  porque  deseaban  estor- 
bar que  el  voto  de  la  Cámara  insular  proclamase  ante  el  mundo  entero 
que  Cuba  era  y  quería  ser  siempre  española. 


* 

*  * 


Recibióse  en  Madrid  el  nltímaitim  Je  Mac  Kinley. 

Llegó  á  la  corte  de  España  en  la  noche  del  20  de  Abril. 

Era  un  documento  de  corta  extensión,  escrito  en  inglés.  No  conte- 
nia ninguna  palabra  en  cifra. 

A  las  dos  de  la  tarde  del  ig  recibió  el  presidente  Msc  Kinley  el 
Mensaje  de  las  Cámaras  notificándole  su  Joint  resoluííon. 

El  presidente  firmó  enseguida  el  acuerdo  conjunto,  y  declaró  que 
inmediatamente  realizaría  actos  preparatorios,  indispensables  para  el 
cumplimienio  de  la  voluntad  del  Congreso. 


«"I 

ti 


627 

Los  secretarios  celebraron  después  dos  Consejos  con  objeto  de  re- 
dactar el  w/Z/'w^/z/m.  . 

Fueron  precisos  dos  Consejos,  porque  los  Secretarios  no  estaban  de 
acuerdo  en  el  plazo  que  había  de  concederse  á  España,  pues  mientras 
unos  querían  que  solo  fuera  de  veinticuatro  horas,  otros  opinaban  que 
debía  ser,  por  lo  menos,  de  cuarenta  y  ocho,  y  aún  hubo  alguno  que  se 
inclinaba  á  que  se  concedieran  tres  días. 

El  presidente,  con  su  habitual  hipocresía,  manifestó  que  aún  haría 
algún  esfuerzo  en  favor  de  la  paz;  pero,  en  realidad,  la  causa  fué,  que 
los  yankees  necesitaban  once  días  más  para  completar  la  distribución  de 
tropas  y  escuadras. 

No  se  hallaba  Mr.  Woodford  en  su  domicilio  cuando  á  él  llegó  el 
cablegrama  del  Secretario  de  Negocios  extranjeros  de  los  Estados  Uni- 
dos, comunicándole  el  acuerdo  del  gobierno  de  su  nación  y  el  plazo  que 
se  concedía  á  España,  hasta  las  once  de  la  mañana  del  próximo  día  23, 
para  que  retirase  de  la  isla  de  Cuba  y  de  aquellas  aguas  sus  fuerzas  de 
mar  y  tierra. 

En  el  cablegrama  se  encargaba  al  ministro  plenipotenciario  de  los 
Estados  Unidos  que  pusiera  estos  acuerdos  en  conocimiento  del  gobier- 
no español. 

Mr.  Woodford  no  cumplió  las  órdenes  transmitidas  en  ese  cablegra- 
ma, porque  el  gobierno  español,  considerando  que  semejante  ultimátum 
era  un  ultraje  más  inferido  al  honor  de  España,  acordó  no  admitirlo,  y 
el  ministro  de  Estado  tomó  las  medidas  oportunas  para  no  recibir  el  do- 
cumento en  que  hubiera  de  comunicarle  Woodford  aquellos  acuerdos. 

Por  consiguiente,  las  relaciones  diplomáticas  entre  España  y  los 
Estados  Unidos  quedaron  terminadas  en  la  mañana  del  21  de  Abril. 


♦ 
»  * 


628 

Tuvo  gran  interés  para  las  cuestiones  nacionales  la  mañana  de  ese 
día. 

El  ministro  de  Estado,  cumpliendo  acuerdos  del  Gobierno,  dirigió 

á  primera  hora  una  carta  oficial  al  representante  de  los  Estados  Unidos, 
Mr.  Woodford,  participándole  que,  habiendo  obtenido  sus  pasaportes 
del  gobierdo  americano  el  que  fué  nuestro  ministro  en  Waíhington, 
señor  Polo  de  Bernabé,  abandonando  el  territorio  de  la  República  déla 
Unión,  el  Gabinete  español  declaraba  rotas  las  relaciones  entre  ambos 
paises,  resolución  que  ponía  en  su  conocimiento  para  los  efectos  consi- 
guientes, reiterándole  la  personal  consideración. 

Mr.  Woodíord  se  dio  por  notificado,  y  quedándose  con  el  célebre 
ultimátum  y  considerándose  despedido,  pasó  á  conferenciar  con  el  en- 
cargado de  Negocios  de  Inglaterra  para  hacerle  entrega  de  la  legación. 

Acto  continuo  se  procedió  á  recoger  el  escudo  de  la  República  nor- 
teamericana de  la  fachada  de  la  casa  en  que  aquella  estaba  instalada  en 
la  plaza  de  las  Descalzas. 

En  el  expreso  de  Francia  salió  de  Madrid  á  las  cinco  de  la  tarde  del 
mismo  día  el  ministro  de  los  Estados  Unidos  Mr.  Woodford. 

Tan  luego  hubo  firmado  Mac  Kinley  la  resohdion  del  Congreso  fe- 
deral y  el  ultimátum,  fué  enviada  una  copia  derdespacho  trasmitiendo 
éste  á  Madrid  á  la  legación  española,  para  que  lo  pudiera  copiar  el  mi- 
nistro de  España. 

El  señor  Polo  de  Bernabé  contestó  por  carta  dirigida  al  secretario 
de  Estado,  Mr.  Sherman,  lo  siguiente: 

— «Stñor  secretario:  la  resolución  adoptada  por  el  Congreso  de  los 
Estados  Unidos  es  de  tal  naturaleza,  que  mi  presencia  en  Washington 
resulta  imposible  y  me  obliga  á  pedir  los  pasaportes.  La  protección  de 
los  intereses  españoles  la  confio  al  embajador  de  Francia  y  al  ministro 
de  Austria.  En  esta  ocasión,  para  mi  bien  penosa,  tengo  el  honor  de  re- 
novaros las  seguridades  de  mi  más  alta  consideración,  según  los  usos 
diplomáticos...» 


629 

Inmediatamente  fueron  entregados  los  pasaportes,  con  una  carta  de 
Sherman,  al  señor  Polo  de  Barnabé,  el  cual  salió  de  Wailiington,  con 
el  personal  de  la  legación,  á  las  siete  de  la  tarde  del  mismo  día  20  de 
Abril. 


*  * 


He  aquí,  ahora,  el  texto  del  despacho  á  Mr.  Woodford,  trasmitién- 
dole el  fracasado  idtimattim  al  gobierno  de  España: 

«Mr.  Woodford,  ministro  en  Madrid: 

Habéis  recibido  el  texto  de  las  resolutions  conjointes,  votadas  el  día 
19  por  el  Congreso  federal  y  aprobadas  hoy,  relativas  á  la  pacificación 
de  Cuba.  Conforme  á  esta  ley,  el  presidente  os  encarga  que  comuni- 
quéis inmediatamente  al  Gobierno  español  la  resolución  de  qu3  se  trata, 
con  la  intimación  formal  del  gobierno  americano,  que  exige  que  España 
renuncie  inmediatamente  á  su  soberanía  y  gobierno  en  Cuba,  y  retire 
las  tropas  de  mar  y  tierra  de  las  aguas  cubanas. 

«Al  hacer  esta  gestión,  los  Estados  Unidos  rechazan  todo  propósito 
de  ejercer  soberanía,  jurisdicción  ó  administración  en  Cuba. 

»Si  el  sábado  próximo  23  de  Abril,  á  medio  día,  el  gobierno  de  los 
Estados  Unidos  no  ha  recibido  del  gobierno  español  una  respuesta  ple- 
namente satisfactoria  á  tal  intimación  y  resolución,  de  manera  que  pue- 
da asegurar  la  paz  en  Cuba,  el  presidente,  sin  ningún  otro  aviso  previo 
empleará  en  la  medida  necesaria  el  poder  y  la  autoridad  que  le  confiere 
é  impone  la  resolución  conjunta  de  las  Cámaras...» 

La  comunicación  oficial  con  que  se  despidió  á  Mr.  Woodford,  de- 
cía así: 

«Señor  representante  de  los  Estados  Unidos  en  Midrid. 

Tengo  el  penoso  deber  de  poner  en  su  conocimiento  que,  hablen- 


630 

do  sancionado  el  señor  presidente  de  la  República  del  Noite  de  Amé 
rica  resoluciones  de  sus  Cámaras  en  las  que  se  atenta  á  los  derechos  de 
España  y  se  encarga  una  intervención  armada  en  nuestro  territorio,  la 
cual  equivale  auna  declaración  de  guerra  á  la  nación  española,  nuestro 
representante  en  aquel  país,  cumpliendo  órdenes  de  este  Gobierno,  ha 
abandonado  el  territorio  de  aquella  República  con  todo  el  personal  de 
la  legación,  cerrando  desde  ese  momento  las  relaciones  diplomáticas  y 
oficiales  de  España  con  todos  los  representantes  de  aquella  nación. 

Lo  que  participo  á  V.  E.  para  su  conocimiento  y  efectos  consiguien- 
tes, reiterándole  la  consideración  personal. — Madrid  21  de  Abril  de  1898. 
— El  ministro  de  Estado,  Pío  Gullón  » 

Qaedaron,  por  tanto,  rotas  las  relaciones  diplomáticas  y  de  amistad 
entre  smbas  naciones  y  acaso  lo  fueran  al  otro  día  las  hostilidades. 

Frente  á  semejante  resultado  de  la  perfidia  americana,  tantas  veces 
y  con  tan  escasa  eficacia  anunciado  por  la  opinión;  ante  la  guerra  de  le- 
gítima defensa  á  que  nos  obligaron  provocaciones  é  ingerencias  de  que 
no  había  ejemplo  desde  los  días  del  primer  Bonaparte,  tenía  la  nación 
española  confianza  plena  en  si  misma. 

Desgraciadamente,  no  la  tenía  igual  en  los  hombres  que  la  gober- 
naban. 

Si  se  hubiese  logrado  la  perfecta  identificación  entre  el  pueblo  y 
los  hombres  que  le  dirigían,  nada  hubiera  habido  para  España  superior 
á  las  energías  propias,  y  sin  retroceder  una  líaea,  ni  murmurar  una  que- 
ja, hubiera  soportado  bravamente  todas  las  pruebas,  todos  los  tropiezos 
y  todas  las  amarguras  que  el  poi  venir  le  deparara. 

Si  el  Gobierno,  conociendo  la  magnitud  de  la  terrible  misión  que 
le  estaba  confiada,  hubiera  sabido  hacerse  digno  de  ella;  si  decidido  á 
salvarse  ó  caer  con  la  patria  hubiera  prescindido  de  cualquier  otro  gé- 
nero de  secundarias  obligaciones;  si  con  la  firmeza  invariable  de  su  ac- 
titud hubiera  quitado  pretexto  á  la  prensa  americana  para  que  siguiera 


631 

mintiendo  como  mintió  al  suponer  que  España,  después  de  notificado 
el  tdtimatnm,  aun  podría  ceder  en  once  ó  doce  horas  á  la  demanda  de 
loa  Estados  Unidos,  nadie  entre  nosotros  hubiera  experimentado  la  me- 
nor vacilación,  y  el  país  entero  se  lanzara  ala  lucha,  sin  pararse  á  medir 
la  cuantía  de  los  riesgos  y  sin  detenerse  á  contar  el  número  de  los  ad- 
versarios. 

No  lo  hizo  así,  atendió  más  á  salvar  intereses  particulares  que  in- 
tereses de  la  nación,  prefirió  salvarse  á  caer  con  la  patria,  divorciándose 
de  la  opinión  nacional,  y  el  inevitable  desastre  vino,  con  toda  su  cohor- 
te de  vergüenzas  y  desastrosas  consecuencias. 


CAPITULO  V 


Contraste.— Ellos  y  nosotros. — CouBecuencias  de  la  ruptura  de  relaciones. — El  bloqueo  de 
Cuba. — Acuerdo  y  órdenes. — rEl  patriotismo  español. — Siempre  España. — Momento  so- 
lemne.— Rasgos  patrióticos. — Fiebre  de  noticias.  — Tarea  ardua. 


ocas  veces  habrá  presentado  la  Historia  Univeisal  con- 
traste más  extraordinario  que  el  que  ofreciera  el  día 
U)  de  Abril  en  una  y  otra  orilla  del  Atlántico,  por  los 
Estados  Unidos  y  España. 
Allá,  un  pueblo  que  codiciaba  uno  de  los  espacios  más 
hermosos  y  ricos  del  planeta,  y  que  para  su  adquisición  no 
había  escaseado  trama,  ni  recurso,  ni  manejo,  ni  vileza,  ni 
infamia;  aquí,  otro  pueblo  que  defendía  lo  suyo,  lo  descu- 
bierto y  cocquistado  por  él  en  una  de  las  empresas  más  gran- 
des que  señalan  el  camino  de  la  humanidad,  el  territorio  sembrado  con 
los  huesos  de  sus  hijos,  el  vínculo  con  las  numerosas  naciones  que  ha- 
bía formado  su  rr za,  el  dique  opuesto  á  otra  raza  absorvente  é  invasora; 
el  derecho,  la  justicia  y  la  verdad. 

El  pueblo  del  lado  de  allá  del  Océano  contaba  75  millones  de  ha- 
bitantes, era  quizás  el  más  rico  de  la  tierra,  no  se  hallaba  quebrantado 
por  contrariedad  a'guna  exterior  ó  interior,  se  había  preparado  lenta- 
mente durante  el  largo  período  para  llegar  al  fin  que  se  proponía. 


633 

El  del  lado  de  acá  no  alcanzaba  la  cuarta  parte  de  aqu8lla  población ; 
era  relativamente  pobre;  había  consumido  en  tres  largos  años  de  guerra 
la  flor  de  su  juventud  y  mil  quinientos  millones  de  pesetas,  y  sus  go- 
bernantes no  habían  querido  creer  en  el  conflicto  inevitable  que  ame 
nazaba  á  la  nación,  y  sólo  á  última  hora  se  habían  preparado  á  él. 

Todas  las  ventajas  materiales  y  de  circunstancias  y  tiempo  se  halls- 
ban  de  aquella  parte:  el  oro  el  número,  la  máquina,  la  posición,  hasta 
el  egoísmo  de  los  extraños.  Da  la  nuestra  úaicamente  estaban  las  ven 


.      CAÑONERO  NORTE-AMERlC.\NO  «CUSHING» 

tajas  espirituales;  el  derecho,  la  razón,  la  elevada  conciencia  del  deber, 
la  resolución  heroica,  el  sentimiento  del  honor  y  del  patriotismo. 

Y,  ¡poder  eterno  del  espíritu!  Los  que  parecía  que  tenían  miedo 
eran  ellos.  Las  turbas  de  Washington  y  de  Nueva  Yoik,  ebrias  de  so- 
berbia y  de  codicia;  los  politicastros  del  Capitolio,  que  habían  tejido 
una  urdimbre  tan  basta  y  grosera  que  hubiera  hecho  sentir  la  vergüenza 
al  propio  Senado  de  Cartago;  el  desdichado  presidente  de  la  República 
objeto  de  ludibrio  del  mundo  culto,  y  que  hasta  en  corazones  españoles 
no  levantaba  enojo  sino  compasión,  pasaban  el  Rubicón  dando  gritos, 
como  los  muchachos  que  pasan  cantando  por  los  sitios  que  les  asustar. 
Nosotros  íbamos  serena  y  silenciosamente  al  combate.  (?) 

Blanco  80 


634 

Ante  los  telegramas  que  de  Norte  América  llegaban,  cualquiera  hu- 
biese creído  que  los  ofendidos,  los  provocados  eran  los  yankees,  según 
alborotaban,  vociferaban  y  se  revolvían.  Durante  tres  años  habían  es- 
tado favoreciendo  y  apoyando  la  rebelión  de  aquellos  malvados  de  la 
manigua,  quienes  se  encontraron  con  que  ni  por  breve  espacio  de  tiem- 
po, ni  siquiera  por  fórmula,  les  reconocían  la  independencia.  Y  cuando 
los  dignos  representantes  del  pueblo  norteamericano  intimaron  á  Espa- 
ña el  abandono  de  Cuba  y  España  rechazó  la  intimación,  rugieron  de 
cólera  cual  si  con  ellos  se  cometiese  el  mayor  de  los  desacatos. 

El  espectáculo  era  risible,  si  no  hubiese  sido  el  prólogo  de  una  tra- 
gedia. De  todos  modos  fué  repugnante. 


♦ 
*  * 


C 


Cuando  se  recibió  en  el  departamento  de  Estado  de  la  República  fe- 
deral el  despacho  dando  cuenta  de  la  nota  dirigida  por  el  ministro  es-  .j 
pañol  á  Mr.  Woodfort  declarando  rotas  las  relaciones  diplomáticas  en- 
tre España  y  los  Estados  Unidos,  fué  comunicado  aquél  á  Mr.  Mac-Kin- 
ley  y  éste  envió  enseguida  un  secretario  á  la  Comisión  de  Relaciones 
exteriores  del  Senado  para  qne  comunicara  á  ésta  la  resolución  del  Ga- 
binete de  Madrid  y  se  recomendase  al  Congreso  federal  que  adoptara 
una  resolución  declarando  la  guerra  á  Espsña. 

Poco  después  convocó  apresuradamente  eL Consejo  de  secretarios. 

Este  acordó  comunicar  en  el  acto  instrucciones  al  comandante  de 
la  escuadra  norteamericana  concentrada  en  Cayo  Hueso,  á  fin  de  que 
zarpase  inmediatamente  con  rumbo  á  Cuba. 

Transmitida  la  orden,  se  recibió,  estando  todavía  reunido  el  Con- 
sejo, la  contestación  del  contralmirante  Sampson,  la  cual  contenía  las. 
siguientes  palabras: 


635 

«He  cumplimentado  las  órdenes  que  acabo  de  recibir.» 

En  un  Consejo  de  ministros  celebrado  en  la  mañana  del  21  se  tomó 
el  acuerdo  por  el  gabinete  de  Washington  de  que  la  escuadra  se  pusiera 
enseguida  en  movimiento  para  dar  comienzo  al  plan  de  campaña,  y  fué 
tan  reservado  el  acuerdo,  que  hasta  las  tres  de  la  tarde  no  se  supo  que 
la  escuadra  de  Cayo  Hueso  había  zarpado  con  rumbo  á  Cuba.  En  los 
pliegos  cerrados  que  llevaba  para  abrirlos  en  alta  mar  se  la  daba  orden 
de  que  bloquease  el  puerto  de  la  Habana. 

También  zarpó  el  mismo  día  la  escuadra  volante  que  estaba  en 
Hampson  Roads. 

Había  llegado,  pues,  el  momento  de  la  tremeala  prueba  para  Es- 
paña. 

La  infamia  americana  iba  á  consumarse.  Las  grandes  potencias  nos 
dejaban  solos.  Así  lucharíamos  más  á  gusto.  De  este  modo  habíamos 
hecho  los  españoles  nuestra  grande  historia:  paleando  contra  el  impo- 
sible. 


*% 


El  cable  de  Cuba  nos  trajo  el  día  22  ecos  de  nobles  y  grandes  vo- 
ces: en  medio  de  las  negruras  que  nos  rodeaban,  el  patriotismo  lanza- 
ba torrentes  de  gloriosa  luz. 

Al  movimiento  admirable  de  la  Península,  donde  no  había  un  sólo 
corazón  que  conociera  la  incertidumbre  ni  el  miedo,  respondía  el  ge- 
neral B'.anco  con  palabras  que  sólo  pueden  salir  de  labios  de  un  viejo 
soldado  español. 

[Hermosa  y  conmovedora  escenal  En  la  plaza  de  Armas  de  la  Ha- 
bana inmensa  multitud  clamaba  par  España,  y  en  sublime  delirio  ofre- 
cíase un  pueblo  entero  á  renovar  los  más  altos  sacrificios  de  nuestra 
historia. 


636 

De  pronto,  imponiendo  religioso  silencio,  adviértese  la  presencia 
del  general  Blanco,  y  el  hombre  cubierto  de  canas,  el  soldado  que  pare- 
cía piisionero  de  una  política  enervante,  se  rejuvenece,  se  transforma, 
se  anima,  y  con  una  elocuencia  que  parece  responder  al  primer  grito 
de  Colón,  pronuncia  estas  palabras: 

«—Si  Dios  nos  ayuda  arrojaremos  á  nuestros  enemigos  al  mar,  y 
Cuba  seguirá  siendo  española.  Juro  por  la  patria,  encargado  de  defen  - 
der  la  integridad  de  su  territorio,  que  no  saldré  de  Cuba  vivo,  si  de  la 
lucha  no  salgo  vencedor». 

Y  la  multitud  juró  á  su  vez,  y  el  santo  nombre  de  España  fué  pro- 
clamado como  única  consigna  para  la  victoria  ó  para  la  muerte. 

Al  recuerdo  de  esa  hermosa  escena  saltan  las  lágrimas  á  nuestros 
ojos,  contemplando  al  caudillo  de  las  armas  de  España  engrandecido 
por  el  dolor  y  abismado  por  la  impotencia. 

Esa  escena,  como  todas  las  manifestaciones  que  el  espiíitu  nacional 
había  producido  y  las  que  siguió  produciendo  todavía,  revelaron  al 
mundo  la  persistencia  moral  de  nuestra  raza. 

Tierra  generosa  y  eternamente  fecunda  la  nuestra,  todos  los  cata- 
clismos que  la  desquician,  todas  las  tempestades  que  la  conmueven, 
todas  las  calamidades  que  la  azotan,  pasan  por  ella  dejando  intacta  una 
poderosa  fuerza  de  regeneración,  el  divino  secreto  mitológico  de  cam- 
biar en  vida  la  ceniza  y  el  polvo. 


**♦ 


Pobres,  desangrados  con  una  secular  lucha  de  ideas  y  sentimien- 
tos, confesados  en  largos  períodos  á  causas  nobles  sin  posible  mezcla 
de  utilitarismo,  cruzados  cristianos  en  África,  heraldos  de  la  humanidad 
en  América,  soldados  de  Europa  en  Asia,  sin-  nuestros  esfuerzos  y  sin 
nuestro  nombre  pierde  su  clave  la  Historia  del  mundo. 


637 

Y  la  sangre  que  esos  esfuerzos  lepresentan,  y  el  caudal  de  energías 
que  nuestras  conquistas,  nuestras  batallas,  suponen,  hay  que  ponerlos 
á  cuenta  de  un  puñado  de  hombres  recluidos  en  un  extremo  del  conti- 
nente europeo,  sin  otra  fuente  de  riqueza  que  una  tierra  nada  fértil  y 
poco  forzada  por  el  hierro  de  la  industria. 

...  Si  fué  locura  la  nuestra,  fué  la  locura  que  durante  seis  siglos 
deshizo  un  califato,  impuso  respeto  á  Francia  y  Germania,  clavó  en 
Oran  una  bandera  de  triunfo,  dominó  todos  los  mares  y  llevó  al  silen- 
cio y  á  la  barbarie  de  pueblos  desconocidos  la  tempestad  de  la  vida  y  el 
rayo  de  luz  que  resplandeció  en  el  Calvario. 

¡Locos!...  Sí,  locos;  pero  siempre  españoles.  ¿Quién  sabe  si  la  so- 
ledad en  que  Europa  nos  ha  dejado  haya  venido  á  sigaificar,  sin  ex- 
cluir la  admiración,  una  gran  lástima  de  nuestro  estado  de  espíritu? 

Pero  así  somos  y  así  seremos,  y  sólo  Dios  sabe  si  nuestra  locura  su- 
blime fué  más  cuerda  que  el  buen  sentido  de  los  pueblos  positivistas  y 
razonables. 

Alemania,  hoy  fuerte,  no  ignora  á  su  costa  cómo  la  fortuna  va  y 
viene  de  una  á  otra  orilla  del  Rhin;  Francia,  con  su  instinto  de  con- 
servación^ sabe  desgraciadamente  para  ella,  cómo  hay  que  apelar  al  ro- 
manticismo de  Gambetta,  cuando  el  «enriqueceos»  de  Morny  sólo  sirve 
para  psgar  un  rescate  infamante;  Italia  conoce  bien  cómo  una  nación 
sale  del  sueño  de  muchos  poetas,  y  acaso  aprenda  un  día  cómo  hay 
que  volver  á  los  llamamientos  líricos  y  entusiastas  para  mantener  su 
posición  en  Europa;  Austria  no  puede  desconocer  cómo  una  guerra  de 
un  día  será  bastante  para  acabar  en  una  hora  con  una  conglomeración 
de  razas:  y  para  Irglaterra,  con  su  orgullo  colonizador,  escribió  Macau- 
lay  aquellas  terribles  palabras  que  predicen  la  avalancha  de  los  ameri- 
canos sobre  las  playas  de  sus  progenitores... 

Sí;  Dios  solo  sabe  lo  que  á  cada  cual  le  conviene;  pero  España  tie- 
ne descontado  esto:  que  á  ella  sólo  le  conviene  el  honor. 


638 


*  * 


A  las  cinco  de  la  tarde  del  22,  la  escuadra  norteamericana  se  en- 
contraba á  la  vista  de  la  Habana. 

Extremecióse  de  entusiasmo  toda  alma  española,  imaginando  la 
situación  en  que  al  pie  de  la  bandera  jamás  abatida,  se  hallaban  los  de- 
fensores del  honor  nacional. 

Atrás  la  manigua  con  sus  hordas;  enfrente  los  acorazados  yanquis 
consumando  la  más  negra  infamia  que  hayan  presenciado  los  siglos. 

Y  ellos,  nuestros  hermanos,  los  pedazos  de  nuestra  alma  y  de 
nuestra  carne,  bajo  las  balas,  frente  á  los  cañones,  cercados  por  el  in- 
cendio, en  lacha  con  todo  lo  humano,  á  brazo  partido  con  el  destino, 
manteníanse  en  pie,  sin  admitir  otras  salidas  que  la  de  la  victoria  ó  la 
muerte. 

Desde  los  días  de  Hernán  Cortés  no  hubo  nada  tan  grande.  Esa 
América,  por  nosotros  descubierta  en  hora  maldita,  quiera  ó  no  quiera 
irá  eternamente  unida  en  su  historia  á  las  mayores  proezas  de  nuestro 
altivo  genio  y  de  nuestro  indomable  valor. 

Sólo  un  pueblo  como  España  hubiese  aceptado  el  sitio  de  la  Haba- 
na, que  un  día  entreviera  el  señor  Cánovas  del  Castillo  como  el  sitio  de 
Troya. 

La  profecía  comenzaba  á  cumplirse,  y  sin  embargo,  el  general 
Blanco  hablaba  como  un  héroe  de  la  antigüedad,  el  ejército  y  Ja  marina 
iban  firmes  como  nunca  al  choque  supremo,  el  pueblo  entero  entonaba 
la  salve  estelar  elevándola  á  la  patria;  la  guerra,  que  es  en  sí  una  mal- 
dición y  une  fatalidad,  era  saludada  en  todos  los  hogares  como  una  li- 
beración de  nuestro  espíritu. 

Un  obispo  de  casta  y  raza  española  exclamaba  en  Tenerife: 


f 


639 

«—Para  alejamiento  de  los  soldados  están  las  iglesias,  las  ermitas, 
la  catedral,» 


* 
*  * 


En  esas  palabras  está  dicho  todo.  Cuanto  era  España,  cuanto  en 
ella  alentaba,  ni  se  arredró  ni  se  rendía...  Los  cañones  que  acaso  bom- 
bordearan  la  Habana,  necesitaban  arrasar  á  España  entera  para  que  la 
infamia  yanqui  dejase  de  encontrar  quien  eternamente  la  maldigera  y 
la  respondiese. 

No;  la  raza  sabría  resistir.  Cada  nuevo  ataque  la  encontraba  más 
vigorosa.  Los  riesgos  que  en  otros  pueblos  determinan  aniquilamien- 
tos del  ánimo,  aquí  producían  explosiones  de  amor  patrio  y  recreci- 
miento en  las  energías  nacionales. 

El  día  22  fué  fecundo  en  rasgos  de  españolismo. 

Un  comerciante  de  la  Habana  envió  al  Gobierno,  por  el  cable, 
doscientos  mil  pesos.  De  momento  no  se  supo  quién  era.  Tuvo  prisa 
en  enviar  su  dinero,  no  en  que  se  conociera  su  nombre. 

El  obispo  de  Tenerife  ofrecía  para  alojamiento  de  las  tropas,  las 
ermitas,  las  iglesias  y  la  catedral. 

El  general  Blanco,  arengando  al  pueblo  de  la  Habana  gritaba  lle- 
nos de  lágrimas  los  ojos  y  de  altiva  fiereza  el  corazón:  «Juro  no  salir 
vivo  de  Cuba  si  en  la  lucha  no  salgo  victorioso.» 

Los  estudiantes  y  el  pueblo  de  Zarsgoza  se  oponían  á  que  á  la  puer- 
ta de  la  Sucursal  del  Banco  de  España  formasen  cola  para  cambiar  los 
billetes  los  que  buscaban  el  lucro  hasta  en  la  ruina  de  la  patria;  y  un 
banquero,  el  señor  Ripollés,  ponía  en  su  oficina  un  cartel  que  decía:  «Se 
cambian  billetes  con  prima.» 


640 


Los  banqueros  de  Valencia  tomaban  los  billetes  con  prima   de  una 
peseta  por  cada  veinticinco. 

Esta  es  España:  él  heroísmo  y  la  abnegación. 

Los  peligros  se  han  hecho  para  engrandecerla.  ^| 


*  * 


Fué  el  día  23  un  día  de  gran  agitación,  de  verdadera  fiebre  de  no- 
ticias, buenas  y  malas,  que  se  destruían  unas  á  otras,  que  producían  ios 


MONITOR  NORTE  AMERIC.\NO  «PURITAIN» 

contrarios  efectos  de  enardecer  los  sentimientos  patrióticos  y  de  depri- 
mir el  espíritu  público;  todo  sin  razón  ni  causa  suficiente,  por  un  sim- 
ple «se  dice»,  por  un  telegrama  no  confirmado  y  hasta  por  una  palabra 
mal  interpretada. 

No  tiene  nada  de  extraño,  y  es  fenómeno  común  en  toda  clase  de 
guerras,  el  que  de  una  y  otra  parte  se  esparzan  toda  clase  de  noticias 
absurdas,  petrañas  inverosímiles,  victorias  y  derrotas  imaginarias.  Ese 
es  uno  de  los  efectos  de  la  lucha  y  no  de  los  menos  funestos,  porque 
tiene  en  constante  alarma  á  la  opinión. 

A  todos  los  noveladores,  á  todos  los  ciegos  de  París,  habían  de  de- 


641 


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Blanco  81 


642 

jar  atrás  los _)'¿7n/er-í?5.  Son  raaestros  en  la  mentira,  fabricantes  con  pa- 
tentes de  toda  clase  de  supercherías.  Para  ellos  la  noticia  es  un  agio, 
una  mercancía  cctizable,  un  agente  de  emociones.  Sin  escrúpulos  de 
ningún  género,  sin  que  les  importe  el  que  quede  probada  la  falsía,  tie- 
nen siempre  el  horno  caliente  para  lanzar  al  mundo  las  historias  más 
extravagantes,  disparatadas  j  sin  sentido  común. 

La  fiebre  llegó  á  tan  alto  grado,  los  cañarás  alcanzaron  tan  eleva- 
da cifra  que,  de  haber  .seguido  así,  no  sabemos  dónde  hubiera  ido  á 
parar  nuestra  flota. 

Afortunadamente,  la  gente  reaccionó  pronto,  y,  reflexionando  so- 
bre la  imposibilidad  de  las  fantásticas  presas  y  sobre  la  dificultad,  ade- 
más, de  conocerse  tan  rápidamente  tales  hechos,  hizo  remitir  la  fiebre 
y  no  dio  oídos  á  los  infundios  telegrafiados  desde  Cayo  Hueso  y  Nueva 
York 

A  menos  que  tuvieran  los  yankees  todas  las  escuadras  de  las  po- 
tencias navales  reunidas,  no  pudieran  hacer  el  milagro  de  bloquear  la 
Habana,  detener  en  su  ruta  todos  nuestros  trasatlánticos,  apresar  los 
buques  de  guerra  españoles,  escoltar  los  auxilios  á  los  reconcentrados, 
preparar  desembarcos  y  estar  al  cuidado  y  defensa  de  sus  extensas 
costas. 

Era  esa  mucha  tarea  para  un  solo  Tio  Saín,  ya  un  poco  perturbado 
con  la  mala  hazaña  de  habernos  declarado  la  guerra. 


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CAPITULO    Vi 


El  diario  de  la  guerra. — El  bloqueo  de  la  isla. — Los  decretos  de  Mac-Kinley. — Aquilu  non 
capit  muscas. — En  nuestro  puesto. — Diario  de  la  guerra. — La  proclama  del  presidente 
Mac-Kinley. — Prólogo  enojoso. — El  corso. — Desembarco  de  una  partida. — Lo  que  pre- 
tendían los  tjankees. — Nuestra  marina  de  guerra  y  nuestra  marina  mercante. — En  el  mar 
déla  China  y  en  el  mar  Caribe. — E'  cañonero  Elcano  y  el  trasatlántico  Monserrat. — E' 
bloqueo  burlado  por  un  correo  español. — El  bravo  capitán  Deschamps. — Entusiasmo  y 
plácemes. — Deuda  contraída  y  deuda  cumplida. 


rEDó  establecido,  aunque  no  total,  síqo  parcialmente, 
el  bloqueo  de  la  isla  de  Cuba.   Doce  buques  yankis 
83  presentaron  en  las  últimas  horas  de  la  tarde  del 
2  3,  á  unas  diez  millas  de  la  Habana,  situándose,  se- 
gún telegrama  del  general  Blanco,  en  línea  recta.  Semejante 
aparato  era,  por  decirlo  así,  una  especie  de  notificación  oñ 
cial  de  que  el  bloqueo  daba  principio. 

Este  no  alcanzaba,  á  lo  que  parecía,  más  que  á  la  parte 
occidental  de  la  isla,  la  que  comprende  las  provincias  de  P.- 
nar  del  Río,  Hibana,  Matanzas  y  Santa  Clara.  Ora  versión  suponía  que 
los  puertos  bloqueados  eran,  por  el  contrario,  los  de  la  mitad  oriental. 
Ni  una  ni  otra  versión  se  ajustaban  á  la  verdad;  y  la  verdad  es  que  no 
hubo  tal  bloqueo,  y  sí  únicamente  una  ostensible  manifestación  de  fuer- 
zas navales  á  algunas  millas  de  las  costas  de  Cuba. 


<•) 


El  hipócrita  Mac-Kialey,  segÚQ  telegrafiaron  de  Washington,  se 
oponía  á  que  la  escuadra  yankee  bombardease  la  Habana.  Mejor  hubie- 
ra hecho  en  contesar  qu3  el  Morro  y  la  Cabana,  con  sus  cañones,  eran 
los  que  mantenían  á  distancia  honesta  de  la  capital  de  la  isla  los  barcos 
del  contralmirante  Simpsou.  ¿I 

Ya  contábamos  de  antemano,  al  pensar  que  no  se  decidirían  á  dis  - 
parar  contra  aquellas  poblaciones  que  tuvieran  defensas  adecuadas  para 
contestar  al  ataque,  con  los  sentimientos  humanitarios  del  presidente 
proteccionista,  digno  émulo  de  la  zorra  de  la  fábula,  que,  al  no  poder 
alcanzar  las  uvas,  decía  que  estaban  verdes. 

Respecto  del  desembarco  en  la  isla,  decían  de  Washington  que  el 
general  Miles  proponía  que  se  llevase  á  efecto  lo  más  pronto  posible. 

Pero  ese  mismo  general  indicaba  que  necesitaría  seis  semanas  ó  dos 
meses  para  prepararlo.  ¡Apenas  podían  ocurrir  sucesos  en  ese  lapso  de 
tiempo! 


* 
*  * 


Hay  que  reconocer  que  no  se  daban  gran  prisa  nuestros  adversarios. 

No  bien  España  entregó  los  pasaportes  á  Mr.  Woodford,  salieron  de 
la  Casa  Blanca  multitud  de  órdenes,  en  las  cuales,  amén  de  otras  cosas 
varias,  se  decretaba  lo  siguiente:  f 

«El  ataque  simultáneo  á  Puerto  Rico  y  Filipinas,  una  demostración 
de  fueiza  en  la  bahía  de  la  Habana,  el  bloqueo  de  toda  la  isla  de  Cuba 
y  el  desembarco,  en  su  parte  oriental,  de  un  cuerpo  expedicionario  de 
veinte  ó  treinta  mil  hombres.»  B 

Todo  ello  había  de  efectuarse  sin  pérdida  de  minutos,  pues  era  sabi- 
do y  estaba  anunciado  que  la  gran  República  no  invertiría  más  que  dos 
sjmanas  en  pacificar  nuestra  Antilla,  previa  la  expulsión  forzosa  de 
nuestro  ejército  de  mar  y  tierra. 


I 


645 

Pues  bien;  á  los  tres  días  de  haber  roto  de  hecho  la  America  del 
Norte,  coD  un  acto  de  piratería  vulgar,  (el  apresamiento  del  vapor  Bue- 
naventura) las  hostilidades,  no  había  la  menor  traza  de  que  la  decanta- 
da y  simultánea  agresión  se  realizase. 

Habíase  anunciado  el  bombardeo  de  los  puertos  de  Cuba,  y  habta 
la  fecha  apenas  si  la  escuadra  del  comodoro  Sampson  se  había  acercado 
á  tiro  de  la  fortaleza  del  Morro,  y  el  bloqueo  de  toda  la  isla  no  se  había 
hecho  efectivo  más  que  en  una  mínima  parte  de  ella. 

El  águila  de  Washington,  desmintiendo  aquel  proverbio   de  baja 
latinidad,  maquila  non  capit  muscas»,  se  dedicaba  á  cazar  barcos  mer 
cantes  y  lanchas  de  pesca. 

En  otros  términos:  no  hacía  más  que  practicar  el  corso  por  medio 
de  acorazados  y  cruceros  protegidos. 

Nadie  vea  en  estas  indicaciones  el  msnor  asomo  de  extemporáaea 
ó  postuma  arrogancia. 

Qieremos  exponer  tan  solo,  con  ayuda  de  antecedentes,  que  la 
guerra  suscitada  por  los  Estados  Uaidos  á  España  fué  y  era  de  carácter 
ofensivo,  mientras  que  la  aceptada  por  nosotros  tenía  todas  las  condi- 
ciones de  la  guerra  defensiva,  ó  séase  de  la  guerra  justa. 

A  ella  fuimos  después  de  apurados  todos  los  medios  decorosos  de 
transacción  y  de  colmada  la  medida  de  nuestra  paciencia. 

I 

No  hubo  para  España  ni  opción  ni  alternativa,  y  jamás  la  crítica  ex- 
tranjera podrá  motejarnos  de  que  por  espíritu  belicoso  ó  quijotesco  nos 
arrojáramos  á  una  temeraria  aventura.  Ni  teníamos  otra  solución,  ni 
nos  quedaba  otra  salida. 


* 
*   * 


Se  nos  intimó  de  manera  brutal,  como  no  hubieran  hecho  con    los 
antiguos  principados  danubianos  los  rusos  y  los  turcos,  á  que  abandona- 


646 

sernos  una  porción  de  territorio,  que  nunca  había  sido  de  nadie  más  que 
Euestro,  y  en  el  cual  manteníamos  para  defensa  de  nuestra  legítima  ju- 
risdicción ciento  cincuenta  mil  soldados. 

Soportar  semejante  iniquidad  hubiera  equivalido  á  perder,  no  ya 
la  propiedad  de  Cuba,  sino  el  derecho  á  la  vergüenza;  no  sólo  la  consi 
deración  de  los  extraños,  pero  también  el  respeto  de  nuestros  h'jos. 

Y  no  cedimos  ni  podíamos  ceder. 

Tan  convencido  estaba  el  pueblo  español  de  que  esta  resistencia 
era  uca  necesidad,  y  tan  arraigada  en  su  ánimo  la  idea  de  no  ponerse 
de  rodillas  ante  poder  alguno,  y  de  no  tender  las  manos  para  que  se 
las  atasen  ni  la  mejilla  para  que  se  la  abofetearan,  que  si  un  gobierno 
cualquiera  le  hubiese  propuesto  transacciones  injustas  ó  humillantes, 
lo  hubiera  considerado  al  punto  no  menos  enemigo  suyo  que  los  mis- 
mos yanhees,  y  por  tenerlo  mas  próximo  se  vengara  en  él  de  la  doble 
injuria. 

Santía  la  inexorable  obligación  de  la  guerra  España  toda,  porque 
el  corazón  la  impulsaba  á  no  tolerar,  mientras  conservara  el  resuello, 
groseros  y  despóticos  agravios.  Y  la  sentía,  además,  porque  el  instinto 
le  enseñaba  que  esa  solución,  aucque  violenta  y  fatal,  era  la  única  que 
tpl  vez  le  permitiera  salir  del  atolladero  en  que  varias  series  de  gober 
nantes  la  habían  metido.  É 

loú.il  fuera  aducir  testimonios,  pues  amillares  saltan  á  la  vista, 
para  demostrar  que  el  país  entero  no  pausaba  en  nada  sino  en  la  lucha 
á  que  le  había  obligado  la  soberbia  y  la  codicia,  de  consuno,  de  los  Es- 
tados Unidos,  ni  se  preocupaba  por  ningún  concepto  de  los  asuntos  po- 
líticos interiores. 

No  fij&ba  la  menor  atención  en  el  Parlamento,  se  desentendía  de  las 
pasiones  y  preferencias  de  partido,  y  no  tenia  alma  ni  ojos  sino  para  fi- 
jarlos ansiosamente  en  Cuba,  como  los  fijara  otro  día  en  Puerto  Rico. 
en  Filipinas  ó  en  el  lugar  á  que  primero  arribasen  nuestros  provocati- 
vos adversarios. 


647 


Donde  sentaran  el  pié  los  invasores,  allí  viviría,  lucharía  y  estaría 
la  Patria  entera. 

Tal  era  la  situación  que  los  Estados  Unidos  nos  crearon,  y  á  ella  nos 
atemperamos,  satisfechos  de  poder  vivir  ó  morir  con  honra. 


* 
t  * 


Reducidos  nos  veíamos,  bien  á  pesar  de  todos,  á  comentar  lo  que 
hacía  el  enemigo;  no  lo  que  nosotros  hacíamos.  Y  así  había  de  ocurrir 
mientras  la  guerra  no  se  formalizase,  tomando  en  ella  parte  nuestra 
escuadra;  porque  la  guerra  con  los  Estados  había  de  ser  naval,  ó  no 
había  de  ser. 

Marines  expertos  y  valerosííimos  contaba  tener  España  que  sabían, 
seguramente,  lo  que  mósconveníi  hacer,  y  no  sería  suya  la  culpa  de  que 
á  los  cinco  días  de  declarada  la  gueira  con  los  Estados  Unidos,  no  se 
hubiese  contestado  ya  á  las  intrusiones  yankees  como  correspondía  á 
su  honor  militar  y  á  la  honra  de  la  nación. 

El  cable  nos  anunció  el  día  24  la  salida  de  Tampa,  en  aquella  sema- 
na, de  una  expedición  filibustera  que  se  proponía  desembarcar  en  las 
costas  de  Cuba  municiones  de  guerra  paia  Máximo  Gómez,  al  amparo 
de  los  buques  de  guerra  de  los  Estados  Unidos. 

'     En  esto  vinieron  á  parar  los  socorros  yankees  k  los  reconcentrados. 
Bueno  es  que  lo  recordemos  á  Europa. 

He  aquí  la  parte  dispositiva  de  la  proclama  publicada  por  el  presi- 
dente Mac  Kinley  estableciendo  el  bloqueo  de  la  costa  Norte  de  Cuba: 

«Yo,  Guillermo  Mac  Kinley,  presidente  de  los  Estados  Unidos,  por 
la  presente  declaro  y  proclamo  que  los  Estados  Unidos  de  América  han 
establecido  y  mantendrán  el  bloqueo  de  la  costa  Norte  de  Cuba,  com  ■ 
prendiendo  los  puertos  de  dicha  costa  entre  Cárdenas,   Bihía  Honda  y 


648 

el  puerto  de  Cienfuegos  de  la  costa  Sur,  de  acuerdo  con  las  leyes  de  los 
Estados  Unidos  y  las  del  derecho  internacional  aplicables  á  tales  casos. 

«Una  fuerza  suficiente  se  destinará  á  impedir  la  entrada  y  salida  de 
barcos  de  los  puertos  mencionados.  Cualquier  buque  neutral  que  se 
acerque  á  alguno  de  estos  puertos,  ó  trate  de  salir  de  los  mismos,  sin 
tener  conocimiento  del  estado  del  bloqueo,  será  debidamente  advertido 
por  el  jefe  de  las  fuerzas  bloqueadoras,  que  harán  constaren  su  libro  de 
bitácora  la  fecha  del  aviso  y  el  lugsr  donde  se  le  ha  dado. 

«Y  si  el  mismo  barco  intentara  de  nuevo  la  entrada  en  cualquier 
puerto  bloqueado,  será  capturado  y  enviado  al  punto  más  próximo, 
considerando  el  barco  y  su  cargamento  como  presa  en  la  forma  que  se 
juzgue  conveniente. 

«Los  buques  neutrales  fondeados  en  cualquiera  de  dichos  puntos  al 
establecerse  el  bloqueo,  tendrán  treinta  días  para  salir  de  los  mismos...» 


I 


Inacabable  llevaba  trazas  de  ser  el  prólogo  de  la  guerra  inicua  á 
que  ros  había  provocado  la  América  del  Norte,  y,  de  continuar  así  las 
cosas   más  que  una  ameniza  terrible  para  España,  llegaría  á  ser  un  es-       ir. 
torbo  intolerable  para  el  resto  del  mundo.  ■ 

Los  cruceros  y  cañoneros  de  los  Estados  Unidos,  incapaces  para 
causarnos  verdaderos  daños  de  guerra,  perseveraban  en  la  captura  de 
todas  If  s  embarcacioces  grandes  y  chicas,  y  por  supuesto  indeíensas,  que 
se  colocaban  á  su  alcance. 

Mientrr.s  el  gobierno  de  Washington,  emulando  en  disposiciones 
contradictorias  á  Mac  Kinley,  y  alegando  un  respeto  profundo  al  de- 
recho de  gentes,  declart  ba  libres  á  todas  las  naves  que  hubiesen  salido 
de  sus  puertos  antes  del  día  21,  (fecha  en  que  se  proclamó  la  declara 


649 


ción  de  guerra  por  la  República  federal),  los  buques  del  Estado,  apre 
s«ban  sin  escrúpulo  á  las  que  zarparon  el  19  y  el  20,  no  de  otra  manera 
qae  si  quisieran  demostrar,  juntamente  con  sus  exclusivas  aptitudes 
piráticas,  su  alto  desprecio  hacia  aquellas  solemnes  declaraciones. 

Hecha  por  Mac  K'nley  la  afir- 
mación de  que  eran  libres  las  naves 
que  partieron  con  anterioridad  á  la 
icdicEda  fecha,  el  spresarlas  y  el 
retenerlas  constituyó  un  atentado, 
contra  el  cual  pudimos  y  debimos 
usar  ciertas  armas,  de  que  en  otro 
C8S0  podíamos  prescindir. 

Con  tanta  generosidad  como 
desinterés  anunció  el  gobierno  es- 
pañol que  España  no  ejercitaría, 
mientras  las  circunstancias  no  la 
obligasen,  la  libertad  que  en  el 
Congreso  de  183658  reservó;  pero 
ya  que  muchos  enemigos  conver 
tían  sus  buques  de  guerra  en  cor- 
sarios, ¿porqué,  colocándonos  en 
el  mismo  terreno,  no  se  dio  gusto 

á  todos  los   que  en  la  Península  y  fuera  de  ella   pedían  patentes  de 
corso..  ? 


D.  MANUEL  DE3CHAMPS 
(Capitán  del  trasatlántico  Montserrat) 


*    ♦ 


El  desembarco  de  una  partida  de  500  hombres,  mitad    yankees  y 
mitad  cubanos,  en  la  costa  de  la  provincia  de  la  Habana,  y  la  circuns  - 

Blanco  8i 


650 

tanda  de  haber  extendido  la  escuadra  americana  el  bloqueo  desde  Cár- 
denas hasta  Bahía  Honda,  señalando  tf  mbién  como  puerto  sometido  á 
igual  medida  de  guerra  el  de  Cieníuegos,  en  la  opuesta  costa  de  la  isla, 
fueron  hechos  que  pusieron  de  manifiesto  los  propósitos  y  el  plan  de 
los  Estados  Unidos. 

Estos  pretendían  á  tedas  luces  dejar  á  la  Habana  sin   subsistencias. 
Para  impedir  que  se  proveyera  por  mar  de  los  recursos  necesarios  á  la- 
vida  de  una  ciudad  populosa,  establecían  el  blcqueo  delante  de  la  Habc- 
na,  extendiéndolo  por  Oriente  hasta  Matar  zas  y  Cárdena?,  y  por  Occi- 
dente hasta  Mariel  y  Bahía  Honda. 

En  efecto;  estos  puertos  son  los  más  inmediatos  á  la  capital,  y  los 
dos  primeros  tenían  además  con  ella  comunicación  por  la  vía  férrea; 
al  cerrarlos,  el  enemigo  pretendía  dejar  á  la  Habana  sin  los  recursos  que 
por  estos  puertos  podrían  llegar  allí  fácil  y  rápidamente. 

Aunque  tras  alejado  el  puerto  de  Cienfuegos,  por  su  importancia  y 
por  comunicar  también  con  la  Habana  por  ferro-carril,  hallábase  en 
condiciones  de  auxiliarla.  Esto  explica  el  hecho,  á  primera  vista  anó- 
malo, de  haber  sido  ble  queado  por  el  enemigo  este  solo  puerto  en  la 
costa  Sur. 

El  desembarco  verificado  por  el  cabecilla  Lacret  cerca  de  Bacura- 
nao,  á  que  antes  nos  referimos,  reveló  también  el  complemento  del 
mismo  plan.  Se  vio  que  los  yankees  pretendían  atrojar  sobre  las  playas 
inmediatas  á  la  Habana  varias  expedicioLes  del  mismo  fuste,  cuyo 
desembarco  procuraría  facilitar  su  escuadra. 

Y  así,  al  paso  que  éita  cerraba  las  comunicaciones  por  mar,  las 
partidas  desembarcadas  tratarían  de  impedir  que  entrasen  en  la  Habana 
los  recursos  que  podían  llegar  por  tierra. 

Ese  propósito  se  comprobó  también  por  el  encuentro  que  tuvieron 
aquellos  días  nuestros  soldados  con  las  partidas  del  cabecilla  Delgado, 
que  quedó  en  el  campo;  encuentro  que  tuvo  evidentemente   por  teatro 


651 

las  inmediaciones  de  Punta  Brava,  donde  operaba  la  guerrilla  Peral  y 
donde  murió  Maceo. 

Semejante  plan  ofrecía,  por  fortuna,  un  gran  inconveniente  para 
el  enemigo.  Y  es  que,  para  dar  algún  resultado,  exigía  más  tiempo  del 
que  necesitábamos  para  qae  el  ejército  de  Cuba  y  nuestra  marina  lo 
desbaratasen. 

Por  tierra  estábamos  perfectamente  seguros,  y  lo  estaríamos  tam- 
bién por  mar  en  cuanto  nuestros  barcos  de  guerra  se  hallasen  en  la 
bahía  de  la  Habana. 


* 


Prescindiendo  de  rumores,  no  comprobados,  que  el  telégrafo  trans- 
mitió el  día  27,  dos  hechos  confirmados  oficialmente,  y  satisfactorios 
ambos,  exigen  por  su  importancia,  y  más  especialmente  por  su  signifi- 
cación, que  les  dediquemos  algunas  lineas. 

En  ellos  aparecen,  aunque  ocurridos  á  extraordinaria  distancia  el 
uno  del  otro,  dándose  la  mano,  por  decirlo  asi,  la  marina  de  guerra  y 
la  mercante;  aquélla  apresando  un  barco  norteamericano  en  el  mar  de 
la  China,  y  ésta  rompiendo  el  bloqueo  de  la  escuadra  enemiga  en  el 
de  las  Antillas. 

Así  aparecen  coadyuvando  á  la  obra  común,  á  la  defensa  de  la 
patria,  el  trabajador  y  el  soldado;  así  aparece  la  nación  unida  para  un 
mismo  fia  y  alentada  por  idéntico  propósito,  en  los  dos  extremos  del 
mundo:  con  el  comandante  del  cañonero  Elcano,  en  el  Archipiélago 
magaliánico;  con  el  capitán  del  trasatlántico  Monserrat,  en  el  mar 
Caribe. 

Y  mientras  España  demostraba  de  tan  gallarda  manera  hasta  don 
de  alcanzaba  todavía  su  brazo,  los  Estados  Unidos  con  sus  setenta  y 


652 

cinco  millones  de  habitantes  y  sus  incalculables  millones  de  dollars, 
tenían  que  ir  á  tratar  de  potencia  á  potencia  para  que  les  ayudasen  ea 
la  empresa  que  acometieron  con  los  G6mez,  los  García,  los  Delgado, 
los  Carrillo  y  demás  gente  de  la  manigua. 

Impresionada  estaba  la  opinión,  coa  alarma  y  zozobra  vivísimas 
por  la  suerte  qu3  hubiera  corrido  el  vapor  Monserrat,  uno  de  los  me- 
jores trasatlánticos  de  la  Compañía  española.  El  26  se  le  vio  á  la  altura 
déla  Habana,  y  después  desapareció  cun  rumbo  desconocido,  porque 
le  perseguían  los  buques  norteamericanos  que  tenían  establecido  el  blo- 
queo, tan  poco  efectivo,  en  la  parte  occidental  de  Cuba. 

Los  yankees,  que  á  falta  de  los  hachos  de  armas  que  iban  á  realizar 
en  cuanto  se  declarara  la  guerra,  se  dedicaban  á  inventar  toda  especie 
de  patrañas,  daban  desde  Cayo  Hueso,  como  cosa  segura,  que  el  Mont- 
serrat, con  todo  su  cargamento  y  con  los  soldados  que  iban  á  bordo, 
había  caído  en  poder  de  la  escuadra  bloqueadora. 

No  se  le  concedió  nunca  al  rumor  un  gran  crédito,  puesto  que  todo 
el  mundo  abrigaba  la  convicción  de  que  no  se  había  de  entregar  un 
barco  con  soldados  españoles,  ni  había  de  dar  lugar  á  ese  trance  de 
captura  la  pericia  en  el  mar  de  un  capitán  de  la  Trasatlántica.  -S 

La  circunstancia,  además,  de  habjr  entrado  en  la  Hibana  burlan- 
do la  vigilancia  de  la  ñoXí  yankee  el  crucero  italiano  Gtovanni  Bausán 
y  un  vapor  de  la  empresa  Herrera,  hacía  esperar  que  el  mismo  éxito 
acompañase  á  nuestro  correo. 


*  * 


Así  sucedió,  cumpliéndose  las  previsiones  de  la  opinión  y  del  ge- 
neral Blanco.  Decía  éste  en  un  telegrama  al  Gobierno:  «El  vapor 
Monserrat  se  presentó  á  la  vista  del  Morro.    La  escuadra    destacó  un 


I 


í 


653 

buque  para  impedir  su  entrada,  y  el  Momerrat  se  vio  obligado  á  ha- 
cerse á  alta  mar.  Créese  que  ha  podido  burlar  la  persecución.» 

Y,  en  efecto,  según  telegrama  oficial  y  despacho  recibido  en  las 
oficinas  de  la  Trasatlántica,  el  Monserrat  que  llevaba  500  soldados,  y 
algunos  oficiales  y  gran  cantidad  de  víveres  y  municiones,  logró  entrar 
en  la  mañana  del  27,  á  las  diez,  en  el  puerto  de  Cienfuegos. 

Para  lograr  hacerlo,  el  Monserrat  se  vio  en  graves  peligros.  Tuvo 
que  atravesar,  precisamente,  la  zona  bloqueada,  Al  no  poder  entrar  en 
la  Habana  porque  se  lo  impedían  los  cruceros  norteamericanos,  el  capi- 
tán del  trasatlántico  se  hizo  á  la  mar  y  tomó  el  rumbo  de  la  costa  occi- 
dental, pasando  por  delante  de  Mxriel,  de  Bahía  Honda,  de  todas  las 
costas  bloqueadas.  Deslizóse  entre  los  buques  americanos  y  logró  que 
no  lo  vieran  unos,  y  ganando  á  otros  en  velocidad,  huyó  de  sus  faegos. 

Por  la  parte  Norte  no  podía  el  Monserrat  guarecerse  en  ningún 
puerto;  primero,  porque  todos  ellos  carecen  de  condiciones  para  anclar 
y  para  desembarcar;  y  luego,  porque  ello  hubiera  equivalido  á  me- 
terse en  la  boca  del  lobo,  esto  es,  á  entregarse. 

El  Monserrat  prosiguió  su  viaje  por  la  parte  Norte  de  la  provin- 
cia de  Pinar  del  Río,  dobló  el  cabo  de  San  Antonio,  siempre  peligroso, 
y  otra  vez  en  alta  mar,  enderezó  su  rumbo  á  un  puerto  de  refugio.  Pasó 
por  debajo  de  la  isla  de  Pinos,  porque  de  hacerlo  entre  ésta  y  la  isla 
de  Cuba,  se  exponía  á  un  seguro  varamiento.    • 

Y  cuando  no  se  tenía  noticia  de  él,  cuando  se  le  creía  perdido, 
cuando  se  le  situaba  en  Jamaica,  apareció  en  la  costa  del  Sur,  tomando 
la  embocadura  de  la  magnífica  bahía  de  Jagua. 

Para  esquivar  el  encuentro  con  los  cruceros  norteamericanos  hubo 
de  marchar  á  razón  de  18  y  19  nudos  por  hora  á  tiro  forzado,  con  lo 
cual  su  salvación  era  segura,  porque  aquellos  barcos  de  guerra,  en 
ningúa  caso  podían  alcanzar  tal  velocidad. 

Se  comprende  la  ansiedad  por  la  que  pasarían  los  pasajeros  de 


654 

Monserrai.  S2  admiran  los  esfaerzos  de  sareaiiii,  de  arrojo,  de  peri  - 
cia  que  hubo  de  desplegar  el  capitáa.  Para  éste  no  só!o  estaba  el  peligro 
en  una  lucha,  en  un  cheque,  sino  en  perder  el  cargamento,  en  el  que 
iban  municiones  y  armas  en  abundancia. 

Todavía,  sin  duda,  le  creerían  los  cruceros  norteamericanos  huyen- 
do de  su  persecución  ó  dando  bordadas  por  las  costas  del  Xarte  cuando 
ya  el  Monserrai,  que  apenas  retrasó  unas  treipta  horas  el  término  de  su 
visje,  anclaba  en  Cienfuegos. 

AlU  en  Cienfuegos,  en  la  bahía  de  ]agua,  én  el  gran  puerto  de  las 
Américas,  podía  estar  y  estaba  completamente  segaro.  La  bahía  de 
Cienfuegos  ó  de  Jagui  es  la  mayor  de  la  isla,  y  tal  vez  una  de  las  ma- 
yores del  mundo.  Cuenta  quince  leguas  marítimas  de  costa,  sin  com- 
prender sus  ríos  navegables,  y  su  extensión  es  de  diez  millas  sobre  cua- 
tro y  cuarto  de  ancho,  con  buena  calidad  de  fondo  y  con  una  superfi 
cié  de  siete  leguas  cuadradas,  habiendo  desde  el  puerto  á  loi  cayos  y- 
arrecifes  de  sotavento  un  tramo  como  de  catorce  á  quince  legfuas. 

La  llegada  del  Montserrat  á  Cienfuegos  podía  prestar,  además, 
grandes  servicios,  como  los  presta  siempre  en  un  caso  de  bloqueo,  el 
que  un  gran  barco  lo  faerce  yendo  en  auxilio  de  los  bloqueados  y  res- 
tableciendo de  ese  modo  las  comunicaciones.  Hista  Cienfuegos  debía 
extenderse  el  fantástico  bloqueo,  según  la  declaración  de  Mac  K^nley. 
Ya  se  ve,  pues,  cómo  fo  sabían  hacer  efectivo  las  escuadras  norteame- 
ricanas. 


♦  * 


En  cuanto  se  supo  que  el  Montserrat  estaba  á  salvo  en  Cienfuegoj 
sil  haber  sido  apresado  y  tras  una  larga   navegación  tan  llena  de  gra-  ■! 
ves  riesgos,  todo  el  mundo  prodigó  elogios  sin  tasa  al  valeroso  capital. 


655 


Ese  experimentado  y  bravo  rnaxino  era  don  Manuel  Deschamps, 
natural  de  la  Coniña,  donde  goza  de  general  estimación,  de  ardorosas 
simpatías. 

Tal  nombre  era  y  es  pronunciado  con  cariño  y  con  admiración  por 
España  entera  7  aun  fuera 
de  ella;  que  en  todas  par- 
tes se  ensalzan  y  despier 
tan  entusiasmo    los  actos 
de  gran  vslor. 

En  Madrid  y  en  Birce- 
lona^  la  em ocian  de  alegría 
fué  vivísima.  En  todos  los 
Casinos  y  círculos,  á  últi- 
ma hora  déla  tarde  del  27, 
hubo  júbilo  profundo  en- 
tre la  grandísima  concu- 
rrencia de  socios.  Lo  mis- 
mo ocurrió  en  los  cafés,  en 
los  teatros,  en  las  eslies. 
en  todos  los  centros  de  la 
capital.  Toda  la  sociedad, 
todos  los  españoles  acla- 
maban la  hsz;ña  del  señor 


VOLUNTARIO  YAJfKEE 


Deschamps,  capitán  del  Montserrat. 

Y  todos,  todos  ciiantos  hablaban  del  suceso  feliz^  pedían  una  re- 
compensa para  el  bravo  marino,  honra  de  nuestra  flota  mercante  y  del 
personal  de  la  Trasatlántica. 

Era  deuda  de  la  patria  para  uno  de  sus  hijos  valerosos  y  heroicos; 
deuda  que  España  supo  en  su  día  cumpUr. 


jP^i^tL    im^inii    imimiTiiiM  ffn^Tffl  hhhiiihdoiiiiiiiiihm»  tMiiiNmitiuiiiiiiuiKitiniiiiiHiiH iiiiitriiiiiiiit'tiltliuililimi^ 

'^jiuwnnniiiiiiii»ir~r-iiiri>in'T'-   nnHHinmniiHiHiiMMtniíHKmu''    iiiiHHiii»M'iWHWii'"m'iniHiiiiiHM'nH«i«iirnniiMHHiiiiiiiiitiiHmM>'miinwnii  *  *-/* 


CAPITULO   VII 


Amagos  y  simulacros. — Confnsiún.--El  espíritu  público  en  España. — Rasgos  de  entusiasmo. 
Torpezas  yanlees. — El  bombardeo  de  Matanzas. — El  parte  oficial. — El  plandelosyankis. 
— El  intento  del  enemigo. — El  bombardeo  de  Cienfuegos. — Plazas  y  defensas  reforzadas. 
—  El  espíritu  de  las  tropas  y  voluntarios. — Despacho  oficial. — Apresamiento  del  Argo- 
nauta.— Triste  impresión. — Intento  de  desembarco. — Re  tirada  de  la  escuadra  bloqueadora. 


NDABA  Ja  escuadra  americana  por  las  aguas  de  Cuba  en 
amagos  sin  gallardía  y  en  juegos  y  simulacros  poco 
conformes  con  el  ardimiento  explosivo  de  que  se  sin- 
tieran poseídos  los  energúmenos  del  Capitolio  y  elim. 
paciente  Mac  Kinley.  1 

El  primer  destróyer  yanki  puesto  al  alcance  de  uno  de  núes- 

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tros  cañoneros,  habla  huido  con  teda  prudencia  y  con  toda  ve- 
locidad. Los  valientes  guardaban  sus  ai  restos  para  apresar  pi- 
ráticamente, á  traición  y  á  mansalva,  modestas  y  desprevenidas  embar- 
caciones mercantes. 

Era  indudable  que  reinaba  gran  coc fusión  en  las  esferas  oficiales 
de  los  Estados  Unidos,  y  más  especialmente  en  el  departamento  de  la 
Guerra.  Dos  meses  largos  había  estado  la  prensa  de  aquel  país,  y  con 
ella  los  políticos  y  los  agiotistas,  acumulando  cifras  y  más  cifras  de  miles 
de  hombres  y  de  millones  de  dollars,  con  los  cuales  amenezaban  des- 
truirnos en  veintinticuatro  horas. 


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Blanco  83 


658 

Y  había  producido,  seguramente,  en  ellos  extraño  asombro  el  es- 
pectáculo de  un  pueblo  que  parecía  rehuir  la  guerra  cuando  podía  con- 
s  derarla  lejana,  y  que  de  golpe,  cuando  más  próxima  la  viera,  se  trans- 
formaba completamente  é  iba  á  ella  sin  la  menor  vacilación. 

Mientras  en  las  Cámaras  de  Washington  reciiminábanse  unos  á 
otros,  sacando  á  la  colada  los  horrores  de  su  administración  y  la  flaque- 
za de  su  marina,  aquí  el  espíritu  público  revelábase  entero  con  mil  y  mil 
rp.sgos  de  maravilloso  entusiasmo. 

Madres  como  las  de  Badajoz,  que  desistía  de  librar  á  su  hijo,  al  en- 
terarse de  que  España  estaba  en  guerra  con  una  nación  extranjera;  ca- 
pitanes generales  como  el  anciano  é  insigne  conde  de  Cheste,  que  á  los 
ochenta  y  cuatro  años  iba  al  Senado  para  jurar  por  la  patria;  purpu- 
rados que  hablaban  como  habló  el  ilustre  cardenal  Sancha  y  el  venera- 
ble obispo  de  Tenerife;  oradores  como  Salmerón,  como  Silvela,como  el 
duque  de  Tetuáa  y  otros,  que  brindaban  á  España  la  fuerza  y  el  sacrifi- 
cio de  cuanto  representan  los  partidos;  el  desprendimiento  colosal  de  un 
marqués  de  Arguelles  donando  al  gobierno  español  dos  millones  de 
duros  para  la  guerra;  los  generosos  y  expléndidos  donativos  de  todas 
las  clases  sociales,  desde  el  grande  de  España  al  portero  y  al  sereno 
humilde,  ponían  á  luz  clarísima  la  decisión  de  nuestro  país  á  no  retro- 
ceder, costara  lo  que  costara  y  sucediera  lo  que  sucediera.  ^ 

El  caso  era  para  asombrar  á  cualquier  yankee  y  trastornarle  el  poco 
juicio  que  los  Sherman,  los  Morgan  y  demás  vociferadores  le  hablen 
dejado  en  aquellos  tres  últimos  años  de  bravatas  de  todo  género,  for- 
muladas detrás  de  las  paredes  del  Capitolio. 

A  aumentar  esa  confusión  contribuyó,  sin  duda,  algo  también  la 
torpeza  de  los  marinos  norteamericanos,  bien  demostrada  á  la  fecha  con 
la  varadura  que  sufrió  uno'de  sus  cruceros  en  la  costa  occidental  de 
Pi  jar  del  Río,  con  la  colisión  de  los  monitores  J^o/wr^  y  Terror,  que  por 
colisión  nos  la  dieron  las  Agencias  por  efecto  de  una  torpe  maniobra, 


659 

aunque  es  posible  que  la  pérdida  del  Hornet  se  debiera  á  otra  causa,  y 
con  el  chasco  que  les  dio  el  Montserrat,  burlándose  en  sus  propias 
barbas. 


* 
*  * 


En  cuanto  á  lo  que  calificaron  los  periódicos  yankis  de  bombardeo 
de  Matanzas,  y  que  no  fué  más  que  un  intento  ó  ensayo  del  alcance  de 
sus  cañones,  hubo  tales  contradicciones  y  tanta  exageración  por  parte 
de  las  Agencias  telegráficas,  que  difícilmente  hubiéramos  podido  for- 
mar juicio  de  los  sucesos,  á  no  haber  llegado  con  oportunidad  el  parte 
oficial  que  transcribimos  á  continuación,  para  que  nuestros  lectores 
puedan  formar  juicio  exacto  acerca  de  las  proporciones  que  tuvo  el  hecho. 

En  él  daba  cuenta  el  general  Blanco,  sobria  y  sencillamente  de  la 
agresión  tan  ridicula  como  brutal  que  los  americanos  llevaron  á  cabo  la 
tarde  del  27.  Los  despachos  de  la  prensa  americana,  que  más  ó  menos 
desfigurados  llegaban  á  Madrid  por  Londres  y  Paris,  cuando  no  venían 
directamente  desde  Nueva  York  ó  desde  Cayo  Hueso,  dieron  el  28  pro- 
porciones desmedidas  y  atribuyeron  resultaron  falsos— 60  bajas  y  la 
destrucción  completa  de  las  baterías  del  Morrillo  de  Matanzas — á  lo  que 
solo  nos  pareció  en  el  primer  momento  un  simulacro  de  bombardeo,  y 
que  no  pasó  de  simple  reconocimiento  de  nuestras  fortificaciones. 

Destruidas  éstas,  según  la  versión  yanqui,  es  lo  cierto  que  no  su- 
frieron el  menor  daño,  como  tampoco  se  sintieron  en  la  plaza  los  ex- 
tragos de  la  artillería  enemiga,  aún  menos  certera  que  animosa.  Los  cin- 
co barcos  americanos  que  tomaron  parte  en  el  bombardeo  (P),  perma- 
necieron constantemente  fuera  de  la  acción  de  los  cañones  españoles, 
por  desgracia  muy  inferiores  en  calidad  y  alcance.  El  fuego  duró  cerca 
de  una  hora,  más  los  disparos  no  llegaron  á  cincuenta  en  la   escuadra. 


660 

eí  pasaron  de  diez  y  ocho  en  las  dos  baterías  hostilizadas.  Sin  pérdida 
alguna  en  las  cosas  ni  en  las  personas,  pudieron  el  pueblo  y  la  guarni- 
ción de  Matanzas  celebrar  la  retirada  de  los  buques  enemigo^,  mientras 
nuestras  armas  obtenían  en  el  campo  inmediato  señalada  victoria  sobre 
las  partidas  insurrectas,  que  comenzaban  á  operar  por  aquslla  parte  en 
movimiento  de  concentración. 


*** 


Se  d  jo  aquellos  días  que  el  plan  délos  norteamericanos  consistía, 
á  la  fecha,  si  es  que  por  ventura  llegaron  á  poder  trazarse  algún  plan 
de  gueri?,  ea  apcdeía'se  de  Matanzas  y  fijar  allí  su  base  de  operacio- 
iies,  para  avanzar  más  tatde  sobre  la  Habana.  Suponíase  que  los  rebel- 
des concu  ri  ían  por  tierra  al  ataque  de  la  plaza  elegida  y  que  instala- 
rían f  l*í,  proviiionalnaente,  la  capital  de  la  famosa  República  cubana. 
Hubo  quien  añadió  que  Méximo  Gómez  y  Cílixto  G.arcía  tenían  ya  to- 
madas todís  las  disposiciones  necesarias  para  la  ejecución  del  proyecte , 
Y  que  Matanzas  vendría  á  ser,  si  se  lograse,  el  principal  punto  de  abas- 
tecimiento de  la  insurrección  en  armas,  víveres,  municiones  y  toda 
clase  da  pertrechos. 

A  ser  ciertas  estas  noticias,  la  intentona  de  los  yanquis  y  sus  alia- 
dos comenzaba  con  un  doble  descalabro,  pues  por  poca  importancia  mi- 
litar que  tuviera  ese  hecho  de  aimas,  el  segundo  de  la  guerra,  resultó 
tan  favorable  y  satisfactorio  para  nosotros  como  el  primero,  que  fué  ( 1 
í  fortunado  combate  de  artillería  entre  la  I.igci-a,  no  más  grande  que 
uco  de  los  vapores  golondrinas  de  nuestro  puerto,  y  el  orgulloso 
Cttshitig,  mo  de  los  mejores  destroyers  americanos. 

Cuando  la  cañonera  Zí^^Tí?  destrozó  la  máquina  del  Ci.s/nng  de- 
lunte  de  Cárdenas,  la  tarde  del  23,  con  una  bíla  que  le  metió  en  el  eos- 


661 
tado,  las  Agencias  nos  contaron  que  este  destróyer  hab'a  si'T  ido  la  gra- 
ve avería  por  habérsele  volcado  el  vapor  hacinado  maniobtas.  Y  des- 
pués se  supo  que  no  había  en  todo  ello  ni  una  palaba  de  verdad,  sino 
el  deseo  de  cubrir  un  fracaso.  Y  como  vulgarmente  se  dice,  quien  hace 
u:i  cesto  hace  ciento. 

Cou  el  despacho  del  general  B'ancoá  la  vista,   es  fácil  apreciar  la 
verdadera  importancia  del  bombardeo  (?)  de  Mstinzas. 


*  * 


<(,Habana  27.— Capifáo  general  á  ministro  Guerra: 

Al  mediodía  del  27,  tres  cruceros  americanos  rompieron  fuego  so- 
bre las  baterías  del  Morrillo,  puerto  de  Matanzas,  sin  causar  daño;  de 
32  disparos  hechos,  sólo  dos  cayeron  próximos  á  la  bateiía;  las  nues- 
tras hicieron  i4  disparos,  contestados  por  los  cruceros  con  multitud  de 
granadas  de  metralla,  que  tampoco  hicieron  dan-;  contra  la  batería  de 
Sabanilla  hicieron  más  de  40  disparos,  que  sólo  mataron  un  mulc;  la 
batería  disparó  cuatro  cañonazos  por  estar  los  barcos  sólo  al  alcance  de 
uno  de  los  cañones. 

La  escuadra  enemiga  se  componía  de  cinco  buques,  que  han  dispa 
do  granadas  contra  la  plaza,  cayendo  varias  en  ella,  algunas  de  grueso 
calibre,  sin  causzr  daño  á  la  población. 

Los  cónsules  de  Francia  y  Austria  protestan   contra  violaciones 
guerra,  por  bombardeo  sin  previo  aviso;  las  tropas  de  la  plaza   ocupa 
ron  sus  puestos  animados  del  mejor  espíritu,  habiéndose  hecho  dignes 
del  mayor  elogio  las  que  guarnecían  los  fuertes  cañoneados;  el  bom 
bardeo  duró  una  hora.    Al  parecer,   se  ha  causado  aveiías  en   apareja 
barco  enemigo  de  tres  chimeneas. 

Al  propio  tiempo,  el  coronel  AlfiU  alear  zaba  y  batía  en  Mogote, 


662 

si  Sur  de  Matanzas,  á  las  partidas  concentradas  al  mando  del  cabecilla 
Bethancourt,  tomando  sus  posiciones  al  enemigo,  que  dejó  20  muertos, 
muchas  armas,  caballos  y  efectos:  identificados  cabecillas  Cía  y  Zamo- 
ra; las  tropas,  dos  soldados  muertos,  y  heridos  un  teniente  y  dos  tíe 
tropa. 

Felicito  al  general  Molina,  guarnición  de  Matanzas  y  columna 
Alfau  por  su  bizarro  comportamiento. 

Se  ha  presentado  en  Matanzas  el  titulado  capitán  Nojas,  con  cinco 
rebeldes  más,  armados  y  montados.  — //«a ¿>j na». 


Como  se  vé,  y  supusimos,  los  detalles  que  dieron  las  Agencias  so- 
bre el  teriible  bombardeo  de  Matanzas,  eran  falsos  los  unos  y  muy  exa- 
gerados los  demás. 

Si  los  yankees  se  proponían  destruir  las  baterías  que  se  estaban 
levantando  á  la  entrada  del  puerto,  su  acierto  no  correspondió  á  su 
propósito;  sólo  dos  desús  disparos  enviáronlos  proyectiles  cerca  de 
una  batería;  los  demás  se  perdieron. 

Cierto  que  algunas  granadas  cayeron  dentro  de  la  ciudad;  pero, 
además  de  que  no  causaron  daño,  el  hecho  dio  motivo  para  que  los 
cónsules  de  Francia  y  Austria  protestasen  de  que  la  población  hubiese 
sido  bombardeada  sin  previo  aviso,  violando  les  leyes  de  la  guerra. 

No  es  hora  ya  de  perder  el  tiempo  preocupándonos  respecto  á  les 
prácticas  que  observan  en  estos  casos  los  pueblos  de  Europa;  pero  tan 
poco  debemos  dejar  pasar  estos  sucesos  que  obedecieron,  sin  duda,  á 
un  plan  preconcebido,  sin  señalar  los  fines  que  con  ellos  perseguía  el 
enemigo. 

Generalmente,  en  estos  sucesos  no  se  vé  más  que  el  resultado  in- 


063 

mediato;  se  cuentan  los  destrozos  materiales,  las  bajas,  y  como  el  hecho 
no  tiene  importancia  suficiente  para  resolver  el  problema,  se  espera 
con  mayor  ó  menor  importancia  otro  acto  de  hostilidad  délos  conten- 
dientes. En  el  caso  que  nos  ocupa  conviene  ahondar  un  poco. 

En  el  bombardeo  de  Matanzas  hubo  algo  más  que  los  daños  mate- 
riales. Hubo  el  intento  manifiesto  de  someter  por  el  terror  á  los  cuba- 
nosleales  divorciándolos  déla  causa  de  España.  Hubo  el  intento  de 
obligarles  á  que  se  volvieran  contra  nosotros  mismos.  Hubo,  en  una 
palabra,  el  propósito  de  someterlos  á  un  poder  extraño,  no  sólo  sin 
contar  con  su  voluntad,  sino  violentándosela  por  los  medios  más  bár- 
baros y  más  odiosos. 

Holgarían  seguramente  tales  observaciones,  si  los  Estados  Unidos 
no  hubieren  invocado  el  amor  á  la  paz  y  el  horror  que  les  inspiraban 
los  males  producidos  por  la  guerra,  para  encubrir  sus  propósitos  ane- 
xionistas. Ya  se  vio  cíián  humanitarios  fueron  los  procedimientos  á  que 
ellos  apelaron.  Huyendo  de  las  fortalezas  de  la  Habana,  donde  había 
cañones  que  les  podían  contestar,  y  dirigiendo  los  suyos  sobre  pobla- 
ciones á  donde  sus  fuegos  podían  alcanzar  á  los  que  no  combatían,  á 
las  mujeres  y  á  los  niños,  sin  mayor  riesgo  para  sus  barcos. 


# 

*  * 


En  la  mañana  del  29  se  presentaron  frente  á  Cien  fuegos  tres  bu- 
ques de  guerra  norteamericanos. 

Hicieron  algunas  maniobras  y  sondeos  sin  duda  para  evitar  los 
bajos,  que  en  aquella  costa  son  peligrosos,  y  á  la  una  de  la  tarde,  acer- 
cándose cuanto  pudieron  á  la  costa,  rompieron  el  fuego  contra  la  plaza. 

Durante  media  hora  los  tres  barcos  arrojaron  bombas  sobre  Cien- 
fuegos,  pero  este  cañoneo  no  produj'^  más  que  un  resultado:  demostrar 


664 

oue  Ja  perla  del  Sur  se  hallaba  á  cubierto  de  los  fuegos  de  la  escuadra 
enemiga. 

Las  bombas  cayeron  á  cuttro  muías  de  distancia  de  los  muelles 
del  puerto. 

Biea  porque  el  objtto  de  los  comandantes  de  los  acorazados  no 
fuera  o  ti  o  que  el  de  practicar  reconocimiento?,  bien  porque  se  con- 
vencieran de  la  inutilidad  del  bombardeo,  es  lo  cierto  que  á  la  una  y 
media  el  vigía  del  caslil  o  de  Sagua,  que  se  halla  casia  la  entrada  del 
puerto,  señaló  el  aviso  de  que  los  tres  barcos  se  retiraban. 

La  plíza  desdeñó  el  fuego  del  enemigo  y  no  contestó  ni  á  uno  solo 
de  los  disparos,  con  lo  cual  no  sólo  evitó  el  gasto  ÍLÚtil  de  municiones, 
sino  que  el  enemigo  hiciera  cálculos  sobre  la  situación,  número  y  cali- 
bre de  las  baterías. 

Merece  consignarse  la  tranquilidad  con  que  la  población  presenció 
el  cañoneo,  y  la  satisfacción  y  regocijo  con  que  celeb.aba  la  gente  qae 
acudió  á  los  muelles,  el  que  las  bombas  estallaran  á  tan  larga  distancia. 

Hasta  la  fecha  no  se  tenía  noticia  alguna  que  diera  crédito  á  los  ru- 
mores sobre  desembarco  en  aquellas  costas. 

Las  guarniciones  de  todas  las  plazas  del  litoral  habían  quedado 
reforzadas,  y  se  ejercía  gran  vigilancia  en  los  lugares  de  la  costa  que 
estaban  más  amenazados. 

Donde  el  blcqueo  era  más  efectivo  á  la  fecha,  era  en  la  Habana, 
Matanzas  y  Cárdenas. 

En  todas  estas  plazas  se  habían  reforzado  las  defensas,  sobre  todo 
con  artilleiia. 

El  espíritu  de  las  tropas  y  voluntarios  era  excelente. 

De  los  Estados  Unidos  lograban  llegar  allí  algunas  noticias  que,  á 
poce  de  ser  conocidas,  circulaban  con  gran  exageración;  pero  estaba 
hecha  la  opinión  á  todo  y  ya  no  ejercían  los  noticiones  gran  influencia 
en  el  ánimo  de  las  gentes. 


* 
*  * 


La  noticia  sobre  el  cañoneo  de  Cienfuegos  fué  confirmada  por  el 
espitan  general  de  Cuba,  añadiendo  un  detalle  de  inteiés  sobre  la  parte 
que  tomaron  algunos  cañoneros  españoles. 
He  aquí  el  despacho  oficial: 

^Habana,  30.  —  Capitán 
general  á  ministro  Guerra: 

Cañoneada  hoy  batería 
entrada  puerto  Cienluegos, 
siendo  rechazado  barco  ene- 
migo tan  sólo  por  tres  caño- 
neros nuestros,  que  salieron 
fuera  del  puerto;  por  nuestra 
parte  pequeños  desperfectos. 

Otros  barcos  enemigos 
amenazaron  costa  Mariel  ; 
fuerzas  convenientemente  si- 
tuadas acudieron  al  punto 
atacado. 

Escuadra  enemiga  frente 
Yi  ib&uSi.— Blanco .» 

A  este  despacho  siguió 
otro  comunicando  una  mala 
noticia,  que  causó  triste  impresión  en  la  opinión. 

Referíase  la  mala  nueva  al  apresamiento  del  vapor  español  Argo- 
nauio  por  los  barcos  enemigos  en  bloqueo  ds  Cienfuegos,  que  hacía  la 
travesía  de  Batabanó  á  Santiago  de  Cubi,  haciendo  prisioneros  al  coro- 
nel señor  Cortijo,  un  médico  mayor,  seis  oficiales,  tres  sargentos  y  cinco 

Blanco  84 


DON  SALVADOR  BARRERA 
Superviviente  del  naufragio  del  vapor  «Tritón» 


666 

soldados,  y  apoderándose  de  seis  csjas  de  fusiles  Msüser,  25  de  muni- 
cfoDes  y  14  con  medicinas. 

Dfjaron  marchar  en  botes  á  los  pssfjeros,  y  con  éstos,  fingiéndcsa 
PEÍS8D0F,  eícsparon  el  sobrecargo,  un  cabo  y  dos  soldados. 

El  Argoncuia  y  pasaje  fué  ?£queado  por  la  marineiía  yanqui. 

A  las  seis  y  media  de  la  tarde  del  30  intentaron  un  desembarco  de 
fuerzas  en  la  playa  de  Herradura,  un  acorazado  y  tres  barcos  de  guerra 
yanquis,  en  varios  lanchones 

Al  verlos  tuestrss  fueizas  hicieren  fuego  sobre  ellos,  siendo  con- 
testado con  ocho  ó  diez  csñonazof,  retirándoíe  á  la  vista  de  la  costa 
hasta  las  ocho  pr<'ximímerte,  que  desepaiecieron  por  la  playa  Do- 
minica. 

Llámase  Hcn  adnra  á  la  pequeña  península  que  cierra  por  el  Nor- 
desde  el  pueito  de  Cabanas  (Pinar  del  Río). 

El  puerto  llamado  ds  la  Dominica  hállase  en  la  costa  Norte,  y  la 
forma  la  beca  del  río  de  su  nombre,  encontrándose  situado  á  unos  seis 
kilómetics  a!  Oeste  de  Msriel  y  diez  al  Este  del  puerto  de  Cabinas. 

El  dí.i  I."  df  Mayo  desapareció  de  la  vista  de  le  Habana  la  escua- 
dra bloqueadora,  ignorándose  el  rumbo  que  había  tomado,  si  bien  se 
si'puso  que  se  había  dirigido  a  Cayo  Hueso. 


CAPITULO    VIII 


Ansiedafl  no  satisfecha. — Ellos  t  nosotras. — .Vpertara  del  Parlamento  insular. — El  Mensaje. 
—  El  general  Blanco. — A.  morir  por  la  patria. — El  desfile. — Entusiasmo  popular. — Fecha 
memorable. — El  régimen  aatjnómico. — Inteoto  de  desembarco. — Día  de  emociones. — 
En  presencia  del  enemigo. — Crucsro  janki  cañoneado.— Batida  general.  — Enenentroa  y 
combates. — Los  saluios  del  Morro. — La  goleta  Santiag uito . — Bombardeo  de  Matanzas. 
Exfectación  é  inquietud. 


ORzoso  !e  fué  á  la  opinión  pública  dominar  un  poco  su 
ansiedad,  acabando  por  persuadirse  de  que  los  sucesos 
de  la  guerra  no  iban  al  compás  de  nuestras  patrióticas 
impaciencias. 
En  ello  había  motivo  de  satisfacción  más  que  de  enojo; 
porque  siendo  nosotros  los  atacados,  los  injusta  y  brutal- 
mente agredidos,  la  lentitud  en  las  operaciones  del  enemigo 
revelaba  que  sus  fuerzas  efectivas  no  guardaban  proporción  con  su 
poderío  aparente,  y  que  no  le  era  tan  fácil  como  habíase  imaginado 
apoderarse  de  Cuba  y  lanzar  de  aquel  pedazo  de  nuestro  territorio  á  los 
que  lo  habían  descubierto  y  conquistado  á  la  civilización,  como  le  fue-- 
ra  bu  lar  á  nuestra  diplomacia  y  entenderse  con  nuestros  políticos. 

Ea  do3  años  dedicadoj  á  preparar  la  guerra   acopiando   para  ella 


668 


I 


toda  clase  de  pertrechos,  lanzando  al  mar   buques  formidables,  exal 
tando  el  espíritu  de  sus  milicias  con  el  incentivo  de  una  gloria  poco 
costosa,  no  había  podido  ese  coloso  americano  ponería  siquiera  en  con- 
diciones de  aprovechar  los  primeros  efectos  de  la  inicua  agresión.  i 

Irresoluto,  vacilante,  en  el  mismo  grado  que  poco  antes  se  nos 
mostrara  provocador  y  soberbio,  no  se  atre"vía  á  saltar  en  tierra  espa- 
ñola, ni  por  el  mar  era  osado  á  otras  empresas  que  á  la  fácil  captura  de 
bateos  indefensos,  ó  á  cañonear  desde  lejos  ciudades  escfsamente  de- 
fendidas. Apenas  había  pretendido  enderezarse  sobre  sus  pies  de  barro, 
cuando  ya  estaba  á  punto  de  venir  al  suelo  entre  las  carcajadas  de  Eu- 
ropa. 

Probóse  con  esto,  no  solamente  que  la  que  se  tuvo  por  sublime 
locura  de  España,  pudiera  ser  obra  menos  temeraiia  y  de  más  positi- 
vos resultados  de  lo  que  en  un  principio  se  imaginara,  sino  que  con 
toda  seguridad  habría  bastado  á  los  gobernantes  españoles  el  no  temer 
la  guerra  para  impedirla,  y  el  no  ceder  á  las  exigencias  de  Washing- 
ton, para  privar  á  la  insurrección  de  Cuba  de  su  ayuda  más  eficaz  y 
del  aliento  que  estuvo  recibiendo  poi  espacio  de  tres  años. 

Ni  uno  sólo  de  los  buques  que  íjetreabsn  frínte  Jas  costas  de  Cub?, 
sin  atreverse  á  ofrec:r  blanco  á  las  baterías  españolas,  estaba  listo  pera 
combatir  cuando  ocurrió  el  incidente  del  Alliance.  No  hsVía  por  en- 
tonces en  los  Estados  Unidos  pólvora  almacenada,   ni  cañones  en  los 
parques,  ni  defensas  en  las  costas,  ni  casi  ningún  elemento  de  guerra 
con  que  acudir,  no  ya  al  ataque  de  nuestras  posesiones  insulares,  sino 
á  la  guarda  y  protección  de  sus  propios  puertos.  Pudimos  hacer  respe- 
tar ruestro  derecho:  mas  aún,  pudimos  imponer  nuestra  voluntad,  re- 
duciendo para  siempre  la  cuestión  de  Cuba  á  un  simple  problema  de 
política  interior,  y  las  debilidades  de  arriba  nos  perdieron.  Aquel  gra- 
ve pecado  de  los  que  á  la  sazón  imperaban  en  España,  se  había  de  la- 
var á  la  f.cha  con  sangre  del  ejército,  con  sangre  del  pueblo. 


669 

Pero  por  más  que  hubiesen  pasado  las  ocasiones  mejores  y  aún  vi- 
niendo la  guerra  después  de  un  largo  período  en  que  el  enemigo  pudo 
prepararse  cuanto  quiso,  mientras  nosotros  continuábamos  desaprove- 
chando el  tiempo,  veíase  claramente,  á  la  fecha,  que  el  agresor  no  con- 
taba con  nuestra  resistencia,  sino  con  nuestra  última  humillación.  Esto 
no  lo  decimos  nosotros,  cuyo  juicio  pudiera  recusarse  por  interesado, 
lo  dijeron  todos  los  pueblos  de  Europa;  lo  apreciaron  todos  los  gobier- 
nos, y  hasta  la  musa  festiva  de  los  satíricos  y  el  lápiz  de  los  caricaturis- 
tas de  Londres  y  París  lo  tradujeron  en  intencionadas  expresiones. 

Escuadras  por  el  Norte,  por  el  Sur,  por  el  Este  y  por  el  Oeste;  la 
mar  entera  llena  de  barcos,  y  no  habían  podido  registrar  á  los  nueve 
días  de  rotas  las  hostilidades  más  que  la  fuga  del  Cushing  ante  una  ca- 
ñonera microscópica,  y  la  triunfal  entrada  en  Cien  fuegos  de  nuestro 
vapor  Monserrat  burlando  el  bloqueo  de  aquellas  extensas  costas. 

Iban  á  restablecer  la  paz  en  la  isla  de  Cuba,  á  expulsarnos  de  allí 
á  las  cuarenta  y  ocho  horas,  y  ya  no  sabían  por  donde  desembarcar,  ni 
cuando  desembarcarían.  Se  trató  al  principio  de  lanzar  sobre  nosotros 
cien  mil  hombres;  luego  les  pareció  que  sería  mejor  no  comprometer 
más  que  cincuenta  mil;  después  redujeron  Ja  cifra  á  la  quinta  parte; 
después  á  la  décima  y,  por  último,  dudaban  hasta  para  poner  en  tierra 
dos  ó  tres  mil  de  aquellos  guerreros  provistos  de  armas  virginales  y  cu- 
yas campañas  no  habían  atronado  todavía  más  que  el  recinto  de  los  bars 
americanos. 


*** 


A  las  dos  de  la  tarde  del  4  de  Mayo  se  verificó  en  la  capital  de  la 
mayor  de  nuestras  Antillas  la  solemne  apertura  del  Parlamento  insular. 

Salió  el  general  Blanco  del  palacio  de  la  Capitanía  en  una  carroza, 
acompañado  de  los  señores  general  González  Parrado  y  Congosto. 


670 

Qiince  cañonjzos  anuncifiron  la  salida  de  palacio  del  capitán  ge- 
neral, y  otros  quince  que  había  llegado  al  antiguo  Casino  Español, 
donde  habíase  instalado  el  Parlamento. 

El  trayecto  que  recorrió  el  gobernador  general  estaba  engalanado  y 
cubierto  por  las  tropas. 

En  los  balcones  había  mucha  gente  presenciando  el  paso  de  la  co 
mitiva. 

El  acto  resultó  serio  y  majestuoso. 

Dióse  lectura  del  Mensaje,  que  protestaba  contra  las  imposiciones 
del  extranjero  y  recordaba  el  ejemplo  de  las  cortes  de  Cádiz. 

Rodeaban  al  general  Blanco  las  secretarios  del  despacho,  los  repre- 
sentantes y  Jos  consejeros,  colocados  en  el  centro  del  salón. 

Al  extremo  del  mismo  estaba  el  público,  en  el  que  figuraban  bas- 
tantes señoras. 

Al  terminar  la  lectura  del  Mensaje,  el  general  Blanco  dio  un  vivaá 
España,  que  fué  contestado  unánimemente. 

—Juráis  todos  morir  por  ella?— preguntó  á  seguida  el  general 
B  anco. 

—  ]Sí,  sí!— contestaron  todos  los  asistentes,  dando  otros  vivas  á  Es- 
paña y  uno  al  general  Blanco,  salvador  de  Cuba. 

Al  salir  del  Parlamento  y  al  entrar  en  la  Capitanía  general  se  dis- 
pararon otros  15  cañonazos,  como  á  la  ida. 

La  multitud  que  había  en  las  calles  y  en  los  balcones  presenciando 
el  lucido  desfile  aclamó  entusiásticamente  al  general. 


* 

*  * 


F.cha  de  gran  relieve  para  nuestra  historia  fué  la  del  4  de  Mayo  de 
1898. 


671 

El  régimen  autonómico  que  nos  iba  á  dar  ia  paz  á  la  patria  poni  n- 
do  término  á  una  guerra  tan  injusta  como  cruenta,  quedó  ese  día  defi- 
nitivamente constituí  Jo  en  Cuba  con  la  inauguración  de  la  Cámara  in- 
sular. 

Pero  ese  órgano  de  expresión  del  nuevo  régimen  político  en  nues- 
tra colonia  antillana  inauguró  sus  funciones  en  medio  de  la  pública  in- 
diferencia de  Ja  Metrópoli,  porque  la  opinión  y  los  intereses  hallábanse 
bajo  el  peso  de  grandes  desdichas. 

¿Qué  había  quedado  de  equellos  ministros  insulares?  ¿Qaé  había 
sido  de  aquellos  manifiestos  de  Govín?  ¿Qué  del  viaje  redeator  de  Gi- 
berga  y  Dolz? 

Nadie,  ni  el  mi-mo  gobierno  central  que  puso  en  la  autonomía  te- 
da la  esperanza  y  en  el  desarrollo  del  régimen  todas  sus  ilusiones,  se 
Ecordaron  dicho  día  de  que  iba  á  constituirse  la  Cámara  insular  en  Cu- 
ba, instalándose  ¡qué  sarcasmo!  en  el  mismo  edificio  que  durante  mu- 
chos años  fué  la  casa  de  los  españoles. 

La  enormidad  del  fracaso, — ¿porqué  no  confesarle? — y  las  desven- 
turas que  pesaban  sobre  la  nación,  parece  fué  la  causa  de  que  se  olvi- 
dara todo  eso  que  en  su  ¿ía  habrá  de  ocupar  una  página  dolorosa  en  Ja 
historia  de  España. 

El  general  Blanco  fué  á  presidir  la  primera  sesión  de  esa  Cámara, 
llevando  como  asesores  á  Govín  y  Dolz  y  tenieniío  como  inspirador 
del  patriotismo  á  Giberga,  en  el  momento  mismo  en  que  los  acorazadcs 
americados  bombardeaban  la  costa  para  preparar  el  desembarco  y  en  el 
instante  en  que  se  combinaba  en  el  cmpamento  de  Máximo  Gómez  el 
plan  que  habían  de  seguir  las  fuerzas  rebeldes  coa  las  americanas  que 
habían  de  invadir  el  territorio. 


*** 


672 

El  día  6  se  confirmaron  oficialmente  los  rumores  sobre  intento  de 
desembarco  de  faeiza  americana  cerca  de  la  capital  de  la  isla. 

Según  participó  el  comandante  militar  de  Guanajay,  las  fuerzas 
que  vigilaban  la  costa  divisaron  en  la  tarde  del  4  un  remolcador  ame- 
ricano que  llegaba  á  la  costa,  entre  Baracoa  y  Bañes  (cerca  de  Mariel), 
saltando  de  él  á  tierra  algunos  individuos. 

El  general  Hernández  de  Velasco,  al  dar  cuenta  de  este  suceso, 
añadía  que  la  fuerza  de  caballería  acudió  en  el  acto  al  sitio  del  desem- 


i 


ACORAZADO  KORT E-AMERICANO  «YOWAv. 


barco,  y  haciendo  fuego  sobre  el  remolcador  y  suíi  tripulantes,  obliga- 
ron á  reembarcarse  á  los  que  estaban,en  tierra,  operación  que  fué  pro- 
tegida por  fuego  de  cañón,  que  los  nuestros  contestaron  con  fuego  de 
fusilería,  resultando  de  esta  refriega  tres  soldados  heridos  y  dos  caballos 
muertos. 

El  remolcador  enemigo  se  alejó  sin  lograr  su  intento,  y  la  vigilan- 
cia en  la  costa  quedó  redoblada. 

Otro  remolcador  americano  apresó  el  día  6  tres  botes  pescadores 
frente  á  la  playa  de  Cogimar,  inmediata  á  la  Habana. 

El  día  5  hubo  grandes  emociones  en  la  capital. 


I 

i 


673 

Como  la  escuadra  de  bloqueo  se  había  retirado,  y  los  despachos 
anunciaban  su  presencia  frente  á  Cárdenas,  creíase  que  entraba  en  sus 
planes  el  dirigir  la  acción  hacia  otros  puertos;  pero  hacia  el  medio  día 
volvieron  á  aparecer  en  aquellas  aguas  los  barcos  yackis. 

Nada  menos  que  doce  cañoneros  se  divisaban  frente  á  la  plaza,  ca- 
-  ñoneros  que  se  movían  mucho,  evolucionando  en  direcciones  distintas 
y  en  movimientos  rápidos,  dando  origen  á  que  se  redoblasen  las  pre- 
cauciones. 

El  general  Blanco,  acompañado  del  jefe  del  Estado  mayor,  general 


FUERTE   DE   PUNTA  GORDA    (Santiago   de   Cuba) 

señor  Solano,  recorrió  las  fortificaciones  y  baterías  avanzadas  dando  so- 
bre el  terreno  las  instrucciones  convenientes. 

La  guarnición  y  los  batallones  de  voluntarios  estuvieron  sobre  las 
armas,  apercibidos  para  todo. 

Pero  la  cosa  no  pasó  á  mayores. 

La  escuadra  de  bloqueo  continuó  el  día  7  sus  movimientos  desde 
la  costa  de  Pinar  del  Río  á  Matanzas  y  tan  pronto  se  colocaba  ala  vista 
déla  Habana  como  desaparecía. 

En  toda  la  costa  y  algunas  poblaciones  se  realizaban  muchos  traba- 
jos de  defensa,  sobre  todo,  en  Pinar  del  Río  y  Cárdenas. 

Blanco  85 


674 

Las  baterías  de  la  Habana  volvieron  á  hacer  fuego  el  día  7  contra 
la  escuadra  enemiga. 

A  las  cinco  y  media  de  la  tarde  se  destacó  de  Ja  escuadra  bloquea- 
dora  un  crucero,  el  cual  enfiló  la  entrada  del  puerto  de  la  Habana,  de- 
teniéndose, después  de  acercarse  más  de  lo  regular,  frente  al  castillo 
del  Morro. 

Entonces  rompió  el  fuego  la  batería  de  la  playa  del  Chivo  sobre  el 
buque  enemigo,  y  entre  los  varios  cañonazos  que  se  le  dispararon  pudo 
apreciarse  perfectamente  desde  tierra  que  el  proyectil  de  uno  de  ellos 
cayó  muy  cerca  del  crucero  yanki,  cubriéndole  de  agua  y  haciéndole 
inclinar  de  un  lado. 

El  buque  enemigo  se  retiró  á  toda  máquina^  ignorándose  si  los  dis- 
paros de  nuestras  baterías  causaron  algún  destrozo  en  el  crucero  ame- 
ricano. 

Un  público  numeroso  presenció  el  suceso  desde  el  litoral  sin  que 
se  produjera  la  menor  alarma  en  ningún  momento. 


#  * 


i 


Rotas  las  hostilidades  con  todo  rigor  en  la  isla  el  día  30  de  Abril, 
según  bando  del  capitán  general  y  general  en  jefe  de  aquel  ejército, 
desde  dicha  fecha  se  batió  todos  los  días  en  todas  partes  á  las  partidas 
que  tenían  manifiesto  plan  de  atacar  poblados,  y  que  lo  intentaron  in- 
fructuosamente, sufriendo  bastantes  bajas. 

En  Pinar  del  Río,  el  coronel  Devós,  en  el  potrero  Clemente  Cruz, 
batió  á  la  partida  Núñez,  tomando  su  campamento  y  recogiendo  el  ca- 
dáver del  cabecilla  citado,  nueve  más  de  insurrecctos  de  la  partida,  33 
armas  de  fuego,  la  blancas  y  tres  caballos.  S 

La  columna  sólo  tuvo  cuatro  heridos  de  tropa. 


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( 


675 

En  Las  Villas,  los  batallones  de  Tetuán  y  Granada  y  voluntarios 
de  Camsjuaní,  batieron  en  Pelayo  á  las  fuerzas  de  Máximo  Gómez,  re- 
cogiendo cuatro  muertos,  armas  y  caballos.  Nuestras  tropas  tuvieron 
un  oficial  y  siete  soldados  heridos. 

En  Covadonga  volvió  á  batir  dicha  columna  al  enemigo,  causán- 
dola un  muerto:  nosotros  cuatro  heridos. 

La  guerrilla  de  Placetas,  en  Loma  Cruz,  batió  á  una  partida  rebel- 
de, recogiendo  en  el  campo  de  la  acción  diez  muertos,  ocho  armas  de 
fuego  y  34  caballos.  Nuestras  fuerzas  tuvieron  un  herido  de  tropa  y 
dos  contusos. 

El  batallón  de  Borbón  batió  en  Santa  Rosa  á  las  partidas  mandadas 
por  los  cabecillas  Carrillo,  Tello  y  Sánchez,  recogiendo  tres  muertos. 
El  batallón  tuvo  ocho  heridos  de  tropa. 

En  Oriente,  los  batallones  de  la  Constitución  y  de  Asia  batieron 
al  enemigo  en  Palma,  resultando  tres  heridos  de  tropa. 

■El  de  Talavera  y  las  guerrillas  de  Baracoa  sostuvieron  combates 
con  bajas  del  enemigo  y  cinco  heridos  de  la  columna. 

Un  escuadrón  de  caballería  atacó  un  campamento  en  San  Juan 
(Guantánamo)  recogiendo  cinco  muertos.  Las  tropas  solo  tuvieron  un 
soldado  herido. 


*% 


A  las  ocho  y  media  de  la  mañana  del  7,  dos  barcos  norteamerica- 
nos perseguían  á  una  goleta  pescadora  frente  al  Vedado. 

Acercáronse  á  cinco  millas  de  la  costa,  y  entonces  rompieron  el 
fuego  contra  ellos  las  baterías  del  castillo  del  Morro,  haciendo  seis  dis- 
paros de  obús.  Uno  de  los  proyectiles  le  llevó  la  chimenea  y  un  palo 
al  crucero  que  iba  delante,  y  otro  proyectil  cayó  sobre  la  cubierta  del 
segundo  crucero,  ignorándose  el  daño  que  causara  al  barco. 


676 

Los  cruceros  contestaron  con  12  cañonazos  alejándose  enseguida 
rápidamente  á  toda  marcha. 

Gran  gentío  acudió  á  la  playa  á  presenciar  el  combate. 

El  barco  perseguido  era  la  goleta  Santiaguito,  que,  al  tomar  puer- 
to, fué  aclamada  por  el  pueblo  y  aplaudidos  sus  tripulantes  por  su 
valor  y  temeridad,  siendo  objeto  su  patrón  de  entusiastas  ovaciones. 

La  goleta  iba  llena  de  pescado  del  Yucatán. 

A  las  tres  de  la  tarde,  otro  buque  enemigo  hizo  faego  sobe  las  ba- 
terías de  la  entrada  del  puerto  de  Matanzas,  disparando  65  proyectiles 
contra  débil  blokaus  de  carbonera,  sobre  el  que  cayeron  19,  sufriendo 
los  consiguientes  desperfectos,  sin  otra  novedad  que  recibir  el  jefe  in  - 
geniero  de  montes,  don  Francisco  Bernat,  que  por  allí  se  hallaba  en 
funciones  de  servicio,  algunas  contusiones  de  piedras  desprendidas  al 
reventar  una  granada. 

La  situación  continuaba  siendo  la  misma. 

Los  buques  que  al  morir  el  día  7  sostenían  el  bloqueo  de  la  Haba- 
na eran  de  poca  importancia,  pues  los  que  había  de  gran  porte  frente 
al  puerto  salieron  con  rumbo  á  Puerto  Rico,  obedeciendo  órdenes  del 
gobierno  de  Washington,  y  con  objeto,  según  unos,  de  bombardear  la 
capital  de  la  pequeña  Antilla,  según  otros,  de  ir  al  encuentro  de  nues- 
tra escuadra  que  se  decía  había  zarpado,  al  fin,  de  Cabo  Verde,  al  ano- 
checer del  24,  con  rumbo  desconocido. 

Estas  noticias  produjeron  en  la  Península  gran  espectación,  no 
exenta  de  inquietud  mortal,  al  conocerse  la  supeiioridad  de  las  fuerzas 
navales  del  enemigo. 


,*sii¡e-, 


CAPITULO  IX 


Agitación  y  alarma. — Optimistas  y  alarmistas.— lofundios  fantásticos. — Noticias  absurdas.— 
Fiebre  de  noticias. — Impaciencia  y  ansiedad. — Expectación  pública. -La  escuadra  de 
Cervera  en  la  Martinica. — Las  baladronadas  yanquis. — Confianzas  de  la  opinión. — Inten- 
tos de  desembarco. — El  bombardeo  de  Cárdenas.  — El  enemigo  rechazado. — Arrojo  de 
nuestros  marinos. — Deseáis bro  de  la  escuadra  norteamericana.  — El  combate  naval  de 
Cárdenas. —Lucha  heróicn. — El  Antonio  López  y  la  Ligera. — La  Cruz  Roja.— Comentos 
y  aplausos. 

^^^^^ESDE  el  amanecer  del  día  8,  desde  que  se  presumió 
'^      que  nuestra  escuadra  de  Cabo  Verde,  al  mando  del 
contralmirante   don  Pascual   Cervera,   podía  llegar  á 
aguas  de  Puerto  Rico,  al  propio  tiempo  que  la  escuadra 
americana  que  mandaba  _el  almirante  Sampson;  desde  que  se 
consideró  como  inminente  un  encuentro  entre  ambas  flotas, 
rodabap  por  ahí  toda  clase  de  noticias  estupendas,  iban  y   ve- 
nían las  especies  más  absurdas  y  contradictorias,  manteníase 
el  juicio  público  en  el  mayor  de  los  extravíos. 

Tan  pronto  nos  anunciaban  los  optimistas  y  patrioteros  una  formi- 
dable y  gloriosa  victoria  naval,  como  nos  presentaban  los  alarmistas  á 
los  barcos  de  Cervtra  sufriendo  igual  dolorosa  suerte  que  la  de  los  que 
se  perdieron  en  la  bahía  de  Cavite,  la  tristemente  gloriosa  jornada  del 
I."  de  Mayo. 

Y  por  instantes  nos  transportaban  á  los  quintos  cielos  de  la  espe- 
ranza y  del  júbilo  patrióticos;  ó  nos  hundían  en  negras  simas  de  dolor 
y  desesperación. 


678 

Tan  insana  agitación  no  tenía  razón  de  ser,  porque  todas  esas  no- 
ticias, las  favorables  como  las  adversa5,  carecían  de  todo  fundamento 
serio,  racional.  Bastará  á  cualquiera  compararlas  entre  si  para  compren- 
der la  imposibilidad  de  que  fueran  todas  verdaderas,  lo  cual  prueba  que 
todas  eran  falsas. 

¿Cómo  es  posible  compaginar  telegramas  que  señalaban  la  presen- 
cia de  nuestra  escuadra  á  una  misma  hora  bombardeando  á  Charleston 
y  batiéndose  al  Noroeste  de  Santo  Domingo  con  los  buques  yankees? 

Ya  el  día  8  circuló  por  todas  partes  la  buena  nueva  de  que  había- 
mos derrotado  á  los  yanquis  en  el  Atlántico.  La  falta  de  precisión  de 
la  noticia  bastó  para  acogerla  con  reservas.  ¡En  el  Atlánticol  Lo  mismo 
hubiera  si  .¡o  decir  con  el  poeta:  «En  el  piélago  inmenso  del  vecío.»  Por- 
que paré;enos  qu3  el  Océano  Atlántico  es  bastante  grande  para  que  no 
estorbase  precisar  el  punto  con  relación  á  las  costas  ó  á  los  grados  de 

latitud. 

Eso  sin  contar  que  si  el  choque  hubiera  tenido  efecto  en  el  Atlán- 
tico, sin  que  se  añadiera  á  donde  habían  ido  á  parar  después  de  la  ba- 
talla una  ú  otra  flota  vencedora  ó  vencida,  no  sabemos  cómo  se  hubiera 
podido  conocer  la  noticia.  ¿O  es  que  en  alta  mar  hay  estaciones  tele-  ¿ 
gráficas  para  comunicarnos  las  nuevas  de  un  combate?  ¿Qué  medios 
misteriosos  emplearían  los  almirantes  para  hacer  saber  al  mundo  sus 
hazañas,  colocados  en  medio  del  Atlánttcr? 


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I 


♦ 
*  « 


I 


Eso  en  cuanto  al  contenido  de  la  noticia,  que  en  lo  tocante  á  su 
origen  había  más  de  un  motivo  de  crítica  racional  para  no  prestarle 
crédito  ni  un  momento  siquiera.  Desde  San  Roque  dijeron  el  día  9  que 
nos  habíamos  batido  con  los  yankees.  Desde  Londres,  comunicaron  á 
un  periódico  de  esta  condal  ciudad  igual  roticia. 


679 

Ahora  bien ;  ¿por  qué  extraños  caminos  había  dado  la  vuelta  esa 
especie,  que  todos  deseamos  fuera  verdadera,  que  aparecía  afirmada  en 
San  Roque  veinticuatro  horas  antes  que  en  Londres,  centro  hoy  y  siem- 
pre de  toda  información? 

Acaso,  acaso  desde  San  Roque  se  correría  á  Gibraltar  y  desde  Gi- 
braltal  á  Londres,  para  que  desde  la  capital  de  la  Gran  Bretaña  nos  la 
volvieran  á  comunicar,  aderezada  con  el  testimonio  del  duque  de 
Cannaugbt. 

El  caso  fué,  que  tal  noticia  había  ido  tomando  cuerpo,  y  en  la  no- 
che del  9,  no  ya  de  San  Roque  sino  de  Londres,  recibió  el  diario  «La 
Publicidad»,  por  el  cable,  vía  Marsella,  un  telegrama  expedido  á  las 
dos  de  la  tarde,  por  su  corresponsal  en  la  capital  británica,  diciendo 
que  según  despacho  recibido  por  el  duque  de  C^nnaught,  hijo  de  la 
reina  Victoria,  se  confirmaba  que  la  escuadra  española  había  obtenido 
una  victoria  en  el  Atlántico,  contraía  escuadra  yankee. 

Pero  dio  la  circunstancia  que,  á  las  pocas  horas  que  el  cablegrama 
de  Londres,  recibíase  un  telegrama  de  la  Agencia  Reuter,  la  cual,  con 
la  sinceridad  que  acostumbra,  no  daba  la  noticia  como  propia,  sino  que 
la  refería  á  cesas  que  se  decían  en  Cayo  Hueso,  donde  iban  á  parar  to- 
dos los  infundios  del  planeta; 

Allí,  en  Cayo  Hueso,  se  había  recibido  un  despacho  de  Forte  au- 
prince  que  decía,  que  según  referencias  del  Cabo  Haiti,  la  escuadra  de 
Sampson  había  visto  hacia  el  Norte,  el  referido  día  9,  die^  y  siete  navios 
españoles...  Añ&á.ÍB.  qViQ  los  marinos  alemanes  llegados  el  propio  día 
confirmaban  que  se  había  oído  un  fuerte  cañoneo  hacia  el  Noroeste  en 
la  tarde  del  susodicho  día. 

*  * 

No  fuera  necesario  decir  que  la  noticia  venía  de  Cayo  Hueso  para 
comprender  que  allí  se  había  engendrado,  porque  sólo  la  fantasía  deli- 


680 

rante  de  aquellos  laborantes  de  la  portería  de  la  manigua,  fantasía  que 
se  desbocaba  muy  á  menudo,  y  lo  mismo  inventaba  batallas  que  mul- 
tiplicaba las  Laves,  había  podido  ver  á  nuestros  cuatro  cruceros  y  á  los 
dos  destructores  convertidos  en  diez  y  siete  navios  españoles  entre  bar- 
cos de  guerra  y  otros. 

¿Qué  más  hubiéramos  podido  desear  sino  que  fuera  verdad  tanta 
billezs?  ¿Qué  más  hubiera  podido  anhelar  nuestro  patriotismo  sino  que 
en  el  Atlántico  y  desde  la  salida  de  Cabo  Verde,  cuatro  cruceros  se  hu- 
bieran convertido  en  diez  y  siete  poderosos  navio;?  Si  Sampson  había 
creído,  en  f  fecto,  ver  diez  y  siete  barcos  de  guerra,  bastara  eso  y  casi 
sobrara  para  que  hubiéramos  ganado  la  batalla  naval,  sin  contar  con  el 
indudable  valor  do  nuestros  marinos. 

Y  mientras  eso  circulaba  é  iban  y  venían  las  estupendas  nuevas, 
otras  no  menos  absurdas  se  engendraban  no  se  sabe  dónde,  para  llevar 
la  alarma  al  espíritu  público,  ya  muy  intranquilo,  conturbado,   excita 
díiimo. 

Era  tan  perturbadora  la  fiebre  de  noticias,  que  las  gentes  acabaron 
por  perder  la  noción  del  lugar  geográfico.  Pruébalo  sino  el  siguiente 
diálogo,  cogido  por  nosotros  en  medio  de  los  corros  de  la  Rambla,  esta- 
cionados fíente  á  la  redacción  de  un  diario: 

— La  escuadra  de  Cabo  Verde  está  en  camino  de  Filipinas— dijo 
quien  presumía  dj  bien  informado. 

Y  rep  ico  otro: 

—  ¡Ah!  Sí;  por  eso  se  la  ha  visto  á  la  altura  del  Canadá... 

loútil  es  decir  que  durante  todo  el  día  y  la  noche  del  lo  fueron 
motivo  de  ansiosa  espectación  los  insistentes  rumores  que  venían  cir- 
culando desde  las  primeras  horas  de  la  mañana  á  propósito  de  la  situa- 
ción de  Puerto  Rico  y  del  probable  encuentro  de  la  escuadra  española 
con  la  americana. 


i 


I 


681 


*  * 


En  la  Habana,  como  aquí,  aumentaba  cada  día  más  la  impaciencia 
y  ansiedad  por  saber  el  paradero  y  posición  de  nuestra  escuadra. 

Raro  era  el  día  que  no  circulasen  también  allí  noticias  contradicto- 
rias y  los  rumores  más  estupendos,  dando  lugar  á  que  las  autoridades 

tuvieran  que  intervenir 
para  evitar  la  propagación 
de  noticias  falsas. 

En  los  centros  oficiales 
no  había  el  día  1 1  noticias 
concretas  de  la  situación 
de  la  escuadra  española  y 
de  la  escuadra  americana 
en  el  Atlántico,  y  si  las 
había  las  ocultaban. 

Pero  era  visible  por  la 
noche  la  preocupación  de 
nuestros  gobernantes,  y 
alguno  de  los  más  caracte- 
rizados no  ocultó  su  creen- 
cia de  que  las  escuadras  de- 
bían estar  la  una  muy  á  la 
vista  de  la  otra,  siendo  presumible  un  encuentro  que  podía  ocurrir, 
quizá,  á  las  pocas  horas. 

Excusado  es  decir  que  con  estos  informes  aumentó  todavía  más  la 
expectación  pública,  y  cuantos  tuvieron  noticia  de  esa  supoíición  mi- 
nisterial, hicieron  votos  fervientes  por  que  la  suerte  acompañase  á  nues- 
tros bravos  marinos  y  el  éxito  coronase  sus  gloriosos  esfuerzos  en  fa- 
vor de  ios  sacratísimos  intereses  de  la  patria. 

Blanco  86 


DOlí  PASCTJAL  CERTERA 
Contralmirante   de   la   escuadra   del   Atlántico 


682 

Cuando  los  yankees,  completamente  desorientEdos,  creían  ver  á 
nuestra  escuadra  de  vuelta  de  Cabo  Verde  y  en  las  proximidades  de  Cá- 
diz, apareció  ésta  en  la  colonia  francesa,  la  isla  de  la  Martinica,  en  dis- 
posición de  colocarse,  en  menos  de  dos  días,  en  presencia  de  los  barcos 
enemigos,  en  aguas  de  Puerto  Rico,  ó  de  ir,  en  poco  más  de  cuatro 
días,  a  forzar  el  bloqueo  de  la  isla  de  Cuba. 

El  telegrama  del  comandante  de  nuestra  escuadra  lo  recibió  el  día 
12  el  señor  ministro  de  Marina.  Después  lo  comunicaba  al  Consejo  de 
ministros,  reunido  al  terminar  la  sesión  del  Congreso,  y  allí  se  discu  - 
tieron  los  rumbos  que  podía  tomar  y  las  instrucciones  que  llevaba  el 
señor  Cervera,  dentro  de  las  cuales  obraría,  seguramente,  como  su 
pericir,  valor  y  patriotismo  le  aconsejasen  para  su  más  seguro  triunfo. 

Si  durante  todos  aquellos  días  hubo  aquí  una  intensa  zozobra  por 
desconocerse  el  paradero  de  la  escuadre,  no  fué  menor  el  desconcierto 
que  reinó  en  las  esferas  oficiales  de  los  Estados  Unidos  y  la  gran  alar- 
ma que  allí  producían  las  contrsdictoriss  noticias  sobre  la  marcha  de 
los  barcos  espinóles.    , 

Y  es  evidente  que  Sampson  estuvo  pendiente  de  los  movimientos 
que  ignoraba  de  nuestra  escuadra,  sin  atreverse  á  emprender  acción  al 
guna  hasta  que  pudiera  dirigirla  con  toda  seguridad,  deshechas  las  in- 
quietantes ic  certidumbres.  S 

Aún  habían  de  durar  éstas  para  los  yankees,  pues  no  era  forzoso 
que  los  buques  que  mandaba  Cervera  fuesen  á  San  Juan  de  Puerto  R'co, 
para  darse  de  manos  á  boca  con  los  acorazados  y  cruceros  norteameri- 
canos. 


*  » 


I 


No  había  de  ser  para  nuestros  jactanciosos  enemigos  tan  fácil  aquel 
programa  lleno  de  baladronadas,  según  el  cual,  el  almirante  Sampson 


d83 

se  proponía  destruir  la  escuadra  española,  bombardear  inmediatamen 
te  la  capital  de  Puerto  Rico,  y  apoderarse  de  ella  si  resistía. 

Aúa  no  habían  realizido  niaguao  de  los  puntos  de  su  atrevido 
plan,  y  aúa  éste  se  encontraba  sujeto  á  lo  que  el  destino  quisiera  y  á 
lo  que  hicieran  nuestros  barcos.  Hasta  la  fecha,  nosotros,  sin  echar 
tanta  tuerza  por  la  boca,  no  habíamos  tenido  otro  revés  serio  que  el  de 
Cavite;  y  en  cambio,  según  noticias  oficiales  procedentes  de  los  Esta- 
dos Unidos,  les  habíamos  iaferido  grave  daño  en  «I  combate  de  Cár- 
denas. 

Li  escuadra  española  había  llegado  á  la  Mirtinica,  de  donde  ten- 
dría que  salir,  por  razón  de  neutralidad,  á  las  veinte  y  cuatro  horas.  Se 
supuso  al  principio  que  había  entrado  en  Fort  de  France,  de  arribada 
forzosa,  con  motivo  detener  necesidad  de  algunas  pequeñas  reparacio- 
nes el  Viíf[caya.  Pero  parece  que  eso  no  resultó  cierto^  y  que  la  llegada 
á  la  colonia  francesa  se  debía  á  un  plan  del  señor  Cervera. 

Penetrar  ese  plan  fuera  obra  difícil,  y  aunque  se  hubiera  conocido, 
obra  antipatriótica  el  revelarlo.  Los  cálculos  que  se  hicieran  sobre  ese 
hecho  de  encontrarse  en  la  Martinica,  tuvieron  que  ser  todos  aventu- 
rados, pues  lo  mismo  podía  recibirse  de  un  momento  á  otro  la  noticia 
de  un  combate  sangriento,  que  la  de  haber  realizado  un  movimiento 
bien  combinado  por  el  que  resultase  la  escuadra  española  en  Santiago 
de  Cuba,  ó  delante  de  Puerto  Rico  ó  con  rumbo  á  la  Habana. 

La  opinión  confiaba  en  la  ciencia  y  en  el  valor  de  nuestros  mari- 
nos, y  esperaba  que  la  suerte,  que  ya  se  había  declarado  en  Cárdenas 
por  nuestra  causa,  nos  seguiría  siendo  favorable. 


Obedeciendo  al  plan  que  hacía  tiempo  trazaron  los  yanquis  y  que 
aún  no  habían  podido  realizar,  intentaron  el  día  14  hacer  dos  desem- 


684 

barcos,  uno  al  Norte  y  otro  al  Sur  de  la  isla;  uno  en  Cárdenas  y  otro 
en  Cienfaegos. 

Son  las  de  Cárdenas  y  Cienfuegos  las  dos  bahías  más  grandes  de  la 
isla  de  Cuba;  por  eso  los  yanquis  intentaron  apoderarse  de  eUas,  ó 
cuando  menos  causar  grandes  daños  en  las  respectivas  poblaciones.  No 
lo  consiguieron,  sin  embargo,  y  tuvieron  que  retirarse  ante  el  certeio 
fuego  de  ambas  plazas. 

Poco  después  del  amanecer  se  presentó  frente  á  la  ensenada  de  Cár- 
denas, embocando  por  el  cabo  de  Hicacos  en  el  canal  de  Cayo  Aralupa, 
una  división  compuesta  de  seis  barcos  enemigos,  de  los  cuales  tres  eran 
de  gran  porte  y  los  otros  tres  cañoneros. 

Como  todos  se  acercaran  mucho  más  que  otras  veces  á  la  isleta 
Diana,  que  se  encuentra  á  la  entrada  de  la  ensenada,  empezó  á  mani- 
festarse la  alarma  entre  los  habitantes,  siendo  llamadas  á  la  carrera  las 
fuerzas  de  infantería  de  Marina  y  voluntarios  que  guarnecían  la  pobla- 
ción. 

A  las  ocho  se  formalizó  el  asedio,  acercándose  los  barcos  yanquis 
y  rompiendo  el  fuego  enseguida  Jos  grandes,  mientras  avanzaban  les 
pequeños  hasta  colocarse  á  una  milla  de  Cárdenas. 

Al  mismo  tiempo,  un  bote  grande,  con  fuerzas  de  desembarco, 
destacado  de  uno  de  los  ci  uceros,  se  deslizó  por  entre  los  cayos  y  rea- 
lizó un  desembarco  en  el  llamado  Diana,  donde  hay  un  faro,  apoderán- 
dose del  semáforo  y  haciendo  prisioneros  sin  resistencia  al  escaso 
personal  del  mismo. 

Entretanto,  el  fuego  de  los  buques  continuaba  terrible  sobre  'a 
población,  cayendo  muchas  bombas  dentro  de  Cárdenas,  donde  á  causa 
de  ello  se  incendiaron  varios  almacenes. 

En  la  bahía  sólo  había  para  defenderse  del  ataque,  las  cañoneras 
Ligera  y  Antonio  Lópe^,  que  rompieron  un  fuego  vivísimo  contra  los 
buques  enemigos;  pero  la  diferencia  de  medios  era  tan  grande,   que,  á 


685 

pesar  de  los  deseos  de  sus  dotaciones,  no  lograron  que  aquéllos  apaga- 
ran sus  fuegos  ni  se  alejaran. 

La  lancha  cañonera  Antoríío  Lópe^,  mandada  por  el  bravo  teniente 
de  navio  D.  Domingo  Montes,  estuvo  haciendo  fuego  hasta  que  se  le 
concluyeron  las  municiones. 

Consideró  entonces  el  enemigo  obra  fácil  el  desembarco  y  lanzaron 
bastante  marinería  á  los  botes  para  conducirla  á  tierra. 

Eq  los  muelles,  hasta  la  estación,  habíanse  situado  una  compañía 
de  infantería  de  Marina  y  250  voluntarios,  quiénes  sufrieron  á  pie  firme 
y  pecho  descubierto  el  fuego  de  los  barcos  enemigos,  sin  contestar,  hasta 
que  los  botes  de  desembarco  estuvieron  cerca  de  tierra. 

Entonce?,  con  gran  disciplina,  hicieron  nutrido  fuego  sobre  ellos, 
obligándoles  á  retirarse,  se  supuso  que  con  grandes  pérdidas,  por  la 
cantidad  de  gente  que  iba  en  los  botes  y  lo  certeras  que  fueron  las  des- 
cargfis. 

Nuestras  tropas  revelaron  una  gran  serenidad  y  mucha  decisión, 
para  impedir  que  el  enemigo  lograra  su  intento. 

El  fuego  sobre  Cárdenas  duró  desde  las  ocho  de  la  mañana  hasta 
las  dos  y  media  de  la  tarde,  hora  en  que  se  retiraron  los  barcos  enemi- 
gos, apareciendo  de  nuevo  á  las  cuatro,  para  retirarse  definitivamente 
á  las  cinco. 

Desde  Cárdenas  se  vio  perfectamente  que  uno  de  sus  barcos  iba 
escorado  y  remolcado,  al  parecer,  con  grandes  averías. 

Fué  muy  elogiada  la  conducta  de  los  cañoneros  Ligera  y  Antonio 
Lópe^.  Ambos  consumieron  todas  sus  municiones,  y  las  dotaciones  de 
ellos  tenían  resuelto  ya,  en  caso  de  abordaje  ó  de  quedar  inutilizado  el 
barco,  desmontar  la  artillería  y  hundirse  en  el  canal,. con  objeto  de  in- 
terceptar el  paso  de  los  buques  grandes. 

Tanto  la  Ligera  como  la  Antonio  Lópei[,  que  recibió  12  disparos 
de  cañón  de  tiro  rápido,  sin  consecuencias  desagradables  para  la  dota- 


686 

ción;  se  batieron  coa  gran  arrojo  hasta  quedar  inutilizada  la  segunda. 

Toda  la  guarnición  se  mostró  muy  valerosa  durante  el  ataque,  que 
fué  presenciado  con  gran  serenidad  por  la  población. 

Nuestras  bejas  consistieron  en  un  sargento  y  siete  soldados  heridos. 


*  * 


En  cuanto  se  supo  por  telégrafo  en  Matanzas  lo  que  en  Cárdenas 
ocurría,  se  formaron  trenes  extraordinarios  para  mandar  refuerzos. 

Fué  el  primero  en  llegar  el  batallón  de  Zamora;  con  éste  y  alguna 
otra  fuerza,  más  la  guarnición  que  allí  hibía,  quedó  la  plaza  defendida 
contra  nuevas  y  posibles  Egresiones. 

Los  habitantes  de  Cárdenas  acudieron  á  sofocar  los  incendios,  ayu- 
dando al  cuerpo  de  bomberos  en  esta  tarea,  bajo  el  fuego  del  enemigo. 

Se  consideró  milagroso  que  no  hubiera  que  lamentar  en  la  pobla- 
ción numerosas  desgracias  personales,  teniendo  en  cuenta  lo  duro  y 
persistente  del  fuego  de  los  barcos  yanquis,  pues  no  hubo  previo  aviso, 
según  previenen  las  leyes  de  la  guerra,  para  el  bombardeo  y  ataque. 

Los  yanquis  tuvieron,  según  se  participa  después  desde  Cayo  Hue- 
so, un  oficial  y  cuatro  marinos  muertos  y  alguoos heridos,  cuyo  número 
no  se  precisó. 

Las  noticias  recibidas  de  Washington  y  trasmitidas  desde  Nueva 
Yoik  vinieron  á  confirmar  que  la  escuadra  que  bombardeó  á  Cárdenas 
sufrió  un  verdadero  descalabro. 

Una  de  nuestras  ganadas  cayó  en  el  polvorín  del  torpedero  Te- 
cumseh  y  voló  el  barco. 

Otra  bala  de  cañón  destrozó  las  calderas  del  torpedero  Winslow;  el 
Hudson,  al  acudir  en  auxilio  del  anterior,  lecibió  muchos  proyectiles 
que  le  ocasionaron  grandes  averías. 


687 

Rompieron  fuego  centra  Cárdenas  el  Wilmíngíon  y  el  Hudson. 
Después  entró  en  combate  el  Wtnslow,  que  avanzó  demasiado  y  sobre 
él  se  dirigieron  todos  los  fuegos  de  las  baterías,  uno  dé  cuyos  proyecti- 
les atravesó  el  casco  del  barco  yanqui  y  destrozó  una  de  sus  calderas. 

Entonces  pidió  auxilio  y  acudió  el  Hudson,  que  con  grandes  difi- 
cultades, por  causa  del  horroroso  fuego  que  desde  la  plaza  y  los  cañone- 
ros españoks  se  hada,  pulo  largar  un  cable  al  Wtnslow. 

Un  oficial  y  varios  marineíos  habían  logrado  asir  dicho  cable, 
cuando  estalló  sobre  ellos  una  granada  que  produjo  la  muerte  al  prime- 
ro é  hiiió  á  siete  marineros.  Por  fin,  pudo  echarse  una  amarra  al  Wtns- 
low  y  remolcado  por  el  Hudson  se  le  puso  fuera  del  alcance  de  los  ca 
ñones  españoles,  y  poco  después  fué  conducido  á  la  isla  de  San  Pedro, 
dirigiéndose  al  siguiente  día  á  Cayo  Hueso  con  grandes  averías  y  una 
chimenea  y  varios  camarotes  destrozados. 

Los  buques  yanquis  que  tomaron  parte  en  el  ataque  de  Cárdenas 
fueron  los  siguientes: 

El  Wilmíngion  ¿e  1.500  toneladas,  armado  con  ocho  cañones  de 
10  centímetros  de  tiro  rápilo  y  otros  14  de  menor  calibre.  Tripulación 
175  hombres. 

•  El  torpedero  de  alta  mar  Winslow,  de  50  metros  de  largo,  5  de  an 
cho,  2.000  caballos  de  fuerza  en  su  máquina  y  cuyo  armamento  consis- 
tía en  tres  cañones  de  tiro  rápido  de  57  milímetros  y  tres  tubos  de  lanzar 
torpedos  Whitehead. 

Ei  cañonero  Machías,  de  1230  toneladas,  armado  con  8  cañones  de 
tiro  rápido  de  10  centímetros  y  8  menores.  Tripulación  2:0  hombres. 

Y  el  Hudson  y  el  Tecunisch,  dos  vapores  mercantes  armados  en 
guerra  y  convenientemente  artillados. 

Contra  esos  buques  enemigos  lucharon  heroicamente  hasta  quedar 
inutilizados  para  el  combate  los  cañoneros  Antonio  López  y  Ligera, 
cuyas  dotaciones  se  dispusieron  á  sepultarse  en  el  fondo  de  aquellas 


aguas  antes  que  rendirse;  pero  había  que  pelear  sin  medir  la  fuerza  del 
enemigo,  sin  arredrarse  ante  el  número  y  el  porte  de  los  barcos  con- 
trarios. 

Hay  que  conocer  al  Antonio  Lópe\  para  darse  cuenta  del  mérito 
contraído  en  su  combate  desigual  y  glorioso. 

Era  un  remolcador  de  la  casa  del  Marqués  de  Comillas,  de  líneas 

elegantes,  cuya  misión  no  fué  otra 
hasta  que  le  cedieron  á  la  Marina 
de  guerra  que  transportar  la  co- 
rrespondencia desde  la  Machina  á 
los  vapores  trasatlánticos  de  la 
casa  y  acompañarles  en  su  salida 
hasta  doblar  el  Morro.  No  era, 
pues,  barco  que  tuviera  defensas 
en  su  casco. 

Cedido'  á  la  Marina  de  guerra, 
%Q^  le  armó  con  ametralladoras,  y 
como  su  velocidad  era  de  lo  mi- 
llas" y  'sus  máquinas  gozaban  de 
gran  salud,  estaba  en  condiciones 
de  prestar  el  servicio  de  aviso  en 
la  costa. 

La  Ligera   tenía   21    metros  de 
largo,  dos  de  ancho,  40  toneladas 
y  un   cañón   de  cuatro  centíme- 
tros. 
La  mandaba  el  teniente  de  navio  don  A.  Pérez  Rendón  y  la  tripu- 
laban 20  hombres. 

En  la  defensa  de  Cárdenas,   nuestros  marinos  como  nuestros  sol- 


m/'^'/w/''' 


SEÑOR   RENDON 
Cornaadante  de  la  cañonera  «Ligera» 


689 

dados  se  portaron  heroicamente,  resultando  fracasado  el  intento  de 
desembarco. 

Durante  el  bombardeo,  y  exponiendo  sus  vidas,  las  señoras  de  la 


BUQUES  ESPAÑOLES  CAPTURADOS  POR  LOS  TANKIS  EN  «CATO-HUESO» 

Cruz  Roja  asistían  á  los  heridos,  llevaban  vendas  é  hilas  y  les  consola- 
ban con  sus  auxilios,  dando  ejemplo  de  valor. 

Estos  detalles  se  comentaron  y  aplaudieron  con  entusiasmo. 


Blanco  87 


CAPITULO  X 


Intento  de  desembarco  en  Cienfuegos. — Duro  cañoneo. — El  empeño  de  los  yanquis.^El  ene- 
migo rechazado. — El  espíritu  de  las  tropas  y  de  la  población. — Cañoneo  de  Bahía  Hon- 
da.— Desembarco  frustrado  en  Jicotea. — Nuevos  intentos  de  desembarco. — Detalles  del 
fracaso  de  la  expedición  del  Gusaic. — La  escuadra  norteamericana  frente  á  San  Juan  de 
Puerto  Rico. — Bombardeo  de  la  capital  de  la  pequeña  Antilla. — Gran  expectación. — No- 
ticias y  rumores. — La  fantasía  popular. — Honor  á  los  valientes. — Jornada  feliz. 


ASI  á  la  misma  hora,  á  las  siete  de  la  mañana  del  ii,  en 
que  la  escuadra  enemiga  empezaba  el  bombardeo  de 
Cárdenas,  cuatro  de  sus  buques  rompían  fuego  sobre  las 
baterías  avanzadas  del  puerto  de  Cienfuegos  y  bombar- 
deaban la  ciudad. 

Como  la  bahía  es  tan  grande  y  corno  los  barcos  yanquis  se 
colocaron  á  mucha  distancia  por  temor  á  los  fuegos  de  nuestras 
baterías  avanzadas  de  tierra,  el  bombardeo  no  producía  efecto 
alguno. 

Pronto  comprendieron  las  tropas  que  el  objeto  de  aquel  vivo  ca- 
ñoneo no  era  otro  que  proteger  un  desembarco,  porque  ninguna  de  sus 
granadas  llegaba  á  la  población. 

Y,  en  efecto,  mientras  los  barcos  grandes  disparaban  granadas  so- 
bre las  baterías  de  la  entrada  del  puerto,  varias  barcazas,  llenas  de  gente, 
se  aceicaban  á  la  costa,  pretendiendo  desembarcar,  protegidas  por  el 
fuego  de  los  cruceros,  en  la  boca  del  río  Arimao. 

Las  tropas,  convenientemente  distribuidas,  dejaron  aproximarse  al 
enemigo,  y  una  vez  que  estuvieron  los  lanchones  cerca  de  tierra,  hicie- 


691 

ron  nutrido  fuego  de  Maüser  sobre  ellas,  al  mismo  tiempo  que  los  ca- 
ñoneros y  laa  baterías  de  tierra  contestaban  á  los  disparos  de  los  cruce- 
ros americanos. 

Grande  debía  ser  el  empeño  de  los  yanquis  en  hacer  el  desembar- 
co, porque,  rechazados  dos  veces,  intentaron  un  tercer  esfuerzo,  que, 
por  fortuna,  resultó,  como  los  anteriores,  infructuoso. 

Una  de  las  granadas  del  enemigo  derribó  la  caseta  donde  amarraba 
el  cable  que  ponía  en  comunicación  la  costa  Sur  enlazando  con  la  tele- 
gráfica de  Batabanó  á  la  Habana. 

Durante  las  cinco  horas  que  duró  el  cañoneo,  los  buques  yanquis 
dispararon  unos  800  proyectiles  de  cañón,  además  délos  de  ametrallado- 
ra desde  las  cofas  de  los  barcos,  que  se  aproximaron  á  media  milla  de 
la  costa,  y  desde  las  siete  lanchas  de  desembarco. 

La  población  estuvo  impaciente,  y  desde  el  castillo  de  Sagua  se 
hacían  señales  para  que  se  conociera  en  Cienfuegos  el  curso  de  los  su- 
cesos. Multitud  de  lanchitas  de  vapor  y  remolcadores  cruzaban  la  bahía 
para  comunicar  noticias. 

Como  las  tropas  regulares  estaban  en  la  costa,  la  población  quedó 
bajo  el  amparo  de  los  voluntarios,  los  cuales  permanecieron  en  las  trin- 
cheras todo  el  día.  El  espíritu  público  estuvo  perfectamente  sostenido. 

Nuestras  bijas  fueron  dos  paisanos  muertos  y  14  soldados  heridos, 
y  los  daños  ocasionados  por  el  bombardeo,  la  destrucción  de  la  caseta 
del  cable  y  de  un  bohío  próximo  al  faro. 

Fué  imposible  determinarlas  bajas  del  enemigo;  pero  por  la  distan- 
cia á  que  se  les  hizo  fuego  de  Maüsser,  por  la  rapidez  con  que  se  alejó  y 
la  confusión  que  se  produjo  en  las  barcazas,  se  supuso  que  debieron  ex- 
perimentar bastantes  pérdidas. 


* 
*  # 


692 

El  general  Aguirre  hizo  constar  el  levantado  espíritu  y  entusiasmo 
de  la  población  de  Cienfuegos,  toda  dispuesta  al  lado  de  las  tropas,  que 
á  su  paso  vitoreaban,  repartiéndoles  las  señoras  refrescos  y  tabacos  y 
asistiendo  cuidadosamente  á  los  heridos. 

Parece  que  el  ataque  estaba  combinado  con  gran  concentración  de 
partidas  rebeldes,  batidas  aquellos  días  en  las  lomas  y  en  la  Ciénaga. 

Esos  dos  ataques,  casi  simultáneos,  en  la  costa  Norte  y  en  la  costa 
Sur,  pretendiendo  en  ambos  desemb.arcos,  dieron  á  los  sucesos  una  im- 
portancia mucho  mayor  de  la  que  revistieron  los  ataques  anteriores, 
solo  como  considerados  como  tanteos  y  exploración  de  nuestras  defen- 
sas en  las  costas. 

Desde  la  tarde  del  12,  varios  buques  yanquis  de  los  que  sostenían 
el  bloqueo  de  Cuba  se  acercaron  á  la  costa  Norte  de  Pinar  del  Río  y  ca- 
ñonearon á  Bahía  Honda,  al  mismo  tiempo  que  pretendían  hacer  llegar 
á  tierra  botes  con  fuerzas  de  desembarco. 

Como  el  enemigo  había  explorado  aquel  punto  hacia  días,  habíase 
adoptado  grandes  precauciones,  reconcentrando  allí  fuerzas  bastantes 
para  rechazar  el  ataque  en  tierra. 

Desde  Guanajay  y  Cabanas  se  había  redoblado  la  vigilancia  en  la 
costa,  para  impedir  que  desembarcasen  en  algún  punto  inmediato  mien- 
tras entretenían  la  atención  con  el  cañoneo  sobre  Bahía  Honda. 

En  la  tarde  del  11,  al  mismo  tiempo  que  los  ataques  á  Cárdenas  y 
Cienfuegos,  intentó  el  enemigo  un  desembarco  en  Jicotea  (Pinar)  com- 
binado con  partida  insurrecta  de  300  hombres,  que  bajó  á  la  playa  á 
proteger  desembarco. 

Fuerzas  de  infantería  que  vigilaban  aquella  parte  de  costa  al  man- 
do del  teniente  coronel  señor  Elola,  batieron  á  la  partida,  rechazando 
al  mismo  tiempo  el  desembarco. 

No  cejaban  los  yanquis,  á  pesar  de  sus  repetidos  fracasos,  en  sm  em  ■ 
peño  de  intentar  desembarcos  de  armas,  municiones  y  hombres. 


í 


I 


693 

A  los  intentos  fracasados  hay  que  unir  otro  que,  por  fortuna,  fué 
también  rechazado. 

Durante  el  día  12  y  el  13,  desde  la  madrugada,  cinco  buques  ene- 
migos intentaron  el  desembarco  de  fuerzas,  protegidas  por  su  artillería, 
en  variDs  puntos  de  la  costa  í  sotavento  de  la  Habana,  habiendo  sido  en 
todos  rechazados  y  obligados  á  resmbarcarse  por  las  tropas  convenien- 
temente situadas. 

A  falta  de  barcos  de  guerra  nuestros  que  se  lo  impidiera,  seguían 
sus  movimientos  á  lo  largo  de  la  costa  columnas  de  infantería  y  caba- 
llería para  combatirles  si  intentaban  nuevos  desembarcos. 

Se  hicieron  dos  prisioneros  norteamericanos,  teniendo  por  nuestra 
parte  un  oficial  muerto  y  algunos  soldados  heridos. 

Digno  del  mayor  encomio  fué  el  comportamiento  de  las  tropas  ba- 
tiéndose contra  barcos  enemigos  con  cañones  de  grueso  calibre. 


*  ♦ 


Por  noticias  trasmitidas  desde  Cayo  Hueso  sobre  la  expedición  del 
Gussic  á  Cuba  y  su  intento  de  desembarco  en  Cabanas,  conocimos  los 
siguientes  detalles,  acerca  del  resultado  de  aquella,  que  fué  un  fracaso 
completo. 

Fué  la  primera  expedición  que  zarpara  de  la  Florida  con  rumbo  á 
Cuba,  y  estaba  formada  por  dos  compañías  de  tropas  regulares,  que  con- 
ducían gran  cantidad  de  armas  y  municiones. 

Partieron  con  dirección  á  la  costa  de  Pinar  del  Río,  entre  Bahía 
Honda  y  Cabanas,  en  virtud  de  combinación  hecha  por  los  jefes  milita- 
res de  las  fuerzas  expedicionarias  y  el  cabecilla  Núñez,  quien  aseguró 
que  allí  encontrarían  numerosa  partida  que  protegería  desde  tierra  el 
desembarco. 

Confiando  en  el  éxito  de  la  operación  salió  el  Gussic  con  su  carga, 


694 

incorporándosele  los  cañoneros  \V<isp  y  Mannt'ng,  encargados  de  la  pro- 
tección desde  el  mar. 

Ea  estas  condiciones  se  acercó  f  1  Gussic  á  la  costa  en  un  punto 
cerca  de  Cabanas,  y  cuando  se  disponía  á'realizar  sus  alijos,  se  encontró 
con  que  en  tierra,  en  vez  de  la  partida  insurrecta,  se  hallaban  apostadas 
tropas  espa-ñolas  dispuestas  á  rechazar  el  desembarco. 

Ya  estaban  en  tierra  algunos  de  los  expedicionarios,  cuando  los 
soldados  españoles  salieron  de  la  emboscada,  haciendo  fuego  nutrido 
sobre  el  enemigo. 

Los  cañoneros  dispararon  sobre  la  costa  muchos  proyectiles,  demos- 
trando que  era  decidido  el  propósito  de  desembarcar;  pero  fueron  re- 
chazados al  fin,  y  reembarcando  los  que  habían  tocado  tierra,  se  retiraron. 


Al  amanecer  del  13  se  presentó  frente  á  San  Juan  de  Puerto  Rico 
una  escuadra  noiteamericana,  al  mando  del  almirante  Sampson,  com- 
puesta de  II  buques,  rompiendo,  sin  previo  aviso,  fuego  contra  la  pla- 
za, que  fué  contestado  con  vigor  durante  más  de  tres  horas  por  las  bate- 
rías del  puerto  y  del  castillo. 

Después  de  las  nueve  de  la  mañana  retiróse  el  enemigo,  que  estuvo 
bombardeando  la  ciudad  durante  más  de  tres  horas,  con  fuego  en  oca- 
siones muy  vivo  y  cercano,  empleando  muchos  calibres  medios  y  arti- 
llería de  tiro  rápido,  aunque  sin  ocasionar  grandes  daños  materiales  y 
pocas  desgracias  personales. 

Las  baterías  de  la  plaza  contestaron  siempre  vigorosas,  causando 
al  enemigo  bastante  daño  y  grandes  averías  en  uno  de  sus  mayores 
baicos,  que  fué  retirado  á  remolque. 

Las  bajas  en  la  población  fueron;  cuarenta  heridos  paisanos,  y  dos 
muertos  y  trece  heridos  de  las  tropas  de  la  guarnición. 


695 

Mucho  entusiasmo  en  los  voluntarios,  y  la  poblacióa  civil  en  actitud 
serena  y  dispuesta  á  la  defensa  hasta  el  último  trance. 

La  escuadra  rechazada  en  Puerto  Rico,  cumpliendo  órdenes  termi- 
nantes de  su  gobierno,  hizo  rumbo  con  toda  la  rapidez  que  le  permitían 
sus  máquinas  á  Cuba. 

La  orden  era  que  se  anticipase  á  la  escuadra  española  que  mandaba 
el  general  Cervera. 

Desde  que  se  recibió  aquí  esa  noticia  hubo  gran  espectación,  por 
considerarse  corno  próximo  un  choque  entre  ambas  escuadras.  También 
zarpó  el  13,  á  las  cuatro  de  la  tarde,  de  Fuerte  Monroe  con  rumbo  á  las 
Antillas,  la  escuadra  volante  que  mandaba  el  comodoro  Schley,  forma- 
da por  el  Brooklin,  Massachussets,  el  Texas  y  el  yate  Escorpión. 

No  hemos  de  reproducir  en  estas  págin£s  todas  las  noticias  y  rumo- 
res que  circularon  el  día  13  por  Madrid  y  Barcelona,  á  propósito  del 
ataque  y  bombardeo  de  Puerto  Rico  y  á  movimientos  de  la  escuadra 

* 

que  el  almirante  Cervera  mandaba. 

La  imaginación  popular,  combinando  una  cosa  con  otra,  llegó  á 
suponer  que  nuestros  barcos  habían  tenido  participación  en  el  combate 
de  Puerto  Rico  y  destruido  cuatro  de  los  buques  enemigos. 

Hasta  de  la  circunstancia  de  ser  aquel,  día  de  gala  oficial,  como 
cumpleaños  del  rey  don  Francisco,  se  sacó  provecho  para  atribuir  á  un 
gran  triunfo  el  traje  que  vestían  las  tropas  de  la  guarnición. 

No  creemos  preciso  se  exsjeraran  á  ese  punto  las  cosas  para  que  el 
espíritu  público  pudiera  sentirse  satisfecho  de  la  jornada. 

Cuanto  al  paradero  de  nuestra  escuadra  se  supo  que  en  la  Marti- 
nica sólo  entró  el  día  la  uno  de  los  destructores,  cuyo  comandante  lle- 
vaba despachos  del  general  Cervera  para  expedirlos  desde  Fort  de 
France. 

Como  al  propio  tiempo  era  natural  que  recibiese  el  encargo  de  te- 
legrafiar desde  allí  á  las  familias  de  varios  de  sus  compañeros  llegaron 


á  Madrid  y  Barcelona,  con  firmas  de  jefes  de  la  escuadra,  otros  tantos 
telegramas  de  la  Maiíinica,  que  dieron  lugar  á  creer  que  toda  la  escuadra 
había  fondeado  en  aquella  colonia  francesa. 

Así  se  dijo  oficialmente;  pero  pronto  se  aclaró  la  noticia,  añadien- 
do que  la  escuadra  continuaba  felizmente  su  derrota  por  el  mar  de  Jas 
Antillas,  en  demanda  de  un  puerto  de  Cuba. 


*** 


Los  soldados,  marinos  y  voluntarios  que  en  Cárdenas,  Cienfuegos, 
Cabanas  y  San  Juan  de  Puerto  Rico  rechazaron  briosamente  á  los  inva- 
sores, merecieron  bien  de  la  patria,  no  sólo  por  la  ofrenda  de  gloria  con 
que  aliviaron  sus  amarguras,  sino  por  la  confianza  en  si  misma  que  del 
todo  le  devolvieron. 

Ellos  representaban,  de  la  manera  más  alta  y  legítima,   nuestra 

raza  y  nuestra  historia. 

Su  conducta  heroica  dio  lugar  á  esperar  que  mientras  ellos  vivie- 
ran no  lograrían  adelantar  un  paso,  por  muchos  elementos  de  guerra 
que  acumulasen  los  norteamericanos;  mientras  dispusieran  de  algunos 
millares  de  armas,  podría  correr  peligro  la  integridad  material  del  te- 
rritorio, pero  no  correría  ninguno  el  honor  de  la  bandera. 

Es  deber  necional  agradecer  y  sublimar  su  bravura;  lo  fué  también 
aprovechar  la  lección  que  desde  allá  nos  enviaron. 

Aunque  pocos,  había  aquí  espíritus  timoratos,  á  quienes  amilanaba 
la  perspectiva  de  inevitables  derrotas  y  que  flaqueaban  á  veces  hasta 
el  extremo  de  pensar  en  voluntarias  renuncias. 

La  voz  de  los  cubanos  y  portorriqueños  leales,  que  declaraban  en- 
tre el  estallido  de  las  bombas  enemigas  su  firme  voluntad  de  ser  espa- 
ñoles; esa  gran  voz  que  llegaba  del  otro  lado  del  Océano,  les  enseñó  á. 
callar  y  á  aprender. 


697 

Se  desmoronaban  sus  viviendas,  caían  muertos  ó  haridos  sus  her 
manos,  sabían  que  no  había  de^haber  cuartel  ni  descanso  en  la  lucha, 
y,  sin  embargo,    perseveraban  en  la  defensa  del  sagrado  depósito  que 
se  les  había  confiado,   decididos  á  conservar  y  confesar  su  nacionalidad 
en  la  vida  y  en  la  muerte. 

No  solo  resistían,  sino  que  triunfaban.  Los  buques  americanos,  no 
obstante  su  poder  enorme,  se  detenían  ante  nuestras  modestas  baterías 


EL  ACORAZADO    AMERICAKO    «NEW  YORK»   DISPARANDO   SOBRE 
UN  DESTACAMENTO  EN  CABANAS 


y  nuestros  humildes  cañoneros,  y  tenían  que  retirarse  del  fuego,  lie 
vando  á  remolque  los  inutilizados. 

Vaporcillos  de  43  toneladas  salían  al  encuentro  de  cruceros  y  des- 
troyers,  los  combatían  sin  vacilar,  los  alcanzaban  con  sus  tiros  y  con- 
cluían por  echarlos  mar  afuera. 

Nuestros  batallones  aguardaban  impasibles  el  desembarco  del  ene- 
migo, favorecido  por  la  artillería  gruesa  de  sus  naves,  y  cuando  estaba 
cerca,  lo  acribillaban  á  balazos  y  le  ponían  en  vergonzosa  fuga. 


«  * 


Blanco  88 


698 

No  somos  jactanciosos  ni  arrcganti  s.  Harto  se  nos  alcanzaba  que  la 
foituna,  ala  fecha  propicia,  tal  vez  mañana  nos  volvería  la  espalda,  y 
que  nuestro  adversario  era  lo  bastante  fuerte  para  volver  con  más  ahin- 
co á  la  carga  después  de  la  derrota  ó  del  fracaso. 

Pero  ante  la  bravura  sin  par  de  nuestro  ejército  de  mar  y  tierra  y 
ante  la  resolución  generosa  de  los  españoles  en  ambas  Antillas,  nos  sen- 
timos llenos  de  confianza  y  dispuestos  á  defender  lo  qua  era  nuestro 
contra  todos  los  buques  y  los  bailones  americanos. 

Mal  correspondiera,  por  otra  parte,  la  nsción  al  esfuerzo  de  aque- 
llos valientes  soldados  y  á  la  adhesión  de  aquellos  buenos  hijos,  si  no 
se  sintiera  dispuesta  á  hacer  lo  posible  y  lo  imposible  para  alentarlos  y 
auxiliarlos  en  su  épica  resistencia  contra  los  invasores;  é  indigna  fuera 
de  su  luminoso  pasado  y  de  su  incontestable  derecho  á  lo  poivenir,  si 
ante  tales  ejemplos  de  abnegación  hubiese  experimentado  femeniles 
dudas.  ^ 

Cuba  y  Puerto  Rico  pertenecían  por  su  propia  voluntad  á  España 
y  España  se  veía  obligada  á  cobijarlas  en  su  regazo  maternal,  mientras 
le  quedase  un  átomo  de  vida. 

Nunca  las  hubiera  cedido  de  grado  y  solamente  cuando  se  sintió 
exánime  y  moribunda,  se  las  dejó  arrebatar  por  fuerza. 

Saludemos  á  los  valientes  que  pelearon  en  las  colonias  y  cuya  fé, 
confirmada  con  sangre,  vino  á  afianzar  la  nuestra,  que  andaba  en  aque- 
llos tiempos  ya  algún  tanto  indecisa. 

Lí>  patria  cumpliría  su  deber  del  mismo  modo, —así  lo  esperábamos — 
con  igual  firmeza  y  con  tanta  abnegación  como  ellos  estaban  cumplien- 
do con  el  suyo. 


♦  * 


699 

Una  muy  extendida  superstición  quedó  el  13  entre  los  españoles 
bastante  quebrantada.  Ese  día  13  de  Mayo  fué,  ñi  duda,  más  agradable 
para  España  que  otros  días  no  considerados  como  fatídicos. 

De  todas  partes  llegaron  noticias  que  fortalecían  el  espíritu  y  levan- 
taban el  corazón.  De  allá,  de  Manila,  sabíase  que  nuestros  hermanos  re- 
sistían con  denuedo,  viéndose  foizado  D^w^y  con  su  escuadra  á  la  es- 
pera de  recursos.  De  Cuba  llegáronnos  ecos  de  positiva  gloria. 

La  defensa  heroica  del  Antonio  Lópe^  y  la  Ligera-^  la  bizarría  ge- 
nuinamente  española,  con  que  frente  á  un  poder  maiítimo  extraordina- 
rio habían  combatido  un  puñado  de  marinos  sin  más  que  su  pericia  y 
algún  modestísimo  cañón;  el  arranque  del  comandante  Montes  agoten- 
do  todas  sus  municiones  y  ecnandosu  cañonera  á  pique  para  que  fuera 
escollo  antes  que  provecho  del  enemigo,  el  valiente  espíritu  con  que 
hs  guarniciones  y  voluntarios  y  los  moradores  todos  de  Cárdenas  y 
Cienfuogos  acudieron  á  la  defensa  de  la  patria  oponiendo  á  las  bombas 
yanquis  un  arrojo  y  serenidad  que  impusieron  respeto  á  los  propios 
enemigos,  fueron,  tras  el  dolor  de  Cavite  y  tras  la  incertidumbre  de 
aquellos  días,  estímulos  poderosos  contra  todo  desfallecimiento  y  mo- 
tivos fundados  para  no  abandonarnos  al  pesimismo  sin  esperanzas. 

Al  lado  de  esas  puras  satisfacciones  que  Caba  nos  envió,  hubimos 
de  poner  otras  no  menos  altas  que  nos  vinieron  de  Puerto  Rico.  Salva- 
jemente—como dijo  muy  bien  un  senador  del  reino  en  la  Cámara  alta — 
salvajemente,  como  pudiera  hacerlo  la  escuadra  de  un  pueblo  de  piratas 
y  malhechores,  para  el  cual  no  rigen  el  derecho  internacional  ni  ningu- 
na de  las  leyes  morales  que  disto  y  la  civilización  han  extendido  por 
el  mundo,  preséntanse  los  yanquis  ante  la  capital  de  Puerto  Rico,  y 
con  sus  grandes  buques  y  sus  terribles  medios  de  exterminio,  no  logran 
que  el  espíritu  de  aquellos  españoles  vacile  ni  tema. 

A  las  bombas  explosivas,  á  las  acometidas  de  tanta  máquina  for 
midable,  la  serenidad  y  el  valor  responden,  reproduciendo  la  gloria  de 


700 

otras  jornadas  no  menos  difíciles  y  no  menos  ilustres  para  los  leales 
portorriqueños. 


* 
*  * 


No  es  que  las  favorables  noticias  del  citado  día  13  debieran  deter- 
minar una  confianza  definitiva  en  nuestra  tuerte  ni  en  el  trance  final 
de  la  guerra.  Traía  ésta  semblante  muy  áspero  y  no  había  de  ser  asunto 
de  unos  cuantos  días  ni  de  unas  cuantas  acciones. 

Para  llegar  al  necesario  término  no  habían  de  bastar  la  gallardía 
aislada  ni  los  rasgos  sueltos,  propios  de  nuestra  raza.  La  guerra,  hoy, 
ha  puesto  muy  al  margen  el  factor  personal,  y  está  más  cerca  de  la  for- 
tuna quien  la  corteja  con  previsión  de  medios  materiales,  que  aquel 
que  la  solicita  sólo  con  nobles  títulos  de  riqueza  moral. 

No  podía  olvidarse  que  la  raza  épica  de  nuestros  marinos,  de  nues- 
tros soldados  y  de  todos  nuestros  hermanos  de  Cuba  y  Puerto  Rico  en 
poco  había  de  contribuir  á  que  los  yankis  díjasen  de  contar  coa  más 
buques  y  con  más  recursos  de  combate  que  España. 

Pero  aunque  eso  no  pudiera  ser  olvidado,  no  fuera  justo  que  deja- 
ra la  patria  de  recoger,  para  convertirlas  en  aliento  de  su  propio  espí- 
ritu, las  buenas  nuevas  que  el  cable  nos  trajo  el  susodicho  día,  en  com- 
pensación de  tanta  tristeza  como  nos  enviara. 

Todos  lo  habíamos  dicho:  á  guerra  no  provocada  por  nosotros  ha- 
bía ido  España  por  el  honor.  Asi,  bendito  hubo  de  ser  y  ensalzado  cuan- 
to viniera  á  significar  que  el  honor  de  España  se  salvaba  según  nuestra 
histórica  costumbre. 


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CAPITULO  XI 


Tenacidad  del  enemigo. — Cañoneo  inútil. — Nuevos  intentos  de  desembarco. — En  Jaimanitas 
y  en  Cárdenas. — Al  desquite. — Inútil  empeño. — Detalles  del  frustrado  desembarco  en  la 
playa  del  Salado. — Dos  prisioneros  yanquis. — Combate  naval  en  aguas  de  la  Habana. — 
El  Nueva  España  y  e\  Fe/iadiío  en  busca  del  enemigo. — Expectación  .^-Frente  al  ene- 
migo.— La  acometida. — Entusiasmo  y  aplausos  de  la  muchedumbre. — ¡Viva  España! — 
El  triunfo  de  nuestros  barcos, — Espectáculo  imponeate. — El  regreso  á  puerto. — Rego- 
cijo y  ovación. — El  objetivo  de  la  salida. — Un  encuentro  en  Los  Cristales. — Rumores. — 
La  alocución  del  general  Cervera. — Antes  de  zarpar.  — ¡Viva  Españal 


os  intentos  de  desembarco  y  el  cañoneo  en  las  costas 
de  Pinar  del  Río  y  Habana  acusaban  alguna  tenaci- 
dad de  parte  de  los  yanquis  y  gran  fortuna  por  nues- 
tra parte,  rechazándoles. 
Esos  cañoneos  en  que  tanto  proyectil  dispararon  sobre 
la  costa  no  produjeron  apenas  desgracias  ni  daños.  Más  pare- 
cieron salvas,  para  amedrentar,  que  bombardeos,  para  pro- 
teger desembarcos. 

Sin  embargo,  los  proyectiles  que  gastaron  inútilmente 
sumaban  centenares. 

El  14  se  verificó  otro  intento  de  desembarco  en  la  playa  de  Jaima 
nitas,  inmediata  á  la  capital.  Durante  una  hora  estuvieron  disparando 
proyectiles  de  medio  calibre,  sin  que  este  bombardeo,  que  por  el  ruido 
parecía  horroroso,  produjera  daños  en  la  población. 


702 

La  presencia  del  torpedero  Ericson  en  la  bahía  de  Cárdenas,  en  la 
tarde  del  13,  sin  disparar  un  tiro,  y  el  verse  desde  el  vigía  otros  barcos 
americanos  dando  bordadas  fuera  del  puerto,  hizo  suponer  á  los  habi- 
tantes de  Cárdenas  que  el  enemigo  intentaba  repetir  el  ataque  contra 
la  población. 

Reforzada  la  guarnición  con  el  batallón  de  Zamora  y  dos  guerri- 
llas, el  coronel  Moneada  dispuso,  de  acuerdo  con  el  comandante  de 
Marina,  que  las  fuerzas  tomaran  convenientes  posiciones  en  la  zona  de 
la  bahía,  donde  se  habían  levantado  las  ligeras  defensas  que  el  tiempo 
había  permitido,  dando  lugar  preferente  á  los  voluntarios  y  compañía 
de  infantería  de  Marina,  que  tan  bravamente  rechazaron  el  ataque  an- 
terior. 

En  previsión  de  que  las  granadas  produjeran  incendios  en  la  pobla- 
ción, formó  todo  el  cuerpo  de  bomberos  y  se  alistó  todo  el  material 
para  acudir  con  prontitud  al  primer  aviso. 

Bien  puede  decirse  que  cuando  rompieron  el  fuego  ios  barcos  ene- 
migos, no  había  en  Cárdenas  nadie  que  no  estuviera  prevenido. 

Todos  los  cálculos  resultaron  confirmados.  Tres  barcos  enemigos 
repitieron  el  bombardeo,  más  vivo  si  cabe  que  en  el  ataque  anterior. 

Con  tenacidad  grande  intentaron  hacer  llegar  á  tierra  barcazas  y 
botes  con  gente  de  desembarco;  pero  cuantas  veces  lo  intentaron  fue- 
lon  rechazados. 

El  fuego  que  sobre  ella?  se  hizo  por  descargas  y  cjn  gran  discipli- 
na, debió  producirles  muchas  baj:s,  á  juzgar  por  la  gritaría  y  confu- 
sión que  en  las  barcazas  se  produjo. 

Así  estuvieron  durante  tres  horas,  hasta  que  definitivamente  se  re- 
tiraron, sin  conseguir  echar  pie  á  tierra  un  solo  hombre. 

El  resultado  de  este  segundo  ataque  fué  jel  siguiente:  destruir  .'a 
casa  donde  estaba  instalado  el  consulado  ingle >,  en  cuyo  edificio  ya 
cayó  una  granada  durante  el  primer  ataqu?;   hacer  unos  siete  heridos 


,1 


í 


703 

en  ]a  tropa;  matar  con  una  granada  á  una  pobre  mujer  y  un  hombre; 
herir  á  siete  paisanos,  entre  los  cuales  figuraban  tres  inocentes  niños, 
y  producir  algunos  desperfectos  en  varias  casas. 


* 
*  * 


Al  mismo  tiempo  que  Jos  yanquis  repelían  el  ataque  contra  Cár- 
denas, lo  hicieron  también  contra  Cienfuegos,  como  si  fueron  al  des- 
quite en  los  mismos  puntos  donde  sufrieron  tan  duro  escarmiento  cua- 
tro días  antes. 

El  cañoneo  contra  la  costa  de  Cienfuegos  fué  también  muy  vivo: 
los  intentos  de  desembarco  también  fueron  rechazados. 

Las  granadas  no  causaron  desperfecto  alguno  en  la  población  ni 
en  la  bahía:  las  tropas  de  la  guarnición  tuvieron  varios  heridos. 

La  prensa  de  la  Habana  publicó  el  día  14  números  extraordinarios 
dando  cuenta  del  satisísctorio  resultado  que  tuvieron  los  choques  entre 
nuestras  fuerzas  y  los  americanos  en  la  playa  del  Salado,  donde  inten- 
taron hacer  el  primer  desembarco  de  dos  compañías  de  tropas  regula- 
res y  gran  cantidad  de  armas  y  municiones  que  llevaba  el  vapor  Gus- 
sie,  y  añadiendo  algunos  interesantes  detalles,  de  cuyo  conocimiento 
no  queremos  privar  á  nuestros  lectores. 

Ya  estaban  en  tierra  algunos  expedicionarios, cuando  los  soldados 
españoles  salieron  de  su  emboscada  y  cayeron  con  fuego  nutridísimo 
sobre  los  expedicionarios,  sembrando  el  pánico  entre  el  enemigo. 

El  fuego  de  dos  cruceros  que  protegían  el  desembarco,  resultó 
inútil. 

Rechazados  los  expedicionarios,  lograron  reembarcar  casi  todos, 
teniéndolo  que  hacer  á  nado  algunos,  y  entre  ellos  el  famoso  Scovel, 
aquél  corresponsal  norteamericano  que  intervino  en  la  fuga  de  Evan- 


704 

gelina  Cisneros,  que  después  fué  expulsado  de  aquel  territorio  y  que 
desde  el  Journal  había  influido  tanto  para  provocar  la  guerra  interna 
cional. 

En  medio  de  la  confusión  que  produjo  la  aparición  de  los  españo- 
les y  el  grito  de  «sálvese  quien  pueda»  de  los  expedicionarios,  queda- 
ron en  tierra  completamente  desamparados  dos  hombres,  que  á  gritos 
pedían  auxilio  á  los  que  se  alejaban. 

Ambos  fueron  hechos  prisioneros,  resultando  ser  periodistas  yan- 


CRUCERO   KORTEAMERICANO   «BALTIMOORE» 


quis,  redactores  corresponsales  del  ^orld,  los  cuales  pidieron  á  los 
soldados  que  no  les  matasen. 

Los  dos  prisioneros  fueron  conducidos  á  la  Habana  por  el  ferroca- 
rril de  Villanueva. 

La  gente,  advertida  de  su  captura,  les  esperó,  y  al  aparecer  lívidos, 
desencajados,  llenos  de  terror,  les  dio  una  silba  fenomenal,  que  produ- 
jo en  ellos  extraordinario  efecto,  porque  creían  que  toda  la  isla  estaba 
poco  mecos  que  en  poder  de  los  insurrectos,  y  que  la  Habana  se  halla- 
ba casi  destruida  por  ^us  barcos  y  sin  espíritu  español. 

Los  coirespcEsales  del  Tt  orld  fueron  enconados  en  la  fortaleza  de 
]&  Calaña,  hssta  que  se  determinase  lo  que  había  de  ser  de  ellos.  - 


705 


Blanco  89 


706 


# 
*  * 


Da  gran  emoción  fue  para  todos  los  habitantes  de  la  Habana  el 
suceso  que  se  desarrolló  á  su  vista  y  frente  á  la  bahía,  en  la  tarde  del 
14  de  Mayo. 

A  eso  de  las  cuatro  comenzó  á  circular  el  rumor  por  la  ciudad  de 
que  los  barcos  de  guerra  surtos  en  la  bahía  se  preparaban  para  salir  á 
la  mar  en  trabajos  de  descubierta. 

Como  toda  la  población  había  visto  dar  bordadts  á  varios  barcos 
yanquis  frente  á  la  Chorrera,  pero  fuera  del  alcance  de  las  baterías 
avanzadas,  se  supuso  que  de  salir  los  buques,  habría  choque,  en  condi- 
ciones de  gran  desigualdad. 

El  toque  de  Us  cornetas  en  las  fortalezas;  el  ver  á  algunos  genera- 
les dirigirse  hacia  las  baterías  y  el  paso  de  voluntarios  hacia  determi- 
nados puntos  de  la  capital,  hizo  extender  y  dar  visos  de  certeza  al  ru- 
mor, y  la  gente  en  tropel,  formando  inmensa  muchedumbre,  empezó 
á  llenar  los  muelles,  el  pescante,  el  malecón  de  la  Punta  y  toda  la  costa 
de  San  Lázaro  hasta  los  baños. 

Los  trenes  del  Vedado  S3  llenaron  de  curiosos  que  querían  gozar 
del  espectáculo  en  posiciones  más  avanzadas. 

En  efecto;  á  las  cinco  salió  del  puerto  el  cañonero  A'inva  España, 
llevando  en  el  tope  la  bandera  nacional,  y  poco  después,  y  con  la  suya 
izada,  el  crucero  Conde  de  Venadito. 

La  muchedumbre  aplaudía  frenética;  la  marinería  silenciosa,  como 
quien  cumple  misión  sagrada  en  momentos  solemnes,  cuidábase  de 
cumplir  su  cometido. 

Aquellos  dos  barcos  de  guerra,  de  pequeñas  dimensiones,  de  esta- 
sa potencia  y  de  reducida  dottción,  se  internaron  en  el  mar  hasta  per- 
derse de  vista. 


i 


707 

El  público  que  les  vio  partir  quedó  en  silencio  y  vivamente  im- 
presionado. 

Millares  de  personas  tenían  fijos  sus  ojos  desde  las  torres,  las  azo- 
teas, el  malecón,  las  baterías  y  el  litoral,  en  la  línea  obscura  y  lejana 
del  horizonte.  Durante  media  hora  nada  se  vio  ni  se  oyó,  creciendo  por 
momentos  la  ansiedad;  pero  transcurrido  ese  tiempo,  vióse  á  los  dos 
barcos  españoles  que  se  dirigían  sobre  tres  americanos  haciendo  fuego 
nutrido  y  con  marcha  rápida.  Habíase  entablado  ya  un  combate  naval, 
á  la  vista  de  la  población. 

El  M'ueva  España  y  el  ]'c¡iadíto  acometían  con  decisión;  los  trcs 
barcos  yanquis  contestaban  con  fuego  duro. 

La  muchedumbre  aplaudía  desde  tierra  la  decisión  de  nuestros  bra- 
vos marinos;  á  cada  disparo  resonaba  en  todo  el  litoral  un  estruendoso 
¡viva  España!,  que  las  ondas  se  encargaban  de  hacer  llegar  hasta  los 
barcos  españoles  como  alientos  nuevos  para  el  combate. 

De  pronto  se  vio  que  un  barco  grande  del  enemigo  apagó  sus  fue- 
gos, que  rápidamente  se  le  acercó  otro,  y  amarrándole  se  lo  llevó  á 
remolque  con  precipitación:  ¡aquello  era  el  triunfo  I 

Aparecen  enseguida  nuevos  buques  enemigos  que  acuden  en  au- 
xilio de  los  suyos;  los  nuestros,  gallardos,  airosos,  combaten  tambiéa 
contra  éstos,  que  forman  una  división  de  cinco  buques. 

El  sol  va  desapareciendo  hacia  su  ocaso,  enviando  sus  últimos  ra- 
yos á  los  combatientes  y  dejando  en  el  horizonte  unas  nubes  rojas  como 
el  fuego. 

El  espectáculo  es  imponente,  maravilloso,  extraordinario. 

Entretanto,  en  todas  las  baterías  de  la  plaza  se  enfilan  los  cañones 
por  si  el  enemigo  se  acerca,  persiguiendo  en  su  retirada  á  nuestros 
barcos;  salen  del  puerto  hasta  doblar  el  Morro  dos  cañoneros  más,  por 
si  acaso;  los  dos  Pin\ón  se  disponen  también  á  salir,  pero  el  rápido  ere- 


708 

púsculo  vá  desapareciendo  y  la  noche  extiende  su  manto  de  tinieblas, 
haciendo  que  cese  el  combate. 

El  Nueva.  España  y  el  Conde  de  Venadiio  regresan  al  puerto  sin 
avería  alguna,  y  al  entrar  en  bahía  les  tributa  toda  la  Habana  una  ova- 
ción indescriptible  y  conmovedora.  Eran  las  ocho  de  la  noche. 

Emoción  semejante,  pocas  ve:es  se  siente:  la  población,  llena  de 
regocijo,  saluda  á  los  marinos  por  la  feliz  jornada,  que  así  puade  califi- 
carse la  temeraria  salida  y  el  combate  sostenido  contra  enemigo  tan  su 
perior,  sin  sufrir  avería  alguna,  á  cambio  de  haberlas  producido  de 
consideración  en  la  escuadra  norteamericana. 


#  * 


El  Conde  de  Venaditoes  uno  de  los  buques  más  conocidos  entre 
los  españoles.  Con  motivo  de  la  campaña  de  Melilla  primero,  después 
por  incidente  ocurrido  entre  este  buque  y  el  americano  Alliance  en  los 
comienzos  de  la  campaña  de  Cuba,  el  Venadiio  es  entre  nuestros  bu- 
ques de  guerra  el  que  más  ha  sonado  en  oídos  españoles. 

Fué  construido  en  1888,  es  de  hierro,  de  1200  toneladas,  monta 
cuatro  cañones  Hontoria  de  12  centímetros,  dos  de  siete,  dos  de  cinco 
y  cuatro  de  cuatro,  y  dos  tubos  de  lanzar  torpedos.  Desplaza  1.500  to- 
neladas y  la  fuerza  de  sus  máquinas  es  de  1.500  caballos. 

Estaba  mandado  por  el  capitán  de  fragata  don  Esteban  Asuaga. 

El  Nueva  España  está  clasificado  como  cañonero  torpedero:  monta 
seis  cañones,  dos  Hontoria  de  doce  centímetros,  de  tiro  rápido,  una 
ametralladora  y  dos  tubos  lanza  torpedos;  la  fuerza  de  su  máquina  es 
■ie  2.400  caballos  de  fuerza  y  desplaza  630  toneladas;  su  casco  es  de 
acero. 

Mandaba  este  barco  el  teniente  de  navio  don  Eduardo  Capelas- 
tegui. 


709 

Hacía  ya  tiempo  que  prestaba  servicie  en  Cuba,  y  algunos  meses 
que  se  encontraba  en  la  bahía  de  la  Habana. 

Fué  botado  al  agua  en  el  año  de  1889. 

Tanto  el  Nueva  España  como  el  Venadito  habían  trabajado  mucho 
ea  la  campaña  de  Cuba,  y  esto  hacía  que  sus  máquinas  hubiesen  sufri- 
do desgastes,  perdiendo  en  fuerza  y  velocidad. 

Ninguna  de  estas  circunstancias  impidió  que  luchasen  con  denue- 
do, obteniendo  éxito  feliz  en  la  misión  que  les  fué  confiada. 

El  objetivo  propuesto  con  la  salida  y  combate  del  Nueva  España  y 
el  Venadüo,  quedó  logrado,  pues  no  era  otro,  según  despachos  del  ca- 
pitán general  y  jefe  del  apostadero  de  la  Habana,  que  atraer  frente  al 
puerto  el  mayor  número  posible  de  barcos  yanquis,  y  esto  se  consiguió, 
por  cuanto  al  día  siguiente  se  contaban  diez,  no  siendo  el  anterior  más 

que  tres. 

En  operaciones  desde  Güines,  la  columna  que  mandaba  el  coronel 
Rodríguez,  tuvo  un  encuentro,  el  día  16,  en  Los  Cristales  con  una  par- 
tida de  800  hombres,  al  mando  de  Mayía  Rodríguez,  Collazo  y  otros 
cabecillas,  tomando  campamento  y  batiéndoles  con  muchas  bajas;  pu- 
diéndose recoger  11  muertos  identificados,  14  armas  de  fuego,  mache- 
tes y  municiones. 

La  columna  tuvo  un  oficial  contuso  y  cuatro  de  tropa  heridos. 


» 


Se  dijo  la  tarde  del  14,  atribuyendo  el  origen  de  la  noticia  á  mani- 
fastaciorres  del  ministro  de  Marina,  que  la  escuadra  del  contralmirante 
Cervera  estaba  ya  á  la  vista  de  Cuba. 

Aunque  el  general  B3rmejo  no  había  hecho  manifestación  alguna 
en  tal  sentido,  ni  en  otro  cualquiera  que  permitiera  determinar  el  rum- 
bo y  la  situación  de  nuestros  barcos,  la  suposición  era  muy  verosímil,  y 


710 

nada  habría  tan  satisfactorio,  en  nuestro  humilde  concepto,  como  el 
que  la  hubiéramos  visto  confirmarse  pronto  con  la  entrada  en  la  babíi 
de  la  Habana  del  Cristóbal  Colón,  el  Vi\caya,  el  Oquendo,  el  Infanta 
María  Teresa  y  los  dos  destroyers. 

Hubiera  sido  este  un  verdadero  éxito  militar  para  España,  aun 
cuando  no  tuviese  el  aparato  externo,  ia  resonancia  y  brillantez  que  los 
grandes  combates  navales  con  que  soñaban  los  exaltados. 

Mientras  que  en  la  Habana  tuviésemos  una  escuadra  intacta,  ni 
pudieran  los  yanquis  descomponerla  íuya  para  llevar  la  guerra  á  di- 
versas regiones,  entre  las  cuales  cabía  incluir  la  misma  Petínsula,  ni 
les  fuera  factible  acometer  el  desembarco  de  una  gran  expedición  sin 
el  riesgo  de  verla  comprometida  y  quebrantada. 

El  bloqueo  de  la  Habana  tuviera  también  que  cambiar  de  carácter 
y  condiciones,  aunque  el  enemigo  mantuviese  allí  la  totalidad  de  sus 
buques  de  combate.  Con  los  recursos  de  fquella  estación,  nuestra  es- 
cuadra pudiera  haber  hecho  salidas,  hostigar  continuamente  á  la  ene- 
miga, sobre  todo  de  noche,  y  eligiendo  el  momento  y  circunstancias 
más  favorables  para  llevar  la  confusión  á  los  barcos  enemigos. 

No  sabíamos,  realmente,  si  el  objetivo  de  la  escuadra  era  el  que 
nos  inspira  estas  observaciones,  pero  ninguna  duda  ofreció  para  noso- 
tros y  creemos  hallarnos  de  acuerdo  con  la  opinión  de  muchas  personas 
competentes,  que  ese  fuera  por  entonces  el  servicio  de  resultados  más 
prácticos  y  que  con  él  se  hubiera  realizado  un  buen  pensamiento  estra- 
tégico. 


•   * 


He  aquí  la  alocución  que  el  general  Cervera  dirigió  á  sus  subordi- 
nados la  víspera  de  hacerse  á  la  mar  la  escuadra  fondeada  en  Cabo 
Verde: 


I 


711 

«Tripulantes  todos  de  la  escuadra: 

Después  de  tres  años  de  lucha  en  Cuba  vamos  al  fin  á  ver  el  tér- 
mino. Seguramente  no  se  hubiera  sostenido  tres  meses  la  insurrección 
sin  los  auxilios  que  ha  recibido  siempre  de  los  Estados  Unidos. 

Viendo  esta  nación  que  con  su  ayuda  indirecta  y  con  las  mil  mo- 
lestias que  nos  ha  suscitado  no  podía  conseguir  los  fines  que  su  codicia 
le  inspira,  que  no  son  otros  que  arrebatarnos  la  isla  de  Cuba,  arroja  la 
máscara  al  ver  agonizar  la  insurrección  y  nos  hace  la  guerra  más  in  - 
justa  que  registra  la  historia. 

No  la  quería  España,  ciertamente,  y  prueba  de  ello  es  su  conducta, 
en  la  que  ha  llegado  á  cuanto  puede  acceder  una  nación  que  se  precia 
en  algo.  Pero  la  ambición  insaciable  de  los  yankees  gritaba  siempre 
más,  más,  hasta  que  llegó  á  pedirnos  todo:  lo  que  es  nuestro,  lo  que 
descubrieron  |los  españoles  dirigidos  por  Colón,  lo  que  pobló  Diego 
Velázquez  y  han  hecho  próspero  y  rico  los  españoles  á  costa  de  tantas 
vi  las  como  se  han  perdido  en  los  cuatro  siglos  que  hace  del  descu- 
brimiento. 

Vamos,  pues,  á  la  guerra  obligados  por  el  orgullo  y  la  codicia 

yankee\  pero  vamos  como  siempre  fueron  los  españoles,  fuertes  en  sus 
derechos  y  confiados  en  Dios,  que  no  abandonará  causa  tan  justa  y 

protegerá  nuestros  esfuerzos. 

No  tengo  que  recordaros  la  disciplina,  porque  en  los  seis  meses 
que  llevo  de  mando  sólo  tengo  motivos  para  felicitarme  de  ella.  Tam- 
poco os  recuerdo  la  constancia  en  el  servicio,  sobre  todo  el  de  vigilan- 
cia, á  pesar  de  lo  duro  que  llega  á  hacerse  cuando  se  prolonga  mucho, 
porque  conozco  vuestras  condiciones  en  esto  como  en  todo.  Mucho 
menos  os  recomendaré  el  valor,  sois  españoles  y...  basta. 

A  la  guerra,  pues;  y  cuando  yo  os  lleve  al  combate,  tened  con- 
fianza en  Dios  y  en  vuestros  jefes,  y  que  con  la  conciencia  del  alto  de- 
ber que  cumplimos  nos  halague  á  todos  la  idea  de  la  gratitud  de  la  pa- 
tria, que  salvaremos  del  peligro  en  que  se  encuentra. 


712 

Las  naciones  que  nos  contemplan  verán  que  la  España  de  hoy  es 
la  de  siempre,  y  al  regresar  á  nuestros  hogares  nos  veremos  rodeados 
de  la  gratitud  y  amor  de  nuestros  conciudadanos,  que  será  nuestra  me- 
jor recompensa. 

¡Viva  España!  ¡Viva  el  re) !  ¡Viva  la  reina  regente! 

San  Vicente  de  Cabo  Verdea  28  de  Abril  de  1898.— El  almirante 
de  la  escuadra  española. — Pascual  Gervera». 


* 
*  * 


Antes  de  zarpar,  el  general  Cervera  convocó  á  los  oficiales  y  tri- 
pulaciones de  los  buques  que  formaban  la  escuadra,  arengándoles  en 
términos  altamente  patrióticos  y  poniendo  de  manifiesto  que  cuando 
peligra  la  integridad  del  territorio  patrio,  todos  sus  hijos  tienen  el  sa- 
grado deber  de  defenderla. 

«A  la  Armada  española— dijo— corresponde  desempeñar  en  el  pre- 
sente conflicto  un  papel  importantísimo.  Vamos  á  la  lucha;  es  verdad 
que  somos  pocos  contra  muchos,  pero  llevamos  de  nuestra  parte  la 
justicia  y  el  derecho,  la  pericia  y  el  valor  de  los  marinos  que  me  escu- 
chan, y  la  fé  en  Dios». 

Apenas  terminó  el  general  Cervera  la  última  frase,  se  oyó  un 
atronador  ¡viva  España! 

La  prensa  norteamericana  no  ocultó  la  sorpresa  que  le  produjo  la 
noticia  de  haberse  advertido  en  sguas  de  la  Martinica  la  presencia  de 
tres  barcos  de  guerra  españoles. 

No  se  sabía  á  punto  fijo  á  dónde  se  dirigía  la  escuadra  española 
mandada  por  el  contralmirante  Cervera,  pero  se  tenía  noticia  de  que 
Jas  fuerzas  navales  yanquis  habían  recibido  orden  de  concentrarse  en  la 
coita  meridional  de  Cuba. 

Todos  los  informes  convenían,  sin  embargo,  en  que  el  jefe  de 


713 

nuestra  escuadra  se  proponía  intentar  Ja  entrada  en  el  puerto  de  la 
Habana. 

Los  periódicos,  particularmente  los  consagrados  á  asuntos  militares 
y  marítimos,  seguían  con  grande  interés  los  movimientos  de  la  escua 


CAÑONERO   KORTEAMERICANO    «VESUBIUS» 

dra  española,  reconociendo  que  el  almirante   Cervera  estaba  dando 
pruebas  de  grande  habilidad  y  pericia,  coincidiendo  todos  en  recono- 
cer que  el  general  Cervera  conducía  la  expedición  tan  afortunadamen- 
te, que  el  gobierno  norteamericano  había  pasado  momentos  de  verda 
derajnquietud. 


Blanco  90 


X^ •  •  «nr^^ ^^^~>M      i 


CAPITULO    XII 


Europa  al  almirante  de  nuestra  escuadra. — La  misión  del  Terror. — El  comandante  Villaamil^ 
— La  escuadra  española  en  Curasao. — Otra  vez  la  dinamita  en  el  campo  rebelde. — Vola- 
dura en  el  ferrocarril  de  Guanabacoa. — El  espíritu  público  en  la  Habana. — Accidente  en 
la  bahía  de  Cárdenas. — Explosión  de  un  torpedo. — Destrozo  y  voladura  de  un  bote  tripu- 
lado por  yanquis.  —  Ataque  á  Caibarién. — Una  flotilla  de  cañoneros  en  busca  del  enemi-. 
go. — Huida  del  buque  yanqui. — Gran  expectación  en  la  Habana. — Agresión  contra  San- 
tiago de  Cuba  y  Guantánamo. — En  Punta  üamacho  y  Matanzas. — La  escuadra  española, 
en  Santiago  de  Cuba. 


N  todas  partes,  en  Francia,  en  loglaterra,  en  Alemania, 
en  Europa  entera,  dedicaban  grandes  elogios  de  admi- 
ración al  jefe  de  nusstra  escuadra,  al  contralmirante 
Círvera,  que  con  rara  habilidad  y  pericia  extraordina^ 
ría  había  sabido  burlar  á  las  dos  escuadras  noiteamericanas. 
De  una  de  las  operaciones  más  felices  realizadas  con  ese 
1!^   objeto,  y  en  la  que  había  sido  protagonista  el  bizarro  señor  Vi- 
Ilaamil,  nos  dio  cuenta  por  carta  un  tripulante  del  TVrror  en  los. 
siguientes  términos,  tan  interesantes  como  conmovedores: 

«Obedeciendo  órdenes  del  almirante  destacóse  de  la  escuadra  el 
destróyer  Terror,  al  mando  del  comandante  señor  Villaamil  para  ad- 
quirir noticias  exactas  acerca  del  paradero  de  los  barcos  enemigos. 

La  misión  confiada  á  este  marino  era  en  verdad  tan  difícil  como 
arriesgada.  Consistía  en  llegar  á  la  isla  Martinica,  averiguar  allí  noticii.& 
del  paradero  y  situación  de  las  escuadras  yanquis,  y  salir  inmediata-^ 


715 

mente  para  Puerto  Rico,  doade  entraríamos,  procurando  evitar  el  en- 
cuentro con  todo  barco  enemigo;  comunicar  con  el  general  Maclas  y  re 
gresar  á  dar  cuenta  al  general  Cervera  del  resultado  de  su  misión. 

Cumplida  sin  contratiempo  la  primera  parte  de  nuestra  misión,  sa- 
lió de  Fort  de  France  el  Tert  or,  dispuesto  á  cumplir  la  segunda,  diri- 
giéadonos  á  Puerto  Rico.  Pero  en  el  camino  tropezamos  con  un  vapor 
correo.  Merced  á  las  señales  convenidas,  la  duda  no  era  posible.  El  Te- 
rror se  aproximó  al  buque  correo,  que  no  era  otro  que  el  Alfonso  XIII 
de  la  Compañía  trasatlántica,  el  cual,  concluido  el  bombardeo  de  Sail 
Jian  por  la  escuadra  yanqui,  había  salido  tranquilamente  coa  rumbo  á 
la  Península. 

El  capitán  del  Alfonso  XIII  dio  cuenta  á  nuestro  comandante  señor 
Villaamil  de  cuanto  éite  necesitaba  saber  respecto  á  la  situación  de  les 
escuadras  norteamericanas,  y  el  señor  Villaamil  le  dijo  lo  que  convenía 
que  supiera  el  capitán  del  Alfonso  XIII. 

Concluida  la  entrevista,  el  Terror  se  dirigió  otra  vez  en  busca  de 
la  escuadra  y  el  Alfonso  X/// siguió  viaje  con  rumbo  á  la    Paníasula. 


#  * 


«Apenas  encontró  el  Terror  otra  vez  á  la  escuadra  y  conferenció 
Villaamil  con  el  contralmirante  Cervera,  hizo  aquella  rumbo  á  la  isJa 
holandesa  de  Cure  cao. 

El  gobernador  general  de  aquella  posesión  holandesa,  que  reside 
en  la  capital,  Willenestad,  parece  participó  al  general  Cervera: 

I."  Que  no  permitía  la  entrada  en  el  puerto  más  que  á  la  mitad 
déla  escuadra  española;  y 

1°  Que  su  permanencia  en  el  mismo  no  podría  exceder  de  cua- 
renta y  ocho  horas. 

En  vista  de  la  actitud  del  gobernador  de  la  citada  posesión   holán- 


716 

desa,  el  general  Cervera  dispuso  que  entraran  en  puerto  los  cruceros 
María  Teresa  y  Vizcaya  y  que  permanecieran  faera,  bordeando,  el 
Oquendo,  el  Colón  y  los  destroyers. 

lamediatamente  que  llegó  á  Curí9ao  nuestra  escuadra,  fué  telegra- 
fiada á  Washington  y  á  Londres  la  noticia  por  diferentes  conductos. 

Sin  aguardar  el  señor  Cervera  á  que  se  cumpliera  el  plszo  de  cua- 
renta y  ocho  horas  que  le  fuera  concedido  para  permanecer  en  Curac^ao 
hízose  de  nuevo  á  la  mar  con  rumbo  á  Cuba.» 

Por  tercera  vez  burló  la  vigilancia  de  que  era  objeto  en  aquellos 
mares,  haciendo  cruces  tan  variados  que,  al  mismo  tiempo  que  señala- 
ban su  presencia  los  corresponsales  en  las  costas  de  Venezuela,  donde 
suponían  que  se  aprovisionaría  de  carbón;  en  la  Martinica  otra  vez, 
donde  aseguraban  que  se  le  reunió  el  Alicante  para  el  aprovisionp- 
miento  de  combustible;  en  las  costas  de  Cuba,  hacia  donde  se  reconcen- 
traban las  dos  escuadras  yanquis  y  en  las  de  los  Estados  Unidos,  que 
parecían  ser  el  objetivo  del  contralmirante  español. 


Habían  vuelto  los  rebeldes  á  realizar  actos  de  presencia  cerca  de  la 
capital  de  la  isla. 

En  la  noche  del  15  volaron,  por  medio  de  la  dinamita,  algunas  al- 
cantarillas del  ferrocarril  de  Guanabacoa,  produciendo  grandes  destro- 
zos en  la  vía. 

Afortunadamente,  no  hubo  que  lamentar  desgracias  personales,  por 
ocurriría  explosión  á  una  hora  en  que  no  circulaban  trenes. 

Al  ruido  de  la  detonación  y  á  los  gritos  de  los  guardas  de  la  vía, 
acudieron  inmediatamente  fuerzas  del  ejército,  sin  que  lograran  captu- 
rar á  los  autores  del  bárbaro  atentado. 

Aunque  el  espíritu  público  en  la  Habana  no  había  decaído  ni  un 


717 

momento  desde  la  declaracióa  de  guerra  y  la  presencia  de  los  barcos 
americanos  delante  del  puerto,  los  últimos  sucesos  y  la  noticia  de  la 
presencia  de  nuestra  escuadra  ea  el  mar  de  las  Antillas,  habían  produci- 
do entusiasmo  excepcional  en  todas  cl6S3s. 

Esos  sucesos  y  esa  noticia  habían  determinado  además  una  gran 
mejora  en  la  situación  económica  porque,  efecto  de  la  mayor  confianza, 
era  mucho  más  satisfactorio  el  aspecto  de  los  cambios. 

También  era  fenómeno  que  la  opinión  apreciaba  en  todo  su  valor, 
la  participación  que  en  las  felicitaciones  á  las  autoridades  y  á  la  marina 
tomaban  los  cónsules  que  allí  representaban  á  las  principales  naciones 
europeas. 

El  público  se  había  hecho  ya  á  la  situación,  de  tal  manera,  que  los 
remolcadores  y  las  lanchas  salían  del  puerto  y  se  alejaban  á  distancias 
respetables  para  ver  los  movimientos  délos  barcos  bloqueadores,  como 
si  no  corrieran  riesgo  alguno  en  dichas  salidas. 

Los  barcos  yanquis  continuaban  sus  movimientos  entre  la  costa  de 
Pinar  del  Río  y  Cárdenas. 

Un  nuevo  y  desagradable  accidente  sufrieron  los  norteamericanos 
en  la  mañana  del  í6,  en  la  entrada  de  la  bahía  de  Cárdenas. 

Después  de  los  bombardeos  inútiles  y  de  los  fracasados  desembar- 
cos, dedicáronse  los  barcos  yanquis  á  explorar  la  entrada  del  puerto. 

Advertidos  de  la  existencia  de  torpedos  pretendieron  quitarlos  y 
al  dar  con  el  primero  y  tratar  de  inutilizarle,  explotó,  en  condiciones 
tales,  que  destrozó  el  bote,  cayendo  al  agua  los  i8  tripulantes,  no  lo- 
grando salvarse  ni  uno. 

Este  suceso  produjo  el  efecto  que  puede  suponerse,  lo  mismo  en  la 
población,  de  Cárdenas  que  en  la  de  la  Habana. 


*  * 


718 

El  día  17  se  presentó  frente  al  puerto  de  Caibarién,  en  la  costa  Nor- 
te de  la  provincia  de  Santa  Clara,  un  barco  norteamericano  con  ánimo 
de  explorar  la  bahía. 

Inmediatamente  se  hicieron  á  la  mar  el  cañonero  Hernán  Cortés 
y  las  cañoneras  Valiente,  Intrépida  y  Cauto. 

La  guarnición  y  voluntarios  de  Caibarién  se  pusieron  inmediata- 
mente sobre  las  armas. 

La  salida  de  los  barcos  citados  produjo  gran  expectación  en  los  hc- 
bitantes  de  Caibarién. 

A  poco  rato  de  haber  salido  del  puerto  la  pequeña  £1  jtilla  se  oye- 
ron algunos  cañonazos,  y  pronto  se  vio  como  el  barco  yanqui  se  aleja- 
ba y  regresaban  á  puerto  los  españoles  por  haber  conseguido  el  objeto 
que  se  habían  propuesto. 

Mayor  era  la  expectación  que  reinaba  en  la  Habana  ante  la  presen- 
cia de  la  escuadra  española  en  el  mar  de  las  Antillas. 

El  deseo  de  las  gentes  hacía  suponer  que  llegaría  muy  pronto,  sien- 
do el  primer  puerto  que  tocase  el  de  la  Hibana;  pero  de  esto  no  había 
noticia  alguna  que  permitiera  hacer  afirmaciones.' 

El  bloqueo  de  la  Habana  continuaba  en  la  misma  foima,  esto  e?, 
sostenido  por  nueve  barcos. 

Desde  dicho  día  17  desaparecieron  de  la  vista  de  Cienfuegos  los 
barcos  que  bloqueaban  aquel  puerto. 

Frente  á  la  Habana  y  otros  puertos  de  la  costa  occidental  eran  muy 
pocos  los  barcos  yanquis  que  se  divisaban  el  día  i8. 

Creíase  que  la  retirada  de  los  barcos  bloqueadores  obedecía  á  der- 
conocerse  los  movimientos  de  nuestra  escuadra  y  temer  que  se  presen- 
tase de  improviso  en  aquellas  aguas. 

El  objetivo  principal  de  los  barcos  americanos  era  la  costa  Sur,  en 
previsión  de  que  los  que  mandaba  el  general  Cervera  intentasen  arri- 
bar al  puerto  de  Cienfaegos  ó  al  de  Santiago  de  Cuba. 


719 

Los  buques  auxiliares  exploraban  los  mares  del  Sur,  mientras  otros 
barcos  hostilizaban  unas  veces  á  Santiago  de  Cuba  y  otras  á  Guantána- 
mo  donde  se  acercaron  el  i8,  haciendo  sobre  el  fuerte  fuego  de  cañón, 
que  contestó  el  cañonero  Alvarado. 

Ese  cañoneo  no  tuvo  para  naaie  resultados,  pues  ni  los  proyectiles 
enemigos  hicieron  daño  alguno,  ni  los  nuestros  produjeron  efecto  en 
el  enemigo  que,  colocado  á  bastante  distancia,  se  retiró  en  cuanto  ve- 
rificó la  exploración  y  notificó  con  sus  cañones  su  presencia  en  aquellas 
aguas. 


*  * 


El  citado  día  i8  se  presentaron  dos  barcos  yanquis  á  dos  y  á  seis 
millas  frente  á  Santiago  de  Cuba,  haciendo  uno  de  ellos  dos  disparos 
cortos,  que  no  fueron  contestados. 

Más  tarde  se  acercaron  los  dos  barcos  americanos  á  la  boca  del  ca- 
nal de  Santiago  de  Cuba,  rompiendo  fuego  contra  las  baterías  avanza- 
das, que  contestaron  con  vigor  y  acierto,  pues  causaron  averías  á  uno 
de  ellos  artillado  con  siete  cañones  y  obligándoles  á  retirarse,  sin  que 
los  8o  disparos  que  hicieron  causaran  daño  alguno. 

Al  amanecer  del  19,  dos  buques  americanos  hicieron  70  disparos 
sobre  la  bahía  de  Guantánamo  y  playa  Este  y  contra  el  cañonero  San- 
doval,  sin  causar  daño,  siendo  contestado  el  fuego  por  fuerzas  del  ejér- 
cito apostadas  en  la  punta  de  Caracoles  y  en  la  boca  del  río  Guantána- 
mo, apoyadas  y  en  combinación  con  dicho  cañonero  Sandoval,  que  les 
acosó  y  persiguió  hasta  perderlos  de  vista. 

Esos  barcos  norteamericanos  usaron  bandera  española  al  entrar  en 
la  boca  del  puerto  de  Guantánamo. 

Los  barcos  yanquis  continuaban  empleando  el  procedimiento  de: 


720 

hacer  disparos  sobre  las  costas  para  obligar  á  que  contestaran  las  bate- 
rías de  tierra  y  saber  de  este  modo  el  alcance  de  los  cañones  emplaza- 
dos y  si  estaban  ó  no  aquéllas  artilladas. 

Afortunadamente,  nuestros  artilleros  sabían  ya  á  que  atenerse,  y 
en  la  mayoría  de  los  casos  los  barcos  yanquis  tenían  que  retirarse  sin 
lograr  su  propósito. 

Durante  la  madrugada  del  2  1  un  cíñonero  enemigo  hizo  27  dispa- 
ros sobre  Punta  Camacho  y  11  sobre  el  varadero  de  Matanzas. 

Ninguno  de  ellos  produjo  desperfectos,  por  quedarse  cortos  la  ma- 
yoría de  los  proyectiles. 

Por  esta  misma  razón  no  contestaron  nuestras  baterías. 


* 
*  • 


La  escuadra  del  almirante  Cervera  entró  el  día  19  en  el  puerto  de 
Santiago  de  Cuba. 

Próxinjamente  á  las  diez  de  la  noche  de  ese  día  recibió  el  nuevo 
ministro  de  Marina,  señor  Auñón,  el  siguiente  cablegrama  del  comac- 
dante  en  jeíe  de  la  escuadra: 

^Santiago  de  Cuba,  79— Almiratte  de  la  escuadra  al  ministro  de 
marina: 

Esta  mañana  he  entrado  sin  novedad  ccn  la  escuadra  en  este  puer- 
to.—Cerver  a». 

De  modo,  que  cuando  se  creía  en  Washington  y  Nueva  York,  se- 
gún telegramas  de  sus  agentes  telegráficos,  que  publicó  la  prensa  neo- 
yorkma  ese  mismo  día,  que  andaba  cruzando  al  largo  por  aguas  de 
Costa  Rica,  nuestra  escuadra  tomaba  puerto  en  Cuba. 

No  pu'de  darse  empresa  mejor  conducida  ni  con  más  acierto  re- 
matada. 

Nuestra  escuadra,  vigilada  con   afán  por  dos  poderosas  flotas"  y 


721 


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722 

multitud  de  barcos  sueltos  del  enemigo,  había  sido  dueña  del  mar  de 
operaciones  durante  dos  semanas,  había  burlado  á  los  que  pretendían 
envolverla,  se  había  aprovisionado  con  habilidad  increíble,  y  metién- 
dose al  fin  en  uno  de  los  principales  puertos  de  Cuba,  había  patentiza- 
do á  la  vista  de  todo  el  mundo,  que  nada  tenia  de  efectivo  y  que  era 
puramente  nominal  el  bloqueo  de  la  isla. 

Cerca  de  treinta  acorazados  y  cruceros  de  primera  clase  maniobra- 
ban para  sorprenderla,  ya  que  no  con  la  arrogante  seguridad  que  ma- 
nifestaban al  principio,  con  la  resolución  cada  vez  n:ás  vehemente  de 
aniquilarla.  A  este  fin  se  habían  subordinado  todos  los  proyectos  del 
gobierno  de  los  Estados  Uoidos.  El  acabar  con  ella  era  condición  indis- 
pensable para  intentar  en  las  Antillas  el  tantas  veces  anunciado  desem- 
barco de  cincuenta,  sesenta  ó  setenta  mil  hombres. 

Pues  bien;  el  almirante  Cervera  había  ejecutado  su  plan,  y  el  de- 
partamento de  Guerra  y  el  departamento  de  Marina  de  la  América  del 
Norte  habían  visto  desbaratados  de  un  golpe  todos  los  suyos. 

Legítimo  orgullo  nos  causaron,  por  su  bizarría  y  por  su  destreza, 
nuestros  marinos;  pero  no  queremos  alabarlos. 

¿Para  qué,  si  fueron  mucho  más  elocuentes  los  hechos  y  mucho 
menos  personales  los  elogios  que  la  prensa  extranjera,  incluso  la  nor- 
teamericana, les  dedicó? 

El  Daily  (jraphic  deciaró  que  el  almirante  español  había  ganado 
la  victoiia  en  la  partida  estratégica  que  se  había  jugado  aquellos  días 
en  el  Atlántico.  «Su  impensada  aparición  en  la  Martinica,  cuando  todos 
los  creíamos  á  pocas  millas  de  Cádiz,  es  un  golpe  de  maestro.  La  mi- 
sión de  la  flota  de  Sampson  ha  fracasado  por  completo,  pues  consistía 
en  señalar  la  presencia  de  los  buques  españoles.  A  éstos,  cuando  se  es- 
criba la  historia  de  la  guerra,  se  atribuirá  en  justicia  el  mérito  de  haber 
superado  en  astucia  é  inteligencia  á  sus  adversarios^;». 


723 


Cosa  parecida  escribió  The  Times. 

Y  el  Standart  opinó  que,  tan  digna  de  admiración  como  las  evo- 
luciones de  nuestra  escuadra,  había  sido  la  previsión  con  que  habíase 
efectuado  el  aprovisionamiento  de  combustible  en  aquellas  latitudes. 

El  propio  A'éííJ  York  Herald  confesó,  repitiendo  la  opinión  de 
marinos  americanos,  que  la  táctica  de  los  nuestros  había  sido  maravi- 
llosa y  que  el  almirante  Cervera,  aunque  no  llegara  á  meterse  en  Cuba, 
había  con'^eguido,  por  de  pronto,  volver  locos  á  los  jefes  de  las  escua- 
dras que  lo  perseguían. 

«No  sólo  ha  eludido  sus  esfuerzos  combinados— decía, — sino  que 
ha  tenido  y  tiene  á  los  puertos  y  ciudades  de  nuestra  costa  septentrio- 
nal sobrecogidos  de  inquietud  ante  la  perspectiva  de  un  súbito  bom- 
bardeo». 

Además  de  lo  dicho  por  el  Herald,  nuestra  escuadra  había  logrado 
lo  que  no  conceptuaba  hacedero  el  periódico  neoyorkino:  había  en- 
trado en  el  puerto  de  Santiago  de  Cuba. 

¡Honor  al  peritísimo  almirante,  á  los  inteligentísimos  jefes' y  á  las 
valientes  tripulaciones! 

En  medio  de  tantas  tristezas,  nos  proporcionaron  una  muy  grande 
alegría. 

A  la  mortal  inquietud  en  que  nos  tenía  el  incierto  paradero  de 
nuestros  barcos  de  guerra,  sucedió  la  más  grata  y  honrosa  satisfacción, 
al  conocer  la  pericia  con  que  el  ilustre  general  Cervera  había  sabido 
burlar  la  vigilancia  de  las  dos  escuadras  enemigas  y  ganar  sin  contra- 
tiempo ni  avería  el  puerto  de  Sant'ago  de  Cuba. 


724 

Conocíamos  su  indomable  valor,— ¿quién  que  sepa  la  historia  de  Es- 
paña no  lo  conoce?,— y  estábamos  bien  seguros  de  que  en  ningún  caso 
desmerecerían  de  sus  gloriosos  antepasados.  Pero  más  todavía  nos  sa- 
tisfizo el  contemplar  su  destreza,  su  sangre  fría  y  su  aplomo. 

Porque  no  queríamos  que  murieran  sin  fruto,  aunque  con  épico 
heroísmo,  por  la  patria,  sino  que  vivieran  y  se  guardasen,  dando  cara 
al  enemigo,  para  mejor  servirla  y  defenderla. 

Así  pensamos,  entonces,  y  así  sentimos  al  gritar  con  el  pueblo  es- 
pañol, dando  todas  sus  sigoificaciones  al  grito:  ¡viva  la  marina  españolal 


^^'^ 


CAPITULO   XIII 


Alegría  y  entusiasmo. — Dudas  y  peligro. — Importancia  y  mérito  de  la  operación. — El  ánimo 
nacional. — La  prensa  extranjera. — Elogios  á  la  marina  española. — La  opinión  de  Euro- 
pa.— Movimiento  de  aproximación. — Nuestro  Gobierno. — El  regreso  del  Montserrat. — 
El  bloqueo  burlado. — El  pueblo  coruñés  al  capitáo  Deschamps. — El  viaje. — Misión  espe- 
cial.— Satisfacción  y  recompensa. 


A  presencia  de  nuestra  escuadra  en  aguas  de  Cuba  pro- 
dujo una  alegría  delirante  en  la  población  de  Santia- 
go, en  la  Habana  y  en  la  Península. 

Inmensa  muchedumbre  acudió  á  los  muelles  de 


Santiago  de  Cuba,  aclamando  con  entusiasmo  á  nuestros  bra- 
vos marinos,  al  ejército,  á  España  y  á  Cuba  española. 

Durante  su  difícil  travesía  no  sufrió  ninguno  de  nuestros 
buques  contratiempo  alguno,  ni  encontró  ningún  barco  ene- 
migo; las  tripulaciones  estaban  en  perfecto  estado  de  salud; 
la  disciplina  á  bordo  era  admirable,  y  entre  todos  los  marinos  de  la  es- 
cuadra reinaba  gran  entusiasmo.  Ni  los  acorazados  ni  los  destructores, 
habían  experimentado  la  más  leve  avería. 

Los  barcos  yanquis  bloqueadores  de  Santiago  de  Cuba  se  retiraron 
al  aparecer  nuestra  escuadra. 

En  la  Habana  reinaba  gran  ansiedad  esperando  noticias  de  la  escua- 
dra de  Cervera:  el  anuncio  de  su  llegada  á  Oriente  prodnjo  gran  eatu  - 
siasmo. 


*% 


No  pretendemos  con  estas  nuestras  dudas  y  vislumbres  de  un  peli- 
gro oculto  aminorar  la  importancia  y  el  mérito  de  la  operación  lleva- 
da tan  sabia  y  felizmente  á  cabo  por  el  meritísimo  almirante  de  nuestra 
escuadra,  general  de  la  Armada  don  Pascual  Cervera. 


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V26  . 

Se  temía  que  los  barcos  yanquis  hubiesen   abandonado  el  bloqueo  ' 

de  la  Habana  para  salir  al  encuentro  de  la  escuadra  española. 

El  hecho  de  haber  llegado  á  puerto  sin  incidente  alguno  hizo  creer 
que  los  buques  americanos  habían  rehuido  el  encuentro  con  la  escuadra 
de  Cervera,  ante  el  temor  de  un  serio  descalabro.  Esto  causó  allí  y  aquí 
gran  regocijo  y  entusiasmo. 

Muy  en  lo  justo  estuvo  el  entusiasmo  con  que  España  saludó  la 
aparición  casi  fantástica  de  nuestros  marinos  en  pueito  donde  ondeaba 
la  bandera  española;  mas  para  que  el  entusiasmo  no  decayera  y  sirvie- 
ra de  verdadera  fuerza  moral  en  aquellas  horas  de  incertidumbre,  no  lo 
debimos  sacar  de  quicio  ni  llevar  sus  puras  aguas  á  un  cauce  pantanoso. 

¿Sabíamos,  por  ventura,  si  nuestra  escuadra  había  tomado  puerto 
en  Santiago  de  Cuba,  de  arribada  forzosa  ó  por  propia  voluntad  y  obe- 
deciendo á  un  plan  estratégico  bien  combinado  y  premeditado? 

¿Sabíamos  si  el  enemigo,  al  dejarla  entrar  tranquilamente  y  sin 
hostilizarla,  dejándola  franco  y  expedito  el  paso,  se  proponía  un  ulte- 
rior objetivo  que,  dada  la  superioridad  numérica  de  sus  fuerzas  y  ele- 
mentos de  combate,  podría  convertir  la  victoria  en  derrota,  y  trocar  el 
regocijo  y  la  alegría  en  llanto  y  tristeza?... 

¿Podíamos,  en  fin,  asegurar  que  así  como  había  entrado  en  seguro 
puerto,  sin  avería  ni  contratiempo,  saldría  de  él  con  igual  suerte,  y  ha- 
riase  á  la  mar  con  idéntica  fortuna  para  sortear  los  peligros  que  la  ro- 
deaban?... 


121 

Mucho  más  de  cuanto  pudiéramos  decir  aquí  nosotros  en  su  ala- 
bacza  díjolo  por  una  parte  la  admiración  que  provocó  en  Europa  la  ha- 
bilidad con  que  maniobrara,  y  proclamólo  por  otra  la  profunda  inquie- 
tud que  sembró  en  loí  Estados  Unidos,  aun  antes  de  aparecer  en  las 
Antillas. 

El  vieja  desde  Cabo  Verde  á  la  Martinica,  cruzando  por  paraje  tin 
f  ecuentado  sin  que  nadie  sospechase  siquiera  el  derrotero  que  seguía, 
bastara  para  dar  excepcional  renombre  á  cualquiera  escuadra.  Probólo 
la  sorpresa  que  causó  en  todas  partes  su  inesperada  aparición  en  la 
Maitiaica,  precisamente  cuando  en  Washington  se  afirmaba  oficial- 
mente por  el  departamento  de  Marina,  que  había  regresado  á  Cádiz. 

Y  la  sorpresa,  convengamos  en  ello,  no  podía  ser  más  racional. 
¿Cómo  sospechar,  en  efecto,  queuna  escuadra  compuesta  da  sei>  buques, 
cuatro  cruceros  y  dos  cazatorpederos,  fuera  á  afrontar  las  poderosas  es- 
cuadras que  se  apercibían  á  cerrarle  el  paso  en  el  mar  de  las  Antillas? 
¿Cómo  imaginar  siquiera  que  se  aventuraría  en  lugares  á  la  sazón  tan 
vigilados? 

No  desconocían,  por  cierto,  nuestros  bravos  marinos  las  dificulta- 
des y  los  riesgos  de  tan  magna  empresa,  de  tan  sublime  aventura.  Pero 
á  arrostrarla  fueron  serenos  y  decididos;  confiados  más  en  su  pericia 
que  en  su  fuerza. 

Aislados  en  el  Atlántico,  é  ignorando  por  necesidad  de  su  situación 
lo  que  más  les  convenía  saber,  lo  que  ocurría  en  Cuba  y  en  Puerto  Rico, 
lo  que  hacían  y  dónde  estaban  las  escuadras  del  enemigo,  llegaron  á  la 
Martinica  y  se  pusieron,  por  decirlo  así,  en  contacto  con  los  hombres  y 
con  los  acontecimientos,  y  en  aquel  momento  lo  llenaron  todo. 

Al  orientarse  allí,  los  peligros  aumentaron;  pero  también  fué  cre- 
ciendo la  admiración  que  inspiraban  aquellos  marinos,  al  saberse  que 
sus  naves  intactas  rozaban  las  costas  de  Venezuela,  arribaban  á  Cura9io, 
desorganizaban  con  sus  sabias  maniobras  las  escuadras  enemigas,  que 


728 

no  sabían  á  donde  acudir  y  que  en  todas  partes  se  consideraban  ame- 
nazadas. 

Así,  las  mallas  de  aquella  red  que  desde  Puerto  Rico  hasta  Cayo 
Hueso  habían  formado  los  buques  yanquis,  se  fueron  ensanchando  y 
debilitando,  y  sin  disparar  un  cañonazo,  donde  tantos  y  tan  formidables 
cañones  la  esperaban,  la  escuadra  del  almirante  Cervera  entró  en  Santia- 
go de  Cuba.  Los  barcos  americanos,  que  acababan  de  bombardear  aquel 
puerto,  no  esperaron  la  acometida  de  los  nuestros:  en  cuanto  los  divi- 
saron se  perdieron  en  el  horizonte. 


*  * 


No  fué  una  victoria  la  llegada  de  nuestra  escuadra  á  la  bahía  de 
Santiago  de  Cuba;  pero  tuvo  igual  valor  por  el  saludable  efecto  que  en 
el  ánimo  nacional  produjo. 

El  descalabro  de  Cavite,  en  los  primeros  días  de  la  campaña,  había 
deprimido  nuestras  fuerzas  y  transformado  en  pesimistas  á  casi  todos 
los  que,  momentos  antes,  vaticinaban  indefectibles  triunfos  en  el  extre- 
mo Oriente. 

Muchas,  muchísimas  fueron  las  voces  que  con  tal  motivo  se  alza- 
ron, pidiendo  que  á  toda  costa  y  por  cualquier  precio  se  ajustase  la  paz 
con  los  Estados  Unidos. 

Afortunadamente,  la  idea  del  deber  y  del  honor  nacional  se  sobre- 
puso al  contagio  de  las  aprensiones  egoístas,  y  ella  y  los  sucesos  próspe- 
ros, acaecidos  más  tarde,  contuvieron  la  desbandada  moral,  que  lo  mis- 
mo entre  las  ciases  directivas  que  entre  las  multitudes,  comenzara  á  de- 
terminar los  más  lastimosos  efectos. 

£1  feliz  éxito  alcanzado  por  nuestias  armas^en  la  Habana,  en  Cár- 
denas, en  Cienfuegos,  en  Cabanas  y  en  San  Juan  de  Puerto  Rico,  de- 
volvió á  España  la  serenidad  ante  el  peligro  y  la  confianza  en  el  propio 


729 

derecho,  que  caracterizan  ea  los  días  de  las  grandes  pruebas  á  las  nacio- 
nes v¿rdaderameate  grandes. 

Avivó  esta  saludable  reacción  el  conocimiento  de  los  esfierzos,  de 
la  tenacidad  y  de  la  bravura  con  que  la  gente  españjla  arrostraba  y 
anulaba  la  acción  de  la  escuadra  americana  en  las  aguis  de  Manila. 

Y  la  pericia  admirable  del  almirante  Cervera  vino,  por  ú'timo,  á 
completar  la  buena  obra. 


BA.TERIá.  DE   Lá.  CABANA.  HACIENDO  FUEGO  SOBRE  LA  ESCUADRA   TANKEE 


La  nación  recobró  la  fé  en  si  misma,  y  se  propuso  no  volver  á  per- 
derla, fu3ren  como  fdessn  las  futuras  eventualidades  que  la  tuviese  re- 
sírvada  el  destino. 

Nada  escatimaría  á  los  ejércitos  de  mar  y  tierra  que  con  tanta  abne- 
gación la  servían,  y  convertida  en  fiscal  de  los  Gobiernos  obligaría  á 
éstos  á  anteponer  aquella  apremiante  necesidad  á  cualquier  otro  género 
de  intereses  y  da  consideraciones. 

Barrido  había  de  ser  como  una  pavasa  el  que,  viciaio  por   hábitos 

Blanco  92 


730 

é  impunidades  anteriores,  no  quisiera  entender  lo  que  á  la  sazón  enten- 
día todo  el  mundo. 

Que  la  primera  de  las  instituciones  es  la  Patria. 

Y  que  la  Patria  no  estaba  en  los  ministerios  ni  en  los  alcázares, 
sino  en  las  Antillas  y  Filipinas,  bloqueadas  por  un  insolente  agresor; 
en  el  campamento  de  nuestros  solisdos  y  en  la  cubierta  de  nuestros 
buques. 


*  • 


Todos  los  periódicos  extranjeros,  incluyendo  álos  mismos  inglese?, 
reprodujeron  la  alocución  del  contralmirante  Cervera  á  las  tripulacic- 
nes  de  la  escuadra  de  su  mando  al  abandonar  las  islas  de  Cabo  Verde. 

Y  al  reproducirla,  y  con  motivo  de  la  rara  habilidad  y  pericia  de- 
mostrada por  el  jefe  de  nuestra  flota,  burlando  la  vigilancia  de  las  dos 
escuadras  enemigas,  dedicaron  calurosas  demostraciones  de  simpatía  á 
España  y  entusiastas  elogios  á  la  marina  española. 

Y  esos  elogios  y  esas  demostraciones,  llegaron  antes  de  que  la  pren- 
sa extranjera  hubiese  podido  comentar  el  feliz  arribo  del  contralmirante 
Cervera  con  toda  su  escuadra  al  puerto  de  Santiago  de  Cuba.  Por  lo 
cual  había  que  esperar  fundadamente  que  aumentarían  en  el  aplauso, 
como  en  efecto  aumentaron,  cuando  vieron  coronada  por  el  éxito  esa 
verdadera  odisea,  cual  significó  la  marcha  de  nuestra  escuadra  por  el 
Atlántico,  burlando  y  desconcertando  totalmente  á  los  yanquis. 

Todavía  el  día  2 1  decía  el  corresponsal  del  Standart  en  Nueva 
York,  que  el  comodoro  Watson  había  recibido  de  su  gobierno  la  orden 
de  bombardear  todas  las  fortificaciones  de  las  costas  cubanas  sin  expo- 
ner demasiado  sus  barcos.  Y  añadía  que  el  propósito  de  los  americanos 
era  decidir  al  almirante  Cervera  á  hacer  su  aparición  en  las  aguas  de 
Cuba. 


731 

Y,  ep  efecto,  nuestro  expertísimo  y  valeroso  contralmirante  Cer- 
vera,  adelantándose  á  los  designios  de  los  americanos,  hizo  su  aparición 
en  las  aguas  de  la  isla  de  Cuba,  obligando  á  tres  barcos  yanquis,  de  los 
de  la  flota  del  bloqueo  que  mandaba  el  comodoro  Watson,  á  huir  ante 
su  inopinada  presencia. 

No  podía  habérsele  presentado  más  pronto  al  citado  comodoro  la 
ocasión  de  cumplir  las  órdenes  recibidas,  no  exponiendo  demasiado  sus 
barcos.  El  anunciado  bombardeo  quedó  en  proyecto  y  Cervara  consi- 
guió un  triuofo  indudable. 

Por  lo  que  prometía  hacer  el  jafe  de  nuestra  escuadra,  decían  los 
periódicos  extranjeros  que  no  era  una  mera  frase  la  frase  de  la  alocución 
de  Cervera  á  sus  marinos:  «Cuando  os  conduzca  al  combate  tened  con- 
fiar za»  porque  con  sobrado  motivo  podía  inspirarla  quien  sabía  de  ese 
modo  realizar  una  empresa  tan  difícil  y  tan  admirable. 


* 
♦  * 


Así  ocurrió  un  fenómeno  digno  de  tenerse  en  cuenta,  y  fué  que  la 
opinión  europea,  por  órgano  desús  periódicos  más  importantes,  consig- 
nó el  hecho  de  que  siendo  mayor  el  poder  naval  de  los  americanos  no 
había  logrado  á  la  fecha,  fuera  de  la  jornada  de  Cavite,  otra  cosa  que 
disparar  muchos  cañonazos  sin  resultado,  sin  operar  ningún  desembarco, 
sin  dar  alcance  á  nuestra  flota,  sin  cumplir  uno  sólo  de  los  puntos  que 
constituían  el  programa  altanero  de  conquista  del  gobierno  de  Mac 
Kmley. 

Y  en  tanto  que  esto  sucedía,  se  habían  dado  tales  trazas  los  yanqui?, 
que  estaban  ya  en  trance  de  indisponerse  con  toda  Europa,  excepto  con 
Inglaterra,  que  les  brindaba  con  una  santa  alianza  de  sangre  y  de  raza. 
Y  aún  esto,  tenía  mucho  más  de  aparatoso  y  teatral  que  de  cosa  efec- 
tiva, pues  en  el  pueblo  británico  no  podían  olvidar  que  por  espacio  de 


732 

un  siglo  habían  estado  los  yanquis  hablando  de  la  Inglaterra  envej-cida 
denunciando  s.u  civilización  moribunda  y  su  cors  itución  feudal. 

Sin  que  nosotros  hubiésemos  hecho  nada  para  lograrlo,  por  la  fuer- 
za misma  del  derecho  de  nuettra  causa,  de  la  justicia  y  razón  que  nos 
acompañaban  en  aquella  inicua  guerra,  despertamos  en  Europa,  no  ya 
la  simpatía  compasiva  que  pudimos  iospirar  en  un  principio,  sino  el 
respeto  debido  á  una  nación  que  tan  bien  sabía  defenderse  de  un  injus- 
tísimo atropello. 

Conveniente  hubiera  sido  sprovecharse  deaquel  doble  movimiento 
que  se  iniciara  en  Europa  de  aproximación  á  !a  cau^a  española,  de  des- 
afecto á  la  causa  americana.  Para  lo  cual  no  había  contribuido  poco  el 
felicísimo  atte  con  que  el  contralmirante  Csrvera  había  conducido  su 
escuadra. 

En  Europa,  en  la  Europa  civilizada,  lo  que  se  cotiza,  loque  se  pone 
en  la  cuecta  á  los  pueblos,  no  es  solo  su  fuerza,  sino  el  moio  de  saber 
aprovecharse  de  esa  fuerza. 

Y,  en  cambio,  Europa  entera,  al  oir  las  bravatas  de  yanquis  y  de 
ingleses,  les  decía  que  el  imperio  de  los  Cé>ares  había  muerto  y  que 
todos  los  que  habían  codiciado  su  herencia,  todos  los  que  desde  Cario 
Magno  á  Carlos  V  y  á  Napoleón  I  habían  aspirado  á  la  monarquía  uni- 
versal, habían  dejado  á  su  país  arruinado  ó  debilitado. 

Esos  movimientos  de  opinión  no  se  producen  en  vano;  pero  hay 
que  saber  aprovecharlos,  y  el  gobierno  español  no  ecartó  á  traducirlos 
á  su  favor,  no  supo  apoyar  sobre  ellos  la  causa  santa  de  España. 

Atento  al  desarrollo  de  esa  opinión  debió  vivir  nuestro  Gobierno, 
sumando  sin  cesar  cuantos  auxilios  llegasen  en  su  socorro,  que  al  fin 
los  auxilios  materiales  solo  se  prestan  al  que  demuestra  que  no  es  una 
cantidad  negativa  y  despreciable  en  el  mundo.  No  lo  hizo  así  el  Gobier- 
no, y  pronto  vino  el  aislamiento  y  el  divorcio  y  el  desastre. 


133 


*  * 


El  trasatlántico  que  mandaba  el  valeroso  y  peritísimo  capitán  Des- 
champs,  el  famoso  barco  mercante  Montserrat,  que  había  burlado  el 
bloqueo  de  Cuba  cuantas  veces  se  lo  propusiera,  entrando  y  saliendo 
entre  les  barcos  de  guerra  yanquis  con  la  misma  facilidad  que  en  los 
anteriores  meses  hacía  sus  viajes  ordinarios,  de  nuevo  burló  a!  enemigo 
saliendo  del  puerto  de  Cienfuegos,  atravesando  sin  ser  visto  la  línea  de 
bloqueo  y  tomando  rumbo  para  España. 

A  las  8  de  la  noche  del  20  fondeaba  en  el  puerto  de  la  Coruña, 
produciendo  su  llegada  general  sorpresa. 

Una  multitud  inmensa  acudió  á  los  muelles,  donde  fletando  algu- 
nas lanchas  se  dirigieron  al  buque,  con  luces  de  bengala,  é  hicieron  á 
la  tripulación  una  ovación  ruidosísima. 

Cuando  el  capitán  Deschamps  desembarcó,  el  gentío  que  ocupaba 
los  muelles  le  abrazaba  y  le  aclamaba  sin  cesar,  acompañándole  en  masa 
hasta  la  ca.=a  en  que  se  hospedaba. 

Al  pasar  por  algunas  calles  le  hicieron  entrar  en  las  Sociedades 
de  recreo  para  obsequiarle  y  felicitarle. 

Las  aclamaciones  eran  inmensas,  la  ovación  continuada  hasta  que 
llegó  á  su  casa. 

El  Montserrat  vino  de  Cuba  en  lastre,  con  una  misión  especial  del 
gobernador  general  de  la  gran  Antilla  para  el  gobierno  español. 

Salió  de  Cienfuegos  el  día  6,  á  las  cuatro  de  la  tarde,  con  las  luces 
apagadas,  haciéndose  á  la  mar  sin  rumbo  y  navegando  hacia  el  Sur. 
Después  tomó  rumbo  á  la  Coruña  sin  tropiezo  alguno  y  navegando  á 
diez  y  ocho  millas  por  hora. 

Dijo  el  capitán  que  en  su  viaja  á  Cuba  no  sufrió  persecución  por 


734 

los  barcos  enemigos;  que  al  llegar  á  Haití  se  enteró  del  bloqueo  de  la 
isla  y  eligió  Cienfuegos  para  arribar. 

El  Montserrat  llevaba  cuando  entró  en  Cienfuegos,  burlando  el 
bloqueo,  lo  siguiente:  tres  millones  de  pesos;  cien  cañones;  quince  mil 
fusiles;  muchas  toneladas  de  municiones  y  pertrechos  de  guerra,  tres- 
cientos tripulantes  y  pasajeros,  y  mil  soldados. 

El  pueblo  coruñés  hizo  ovaciones  calurorísimas  al  experto  capitán 
de  nuestra  marina  mercante,  á  quien  la  Compañía  trasatlántica  recom- 
pensó, y  á  quien  la  patria  exprasó  su  admiración,  como  á  los  bravos 
marinos  que  le  acompañaban. 

Su  llegada  á  la  Coruña,  de  regreso  de  Cuba,  fué  un  nuevo  motivo 
de  satisfacción  para  España  y  de  gloria  para  el  Montserrat  y  su  tri- 
pulación. 


I 


CA.P1TUL0  XIV 


Bstrategema  villana. — Censuras  y  reprobación. — El  Manual  de  las  leyes  de  la  guerra. — El 
Reglamento. — Los  piratas.— La  desaprensión  de  los  yanquis. — A  la  consecución  del  fin, 
sin  reparar  en  los  medios. — No  fué  de  extrañar. — Sistema  -viejo  y  al  uso. — Motivo  de 
reclamación. — La  pasividad  de  los  gobiernos  de  Europa. — El  Derecho  internacional  es 
un  mito. — Temores. — La  opinión  en  los  Estados  Unidos. — Los  planes  del  enemigo. — Im- 
paciencia yanqui. — Juicios  de  Le   Temps. — La  acción  de  las  dos  escuadras  en  Cuba. 


EPROBADA  y[acremente  censurada  fué  por  todo  el  mun- 
do la  estrategema  villana  de  que  se  valieron  los  pira- 
tas yanquis  para  entrar  impunemente  en  la  había  de 
Guantánamo. 
Los  buques  norteamericanos  que  el  día  20  arbolaron  ban- 
dera española  para  franquear  á  mansalva  la  boca  del  puerto  de 
Guantánamo,  «violaron  los  preceptos  de  la  moral  y  la  justicia, 
faltaron  á  los  deberes  del  honor  militar  é  hicieron  uso  de  un 
ardid  desleal  y  fraudulento.» 
Más  que  ira,  debió  causar  desprecio  ese  acto  de  traición  y  villanía, 
explícitamente  definido  y  clasificado  en  todas  las  naciones  cultas. 

Para  condenarlo  no  hay  necesidad  de  que  digamos  nada  por  cuen- 
ta propia.   Basta  acudir  al  Manual  de  las  leyes  de  la  guerra,  publicado 
por  el|Instituto  de  Derecho  internacional,  y  leer  lo  que  establece  en  el 
artículo  8.°  de  su  parte  segunda. 
«Está  prohibido: 


736 

c)  Atacar  al  enemigo  ocultándole  los  signos  distintivos  de  la  fuer- 
za armada. 

d)  Uiar  indebidamente  la  bandera,  las  insignias  militares  ó  el 
uniforme  del  enemigo. 

Más  aúa;  la  misma  América  del  Njrte  condenó,  bastantes  años  ha, 
la  felonía  que  reelizaron  dicho  día  dos  de  sus  buques  de  guerra. 

El  Reglamento  para  los  ejércitos  americanos  en  campaña  define 
como  acto  de  perfidia  y  traición  el  uso  de  las  banderas  y  uniformes 
del  enemigo,  y  á  la  vez  que  niega  toda  protección,  excluye  del  derecho 
de  gentes  (artículo  05)  al  beligerante  que  tamaños  atentados  consume. 

« — Todo  militar, — afirma  el  legislador  en  su  preámbulo,— debe 
saber  que  las  leyes  de  la  guerra  no  reconocen  al  baligerante  una  facul- 
tad ilimitada  en  la  elección  de  medios  paia  causar  daño  al  enemigo. 
Por  tanto,  debe  estarle  vededo  en  absoluto  el  emplear  de  manera  en- 
gañosa la  bandera  de  parlamento,  las  señales  distintivas  de  la  Conven- 
ción de.Ginetra,  y  el  pabellón,  las  insignias  y  las  divisas  del  adversario. 


Así  se  expresa  el  leglamento  americano,  al  cual  pertenecen  también 
las  frases  que  dejamos  copiadas  en  el  primer  párrafo  de  este  capítulo. 

Por  encima  de  todo  ello  pasaron  los  barcos  que  el  día  citado,  20  de 
Mayo,  izaron  cobardemente  la  bandera  española. 

Y  para  mayor  vergüenza  suya,  de  nada  les  sirvió  la  villana  estra- 
tagema, pues  fueron  enérgicamente  rechazados. 

Ahí  vinieron  á  parar  las  arrogancias  de  la  soberbia  República  nor- 
teamericana. 

ÜQ  mes  hacia  que  había  roto  contra  nosotros  las  hostilidades, 
anunciando  al  Universo  que  la  conquista  de  Cuba  y  la  destrucción  de 
nuestras  fuerzas  navales  y  terrestres  era  cosa  de  unos  cuantos  días. 


737 


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738 

Al  cabo  de  ese  mes,  durante  el  cual  fracasaron  sus  intentos  de  des- 
embarco en  Cárdenas,  en  Cienfuegos,  en  Cabanas  y  en  San  Juan  de 
Puerto  Rico,  había  tenido  necesidad  de  disfrazarse  con  ropas  nuestras 
para  metérsenos  á  hurto  en  la  casa,  y  no  logró  realizar  su  propósito  ni 
aun  valiéndose  de  tan  missrable  subterfugio. 

De  no  patentizarlo  el  suceso  de  Guantánamo,  j^imás  hubiéramos 
creído  que  el  pueblo  de  Jorge  Washington  y  de  Abrahara  Lincoln  pu- 
diese degenerar  tan  pronto  en  una  aglomeración  de  perdonavidas  y  cua- 
treros. 


* 
*  * 


Está  comprobado  que  los  buques  del  comodoro  Dcwey  emplearon 
en  Cavite  bombas  explosivas.  Está  igualmente  demostrado  que  varios 
barcos  españoles  zarpados  del  litoral  norteamericano  antes  de  la  decla- 
ración de  guerra  fueron  apresados  como  si  tal  declaración  pudiera  ha- 
ber sido  conocida  con  tiempo.  Sábese  del  mismo  modo  que  algunos  de 
los  prisioneros  hechos  en  esos  barcos  fueron  tratados  durísimamente  en 
el  castillo  de  Mac  Ferson.  No  ignora  nadie  en  el  mundo  civiliztdo  en 
qué  forma  acostumbraban  á  dar  comienzo  á  sus  bombardeos  las  escua- 
dras yanquis:  sin  aviso,  sin  respeto  á  la  infancia  ni  á  la  debilidad  de 
mujeres  y  ancianos,  sin  consideración  á  los  representantes  de  naciones 
amigas,  disparaban  los  cañones  y  mataban  y  destruían.  Por  último,  la 
indignidad  llegó  al  colmo  con  el  acto  vergonzoso  y  pirático  de  Guan- 
tánamo. 

No  es  posible  ya  llegar  la  desaprensión  y  el  atropello  á  límites  más 

extremos:  en  Dahomey  y  en  Madagascar  no  hallaron  cosa  parecida  los 
franceses.  Aquellos  salvajes  luchaban  cuerpo  á  cuerpo  y  si  alguna  vez 
valíanse  de  emboscadas,  no  rebasaban  en  ellas  los  procedimientos  co- 
rrientes de  la  guerra,  aun  en  los  países  más  cultos. 


^1 


739 

Eq  Abisinia,  los  combates  entre  las  tropas  de  Humberto  y  las  ne- 
gradas de  Menelick  fueron  modelo  de  caballerosidad.  No  hay  un  mili- 
tar italiano  que  haya  dejado  de  reconocer,  en  honor  del  rey  africano, 

un  alto  valor  unido  á  una  hermosa  clemencia. 

Nosotros,  en  fecha  no  lejana,  hubimos  de  sostener  en  pleno  Riff 
sangrienta  refriega:  á  ningún  bárbaro  riffeño  ocurrió  infringir  con  actos 
desleales  las  leyes  honrosas  que  deben  regir  en  encuentros  sostenidos 
por  hombres  y  no  por  fieras  ó  por  bandidos. 

Vióse  claramente  que  el  pueblo  yanqui,  sin  tradiciones  militares, 
sin  un  patrimonio  de  honor  histórico,  iba  á  los  combates  regulares  co- 
mo había  ido  á  sus  horribles  y  cruentas  luchas  con  los  pieles  rojas. 

La  guerra  debe  ser,  por  lo  visto,  para  ellos  el  exterminio  y  solo  el 
exterminio.  Obténgase  por  estos  ó  aquellos  medios,  la  cuestión  está  en 
producirlo  y  lograrlo.  ¿Había  necesidad  de  pasar  por  encima  de  cuanto 
las  naciones  civilizadas  han  establecido  para  conservar  á  la  acción  de  la 
fuerza  un  carácter  humanitaiic?  Pues  pasaban  sencillamente,  bien  que 
aprovechasen  las  reglas  usuales  del  Derecho  internacional  para  aquello 
que  perentoriamente  podía  serles  provechoso,  como  sucedió  en  aquellos 
días  con  motivo  del  canje  de  prisioneros. 


Verdaderamente  no  había  que  extrañar  nada  de  un  país  que,  con 
ingratitud  tremenda  para  la  nación  que  uii  día  le  ayudara  en  su  obra 
de  independencia,  había  venido  constituyendo  para  nosotros  una  ame- 
naza y  una  dificultad  constantes  en  Cuba.  ¿Cómo  había  de  sorprender- 
nos ningún  nuevo  rasgo  de  desvergüenza  en  hombres  que  llevaban  no- 
tas y  más  notas  diplomáticas  con  protestas  de  amistad,  mientras  por 
otro  lado  facilitaban  armas,  dinero  y  alientos  morales  á  los  insurrectos 
cubanos?  ¿Qué  podían  ya  revelarnos  los  Estados  Unidos  en  punto  á 


740 

perfidia  y  procedimientos  arteros,  que  no  tuviéramos  sabido  por  los 
Taylor  y  los  Lee  y  los  Scovel,  entusiastas  y  aduladores  de  España,  cuan- 
do gozaron  de  nuestra  caballeresca  hospitalidad,  y  demostradores  inju  - 
riosos  no  bien  se  encontraron  lejos? 

Es  un  viejo  sistema  en  el  cual  lo  mismo  aparecieron  los  presiden- 
tes de  la  gran  República  que  el  último  policeman  de  Cayo  Hueso. 

Si  los  oficiales  de  la  marina  norteamericana  mancharon  el  honor 
hasta  el  extremo  que  revela  la  tentativa  pirática  de  Guantánamo,  ya  con 
bastante  anterioridad  el  general  Lee  y  el  ministro  Taylor  habíanles  en- 
señado cómo  bajo  el  uniforme  de  militar  y  diplomático  pueden  ocul  - 
tarse  Tartuffos  cínicos  y  Maquia velos  de  baja  estofo. 

En  lo  sucedido  en  Guantánamo  no  pudo  verse  sino  el  punto  defi- 
nitivo de  partida  para  una  seria  reclamación  ante  las  naciones  cristianas 
y  honradas. 

Había  llegado  el  momento  de  que  los  gobiernos  todos  de  Europa  y 
América  determinasen  para  qué  sirve  el  Derecho  internacional,  ¿Es  una 
doctrina  de  filósofos?  ¿Es  algo  que  debe  quedar  encerrado  en  los  libros, 
sin  trascendencia  para  la  vida  ni  para  las  relaciones  de  los  pueblos? 

Y  ya  que  nada  se  hizo  entonces,  á  pesar  del  clamoreo  de  la  prensa 
universal,  por  los  impávidos  y  medrosos  gobiernos  de  uno  y  otro  con- 
tinente, sépase  de  una  vez  para  qué  sirve  el  Derecho  internacional,  y 
si  no  hay  manera  de  que  aquellos  gobiernos  impidan  en  lo  sucesivo  los 
actos  de  barbarie  de  los  piratas  yanquis,  arrójese  al  luego  el  libro  de  las 
leyes  de  la  humanidad  y  de  la  civilización,  como  inútil  impedimenta 
para  todo  pu^^blo  culto  y  civilizado. 


Empezaba  la  gente  á  creer  en  la  proximilad  da  sucesos  interesan- 
tes. Del  conjunto  de  las  noticias  que  de  todas  partes  llegaban  deducían 


■741 

los  que  se  fijaban  ea  la  situación  de  las  cosas  que  debíamos  estar  ad  ■ 
vertidos . 

La  opinión  en  los  Estados  Unidos,  inflaiia  por  el  jingoísmo  y  por 
la  prensa  laborante,  entendió  que  la  conquista  de  Cuba  era  cosa  facilí- 
sima, que  Puerto  Rico  no  resistiría  á  los  primeros  es  ñjnszos  de  la  escua- 
dra de  Sampson  y  que  los  barcos  que  á  las  Antillas  conducía  el  general 
Cervera  serían  destruidos  en  el  camino  sin  gran  esfueizD. 

Cantaron  victoria  desde  el  primer  instante,  y  hasta  los  ricos,  con- 
siderando que  la  guerra  sería  brevísima,  afrontaron  las  consecuencias 
coa  arrogancia. 

Los  fracasos  en  sus  intentos  de  desembarco  en  Cienfuego?,  Bahía 
Hsnda  y  Cárdena?;  la  esterilidad  del  ataque  contra  San  Juan  de  Puerto 
Rico;  la  inutilidad  del  bloqueo  de  la  Habana;  el  ver  que  trans;urríaa 
días  y  días  sin  obtener  ventaja,  ocasionaron  en  aquella  opinión  impre- 
sionable decepciones  grandes,  que  se  tradujeron  en  disgustos  públicos; 
dificultades  en  la  movilización  de  voluntarios,  desercioaes  numerosas 
en  sus  filas,  censuras  para  sus  almirantes  y  amenazas  de  destitución. 

La  entrada  de  la  escuadra  de  Ceiv¿ra  en  Santiago  de  Cuba  vino  á 
condensar  aquellos  recelos  en  un  estado  de  opinión  disgustada,  que  se 
llamó  á  engaño  y  que  amenazaba  con  manifestaciones  ruidosas,  pertur- 
baciones internas  que  podían  constituir  muy  serio  peligro  para  el  pue- 
blo americano. 

Desde  la  Habana,  desde  Cayo  Hueso,  desde  Nueva  York  y  Londres 
anunciaban  los  corresponsales  próximos  su:esos  de  interés  y  hasta  se 
fijaba  un  plazo  de  horas. 

Con  esto  coincidió  la  reunión  de  las  escuadras  enemigas  en  Cayo 
Hueso,  y  enseguida  la  noticia  de  haberse  p:esentado  frente  á  la  Habana 
los  barcos  de  mayor  fuerza  y  en  núoiero  mayor  que  hasta  la  fecha. 


742 


» 

*  * 


¿Era  que  el  gobierno  de  Washington,  que  aspiraba  al  triunfo  sin 
pérdidas,  quería  producir  un  efecto  ruidoso  para  calmar  á  la  opinión 
de  su  país? 

¿Era  que  los  almirantes  Sampson  y  Schley,  que  veían  en  peligro 
su  prestigio  y  posición,  querían  salvarle  á  todo  trance  dando  vigorosa 
acometida  contra  uno  de  nuestros  puertos? 

¿Era  que  trataban  de  amenazar  á  la  Habana  para  ver  si  Cervera 
salía  de  Cuba  y  lograban  presentarle  combate  en  condiciones  venta- 
josas? 

¿Era  que  teniendo  á  Occidente  su  base  de  operaciones  en  Cayo 
Hueso,  á  siete  horas  de  la  Habana,  tratarían  de  lograr  base  en  Oriente 
realizando  un  vigoroso  ataque  á  puerto  que  estuviera  poco  defendido, 
para  hacer  desembarco  y  decir  á  Europa:  estamos  en  tierra  cubana? 

Difícil  era  dar  con  la  clave  de  sus  planes;  pero  lo  que  sí  resultaba 
del  conjunto  de  las  noticias,  era  que  se  avecinaban  sucesos  interesantes 
por  la  ofensiva  del  enemigo,  empujado  por  los  efectos  que  en  aquella 
opinión  habían  producido  sus  fracasos. 

Telegrafiaron  de  Nueva  York  el  día  22,  que  los  insurrectos  proyec- 
taban un  ataque  á  Santiago  de  Cuba,  y  que  la  operación  había  fracasa- 
do por  la  llegada  al  puerto  de  los  buques  que  mandaba  el  almirante 
Cervera.  Se  comunicaron  órdenes  á  Sampson  y  Schley,  y  los  periódi- 
cos de  la  tarde  aseguraban  que  muy  en  breve  tendrían  lugar  sucesos 
de  importancia  que  satisfacieran  la  opinión  pública. 

Grande  era  la  impaciencia  que  se  notaba  entre  los  yanquis;  la  opi- 
nión se  manifestaba  muy  excitada,  pues  además  del  fracaso  de  las  es- 
cuadras, aún  no  se  conocía  con  exactitud,  la  clase  de  relaciones  que 
existían  entre  los  cabecillas  Máximo  Gómez  y  Calixto  García  y  las  au- 
toridades norteamericanas. 


743 

La  llegada  inopinada  de  la  escuadra  española  á  las  aguas  de  Cuba, 
modificó  profundamente  las  condiciones  de  la  lucha  entre  España  y  les 
Estados  Unidos  en  aquella  isla. 

Así  lo  reconoció  periódico  de  tanta  autoridad  en  Europa  como  Le 
Temps,  el  que,  encomiando  la  importancia  de  la  operación  estratégica, 
realizada  por  el  contralmirante  Cervera,  escribía: 

«Y  en  adelante,  ni  el  bloqueo  de  la  gran  Antilla  será  tan  fácilmen- 
te mantenido,  ni  el  transporte  de  los  cuerpos  expedicionarios,  cuya  ex- 
pedición se  prepara  tan  lentamente  en  la  Florida,  se  podrá  hacer  con 
la  seguridad  que  imaginaron  los  yanquis.  España  posee  en  las  aguas 
de  Cuba  ese  precioso  instrumento  de  ataque  y  de  defensa  que  el  almi- 
rante Torrington,  en  Beachy  Head,  en  1668,  llamaba  «¡j  fleci  in  beingit, 
algo  así  como  una  flota  en  carne  y  hueso. 

«La  escuadra  española  podrá  amenazar,  según  los  casos,  á  los  bar- 
cos que  montan  la  guardia  alrededor  de  las  costas,  y  cuya  dispersión  ya 
se  anuncia,  ó  podrá  interrumpir  la  línea  de  comunicaciones  entre  Cuba 
y  la  bahía  de  Key  West  ó  de  Tampa,  ó  podrá,  en  fin,  ser  un  peligro, 
acrecentado  por  la  fantasía  de  los  yanquis,  para  el  litoral  americano, 
expuesto,  sobre  una  tan  vasta  extensión  sin  defensas,  á  los  agravios  del 
enemigo». 

Así  vio  el  Temps,  como  casi  toda  la  prensa  europea,  que  el  equili- 
brio entre  las  fuerzas  desiguales  de  americanos  y  españoles,  se  había 
restablecido  en  la  medida  posible  con  la  audaz  y  felicísima  operación 
del  peritísimo  jefe  de  nuestra  escuadra. 

Tanto  más,  cuanto  que  el  almirante  Sampson  no  había  podido,  á 
pesar  de  su  bombardeo  inútil,  causar  ningún  daño  á  San  Juan  de  Puerto 
Rico,  y  se  veía  precisado  á  la  fecha  á  atender  á  la  escuadra  española,  á 
observar  sus  movimientos,  á  hacer  depender  su  acción  de  la  acción  del 
contralmirante  Cervera. 


^^•« ^'^•^ •••••^m 


CAPITULO    XV 


Ansiedad  general. — Viva  inquietud. — La  opinión. — Salutación  y  réplica.  —  Anuncio  de  emo- 
cioneB. — La  confianza  en  el  almirante  Cervera. — Rumores  desmentidos. — Cañoneos  y 
reconocimientos. — Noticias  de  llueva  York. — Un  oficial  insurrecto  en  Washington. — 8a 
informe  sobre  el  estado  de  defensa  de  la  Habana. — Día  de  invenciones. — Fiebre  de  in- 
formación.— líoticias  de  Santiago  de  Cuba. — Ansiedad  satisfecha. — El  puerto  de  Santia- 
go de  Cuba. — Kuestra  escuadra  en  condiciones  de  absoluta  seguridad. — Remembranza» 
históricas. 


OMINÓ  en  todo  ei  día  24  una  visible  inquietud  por  lo 
!^«        que  á  los  asuntos  de  la  guerra  se  refería. 

Se  supuso  que  había  de  estarse  librando  un  comba- 
te naval  en  Santiago  de   Cuba,  y  lo  impresionable  de 
nuestro  carácter  hizo  que  fácilmente  fueran  acogidas  como 
noticias  de  buen  origen  las  más  contradictorias  versiones. 

No  ocurría,  empero,  novedad  alguna  ni  en   la  Habana  ni 
en  Puerto  Rico. 

En  cuanto  i  Sattiago  de  Cuba,  negó  también  el  Gobierno  que  tu- 
viera noticias;  pero  lo  que  no  pudo  negar,  en  medio  de  su  reserva,  fué 
la  impaciencia  y  la  preocupación  que  se  explican  perfectamente,  por- 
que los  momentos  eran  muy  críticos  para  los  más  altos  intereses  de  la 
patria. 

Sobre  lo  que  hubiere  de  suceder  había  un  dato  importantísimo,  y 
era  la  seguridad  que  todo  el  mundo  abrigaba,  no  sólo  aquí,  sino  prin- 


1- 


745 

cipalmente  en  el  extrarjaro,  de  que  el  almirante  Cervera,  que  manio- 
b'-aba  tan  hábilmente,  que  tan  bien  sabía  rodear  del  misterio  sus  ope- 
raciones, no  estaría  dispuesto  á  aceptar  un  cornbate,  á  menos  de  que 
contase  con  fundadas  probabilidades  de  éxito. 

Por  eso  se  resistía  la  opinión  á  creer  que  el  contralmirante  Cervera 
esperase  muchos  días  el  desarrollo  de  los  acontecimientos  en  la  bahía 


VAPOR  AMERICANO  «MERRY-MACH» 


de  Santiago  de  Cuba .  Por  eso  el  mismo  Temps,  expresando  esta  opi- 
nión, decía:  «es  necesario  prepararse  á  una  nueva  sorpresa  de  Cervera, 
el  que  ne  se  Jaissera  pas  acculer  á  un  conflicto  ou  enfermer  dans  un 
cul-de-sac  saris  avoir  menagé  quelque  plat  de  son  métier  á  son  adver- 
saire.^ 

Había  el  antecedente  para  este  juicio,  de  que  cuando  se  le  creía  á 
Cervera,  según  los  informes  yanqui»  publicados  con  todos  los  caracte- 
res de  autenticidad,  en  las  proximidades  de  Nueva  Escocia  ó  de  vuelta  á 
la  Martinica,  hacía  su  entrada  triunfal  en  Santiago  de  Cuba.  Y  el  mis- 
mo día  en  que  señalaban  su  presencia  en  la  colonia  francesa,  telegrafia- 

Blanco  94 


746 

ba  el  contralmirante  desde  la  capital  del  departamento  oiiectal  de  la 
gran  Antilla. 

Y  si  eso  había  hecho  el  contralmirante  Cervera  en  condiciones  tan 
difíciles,  tan  duras,  ¿qué  no  podría  hacer,  qué  no  debiera  esperarse  de 
él  cuando  ya  estaba  la  escuadra  en  ccnjpleta  segundad,  repostada  y 
aprovisionada  en  aguas  de  Cubr? 

La  ansiedad  pública  no  fué  en  este  caso  producto  de  alarm?,  sino 
efecto  legítimo  del  anhelo  de  saber  nuevas  de  nuestra  escuadra  y  del 
combate  naval  que  toda  la  opinión  tn  les  Estados  Unidos,  y  una  gran 
paite  de  la  opinión  en  España,  consideraba  como  inevitable. 


Se  hacían  cálculos  sobre  esa  batalla  que  en  los  Estados  UnidoF, 
con  su  natural  bravura  de  lengua,  descontaban  ya  como  una  victoria; 
se  fraguaban  cada  día  des  ó  tres  invenciones,  á  cual  más  disparatada, 
sobie  encuentros  ya  ocurridos  entre  las  des  flotas,  y  se  mantenía  el  cí- 
píritu  público  en  una  tensión  tan  viva,  ó  más  viva  que  antes,  de  cono- 
cerse el  paradero  de  nuestra  escuadra. 

«—No  hay  noticiar». —Esa  era  la  salutación  y  la  réplica  al  encon- 
trarse dos  personas  en  la  calle,  en  el  círculo,  en  el  csfé,  en  el  Parlr- 
mento. 

No  había  noticias,  pero  se  esperaban  en  breve,  no  podían  tardar, 
habían  de  sorprendemos  con  un  acontecimiento  grave  de  un  momento 
á  otro. 

Por  esto,  la  última  semana  de  Mayo  se  anunciaba  ccmo  una  sema- 
na de  emociones  en  nada  comparables- á  las  experimentadas  desde  que 
hacía  un  mes  empezara  la  guerra. 

No  había  noticias,  y  cada  uno  se  echaba  á  formar  su  plan,  á  trazar 


747 

su  estrategia,  á  señalarle  uaa  rata  y  uq  propósito  á  la  pericia  admira- 
ble de  Cervera. 

La  ansiedad  universal  estaba  justificada,  sólo  que  no  la  movía  la 
zozobra,  sino  que  la  acompañaba  la  confianza  que  legítimamente  había 
inspirado  el  contralmirante  Cervera,  que,  al  sustraerse  felizmente  á  la 
exquisita  vigilancia  délas  escuadras  americanas,  habíala  derrotado  mo- 
ralmente. 

Tuvo  gran  interés  un  despacho  de  la  Habana,  recibido  y  publica- 
do por  el  Heraldo  de  Madrid  el  día  25,  más  que  por  las  noticias  que 
contenía,  parque  con  el  despacho  á  la  vista,  quedaron  desmentidos  los 
rumores  que  venían  circulando  desde  el  día  anterior  sobre  combates 
y  bombardeos.  Hablase  llegado  á  hablar  tambiéa  de  cables  cortados  y 
comunicaciones  interrumpidas. 

La  alarma  que  todo  esto  pulo  producir  quedó  desvanecida. 


* 

*  * 


Comunicaba  el  corresponsal  deleitado  diario  madrileño,  que  algu- 
nos barcos  enemigos  cañonearon  el  fuerte  de  Sm  Hilario,  situado  á  tres 
millas  de  la  entrada  á  la  bahía  de  Nu  jvitas,  sin  que  los  proyectiles  hi- 
cieran daño  alguno:  se  suponía  que  estaban  dedicados  esos  barcos  á  ex- 
plorar el  estado  de  defensa  de  los  puertos  de  la  costa  Norte. 

Esos  buques  se  retiraron  de  las  aguas  de  Naevitas,  con  rumbo  al 
Ojste. 

Algunos  barcos  yanquis  continuaban  reconociendo  la  entrada  de  la 
bahía  de  Cárdenas  para  convencerse  de  si  existían  ó  no  torpedos,  ha- 
ciendo esto  sospechar  que  intentasen  un  nusvo  ataque,  por  escoger  di- 
cho puerto  para  el  desembarco. 

Et  previsión  de  todo  esto,  las  autoridades  de  Cárdenas,  secundadas 


748 

con  entusiasmo  por  la  población,  seguían  levantando  def¿nsas  y  adop 
tando,  tanto  por  mar  como  por  tierra,  toda  clase  de  precauciones. 

El  puerto  escogido  por  el  enemigo  para  hacer  alarde  de  fuerzas  era 
Cienfuegos,  frente  á  cuyo  puerto  había  el  24  doce  buques  de  guerra. 

En  un  cayo  frente  á  la  farola  de  Cienfuegos,  reconocido  por  los 
nuestros,  se  encontró  varada  una  lancha  acribillada  á  balazos  de  Maüs- 
ser,  suponiéndose  que  debía  ser  restos  de  alguna  expedición  frustrada. 

De  Nueva  Yoik  nos  comunicaron  el  propio  día  25,  que  había  llega- 
do á  Washington  un  titulado  oficial  insurrecto,  perteneciente  á  las  fuer- 
zas que  mandaba  Máximo  Gómez,  y  sus  noticias,  publicadas  por  la 
prensa  neoyorkina,  tenían  interés  nccional  para  nosotros. 

«—Entendió  Máximo  Gómtz  de  práctica  utilidad,  antes  de  contes- 
tar á  las  preguntas  que  se  le  hacían  desde  Washington,  relativas  á  los 
medios  de  resistencia  con  que  contaba  la  Habana^  base  quesquel  estado 
mayor  consideraba  necesaria  para  continuar  sus  planes,  mandsr  á  la 
Habana  á  uno  de  sus  subordinados  para  que  personalmente  hiciera  un 
estudio  que  le  permitiera  contestar  con  seguridad,  para  no  marchar  á 
ciegas. 

^Cumplida  esta  comisión,  el  titulado  oficial  fué  despachado  por 
Gómez  y  se  hallaba  en  Washington,  desde  cuyo  punto  telegrafiaban 
diciendo  que  ese  individuo  había  confirmado  que  se  habían  reforzado 
mucho  las  fortificEciones  de  la  Htbans,    tanto  de  mar   como  de  tierra. 

»Se  fijaba  especialmente  en  éstqs,  porque  la  acción  de  los  rebeldes 
habría  de  desarrollarse  en  la  parte  opuesta  al  mar. 

»Esas  fortificaciones  y  baterías  que  defendían  á  la  Habana  en  toda 
la  línea  de  San  Francisco  de  Paula  hasta  Marianao,  exigían  para  inten- 
tar un  ataque  que  las  fuerzas  encargadas  de  tal  empresa  llevasen  un 
gran  tren  de  batir. 

»El  ga:ieral  Blanco — añadió  ese  titulado  oficial— se  prepara  á  soste- 
ner un  sitio,  y  al  tficto,  se  adoptan  todo  género  de  precauciones. 


i 


749 

»Hacia  más  difícil  aún  todo  lo  que  se  intentase  sobre  la  Habana,  el 
estado  del  espíritu  público  en  la  capital. 

»Más  parecía  q(ue  la  Habana  era  la  capital  de  un  país  donde  no  ha- 
bía desdichas,  que  ua  pueblo  sometido  á  los  rigores  de  la  guerra.  Los 
teatros  seguían  abiertos  y  con  gran  concurrencia  de  gente;  las  retretas 
del  Parque  no  se  interrumpían  y  se  veían  muy  animadas;  las  señoras, 
al  parecer,  entreteníanse  en  acercarse  por  el  Prado  hasta  la  Punta,  para 
ver  si  divisaban  algún  buque  enemigo. 

»Celebrábanse  los  bailes  de  siempre,  bachatas  y  rumbitas,  y  las  re- 
cepciones en  las  casas  de  familia  conocidas  continuaban  lo  mismo  que 
antes  del  bloqueo. 

»Negó,  por  último,  el  cubano  rebelde,  que  faltasen  víveres  en  la 

Habana.» 

Estas  noticias  produjeron  bastante  efecto,  porque  se  pretendía  ha- 
cer creer  á  las  gentes  que  la  Habaua  se  hallaba  en  gran  apuro  y  con  sín- 
tomas de  desasosiego. 

Y  como  eran  de  un  oficial  del  generalísimo  Gómez,  se  consideraron 
más  autorizadas. 

La  impresión  que  causó  crestado  de  defensa  de  la  capital  de  la  gran 
Antilla,  á  la  vez  que  confirmó  lo  que  aquí  se  creía,  dijo  bien  claro  que 
el  estado  mayor  de  Washington  se  había  hecho  muchas  ilusiones  cuan- 
do anunció  como  empresa  fácil  el  apoderarse  de  la  Habana. 

*  * 

Fué  el  citado  día  25  de  Mayo  sumamente  fecundo  en  toda  clase  de 
invenciones  extraordinarias  y  absurdas.  Como  si  se  hubieran  desatado 
las  más  exaltadas  fantasías  á  imaginar  cosas  desatinadísimas,  así  corrie- 
ron como  válidos  los  más  contradictorios  rumores  de  batallas,  pérdidas, 
desastres,  apresamientos,  fieros  males. 

Los  hubo  para  todos  los  gustos,  y  aun  para  toda  especie  de  genios, 


750 

desde  los  más  candidos  optimistas  hasta  los  más  lacrimosos  y  d,s  espera- 
dos pesimistas,  pujs  tan  pronto  estábamos  en  un  tris  de  izar  nuestra 
bandera  en  lo  alto  del  Capitolio  de  Washington,  como  se  cumplían  las 
tristes  y  falsas  profecías  que  á  las  supuestas  naciones  moribundas  anun- 
ciara lord  SalJsbury. 

Diríase  que  sobre  Barcelona  soplaba  sigua  viento  de  tempestad, 
que  agitando  los  nervios,  excitando  los  cerebros,  contagiando  hasta  los 
espíritus  más  tranquilos  y  mejor  equilibrados,  hacía  experimentar  á 
todo  el  mundo,  y  de  una  manera  muy  viva,  los  efectos  de  la  insania 
en  el  pensar,  del  delirio  en  las  invenciones  de  noticias.  A  juzgar  por 
los  accesos  de  fiebre  informadora  qu3  habíanse  apoderado  de  las  gentes, 
parecía  que  estábamos  bajo  la  impresión  de'un  terrible  sirocco  que  cal- 
deara las  imaginaciones  y  que  hiciera  delirar  en  alta  voz. 

Hfibía  sido  antes  un  axioma  muy  probado  por  los  hechos,  aquel  que 
en  lengua  francesa,  y  de  ella  trasladado  á  todos  los  idiomas,  se  expresa 
de  este  modo:  Pas  de  nouvelles,  bonnes  nouvelles.  Pero  á  la  sazón,  y  en 
vista  de  la  frecuencia  con  que  por  todas  partes  se  diban  á  propalar  no- 
ticiones estupendos,  hubo  que  reformar  el  adagio  en  esta  forma:  Pas 
de  nouvelles,  fauses  nouvelles,  qae  traducido  al  castellano  corriente  y 
moliente  equivale  á  decir:  La  falta  de  noticias,  es  causa  de  toda  clase  de 
infundios. 

Vino  aquel  día  del  extranjero,  como  siempre  solía  vanir,  la  corrien- 
te de  las  falsas  invenciones.  De  Birlín  telegrafiaron  diciendo  que,  segúj 
despachos  recibidos  allí,  los  españoles  habían  obtenido  una  brillante  vic- 
toria. En  sentido  inverso  hablaban  los  cablegramas  de  Nueva  York  á 
Londres  y  á  París.  The  Financial  News  insertaba  un  telegrama  dando 
detalles  de  la  supuesta  batalla  librada  frente  á  Santiago  de  Cuba,  con 
cifras  exactas  y  terribles  de  los  muertos  y  heridos  y  de  los  barcos  que 
se  habían  iJo  á  pique.  Y  ¡a  prensa  dal  mundo  se  Ueaaba  de  partes  fan- 
tásticos... 


751 


*  * 


-Aquí,  por  no  ser  menos,  sintiendo  sin  duda  el  contagio  de  tales  fie- 
bres de  información,  convertido  cada  individuo  en  un  corresponsal  ex- 
pontáneo  de  In  yellcw  press,  se  daban  á  inventar  los  más  extraños  su- 
cesos. 

Hubo  muchos  que  aseguraron,  cual  si  tuvieran  informes  directos 
de  la  Casa  Blarca,  que  se  había  consumado,  poco  después  de  las  tres 
de  la  tarde,  el  asesinato  de  Mac  Kíniey.  Y  como  á  uno  de  esos  propa- 
gandistas de  acontecimientos  graves  le  interrogasen  por  el  origen  de 
la  noticia,  contestó  seriamente,  dando  á  su  respuesta  un  carácter  solem- 
ne, que  disipaba  todas  las  dudas  posibles. 

<<— ¡Ya  lo  creo  que  es  verdad,  como  que  me  lo  ha  dicho  un  cama- 
rero de  Novedades!» 

No  paraban  ahí  las  invenciones.  Sabíase  de  buena  tinta  que  había 
ocurrido  un  terrible  combate  naval  de  noche  y  á  la  boca  del  puerto  de 
Santiago  de  Cuba.  Nosotros  habíamos  tenido  700  muerto:-;  ni  uno  más 
ni  uno  menos. 

Ellos,  los  yacquis,  habían  perdido  en  la  contienda  cuatro  acoraza- 
dos, con  los  muertos  y  heridos  consiguientes,  que  seguramente  pasa- 
rían de  3.000 

Saltaba  á  poco  el  viento  de  las  noticias  á  otro  cuadrante,  y  resulta. 
ba  aveí igüedo  que  nuestra  escuadra  no  estaba  ya  en  la  bahía  de  Santia- 
go de  Cuba.  Iba  con  rumbo  á  la  Habana,  sin  que  hubiera  perdido  el 
tiempo  por  el  camino,  por  cuanto  había  apresado  tres  cruceros  norrc- 
americanos. 

Y  la  última,  la  última  noticia  de  la  tarde,  la  bomba  final  de  aque- 
llos fuegos  de  artificio,  con  tanto  fundamento  como  las  anteriores,  fué 
que  nos  habían  destruido  toda  la  escuadra 


752 

Claro  es,  que  todas  esas  absurdas  nuevas  duiarc  n  tan  solo  el  lapso 
de  tiempo  que  se  necesitaba  para  probar  plenamente  su  total  y  absoluta 
falsedad;  pero  no  por  esD  dejaron  de  producir  su  efecto  y  de  mantener 
la  ex;itación  nerviosa  en  el  ánimo  de  las  gentes. 

Y  esa  fiebre  de  la  opinión  obedecía  á  la  falta  de  hechos  nuevos  de 
guerra  y  á  la  carencia  absoluta  de  noticias  acerca  del  paradero  exacto 
de  nuestra  escuadra  y  de  los  planes  del  almirante  Cervera. 


**» 


Después  de  las  siete  de  la  tarde  comenzaron  á  llegar  telegramas  de 
Santiago  de  Cuba,  que  el  público  leía  con  avidez  y  comentaba  con 
fruición. 

Algunos  de  ellos  contenían  pormenores  interesantes  de  la  llegada 
de  la  escuadra  á  Santiago  de  Cuba,  hecho  sobre  el  cual  aún  se  discutía, 
así  como  del  entusiasmo  con  que  aquella  población  veía  y  agasajaba  á 
nuestros  marinos. 

La  justificada  ansiedad  del  público  quedó  satisfecha  con  estas  noti- 
cias: 

«A  las  ocho  de  la  mañana  del  día  19  entró  la  escuadra  española  en 
el  puerto  de  Santiago,  arbolando  la  insignia  de  almirante  el  crucero 
Infanta  Marta  Teresa,  al  que  seguían  el  Vizcaya,  Oqiiendo,  Cristóbal 
Colón  y  el  destróyer  Pintón. 

Poco  después  llegó  el  otro  destróyer  Furor,  que  había  practicado 
sin  novedad  los  reconocimientos  que  le  había  ordenado  el  almirante 
Cervera. 

En  la  población  fué  inmenso  el  júbilo  que  produjo  la  presencia  de 
los  barcos  españoles. 

Las  autoridades  y  el  pueblo  entero,  llenando  infinitas  embarcado- 


753 

nes,  invadieron  la  bahía;  todos  los  barcos  surtos  en  el  puerto  se  empa- 
vesaron; la  ciudad  se  engalanó  instantáneamente,  disparándose  mu- 
clios  cohetes,  en  medio  de  las  mayores  manifestaciones  de  entusiasmo. 
En  la  noche  del  21  se  verificó  una  grandiosa  é  imponente  manifes- 
tación en  honor  de  nuestros  marinos,  figurando  en  ella  vaiias  músicas 

banderas  y  multitud  de 
hachones,  concurriendo 
individuos  de  todas  las 
clases  sociales  y  recor- 
riendo los  manifestantes 
las   principales    calles , 
animados  todos  de  in- 
de;criptible  entusiasico. 
La  misma  noche,  el 
Círculo  español    obse- 
quió con  un  espléndido 
banquete  al  almirante  y 
oficiales  de  la  escuadra. 
El  acto  resultó  bri- 
llantísimo, y  al  terminar 
se  pronunciaron  entu- 
siastas y  patrióticos  brin- 
dis por  el  almirante  Cer- 
vera,    general    Linares 
y  otros  varios,  siendo  muy  de  notar  el  del  arzobispo,  quien  dijo   no 
bastaba  conseguir  el  triunfo  en  el  mar,  sino  que  con  el  auxilio  de  Dios 
era  preciso  ver  si  se  conseguía  izar  la  bandera  española  en  el  Capitolio 
norteamericano. 


B.    DOMINGO  MONTES 
Comandante  de  la   cañonera   «Antonio   López> 


♦ 
*    * 


Blanco  95 


■754 

Por  su  importancia  comercial  es  el  puerto  de  Santiago  de  Cuba  el 
segundo  de  la  isla  de  Cuba.  Bien  abrigado  de  todos  los  vientos,  es  su 
entrada  larga  y  difícil,  á  causa  de  lo  tortuoso  y  angosto  de  su  canal,  in 
teinándose  cinco  k'lómetros  y  medio  de  S.  O.  á  N.  E. 

Reconócese  el  puerto  de  día  por  el  gran  vacío  que  hay  entre  los 
ramales  oriental  y  occidental  de  la  sierra  del  Cobre,  y  de  noche  por  el 
faro  que  se  halla  en  la  parte  oriental  de  la  boca. 

Cerca  del  muelle,  donde  se  hace  la  aguada,  hay  un  carenero,  en 
que  puede  darse  la  quilla  y  componer  cualquier  avería. 

La  costa  E.  del  Cañón,  en  cuya  punta  exterior  ó  Morro,  se  halla  el 
castillo  de  este  nombre,  despide  un  placer  de  piedra  y  hace  una  ense- 
nada, en  cuya  extremidad  E.  se  ve  el  castillo  de  la  Estrella. 

Dicho  placer,  con  otro  que  avanzi  un  cable  al  Sur,  desde  la  costa 
de  sotavento,  forma  el  canal  de  la  entrada,  que  primero  tiene  un  cable 
de  ancho,  pero  que  después  vá  reduciéndose  hasta  no  medir  más 
que  '/,„ enfrente  de  la  citada  ensenada,  desde  la  cual  continúa  sin  variar 
hasta  rebasar  el  cayo  Smitb,  sitio  en  que  empieza  á  ensancharse  el  puerto. 

La  ciudad  está  al  pié  y  en  la  ladera  Occidental  de  una  loma  caliza 
y  se  desarrolla  en  anfiteatro  con  aspecto  muy  pintoresco,  destacándose 
por  la  derecha  el  firo,  que  alcanza  una  a  tura  de  244  pies  sobre  el  nivel 
del  mar;  los  dos  castillos  y  una  agreste  y  alta  ribera,  de  la  cual  des- 
cienden hasta  ocho  pequeñas  corrientes,  las  más  caudalosas  de  las  cua- 
les son  el  arroyo  Cascon  y  los  ríos  de  Caimanes  y  Paradas. 

Esta  ligera  reseña  bastará  á  nuestros  lectores  para  formarse  idea 
de  las  condiciones  de  seguridad  en  que  se  hallaba  nuestra  escuadra  del 
Atlántico. 

Ya  hemos  dicho  que  el  acceso  á  la  bahía  ofrece  dificultades  natu- 
rales por  lo  tortuoso  y  angosto  del  canal  de  entrada,  lo  que  contribuye, 
como  es  consiguiente,  á  prestar  mayor  eficacia  á  las  defensas  militares 
del  puerto,  asi  terrestres  como  submarinas. 


755 

Por  otra  parte,  no  había  sino  recordar,  para  tranquilidad  de  todos, 
qye  no  obstante  haber  sido  atacada  por  los  ingleses  en  distintas  ocasio- 
nes la  ciudad  de  Santiago  de  Cuba,  solo  en  una  se  atrevió  el  enemigo 
á  intentar  el  ataque  por  el  puerto. 

Era  el  año  1747. 

El  almirante  Knowles  se  presentó  el  8  de  Abril  del  citado  año  á 
la  entrada  de  la  bahía  con  14  buques  de  guerra  y  más  de  3000  hombres 
de  desembarco.  , 

Sólo  con  500  hombres  y  algunas  compañías  de  milicias,  contaba  el 
gobernador  don  Alonso  de  Arcos;  pero  tenía  á  su  gente  tan  alecciona- 
da y  tan  prevenidas  las  baterías,  que  apenas  se  aproximaron  al  Morro 
los  dos  primeros  buques  ingleses,  á  una  distancia  de  tiro  de  fusil,  vié- 
ronse  precisados  á  virar  precipitadamente  rechazados  por  una  lluvia  de 
balas,  quedando  el  uno  sin  timón,  palo  mayor  ni  bauprés,  el  otro  con 
toda  la  popa  hecha  pedazos,  y  habiendo  perdido,  además,  ambos  en 
media  hora  de  fuego  más  de  cien  hombres. 

Esto  bastó  para  demostrar  á  los  ingleses  que  por  allí  no  entrarían 
nunca,  y  esto  no  debían  ignorarlo  seguramente  sus  parientes  los  yan- 
gueses. 


CAPITULO  XVI 


Infundios  y  conjeturas. — La  campaña  de  Ceryera. — Operaciones  contra  los  insurrectos. — La 
columna  Vara  de  Rey. — El  batallón  de  Sevilla.  — Cange  de  prisioneros  en  ilta  mar. — 
El  trato  á  nuestros  prisioneros. — Dudas  desvanecidas. — Ataque  y  bombardeo  de  Santia- 
go de  Cuba. — El  despacho  oficial.— Nuevos  datos  oficiales  del  ataque  á  Santiago. — Im- 
paciencia satisfecha. 


"esde  que  la  escuadra  que  mandaba  el  almirante  Cer- 
'•*►       vera  llegó  á  Santiago  de  Cuba,  todo  eran  conjetu- 
ras sobre  si  podría  ó  no  salir  de  aquel  puerto  sin  pelear 
con  la  norteamericana,  muy  superior  en  fuerzas.  No 
fdltó  quien  sospechara  que   había  salido  ya.   Otros  aseguraban 
que  seguía  allí.  Oficialmente  nada  se  sabía,  á  la  fecha,  ni  se  de- 
bía saber. 

Los  norteamericanos,  á  quienes  la  feliz  arribada  de  nues- 
tros barcos  á  la  gran  Antilla  había  desconcertado  bastante,  andaban 
discurriendo  diferentes  procedimientos  para  inutilizarla.  Un  día  anun- 
ciaba el  telégrafo  que  se  proponían  tenerla  encerrada,  aunque  para  ello 
fuere  preciso  recurrir  á  medios  tan  extraordinarios  como  cerrar  la  en- 
trada del  canal  con  barcazas  cargadas  de  dinamita.  Poco  después  llega- 
ba otro  despacho  anunciando  que  los  acorazados  de  Sampson  penetra- 
rían á  viva  fuerza  en  el  puerto,  destruirían  la  escuadra  y  se  apodera- 
rían de  la  ciudad.  La  imaginación  de  los  corresponsales  había  llegado 


757 

al  punto  de  atribuir  á  la  junta  estratégica  yanqui  el  proyecto  de  cerrf  r 
con  bloques  de  piedra  la  boca  de  la  bahía. 

Esa  boca  es,  en  efecto,  bastante  estrecha;  pero  no  tanto  como,  por 
lo  visto,  imaginaban  los  que  tales  cosas  telegrafiaron.  El  cañón  de  en- 
trada en  el  puerto  de  Santiago  está  comprendido  entre  dos  morros  ele- 
vados, corre  casi  de  Norte  á  Sur,  tiene  un  cable  de  ancho  al  Sur,  entre 
los  arrecifes  que  rodean  las  dos  costas,  y  luego  solo  un  séptimo  de  cable 
enfrente  de  la  primera  ensenada  hasta  pasar .  el  cayo  Smith,  en  donde 
empieza  á  ensancharse.  La  bahía  co.no  hemos  dicho  ya,  es  muy  segura 
y  espaciosa  (seis  millas  de  Sudoeste  á  Nordeste,  por  siete  cables  de  an  - 

cho  medio). 

En  lo  referente  á  los  recursos  que  en  ella  puede  haber  para  una  ar- 
mada, nos  atendremos  á  lo  que  dice  el  Derrotero  de  las  islas  Antillas: 
«Pueden  hallarse  provisiones  de  todas  clases  á  precios  moderados...  El 
carbón  vale  de  ocho  á  doce  duros  la  tonelada;  suele  ser  de  15.000  tone- 
ladas. También  se  encuentran  en  tierra  talleres  para  las  pequeñas  repa- 
raciones de  los  buques  y  de  sus  máquinas:  se  tiene  el  proyecto  de  cons- 
truir un  dique  y  se  puede  dar  de  quilla  en  varios  puntos  del  puerto  con 
toda  seguridad.» 


*  * 


La  aparición  casi  fantástica  de  nuestra  escuadra  del  Atlántico  en 
aguas  de  Cuba  fué  un  hecho  que,  además  de  traer  perturbados  al  go- 
bierno y  á  la  opinión  de  los  Estados  Unidos,  inutilizó  durante  más  de 
medio  mes  todos  los  planes  de  nuestros  adversarios  y  los  obligó  á  con- 
tinuas rectificaciones. 

El //líraZíí  recordaba  con  sangrienta  ironía,  el  día  30,  los  anun- 
cios del  comodoro  Schley,  que  se  creía  á  sí  mismo  el  tapón  de  la  botella 
donde  habían  ido  á  meterse  nuestros  buques,  y  confesaba  que  las  hábi- 


758 

]es  maniobras  de  éstos  seguían  dando  motivo  á  que  Europa  se  riera  sin 
dujlo  de  los  americanos. 

No  sólo  persistía  el  citado  periódico  en  afirmar,  con  datos  de  sus 
corresponsales,  que  nuestra  flota  navegaba  el  19  á  pocas  millas  de  Puerto 
Limón  (Costa  Rica),  sino  que  en  el  colmo  de  la  desorientación  llegó  á 
suponer  que  el  almirante  Cervera  no  había  entrado,  ni  el  día  19,  ni 
después  de  ese  día,  en  Santiago  de  Cuba. 

A  su  juicio,  era  admisible  la  hipótesis  de  que  anduviese  recorriendo 
en  p0z  y  en  gracia  de  Dios  los  mares  de  Venezuela,  desde  el  momento 
en  que  salió  del  puerto  de  Curafao. 

Discurriendo  sobre  tal  supuesto,  argüía  con  que  todas  las  noticias 
relativas  á  la  estancia  en  Santiago  eran  de  procedencia  española  y,  más 
en  tono  de  admiración  que  de  vituperio,  estimaba  que  habíamos  sabido 
encañar  lo  mismo  á  nuestros  adversarios  que  al  resto  del  mundo. 

Estas  apreciaciones  del  Herald  demuestran  la  enorme  confusión 
que  reinó  en  Washington,  con  elocuencia  mucho  mayor  aún  que  las 
idas  y  vueltas  de  Sampson  y  S-hley  y  que  las  órdenes  tan  pronto  dadas 
como  revocadas  para  la  inmediata  invasión  de  las  Antillas. 

Dedúcese  de  ello  la  importancia  extraordinaria  de  los  servicios  que 
prestó  á  la  nación,  con  su  viaje  á  Cuba,  el  contralmirante  Cervera. 

No  consisten  únicamente  las  campañas  navales  en  destrozar  las 
fuerzas  del  enemigo,  y  menos  aún  cuando  éstas  son  cinco  ó  seis  veces 
superiores.  Desconcertarlo,  tenerlo  en  constantes  é  inútiles  movimien- 
tos, condenarlo  á  no  descansar,  privarle  de  ocasión  para  reparar  las  ave- 
rías y  constreñirlo  á  permanecer  semanas  enteras  en  mares  por  todos 
conceptos  peligrosos,  vale  tanto  como  inferirle  una  derrota  com- 
pleta. 

Podrá  ser  el  resultado  menos  teatral,  pero  no  es  ciertamente  menos 
seguro. 

Eso,  sin  contar  con  que  en  aquella  hermosa  campaña  de  nuestros 


I 


759 

marinos,  tuvieron  que  entrar  á  partes  iguales  el  valor,  la  abnegación  y 
el  ingenio. 

Débese  advertir,  al  propio  tiempo,  que  el  objetivo  de  nuestros  ad- 
versarios había  sido,  y  era,  arrojarnos  de  Cuba. 

No  conseguirían  siquiera  realizar  un  verdadero  desembarco  en  la 
isla,  mientras  no  dominasen  sus  mares.  Y  esa  dominación  habría  de 
estarles  vedada  en  tanto  que  no  destruyeran  ó  inutilizasen  la  escuadra 
española. 

Confiamos  en  que  la  pericia  de  los  jefes  que  la  mandaban  seguiría, 
como  bástale  fecha,  desbaratando  los  planes  de  sus  inquietos  persegui- 
dores. V 

No  se  trataba  en  aquel  período  de  lucha  de  morir  por  la  patria, 
síqo  de  vivir  para  mejor  servirla  y  defenderla. 


*  * 


Un  núcleo  importante  de  rebeldes  fué  nuevamente  batido  en  Palma 
Soriano,  el  día  24,  por  la  columna  Vara  del  Rey,  quien  dejó  allí  una 
guarnición  compuesta  de  una  compañía  y  una  pieza  de  artillería. 

La  partida  iba  mandada  por  el  cabecilla  Cebrero  y  venía  persegui- 
da por  la  columna  desde  Cuchillas,  de  cuyo  campamento  atrincherado 
fué  desalojada  por  las  tropas,  después  de  una  tenaz  resistencia.  En  su 
huida  guarecióse  é  hízose  fuerte  en  loma  Catalán,  donde  atacada  de 
nuevo  por  la  columna  fué  batida  y  puesta  otra  vez  en  fuga,  y  persegui- 
da hasta  San  José,  donde  se  dispersó. 

La  columna  cruzó  el  Cauto  por  Paso  Correo,  ocupando  al  enemigo 
sus  posiciones  de  loma  Catalán,  después  de  un  vigoroso  ataque  de  flan- 
co, en  el  que  el  enemigo  sufrió  muchas  bajas  y  abandonó  armas,  mulos 
y  otros  efectos. 


760 

El  coronel  Vara  se  retiró  con  sus  fuerzas  á  Palma  Soriano  sin  ser 
molestado,  después  de  ocupar  cuatro  campamentos  enemigos  y  practi- 
car un  extenso  reconocimiento,  en  el  cutd  se  causaron  á  loá  insurrectos 
muchas  bajas. 

La  columna  tuvo  en  esas  operaciones  y  combates  14  heridos  y  dos 
contusos  de  tropa. 

El  batallón  de  Sevilla,  operando  en  combinación  con  los  escuadro- 
nes de  Damují  y  la  guerrilla  de  Cartagena,  batió  el  25  en  Las  Villas  á 
una  partida  de  insurrectos,  los  cuales  abandonaron  en  el  campo  cinco 
muertos  y  lograron  retirar  otros  siete  y  varios  heridos. 

Nuestras  tropas  tuvieron  tres  heridos  graves,  muriendo  además  22 
caballos  y  quedando  heridos  otros  seis. 

A  las  once  de  la  mañana  del  24  cruzaron  por  frente  á  Cienfuegos 
las  escuadras  de  Sampson  y  Schley. 

La  de  aquél  se  dirigió  hacia  el  cabo  de  San  Antonio,  y  la  otra  tomó 
rumbo  á  Santiago  de  Cuba. 


*  * 


Éa  las  primeras  horas  de  la  mañana  del  27  vióse  avanzar  hacia  el 
puerto  de  la  Habana  el  cañonero  yanqui  Maple  izando  bandera  blanca. 

Por  el  telégrafo  internacional  de  señales  dijo  que  llevaba  á  su  bor- 
do á  los  prisioneros  españoles  coronel  señor  Cortijo  y  médico  militar 
señor  García,  con  sus  respectivos  asistentes  que,  como  recordarán  nues- 
tros lectores,  fueron  apresados  en  el  vapor  Argonauta. 

Momentos  después  salió  al  encuentro  del  barco  americano,  al  que 
se  h'zo  permanecer  á  respetable  distancia  del  puerto,  el  cañonero  espa-  * 

ñol  Molins,  á  bordo  del  cual  iban  un  representante  del  cónsul  inglés, 
coronel  señor  Gelpi  y  los  periodistas  yanquis  apresados  en  el  combate 
del  Salado. 


761 


Ea  alta  mar  se  verificó  el  cange  de  los  prisianeros,  extendiéndose 
un  acta  por  duplicado,  regresando  inmediatamente  á  puerto  el  Molins, 
al  que  esperaba  en  el  muelle  numeroso  gentío. 

Los  señores  Cortijo  y  García  se  manifestaron  muy  agradecidos  de 
•las  atenciones  que  les  habían  guardado  los  oficiales  norteamericanos, 
tanto  de  mar  como  de  tierra. 

En  cambio  se  quejaron  mucho  del  trato  que  se  les  había  dado  du- 
rante su  estancia  en  su  prisión  de 
la  fortaleza  de  Mac  Pherson. 

Al  primero  diéronle  como  alo- 
jamiento una  jaula  de  hierro,  estre- 
cha é  insalubre,  más  propia  para 
encerrar  fieras  que  para  servir  de 
vivienda  á  criaturas  humanas. 

No  sólo  prohibieron  los  yanquis 
que  los  prisioneros  telegrafiasen  á 
sus  familias,  sino  que,  además,  les 
negaron  el  consue'o  de  entregarles 
las  cartas  que  para  ellos  se  recibie- 
ron, las  cuales  fueron  devueltas  á 
Nueva  York.  También  se  les  des- 
pojó de  cuanto  llevaban,  además 
de  apoderarse  de  7.000  pesos  que 
conducía  un  oficial  para  pagar  sueldos  del  batallón  á  que  pertenecía. 

Por  consecuencia  de  esos  malos  tratos,  la  mayoría  de  los  prisione- 
ros enfermó,  siendo  inútiles  cuantas  quejas  y  reclamaciones  hicieron  á 
las  autoridades. 


^^mP"^^^ 


D.  EMILIO  Díaz  MOREU 
Comandante  del  crucero  «Cristóbal  Gólon» 


Blanco  96 


762 

Las  duJas  que  existían  en  los  últimos  días  de  Mayo  sobre  la  ver- 
dadera situacidn  de  la  escuadra  que  mandaba  el  almirante  Cervera,  se 
desvanecieron  el  i."  de  Tunio.  Los  telegramas  que  recibió  de  madruga- 
da la  prensa  diaria  anunciando  el  bombardeo  de  los  fuertes  avanzados 
de  Santiago  de  Cuba  por  la  escuadra  del  comodoro  Schley,  fueron  con- 
firmados más  tarde  por  otros  despachos  particulares,  y  oficialmente  por 
las  autoridades  de  Cuba  que  trasmitieron  al  Gobierno  la  noticia  del 
suceso. 

No  quedaba,  pues,  ningún  género  de  duda,  ni  para  nosotros,  ni 
tampoco  para  los  yankees,  respecto  del  lugar  en  que  estiba  la  escuadra 
española.  Sospechaban  los  norteamericanos  que  se  hallaba  fondeada  en 
Santiago  de  Cuba;  referencias  del  campo  insurrecto,  trasmitidas  de 
viva  voz  ó  por  medio  de  señales  á  la  escuadra  enemiga,  confirmaron 
aquellas  sospechas;  pero  todavía  debió  quedar  alguna  duda  en  el  ánimo 
del  comodoro  Schley,  y  para  desvanecerla,  sin  duda,  decidióse  el  últi- 
mo día  de  Mayo  á  iniciar  el  ataque,  que  fué  valientemente  rechazado 
por  el  fuego  de  los  fuertes  y  el  del  crucero  Cristóbal  Colón,  que  se 
adelantó  hasta  la  boca  del  puerto. 

La  escuadra  yanqui  inició  el  ataque  alas  dos  de  las  tarde,  rompien- 
do fuego  de  cañón  contra  los  fuertes  del  Morro,  La  Socapa  y  Punta 
Gorda,  los  cuales  contestaron  inmediatamente. 

Los  buques  americanos  que  tomaron  parte  en  el  bombardeo  fueron 
catorce  de  alto  porte  y  dos  torpederos.  Estos  últimos  se  adelantaron 
hasta  cerca  de  la  entrada  de  la  bahía. 

El  íuego  fué  muy  violento  hasta  las  tres  y  cuarenta  y  cinco,  hora 
en  que  empezó  á  disminuir,  cesando  por  completo  -á  las  cinco  de  la 
tarde. 

Todos  los  barcos  yanquis  tomaron  parte  en  el  ataque,  dirigiendo 
piincipaimente  sus  fuegos  contra  el  castillo  del  Morro.  Este  y  los  demás 
fuertes  avanzados  contestaron  con  gran  vigor  al  fuego  de  la  escuadra. 


i 


763 

sobre  la  que  estuvieron  disparaado  sin  cesar  mientras  la  tuvieron  al 
alcance  de  sus  cañones. 

La  presencia  del  acorazado  Colón  en  la  boca  de  la  bahía,  puso  en 
realidad  término  al  ataque,  pues  apañas  el  crucero  español  disparó  los 
primeros  cañonazos,  la  escuadra  americana  se  vio  obligada  á  retirarse. 


*  * 


No  pudieron  estar  más  parcos  en  el  ministerio  de  Marina  al  comu- 
nicar á  la  prensa  el  telegrama  recibido  en  la  mañana  del  día  i ."  por  el 
ministro,  dando  cuenta  del  ataqua  á  Sintiago  de  Caba  por  la  escuadra 
norteamericana. 

Decía  así  el  despacho: 

«La  escuadra  americana  de  Schley,  compuesta  de  grandes  acorazados  y  cruce- 
ros, atacó  las  fortificaciones  de  la  entrada  de  Santiago  de  Cuba. 

Nuestro  acorazado  Crislóbal  Colón  cerró  la  boca  de  la  bahía,  y  apoyado  por 
los  fuegos  de  los  fuertes  logró  rechazar  el  ataque,  causando  averías  en  los  buques 
americanos.» 

El  telegrama  añadía,  según  parece,  que  el  número  de  disparos 
llegó  á  ochenta,  y  que  nuestros  fuertes  no  habían  sufrido  desperfecto 
alguno. 

El  acorazado  Cristóbj.L  Colón,  que  se  hallaba  en  el  interior  de  la 
bahía  con  los  restantes  buques  de  nuestra  escuadra,  salió  destacado  ha- 
cia la  boca  de  aquélla,  por  corresponderle  este  servicio,  en  atención  á 
S3r  su  comandante,  don  Emilio  Díaz  Moreu,  el  más  antiguo  de  los  qu3 
se  encontraban  en  Santiago  de  Cuba. 

Colocóse  el  Co/ów  junto  a  Punta  Gorda,  internándose  nuevamen- 
te en  la  bahía  al  desaparecer  los  buques  americanos. 


764 

La  mayoría  de  los  marinos  de  aquí,  después  de  aplaudir  sin  reser- 
vas al  señor  Díaz  Moreu,  que  había  mantenido  su  buen  nombre  ayu- 
dando á  los  fuertes  de  tierra,  opinó  que  los  norteamericanos  no  habían 
hecho  otra  cosa  que  explorar  el  terreno  para  cerciorarse  de  que  la  es- 
cuadra de  Cervera  estaba  en  la  bahía  de  Santiago  de  Cuba,  mantenien- 
do el  fuego  durante  más  de  dos  horas  en  espera  de  que  se  presentaran 
á  la  vista  los  restantes  buques  que  acompañaban  al  Colón. 


* 
*  * 


A  las  nueve  y  media  de  la  noche  recibiéronse  en  Madrid,  por  con- 
ducto oficial,  nuevos  datos  del  ataque  de  ios  yanquis  á. Santiago  de 
Cuba. 

El  telegrama  oficial,  que  causó  general  satisfacción,  decía  así: 

^Habana,  i. — Comandante   general  Apostadero  á  ministro  de  Ma 
riña: 

Comandante  Cuba  me  participa  lo  siguiente  con  fecha  de  ayer: 

Cu-tro  tarde  hoy  rompió  fuego  sobre  plaza  escuadra  enemiga,  du- 
rando hora  y  media. 

Contestaron  Colón,  enfilando  boca  entrada,  fuertes  y  baterías  em 
plazadas  en  el  cructro  Reina  Mercedes. 

Nosotros  ni  un  herido;  ningún  dtño:  el'os  averías  en  lowa,  dícese 
también  en  otro  acorazado  y  fuego  á  bordo  de  otro  barco. 

Todos  los  buques  enemigos  hicieron  luego.  Dentro  de  la  plaza  ca- 
yeron algunos  proyectiles  por  elevación. 

Mucho  entusiasmo;  espíritu  patriótico.— i/an/^ro/a.» 

De  los  informes  particulares  que  acerca  del  bombardeo  y  ataque 
de  Santiago  nos  comunicaron  nuestros  corresponsales,  resulta:  Que  la 
escuadra  enemiga  situada  frente  al  puerto  de  Santitgo,  aumentada  con 


765 

un  cañonero,  un  trasatlántico  auxiliar  y  dos  remolcadores,  hizo  en  la 
mañana  del  31  de  Mayo  demostración  de  retirarse,  dejando  tan  sólo 
dos  barcos  en  disposición  de  carbonear. 

Corrióse  hacia  el  Oeste,  y  á  las  dos  y  cuarto  de  la  tarde  reapareció 
en  orden  de  combate,  formada  por  el  lowa,  el  Brookling,  el  Massachu- 
seis,  el  Texas,  el  New  Orleans,  el  Marblehead,  el  Mineapolis,  el  Ama- 
imanas  y  seis  barcos  pequeños,  y  tomó  posiciones  en  la  costa  de  Oriente 
y  frente  á  la  embocadura  del  puerto  de  Santiago. 

Los  cinco  primeros  acorazados  rompieron  el  fuego  contra  la  bate- 
ría de  Punta  Gorda,  y  el  crucero  español  Cristóbal  Colón  se  destacó 
á  los  primeros  disparos  del  resto  de  la  escuadra  y  adelantóse  á  fondear 
junto  á  Punta  Gorda,  por  lo  que  era  visible  desde  plena  mar. 

Las  baterías  del  Morro,  Socapa  y  Punta  Gorda  y  el  crucero  Colón, 
respondieron  al  fuego  de  la  flota  americana,  cruzándose  entre  unas  y 
otra  setenta  disparos. 

Los  acorazados  yanquis  hicieron  uso  de  cañones  de  32,  sin  causar 
daño  alguno  en  nuestras  defensas  ni  en  la  población. 

Más  certero  fué  el  fuego  de  la  artillería  española,  pues  dos  grana- 
das estallaron  sobre  la  popa  del  lowa;  otras  cayeron  sobre  uno  de  los 
cruceros  americanos,  incendiándolo,  y  otro  crucero  auxiliar  tuvo  que 
retirarse  con  averías  de  consideración. 

El  bombardeo  duró  noventa  minutos,  retirándose  después  del  fra- 
caso la  escuadra  americana,  sin  haber  podido  precisar  la  importancia 
de  los  daños  que  sufriera. 

La  población,  animosa  y  entusiasta,  llenó  los  muelles  para  ente- 
rrrse  del  resultado  del  ataque,  vitoreando  al  ejército  y  á  los  tripulan- 
tes del  Colón. 

El  comodoro  Schley  hizo  la  primera  prueba  con  idénticos  resulta- 
dos á  los  que  obtuvieron  los  barcos  que  mandaba  su  colega  Sampson 
en  l^s  ataques  á  Cárdenas,  Matanzas  y  San  Juan  de  Puerto  Rico. 


766 

La  impaciencia  de  las  gentes  que  ya  iba  acentuándose  mucho  ante 
las  dudas  é  inquietudes  sobre  el  paradero  cierto  de  nuestra  escuadra, 
empezaba  á  ser  satisfecha,  y  por  fortuna  se  había  roto  la  monotonía  cin 
noticias  agradables. 

¡Pluguiera  al  cielo  que  continuase  mandando  el  cable  noticias  sa- 
tisfactorias! 


CAPITULO   XVII 


Ansiedad  justificada. — Expectación. — Otra  jornada  feliz. — ¡Victoria! — Nueyo  ataque  á  San- 
tiago de  Cuba. — Un  barco  yanqui  á  pique. — Intento  frustrado. — El  Merry  Mac. — Náu- 
fragos y  prisioneros. — El  acuerdo   del   gobierno  yanqui.  — Objetivo  de  la  operación. 

Propósitoss  frustrados. — Nuestro  triunfo. — Ataques  á  Alquizar  y  Sama  por  los  insurrec- 
tos.— Encuentro  en  Viajacas. — Intento  do  desembarco. — En  Puata  Cabrera  y  Aguadores. 
— Nuevo  bombardeo  de  Santiago  de  Cuba.  — Sensibles'  pérdidas. — Dura  jornada. — En 
nuestro  puesto. 


OMPROBADO  hasta  la  evidencia  el  hecho  de  la  presencia 
del  almirante  Cervera  en  la  bahía   de  Santiago  de 
Cuba,  y  comprobado,  además  de  las  noticias  oficiales 
tan  terminantes,  por  los  telegramas  que,  fichados  en 
aquel  puerto,  enviaron  á  España  los  jefes  y  oficiales  de  nues- 
tros buques,  nadie  podía  ya  esperar  que  tardase  mucho  tiempo 
en  entablarse  un  nuevo  combate. 

Para  creerlo  así,  había  el  dato  oficial  de  hallarse  á  la  vista 
de  Santiago  de  Cuba  19  buques  americanos,  entre  ellos  seis 
acorazados.  Esto  parecía  confirmar  que  en  aguas  de  Santiago,  y  para 
intentar  una  lucha  seiia  y  decisiva,  se  habían  unido  ya  las  escuadras 
enemigas. 

Desde  las  primeras  horas  de  la  noche  del  3  tuvimos  noticias  de 
esto,  no  por  telegrama  oficial,  sino  por  despachos  de  nuestros  corres- 
ponsales, de  que  á  las  nueve  de  la  mañana  había  comenzado  un  nuevo 
bombardeo  de  los  fuertes  de  Santiago  de  Cuba. 


768 

Tal  noticia,  recibida  en  Barcelona  y  en  Madrid  al  mismo  tiempo 
por  diversos  conductos,  se  agrandó  pronto,  tomó  proporciones  extraor- 
dinarias, y  sirvió  de  fundamento  á  tales  invenciones,  que  á  la  una  de 
la  madrugada  ya  se  habían  dado  tres  versiones  distintas  (todas  con 
asombrosa  riqueza  de  detalles)  del  nuevo  bombardeo  de  Santiago 
de  Cuba. 

De  sucesos  y  detalles  á  los  que  en  otras  circunstancias  no  se  les  hu- 
biera concedido  importancia  ninguna,  se  llegó  á  sacar  gran  partido. 

En  todos  lados,  en  los  centros  oficiales,  como  en  los  círculos  polí- 
ticos, como  en  las  tertulias  particulares,  había  gran  expectación,  falta 
absoluta  de  noticias  concretas,  que  aumentaba  la  ansiedad  y  la  justi- 
ficaban, y  se  hacían  comentarios  vivos  y  apasionados  sobre  lo  que 
había  podido  ocurrir  en  Santiago  de  Cuba. 


*  * 


Grande  era  la  ansiedad  por  conocer  el  resultado  del  nuevo  ataque 
á  Santiago. 

Sampson  había  reforzado  á  Schley  y  asumido  el  mando  de  las  es- 
cuadras; las  bandas  separatistas  intentaban  secundar  por  tierra  la  em- 
presa de  sus  interesados  favorecedores,  y,  según  se  deducía  de  los  últi- 
mos despachos,  el  gobierno  de  Washington  quería  á  toda  costa  que  la 
operación  efectuada  por  sus  almirantes  fuera  una  operación  decisiva. 

Era  muy  grande,  repetimos,  la  expectación  de  España;  pero  ni 
flaquetba  la  esperanza,  ni  asomaba  por  ningún  resquicio  el  miedo. 

Nuestra  marina  y  nuestro  ejército  habrían  cumplido  esta  vez  como 
siempre  habían  cumplido  y  no  se  dejarían  aniquilar  con  la  resignación 
haroica  de  los  mártires.  Ya  nos  favoreciera,  ya  nos  desamparase  la  for- 
tuna, el  enemigo  pagaría  caro  su  atrevimiento. 


769 


Blanc.  97 


7'70 

Mes  y  medio  iba  transcurrido  desde  que  nos  declarara  la  guerra 
una  nación  cuatro  ó  cinco  veces  más  fuerte  y  diez  ó  veinte  más  rica 
que  nosotros. 

Ese  es  el  plazo  que  en  nuestro  tiempo  señalan  los  políticos  y  los 
tratadistas  para  que  las  potencias  de  primer  orden  desenvuelvan  y  pon- 
gan término  á  una  campaña. 

Hasta  la  fecha,  nada  habían  logrado  hacer  los  Estados  Unidos,  para 
cuyos  militares  y  gobernantes  era  empresa  de  una  semana  ó  dos  la 
conquista  de  Cuba. 

Habíamos  resistido,  resistíamos  y  resistiríamos  al  atropello  y  la 
expoliación. 

Aún  en  el  caso  improbable  de  que,  abrumándonos  con  la  fuerza  y 
el  número,  franqueasen  el  paso  de  Santiago,  palmo  á  palmo  necesita- 
rían ganar  el  territorio  de  la  isla  y  jamás  nos  echarían  de  ella,  sino 
muertos  ó  por  voluntaria  renuncia. 

No  había  que  perder  la  fé,  ni  que  entregarse  á  pueriles  ilusiones, 
pero  tampoco  á  femeniles  desmayos. 

Cuando  llegase  la  ocasión  de  pedir  cuentas  á  los  que  en  su  egoís- 
mo, con  sus  torpezas  y  con  su  afán  sistemático  de  desatender  las  leccio- 
nes de  la  realidad  y  de  aplazar  la  solución  natural  de  los  más  terribles 
problemas,  nos  habían  traído  al  doloroso  extremo  en  que  nos  hallába- 
mos, exigidas  y  liquidadas  serían  esas  cuentas. 

Entretanto,  no  era  lícito  pensar  sino  en  el  interés  que  á  todos  nos 
unía:  en  el  interés  de  la  patria. 


*  * 


Se  confirmaron,   afortunadamente,  las  noticias  gratas  que  de  Ma- 
drid nos  transmitieron  en   la  madrugada  del  4  y  los  rumores  que  por 


771 

la  m&ñana  corrían  de  boca  en  boca  en  esta  ciudad,  y  á  la  ansiedad  pro  - 
ducida  por  ellos,  sucedieron  en  el  espíritu  de  las  gentes  las  más  entu- 
siastas explosiones  de  júbilo. 

Un  nuevo  día  de  satisíacción  y  de  gloria  debió  España  á  los  bravos 
defensores  de  Cuba. 

Por  noticias  oficiales  se  supo  que  nuestras  armas  alcanzaron  el  día 
3  señalada  victoiia  rechazando  un  formal  ataque  del  enemigo  y  reco- 
giendo trofeos  que  eran  testimonio  indudable  del  triunfo. 

La  escuadra  americana  había  recibido  en  Santiago  una  nueva  y  dura 
lección,  que  la  haría  conocer— si  en  su  obcecación  ya  no  lo  tenía  averi- 
guado— la  dificultad  de  someter  á  una  nación  que,  como  la  española 
defendía  su  dignidad  y  su  honor  al  defender  la  integridad  de  su  te- 
rritorio. 

En  Santiago,  el  ejército,  la  marina,  la  población  en  masa,  habían 
correspondido,  en  los  ataques  de  la  poderosa  escuadra  norteamericana, 
é  lo  que  de  todos  ellos  esperaba  la  patria. 

Ya  no  se  trataba  de  operaciones  cuya  ineficacia  pudieran  cohones- 
tar los  jefes  de  las  escuadras  yanquis  bajo  el  dictado  de  simples  reco- 
nocimientos, ni  de  cañoneos  emprendidos  á  fin  de  conocer  la  situación 
y  graduar  la  resistencia  de  nuestras  defensas.  El  combate  del  3  tuvo  un 
objeto  más  decisivo,  y  el  fracaso  de  los  yanquis  fué,  por  tanto,  mucho 
más  visible  para  todo  el  mundo,  mucho  más  importante  para  la  nación 
que  nos  atropellaba  en  nuestro  incontrastable  derecho. 


*** 


En  otros  encuentros  favorables  á  nuestras  armas  tuvo  el  espíritu 
público  que  satisfacerse  con  conjeturas  y  suposiciones  acerca  del  daño 
inferido  al  enemigo.   Rechazados  los  buques  americanos,  se  retiraron 


772 

sin  destruir  nuestras  baterías,  sia  apagar  nuestros  fuegos,  pero  tambiéa 
sin  dejar  en  manos  españolas  ninguna  prenda  de  la  victoria  por  noso- 
tros conquistada. 

Ea  San  Juan  de  Puerto  Rico,  en  Cienfuegos,  en  Cárdenas,  en  el 
mismo  Santiago  de  Cuba  la  tarde  del  30,  faltó  algo  que  consagrara  por 
modo  indudable  el  triunfo,  y  que  á  los  propios  adversarios  les  obliga 
se  á  confesarlo.  En  él  combate  del  3  no  faltó  ni  eso:  á  quinientos  pies 
del  canal  que  dá  paso  á  la  bahía  de  Santiago  quedó  hundido  un  barco 
de  la  escuadra  de  Ssmpson;  varios  de  sus  tripulantes  cayeron  prisione- 
ros; el  éxito  de  nuestras  armas,  cierto,  completo  y  glorioso,  pudo  ofre- 
cer al  mundo  testimonios  irrecusables  que  no  echaría  abajo  la  hostili- 
dad de  los  extraños  ni  la  crítica  de  los  propios. 

A  las  tres  y  media  de  la  madrugada  del  3,  un  buque  mercante 
yankee,  de  los  auxiliares  de  la  escuadra  Sampson,  el  steamer  Merry 
Mac,  de  4,000  toneladas,  protegido  de  cerca  por  el  acorazado  /oica  y 
un  crucero,  intentó  forzar  el  canal  que  dá  entrada  á  la  bshía  de  Santia- 
go de  Cuba. 

Nuestras  embarcaciones  exploradoras,  situadas  fuera  de  la  boca  del 
puerto,  rompieron  fuego  contra  el  barco  enemigo,  secundándolas  in- 
mediatamente el  crucero  Reina  Mercedes,  anclado  en  la  misma  boca, 
y  las  baterías  de  Socapa  y  Punta  Gorda. 

Los  torpedos  del  Reina  Mercedes  funcionaron  con  buen  éxito  y 
echaron  á  pique  al  barco  enemigo,  conteniendo  el  avance  del  aco- 
razado. 

El  Merry-Mac  quedó  sumergido  frente  al  lugar  en  que  fondeaba  el 
Reina  Mercedes,  viéndose  sobre  la  superficie  del  agua  parte  de  sus  dos 
palos  y  una  chimenea. 

Se  recogieron  y  quedaron  prisioneros  á  bordo  del  Mercedes  un  te- 
niente de  navio,  mister  Hobson,  y  siete  marineros  náufragos  del  buque 
enemigo  destrozado,  que  fueron  salvados  por  nuestros  nobles  y  esfor- 


m3 

zados  marinos  de  una  muerte  segura.  Es  decir,  que  los  marinos  espa- 
ñoles salvaron  primero  á  los  tripulantes  del  Maine,  y  los  marinos  aspa  ■ 
ñoles  íueron  los  que  salvaron  también  á  los  náufragos  del  Merry  Mac, 
que  eran  ya  sus  irreconciliables  enemigos. 

Sin  calificar  el  hecho  de  gran  triunfo,  significó  un  éxito  verdadero 
para  las  armas  españolas  y  un  nuevo  fracaso  para  la  marina  norteame- 
ricana. 

El  propósito  perseguido  por  el  almirante  Sampson  no  fué  otro  que 
el  de  que  el  Merry-Mac  fuera  echado  á  pique  ala  entrada  del  canal,  ha- 
ciendo luego  imposible  la  salida,  y  dejando  encerrada  y  prisionera  en 
la  bahía  de  Santiago  á  nuestra  escuadra. 

Afortunadamente,  no  consiguió  el  enemigo  lo  que  se  proponía, 
puesto  que  el  Merry  Mac  fué  echado  á  pique  fuera  del  canal  y  destruí- 
do  más  tarde  por  la  dinamita. 


* 

*  * 


Por  segunda  vez  fué  victoriosamente  rechazada  la  embestida  de 
las  escuadras  americanas  á  Santiago  de  Cuba  y  frustrados  los  propósi- 
tos del  enemigo  de  forzar  la  entrada  en  la  bahía. 

En  esta  ocasión  no  pudieron  decir  nuestros  adversarios,  como  di- 
jeron el  día  31  de  Mayo,  que  se  trataba  tan  sólo  de  un  reconocimiento 
ofensivo. 

Veinticuatro  horas  antes  de  principiar  el  combate,  el  gobierno  de 
los  Estados  Unidos  había  adoptado,  entre  otros  acuerdos,  el  de  que 
fuese  inmediatamente  destruida  ó  capturada  la  escuadra  española. 

Y  ese  acuerdo  era  conocido  por  Sampson  y  Schley. 

Aprovechando  la  dudosa  claridad  del  amanecer,  quisieron  reno- 
var la  sorpresa  de  Cavite,  y  enviaron  á  forzar  ú  obstruir  la  entrada  del 
canal  dos  de  sus  buques.  Uno  de  ellos  fué  echado  á  pique;  el  otro  tuvo 


774 

que  retirarse  después  de  dos  horas  de  cañoneo  inútil  y  de  infi  actuosos 
esfuerzos. 

¿Cuál  era  el  objetivo  de  la  operación?  Ya  lo  hemos  dicho,  y  nues- 
tros mismos  adversarios  lo  confesaron  más  tarde. 

O  franquear  el  paso,  para  que,  tras  el  Merry  Mac,  ganase  la  bahía 
el  lowa,  y  tras  el  lowa  los  demás  acorazados,  ó  interceptar  la  boca  del 
puerto  con  un  obstáculo  que  imposibilitase  la  salida  de  nuestros 
barcos. 

No  lograron  lo  primero  ni  lo  segundo. 

No  consiguieron  invadir  el  puerto  ni  colocar  el  tapón  en  el  cuello 
de  la  botella,  donde  se  ufanaban  de  tener  encerrados  los  barcos  espa- 
ñoles. 

Además,  dejaron  en  nuestro  poder  al  capitán  é  ingeniero  del 
Merry-Mac,  juntamente  con  los  siete  hombres  que  lo  montaban. 

Sucediera  otro  día  lo  que  sucediere,  lo  ocurrido  el  citado  día  3  fué 
para  nuestros  marinos  un  triunfo,  y  para  los  yanquis  una  derrota. 

No  nos  engrió  la  victoiia.  Reconocíamos  el  poder  superior  del 
enemigo,  y  sabíamos  que  si  en  íquella  ocasión  había  estado  con  no- 
sotros la  fortuna,  muy  bien  podría  abandonarnos  en  los  próximos  é 
inevitables  empeños. 


*  * 


Los  insurrectos  habían  empezado  á  dar  señales  de  vida  en  algunos 
puntos. 

En  la  provincia  de  la  Habana  resucitaron  los  cabecillas  Collazo  y 
Acea,  reuniendo  en  junto  una  partida  de  300  hombre.»,  con  la  cual  ata- 
caron uno  Je  los  fuertes  de  Alquizar,  de  donde  fueron  rechazados. 

Después  penetraron  en  la  zona  de  cultivo  de  dicho  pueblo,  perse- 
guidos por  140  guerrilleros  que  los  batieron  y  dispersaron. 


í 


';75 

Ea  Oriente  dieron  tambié  a  señales  de  existencia  después  de  una 
larga  temporada  de  silencio. 

Seiscientos  hombres  de  las  partidas  que  mandaba  en  jefe  el  mayor 
general  Calixto  García,  atacaron  el  destacamento  de  Sama,  cuya  guar- 
nición estaba  compuesta  de  voluntarios  movilizados.] 

El  ataque  fué  rudo  y  la  defensa  brillante:  los  voluntarios  no  sólo 
rechazaron  á  los  rebaldes,  sino  que  los  persiguieron,  abandonando  en 
la  huida  el  enemigo  48  muertos. 

Los  valerosos  voluntarios  apenas  sufrieron  bajas.  No  tuvieron  nin- 
gún muerto^  y  sólo  resultaron  cinco  heridos. 

Las  guerrillas  de  Matanzas  encontraron  en  Viajacasá  cuatrocientos 
insurrectos,  atrincherados  en  buenas  y  ventajosas  posiciones. 

Sin  medir  las  fuerzas  enemigas  ni  reparar  en  las  ventajas  de  su  po- 
sición, los  valientes  guerrilleros  atacaron  las  trincheras,  y  después  de 
tres  horas^de  combate  lograron  arrollar  y  desalojar  al  Jenemigo  de  sus 
posiciones,  causándole  considerables  bajas  y  cogiéndole  armas  y  muni- 
ciones. 

Las  guerrillas  tuvieron  un  muerto,  tres  heridos  graves  y  cinco 
leves. 

Las  intentonas  de  los  rebeldes  en  Alquizar  (Occidente)  y  Sama 
(Oriente),  sirvieron  de  duros  escarmientos  para  los  rebeldes,  y  revela  ■ 
ron  además  escaso  vigor  en  las  partidas. 


* 
*  * 


En  dos  puntos  inmediatos  á  Santiago  de  Cuba  intentaron  desem- 
barcar, el  día  6,  los  yanquis,  protegidos  por  su  escuadra.  En  Punta  Ca- 
brera, al  Oeste  de  Santiago,  ¡de  cuyo  puerto  dista  próximamente  tres 
kilómetros,  y  en  Aguadores,  á  dos  kilómetros  al  Este  del  citado  puerto. 


776 

El  general  Linares,  que  tenía  prevista  la  intentona,  había  colocado 
oportunamente  tropas  en  la  playa  para  rechazar  á  los  invasores.  Lo 
más  original  del  caso,  fué  que  los  insurrectos  que  en  Punta  Cabrera  es- 
peraban á  sus  aliados  los  yanquis,  fueron  alcanzados  por  los  disparos 
que  éitos  hacían  desde  el  mar,  sin  que  nuestras  fuerzas  sufrieran  daño 
alguno.  De  manera  que  el  coronel  Aldea,  que  mandaba  las  tropas  en- 
cargadas de  impedir  el  desembarco,  en  vez  de  ser  perjudicado,  se  vio 
auxiliado  por  la  torpeza  de  los  yanquis,  cuyos  proyectiles  fueron  á 
caer  en  medio  de  los  rebeldes. 

En  Aguadores,  donde  había  un  fuerte  antiguo  de  piedra  berroque- 
ña, y  donde  además  nuestras  fuerzas  estaban  bien  atrincheradas  en 
toda  la  línea  de  costa  que  corre  desde  allí  á  Siboney,  también  se  rechazó 
á  los  invasores,  sin  pérdida  alguna  por  nuestra  parte. 

Hay  que  agregar,  por  tanto,  estos  dos  desembarcos  frustrados  á  la 
serie  de  los  que  intentaron  los  norteamericanos  en  Cárdenas,  Cabanas, 
Cienfuegos  y  otros  puntos,  apoyados  siempre,  aunque  con  el  mismo  re- 
sultado negativo,  por  sus  buques  de  guerra. 

Al  mismo  tiempo  que  el  enemigo  intentaba  desembarcar  fuerzas 
en  la  costa  oriental  de  la  isla,  apoyado  por  el  fuego  de  sus  barcos  de 
guerra  y  auxiliados  por  los  rebeldes  mambises,  la  escuadra  de  Sampson 
atacaba  por  tercera  vez  la  ciudad  de  Santiago,  y  por  tercera  vez  nues- 
tras tropas  rechazaban  el  duro  ataque  de  los  yanquis,  patentizando  una 
vez  más  el  heroísmo  de  nuestros  marinos  y  la  pericia  y  valor  de  nues- 
tros artilleros. 

El  bombardeo  comenzó  á  las  ocho  de  la  mañana.  Diez  barcos  ame- 
ricanos, entre  ellos  cuatro  grandes  acorazados  y  seis  cruceros,  aproxi- 
máronse á  la  bahía  de  Santiago  y  rompieron  un  fuego  terrible  contra 
los  fuertes  avanzados  de  la  plaza. 

Nuestros  fuertes,  especialmente  los  del  Morro  y  la  Socapa,  contes-- 
taron  á  la  agresión  con  continuados  y  certeros  disparos. 


I 


m 

Los  yanquis  envitban  á  los  españoles  ua  verdadero  huracán  de 
hierro;  los  españoles,  sin  abandonar  sus  puestos,  y  bajo  un  diluvio  de 
metralla,  respondían  con  sus  cañones  á  los  hircos  enemigos. 

Los  proyectiles,  al  caer  dentro  de  la  bahía,  levantaban  grandes 
columnas  de  agua. 

El  fuego  continuó  por  espacio  de  tres  horas,  sin  que  de  ni  una 

y  otra  parte  se  advirtieran  dañes 
de  consideración. 


* 
*  * 


D.  FERNANDO  VILLAAMIL 
Comandante  de  la  esciiadrilla  de  torpedos 


Al  fin,  la  flota  yanqui,  con  visi- 
bles averias— p^lah  ras  textuales  del 
parte  enviado  por  el  jefe  del  Apos- 
tadero de  la  Habana— inició  la  re- 
tirada, sin  conseguir  forzar  la  en- 
trada del  canal,  como  seguramen- 
te era  su  propósito. 

Nuestras    baterías  no   sufrieron 

desperfecto    alguno  ;    únicamente 

causaron  algúa  daño  en  los  acuai- 

telamientos  exteriores  del  castillo 

del  Morro,  hechos  en  tiempo  de  paz  al  descubierto,  y  en  las  casetas  del 

Cayo  Smith,  y  alguna  avería  en  el  crucero  Reina  Mercedes,  pero  sin 

lograr  desmontarnos  una  sola  pieza. 

Para  dar  idea  de  lo  nutrido  y  terrible  del  cañoneo,  basta  consignar 
que  los  norteamericanos  arrojaron  1.500  proyectiles  de  todos  calibres 
en  menos  de  tres  horas. 

Tuvimos  que  lamentar  sensibles  pérdidas,  si  bien  no  tan  numero- 
sas como  fuera  de  esperar,  dado  lo  rudo  del  ataque. 

Blanco  98 


778 

Un  casco  de  granada  hirió  de  muerte  al  bravo  segundo  comandan- 
te del  Reina  Mercedes,  capitán  de  fragata  don  Emilio  Acosta  y  Ayerman, 
que  ttiurió  sobre  cubierta:  seis  marineros  de  la  dotación  de  este  mismo 
barco  fueron  muertos  también  por  el  hierro  de  los  cañones  americanos. 
Dos  fueron  las  granadas  que  estallaron  á  borda  del  Mercedes,  cau- 
sando además  doce  heridos  y  vatios  contusos. 

El  coronel  de  artillería  don  Salvador  Díaz  Ordóñez,  inventor  del 
cañón  que  lleva  su  nombre  y  que  detrás  del  castillo  del  Morro  dirigía 
las  Operaciones,  fué  también  gravemente  herido  por  un  trozo  de  metra- 
lla, que  le  alcanzó  al  reventar  cerca  de  él  una  bomba  enemiga.  También 
resultaron  heridos  tres  oficiales  y  17  soldados  de  infantería. 

La  jornada  fué  dura;  su  término  un  nuevo  descalabro  para  los  yan- 
quis, aunque  la  sangre  vertida  por  nuestros  marinos  y  soldados  requi- 
riera también  de  nosotros  lágrimas  y  acentos  de  dolor. 

El  entusiasmo  en  Santiago  ante  ese  nuevo  fracaso  del  enemigo  no 
reconoció  límites.  En  la  Península  fué  recibida  con  gran  satisfacción  la 
grata  nueva  de  no  haber  obtenido  los  yanquis  los  resultados  que  se  pro- 
metían. 

Nuestros  informes  nos  hicieron  sospechar  que  ese  bombardeo  tuvo 
por  principal  objetivo  proteger  los  desembarcos,  á  que  anteriormente 
nos  referimos,  distrayendo  á  las  baterías  de  tierra  para  que  aquéllos  pu- 
dieran realizarse.  Es  lógico  suponer  esto,  porque  los  telegramas  de  dis- 
tintasjprocedencias  acentuaron  mucho  la  nota  de  los  intentos  de  desem- 
barco en  diferentes  puntos  de  la  cesta  Oriental. 

Pero  todos  los  defensores  de  Santiago  y  de  los  puntos  fortificados 
al  largo^de.ia  costa  oriental  permanecían  en  sus  puestos,  apercibidos  á 
rechazar  y  resueltos  á  impedir  todo  ataque  y  desembarco  de  la  escuadra 
y  fuerzas  enemigas. 


m^* -JL*  >••••••»•  i<^ 


CAPITULO    XVIII 


Sin  desmayos. — Eso  es  la  guerra. — El  enemigo  por  tercera  vez  rechazado. — Los  yanquis  en 
inteligencia  con  los  mambises. — Torpeza  yanqui. — Atentado  criminal. — Voladura  de  un 
tren  de  pasajeros, — Desembarco  de  fuerzas  americanas  en  Guantánamo. — Rudo  combate 
en  la  Caimanera.— La  expedición  yanqui. — Relato  del  combate  en  Guantánamo. — Elo- 
gios al  valor  de  nuestros  soldados. — Resultados  del  último  ataque  á  Santiago. — Los  yan- 
quis atacados  por  los  españoles. — Derrota  de  los  norteamericanos. — Situación  difícil  de  los 
invasores. — Activas  operaciones  contra  los  rebeldes. — Propósitos  del  g'eMez-a/í'simo  Gómez. 
— Ataque  á  Cnmanayagua. — Toma  y  destrucción  de  un  campamento  insurrecto. — Ansie- 
dad en  la  Habana. 


L  espíritu  público  recibió  la  noticia  de  los  lamentables 

efectos  del  tercer  ataque  y  bombardeo  de  Santiago   de 

Cuba  sin  desmayos  ni  abatimiento,  porque  esa  es  la 

guerra,  y  á  nadie  se  ocultaba  en  España  que  el  enemigo 

^l"  habia  de  emplear  todos  los  medios  de  ataque,  como  nosotros 

sí-/ 

i?  emplearíamos  todos  los  de  defensa. 

Habíamos  sufrido  pérdidas  lamentables;  habían  caído  en 
el  combate,  con  la  muerte  de  los  héroes,  oficiales,  marinos  y 
soldados  que  tenían  hecha  á  la  patria  la  ofrenda  de  sus  vidas.  Pero  así, 
con  sangre,  se  compra  el  éxito  de  las  batallas.  De  triunfos  incruentos, 
de  cañoneos  sin  bajas,  de  simples  escaramuzas  elevadas  por  la  imagins- 
ción  popular  á  la  categoría  de  grandes  sucesos  militares,  poco  había 
que  esperar  en  la  lucha  entablada,  ni  en  otra  alguna. 

Lo  importante  era  que  no  se  hubiese  logrado  el  desembarco,  obje- 


780 

tivo  de  los  yanquis  y  causa  del  bombardeo  á  que  se  referían  las  noticias 
del  día  7.  En  la  guerra  no  se  aprecia  la  suerte  de  las  armas  por  el  nú- 
mero de  los  que  caen,  ni  por  el  torreón  derruido,  ni  por  el  casco  del 
barco  agujereado  á  cañonazos.  Con  pocas  ó  con  muchas  pérdidas,  ven- 
ce el  que  realiza  su  objeto,  y  es  vencido  el  que  no  puede  realizarlo.  Por 
eso  la  jornada  del  6  nos  pareció  la  más  honrosa  de  cuantas  conocíamos 
á  la  fecha  en  aquella  campaña,  y  por  eso  constituyó  un  triunfo  del  que 
debía  la  opinión  pública  sentirse  altamente  satisfecha. 

Por  tercera  vez  habían  sido  rechazados  los  ataques  de  la  escuadra 
americana  á  Santiago  de  Cuba. 

Tres  horas  duró  la  lucha,  sufrimos  durante  ella  pérdidas,  no  tan 
dolorosas  por  el  número  ccmo  por  la  calidad,  y  noobstante  los  violen- 
tos esfueizos  del  enemigo,  éste  tuvo  que  retirarse  lo  mismo  que  las 
otras  dos  veces,  y  con  pérdidas  mucho  mayores. 

Coincidiendo  con  la  embestida  al  puerto,  los  yanquis  intentaron 
realizar  un  desembarco  en  las  inmediaciones,  y  según  las  noticias  oficia- 
les, lueron  también  repelidos. 

Tratábase,  pues,  de  un  nuevo  fracaso,  que  había  redundado  en  per- 
juicio del  adversario  y  en  ventaja  nuestra,  siquier  no  debamos,  aten- 
diendo á  los  resultados,  atribuirle  la  importancia  de  una  verdadera  vic- 
toria. 

El  enemigo  menudeaba  los  asaltos  y  daba  á  entender  que,  cansado 
de  malgastar  el  tiempo  y  los  proyectiles,  se  apercibía  á  jugar  el  todo 
por  el  todo. 

Nos  encontraría  en  el  puesto  de  honor,  y  para  llegar  al  fondo  de  la 
bahia  tendría  que  pasar  por  encima  de  los  valientes  que  la  guardaban. 


.  ♦  ♦ 


1 

I 


781 

Dudar  de  que  los  americanos  que  se  hallaban  frente  á  Santiago  es- 
taban en  comunicación  con  los  rebeldes  de  Oriente,  fuera  muy  inocen- 
te; sospechar  que  nuestros  generales  ignoraban  esto  y  creer  que  no  se 
hallaban  prevenidos,  fuera  cometer  una  gran  injusticia. 

Demostración  de  lo  primero  fué  el  combate  en  Punta  Cabrera  sos- 
tenido por  fuerzas  del  batallón  de  Asia,  que  mandaba  el  coronel  Aldea, 
contra  una  fuerte  partida  de  insurrectos  y  tres  cruceros  yanquis,  que  hi- 
cieron fuego,  pretendiendo  auxiliar  á  sus  dignos  aliados;  pero  en  reali- 
dad les  hicieron  más  perjuicio  que  otra  cosa,  porque  muchos  proyecti- 
les cayeron  sobre  las  fuerzas  de  aquéllos,  haciéndoles  muchas  bajas. 

De  un  nueuo  atentado  contra  los  ferrocarriles  por  medio  de  la  di- 
namita se  tuvo  noticia  el  día  8. 

Entre  las  estaciones  de  las  Cañas  y  Alquizar  (línea  del  Oeste)  hicie- 
ron estallar  los  rebeldes  una  bomba,  que  produjo  grandes  destrozos  y 
no  pocas  desgracias. 

La  máquina  infernal  hizo  explosión  al  pasar  un  tren  de  pasajeros 
que  iba  desde  la  Habana  á  Pinar  del  Río,  haciendo  volar  ei  carro  blin- 
dado y  parte  de  un  coche  de  primera. 

La  detonación  fué  horrorosa;  el  pánico  de  los  pasajeros  grande. 

Repuestos  del  susto,  se  practicaron  los  debidos  reconocimientos, 
encontrándose  seis  soldados  y  un  pasajero  mueitos,  y  ocho  soldados  y 
dos  viajeros  heridos.  Fueron  los  primeros  colocados  en  un  furgón  y  se 
procuró  socorrer  á  los  segundos  en  la  forma  que  permitían  los  escasos 
recursos  de  que  se  disponía,  mientras  se  recomponía  la  vía  para  poder 
avanzar  hasta  Artemisa,  donde  fué  trasladado  el  triste  convoy. 

El  vandálico  hecho  se  atribuyó  á  las  gentes  de  los  cabecillas  Cas 
tillo  y  Acea. 

Por  la  tarde  quedó  completamente  restablecida  la  comunicación 
por  la  línea  del  Oeste. 


•/82 


Comunicaron  de  Nu3va  York  el  día  9,  que  el  comandante  de  Ma- 
rina de  la  provincia  de  Santiago  de  Cuba  había  ordenado  que  se  in- 
cendiara el  pueblo  de  la  Caimanera,  situado  en  el  fondo  de  la  bahía  de 
Guantánamo,  antes  de  abandonarlo.  Sin  embargo,  los  españoles  apres- 
tábanse á  sostener  una  lucha  final  desesperada. 

Los  yanquis,  al  parecer,  no¿habían  conseguido  desembarcar  fuerzas 
de  importancia;  por  lo  que,  el  día  8  se  hizo  un  nuevo  intento  de  de- 
sembarco, después  de  bombardear  la  costa  de  la  había  y  de  haber  des- 
truido el  cable  francés  entre  la  estación  de  amarre  en  la  bahía  y  la  esta- 
ción telegráfica  de  la  población.  La  comunicación  estuvo  intenumpida 
algunas  horas,  restableciéndose  después. 

Según  telegrama  de  Cabo  Haitiano,  el  día  7  por  la  mañana  se  libró 
un  combate  importante  en  la  Caimanera,  bahía  de  Guantánamo.  Cinco 
buques  americanos  franquearon  la  bahía  y  reanudaron  el  bombardeo, 
disparando  una  lluvia  de  granadas  sobre  la  población  y  destruyendo 
las  casas  de  los  arrabales. 

La  resistencia  que  opusieron  los  artilleros  españoles  fué  muy  enér- 
gica; pero  la  superioridad  en  número  y  alcance  de  las  piezas  yanquis 
obligó  á  nuestros  soldados  á  abandonar  las  posiciones  que  ocupaban  en 
las  orillas  de  la  bahía,  retirándose  á  la  población,  la  que  posterisrmen- 
te  abandonaron  sus  habitantes. 

Por  la  noche,  á  las  diez  y  cuarenta  minutos,  la  escuadra  enemiga, 
colocada  fuera  del  alcance  de  nuestras  baterías  de  la  costa  de  Cuba, 
inició  nutrido  cañoneo,  que  hizo  suponer  se  trataba  de  un  nuevo  inten- 
to de  desembarco.  Más  tarde  anunció  la  prensa  neoyorkina,  refiriéndo- 
se á  un  despacho  exp adido  por  la  vía  de  Kiigston,  que  algunos  oficiales 


783 

de  la  escuadra  americana  habían  saltado  á  tierra  para  establecer  comu 
ntcaciones  con  los  insurrectos,  y  que  el  cañonero  Suivannee  desembar- 
có, en  la  madrugada  del  8,  300,000  cartuchos,  2,000  machetes  y  500  fu- 
siles, todo  lo  cual  se  entregó  á  una  partida  de  800  hombres,  que  fué  á 
recoger  la  expedición  á  la  costa  desde  el  campamento  rebelde  estableci- 
do en  la  sierra  del  Cobre,  al  Oeste  de  Santiago. 

Otro  despacho  de  Kingston  del  día  11  anunció  el  desembarco  de 
fuerzas  de  infantería  de  marina  yanqui,  verificado  el  día  anterior  en  la 

bahía  de  Guantánamo. 

La  versión  americana  aseguró  que  nuestras  tropas  habían  abando- 
nado á  Guantánamo,  después  de  incendiarlo,  en  cumplimiento  de  ór- 
denes del  jefe  de  la  plaza,  y  que  las  fuerzas  americanas,  en  número  de 
640  marineros,  habían  arbolado  el  pabellón  estrellado  sobre  las  ruinas 
de  las  fortificaciones  exteriores. 

El  desembarco  fué  protegido  por  varios  buques  de  guerra  que 
bombardearon  previamente  las  fortificaciones  de  la  costa,  obligando  á 
nu^tras  tropas  á  abandonar  las  baterías. 

La  infantería  de  marina  yanqui  desembarcó  á  las  dos  de  la  tarde 
en  Caimanera,  y  los  soldados  pegaron  fuego  á  les  casas  para  preservarse 
de  la  fiebre  amarilla. 


* 
*  * 


Anunciaron  tantas  veces  los  norteamericanos  la  salida  de  la  expe- 
dición destinada  á  Cuba,  para  desmentir  al  día  siguiente  la  noticia,  que 
ya  no  merecían  ningún  crédito  ni  sus  afirmaciones  ni  sus  negativas. 

El  día  II  telegrafisban  asegurando  que  todos  los  periódicos  de 
Nueva  York  convenían  en  que  las  tropas  preparadas  para  verificar  la 
invasión  continuaban  en  Tampa. 

Esta  rara  unanimidad  déla  prensa neoyorkina,  lejos  de  inspirarnos. 


784 

confianza,  nos  obligó  á  sospechar  que  la  expedición  había  salido  ya  de 
alguno  de  los  puertos  de  la  Florida. 

A  temerlo  así  nos  indujo  el  despacho  del  general  Blanco  recibido 
el  citado  día  ii,  manifestando  que  el  general  Linares  le  participaba  la 
aparición  frente  á  Santiago  de  Cuba  de  once  buques  mercantes  y 
remolcadores,  algunos  de  los  cuales,  auxiliados  por  dos  barcos  de  gue- 
rra que  cañonearon  los  altos  de  Baiquiíi,  se  dirigieron  hacia  Guantá- 
namo. 

La  presencia  de  nuestra  escuadra  en  Santiago  había  de  obligar  á 
los  yanquis  á  reconcentrar  allí  todos  sus  esfuerzos,  así  por  mar  como 
por  tterra.  Lo  único  que  les  hiciera  desistir,  fuera  la  salida  de  nuestros 
barcos.  Mientras  éstos  estuvieran  allí,  había  que  contar  con  que,  más 
tarde  ó  más  temprano,  los  yanquis  habían  de  intentar  la  invasión  por 
aquella  parte. 

La  importancia  de  los  preparativos  que  estaban  haciendo,  era  bue- 
na prueba  de  las  dificultades  que  contaban  hallar,  á  pesar  de  los  gran- 
des elementos  de  que  disponían.  « 


*  * 


No  tardaron  mucho  las  tropas  yanquis  desembarcadas  el  día  lo  en 
Guantánamo,  á  tener  que  medir  sus  fuerzas  con  las  españolas,  dispues- 
tas á  impedir  su  avance  en  tierra  cubana. 

El  combate,  según  telegrama  de  Londres,  fué  muy  rudo  y  duró 

trece  horas,  al  cabo  de  las  cuales  fueron  derrotados  los  yanquis,    que 

huyeron   cobardemente,   abandonando   cuatro  muertos  y  llevándose 

otros  y  bastantes  heridos. 

Nuestras  tropas  persiguieron  bastante  tiempo  al  enemigo,  no  pu- 

diendo  darle  nuevo  alcance  por  haberse  puesto  bajo  la  protección  de 

los  cañones  de  la  escuadra  enemiga. 


785 


El   corresponsal  de  la  prensa  asociada  á'  bordo  del  buque  yanqui 
Dauniless,  telegrafió  los  siguientes  detalles: 

«^   bordo  del  vapor  «Dauntless'»  al  servicio  de  la  prensa  asociada, 
cerca  de  Guantánamo,  i^. 

Desde  el  mediodía  del  sábado  (ii)  hasta  la  madrugada  del  domin- 
go (12),  los  destacamentos  americanos  que  ocupan  la  orilla  de  la  bahía, 
suf riei  on  una  serie  de  ri- 
gorosas acometidas  de  las 
tropas  españolas. 

La  infantería  de  marina 
americana  tuvo  que  man- 
tenerse constantemente  á 
la  defensiva,  y  al  efecto, 
apoyada  en  su  propio  cam 
pamento,  formó  tres  ledos 
del  cuadro,  dejando  aquel 
en  el  centro. 

Durante  algún  tiempo 
las  tropas  españolas  tiro- 
tearon desde  la  manigua  á 
los  americanos. 

Este  fuego  de  las  gue- 
rrillas molestaba  mucho  á 
IcF  yanquis,  que   para  li- 
brarse de  él  pidieron   auxilio  al  Marblehead,  el  cual  envió  una  lan- 
cha armada. 

Esta,  con  su  cañón  de  proa,  enflló  las  posiciones  que  suponía  ocu- 
padas por  los  españoles,  cuyo  fuego  no  cesó  un  momento. 

Los  marinos  yanquis,  formando  tres  lados  de  un  cuadro  en  un  pro- 
fundo barranco,  avanzaron  protegidos  por  el  fuego  de  cañón  de  la 
escuadra  anclada  en  la  bahía. 

Blanoo  96 


DON  JUAN  LAZAGA 
Comandante  del  crucero  «Almirante   Oquendo» 


786 

Eq  los  espesos  matorrales  que  dominaban  el  barranco  estaban  apor- 
tadas las  tropas  españolas,  que  pudieron  sostenerse  en  sus  posiciones 
hasta  la  media  noche. 


* 
*  * 


«El  empeño  de  los  americanos  era  avanzar  hasta  tomar  las  alturas 
próximas;  el  propósito  de  los  españoles  consistía  en  impedir  los  movi- 
mientos de  aquéllos. 

Los  yanquis  no  veían  á  las  tropas  españolas,  y  sólo  tenían  como 
guía  para  la  dirección  de  sus  fuegos  los  fogonazos  de  aquéllas. 

En  estas  condiciones  se  peleó  toda  la  tarde,  sin  lograr  el  avance, 
manteniéndose  constantemente  á  la  defensiva. 

Al  llegarla  noche  se  creyó  por  los  americanos  que  cesaría  el  fuego, 
pero  los  guerrilleros  españoles  hostilizaron  en  tales  términos  el  campa- 
mento, que  se  consideraron  en  la  necesidad  de  pedir  nuevo  auxilio  á  sus 
barcos,  los  cuales  mandaron  una  chalupa  del  MarhUhead  con  ametra- 
lladoras. Al  mismo  tiempo  enfocaron  los  reflectores  eléctricos  sobre 
las  posiciones  de  los  españoles,  descargando  sobre  ellas  gran  cantidad 
de  metralla,  cuyos  efectos  debieron  ser  escasos,  porque  no  alteraron  el 
fuego  que  se  hacía  desde  las  emboscadas. 

El  ataque  más  vigoroso  fué  el  que  se  dio  poco  después  de  media- 
noche. 

Los  españoles  llegaron  á  paso  de  carga  hasta  la  pendiente  Sudoes- 
te, siendo  recibidos  con  descargas  cerradas.  No  por  esto  desistieron,  sino 
que  volvieron  á  cargar  repetidas  veces,  cambiando  el  frente  del  ataque 
y  fogueando  al  enemigo  desde  distintos  puntos,  causándole  numerosas 
bajas. 

La  chalupa  del  Marblehead  atacó  á  un  grupo  de  españoles  que  ocu- 


I 


787 

paban  la  pendiente  de  la  parte  Sur,  mientras  los  marinos  yanquis  que 
resistían  formados  en  cuadro  el  fuego,  cargaron  sobre  la  línea  de  las 
emboscadas.  El  combate  fué  tan  duro  que  en  algunos  momentos  se  lu- 
chó cuerpo  á  cuerpo,  haciendo  los  oficiales  uso  de  su  revólver. 

Así  se  peleó  en  diferentes  puatos  hasta  la  madrugada,  en  que  los 
americanos  pudieron  utilizar  tres  cañones  de  montaña,  bombardeando 
á  algunos  pelotones  de  soldados  españoles. 

Ambos  combatientes  lucharon  con  mucha  valentía,  haciendo  los 
americanos  grandes  elogios  del  valor  que  desplegaron  ios  soldados  es- 
pañoles. 

Ño  se  sabe  la  suerte  que  han  corrido  los  exploradores  y  algunos 
soldados  de  los  destacamentos  yanquis.  Hay  quien  dice  que  el  número 
de  muertos  norteamericanos  no  baja  de  20,  entre  ellos  el  cirujano  Sibbs 
y  el  sargento  Smith:  entre  los  desaparecidos  figuran  los  tenientes  Ne- 
ville  y  Vhiw. 

Los  españoles  tuvieron  once  muertos  y  trece  heridos. 

No  se  conoce  el  número  de  heridos  americanos,  los  cuales  fueron 
trasladados  á  bordo  del  Marblehead . 

Los  americanos  han  resuelto  no  avanzar,  esperando,  bajo  la  pro- 
tección de  sus  barcos  y  apoyados  por  los  cañones  desembarcados,  la 
llegada  de  refuerzos  y  de  sesenta  insurrectos  ofrecidos  por  los  jefes  de 
las  partidas  para  que  les  sirvan  de  guías.  **» 


*** 


Según  comunicaron  las  autoridades  de  Cuba,  el  día  del  último 
bombardeo  de  Santiago  sufrieron  graves  averías  el  Massachussets,  el 
New  York  y  el  Broklyn. 

Los  tres  acorazados  tuvieron  que  retirarse. 


788 

Los  dos  primeros  buques  quedaron  con  sus  máquinas  tan  deterio- 
radas, que  aún  después  de  recompuestas  podrían  aquellos  prestar  servi- 
cio por  muy  poco  tiempo. 

El  Massachussets  fué  el  que  quedó  en  peor  estado,  siendo  desmon- 
tado uno  de  sus  grandes  cañones. 

A  bordo  de  dichos  buques,  y  como  efecto  del  ataque  á  Santiago  de 
Cuba  últimamente  operado,  resultaron  en  la  escuadra  enemiga  varios 
muertos  y  bastantes  heridos  de  gravedad,  detalles  que  lograron  ocultar 
los  norteamericanos  hasta  lo  inverosímil. 

Un  despacho  fechado  el  j  3  en  Guantánamo,  que  publicó  el  Everi' 
nm^y¿>z/r/2íjZ  de  Nueva  York,  aseguraba  que  fuerzas  considerables  de 
tropas  españolas  atacaron  de  nuevo  á  los  americanos,  los  cuales  tuvie- 
ron que  refugiarse  en  sus  tiiacheras  y  en  sus  botes. 

El  Texas  y  el  Marblehead  acudieron  en  su  auxilio  disparando  sus 
cañones  de  tiro  rápi  io. 

Añadía  el  despacho  que  el  combate  sostenido  durante  la  noche  del 
12,  fué  notable  por  la  insistencia  de  los  asaltos  que  dieron  los  españo- 
les al  campamento  aoiericano,  por  la  bizarría  con  que  se  batieron  y 
por  los  resultados  del  combate,  totalmente  favorables  á  la  causa  de  Es- 
paña. 

Otro  despacho  del  campo  americano,  situado  en  la  bahía  exterior 
de  Guantánamo,  dijo  el  14  que  la  situación  de  los  yanquis  se  había  he- 
cho extremadamente  peligrosa. 

Rendidos  de  fatiga  por  los  incesantes  ataques  de  los  españoles,  hu  ■ 
hieran  sido  ya  aniquilados  á  no  hallarse  relativamente  protegidos  por 
los  cañones  de  los  barcos  de  guerra. 

Los  españoles  tenían  cercado  el  campamento  y  á  cada  instante  re- 
novaban las  embestidas.  Por  la  noche  avanzaban  á  través  de  la  maleza 
hasta  llegar  á  treinta  metros  de  distancia  de  los  sitiados. 

En  el  combate  del  13,  la  cooperación  de  los  insurrectos  les  fué  des- 


I 


789 

favorable  en  vez  de  beneficiosa,  pues  los  tiros  de  la  partida,  en  vez  de 
herir  á  los  españoles,  herían  á  los  americanos. 


» 
*  * 


En  todas  las  provincias  se  emprendieron  activas  operaciones  con- 
tra los  insurre;tos  tomando  una  ofensiva  vigorosa  que  daba  por  resul- 
tado combates  con  éxitos  satisfactorios. 

Aprovechando  la  reconcentración  de  nuestras  fuerzas  en  los  puntos 
más  inmediatos  á  la  costa,  las  partidas  y  grupos  de  rebeldes  habíanse 
reunido  en  casi  todas  las  jurisdicciones,  formando  nú;leos  mayores  de 
los  que  se  veían  desde  hacía  algunos  meses,  obedeciendo  á  órdenes  de 
Máximo  Gómez. 

Proponíase  este  cabecilla,  no  sólo  distraer  fuerzas  en  el  interior  pa- 
ra que  faera  menor  la  vigilancia  de  las  costas,  sino  tener  núcleos  de 
alguna  importancia  dispuestos  para  el  momento  en  que  se  necesitase 
apoyar  desde  tierra  alguna  operación  de  desembarco  de  material  y  de 
hombres. 

A  dispersar  esos  núcleos  rebeldes  tendía  la  vigorosa  ofensiva  de 
nuestras  tropas. 

Dos  partidas  rebeldes,  formando  un  contingente  de  200  hombres 
que  habían  cruzado  el  río  Hanabana,  se  dirigieron  por  Calimete  hacia 
Cumanayagua,  logrando  penetrar  en  el  pueblo  y  saquear  algunas 
tiendas. 

La  guerrilla  que  guarnecía  el  poblado  arremetió  contra  el  enemigo 
haciéndoles  bastantes  bajas  y  poniéndoles  en  fuga. 

Al  huir  los  insurrectos  prendieron  fuego  á  algunas  casas  de  las  afue- 
ras de  la  población. 

La  guerrilla  les  persiguió,  logrando  recuperar  los  muchos  recursos 


790 

que  sacaron  de  Cumanayagua,  los  cuales  viéronse  obligados  á  abando- 
nar en  la  huida. 

Por  ambas  partes  se  demostró  gran  tenacidad,  pues  llegaron  á  li- 
brarse tres  combates  á  cual  más  reñido  y  sangriento. 

El  teniente  de  la  guerrilla  murió  á  la  cabeza  de  sus  soldados,  resul- 
tando heridos  un  sargento,  dos  cabos  y  nueve  individuos  de  tropa. 

Las  bajas  que  experimentó  la  partida  no  se  determinó  en  los  partes. 

Cumanayagua  es  un  poblado  que  se  halla  en  el  límite  de  las  pro  - 
vincias  de  Matanzas  y  Santa  Clara,  perla  parte  de  Ctenfuegos. 

Está  enclavado  en  una  zona  de  ingenios  y  su  término  se  enlaza  con 
Colón  por  el  ferrocarril  de  Calimete. 

Ocupa  una  posición  que  puede  considerarse  como  estratégica  por 
bordear  la  línea  del  Hanabana  y  por  tener  muy  cerca  la  Ciénaga  de 
Zapata. 

En  Las  Villas,  fuerzas  de  la  3.'^  subzona  destruyeron  un  campamen- 
to rebelde  en  Palma  Larga  y  Obea,  alcanzando  fuerte  partida  en  Yan- 
guas  de  Cayamas,  tomando  posiciones  tras  rudo  combate,  dispersán- 
dola y  recogiendo  diez  muertos,  armas,  municiones,  caballos  y  efectos. 

La  columna  tuvo  un  muerto,  ocho  heridos  y  tres  contusos. 

Las  noticias  que  de  O/iente  se  tenían  en  la  Habana  eran  muy  esca- 
sas y  deficientes,  á  causa  de  la  luptura  del  cable  y  la  falta  por  ende  de 
comunicación  directa,  por  lo  que  era  grande  la  ansiedad  que  reinaba 
por  conocer  el  desarrollo  que  allí  tenían  los  acontecimientos. 


UñliítHllHTlIíniHilíÑlifílJllIlHIIHHlItlJmHIlffHIIIIIIIIHBIIHimímiTl^^^ 

yp— —imiiif  niwiniHiirwHWim  iiiiHBiHMiniinMiiiwitniniPwwi^'-iiiiHiiiHHHiiwfwwinintiiiiiHMiiwiiiÑwiMiWriiiCTniíHHiiniinitnHSi»^ 


CA.PITULO  XIX 


tíalida  de  Cayo  Hueso  del  ejército  inrasor  de  Cuba. — Santiago  incomunicado  con  el  interior, 
— ^Naevo  bombardeo  de  Santiago. — Nuestras  bajas. — Intentos  de  desembarco. — Impor- 
tante operación  militar  contra  los  rebeldes. — Movimiento  de  columnas. — Combate  victo- 
rioso en  el  Principe. — ^Desembarco  rechazado  en  Cabanas.  —  Llegada  de  la  expedición 
yanqui  frente  á  Santiago  de  Cuba. — Desembarco  y  conferencia. — Rumores  y  noticias. — 
Expectación. — Operación  sobre  Cayo  Piedra. — Cañoneo  de  Casilda. — Triste  impresión. — 
Desembarco  de  le  expedición  yanqui  en  Daiquiri. — Yanquis  y  mambises  fraternizan. — 
Telegrama  oficial. — La  situación  de  Cuba. 


OR  fia,  segúa  telegrama  oficial  que  recibió  el  14  el  go- 
bierno norteamericano,   salió  de  Cayo  Hueso  el  dia 
anterior  la  expedición  militar  yanqui  para  la  invasión 
de  Cuba,  compuesta  de  14500  soldados  y  773  oficia- 
les, conducidos  en  treinta  y  dos  transportes,  cu,stodiados  por 
varios  barcos  de  guerra. 

El  acto  de  la  salida  del  ejército  invasor  ofrecía  un  espec- 
táculo imponente,  pues  la  flota  se^extendía  en  un  espacio  de 
muchas  millas. 

La  expedición  se  calculaba  llegaría  á  la  costa  [oriental  de  Cuba  el 
16  por  la  mañana. 

Las  noticias  de  Santiago  de  Cuba  eran  muy  deficientes.  La  red  de 
cables  había  sufrido  roturas  por  distintos  puntos,  y  aunque  en  varios 
se  habían  recompuesto,  la  comunicación  no  podía  ser  muy  regular. 
A  media  noche  del  13  fué  rechazado  en  la  boca  del  puerto  de 


792 

Santiígo  un  barco  eDemigo  que  se  acercó  demasiado  á  las  baterías 
avanzadas  de  tierra,  alejándose  y  contestando  con  dos  disparos. 

Al  amanecer  del  siguiente  día  rcmpieron  fuego  sobre  aquellas  ba- 
terías el  New  York,  el  Amazonas,  y  un  aviso,  haciendo  unos  6o  dispa- 
ros, retirándose  al  contestar  eljcastillo  del  Morro  y  los  fuertes  de  Socapa . 

A  las  cinco  de  la  mañana  ocho  barcos  yanquis  rompieron  fuego 
rápido  é  intenso  durante  una  hora  sobre  las  baterías  de  la  costa  y 
Aguadores,  lanzando  más  de  i,ooo  proyecliles  de  todos  calibres. 

Todas  nuestas  baterías  contestaron  al  fuego  enemigo,  viéndose 
caer  algunas  granadas  sobre  los  barcos  americanos,  en  los  que  causaron 
graves  averías. 

Las  bajas  que  en  nuestro  ejercito  y  marino  causaron  los  proyecti- 
les yanquis  fueron  las  siguientes:  en  las  baterías  del  Morro  y  la  Socapa, 
tres  muertos  de  tropa,  el  capitán  de  navio  don  Ricardo  Brugueta  heri- 
do leve,  el  segundo  teniente  de  artillería  don  Juan  Artal,  grave,  y  i6 
soldados  heridos,  tres  de  ellos  graves. 

Algunos  proyectiles  disparados  por  el  enemigo  cayeron  en  la  ba- 
hía, sin  causar  daño  ni  avería  alguna  en  nuestra  escuadra. 

Las  fuerzas  del  ejército,  voluntarios  y  bomberos  estuvieron  en  los 
puestos  que  les  estaban  designados,  y  la  población  se  mostró  animosa 
duraiite  el  bombardeo. 


* 


Acaso  para  tantear  el  camino,  los  yanquis  intentaron  al  otro  día, 
con  poca  foituna,  un  pequeño  desembarco  en  Punta  Cabrera,  al  Oeste 
de  Santiago. 

En  las  primeras  horas  de  la  mañana  se  presentaron  frente  á  Punta 
Cabrera  un  acorazado  y  un  yate  americanos,  que  destacaron  varias  ca- 


793 


ñoneías,  con  fuerzas  de  desembarco,  las  cuales  fueron  rechazadas  y 
duramente  castigadas  por  la  columna  del  coronel  Aldea,  retirándose 
sin  conseguir  su  propósito  y  sin  causar  baja  alguna  en  nuestras  tropas 
ni  desperfectos  en  la  obra  de  defensa. 

En  la  mañana  del  propio  día  hubo  otro  intento  de  desembarco,  en 
tres  lanchas  con  gente  armada,  en  la  bahía  de  Cabanas,  protegido  por 
fuego  de  la  escuadra,  sien- 
do igualmente  rechazados 
los  yanquis  por  descargas 
de  fusilería  de  nuestras  tro- 
pas, y  huyendo  rápida- 
mente con  bajas. 

Un  cablegrama  del  ge- 
neral Blanco  del  i6  anun- 
ció al  ministro  de  la  Gue- 
rra que  seguía  la  incomu- 
nicación entre  Guantána- 
mo  y  Santiago  de  Cuba, 
acentuándose  cada  momen- 
to las  noticias  dsl  próximo 
desembarco  de  una  expedi- 
ción de  25.000  americanos 
por  Caimanera. 

Dio  cuenta,  además,  de 
una  importante  operación 

militar  realizada  por  los  batallones  de  Barbón  y  Tetuán,  en  combina- 
cir^n  con  el  cañonero  Hernán  Cortés,  sobre  Punta  Alegre,  cerca  de 
C^ibarién,  donde  se  habían  reconcentrado  las  partidas  de  las  jurisdic- 
ciones de  Remedios  y  Placetas,  mandadas  por  los  cabecillas  Pancho 
Cariillo,  el  negro  González  y  José  Miguel  Gimez. 

Blanco  100 


DON  VÍCTOR  CONGAS 
Comandante  del  crucero  ¡.(.Infanta  María  Teresa» 


794 

Habíacse  acerctdo  y  situado  les  fuerzas  rebeldes  en  las  proximida- 
des de  la  costa,  con  el  propósito,  según  se  creyó,  de  espersr  y  protejer 
un  desembarco. 

El  primer  encuentro  fué  en  el  paso  del  río  Gamboa,  donde  fueron 
batidos  los  insurrectos  y  perseguidos  hacia  Chambas  y  Caules,  arro- 
llándolas tn  los  tres  puntos,  en  combine ción  con  fuerzas  de  marinería 
embarcadas  en  lanchas  del  cañonero  Hernán  Cortés. 

La  acometida  por  tierra  fué  muy  brusca  y  perfectamente  aprove- 
cbrda  por  el  Hernán  Cortés  desde  el  mar. 

El  enemigo  se  batió  con  tesón,  pero,  no  pudiendo  resistir  los  fue- 
gos de  las  fuerzas  combinadas,  se  dispersó  al  fin  en  Canales,  abando- 
nando seis  muertos,  nueve  caballos,  armas,  víveres,  reses  y  un  prisio- 
nero. 

La  columna,  que  en  persecución  de  las  partidas  llegó  hasta  Punta 
Alegre,  tuvo  que  lamentar  dos  muertos  de  tropa  y  un  oficial  y  siete 
soldados  heridos. 


* 


Habiéndcse  observado  que  las  paitidas  rebeldes,  que  en  pequeños 
núcleos  recorrían  el  interior  de  las  provincias,  dedicábanse  á  destruir 
los  telégrafos,  el  general  en  jtfe  organizó  un  movimiento  de  columnas 
al  mando  del  general  González  Parrado,  en  las  provincias  de  la  Hbbana 
y  Pinar  del  Río,  para  batirlos,  escarmentarlos  y  dispersarlos,  evitando 
¿  la  vez  su  reconcentración. 

En  el  Csmagüey,  la  columna  que  mandaba  el  general  Muñoz,  sos- 
tuvo un  glorioso  combate  en  jurisdicción  del  Príncipe,  escarmentando 
duramente  al  enemigo,  que  dejó  sobre  el  campo  38  muertos,  Uevándo- 
sje  muchos  heridos. 


795 

Nuestras  faerzas  tuvieroa  seis  musrtos  y  44  heridos. 

En  la  mañana  del  17  los  cañones  de  la  escuadra  ameiicana  rom- 
pieron simultáneamente  el  fuego  sobre  la  columna  mandada  por  el 
coronel  Aldea  y  las  fuerzas  del  comaadante  Escobar,  situadas  en  la 
bahía  de  Cabanas  y  en  Mazamorra. 

El  enemigo,  creyendo  haber  dispersado  nuestras  fuerzas,  intentó 
el  desembarco  de  sus  tropas  destacando  tres  grandes  lanchones  reple- 
tos de  soldados. 

Los  nuestros,  con  gran  serenidad,  permanecieron  emboscados 
hasta  que  estuvieron  los  yanquis  al  alcance  de  sus  Maüsser?,  y  tan 
pronto  los  tuvieron  á  tiro  seguro,  rompieron  contra  ellos  un  nutrido 
fuego  por  descargas  cerradas,  ninguna  de  las  cuales  dejó  de  hacer 
blanco. 

Tan  próximo  y  certero  fué  el  fuego,  que  caus3  á  los  invasores 
numerosas  bajas,  obligáadoles  á  huir  presurosamente,  sin  atreverse 
apenas  á  contestar,  protegidos  siempre  por  el  fuego  de  cañón  de  sus 
barcos. 

No  obstante  el  vivo  cañoneo  y  los  disparos  de  los  rifles  americanos 
nuestras  bajas  se  limitaron  á  un  guerrillero,  que  desapareció,  sin  dejar 
rastro  alguno  de  sangre,  y  varios  contusos  de  piedra. 

Telegrafiaron  de  Nueva  York  el  18,  que  la  expedición  que  manda- 
ba el  general  Shafter  había  llegado  en  la  mañana  de  este  día  frente  á 
Santiago  de  Cuba,  y  que  parte  de  las  fuerzas  desembarcaron  el  mismo 
día,  y  el  resto  lo  haría  al  siguiente. 

El  general  Shafter  y  su  estado  mayor  fueron  los  primeros  en  sal- 
tar á  tierra. 

Da  Londres  comunicaron  el  19,  que  una  parte  escasa  de  la  expe- 
dición norteamericana  había  desembarcado  el  día  anterior  en  la  costa 
Sur  de  Cuba,  entre  Santiago  y  Guantánam). 

Acerca  del  resto  de  la  expedición  Shafter  se  daban  dos  versiones. 


Según  la  más  extendida,  hsbía  doblado  el  mismo  día  el  cabo  Maisí, 
para  desembarcar  al  siguiente  en  lugar  donde  no  hubiera  resistencia 
de  parte  de  nuestras  tropas.  Según  otra  versién,  las  fuerzas  expedicio- 
narias continuaban  al  amparo  de  la  escuadra  y  á  bordo  de  los  trans- 
portes. 

Los  americanos  que  habían  desembarcado  esperaban  la  inmediata 
cooperación  de  Celixto  García  y  Rabí  para  el  avance. 

Un  despacho  de  la  prensa  asociada,  expedido  desde  Mole  Saint 
Nicolás  el  20,  confirmó  la  llegada  frente  á  Santitgo  de  los  trícsportes 
que  conducían  Íes  tropas  mandadas  por  el  general  Shafter. 

Las  fuerzas  exredicionaiias  passban  de  15.0CO  hombres. 

Telegramas  de  origen  noitesmericano  dijeren  el  21  que  el  almi- 
rante Sam,^son  y  el  jefe  de  Jas  fuei zas  expedicionarias,  general  Shafter, 
desembarcaron  con  una  pequeña  escolta,  el  día  19,  á  diez  y  siete  millas 
al  Oeste  de  Santiago  y  peretraron  una  milla  en  el  interior,  celebrando 
en  un  despoblado  con  Calixto  García  una  conferencia  que  duró  mu- 
chas horas,  reembarcándose  después. 

En  e.' a  conferencia  se  acordó  que  el  desembarco  general  de  las 
tropas  no  se  emprendería  hasta  psssdos  dos  ó  tres  días  y  que  antes  se 
desembarcarían  pequeños  destacamentos  en  distintos  sitios  al  Este  y  al 
Ocste  de  Santiago,  con  objeto  de  que  los  españoles  se  desorientaran  y 
dudaran  de  las  verdaderos  intenciones  de  los  norteamericanos. 


I 


*   * 


Tuvo  confidencias  el  general  Bernal  de  que  en  Cayo  Piedra,  pe- 
ñasco que  sirve  de  punto  de  reconocimiento  de  la  ensenada  de  Cárde- 
nas, donde  desembarcaron  los  yanquis  cuando  atacaron  por  vez  pri- 
mera dicha   plaza,    habían  dfjfdo   los  americanos  efectos  y  armas. 


797 

A  pesar  de  haber  algunos  barcos  enemigos  á  la  vista,  dispuso  que 
uno  de  los  remolcadores  de  servicio  en  la  bahía  fuera  á  practicar  un 
reconocimiento. 

El  remolcador  Diego,  llevando  á  bordo  gente  decidida,  se  deslizó 
hasta  Cayo  Piedra,  y  los  tripulantes  reconocieron  minuciosamente  el 
peñasco,  encontrando  víveres  y  armas. 

Adveitido  el  enemigo,  hizo  fuego  sobre  el  cayo,  pero  ni  los  vale- 
rosos tripulantes  volvieron  á  bordo,  ni  el  Diego  se  retiró  hasta  dejar 
cumplida  la  orden. 

Viendo  los  americanos  el  desdén  con  que  aquellos  arrojados  tripu- 
lantes recibían  el  fuego  de  sus  barcos,  destacaron  uno  para  darles  caza, 
pero  llegó  tarde. 

El  Diego  volvió  al  puerto  con  los  efectos  recogidos,  y  el  baque 
yanqui  se  retiró  antes  de  ponerse  bajo  el  fuego  de  las  baterías  de 
tierra. . 

Desmintió  la  tripulación  que  los  yanquis  tuvieran  amarrado  un 
cable  en  aquel  cayo,  como  se  creía  ea  Cárdenas. 

Los  tripulantes  del  Diego  fueron  objeto  de  muchas  felicitaciones. 

El  Cayo  Piedra  se  halia  en  la  parte  más  septentrional  de  la  isla, 
como  á  dos  kilómetros  al  N.  y  N.E.  del  cayo  Morito  y  más  de  cinco  del 
del  extremo  Norte  de  la  punta  de  Hicacos.  En  él  se  halla  instalado  un 
faro  y  pertenece  al  término  municipal  de  Cárdenas. 

Un  buque  enemigo  cañoneó  el  día  20  á  Casilda,  disparando  150 
proyectiles  de  calibre  t6  y  otros  menores  durante  tres  horas.  Las  tropas 
situadas  convenientemente  para  la  defensa,  que  fué  brillante,  apoyadas 
por  los  fuegos  del  i^oulón  Fernando  el  Católico  y  cañonero  Depen- 
diente, en  medio  de  grande  entusiasmo,  obligaron  á  retirarse  al  buque 
sin  haber  logrado  otra  cosa  que  hacer  ligeros  desperfectos  en  alguna 
casa  y  almacén. 

Casilda  es  el  puerto  de  Trinidad  (Las  Villas),  con  dos  muelles  y  ua 
pequeño  caserío  y  distante  de  Ja  ciudad  uLos  tres  kilómetros. 


im 


*  * 


Produjeron  impresión  muy  triste  en  la  opinión  pública  los  tele- 
gramas oficiales  de  Cuba,  que  se  recibieron  el  día  23,  relativos  al  des- 
e-nbarco  de  las  fuerzas  yanquis  en  las  inmediaciones  de  Smtiago.  El 
Gobierno  no  ocultó  esta  misma  impresión. 

Era  grave  la  declaración  del  general  Cervera,  diciendo  que  la  si- 
tuación era  crítica  y  que  habían  desembarcado  las  dotaciones  de  Jos 
buques  de  nuestra  escuadra,  para  combatir  en  tierra,  ha'ta  donde  al- 
canzaba el  número  de  fusiles  dispoaibles. 

El  desembarco  de  los  norteamericanos  se  verificó  en  Daiquiri,  á 
diez  y  siete  millas  al  Este  de  Santiago,  en  la  mañana  del  22. 

Poco  después  de  las  nueve  la  escuadra  americana  avanzó,  situán- 
dose á  lo  largo  de  la  coste,  y  empezó  á  bombardear  al  mismo  tiempo 
Aguadores,  Juragua,  Cabanas  y  el  Siboney,  al  Este  y  al  Oeste  de  San- 
tiago, porque  eran  los  puntos  fortificados  de  los  cuales  era  necesario 
desalojar  á  los  españoles  antes  de  marchar  sobre  Santiago. 

El  fuego  de  la  escuadra  yanqui  fué  muy  sostenido  y  violento,  es- 
pecialmente frente  á  Punta  Barracos,  Daiquiri  y  Bacanao.  Durante  el 
primer  cuarto  de  hora  los  acorazados  dispararon  más  de  50  granadas 
de  grueso  calibre  é  hicieron  numerosas  descargas  con  sus  cañones  de 
tiro  rápido  sobre  los  matorrales  de  la  costa. 

Mientras  los  buques  cañoneaban  la  costa,  al  rededor  de  los  trans- 
portes empezaron  á  circular  multitud  de  lanchas,  en  las  que  fueron 
embarcando  las  tropas  de  infantería. 

Protegidos  por  varios  cruceros,  que  seguían  haciendo  fuego  por 
encima  de  la  costa  en  que  se  debía  verificar  el  desembarco,  avanzaron 
esas  lanchas  hacia  tierra,  á  donde  llegaron  á  las  diez  de  la  mañana. 


t 


799 

Las  primeras  fuerzas  que  desembarcaron  pertenecían  al  primero, 
octavo,  duodécimo  y  vigésimo  quinto  regimiento  de  infantería. 

Al  llegar  á  tierra  esas  fuerzas  lanzaron  un  ¡hurral  formidable,  que 
se  oyó  desde  los  barcos. 

Cuando  el  desembarco  se  verificó,  la  m;r  estaba  completamente 
tranquila,  claro  el  cielo  y  una  ligera  brisa  refrescaba  la  atmósfera. 

Mil  insurrectos,  que  al  mando  del  cabecilla  Castillo  habían  sido 
conducidos  con  antelación  en  varios  buques  de  guerra  americanos 
desde  el  Aserradero  á  Sigua,  protegieron  el  desembarco. 

Cuando  este  empezó,  las  tropas  españolas  se  encontraron  entre  dos 
fuegos;  el  de  la  escuadra  que  las  cañoneaba,  y  el  de  la  fusilería  de  los 
insurrectos  que  dominaban  las  baterías  de  tierra. 

Ea  seguida  que  desembarcaron  las  tropas  americanas,  se  formó  el 
campamento  en  la  misma  costa. 

Los  insurrectos,  que  se  habían  mantenido  ocultos  entre  los  mato- 
rrales, se  aproximaron  entonces  y  fraternizaron  con  los  americanos. 

A  las  diez  y  media  desembarcó  el  segundo  destacamento. 

La  escuadra  continuó  el  bombardeo,  dirigiendo  sus  disparos  por 
encima  de  la  línea  de  colinas  que  rodea  el  punto  donde  se  efectuó  el 
desembarco,  con  objeto  de  protejer  el  campamento  yanqui. 

Parece  que  el  general  Shafter  se  proponía,  primeramente,  desem- 
barcar en  el  Aserradero,  siguiendo  las  indicaciones  de  Calixto  García, 
pero  esta  intención  fué  abandonada,  porque  no  existe  más  que  un  ca- 
mino de  herradura  para  ir  á  Santiago,  mientras  que  desde  Daiquiri 
hay  muy  buen  camino  y  existen  en  esta  población  abundantes  depósi 
tos  de  agua  potable. 

A  la  una  de  la  madrugada  del  33  quedaron  desembarcadas  y  acam- 
padas en  Daiquiri  y  sus  cercanías  todas  las  fuerzas  expedicionarias  del 
general  Shafter. 

El  telegrama  oficial  dando  cuenta  y  detalles  del  bombardeo  y  de- 


800 

sembarco  de  la  expedición  yanqui  en  las  costas  de  Santiago  de  Cuba, 
decía  así: 

«Rabana,  5;.— Capitán  General  á  ministro  Guerra: 

Ayer,  ocho,  á  tres  tarde,  cañoneo  acorazados  y  algunos  cruceros 
frente  Cuba,  desde  Punta  Cabrera  á  Punta  Aguadores,  ocasionaron  un 
muerto  Morro,  un  herido,  tres  contusos  Aguadores.  Indiana  averías  4 
metros  mura  babor  y  tres  proyectiles  sobre  el  Texas.  Resto  barcos, 
desde  cinco  mañana  hasta  anochecer,  rudo  ataque  contra  S'.boney  y 
Daiquiri,  apoyando  desembarco  efectuado  entre  Daiquiri  y  Punta  Be- 
rraco,  no  guarnecido  por  tropas  nuestras. 

Tres  compañías  de  Talavera,  ante  fuego  6)  cañones  cruceros  y 
movimiento  envolvente  tropas  americanas  desembarco,  replegáronse 
ordenadamente  por  la  sierra  á  Vinen,  y  de  allí  á  Firmeza,  quemando 
puesto.  Sólo  se  sabe  murió  comandante  militar  Siboney,  capitán  movi- 
lizado Luis  Beliini,  ignorándose  restantes  15. 

Arrasado  por  fuego  enemigo  Siboney,  donde  resistió  general  Ru- 
bín, y  Daiquiri  también  arrasado. 

En  Punta  Cabrera,  coronel  Aldea  rechazó  por  tierra  ataque  de 
partida  rebelde. 

Coronel  Escario  salió  ayer  seis  tarde  de  Manzanillo  con  convoy 
para  Cuba. 

He  felicitado  general  Linares  y  sus  bizarras  tropas  por  haber  deja 
do  tan  alto  honor  de  las  sumas.— Blanco.» 


* 
*  * 


La  situación  de  Cuba  empezó  desde  ese  día  á  adquirir  un  aspecto 
más  íerio. 

Les  noticias  oficiales  confirmaron  los  despachos  particulares  que 


801 


Blanco  101 


802 

hablaban  del  desembarco  de  los  americanos  en  las  inmediaciones  de 
Sintiago  da  Cuba,  produciendo  muy  honda  emoción  en  la  opinión  pu 
blica  lo  que  decía  el  general  Cervera  sobre  el  desembarco  de  la  gente 
de  á  bordo  para  pelear  en  tierra  y  el  considerar  dicho  general  como 
crítica  la  situación,  y  muy  acres  censuras  y  duros  comentarios  lo  con- 
signado en  el  telegrama  por  el  general  Blanco,  respecto  al  abandono 
en  que  se  tenía  á  Daiquiri  y  el  trozo  de  costa  en  que  se  verificó  el  des- 
embarco. 

No  satisfacieron  á  la  opinión  las  explicaciones  que  dio  el  Gobierno, 
al  que  acusaron  de  imprevisor,  de  que  no  contaba  el  general  Linares 
con  fuerzas  suficientes  para  establecer  un  cordón  de  soldados  que  impi- 
diese el  desembarco  del  enemigo,  porque  las  noticias  aseguraban  que 
el  desembarco  estaba  proyectado  por  la  costa  de  Mariel  á  Cárdenas,  la 
cual  estaba  perfectamente  defendida. 

Ni  el  Gobierno  ni  el  gobernador  general  de  Cuba  creyeron  que  el 
enemigo  se  decidiese  á  hscer  el  desembarco  por  donde  lo  habia  hecho, 
porque  su  objetivo,  después  de  conseguido,  quedaba  reducido  á  las 
proporciones  de  cualquiera  expedición  filibustera  de  las  que  hasta  en- 
tonces se  habían  realizado. 

La  tarde  del  23  de  Junio  fué  de  las  que  han  dejado  más  triste  im- 
presión en  el  ánimo. 

No  llegamos  á  dudar  nunca  del  desembarco;  pero  tampoco  dude- 
mos ni  por  un  momento  de  que  les  costaría  algunas  bajas  á  los  invaso- 
res, y  nunca  pudimos  llegar  á  imaginar  que  lo  realizaran  por  sorpresa 
y  con  tan  inexplicable  impunidad. 

La  expectación  era  grande,  y  grande  también  el  ansia  por  ver  si  se 
desvanecían  las  tristes  impresiones  producidas  por  las  desagradables 
noticias  trasmitidas  por  el  cable. 


803 

La  vanguardia  del  ejército  americano  llegó  el  23  por  la  tarde  á  la 
ladera  de  la  meseta  que  rodea  el  puerto  de  Santiago,  izando  la  bandera 
norteamericana  en  Jaragua. 

Nuestras  tropas  continuaban  replegándose  y  batiéndose  en  retirada 
con  el  propósito  de  concentrarse  en  los  puntos  estratégicos  de  la  sierra. 

Una  partida  insurrecta  que  acompañaba  á  los  americanos  se  tiroteó 
con  la  retaguardia  de  nuestras  fuerzas,  que  les  causaron  dos  muertos  y 
siete  heridos. 

Las  tropas  americanas  estaban  rendidas  por  la  fatiga  de  una  mar- 
cha forzada  y  por  el  calor  que  era  terrible,  y  sufrían  también  por  la 
falta  de  víveres,  porque  los  transportes,  con  el  resto  de  las  tropas  an- 
clados frente  á  Jaragua,  no  habían  podido  desembarcar  ni  dicho  día  ni 
al  siguiente,  los  víveres  y  hombres  por  el  estado  del  mar. 

El  general  Linares,  al  frente  de  fuerzas  situadas  en  Pozo  y  Sevilla 
para  rechazar  desembarco,  fué  hostilizado  en  la  tarde  del  23  y  mañana 
del  34  por  fuerzas  americanas  de  unos  300  hombres  y  fuerte  núcleo  de 
rebeldes  en  Siboney  y  Sevilla,  que  le  causaron  un  muerto,  y  otros  dos 
y  tres  heridos  al  tomar  nuestras  tropas  posiciones  para  acampar. 

Por  la  tarde  del  mismo  día  atacaron  los  yanquis  el  campamen- 
to del  general  Rubín,  siendo  rechazados  con  bajas  y  perseguidos  con 
vivo  fuego,  cogiéndoles  municiones  y  varias  prendas  de  paño  azul  con 
botón  dorado  de  águila. 

En  la  misma  tarde  dos  buques  hicieron  fuego  sobre  Casilda,  dispa- 
rando en  media  hora  más  de  cien  proyectiles,  sin  otra  novedad  que 
desperfectos  en  alguna  casa. 

En  el  ataque  del  24  tomaron  parte  cinco  regimientos  de  infantería 
y  varios  escuadrones  desmontados  de  la  caballería  yanki:  en  total 
1. 000  hombres. 

Nuestras  fuerzas,  que  formaban  un  escalón  avanzado,  estaban  cons- 
tituidas por  tres  compañías  del  batallón  provisional  de  Puerto  Rico,  al 


804 

mando  del  comandante  don  Andrés  Alcañiz,  dos  compañías  del  batt- 
llón  de  Talayera  y  una  de  movilizados. 

A  pesar  de  la  inferioridad  numérica,  nuestras  tropas  «sostuvieron 
el  ataque  con  gran  bizarría,  obligando  á  los  yanquis  á  retirarse. 

El  teatro  de  la  lucha  distaba  seis  millas  de  la  costa  y  menos  de  cin- 
co de  Santiago  de  Cuba. 

Ea  el  avance,  la  caballería  yanqui  de  los  Rougs  Riders  se  vio  obli- 
gada á  pasar  por  uq  desfiladero  estrechísimo,  cubierto  de  vegetación,  que 
impedía  ver  á  mayor  distancia  de  veinte  pies. 

Mandaba  la  fuerza  regular  el  general  Young  y  la  irregular  el  co- 
ronel Wood. 

Marchaban  los  Rougs  Riders  sin  plan  y  seguían  un  estrecho  cami- 
no entre  el  bosque,  haciendo  un  ruido  espantoso. 

Da  repente  viéronse  rodeados  por  un  destacamento  español  que  se 
hallaba  emboscado,  y  se  entabló  una  lucha  espantosa. 

A  la  primera  descarga  de  nuestras  tropas  cayeron  á  tierra  muchos 
yanquis  y  rebeldes  cubanos. 

El  jefd  americano  destacó  una  compañía  á  la  descubierta,  mandan- 
do que  otras  dos  se  internaran  por  los  matorrales  de  derecha  á  iz- 
quierda. 

Nuestros  soldados,  ocultos  en  la  manigua,  dejaron  desfilar  á  los 
exploradores,  y  al  acercarse  las  dos  compañías  que  marchaban  perfecta- 
mente alineadas,  dispararon  contra  ellas.  Dos  soldados  yanquis  caye- 
ron muertos  y  heridos  otros;  una  bala  atravesó  el  corazón  al  sargento 
Hamilton  Fish,  aristócrata  neoyoikino. 

La  compañía  que  mandaba  el  capitán  Capson  se  dispersó,  dispa- 
rando unos  contra  otros:  da  tal  molo  les  desorientó  la  sorpresa. 

Advertido  el  coronel  Roosevelt,  acudió  presuroso  con  refuerzos,  é 
hizo  retroceder  sus  fuerzas  para  sustraerlas  al  fuego  de  los  nuestros 
qie,  invisibles  en  el  bosque,   disparaban  sobre  los  yanquis  aturdidos 


805 

por  ]a  confusión  de  la  sorpresa  y  las  bajas  que  las  primeras  descargas 
les  hicieron. 

Así  permanecieron  cerca  de  dos  horas,  muriendo  el  capitán  Cap- 
son  V  17  ^soldados,  y  siendo  heridos  de  gravedad  el  corresponsal  del 
New  York  /ournal,  mister  Marshall  y  80  voluntarios. 

El  coronel  Roosevelt,  desobedecido  y  acosado  por  los  suyos,    los 

increpó  duramente,  y  al  escuchar  los  gritos  de  terror  y  de  maldición 
que  contra  él  lanzaban,  les  gritaba: 

« — Defendeos,  batios,  en  vez  de  jurar  y  maldecir.» 

Y  cogiendo  un  rifle  para  dar  ejemplo  y  uniendo  la  acción  á  la  pa- 
labra, se  puso  á  la  cabeza  de  sus  tropas,  dirigéndose  hacia  el  sitio  don- 
de estaban  emboscados  los  españoles. 

Mientras  tanto,  éstos  disparaban  descarga  sobre  descarga,  y  aun- 
que los  americanos  trataron  de  hacer  frente  y  avanzar,  viéronse  obli- 
gados á  huir  á  la  desbandada. 

Los  oficiales  trataron  de  detenerlos,  y  los  buques  auxiliares  procu- 
raron barrer  el  flinco  de  nuestras  tropas;  pero  los  disparos  de  su  arti- 
llería no  alcanzaban  al  lugar  de  la  acción. 

Merced  á  la  llegada  de  fuerzas  de  caballería  del  regimiento  ig.'  no 
fué  copada  la  vanguardia  americana. 

Confesó  el  corresponsal  Marshall  que  los  españoles  no  tuvieron  ni 
una  sola  baja. 

En  el  combate  perecieron,  además,  seis  oficiales  norteamericanos. 


*** 


Reunidas  varias  compañías,  dispuriéronse  á  atacar  á  las  tropas  es- 
pañolas que  se  extendían  en  una  zona  de  veinte  millas.  Ea  este  nuevo 
avance  los  Rougs  Riders  lograron  fácilmente  apoderarse  de  Altares,  de 


806 

donde  se  retiró  nuestro  destacamento    para  replegarse  en  el  campo 
atrincherado  con  las  demás  fuerzas  concentradas. 

Descansaron  y  almorzaron  allí,  comenzando  luego  á  subir  la  cues- 
ta que  conduce  á  la  meseta  que  separa  Santiago  del  mar. 

La  íatiga  de  la  pendiente  y,  sobre  todo,  el  terrible  calor  que  expe- 
rimentaban, les  obligó  á  descansar  de  continuo  y  á  desistir  de  sus  pro- 
pósitos, por  sufrir  muchos  casos  de  insolación. 

En  la  mañana  del  siguiente  día  25  fué  atacada  la  columna  del  ge- 
neral Rubin,  á  las  inmediatas  órdenes  del  general  Linares,  entre  los  al- 
tos de  Sevilla  y  la  costa,  por  fuerzas  yanquis  considerables,  apoyadas 
por  artillería,  que  avanzaron  decididamente  presentándose  al  descu- 
bierto, siendo  rechazadas  con  numerosas  b&jas  vistas,  observándose  ya 
que  operaban  en  combinación  coa  partidas  rebeldes,  los  cuales  grita- 
ban ¡viva  Cuba  independiente! 

Al  mediodía  y  por  la  tarde  reanudaron  el  atique  con  igual  resul- 
tado, apoyados  por  el  fuego  de  la  escuadra,  que  cañoneó  la  costa,  é  in- 
tentando tomar  las  lomas  á  la  bayoneta  y  sufriendo  muchas  bajas. 

Nuestras  pérdidas,  en  ambas  jornadas,  fueron  de  ocho  muertos  de 
tropa  y  tres  oficiales  y  24  soldados  heridos,  distinguiéndose  notable- 
mente en  los  combates  el  jefe  en  comisión  del  batallón  provisional  de 
Puerto  Rico,  comandante  don  Andrés  Alcañiz  y  el  coronel  de  caballe- 
ría don  Domingo  Borry. 

La  circunstancia  de  no  poder  tomar  la  ofensiva  hasta  la  llegada  de 
las  'ropas  de  auxilio  de  Manzanillo  y  la  de  quedar  debilitada  la  defen- 
sa exterior  de  la  ciudad,  determinaron  al  general  Linares  á  replegar  en 
las  trincheras  las  fuerzas;  operación  que  efectuó  sin  ser  hostilizado  por 
el  enemigo. 

En  la  tarde  del  26  desembarcó  en  la  costa  de  Daiquiri  el  resto  de 
la  fuerza  yanqui  expedicionaria. 

Ocho  mil  soldados  americanos  se  extendían  en  siete  millas  alrede- 
dor de  Siboney. 


807 

Los  ingenieros  se  adelantaron  para  construir  un  camino  que  facili- 
tase el  paso  de  la  artillería  de  sitio  é  impedimenta  á  diez  millas  de  San- 
tiago de  Cuba.  Este  camino  lo  ocuparían  4,000  insurrectos  al  mando  de 

Calixto  García. 

El  calor  era  asfixiante  y  los  soldados  norteamericanos  arrojaban 
por  los  caminos  las  mantas  y  abrigos  y  muchos  caminaban  ya  descalzos. 

Los  generales  smericanos  confesaban  que  se  había  incurrido  en  un 
grave  error  equipando  á  sus  tropas  como  si  fueran  á  una  excursión  al 
Polo  Norte. 

En  una  reunión  que  celebraron  dicho  día'26  varios  generales  yan- 
quis y  cabíciUas  rebeldes,  Shaftcr  neclaró  ingécuamente  que  habla  te- 
nido la  esperanza  de  apoderarse  squel  mismo  día  de  la  plpza  de  Santia- 
go, pero  que  comprendía  ya  que  había  de  tardar  aún  ocho  ó  diez  días. 

Otros  jefes  indicaron  que,  á  su  juicio,  la  plaza  resistiría  un  mes, 
pues  aún  quedaban  en  ella  provisiones  para  treinta  días  y  esperabnn 
también  que  las  tropas  españolas  de  otras  zonas  de  la  provincia  acu- 
dieran en  defensa  de  la  capital. 

Según  los  informes  trasmitidos  por  les  insurrectos,  las  fuei zas  de 
todas  clases  que  á  la  fecha  defendían  á  Santiago  de  Cuba  no  llegaban  s 
8,000  hombres;  pero  este  número  lo  estimaban  suficiente  para  una  de- 
fensa larga  y  empeñada. 

Hablóse  en  la  reunión  de  la  prc'xima  llegada  del  general  Pando 
con  tropas  de  auxilio,  inclinándose  la  mayoría  á  creer  que  no  llegaría 
á  tiempo,  pues  tendría  que  recorrer  cuando  menos  doscientas  millas  de 
un  territorio  muy  accidentado  y  donde  los  insurrectos  tenían  estable- 
cidas numerosas  emboscadas. 

Además  las  tropas  de  socorro  necesitaban  llevar  convoyes  impot- 
tantes  y  de  difícil  transporte. 


CAPITULO    XX 


El  ataque  á  Santiago  de  Cuba. — Gloria  estéril. — Avance  del  ejército  invasor. — Las  fuerzas 
yanquis. — Las  tropas  españolas. — Rudo  combate  en  El  Caney. — Las  dos  escuadras. — 
Heroica  defensa  de  El  Caney. — Muerte  gloriosa  del  general  Vara  de  Rey. — Retirada  á 
Santiago. — En  Aguadores. —Nuestras  bajas. — La  retirada  de  nuestra?  tropas. —  Las 
bajas  del  enemigo. — Nuestro  saludo  á  los  héroes  de  la  jornada. — Elogios  al  valor  de 
nuestros  soldados. — :Los  esfuerzos  del  Gobierno. — Por  ineptitud  é  imprevisión. 


'  ucEDió  lo  que  era  de  temer.  Cunndo  el  Gobierno  y  sus 
optimistas  defensores,  para  disculpar  sus  imprevisiones 
y  tranquilizar  á  las  gentes,  aseguraba  que  las  columnas 
de  refuerzo  llegarían  á  Santiago  de  Cuba  en  siete  ú  ocho 
jornadas,  pensamos,  como  hemos  consignado  anteriormente, 
que,  desgraciadamente,  esto  no  era  posible,  porque  lo  mis- 
mo desde  Manzanillo  que  desde  Holguín  se  harían  las  jor- 
nadas con  dificultades  de  tal  naturaleza,  que  no  podía  aven- 
turarse nadie  á  fijar  plazos  para  recorrer  la  distancia  que 
separa  á  Santiago  de  los  puntos  de  partida  de  las  columnas  que  acu- 
dían en  socorro  de  la  plaza  amenszada,  al  frente  del  general  Nario  y  el 
coronel  Escario. 

Y,  con  efecto,  el  formidable  ataque  se  realizó  sin  que  aquella»  co- 
lumnas hubiesen  podido  reforzar  los  escasos  elementos  de  resistencia 
con  que  contaba  el  general  Linares. 


809 


Grandes  fueron  las  responsabilidades 'que  contrajeron  en  este  tre 
mendo  problema  el  Gobierno  y  los  por  él  elegidos  para  defender  la 
honra  y  el  territorio  nacional,  pero  ninguna  tan  grande,  ninguna  que 
merezca  protesta  más  enérgica  y  acusación  más  resuelta  que  esta  impre- 
visión misma,  este  abanlono  sin  ejemplo  en  que  se  dejara  á  un  puñado 
de  valientes  que  conquistaron  la  admiración  del  mundo. 

Y  fué  la  más  grave  de  todas,  por  que  existían  elementos  sobrados 
6-1  Cuba  para  haber  hacho 
inexpugaabies  las  posiciones 
que  defendían  á  Santiago; 
porque  hubo  tiempo  sobrado 
para  realizar  esa  obra  nació  - 
nal,  y  porque  de  haberse 
cumplido  con  el  deber,  se 
contara  con  grandes  probabi- 
lidades de  que  la  guerra  hu- 
biese hecho  crisis  en  los  des- 
filaderos de  Firmeza,  al  pie 
de  las  lomas  del  Caney,  á 
orillas  del  río  San  Juan  y  en 
las  vertientes  de  Sevilla. 

Si;  allí  se  pudo  y  se  debió 
vencer  á  ese  formidable  ene- 
migo; y  allí  se  escribió,   es  verdad,  una  página  gloriosa,  pero  no  se 
venció. 

Santiago  de  Cuba  quedó  cercado  por  el  ejército  invasor  después 
del  sangriento  y  glorioso  combate  del  i."  de  Julio.  Sobre  aquella  vieja 
poblfcián  sin  defensas  enfilaría  el  enemigo  los  cañones  que  emplazase 
en  las  posiciones  tan  heroica  y  tenazmente  defendida  y  regadas  con  la 
sangre  de  nuestros  heroicos  soldados.  -  - '  •  < 

Blanco  102 


CORONEL  DE  ARLILLERIA  Sr.  ORDONEZ 


810 

Santiago  de  Cuba  no  tenía  murallas  ni  castillos;  era  una  población 
abierta. 

Desde  el  Caney  enfilaiían  el  Campo  de  Marte,  el  magnífico  Hos- 
pital levantado  en  la  parte  alta  de  Ja  ciudad  y  cortarían  el  camino  de 
El  Cristo,  la  linea  férrea  de  Sabanillss  y  la  parte  del  cementerio  (lla- 
mado vulgarmente  Car grt jera),  donde  se  dio  sepultura  al  célebre 
agitador  Maití;  desde  loma  de  San  Juan  podrían  enfilar  la  parte  nueva 
de  Santo  Tomás  hasta  la  Catedral  y  Plaza  de  Armas,  batiendo  también 
la  Alameda  y  los  muelles. 

La  población  de  Santiago  de  Cuba  no  tenía  ctras  defensas  que  los 
atrincheramientos  que  se  habían  levantado  en  aquellos  últimos  áias  y 
oun  círculo  metálico  ó  alambrado  ante  el  cual  se  contuvo  el  enemig 
en  su  avance  por  un  campo  de  muerte. 


*  * 


El  telegrama  del  capitán  general  de  Cuba  dando  cuenta  del  com- 
bate librado  el  día  i.°  do  Julio  en  las  cercanías  de  Santiago,  nos  apenó 
profundamente.  Herido  de  gravedad  el  general  Linares,  muerto  glo- 
riosamente el  general  Vara  de  Rey,  hei ido  gravemente  el  capitán  de 
navio  señor  Bustamante,  salvada  la  artilleiía  á  costa  de  mucha  sangre, 
evacuado  El  Caney  tras  gloriosa  resistencia,  sólo  nos  quedó,  para  con- 
solarnos de  tan  triíte  jornada,  la  justicia  que  los  corresponsales  yan 
quis  hicieron  al  hei  cismo  de  nuestros  soldados,  y  la  seguridad  de  que 
les  pccos  que  aún  estaban  en  pie,  sabiían  morir  con  el  mismo  valor  que 
sus  compañeros. 

Acaso  haya  quien  diga  hoy  que  si  peleábamos  por  el  honor,  á  sal- 
vo lo  dejaron  aquel  día  y  aún  mis  enaltecido  lo  dtjaiian  al  otro  los 
defensores  de  Santiago  de  Cuba,  tendidos  á  la  fue  iza  abrumadora  é 


811 

incontrastable  del  número.  Pero  por  ser  verdad  incontrovertible,  for  - 
zosamente  hay  que  pensar  en  quién  fué  el  responsable  de  que  sólo  un 
puñado  de  hombres  (5.000  soldados  á  lo  sumo)  hubiera  defendido  á 
Santiago  de  Cuba. 

No  basta  con  la  satisfacción  de  que  los  españoles  se  batieran  como 
siempre,  heroicamente.  ¿Por  qué  no  se  batieron  en  condiciones  de 
igualdad?  ¿Por  qué  se  les  dejó  morir  sin  provecho? 

Estéril  fué  el  sacrificio  de  los  que  durante  los  tres  años  de  guerra 
perecieron  en  Cuba  defendiendo  la  integridad  de  España;  estéril  fué  el 
heroico  sacrificio  de  los  defensores  de  Santiago.  Escribieron,  sí,  una 
página  de  oro  más  ea  la  patria  historia;  pero  sus  resplandores  no  ami- 
noraron las  desastrosas  consecuencias  del  vencimiento. 

Aunque  los  barcos  que  mandaba  el  almirante  Cervera  se  hubieran 
hundido  con  más  gloria  que  los  que  perecieron  en  Trafalgar,  y  aunque 
Santiago  de  Cuba  hubiera  caido  con  honra  mayor  que  la  de  Numancia, 
la  Nación,  que  ya  se  sentía  desmembrada  y  rota,  tiene  que  pensar  con 
serenidad  en  el  enemigo  interior  que  la  puso  casi  á  merced  del  ex- 
tranjero. 


*** 


A  consecuencia  de  la  retirada  forzosa  de  nuestras  tropas  de  los 
puntos  de  la  costa  qu3  guarnecían  y  que  no  les  fué  posible  mantener, 
el  ejército  invasor  continuó  sin  lucha  su  avance  hasta  el  pie  de  las  po- 
siciones que  aquéllas  ocupaban  en  las  lomas  que  rodean  á  Sautiago  de 
Cuba. 

Los  yanquis  ocupaban  frente  á  la  plaza  cercada  una  extensión  de 
cinco  millas,  desde  Peluca,  al  S.  E.,  hasta  El  Caney,  alN.  E.  de  Santia- 
go, formando  un  semicírculo  acentuado  coa  los  refusrzos  de  rebeldes 
mandidos  por  Cilixto  Gircía. 


812 

La  segunda  división  del  general  Wtieeler  que  formaba  el  ala  iz- 
quierda, se  componía  de  dos  brigadas  de  cababallería,  con  los  Rough- 
Riders  en  el  extremo. 

Ocupaba  el  centro  la  división  del  general  L&wton,  compuesta  de 
1  s  brigadas  Cheffre,  Miles  y  Wankowes.  Estas  fuerzas  acampaban 
cerca  de  Sevilla. 

Los  españoles  se  hallaban  coEcentrsdos  en  las  defensas  de  Santia- 
go, teniéndolo  todo  dispuesto  en  previsión  del  ataque. 

El  avacce  de  la  columna  Escario  precipitó  el  atsque,  á  pesar  de 
haber  quedado  atiás  la  artillería  de  sitio. 

El  general  Shífter  contaba  con  más  de  23. eco  hombres  de  todas 
armas,  incluyendo  en  esta  cifra  5.000  insurrectos. 

En  cambio  las  íueizes  españolas  del  general  Linares  no  llegaban  á 
6.000  soldados. 

Defendía  la  iirportante  posición  de  Loma  de  San  Juan,  el  corocel 
Baquero,  con  i.cco  hombres;  la  no  menos  importante  de  El  Caney,  el 
general  Vi  ra  del  Rey,  con  450;  y  las  lomas  sobre  la  playa  de  Aguado- 
res el  general  Rubín,  en  combinación  con  las  baterías  de  tierra  que 
defendían  el  puerto. 

El  plan  de  ataque  de  los  yanquis  era  apoderarse  de  las  fortificacio  • 
nes  del  puerto,  mientras  que  Sampson  forzaría  la  entrada  del  mismo 
para  batir  á  la  escuadra  de  Cerveía. 


*■ 
*  # 


A  las  siete  de  la  mañana  del  citado  día  i.°,  el  general  Sbafter  dio 
la  orden  para  que  comenzara  el  ataque. 

El  díi  estaba  bochornoso;  hacía  un  calor  asfixiante,  insoportable. 
El  sol,  que  abrasaba,  que  parecía  despedir  rayos  de  fuego,  y  la  falta 
absoluta  de  viento,  hacían  irrespirable  el  ambiente. 


813 

Yanquis  y  mambises,  casi  en  cueros,  ofrecían  el  aspecto  de  un 
ejército  de  bárbaros.  Algunos  llevaban  el  cinturón  con  los  cartuchos  á 
modo  de  taparrabos.  Era  lo  úaico  que  cubría  sus  carnes. 

El  combate  en  esas  condiciones  era  horrible.  Bajo  aquel  sol  de  plo- 
mo, entre  los  olores  nauseabundos  de  una  vegetación  fermentada,  te- 
niendo que  abrirse  camino  con  el  machete  á  través  de  piteras  y  plantas 
venenosas,  era  la  pelea  durísima  para  uno  y  otro  bando. 

Las  lluvias  torrenciales  de  los  días  anteriores  habían  hecho  más 
difícil  y  penosa  la  marcha  por  aquellos  campos,  convertidos  en  loda- 
zales. 

El  toque  de  generala  en  el  campo  de  los  sitiadores  era  coreado  con 
algunos  gritos  de  ¡Viva  Cuba  libre!,  que  iniciaban  los  insurrectos  y  que 
repetían  los  norteamericanos. 

En  tanto,  de  la  parte  de  la  ciudad  cercada  se  oían  formidables  y 
entusiastas  gritos  de  ¡viva  Españal 

En  ambos  lados  había  muchas  ansias  de  combatir. 

Como  sucede  con  todas  las  tropas  inexpertas,  paco  acostumbradas 
á  la  guerra,  los  americanos  iniciaron  el  ataque  vigorosamente  contra 
las  obras  exteriores  de  Santiago.  Yanquis  y  mambises  avanzaron  á  un 
tiempo  mismo  en  tres  direcciones.  Las  brigadas  Lawton  y  Wheeler 
atacaron  El  Caney;  el  general  Kent  con  sus  fuerzas  marchó  sobre  Agua- 
dores, y  simultáneamente  el  cabecilla  Calixto  García  con  su  gente 
avanzó  hacia  El  Caney  por  el  Sudeste  de  aquella  posición,  mientras 
otras  divisiones  americanas  se  lanzaron  sobre  Santiago  por  el  Este,  pre- 
sentando las  fuerzas  yanquis  un  frente  sólido  desde  la  costa  hasta  las 
obras  defensivas  septentrionales  de  la  plaza. 

Las  flotas  americana  y  española  rompieron  fuego  y  trabaron  bata- 
lla desde  que  se  iniciara  el  ataque,  apoyando  respsctivamente  sus  ejér- 
citos de  tierra. 

Los  barcos  de  Sampson  intentaron  dastrair,  sin  conseguirlo,  las 


814 

baterías  de  Aguadores,  ea  tanto  que  los  buques  de  Cervera  lanzaban 
granadas  contra  las  líneas  americanas  y  cubana. 

Tan  grande  lué  el  estrago  que  desde  un  principia  hicieron  en  las 
filas  enemigas  las  certeros  proyectiles  de  nuestra  escuadra,  que  sembra- 
ron el  pánico  y  la  dispersióa  de  los  primeros  batallones  de  infantería 
yanqui. 

En  su  vista,  el  general  Shafter  hizo  colocar  dos  baterías  de  artille- 
ría ligera  al  frente  de  las  tropas  y,  poniéndose  á  la  cabeza  de  éstas,  si- 
guió el  avance  y  comenzó  la  batalla  atacando  El  Caney. 


* 
*  * 


Bien  pronto  el  general  Wheeler,  al  frente  de  la  caballería,  y  Calix- 
to Gaicia  con  los  mambises  que  mandaba,  uaiéronse  á  las  fuerzas  del 
general  Lí.'wton,  que  marchaban  sobre  El  Caney. 

Durante  algún  tiempo,  nuestros  soldados  se  batieron  con  bravura, 
con  desesperación,  defendiendo  sus  posiciones  heroicamente  y  conte- 
niendo el  avance  del  enemigo,  á  fin  de  conservar  el  poblado;  pero  los 
americanos,  con  su  superioridad  numérica  y  su  artillería,  fueron  ga- 
nando gradualmente  el  terreno,  defendido  palmo  á  palmo,  logrando  al 
fin  rechazar  á  los  nuestros  hacia  la  población. 

Allí  se  defiende  el  general  Vara  de  Rey,  con  su  escasa  fuerza,  de  los 
seis  mil  hombres  que  le  ataca,  logrando  sostenerse  en  lucha  desespera 
da  y  heroica  hasta  la  caida  de  la  tarde,  en  que  advirtió  que  había  que 
dado  fuera  de  combate  más  de  la  mitad  de  su  gente. 

Intentó  aún  seguir  combatiendo,  y  en  el  momento  mismo  en  que 
el  enemigo,  después  de  regar  el  campo  de  muertos  y  heridos,  lograba 
por  su  enorme  superioridad  apoderarse  de  las.  últimas  posiciones  que 
aquel  valeroso  general  defendía,  una  bala  enemiga  le  arrebató  la  vida, 
y  su  cadáver  cayó  en  poder  de  las  tropas  yanquis. 


815 

Entonces  el  teniente  coronel  del  regimiento  de  la  Constitución  ini  - 
ció  la  retirada  con  los  200  hombres  que  quedaban  de  los  heroicos  de- 
fensores de  El  Caney,  llegando  esta  pequeña  fuerza  á  Santiago  de  Cuba 
al  anochecer  del  mismo  día. 


* 
*  * 


A  la  misma  hora,  el  general  Kent,  que  mandaba  el  centro  del 
ejército  invasor,  partió  sobre  Aguadores,  al  pié  de  las  lomas  de  San 
Juan. 

Otros  seis  mil  americanos  de  todas  armas,  con  numerosa  y  gruesa 
artillería,  realizaron  el  ataque  á  Loma  San  Juan,  á  donde  se  dirigió  el 
general  Linares  á  encargarse  personalmente  del  mando  de  las  fuerzas 
y  de  la  dirección  del  combate. 

Tres  horas  duró  la  lucha:  la  resistencia  fué  desesperada;  la  acome- 
tida resuelta.    Cuantas  veces  intentaba  la  infantería  yanqui  llegar  á 
nuestras  trincheras,  otrss  tantas  era  rechazada  por  «us  denodados  de 
fensores,   los  cuales  demostraron,  con  sus  jefes  y  oficiales  á  la  cabeza, 
una  gran  serenidad  y  disciplina  en  los  fuegos. 

Aguadores  fué  tan  bravamente  defendido  como  El  Caney;  defendi- 
do con  verdadero  encarnizamiento.  Nuestros  soldados  se  batieron  allí 
uno  contra  diez,  con  un  valor  extraordinario,  admirado  y  celebrado 
por  los  mismos  enemigos. 

Sampson,  en  vista  de  la  tenaz  resistencia  que  ofrecían  los  españo 
les,  mandó  á  la  escuadra  bombardeara  con  furia  la  playa  de  Aguadores 
y  las  líneas  españolas,  á  la  vez  que  las  fuerzas  de  ^tierra  atacaban  con 
desesperación  nuestras  posiciones:  pero  ni  éstas  fueron  ocupadas  por 
los  yanquis,  ni  la  escuadra  americana  logró  realizar  el  desembarco  de 
refuerzos  que  por  aquella  pBrte  intentó. 


816 

Al  mismo  tiempo,  tres  barcos  de  la  flota  americana  bombardeaban 
las  baterías  del  Este  y  del  Morro,  siendo  en  tal  momento  espantosa  la 
carnicería  causada  por  el  combate.  Una  compañía  de  las  tropas  yanquis 
fué  aniquilada  completamente  por  las  granadas  que  dispararon  los 
obuses  españoles. 


Al  fin,  las  fuerzas  españolas  que  defendían  Aguadores,  ante  la  fuer- 
za del  número,  que  no  vencidos  por  el  valor  del  enemigo,  tuvieron 
también  que  replegurse  sobre  Santiago  de  Cuba,  retirándose  tan  orde- 
nadamente que  no  sólo  pudieron  recoger  y  llevarse  sus  heridos  sino 
muchos  del  enemigo. 

Las  fuerzas  americanas  y  cubanas  presentaban  entonces  una  línea 
no  interrumpida,  desde  el  Sudeste  hasta  el  Norte  de  la  ciudad. 

Durante  la  noche  nuestras  baterías  lanzaron  granadas  sobre  las 
líneas  americanas.  Uno  de  estos  proyectiles,  certersmente  disparado, 
cayó  en  medio  de  una  compañía  yanqui,  destruye idola  por  completo, 
matando  ó  hiriendo  á  todos  sus  individuos  y  sembrando  el  espaoto  y 
la  consternación  en  aquel  punto  de  la  línea  de  combate. 

El  avance  del  ejército  invasor  quedó  detenido  á  una  milla  de  la 
ciudad  cercada. 

Era  ya  de  noche  cuando  cesó  la  batalla,  y  sólo  sus  sombras  detu- 
vieron el  coraje  y  el  empuje  de  los  combatientes  de  ambos  bandos. 

En  Siboney  las  fortificaciones  españolas  resistieron  con  gran  ven. 
taja  el  ataque  del  enemigo. 

Las  granadas  lanzadas  por  los  barcos  de  la  escuadra  de  Cervera 
causaron  grandes  pérdidas  entre  los  americanos,  cuando  éstos  tocaban 
ya  las  defensas  exteriores  de  Santiago. 


817 


El  fuego  que  hacían  nuestros  marinos  detuvo  á  los  yanquis  cuando 
se  apoderaban  ya  de  los  hilos  de  hierro  de  barbeta  que  formaban  la  alam- 
brada de  ocho  pies  de  altura  que  había  delante  de  la  ciudad. 

Las  pérdidas  del  ejército  norteamericano  se  calcularon  en  más  de 
mil  bajas. 

Ese  número  de  bajas,  verdaderamente  terrible,  causó  gian  sensa- 
ción en  la  opinión  americana,  y  aún  más  horrendo  efecto  en  el  ejército 
sitiador,  atribuyéndose  tan  desastrosos  efectos  al  error  de  poner  la  in- 

fanteiía  en  pelotones,  detrás  de  las 
baterías  americanas,  porque  em- 
pleando sus  cañones  pólvora  que 
producía  densa  humareda,  ésta  ser- 
vía de  blanco  y  permitía  á  los  es- 
pañoles hacer  un  tiro  certero. 

El  usar  nuestras  'tropas  pólvora 
sin  humo  dificultó  que  las  baterías 
yanquis  pudieran  conocer,  ni  aún 
aproximadamente,  la  posición  que 
ocupaban  nuestras  fuerzas. 

En  la  dura  jornada  tuvieron 
nuestras  tropas  muy  sensibles  y 
considerables  bajas:  en  las  lomas 
de  San  Juan  murieron  el  ayudante  de  artillería  señor  Domínguez,  dos 
oficiales  y  25  soldados,  y  íueron  heridos  aójefes  y  oficiales  y  más  de  300 
de  tropa. 

En  esas  posiciones  cayó  herido  levemente,  por  un  casco  de  grana- 
da en  el  brazo  izquierdo,  el  comandante  general  de  Santiago  de  Cuba, 
general  Linares,  siendo  también  heridos  el  coronel  de  artillería  señor 
Ordoñez,  en  una  pierna;  el  coronel  de  ingenieros  señor  Caula;  el  jefe 
de  Estado  mayor  de  la  escuadra  señor  Busíamante,    que  mandaba  los 

Blanco  103 


EL  GENERAL  VARA  DE  REY 


818 

290  soldados  de  marinería  desembarcados,  y  los  ayudantes  del   general 
Linares,  comandantes  señores  Lamadrid  y  A.rráiz. 


I 


.*. 


Desde  el  fondo  de  nuestra  alma  enviamos  una  salutación  fervorosa 
al  bizarro  general  Linares  y  á  los  cinco  mil  héroes  que  en  aquella  me- 
morable y  gloriosa  jornada  pelearon  como  españoles  del  tiempo  épico 
en  las  líneas   exteriores  de  Santiago  de  Cuba. 

Tenían  que  contrarrestar  un  número  cuadruplicado  de  enemigos,  y 
lo  hicieron  desoí  á  sol,  disputando  pulgada  por  pulgada  el  terreno. 

No  hubo  en  ellos  un  minuto  de  descanso  ni  un  asomo  de  indeci  - 
sión,  ante  la  masa  enorme  que  por  todas  partes  se  les  echara  encima. 

Seis  mil  soldados  yanquis  de  todas  armas  atacaron  el  poblado  de  El 
Caney,  defendido  por  cuatro  compañías  de  80  soldados  españoles  de 
infantería,  al  mando  del  bravo  general  Vara  de  Rey. 

Pues  bien;  el  valeroso  jefe  no  contó  las  fuerzas  del  enemigo.  ¡Qaé 
le  importaban!  Hubieran  sido,  no  diez,  sino  cien  veces  superiores,  y 
contra  ellos  hubiera  luchado  hasta  morir,  como  lo  hizo.  El  general  Vara 
de  Rey  fué  un  héroe  más,  que  enaltecerá  la  historia. 

En  aquel  miserable  poblado  de  El  Caney  estaban  representados  el 
honor  de  la  bandera  y  la  honradez  de  la  patria,  y  Vara  de  Rey,  antes  de 
rendirse,  prefirió  morir  gloriosamente. 

¡Muerte  gloriosa  y  digna  de  un  general  español! 

...Y  al  replegarse  cuando  faltó  la  luz,  salvaron  la  artillería,  y  se 
llevaron  no  tan  solo  sus  heridos,  sino  muchos  de  los  que,  en  las  em- 
bestidas á  Lomas  de  San  Juan  y  El  Caney,  habían  dejado  sus  agresores. 

Dolorosas  fueron  nuestras  pérdidas,  pero  evidentemente  fueron  in- 
finitamente mayores  las  de!  ejército  americano. 


819 

El  general  Shaíter  declaró  sinceramente,  que  al  comunicar  el  nú- 
mero de  sus  bajas — lo  había  calculado  en  más  de  500 — habíase  quedado 
muy  corto,  y  pedía  que  se  le  enviase  sin  demora  un  nuevo  buque  hos- 
pital con  cuarenta  médicos  y  todo  el  correspondiente  servicio. 

Al  otro  día  salió  de  Nueva  York  el  Relief,  habilitado  con  500  camas. 

Cabía  suponer,  por  tanto,  que  pasaron  de  mil  quinientas  las  bajas 
del  enemigo. 

Además,  nuestros  mismos  adversarios  se  encargaron  de  enaltectr 
el  valor  y  la  disciplina  de  nuestros  soldados  y  de  decirnos  que  en  los 
círculos  militares  de  Washington  reinaba,  con  motivo  de  la  terrible 
jornada,  preocupaciones  muy  serias. 

¿Significó  eso  que  habíamos  obtenido  una  victoria? 

No:  5.000  hombres,  faltos  de  medios  y  recursos,  no  podían  acabar 
con  24.000  á  quienes  sobraba  todo;  5.000  héroes  abandonados,  no  triun- 
fan jamás  por  completo  de  24.000  agresores,  á  los  cuales  una  adminis- 
tración solícita  ha  proporcionado  sin  tasa  lo  necesario  y  lo  supérfluo. 

Lo  que  sí  significa  es  que  de  haber  llegado  á  punto,  como  debie- 
ron llegar,  los  refuerzos  prometidos  al  heroico  Linares,  y  de  haberse 
hallado  Santiago  de  Cuba  en  las  condiciones  defensivas  en  que  cual- 
quier gobierno  capaz,  c»ón  mes  y  medio  de  plszo  la  hubiera  puesto,  el 
término  de  la  gloriosa  jornada  hubiera  sido  volver  de  cabeza  á  la  playa 
el  invasor,  y  tal  vez  reembarcarse  á  escape  nuestros  soberbios  enemigos. 

Nuestro  Gobierno  y  nuestra  administración  hicieron  en  Cuba  lo 
que,  á  contar  de  principios  de  Marzo  de  aquel  mismo  año,  estaban  hacien- 
do en  Filipinas. 

Creyérase  que  desde  el  comienzo  de  la  guerra  consideraban  la  vic- 
toria imposible,  y  contaban  para  todas  sus  combinaciones  con  la  derro- 
ta inevitable. 

Creyérasj  que  estando  seguros  de  un  fracaso  irremisible  no  traba- 
jaban ni  se  esforzaban  sino  para  precipitarlo. 


820 


Así  vino  á  pasos  agigantados,  aún  antes  de  lo  que  pudiéramos  es- 
perar, la  catástrofe  total,  diríase  que  deseada  por  algunos  menguados 
politicastros  españoles. 

Y  la  culpa  toda  fué  del  Gobierno  inepto^  que  privó  á  nuestro  va- 
leroso y  heroico  ejército  de  auxilios  y  recursos,  y  que  lo  abandonó  á  su 
triste  suerte,  por  torpeza  y  por  imprevisión. 


CAPITULO    XXI 


Heroismo  de  nuestros  mai'inos. — La  catástrofe  de  Santiago  de  Cuba. — Destrucción  y  pérdida 
de  la  escuadra  de  Cervera. — El  combate  naval. — Gloriosa  hecatombe. — El  parte  de  Shaf- 
ter. — Relato  del  hoiroroso  combate.— Expectación  en  la  Habana. — Recogimiento  y  amar- 
gura.— Alocución  del  general  Blanco. — Terrible  dilema. — Angustiosa  alternativa  del 
contralmirante  Cervera. — Cruento  vía  crucis. — El  desastre  estaba  previsto. — lío  era  po- 
sible otro  desenlace. — ¡Felices  los  muertos! 


N  la  historia  de  las  modernas  guerras  navales,  no  se  re  - 
gistra  un  acto  de  temerario  heroismo  semejante  al  rea- 
lizado por  la  escuadra  del  almirante  Cervera. 

A  fines  del  siglo  pasado,   y  en  los  comienzos  del 
^  actual,  barcos  de  madera  muy  inferiores  en  número  á  los  ene- 
migos llevaron  alguna  vez  á  buen  término  empresas  análogas. 
r0  Pero  tal  intento  contra  naves  como  las  de  ahora,  potentísi- 

mas por  el  armamento,  por  la  impulsión  y  por  la  masa,  no  se 
había  visto  nunca. 

Cuatro  cruceros  de  7.000  toneladas  intentaron  abrirse  paso  por  en 
medio  de  una  escuadra,  en  la  cual  figuraban  siete  acorazados  de  más  de 
10.000  y  otros  quince  buques  de  primer  orden. 

Y  no  salieron  los  nuestros  aprovechando  la  obscuridad  de  la  noche, 
sino  á  la  plena  luz  del  día. 

No  embistieron  como  quien  huye,  ni  como  quien  busca  en  trance 


822 

desesperado  la  muerte,  sino  con  la  bizarría  inteligente  del  que  espera 
salvar  la  honra  y  conservar  la  vida  en  servicio  de  la  patria. 

A  las  nueve  y  tres  cuartos  de  la  mañana  iel  tres  de  Julio  iniciaron 
á  cara  descubierta  el  ataque;  pero  á  poco  de  salir  se  perdió  el  orden  de 
marche,  obligados  por  el  círculo  de  luego  del  potente  enemigo. 

Nuestros  buques  procuraron  entonces  salir  de  las  líneas  americanas; 
pero  los  barcos  de  esta  escuadra  se  repartieron  las  presas,  acosando  á 
cada  uno  de  los  españoles  varios  buques  yanquis. 

Marchaban  combatiendo,  entre  un  fuego  horrible  que  sobre  ellos 
hacían  siete  acorazados  enemigos  que  los  acosaban  muy  de  cerca,  vo- 
mitando metralla  por  las  bocas  de  centenares  de  cañones. 

Mientras,  los  destructores  i^«/-or  y  Pintón  desaparecían  entre  las 
olas  ensangrentadas,  y  los  tripulantes  que  lograron  salvarse  perdían  de 
vista  á  los  cuatro  cruceros. 

Desde  las  baterías  de  la  boca  del  puerto,  desde  la  casa  del  vigía, 
veíase  maniobrar  á  los  barcos  y  se  oía  el  tremendo  cañoneo. 

Ante  espectáculo  tan  imponente  y  desconsolador,  los  de  tierra, 
aterrados,  se  convencieron  pronto  de  que  el  desastre  era  inevitable,  no 
tardando  en  verlo  convertido  en  horrible  realidad  al  distinguir  los  res- 
plandores de  grandes  incendios  y  las  inmensas  columnas  de  humo  que 
se  elevaban  al  cielo. 


Casi  al  mismo  tiempo  sufría  el  Infanta  Marta  Teresa  averies  graví- 
simas que  le  inutilizaban  para  el  combite  y  para  la  huida,  y  el  Oquen- 
do  era  presa  de  un  formidable  incendio. 

Perdidos,  sin  medios  de  lucha,  viraron  hacia  la  costa  y,  con  un  su- 
premo esfuerzo  de  máquina,  embarrancaron  y  se  hundieron. 


823 

El  terrible  choque  produjo  explosiones  tremendas,  y  la  muerte  pro- 
dujo horribles  estragos  en  las  tripulaciones. 

Villsamil,  el  jefe  de  Estado  mayor  de  la  escuadra,  y  Lazaga,  co- 
mandante del  Oquendo.  prefirieron  sepultarse  con  su  barco  en  aquellos 
mares  malditos,  á  pa.3ar  por  Ja  pesadumbre  de  tamaña  desgracia. 

Lanzaron  botes  los  buques  enemigos  para  recoger  á  los  infelices 
marinos  que  habían  salvado  la  vida,  y  mientras  se  realizaba  esta  opera- 
ción dolorosa,  á  poca  distancia,  á  la  vista,  serpenteaba  el  Vizcaya,  echan- 
do fuego  por  sus  chimeneas  y  disparando  sus  cañones  para  lograr  su 
salvación;  pero  acosado  muy  de  cerca  por  dos  acorazados  enemigos,  un 
proyectil  del  calibre  más  grueso  le  destrozó  la  pjpa;  tras  aquel  la  alean 
zaron  otros,  y  el  buque  cayó  al  fin,  embarrancando  como  los  demás,  se- 
pultándose entre  explosiones  y  gritos  de  muerte. 

Su  comandante,  señor  Eulate,  estaba  herido  y  fué  hecho  prisionero 
al  igual  que  los  demás. 

Algo  más  lejos  luchaba  sún  í1  Cristóbal  Colón  por  librarse  de  seis 
acorazados  que  lo  cercaban  y  ametrallaban;  habría  escapado  por  velo- 
cidad, pero  el  cerco  no  podía  romperse,  y  haciendo  uso  de  todos  sus 
elementos,  disparó  hasta  reventar  algunos  cañones,  enderezó  la  proa  á 
la  costa,  embarrancó  con  violencia,  se  abrieron  les  compartimientos, 
inundóse  el  buque,  arrastraron  las  aguas  al  mar  muchos  cadáveres,  y 
con  la  pérdida  del  Colón  terminó  esa  gran  tragedia  con  que  puso  tér- 
mino á  su  existencia  la  escuadra  del  almirante  Cervera,  de  la  que  sólo 
se  salvaron  i6o  hombres,  que  lograron  ganar  á  nado  la  orilla  y  llegar 
al  pié  de  las  baterías  de  la  boca  del  puerto  de  Santiago. 


*  * 


Los  restos  de  la  escuadra 

Los  seis  barcos  perdidos;  entre  sus  ruinas  y  flotando  sobre  olas  de 


824 

sangre,  seiscientos  cadáveres;  á  bordo  de  los  buques  ameri  anos  260 
heridos  y  más  de  i.ooj  prisioneros. 

Consumada  la  hecatombe,  la  escuadra  de  Sampson  se  alejó  del 
Oeste;  quedó  la  costa  en  silencio,  y  el  almirante  americano  dirigióse  con 
su  presa  á  la  playa  del  Este  para  conducir  al  campamento  del  Siboney 
á  los  prisioneros  y  telegrafiar  desde  allí  á  su  Gobierno  el  resultado  de 
la  hazaña. 

El  despacho  de  Sampson,  fechado  en  Sibaney  el  día  3,  decía  lo  si  • 
guíente: 

«Mi  escuadra  ofrece  á  la  nación  como  regalo,  con  ocasión  de  la  fies- 
ta de  la  independencia,  la  destrucción  de  toda  la  escuadra  de  Cervera. 
Ninguno  escapó. 

A  las  nueve  y  media  de  la  mañana  la  flota  española  trató  de  huir, 
y  á  las  dos  de  la  tarde  el  último  barco,  el  Cristóbal  Colón,  embarrancó 
á  sesenta  millas  del  Oeste  de  Santiago  y  arrió  el  pabellón. 

El  María  Teresa,  el  Oquendo  y  el  Vi:^.:ay3.  viéronse  obligados  á 
encallar,  incendiados  y  deshechos,  á  veinte  millas  de  Santiago. 

El  Furor  y  el  Plutón  fueron  destruidos  á  menos  de  cuatro  millas 

del  puerto. 

Nuestras  pérdidas  consisten  en  un  muerto  y  dos  heridos. 

Las  del  enemigo  llegan  á  algunos  cientos,  por  los  cañonazos,  las 
explosiones  y  los  ahogados. 

Hemos  hecho  unos  1.300  prisioneros,  entre  ellos  el  almirante  Cer- 
vera.— Sampson. ii> 

Paitió  de  Santiago  de  Cuba  la  escuadra  española  contando  con  la 
única   probabilidad  de  burlar  la  vigilancia  del  almirante  americano 

Sampson. 

«—He  preferido— dijo  el  almirante  Cervera,  explicando  su  salida 
de  la  bahía  de  Santiago  de  Cuba,— correr  el  riesgo  de  un  combate  en 
alta  mar  y  sucumbir  peleando,  que  morir  en  la  bahía  como  en  una  ra- 
tonera.» 


825 


El  29  de  Junio,  el  almirante  Cervera  resolvió  abandonar  la  bahía 
de  Santiago,  de  conformidad  á  las  instrucciones  enviadas  de  Madrid, 
ordenándole  que  fuese  á  la  Habana  para  cooperar  á  su  defensa. 

Hizose  carbón  y  renováronse  las  provisiones;  se  llamó  á  bordo  á 
los  destacamentos  que  hibían  desembarcado,  y  aunque  estaban  todos 
convencidos  de  que  el  riesgo  era  inminente,  obedecióse  implícitamente 
las  órdenes  recibidas,  discutiéndose  tan  solo  los  planes  de  salida. 

El  dOTsingo  3  de  Julio,  á  las  nueve  de  la  mañana,  zarpó  de  bahía 
la  escuadra  á  todo  vapor.  Abría  la  marcha  el  Cristóbal  Colón,  siguién- 
dole, por  el  orden  que  los 
mencionamos ,  el  Vizcaya , 
Injanta  María  Teresa,  el 
Oquendo,  el  Furor,  el  Pin- 
tón y  un  cañonero. 

Diez  minutos  después  de 
salir  á  la  mar,  comenzó  el 
combate.  El  barco  insignia, 
si  mando  del  almirante  Cer- 
rvera,  fué  el  primero  en  rom- 
per el  fuego.  Los  cañones  del 
Infanta  María  Teresa  %^  a.- 
lentaron  tanto,  que  se  hicie- 
ron inmanejables. 
El  Colón ^  el  Vi\caya  y  el  Oquendo  seguían  al  barco  almirante,  y 
tras  ellos  iban  los  torpederos. 

Los  barcos  americanos  tomaron  posiciones;  pero  sólo  comenzaron 
el  fuego  cuando  los  españoles  habían  franqueado  ya  la  entrada  del 
puerto. 

Tan  pronto  como  estuvieron  al  alcance  de  sus  tiros,  los  acorazados 
íimericsnos  rompieron  el  fuego. 

Blanco  104 


GENERAL  TORAL 


826 

Los  espinóles  tuvieron  que  afrontar  un  verdadero  huracán  de  ba- 
las y  de  granadas,  y  á  pesar  de  que  su  inferioridad  era  mayor  de  lo  que 
batían  crtído,  batiéronse  heroicamente. 

No  pudiendo  resiitir  el  hcrrible  fuego  de  los  yanquis,  el  Oquendo 
y  el  VÍT^caya  apartáronse  de  la  costa,  siguiendo  los  movimientos  del  bu- 
que almirante,  en  la  derrota  segura  de  la  muerte. 

El  Cristóbal  Colón  contestó  bravamente;  pero  se  vio  forzado  tam- 
bién á  dirigirse  hacia  la  costa  cuando  se  hallaba  á  diez  millas  del 
Moiro.  El  Oregón,  el  Brooklyn  y  otros  varios  navios  ameiicanos  lo 
persiguieron,  arrojando  constantemente  sobre  él  una  lluvia  de  plomo. 

Los  tiipulantes  españoles  desplegaron  la  mayor  bravura,  el  valor 
más  heroico;  peí  o  hubieron  de  incumbir  ante  la  superioridad  del  nú- 
mero. 

El  Colón,  que  coEtestaba  al  fuego  con  sus  cañones  de  popa,  escapd 

por  de  pronto  al  tiro  de  los  barcos  americanos,  á  causa  de  su  velocidad 
superioj;  pero  perseguido  y  acosado  de  cerca  por  el  lowa  y  el  Oregón^ 
vióse  obligado  á  embarrancsr  y  á  rendirse,  ante  la  imposibilidad  de  es- 
capar de  los  tiros  del  Oregón. 


*  * 


Una  vez  embarrancados  nuestros  barcos  en  la  costa,  las  tripulacio- 
nes los  abandonaron,  y,'  con  ayuda  de  las  embarcaciones  enviadas  por 
los  americanos,  ganaron  tierra,  entregándose  á discreción  al  enemigo, 
que  desembarcó  un  destacamento  para  proteger  á  los  prisioneros  contra 
las  partidas  de  insurrectos. 

Estos  se  hallaban  al  acecho,  emboscados  en  la  manigua,  en  el  flan- 
co de  una  colina.  Desde  allí  se  disponían  á  caer  como  fieras  hambtiea- 

t  is  sobre  los  náufragos  españoles. 

Tres  horas^después  de  haber  salido  la  flota  de  Cervera  de  Santiago 


827 

de  Cuba,  tres  cruceros  y  dos  torpederos  yacían  en  la  playa,  rotos,  des- 
hechos, á  diez  ó  quince  millas  al  Oaste  del  Morro. 

Las  llamas  y  el  humo  salían  á  raudales  de  sus  costados,  cubriendo 
la  línea  de  la  co3ta  de  uaa  niebla  espesa  que  se  podía  ver  á  la  distancia 
de  muchas  millas  desde  el  mar. 

Cuando  el  fuego  llegaba  á  los  pañoles,  donde  se  almacenaban  las 
municiones,  sonaban  explosiones  formidables,  y  nuestros  barcos  se 
hu adían  profundamente  en  la  playa,  donde  sus  cascos  se  destrozaban 
al  contacto  con  las  rocas  y  empujados  por  las  olas. 

El  contralmirante  Cervera  tocó  tierra  en  una  embarcación  enviada 
por  el  barco  americano  Glowcester  en  auxilio  de  los  tripulantes  del 
María  Teresa. 

Tan  pronto  como  Cervera  saltó  á  tierra,  se  rindió  al  teniente  Mor- 
ton  y  pidió  ser  conducido  á  bordo  del  Glowcester,  úaico  barco  ameri- 
cano que  estaba  allí  cerca. 

Cuando  llegó  á  la  escala  de  embarque  del  buque  yanqui,  acompa- 
ñado de  varios  oficiales,  entre  los  que  se  contaba  el  comandante  del  bu- 
que almirante,  fué  acogido  cortesmente  por  el  teniente  Wainwright, 
comandante  del  Glowcester. 

El  oficial  norteamericano  estrechóle  la  mano,  y  le  dijo: 
«—Yo  os  felicito,  señor,  por  el  valor  con  que  habéis  combatido,  va- 
lor tan  grande  como  jamás  S3  ha  visto  en  el  mar». 

*** 

Comunicada  á  Shafter  la  destrucción  de  la  escuadra  española,  dictó 
aquél  una  orden  general  para  hacer  conocer  el  suceso  á  las  fuerzas  de 
su  mando. 

Ddsde  ese  campamento,  con  la  autorización  de  Sampson,  dio  parte 
el  general  Cervera  al  general  Blanco  del  terrible  desastre. 

Dssde  que  se  supo  en  la  Habana  la  salida  de  la  escuadra  de  Cer- 


828 


vera  déla  bahía  de  Santiago  de  Cuba,  aumentó  de  modo  extraordinario 
la  espectacióa  pública. 

Los  detalles  que  ya  se  conocían  de  los  combates  librados  en  tierra 
habían  emocionado  á  la  opinión  de  tal  suerte,  que  toda  la  atención  de 
las  autoridades  superiores,  centros,  prensa  y  pueblo,  se  había  reconcen- 
trado en  los  sucesos  que  se  desarrollaban  á  las  puertas  de  la  capital  de 
Oriente. 

Respiró  la  opinión  al  conocer  las  primeras  noticias  sobre  la  salida 
de  los  barcos,  porque  se  creyó  que  habísn  logrado  romper  el  bloqueo 
los  cuatro  cruceros  y  que  navegaban  con  lumbo  á  la  Flabana,  donde  se 
les  esperaba  con  arfiedad  grande;  pero  el  día  4  por  la  mfñana  empe- 
zaron á  circular  los  primeros  tumores  del  desastre,  produciendo  alarma 
extraordiraria  en  todas  las  clases  sociales. 

Ya  á  la  caída  de  la  tarde  adquiíieron  confirmación  los  tristes  anun- 
cios, produciendo  la  deplorable  noticia  emoción  vivísima  en  todos  los 
contristados  ánimos  españoles. 

Al  recibir  el  capitán  general  el  parte  del  contralmirante  Cervera, 
experimentó  profunda  y  natural  emoción;  al  comunicarlo  á  las  perso- 
nas que  solicitaban  de  él  detalles,  procuró  revelar  una  gran  serenidad 
de  espíritu. 

Se  esparcieron  por  la  noche,  y  en  todos  los  hogares  se  produjo  un 
recogimiento  y  una  amargura  difícil  de  reflejar. 

Acostumbrados  allí  á  la  lucha  desesperada,  parecía  que  la  desgra- 
cia aumertase  la  vii  ilidsd;  pero  se  notaba  ansiedad  por  conocer  las  de- 
terminaciones del  general  en  jefe  y  gobernador  general,  y  saber  el  efec- 
to que  en  el  Gobierno  cential  y  en  la  Península  había  de  producir  la 
tremenda  catástrofe. 

El  general  BUnco  cambió  impresiones  con  las  autoridades,  y  tomó 
acuerdos  que  consideró  precisos  y  urgentes,  no  porque  lo  exigiera  un 
espíritu  público  abatido,  sino  pata  señalar  la  línea  de  conducta  en  tan 
graves  circunstancias. 


b 


829 


*  * 


Al  día  siguiente  desfilaron  por  el  palacio  de  la  Capitanía  general 
numerosas  comisiones  de  los  partidos  políticos,  institutos  armados,  cor- 
poraciones y  centros  y  personas  más  significadas,  para  expresar  al  re- 
presentante de  España,  en  frases  levantadas  y  patrióticas,  su  adhesión 
incondicional  y  su  resolución  de  combatir  hasta  el  último  trance. 

El  general  contestó  á  todos  en  términos  análogos  á  los  de  la  alocu- 
ción, que  mientras  esto  acontecía  en  el  palacio  de  la  Plaza  de  Armas 
repartíase  por  la  población  en  un  Suplemento  á  la  Gaceta  de  la  Ha- 
bana, cuyo  texto  era  el  siguiente: 

«Habitantes  de  la  isla  de  Cuba: 

No  siempre  al  valor  acompaña  la  fortuna. 

La  escuadra  española  mandada  por  el  contralmirante  Cervera  acaba  de  rea- 
lizar los  actos  de  heroísmo  más  grandes  quizás  de  los  que  se  registran  en  los  ana- 
les de  la  marina  en  el  presente  siglo:  combatiendo  contra  triplicadas  fuerzas,  ha 
sucumbido  gloriosamente  en  los  momentos  mismos  en  que  la  considerábamos  sal- 
vada del  peligro  que  la  amenazaba  dentro  del  puerto  de  Santiago  de  Cuba. 

El  golpe  es  muy  rudo;  pero  seria  impropio  de  pechos  españoles  desmayar  si- 
quiera ante  este  contratiempo,  por  grave  que  parezca.  Por  el  contrario,  debemos 
demostrar  al  mundo,  que  no  decae  nuestro  ánimo  ante  los  reveses,  y  que  tenemos 
alientos  para  mirar  tranquilos  las  adversidades  y  luchar  hasta  vencerlas. 

Fuerzas  nos  sobran  para  defender  nuestra  justa  causa  y  sacar  triunfante  nues- 
tro derecho,  si  unidos  todos  en  el  sagrado  amor  á  la  Patria,  la  consagramos  nues- 
tras vidas  y  haciendas. 

En  la  adversidad  se  acrisolan  las  virtudes  de  los  pueblos. 

Demos  pruebas  patentes  de  que  el  pueblo  español  las  atesora  todas,  y  firmes  y 
resueltos  ante  el  peligro,  confiemos  en  Dios  y  en  nuestro  derecho  para  dejar  incó- 
lumes el  honor  y  la  integridad  de  la  Patria. 

Asi  lo  espera,  dispuesto  á  vencer  ó  morir  á  vuestro  frente,  por  honia  de 
España  y  por  la  integridad  del  suelo  patrio,  vuestro  gobernadnr  general. — Ramón 
Blanco.* 


830 

Esta  alocución  produjo  excelente  efecto  en  la  capital,  y  el  pueblo 
sintióse  con  valerosa  resignación  ante  la  desgracia. 


*** 


La  tentativa  del  contralmirante  Cervera  de  escapar  del  puerto  de 
Santiago  y  de  salvar  sus  barcos  en  presencia  de  fuerzas  imponentes 
que  tenían  que  aniquilarlos,  fué  digna  de  las  más  valerosas  acciones 
que  puedan  contarse  en  la  historia  de  las  guerras  navales. 

El  general  Cervera  no  tenía  otra  alternativa  que  aventurarse  á  ser 
destruido  ó  rendirse  á  discreción. 

Y  luchó  sin  descanso,  aun  en  los  momentos  en  que  su  propio  barco 
almirante  estaba  incendiado,  presa  de  las  llamas  y  á  punto  de  hundirse 
en  el  mar. 

Los  americanos  vieron  á  los  españoles  inmediatamente  después  que 
éstos  salieron  del  puerto. 

Les  siguieron  durante  dos  horas  á  lo  largo  de  la  costa  hacia  el 
Oeste,  haciendo  llover  sobre  los  barcos  una  granizada  de  proyectiles, 
que  perforaban  los  cascos  de  acero,  abrían  profundas  y  extensas  vías 
de  agua  é  inundaban  de  sangre  el  puente  de  los  buques. 

En  momento  alguno  mostraron  los  españoles  voluntad  ó  deseo  de 
renunciar  al  combate. 

No  arriaron  nunca  la  bandera,  ni  aun  cuando  los  barcos  comenza- 
ban á  sumergirse,  ni  aun  cuando  las  espesas  nubes  de  humo  mostra- 
ban que  ardían  por  completo. 

Los  buques  de  la  escuadra  de  Cervera,  en  tal  estado,  se  dirigieron 
hacia  la  playa,  que  distaba  del  punto  del  combate  menos  de  una  milla; 
y  el  choque  violentísimo  contra  las  rocas,  completó  la  obra  de  destruc- 
ción de  las  granadas  de  Sampson. 


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831 

La  catástrofe  fué  completa.  Nuestra  mejor  escuadra,  presa  del  in- 
cendio y  acribillada  á  balazos  por  un  enemigo  de  quintuplicada  fuer- 
za, acabó  de  deshacerse  entre  los  bajos  de  la  costa  meridional  de 
Cuba. 

¿Debió  permanecer  en  el  puerto  donde  se  había  refugiado? 

¿Debió  intentar  á  viva  fuerza  la  salida? 

En  el  primer  caso,  hubiera  sido  destruida  ó  apresada  por  Shafter, 
hallándose,  como  se  hallaba,  incapacitada  para  una  vigorosa  resis- 
tencia. 

En  el  segundo,  corría  el  riesgo  de  sucumbir,  más  no  el  de  tener 
que  incorporarse,  rendida  y  prisionera,  á  las  flotas  americanas. 

Discuta  quien  quiera  esos  dos  aspectos  de  una  cuestión  tan  trági- 
camente concluida;  guardémonos  de  hacerlo  los  que  sabemos  que,  para 
los  defensores  de  España,  fueron  forzadas  é  ineludibles  todas  las  esta- 
ciones de  aquel  cruento  vía  criicis. 

Lo  sucedido  en  aguas  de  Santiago  de  Cuba,  como  lo  sucedido  an- 
teriormente en  la  bahía  de  Manila,  tenía  que  suceder. 

Allá  condujeron  á  nuestros  nobles  marinos  ajenas  torpezas  é  inve- 
terados descuidos.  Allá  los  llevó,  privándoles  de  la  libertad  de  acción 
y  de  los  recursos  indispensables,  la  mano  temblorosa  é  irresoluta  que 
desde  fines  de  Abril  anterior  presidía  el  curso  de  la  guerra. 

No  era  posible  otro  desenlace. 

—¡Se  ha  salvado  el  honor!— exclamaban  algunos  de  esos,  cuyo  eí- 
píritu  posee  el  envidiable  don  de  encontrar  para  cada  dolor  su  con- 
suelo. 

Nunca  imaginó  nadie  que  el  honor  nacional  pudiese  estar  compro- 
metido en  manos  de  los  soldados  y  marinos  españoles. 

Algo  más  había  que  salvar,  y  fuéramos  bien  menguados,  si  no 
nos  extremeciésemos  de  pena  é  indignación  al  contemplar  lo  per- 
dido. 


832 

En  aquel  horrible  desastre,  los  únicos  que  tuvieron  toda  la  razón 
fueron  los  muertos. 

¡Dichosos  los  que,  antes  de  sucumbir,  entendieron  que  su  sacrificio 
iba  á  ser  útil  á  Españal 

¡Dichosos  también  los  que,  sin  esa  sublime  ilusión,  dejaron  la  vida, 
pues  al  menos  no  sienten  hoy  nuestras  presentes  angustias! 


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Blanco  105 


CAPÍTULO   XX 


LaB  consecuencias  del  desastre. — Capitulación  de   Santiago  de   Cuba. — El  parte   oficial. 

¡Consumattim  est! — La  entrega  de  la  plaza. — 22780  prisioneros. — Proclama  del  general 

Blanco. — Negociaciones  de  paz  y  armisticio. — El  Protocolo. — La  Comisión  de  París. 

Tratado  definitiTO  de  paz. — Modificación  del  protocolo. — Triste  desenlace. — El  despre- 
cio á  España.— Paz  humillante  y  desastrosa. — Egoismo  de  nuestros  gobernantes. — 
¡¡Viva  España!! 


.ESPUÉs  del  desastre  de  la  escuadra  de  Cervera,  estaba 
y         prevista  y  descontada  por  la  opinión  la  rendición 
de  la  plaza  de  Santiago  de  Cuba. 

A  última  hora  de  la  tarde  del  i6,  se  facilitó  á  la 
'f^Ji^  prensa  por  el  Gobierno  el  siguiente  parte  oficial  sobre  la  capi- 
i^iir   tulación  de  Santiago: 

mfmt  ^Habana  17. — Capitán  general  á  ministro  Guerra: 

^'j^  Comunico  V.  E.  telegrama  original  del  general  Toral,  que 

dice  asi: 

«Firmada  hoy  capitulación,  comprendiendo  fuerza  y  material  gue- 
rra división  Cuba,  comprometiéndose  Estados  Unidos  transportar  á  Es- 
paña brevedad  posible  tropas,  que  embarcarán  puertos  inmediatos  ó 
guarniciones  que  ocupan. 

Oficiales  llevarán  armamento,  y  ellos  y  tropa  objetos  propiedad 
particular,  archivos  y  documentación  militar. 

Voluntarios  y  movilizados  que  quieran  continuar  isla,    quedarán 


835 

entregando  armas  y  dando  palabra  no  tomarlas  contra  Estados  Unidos 
en  actual  guerra. 

Fuerzas  españolas  saldrán  de  Santiago  con  todos  los  honores  gue- 
rra, depositando  después  sus  armas  en  lugar  designado  de  acuerdo  mu- 
tuo para  esperar  la  disposición  que  haga  de  ellas  gobierno  Estadss  Uni- 
dos, bien  entendido  que  los  comisionados  americanos  recomendarán 
que  el  soldado  español  vuelva  á  España  con  el  arma  que  valientemente 
ba  defendido. 

La  marina  sigue  la  misma  suerte  que  el  ejército. 

En  virtud  anterior  capitulación,  mañana  domingo,  nueve  mañana, 
saldrán  tropas  á  acampar  fuera  población,  y  americanos  haránse  entre- 
ga material  guerra —Tora/.» 

Lo  participo  á  V.  E.,  con  el  sentimiento  natural,  para  su  conoci- 
miento, rogando  instrucciones  para  ajustar  mi  conducta  en  armonía  con 
las  que  reciba  de  V.  E.,  contestando  á  mis  anteriores  telegramas, — 
Blanco  » 

Renunciamos  á  comentarla  rendición  y  entrega  de  la  plsza  de  San- 
tiago de  Cuba. 

Después  de  todo,  ¿á  qué  renegar  una  vez  más  de  la  apatía,  la  inep- 
titud y  la  duplicidad  del  Gobierno? 

Harto  notorio  es  que  en  él  se  resumió  la  culpa  y  las  responsabilida- 
des íntegras  de  lo  que  ocurrió. 

¡  Consuma  tum  p.st! 

Al  reseñar  el  desastre  de  nuestra  escuadra,  hemos  dicho  que  los 

muertos  fueron  los  únicos  que  tenian  la  razón  de  su  parte,  y  añadi- 
mos:—  ¡Felices  ellosl 

Si.  Felices  los  ViJJaamil,  los  Lszaga,  la  heroica  familia  de  los  Vara 

de  Rey  y  los  centenares  de  soldados  y  marinos   que   perecieron  en   el 

combate. 

Cayeron  llenos  de  fe  patriótica  y  se  libraron  de  presenciar  y  sent-!r 

las  actuales  tristezas. 


8;jG 

No  deploramos  tampoco  la  destrucción  del  María  Teresa,  del 
Oquendo,  del  Vizcaya  y  del  Colón.  Si  acribillados  é  incendiados  en 
desigual  batalla  »o  hubieran  acabado  de  deshacerse  entre  los  bajos  de 
la  coíta  oriental  de  Cuba,  se  hallarían  a  la  hora  presente  en  poder  del 
sobsrbio  enemigo,  y  ostentarían  en  sus  palos,  ló  mismo  que  la  plaza  en 
sus  fuertes,  la  bandera  de  las  estrellas  y  las  barras. 


» 
*  * 


He  f  quí  en  que  fotma  se  verificó  la  entrega  de  la  plaza  de  Santiago 
de  Cuba  al  general  en  jefe  del  ejército  invasor. 

El  día  17,  á  las  nueve  de  la  mañana,  el  general  Toral  y  su  Estado 
mayor  «alió  de  la  plr za,  acompañados  por  una  escolta  de  un  centenar 
de  soldados  escogidos  y  algunos  cornetas,  mientras  el  general  Shafter 
con  los  jefes  de  las  divisiones  y  brigadas  y  los  Estados  mayores,  escol- 
tados por  fuerzas  de  caballería,  avanzaba  desde  su  campamento  y  se  di- 
rigían al  encuentro  de  aquéllos. 

Después  de  cambiarse  los  saludos,  el  general  Toral  entregó  su  es- 
pada al  general  Shafter,  quien  se  la  devolvió  inmediatamente. 

Las  tropas  americanas,  formadas  en  línea  delante  de  sus  trinche- 
ras, asistieron  á  la  ceremonia. 

Los  generales  Shafter  y  Tora!,  seguidos  de  sus  respectivas  escol- 
tas, se  dirigieron  inmediatamente  hacia  la  ciudad,  recorriendo  á  caba- 
llo la  población  para  la  toma  de  posesión  oficial,  que  se  verificó  luego 
en  el  palacio  del  Gobernador,  donde  fué  izado  al  medio  día  el  pabellón 
norteamericano  en  presencia  de  diez  mil  personas. 

Terminado  el  acto,  el  general  Shafter  regresó  á  su  campamento, 
dejando  en  la  ciudad  al  Ayuntamiento  existente,  bajo  la  intervención 


837 

del  general Mac-Kibben,  nombrado  provisionalmente  gobernador  mili- 
tar de  Santiago. 

Djs  regimientos  de  infantería  yanqui  quedaron  en  la  ciudad  para 
mantener  el  orden. 

Las  tropas  españolas  evacuaron  inmediatamente  después  la  plaza, 
quedando  acampadas  fuera  de  las  líneas  americanas,  donde  permanece- 
rían hasta  su  embarque  para  España. 

Por  virtud  de  la  capitulación  de  Santiago,  aceptada  y  firmada  por 
el  general  Toral,  quedaron  prisioneros  de  los  yanquis  22.780  hombres. 

Al  tener  conocimiento  oficial  el  general  Blanco  de  la  rendición  y 
entrega  de  la  plaza  de  Santiago,  publicó  la  siguiente  proclama: 

«Habitantes  de  la  isla  de  Cuba  y  soldados  españoles: 

Después  de  una  defensa  heroica  de  tres  meses  y  da  varias  batallas  sangrientas, 
la  falta  de  municiones  y  de  víveres  ha  obligado  á  la  ciudad  de  Santiago  á  capitular 
en  condiciones    honrosas  y  con  todos  los  honores  de  la  guerra. 

La  ocupación  de  Santiago  por  los  americanos  carece  deimportancia  estratégi- 
ca, porque  el  puerto  estaba  bloqueado  hace  tiempo  por  los  barcos  americanos. 

La  ocupación  no  tendrá,  pues,  ninguna  influencia  en  ia  futura  campaña  que 
decidirá  de  la  suerte  de  España. 

El  ejército  español  está  intacto  y  ávido  de  gloria,  deseando  medir  sus  armas  con 
los  americanos. 

Al  ejército  es  al  que  el  rey,  el  gobierno  y  el  país  con'ían  la  misión  de  defender 
á  todo  trance  la  integridad  del  territorio  patrio  y  su  bandera  sin  mancha,  y  el  ejér- 
cito saldrá  victorioso  á  pesar  de  todos  los  peligros  y  obstáculos,  demostrando  una 
vez  más  el  carácter  indomable  español  y  el  genio  militar  de  nuestro  pueblo. 

Esta  es  la  esperanza  de  vui'stro  general. — Ramón  Blanco. t> 


* 
*    * 


La  destrucción  y  pérdida  total  de  la  escuadra  de  Cervera,  y  la  capi- 
tulación de  la  ciudad  de  Santiago  de  Cuba  y   rendición  de  las  fuerzas 


838 

que  constituían  la  división  de  nuestro  ejército  de  ocupación  en  el  de- 
partamento oriental,  unido  á  la  amenaza  del  gobierno  norteamericano 
de  enviar  á  España  la  escuadra  que  mandaba  el  comodoro  Watson  á 
bombardear  las  costas  de  nuestro  litoral,  determinaron  á  nuestro  go- 
bierno á  entablar  con  el  de  Washington  negociaciones  de  paz,  bajo  la 
base  de  un  armisticio  entre  los  dos  ejércitos  beligerantes. 

Triste  recuerdo  de  sus  desventuras  quedó  á  España  del  Consejo  de 
ministros  celebrado  el  día  7  de  Agosto  de  1898. 

En  él  se  discutió  y  aprobó  la  contestación  á  Mr.  Mac  Kmley,  por 
la  cual  fueron  aceptadas  en  conjunto  las  onerosas  condiciones  impues- 
tas por  los  Estados  Unidos. 

Señaló,  por  tanto,  el  día  citado  una  profunda  modificación  en  la 
historia  de  España,  á  la  cual  asistió  la  nación,  con  quien  no  se  había 
contado,  reducida  á  la  inmovilidad  y  al  silencio  por  obra  de  sus  gober- 
nantes, á  la  elucidación  de  sus  futuros  destinos. 

El  gobierno  español  acordó  autorizar  é  Mr.  Camben,  embfjadorde 
Francia  en  Washington,  para  que  firmase  el  protocole,  en  nombre  y  re- 
presentación de  España. 

A  la  firma  del  protocolo  debía  seguir  inmediatamente  la  suspensión 
de  hostilidades.  Este  fué  el  único  aspecto  halagüeño  de  una  solución, 
que  tuvo  tantos  otros  amargos  y  sombríos. 

Sabíamos  lo  que  nos  esperaba,  y  veíamos  acercarse  el  desenlace 
llenos  de  creciente  angustia. 

Con  pena  todavía  mayor  supimos  por  el  cable  que  la  amputación 
quedó  consumada  el  12  de  Agosto,  y  no  sentimos,  sin  embargo,  toda 
la  violencia  del  golpe,  toda  la  magnitud  del  desastre  y  todo  el  dolor 
déla  herida,  hasta  después  dfi  leído  el  texto  oficial  del  protocolo,  que 

decía  asi:  • 

«Su  excelencia  Mr.  Cambon,  embajador  extraordinario  y  plenipo 
tenciario  de  la  República  francesa  en  Washington,  y  William  R.  Day, 


839 

secretario  de  Estado  de  los  Estados  Uaidos,  habiendo  recibido,  respsc- 
tivamente,  al  efecto,  plenos  poleres  del  Gobierno  de  España  y  dsl  go- 
bierno de  los  Estados  Unidos,  han  formulado  y  firmado  los  artículos  si- 
guientes, que  precisan  los  términos  en  que  ambos  gobiernos  se  han  pues- 
to de  acuerdo,  relativamente  á  las  cuestiones  abajo  designadas,  que  tie- 
nen por  objeto  el  establecimiento  de  la  paz  entre  los  dos  países,  á  saber: 

Artículo  i.°  España  renunciará  á  toda  pretensión  á  su  soberanía  y 
á  todos  sus  derechos  sobre  la  isla  de  Caba. 

Art.  2.°  España  cederá  á  los  Estados  Unidos  la  isla  de  Puerto  Rico 
y  las  demás  islas  que  actualmente  se  encuentran  bajo  la  soberanía  de 
España  en  las  Indias  Oxidentales,  así  como  una  isla  en  Las  Ladrones, 
que  será  escogida  por  los  Estados  Unidos. 

An.  3  °  Los  Estados  Unidos  ocuparán  y  conservarán  la  ciudad, 
la  bahía  y  cJ  puerto  de  Manila,  en  espera  de  la  conclusión  de  ua  Trata- 
do de  paz  que  deberá  determinar  la  intervención  {contró'e),  la  disposi- 
ción y  el  gobierno  de  Filipinas. 

Art.  4  "  España  evacuará  inmediatamente  Cuba,  Puerto  Rico  y  las 
demás  islas  que  sa  encuentran  actualmente  bajo  la  soberanía  de  España 
en  las  Indias  occidentales;  con  este  objeto  cada  uno  de  los  dos  Gobier- 
nos nombrará  comisarios  en  los  diez  días  que  seguirán  á  la  firma  de  este 
protocolo,  y  los  comisarios  así  nombrados  deberán  en  los  treinta  días 
que  seguirán  á  la  firma  de  este  protocolo  encontrarse  en  la  Habana,  á 
fin  de  convenir  y  ejecutar  los  detalles  de  la  evacuación  ya  mencionada 
de  Cuba  y  de  las  islas  españolas  adyacentes;  y  cada  uno  de  los  dos  Go- 
biernos nombrará  igualmente  en  los  ditz  días  siguientes  al  de  la  firma 
de  este  protocolo  otros  comisarios  que  deberán,  en  los  treinta  días  que 
seguirán  á  la  firma  de  este  protocolo,  encontrarse  en  San  Juan  de  Puer- 
to Rico,  á  fin  de  convenir  los  detalles  de  la  evacuación  de  San  Juan  de 
Puerto  Rico  y  de  las  demás  islas  que  se  encuentran  actualmente  bajo  la 
soberanía  de  España  en  las  Indias  occidentales. 


840 

Art.  5°  E<^paña  y  los  Estados  Unidos  nombrarán,  para  tratar  de 
la  paz,  cinco  comisarios  á  lo  más  por  cada  país;  los  comisarios  así  nom- 
brados deberán  encontrarse  en  París  el  i.°  de  Octubre  de  1898  lo  más 
tarde,  y  preceder  á  la  negociación  y  á  la  conclusión  de  un  Tratado  de 
paz;  ese  Tratado  quedará  sujeto  á  ratificación,  con  arreglo  á  las  formas 
constitucionales  de  cada  uno  de  ambos  países. 

Art.  6.°  Una  vez  terminado  y  firmado  este  protocolo,  deberán 
suependerse  las  hostilidades  en  los  dos  psíses;  á  este  efecto  se  deberán 
dar  órdenes  por  cada  uno  de  los  dos  Gobiernos  á  los  jefes  de  sus  fuerzas 
de  mar  y  tierra  tan  pronto  como  sea  posible. 

Hecho  en  Washington,  por  duplicado,  en  francés  é  inglés,  por  los 
infrascritos,  que  ponen  al  pie  su  firmí  y  sello  el  doce  de  Agosto  de  mil 
ochocientos  noventa  y  echo.» 


* 
♦  * 


Quien  sea  español  de  veras,  seguramente  experimentaría  y  habrá 
experimentado  aún  como  nosotros,  después  de  la  lectura  del  preinserto 
documento,  esa  impresión  del  vacío  material  y  espiritual  que  sufre  el 
que  pierde  un  miembro  de  su  cuerpo  ó  una  persona  muy  amada  de  su 
familia. 

Encomendada  la  operación  quiíúrgica  á  los  comisarios  designados 
por  los  respectivos  gobiernos  de  Washington  y  Madrid,  presididos  ios 
norteamericanos  por  Mr.  Day  y  los  españoles  por  el  señor  Montero 
Ríos,  tras  dos  meses  y  medio  de  consultas  y  disquisiciones,  pusieron 
término  á  tan  ardua  como  estéril  tarea,  dejando  definitivamente  consu- 
mada la  obra  fatal  para  España,  en  la  noche  del  10  de  Diciembre. 

A  las  ocho  y  media  de  la  noche  del  10  de  Diciembre  de  1898,  se 
firmó  el  tratado  definitivo  de  paz  entre  España  y  los  Estados  Unidos. 


841 

Por  virtud  de  ese  defiaitivo  tratado,  fué  modificado  el  articulo  2.' 
del  Protocolo,  en  los  térmiaos  siguientes: 

«Art.  3.°  España  cede  á  los  Estados  Unidos  el  Archipiélago  conocido  por  ef 
nombre  de  islas  Filipinas  y  que  comprende  todas  las  islas  situadas  entre  las  líneas 
que  tienen  los  siguientes  puntos  de  partida  y  término: 

»Va  una  línea  de  Occidente  á  Oriente,  cerca  del  paralelo  vigésimo  segundo  de 


JEFE   DE   GUERRILLAS   DEL    EJÉRCITO 


latitud  Norte,  cruzando  el  centro  del  canal  navegable  de  Bachi,  desde  el  grado 
118  al  127  de  longitud  oriental  de  Greenwich.  Otra  desde  el  127  grado  de  longitud 
del  meridiano  Oeste  de  Greenwich  al  paralelo  4°45'  de  latitud  Norte;  sigue  otra  en 
«1  paralelo  de  los  4°45'  hasta  suíiitersección  con  el  meridiano  de  longitud  UQ^JS' 
Este  de  Greenwich. 

Blanco  106 


842 

«Parte  otra  de  este  último  punto  al  paralelo  de  latitud  7°4ü"  Norte;  sigue  lue- 
go hasta  la  intersección  del  grado  lo  del  paralelo  latitud  Norte  con  el  grado  Il8 
del  meridiano  de  longitud  Este  de  Greenwich;  cierra  el  marco  de  la  zona  compren- 
dida en  la  cesión,  la  linea  que  vá  desde  el  grade  1 18,  antes  indicado,  hasta  el  punto 
de  partida  de  la  primera  línea  de  las  indicadas  en  esta  cláusula. 

«Los  Estados  Unidos  pagarán  á  España  la  suma  de  veinte  millones  de  dollars 
dentro  de  los  tres  meses  siguientes  al  cambio  de  ratificación  de  este  Tratado.» 

Nada  mas  triste  que  el  desenlace:  pero  desde  el  principio  sabían 
cuantos  discurren  á  derechas  que  no  podía  ser  otro. 

Dudamos  deque  en  ese  punto  se  forjaran  ilusiones  los  comisiona- 
dos: estamos  seguros  de  que  no  se  las  hizo  jamás  el  Gobierno. 

Incapacitados  como  nos  hallábamos  para  reanudar  la  lucha,  á  nadie 
se  ocultaba  que  htbna  que  pasar  por  todo  lo  que  quisiesen  los  ven- 
cedores. 

Teníamos  puesto  en  la  garganta  el  pie  de  un  vencedor  tan  descor- 
tés como  ambicioso  é  ioaprensivo,  y  nos  importó  por  dos  razones  ele- 
mentales suprimir  las  frases  gruesas  y  los  apostrofes  iracundos.  Prime- 
ramente porque  no  podíamos  hacerlos  buenos  con  Ja  espada;  y  en  se- 
gundo lugar,  porque  de  ello  hubieran  sacado  nuestros  enemigos  el 
pretexto  que  buscaban  para  inferirnos  mayores  vejámenes  y  para  some- 
tamos acaso  á  más  rudas  mutilaciones. 

Planteado  en  terreno  tan  falso  el  litigio,  alargar  los  debates  de  la 
Comisión  equivaliera  á  prepararse  humillaciones  nuevas. 

Tal  sucedió.  En  vano  los  buenos  patriotas,  auxiliados  por  una 
mala  retórica,  trataron  de  buscar  alguna  compensación,  demostrando 
que  había  sido  pisoteado  el  derecho  de  gentes.  Lo  que  primero  se  vio 
ea  la  conducta  de  los  Estados  Unidos,  lué  el  desprecio  á  España. 

Debióse  al  egoísmo  de  nuestros  gobernantas  ese  último  golpe  aser- 
tado contra  el  león  enfermo. 

Aconsejaba  el  sentido  común  y  el  interés  nacional  que  se  abrevia- 
s.;  la  deliberación,  reduciéndola  á  una  docena  de  días,  y  duró  dos  meses 


843 

y  medio,  sin  otro  objeto  positivo  que  el  de  prorrogar  la  existencia  mi 
nisterial  del  gobierno  fusionista. 

Desastrosa  y  humillante  fué  la  paz;  pero  gracias  á  ella,  quedó  li- 
bre España  para  consagrarse  al  remedio  de  las  desdichas  interiores. 

De  nuestra  gloriosa  nacionalidad  no  sobrevivió  más  que  el  alma,  y 
era  urgente  é  indispensable  proporcionar  á  ese  alma,  en  el  menor  pla- 
zo posible,  casa  y  cuerpo. 

Lo  único  que  con  venia  á  España  vencida,  era  sobrellevar  la  derro- 
ta con  el  fiero  estoicismo  y  con  la  decorosa  reserva  de  los  antepasados^ 
coincidiendo  en  un  esfuerzo  supremo  la  voluntad  nacional,  y  congre- 
gándonos todos  en  torno  de  la  santa  bandera  de  la  Patria,  para  reedifi- 
car la  casa  que  había  sepultado  á  nuestros  hijos  más  queridos  bajo  sus 
escombros,  al  grito  de  ¡¡Viva  EspañaII 


Epílogo    triste 


'uvo  fin  el  año  terrible,  y  nuestros  ojos  pubieron  abar- 
car en  su  plenitud  la  inmensidad  del  desastre.   Se  aca- 
bó el  año,  casi  se  acaba  el  siglo,  y  con  él  todo  nuestro 
imperio  colonial  se  desvanecía;   diríase  que  hasta  la 
misma  patria  española  iba  á  desaparecer  en   el  seno  de  la 
catástrofe. 

El  día  1°  del  nuevo  año  de  1899  cesó  de  hecho  y  de  de- 
recho en  el  Archipiélago  filipino  la  soberanía  española,  y  se 
arrió  en  toda  la  isla  de  Cuba,  como  antes  se  había  arriado  en 
la  de  Puerto  Rico,  la  bandera  de  la  patria. 

Inmensa  fué  la  desgracia,  y  sún  lo  parecía  más,  porque  era  igual 
el  sonrojo. 

Prueba  de  ello,  lo  que  sucedió  al  efectuarse  el  cambio  de  dominio. 
Quedaban  en  Filipinas  doce  mil  prisioneros  españoles  y  fuerzas  de 
nuestro  ejército,  respecto  de  cuyo  número  nadie  tenía  noticias  exactas. 
Y  quedaban  en  Cuba  cuarenta  mil  soldados,  contra  quienes,  aban- 
donados á  sí  mismos,  se  ejercería  la  mala  voluntad  de  los  americanos  y 
el  odio  inextinguible  de  los  insurrectos. 


845 

Luego  resultó  que  pasaban  de  cuarenta  mil.  El  mismo  Gobierno, 
al  conocer  á  última  hora  la  cifra,  experimentó  vivísima  sorpresa. 

Ignoraba,  por  consiguiente,  el  número  y  el  estado  de  nuestras  tro- 
pas en  la  grande  Antilla,  y  no  fué  de  extrañar  que  más  tarde  recibiera 
otros  datos  &ún  más  desconsoladores. 

Hubo  mucho  de  trágico  en  nuestra  caída  y  en  nuestra  derrota:  no 


MESETA    DE   LA   LOMA    SAN   JUAN    (Cuba) 


hubo  más  que  vergüenza  en  ese  olvido  de  doce  mil  prisioneros  y  en 
ese  abandono  de  más  de  cuarenta  mil  soldados. 

No  se  alegue  que  ocurrió  lo  que  ocurrió  por  falta  de  medios  mate- 
riales, ni  que  era  deshonroso,  para  aceptar  el  transporte  de  esos  setenta 
mil  españoles,  el  concurso  de  nuestros  enemigos.  Lo  deshonroso  fué 
dejar  en  los  territorios  de  que  se  nos  había  despojado  millares  de  her- 
manos é  hijos  nuestros,  los  cuales,  antes  de  volver,  si  volvían,  á  la  pa- 

Blanco  107 


846 

tria,   habrían   de  sufrir    corporal   y    moralmente   atroces  amarguras. 

Ya  para  lo  que  faltaba,  debieran  haber  sido  I<?gicos  consigo  mis 
mos  y  exigir  la  recompensa  que,  á  no  dudarlo,  les  correspondía  por 
habernos  librado  del  peso  inútil  de  las  dos  Antillas  y  les  Filipinas,  del 
cuidada  de  administrar  cuatro  mil  millones  de  pesetas,  y  de  la  dificul- 
tad de  alimentar  á  doscientos  mil  jóvenes,  para  los  cuales  no  había  pan 
suficiente  en  los  hogares,  ni  ocupación  bastante  en  los  campos,  las  fá 
bricas  y  talleres. 

Sin  ese  criminal  abandono,  sin  ese  vergonzoso  olvido,  nos  hubié- 
ramos ahorrado  el  triste  y  doloroso  espectáculo  de  ver  arribar  sema- 
nalmente  á  nuestros  puertos,  esos  buques  fantasmas,  cargados  de  mo- 
ribundos, ante  los  cuales  no  hubo  conciencia  que  se  sintiera  tranquila. 

Afrentoso  fué  el  estigma  que  en  la  frente  de  la  nación  puso  el  año 

1899,  al  inaugurarse. 

Pocas  esperanzas  nos  quedaron;  pero  subsistía  inquebrantable  la 
de  que  el  país,  comprendiendo  la  suerte  que  le  aguardaba,  encontraría 
energías  para  echar  de  su  lado  á  los  causantes  del  desastre  y  de  su 
ruina,  y  para  redimirse  por  sí  mismo,  en  vez  de  fiarlo  todo  á  un  Me- 
sías, del  cual  nada  dicen  los  hechos  ni  las  Escrituras. 

España  abrigaba  la  consoladora  esperanza,  sentía  la  perentoria  ne- 
cesidad, de  conseguir  en  breve  plazo  su  completa  regeneración. 


FIN 


índice 

DE     LOS 

sucesos  narrados  y  comprendidos  en  el  tomo  VI 
CUBA     AUTÓNOMA 


SUMHI^I  O 


Páffinas 


Capítulo    I.— Simpatías  de  la  opinión. —  Vidanaeva. — La  selección.  -  Lo  prin- 
cipal y  lo   accesorio. — La   situación  de  Cuba. — Despedida 

del  general  Blanco. — Buena  esperanza 5  á     16 

Cap.  n. — A  bordo  del  Alfonso  XIII. — Declaraciones  del  general  Blanco. 

— El  programn  del  Gobierno. — lostrucciones  al  nuevo  go- 
bernador general  de  Cuba. — La  labor  de  los  intransigentes. 
— Temores  y  comentarios. — La  opinión  liberal. — El  Diario 
de  la  Marina. — La  actitud  de  los  derechistas. — Estado  de 
la  guerra. — Noticias  tristes. — Organizando  otra  manifesta- 
ción en  favor  del  general  Weyler. — Proclama  de  la  comisión 
organizadora. — Los    trabajos  de  la  comisión. — La  actitud 

del  general  Wejler 17  á     27 

Cap.  III. — Solución  única. — Los  rebeldes  á  las  puertas   de   la   Habana. — 

Reñido  combate  en  La  Chorrera — Muerte  del  general 
Adolfo  Castillo. — Su  importancia. — Extraña  resolución  del 
general  Weyler. — Embarque  inesperado. — Autoridades  in- 
terinas.— La  manifestación  de  despedida. — En  el  palacio  de 
la  Capitanía  general. — Discursos  cambiados. — Al  Montse- 
rrat.— Esperando  al  general  Blanco. — Noticias  oficiales. — 

Comentarios :,'8  á     41 

Cap.  IV. — Llegada  del  general  Blanco. — Weyler  á  bordo  del  Alfonso  XIII 
— Conferencia  de  los  dos  generales. — El  desembarco  del 
marqués  de  Peña  Plata. — Entusiasta  acogida  del  pueblo 
cubano. — Alocución  del  nuevo  capitán  general  de  Cuba  á 
los  habitantes  de  la  isla. — Las  primeras  impresiones  del  ge- 
neral Blanco. — Influencia  benéfica  de  las  reformas  en  el 
campo  insurrecto. — Impresiones  de  los  presentados. — Pre- 
texto inutilizado. — Una  carta  de  Máximo  Gómez. — La  opi- 
nión de  los  laborantes  separatistas. — Declaraciones  del  ge- 
neral Blanco. — Esperanzas 42  á     53 

Cap.  V. — L  1  acción  moral. — Esperando    en   calma. — Información    acerca 

del  verdadero  estado  de  la  rebelión  en  las  provincias  oficial- 
mente pacificadas. — La  provincia  de  Pinar  del  Río. — Gra- 


848 


Páírinaa 


ves  noticias. — Blanco  y  "Wevler. — Desdichas  y  errores. — 
Cambio  de  situación. — Circular  al  ejército. — ¡Adelante! — 
Por  mejor  camino. — Dos  desengaños. — Un  voto  y  un  deseo.         54  á     64 

Cap.  VI. — Cambio  de  situación. — Reconstitución  de  la  guerra. --Reorgani- 
zación del  ejército  en  operaciones. — Distribución  de  man- 
dos.— Detalles  del  combate  de  lomas  del  Purgatorio. — Pre- 
pósitos del  general  Blanco. — Aspecto  militar  de  la  campa- 
ña.— Confianza  en  las  nuevas  autoridades. — Varias  circu- 
lares.— Indulto  de  Quesada. — La  rebaja  de  víveres. — 
Dolorosas  revelaciones. — Necesidad  de  un  ejemplar  escar- 
miento          66  á     77 

Cap.  VII. — Estado  de  la  guerra  en  el  Occidente  de  la  isla. — La  pacificacióu 
del  general  Weyler. — Bnen  indicio. — ^üii  bando  sobre  la 
zafra. — Importantes  circulares. — Batida  de  partidas  rebel- 
des en  la  provincia  de  la  Habana. — Actividad  de  las  colum- 
nas en  operaciones. — La  elocuencia  de  los  hechos.  —  La  in- 
surrección en  Pinar. — Reconocimientos  y  rudos  combates 
en  las  lomas. — El  enemigo  atrincherado.  -Victoria  san- 
grienta.— Bajas  sensibles. — Comentarios. — Lo  que  dijo 
Weyler  y  lo  que  dijeron  los  hechos.  —La  Historia   hablará.         78  á     88 

OaP.  VIII  — El  sistema  de  la  pacitioación  del  general  Weyler. — Rasgáronse 
las  tinieblas. — En  San  Juan  de  las  Yeras  —Ataque  y  rudo 
combate. — La  columna  de  auxilio. — Criminales  atentados 
por  la  dinamita. — Voladura  de  trenes. — Desastrosos  efec- 
tos.— 10  toldados  muertos  y  25  heridos. — Tren  de  auxilio. 
— Combates  en  Oriente. — Evidente  y  palmaria  discordan- 
cia entre  los  hechos  y  las  palabras  del  general  Weyler. — Su 
alocución  de  despedida  á  los  habitantes  de  Cuba. — En  fa- 
vor de  los  reconcentrados. — Disposiciones  convenientes  y 
plftu.,ible8 89  á  101 

Cap.  IX. — Pasividad   y  expectación. — Error  y  falsa  especii-.  -Ficción  y 

convencionalismo. — ¿Se  moverá?  -El  cuerpo  de  voluntarios 
de  la  Habana. — Libertad  de  los  piratas  de  la  Competitor. 
— Importantes  operaciones  en  Pinar  del  Río. — Eitado  de  la 
rebelión  en  esta  provincia. — Lhs  bajas  de  una  decena. — Re- 
producción de  la  campaña  de  dei^trucción, —  Las  órdenes  del 
generalísimo. — .Actitud  intransigente  de  .Máximo  Gíinez. — 
La  zafra. — Triste  consideración. — Duda  y  temor.  .     .       102  á  112 

Cap.  X. — Situación  de  Cuba. — La  política. — Quejas  y  temores  de  los  au- 

tonomistas y  constitucionales. — Discusiones. — La  Asamblea 
de  Diciembre. — Preocupación  de  la  masa  neutra  del  país. 
— Peligros  del  período  constituyente  — Desolación  y  ruina 
de  Caba. — Sufrimientos  de  los  soldados. — TrMte  realidad. 
— Actitud  de  los  rebeldes. — Sus  amenazas. — Impunidad  de 
que  habían  gozado. — La  obra  del  general  Blanco. — La  ex- 
cursión militar  del  general  Parrado. — Combate  en  el  potre- 
ro «Cocoat>. — La  pre^ientación  de  los  cabecillas   hermanos 


849 

Pág-inas 

Cuervo  j'  8U  partida. —  Xtaque   á  Santa  María  del  Rosario. 

— Golpe  de  audacia. — Los  reconcentrados 114  á  123 

Cap.  XI. — Nuevo  régimen. — El  preámbulo. — Confesión  deshonrosa. — EL 

Beal  decreto. — Impresión  en.  la  Habana. — La  opinión. — Fa- 
vorable reacción  y  regocijo. — La  Constitución  antillana. — 
Trascendental  evolución. — Etapa  definitiva. — Sin  pretexto 
ja. — La  conquista  del  gobierno  liberal. — El  mayor  progre- 
so político  de  nuestro  siglo. — Por  la  justicia  y  por  la  paz.        124  á  13  5 

Cap.  XII.  —La  guerra  y  la  política. — Efecto  en  la  opinión. — Júbilo  en  la 
Habana.  — Aplauso  al  Gobierno. — La  paz  asegurada. — 
Efecto  de  la  autonomía  entre  los  cubanos  emigrados. — Un 
bando  de  Máximo  Gómez. — Operaciones  combinadas  contra 
el  geiíeralUimo . — De  Sancti  Spíritus  á  Arroyo  Blanco. — 
Hacia  Reforma. — El  nuevo  régimen 136  á   146 

Cap,  XIII. — Por  la  paz. — Lo  que  es  la  guerra. — La  voz  de  la  opinión. — 
El  estado  del  i-jéroito. — Los  que  fueron  y  los  que  quedaban 
— 200.000  ^;  53.000. — Herencia  del  general  Blanco. — 
Todo  modificado. — Detalles  varios 147  á  162 

Cap.  XIV. — Foco    principal. — Inútiles    advertencias. — El    departamento 

Oriental  y  el  Camagüey. — Error  fundamental. — Marcha 
general  de  la  insurrección. — Operación  combinada  en  las 
lomas  de  Pinar  del  Río. — La  división  del  general  Bernal. 
— En  las  lomas  del  Cuzco.  —  Resultado  feliz  de  la  impor- 
tante operación. — Nuestras  bajas.  —  El  bravo  soldado  Flo- 
rentino Vega. — Cien  bajas  del  enemigo. — Las  operaciones 
contra  el  c/eneralísiino. — La  expedición  del  general  Pando. 
— ¡Triste  herencia! — El  plan  ds  campaña  del  general  Pando.        163  á  176 

Cap.  XV. — Vent<jas  evidentes. — Estado  de  la  provincia  de  Pinar  del  Río. 
— Cifras  tristísimas.  —  Efectos  de  la  miseria. — Por  la  paz. 
— Siembras  y  tabaco. — El .  ganado. — Número  de  enemigos. 
— Su  organización. — Su  armamento  — Contingente  del  ejér- 
cito.— Disminuciones.  — Impresiones  desagradables. — La 
guerra  en  Oriente. — Período  interesantísimo. — Batida  en 
Sancti  Spíritus. — La  zafra. — La  cuestión  monetaria. — Com- 
bate en  Oriente. —  Convoy  á  Bayamo.  — Rumore?.  —  Expec- 
tación        177  á  189 

Cap.  XVI.  — Catástrofe  sanitaria. — El  informe  del  inspector  general  señor 
Loada.  —  La  guerra. — Triste  triunfo  de  la  verdad. — 
32.000  enfermos  por  hambre. — Loa  autores  de  la  catás- 
trofe y  el  pueblo  español. — El  Mensaje  del  Presidente  de 
la  gran  República. — Reflexiones  y  remembranzas. — Inter- 
vención yankee. — La  política  de  los  norteamericanos  y  la 
de  los  gobiernos  españolas. — Optimismo  ministerial. — 
Nuestra  ignorancia  y  nuestro  sacrificio 190  a  202 

Cap.  XVII. — Exigencia  del  honor. — La  concesión   de  la   autonomía. — La 

situación  creada  á  España  por  el  Mensaje  de  Maclvinley. 
— Gallarda  y  airosa  actitud. — Egoísmo  de  las  potencias  eu- 


I 


850 

Páginas 
ropeas.  — La  toma  de  Guisa. — La  colamna  Tovar. — El  po- 
blado y  la  guarnición.— Detalles  del  sitio  y  del  ataque. — 
5.000  rebnldes. — Defensa  heroica.  — El  capitán  Ceballos.- 
El  sargento  Iburdisan.— La  torre  heliográfioa.— Guisa  re- 
conquistada.— Los  crímeneií  del  tigre  de  Oriente.— h&  si- 
tuación en  el  departamento  oriental. — La  actividad  de  Má- 
ximo Gómez.  —  Impresiones  favorables  de  los  Estados 
Unidos 203  á  219 

Cap.  XVUí. — En  el  campo  rebelde. — Hondis  disidencias  entre  los  jefes.— 
Desacuerdos  entre  los  separatistas. — Impresión  de  la  nue- 
va política  en  la  manigua. — Exageraciones  y  cuentas  fan- 
tásticas y  caprichosas  de  los  periódicos  filibusteros. — Un 
acto  infame. — Noticias  de  Puerto  Príncipe. — '^omienzo  de 
las  operaciones  en  Oriente.  —  El  general  Pando  en  la  boca 
del  río  Cauto. — Salida  del  convoy  fluvial. — Extraordinaria 
imp.  rtancia  de  la  operación. — Avance  de  55  kilómetros. — 
Orden  de  las  fuerzas. — Les  recursos  del  enemigo. — La  re- 
conquista del  río  Cauto. — Tres  torpedos. — Combinación  de 
coluhinas. — Rudo  combate  en  Laguna  Itabos. — Nuestras 
bajas. — Rasgos  de  heroismo.  — Sitio  y  ataque  del  fuerte 
Guajio.  —  Heroismo  sin  ejemplo. — Resistenc  a  inverosímil. 
El  heroico  teniente  Muruzabal. — La  columna  de  auxilio. 
— ¡Loor  á  los  héroes! 220  á  235 

Cap.  XIX  Pueblos  indefensos. — Nuevo  suceso  lamentable. —  Robo  y 
traición. — Encuentro  en  Las  Delicias. — Operación  impor- 
tante.— Toma  del  campamento  rebelde  de  Boiicito. — Sensi- 
bles bajas. — Muerte  del  teniente  coronel  señor  Morentín. 
— El  asistente  Apolo  Sierra.  —  Estadística  fúnebre. — Opti- 
mismos oficiales.  — Interesantes  detalles  de  la  toma  de 
Guisa. — Los  prisioneros.— El  general  García.  —  ¡Viva  Es- 
paña!—D.  K.  P 236  á  246 

Cap.  XX  — Verdad  amarga. — Argumento  sin  fuerza. — Pauta  á  la  Mari- 
na.— Las  Ori'enunzas  y  la  disciplina. — Las  operaciones  en 
Oriente. — Mueite  del  cabecilla  Rpgino  Alfonso. — Un  ban- 
do de  interés. — Encuentro  en  Río  Seco  y  muerte  del  cabe- 
cilla Pitirri. — lil  cabecilla  Collazo,  herido. — El  general 
Pando  reconquistando  el  Cauto. — Conferencias  en  favor. de 
la  asimilación  de  los  partidos  liberales  de  Cuba. — La  fu- 
sión de  reformistas  y  autonomistas. — El  partido  liberal  au- 
tonomi^ta. — 'lOs  constitucionales  respetan  y  aceptan  la  le- 
galidad        247  é  258 

Cap.  XXI    -  Patriotismo  tardío. — Estado  y  aspecti  Jeplorab'e  do   la  pro- 

vincia de  la  Habana. — Las  fuerzas  insurrectas  y  las  del 
ejército. —  Actividad  en  las  operaciones.  —  Encuentro  en 
Manacas. — Batida  y  dispersión  de  las  partidas  de  Collazo  y 
Acea. — Noticia  alarmante. — Humores  inquietantes. — Con- 
firmando la  noticia. — Zozobra  é  impaciencias  de  la  opinión. 


851 

Páginas 
— La  gestión  Ruiz. — Fenómenos  de  identidad. — Nuestros 

votos 259  á  268 

Cap.  XXI£. — Indicios   favorables. — Optimismos. — Rumor    satisfactorio. — 

Episodio  dramático.  —  El  curuzón  de  nuestros  soldados. — 
Dos  niños  extrm'dos  de  una  simn. — La  Hija  del  batallón  de 
las  Navas. — Derrota  de  la  panida  del  cabecill;i  Ñapóles. — 
Operaciones  en  Oriente. — Captura  del  cabecilla  Villanue- 
va. — Rudo  combate  en  los  Altos  de  San  Francisco. — Ata- 
que á  un  convoy. — La  columna  del  general  Segura. — El 
enemigo  batido  y  disperso. — N^uestras  bajas. — Llegada  del 
convoy  á  su  destino. — Buenas  impresiones.  —  La  zafra  en 
la  provincia  de  Matanzas. — Noticias  é  impresiones. — Ru- 
mores y  esperanzas. — Agitación  en  el  campo  rebelde. — El 
cabecilla  Villanueva. — Mejora  el  aspecto  de  la  guerra  y  los 

valores  públicos 269  á  2S0 

Cap.  XXIII. — Buenos  síntomas. — ¡Ya  era  tiempo! — La  prensa  cubana. — 
Detalles  interesantes.— El  batallón  de  San  Quintín. — Ope- 
ración combinada.  —  Atajque  y  toma  del  campamento  de  «El 
Mogote». — La  rebelión  en  la  provincia  de  Matanzas. — Si- 
tuación difícil. — Las  fuerzas  del  ejército.— General  convic- 
ción.— La  salud  del  soldado. — Los  reconcertn  dos. — La 
despoblación. — El  trágico  suceso  de  Campo  Florido. — Ale- 
voso asesinato  del  teniente  coronel  don  Joaquín  Ruíz. — 
Ansiedad  é  impaciencia  de  la  opinión. — El  jefe  español  y 
el  cabecilla  Aranguren. — íntrarquilidad  en  lu  Habana. — 
El  crimen — Dolorosa  consternación. — Por  lu  patria  y  por 
la  paz. — En  honor  del  mártir  de  la  redención  de  Cuba..  .  281  á  296 
Cap.  XXIT.  — La  verdadera  situación. — Peor  que  estábamos  no  habíamos  de 
estar.—  Operaciones  y  encuentros. — Presentaciones. — Ges- 
tiones para  la  paz. — La  campana. — La  rebelión  en  las  Vi- 
llas.— Fuerzas  insurrectas. — Su  organización. — Cabecillas 
importantes. — Contra  la  zafra. — Órdenes  del  gcnerah'siino. 
— En  la  trocha. — Confidencias  no  confirmadas. — Visita  é 
impresiones. — La  zafra  en  Las  Villas. — La  cosecha  de  ta- 
baco.— Los  reconcentrados.— Cifras  desconsoladoras. — La 
mortalidad  en  Santa  Clara — Política  de  atracción. — Espe- 
ranzas        297  á  308 

Cap.  XXV. — Nuestras  imprcsior.es. — Triste  realidad. — Mejora  de  situa- 
ción.— El  general  Pando  en  Oriente.  — Honores  militares  á 
los  héroes  de  Guamo. — Las  operaciones  del  general  Agui- 
rre  en  Las  Villas. — Noticias  satisfactorias  de  la  guerra. — 
El  periodista  yankee  Scovel.— Sus  impresiones. — Intransi- 
gencia de  Máximo  Gómez. — La  política  en  la  Habana. — 
Expectación.  — El  G  bienio  insular.  —  Nuestras  espe- 
ranzas        309  á  320 

Cap.  XXVI.  —  Año  nuevo.— Nuestros  votos. — El  problema  de  Óuba. — A 
vueltas  con    el   mismo   tema.  —  Pre^unciones  y   temores. — 


852 


Páginas 
(Toa  hipótesis. — Consuelo  postumo. — Actividad  de  nuestras 
columnas.  —  Situación  de  las  dos  prOTincias  orieutaUs. — 
Las  fuerzas  insurrectas  del  Camagiiey. — Organización  de 
las  fuerzas  'rebeldes  de  Santiago  de  Cuba. — Trabajos  de 
atracción. — Situación  nada  grata. —  Las  partidas  occidenta- 
leB  desalentadac. — Nuestra  ofensiva  en  Oriente 322  á  333 

Cap.  XXVII. — Nuevos  refuerzos. — Alarma  en  la  opinión. — Protestas  y  ge- 
neral clamoreo.  — Los  nuevos  sacrificios  desangre — Varios 
encuentros  _v  combates  — Ataque  de  Niquero. — Presenta- 
ciones.— La  prensa  liberal  de  la  Habana. — Esperanzas. — 
Nuevas  presentaciones. — Ataques  á  un  convoy. — Toma  y 
destrucción  de  campamentos. — La  columna  del  general 
Ruiz.— Batida  y  dispersión  de  las  fuerzas  iel  generalishiio. 
— Importante  aprehensión. — El  general  Pando  en  Oriente. 
— Noticias  satisfactirias. — Nuestros  votos 334  á  345 

Cap.  XXVIll. — Sin  plczos.  —  Remembranzas. — Justicia  y  conveniencia. — 
Impaciencias  injustificadas. — Reticencias  imprudentes. — 
Las  dos  acciones. — Expedición  filibustera. — Goleta  apre- 
sada.— Desembarco  impedido. — El  cañnnaro  Galicia  y  la 
guerrilla  de  Niqueío. — Toma  y  destrucción  del  campamen- 
to de  Las  Salinas.—  Otro  mártir  de  la  paz. — Asesinato  de 
un  capitán  y  un  práctico. — Traición  y  criratn. — El  capitán 
señor  Fuga 346  é  358 

Cap.  XXIX. — Grave  suceso. — El  motín  de  la  Habana. — El  dolor  de  España. 
— Ul  dolor  de  todos.- Hay  que  decirlo. — Origen  del  suce- 
so.— En  el  teatro  Albisu.- El  primar  motín.  — En  las  ofi- 
cinas de  La  Discusión. — Contra  el  Diario  de  la  Marina. — 
La  manifestación  disuelta. — Sigue  el  motín. — El  general 
Arólas.  —  Fin  del  tumulto  — Impresión  en  la  Península. 
— La  opinión  imparcial.  —  Declaración  de  los  oficiales. — 
Sin  consecuenciaH 359  á  375 

Cap.  XXX. — Informes  de  Washington.- El  viaje  de  Mr.  King. — Las  con- 
clusiones del  enviado  de  Mr.  Mac-Kinley. — Propósitos  gra- 
vee.— Noticia»  de  la  Habana.—  Presentaciones. — El  cabe- 
cilla Cepero  y  su  partida. — Muerte  del  cabecilla  Delgado. 
— Encuentro  en  Boca  de  Camariaca. — Tranquilidad  en  la 
Habana.  —  Efectos  de  la  tolerancia. — El  general  Blanco. — 
La  censura.  —  Prudencia  y  energía.— Rápido  examen. — 
Rasgos  y  notas. — Los  explotadores  cbasqueados. — Comen- 
tario.—El  filón  que  se  pretendió  explotar. — Caso  de  con- 
ciencia nacional 376  á  389 

Cap.  XXXI. — Cambio  en  la  opinión. — Elogios  á  la  discreción  y  piudencia 
de  las  autoridades  de  Cuba  — Esperanzas  risueñas. — Esta- 
do de  la  gaerra  en  Oriente.— El  río  Cauto,  base  de  opera- 
ciones.— Lo  que  no  se  explica.  —  Desastres.  —  Período  fu- 
nesto.— La  opinión  general. — Cambio  completo  de  sistema. 
— Tranquilidad. — La  dinamita  en  la  provincia  de  la  Haba- 


853 

Páginas 

na. — Ataque  al  poblado    de    Canipechuelu. — Resumen   de 

operaciones  y  bajas   dol  enemigo 390  á  402 

Cap.  XXXII. — Presentaciones  y  victorias.  —  En  el  campamento  enemigo  áfi 
Cuchillas  de  Placetas. — Presentación  del  cabf  cilla  Massó 
y  su  partida. —En  Placetas. — -Rendición  de  armas. — Alo- 
cuciones del  general  Aguirre  y  del  gobernador  de  Santa 
Clara. — Impottancia  del  suceso. — El  general  Jiménez  Cas- 
tellanrs  — Importantí>  operación. — Ataque  á  la  residencia 
del  gobierno  rebelde. — Toma  y  destrucción  de  la  capital  de 
la  insurrección. — Combate  y  victoria  en  los  montes  del  In- 
fierno.— Ataque  al  poblado  de  La  Esperanza. — Lucha  en 
las  calles.  —  Ei  enemigo  rechazado. — Resumen  de  operacio- 
nes.— Aplausos  lie  la  opinión 403  á  415 

Cap.  XXXIII. — Nuevas  esperanzas. — Continúan  las  presentaciones. — El  ca- 
becilla Yei/o  0\oiét\ez . — Agustín  Román  y  cinco  individuos 
de  la  escolta  del  jíe««i'a7/sí'í«o. — Fusilamiento  de  un  capi- 
tán.—Síntomas  favorables. — El  general  Blanco  á  Oriente. 
— Objeto  del  viaje. — Suposiciones. — Más  presentaciones. — 
La  dinamita. — Un  barco  de  guerra  norteamericano  en  via- 
je para  la  Habana. — Excitación  y  alarma. — La  nota  de 
Mr.  Long. — El  viaje  del  Maine. — La  política  yanhee. — El 
Maine  en  la  bahía  de  la  Habana. — Inoportunidad  de  su  vi- 
sita.—  Recelos  déla  opinión. — El  gobierno  de  Washington 
y  la  nota  de  Mr.  Woodford. — El  acuerdo  de  nuestro  Go- 
bier. — Justa  reciprocidad. — El  programa  de  la  nación  y  del 
Gobierno. — Ni  precipitación   ni  debilidad 416  á  428 

Cap.  XXXIV. — Presenticiones  de  separatistas  en  Nueva  York: — El  viaje  del 
general  Blanco. — Manifestación  popular  en  Las  Villas. — 
Encuentro  en  Cabtiñas. — Muerte  del  cabecilla  Alonso. — 
Otros  encuentros  y  combates. — El  siniestro  ferroviario  en  la 
línea  de  Nuevitas. — Kstado  de  la  insurrección  en  el  Cama- 
güey. — Justicia  de  Dios. — Muerte  del  cabecilla  Arangu- 
ren. — Operación  combinada. — Sorpresa  y  ataque. — Casti- 
go merecido. — La  opinión. — El  verdadero  enemigo.      .     .       429  á  439 

Cap.  XXXV. — Por  la  paz. — Rumores  de  importantes  presentaciones. — El  ge- 
neral Blanco  en  Manzanillo. — Declaraciones  del  general 
en  jefe. — Su  opinión  y  sus  optimismos. — Resumen  de  ope- 
raciones en  la  provincia  de  la  Hbaaua. — Noticias  sobre  la 
constitución  del  nuevo  gobierno  insurrecto. — Sigue  la  cam- 
paña de  atropellos  y  fechorías  por  los  rebeldes. — Llegada 
del  genera!  Blanco  á  Santiago  de  Cubrt. — Obsequios  y  aga- 
sajos.— Visita  al  CJuh  de  Snn  Caflos. — Encuentro  victorioso 
en  Caimasan.— Petición  extraña.— La  entraña  del  problema.       440  á  452 

Cap.  XXXVI. — Preocupación  oficial. — Los  planes  y  manejos  de  los  yanhees. 
— Hallazgo  del  cadáver  del  teniente  coronel  Ruiz. — Sn 
traslación  á  la  Habana. — El  entierro  y  las  honras  fúne- 
bres.— Encuentro  en  Quivicán. — Derrota  del  cabecilla  Co- 

Blanco  108 


\ 


854 

Páginas 
llazo. — Ataque  del  ÍDgeoio  «Constancia». — Muerte  del  ca- 
becilla González. — Ataque  á  un  coiivoj . — El  general  Oehoa 
en  Sierra  Maestra. — Cocentarios. — E)  viaje  del  general 
Blanco. — El  crucero  Vizcoija  á  Nueva  York. — Salida  del 
buque  del  puerto  de  Cartagena. — Visita  de  despedida  del 
comandante  general  de  la  escuadra. — Una  buena  costum- 
bre restablecida. — Lo  que  noíctros  hubiéramos   preferido.       453  á  463 

Cap.  XXXVII. — To'lo  por  la  paz. — Efcatez  de  leticias. —  Kuiiuires  dei-agrada- 
blee. — Ni  optimistas  ni  pesimistas. — El  general  Blanco  en 
Gibara. — PresentaciÓB  de  un  oficial  yankee. — La  dinamita 
en  Cuba. — Explosión  de  dos  bombas  al  paso  de  un  tren. — 
Ataque  de  los  rebeldes. — Columna  de  socorro.  —El  enemigo 
rechazado  y  duramente  castigado. — Consideraciones. — 
Combate  en  Arroyo  Hondo. — Operación  combinada  contra 
Calixto  Gaicía.  —  Las  columnas  de  los  generales  Linares  y 
Lnque. — Destrucción  de  campamentos  y  defensas,  y  disper- 
sión de  partidas 464  á  475 

Cap  XXXVIII. — El  general  Blanco  m  Nuevitao.— De  Nuevitas  á  Puerto  Prín- 
cipe.— Entrada  triunfal  en  la  capital  del  Cainagüey. — En- 
tusiasmo del  pueblo.—  Obsequios  y  homenajes. — El  regreso. 
Presentaciones  en  Jaruco. — Encuentro  en  Quintana.  — El 
general  Pando  en  la  Habana. — Entrevista  con  los  periodis- 
tas.— Censura  rigurosa. — Por  la  paz. — Esperanzas  é impre- 
siones optimistas. — El  proyecto  del  Secretario  de  Agricul- 
tura.— Las  impresiones  del  general  Blanco. — En  la  Isabela. 
— En  Cienfue.gof. — Aspecto  de  Las  Villas. — Expléndido 
banquete. — La  despedida. — Llegada  á  la  Habana. — Resul- 
tado del  viaje. — Esperanzas. — Nuestros  deseos.   .     .     .     .       476  á  489 

Cap.  XXXIX. — Discordias  en  el  campo  insurreeto.— Odios  y  desconfianzas. 
— Las  proclamas  de  Massó. — Contra  la  autonomía. — Im- 
portante combate  en  Sancti  Spíritus. — Encuentros  en  las 
lomas  de  los  Cristales. — Muerte  del  cabecilla  Octavio  Ro- 
drígutz. — Quien  á  hierro  mata... — Las  cartas  del  genera- 
Usimo. — Activa  campaña  de  los  laborantes. — Agitación  po- 
lítica.— Kuevcs  emisarios  de  paz. — Importantes  operacio- 
nes en  Oriente. — Derrota  y  dispersión  de  la  partida  de 
Calixto  García. — La  celumna  Nario. — Nuevas  fuerzas  á 
Oriente. — La  guerrilla  de  San  Diego  de  loa  Baños.  — Con- 
fusión.— Las  cancillerías  europeas. — Síntomas  de  crisis 
trascendentales  en  el  problejna  cubano 490  á  500 

Cap.  XL. — Catástrofe  espantosa. — Voladura  del  Maine. — Impresión   en 

España. — El  suceso. — Cuedro  aterrador. — Horrible  confu- 
sión.— Los  primeros  auxilios.  —Nuestras  autoridades. — El 
crucero  .,4//omso  XII. — Relato  de  un  herido. — Versiones  de 
los  marineros  del  Maine. — Las  operaciones  de  salvamento. 
— Las  víctimas. — Origen  del  siniestro. — Varias  versionea. 
— Impresión  hondísima  en  los  Estadis  Unidos. — Expecta- 


855 

Páginas 

oiÓD. — TJa  aplauso  á  nuestros  nijbles  y  valieutes  muríaos.       501  á  514 

Cap.  XLI. — España  ante  la  catástrofe  del  Maine. — Dolorosa  nueñanza. — 
Pérfida'»  Insinnaciones. — Era  de  pre^uiiir. —  Vousaoión  ab- 
surda.— Nuestra  hoaradez  sin  tacha. — Sia  explicación. — 
Operaciones  en  Oriente. — Las  colamuas  Nario  y  Linares. 
— Encuentros  y  combates. — Propósitos  del  general  Blanco. 
—  Aspecto  de  la  campaña. — El  crucero  Vizcaya  en  el 
puerto  de  Nueva  York, — S  iludos  y  visitas. — El  comandante 
señor  Eulate. — Salida  del  Vizcaya  para  Cuba 515  á  524 

Cap.  XLII.  —  Preparativos  bélicos. — La  apatía  de  nuestro  Gobierno.^ — Rece- 
los y  desconfianzas. — Proaósitos  del  ejobierno  de  los  Esta- 
dos unidos.  —  Rudo  combate. — El  comandante  don  Pedro 
Rivera. — Varios  encuentros.  —  Estado  de  la  insurrección  en 
Oriente. — itaque  é  incendio  del  ingenio  Cañamago. — He- 
roica defensa. — El  soldado  Arjtonio  Cruz  Villegas. — Co- 
lumna de  auxilio. — Batida  y  derrnt»  de  Bethancourt. — 
Noticias  de  Mmzanillo. — Los  propósitos  de  los  rebeldes. — 
Optimismos  y  confianz  i. — Impresiones  favorables. — El  di- 
lema.— Manifiesto  del  cabecilla  Massó. — El  gobierno  insu- 
rrecto.— Campaña  alarmista. — Mac-Kinl«y  dictadur.     .     .       525  á  537 

Cap.  XLIIL — Las  palabras  y  los  hechos. — Nuestro  Gobierno. — Remembranzas. 
— La  opinión. — Las  operaciones  en  el  Camagüey.  —  Avance 
de  la  columna. — El  enemigo  bitido  y  disperso.  —  El  com- 
bate de  San  Andrés. — Kl  heroico  teniente  s^ñor  Porojo. — 
En  la  Najasa  — Nuevo  combate  en  el  potrero  «Peralejos». 
— Las  bajas  del  enemigo.  —  El  parte  oficial. — Elogios  al 
general  Jiménez  Castellanos. — Movimiento  de  tropas. — Ex- 
pectación.— La  actividad  do  nuestras  columnas. — Anuncio 
de  operacionf  s. — Confu.sión. — '*in  temor  á  complicaciones.       538  á  548 

Cap.  XLIV. — El  crucero  ^'izcaya  en  la  Habana. — Manifestación  patriótica. — 
Entusiasmo  de  los  peniusulares. — La  aocióu  de  nuestras 
armas  en  0-iente. — Movimiento  de  columnas. — Operacio- 
nes ofensivas.  —Encuentros  y  combates. — La  expedición  del 
general  P.iudo. — Más  combates. — Importantes  oper  clones 
en  la  Sierra  Maestra. — L'íb  columnas  Vara  de  Roy  y  Ar- 
teaga. — Muerte  del  cabecilla  Vidal  Ducassi. — A  Oriente. 
— Nueva  organización  de  las  fuerzas  de  operaciones  en  el 
departamento  Oriental. — Llegada  al  puerto  de  la  Habana 
del  crucero  Oqitendo.  —  Cariñoso  recibimiento.  —  Entu- 
siasmo y  satisfacción 549  á  558 

Cap.  XLV. — Activi  lad  de  nuestras  columnas. — Importantes  operaciones  con- 
tra Máximo  Gómez  y  sus  huestes. — La  división  Salcedo. — 
Encuentro  y  derrota  del  generalísimo. — Activa  persecución 
de  su  partida.—  Nuevas  batidas. — Dispersión  de  las  partl- 
dac — En  Oriente. — La  columna  del  coronel  Tejeda. — Ata- 
que y  toma  del  campamento  «El  Chino». — Huida  de  los 
niambises. — Avauíe  de  nuestras  tropas. — Varios  y  victorio- 


856 


Páginas 


608  encuentros  y  combates. — Impresiones. — Colisióa  entre 
rebeldes. — Muerte  de  los  cabecillas  Cayito  Alvárez  y  Vi- 
cente Núñez. — Las  columnas  Linares  y  "Vara  de  Rey. — 
Operaciones  sobre  la  costa  Sur  de  la  provincia  Oriental. — 
Nueva  batida  y  derrota  del  ¡/eneralis'tno. — Encuentro  y 
derrota  de  la  partida  de  Bprmúdez. — Rudo  combate  en  Pi- 
nar del  Río. — Sensibles  bajas  de  la  columoa. — Nuevas  pre- 
sentaciones.— Muerte  del  cabecilla  Antonio  Núñez.  .  .  .  559  á  571 
Cap.  XLVI. — Plan  de  operaciones  en  el  Camagüey.  — Operación  combinada. 
—Encuentros  y  combates.  — Batida  de  los  insurrectos. — 
Imprei-iones. — Vientos  de  guerra. —Los  prop'^sitos  de  los 
yankis. — Nueva  organización  de  nuestro  ejército  en  opera- 
ciones.— La  campaña  de  Orienie. — Reconcentración  de  los 
rebeldes. — Operación  combinada. — Encuentro.*  y  comba- 
tes.— Toma  y  d  strucción  de  campamentos.  —  Derrota  de  los 
insurrectos. — Reconociniiei  tos  y  batida  de  los  rebeldes. — 
La  co'umna  del  general  Bernal. — Ataque  á  un  convoy. — 
Rudo  combate  y  derri  ta  de  los  insurrectos. — Nuevo  encuen- 
tro y  dispersión  de  los  rebeldes. — La  obra  del  soldado..     .       572  á  584 

EL  CONFLICTO  INTERNACIONAL 

lifl  GUEt^HR  COH  bOS  ESTADOS  UHlDOS 


Páginas 

Capitulo  I.  -El  conflicto. — La  cuestión  ii  ternacional. — Hecho  innegable. — 
El  Gobierno  español. — Nuestros  políticos. — El  nudo  del 
problema. — Los  propósitos  de  los  Estados  Unidos. — Nueva 
calumnia. — Contra  la  honra  de  España. — Eso,  nunca. — El 
iiifoMiie  de  la  (^omitión  americana  sobre  la  voladura  del 
jUoinf.-^Diciamen  ambiguo. — CarActer  fortuito  del  sinies- 
tro.—Nueva  cuestión  sobre  el  tapete. — Los  socorros  á  los 
concentrados.  —  kctUuil  decidida  del  gobierno  de  Washing- 
ton.—Hacia  el  desenlace. — Nuestra  dignidad  á  prueba. — 
Expectación. — La  Justicia  con  España 585  á  596 

Cap.  11. — La  ruptura. — Agitación  pública. — Otra  vez   el   pantano. — La 

Nota  colectiva  de  las  grandes  p  >tencias. — La  Nota  uficiosa      '' 
dfl  Gobierno  español. — La  última  sorpresa — El  armisticio. 
— Suspensión  de  hostilidades  en  Cuba. — ¿Para  qué  el  ar- 
misticio?—Mac-Kinley  y  sus  malas  artes. — Paz  en  la  tierra 
para  los  hombres  de  buena  voluntad 597  á  606 

Cap.  III. — Síntoma  elocuente. — El  Mensaje  de  Mac-Kinley. — La  respuesta 

del  Gobierno  español.  — El  dictamen  de  la  Comisión  de  Re- 
laciones exteriores. — A  marchas  forzadas. — El  informe  de 
la  Comisi'n  de  Negocios  extranjeros. — O?  votos  contra  21. 


857 

Págipas 

— Excitación  general. — IjOB  sucesos  de  Málaga  y  Burcelona. 
— Rigor  extremado. — Censuras  de  la  opiuión. — Recelos  ins- 
tintivos.—La  vida  nacional  en  suspenso. —Ansiosa  expec- 
tación.— Impaciencia  nacional. — Lo  inevitable 607  á  618 

Cap.  IV. — La  guerra. — Tristes  desengaños. — El  dictamen  de  la   Comisión 

mixta  de  las  Ga.ma.reiS  iiankees. — Indignación. — Ei  Gobierno 
español. — La  Corona.  —  A.  las  Cortes. —El  ultimátum  de 
Mac-Kinley. — La  marcha  de  Woodford. — Ruptura  de  rela- 
ciones.— Retirada  de  nuestro  ministro  en  Washington. — 
Las  instrucciones  á  Mr.  Woodford. — Comunicacióq  oficial 
de  di^spedida  al   representante  de  los   Estados  Unidos. — 

Energías  fugaces. — El  Gobierno  y  la  opinión 619  á  631 

Cap.  V. —  Contraste. — Ellos  y  nosotros. — Ounsecuencias  de  la  ruptura  de 

relaciones. — El  bloqueo  de  Cuba, —  Vcuerlo  y  órdenes. — El 
patriotismo  español.— Siempre  España. --Momento  solemne. 
— Rasgos  patrióticos. — Fiebre  de  noticias. — Tarea  ardua..       632  á  642 
Cap.  VI.  — El  diario  de  la  guflrra.  — El  bloqueo  dé  la  isla. — Los  decretos 

de  Mac-Kinley. — Aquila  non  capit  musrns. — En  nuestro 
puesto. — Diario  de  la  guerra. — La  proclama  del  presidente 
Mac-Kinley. — Prólogo  enojoso. — El  corso.  —  Desembarco 
de  una  partida. — Lo  que  pretendían  los  yankis. — Nuestra 
marina  da  guerra  y  nuestra  marina  mercante. — En  el  mar 
de  la  China  y  en  el  mar  Caribe. — El  cañonero  Elcano  y  el 
trasatlántico  Afonserrat. — El  bloqueo  burlado  por  un  correo 
español. — El   bravo   capitán   Deschamps.  —  Entusiasmo    y 

plácemes.- Deuda  contraída  y  den  la  cumplida 643  á  655 

Cap.  VII. — .Vmagos  y  simulacros. — Confusión.  —  El  espíritu  público  en  Es- 
paña.— Rasgos  de  entusiasoiO. — Torpezas  yaiikces.  —  El 
bombardeo  de  Matanzas. ^El  parte  oficial. — El  plan  deles 
yankis. — El  intento  del  enemigo. — El  bombardeo  de  Cien- 
fuegos.-  -Plazas  y  defensas  reforzadas. — El  espíritu  de  las 
tropas  y  voluntarios. — Despacho  oficial. — Apresamiento 
del  Argonauta. — Triste  impresión. — Intentj  de  desem- 
barco.— Retirada  de  la  escuadra  bloqueadora 656  á  6P 

Cap.  VIII.  —Ansiedad  no  satisfecha.  —  Ellos  y  noeotros. — Apertura  del  Par- 
lamento insular. — El  Mensaje. — El  general  Blanco. — A 
morir  por  la  Patria. — El  desfile. — Entusiasmo  popular. — 
Fecha  memorable. — El  régimen  autonómico. — Intento  de 
desembarco. — Día  de  emociones. — En  presencia  del  enemi- 
go.— Crucero  yanki  cañoneado, — Batida  general. — En- 
cuentros y  combates. — Los  saludos  del  Morro.  —  La  goleta 
Santiayuito. — Bombardeo  de  Matanzas. — Espectación  é  in- 
quietud  667  á  676 

CaP.  IX. — Agitación    y    alarma. — Optimistas  y    alarmistas.- Infundios 

fantásticos. — Noticias  absurdas. — Fiebre  de  noticias. — Im- 
paciencia y  ansiedad. — Espectación  pública. — La  escuadra 
de  Cervera  en  la  Martinica. — Las  baladronadas  yankis. — 


858 


Páginas 


Confianza»  de  la  opinión. — lutentoi  de  desembarco. — El 
bombardeo  de  Cárdenas. — El  enemigo  rechazado.  —Arrojo 
de  nuestros  mnrinos. —Descalabro  de  la  escuadra  norte- 
americana.- Kl  combate  naval  de  Cárdenas. — Lucha  he- 
roica.—  El  Antonio  López  y  \a  L'ii-^rn. — La  Cruz  Roja. — 
Corneutns  y  aplausos 677  á  ü89 

Cap.  X. — Intento  de  desembarco  en  Cienfuegos. — Duro  cañoneo. — El 
empeño  de  los  yankis. — (íl  enemigo  rechazado. — El  espíri- 
tu de  las  tropas  y  de  la  población. — Cañoneo  en  bahía 
Qonda. — Desembarco  frustrado  en  Jicotea. — Xuevcj  inten- 
tos de  desembarca, — Detalles  del  fracaso  de  la  expedición 
del  Guisic. — La  escuadra  norteamericana  frente  á  San 
Juan  de  Puerto  Rico. — Bombardeo  de  la  capiti>l  de  la  pe- 
queña Antilla. — Gran  espectación. — Noticii-B  y  rumores. — 
La  fantasía  popular. — Honor  á  los  valientes. — Jornada 
feliz 690  á  700 

Cap.  XI. — Tenacidad  del  enemigo. — Cañoneo  inútil. — Nuevos  intentos 
de  desembarco.  —  En  Jaimanitas  y  en  Cárdenas. — El  des- 
quite.— Inútil  empeño. — Detallf  s  del  frustrado  desembarco 
en  la  playa  del  Salado.  —  Dos  prisioneros  yackis. — Comba- 
te naval  en  las  agu^s  de  U  Habana. — El  Nueva  Rspaiia  y 
el  VenailHo  en  busca  del  enemigo. — Espectación. — Frente 
al  enemigo. — La  acometida. — Entusiabmo  y  aplausos  de  la 
muchedumbre. — ]Viva  España!- El  triunfo  do  nuestros 
barcos.  — Espectáculo  imponeute. — El  regreso  á  puerto. — 
Reg.  cijo  y  ovación.  — El  objetivo  de  la  sa'ida. — Encuentro 
en  los  Cristales. — Rumores. — La  alocución  del  general 
Cervera. — Antes  de  zarpar. — ¡Viva  España! 701  á  713 

Cap.  XII. — Europa  al  almirante  de  nuestra  escuadra.  —  La  misión  del 
Terror. — El  comandante  Villaamil. — La  escuadra  españo- 
la en  Curacao. — Otra  vez  la  dinamita  en  el  campo  rebelde. 
— Voladura  en  »1  ferrocarril  de  Guiinabacoa. — El  espíritu 
público  en  la  Hubana. — Accidente  en  la  bahía  de  Cárde- 
nas.—  Explosión  de  un  torpedo. — De>trozo  y  voladura  de 
un  bote  tripulado  por  yankis. — Ataqu-í  á  Caibarién. — Una 
flotilla  du  cañoneros  en  busca  del  enemigo. — Huida  del  ba- 
que yanki. — Gr.in  espectación  en  la  Habana. — Agresión 
contra  Santiago  de  Cuba  y  Guantánamo. — En  Hunta  Cama- 
cho  y  MataazdS  — La  escuadra  española  en  Santiago  de 
Cuba  .     .     .     .   - 714  á  724 

Cap.  XIII.  —  Alegría  y  entusiasmo. — Dudas  y  peligro. — Impurtancia  y  mé- 
rito do  la  operación. — El  ánimo  nacional.  —La  prensa  ex- 
tranjera.—Rlo?ios  ala  Marina  española. — La  opinión  de 
Europa. —  Movimiento  de  aproximación. — Nuestro  (iobier- 
no.— El  regreso  del  Moiiserral.  -El  bloqueo  burlado. — El 
paeb'o  coruñés  al  capitán  Deschampa. — El  viaje. — Misión 
especial.— Satisfacción  y  recompensa 725  á  734 


859 

PágfinaR 

Cap.  XIV. — Estratagema  villana.— Censuras  y  reprobación. — El  Manual 

de  las  lejes  de  guerra. — El  Reglamento.- -Los  piratas. — 
La  desaprensión  de  los  yai  kis. — A  la  coi  secución  del  fin, 
sin  repararen  los  medios. — No  fué  de  extrañar. — Sistema 
viej"  y  al  uso. —  Motivo  de  reclamación. — La  pasividad  de 
los  gobiernos  de  Europa.— El  Derecho  internacionales  un 
mito. — Temores. — La  opinión  de  los  Estados  Unidos. — Los 
planes  del  enemigo. — Impaciencia  yanki. — Juicios  de  Le 
Tenips. — La  acción  de  las  dos  escuadras  en  Cuba.     .     .       735  á  743 

Cap.  XV. — Ansiedad  general. — Viva  inquietud. — La  opiíión. — Saluta»  ■ 
ción  y  réplica. — Anuncio  de  emociones. — La  confianza  en 
el  almirante  Cervera. — Rumores  desmentidos.  — Cañoneos  . 
y  reconocimientos. — Noticias  de  Nueva  Yi  ik. — Un  oficial 
insurrecto  en  Washington. — Su  informe  sobre  el  estado  de 
defensa  de  la  Habana. — Día  de  invenciones. —  Fiebre  de 
información. — Noticias  de  Santiago  de  Cuba. — Ansiedad 
satisfecha. — El  puerto  de  Santiago  de  Cuba. — Nuestra  es- 
cuadra en  condiciones  de  absoluta  seguridad. — Remembran- 
zas históricas 744  á  755 

Cap.  XVI. — Infundios  y  congeluras. — La  campan»  de  Cervera. — Opera- 
ciones contra  los  insurrectos. — La  columna  Vara  de  Bey. 
— El  batallón  de  Sevilla. — Cange  de  prisioneros  en  alta 
mar.  —  El  trato  á  nuestros  prisioneros. — Dudas  desvaneci- 
das.— Ataque  y  bombardeo  á  Santiago  de  Cuba. — El  des- 
pacho oficial. — Nuevos  datos  oficiales  del  ataque  á  Santia- 
go.—Impaciencia  satisftcba 756  á  766 

Cap.  XVII. — Ansiedad  justificada. — Expectación. — Otra  jornada  feliz. — 
¡  Victiria! — Nuevo  ataque  á  Santiago  de  Cuba. — Un  barco 
yaiki  á  pique. — Intento  frustrado. — Hl  Meri-j/  3lac. — Náu- 
fragos y  prisioneros. — El  acuerdo  del  gobierno  yanki. — 
Objetivo  de  la  operación. — Propósitos  frustrados. — Nues- 
tro triunfo. — Ataques  á  Alquizar  y  Sama  por  h  s  insurrec- 
tos.— Encuentro  en  Viajacas. — Intento  de  desembarco. — 
En  Punta  Cabrera  y  Aguadores. — Nuevo  bombardeo  en 
Santiago  de  Cuba. — Sensibles  pérdidas. — Dura  jornada. — 
En  líuestro  puesto 767  á  'i 

Cap.  XVIII. — Sin  desmayos. — Eso  es  la  guerra. — El  enemigo  por  tercera 
vez  rechazado.  —  Los  yanquis  en  inteligencia  con  los  mam- 
bises. — Torpeza  yanqui. — Atentado  criminal. — Voladura 
de  un  tren  de  pasajeros. — Desembarco  da  fuerzas  america- 
nas en  Guantáiíamo. — Rudo  combate  en  la  Caimanera. — 
La  expedición  yanqui. — Relato  del  combate  de  Guantá- 
namo.^Elogios  al  valor  de  nuestros  soldados. — Resultados 
del  último  ataque  á  Santiago. — Los  yanquis  atacados  por 
los  españoles. — Derrota  de  los  norteamericanos. — Situación 
difícil  de  los  invasores. — Activas  operaciones  contra  los 
rebeldes. — Propósitos   del  generalísimo  Gómez. — Ataque  á 


860 

Páginaa 


CumaDayagna.— Toma  y  destmcción  de  un  campamento 
insurrecto.— Antiedad  en  la  Hhbana 779  á  709 

Cap.  XIX  — Salida  de  Cuyo  Huepo  del  ejército  invasor  de  Cuba. — Santia- 

go incomunicado  con  el  interior. — Nuevo  bombardeo  de 
Santiago. — Nuestras  bajas.  —  Intentos  de  desembarco. — 
.  Importante  operación  militar  contra  los  rebeldes.  —  Movi- 
miento de  columnas. — Combate  victorioso  en  el  Príncipe. 
— Desembarco  rechazado  en  Cabanas. — Llegada,  de  la  ex- 
pedición yanqui  frente  á  Santiago  de  Cuba. — Desembarco 
y  conferencia. — Operación  sobre  Cayo  Piedra. —  CaíioDeo 
de  Casilda. — Triste  impresión. — Desembarco  de  lii  expedi- 
ción yanqui  en  Daiquiri. — Yanquis  y  mambises  fraterni- 
zan.— Telegrama  oñcibl. — La  situación  de  Cuba. — Avance 
de  las  tropas  americanas. — Retirada  y  concentración  de 
los  españoles. — Ataque  de  un  campamento  tspañol. — Em- 
boscada y  rudo  combate. — Victoria  de  los  españoles  — Los 
invasores  en  Altares. — Desembarco  del  resto  de  la  expedi- 
ción yanqui. — Reunión  de  jefes  yaiquis  y  rebeldes..     .     .       791  á  807 

Cap.  XX.-  El  ataque  á  Sanlingo  de  Cuba. — Gloria  estéril. —  Avance  del 

ejército  invasor. — Las  fuerzas  yanquis. — Las  tropas  espa- 
ñolas.— Rudo  combate  en  .El  Caney. — Las  dos  escuadras. 
— Heroica  defensa  de  El  Caney.  — Muerte  gloriosa  del  ge- 
neral Vara  de  Rey. — Retirada  á  Santiago. — En  Aguado- 
res.— Xuestras  baj;8. — La  retirada  de  ruestras  tropas. — 
La»  bajas  del  enemigo. — Nuestro  saludo  á  los  héroes  de  la 
jornada. — Elogios  al  valor  de  nuestros  soldados. — Los  es- 
fuerzos del  Gobierno. — Por  ineptitud  é  imprevisión.     .     .       808  á  820 

Cap.  XXI.  — Heroísmo  de  nuestros  maiinps. — La  catástrofe  de  Santiago 

de  Cuba. — Destrucción  j  pérdida  de  la  escuadra  de  Cer- 
vera.- El  combate  naval.— Gloriosa  hecatombe.-  -El  parte 
de  Shafter. — Relato  del  horroroso  combate. — Ex{)ectación 
en  la  Habana. — Recogimiento  y  amargura. — Alocución  del 
general  Blanco.  — Horrible  dilema. — Angustiosa  alternati- 
va del  contralmirante  Ccrvera. — Cruento  fia  c»-mc»«.  — El 
desastre  estaba  previsto. — No  era  posible  otro  desenlace. — 

Felices  los  muertos 821  á  832 

Cap  XXII  — Las  consecuencias  del  desastre. — Capitulación  de    Santiago  S 

de   Cuba. — ti  parte    oticial. — ¡Consumatum  tst! — La  en-  ■ 

trega  de  la  plaza. — 22780  prisioneroB. — Proclama  del  ge- 
neral Blanco. — Negociaciones  de  paz  y  armisticio. — El  Pro-  ■ 
tocólo. — La  Comisión  de  París. — Tratado  definitivo  de  paz. 
— Modificación  del  protocoio. — Triste  desenlace.  —  El  des- 
precio á  España. — ^Paz  humillante  y  desastrosa. — Egoísmo 

de  nuestros  gobernantes. — ¡¡Viva  España!! 834  i  843 

Epílogo  triste • 844  á  846 


__   .,,e  y^^s  - 


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Cuba  española