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i
CUBA ESPAÑOLA
CUBA ESPAÑOLA
Reseña , histórica de la insiarrecióii cubana
en 1895
POR
Emilio ReYertér Delmas
IDUÍJTI^ADA POR gl^ANCISCO goNS
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Centro editorial di; Alberto
Bonda de Snn Antonio, niimero 04
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E8 PROPIEDAD
Establecimiento tipográfiuo de Vivea y Uiuany, calle de Muntaaer, 36— Barcelona
'^m^m^-.'^^^j,.
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CAPITULO PRIMERO
Simpatías de la opinión. — Vida nneva. — La selección. — Lo principal y lo accesorio. —La
situación de Cuba. — Despedida del general Blanco. — Buena esperanza.
L nombramiento del marqués de Peña Plata para el car-
go de gobernador general y general en jefe del ejército
de Cuba, fué acogido con universal simpatía por la
opinión, y en el ilustre capitán general don Ramón
Illanco y Erenas se cifraron las más lisongeras esperanzas.
No cabe mayor condenación de la injusta campaña que
contra él se hizo por su política benévola con los rebeldes de
Filipinas. En ningún país puede rehabilitarse en el breve es
pació de siete meses en política, y menos todavía un soldado contra
quien se tabían dirigido cargos tan violentos é imputaciones tan crueles
6
como aquellos de que fué objeto el nuevo capitán general de Cuba
Cuando á la sazón se le aplaudió con tal unanimidad, señal fué de
que los ataques de entonces carecían de fundamento.
Nos congratulamos de que llegara para todos y para todo la hora
de la verdad y de la justicie.
Y sinceramente deseamos que las manos en que España depositó su
honor fuesen hábiles y fueites, y que la inteligencia á quién se confió
la obra mpgna de la pacificación de nuestra perla de las Antillas, su-
piera con su lucidez y su rectitud llevarla á feliz término.
Prudente á la vez que enérgico, el marqué? de Peña Plata procu-
raría que ni en la Antilla ni fuera de ella, dudase nadie de la lealtad
de los propósitos de España.
El régimen que iba á plantearse, revistiría desde el principio la
generosidad, la imparcialidad y la amplitud convenientes. No nacería
vinculado en un partido, sino en condiciones de satisfacer á todos; no
serviría para favorecer interereses particularistas, sino para cubrir bajo
una misma égida y bajo una misma bandera á cuantos reconocieran la
soberanía de España.
Preciso era, no obstante, que desde el principio se evitasen riesgos
y escollos, entre los cuales pudiera zozobrar la empresa.
Al cambio de ideas y principios, debía acompañar un cambio no
menos radical de conducta.
Importaba que la autoridad superior y el pensamiento directivo
tuvieran auxiliares fieles, cuya pericia fuese notoria y cuya moralidad
fuera intachab'e.
Había que enterrar multitud de viejas y malas prácticas, y que
renunciar á funestas é inventeradas costumbres.
Ya no se podía admitir que los cargos de mayor importancia re-
cayeran en familiares y adictos, que, en vez de considerar las respon-
sabilidades, mirasen tan solo á los provechos.
Se necesitaba hacer olvidar lo pasado y ofrecer sólidas garantías
para lo futuro; se requaría que Cuba viera en los nuevos funcionarios
una representación genuina de ia hidalguía y del desinterés de la Me-
trópoli.
Si bajo él régimen descentralizador que se iniciaba continuábanlos
abusos y corruptelas de antes, importaba que en los insulares y no en
los peninsulares recayera la culpa.
Nida hábil de holgar de lo qu3 pusiéramos con objeto de aparecer
y de ser, en vez de partícipes, fiscales.
En la transformación qae se avecinaba habríamos de juzger desde
lo alto, con serenidad é imparcialidad absolutas, otorgindo lo suyo á
cada cual y sin supeditar el derecho de lo.'' demás al interés déla
causa propia.
Así, y de ningún otro modo, era forzoso que entrásemos y que
entrasen las Antillas en la vida nueva.
Esta actitud de España y esta resolución de perseverar en la equi-
dad, aún á costada cualquier sacrificio del amor propio, debía servir
de ejemplo á los partidos que de medio siglo monopolizaron el poder
en Puerto Rico y en Cuba.
Habíanse acabado los privilegios y habían caducado, para nunca
más volver, los monopolios.
Nadie pensaba en vejar, ni en perseguir, ni en atrepellar á los que
por tanto tiempo le habían disfrutado, pero la opinión demandaba, lo
mismo en la Metrópoli que en las colonias, quj los usufructuarios de
un predominio secular dejasen el paso franco al nuevo régimen y se
abstuvieran de desnaturalizarlo con sus abominables exclusivismos.
Por todo esto hacíase y era necesario el relevo del general Weyler
en el mando de la grande Antilla.
Era indispensable el relevo, no sólo porque el marqués de Tene-
rife en política colonial tenia ideas y métodos contrarios á los que á la
8
fecha prevalecían ya. sino porque en él había llegado á personificarse el
espíritu de intransigencia, que, además de costamos dos terribles gue-
rras en Cuba, había proporcionado argumentos y armas á todos nues-
tros enemigcs de América y Europa.
♦ *
Lo que teníamos que llevar á las colonias antillanas no era sola-
mente una nueva legalidad política; era también, y sobre todo, un
nuevo régimen moral. Sinéite, nada valdiía aquél, y naceiían muertas
las reformas.
Hemos combatido el monopolio ejercido en la isla por el partido
de Unión constitucional y por los llamados «incondicionalef» de ambas
Antillas.
De igual modo, hubimos de combatir el que pretendieran seguir
ejerciendo en la designación de funcionarios públicos losgobiernosy los
persoDajss influyentes de España.
Ha sido cosa corriente — y de ello nos vino el descrédito que ahora
purgamos— el enviar á Cuba, á Puerto Rico y á Filipinas, en vez de
funcionarios rectos é idóneos, sujetos descoi o;idos, ó demasiado cono-
cidos, que neceíitaban mejorar de fortuna.
El mayor número de puestos, desde los altos hasta los humildes,
parecía corresponder de derecho á nuestros inútiles ó á nuestros fra-
casados.
La suspicacia popular, escandalizada ante los hechos que de vez en
cuando salían á la superficie, había generalizado, como de costumbre,
ios cargos y las imposiciones, envolviendo á todos en una misma sen
tencia.
Ajuicio de los de casa, más aún que ajuicio de los de fuera, asi
como en los siglos XVI y XVII los válidos, los capitanes y los próce -
res tsníaa en aquellas fértiles regiones encomiendas de indios, así
nuestros magnates de hoy tenían en aquella fértil administración en
comiendas de empleados.
Los que de tal suerte razonaban, decían además que el monopolio
DE CENTINELA. EJÍ LA. LINEA. DE LA. TROOII V (Artemisa)
de los tiempos presantes, sin ser menos provechoso, era menos peli-
groso que el antiguo.
En los días épicos del descubrimiento y de la apropiación, los hé-
roes y los gobernadores ilustres coriían el riesgo de que un golilla,
mandado á reprimir sus desmanes, los despachase para España, car-
gados de cadenas, los despojase de la hacienda, malamente adquirida,
ó si venía al caso, los degollase en medio de la plsza pública.
Blanco 2.
10
En nuestros días había cesado todo riesgo y nadie hablaba de jui-
cios de residencia, ni de otras tales antigualla?, sino cuando se presen-
taba ocasión de declamar sobre las decantadas lejes de Indias.
La impunidad era completa; la responsabilidad imaginaria.
Aunque en semejante manera de discurrir existiera y existe gran-
dísima exageración, no cabe negar que también se encuentra un fondo
de realidad muy negro, muy odioso y muy triste.
Precisaba, por tanto, sanear ese fondo y destruir esa leyenda.
Obligado estaba el Gobierno á elegir con minucioso cuidado y con
tacto exquisito, los funcionarios de todas categoiías que fuesen á im-
plantar la nueva legalidad en las colonias.
Lo estaba igualmente á rechazar las imposiciones de los magnates
de la política, que no con fines reprobados, como suele imaginar la
torpe maledicencia, sino con arreglo á las viciosas prácticas estableci-
das, demandasen, ó tal vez exigieran, empleos y prebendas para sus
ahijados y protegidos.
*
♦ «
Mucho se había adelantaáo con ti relevo del general Weyler y
con¡el acuerdo tomado en el primar Consejo de ministros celebrado por
el Gobierno libaral de llevar inmediatamente á Cuba el régimen auto-
nómico.
Mal^hiciera España si no aprovechaba el tiempo, cuando, por raio
caso, y sin duda por plazo muy corto, se nos mostraba relativamente
propicio.
Torpeza insigne ó funesta locura fuera creer que con el nombra-
miento de gobernador general y segundo cabo y de los seis goberna-
dores civiles de la grande Antilla, había lo bastante para dar largas á
cosas y dificultades que no permitían espera.
11
Mayor todavía fuera el yerro si el Gobierno hubiese esticnado que
podía con toda calma dedicarse á la preparación y al estudio de la nue-
va legalidad, cuidando de que nada faltase ni sobrase en sus detalles y
perfiles.
Cuando se trata de radicales transformaciones, hay que prescindir
de los pormenores y que atender al conjunto.
No cabe la perfección en los primeros ensayos de un régimen que
se aparta diametralmente de lo antiguo.
Aunque al principio sean toscas y deficientes las ruedas, lo que
más importa es que marchen. Después ya hay lugar para mejorarlas y
pulirlas.
Necesitábamos provocar en Cuba una reacción saludable que de-
volviera la fé á los que no la tenían y la confianza en las fuerzas pro-
pias á los que se habían echado en el surco. Una reacción que confir
mase en su amor á la Metrópoli á los leales^ y que atrejera, sino por el
afecto, por el interés, á los dudosos.
Era preciso y urgente, de toda urgencia, aprovechar el tiempo que
el anterior Gabinete conservador había perdido y malbaratado, sino
se quería que se malograse una empresa en la cual jugábamos el honor
y la vida.
Hacían falta demostraciones prácticas de nuestro propósito refor •
mador y pruebas tangibles de que queríamos destruir todo lo viciado,
todo lo nocivo, todo lo caduco.
La necesidad del inmediato saneamiento no daba espera, y era de
temer que el remedio, á pesar de su eficacia y de su virtud, llegase tar-
d, y el enfermo se murieía.
* *
12
No pasaba día sin que la prensa europaa, y aun puede decirse que
la del mundo entero, dedicase especial atención á la guerra de Cuba.
La prolongación de la lucha, no obstante las fuerzas considerables
enviadas desde la Metrópoli para someter á los rebeldes; el apoyo eíec-
tivo, aunque no declarado, que la insurrección encontraba en los Es-
tados Unidos, y lo5 incidentes de la campaña, eran los elementos de
que la prensa extranjera disponía y sobre los cuales discurría para
apreciar con mayor ó menor acierto la situación de Cuba.
'^4m^MW á:.
BARRIO DE LUYANC) (Habana;
En prueba de lo que en el extranjero se pensaba, véase el siguien-
te despacho de Londres que nos trasmitió un apreciable compatriota.
El cuadro que pinta de la situación de Cuba no puede ser más tris-
te; más triste fuera aún que se ajustase á la realidad.
^Londres 15 Octubre. — La Agencia Retiter ha recibido y dado á
la publicidad una carta de Cuba, escrita por un subdito inglés que resi-
de allí hace tiempo y ocupa posición preeminente entre sus conciuda-
danos.
Las noticias y afirmaciones que esa carta contiene, han causado
13
prcfunda impresión, pues no falta quien crea que el autor no es un
simple particular, sino que desempeña altas funciones consulares.
Creo ha de interesarles lo de más importancia para España.
«La aseveración de que gran paite de Cuba está pacificada y el res-
to lo estará dentro de pocos meses, es absolutamente risible.
' »No hay ninguna provincia pacificada, ni la situación general ie
la isla puede decirse que sea mejor que hace dos años.
»Weyler ha fracasado por completo.
»La Habana sigue rodeada de partidas rebeldes que se pasean por
toda la provincia.
»La ruina de la isla llega á extremos aterradores y la mortaldad
es horrible.
¿>La mitad del ejército español, dado de bsja por enfermedad, está
en los hospitales ó en las enfermerías de los cuerpos. El resto padece
hambres y desnudeces, que únicamente los sufridos soldados españoles
son capaces de soportar.
»Obedientes, disciplinadas y valerosas, las tropas españolas hacen
esfuerzos que siempre vienen á resultar infructuoíos, porque el ejército
carece de muchos elementos y no está organizado en condiciones á
propósito para una guerra como la de Cuba.
»Esta situación no lleva trazas de modificarse. Quizás continuará
mientras España pueda, con mayores ó menores apuros, encontrar di-
nero para sostener la lucha.
»Los rebeldes que fían su triunfo en el cansancio ó agotamiento de
EspEña, pelean en su mayoría por la independencia y no cederán hasta
conseguirla.
»Ouizás ya es tarde para plantear el régimen autonómico, por lo
menos para plantearlo con éxito.
>/Dice también el autor de la carta que los Estados I nidos son los
verdaderos culpables de la situación en que se encuentra España, pues
14
sin la protección que han dado á la rebelión, éstn hubiera podido ser
aplastada en tres meses.
»Los mismos cubanos reconocen que lo deben todo al apoyo moral
y material de la República norteamericana y que mañana sería impo-
sible la vida de su República si les faltara semejante protección.
»El Daily News comenta la carta, cuyo contexto telegrafió en lo más
esencial, y dice que acaso debió Sagasta dejar á los conservadores la
responsabilidad de situación tan terrible.
»José Zayas, que ahora reside en esta capital y se titula plenipoten •
zario de la República cubana, ha manifestado á la Press Asocíatión que
en Mayo último' se ofreció á España la suma de ciento cincuenta millo ■
nes de duros por la isla de Cuba, con la gaiantía de los Estados Unidos.
»R3chazada la oferta por España, añade Zayas que los insurrectos no
aceptarán pactos ni reformas, pues están persuadidos de queá los es-
pañoles les será imposible sostener la guerra un año más.— X^'»
Hasta aquí el despacho, cuyas consideraciones y augurios no pue-
den ser ya más pesimistas para esta nuestra desventurada patria.
¿Sería, en efecto, tarde para plantear el régimen autonómico en la
grande Antilla?...
Para lo que era tarde, y los hechos, por desgracia, lo habían de-
mostrado, era para volver á empezar.
Salió el general Blanco de Msdrid para la Coiuña, á fin de embar-
car en este puerto con rumbo á Cuba, el día 17 de Octubre.
A despedir al marqués de Peña Plata, al ilustre general que iba á
Cuba como representante de un nuevo régimen para trabajar como sol-
dado y como político por la paz deseada, acudieron los señores minis-
15
tros de la guerra, Marina, Estado y Ultramar, los capitanes generales
señores Martínez Campos y López Domínguez, el gobernador de Ma-
drid, señor Aguilera, el obispo de Sión, y tal y tanta cantidad de mili-
tares y hombres politicos, que renunciamos á escribir una lista que sería
imposible que resultara completa.
¡Haced la paz y hacedla pronto! Estas fueron las palabras con que
el pueblo español despidió al nuevo capitán general de Cuba.
Esos fueron los votos que acompañaron en su viaje á la gran An-
tilla ai bravo general, al experto gobernante que había tomado su par-
tido y tenía la firme voluntad de realizar, sin vacilaciones ni tibiezas,
los planes del Gobierno y los planes propios de pacificación.
Con el general Banco fueron á la isla la buena voluntad y la con-
fianza de todos los españoles cuerdos.
En él había de tener un leal intérprete la nueva política que lla-
maba á los leales y á los tibios á la concordia y tendría nuestro ejército
un caudillo experimentado y valeroso para acabar con aquellos que,
renunciando á la condición de hermanos, se empeñasen en mantener la
de enemigos.
Hombre sereno, enérgico é inteligente; avezado á soportar las in-
justicias del vulgo, y á buscar la verdad y la equidad en medio de la
humareda con que suele la pasión encubrirlas, creímos que sabría em-
plear fructuosamente los dos medios que la nación por propio y libé-
rrimo impulso le había puesto en las manos. La espada contra los
irreductibles; la balanza, para todos.
Le acompañaron generales de superior entendimiento y de probada
bravura, que conocían á fondo las Antillas, que estaban al tanto de lo
que con el problema colonial se relacionaba y que habían intervenido
ya, con gloria, en la presente campaña.
Allá volvían P.indo, Salcedo, Bernal y Aguirre, que otra vez ofre-
cían á la patria el tributo de la sangre y que combatirían como comba-
16
tieron, bien hallados con la nueva dirección militar y con la nueva
orientación política. Entre ellos figuraba el general González Parrado,
cuyo valor y cuyo tacto, bien acreditados en Filipinas, se emplearían
no menos utilmente en Cuba.
Ninguno de ellos temía que la autonomía embarazase su acción, y
INGENIO «RECUERDO» (San Antonio de los Baños)
todos estaban conformes con la legalidad que dentro de poco había de
regir en la isla. Es evidente que opinarían de igual modo los bizarros
compañeros suyos, que allá continuaban manteniendo incólumes la
integridad de nuestra soberanía y el honor de nuestras armas.
Ante la firmeza tranquila y el patriotismo verdadero de unos y
otros, nada significó la interesada suspicacia de algunas colectividades
y personas que se obstinaban en oponer á la necesidad y á la justicia
sistemática resistencia.
■H-®-K^-
17
EXCMO. 8R. D. RAMÓN BLANCO Y KRENA8
Capitin general
Blanco s
CAPITULO II
A bordo del Alfonso XIII. — DeclararioneR del general Blanco. — El programa del Gobierno.
— InetrucciimeB al nuevo gcbTnador general de Cuba. — La Ihbor de los intransigentes.
— Temores y comentarios. — La opinión liberal. — I.l Diario de la Marina. — La actitud
de los derechistas. — Estado de la guerra. — Noticias tristes. — Organizando otra manifee-
tación en favor del general Wevler. — Proclama de la comisión organizadora. — Los tra-
bajos de la comisiÓD. — I,a actitud del general VTeyler.
•■* L abandonar la metrópoli y partir para Cuba á bordo
del trasatlántico Alfonso XIII, que zarpó del puerto
de la Coruña la tarde del 119, hizo el general Blanco
las siguientes manifestaciones:
«—Voy á Cuba animoso y confiado, y creo sinceramente
en la eficacia de los nuevos procedimientos y en el éxito se-
guro é inmediato de las acciones militar y política, que he de
desarrollar combinadas.
»Voy animado de los mejores deseos. ¿Saldré bien?'' Asi lo espero».
A preguntas de los que fueron á despedirle, contestó:
«—En eso de la autonomía no liay ni puede haber distingos. La
que se va á conceder \á Cuba es la auionomia ofrecida desde Ja oposi-
ción por el partido liberal, la Autonomía y ei. poder respcnsable.
»Para poder conspgrar más tiempo al gobierno político de la isla,
quise que me acompañasen generales como González Parrado, que en
:¡:v.!. rl
19
su puesto de segundo cabo llevará el peso de la acción militar, y como
Pando, que se pondrá al frente del ejército para las operaciones de la
campaña.
»R^specto á plazos — dijo — no puedo ni quiero fijarlos. Es muy
aventurado hacerlo, y si se señalan de buena fé, hasta pueden servir
de estorbo, obligando á precipitaciones.
»Ayer oí á algunos de los generales qu3 me acompañan, expresar
su confianza en que regresaremos victoriosos dentro de siete meses.
^De tal modo pueden ponerse las cosas que acertaran mis compa-
ñeros. Su esperanza no me parece una locura. Pero si todo sale bien, no
importaría el que tardáramos un poco más en llegar á la paz.»
El Alfonso X/IIllevó á bordo ocho generales, i8 jifes, 17 capi-
tanes y 425 soldados, y además 200 marinos de la Armada y otros cien
soldados y algunos oficiales que había tomado en Santander.
A las cinco de la tarde levó anclas el Alfonso XIII, que fué escol-
tado hasta la Marola por algunas embarcaciones.
*
♦ *
Hizo bien el Gobierno en facilitar á la prensa, para su publicidad,
el extracto de las instrucciones dadas por el ministro de Ultramar al
nuevo capitán general de Cuba.
Sabido, como se sabía, por el relato oficioso del Consejo de mi-
nistros celebrado el 22, que esas instrucciones coincidíin de manera aca-
bada y completa con la respuesta del ministro de Estado á la nota del
embajador extraordinario de los Estados Unidos, ya no podíi haber
dudas respecto de los términos en que se había replanteado la acción
diplomática, ni acerca de la extensión, el sentido y el alcance con que
la nueva legalidad colonial iba á establecerse.
20
Fué te do un programa, pese á la modesta designación con que lle-
gó á conocimiento del público, el documento á que nos referimos.
Por la alteza patriótica del espíritu que lo informaba, y por la luci-
dez, la precisión y la sinceridad de sus conceptos, mereció incondicio-
nal aplauso.
Las instrucciones dadas al nuevo gobernador general de Cuba, por
el micistro de Ultramar, se dividian en dos partes, que se enlazaban
después en un resumen general: la acción militar y la acción política.
El resumen, que tan especial aprobación mereció al Conseja de mi-
nistros, condensaba las ideas expuestas en las dos partes indicadas en
las siguientes bases:
Era la piimera la identificación de la acción militar con la politice,
de tal manera, que mientras la primera por su lapidez y energía des-
concertara y redijera al enemigo, la segunda aprovechara los éxitos de
aquélla para lograr la pacificación, restaurando al mismo tiempo la ri-
queza y secundando con sus amplias miras el esfuerzo militar, al que
la simpatía del país proporcionaiía nuevos y poderosos medios de
acción.
Y como á estas dos acciones iba unida la diplomática, á que el Go-
bierno consí graba especial interés, y á ellas seguiría la mejora del es-
tado del Tesoro, todo el mundo vería que España no economizaba me-
dio alguno de devolver la paz á sus hijos y de restañar las heridas cau-
sadas por inevitables def gracias, á la vez que el soldado, sinténdose
sostenido por la nación entera, cobraiía mayores biíos y pondría nue-
vos empeños en terminar su obra, arrojando de la isla á los que por su
odio á la Metrópoli ó por no haber nacido en ella, pretendían arran-
carle la más predilecta de sus h jas
• »
21
La segunda idea era no manos fecunda. Consistía en hacer saber al
país cubano qu3 la llegada del nuevo gobernador representaba una era
completamente distinta de las anterores, y que la madre patria con-
fiíba, tanto como en sus faerzas para reducir á los rebeldes, en los sen-
timientos de adhesión y de afecto que !a gratitud, por un lado, y el
sostenimiento de sus propios intereses, por el otro, habían de despartar
en la población insular.
<Pero la convicción — decía la Kota~:io ha de llevarse á los áni-
mos con promesas y ofrecimientos; ha de demOitrarse con los hechos,
de tal suerte, que todos y cada uno de los que vayan ocurriendo con-
tribuyan á dar relieve y sirvan de testimonio á la sinceridad de los
propósitos del Gobierno. Este irá comunicando al gobernador general,
tan pronto como se haya posesionado de su cargo, la ssrie de reformas
que habrá de implantar, empezando por la del censo electoral, cuya
operación tendrá cuantas garantías sean necesarias para que las listas
se coníeccionen con rectitud y las reclamaciones se resuelvan c )n jus-
ticia^ á fin de que nadie tenga el pretexto de suscitar duda alguna sobre
!a autoridad de un cuerpo electoral llamado á determinar la forma en
que habrá de gobernarse en adelante el país cubano».
Ei Gobierno se proponía, además, publicar las reformas ulteriores
con tiempo bastante para que el análisis de los llamados á vivir bajo la
íutura legislación, aquilatase los méritos déla obra, la defendiera de
sus imperfecciones y la identificase con las aspiraciones de aquellos á
quienes se aplicara. Y aún cuando no fuera prudente fijar plazos para
esta empresa, perqué eso no dependía de la voluntad del Gobierno,
sí lo era decir que la obra se iniciaría desde luego y se continuaría sin
vacilaciones ni tardanzas.
Al propio tiempo— terminaba diciendo el documento oficial— el
gobernador general cuidará de hacer entender con sus palab.'as y de
demostrar con sus actos, que no por eso se desentiende Espina de sus
22
colonias, sino que, muy al contrario, tendrá prontos tolos sus recursos
para coadyuvar á la obra de reanimará sus decaidos habitantes, rehacer
su riqueza y hacer olvidar los pasados años de amargura.
Muy viva y muy profunda fué nuestra satif facción al ver realiza-
das nuestras aspiraciones y puestos en vigor nuestros principios ¿jus-
tados en un todo á nuestro ferviente patriotismo.
#
* *
El anuncio de la implantación déla autonomía, excitó á los in-
transigentes de la Habana, que se
dedicaban á despertar las pasiones
en las masas, provocando una agita-
ción á todas luces peligrosa, contra
el Gabinete fusionista.
Los telegramas publicados por
El Diario de la Marina anunciando
que había sido prevenido el general
Weyler por el Gobierno para que á
toda costa evitase las manifestacio-
nes, pues en caso contrario había
decidido propósito de proceder con
energia, excitaron mucho á los ele-
mentos que allí apoyaban al general
en je fe relevado, decidiéndoles á exa-
gerar sus entusiasmos en la despedi-
da de dicho general.
Los periódicos conservadores de la Habana dijeron que se haría la
manifestación, impidiéralo quien quisiera, y telegrafiaron á diferentes
puntos de la isla para que fuesen á la capital comisiones, á ñn de cu
mentar la importancia de la manifestación.
COMANDÓTE SEÑOR RUANO
23
Corrían noticias alarmantes acerca de lo que pudiera ocurrir el día
del embarque del marqués de Tenerife.
Los que dirigían este movimiento tenían ya tomadas todas las em-
barcaciones del puerto y dispuestas todas las músicas de la ciudad.
Dada la forma con que la manifestación se organizaba y la acepta-
ción de estos obsequios por el general VVeyler, temíase en la Habana
que revistiera caracteres de hostilidad al Gabierno y en sentido grave
que creara antagonismos peligrosos en momentos tan críticos como
aquellos, por cuya razón la preocupación de las gentes aumentaba en
condiciones sensibles.
Era también objeto de comentarios en la Habana el alcance de la
propuesta extraordinaria en favor de los coroneles de voluntarios y la
comida con que les obsequiara el general Weyler.
La opinión interpretó estos actos como inspirados por la intención
de desagraviarles por el telegrama del Gobierno que produjo excitación
en los ánimos.
Todas estas cosas contribuían á aumentar la perturbación política,
provocando disensiones peligrosas y creando una situación política
embrollada, dilícil y lastimosa en extremo.
El Diario de la Marina declaró en un artículo «que hoy por hoy»
no se podía defender al Gobierno constituido, /<porque esto se conside-
ra en la Habana como una provocación, aunque el caso parezca ex-
traordinario é inverosímil.»
Había un elemento intransigente, que era el que con más ardor se
agitaba para que la manifestación fuera solemne, que se oponía abier-
tamente á la política que se anunciaba iba á implantar en la isla el nuevo
gobernador general.
Los derechistas no ocultaban su odio al nuevo régimen y trataban
de di&cultar la acción del general Blanco, dedicándose á desorganizarlo
todo, á fin de desacreditar la autonomía.
¿4
Esa fué la división de los leales quj dejó tras sí el general Weyler,
y en tal estado de perturbación encontraría la política el general Blanco.
***
En tanto, el estado de la gaerra era el mismo de hacía seis meses.
Bien puede decirse que las operaciones estaban suspendidas, y lo
único que á la fecha se hacía, para evitar sucesos lamentables, quedaba
reducido á vigilar las líneas férreas, á fin de impedir la resonancia de
los accidentes.
En la segunda semana de Octubre una partida de rebeldes mache-
teó bárbaramente á una guerrilla en Artemisa, apoderándose de armas
y municiones.
Ascendían á 40.000 los enfermos que había en los hospitales de la
isla.
La situación económica había llegado á ser horrible y de día en día
aumentaba su gravedad.
Moría el 8d por 100 de los reconcentrados y en plena Habana fa-
llecían de hambre niños y familias enteras.
Ofrecíanse cuadros conmovedores y escenas espantosas, producidas
por la miseria y el abandono.
Solamente la caridad particular socorría á las innumerables vícti-
mas de la guerra, pues el Ayuntamiento solo se cuidaba de las contra-
tas y concesiones escandalosas, como la del matadero, dejando de pagar
las atenciones atrasadas.
Los almacenes de la Habana hallábanse abarrotados de mercan
cías importadas, sin que fuera posible darles salida, pues los comer
ciantes aprovecharon los ú'timos días en que estuvieron abiertas las
Aduanas para hacer gran acopio de géneros. Había de venir, como os
25
natural, una enorme baja en las ventas y entonces los enemigos de la
autonomía atribuiría aquella al cambio de régimen.
La población rural estaba aniquilada, la riqueza destruida y la
gu jrra quebrantada por la acción del tiempo. S;n embargo, ardía en
to la la isla la insurrección.
Los organizadores de la manifestación de despedida al general
VAPOR <-R. IIERUERA<
Wjyler, según nos comunicó el cable el 24, estaban trabajando de una
manera formidable, para que aquel acto fuera grandioso, imponente»
único.
Por correo recibimos la proclama que dicha comisión hizo circular
profusamente por toda la isla.
En este documento se hacen elogios del general Weyler, como no
los alcanzó el gran Capitán, como no los conquistó Banaparte en el
Blanco 4
26
pináculo de la gloria. Después se censura al Gobierno por haberle re-
levado y se dicen cosas imprudentísimas en aquellas circunstancias.
Termina la alocución con estos párrafos:
«¡Españoles! Roguemos al Gobierno que no provoque el retroceso
á los tiempos en que el general Weyler se hizo cargo del mando de la
isla; cerremos el comercio, reunámonos y probemos con nuestra pre-
sencia al general Weyler que los españoles de Cuba no quieren su re-
levo, y que si el Gobierno resuelve contra nuestros deseos, llevará para
la Península el cariño y los aplausos y el recuerdo eterno de los buenos.
Abandonemos nuestras casas por una hora y demostremos que vive
el espíritu español en Cuba á despecho de los que han pretendido
amoitiguarlo.
Españoles: ¡Viva el general Weyleí! ¡Viva el primer español de
esta islfi! ¡Viva el verdadero pacificador de Cuba!»
***
Una carta particular de la Habana llegada á nuestro poder el pro-
pio día 24, por vía extranjera, refería lo que se estaba haciendo para
organizar esa manifestación.
S3 apelaba á todos los medios, incluso el de la amenaza, para que
se unieran á los manifestantes personas que permanecían neutrales ó
eran adversarias de aquella campaña antipatriótica que diríase pagada
por los filibusteros.
La singular actitud en que se había colocado el general Weyler dio
lugar á las más extrañas invenciones.
Un corresponsal de un periódico yankee explicó de una manera
curiosa y, sobre todo, nueva, la continuación en el mando, después
del cese ó destitución, del general Weyler en Cuba hasta la llegada del
general Blanco, sin pasar por la interinidad del general Jiménez Caste-
27
llanos, designado por el Gobierno para encargarse interinamente de la
Capitanía general y gobierno general de Cuba.
Dijo el indicado periódico que al presentarse el comandante militar
de Puerto Príncipe para hacerse car^o del mando, le exigió el general
Weyler la declaración escrita de «estar pacificadas las provincias occi-
dentales de la isla» y que el general Castellanos se negó en absoluto á
hacerlo.
La noticia tenía todas las trazas de no ser cierta; pero nadie lo hu-
biera puesto en duda si el general Weyler hubiese procedido como
aconsejaban la obediencia y el interés de la patria.
Y cierta ó no cierta, el general Weyler no se despejó del cargo de
gobernador general, ni abandonó el mando de la isla, á pesar de su
destitución y del cese decretado por el Gobierno de la Metrópoli, hasta
la llegada de su sustituto, en quien por orden del ministro de la Guerra
debía resignar el mando.
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CAPITULO III
Solución única. — Los rebeldes á las puertas de la Habana. — Reñido combate en La Chorrera.
— Muerte del general Adolfo Castillo. — 3u importancia. — Extraña resolución del general
Weyler. — Embarque inesperado. — Autoridades interinas. — La manifestación de despe-
dida.— En el palacio de la capitanía general. — Discursos cambiados. — Al Montserrat. —
Esperando al general Blanco.— Noticias oficiales. — Comentarios.
RECÍA la tensión de los ánimos y encontraban terreno
propicio las más infundadas aprensiones, á medida que
se acercaba el momento de aplicar á nuestro problema
colonial la única solución posible.
Ssntían unos vago temor de lo nuevo, aparentaban otros
sentirlo, y hacíanse oir, sin que nadie conociera á punto fijo las
causas, esos ruidos subterráneos que precíden á todas las gran-
des metarmórfosis de la política y de la Naturaleza.
A pesar de ello, cada día aparecía con mayor claridad la
línea recta, lo mismo ante los ojos de los incrédulos y los timoratos,
que ante la mirada de los neutrales y los reflexivos.
Todos lo veían con perfácta lucidez y todos comprendían que no
había otra, para conducirnos al término de una penosa jornada.
No fueron los liberales quienes la propusieron, sino los conserva-
dores; no la fijaron las preferencias de escuela, sino las imposiciones del
verdadero patriotismo; la fuerza incontrastable de las circunstancias
del siglo.
Al entrar en la vida nacional las ideas que hoy prevalecen, aquellos
29
que menor adhesión les tenían declararon noblemente que para lo su-
cesivo ya no habría manera de retroceder un paso.
Y, á la sazón, añadieron que, si no era un deber ineludible el de
prestarlas incondicional concurso, era obligación común el observar un
patriótico silencio.
Si reflexionaban un poco los que dudaban y los que desconfiaban,
pronto se convencían de la imposibilidad absoluta de desandar lo
andado.
¿Hubo alguno que en conciencia creyera factible retrotraer las
cosas al punto en que se hallaban antes de estallar la guerra separatista
en Cubs ?
¿HubD alguno á quien pareciera empresa sencilla restablecer en la
gran Antilla el sistema de administración y de gobierno que allí regía
en 1894?
El que tal asegurase, engañaba á España y engañábase á sí mismo.
Muchos habn'a que deseasen el retroceso; no había de cierto nin-
guno que con la mano puesta en el corazón lo considerase realizable.
***
En dos años habíamos vivido y avanzado veinte.
Cuando se recuerda que á principios de 1895 escandalizaba á los
conservadores, á los liberales, y aún á bastantes demócrata?, el solo
nombre de la Diputación única, y se oía á la sazón cómo hablaban todos
tranquilamente de la Cámara insular, cómo aceptaban el supuesto de
un régimen autonómico de gobierno responsable, y cómo invocaban,
cual íi ya estuviese en vigor ese régimen, la ley complementaria de las
mayorías, caía el espíritu más miope en la cuenta de que se trataba de
un hecho consumado, contra el cual serían inútiles todas las agresiones
y todas las resistencias.
30
Cualquier arbitrio, por desatinado que luese, parecía admirable en
hipótesis, menos el de volver á lo pasado.
Existir pudieron dudas respecto á la eficacia decisiva é inmediata
de la autonomía ó temores de que su implantación fuera tardía; no exis-
tían para nadie, respecto á la acción negativa y funesta de los métodos
anteriores.
El solo intento de restaurarlos suscitara una protesta universal,
porque universal fuera la convicción de que á la simple tentativa habría
de acompañar el total desquiciamiento.
No quedaba, pues, otra solución racional que la adoptada, ni más
cainino descubierto que el que se había emprendido.
Hubo que confiar, por tanto, en la una, y avanzar resueltamente
por el otro los que siempre tuvieron fé en la virtud de la democracia,
que no distingue de climas ni de latitudes.
Y habieron de dejarse de suscitar obstáculos á la buena obra los
que pretendían todavía mantener entre la Metrópoli y su colonia arbi-
trarias diferencias.
Bien estuvo que reservasen sus ideas y sus principios; pero sin pa-
sar de ahí si querían hacerse perdonar el daño enorme que con la apli-
cación de esos principios é ideas habían causado á España y á Cuba.
Harto notorios eran, para desdicha de todos, los efectos de su sis-
tema y las consecuencias de su predominio.
*%
Aún resonaban en los oídos las palabras del general Weyler afir-
mando hallarse pacificadas las cuatro provincias occidentales de la isla,
y en el espacio los ecos de los vivas al verdadero pacificador de Cuba,
lanzados por los gremios y detallistas, cuando á las puertas de la Haba-
31
na librábase un reñido combate entre fuerzas de la gaardia civil y una
numerosa partida rebelde.
Para que nuestros lectores puedan formarse idea de la audacia del
enemigo, bastará indicar que el lugar donde ocurrió el encuentro está
de la Habana á una distancia semejante á la qu3 hay de la plaza de
Cataluña (Barcelona) á la Barceloneta.
El comandante de artillería don Eduardo Tapia Ruano, con fuerzas
de la guardia civil, encargadas de vigilar y guardar la zona exterior de
la Habana, tuvo un encuentro el día 25 entre la Chorrera y Managua
con un grupo numeroso de insurrectos, al mando del titulado general
Adolfo Castillo.
Las tropas se batieron con gran bizarría, dispersando á los rebeldes.
En una de las embestidas de los guardias cayó muerto el cabecilla
citado, con otros cuatro rebeldes, que abandonó el enemigo en poder
de aquéllos, dándose á la fuga.
Apoderáronse las tropas del cadáver de Castillo, que fué condu-
cido á la Habana, donde se exhibió para su completa identificación.
Tuvo gran interés la noticia de ese combate, que fué confirmada
oficialmente el propio día por el general Weyler.
Adolfo Castillo había sido el cabecilla de mayor importancia que
había operado en la provincia de la Habana, excepción hecha de Máxi-
mo Gómez y Maceo, pues llegó á anular á Aguirre cuando éste tenía en
esa jurisdicción el mando superior de las fuerzas insurrectas.
Bicn podía ser considerado AJolfo Castillo como el maestro de
Aranguren, Acosta, Arango y otros cabecillas de significación.
Gozaba Castillo de la confianza absoluta del generalísimo Gómez,
quien al retirarse de la Habana hizo pública su seguridad de que no
sería vencida la insurrección en esa provincia mientras Castillo viviera
y estuviese al frente de las fuerzas rebeldes que operaban en aquel te-
rritorio.
32
***
Entre el asombro de las gentes, que no acertaban á explicarse tan
extraña é inopinada resolución, circuló en la Habana, la mañana del 29,
la noticia de que el general Weyler, lejos de esperar, como habla pro-
metido, á su sucesor en el mando superior de la isla para hacerle en-
trega del cargo, resolvió á última hora trasladarse á bordo del vapor
JEFE DE COLUMNA RECONOCIENDO EL TERRENO Y LAS POSICIONES
DEL ENEMIGO
correo Montserrat, que había de retornarle á la Península, y esperar
allí la llegada del general Blanco.
El marqués de Tenerife tenía ya, como es sabido, noticias comple-
tas 7 detalladas de la manifestación de despedida que organizaban los
mismos elementos que dispusieron y celebraron la que se verificó en la
Habana al tenerse noticia de su destitución y relevo.
33
33
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34
El general Weyler, para explicar de algún modo su insólita reso-
lución, hizo propalar la especie, y así lo comunicó al Gobierno, de que
debiendo di jar expeditas las habitaciones de la capital ía genersl á su
sucesor, y hallándose la residencia de verano del gobernador general
en estado luaoso, consideraba más acertedo esperar en la bahía, ya á
bordo del vapor en que había de regresar á la Península.
El maiqués de Tenerife llamó á su despacho al general de Marina
contralmirante itñor Navarro, y le hizo entrega dtl caigo de goberna-
dor general de la isla.
D¿1 de capitán general y general en jífe del ejército de operacio-
nes encargó al general de división señor Jiménez Castellanos.
El general Ahumada delegó su cargo de segundo cabo de la capi-
tanía general de Cuba en el general Molins.
Como el general Weyler sabíi que los gremios y determinados
elementos políticos iban á celebrar una manifestación de despedida en
su obsequio á las dos de la tarde, hizo muy de mañana sus últimos pre-
parativos de viaje y se dirigió á almorzar con el intendente general de
Hacienda.
La manifestación ofreció los mismos caracteres y fué hecha por los
mismos elementos que la verificada al conocerse el relevo del general.
Uaa y otra se celebró con arreglo al programa establecido.
Las comisiones de los gremios y de algunos partidos políticos, no
de todos, recorrieron las calles de la capital dando iguales é idénticas
voces que en la anterior, dirigiéndose y estacionándose frente á la ca-
pitanía general, donde, al igual que entonces, les aguardaba el mar-
qués de Tenerife.
Al palacio de la capitanía subieron todas las comisiones oficiales y
representaciones del paitido autonomista, de la UniónconslitucioDaly
de los gremios.
En nombre de la comisión organizadora de la manifestación, llevó
35
la voz un individuo afiliado al partido conservador antillano, expre-
sándose en los sigaiantes términos:
«— Qaeremos con este acto de despedí ia, significar nuestra adhe-
sión á la política del gaaeral Weyler, nuestra estimación y cariñ ) á su
persona, nuestra admiracióa á sui méñtos militares y nudstra protesta
á los lab arantes y á los yankees, cuyo odio a/r/cano le enaltece, y á los
periódicos peninsulares que «'lan tratado de calumniar vilmente», no
sólo al ilustre caudillo, al úaico y verdadero pacificador de Cuba, sí
(jue á nosotros mismos, sus lealís y desinteresados defensores.
Al despedirle, un ruego hemos de hacerle: qu; nos defienda ante
la nación y que acepte la investidura de diputado por la Habana que
desde luego le ofrecemos».
#
* *
El general Weyler contestó en ui largo discurso, cuya síntesis
es la siguiente:
«—Agradezco con toda mi alma esta manifestación de afecto y de
cariño á mi persona, que responde al aplauso con que «la verdadera
opinión de Cuba recibió y despide mi política y mi plan, que de conti-
nuar aplicándolo como hasta aquí, se hubiera salvado Cuba para Espa-
ña, no por arreglos, componendas ni concesiones, sino con hanra.
»Cuando tuve noticia de mi relevo, ni me sorprendí ni me extra-
ñó. Lo esperaba desde que murió Cánovas del Castillo, pues los rebel-
des y los Estados Unidos lo venían reclamando constantemente, y yo
sabía que no habí i ningún jefa de partido en la Península dispuesto á
defender mi continuación en el mando de esta isla.
7/Nada me impartan y desprecio los ataques calumniosos déla pren-
sa laborante, y en ella incluyo á ciertos periódicos de la Península.
36
sTengo mi conciencia tranquila y rechazo con desdén y desprecio
es£S acusaciones, de cuya sin rtzón vosotros podéis testimonisr.
»¿Hay alguno que pueda alardearse de haber recibido de mí cierto
género de favoreí? ¿Hay entre vosotros quiéa crea que yo he tenido
alguna vtz tratos con ningún contratistí ?
(Como es natural, nadie contestó ni djo palabra).
»Vosolros sabéis que mi disposición prohibiendo la zafra, que
fué objeto de tan graves censuras, no respondió á otro propósito que al
de hacer fracasar el empiéstito que se proyectaba levantar en los Esta-
dos Ui.idos, y de que yo tuve noticia.
>Y con efecto, el empréstito que hubiera dado mayores bríos y
más grandes elementos á la rebeldía quedó desbaratado y fracasó, y la
zafra se pudo hacer y se hizo más tarde.
»Me han censurado también por la reconcentración de pacíficos en
los poblados, y ahoia todos reconocen los excelentes resultados de
aquella medida, que por otra ptrte vería solicitándola la opinión.
j-Yo os prometo defenderos en todas paite?, y os aconsejo que no
sintáis desmayos ni ccbsidíes que es priven de" los medios de llevar á
la Península el convetcimiento de lo perjudicial y funesto de las refor-
mas políticas para la causa de España.
La autonomía es contraproducente, y los políticos de la Metrópoli
desconocen el problema de Cuba. Por ello el partido de Unión consti-
tucional debe pciíistir en su actual actitud, que yo prometo apoyar
desde la Península»
Muchos manifestantes acogieren estas palabrís con atronadores vi-
vas á Weyler; otros se limitaron á contestar con vives á España.
*
« «
37
Apenas la comisión de manifastantes se hubD despaJido con gran-
des manifastaciones de cariño del general Weyler, este anunció que
iba á dirigirse al muelle para embarcar en el Montserrat, ad virtiendo
que haría el trayecto á pié.
Esto dio lugar á que los minifastantes escoltaran al general, sin ce-
sar en sus demostraciones de afacto, y q je muchos de ellos, embarca-
dos en los remolcadores, le acompañasen hista el costado del vapor.
Entretanto se estaban ultimando los preparativos para recibir al
nuevo gobernador general de la isla.
INGENIO «A^BREU*. DESTRUIDO POR L03 INSURRECTOS
La opinión esperaba con a isieiad conocer los planes de las nuevas
autoridades.
El Gobierno recibió un telegrama del general Weyler, expedido
el día 3 1 en la Habana, ea que aquél CDmunicó que, atendiendo á la
conveniencia de que su sucesor paliara alojarsa inmediatamente en el
palacio de la capitanía general, y encontrándose en estado ruinoi^o la
q linta de los Molinos, se había embarcado ya en el vapor-correo Mont-
serrat.
Añadía el general Weyler que al embarcarse habíi sido objeto de
38
entusiasta matifestación que— decía— le había emocionado, interpretan
dola como calurosa muestra de adhesión á España y á la monarquía.
Dícía también que el orden era completo en la Hibana, y que es-
taba pronto á desembarcar en el acto, si algo extraordinario ocur-
riera.
Mucha sorpresa causó en la Península el hecho de haber resignado
el mando el g;neral Weyler y embarcáiose en el Montserrat, cuando
según se hatía dicho había manifestfido al Gcbierno su propósito de
esperar la llegada del geneial B'anco para entregar á éste la autoridad
que, provisionalmente ja, venia ejerciendo.
Esta modificación del programa que á sí mismo se trazara el mar-
qués de Teneiife, fué objeto de vaiiadcs comentarios y no se explica-
ba satisfactoiiamecte. Más tarde la cpinión halló la explicación en la
amañada despedida hecha por los gremios.
Mementos antes de resignar el msndo el general Weyler, dirigió
al gobierno el acostumbrado parte semacal.
Y de éste resulta que al salir de la Habfina el general había rebel-
des, tiroteo y muertes en las proviccias de Oriente, Puerto Príncipe,
Las Villas, Matanzas, H-bana y Pinar del Río; es decir, en toda la isla.
Preciso es que conste.
*
* *
Obligado nuestro corresponsal en la Habana á someter á la censu-
ra de la Capitanía general sus telegramas sobre la Manifestación, no
pudo trasmitir los comentarios que de la opinión sensata merecieron
los últimos actos del general Weyler, ni fijar el verdadero carácter de
las demostraciones hechas al ex gobernador general de Cuba, por
ciertos elementos de la capital.
39
Más tarde fué de ellos portador el vapor-corieo, y he aquí lo que
en su caita nos dijo nuestro amigo y colaborador:
«La manifestación del viernes (día 29) fué, por los hechos y las pala-
bras, un acto subversivo y de protehta contra el G abierno de la M itrópoli .
Apenas se concibe que el general Weyler, conociendo de antema-
no el espíritu que animaba á los organizadores de la manifestación, se
prestase á su realización y hasta contribuyera á darla calor.
Es indudable, sin embargo, que simuló la d 35 pedida para no pri-
varse de los agasf jos papulares antes de que llegase el nuavo goberna-
dor general. No ha respondido á otro propósito su embarque en el
Monserrat, ni esta peregrina idea de aguardar al general Blanco á bor-
do de dicho trasatlántico, en vez de permanecer en tierra hasta la en-
trega del mando.
A pesar de que la llegada del Alfotiso XIII se demora, el general
Weyler continúa embarcado y coa propósito de no saltar á tierra.
Las pal&bras que pronunció al recibir á la comisión de manifestan-
tes, han parecido inusitadas en labios de quien todavía era gjneral en
jefe del ejército de la isla. Es opinión unáaime de las personas sensa tes,
que revelan despecho y propósitos de venganza.
En su alocución de despedida á los habitantes de la isla, el general
Weyler emplea, exagerándolos, los mismos conceptos de la comunica-
ción que se publicó en Madrid; alude á la época del general Martínez
Campos y dice que la faerza y la justicia estuvieron simbolizadas en un
cadáver. (?)
Con extrañeza de muchos españoles, cuya actitud es mental en es-
tas cuestiones, en la^manif-stación no hubo ninguna aclamación para
la madre patria ni para los reyes, hasta que un coronel de caballería,
indignado de lo que ocurría, gritó con voz estentórea: ¡Viva Españal,
¡Viva el rey!, ¡Viva la reinal Oyéronse en cambio, rabioscs mueras á
la autonomía y á la prensa.
40
Entriitace considerar, no tan sólo la situación ea qae la isla de
Cuba queda al salir de aqui el marqué» de Tenerife, sino el especial y
crítico estado en qu3 se halla la ciudad de la Habana, por efecto de una
agitación que el ganeral Weyler se ha complacido en fomentar.
Sus últimos actos personales, y £ua los de gobierno, acusan el pro-
pósito de dificultar la acción de los poderes públicos de la Metrópoli.
No contento con sembrar en el ánimo de muchos españoles el ger-
men de una rebeldía latente, dice se que ha tratado de ganar la volun-
tad del ejército haciendo á última hora extraordinarias propuestas de
recompensas, en cantidad y calidad tales, que difícilmente les podrá dar
su aprobación el ministro de la Guerra.
Circulan diferentes proclamas de los laborantes contra la autono-
mía. En ellas se habla de la despedida al general Weyler, de su mando
y de la reconcentración, con paltbras que creo inútil consigaar.
Los que sienten de veras el patriotismo, cualquiera que sea el par-
tido en que militan, creen que el nuevo gobernador general debe con-
sagrarse preferentemente á restaurar la paz moral en la Habana.»
*
* *
Generales censuras y juicios s3verísimos mereció de la opinión
imparcial y neutra de la Península, la conducta inexplicable é insólita
del general Weyler.
Lo que mayormente la indujo á censurarle fué la gestión desdicha-
da, el fruto tan escaso que sacó de los enormes sacrificios que la na-
ción había hecho, durante los veinte meses que dicho señor dirigió los
asuntos de la guerra en la gran Antilla. Lo que á veces la irritó y seguía
irritándola, fué el sistema aplicado h«sta la última hora de su mando y
reducido á no decir nunca al pueblo español la verdad. ¡Aún no había
abandonado las aguas de Cuba el vapor á cuyo bordo regresaba á la
41
Península el ex-gobernador general, cuando el cable nos anunció que
en la provincia que se había dado por la más pacificada, en Pinar del
Río, una partida de cuatrocientos rebeldes sostenía ruda pelea con núes
tros soldados y nos causaba ocho muertos y veinticinco heridos graves!
Semejantes ofensas inferidas un día y otro día al buen sentido na-
cional, arrancaron frases acerbas de labios de la opinión, y si de ta'es
durezas fuera precisa la justifi;ación, á darla bastaría la increíble é
incalificable conducta del general Weyler en los postrimeros momen -
tos de su mando.
Ordenóle el Gobierno que entregase personalmente el mando de
la isla al capitán general marqués de Peña Plata, y, á pesar de esa
orden, con un pretexto pueril, que apenas admite ni ese nombre, el
marqués de Tenerife, horas antes de la llegada de su sucesor, abandona
el palacio de la capitacíi y se dirige al vapor Montserrat, y embarca
en él, cual si estimase en un ardite las disposiciones del gobierno su-
premo de la nación.
Muy interesante debía de ser para el general Weyler la manifes-
tación que sus amigos le prepararan, mucho debía de importarle que
con la llegada del general Blanco no se frustrase tan fecundo, expon -
táneo y patriótico movimiento; peí o debiera y hubiera debido intere-
sarle más la disciplina, la cual no quedó con tales ejemplos muy bien
parada, é importarle superiormente el juicio quede cómo se cumplen
las disposiciones del Poder público en el Estado eypañol por sus mismos
y más altos funcionarios, y cómo se expresan éstos tocante á los actos
de aquél, hubieron de formar los pueblos de América y de Europa.
Blanco 6
1^ ■■■»«■»■ uiMliimMiu uniniMMMtMMIIIHitlUllllUBHllIKilUtMllllllll.MiMiMMiliolUliniWw* UiliiimiinullllMUIIIIIIlllUiiHiinMnilllllllllllllllHlllllirrillIli»». «^
*•« jiMiiuaiii'MtuBiiiwt-'tifiim'--* iiniiuiM —My <>iiiH*»T«i» - irriiiiiiinini -■ ■►* •i'hmiiihiiuik» ■-^^nwiiii"'iii"iniiriii"iHyiiwiiMnnw" • )♦
CAPITULO IV
Llegada del general Bianco. — Weyler & bordo del Alfonso XIII. — Conferencia de los dos
generales. ^ El desembarco del marquéd de Peña Plata. — Eotusiaeta acogida del pueblo
cubano. — Alocución del nuevo capitán general de Cuba á los habitantes de la isla. —
Las primeras impresiones del general Blanco. — Influencia benéfica de las reformas en el
campo insurrecto. — Impresiones de los presentados. — Pretexto inutilizado. — Una carta
de Máximo Gómez. — La opinión de los laborantes separatistas. — Declaraciones del gene-
ral Blanco. — Esperanzas.
las siete de la mañaoa del 3 1 de Octubre eatró en el
puerto de la Habaaa el vapor correo Alfonso XIII,
que conducía al general Blanco y su Estado mayor.
En la bahía y muelles reinaba gran movimiento
haciendo los preparativos para recibir al nuevo gobernador y
capitán general de la gran Antilla.
Todos los remolcadores estaban engalanados, así como los
muelles y los edificios.
Las comisiones receptoras acudían á los muelles, que iba invadien-
do la muchedumbre.
Inmediatamente que fondeó en bahía el Alfonso XIII pasó el gsne-
ral Weyler á saludar al marqués de Peña Plata, su sucesor, y hacerle
entrega del mando superior de la isla.
Ambos generales conferenciaron por espacio de hora y media, y
terminada la entrevista, de cuyo detalle no tenemos noticia, despidióse
43
el general Weyler con mucho f fscto de todos y volvió á bordo del
Montserrat, que debía zarpar á la una de la tarde.
Al dar fjndo el Aljonso XIII, rodeáronle innumerables embarca-
ciones desde donde se aclamó al general Blanco, al rey, á la reina y á
Cuba española.
A las diez de la mañana veinte y un cañonazos anunciaron el des-
embarco del general Blanco.
Las tropas y voluntarios cubrían la carrera, sonaron las músicas, y
una inmensa multitud agolpóse en el muelle y en las calles por donde
había de pasar el general, que fué acogido con verdadero entusiasmo y
con vivas á Cuba Española.
En el largo trayecto que recorrió el general Blanco no dejó de es-
cuchar un sólo instante las aclamaciones de la mult.tud á su persona,
al ejército, á España y á Cuba española.
Al llegar frente á la Capitanía fué aclamado el marqués de Peña
Plata por el inmenso público que llenaba la Plaza de Armas y todas
las calles adyacentes.
Los acordes de las músicas se mezclaban á las aclamaciones de la
muchedumbre, que llevaba banderas nacionales.
En los salones del palacio de la Capitanía ganeral no se podía dar
un paso: todos ellos rebosaban materialmente de gente.
El general asomóse al balcón y, después de saludar al pueblo cu-
bano, dio vivas á España, al rey y á Cuba española, que fueron contes-
tados por la multitud con verdadero frenesí.
Siguidamente las comisiones civiles y militares y de los partidos
insulares saludaron y cumplimentaron al nuevo gobernador general,
quien contestó £Í¿ctuosamente á todos, diciendo que esperaba que todos
seguir an prestando á la patria su concurso leal y eficsz para terminar
una rebelión indigna, causa de la ruina de Cuba.
44
*
* ♦
Al hacerse cargo y tomar posesión el general B.anco del mando
superior de Cuba, dirigió á los habitante» de la isla la alocución si-
guiente:
«... Vuelvo entre vosotros, no sin preocupaciones, pero lleno de
sinceridad, de buen deseo y de esperanzas. Dichoso me llamaré si logro
LUYANO (Habana)
dtjar salvados los intereses de España, más queridos para mí que si
fueran míos, que el gobierno me ha confiado.
»Eocárgame éste de plantear las reíormss que constituyen su pro-
grama, las cuales, además de conceder á Cuba el self gubeicnemfnt, han
de afirmar la soberanía de España.
»Para ser intérprete fiel del gobierno que squl me envía, propón-
gome seguir una politici de expansión, de generosidad y de olvido,
encaminada á restablecer, por medio de la lib2rtad, la paz en Cuba.
45
»Yo vengo er cargado de hacer á todos justicia, de abrir plsza á
todo interés legítimo, de restablecer la riqueza y la prosperidad de
este hermoso país, esperando que todos contribuyáis á esta obra en que
España quiere acreditar todo el amor que siente hscía ésta su hija pre-
dilecta.
»Yo vengo á arrojar déla isla al enemigo que empuña las armas
contra la madre patria.
»Vengo, en fin, para proteger á cuantos vivan al amparo de la ley;
pero también para hacer sentir con toda energía el rigor de las armas á
los ingratos, á los obstinados y pertinaces que pretendan continuar los
horrores de la guerra en este lico suelo que España descubrió é hizo
prosperar».
Seguía después otra alocución dedicada á saludar á los soldados, á
los marinos, á los voluntarios y al cuerpo de bomberos.
*
I
El día 2 de Noviembre recibióse en el ministerio de Ultramar un
cablegrama del general Blanco, en el que éste reflejaba y trasmitía al
Gobierno sus impresiones respecto á las consecuencias que, en su sen-
tir, produciría la implantación en Cuba del nuevo régimen político.
El gobernador general de Cuba, después de oir la opinión de mu-
chas de las personas de mayor arraigo y más caracterizadas de la Ha
baña, veía, como ellos, que la insurrección resultaría profundamente
quebrantada con la instauración de la autonomía.
Aseguraba que se había reanimado extraordinariamente el espíritu
público y que se esperaba con impaciencia y con deseo el estableci-
miento definitivo del nuevo régimen, por considerársele, generalmen-
te, como medio eficaz para obtener el restablecimiento de las normali-
dades en Cuba.
415
Y, por último, aun cuando de pasada, hacía constar que su presen-
cia en la isla había sido acogida por la generalidad de sus habitantes
con marcadas muestras de simpatía.
Comenzaba á sentirse, en efecto, la influencia beneficiosa para Es-
paña del cambio de política, en el centro mismo de la insurrección, en
Las Villas, allí donde desde la Navidad del 96 estaba acampado Máxi-
mo Gómez. No lo decimos nosotros: lo atestigua quien, si hubiera pe-
dido, desacreditara los electos del nuevo régimen.
Coincidiendo con las halagüeñas impresiones del marqués de Peña
Plata, escribía en 13 de Octubre un periódico de la ciudad de Reme-
dios (Las Villas),— que recibimos por el último correo llcgido á la Pe-
nínsula el propio mes— defensor desde el grito de Baire de «la guerra
por la guerrí» y sfiliado al partido de Unión Constitucional, lo que
copiamos textualmente:
«Varios de los presentados en estos días aseguran qu3 en el monte
se está desarrollando un cisma por la diversidtd de pareceres y modo
de pensar entre blancos y negros, con respecto á las reformas políticas.
»En efecto; los liberales que están en armas ó ios que lo fueron,
están dispuestos á presentarse en cnanto se proclame en Cuba la auto-
nomía.
»Los de color, por el contrario, no están dispuestos á la presenta-
ción, y con la mayor intransigencia piden la continuación de la guerra.
»Se explica muy bien este dualismo de pareceres, por las diversas
aspiraciones, educación, ilustración y manera de ser de una y otra
raza.
)>E1 negro en el monte tiene dos pretensiones: primera, la prepon-
derancia de su raza; segunda, la perpetuidad de la revolución que le ha
de proporcionar elementos y recursos para conseguir aquélla.
»E1 blanco no tiene otra que la de conseguir el triunfo de su ideal
político.
»Coiiseguido éste, en parte ó en todo, claro es que ha de volver á
la legalidad.
»Ningún autonomista que piejise, ningún cubano ilustrado conoce-
dor de la revolución actual, quiere hoy la independencia ni tampoco la
continuación de ¡a guerra. Lo que quiere es la autonomía y la pa^.
»De esta diversidad de opiniones ha de resultar ahora en el campo
enemigo una división, un cisma entre blancos y negros que{zovao en la
guerra pasada) ha de facilitar mucho la terminación de la guerra y la
consecución de la pa^».
*
* *
Tal decía un periódico cubano, al sólo anuncio de un cambio de
régimen político en la isla. No afirmaban lo mismo, ni cosa parecida,
algunos de sus colegas y correligionarios de la Habana; pero hay que
advertir que éstos estfiban lejos del teatro de la acción, y aquéllos muy
cerca, y que los que escribían casi desde el campo de batalla en el ter-
ritorio de Las Villas, en el centro mismo de la insurrección, oyendo á
los pacíficos reconcentrados que llegaban del monte sufriendo las pena
lidades de la lucha, tenían hartos más motivos para conocer el espíritu
de la rebeldía que los que respiraban la atmósfera ficticia de las mani-
festaciones oficiales.
Dando todo el valor que tienen á las impresiones de los presenta-
dos en Remedios, cabe sentar la siguiente afirmación:
Si antes de lo que pudiera llamarse el debut del régimen autonó-
mico, se afirmaba— y no por nadie interesado en el triunfo de las nue-
vas ideas— que los blancos que estaban en armas hallábanse dispuestos
á presentarse en cuanto se proclamara en Cuba la autonomía, y se aña-
día que ningún cubano ilustrado, conocedor de la revolución actual,
quería la independencia ni tampoco la continuación de la guerra, ha-
48
bía que esperar racionalmente que la actitud favorable á la obediencia
á la patria, se acentuaría luego que los proyectos se convirtieran en
realidades tangibles.
Además, para cualquiera persona medianamente observadora ea
perceptible que en las líneas que á sus planes habían trazado los labc-
TIPOS INSURRECTOS DE LAS PARTIDAS DE CALIXTO GARCÍA
rantes norteamericanos, y quizás los miembros de su gobierno, se ha-
bía atravesado la nueva situación política formada en nuestro país.
Con su actitud conciliadora, con sus proyectos de amplias refor-
mas, con el relevo del general Weyler, el ministerio español quitó al
de Washington los pretextos en que éste parecía apoyarse para ofre-
cerse ante el mundo civilizado como simpatizador con el débil y opre •
so, deseoso de la paz y representante de los sentimientos humanitarios
heridos por cruentísima y prolongada guerra.
49
SltRRA IJÜL COBRE (Santiago de Cuba)
Blanco 7
50
Esta hipocresía no era posible ya. Había caído al suelo el antifaz
con que se cubría el rostro la codicia yankee. Pero como la avidez y el
afán con que perseguía íqtélla su presa eran en el fondo los mismos,
debíamos tener la certidumbre de que sé nos buscaría las vueltas por
otro lado...
El sistema de guerra,— si es que se puede llamar sistema á ello, —
empleado por el general Weyler en Cuba, la política toda desarrollada
allí por el marqués de Tenerife eran el auxiliar más tficazde la empre-
sa perseguida por los que odiaban á España y codiciaban la hermosa y
desventurada perla de nuestras Antillas.
La justicia y la humanidad les tenían sin cuidado á esos adorado-
res del negocio; pero servíales demasiado bienio que estaba ocurriendo
en Cuba y que Europa sabía por los corresponsales de su prensa pe-
riódica.
Por esta razón al acabárseles el pretexto echaron mano de Mr. Tay-
lor, su ex-ministro plenipotenciario en Madrid, para que este perfecto
caballero dijera que de todas suertes el resultado sería el mismo, por-
que España carecía de aptitudes para tener bajo su soberanía colonias
como la isla de Cuba. Pero esto no engsñó á Europa ni América, antes
bien descubrió con sobrada claridad el juego de esos pretendidos apa-
gadores del incendio, al cual no cesaban de arrojar combustibles.
*
* *
Los periódicos de Nueva York publicaron el día 2 una carta de
Máximo Gómez, el titulado generalísimo de los separatistas cubanos.
Ea ella insistía el famoso cabecilla dominicano en declarar que
debían rechazar los cubanos la autonomía, cualquiera que fuese su ca-
rácter, siempre que fuera ofrecida por España.
Después añadía el titu'ado genfral:
51
«Nuestra actitud en el campo de batalla es nuestro mejor pro-
grama.»
«Hemos recibido recientemente de los Estados Unidos una impor-
tante expedición de armas y municiones y pronto habrá de oir España
de nuestros rifles viriles protestas contra su falacia.»
La Lucha de la Habana hizo una información para conocer lo que
pensaban los jefas de la insurrección residentes en los Estados Unidos
acerca de la autonomía que el gobierno iba á conceder á Cuba.
Consultado al efecto Estrada Palma, representante en Nueva York
del «gobierno provisional cubano»; Enrique J. de Varona; el periodista
y poeta cubeno Francisco Sellen; el doctor Henry Lincoln de Zayas; el
coronel López de Qaeralta, que hizo la guerra de los diez años; el abo-
gado Carlos Párraga; Samuel Tolón, refinador de azúcar; el abogado y
periodista Nicolás Heredia; el célebre Trujillo, director de El Porvenir,
y. el brigadier y cirujano Agramonta, todos estuvieron unánimes en
declarar que la autonomía no satisfacía á los insurrectos y que éstos no
querían más que la independencia.
Tal era la opinión de los laborantes que residían en los Estados
Unidos y que allí representaban á los del campo y les ayudaban con
expediciones.
***
En la visita de cortesía que los corresponsales en la Habana de pe
riódicos norteamericanos rindieron el día 2 al nuevo capitán general
de Cuba, hizo el general Blanco declaraciones muy explícitas.
«Muy pronto,— les dijo, — se verá la sinceridad con que España
practica la nueva política en Cuba, que se implantará en cuanto se
complete el censo.
»Creo que este será un medio eficacísimo para lograr la completa
52
y definitiva pacificación en la isla; pero si desgraciadamente no fuere
así, contestaré á la guerra con la guerra, si bien lamentando como el que
más el verme en la triste necesidad de tener que derramar más sangre.
2)Es absolutamente falso y hasta injurioso que yo piense entrar en
componendas ni tratar con los rebeldes. Eso lo impide la dignidad de
España y mi propia dignidad; pero recibiré con los brazos abiertos á
cuantos olvidando sus lamentables errores vuelvan á la normalidad y
á la paz.»
Dijo, además, el general Blanco á los periodistas yanquis, que él no
había censurado Jos planes de su antecescr en el mando de la isla. —
«Lo que si declaro,— añadió,— es que los míos son distintos.»
Pronto, muy pronto daré las oportunas órdenes para que sea mo-
dificado el bando relativo á la reconcentración de pacíficos, porque yo
no bago la guerra contra mujeres ni contra niños.
»También dispondré en seguida que se amplíen las zonas de cul-
tivo, dejando que los campesinos que salgan á trabajar puedan vivir.»
Por último, dijo el general, que no creía sobreviniera ningún con-
flicto entre España y los Estados Unidos, y que era inexacto que las
reformas políticas á punto de ser planteadas obedecieran á ninguna
clase de presiones ni á otra-cosa que al generoso deseo de España de
mejorar y engrandecer la isla de Cuba.
Por momentos crecentaban las impresiones optimistas que por dife-
rentes conductos recibía el general respecto al estado del país resuelta-
mente favorible al término de la guerra por la autouomía.
Se propagaba la confianza en la proximidad de la paz y reinaba
gran animación entre los elementos liberales de la isla.
Entre la salida del destituido gobernador general de Cuba y la lle-
gada de su sucesor, medió una inmensidad de tiempo, aunque en reali-
dad no hubiera más que una diferencia de horas.
Entre la ruta que habíamos abandonado y la que habíamos empren-
53
dido, aunque no se viera ninguna interrupción, medió una inmensi-
dad de espacio.
Y esto hizo concebir á la opinión grandes esperanzas en el logro
de la paz, sumo ideal de los españoles de la Península y de los españo-
les de Cuba.
-•-4-^4^-^^
CAPITULO V
La acción moral. — Esperando en calma. — Información acerca del verdadero estado de la re-
belión en las provincias pficialmente pacificadas. — La provincia de Pinar del Río. — Gra-
ves noticias. — Blanco y Weyler. — Deedichab y errores. — Cambio de situación. — Circular
al ejército. — ¡Adelanti I — Pot mejor camino. — Dos desengaños. — Un voto y un deseo.
KAN de buen agüero los telegramas que empezaban á lle-
gar de Cuba.
No nos referimos únicamente á la esperanza que allá
despertaban las soluciones autonomistas; nos referimos,
§ ante todo, á la saludable reacción que se iniciaba en los espíri-
tus, y al acierto de las primeras disposiciones con que había
inaugurado su gestión el marqués de Peña Plata.
Excelente y eficacísimo, á nuestro humilde entender, íué
el remedio con que se trató de curar y salvar la isla; pero para que
ejercida su benéfica acción era preciso que antes se devolviera un poco
de fé á los ánimos abatidos y un poco de fuerza á los organismos
exhaustos.
A ello había de contribuir en gran manera el trabajo preparatorio
del general Blanco, quien para proteger las personas y las cosas decidió
facilitar los medios de transporte, permitir dentro de limites razonables
el acarreo de los frutos, mejorar la situación angustiosa de los concen-
trados y extender cuanto fuera dable las zonas de cultivo.
55
Realizárase así una obra de alta hucaaaidad y una empresa de po
sitiva conveniencia.
Nada nos había causado tanto daño, en el concepto universal, como
el relato de los horrores producidos por la concentración y aumentados
por el sentimentalismo ó por la aviesa voluntad de los comentaristas
extranjeros.
Por motivada que hubiese estado la política ó la estrategia que
retenía millares de criaturas al-
rededor de las pobL clones á las
que no se les suministraba ni
albergue, ni pan, ni medicinas,
jamás ante la Europa cristiana
aparecerá justificada la necesi-
dad de tan extremados recursos.
De ahí vino el clamoreo
que levantó la prensa interna
cioaal, y que no surgía tan sólo
de las publicaciones esencial-
mente políticas, sino también de
las consagradas á las letras, las
ciencias y las artes.
Con escándalo mayor que
los grandes diarios, hablaron
las revistas blancas ó f zules de París y de Londres.
Existía ya una leyenda parecida á las de Polonia y Armenia,
cuyas exageraciones iban en aumento y contra la cual nada podía ni
servía la rectificación de algunos escritores imparcisles. ¿Cómo había
de servir si aun los que proclamaban la substantividad de nuestro dere-
cho condenaban de paso la severidad, la injustificada crueldad de núes
tra conducta?
SEGUNDO DEL CABECILLA PERICO DÍAZ
56
Arbitrarias é injustas fueron las apreciaciones á que aludinaos; pero
aunque las desmentiéramos coa pruebas y testimonios irrefutables,
nuestra voz no pasaba más allá de las fronteras, y la de nuestros apasio-
nados acusadores resonaba por todo el mundo.
«No importa,» dirían tal vez los qu? usan y abusan de esa frase
tan grata á los oídos españoles. Pero se engañaban al decirlo, porque
del crédito en el exterior, tanto como de los medios y energías interio-
res, viven hoy todos los pueblos.
¿Qué no nos sucediera á nosotros, obligados á arrostrar dos gue-
rras terribles y á sufrir las abrumadoras imposiciones del cambio?
Sí; discretas, equitativas y convenientísimas fueron las primeras
disposiciones del último gobernador general de Cuba.
Reanimados en la grande Antilla los espíritus y destruido en el
concepto de Europa la siniestra fábula de iiuestros rigores, la empresa
magna de la pacificación fué de esperar llegara con mayor facilidad á
dichoso término.
Prevalecería siempre nuestro indiscutible derecho; pero prevalece-
ría más pronto auxiliado por la rectitud de nusstras intenciones y san-
tificado per la humanidad de nuestra conducta.
Los despachos del general Blanco y de los corresponsales refleja-
ban un optimismo, cuyos fundamentos desconocíamos todavía, y que
por eso nos abstenemos de juzgar. Animado, sin duda, por estos infor-
mes, y quizás también por otros, mostrábase el ^gobierno dispaesto á
comenzar la serie de decretos preparatorios de la autonomía, y empe-
zaba á asentar las bases de la obra con algunos nombramientos de ca-
racterizados autonomistas.
Píoponíase también el Gabinete liberal, á la vez que rogar á Dios
por la paz con el desarrollo de la nu3va acción política, dar fuerte con
el mazo de la gueria en los que peleaban contra España en la manigua.
No hay que negar, al propio tiempo, que se habían desvanecido algún
57
tanto las ilusiones de aquellos espíritus románticos que soñaban con la
eficacia pacificadora de las libertades políticas y administrativas que
ansiaban introducir en nuestros últimos territorios americanos.
Es un hecho, que mientras los partidarios de la sola acción política
soñaban en la eficacia de sus ideales, los filibusteros desembarcaban
armas y municiones con más prisa que nunca, en previsión de que se
les secase el copioso caudal de recursos militares que para ellos manaba
de los Estados Unidos. Y, seguramente que su acopio no sería para
regalárnoslas al someterse.
Da no tener ese objeto es indudable que eran para la guerra, la
cual iba á seguir lo mismo que antes, dependiendo su terminación,
principalmente, de la pericia y buena voluntad de ios directores de la
nueva campaña.
De lo que con esas dos cualidades se podía hacer todavía sin gran-
des sacrificios de la ya harto sacrificada E-paña, dio excelente testimo-
nio el buen estado de fuerzas de las tropas que estaban en el Camagüey
á las órdenes del general Jiménez Castellanos. Los batallones de aquel
distrito se encontraban cssi completos y tenían la mayor parte de la
gente sana y en condiciones de seguir operando, muy al contrario délo
que sucedía en las provincias occidentales y en Santiago de Cuba,
donde había cuerpos que apenas se componían de unas cuantas doce-
nas de hombres.
¿Qué mejor demostración de que las infinitas bajas que las enfar
medades habían hecho en nuestras filas no eran obra solo del. clima de
Cuba, sino de la incapacidad y de otras causas? Donde había habido un
general capaz y cuidadoso, la mortalidad había sido escasa.
Por lo mismo que esto es cierto y que el mal estaba más en los
hombres que en la Naturaleza, no se debía desesperar del remedio y
podíamos confiar en que las operaciones, cuyo próximo comienzo anun-
ciaba el telégrafo, fu sen más decisivas que la? anteriormente empren-
BlaNCX) 8
58
didas, tanto ó más eficaces que las reformas políticas y menos mortífe-
ras para nuestro sufrido ejército. Con todo eso podríamos escusar el en-
vío de más expediciones, satisfaciendo así, al par que un interés de hu -
manidad, una legítima aspiración del país.
**.♦
Debido á minuciosas averiguaciones, practicadas por nuestro celo-
so corresponsal en la Habana, para in^'jirir el verdadero estado de la
rebelión en las provincias que oficialmente dejó pacificadas el general
Weyler, recibimos exactísimos informes referentes á la provincia de
Pinar del Río, basados no en referencias oficiales, sino en relatos he-
chos por personas llegadas del teatro de la guerra, y que habían estado
y vivido en el campo con los rebeldes.
Según esas personas, había en la provincia de Pinar del Río, al co-
menzar el mes de Noviembre, unos mil insurrectos, bastante bien ar-
mados con fusiles RemÍDgton y más qae bien provistos de cartuchería.
Al frente de esas fuerzas enemigas se hallaba el cabecilla Perico
Díaz.
En algunas zonas contaban los insurrectos con provisiones, y has-
ta tenían ganados. En otras les era muy dilí^il adquirir viviendas.
Casi todos los rebeldes iban desnudos, y eso qu3 en las expedicio-
nes que últimamente habínn desembarcado en aquellas costas, les en-
vió la Junta laborante de Nueva Yoik algunas ropas.
En el campo insurrecto, las enfermedades producían granies estra-
gos, pudiendo asegurarse que todos los rebeldes de Pinar del Río esta-
ban enfermos de paludismo. Además, la viruela producía entre ellos
numerosas víctimas, y como aun cuando contaban con médicos más
que suficientes, las medicinas escaseaban mucho, no podían por ello
combatir con mediano éxito siquiera tantas calamidades.
59
Eatreellos no existían disgastos, antes tan frecuentes por la dife-
rencia de raza; pero persistían con igual encono las diferencias y aun
la lucha entre orientales y occidentales, sin distinción de blancos y ne-
gros.
«Dado el prestigio que en toda la provincia de Pinar del Río goza-
ba merecidamente el general Bsrnal y los nuevos procedimientos que
comienzan á plantearse, tengo, y no vacilo en proclamarlo así, plena
confianza en un cercano éxito».
Idénticos trabajos se habían empezado á hacer en las demás pro-
vincias de la isla hasta la trocha del Júcaro, esto es, en todo el territo-
rio que dejó pacificado el general Weyler.
«El otj 3to principal de esta campaña — que en realidad comienza
muy bien— es establecer el contacto con el país, para lo cual conviene
además resolver pronto y acertadamente la provisión de los cargos ci-
viles».
9
*
* *
Del propio corresponsal recibimos por correo otro interesante in-
forme fechado en la Habana el día 4, en el que nos advertía que por
no permitir el general Blanco telegrafiar nada que pudiera molestar al
general Wt y ler, no había podido trasmitir por cable las muy impor-
tantes noticias que circulaban allí con visos de absoluta autenticidad.
«Es increíble el abandono en que han quedado aquí los asuntos re-
ferentes á la guerra,— dice el informe á que aludimos.
»E1 general Weyler se reservó el mando hasta celebrar su entre-
vista con el marqués de Peña Plata; pues solo quiso resignar el cargo
de gobernador en el contralmirante Navarro, y éste se negó á admi-
tirlo.
bO
»E1 nuevo capitán general, al hacerse cargo del mando superior
de la isla, no encontró ni papeles ni noticias refarentes á la insurrec-
ción, ni siquiera personas que pudieran informarle acerca del estado
de la misma.
»Dícese que se habían realizado muchos trabajos para excitar al
elemento español y ganar adhesiones, á fin.de impedir que se hiciera
un buen recibimiento al general Blanco.
»E1 buen recuerdo que éste había dejado en la capital y las simpa-
VAPOR «MANUELITA», TRASPORTE DE TROPAS EN LA ISLA
tías generales de que goza, se sobrepusieron á todo manejo de hostili-
dad, y su llegada fué objeto de grandes manifestaciones deentusiasmo.
»La situación ha cambiado mucho.
»E1 elemento conservador confiesa que Weyler no despertaba en-
tusiasmos, sino como símbolo de oposición á la autonomía que los de
la Unión constitucional consideran peligrosa. Esperan, sin embargo,
los sucesos para fijar su actitud, aunque no ocultan su odio á Moret,
suponiéndole el timón" de la nueva política.
S'Parece qus esto mismo ha sido explotado por Weyler cerca de los
elementos contrarios al actual gobierno de España.
61
»Se desconoce todavía la verdadera situación del ejército, pero se
sabe que ha htbido cincuenta mil bsjas entre fallecidos y regresados á
la Península.
^Actualmente hay cuarenta mil enfermos y cincuenta mil útiles
para operar, quedando el resto, hasta doscientos cincuenta mil, entre
destacamentos y destinos ignorados.
»Si antes, habiendo ganado abundante, apenas comía el soldado,
ahora que aquél escasea, puede calcularse cuál será la situación del
ejército.
»E1 general Blanco ha nombrado una comisión, compuesta del jefe
superior de Sanidad y el intendente militar, presidida por el general
González Parrado, para resolver la cuestión de subsistencias, dándoles
el encargo de que procuren, por todos los medios que estén á su alcance
y de que puedan disponer, que el soldado coma y sea atendido en sus
enfermedades.
3>Equivócanse quienes crean que el nuevo capitán general vá á fiar-
lo todo á las reformas políticas. Mis impresiones son que se hará la gue-
rra con más energía que nunca, aunque abandonando ciertos procedi-
mientos.—Jí'...»
♦
» *
No respondemos de la precisa exactitud de las preinsertas noticias
que nuestro celoso corresponsal en la Habana nos comunicó por circu-
lai allí «con visos de absoluta autenticidad».
Pero teniendo en cuenta el aforismo latino que dice — Vox populi,
fox Díí— llamamos sobre ellas la atención de todos los espíritus des-
apasionados, y preguntamos:
Si eso es cierto, si en Cuba se ha llevado la gestión gubernativa y
el mando del ejército en la forma que supondría la existencia real de
62
tan grandes desdichas; si se confirmase que ni siquiera sabemos lo que
nos quedaba del heroico sacrificio hecho por la nación; que no había
datos, ni documentos, ni referencias, ni nada, rjcon qué podrán pagar
sus imprevisiones, su incapacidad, sus descuidos, su ineptitud, sus fic-
ciones, sus desaciertos, sus yerros, los autores de desdicha tan inmen-
sa para la Patria?...
«La situación ha cambiado mucho», — decia nuestro informante.
Los telegramas de la Habana, llegados á la Península en los días 5
y 6, probaron que el nuevo capitán general y los generales que le se-
cundaban, tenían de la campaña y de su organización criterio muy
distinto.
España, al dotar de un régimen autonómico á las Antillas, lo hizo
pensando en el bienestar de los hijos fieles, y en manera alguna para
comprar la inútil adhesión de los espúreos y desnaturalizados.
Comp emento de las medidas ya preparadas por el gobierno cen-
tral, fué la hermosa circular dirigida al ejército de operaciores por su
ilustre general en jefe.
En esa circular, que mereció unánimes elogios por su recto espíri-
tu, por lo muchc que había de contribuir á fortalecer la moral de los
soldados y por lo que enaltecería nuestro honrado nombre en el ex-
tranjero, el general Blanco comenzaba saludando al ejército y enco-
miando altamente el valor del soldado español.
Encarecía la disciplina, sin olvidar el respeto más absoluto á la
propiedad y al amparo que debe otorgarse á las personas inermes é
indefensas.
Decía que estas son leyes esenciales del Derecho de gentes, obliga-
torias para todos los que forman el ejército de una nación civilizada,
aunque las desconozca con sus tropelías el enemigo.
Recomendaba la energía en el combate, pero la clemencia con el
vencido y el respeto á la vida de los prisioneros.
63
El Gobierno no vacilaba en reconocer la personalidad de la colonia;
el gobernador notificaba á los facciosos que los combatii ía sin tregua, mas
no por eso se creía exento de aconsejar á sus heroicos soldados el res-
peto á los prisioneros y la clemencia para con los vencidos.
A la sombra de tan noble programa militar y político, bien pudi-
mos confiar en el triunfo de nuestra causa, en pro de la cual se deter-
minarían rápidamente todas las simpatías, hasta entonces indecisas, de
las naciones cultas.
Las primeras resoluciones del general Blanco merecieron la apro-
bación de la inmensa mayoría de los españoles. La protección ala pro-
piedad; la defensa de las vidas y haciendas; la formación de zonas de
cultivo; el reparto de socorros á los enfermos y desvalidos; la libre ven-
ta del ganado; las disposiciones relativas á la seguridad de los ferroca-
rriles, fueron medidas indispensables para la constitución déla guerra.
Al tomarlas, probaron los directores de ésta dos cosas: la primera,
que tenían su plan y que se disponían á afrontarlo; la segunda, la ra-
zón que á la opinión asistía al decir que nada se había hecho, que uo
existía organización alguna y que el general Weyler ni siquiera había
preparado lo necesario para operar con éxito, reduciéndose su estrate-
gia á dejar que la rebeldía se acabase por consunción; método de re-
sultados infalibles, sí, pero no sólo eficaz para el agotamiento de los
rebeldes, sino también para producir el nuestro.
Entre aclamaciones que exprese ban la confianza del pueblo espa-
ñol en el próximo triunfo, partió de la Península en Marzo de 1895 el
general Maitínez Campos, yal acabar el año la desilusión era completa.
El general que esperábamos triunfador volvió fracasado, sino vencido.
Fué á reemplazarle, más acompañado aún de aplcusos y de espe-
ranzas el general Weyler, y regresaba igualmente sin haber merecido
tampoco los favores de la fortuna, al cabo de veinte meses de solicitar-
los y aun de fingirlos para esconder que le faltaban.
64
Estos dos desengaños quebrantaron de tal manera la fé del país,
que la despedida hecha al general Blanco y sus acompañantes, fué no
más que cariñosa; sin entusiasmos populares.
Uq voto hicimos al partir el general Blanco para la gran Antilla;
DESCARRILAMIENTO DE UN TREN EN LA LINEA DE JARUCO
un deseo le acompañó en su viaje al Nuevo Mundo descubierto por el
gran Colón: que pluguiera á Dios que el espíritu nacional viera de
nuevo desmentida su perspicacia, y que así como antes se equivocó es-
perando la victoria de los que no tuvieron la dicha de alcanzarla, la
consiguiera al fin de aquéllos de quienes la esperó más tibiamente.
65
POTRERO EN LAS LOMAS DEL PURGATORIO
Blanco 9
A^rMÍiiuioM^uiiiiiiMHüijTiiifiuiiiirii^úiiMMMilímijiiiiuHiiiiinuuuiiiufmtiiiiiMM miiMiniiiiuilllliuirtiiií¡Witiiiiiniiiiii(iniiiiiiiiiiiitiiiiiiiHilltiii>\g.
yi— Hiuiiiii>i»«H— «miimiwion» itimiiiKniriMit»anMiM*iiiMmM.*- iii|iii|iMniilit"iiNM"'iiliiitiHNnuii>iHHnBtfi«imittiiiniiiiiii'itniiBiiinii>itmi»^> ' )V
CAPITULO VI
Cambio de situación. — Reconstitución de la guerra. — Reorganización del ejército en opera-
ciones.— Di- (ribución de mandos — Detalles del combate de Lomas del Purgatorio. —
Propósitjs del general Blanco. — Aspecto militar de la campaña. — Confianza en las nue-
vas iiutoridades. — Varias circulares. — Indulto de Quesada. — La rebaja de víveres. —
Dolorosas revelaciones. — Necesidad de un ejemplar escarmiento.
NsosTENiBLE era el estado de cosas en Cuba, al ocurrir
3|^ el cambio de gobernador general demandado por la
opinión liberal de allá y de aquí, pues era tal el ani-
quilamiento de todas las fuentes de producción, que
ffi* los más ricos hacendados veían su fortuna totalmente per-
4t±^ dida.
«rf.- Pero conjurado el peligro con el cambio de política y de
(^ director, en camino de ir poco á poco recobrando las fuer-
"? zas, concibieron muchos la esperanza de que la guerra aca-
base en 189S.
La isla estaba preparada para la nueva política, dispuesta á gober-
narse por la autonomía y á lograr por ella el triunfo de España.
Los treinta y nueve centrales (como se llaman allí los ingenios que
tienen montada la maquinaria moderna y verifican dentro de su batey
todas las operaciones de fabricación del azúcar) se preparaban á moler
en el mes de Diciembre inmediato. Esto era de gran interés, porque
les treinta y nueve ingenios centrales eran todos los que había en la
67
isla, de modo que habría trabajo en abuadancia que era, sin duda, la
única y mejor manera de restar fuerzas á la insurrección, de evitar que
los guy'iros se fuesen á la manigua.
Además, había mucho tabaco sembrado y la cosecha se esparaba
fuese buena, lo que era tambiéa un seguro indicio de la reparación de
las fuerzas productoras de la gran Antilla.
La situación sanitaria de la isla nos la pintaban fidedignos infor-
mes de diversos centros de un modo horrible, especialmente en las pro-
vincias occidentales.
Sin referirnos á la salud de las tropas y aludiendo únicamente á la
del vecindario, baste consignar unos datos para deducir la verdadera y
tristísima situación.
Durante el anterior mes de Octubre murieron en la ciudad de
Matanzas 850 personas.
En ese mismo período de tiempo sólo se registraron cuarenta na-
cimijíntos.
Ea el pueblo de Santo Domingo (Las Villas), que tenía unos 5.000
habitantes, morían por término medio diariamente 3 3, y hubo días que
se enterraron 47 persona.s.
Las causas que determinaban este aflictivo estado eran el olvido de
la higiene y la falta de alimentación y de asistencia facultativa.
Una de las primeras disposiciones que, como hemos dicho ya, se
apresuró á dictar el general Blanco, encaminóse á poner enérgico
remedio á esa situación verdaderamente aterradora.
* *■
Dificilísima era la tarea á que sin perder minuto hubo de dedicar-
se, así que se hizo cargo del mando superior de la isla, el general Blan-
í
68
co, pues había que reconstituir Ja guerra y halló aquello casi abando-
nado. Asi es que desde que desembarcó puede decirse que no dejó de
trabajar, ayudado por el jefa de Estado mayor general Pando, en la
reorganización de nuestras fuerzas.
Al efecto, dictó una orden general creando las comandancias ge-
nerales de operaciones. A los geneíales encargados de estos mandos se
les confirió iniciativas propias, aunque naturalmente sujátas á la jefa-
tura suprema del capitán general.
Fueron nombrados: jefe militar de la provincia de la Habana el
general González Parrado, de la de Pinar del Río el general Bsrnal, de
Sancti Spíritus el general Salcedo, de H jlguin el general Luque y de
Santa Ciara el general Aguirre.
Al general Martínez se le confió el manió de las fuerzas que de-
fendían la trocha de Jácaro á Morón.
Dentro de estas divisiones quedaban las brigadas que había ope-
rando á la fecha, excepto en la provincia de la Habana, donde opera-
rían en la parte Norte el general Valderrama con su brigada, y al Sur,
con la suya, el general Ceballos.
La de caballería que mandaba el general Maroto, seguiría operan-
do como hasta la ficha en la misma provincia.
Los periódicos de la Habana del día 3 publicaron extensos relatos
del encuentro sostenido el día 30 del mes anterior en Lomas dsl Pur-
gatorio (Matanzas) por la columna mandada por el general Molina con-
tra numerosas fuerzas rebeldes perfectamente parapetadas y fortifica-
das en las referidas lomas.
El general Molina dirigíase á la Habana con el propósito de despe-
dir al general We^ler, que embarcaba aquel día para la Península.
Al pasar con su columna por las lomas del Purgatorio, tuvo nece-
sidad de abrirse camino, que le obstruían los insurrectos parapetados
en diversos sitios. Para ello fuéle preciso distribuir sus tropas y tomar
69
á viva fuerza muchas trincheras, hasta arrojar al enemigo de sus fuertes
posiciones.
El combate fué tan empeñado, que el general Molina, viendo quj
no podía llegar á tiempo á la Habana, tuvo que desistir de su propósi-
to de despedir á su anteriorgeneral en jefe.
COMBATE EN LAS LOMAS DEL PURGATORIO
* *
El general Blanco publicó un bando anunciando que estaba deci-
dido á proteger la propiedad y las personas de cuantos quisieran traba-
jar en pro de la pacificación y dispuesto á auxiliar á los dueños de ga-
nado para que lo recogieran, declarando libre la venta de éste, siempre
que otorgaran preferencia á los suministros para la tropa y procurasen
acudir á los sitios donde había destacamentos.
70
Asimismo se proponía declarar libre la importación de ganado ex-
tranjero durante dos meses.
En un encuentro ocurrido en Las Villas con la columna del tenien-
te coronel señor Orozco, quedó prisionero de las tropas el titulado bri-
gadier insurrecto Lino Pérez.
Por fin se había montado la máquina gubernamental de Cuba.
Con esto y con la publicación en la Gaceta de los decretos apro-
bados en el Consejo del día 7, quedó en marcha la acción política.
Importa, pues, fijar la atención en el aspecto militar que ala fecha
ofrecía el problema, asi que en el desarrollo de la acción de las armas.
Seriamos injustos si no reconociéramos que, respondiendo á una
necesidad nacional, se procuraba ganar tiempo por las autoridades de
la gran Antilla, si bien para formar concepto de las cosas y no caer en
exageraciones sensibles, precisa advertir que ya se había entrado en
Cuba en el buen período; el calor había desaparecido, las lluvias ha-
bían cesado, la situación sanitaria había debido mejorar considerable-
mente, y empezaba la época en que se podía y debía aprovechar el
tiempo.
El general Blanco dio cuenta el día 7 de tener asegurado el abas-
tecimiento de Bayamo, Veguitasy Cauto, que habían de constituir ba
ses de operaciones en Oriente, y aunque éste era servicio que debió
encontrar preparado, porque en los siete días que llevaba al frente del
gobierno general de la isla le habría sido imposible hacerlo todo, era
para él y para tcdos lo importante, saber que al moverse las columnas
en operaciones ofensivas por las jurisdicciones de Bayamo y Manzani-
llo, ni tendrían que enti atenerse en el servicio de convoyes para proveer
esosjpuntos del interior de la provincia oriental, ni habrían de correr el
riesgo de no encontrar aprovisionamientos.
Había en el despacho del general Blanco otras noticias de gran
relieve.
71
Se habían enviado ingenieros á Manzanillo y varios batallones á
este punto, Holguín, Puerto Pxíacipe y Guantánamo, sacándolos de las
fuerzas que en Occidente estaban á las inmediatas órdenes del general
en jefe, de lo cual resultan dos cosas que á todos par igual interesaban:
una, que no eran precisos en esa paite de la isla, y otra, que al empezar
la seca se situaba la guerra en Oriente y el Camagüey.
La acción de las armas prometía ser activa y esto era lo importante,
pues de ella había de obtenerse el principal resultado en el pavoroso
problema de Cuba, si se tenía, para conducir la guerra, la fortuna que
deseábamos todos á los generales á quienes estaba confiada la dirección
del ejército y de la campaña.
Entretanto veíamos cómo se desenvolvía la acción de las armas, el
general Fernandez Bsrnal iba á Pinar del Río, donde ya no tendría que
pelear como en Ceja de Negro, pero donde tenía una obra importante
que realizar, obra de paz y de reconstrucción en la que habían de ayu-
darle todos, no solo los que allí tenían sus vegas y labranzas, que ha-
bían defendido á tiros, sino los capitalistas de la Habana que vivían en
relación con las ricas zonas vueltabajeras..
No preocupaba nada la provincia de Matanzas, y era de esperar que
muerto Castillo, alma de la insurrección en la Habana, y estando he-
rido Acosta en Nueva York, lograse pronto el general González Parra-
do destruir los grupos que mandaban Aranguren, Rodríguez, Arang j
y algún otro cabecilla de segunda fila.
Respecto de Las Villas, donde todavía se encontraba Máximo Gó -
mez, habría que confiar, más que en la acción de las armas, en la in-
fluencia de la autoridad civil, pues Marcos García mostraba empeño en
traer á la legalidad á la caballería villadareña, en la que figuraban sus
antiguos camaradas y amigos.
Tambiéa era de esperar que mejorase la situación económica. Era
grande, á la fecha, la miseria, y en muchas comarcas producía estragos
72
el hambre, pero entrábase en una época de trabajo y pronto, antes de
fin de mes, habría de comenzar la zafra.
Da esperar era, igualmente, que se trabajara en las zonas de inge-
nio de Manzanillo y Guantánamo, y hasta sospechamos que parte de
las fuerzas enviadas á esas jurisdicciones se destinaría á la protección de
las fincas.
Ni los generales que habia en Caba, ni el Gobierno, ni nadie, podia
olvidar que Máximo Gómez había anunciado que esta sería la guerra
de las tres secas; pues bien, la que á la sazón empezaba era la tercera y
el plazo fatal.
Aumentaba la confianza, fortalecida con los actos de las nuevas
autoridades, que fueron objeto de unánimes alabanzas.
Los nombramientos de gobernadores regionales, recaidos en per-
sonas de alta significación é identificados con la nueva política liberal
y régimen autonómico, produjeron buenísima impresión.
Por la capitanía general se publicó el día 8 una circular concedien-
do amplio indulto á los insurrectos que se presentasen, para los delitos
de rebeldía y para todos los demás delitos dentro de los precedentes y
de las instrucciones dadas al efecto.
A esa siguió otra circular relativa á la alimentación del soldado,
mejorándola notablemente, pues en ella se disponía que fuese substi-
tuida la galleta por pan y que se diera ración de una libra de carne por
individuo.
La Junta designada oportunamente para intormar en todo lo coa-
cerniente á la alimentación y á la salud del soldado, emitió sobre ello
un extenso y luminoso informe.
73
Ea primer término propuso que se mejorase la ración de etapa
del soldado. Consistia ésta, á la fecha, en arroz con tocino y se disponía
que en lo sucesivo se le facilitase garbanzos y judías, una libra de carne
diariamente, vino ó aguardiente, pan de harina, reservando la galleta
únicamente para cuando la tropa saliera á operaciones.
ConsigQÓse, además, en el referido informe la forma que permi-
tiera poder sufragar el importe de los suministros, á treinta días feche,
á cambio de la rebaja del sesenta por ciento en los precios que regían,
ofrecida por los contratistas.
A fin de evitar las dilaciones y entorpecimientos que se advertían,
el general González Parrado, presidente de la junta de suministros crea-
da por el general Blanco, dispuso la descentralización de las contratas de
víveres y otras, devolviendo á los cuerpos de ejército su autonomía
para hacer las compras necesarias.
Aspirábase con este sistema á obtener grandes conveniencias para
el soldado y positiva garantía de moralidad en la administración.
Fijóse, también, la atención en el vestuario, cuya condición pen-
saba mejorarse para disminuir los malos efectos del clima y se estable-
cieron depósitos en los cuerpos para las indispensables renovaciones.
Los cuerpos, de Ja la circular, se cuidarán de todos los servicios en
sus respectivas zonas, y á este efecto eligirán las fincas mejor situadas
para levantar barracones donde alojarse la tropa, cuidar susenfarmos ó
recoger y dar descanso á los rezagados que las columnas fueren dejando
en su marcha.
Se trataba, pues, de evitar en lo posible la aglomeración de enfer-
mos en los hospitales, sirviendo además estos lugares de expansión
para los convalecientes.
Creáronse también sanatorios bien organizados, para conseguir que
disminuyeran las estancias en los hospitales y evitar que volvieran á
operaciones los soldados que no estuviesen completamente curados.
BLANCX) 10
74
El informe fué muy elogiado y la circular perfectamente acogida.
Otras dos circulares se publicaron también, dignas de aplauso: una,
restringiendo las propuestas, por causa de la guerra; y otra, ordenando
que se auxiliase á los dueños de los ingenios centrales, excitándoles á
que comenzasen las operaciones de la zafra.
El titulado jefe insurrecto Luís Quesada, capturado por nuestras
tropas y sentenciado en Con-
sejo de guerra, fué indultado
de la psna de muerte. Era
sobrino del presidente de la
Junta filibustera establecida
en Nueva Yoik. del mismo
apellido.
TENIENTE CORONEL SESOR OROZCO
*
* *
Los despachos de la Ha-
bana que referentes al mejo-
ramiento de la comida del
soldado en Cuba — acordado
por la Junta inspectora de
aprovisionamiento, cuya creación había sido decretada por el nuevo
capitán general de la isla— publicó la prensa de Madrid, produjeron una
sensación inmensa en todo el mundo.
Lo que hacía algunos meses denunciaron ciertos periódicos, tenía
confirmación plena y oficial. El soldado había estado recibiendo una
ración de etapa que á lo sumo consistía en arroz con tocino y un trozo
de galleta casi nunca en buen estado.
75
Pero no fué esto lo peor, con ser ello inhumano y cruel; lo pero
fué que entonces, es decir, en tiempos del general Weyler, cuando
éste contestando á las denuncias de los referidos periódicos, denuncias
que provocaron discusiones y disputas y levantaron polvareda entre
ciertos elementos partidarios a outrance del marqués de Tenerife, de-
cía al ministro de la Guerra en 7 de Febrero, en un telegrama oficial,
lo siguiente:
«Aseguróle que los raciones son excelentes en calidad y precio,
obteniéndose en los hospitales, con la misma bondad que en tiempos
normales, economías de un tercio en el precio de estancias... Denun-
cias quizás tengan origen en empleados de factorías y hospitales, se-
parados por sospechas de los mismos motivos que sirven de base á
aquéllos, ó lo que es aún peor, si prensa calumniadora se habrá hecho
eco inconsciente de solapados trabajos de los separatistas...»
Fué de ver la santa indignación que se apoderó de los canovistas
y de sus periódicos cuando el general Weyler tuvo la ligereza, diremos
mejor, la desgracia de afirmar tamañas inexactitudes.
Poco faltó para que pidieran para los calumniadores (?) los tor-
mentos inquisitoriales; pero entretanto les motejaron de faltos de pa-
triotismo y hasta de perturbar la moral del soldado, como si fuese pe-
cado mortal exigir á los encargados del G:bierno que los defensores
de la honra de la patria no estuviesen desprovistos de fuerzas físicas
con que sostener el fusil que les entregara el Estado para defender la
integridad nacional.
Pasaron los días; la prensa tuvo que dejar de hacerse eco de que-
jas fundadísimas: cambió el gobierno, y otro general, encargado del
mando supremo de Cuba, reconoció que el soldado había estado con-
denado á comer arroz, tocino y galleta ¡cuando lo había! y que había
que mejorar su ración de etapa, de acuerdo con los contratistas de abas-
76
tecimientos del ejército, que exponiáneamente cedían el sesenta por
ciento del importe de los precios señalados hasta entonces.
No queremos hacer las consideraciones que esto nos sugiere: basta
reproducir una observación que oimos en todos ios labios que no esta-
taban sellados por la opinión interesada:
Si durante el tiempo que estuvo encargado el general Weyler del
mando de Cuba los abastecedores del ejército estuvieron cobrando una
suma por el suministro de provisiones, y después exponiáneamente re-
bajaron el 6 d por ciento del total, — precisamente en época en que el
estado de penuria y de miseria de la isla hacía más difíciles y costosos
los aprovisionamientos— ¿por qué no totalizaron lo gastado en aquél
tiempo y deducían el 6o por ciento que rebajaban los contratistas? ¡Ese
6o por ciento había sido derrochado ó mal gastado durante la adminis-
tración del general Weyler!
Así ha ido España sabiendo, unas veces, y adivinando, otras, con
espanto, de qué manera se han malgastado sus tesoros y su sangre.
Aunque á la fechi supo que en los servicios de sanidad no se hizo en
dos años lo que se había podido hacer en tres días, que el soldado se
moría de hambre y que los contratistas cobraban más del doble de lo
que debían cobrar, aún no se hallaba á la mitad del camino de las
dolorosas revelaciones.
Nosotros, r¡qué hemos de decir sino que nos felicitamos de que hu-
biese llegado el tiempo de ellas? Tarde, muy tarde fué, pero más vale
tarde que nunca.
Las vidas que S3 pudo salvar poniendo el remedio á tiempo, esas
ya estaban perdidas y quedaron á cargo de las conciencias de los res-
ponsables; pero las que se podían perder en adelante, esas se salvarían.
Eso luimos ganando, y bastante más hubiérase podido ganar si á esos
responsables se les hubiesen hecho hacer efectivas las responsabili-
dades.
77
Un ejemplar escarmiento á tiempo hubiera (¡quizá!) saneado la vi-
ciada atmósfera que respiramos y hubiera (;tal vez!) impedido la repe-
tición de hechos tan lamentables y tan dañosos al prestigio de la na-
ción y de su ejército, y que tan irreparables desventuras han oca-
sionado.
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^^ * > •^^^j-^w
CAPITULO Vil
Estado de la guerra en el Occidente de la isla. — La pacificación del general Wejler.— Bnen
indicio. — Un bando sobre la zafra. — Importantes circalaref. — Batida de partidas rebel-
des en la provincia de la Habana. — Actividad de las columnas en operaciones. — La elo-
cacncia de los hechos. — La insurrección en Pinar. — Reconocimientos y rudos combates
en las lomas. — El enemigo atrincherado. — Victoria sangrienta. — B^jas sensibles. — Co-
mentarios.— Lo que dijo Weyler y lo que dijeron los hechos. — La Historia hablará.
LOCUENTÍsiMAS y de verdadero interés fueron las noticias
que del estado déla guerra en las provincias ociden-
tales de Cuba nos dio el telegrama del general Blanco
llegado el día 9 á Madrid.
Gracias á él supimos al fin de Máximo Gómez, cuyo con-
tacto habían perdido las tropas desde hacía mucho tiempo. El
conJottierc dominicano había cumplido su palabra de mante
nersc del lado de acá de la trocha del Jú:aro, y aun cuando el
general Weyler nos dijo en uno de los más famosos despachos
del tiempo de su mando, que le oblig-aría á repasarla ó que también
podría suceder que se muriese (lo que en efecto, nada tenía de invero-
símil), ni una cosa ni otra había sucedido, por desgracia. Tan buenos
escondites había encoEtredo, que sólo al cabo de larga y misteriosa
desaparición, había dado con él el coronel González, haciéndole nueve
muettos.
79
• ¡Lástima que el telegrama no dijera dónde fué el encuentro, si en
las solitarias maniguas y potreros de Taguasco y Reforma, ó en la in-
trincada Siguanea, declarada baluarte inexpugnable porque los rebel-
des se agazapaban en la espesura, haciéndose invisibles á nuestros bra-
vos soldados! ¡Donosa y novísima manera de defender baluartes y de
hacerlos inexpugnables!
Aparte de que la inexpugnabilidad de los baluartes, aun estando
bien defendidos, ha venido á quedar muy desacreditada desde la toma
de Sebastopol, la del campo atrincherado de PleAvaa y otras muchas,
sábese hace larguísimos años que la naturaleza no ha construido nunca
en ninguna parte obras defensivas inexpugnables. No lo fué el Cáuca-
so para los rusos, ni lo ha sido el Himalaya para los ingleses, y lo ha-
bía de ser la Siguanea para los españoles. ¡Medrados estuviéramos!
Así, pues, si Máximo Gómez había podido guarecerse entre aque-
llos cerros meses y meses, sin que se le encontrase, la culpa fuera de
la torpeza ó poca voluntad de los que le habían buscado. Claro que es
más cómodo echárselas al terreno y á la irregularidad de la guerra,
sobre todo porque aquél y ésta nada pueden decir en su descargo; mas
ahí está el arte militar proclamando á voces que no hay terreno en que
las desventajas sean sólo para uno de los combatientes, ni más gusrras
irregulares que las mal hechas.
Pero dejemos esto por elemental, y después de felicitarnos de la
reaparición de Gómez, y de expresar nuestro deseo de que las colum-
nas que le perseguían continuasen encontrándole y batiéndole, pase-
mos á otra cosa.
***
Dijo el general Blanco en el citado parte que en las últimas opera-
ciones había tenido el enemigo 4r muertos en Las Villas, 31 en Matan
80
zas, 33 en la Habana y 26 en Pinar del Río. Total 131 muertos, á los
que hay que añadir nueve prisioneros, algún herido y 264 presentados
con 6 o familias.
De suerte, que en poquísimos días de operaciones tuvieron los in-
surrectos más de 400 bajas en las provincias pacificadas.
Ahora bien; ¿se quiere
mejor prueba de que no ha-
bía tal pacificación?
Es más, creímos firme-
mente que, á pesar de los
buenos deseos del general en
jefe y de los que secundaban
sus órdenes, apenas iba á bas-
tar la época de la seca inicia-
da para acabar con las parti-
das que todavía quedaban
en esas provincias, y que por
lo mismo sería difícil em-
prender desde luego en el Ca-
magüey y en Oriente una
ofensiva vigorosa, cual lo
estaba reclamando la impu-
nidad de que gozaba la rebeldía en aquellos parajes.
Podría suceder, si la dirección de las operaciones era afortunada,
que el enemigo quedase reducido á sus madrigueras orientales y que
viendo patente su impotencia se resignase á someterse: mas esto mismo
había de costar tiempo y trabajo considerables.
No había que hacerse ilusiones, si bien tampoco se debía perder la
esperanza.
De que los que fueron á la gran Antilla con el programa de paci-
CORONEL SEÑOR GONZÁLEZ
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Blarüo II
82
ficarla sólo por las aimas las prestaran menos atención que á las menú
d encías de la política y perdieran el tiempo en amañar el censo y en
fabricar diputados, en preparar reformas y en organizar manifestacio-
nes, no se había de deducir que los que allí acababan de llegar con la
difícil misión de implantar un sistema nuevo de gobierno buscando la
paz por el camino de la política, lograsen menores resultados bélicos
que los obtenidos por sus antecesores.
España es la nación de los contrasentidos y de lo inesperado y no
fuera motivo de maravilla que cuando habíamos puesto oficialmente
nuestra confianza en la acción política viniésemos á deber el triunfo á
la militar. Por buen indicio de que así podía suceder tuvimos las no-
ticias de la campaña y de la organización de la guerra que se recibie-
ron aquellos días de la Habana.
* *
El gobernador general pubHcó un bando relacionado con la próxi-
ma zafra y que tendía á dar toda clase de facilidades para que pudieran
empezar ios trabajos.
Por ese bando dejaba el gobernador en condiciones de libertad á
los dueños de las fincas para ordenar el trabajo en las mismas.
Todo el bando tenía un gran sentido de protección á los agricul
tores, permitiendo que la zafra se hiciera aún en las fincas que no es-
tuvieran al corriente de las contribuciones.
Se prometía en el bando facilitar los medios para la adquisición de
aperos y cuantos útiles son necesarios para las faenas de la recolección.
Suprimíase, además, el 20 por 100 que el transporte de los produc-
tos de las fincas y los útiles de labor tenían como recargo en las tarifas
de ferrocarriles.
83
Las empresas habrían de atenerse á estas disposiciones, contribu-
yendo al desarrollo de la riqueza, pues en la ocupación de obreros y en
el desenvolvimiento de la producción se habían de encontrar dos me-
dios poderosos para llegar á la paz.
S3 derogaron las órdenes que estaban vigentes sobre destrucción
de los campos.
En la circular dictada por el general Blanco i eferente á esa dispo-
sición, se fij iba la forma en que debían estar las viviendas para facilitar
el paso de las tropas y la parsecución del enemigo.
También disponía el general en jefe qua en adelante se prohibiera
á las tropas acampar fuera de las poblaciones en los casos que esto no
fuese absolutamente indispensable.
Los soldados deberían pasar la noche precisamente en los poblados,
guarecidos de la lluvia y del relente que tanto perjudicaba su salud.
En la circular que así lo dispuso, mandó el general Blanco que se
proveyera á las tropas de ropas, mantas é impermeables.
La brigada que mandaba el general Valderrama, distribuida en
varias columnas que operaban en combinación en diferentes sitios de
la provincia de la Habana batió el día lo numerosos grupos rebeldes,
entre ellos uno de 250 caballos.
El resultado total de esa operación, justamente elogiada, fué ha-
cerles á los rebeldes 14 muertos, cogiéndoles muchas armas y diez ca-
ballos vivos.
Nuestras bajas fueron dos soldados muertos, uno herido y un ofi-
cial contuso.
En la operación se distinguió notablemente el capitán señor Apa-
ricio, que al frente de ocho caballos cargó sobre un fuerte grupo de
enemigos matando á tres de ellos en lucha personal.
Continuando sin descanso|^la operación combinada entre varias pe-
queñas columnas, el batallón de la Reina, cerca de San Nicolás, batió
84
al otro día un grupo rebelde, haeiéadole tres muertos, uno de ellos
titulado coronel auditor.
Fuerzas de caballería de Numancia sorprendieron el propio día 1 1
el campamento del cabecilla Rodrígaez, en la finca llamada de «Rega-
lado», haciendo al enemigo once muertos de arma blanca y cogiéndole
armas y el equipaje y la correspoadencia de Rodríguez.
La misma columna volvió á batir á los rebeldes, el siguisnte día
12, cerca de Sm Antonio de Biitia, causándoles otros nueve muertos y
cogiéado once caballos, completamente equipados.
En toda la provincia de la Habana seguía operándose sin descanso
por nuestras tropas.
*
♦ *
A los que creyeron en las afirmaciones del general Weyler dando
por pacificada la provincia de Pinar del Río, les recomendamos que se
fijen en los sucesos que reseñamos á continuación, que son rigurosa-
mente exactos y de información oficial.
Cumpliendo órdenes del general Bsrnal, la brigada Hjrnández
Velasco, que había sido reforzada con los batallones de Vergara y Ge-
rona, con fuerzas de artillería y con las guerrillas locales, estuvo ope-
rando y practicando reconocimientos durante los días 9, 10, 11 y 12 en
las lomas Gobernadora, Vilamares, Romero, Madama, Guayabitas y
Paladas, de la provincia de Pinar.
Durante esos cuatro días, el importante núcleo militar á las órdenes
del bizarro general Hernández de Velasco combatió sin tregua á las
partidas rebeldes mandadas por los cabecillas Perico Díaz, Ducassi, Pe-
rico Delgado y otros, que hallábanse acampados y fuertemente atrin-
cherados en las citadas lomas.
85
Los insurrectos hicieron tenaz resistencia, la cual fué vencida por el
empuje y valor de nuestros soldados, que tomaron los atrinchera-
mientos del enemigo, desalojándole de ellos y dispersándolo comple-
tamente, y se apoderaron de cuatro campamentos y dos armerías con
bastante material de guerra.
Las bajas causadas á los rebeldes en los diferentes combates soste
nidos ascendisron á 41 muertos, muchos heridos y dos prisioneros, ha-
biéndoseles ocupado además once armamentos, gran cantidad de mu-
niciones y varios caballos.
Sensibles fueron las bajas sufridas por la columna, que consistieron
en un oficial, el teniente del batallón de Gerona don Ángel Labuena
Curiel, y 13 soldados muertos, y tres oficiales, el capitán don Vicente
RipoUés y Ripollés y los primeros tenientes don Miguel Garcés y Fa-
llos y don Emeterio Antón Sánchez, y 39 soldados heridos.
La noticia produjo gran sensación y fué muy comentada en la Ha-
bana y en la Península por haber ocurrido la importante operación
realizada por la columna Hernández en la provincia de Pinar del Río,
que hacía tiempo se había declarado pacificada (¡!) y por venir ella á
confirmar que no solo no estaba pacificada, sino que existían en Vuelta
Abajo importantes núcleos de rebeldes.
***
Precisamente el día 13, anterior al en que llegó á Madrid el parte
oficial de la operación, hizo un año que el gobierno de la metrópoli
recibió del general Weyler, á la sazón en operaciones en la provincia
de Pinar del Río, el famoso despacho que empezaba de esta suerte:
<No contando con fuerzas suficientes para ocupat todos los puntos
86
que me proponía en mi plan, quedó sin cubrir el Rubí, punto primero
que me proponía batir.»
Y á continuación el general que no tenía fuerzas suficientes para
sus operaciones, no obstante contar con un ejército de 200.000 hom-
bres en la isla, narraba el combate sostenido en las lomas y en el cual
quedó herido y fuera de combate el general Echagüs.
Como han visto nuestros lectores, las partidas rebeldes en aquella
pacificada (¡!) provincia quisieron sin duda celebrar el aniversario, sos-
teniendo un recio encuentro con nuestras tropas en las mismas lomas.
BALUARTE DE LOS APÓSTOLES, EN EL PESCANTE DEL MORRO (Haban»)
No queríamos insistir ya sobre el asunto de la pacificación decre-
tada por el excapitán general de Cuba, señor marques de Tenerife. Bas-
tante hemos dicho acerca de ello en el precedente tomo.
El pueblo español está ya convencido de la verdad y para los que
por ceguedad de la pasión ó exceso de mala fé se niegan aún á recono-
cer los hechos, cuanto se diga está de sobra. Sin embargo, el reseñado
suceso de guerra y la alocución del general Weyler, que á continuación
transcribimos, nos obliga á volver sobre la materia.
87-
En el combate que hemos recordado por la circunstancia del mes
y del día, hubo, en plena guerra, estando allí el grueso de las partidas
rebeldes con Maceo á la cabeza y operando contra. ellas el propio gene-
ral en j 3fe de nuestro ejército, menos número de bajas del enemigo y de
nuestras columnas que las ocasionadas en el encuentro aludido y en
plena pacificación. ¡Así es,"desgraciadamente, cómo hablan los hechos!
En cambio, el general Weyler, en la alocución de despedida á los
habitantes de Cuba dijo que «ya se extiende rápida la bienhechora
influencia de la paz en las provincias de Pinar del Río, Habana, Matan-
zas y Santa Clara hasta lá trocha de Júcaro á San Fernando. Os dejo la.
rebelión tan reducida, que no debe hacerse esperar su último latido.»
¡Así habló el general!
***
La tenaz resistencia opuesta por los insurrectos á una brigada de
nuestro ejército, reforzada con artillería y guarrillas dio á conocer si se
trataba de grupos dispersos que merodeaban en el territorio pacificado,
ó de fuertes núcleos de rebelión. Tener aplomo para decir ciertas cosas,
no es lo mismo que convencer de ello á los demás mortales.
Día llegará— lo extraño es que no haya llegado ya— en que se co-
nozca en todos sus detalles el sistema que se quiso emplear para aquella
pacificación oficial. Entonces, cuando nada se pueda achacar á supues-
tas enemistades personales y el decoro nacional no obligue al silencio
y no sea dable meter á barato el asunto y la verdad resplandezca sin
nubes, el pueblo español echará de ver que se le ha querido tratar como
á un pueblo de guana/os, de idiotas, incapaz de percibir la realidad ni
de formar juicio por sí propio.
Este tristísimo concepto de las facultades intelectuales de que en
88
la vida pública dispone la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos,
es la causa de nuestra indignación y de nuestras protestas. Ese concepto
explica muchas de las cosas que han ocurrido aquí y muchas otras de
las que se pretende que pasen.
Y ¡doloroso es confesarlo!: la tarea es demasiado ruda para nuestra
débil y mal templada pluma.
Pero basta que se atienda á los hechos y se forme sobre los mismos
el juicio público.
Ahí están de un lado los hechos con su lógica irrefutable, irreba-
tible; ahí están de otro lado las palabras del general Weyler, sus auda-
ces afirmaciones, los comentarios con que las exornaron cuantos tenían
puestas en dicho señor sus esperanzas, merced á los propósitos y pasio-
nes que arbitrariamente le atribuyeron.
Que el pueblo español juzgue.
Nosotros no queremos, ni pedimos más, reservando á la Historia
su juicio definitivo.
CAPITULO VIII
El sistema de la pacificación del general Weyler. — Rasgáronse las tinieblas. — En San Juan
de las Yeras. — Ataque y rudo combate. — La columna de auxilio. — Criminales atentados
por la dinamita. — Voladura de trenes. — Desastrosos efectos. — 10 soldados muertos y 25
heridos. — Tren de auxilio. — Combates en Oriente. — Evidente y palmaria dÍFCordancia
entre los hechos y las palabras del general ^Yeyler. — Su alocución de despedida á los
habitantes de Cuba. — En!favor de los reconcentrados. — Disposiciones convenientes y
plausibles.
A operación que emprendiera por las lomas de Pinar, y
que realizó con éxito la brigada del general Hernán-
dez de Velacco, no terminó en los combates del 9 al
12, que dejamos someramente reseñados en el prece-
dente capítulo y debióse á instrucciones del nuevo comandan-
te general de aquella provincia, general Fernández Bernal, que
tan provechosa y activa campaña hizo en la misma el año
anterior.
Del precio á que nuestras tropas compraron esa victoria so
bre las partidas insurrectas, se deduce bien claramente que en Pinar de)
R'o no estaban las cosas como se las pintaron al general Weyler, ó come
él pretendió pintarles á la Nación.
Grupos de quince ó veinte hombres, dispersos, hambriento;, sin
armas y faltos de todo medio de proseguir la guerra, no fueran capaces
de oponer resistencia, ni aún de hacer frente ni plantar cara á una bri-
Bi.ANCo 12
90
gada del ejército, y menos de sostener con ella combates en que corrió
copiosamente la sangre de nuestros bravos.
Aún en la época de mayor apogeo de la insurrección se hubiera
tenido por importante la serie de encuentros sostenidos por la brigada
Hernández Velasco en las lomas de Pinar.
No sabemos qué dirían al enterarse de ello los que se obstinaban
en dar crédito á la falsa pacificación de las provincias occidentales, tan
porfiadamente sostenida por el general Weyler hasta en las alocuciones
que dirigió á los habitantes en Cuba al resignar el mando de la isla.
Durante el tiempo que el marqués de Tenerifa estuvo al frente de
nuestro ejército de operaciones en la gran Antilla, ocurrieron en Pinar
del RÍDy en las demás provincias que también esttban pacificadas, por
decreto, sucesos no menos importantes que el de las lomas. Algunos fué
totalmente imposible ocultarlos y á la postre se dio cuenta de ellos
desfigurando ia verdad. Sobre otros se guardó absoluto silencio, y bien
lo saben muchos jefes y oficiales á quienes el general Weyler privó
hasta de la satisfacción de que el país conociera los servicios que le
prestaban, por no reconocer la existencia de hechos contrarióse lo que
él venía telegrafiando.
Al resgarse á la sszón las tinieblas en que se había logrado envol-
ver la situación de Cuba, asi bajo el aspecto militar, como bajo el eco-
nómico y el político, lo primero que se dejó ver con claridad fué que
no había verdadera pacificación en ninguna parte de la isla; que la re ■
concentración se hizo como requisa de ganado, más que como agrupa-
ción de seres humanos, y que á continuar un poco más de tiempo la
aplicación de semejante sistema, hubiéramos concluido por perder, no
sólo la isla de Cuba, si que hasta el concepto de pueblo militar, cris-
tiano y civilizado.
di
.* *
El golpe que los insurrectos de Las Villas— otra de las provincias
pacificadas por voluntad del señor marqués de Tenerife— intentaron
dar llegando hasta las calles de San Juan de las Yeras, (pueblo de más
de 2.0OO habitantss, situado á veintiún kilómetros de Santa Clara) los
ataques á los trenes de Nuevitas al Príncipe y de Tunas de Zaza á Sanc-
BATERÍA. EN EL CUARTEL DE LA FUERZA (Habana
ti Spíritus, volviendo á emplear la dinamita, y la reconcentración de los
rebeldes de Occidente en las lomas de la Gobernadora y Rubí para
revelar fuerza en Pinar del Río, fueron interpretados por la opinión
como la manifestación del propósito de los rebeldes de que estaban dis-
puestos á seguir en armas contra la madre patria.
El suceso de Sin Juan de las Yeras tuvo relativa importancia, por-
que la partida, aunque no numerosa, pues solo se componía de doscien-
tos hombres, logró llegar á las calles, de donde fué rechazada por la
guarnición.
92
El combate que allí se libró duró poco, pero fué duro.
Los insurrectos, al ver que la guarnición estaba advertida y pre-
parada para la defensa, desistieron de su audaz empeño y se retiraron,
dejando en las calles ocho muertos y llevándose varios heridos, de los
que murieron dos en las inmediaciones del pueblo.
Las pérdidas experimentadas por la guarnición consistieron en un
sargento y tres guerrilleros heridos.
Como muchas casas son de guano, penetraron las balas en ellas,
matando á dos paisanos y una mujer. Otros resultaron heridos dentro
de sus domicilios
Advertido del fuego el general Aguirre, que operaba por aquellas
inmediaciones, acudió con su columna áSan Juan de las Yetas, pero ya
el enemigo había desaparecido.
En la linee del ferrocarril que enlaza el puerto de Tunas de Zaza
con Sancti Spíritus explotó una bamba de dinamita al paso de un tren,
produciendo la explosión grandes destrozos en tres vagones y heridas
graves á dos pasajeros.
Asimismo volaron los insurrectos, por medio de otra bomba de di-
namita, otro tren de la línea de Nuevitas á Puerto Príncipe.
Ocurrió el suceso el día 13 al pasar un tren de los llamados de
auxilio, que transportaba una cuadrilla de trabajadores con una escolta
y soldados que iban á forrajear.
Al pasar cerca del fuerte número ai y ya dentro de la curva llama-
da O' Donell, estalló la bomba de dinamita debíjo del carro blindado
que conducía la escolta.
La detonación del explosivo y el ruido que produjo el carro des-
trozado apagaron los gritos de los infelices heridos; al mismo tiempo
grupos de rebeldes emboscados en la cercana manigua hicieron sobre
el tren nutrido fuego de fusilería.
El jefe de la escolta, teniente señor Villar, á pesar de tener íuer* de
93
combate por la explosión á casi toda su gente, contestó al fuego del ene-
migo y logró apagarle, pudiendo entonces reconocer los efectos de la
máquina infernal.
Diez soldados muertos y 25 heridos; el carro blindado, una plata-
forma y 25 metros de vía destrozados.
Las fuerzas pertenecían al batallón de voluntarios de Madiii. ,
Avisado el general Jiménez Castellanos, envió en el acto un tren
de auxilio, en el que se trasladó el teniente señor Villar, con la fuerza
que le quedaba y los heridos, uno délos cuales era el médico don Cosme
Aznárez, al poblado de Las Minas.
Para llevar seis convoyes desde Manzanillo á Bayamo, para el
aprovisionamiento de esta plaza, como base de operaciones, tuvieron
que sostener nuestras columnas siete combates muy rudos con fuertes
núcleos rebeldes, en los que perdieron aquéllos cinco hombres y tu-
vieron 41 heridos.
* ♦
Esa era la situación de la isla, y ese el estado en que dejó la rebel-
día el general Weyler, cuando resignó el mando supremo de ella y
embarcó para la Península.
Pues bien; véase ahora lo que en su alocución de despedida á los
habitantes de Cuba, publicada en la Gaceta del día 30 de Octubre, dijo
el marqués de Tenerife.
Es un documento que merece ser conocido de todos los españoles.
Dice así: '
«Relevado por el gobierno de S. M. del mando civil y militar en
esta isla, y próximo á salir con dirección i la Madre Patria, me despi-
do de vosotros. Da mí no esperéis frases galanas ó artificiosas, como
94
tampoco vacilaciones ni rodeos en la exposición de la verdad. Habi-
tuado á la inclemencia del campamento más que á los tranquilos y
enervantes goces del salón, soy rudo y conciso.
No ignoráis el estado de abatimiento de ánimo y desconfianza en
el porvenir que dominaba en Caba, cuando á ella vine para encargar-
me de su gobierno general y del mando del ejército, y bien veis como
queda. Si por erróneos juicios, por degconocimiento de lo ocurrido ó
por otras causas no falta quien niegue la verdad, vosotros, que la te-
neis al alcance de la vista, os sentís convencidos de que muy en breve
habtía llegado para toda la isla la hora de la paz, y de que, tan comple-
ta y eficazmente como cabe á raíz de una lucha sangrienta y destructo-
ra, ya se extiende rápida la bienhechora influencia de aquélla en las
provincias de Pinar del Río, Habana, Matanzas y Santa Clara, hasta la
trocha de Júcaro á San Fernando. Los ingenios prepáranse á la mo-
lienda; las vías de comunicación están expeditas á pasf jaros y mercan-
cías; se pueden recorrer los campos sin tropezar de continuo con la em-
boscada, y ha cesado ya el antes no interrumpido y asolador incendio.
Al congratularos por este espectáculo halagüeño, no debéis olvi-
dar nunca los sacrificios que cuesta, principalmente los representados
por pérdida de vidas; y asi como tenéis lágrimas para el muerto que
perteneció á vuestra clase, tenedlas también para el heroico soldado
que aquí dio sonriente su existencia para la patria en defensa de la in-
tegridad nacional, y tenedlas abundantes y compasivas para los dolo-
res de tantas madres que no volverán á estrechar entre sus brazos á sus
hijos.
Vine á la isla con el ánimo decidido á que no terminase el próximo
Marzo sin que se viera obligada la insurrección á refugiarse en sus gua-
ridas de Oriente: á restablecer y mantener muy alto el principio de au-
toridad, para que nadie faera osado á llegar hasta é'; á reafirmar la so-
beranía de España en esta preciada Antilla.
95
Los hechos hablan por mí; y ya elocuentemente lo han realizado,
porque las demostraciones de vuestro sfecto á mi persona, grandes,
sentidas y expontáneas, como todo lo que no es sugerido por la envi-
dia ó por la ambición personal, han estremecido á los enemigos de Es-
paña y de su propia tierra natal. Todas y cada una de esas manifesta-
ciones han conmovido mi corazón; pero más que ninguna la última,
porque en realidad, no fué otra cosa que la indignación que rebosó de
los pechos españoles, al notarse el júbilo que la noticia de mi probable
relevo en el mando, esparcía entre los enemigos de nuestra patria. Im-
pedir ó restringir, como algunos hubieran querido, ese movimiento de
opinión, nacido de tan pura fuente, hubiera sido acto antipatriótico;
no lo hice, y estoy satisfecho de mi resolución.
Si para conseguir el estado gctual de la isla, en ocasiones he teni-
do que extremar el rigor, cierto que no fué sin que le precedieran ofre-
cimientos de perdón y olvido, hechos en nombre de la generosa Espa-
ña á esos hijos desnaturalizados, que desgarran el seno de su propia
madre, y tan prontos á huir frente á iguales fuerzas como dados al ex-
terminio, al pillaje y al incendio, si tienen de su lado el número y la
ocasión.
Os dejo la rebelión á tal extremo reducida, que no debe hacerse
esperar su último latido; el principio de autoridad reconocido y respe-
tado, porque ésta, en todo el tiempo de mi mando, ha sido cosa real
y verdadera, agena á las luchas y ambiciones de las parcialidades polí-
ticas, y no la fuerza y la justicia simbolizadas en un cadáver; y la so-
beranía de España tan afirmada, que nadie intentará arrancarla de esta
tierra, como no sea por medios arteros y contando con el auxilio y la
complicidad de españoles indignos.
Esta profunda convicción se fortalece y arraiga aun más en mi
ánimo al recordar las relevantes dotes militares y políticas, por vosotros
tan conocidas como estimadas, del ilustre caudillo que va á ¡ucederme
96
en el mando; y abrigo, no ya la esperanza, la seguridad de que, agru-
pados junto á él con la lealtad y adhesión que os son propias y que á
mí me habéis prestado, cooperaréis eficazmente al fin que todos anhe-
lamos: la total é inmediata pacificación de Cuba, objeto de mis más fer-
vientes votos.
Habitantes de la isla de Cuba: recibid mi cariñoso adiós y con él
la expresión del sentimiento que me causa el apartarme de vosotros.
La sinceridad me obliga á añadir que, entre todos, tienen derecho pre-
ferente á mi gratitud los que componen las clases obreras, porque ellos
LA CASA MAS ANTIGUA DE LA HABANA EN LA ESQUINA DE TEJAS
han ofrecido al mundo hermoso ejemplo de sano patriotismo, dedican-
do parte de sus salarios ó remuneración de su trabajo personal al fo-
mento de la marina de guerra; ellos, los más perjudicados por el esta-
do económico de la i?la. Habrá quien les iguale en patriotismo; mfs
quien los supere, no. Para ellos serán mis más gratos recuerdos y n:i
más entusiasta admiración, lamentando que mi solo esfuerzo no pueda
trocar en abundancia la escasez de sus hogares, y en alegrías sus tris-
tezas.
97
A.VAKZADAy DK UX CAMPAMENTO
Blanco i 3
98
AI pisar esta tierra, en todo el trayecto recorrido hasta llegar á
palacio, á vuestra no interrumpida aclamación de mi persona, respon-
día: ¡Viva España!, poique España es ante todo y sobre todo; y ¡Viva
ei rey!, porque él simboliza á nuestra patria. Al separarme de vosotros,
llevándoos en la cabeza y en el corazón, como al llegar, os digo: ¡Viva
España! ¡Viva el rey! y ¡Viva Cuba española!
Vuestro gobernador general, Valeriano Weyler.
Habana 29 de Octubre de 1897 >>
También publicó la Caceta de la Habana el mismo dia, otras alo-
cuciones de Weyler dirigidas al ejército, á los marinos y á los volun
tarios y bomberos.
* *
Decidido el general Blanco á proteger á los campesinos reconcen-
trados que padeciendo estaban todo género de necesidades, dictó un
importantísimo bando, que publicó la Gaceta del diá 14, dictando al-
gunas medidas encaminadas á remediar en parte su situación triste y
;. ngustiosa.
Precedía al articulado un largo preámbulo, en el que se explicaba
la necesidad de modificar las condiciones de la reconcentración, ya
que no fuese realizable suspenderla en absoluto y de repente; porque
arrojar de las poblaciones al campo verdaderas muchedumbres, com-
puestas en su mayoría de mujeres y niños, dejándola abandonada y ex-
puesta á mayores infortunios, sin tomar las precauciones que asegura-
ren su vida, acarreara perjuicios mayores, dando origen á censuras tan
graves como las dirigidas contra la concentración.
Sa declaraba en el preámbulo que era indispensable proceder con
99
previsión, tacto y buen sentido, sin perder de vista la realidad, para
llegar lo más pronto posible al restablecimiento de la normalidad en
la vida rural.
Por esto se reiteraba en el propósito y en la decisión de proteger efi-
cazmente á los reconcentrados, á cuyo efecto se comunicaban órdenes
para facilitarles ración diaria, y para que se atendiera en los hospitales
á los enfermos hasta reorganizar las faenas agrícolas é industriales y
lograr la normalización del trabajo.
Hasta aquí el preámbulo.
Después se disponía:
((.Primero. Los que en la actualidad se hallan reconcentrados y po-
sean fincas, bien de su propiedad, bien en arrendamiento, apareciendo
contar con elementos para el trabajo y la vida, pueden volver á ellas
seguros del amparo y protección que se les dispensa por las últimas
disposiciones sobre la materia.
A este efecto obtendrán de la autoridad una autorización en la que
consten Jos nombres de los individuos que componen la familia, las
personas que le acompañen, número y clase de animales, aperos é ins-
trumentos de labor que lleven á las fincas, dejando constancia de todo
esto en la cabecera, á fin de procurar, al necesitarlos, utensilios, ropas
y efectos.
Segundo. Los que no se encuentren en este caso como los artesa-
nos y jornaleros, podrán concurrir á los trabajos del campo á condi-
ción de que residan y pernocten dentro del recinto fortificado de las
fincas y porten documentos que identifiquen su personalidad.
Tercero. Se considera como centros de trabajo los ingenios, colo-
nias, vegas de tabaco, cafetales y demás fincas de importancia que se
hallen bien defendidas y estén sus dueños autorizados para tener los
operarios que necesiten, tanto de la población actualmente reconcen-
trada, como de los que gozan de libertad por haber sido indultados,
100
cuidando especialmente los dueños de adoptar las medidas higiéaicis
que garanticen la salud de los jornaleros.
Cuarto. Los dueños están obligados á constituir un centro de de-
fensa en las respectivas zonas de cultivo que alberguen las fincas, y en
el perímetro exterior de las mismas establecerán las columnas sus ba-
ses de operaciones, cuidando de la
defensa del centro en caso nece-
sario.
Quinto. Se autoriza á los due-
ños, arrendatarios y aparceros para
que gasten armas que les sirvan
para defenderse, y á los operarios
se les permite el uso de revólver y
machete, previo permiso de las
autoridades.
Las familias y los individuos á
quienes no alcancen los anteriores
beneficios, quedarán en las pobla-
ciones bajo el amparo del director
y demás individuos de las juntas
protectoras que habrán de consti -
tuirse y funcionar con fondos del Estado y los auxilios de la caridad.
Sexto. Estas juntas se organizarán inmediatamente en las capita-
les de los términos municipales y en los poblados; estarán presididas
por las autoridades civiles, á quienes se asociarán para formarlas los
comandantes militares, párrocos, médicos, propietarios y comerciantes
que se designen.
Séptimo. La protección de estas juntas se extenderá á los rebel -
des que se presenten á indulto.
CABECILLA LOREN
101
Octavo. De los trabajos que realicen darán cuenta las juntas á la
superioridad quincenalmente.
Noveno. Se exigirá estrecha responsabilidad á los llamados á
cumplimentar estas instrucciones.— iíawón Blanco.
Digna de aplauso fué la humanitaria medida dictada por el mar-
qués de Peña Plata, mereciendo plácemes de todo el mundo civilizado
y cristiano, sus disposiciones en favor de los reconcentrados.
^IIIWliailMulMlllMlMIUiUMIUlllMIMUIIriHIllllllItlIUlUBIIItUIIIIIIUMIIMIIIIIMMilllllliillIirilllMM. iniIMHHIIIUllllllUlMIIIUIIIIUlllUlUMt miMimMiMiiiiniiiuiiiiuii u.
'V(>iiNMHMHiiiiiiHBnwii»intilHiMii' niiiiHiHiiriitiiiMiii iiHttvf iiiiiiiiiMiiiiiintim iiiiiiiiiiMiiuii"nnwiiwiiniiuniiiiimifiinHMiiiMtniinw<w''IP
CAPITULO IX
Pasividad y espectación. — Error y faUa especie. — Ficcióa y conTencionalismo. — ¿Se moverá?
— El cuerpo de voluntarios de la Habana. — Libertad de los piratas de la Coinpetitor. —
Importantes operaciones en Pinar del Río. — Estado de la rebelión en esta provincia. —
Las bajas de una decena. — Reproducción de la campaña de destrucción. — Las órdenes
del (jeneralisimo. — Actitud intransigente de Máximo Gómez.- La zafra. — Triste consi-
deración.— Duda y temor.
p iN espíritu pesimista, sin propósitos de producir alarma,
todas las personas que seriamente pensaban en el más
grave de los problemas plantead os por la realidad á nues-
tra nación, reconocían y confesaban, al mediar el mes de
Noviembre del 97, que atravesábamos y habríamos de atra-
vesar hasta los comienzos del año 1898, el período profunda-
mente crítico de la guerra de Cuba.
Entendiendo por «crisis» el momento decisivo de un
acontecimiento, presumimos usar con propiedad la palabra,
porque, épocas peores había habido en esa guerra, pero de nada de-
cidían.
El ánimo de la generalidad de los españoles apreciaba las circuns-
tancias, cual las apreciamos nosotros, y por eso parecía estar en sus
pensó y como en espara de lo que podía advertirle la marcha de los
negocios públicos.
103
Aparte el movimiento ficticio que por malos hábitos y con viejos
resortes procuraban determinar los que no enfocaban la vida de otra
manera, la actitud de la generalidad era de espectación, y fuera de
gran ansiedad, sin la fatiga que parecía apoderada hasta ^e los corazo
nes más patriotas.
Nadie quería atravesarse en la corriente de los sucesos; acaso cada
español deseaba la parte menor de responsabilidades en lo que pudiera
acontecer, sin perjuicio de alegar esa misma actitud como mérito, si
fuese á la postre satisfactorio el resultado.
No dejaba de favorecer al gobierno un tal estado de cosas, en el
concepto de que tocante á lo interior tropezaba con el menor número
posible de obstáculos. En cambio, la ayuda no era muy eficaz, pero
esto lo tendría aquél previsto, y en España, excepción hecha de los mo-
mentos solemnes, bien se puede cambiar lo uno por lo otro.
La obra del ministerio liberal, si alcanzaba buen éxito, tendría
para el señor Sagasta y para aquellos de sus compañeros de gabinete
que con mayor actividad y firmeza le ayudaban, la ventaja de ser muy
suya, es decir, de haber sido realizada con elementos sacados casi en
totalidad de las propias tuerzas y de los propios recursos. Fuera de ese
círculo no había habido ni había más que pasividad.
Alguna censura blanda oíase, formulada quizás, mejor que para
resistir la labor del gobierno, para dar fe de vida de otros criterios á
los que importaba mucho que el público no olvidase su existencia. Tal
sucedía con los conservadores más ó menos del directorio ó más ó me-
nos silvelistas. Fenómeno análogo se produjo en los que temían que
desconociera su independencia de juicio ese mismo público, si ellos no
lo afirmaban de vez en cuando.
Pero la pasividad y la expectación fueron las notas características
de aquellas circunstancias. Si esto lo impuso la masa social, con su
afán ardiente de que la guerra terminase y su esperanza más ó menos
104
vaga de que la pacificación pudiera venir por el nuevo camino abierto,
ó si todo ello fué engendrado por la irresolución y la incertidumbre de
los que estaban expuestos á verse frente á frente del problema y no
descubrían por lado alguno la solución, cosa es sobre la que no es da-
ble aún decidir. El hecho, sin embargo, se presentó tal cual lo señala-
mos á la atención de nuestros lectores.
•* *
De impresionable y meridional hemos tratado cien veces antes de
ahora al pueblo español, y, sin embargo, cuando se estudia con al-
gún cuidado, y sin ninguna pasión que no sea la de aprender la His-
toria de España de los últimos siglos, adviértese la pasividad de la na-
ción, estenuada por el esfuerzo, quizás, de los descubrimientos, de las
conquistas y de poblar tierras, por el agotamiento de los ideales que en
otro tiempo llenaron su alma, y por lo apartada que vino á quedar de
las nuevas vías mercantiles. Quedóse pobre de sangre, de espíritu y de
voluntad.
La famosa epopeya de la independencia, tan desconocida, es prue-
ba de la apatía del organismo nacional. Las humillaciones de Carlos IV
y de Godoy ante Bonaparte, la cesión de territorios, el pago de tribu-
tos, la entrega de parte de la escuadra, hubieran bastado para llevar á
otro pueblo á la revolución. El español se contentó con murmurar. Ni
siquiera se atrevió á hacer un motín como el que movió contra Esquila-
che por si los sombreros habían de tener más alas ó menos, y por si las
capas se llevarían cortas ó largas.
Crecieron las vergüenzas de España: entraron los franceses; apode-
ráronse por sorpresa (en plena paz) de las cindadelas de Barcelona y
de Pamplona y del castillo de Figueras; acuarteláronse en Madrid, tra-
105
tando con Ja mayor insolencia y desprecio álos madrileños; lleváronse
á Francia al rey, íl la rein?, al príncipe de Asturias, etc., etc.. El pue-
blo calló y consintió. Sólo se alborotó para oponerse é impadir la sa-
lida de ui infante bobo. La paciencia la duró ¡trece años!: desda 1797
hasta 1828.
Palirle menos impresionabilidad, fuera la mayor de las exigan-
cias. Pdes, sin embargo, todavía tiene fama de impresionable y albo-
rotador. Aunque siguiendo por el siglo adelante hasta la época actual,
se encuentran innumerables
pruebas de lo contrario.
Eu todos aquellos casos en
que ha tenido que moverse,
lo ha hecho con igual lenti-
tud, porque es pasivo y apá-
tico.
Las revueltas políticas,
como no son cosa suya, tienen
muy diverso carácter y pro-
<iú;ense con esa facilidad qae
engañando á los malos obser-
vadores, ha dado crédito á la
falsa especie, por no romper
con las ficciones y los con-
vencionalismos que todo lo
tienen invadido y adultera-
do, de que los españoles son levantiscos é ingobernables.
Aquí los ingobernables y levantiscos son los de arriba, los que bu-
llen y pelean en la epidermis social. Esos forman partidos, hacen elec
cione«, organizan manifestaciones ó motines, según los casos, en con
tra ó en favo*" de tal cosa ó persona, hablan, gritan y amenazan. El
Blanco 14
COMANDANTE Sr. DÍAZ
106
pueblo dá 230. oco hombres para la guerra; se queja y murmura, sí;
pero, por último, calla y se SEcrifica, contentándose con el modesto
papel de espectador, ó, á lo sumo, con el de comparsa en la comedia
que se representa.
¿Cuándo y por qué se moverá? Muy tarde y por lo que menos se
piense. Tal vez nunca, porque ahora está aún más desengañado y can -
sado que hace un siglo. Pueden, pues, gritarle y solicitarle los que, no
contentos con estar encima, quisieran aprovechar sus fuerzas y vivir
á su costa. S3 nos antoja que pierden el tiempo lastimosamente.
* *
Entre los telegramas de Cuba, que nos trasmitió nuestro correspon-
sal el día 18, había varias noticias de interés y actualidad que no debe-
mos ppsar en silencio, para que nuestros lectores y el país formen con-
cepto de las cosas.
Los coroneles de los cuerpos de voluntarios de la Habana habían
sido solicitados por el general Pando, como jefa de Estado mayor de
aquel ejército, para salir nuevamente á campaña.
Como siempre, respondió al llamamiento el patriótico instituto, y
aunque ya estaban muy mermados los batallones por haber sido movi
lizados muchos de sus individuos, irían los voluntarios donde se con-
siderase útil su concurso á la causa de España.
No importó ni á los jefes ni á los oficiales ni á los soldados, que
por aquí se hablase de su disolución; no les importó que se concediera
decisiva influencia en los altos consejos del gobierno, á quien conside-
raba como necesidad imperiosa su desarme; no les importó tampoco el
afán con que á la fecha se volvían contra ellos, políticos, oradores y
periodistas de fuste.
107
Todo esto era al fia meaos grande qae la integddal del territorio,
esencia de su institución, base de su política. .
Entonces, como antes, contestaron con datos patrióticos á los que
unas veces pretendieron ridiculizarles y otras ofenderles.
Pronto se ofreció o"a;ióa para poner de relieve su abnegación,
frente á los que considerado hab".aa comT cisa natural su desarma.
El jefe de Estado mayor del eje cito peninsular, apreciando sobre
el Terreno las necesidades y el valor de los elementos quí formaban el
nervio de aquel país, acudió á los voluntarios y éstos respanlieron en
el acto.
¡Qué argumento más valioso en aquellas circunstancias para cuan-
tos sosteníamos la necesidad de qu3 se hiciera una política sin exclusi-
vismos y de respeto para los que ante todo estaban al servicio de la
causa nacional!
Los voluntarios, por esto, y solo por esto, fueron siempre el blanco
de los enemigos de la patria en la paz y en la guerra.
Podía salvarse aigú a soldado de la ferocidad del enemigo al caer
prisionero; para el voluntario no había jamás conmiseración.
♦ *■
A las dos de la tarde del i8 se hizo entrega en el castillo do la Ca-
bana, á los cónsules norteamericano é iagléi, de los presos qus tripu-
laron la Compititor, y ean súblitos de las naciones qus aquellos re
presentaban.
Los restantes prisioneros que fueron indultados serían enviados á
la Península.
En libertad los pi'-atas del Compciiior, el delito qu) cometieron
quedó impune, contra toda justicia, contra toda razón y contra toda
108
equidad. Fueron á Cuba á llevar y hacer armas contra España y no re-
cibieron castigo alguno.
La debilidad con que procediera el Gobierno conservador y el ge-
neral Weyler, tuvo su natural consecuencia en la debilidad del Go-
bierno que á la fecha regía los destinos de la patria.
Si hemos de hablar con franqueza, nunca esperamos que magna-
nimidad semejante mereciera del gobierno y del pueblo norteamericano
la correspondencia debida. Si aquel pueblo y aquel gobierno se hubie-
sen inspirado en ideas de derecho, no hubieran amparado la insurrec
ción mambí. Y quien no tiene la religión de la justicia, mal puede
apreciar, ni menos agradecer, un perdón generoso.
Consideramos deplorable lo que se hizo con los piratas de la Com-
petitor.
El general Weyler, que desde el puente del Montserrat alardeó de
tanta energía contra los enemigos de España, pudo y debió proceder
entonces como exigían el sentimiento público y las leyes vigentes.
Su incomprensible blandura con aquellos piratas fué refrendada por
dos gobiernos. A todos alcanzó la responsabilidad.
*
* ♦
Dos operaciones de importancia llevaron á efecto las columnas de
operaciones en la provincia de Pinar del Río, en la segunda decena de
Noviembre: una contra las fuerzas insurrectas que capitaneaba el cabe-
cilla Varona, á quien se le hicieron 21 muertos, cogiéndole nu3ve ar-
mas, nueve caballos y ctros efectos: otra contra el cabecilla Núñez Lo-
ren y su gente, á la que causaron 36 muertos, entre ellos los titulados
coroneles Rangel y Berna! y cogieron 38 armas, en su mayoría Maüssers
y machetes, municiones y un prisi neio.
109
Las columnas tuvieron en junto un muerto y 14 heridos de tropa.
Aprovechando uno de nuestros corresponsales en la Habana la es-
tancia del general Bsrnal en la capital, procuró conocer la impresión que
tenía sobre el estado de la rebelión en la provincia de Pinar, rogándole
le explicara el por qué de haberse librado los últimos combates, alguno
de ellos importante.
El general Bernal contestóle que era necesario que se supiese que
desde hacía algún tiempo los rebeldes se habían refugiado en las lomas,
fortificándose en varios sitios y haciendo siembras para alimentarse.
Allí habían procurado reunir pertrechos, lográndolos en abundancia,
reforzándose con grupos que se habían corrido de la provincia de la Ha-
bane, pudiendo asegurar que existían al tomar él el mando de la pro-
vincia lo menos 20C0 rebeldes avezados á la campaña.
En los duros combates que se libraron se defendieron con tenacidad
contra las fuerzas del general Hernández de Velasco, que ascendían á
1.200 hombres.
Durante la segunda decena de Noviembre, murieron en la isla en
distintos combates 225 rebaldes. Más de la mitad de éstos correspondía
á la provincia de Pinar del Río. Además cayeron prisioneros 20 y se
presentaron 255 insurrectos.
Las columnas tuvieron las siguientes bajas: un oficial y 25 soldados
muertos: cinco oficiales y 105 soldados heridos.
■«
* *
Obedeciendo órdenes de Máximo Gómez para que á todo tráncese
impidiera la zafra, los insurrectos reprodujeron al mediar el mes de
Noviembre la campaña de destrucción.
El día 15 empezaron las quemas en la provincia de Matanzas y en
lio
la de la Habana. £a el irgjnio «Portugiletf», á cuatro leguas de la ca-
pital, ardieron 26 cañaverales, y otros varios en el ingenio del conoci-
do hacendado don Enriqui; Pascual, habiendo sido destruidos algunos
campos.
Aunque fuera nuestro propósito dejar para los lectores de nuestra
Reseña el comentario á las órdenes del generalísimo de los mambise»,
no podiíamos prescindir de ocuparnos en asunto tan importante como
el de ese recrudecimiento de la campaña de destrucción que reanudaron
los enemigos de España.
Máximo Gómez llevaba adelante su propósito de resistir á todo
trance, y para demostrar su existencia y actitud, y desacreditar la nue-
va política, apelaba á ios recursos salvajes de la destrucción.
Tenía, como en 1895 y 96, empeño decidido en que no se hiciera
la zafra, y como los campos ya iban perdiendo el verdor, con poca
gente dispuesta á secundar sus órdenes le bastaba para que ardieran los
ciñaverales, produciendo fuerte depresión en el espíritu público.
Al empleo de la dinamita en las Hacas férreas de Nuevitas y Sancti
Spíritus, siguieron las quemas de los campos, y desde la capital de la
isla pudieron verse los resplandores de las llamas que destruían el in-
genio «Portugalete»
Ante esa criminal actitud del generalísimo, muchos fueron los que
abrigaron temores di que no agradecerían aquellos bandidos que esta-
ban en la manigua, ni sus cómplices desde lo; poblados, la generosidad
en que había de inspirarse la nueva política; de ella se aprovecharían
en cuanto les beneñciase y la emplearían en todas ocasiones contra Es-
paña, acompañando sus actos con burlonas carcaj idas.
En que se hiciera la zifra estaba ejopañado el gobierno, como lo
estuvo el general Mirtínez Cimpos, y á lograrlo tendían los primeros
bandos del general Blanco.
La zafra era además una necesidad absoluta para Cuba, no sólo
111
porque podrían trabajar y comer muchos braceros que venían acosados
por el hambre, sino porque podría aliviarse la situación económica del
país, bien aflictiva á la sazón; pero por lo mismo, Máximo Gómez rei-
teraba su propósito de impedirla, pues al fin esa era la tercera seca de
SQ programa.
Confiamos, es verdad, en que los hacendados lucharían, si preciso
MUERTE DEL CORONEL INSURRECTO RANQEL
era, para hacer los cortes y poner en movimiento las poderosas máqui-
nas de sus ingenios, y tuvimos el convencimiento de que la autoridad
les ayudaría para que pudieran hacer los trabajos en las fincas.
Contamos con que la fuerza de la insurrección no se parecía á la
que tenía cuando invadía las provincias occidentales, y con esto nos hi-
112
cimos la ilusión de que se haría la zafra y resultaría infructuoso ese
nuevo esfuerzo del jefe de la revolución.
Pero si la zafra se salvaba sería porque se defendiera con las armas,
más que por los resultados de las reformas, cuyos decretos serían reci -
bidos en la isla con el estrépito que producía Ir caña al saltar quemada
y entre las fatídicas luces de aquellas siniestras antorchas que la mano
criminal del rebelde mambí había encendido en los campos cubanos; y
esta triste consideración, lo confesamos, comenzó á infundir en nuestro
ánimo la duda y el temor de que las reformas no produjeran el resulta-
do que principalmente perseguían, y que con tanta ansiedad esperaba
España: la pacificación de Cuba; el término de la criminal guerra sepa-
ratista.
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CAPITULO X
Situación de Cuba. — La política. — Quejas y temores de los autonomistas y constitucionales. —
Disensiones. — La Asamblea de Diciembre. — Preocupación de la masa neutra del país.
— Peligros del período constituyente. — Desolación y ruina de Cuba. — Sufrimientos délos
soldados. — Triste realidad. — Actitud de los rebeldes. ^Sus amenazas. — Impunidad de
que habían gozado. — La obra del general Blanco. — La excursión militar del general
Parrado. — Combate en el potrero «Cocea». — La presentación de los cabecillas hermanos
Cuervo y su partida. — Ataque á Santa María del Rosario. — Golpe de andacia. — Los re-
concentrados.
xTENSA y muy interesante información, fechada en la Ha-
bana el 21, viro á revelarnos por entero la gravedad de
la situación de aquella isla en que todo estaba en ciísisy
en litigio, así la suerte total de Cuba como la organiza
ción de los partidos, del ejército y de los poderes públicos.
Es aterrador el cuatro que ofreciera una sociedad en diso-
lución, prometida, más que á una pBZ fecunda, á una irreme-
dÍ8b!e anarquía.
El separatismo no se daba por convencido, menos por vencido;
vivía organizado casi civilmente en media isla; los partidos legales y
españoles llegaban al atonismo en su? disputas por la supremacía; los
mismos autonomistas descomponíanse en grupos y en tendencias; los
vencedores comenzaban sus represalias; los caídos soñaban con ven-
ganzas reparadoras. A todo eso, e! ejercito sufría las consecuencias de
11&
abandonos y miserias; yen medio de tal situación, el general Blanco,
casi si.i colaboradores desinteresados, había de organizar la paz y la
guerra...
Los autoaomistas deploraban la tardanza en publicar los decretes
constitutivos del nuevo régimen político, económico y administrativo
de la isla^ y la vaguedad de las noticias que allí se recibían acerca de
los planes del Gobierno. Mastrábanse muy confiados en restar fuerzas á
la revolución y atraer á la causa española una gran masa de elementos
neutros, en lo cual hasta la facha no habían adelantado mucho; pero
se consideraba como dato muy favorable á la confirmación de estas es-
peranzas, la presentación de los hermanos Cuervo, cabecillas importan-
tes de la provincia de la Habana, acaecida el propio día 21 en Los
Palos.
Elogiaban los autonomissas al general Blanco, censuraban á los
constitucionales y mostrábanse temerosos de loque considerabaa egoís-
mos de ciertos intereses paninsulares. Ocupábanse principalmente en
reorganizar el partido, en estudiar los problemas administrativos, fi-
nancieros y económicos qu3 el nuevo régimen iba á poner en sus ma-
nos, comprendiendo la responsabilidad que por esta razón iba á pesar
sobre ellos.
Los jefes antiguos del autonoraismo procuraban ocultar la molestia
y alarma que les producía la preferencia que el Gobierno daba á los ra-
dicales. La derecha del partido autonomista la formarían los reformis-
tas, el centro los autonomistas antiguos y la izquierda los separatistas
que aceptasen la legalidad. El predominio de los autonomistas radicales
inquietaba mucho á los constitucionales, temerosos de que les recargasen
los tributos, desarmaran á las voluntarios, los expulsasen de los car-
gos electivos y les suprimieran los periódicos, viniendo de esta suerte á
quedar reducidos á la condición de parias.
Esperábase que la asamblea del partido de Unión constitucional
116
que había de reunirse en Diciembre, acordara ejercitar los derechos po-
líticos dentro de! nusvo régimen, que condenase las rebeldías y recha-
zase la f jsión del partido con los conservadores peninsulares.
*
La masa neutra, agena á las contiendas políticas, mostrábase re-
traída y hondamente preocupada ante la gravedad de la cuestión aran-
celaria y de las de los gastos de soberanía, la Deuda, la imposición de
nuevos tributos y la reconstitución de la riqueza. — «Importa mucho —
decía nuestro informante— que la opinión pública peninsular preste la
mayor atención á estos problemas fundamentales, desviándola de pe-
queneces dañosas.»
Considerábase peligrosa la prolongación del período constituyente,
porque estimulaba pasiones, amenazaba intereses, perturbaba la vida lo-
cal y producía el peligro de estimular aquí los antagonismos entre los
partidos.
»Cuanto se ha dicho de la despoblación de los campos, de la des-
trucción de la riqueza, del estado de anemia de los soldados y de las
privaciones de éstos, es pálido al lado de la realidad. También supera
é cuanto se ha dicho la paralización del comercio, la exigüedad de la
próxima zafra, la carestía de las subsistencias, los males producidos por
diversas epidemias, la miseria de los habitantes de las poblaciones prin-
cipales, haciendo más penosa la contemplación de ia triste verdad el
recuerdo de tantas ficciones optimistas.»
Los rebeldes afectaban desdeñar los indultos y la concesión de la
autonomía. Qaemaban la caña que ya iba estando seca, amenazaban los
ingenios y concentraban las partidas en las zonas montañosas de Occi-
dsnte.
j»Urge batirles en las provincias Orientales, donde lo.ooo hombres
117
armados sostienen la organización civil de la llamada República cubana,
alentados por los dos años de impunidad de que han gozado, la cual
les sirve ahora de principal argumento para solicitar de los Estados
Unidos el reconocimiento de la beligerancia.»
***
»La obra encomendada por la patria al general Blanco, es muy
grande y está llena de enormes dificultades. Nacesita reconstituir el
estado social, reorganizar los partidos, repoblar el campo, normalizar la
circulación fiduciaria, organizar la próxima campaña, sustituir al régi-
men del terror el de la energía, y como complemento obligado de todo
esto perseguir con la mayor actividad á los insurrectos armados, evi-
tando el riesgo de que ios pertinaces abusen de la benevolencia de Es-
paña y realicen la amenaza de dar algunos golpes de sorpresa en las
provincias de la Habana y de Matanzas antes de Diciembre.
El noble deseo de reducir el número de soldados enfermos y de
evitar toda petición de refuerzos á la Península estimulaba á los direc-
tores de la nueva campaña, á cuidar mucho de la alimentación del sol-
dado, de la higiene de los hospitales y del aumento de las guerrillas
locales.
A pesar de que las deudas pendientes encarecían los precios, ha-
cíanse economías en los suministros.
Este es el estado de las cosas — terminaba diciendo nuestro infor-
mante—expuesto con la más completa despreocupación de todo interés
particular y de toda suerte de pasiones. Los pronósticos que acerca de
los resultados de la política que comienza á implantarse se formulan,
son contradictorios. Síría temerario el formular un juicio defiaitivo. La
situación es harto obscura para predecir. — A '
U8
La excursión militar llevada á cabo por el general González Pa-
rrado y escolta, por casi toda la provincia déla Habana, utilizando los
movimientos combinados de las columnas pertenecientes á las brigadas
del centro, mandadas respectivamente por los generales Valderrama y
Ceballos, dio por resulttado; que del reconocimiento practicado durante
ocho dí-.s en todas las lomas y en los demás puntos estratégicos de la
CAMPAMENTO DEL CASTILLO DE «SAN SEVERI.VO- Matanzas)
provincia, se encontraron rebeldes en todos ellos, habiendo tenido va -
lios combates de poca importancia.
La importancia del vis ja del general Parrado consistió principal-
mente en haber podido conocer la situación del país y estado del ejér-
cito en toda la provincia. El general consiguió levantar el espíritu pú-
blico facilitando trabajo, extendiendo las zonas de cultivo, vistiendo á
los soldados que estaban casi desnudos, mejorando los ranchss con car-
ne y disponiendo, en fin, las cosas para que sin dfjar de imprimir acti-
vidad á las operaciones, tuviera el soldado la menor fatiga posible.
119
Respecto de los rebeldes adquirióse la impresión de que se hallaban
diseminados.
Los enfermos estaban escondidos y carecían de lo necesario para su
curación. Había muchos desnudos y sin medios de subsistencia. En fin,
que su situación era aún mucho peor que la del soldado.
Como remate de la excursión del general González Parrado, el día
20 en el potrero «Cocoa» los escuadrones de San Quintín y la guerrilla
Peral sostuvieron un combate con una partida rebelde, matando al ca-
becilla Cucaracha, hombre de gran prestigio en aquella zona, y ha-
ciendo piisioneros á Jesús Delgado y Acosta, que fueron conducidos á
Bejucal.
A las once de la mañana del ai, y encontrándose el general Gon-
zález Parrado en Los Palos, límite oiiental de la provincia de la Ha-
bana, recibió aviso de que los cabecillas José y Adolfo Cuervo deseaban
presentarse con su partida.
El general recibió con gran satisfacción la noticia y, aceptando la
oferta, designó para realizar el acto de la presentación, un sitio que
dista dos kilómetros del poblado donde acudiría él con su Estado ma-
yor.
No se perdió tiempo, y acompañado de los generales Caballos y
Valderrama, con sus respectivos ayudantes y una pequeña escolta, y
guiados por el padre de los cabecillas, salió de Los Palos.
Al llegar al lugar designado, ya esperaban los citados cabecillas
con fuerza armada y formada.
Al avistar al Estado mayor del general Parrado, se adelantó Joié
Cuervo, titulado coronel, seguido de su hermano Adolfo, titulado co-
mandante, y saludando al general le manifestó que reconocían la lega-
lidad en vista de la lealtady sinceridad con que España concedía á Cuba
la autonomía.
El general Parrado contestóle aceptando gustoso la sumisión y di-
120
ciéndoles que la generosidad de España con los arrepentidos quedaba
demostrada al dejar á los presentados en la más completa libertad, con
arreglo á un bando publicado el mismo día. Después tendióles la mano,
y el padre de los cabecillas abrazó con efusión á sus hijos, regresando
todos al pueblo rodeados por los rebeldes.
*
El cuadro, en el momento de la entrevista ó acto de la presentación,
era interesante.
De un lado y en. formación, los rebeldes, armados de carabinas y
machetes; del otro el Estado mayor y escolta del general Parrado, for-
mada por 1 6 soldados de caballería y 27 infantes.
Hechas las presentaciones, se dirigieron todos al pueblo de Los
Palos y allí entregaron sus armas los rebeldes, quedando en completa
libertad.
Al llegar á la entrada del pueblo, donde les esperaba un inmenso
gentío, los cabecillas se despojaron de sus armas y caballos, haciendo
entrega de los mismos.
Como casi todos los presentados eran vecinos de Palos, hubo esce-
nns patéticas entre las madres y hermanos de los rebeldes, á quienes
hacía veintidós meses que no veían.
La partida se componía en el momento de la presentación de 300
hombres, no habiéndose presentado los demás que la formaban, por la
impaciencia de Cuervo, que no quiso esperar á que pudiesen reunirse
los que estaban en aquel momento diseminados. Entre éstos había un
titulado comandante Torres, otros cinco oficiales y varias mujeres,
Mu;hos de los presentados pidieron permiso para marchar á otros
pueblos donde tenían familia.
121
Dábase por indudable que el resto de la partida seguiría la con-
ducta de sus jefes.
Entre los presentados figuraban el ya citado coronel, tres coman-
dantes y cinco oficiales.
En el pueblo reinaba gran regocijo por hsber quedado pacificada
la extensa zona comprendida desde el límite de la provincia de Matan-
zas hasta Güines.
Los Cuervos eran, el uno boticario y el otro hacendado influyente,
POBLADO pipían (Habana)
y llegaron á reunir una partida de 927 hombres. Sin ser grandes gue-
rreros sostuvieron empeñados combates en distintas ocasiones. El José
venía ejerciendo cierta influencia entre los insurrectos de la provincia
de la Habana, siendo el lugar preferido para sus htzsñas las cercanías
de la capital.
José Cuervo fué el cabecilla que en la noche del 15 de Marzo de
1806 merodeaba por los alrededores de El Cano, y tiroteó primero á les
Blanco 16
122
quintos de Llerena y después á los de San Quirtín, sembrando la duda
entie las fuerzas leales y produciendo el choque que perla noche ocu-
rrió entre ellos.
Roto el fuego, destacó gentes de su paitida, aprovechando la noche
de tormenta, para que gritaran ¡viva Cuba libre! y enardecieran á los
leales que luchaban entre sí.
Aquel desdichado suceso costó á las fuerzas de Llerena y San Quin-
tín 12 soldados muertos, y cinco oficiales y 27 de tropa heridos.
El general Parrado regresó en tren á la Habana, acompañando á los
hermanos Cuervo, quienes desde la estación se dirigieron al palacio de
la Capitanía general, donde fueron presentados por el general segundo
cabo al capitán general marqués de Pt ña Plata.
El general Blanco les recibió afectuosamente y ellos le manifesta-
ron que la insurrección se hallaba en estedo deplorable y que la segu-
ridad de que iba á ser implantada la autonomía les habla decidido á
presentarse.
La noticia produjo buen efecto en la opinión.
El siguiente día 22 se presentaron en Nueva Pez el titulado co-
mandante Torres y cinco individuos, y en Los Palos otrcs 15 individuos,
de los cuales nueve iban armados, procedentes todos de la partida de
Cuervo.
La prensa de la Habana, comentando las presentsciones, calificó el
hecho de buena señal.
A las siete y media de la noche del 92, un grupo de insurrectos
atacó la ciudad de Santa Maiía del Rosario.
No consiguieron los rebeldes su propósito de penetrar en el pueble^
pues fueron rechazados por su guarnición. • ]
d
123
Las fuerzas defansoras solo tuvieron una baja: ua cabo del re-
gimiento de la Lealtad, que resultó herido.
A las diez de la ñocha anterior se presentaron en la finca de San
Nicolás, inmediata á Casa Blanca, pueblo situado en la bahía de la Ha-
bana, siete hombres montados y armados, llevándose un caballo, el di-
nero que allí había y una escopeta. I atentaron también llevarse al due-
ño de la colonia, pero apercibidos los voluntarios v las parej is de orden
público de la Habana que allí prestaban servicio, los rebeldes se dieron
Á la fuga.
Ambos hechos carecieron de importancia, teniendo en cuenta que
la gUcrnición de Santa Maríipado rechazar el ataque sin sufrir más que
uaa baja y que los siete foragiios que asaltaron la ñnca de San Nicolás
diéronse á la fuga al aproximarse los voluntarios y las parejas de orden
público de la Habana. Indudablemente los insurrectos quisieron des-
virtuar con su intentona y>£u golpe de audacia el efecto causado por la
presentación de la partida de los Cuervos.
El general Blanco destinó de los gastos de la guerra la cantidad de
cien mil pesos en plata para socorrer á los reconcentrados, cuya situa-
ción era cada día más sflictiva.
Preocupaba grandemente al general Blanco la situación aterradora
en que se encontraban los campesinos reconcentrados.
Los gobernadores civiles recibían comuaicaciones de los alcaldes,
en las cuales se consignaban cifras y detalles horribles. Para remedisr
en lo posible tales desgracias, se enviaron recursos y acordóse la forma-
ción de juntas protectoras.
El obispo de la Habana dirigió una circular á los curas párrocos,
encargándoles que invocasen la piedad del pueblo en fivor de los re-
concentrados, y para todas las clases de aquella sociedad era motivo de
preocupación la espantosa .situación en qu3 se halkban los pacificas,
cuya horrible miseria hacía entre ellos verdaderos estragos.
CAPITULO XI
Kuevo régimen. — El preámbulo. — Confesión deshonrosa.— El Beal decreto. — Impresión en
la Habana. — La opiuióo. — Favorable reacción y regocijo. — La Constitución antillana. —
Trascendental eyolución.— Etapa definitiva. — Sin pretexto ya. — La conquista del Gobier-
no liberal. — El mayor progreso político de naestro siglo. — Por la justicia y por la paz.
UMPLiósE la promesa de Zaragoza; y justo es por ello el
reconocimiento de la sinceiidad con que procedieron,
así ti señor Sagasta como el señor Moret. Si las refor-
mas que el 26 de Noviembre de 1897 publicó la Gaceta
hubiesen llegado á adquirir en la realidad una vida y un valor
que hasta la fecha se habían visto negados en la ardiente con-
tradicción de la doctrina, hubiera habido que poner á cuenta del
presidente del Consajo y del ministro de Ultramar más de la
mitad del buen éxito: ellos «creyeron» ó parecieron creer; los
demás, que no eran ministros ni Presidentes, lo que se llama opinión,
la calle y el campo, la tertulia eleginte y el taller ahumado, los políti-
cos excépticos y los filósofos solitarios hallábanse ante la cuestión de
Caba vencidos á la displicencia que produce todo rompe-cabeza con-
tinuado.
Así, de haber hab.do gloria en la obra emprendida, la mayor can-
tidad hubiera debido ser otorgada á quienes poniando sus firmas al pié
de las reformas, revelaron, si no un covencimiento histórico, una reso-
lución valiente.
125
Hagamos justicia al patriotismo de ambos gobarnantes: ¿podíaa
desear más el señor Sigasta y el señor Moret? Sí; pudieron y debieron,
en efecto, desear algo más, bastante más; la pacificación de Cuba por
medio de los decretos ministeriales.
En este punto fué donde la opinión neutra, sinceramente, continuó
en honrada duda.
Cierto que los decretos fueron liberales, radicalísimos; no era po-
sible ir más allá en la concesión de un régimen democrático. Derechos
constitucionales, sufragio universal, garantías de muy especial y muy
respetable carácter para el ejsrcicio del voto, gobierno propio, ciuda-
danía cubana consagrada en ciertas reglas de vecindad y de arraigo
local como condición indispensable á toca función pública... Nada en
tal materia había sido regateado. Los hijos de Cuba y Puerto Rico ob-
tuvieron en un día derechos é instituciones de que aún no gozaban
varias naciones de Europa ni muchas de la libre América, sometidas
á caudillos y dictadores.
No hay que poner peros en ese sentido á los decretos del señor
Moret. Ni el Canadá ni las colonias australianas podrían hombrearse po-
líticamente con nuestras Antillas.
Hubiera sido, sin embargo, muy de desear que el espíritu de tran-
sacción no nos hubiese llevado á ser injustos con nosotros mismos.
*
* *
En el breve preámbulo de las vastas disposiciones ministeriales,
dícese que en Cuba y Puerto Rico «el ciudadano puede ser cohibido,
negado y hasta deportado á territorios lejanos, no siéndoles posible
ejercer ni el derecho de hablar, pensar y escribir, ni la libertad de en-
señanza, ni la tolerancia religiosa, ni cabe practicar el derecho de reu-
nión ni de Asociación.»
126
Esto dicho sin atribuirlo francamente al estado de guerra, sin re-
cordar cómo la guerra llevó á Lincoln á velar la estatua de la Ley para
arrasar el Sur separatista y negrero; eso afirmado sin la aclaración de
las circunstancias, resulta un grave cargo contra España, pero un grave
cargo reñido con la verdad histórica y hasta con toda necesidad.
Libres serían mañana los cubanos si la paz lograba restituirlos á la
vida del dencho. Mas dígase si luego, muy luego delZirjón, fueles
negada uirguna de las libertades establecidas en la PdnÍQSula.
Representación parís mentarla tuviéronla casi con el mismo censo
que la Restauración impusiera durante los primeros tiempos al elector
peninsular: derechos individuales asistieron á Cuba y Puerto Rico con
la misma amplitud que á nosotros; el Código penal, el Código civil, el
juicio oral y público, el matrimonio civil, la ley provincial y munici-
pal por igual rrgia en la Península y en las Antillas.
La libertad de la prensa aclimatóse, singularmente en Cuba, de
modo tan completo, que hasta pudo vivir, explotar allí una cierta parte
del periodismo, formas y estilo de una violencia inusitada.
El derecho de reunión y manifestación, ¿cómo no se había ejercido
en un país, donde las turbas clsmorosas tomaron por buena la costum-
bre de desfilar gritando un día sí y ctro también por bejo de los bal-
coles de la capitanía general? Libertad religiosa, libertad de enseñan-
za... ¿Cuándo se ha sabido de ningún conflicto en Cuba por causa de
la Universidad ó de los prelados?
#
♦ *
¡Ah! El agitcdor Martí en su propagan ia incesante y rencorosa,
Máximo Gómez y Maceo en sus ambiciones no midieron la mayor ó me-
nor cantidad de libertades concedidas y allí practicadas para lanzar
127
Cuba á la guerra y al exterminio. Sanguily, Varona, los Batancourt, los
Tamayo, los Zayas, Gualberto Gómez, cien y cien caudillos ó soldados
de la insurrección en Cuba viviaij respetados y hasta enaltecidos coa
todos los derechos del ciudadano.
¿Quién escuchó nunca aquí ninguna protesta á Calixto García?
La gente de manigua, así los de la acera del Louvre como los de
Cayo Hueso y Nueva Yoik, no se detenían en estas ó aquellas reformas.
Eran separatistas. Querían la independencia. No estimaban nada de
España. ¿Pues qué?, los millares de negros que con Maceo incendiaron
y desvastaron de punta á punta la isla ¿no acababan de salir del patro-
nato? ¿No debieran tener fresca en su alma la huella de la gratitud por
la manumisión más generosa que registra la historÍ£?
No; no debimos ampararnos de nombres vanos ni falsificar la ver-
dad para justificar las concesiones otorgadas á nuestras colonias antilla-
nas. Nadie se opuso á ellas. Todo el mundo inclinó la cabeza ante la
suprema necesidad de acabar pronto y de acabar por cualquier modo.
Pero no fué lícito ni justo suponer más de lo que debieron supo-
ner; que dieran la paz á Cuba si podían dársela; mas que no añadieran
una deshonrosa confesión á la pérdida voluntaria de nuestra soberanía
política y moral.
Bastaba con lo que representaban para que el espíritu de crítica
quedase contenido y silencioso.
Era un último sacrificio del patriotismo que Dios solo sabía si ha-
llaría en Cuba su último desengaño.
Entre tanto había que seguir esperando; la Gaceta no había de ser
contestada por los empleados autonomistas de la Habana, sino por los
insurrectos de la manigua.
*
4 *
128
Hé aquí el Real decreto estableciendo la igualdad de derechos po-
líticos entre los españoles residentes en las Antillas y los que residían
en la Península.
«De acuerdo con el parecer de mi Consejo de ministros, y en virtud
de la autorización que concede á mi Gobierno elart. 89 de la Constitu-
ción;
En nombre de mi augusto hijo el Rey D. Alfonso XIII, y como
Reina Regente del Reino,
CAÑONERA -AVISO «LIGERA»
Vengo en decretar lo siguiente:
Artículo i.° Los españoles residentes en las Antillas gozarán, en
los mismos términos que los residentes en la Península, deles derechos
consignados en el tí'.ulo i.° de la Constitución de la Monarquía, y de
las garantías con que rodean su ejercicio las leyes del reino.
A este fin, y con arreglo al art. 89 de la Constitución, las leyes
complementarias de sus preceptos, y en especial la de eojuiciamiento
criminal, la de orden público, la de expropiación forzosa, la de instruc
129
ción pública y las de imprenta, reunión y asociación y el Código de
Justicia militar, regirán en todo su vigor en las islas de Cuba y Puerto
Rico, de suerte que pueda cumplirse en toda su integridad el art. 14 de
la Constitución.
Art. 2.° En tiempo de guerra regirá en las Antillas la ley de Or-
den público con la restricción y en los términos establecidos en el ar-
tículo 17 de la Constitución.
PAREJAS DE VIGILANCIA EN LOS FUERTES DE LA TROCHA
Art. 3." El ministerio de Ultramar, oyendo al Consejo de Estado,
revisará la legislación de las Antillas y los bandos publicados por ios
gobernadores generales desde la promulgación de la Constitución, y
publicará después los resultados de esa revisión, á fin de que en ade-
lante ni en la gobernación ni en la administración de justicia en rque-
Uos territorios puedan por error ó negligencia invocarse ni aplicarse
Blancx) 17
130
disposiciones que estuvieran en contradicción con la letra y el espíritu
de la Constitución de la monarquía española.
Dado en Palacio á veinticinco de Noviembre de mil ochocientos
noventa y siete.— Maria 0;5//;;fl— El Presidente del Consejo de Mi-
nistros, Práxedes Mateo Sagasta »
*
« *
Excelente impresión causó en la Habana la entereza del Gobierno
aprobando los decretos de autonomía política y arancelaria de las An-
tillas.
El público arrebataba de manos de los vendedores la hoja extraor-
dinaria de El Diario de la Marina, conteniendo los telegramas de apro-
bación completa de los decretos del señor Moret.
Se formaban corros para leer en alta voz los extraordinarios y
comentarlos con entusiasmo.
Los telegramas de los corresponsales de la prensa de la Habana
dieron á conocer sustancialmente las reformas autonómicas, así políti-
cas como económicas, á medida que fueron publicadas por la Gaceta de
Madrid.
La opinión aplaudió sin reservas la energía y la resolución que de-
mostró el Gobierno en lo tocante á la cuestión arancelaria.
Los elementos liberales jnzgaban la autonomía arancelaria como la
base fundamental del nuevo régimen colonial, y le concedían más im-
portancia que á la misma autonomía política.
Se recibieron en la capital de la isla noticias particulares del depar-
tamento Oriental, según las cuales eran varios los grupos de rebeldes
qu2 estaban dispuestos á abandonar el campo cuando se instaurase el
nuevo régimen autonómico.
1
131
Estas noticias, que procedían de personas de cuya seriedad é impor-
tancia no podía dudarse, despertaban muy legitimas esperanzas, pues los
rebeldes de Oriente se consideraban como los más irreductibles y te-
naces.
En la provincia de la Habana seguían presentándose á indulto mu-
chos insurrectos.
A las diez de la noche del 26 salieron á la calle suplementos de los
principales periódicos de la Habana con las importantes noticias de
Madrid que precisaban la decisión del Gobierno dando á Cuba una
completa autonomía arancelaria.
Como desde hacía dos días la opinión en la capital de la gr»n
Antilla venía estando á merced de noticias contradictorias, y las últimas
que habían circulado habían despertado profundos recelos, la gente
arrebataba los suplemensosy se divulgaba rápidamente el contenido de
la disposición ministeiial en cuestión tan palpitante, produciéndose
inmediata y favorable reacción y grande y unánime regocijo, pues has-
ta las mismas clases mercantiles que no estaban conformes con la au-
tonomía, fueron partidarias del nuevo régimen arancelario.
El día 27 de Noviembre publicó la Gcicef.j la segunda parte de los
decretos en que se establecía el nuevo régimen para Cuba y Puerto Rico.
Fué ley, al fin, la Constitución autonómica otorgada á las Antillas
españolas. De obra como esa no nos cabe juzgar á nosotros en esta
nuestra Reseña. Requiere estudio y meditación detenidos, y por eso
toca estudiar y meditar sobre ella á los historiadores, huyendo de todo
juicio ligero y apasionado. Requiere también, como suceso político, ia
suprema sanción del éxito. Nadie la condenara por defectuosa si produ-
132
cía la paz, ó si la preparaba de modo tan patente que no fuera lícito
negar la icflaencia decisiva en la pacificación.
Eq cambio vería crecer considerablemente el número de sus ene-
migos si Ja guerra seguía sin alteración notable, porque el desengaño
dolería mucho á las masas neutrales del país agenas á la política y de-
seosas de que los problemas militares pendientes se reso'vieran lo an-
tes posible. Esas masas no juzgarían sino por el éxito, y, en último
término, decidiiían la contienda entre reformistas y anti-refor mistas.
Lo que nadie puede negar sin notoria injusticia á la Constitución
antillana es un gran espíritu de sinceridad. El legislador fué con valor
hasta las últimas consecuencias de la premisa sentada, sin desviarse
una línea del camino que se propuso seguir.
Si cumplieron, pues, nuestros vaticinios y nuestros votos.
Hemos defendido siempre la autonomía, por entender que era
complemento obligado de la doctrina democrática y por estimar que,
tratándose de nuestras posesiones ultramaiinas, equivalía aun desa-
gravio ofrecido á la equidad y al derecho; hémosla defendido con ma-
yor empeño después de encendida Ja insurrección, porque vimos en
ella el único medio adecuado para restaurar la paz y para asegurar,
fortificando la obra de las armas con los lazos del afecto, la integridad
de nuestra soberanía en Cuba.
Tras larga lucha de intereses y de pasiones, volvieron las cosas y
los ánimos á su nivel, y, al fin, pensó como nosotros pensamos la ma-
yoría de los españoles.
La evolución realizada en la opinión, fué quizás la más trascedental
de nuestro siglo.
No ya pronunciamientos y motines victoriosos, revoluciones triun-
fantes ha habido que ni en España ni fuera de España han determinado
tan radicales efectos.
Contiendas furiosas y resistencias desesperadas costó en la Penín-
133
sula el restablecimiento del sufragio universal. Por intentarlo cayó el
partido liberal en 1884, y cayó también en i8g:>, después de conse-
guirlo.
En perpetuo combate vivimos por la reformí aiancelaria desde
1896; y no ha habido en todo ese intervalo forma h amana de consoli -
dar ninguna franquicia ni tratado de comercio que dejase de producir
hondísimas preocupaciones.
A la sazón, sin violencia ni estrépito, enviamos á Cuba y Puerto
Rico el sufragio, y facultamos á entrambas colonias para confeccionar
libremente sus Aranceles.
*
* *
Los decretos publicados en las G icetas -iel 20 y 27 de Noviembre,
señalaron en nuestra historia una etapa definitiva y merecerán tanta
estima de la posteridad como la célebre Memoria de lord Durham en
1858 y como el bilí colonial de Lord Russel en i86d.
Al otorgar expontáneamente á Cuba una reparación debida, ade-
lantamos la mitad del camino para el logro de la paz, y ganamos un
puesto entre los pueblos más libres de América y Europa.
Modelo de constituciones democráticas, nada tienen de exótico y
respondieron al programa definido desde 1878 por los autonomistas
antillanos, de igual manera que á las ideas proclamadas desde 1873 por
la genuina democracia española.
Si algo hay en ella de extraño es la iniciación en la práctica del
referendum, aplicado por el momento á la vida municipal y que de se-
guro alcanzaría mayor extensión no bien el régimen autonómico se
arraigase y se desenvolviera por medio del ordenado ejercicio.
Mas nadie ignora que Suiza, de donde está tomada la innovación,
134
es en la actualidad una especie de escuela de ciencias políticas, de cuyos
experimentos y lecciones se aprovechan las democracias de ambos mun-
dos para mejorar la condición de los ciudadanos y para simplificar la
gobernación de los pueblos.
Gracias á la iniciativa del partido liberal y á la honradez con que
hizo honor á sus compromisos, ya no se diría más de España lo que se
decía con harta razón de los po-
líticos de Inglaterra y de Bélgi-
ca: e-, á saber, que mientras
los conservadores y los socialis-
tas se unen para adoptar las so-
luciones más amplias, los pro-
gresistas históricos van quedan-
do aislados é inmóviles, entre
las corrientes dominantes de la
vida pública.
Pero hay algo de mayor
importancia que todo eso, y es
que con los decretos de auto-
nomía colonial antillana quita-
mos hasta la menor apariencia coronkl D. santiago diaz dbceballos
de rezón á los rebeldes, y pusi-
mos á los leales en el caso de
trabejar por la paz con tanto ó mayor ahinco que nosotros dado que
únicamente por ella lograrían, como apetecían, gobernarse á sí mismos.
Gloria legítima la que conquistó el gobierno liberal, pues la Cons-
titución antillana figurará siempre con la abolición de la esclavitud
entre los mayores progresos de un siglo, que se iluminó en sus comien-
zos con la declaración de los derechos del hombre.
Y, una vez hecho cuanto estaba en nuestra mano por la justicia y
135
por la paz, que Dios y la bondad hicieran el resto. Ya no había pretexto
que excusase ingerencias oficiosas, ni apariencia con que se escudasen
enemigas oficiosidades.
Terminaron las contemplaciones con los poderes extraños y con las
revueltas intestinas.
En lo sucesivo, por lo mismo que nos asistía toda la razón, po-
dríamos y debiéramos, si fuere preciso, desenvainar la espada.
CAPITULO XII
La guerra y la política. — Efecto en la opinión. — Júbilo en la Habana. — Aplauso al QobierDO.
— La paz asegurada. — Efecto de la autonomía entre los cubanos emigrados. — ün bando
de Máximo Gómez. — Operaciones combinadas contra el ¡/eueralisiiiw. — De Sancti Spíri-
tu9 á Arroyo Blanco. — Hacia Reforma. — El nuevo régimen.
^^ I. país quería la paz; suspiraba por alcanzarla. Hartas
^ pruebas tenía dadas de que no le arredraba ningún sa-
crificio; cuantos se le habían pedido los había hecho,
j'^'f^ dando con igual abnegación su dinero y su sangre. Y
así como no escatimó ni el esfuerzo ni la pena, tampoco re-
chazó método alguno para dominar la insurrección cubana;
i^ aceptó y fué el ejecutor de cuantos se le impusieron por cos-
tosos y cruentos que fueran.
Y el país que con sus hijos constituye el ejército; que no puede
dudar ni del valor ni de la disciplina ni de las grandes virtudes mili-
tares de los que lo componen, desde el general al soldado, porque to-
dos salen de su seno, el país quería la paz.
^;Quién es capaz de negar, ni siquiera de poner en tela de juicio,
esa afirmación?
En vano la pasión de partido intentara desfigurar la verdad; harto
la había desfigurado durante tres años.
137
Pero los hechos tienen más fuerza que todas las arg acias, y ellos
se imponían, aunquetarde, para evitar los daños recibidos á tiempo, por
íortuna, para evitar otros mayores.
No; no había ningún desdoro ni para la nación ni para el ejército
en hacer á la fecha lo que debió hacerse antes. Bastante caro pagábamos
el error cometido, y no fuera persistiendo en él como lo habíamos de
enmendar.
Porqua hubo error, y error crasísimo, en creer que ejército alguno
fortín a la entrada de CIENFUEGOS
del mundo, que nación alguna, fuera capfz de dominar totalmente una
insurrección como la de Cuba, por el solo esfuerzo de las armas. Si al-
guna nación, si algún ejército fueran capaces de conseguirlo, la nación
y el ejército españ jl lo habrían logrado.
Nidie habría hecho más que nosotros, ni acaso tanto; no hay en el
mundo quien lo dude; soH aquí, solo en España hubo algunos, aunque
pocos por fortuna, que aparentaban dudarlo.
¡ Ab! Si no se hubiese tratado más que de luchar con los insurrectos
Blanco 18
138
man,b:ses, ¡qvé poco hubiera durado la insurrecciótl ¿Acaso no les ha-
bíamos vencido siempre?
Las ba'as delosrebeldes, en tres años de guerra, apenas habían mer-
mado nuestras filas, si se comparan las bajas svfiidas en los combates
con las que causaron las etfermedades. Ala fecha mismo, en loshospi
tales de la isla había 30.000 soldados enfeimoí-; desde el principio de la
guerra más de 2 eco hombres híbían muerto víctimas del clima y
28.000, próximamente, vinieron repatriado?, también por enfermos, en
la situación que todos yimos.
En presencia de tales hecho."^, ¿quién es capaz de sostener que la
guerra de Cuba estaba en el campo, donde el valor del soldado podía
dominarla y vencerla por el solo esfuerzo de las arma ?
*
* *
Demasiado lo ssbían los insurrectos. Precisamente porque lo ssbíar,
pusieron siempre sucocfiarzaen el clima más que en sus rifles, y con
taron más con la prolongación de la lucha que con eus propias fuerzns.
Seis largos meses de aquel año se mantuvo Máximo Gómez entre
Sancti Spíiitus y los montes de la Reforma, con poco más de trescien-
tos hombres. ¿Puede nadie suponer que se proponía librar combate á les
cuarenta mil que llevó á Les Villas el general Weyler? No; lo que se
propcníaera enviar á los hospitales, sin disparsr un tiro, á seis ú ocho
mil, de aquellos cuarenta mil hombres. ¿Quién se atreverá á sostener lo
contraríe ?
Pues bitn; esa ha sido la guerra de Cuba. El país lo sabía y estaba
por lo mismo firmemente convencido de que e¡ sistema de la guerra
por la guerra era absurdo en tales condiciones; sin gloria para el ejér-
cito que peleaba y sufría; sin ventajas para la nación, cuyos sacrificios
139
sin cuento habían resultado hasta la fecha, y resultaron más tarde, com-
pletamente estériles.
Por fortuna, de ese convencimiento participaban también los jefes
más populares del ejército; los que en las guerras coloniales se habían
cubierto de gloria y á quienes no se po3ía escatimar ninguna de las
virtudes que tanto enaltecen á nuestros ciudillos.
Y cuando había generales como B'anco, como Pando, como Gon-
zález Parrado, como Fernández Bjrnal, que jazgaban no sólo compati-
ble con el honor del ejercito, sino justa y necesaria la implantación de
la autonomíi en Cuba para terminar la guerra, y cuando participaban
de iguales convicciones hombres como Linares, Luque, Segura, Her-
nández de V. lasco y tantos otros cuyo valor y cuyos servicios á la pa-
tria eran tan evidentes, no S3 podía decir, sin que pareciera un agravio
lanzado á nuestro glorioso ejército en la grande Antilla, que al ir á
restablecer la paz en Cuba coa la espada en una mano y la autonomía
€P la otra, desmerecía ó se mermabí la dignidad del? patria.
***
S;gÚQ era de esperar, los decretos publicados en la Gaceta del 27,
concediendo la autonomía política y administrativa á las Antillas, ori-
ginaron los más contrapuestos juicios, habiendo exaltad? las pasiones,
revuelto los pasos de prevenciones y recelos, despertado lisoigeras es-
peranzas y producido hondos motivos de inquietud.
Agitación tal denuició la trascendencia de la obra. El remedio era
h ¡róico; mas por eso mismo se hallabí en consonancia con la magnitud
del mal. Esta conv¡cci'3n fué lo primero que se destacó sobre el oleaje
de los ánimos.
No podíamos seguir por el camino tomado y con la marcha que
IKvábamos. Por allí no se iba masque al abismo. ;Se producía una
140
profunda crisis por la cual de un modo ó de otro pudiéramos llegtr
pronto á una situación definitivs? ¡Pues eso estaba bien hecho!
A poco que enti ase en suconciercia cada español, no dominado
por ciegas preocupaciones ó por motivos egoístas, diera con el juicio
formulado en las anteriores líneas. Convencionalismos aparte, por el
camino que á la fecha se emprendía pudiera perderse Cuba ó salvarse;
por el emprendido antes y seguido hasta entonces, gracias á la torpeza
insigne con la cual desde Madrid y desde la Habana se había dirigido
y se dirigía la marcha, Cuba estaba perdida, no ya sólo para nosotror,
para la civilización.
Cupo debatir mucho cuál sistema era preferible. Desde luego el
últimamente adoptado no parecía el más gallardo ni el más efpañol;
pero dos años y medio de errores consecutivos, de faltas inconcebibles,
de culpas que jamás condenará bastante la historia, no habían dejado
útil más que este sistema. Al^aplicarlo era preciso proceder con lógica,
con sinceridad, con valentía. Esto es lo que hizo el Gabinete liberal.
Nada habría sido más triste ni más funesto que adoptar el íistema
de las concesiones para debilitarlo con encogimientos ó mixtificarlo
con astuta doblez. Eso habiía equivalido á cometer errores, faltas y cul-
pas análogas á aquellos que esterilizaran para el bien de la patria el
!.istema de la lucha, del castigo y de la represión. Lautilizados también
con menguadas habilidades los medios políticos para la pacificación,
¿qué nos hubiera quedado ya?
Lógicamente, sinceramente, sin miedo y sin tacha, el programa an-
tillano del partido liberal se halla desenvuelto en los decretos, que ha-
bían de ser la nueva Constitución de Cuba y de Puerto Rico. Con leal-
141
tad sería establecido en ambas islas el nuevo estado de derecho. Las
consecuencias serían las que á Dios pluguiera, pero ni al partido libe-
ral ni á España correspondería la culpa ante la conciencia del mundo
civilizado.
Desde este punto de vista la obra de los señores Moret y Sagasta
mereció la aprobación de todos ios españoles no obcecados por conve-
niencias personales lastimadas ó por furiosas pasiones políticas. Obli-
gados á propinar un remedio heroico, lo elaboraron los gobernantes
sin mezclas que pudieran quitarle eficacia. El valor cívico que en ello
desplegaron fué grande, puesto que las responsabilidades faeron al pa-
recer gigantescas, y apenas hubo quien no se apresurase á señalarlas.
Por lo mismo hicieron bien en trazar con lineas rectas y muy vifibles
el camino que habían de seguir, y mejor hicieron en no apartarse de
ellas. Da esa manera se vio quién torcía los sucesos y llamaba hacia sí
las temibles responsabilidades.
Nos encontramos ya en la otra vertiente de la cuestión de Cuba.
También podía haber tejos y abismos en esa vertiente; pero siempre
tendríamos en ella una ventaja.
Habría más luz.
*
* *
Al conocerse en la Habana los decretos de la autonomía política y
arancelaria, que satisfacían plenamente las aspiraciones del país liberel,
reaccionó la opinión.
El conocimiento de lo más esencial de la Constitución colonial di-
sipó todas las dudas y todas las desconfianzas, produciendo inmensa
satisfacción.
El espíritu público se levantó en la misma medida que antes ss
142
había abatido por la pesadumbre de ua régimen de privilegios y de des-
confianza.
El País Aplaudió la firmeza del Gobierno en llevar á la ley todo el
radicalismo de su pensamiento.
El Diario de la Marina felicitó con calor y con entusiasmo á los
señores Sagasta y Moret.
Reinaba gran actividad política y una extraordinaria confianza en
los resultados del nuevo régimen, afirmándose por todos los liberales,
por Ja mayoría del país, que la paz sería pronto un hecho. Cubanos y
peninsulares expresaron su gratitud á España diciendo que sabrían co-
rresponder á su generosidad.
El efecto causado en Washington, en Tampa y Ciyo Hueso entre
los refugiados cubanos por el decreto concediendo á Cuba amplia au-
tonomía, fué muy profundo.
Preparábanse á regresar á la isla cientos de cubanos que se acoge-
rían á la paz. La junta revolucionaria iba á quedar desmembrada; y ya
habían estallado cuestiones graves entre sus miembros, partidarios unos
de seguir combatiendo, propendientes otros á reconocer la legalidad,
y ambiciosos no pocos de obtener cargos en el reparto de destinos que
había de llevar á cabo el gobierno insular.
La mejor prueba de que eran muchos loj iasurre''.tos que se prepa-
raban á reconocer la legalidad, fué el bando promulgado por Máximo
Gómez el día 20.
Decía así:
*.. Todo comandante ú oficial del ejército libertador de Cuba que
acepte proposiciones de paz, acogiéndose á los decretos de autonomía
ó que conferencie con emisarios españoles, será sometido al Consejo de
guerra y fusilado.
>T.^do emisario que intente tratar para la aceptación de la autono-
mía, será consi lerado como espía, sometido á Consejo de guerra y fu-
silado.
143
»Toda preposición de p£z basará necesariamente scbre la indepen-
dencia de Cuba, y será sometida al Gobierno de la República.— Aíá-
ximo Góine^ »
***
El general Pdndo, en su viaje á Las Villas, consideró necesario y
urgente emprender activas operaciones en la parte comprendida eiitre
el Jatibonico y la trocha, batiendo les bosques de Reforma, donde Má-
xiiLO Gómez tenía desde hacía un año su cuartel general.
A este efecto reunió et Sancti Spíritus fuerzas de todas las armas,
y al amanecer del día 26 salieron de esta población las columnas por el
camino de Arroyo Blanco.
Dirigía las operaciones el mismo general Psndo, y operarían en
combinación los regimientos de caballería del Piincipe y voluntarios
de Camsjuaní, y los batallones de Mérida, Mallorca, Albuera y Rey,
más dos secciones de caballería.
Mandaban esas fueizas, además del general Pando, los generales
Salcedo, Segura y Ruíz, y los coroneles Landa, Martín, Ttjeda y
Bruna.
El terreno donde habían de operar es montuoso y conocido á pal-
mos por el enemigo.
El general Ramal, á su regreso á Pinar del Río, puso también en
movimiento sus fueizas y se dirigió hacia las lomas en busca del ene-
migo allí escondido.
A la agitación producida en los espíritus y en los intereses mate-
riales por la transformación del régimen colonial, siguió una épcca in-
teresantísima para España.
144
Realizada la reforma antillana, en plena vida económica, pronto
habían de conocerse sus resultados.
La opinión impaciente confiaba en la paz, porque tal era el alcan-
ce que se había dado á la obra del Gobierno.
Los más castigados en sus ideas por esa transformación operada
en las instituciones políticas antillanas, callaban y esperaban patrióti-
camente.
«—Si la paz viene, bien están esas reformas,— decían los que pre
CAKONERO «DEPENDIENTE»
sumían de estadistas,— y esto repetíanlos demás mortales, esos queha-
bían dado íus hijos á la patria y trabajaban para que se alimentase el
Tesoro nacioral.
Hubo en esto una excepción, la del señor Romero Robledo, que
recordando la valentía con que el ilustre general Salamanca maldijo
el convenio del Zarjón, por ver en las condiciones pactadas consecuen-
cias dclorosas y una guerra futura, giitaba desde las columnts de un
periódico: ¡Meldila la ptz si viere por esc medie, porque la paz asi lo-
grada será la independencia de Cuba!
145
as
s;
<
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O
O
o
Q
n
o
a,
Blanco 19
146
*
* *
Si era la paz, ó era la continuación del mismo estado de cosas, sólo
había de decirlo el tiempo, aunque este corre veloz y la gravedad de
la situación no permitía diferir esos resultados á largas fechas.
El iomediato día 6 de Diciembre se abrirían las Cámaras noitea
mericanas. El presidente MicKinley estaría prudente en su Mensaje,
pero no había seguridad, ni mucho menos, de que se inspirasen los se-
nadores en la sensatez que aconsejaban las circunstancias.
Los filibusteros continuaban en sus alardes de protesta, y el gene-
ralísimo Gimez, paia prevenirse contra las debilidades que pudieran
experimentar en aquellos momentos sus secuaces, recordaba el bando
de Spotorno y amenazaba fusilar al que no solicitase de su grandeza
permiso para vivir.
En aquellos días comenzaron las operaciones de guerra con acti-
vidad^
En Occidente tomaban la ofensiva nuestras columnas. El general
Bernal, para dar la última mano á la insurrección en Vuelta Abajo,
ponía en movimiento las fuerzas de su mando, y sé dirigía hacia las
lomas. El general Pando, con Salcedo, Segura y Ruíz iban por Arroyo
Blanco y Sf íritus en busca de Máximo Gómez, resueltos abatirle y ani-
quilarle sus fuerzas.
Eran estas operaciones urgentes y precisas antes de llevar la gue-
rra á Oliente, donde seguía el enemigo tomando la ofensiva, según
comunicó el general Blanco.
Todo hacía suponer, pues, que pronto habrían de recibirse noticias
interesantes sobre el desenvolvimiento de la acción de las armas.
Representaba la nueva política el avance simultáneo y combinado
de la acción diplomática, la de las armas y la política.
Todas estaban en funciones activas, con la urgencia que demanda-
ba la espectación de ua país ansioso de realidades consol a loras.
H< "»■"» ■"•«'•«••'■".Hiuiimi..ui.»<iiSiniiiiiiio.H¡ñiiiiiuMiiiiMuunmi..MnnmMTm.- ÍHiiiiHiiimmiiui* niimiiuiSS.
^■•■■■fWW»"nn»Wi»i"r"inrlHPW** OmiBIMIHn""aon<»«ini|»«r«>' lltlllllllinill — >••- 'lltlIilllHlIUltn ■■■■iin— iitnriimn ■ ^
CAPITULO Xlll
Por la paz. — Lo que es la guerra. — La voz de la opinión. — El estado del ejército. Loii que
fueron y los que quedaban.— 200.000X53.000. — Herencia del general Blanco. — Todo
moJificado. — Detalles varios.
'e solía preguntar por los pocos que aúa creían en la efi-
cacia única de la guerra; en que sólo por la acción de las
armas se hubiera podido e hogar la rebeldía S3paratista:
—¿Y esos doscientos mil hombres que hamos envia-
do[á Cuba qué hacer? ¿Qué han hechc?
Prescindamos de la enorme contradicción en que incu-
rrían los que tal persaban— que eran muy pocos, y qae cada
día iiían siendo menos— de fiarlo todo al empuja heroico de
nuestro ejército y dudar al propio tiempo de que tal vigorosa
embestida á la insurrección se hubiera dado. El agravio estáen esa aula,
está en los que dudaron entonces y. antes de que los generales y los
soldados, por uno ú otro sistema, no hubiesen querido ó no h bían sa-
bido aniquilar y extinguir las hu-'Stes del separatismo criminal.
No. No hatíi que preguntar «qué hacían, qué habían hecho» nues-
tras tropas valerosas y nuestros generales bizarros y entendidos en el arte
de la guerra; en el saber pelear y vencer. Hay que preguntárselo á ios
cam pos y á los hospitales de Cuba, en donde habían perecido á la fjchi,
en dos años y medio de campaña, más de veinte mil hombres; hiy que
|48
preguntárselo á esos buques mortuorios en que se habían repatriado
veintisiete ó veintiocho mil hombres en el estado que todos habíamos
viste; hay que preguntárselo al mar, sepulcro de tantos infelices que
no tuvieron el consuelo de abrazar á sus madres y en su seno exhalaY el
ú'timo suspiro; hay que preguntárselo á los estados de la Inspección de
Sanidad militar de la isla, que en un solo mes, en el de O.tubre, re-
gistraron treinta y seis mil enfermos, y hay que preguntárselo, por
fin, al qu3 ha tenido la pana da ver cómo los que se embarcaroa en la
Península jóvenes, robustos, sanos, alegres, con el alma henchida de
esptranza, se trocaron en el combata, no con el enemigo, al que ni si-
quiera vieran, sino con el clima moital, en ejército de espectros.
Y ya esa cifra de los doscientos mil soldados la veréis disminuiis;
veréis cómo desaparece en más de su mitad, cómo se pierde en el hos-
pital, en el mar, en el campo de batalla. ¿Y el resto?... El resto no eran
en gran parte combatientes, eran enfermos, que por un ebfaerzo capaz
solo de realizarlo en el mundo los soldados españoles, se batían con
fiebre, marthaban muriendo y morían sin quejarse, víctimas del más
atroz de los errores poli lieos que había tardado dos años y medio en
repararse.
*
Todos hemos visto á los repatriados, á todos los corazones llegó la
conmoción de horror, de esparte; de todos ellos salió la protesta vigo-
rosa del espectáculo sin (j.mplo. La opinión en España se impresionó,
y con razón, por la muerte en la travesía de los soldados enfermos; sol-
dados que tuvieron por tumba el mar. Nadie les rezó una oración; nin-
gún signo, nirgún rastro señalaiá si paso por el triste sendero de su
infoi tunada vida. Sus madres no tendrán el consuelo de que una urna
íe alce sobre su sepulcro en suelo de Cuba, suelo de la patria, al fin.
149
¡Qué visión más tremenda, más horrorosa, la de los cadáveres de sus
queridos hijos, devorados por los tiburones!
Y los que lograron no morirse en el camino, perecieron al llegar á
puerto, ala vista de la tierra deseada, en el tránsito del barco al muelle,
del buque al hospital del puerto. ¡Morir ya á la vista del suelo patrio;
morir al Ilegal I... ¿Puede haber mayor dolor, más horrible modo de
abandonar este mundo?
Veamos ahora lo que acontecía á los que tenían la dicha de sentir
en torno de sí á la madre patria, recogidos por la caridad proviacial ó
municipal, ó por la benéSca Asociación de la Cruz Reja, en algún al-
gún albergue ó sanatorio.
Dígalo por nosotros el Diarto de Pontevedra^ del cual copiamos el
siguiente suelto publicado en uno de sus números, correspondiente al
mes de Octubre del 97.
Decia así el suelto á que nos referimos:
«Al encontrarse el otro día en el sanatorio de Santiago dos jóvenes
de la misma edad y del mismo pueblo, soldados repatriados del ejército
de Cuba, no se han cono::ido en fueizi de desfigurados por el hambre y
las fatigas.»
Hubo más. En una de las reexpediciones desembarcadas en Cádiz
ocuriió que un padre no reconoció á suhji, hasta que é. te le llamó
con un grito del alma... ¡S estaría desfigurado el infjliz!
Eso es lo que han visto todo', lo que ha podido impresionar por
tocarlo más de cerca á los que viven en la Pecíasula. ¿Y lo qu3 pasa
allá, lo que ocurre en Cuba, lo que han presenciado y jamás olvidarán
los que en la isla estuvieron?
*%
150
«—Yo quisiera— nos decía un día un bravo oficial, repatriado por
enf jrtno á coníccuencia de una grave herida recibida en un reñido
combate en las lomas de Pinar del Río — que por un prodigio imposible,
desfilara por las Ramblas una de aquellas columnas de convalecientes ó
enfermos, de espectros, mejor dicho, en el propio ser y estado en que
salen á perseguir á un enemigo
emboscsdo ó que huje. A los
cuttro días de salir una colum-
na de un pueblo, de internarse
en las lomas de Pinar del Río,
ó en la manigua de Las Villas,
ó en el desierto del Camagüjy,
ó de guarnecer uca trocha, ha
legido su paso con la tercera
parte de su fueza enferma,
fuera de combate, sin haber
cruzado una bala con los in-
surrectos.
»SaIe aquel soldado enfer-
mo del hospital, y aún quiero
suponer que salga curado, en-
tendiendo por curación el que
ya no le molesta la fiebre y
el que ya puede comer y digerir y el que ya esté en disposición
de seguir la marcha de una columna. ¿Y á dónde vá el soldado dado de
alta en el hospital? Va á incorporarse á su batallón, á proseguir las pe-
nalidedes de la campaña, á la vigilancia de la trocha, á re-pirarde
nuevo díi y noche los miasmas palú lieos. Va con el cuerpo débil, aun-
que esté sano, á continuar las marchas de horas y de días. Va á dormir
al raso junto al gUiío, que los hincha hasta reventar y morir. Vaá abra-
'i'Z^y
Mr. 8PRINGER
Yice-coDsul de los E. U. en la Habana
151
sarse la piel con el sol del trópico, á calarse hasta los huesos con la
lluvia torrencial. Va á pasar hambre y sed recién salido de una enfer-
medad grave. Va á nutrir su'cuerpo desnutrido con las inmensas fatigas
de una campaña funesta. Va como candidato á la sepultura...
»Fué aquella una escena— prosiguió diciendo nuestro emocionado
y elocuente narrador— que me impresionó hondamente. Era uno de los
últimos días de Noviembre de 1896. A pesar de encont^-arncs tan ade-
lantados ya en la estación, las lluvias no habían cesado, la época de la
seca £ÚQ no había comenzado, todavía el viento del Norte no había
empezado á soplar y barrerla humedad de la atmósfera. Diluviaba como
diluvia en Cuba, arrojando el cielo torrentes de agua. A las once de la
noche, después de haber estado durante todo el día, desde el amanecer,
en marcha por lomas y vericuetos por donde teníamos que abrirnos paso
con el machete y andar cayendo aquí y levantándonos allá, entramos
en el pueblo de Candelaria dos mil soldados...
»¡Djs mil soldados!, es decir, ¡dos mil hombres! Es un sarcasmo
llamar soldados, llamar hombres, á aquellos míseros; tal era su estado.
A las puertas mismas del pueblo habían caído algunos, brindando sus
cuerpos exánimes á las voraces siniestras auras, á los cuervos de Cuba.
Y los que, tras desesperado esfuerzo, penetraban por fin en las calles
de Candelaria, tendíanse en el suelo, enmedio de los charcos, sufriendo
la lluvia, sin ánimos para colgar la hamaca, resignados á que aquella
fuera su última noche...
»En el pueblo, que es pequeño, había alojados ya ochocientos en-
fermos de anteriores expediciones, y no existían camas para tantos.
Abriéronse las puertas de todas las casas y allí se refugió la mitad de
la fuerza, de cualquier modo, hacinados. El resto quedóse en la plaza,
abrasada por la fiebre. Era un coro tristidmo de ayes. de lamentos, de
quejas, de inprecaciones, de plegarias. A gritos pedían la muerte para
acabar pronto en el charco inmundo en que estaba convertida la plaza...
152
^Amaneció y se organizó ua tren para tiaslalar dos mil hombres
á la Habana. Qaeiían incorporarse y no podían; la noche de fiebre y de
insomnio habíi consumido las pocas fuerzas que les restaban. A los po-
cos pasos que daban hacia la estación, caían extenuados, rendidos, in-
móviles. Los oficiales, con lágrimas en los cjos, les sosteníamos, les
alentábamos con palabras de consuelo, y como las palabras eran inúti-
les les empujábamos, les arrastrábamos, obligándoles así á marchar...
Murieron varios en el tren, en un tren que no llegó hasta la noche á la
Habana y donde iban revueltos muertos y vivos...»
*
* *
Ahora bien; ¿y quién tiene la culpa de todo eso? Creemos que na-
die. Nadie más que la guerra, nadie más que el sistema de confiar so-
lamente á la acción de las armas una guerra imposible, nadie más que
el que imaginó insensatamente que se puede entregar á los elementos,
al fiero clima, al mortífero aire, al suelo inclemente, un ejército de bra-
vos para que sin lucha los devore la fiebre.
Por eso proclamamos que ningún ejército del mundo hubiera he-
cho no más, si ni siquiera tanto, como el heroico y sufrido ejército es-
pañol. Pero, tampoco ninguna nación del mundo hubiera sostenido esa
guerra, que era poco menos que imposible que solo por la guerra se
acabase.
Empeñados durante más de dos años nuestros hombres de gobier-
no, por obsesiones que han de merecer á la historia severísimos juicios,
en acumular en los campos de Cuba tropas y más tropas, hombres y
más hombres, cuidaron solo de su envío y pensaron muy poco, casi
nada, en las naturales consecuencias de una tan grande acumulación de
soldados, donde se carecía de todo, donde nada había preparado para
153
recibir, albergar y atender á las necesidades de núcleo tan importante
de fuerzas, de un contingente tan numeroso de ejército bisoño, no ave-
zado á las fatigas de la campaña y á las penalidades de una guerra irre-
gular en país desconocido y de clima tan opuesto á su temperamento,
quizás porque creyeron que la seguridad de triunfar de los rebeldes en
liza abierta daba á nuestros soldé dos la inmunidad bastante para ven-
CAKONERO «SANDOYAL»
cer también al clima que traidoramente y sobre seguro les robaba la
sangre de los pulmones y la energía de los músculos.
[Lástima grande que pensasen tan poco en hechos tan graves como
éste los que, alardeando de popularidad y de fuerza en la opinión,
aunque no teniendo ni una ni otra cosa, apercibíanse á la f jcha para
aplaudir, al desembarcar en la Península, al director, durante veinte
Blanco 20
154
meses, de la campaña de Cuba, tras de haber hecho pregonar por las
trompetas de la fama el talento organizador del nuevo Moltke español,
cómplice de la funesta obra del Jove de la situación conservadora.
* *
Entrando en otro orden de ideas, el enorme ejército enviado á
Cuba hubiera tenido justificación, si una vez reunida tan port«;ntoía
fuerza en la gran Antilla, se hubiera emprendido unacampaña enér-
gica.
Desgraciadamente los doscientos mil hombres no correspondieron,
por falta de plan y de dirección, á los esfuerzos y esperanzas del país;
pero mientras tanto tenían que ocasionar gastos de tal consideración,
que es un asombro cómo han podido sufragarse, aún con los atrasos y
dilaciones por que estábamos pasando.
El Gobierno conservador debió comprender que el envío de dos-
cientos mil soldados á Cuba requería, á causa de los gastos, una cam-
paña rápida y feliz, y de no tener esa seguridad, hubiera sido prtfjrible
el método de un ejército adecuado á nuestros medios económicos y
desde luego organizado en otras condiciones que lo pusieran con más
probabilidades de éxito al resguardo de enfermedades y de deficiencias
en la alimentación.
El daño de no haberse obtenido en un período corto ventajas de
consideración en la guerra, fué causa no sólo de que se multiplicasen los
gastos en un grado que aterra, que llegaron á tocarse en el nivel del
cambio interntcionaly que Dios sabe qué nuevas y más graves compli-
cacones financieras podrán aún traer, sino que dio espacio y ocasión á
los laborantes y filibusteros para procurarse medios de ataque y para
i
155
influir además en aquella parte de la opinión de los Estados Unidos que
nos era hostil.
* *
Así lo que reclamó mayor atención del general Blanco, al hacerse
cargo del mando superior de la isla y del ejército de operac'oies fué la
vida del soldado, del resto que quedaba de aqual gigantesco sacrificio
de la nación.
De los doscientos mil hombres que España envió á su colonia an-
tillana, quedaban según la última revista de Noviembre 114 961. De
éstos había 35 682 destacados y 26 949 enfermos, quedando, púas, para
operar 52 330, y eún de esta cifra hfy que descontar los que prestaban
otra clase de servicios y los que sin entrar en el hospital estaban enfar-
mos, que no eran pocos.
200.000^53000. Esta es la proporción en que hatíi quedado el
ejército de Cuba.
Doscientos mil hombres envió allí la patria. Di aquellos aoo.ooo
soldtdos quedaban para operar 52^30 en el mes de Noviembre de 1897.
¿Qué había sido de los miles y miles de soldados que faltan en esa
cifri ?
La inmensa mayoría enterrada en la manigua, otra gran parte se-
pultada en los hospitales, otra repatriada y muriendo por esos mares,
por esos caminos y por esos pueblos de Dios.
Es horrible. Cerca de 151.050 hombres, casi toda la juventud espa-
piñola, perdida obscura y tristemente.
La diferencia enorme qu3 resulta entre los que faeron y los que
existían, eran las bpjas de la campaña. ¿Cuántos hombres había costado
ya, álafícha, á España la guerrt? Nadie lo sabe: la diferencia de aoo. 000
156
á 1 14.96 1 no sabemos si fueron muertos, desaparecidos ó ignorados,
porque entre ellos están los que regresaron á la Península, entre les
cuales ¿•;uántos llegaron á sus casas? ¿Cuántos vencieron á la anemia ó
á la tuberculosis con que los devolvió la isla?
Sf gdn los informes del inspector general de Sanidad señor Fernan-
dez Losada y la estadística que de aquellos días hemos examinado, no
fué el vómito lo que más daño hizo á nuestro ejército, fué el paludismo,
y éste reconocía y reconoce siempre como principal causa eficiente la
falta de alimentación.
Desconocida en absoluto la provincia de Pinar del Río, no pudo
prevenirse á tiempo el mal que nos destruyó la mitad de ese ejército, á
cambio de bien poca compensación, puesto que metidos entre tantos
peligros miles y miles de hombres con un objeto único, este vino á rea
lizarlo providencialmente una columna bien pequeña, la del coman -
dante Cirtjída. Pues á pesar de lo ocurrido fueron muchos los que
creían que no era la provincia de Pinar del Río tan mal sana como
puede suponerse ante el número crecido de palúdicos que allí hubo du-
rante una campaña bien corta.
♦**
Fué, lo que ya se ha dicho en todas partes y en todos los tonos, y
lo que acabó por decir el mismo señor Losada en íu informe del día i.*
de Noviembre de 1897.
«Entre las causas de estos males las hay irremediables, como por
ejemplo la acción enervante del clima y el influjo del miasma palúdico,
cuyos efectos no tienen profiUxis posible. Pero puede hacerse mucho
para defender al soldado de la mayor parte de las enfermedades. Las
tropas están agotadas de fatiga y mal alimentadas »
157
La crevión de sanatorios, ordenada por el general Blanco, podia
resultír y resiiltaiía seguramente una gran solución. En sitios hig'éai-
cos, con e?p;cial y reparadora alimentación, con aire puro y descanso,
podían los soldados recobrar la salud y volver á su servicio sanos y en
condiciones de soportar de nuevo las fatigis de la campaña.
El resultado llegó á verse prácticamente. Hé aquí un caso, que nos
ha referido ua oficial repatriado. — «Días antes de regresar á la Penín -
sula el general Weyler vino á verme un soldado que enviaban de Pinar
del Río á los hospitales de la Habana. El pobre no podia andar y su
aspecto de cadáver impresionaba extraordinariamente. Se le recomendó,
se procuró que saliera pronto del hospital y obtuvo luego en la capital
un destino pasivo. A los dos meses volvió á visitarme; no lo conocí de
gordoy.de sano que estaba. No había tenido más noticias de él y
creí que el infeliz había muerto.
«—Cuando le vi á usted en Octubre — me dijo— tenía hambre.
Ahora me ve usted tan bueno, porque como.y>
Podría justificarse la fatiga y hasta el no comer, cuando hubiera
una marcha que realizar y una operación urgente y decisiva que acó
meter. Pero en esa guerra todas las columnas tuvieron siempre, siem-
pre, tiempo sobrado para que la tropa comiera sus ranchos y pudiera
descansar. El Estado ha pagado muchos zapatos para todos, y han sido
muchos los que han ido descalzos; ha pegado muchos trajes, y han ido
muchos desDudo5; ha pegado mucha comida, y se han muerto muchos
de hambre. Y es que ha habido abandono, indiferencia, incuria, poca
energía para hacer frente á las dificultades, y... otras cosas, que sólo el
pensailas horroriza, indigna y subleva el ánimo.
¿Cómo no aplaudir las primeras disposiciones tomadas por el ilus-
tre general B anco para salvar, pues verdaderamente de esto se trataba,
la vida de los pobres soldados que en la isla súa quedaban? Nos ha-
cían todavía mucha falta para la guerra, puesto que la guerra seguía.
1&8
sin que pudiera vencerla del todo la acción política, y había que evitar
nutvos sacrificios de hombres á la patria.
Este fué fil criterio que á la saz3n predominaba, inspirado en la
rectitud, en sentimientos de humanidad, no en la convaniencia perso-
nal, como sucedía antes. Por mucho tiempo permanecieron cerradas
las puertas del regreso á la metrópoli hasta á los ya declarados inútiles,
y no había influencia alguna que consiguiera el pase á la Peníasula de
un soldado ni de un oficial por enfermo que estuviera. Pero cuando se
consideró que era motivo de he lago á la opinión pública, ya excitada,
se explotó la palabra repatriación, embarcándose á montones á los en-
fermjs, sin consideración á su estado ni á los pjligros de un viaje
siempre molesto, sin filiación siquiera, puesto que hubo soldados que
murieron á bordo, sin que nadie supiera cómo se llamaban .y dónde
residían sus padres, que aúa vivían, quizás, con la esparanza de abra-
zar al h jo, ya sepultado en el Ojeano.
*
« *
Se consideraba, á la fecha, y con razón, más humanitario y más
prá;tico curar allí á los que podían curarse, con lo cual se salvarían
muchos y se evitaría que fueran más, puesto que aquéllos ya aclimata-
dos é inmunes para una porción de enfermedades, podrían prestar de
nuevo sus servicios á la patria, y no serían necesarios nuevos sacrifi-
cios, nuevas víctimas. En una palabra, ya que el mal no podía evitarse
en el todo, se procuró evitarlo en parte.
De la misma manera se modificó absolutamente todo por medio de
bandos y circulares, que día por día nos hizo conocer el cable.
Los procedimientos de la guerra, las relaciones de las tropas con
la gente del campo, la protección á la propiedad, la forma de dar los
159
partes y de obtener las recompensas, todo, todo se cambió, consti-
tuyendo esto un Irabíjo verdaderamente laborioso á que estuvo entre-
gado día y noche el Estado mayor, hijo la dirección acertada é incan-
sable del general Pando.
No nos incumbe, ni es de nuestra competencia, el detallar toda esa
obra gigantesca, que había de icfluir poderosamente en el resultado de
la nueva campaña. Pero vayan como muestra dos detalles que nos ofre-
ció la información del día 7 de Noviembre.
Sabido es que con arreglo al criterio del general Weyler, las pro-
puestas de recompensas hsbían de fundarse en el número de bajas que
tuvieran nuestras tropas, con lo cual pedía muy bien ocurrir que el
descuida, la imprevisión ú otras causas, obtuvieran un premio, mien-
tras que una acción afortunada ó bien dirigida quedara sin recompen-
sas por no haber sufrido bajas.
Derogado ese procedimiento absurdo, las fuerzas de la brigada del
general Valderrama, que habían operado durante cuatro días en la pro-
vincia de la Habana con gran fortuna y acierto, puesto que sorpren-
diendo al enemigo en sus campamentos— ccmo sorprendió Numancia
el campamento del cabecilla Rodríguez, — le hizo más de treinta muer-
tos, sin tener nosotros más que cuatro ó cinco bajas, recibieron la or-
den de foi mular una merecida propuesta. Túvose en cuenta la impor-
tancia del hecho, el mérito contraído, no la sangre de nuestros solda-
dos derramada.
*
* #
Veamos otro detalle de muy distinto orden. Las expediciones de
soldados, aún aquellas que ya tenían destino fijo antes de salir de la
Península, iban todas á la Habana, donde permanecían algunos días,
160
por cierto en bien malas condiciones, y perdiendo un tiempo precioso,
hasta salir para su destino. Ocurrió en Septiembre del año 96 que los
1 1. 000 hombres destinados á la trecha central, en vez de dejarlos en el
Júcaro, fueron á la Habana, y desde allí fueron transportados por tie-
rra y por mar á aquel sitio, lo cual proporcionó á los soldados moles
tias inútiles é ic justificadas,
hubo tiroteo de trenes y se
gastaron noventa mil duros
en transportes.
A la sazón, los mil sol-
dados que llevó el Alfon-
so XIII, como hHcían fdlta en
Oriente, desembarcaron en
Guantánamo, y así no tuvie
ron que ir á la Habana y me-
terse en otro vis j 3. El vapor -
correo' se retrasaba un día,
sin perjuicio para nadie, y en
cambio se ahorraban moles
tias al soldado y siete mil
quinientos pesos á la nación.
Es pequeño el detalle; pero
aunque pequeño y solo, es harto elocuente.
No podía predecirse, ejerciendo de profetas, cuál sería el resultado
de la nueva campaña, puesto que había habido que crearlo todo y
transformar completamente lo poco que existía, si algo existía; pero
hay que reconocer la buena intención, el buen deseo, la firme volun-
tad que revelaron aquellos primeros pasos. La tarea fué penosa, difici-
lísima, puesto que al mismo tiempo que se atendía á la implantación
de una nueva y trascendental política, hubo que reconstituii la guerra,
MR. TAYLOR. Ex Ministro plenipotenciario de
los Estados Unidos en España
161
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53
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Blancx) íl
162
empezando por resucitar al soldado, por creír comunicaciones que nos
evitasen desastres como el de Victoria de las Tunas, en cuya jurisdic-
ción no habia habido tiempo en tres años da colocar un heliógrafo; por
restablecer el orden y la disciplina, por cortar abusos y levantar el es»
pírilu de todos, ¡de todos!, que, por cierto, buena falta hacía.
CAPITULO XIV
Foco principal. — Inútiles advertencias. — El departamento Oriental y el Camagüej. — Error
fundamental. — Marcha general de la insurrección. — Operación combinada en las lomas
de Pinar del Río. — La división del general Bernal. — En las lomas del Cuzco. — Resulta-
do feliz de la importante7operación. — Nuestras bajas. — El bravo soldado Florentino
Vega. — Cien bajas del enemigo. — Las operaciones contra el generalísimo. — La expedi-
ción del general Pando. — ¡Triste herencia! — El plan de campaña del general Pando.
A noticia de que el enemigo había iniciado un movi-
miento ofensivo en Oriente y estaba atacando á Gui-
sa con aitillería, amenazando á la vez á Jiguaní, —
comunicada por el general en jefe del ejército de
Cuba en despacho del 29 de Noviembre — produjo en algunas
personas una desagradable sorpresa, que no acertamos á ex-
plicarnos.
Desde los comienzos de la campaña hemos venido dicien-
do que la rsíz de la rebelión estaba en Oriente, que allí tenia
el enemigo sus principales recursos y sus mejores combatientes, que
era peligroso dejarle impune en aquellas asperezas y que si se le dejaba
podría desde ellas organizar la g ierra y extenderla á su antojo por
toda la isla.
Inútiles fueron las advertencias de la prensa, que en su mayoría
fué de nuestra misma opinión, c iaútiles también los avisos del buen
164
sentido. Púsose toda la atención en perseguir á la rebeldía en su mar-
cha de Oriente á Occidente, y por donde ella quiso ir fuimos nosotros
como á la zaga, sacando de Santiago de Cuba gran parte de las tropas
que teníamos en aquella provincia^ y reduciéndonos á una defensiva
que ni siquiera acertamos á preparar.
Pudo tener alguna disculpa este error en aquellos angustiosos días
de la invasión, cuando nuestro objetivo principal era contenerla y cas-
tigarla; pero después, desembarcados los primeros refuerzos, y ha-
biendo logrado los invasores su propósito, llegando, no una, sino dos
veces, hasta el cabo de San Antonio, ni un momento se debió perder
de vista que la verdadera base de operaciones de la insurrección esta-
ba del otro lado de la antigua trocha del Jácaro, y, sobre todo, en el
departamento Oriental. Como las enfermedades diezmaban las tropas
que en éste quedaron, cada día se vio aquélla más libre de persecucio-
nes y vivió más á sus anchas, hasta que persuadida de su superioridad,
tomó la ofensiva, apoderándose del Cauto y bloqueando las poblacio-
nes que aÚQ nos quedaban.
Cuando en Septiembre del año 96 hizo la nación aquel último y
gran sacrificio, que bien podemos calificar de admirable, escribieron al-
gunos periódicos varios artículos acerca del reparto de los refuerzos, y
en ellos probábase la necesidad de destinar 10 ó 12.000 hombres á
Oriente; pero en los que al mismo tiempo advertían el temor de que el
afán de hacer trochas nos llevase á inmovilizar en ellas las fuerzas re-
cién llegadas á la isla, inutilizándolas. Sucedió lo que habíase temido.
De los 25.000 hombres que la madre patria envió á Caba, más de la
mitad se perdieron en tan inútiles líneas militares, donde murieron á
cientos; y Oriente, así como el Camagüey, siguieron desguarnecidos y
en poder del enemigo.
De entonces á la fecha éste había cobrado mayores bríos y reunido
recursos más abundantes. Había organizado á su modo el campestre
165
estado de Cuba libre, dividiéndole en provincias con sus prefecturas
y subprefacturas, sus zonas de cultivo con sus ingenios, en que traba-
jaban como esclavos españoles prisioneros, y grandes extensiones de
costa á su disposición para comunicar periódicamente con los Estados
Unidos.
***
Uno de los errores fundamentales de la acción militar en Cuba,
ha sido el abandono en que se ha tenido at^uella parte déla isla, la más
importante en tiempo de guerra, dándose el escándalo de que cerca de
Guisa se pudieran reunir en Febrero del 97 á deliberar sobre las refor-
mas del señor Cánovas, 7.000 hombres con sus jefes á la cabeza, sin
que una sola columna les molestara ; y que más tarde se repitiera el he-
cho en Guaimarillo con mayor publicidad y más á ciencia y paciencia
nuestra, á lo que hay que añadir aún la declaración oñcial del general
Weyler de que le era imposible impedir ni interrumpir las sesiones de
aquella asamblea, en la que se hizo la elección de presidente de la Re-
pública cubana.
El general Martínez Campos visitó el departamento Oriental y lo
recorrió en parte varias veces, sin Otro resultado que dar al enemigo la
para nosotros desdichada ocasión de Peralejo y la no menos afortuna-
da de Coliseo. El general Weyler sólo una: allá por los dias de la cri-
sis de Mayo del 97. Fué á awena;{^ar con la llegada de 40 batallones,
que iban en pos de él; batallones que no fueron y amenaza que no se
cumplió. Todo quedó como estaba, y la situación fué empeorando de
dia en día.
¿Qué tenía, pues, de extraño que Rabí hubiese podido hacer frente
á la columna del general Linares? Hombres, fusiles y municiones no le
166
faltaban: ganas de dar algún golpe de efecto tampoco, antes al contra-
rio, la próxima reunión de las Cámaras americanas le incitaba á ello.
Los rebeldes tenían el mayor interés en probar que poseían una
parte de la isla y que la defendian de la invasión de nuestro ejército,
dando con esto algúa fundamento, ú ocasión y pretexto al menos, á
los yankees amigos para pedir al gobierno de Washington el reconoci-
miento de la beligerancia.
Muy sensible fué que después de haber procurado con tanto em-
BATBRÍA DE SOCAPA (Santiago de Cnba)
peño quitar á la República norteamericana todo pretexto de interven-
ción en los asuntos cubanos, le tuviéramos que dfjar éste, quizás más
doloroso que ningún otro; pero hay que reconocer, al mismo tiempo,
que el mal venía de lejos y que había de ser difícil atajarle en un breve
plazo de algunos días.
t
* ♦
167
Respecto de la marcha general de la insurrección, el Gobierno con-
sideraba natural que los rebaldes cambiasen su sistema de guerra, atri-
buyendo el ataque á Guisa á su deseo de contrarrestar los efectos favo-
rables que la'concesiór de la autonomía hubiese podido producir en
las esferas oficiales de los Estados Unidos, y al deseo también de impe-
dir las deserciones de los mismos insurrectos, haciéndoles concebir es-
peranzas de triunfo; por todo lo que no concedía importancia á esos
ataques del enemigo.
En cuanto al estado sanitario, no eran muy satisfactorias las im-
presiones, pues délos 103.000 soldados que aproximadamente existían
á la fecha en la isla, había en los hospitales más de una cuarta parte.
Realizóse en las lomas de Pinar del Rio la operación combinada
que nos tenían anunciada los corresponsales. En ella tomaron parte dos
columnas: la que mandaba el general Bernal y otra á las órdenes del
general Hernández de Velasco, formando ambas un total de 2.300 hom-
bres y dos piezas de artillería.
Hacía días que el general Bernal tenía conocimiento de que los
insurrectos conservaban los campamentos establecidos en las lomas del
Cuzco, donde aquéllos habían hecho fortificaciones que consideraban
inexpugnables.
Las diversas partidas que mandaban los principales cabecillas, se
relevaban para prestar el servicio de guardar los campamentos Ínterin
las demás hacían sus correrías.
Todo esto era conocido por el general Bernal, quien, de acuerdo
con el general en jefe, preparó un plan y organizó una operación que
debían ejecutar las fuerzas de la división de su mando.
El día 35 de Noviembre se reunieron todas las fuerzas que la com-
ponían en Guanajay, y al siguiente día salieron en dirección de Arte-
misa. El general recorrió la trocha, y en toda ella ofreció hacer cuan-
tos esfueizos fueran necesarios para mejorar las deplorables condiciones
168
sanitarias en que se encontraban, tanto los soldados como los recon-
centrados.
Sin detenerse siguieron las tropas hasta Candelaria, de donde el
26 salió el general Hernández de Velasco, mandando fuerzas de los
batallones del Infante, Cuba, Vergara, Gerona y Baleares y dos piezas
de artillería; en total, unos 1.3^0 hombres.
El mismo día salió Barnal de Artemisa con su columna, compuesta
de fuerzas de los batallones de Valencia, San Marcial, Valladolid y San
Quintín, guerrillas de Iberia, Pinar y Orozco y un escuadrón de Al-
mansa formando un total de i.ooo hombres.
Poco antes de llegar esta columna á Rosario, las avanzadas insu-
rrectas del cabecilla Ducassí quisieron cerrarles el paso, pero las tropas
rompieron el fuego y el enemigo huyó, dejando grandes charcos de
sangre.
Nuestros soldados destruyeron todas las posiciones fortificadas del
campamento enemigo abandonado, en el cual pernoctó la columna.
* *
Al amanecer del día 27 salió la columna Bernal con dirección al
campamento de Madama, que según las noticias que le habían comu-
nicado al general, estaba defendido por formidables posiciones.
La vanguardia, formada por fuerzas de San Marcial, rompió el
fuego y tomó la loma llamada de las Peladas, en tanto que fuerzas de
Valencia y las guerrillas seguían la vereda Pérez y forzaban el paso por
el arroyo Midama.
Momentos después entraban en el campamento de Cuchilla Caimi-
to el general Bernal y su Estado mayor, formado por los señores Tour-
né, Erenas, Company, Hinojosa y Rueda.
169
En ese primer encuentro cayeron heridos el comandante del bata-
llón de Valencia, señor Jiménez Toro, grave, y varios soldados.
La artillería, mandada por el capitán señor López Pinto, hizo cer-
teros disparos, mientras la caballería y la fuerza de San Qaintín en-
volvían al enemigo por los flancos, haciéndoles desalojar las lomas de
la Pistoleta. Fuerzas de Valencia y la otra mitad de las de San Qaintín,
mandadas por el coronel señor Estevan, persiguieron al enemigo y
TRANSPORTE «FERKAKDO EL CATÓLICO»
ocuparon la loma de Muía, muriendo al coronar las alturas el coman-
dante del batallón de Valencia don Eugenio Miguel.
Los soldados, al atacar con gran valor las posiciones enemigas, da-
ban entusiastas vivas á España, que eran contestados por los insurrec-
tos con otros á Cuba libre y mueras á la autonomía.
Las tropas continuaron avanzando á paso de ataque; fuerzas de
Valencia, mandadas por el teniente coronel señor Dolz, llegaron hasta
«I campamento de Aracjuez, que ocuparon, coincidiendo su llegada con
170
la de las del general Hernández Velafco, que acudió puntual, después
de haber hecho una penosa marcha durante la cual libró serios comba-
tes en los sitios llamados la Gloria y el Inglés.
El campamento de Aranjuez estaba formado por verdaderas vi-
viendas, más de 500 bohíos, construidos por los rebeldes hacía tiempo,
lo cual prueba que el general Weyler estaba mal informado al suponer
que no existia en la provincia de Pinar del Río ningún núcleo de in-
surrectos. Al huir el enemigo dejó abandonadas mesas, camas, mobilia-
rio, ropas, víveres y municiones. Estaba defendido por unos trescien-
tos rebeldes.
El campamento de las fuerzas del cabecilla Ducassi, tomado por
las tropas que mandaba el general Bernal, estaba, en efecto, defendido
por formidables posiciones, á pesar de las cuales el enemigo huyó ver-
gonzosamente. Lo defendían 500 mambises.
*
* *
El plan del general Bernal se llevó á cabo con gran acieito, y los
flanqueos se hicieron muy hábilmente, y todo ello contribuyó á que lís
tropas consiguiesen un buen resultado.
En el campamento de Rosario se encontraron muchos bohíos per-
fectamente construidos, y un gran parque donde fabricaban cartuchos
explosivos, instalado en la casa donde habitaba el matrimonio Duscassi.
Durante toda la tarde y la noche que la columna Bernal permane-
ció en el citado campamento, invisibles parejas de insurrectos hostili-
zaron desde la espesa manigua al cuartel geLersl.
Cuando el general y su Estado mayor y otros varios jefes y oficia-
les regresaban de enterrar al iü fortunado comandante señor Miguel, el
grupo que formaban ofreció excelente blanco á los insurrectos, que no
171
dejaron de aprovechar la ocasión, menudeando sus disparos. Por la
noche hicieron en esta forma algunas bajas.
Al amanecer, los guerrilleros úe la columna dispersaron las pare-
jas que les hostilizaban y se apoderaron de una comunicación del titu-
lado brigadier Torres dirigida á Duscassi, y en la cual explicaba la cau-
sa de no haber cumplido la orden recibida de quemar los ingenios,
porque las lluvias — decía — impedía que ardieran las cañas.
El resultado de la importante y feliz operación, que hizo honor al
general Bernal, secundado admirablemente por el general Hernández
de Velasco y el jefa de Estado mayor señor Tourné, fué la huÜa y dis-
persión del enemigo completamente desmoralizado, después de haber
sufrido bajas enormes y haber perdido todos sus víveres. Tanto sus
formidables posiciones, como todos sus cultivos, quedaron completa-
mente destruidos.
Numerosos grupos de hambrientos bajaron después al llano, donde
el general Bernal dispuso la persecución de todos por las fuarzas de
caballería, que resultó verdaderamente invencible.
D¿ nuestros informes resulta que á la fecha existían en la provincia
de Pinar del Río unos dos mil insurrectos armados.
Las bajas que en lá operación sufrieron las dos columnas resultan,
aunque muy sensibles, relativamente escasas, gracias al acierto en el
mando de las fuerzas de los jefes y oBciales.
En total, nuestras bajas fueron: el comandante señor Miguel y] dos
guerrilleros muertos, y heridos el comandante señor Toro, de gravedad,
por bala explosiva, el capitán del batallón de Valencia, señor Vera
Valdés, leve, y 17 soldados, algunos graves.
Distinguióse notablemente en el combate de Caimito el bravo sol-
dado Florentino Vega, que á pesar de estar herido gravemente en el
pecho, siguió avanzando y batiéndose hasta coronar la escarpada loma.
Fué calurosamente felicitado por todos y propuesto para una recompen-
sa por el general Bernal.
1172
A las nueve de la noche del 30 llegó á la capital de Pinar el gene-
ral Bsrnal y su Estado mayor.
Según los datos oficiales adquiridos por el general Barnal acerca
del resultado de la operación, datos que fueron confirmados por los
insurrectos que se presentaron, y teniendo en cuenta además el número
de cadáveres que abandonó el enemigo, los rebeldes tuvieron en los
distintos combates sostenidos en las lomas de Pinar en defensa de sus
campamentos, más de cien bajas.
♦**
En las operaciones emprendidas en la jurisdicción de Sancti Spiti-
tus contra el generalísimo Gómez y que dirigísn personalmente los
generales Pando y Salcedo, las columnas de los generales Segura y
Ruiz y las fuerzas que mandaban los coroneles Le nda, Tejada y Mar-
tín, operando en combinación, salieron de Arroyo Blanco hacia Refor-
ma, en cuyo potrero, abandonado por Gómez, acamparon con dos es-
cuadrones los generales Pando y Salcedo, siendo hoi^tilizados por el
enemigo durante la noche, sin resultado.
Al día siguiente siguieron su viaje hacia Ciego de Avila, centro de
la trocha, á donde llegaron sin novedad. El resto de las fuerzas conti-
nuó operando por los bosques, habiendo tenido fuego el batallón de
Reus con una fuerza enemiga de aoo hombres, á cuyo frente estaba
Máximo Gómez. En este encuentro tuvo el batallón de Reus dos muer-
tos y ocho heridos, ignorándose las oajas que tuviera el enemigo, por-
que las retiró al huir.
Después de esta escaramuza sosteni 'a con las fuerzas que mandaba
el generalísimo, lo único que ofreció algún interé j hista la fecha (a de
Diciembre) referente á la operación combinada que se estaba verifican-
173
do en jurisdicción de Sancti Spiritus, fue el encuentro de fuerzas de la
brigada de Jatibonico y Camajuani con la partida del negro González,
á la cual alcanzaron en Boyeras, batiéndola y causándole numerosas
bsjas, de las que quedaron en poder de las tropas ocho muertos, con
armas y efectos.
El general Segura, con los batallones del Rey y Mallorca practicó
reconocimientos en las estribaciones de la sierra Jatibonico, haciendo
dos prisioneros.
En Río Grande, Ciego de Avila y Marroquí fuerzas leales sostu-
vieron ligeros tiroteos en Guayo y Reforma, con varios grupos sueltos
de insurrectos.
El batallón del Rey, en Lázaro López y Río Grande, batió á una
partida montada, causándole bajas.
Desde Sancti Spiritus hasta Ciego de Avila puede decirse que to-
dos aquellos terrenos estaban bajo el dominio de Máximo Gómez.
Como desde hacía mucho tiempo no se'intentaba seriamente la per-
secución del generalísimo, éste había podido organizar allí íus fuerzas
y sus medios de defensa, sin el menor obstáculo.
A<í pues, la expedición que estaba llevando á cabo el general
Pando tenía gran importancia, por haber obligado al jefe dominicano
á saür de la tranquilidad en que vivía, y cualquiera que fuese el resul-
tado, aunque desde luego pudo asegurarse que sería excelente, mereció
elogios el movimiento de tropas, que obedeció á un plan concertado
sobre el terreno.
Antes de llegar á Sancti Spiritus, el general Pando recorrió las dos
provincias de Matanzas y Las Villas, dejando en ambas reconstituida la
guerra.
* *
174
La mejor prueba de que al cabscilla fantasma SQ ie encontraba
cuando se le buscaba fué que ea el primer día de operacioaes el bata-
llón de Reus tuvo fuego con las fuerzas que mandaba el generalísimo.
El propósito del ge aeral Pando era perseguirle incesantemente y
no dejarle un dia de tranquilidad.
Vióse desde luego que el plan de Máximo Gómez era recorrer con
su caballería los llanos, mientras los rebeldes de iníanteiía al mando del
negro González se fortificaban y defindían en las lomas de Mataham-
bre y en la sierra de Jatibonico.
Las asperezas de Matahambre se extienden por las zonas de Reme-
dios y Sancti Spíritus y puede pasarse desde ellas sin atravesar terreno
descubierto á las sierras de Ojo de Agua; las de Jatibonico son muy
abruptas y ofrecían en sus cavernas y escondrijos guarida excelente á
las fuerzas del negro González.
A unas y á otras, empero, supieron encontrar, dar alcance y batir
las columnas dirigidas por el general Pando.
La trocha de Jú;aro, que tanto dinero y tantas vidas había costado
ya, á la fecha, era muy inferior á la de Mariel; mucho más débil en
caso de un ataque grande y menos cerrada para las sorpresas, puesto
que tenía abiertos algunos pasos en la costa Norte; pasos que eran muy
peligrosos.
Verdaderamente la herencia que recibieron los nuevos generales
poco bueno les ofreció.
La salud de las tropas en general comenzaba á mejorar, aunque
todavía no podía utilizarse más que la tercera parte del contingente.
El general Pando encontróse con que en el batallón de Tetuán sólo
había sesenta hombres útiles. Los demás padecían fiebres y paludismo,
hallándose completamente inútiles, no solo para las duras faenas de la
guerra, sí que también para los trabajos más sencillos y cómodos.
El general envió interinamente, á su llegada, i todos esos enfer-
175
mes al saoatorio. Después irían á los hospitales, donde pudieran res-
tablecerse.
La opinión general en la isla, entre cuantos tenían experiencia bas-
tante para emitirla con autoridad, era que para seguir la guerra no ha-
ría falta que España envíase más soldados. Considerábase ¡al fin!, que
aquella no era una campaña de número, sino de astucia, habilidad y
organización.
CASA FUERTE EN EL CAMPAMENTO INSURRECTO DE SITIO DE ARANJUKZ
En cambio, fuera inútil ocultar que sería preciso que se gastase
mucho dinero.
El plan de campaña del general Pando consistía en aumentar las
guerrillas, movilizar más voluntarios y aprovechar de entre los presen-
tados á f quellos que ofrecieran garanlíss de lealtad, que no eran pocos.
Sobre el terreno se comprendió, al fin, que un sistema injusto y arbi-
trario de persecución había enviado al campo rebelde á muchos hom-
bres que no tenían simpatía alguna por la causa de la independencia y
á otros que permanecían absolutamente neutrales.
176
Por falta absoluta de dinero y de crédito los reconcentrados morían
de hambre y de miseria; los hospitales no estaban atendidos como fuera
de desear y las obligaciones contraídas con los presentados no podían
cumplirse.
El comercio no quería fiar ni un saco de harina para los enfermos,
porque se le debía mucho.
Para evitar embargos, los comerciantes escondían las mercancías
en los almacenes de los subditos norteamericanos.
La impresión del general Pando, y puede decirse que la de todo el
mundo, era la de que con dinero se podría acabar la guerra durante el
tiempo de la seca.
«—Si se dejase pasar el invierno sin que termine la campaña— nos
escribía un corresponsal— ¡Dios solo sabe lo que podría suceder! >
CAPITULO XV
Ventajas evidentes. — Estado de la provincia de Pinar del Río. — Cifras tristísimas. — Efectos
de la miseria. — Por la paz. — Siembras y tabaco. — El ganado. — Número de enemigos. —
Su organización. — Sn armamento. — Contingente del ejército. — Disminuciones. — Impre-
siones desagradables. — La guerra en Oriente. — Período interesantísimo. — Batida en
Sancti Spíritus. — La zafra. — La cuestión monetaria. — Combate en Oriente. — Convoy á
Bay amo . — Rumores . — Espectación .
nnegables y evidentes fueron las ventajas alcanzadas
en toda la isla solamente con el cambio de director-jefs
de la campaña, y de la política: dos mil rebeldes arro-
jados de sus campamentos y huyendo delante de nues-
tras columnas en la provincia de Pinar del Río, varios cam-
pamentos tomados y destruidos por los generales Barnal y
Hernández de Velasco en las lomas del Cuzco; el general Pan-
do persiguiendo á Máximo Gómez en la jurisdicción de Sancti
Spíritus, y obligándole á abandonar su retiro de Refoima y
su vida tranquila y reposada entre sus huestes de Las Villas, la guerra
más viva, más movida, y sobre todo, más verdadera en toda la isla: ¿se
puede ó no se puede afirmar que el estado de Cuba había cambiado so-
lamente con la mudanza en el mando superior de la colonia? ¿Teoian
6 no tenían razón los que pidieron esa mudanza?
Habíase dicho no haber ya, fuera del Cimagiiey y de Oriente, sino
Blajico ?3
178
núcleos dispersos de rebeldes. El núcleo que mandaba Ducassi en Pinar
del Río pasaba de ochocientos hombres.
Habiase declarado no encontrar ya partidas en Las Villas. Dióse
con ellas tan luego se las quiso buscar.
Fuerzas de caballería preparándose para salir A operaciones
El cable trasatlántico había sido el único medio de pacificación. Con
las reformas legales vinieron á serlo las bayonetas de nuestros soldados.
La acción política iba á sustituir por entero á la acción militar. Y
179
3ntonces fué precisamente cuando la acción militar se reveló en verda-
deros hachos de armas.
No hablemos del superior cuidado que á la sazón se prestara á la
higiene y manutención del soldado: en lo puramente guerrero hallábase
bien manifiesta la diferencia.
Todo esto vino á ser tanto más plausible, cuanto que la cam-
paña iniciada briosamente por generales tan valerosos como Blanco,
Bsrnal, Hernández de Velasco, y los que les secundaban, era indispen-
sable hasta para los mismos efectos de la acción política.
Los separatistas, los intransigentes, cuantos se hallasen fuera de la
influencia que en la psz podía ejercer el nuevo estado de derecho,
habrían de observar que las instituciones autonómicas concedidas á
Cuba no eran hijas de la impotencia. Se castigaba á la sazón á los re-
beldes en armas más y mejor que en|^las pasadas circunstancias. El rigor
no cesaba sino para los pacíficos concentrados.
* *
Por otra parte, los insurrectos vacilantes; los que en su ánimo lle-
vaban la convicción de que la lucha prolongada era la ruina de Cube;
los que hallaban buenas las reformas, pero no se resolvían á presen-
tarse por temor de que pudieran vencer los separatistas, sentiríanse
más inclinados á la paz. Porque con la independencia no tendrían ins-
tituciones más libres que las que iba á tener la población pacífica de
Cuba y en el cmpo rebelde podían hallar una bala ó una bayoneta que
de un golpe los privase de todos los derechos.
La proximidad y contacto con nuestras columnas habría de alen-
tar también á los que deseaseu presentarse á indulto. No era lo mismo
salvar en pocas horas la distancia entre el campo de la rebeldía y el de
180
la legalidad, que el pasar alguaos días en ese tránsito y en riesgo de
caer bajo la guardia negra de Máximo Gómez.
Desde cualquier punto de vist?, desde el cual se mire la campaña
abierta con tanta bizarría en Cuba, hay que reconocer que fué de gran
provecho nacional. Levantó el fatigado ánimo del pueblo español; res-
tableció la moral en las tropas que guerreaban; sostuvo en los cubanos
leales la confianza en España; confortó la adhesión de los tibios; inclinó
hacia la legalidad los vacilantes y debilitó la esperanza de los contuma-
ces rebeldes.
No se necesitó exhortar á los que por observación é iniciativa pro
pías se penetraron tan admirablemente de las circunstancias. De seguro
el gobierno de la metrópoli les participaría ó les participó el lisonjero
efecto que sus determinaciones y actos causaron en la Península. Y
esto bastaría y sobraría para que aquellos bizarros generales redoblasen,
si preciso fuera, sus esfuerzos.
La suerte nos favorecería en lo sucesivo más ó menos, porque la
combinación del accidente no depende de la voluntad humana en la
mayoría de los casos. Pdro á todos los hombres patriotas, no esclavos
de la preocupación ó del apasionamiento, apelamos para que pregunten
á su conciencia si en cuanto á Cuba se refi ;re no era otro ambiente el
que se respiraba en los primeros días de Diciembre del 97.
*
* *
Con datos recogidos sobre el terreno y cuya autenticidad estaba
garantida por la observación directa y el testimonio de todos los infor-
mes oficiales y los de las personas de mayor arraigo y conocimiento del
país, recibimos el día 3 de Diciembre, un amplio ó interesante informe
181
de uao de nuestros corresponsales en el teatro de la guerra, referente al
estado de la insurrección en la provincia de Pinar del Río.
Resumiendo los datos y noticias más importantes que el extenso
informe contenía, resulta lo siguiente:
De loi 25 términos municipales de que se compone la provincia, se
encontraban casi destruidos los de Diego Núñsz, Guayabos, Cruz y
Mangas; en regular estado los de Alonso Rojas, Cabanas, Paso Real,
Mantua, Gaanes, Bija y Guayabal; reconstruidos Sin Cristóbal, Palma,
San Diego y San Juan y Martíaez; bien conservados la capital, Mariel,
Artemisa, Candelaria, Consolación del Norte y del Sur, Los Palacios,
San Luis, Guanajay, Vinales y Bahía Honda.
La población de aquella provincia, según el último censo, ascendía
á 230.000 habitantes, y á la fecha estaba reducida, según los cálculos
más aproximados, á 120.000,'^hallándose de éstos reconcentrados 40.000,
divididos en la siguiente forma: 12.000 hombres, 13.000 mujeres, y
15.000 niños.
Esta población reconcentrada ofrecía un aspecto tristísimo. Gentes
famélicas y astrosas, víctimas en sus hacinamientos de la viruela, fie-
bres palúdicas y disentería, enfermedades que se cebaban en aquellos
desgraciados dando un contingente diario á la muerte que causa ho-
rrenda pena.
Disde quj se tomaron las acertadas y humanitarias medidas adop-
tadas en su favor por el general Blanco, esas familias reconcentradas
comían dos ranchos, y la caridad procuraba además remediar aquellos
horribles estragos qua amenazaban concluir con la población.
Hacíanse en Pinar del Río trabajos importantes para legrar la paz
definitiva de la provincia y en tal sentido se esforzaba el gobernador
civil autonomista señDr Freiré, pero nada podía anticiparse hasta la
ficha sobre el remítalo que esta esfuerzo habría de dar.
A pesar del estado en qua se encontraba la provincia se habían he-
182
cho extensas siecabras con las naturales precau:ioaes para su defensa, y
se preparaba una buena cosecha de tabaco.
A la fecha podía considerarse asegurada en Vuelta Abajo la mitad
de la producción con relación á la cosecha anterior á la guerra y «si
se derogase el bando que prohibió la exportación del tabaco ea rama,
aumentarían considerablemente las plantaciones y habí í a derecho á
esperar un rendimiento igual al que se obtenía antes de que la guerra
hiciera los estragos que tanta miseria originan.»
Otros cultivos que allí se aproveciaban habían sido destruidos.
♦**
Como en toda la isla de Cuba, había en la provincia de Pinar co-
marcas enteras dedicadas exclusivamente á la crianza de ganados, y
aunque la permanencia de la guerra había destruido mucho, aún que-
daban reses vacunas en bastante número. No sucedió lo mismo con los
caballos, de los que se veían muy pocos.
Dasde que se preparó la declaración de pacificación de aquella
provincia, se habían dado cifras bien diversas sobre el número de in-
surrectos que sostenían la rebeldía en Vuelta Abajo. A la fecha, según
los datos qu3 se consideraban más aproximados á la verdad, había en
ei campo 2.000 insurrectos armados, organizados de la siguiente ma-
nera:
Comandante en jefe de la provincia, Perico Díaz.
Tres divisiones: jefe de la primara, Vidal Ducassi. Ocupaba con
Díaz las lomas del Nordeste de la provincia.
Jefe de la segunda división, Juan Ducassi, que tenia á su cargo la
parte del Sur y la vía férrea que enlaza Pinar con la Habana.
183
Jefe de la tercera división, Lorente, á cuyo cuidado corría el Oeste
de la provincia.
Las fuerzas insurrectas batidas aquellos días por el general Bemal,
fueron las de Perico Díaz, hermanos Ducassi, y cabecillas Torres y
Rojo, que llegaron á reunir 900 hombres.
Además de éstos mandaban los hermanos Camacho unos 200, que
estaban situados en Asiento Viejo y Ceja Silvestre.
Tenían otros 200 hombres los
cabecillas Poveda, Gallo, Pino,
Guerra y Peña, que merodea-
ban por Guanes, Naranjo y Ti-
rado.
Payaso, Antonio Varona y
Hernández, tenían unos 300, en
los términos de Lajas, Mogote y
Cortes.
Merodeaban con aoo, Urquio-
la y Fajardo, y operaban con
400 hombres hacia el cabo de
Sin Antonio, los hermanos
Páez, Leite, Vidal, López, Lora,
Torres, Negro y otros cabecillas
de segunda y tercera fila. (Estas
cifras están sacadas de datos su-
ficientemente comprobados).
El armamento que usaban los partidas era muy diverso. Unas lle-
vaban Maüsers, otras Remington y la generalidad Winchester, Folt y
rifles relámpago.
Las fuerzas del ejército en toda la provincia se componían de doce
batallones de infantería, uno de Marina, un escuadrón de la guardia
Junta autonomista
Don JOSÉ MARÍA. GALVEZ
184
civi], una compañía de transportes y una batería de artillería de monta-
ña, formando un total en revista de 13 501 soldados y 500 jefes y ofi-
ciales.
Da este contingente hay que deducir 3.000 enfermos que estaban
en los hospitales, i.ooo convalecientes, 4.000 en servicio de guarni-
ción y 1. 000 entre oficina.';, transportes y asistentes.
Quedaban, pues, para operar en columna, 4.500 hombres de to-
das las armas, y además las fuerzas de guerrilleros y voluntarios mo-
vilizados.
Triste impresión h'zo en nuestro ánimo y gran interés tuvo el
despacho que desde la Habana nos trasmitió el día 4 nuestro correspon-
sal especial. No había en él nada que no mereciera llamar nuestra
atención.
Decía así:
^Habana, 4. — Aunque no completos, se reciben nuevos datos de
las operaciones que se están realizando en Oriente, que no modifican
las impresiones desagradables que desde hace días están aquí muy ge-
neralizadas.
Témese que continúen las numerosas fuerzas rebeldes atacando los
poblados que tienen pequeños destacamentos, y se extiende mucho la
creencia de que en Guisa ha ocurrido algo semejante á lo que aconte-
ció en Victoria de las Tunas, si bien hasta la fecha no se han hecho
públicos los detalles del nuevo desdichado suceso.
Esta movilidad de los rebeldes de Oriente ha determinado la reso-
lución de llevar la guerra á ese departamento, en condiciones de ofen-
siva, á cuyo efecto salen inmediatamente para Manzanillo, Holguín y
185
Santiago de Cuba, fuerzas que estaban destinadas á operar en Las
Villas.
La columna del general Segura es la primera que marcha al de-
partamento Oriental, y tras él irán otras á fin de que cambie rápida-
mente el carácter que aUí ha tomado la guerra.— X ' »
Aparte de la desagradable
impresión que nos produjo el
carácter que la guerra había to -
mado en Oriente, y de lo que
se iba trasparentando acerca del
suceso de G lisa, ya comparado
por cable al desdichado de Vic-
toria de las Tulas, estaba la
resolución de llevar fuerzas á
Santiago de Cuba, sacándolas
de las que acababan de ser des-
tinadas á la peráecucion de Má -
ximo Gómez en la jurisdicción
de Sancti Spíritus.
Cuando los generales á cuyo
cargo corría la dirección de la
campaña, entendían necesario
acumular fuerzas en Oriente,
por algo sería, pues no era posible suponer que siendo, como eran,
experimentados en las especiales coadiciones del enemigo y en la clase
de táctica qu3 empleaba para prolongar la lucha, desatendieran las
zonas donde á la fecha iban á empázar los trabajos de la zafra, ha-
biendo reiterado el generalísimo á sus secuaces la orden de destruir los
ingenios.
Veíase á través de los despachos de aquellos días, el propósito de
Blanüo 24
Junta autonomista
Don RAFAEL MARÍA LABRA
186
operar en todas partes con energía y resolución, y esta actividad po-
vocó el aplauso entusiasta de los partidarios de la acci(*n de las armas,
porque sólo con su íficacia, según éstos, sería posible el planteamiento
del nutvo régimen; sólo con el éxito militar sobre el enem'go lograiía
provechos la nueva política.
Claro se veía que los rebeldes se ífanaban por sostener núcleos
más ó menos importantes en todas las provincias, y no se ocultaba á
nadie que, permaneciendo Gómez á Occidente de la trocha central, en
la época de la zafra, la actividad de Calixto García y Rabí en Oriente
podía tener por objeto, no sólo mantener el espíritu de la emigración
para influir en los debates de las Cámaras norteara aricanas, sino llamar
hacia allí fuerzas leales que pudieran hacer imposibles sus planes en las
provincias occidentales.
La guerra, pues, entraba en un peí iodo interesantísimo.
Con llamar mucho la atención la nueva fase política, las miradas
hubieron de dirigirse preferentemente hacia el carácter que tomaba el
desarrollo de la acción de las armas.
* *
Las columnas mandadas por el coronel señor Bruslla y el tendente
coronel señor Palanca, que operaban en combinación por la jurisdic-
ción de Sancti Spíritus, dieron alcance á las partidas de los cabecillas
Pancho Carrillo, el negro González y otros, batiéndolas y poniendo en
dispersión al enemigo, el cual dejó en el campo del combate 25
muertos.
Los hacendados activaban sus trebejos para la molienda. Apesar
de les dificultades ccn que luihebael créditoy haber quedado las fincas
187
sin medios auxiliares para las faenas del campo, se conssguirú hacer
la zafra.
El día 3 empezaron á cortar cañi y á moler cuatro ingenios en la
provincia de Matanzas, y en toda la semana inmediata darían comien-
zo á estas fienas otros varios iagüiosenlas de la Hibaaa y Las Villas.
La cuestión económica preocupaba mu :ho á las autoridades y á
las corporaciones que más relación tienen con los intereses materiales
del país.
Sendo esencial para todos que se hiciera la zafra en las mejores
condiciones pasibles, y teniendo en cuenta los buenos propósitos del
gobernador general en fávor de la agricu'tura, los hacendados, presi-
didos por el marqués de Ap3ztegaía, nombraron una comisión quegas-
tionase los siguientes asuntos:
Introducción de ganado de labor, procíiente de Puerto Rico, con
apoyo del Gibierno; rebaj i de los fl tes que pagaba la caña; organiza-
ción de las fuerzas movilizadas para la defensa de la propiedad parti-
cular, á fin de que coadyuvassn á la defensa general.
Estaban en vísperas de moler los ingenios «Co istancia», «Aidre-
sito» y «Parque Alto», y otros varios estaban almacenando combusti-
bles para aliaaentar los motores.
Aunque había mejorado considerablemente la cuestión monetaria,
por haber disminuido en parte la tristíjima perturba:ión que produjo
en el mercado el billete de guerra, no se había logrado llegar al equili-
brio que necesitaba el comercio en sus diversas manifestaciones, y sien-
do preciso llegar á la normalidad, autoridades, establecimientos de
eré lito y corporaciones se ocupaban con afái en buscar los medias más
prácticos.
Consecuincia délas entrevistas que venían celebrando el gober-
nador general con el del B meo y el intendente, y con é ;tos los presi-
dentes de las corporaciones, se anunciaba la publicación en brevísimo
188
plazo de una disposición autorizando la cotización del billete y am-
pliando su circulación.
♦ *
Según informes oficiales, fuerzas de la divisióa de Manzanillo á
las órdenes del coronel Tovar, enviadas en auxilio de Guisa, sostuvie-
ron fuerte combate en loma Pielra con numerosas fuerzas rebeldes
ventajosamente posicionadas.
Nuestros soldados tomaron todas las posicioces que defendían los
insurrectos, á quienes batieron y causaron numerosas bsjas, que pu-
dieron retirar aprovechando lo accidentado del teireno en que se libró
el combate.
La columna tuvo dos soldados muertos, y heridos el comandante
del batallón de Baza, señor Latorre, los médicos señores Maitorell y
Arbat, el ayudante y capellán de dicho batallón y 38 individuos de
tropa.
Batido y disperso el enemigr, la columna continuó la marcha á
Guisa para restablecer la comunicación heliográfica y seguir la perse-
cución de las partidas en combinación con la columna del general Al-
dave, la cual llevó un convoy á Bayamo, sosteniendo en el camino al-
gunos tiioteos.
Continuaba reconcentrada la atención en el desarrollo de la guerra
en O.iente, de donde se esperaban á cada instante noticias de interé?.
El día 3 se supo en la Habana que había ocurrido en aquel depar-
♦
tamento otro suceso desgraciado. El destacamento de la Caimanera
hábil sido atacado y rendido por el enemigo.
Añaciíase que los insurrectos se habían apoderado también de Ji
guaní y C tuto EiLbarcadero, amenazando á Bayamo; que la columna
189
del general Linares había sido batida por Calixto García, y que no lo
habían pasado ó no lo pasaban bien las fuerzas de la columna Arólas,
que iban en socorro de los pueblos amenazados por los rebeldes, por
los combates que habrían tenido que librar en los pasos de Buey y de
Jucaibfma..
Al hacerse eco la prensa peninsular de esos rumores, transmitidos
por sus corresponsales, causaron gran impresión en la opinión, á pesar
de negarlos categóricamente el Gobierno, por medio de sus órganos
oficiosos, y afirmarse en los centros oficiales que ninguna noticia se te-
nía de tales hechos.
Esto no obstante, la expectación era grande en toda la Península,
en espera de detalles y de noticias oficiales de Cuba.
^••••^ ^m
CAPITULO XVI
Catástrofe sanitaria. —El informo del inspector general señor Losada, — Lí guerra. — Triste
triunfo de la verdad. — 32.000 enfermos por hambre — Los autores de la catástrofe y el
pueblo español. — El mensaje del presidente de la gran República. — Reflexiones y re-
membranzas.— Intervención i/anJ.-ee. — Lh política de los norteamericanos y la de los Go-
biernos españoles. — Optimismo ministerial. — Nuestra ignorancia y nuestro Baori&cio.
f a.\>j graademente peaible y dolorosa fué la impresión
,V que ea nuestro ánimo produjo,— como causóla ssgura-
li!;, mente en el de todos los españoles— la lectura delin-
fcrme del Inspector general de Sanidad militar del
ejército de Cuba, general Farnández y F. Losada, de i.° de
Noviembre de 1897!
¡¡Más de 32.000 soldados en los hispitiles, sin otra enfer-
medad que la fatiga y el hambre!!... El ánimo se subleva al
impulso expontáneo de la indignación que le produce una
cifra tan enorme de desdichados, víctimas del abandono, de la negli-
gencia ó del abuso, y formula la más enérgica protesta y vigorosa coa-
denación del crimen de lesa patria, de lesa humanidad, cometido con los
encargados de mantener con su esfuerzo en Cuba la bandera nacional,
de defender la integridad del territorio patrio, de perpetuar la sobira-
nía de España.
191
Las improvisadas operaciones de Vuelta Abfjo (improvisadas des-
pués de ocho meses de preparación), produjeron en los primeros días
9.000 bijas de hospital. Diariamente ingresaron en los de la Habana
1. 000 enfermos, ¿y de qué enfermedad?. Díganlo los siguientes párra-
fos de una carta escrita por persona autorizada, verídica y seria:
«¿Saben ustedes qué tienen? Extenuación y paludismo, efecto del
agotamiento por hambre y fatigas sin cuento... y sin substancia. Ayer
me decía uno que se había pasado cinco días con una galleta. No se
hace más que un rancho con carne palpitante, cuando la hay, y de esa
carne se hace guardar si soldado una tajada para todo el día siguiente
por la tarde.
»... Parece esto la peste de Otranto, y, sin embargo, aquí no hay
peste, porque la fiebre amaiilla apenas da contingente á los hospitales...
Esta es peste de imprevisión....
»E1 soldado está agotado de fatiga y malalimentado,»i,Estolodice
el señor Fernández Losada en su informe.)
Y más abfjo añade:
«No sólo existe en los hospitales la cifra enorme de 32.000 enfer-
mos, sino que además forman en filas un número crecido de soldados
debilitados, anémicos, agotados por el canssncio y por los defectos en
la alimentación...»
Y en otro párrafo agrega;
«Las marchas fo; zadas llevadas hasta el agotamiento del soldado,
sin altos suficientes para la reparación de las fuerzas de infantería, sin
permitir el sueño durante las horas necesarias para el descanso del sis-
tema nervioso, y todo esto realizado á veces por sistema, sin estar
siempre aconstjado por exigencias ineludibles de las operaciones, han
contribuido mucho á la moiboíidad del ejército, porque debilitando
las fue izas de los individuos, ha colocado á éstos en condiciones las más
abonadas para ser víctimas de las enfermedades infecciosas.
192
¡Así se comprende la reducción del ejército de Cuba en la aterra-
dora proporción de 200.000: 53.000 que demostró la revista de No-
viembre!
***
Todo el que lea, bajará instintivamente la cabeza y se sobreco-
gerá de angustia bajo el peso abrumador de las cifras.
De los 200.000 hombres que
allá fueron en poco más de un
año, quedaban tan solo en aque-
lla fecha 114 930.
Eran, pues, 85.100 los que
habían muerto en la manigua ó
en los hospitales, los que habían
sido echados al mar en los via-
jes de regreso, los desaparecidos
en la isla y los que, minados por
la anemia y por la tuberculosis,
habían encontrado en nuestras
W///, ' J^^^^^/W////M/' villas y aldeas anónima sepul-
tura.
De los 1 14.900 restantes, había
en los primeros días del refe
rido mes de Noviembre más de
32.000 enfermos, muchos de los
cuales dejaron de existir, sin tornar á pisar el patrio suelo.
Estaba, por lo tanto, reducido el contingente á 82.900 hombres
útiles, y había rebasado en trágica proporción el número de les muertos
al número de los vivos útiles.
k.
Junta autonomista
Don RAFAEL MONTORO
193
na
-<1
a
os
ü
Q
O
p
Blanco 25
194
Bien pronto desaparecería la pequeña desigualdad entre los muer-
tos y los vivos, porque en dos ó tres meses más de campaña, muchísi-
mos de los segundos irían á reuníase en la hoya ó en el fondo del mar
con sus desventurados compañeros.
Toda una juventud sacrificada; toda una generación perdida. ¡Es
horroroso! No había ya"hogar de campesinos ó de trabajadores sin luto,
y aún en las grandes ciudades donde no se notaba tanto el vacío, sgran-
dábasa cada día más en las casas, en las iglesias y en las calles la terri-
ble mancha negra.
Y á los datos mencionados hay que juntar aún otros, no menos
sombríos.
Habían perecido cerca de 200.000 campesinos insulares de los su-
jetos á la reconcentración, los cuales, no porque entre ellos hubiese re-
beldes y sospechosos, dejaban de ser hijos ó subditos de España.
¡Solamente en los relatos de la Sagrada Escritura hay ejemplos de
tamaño desastre colectivol
Si algúa consuelo puede haber á tanta tristeza, es el considerar
que, gracias al cambio de dirección en la política y en la guerra, ope-
rado en la isla con la mudanza de la autoridad suprema, ya no se ex-
tinguirían sin tasa ni medida tantas preciosas vidas de españoles.
Por el camino que durante dos años seguimos, hubiéramos tenido
que continuar, sabe Dios hasta cuando, ofreciendo en holocausto inútil
á la patria, la vida de los hijos mozos y el pan de los hijos pequeños.
A fines de 1897 excedían de 100.000 los muertos y los inutilizados;
200.000 hubieran sido afines de i8q8. Aparecía disminuida en Noviem-
bre del 97 en más de un tercio la población normal de Cuba. Menos
de la mitad hubiera sobrevivido en ella en el transcurso de otro año.
195
Véase con cuanta razón pidieron algunos periódicos y escritores, á
tiempo de evitar mayores males, que se pusiese efi;az remsdio alas des-
venturas del ejército de Cuba. ¡Calcúlese cuántos desgraciados murieron
por culpa de los que, en vez de averiguar lo que pasaba (averiguación
por cierto, innecesaria, pues sabían loque aquellos y aún más), prefirie-
ron emplear todas sus fuerzas en ocultarlo y negarlo, gritando, á sa-
biendas de lo contrario^ que las denuncias eran falsas, que el soldado
estaba más atendido que nunca, y que le mataban el clima y la guerra,
de ningún modo la imprevisión, la incapacidad y... otros enemigos
peores!
De los que tal hicieron, unos han dado ya cuenta á Dios de sus
faltas. Los demás gozan de la impunidad y hasta se atrevieron á pedir
los honores del triunfo; y mientras en Cuba trabajaba en la mejora del
rancho de los soldados una Comisión, bautizada por el ingenio popular
con el expresivo título de Junta para la extinción del hambre, ellos
brindaban en opíparos banquetes, ahitos de suculentos manjares y bue-
nos vinos.
Averiguado, como ya lo está plenamente, que en Cuba han muerto
de hambre y de fatigas, tan grandes como inútiles, muchos miles de
soldados de la patria, y que otros tantos ó más quedarán enfermos é
inútiles para toda la vida, solo resta saber si no habrá quién exija las
responsabilidades á que haya lugar, y si España ha de dar al mundo
el desdichado espectáculo de la absoluta impunidad de los que han ani-
quilado su ejército y manchado su hDnra, produciendo la mayor catás-
trofe de la historia nacional. Si esto ha de ser así, bien puede asegurarse
que apenas hay España, que el pueblo español no existe; porque pueblo
que ante tales crímenes no se indigna y subleva es un pueblo muerto;
porque cuerpo en que tales crímenes no provoca un movimiento gene-
ral de indignación, sin duda no tiene otra vida que la puramente vege-
196
tativa. D3 existir en ellos alguna energía, por poca que fuese, toda ella
se emplearía en demandar justicia.
¿Y aún habrá quién se atreva á afirmar que el pueblo español es
impresionable, alborotador y levantisco?...
*
♦ *
La Agencia Pabra transm'úióua extenso extracto del Mensfje di-
rigido por el presidente de la República norteamericana, mister Mac-
Kinley, á las Cámaras federales, y leído en la sesión inaugural del Cor -
grcso en Washington, la tarde del 6 de Diciembre. El popular diario
de Madrid, El Imparcial, haciendo un esfuerzo periodístico que le hon-
ró á él y á la prensa española, lo publicó íntegro en su editorial de la
mañana del 7. Leímoslo con atención, pero sin extrañeza, no habiendo
hallado en todo el documento presidencial cosa alguna que no esperá-
ramos.
Dejando á un lado su primera parte, en la que el presidente de la
República federal daba por averiguado que Cuba vivía descontenta de
España hacía muchos años y en estado de resistencia contra ella, con-
signaremos al correr de la pluma, por no permitirnos otra cosa la ín-
dole de esta nuestra Reseña, algunas de las reflexiones que nos sugi-
rieron los puntos capitales tratados por Mr. Mac-Kinley.
Uno de ellos es la declaración oficial del ofrecimiento de los bue-
nos oficios del gobierno de Washington al gobierno de Madrid en
Abril de 1896, y la publicación de la respuesta del español, que fué
ésta:
cNo hay medio práctico de pacificar á Cuba, á menos que no co-
mience con la sumisión efectiva de los rebeldes á la madre patria».
En Febrero había empezado la concentración de pacíficos. Mac-
Kinley la llama cruel y dice que á los habitantes agrícolas se les reunió
197
en rebaños. ¡Permítasenos expresar aquí nuestro pesar por habérsele
dado ocasión de decirlo, sin que nos quede el derecho de rechazar la
especie por calumniosa I
Las gallardías del ministerio conservador desvaneciéronse en un
año justo. En Febrero del 97 dio el señor Cánovas las reformas aqué-
llas, que eran la autonomía sin el título y sin autonomistas, y cuya
absoluta ineficacia pacificadora debió abrir los ojos á los que opinaban
por la sola acción política. Acerca de ellas guardó el Mensaje piadoso
OBRAS DE DEFENSA EN EL PUEBLO DE YAGUARAMAS (Cienfuegos)
silencio. En cambio dice que protestó firme y enérgicamente de la po-
lítica que en Cuba seguíamos, induciéndonos á la sospecha de que, las
notas en que estas protestas se consignaron y las respuestas de nuestro
Gobierno, fueron del número de aquellas comunicaciones cuya reserva
se pidió desde Madrid. ¡Tales serían ellas y tan bien parada dejarían
nuestra honral
*
* *
El embajador extraordinario de los Estados Unidos, mister Wood
198
fjrt, no trajo ultimátum, sino una recapitulación de los agravios y per-
juicios que la gran República sufría á causa de la continuación de la
guerra y el aviso de que no podía consentirlo indefinidamente.
El ministeiio liberal presidido por el señor Sagasta replicó anun-
ciando una mejoría inmediata'en la situación de Cuba, y asegurando
que las provincias occidentales estaban casi completamente pacifica-
das. Esta era, entonces, la verdad oficial en España. Diéronla de aquí
como expresión fiel de la realidad, sin pensar qu: los norteamericanos
tenían diferentes noticias y que esta pacificación fantástica había de
quedar muy en breve desmentida por los hechos. Más de 13.000 hom-
bres había á la sazón en Pinar del Río. ¿Por qué no sacaba soldados de
esta provincia el general^Blanco para mandarlos á Oriente donde tanta
falta hacían?
Negaba Mr. Mac-Kmley en su Mensaje que los Estados Unidos hu-
biesen faltado á sus deberes con España permitiendo salir de sus puer-
tos armas y municiones para el enemigo. La negativa iba expresada en
términos un tanto desdeñosos, que por la flojedad denuestras reclama-
ciones teníamos harto merecidas.
Contra el reconocimiento de la beligerancia alegaba dos razones:
que la rebelión no tenía ninguna de las condiciones necesarias para se-
mejante reconocimiento y que ni á los rebaldes ni á los Estados Uni-
dos les convenía este estado de derecho. A aquella «le sería mucho más
imposible que ahora preparar esa situación (la necesaria para ser reco-
nocidos como baligerantes los rebeldes), mediante los auxilios ó las
simpatías dentro de nuestro territorio.» En este pasaje la sinceridad
triunfa de la diplomacia.
Terminaba el Mansrje con frases de alabanza para la nueva políti-
ca, haciendo una sucinta exposición del régimen autonómico y mani-
festando que la impaciencia no debía embarazar la obra sinceramente
emprendida por el señor Sagasta.
199
Pero tras un elogio caluroso de los comienzos del sistema político
y militar del partido liberal, venía la declaración terminante de que si
la paz no se conseguía, los Estados Unidos emprenderían otra suerte de
acción «afrontando las consecuencias sin temor y sin vacilaciones y
protestando de que si se vetan obligados á intervenir con la fuerza lo
harían, pero no por culpa suya, sino compelidos por la necesidad de
modo tan claro, que pudieran contar con el apoyo y la aprobación del
mundo civilizado».
*
* *
En esas últimas palabras está lo importante del Mensaje, porque
ellas contienen la clave de la conducta de los norteamericanos en el
asunto de Cuba. Los Estados Unidos no querían ni habían querido
nunca la guerra con España: no la necesitaban para el logro de sus
fines. Les bastaba la rebelión para llevarnos al agotamiento, y cuando
éste llegase, habría llegado también el instante de intervenir sin peli-
gro y con fruto inmediato.
Y, con efecto, nuestro modo de conducir la política y la guerra,
nos iba á poner en este duro trance^ más duro todavía para los que,
como nosotros, tenían la profunda convicción de quede habernos con-
ducido con acierto, otro muy diverso hubiera sido el resultado. Pero
no supimos ser hábiles ni ser fuertes. Quisimos resolver el problema
ganando tiempo, cuando cada día que pasaba era una derrota para la
causa española; pretendimos engañar con astucias propias de nuestros
parlamentarios, á quienes sabían más que nosotros; no tuvimos esta-
distas que se atrevieran á resolver la cuestión en sus comienzos, abor-
dándola de frente en Marzo del g^, cuando el incidente del Alliance, y
á la fecha, cansados y humillados, estábamos á merced de nuestro ver-
dadero enemigo, muy cerca de llegar al terreno á que siempre quiso
llevarnos y del momento que se propuso escoger.
200
El Mensaje de Mr. Mac Kinley á las Cámaras federales, abrió los
ojos á casi todos los españoles, descubricadoles la verdadera situación
en que España se hallaba. Acabóse el secreto, que cuidadosa rn ente nos
guardábamos unos á otros; éramos una nación intervenida por otra
más poderosa; la intervención era todavia pacífica, pero ya estaba anun-
ciada la violenta, reservándose el interventor el derecho de elegir,
cuando le pluguiera, la ocasión y el motivo.
Las pasioncillas políticas culparon de esta desdicha al Gobierno li-
beral gobernante ó al Gobierno conservador pasado. Nosotros, libres
de ellas, distribuímos la culpa entre todos, por partes equivalentes á los
medios que cada uno tuvo de evitar que nuestra patria hubiese venido
á ser una suerte de Turquía de Occidente, con su cuestión de Creta in-
clusive.
Hace muchos años que los presidentes de la Unión americana em-
pezaron á tratar de Cuba en documentos oficiales como de cosa propia.
La circular de Mr. Adams (Abril de 1823) es buena prueba de ello. De
entonces á la fecha nos habían dado tantas muestras del mismo empe-
ño, que no es posible mencionarlas en un capítulo de una Reseña. Bas-
te recordar su conducta en los diez años que duró la guerra pasada.
***
Los norteamericanos tenían una política, en la cuestión de Cuba, y
la seguían sin apartarse de ella un punto. Nosotros, en cambio, no ha-
bíamos tenido ni teníamos ninguna. De aquí nuestra completa derrota
diplomática en las relaciones con la gran República, la cual, perseve-
rando año tras año en el propósito de hacer del problema cubano asunto
casero y no encontrando de nuestra parte astucia ni energías que lo
i-upidieran, ni quien afirmase nuestro derecho á resolverle solos, según
201
nuestra voluntad, había logrado al fin establecerse tan sólidamente en
esta posición, que ya no era fáñl expulsarle de ella.
La intervención de los Estados Unidos en Cuba había sido consen-
tida por España y, principalmente, por el Gobierno presidido por el
señor Cánovas del Castillo. No la inició Mac Kinley en su Mensaje. El
mismo tono de ábitro disgustado con que aqué. habla en éste empleó
Cleveland en el suyo del año anterior. Si en los últimos párrafos del
documento se mostraba algo más amenazador no por eso se ha de ver
diferencia en la actitud de ambos. Eran términos de una serie queem •
pezó en el Presidente Washington y llegaba hasta el que á la sazón
ocupaba la Casa Blanca. Qaiea quiera que hubiese estado en el lugar
de Cleveland ó en el de Mac Kinley se hubiera expresado en los mis-
mos términos que ellos, por que no t jnían ni podían tener programa
personal.
En España sucedía, y sucede, por desgracia, todo lo contrario. Cada
año ó sño y medio hay uq Gobierno y cada Gobierno tiene un progra-
ma, el cual se reduce en lo exterior á mudar de personal diplomático, en
lo interior á mular el burocrático y á hacer nuevas elecciones. El
mayor motivo de enojo que pudiéramos dar á cualquiera de nuestros
gobernantes en estos últimos años de paz y supuesta bienandanza era ir
á quitarle el tiempo h ibláidole de Marruecos, de América, de la fron-
tera del Pirineo, de la defensa de las Baleares ó de las Canarias, de
Ceuta y del campo de Algeciras, de las ambiciones americanas y de
la actitud de los ingleses, de la necesidad de prepararnos para posibles
conflictos, etc., et;. Su pensamiento no era otro que el del siempre
equivocado señor Castelar, expresado con tropical elocuencia en Febre-
ro del 88 y condensado en estas lastimosas palabras pronunciadas en el
Congreso para negar la necesidad de armamentos: «¿Qaé debe hacer ti
Gobierno?'' Pues el Gobiernodebe hacer lo más cómodo: no hacer nada.»
Nunca participamos del candoroso optimismo de los ministeriales
Blanco 26
202
de entonces, por las mismas razones que teníamos pura combatir el de
los ministeriales de antes. Siempre hemos creído que la solución del
pleito que España sostenía en América esttba en la Casa B'anca. Por
no haberlo entendido así nuestros políticos, no supieron hacer la psz ni
la guerra y nos han traído á la situación en que nos hallamos.
El momento anucciado por Mac Kinley llegó, encontrándonos lo
mismo que estábamos.
Toda Europa lo vio venir: los principales periódicos del mundo
nos lo advirtieron. Sólo nosotros nada sabíamos ni temíamos y marchá-
bamos al sacrificio como uca res al matadero.
-•-H§-®-K^-
^ ^^\^^N -^^ -^^ .^^ .^^ ^^ ■^^ ^^ .^^ ■^^ ^^ .^Pn^I^^Pn^I^^Pv^^ ^^ ^^ ■^^ ^^ ^^ ■^^ ^^ ^^^^
CAPITULO XVII
Exigencia del honor. — La concesión de la autonomía. — La situación oreada á España por el
Mensaje do Mac-Kinley. — Gallarda y airosa actitud. — Egoísmo de las potencias euro-
p.as. — La toma de Guisa. — La columna Torar. — El poblado y la guarnición. — Detalles
del sitio y del ataque. — 5.000 rebeldes. — Defensa heroica. — El capitán Ceballos. — El
sargento Ibnrdisan. — La torre heliografioa. — Guisa reconquijtada. — Los crímenes del
tigre de Oriente. — La situación en el departamento Oriental. — La actividad de Máximo
Gómez. — Impresiones favorables de los Estados Unidos.
L comenzar á escribir el precedente capítulo, hemos va-
cilado buen rato. Pjdíimos haber agrupado en cuatro
párrafos un manojo de generalidades á propósito del
Mansaj j de M'. Mac-Kinley, á fia de ex;luir de todo
riesgo nuestro voto. Pero debemos á nuestros lectores el jui-
cio sincero y entera la opinión, y por esto hemos resuelto
cumplir nuestro deber hasta el fin, ya que del honor y del de-
coro nacional entendemos todos ios españoles, hasta los más
modestos.
Los párrafos que en su Msnsají á las Ganaras federales dedicó el
presidente de la República de los Estados Unidos á los asuntos de
Cuba, encierran alguna habilidad y mala intención.
Dj las dimasías y devastación de la gu ;rra culpó sólo á las tropas
españolas, ni más ni manos que si los insurrectos hubieran paseado la
204
isla dedicados al riego de los árboles y á la siembra de cañaverales; ni
más ni menos que si los aventureros y negros bozales que seguían á
Máximo Gómez y á Calixto García no hubieran sido siempre los mir-
tnos que hacía pocos días ataron con alambres á los españoles para que-
marlos vivos.
Da las expediciones filibusteras salidas de la gran República, ha-
bló coa cinismo que exalta todo criterio que no haya perdido en abso-
luto la noción de lo justo. Expuso que habiendo España concedido la
CAÑO.NEKO «HALCÓN»
autonomía, y no teniendo los rebeldes condiciones dentro del derecho
internacional para conseguir la beligerancia, se negf ba á ella, pero no
sin deslizar hábilmente que el declararla fuera peor para el interés de
los norteamericanos y para el de los insurrectos de Cuba, ya que la be-
ligerancia otorgaría á España el derecho de visita de buques, aparejado
con alguna otra veateja.
Y por último, manifestó de un modo terminante y categórico que,
si á pesar de la autonomía y de los esfuerzos de España la guerra pro-
seguía, los EstMios Unidos intervendrían por medio de las armas. De-
205
claración ésta que vale tanto como advertir á los cubanos que debían
perseverar en su actitud para ofrecer á la gran Rspública pretexto que
la permitiera arrancar de Cuba la- enseña de Castilla, aquella misma
bandera que rasgara su lienzo para que se fabricaran todas las ingratas
banderas americanas.
Sin embargo, creímos que era más fácil labor hablar desde el Ca-
pitolio de Washington, hablar donde no se miden las palabras, que
acudir á donde se miden las armas, porque abrigábamos la más abso-
luta seguridad de que España quería y sabría mantener en Cuba el es
cudo de las suyas.
*
* *
La concesión de la autonomía, medida á que obligó el error de
pasadas administraciones y el desacierto del gobierno conservador, des-
de luego nos proporcionó una ventaja. Los Estados Uüidos se vieron
forzados á otorgar un plazo. Los Estados Unidos no pudieron interve-
nir entonces, por haber sido quien solicitó las reformas autonómicas en
favor de sus protegidos de la manigua.
Pero se trataba de un plazo que los insurrectos habían de cuidar
de llenar, con la guerra de huida y de emboscada, de destrucción y
ruina, ante la esperanza de aquella prometida intei vención, y cumpli-
do ese plszo, que los yankees sabrían aprovechar para acabar de prepa
rarse, se ostentarían é:>tos á título de salvadores de la humanidad, pre-
tendiendo arrcjarnos de América.
Tal era la situación, según se deduce del referido Mensaje de
Mr. Mflc-Kinley.
Contamos con un período de tiempo que esos ensoberbecidos mer-
caderes que se reconocían ciudadanos de moderna Roma, con muchos
206
Taylor y un Mac-Kinley, pero sin ningúa César, no podían violar;
pues bien, esa forzada tregua que nos procuraron, justo es reconocerlo
aun por los menos ardientes partidarios de la autonomía, los decretos
publicados en la Gaceta de Madrid, debíamos aprovecharla para dis-
ponemos á salvar la honra nacional.
Ahora bien; ¿la aprovechó el Gjbierno de la Regencia?... Los luc-
tuosos hechos ocurridos posteriormente, que grabados están aún en la
mente y en el corazón de tolos los españoles, hablan por nosotros.
Al publicar aq lellos decretos en la Gaceta qu;daron, ya que no
rotos, muy flojos los vínculos del interés material de España en Cuba,
pero al hacer d(j xión de tales ventajas, adquirimos una de inestima-
ble valor. No luchábamos ya por defender un negocio de la nación, pe-
leábamos alentados de estímulos de Índole puramente moral elevadísi-
ma: por el nombre y la bandera de España.
Situación desembarazada y hermosísima, situación que nos lleva-
ba con mayor entusiasmo al combate, situación eminentemente espa
ñola. El hidalgo Don Qaijote no reñía jamás mediando el interés.
Esa tan gallarda y airosa actitud, sobre procurarnos la firme deci-
sión entre nosotros, nos ganaba la voluntad de las potencias extranje-
ras, las que á menos que se borrara de la tierra la idea de la justicia, no
podrían dejar de prestarnos su apoyo moral cuando se viera que los
Estados de la Unión querían arrojarnos de Cuba sin pretextos siquiera
de razón... ¡Desgraciadamente para la causa de España, y con mengua
y daño de la moral universal, no sucedió así, y la idea de la justicia
quedó borrada de la faz del mundo civilizado por el egoísmo de las po-
tencias que se llaman civilizadas, y por el individualismo que caracte-
riza nuestro fin de siglo!
*
* *
207
Ampliando las noticies oficiales que se teLÍan respecto al ataque
y toma del pueblo de Guisa por los rebeldes orientales, recibimos el
día 7 de Diciembre un extenso despacho de nuestro corresponsal en
Santiago de Cuba, fechado en Manzanillo el día 4 y trasmitido desde
la Habana el 6, comunicándonos interesantísimos detalles ecerca del
desgraciado suceso.
A pesar de los esfuerzos del teniente coronel señor Tovar, al frente
de su columna de auxilio, eo pudo llegar é tiempo para librará los he-
roicos defansores del citsdo poblado. Estaba separado de éste por una
distancia de más de 16 leguas de penoso camino, sembrado de enemi-
gos en acecho, que tardó en recorrer cuatro jornadas.
Después del combate en Loma Picara, la columna tuvo que soste-
ner otros en las cercanías del pueblo, obligando al enemigo á abando-
nar las posiciones que ocupaba en los contornos de Guisa, cuyos alre-
dedores estaban interceptados por trincheras y explosivos.
Al llegar la columna á Guisa no encontró á ninguno de los defen-
sores del poblado, que estaba formado por solo cinco casas y unos tres-
cientos bohíos, todos los cueles habían sido destruidos por los insur-
rectos.
El poblado de Guisa, de la jurisdicción de Bayamo, al Sur de la
provincia oriental, tenía en sus buenos tiempos una docena de casas
regulares y muchos bohíos. Los habitantes no pasaban de 6oo. A la sa-
zón no llegarían estos é 300.
La guarnición se componía de 140 hombres del batallón de Isabel
la Católica, y los ingenieros encargados del servicio heliográfico. Pera
Ja defensa de éste había tres fortines, cuyo único medio ofensivo y de-
fensivo, eran los fusiles de los soldados.
La única ocupación del destacamento era esa defensa, porque Gui-
sa no parecía llamado á ser amenazado por el enemigo, si se tiene en
208
cuenta su posición topográfica y el no tener comunicación sino con
Cauto.
El asedio del poblado por los rebeldes comenzó el día 28 de No-
viembre. En la mañana del siguiente día, apenas había amanecido, ro-
dearon los sitiadores el pueblo, emplazando los seis cañones que lle-
vaban casi á doscientos metros de los edificios y fortines, en posiciones
ventajosas.
La guarnición se defendió del ataque con tenacidad y heroísmo, y
^fcg^
ESTACIÓN DEL BINCON (Sagua la Grande)
el comportamiento del valeroso destacamento fué verdaderamente he-
roico, defendiendo fortines y reducto hasta quedar sepultados en sus
escombros. Pronto quedaron destruidos los fortines, pero los soldados
siguieron defendiéndose.
El incendio se había apoderado y hecho presa de esos fortines y de
algunas casas. La guarnición peleaba heroicamente, envuelta en lla-
mas, hasta que á la una de la tarde penetraron los rebeldes en el po-
blado.
Hallábanse heridos el capitán jefe de la guarnición don Rafael
Ceballos Gavira, un teniente y cincuenta soldados.
209
9
BQ
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¡¿1
Blanco 27
210
*
* *
Aunque dueños ya del poblado los insurrectos, aún seguían de-
fendiéndose en la torre heliográfica el sargento-jefe de aquel servicio,
don Julio Iburdisan, el cual, al mismo tiempo que disparaba tu fusil,
seguía trasmitiendo' las señales heliográficas á Bayamo.
Los ocho soldados' que, á las órdenes del referido sargento guar-
necían la torre heliográfica, disparaban sus armas con verdadero fre-
nesí, en tanto que su jefe Iburdisan trasmitía á Bayamo noticia del
estado angustioso en que se encontraba la guarnición de Guisa y pi-
diendo auxilio.
La torre referida recibió cañonazos disparados á doscientos metros
de distancia, y cada uno de los disparo?, hechos con dinamita, cau-
saba terribles destrozos en la fortaleza.
Así se defendieron aquellos valientes hasta las tres de la tarde. A
esta hora el sargento lburdisau|trasmitió su último despacho heliográ-
fice, que decía así:
«Enemigo sigue bombardeando esta torre. Trasmito noticia desde
el foso. Dos piezas hacen fuego contra esta torre; dentro del pueblo ti-
ran con otras cuatro piezas. Estoy herido de granada. El cabo grave.
No puedo más. — Iuurdis.\n.»
Inútil es decir que apenas se tuvo noticia del ataque á Guisa por
fuerzas insurrectas, el, general Blanco desde la Habana, Pando desde
Ciego de Avila y Arólas desde Manzanillo, dispusieron la salida de
fuerzas en auxilio de los asediados, y en su consecuencia salió el te-
niente coronel señor Tovar al frente de una columna, compuesta de
3.000 hombres y dos piezas de artillería.
La jornada era larga, más de quince leguas.
Imaginable es la impaciencia del bizarro jefe y de sus oñciales y
211
soldados; impaciencia aumentada por haberse cortado la comunicación
con Cauto é ignorarse lo que ocurría allí. Para averiguarlo fué expe-
dido un propio desde Bayamo, pagándo'e treinta y cuatro pesos; pero
el enemigo lo hizo regresar á tiros.
El día 30 supiéronse algunas noticias de la crítica situación 'de los
defensores de Guisa, por el bravo soldado Pedro Méndez, quien en el
momento supremo del ataque, se prestó voluntariamente á salir de uno
de los fortines é ir á Bayamo cruzando entre las masas rebeldes sitia-
doras.
Confirmó las noticias que ya se tenían, añadiendo que el fuego
contra la torre heliográfica, siguió hasta las ocho de la noche.
Dijo también este valiente soldado que calculaba que las fuerzas
enemigas ascendían á unos 5.000 hombres, que se suponían mandados
por los cabecillas Calixto García, Rabí, Capote y Ramírez.
*
* ♦
La columna Tovar, después de pasar por Bueicito y Jiguaní, cuyos
destacamentos se encontraban también en situación algún tanto crítica
y comprometida, llegó el día 4 á la vista de Guisa.
En su difícil y penosa marcha sostuvo varios tiroteos y combates,
sufriendo tres herídos.
Al llegar á las cercanías del poblado, que estaba ya en poder de
los insurrectos, se encontró con que el enemigo había puesto grandes
obstáculos en los alrededores de Guisa, rodeando el terreno de alam-
bradas y colocando algunos torpedos. En el primer encuentro con fuer-
zas enemigas, antes de llegar al pueblo, sufrió la columna cuarenta y
dos bajas, consistentes en dos soldados muertos, y el comandante señor
Latorre, los médicos Arlati y Martorell, un capitán y 36 individuos de
tropa heridos.
212
Dsspuéi, cuando faeron salvados los obstáculos, tomaron las lomas
y se apoderaron de las posiciones ocupadas por el enemigo, que huyó,
tuvo las siguientes: Ua muerto de tropa, y heridos un capitán de Al-
cántara, el mélico señor Jiménez, el segundo teniente del batallón de
Paerto Rico don Francisco Alfredo Calvo y 37 soldados.
En ambos combates se supuso que el enemigo debió tener muchas
bajas; fué dispersado completamente.
En el cementerio de Guisa se advirtieron señales evidentes de ha-
berse practicado recientes enterramientos, lo cual apoya la suposición y
demuestra que los insurrectos hicieron así desaparecer sus bajas defini-
tivas.
Restablecida la comunicación heliográfica en toda la zona el día 6,
e. heliógrafo de Guisa s'guió comunicando detalles de los horribles pa-
decimientos de que fueron víctimas una guarnición heroica y un vecin-
dario leal y pacífico.
El propio día llegó á Manzanillo un propio de Guisa, que comunicó
horrorosas referencias de lo que allí había sucedido, las que se apresuró
á transmitirnos nuestro activo corresponsal en aquella provincia.
Cuando la columna Tovar hubo reconquistado á Guisa, practicóse
ua minucioso reconocimiento en la población y fortines, cuyo resul-
tado horripila. Se hallaron restos de cadáveres carbonizados entre los
escombros de las casas y de la iglesia, que había sido convertida en
fuerte.
En los fortines que últimamente se rindieron, la tropa hizo una
defensa desesperada, y solo sucumbió por los terribles ef:ctos de los
disparos hechos con cañones de dinamita, restos de cuyos proyectiles
se encontraron en gran abundancia.
El enemigo había construido seis baterías próximas al poblado,
artillándolas con dos cañones de dinamita, dos piezas Krupp y dos T
ametralladoras.
213
*
* *
Los rebeldes rompieron terrible y horroroso fuego en la madru-
gada del 28, V no obtante sus desastrosos efectos no pudieron entrar en
Guisa hasta la una de la tarde del siguiente día 29.
Entonces ocuparon el pue
blo, permaneciendo en él hasta
que se presentó la columna Te -
var.
Apenas tuvieron noticia de
la aproximación de nuestras
fuerzas, los que ocupaban el po-
blado se retiraron rápida y pru-
dentemente, incendiando todas
las casas y todos los bohíos y
cometiendo con sus desventura -
dos y leales habitantes horren-
das crueldades.
Súpose luf go que el enemi-
go había enterrado en el cemen-
terio 43 cadáveres.
En los fortines se encontraron huellas de haber sido quemados sus
heroicos defensores. Entre los escombros fueron hallados algunos cada -
veres atados y sujetos con alambres á los hierros de las ventanas, lo
cnal demuestra que los desgraciados defensores de los fortines fueron
atados para que no pudieran escaparse y librarse de las llamas y pere-
cieran abrasados.
También se encontraron restos de niños carbonizados, y pozos Ue-
SARGENTO 1BÜRDISA.N JEFE DE LA TORRK
HELIOGBAFICA DE GUISA
214
nos de cadáveres, que no pudieron ser examinados por el olor pesti-
lente qu3 exhalaban. La horrible matanza llevada á cabo por los regene-
radores de Cuba en Guisa superó en crueldad y horror á cuantas es-
cenas de salvajismo y bárb-^ra venganza recuarda la historia. Víctima
del furor salvaje de las hordas mambises, ala? órdenes del tigre de
Oriente, pereció toda la población civil de Guisa.
En las palmeras que rodeaban el poblado aparecieron ahorcados 57
vecinos: respecto á la guarnición, súpose que los supervivientes, que
faeron 45 entre oficiales y soldados, fueron hechos prisioneros y con-
ducidos por el enemigo á sus madrigueras. Así lo demostró el hallazgo
de un papel escrito y pegado en un árbol en que se decía que el ene-
migo se había llevado 45 prisioneros, «únicos supervivientes del com-
bate.»
Segúa olra versión, el núnero de prisioaeros ascendía á 113, entre
ellos el capitán señor Ceballos, que era comandante militar de la plaza,
y los tenientes señor Calvo y don Antonio Vidal, héroe éste de Alta-
gracia y condecorado con la cruz Laureada de San Fernando.
Dijese qu? los insurrectos hicieron más de setenta disparos de di-
namita, logrando reducir á escombros casi todo el poblado.
Los valientes defensores de Guisa fueron desalojando las posiciones
destruidas y replegándose en las que quedaban fir;nes.
En la factoría fué donde hicieron más resistencia, lo cual observado
por el enemigo, lanzó sus bombas allí y consiguió incendiarla.
Casi destruida la iglesia; reducida á escombros la casa contigui al
templo, donde también se defendían; en llamas la factoría y heridos los
jefes de la guarnición, la resistencia era inútil, infiuctuosa.
Entraron los rebeldes en el ¡poblado y todavía resistieron los va-
lientes defensores de un fortín próximo al cementerio y los de la torre
heliógrafica.
Mas la defensa era ya imposible y el enemigo realizó la ocupación
total.
215
Las fuerzas rebeldes debían ser numerosas, pues tenían ocupadas
las entradas de Guisa desde una distancia de dos leguas, en las que
habían construido grandes y fuertestrircheras, algunas de éstas de un
kilómetro de extensión, y todo el pueblo estaba circundado de grandes
obras de fortificación.
Evidentemente el enemigo tenía muchos medios de guerra, pues se
recogieron infinidad de reses, muchas granadas de hélice, bastantes
proyectiles de cañón, de dinamita y montones de cápsulas de Maüsser y
Remington.
El coronel señor Tovar, al dar cuenta del resultado de su expedi-
ción al capitán general, dijo que el comportamiento de la guarnición de
Guisa debió ser heroico, def indiendo fortines y reductos hasta quedar
sepultados en sus escombros, y que con los paisanos había extremado
el enemigo actos de cruel salvajismo, encontiándos cadáveres carboni-
zados, niños atados á postes, pozos llenos de restos humanos y muchos
ahorcados en el palmar próximo al pueblo.
Las fuerzas de la columna Tovar, tan luego reconquistaron á Guisa,
dedicáronse á restablecer la comunicación óptica y á construir un fuerte
á prueba de artillería, para la torre del heliógrafo.
*
* *
Con razón nos dijo nuestro activo corresponsal en la Habana al
dar la voz de alarma, que se trataba de un hecho análogo al ocurrido
en Victoria de las Tunas.
El mismo Calixto García, que realizó las hazañas en aquel poblado
cercano á Holguín, había sido el autor de los crímenes de Guisa.
Hay, sin embargo, alguna diferencia entre ambos desgraciados
incidentes de la guerra.
216
Los defensores de Guisa eran menos en número y resistieron con
más empvje; pero sucumbiendo también, al fin, ante las fuerza numé-
rica é incontrarrestables del enemigo, que para rendir un destacamento
pequ(.ño, acutnu'ó el núcleo de las partidas de Oriente.
Con incidentes tales no es de extraño que se considerasen en po-
sesión del departamento Oriental; con el éxito de Tunas y Guisa no
pudo sorprendernos que acometieran la empresa de atacar á la Caima-
nera y otros poblados del interior.
Tampoco fué novedad para nosotros que ese enemigo se cebase en
la población civil, levantando en los alrededores de Guisa 57 horcas
para ciudadanos leales á su patria, porque el que mereció por las haza-
ñas realizadas en Victoria de las Tunas el dictado de tigre de Oriente,
no había de alterar tan pronto su condición; pero, en cambio, lo que
hizo en Guisa Calixto García en los momentos en que Mac Kinley
confeccionaba su Mensaje, debió servir al enfático presidente america-
no para distinguir entre la guerra que hacía la rebeldía y la guerra
hecha por España.
Establecer una igualdad de concepto fué, á más de una injusticia,
un acto que llenó de amargura al honrado pueblo español, pues no
llega á tanto su escepticismo que le haga olvidar las leyes del decoro.
Pasar sin protesta tales acusaciones, fuera hacerse cómplices de la
degradación del espíritu publico; fingir satisfacciones, como las fingió
el Gobierna, ante las amenazas expresadas por Mr. Mac Kinley, hubiera
sido engañar á la propia conciencia.
Pero el Mensaje presidencial no fué al fin más que la continuación
de la obra de perfidia del Gobierno y el pueblo norteamericano, y bien
claro lo dijo la actitud del jingoismo y la prisa que se dio el senador
Alien para presentar á la Cámara su moción, pidiendo desde luego el
reconocimiento de la independencia de Cuba, moción en laque se pudo
observar una consideración al presidente que no hubiera tenido el jin-
217
goismo si el documento de aquél no les hubiese hecho entrever su
éxito ea las esferas del poder ejecutivo.
Nada dijo el cable sobre los fundamentos de la proposición Alien,
pero puede asegurarse que también hablaría de humanidad y civili-
zación.
¿Qué importaba á los senadores americanos que los rebeldes^ des-
pués de devastar el país, continuasen empleando como arma de guerra
la dinamita y balas explosivas? ¿A qué hibían de fijarse ellos en un he-
DEFENSA DE LA GUARNICIÓN DE 0UI8A
cho como el de asesinar al jefe de una plazi que sale á parlamentar, cri-
men de que fué víctima el comandante militar de Victoria de las Tunas?
Seguían el camino que se tenían trazado y consideraban muy cer-
cano el fin, sin par^r mientes, ni en la política de clemencia de nuestro
ejército, ni en los actos vandálicos qus Calixto García había realizado
en Guisa coa ciudadanos pacíficos é indefensos.
Blanc» 28
218
Examinada la situsción de la comarca oiiental, el general Panda
adoptó enérgicas é impoitantes medidas que ofrecían grandes esperan-
zas de éxito, cumplimentándose asimismo con gran diligencia y acti-
vidad órdenes trasmitidas por el general en jefe.
En vista de la osadía del enemigo, acordóse adelantar las opera-
ciones en Oriente, dii'giendo el plan de aquéllas, desde Mai zanillo, el
general Pando, quien había emprendido ya los trabajos de organiza-
ción de la guerra y estaba pieparando la campiña en tcdo el departa-
mento Oriental.
Procurábase abreviar estes preparativos; pero la impaciencia no
estaría justificada, por cuanto, aur que esto parezca mentira, después
de tres años de guerra no había allí nada oiganízado que permitiese
lógicamente esperar el resultado de operaciones preparadas con me-
dianas esperanzas de éxito.
Sin racionamiento fácil para las trepas, sin medios de que unasco-
lumnss acudician rápidamente en auxilio de las otras, se había de per-
der el tiempo y nadie podía prometerse un resultado satisfactorio y de-
finitivo.
Ante todo, y lo que más urgía, era de gran necesidad abrir la na-
vegación del río Ciuto, que dc:de hacía quince meses estaba cerrada.
El enemigo ocupaba una gran paite de les márgenes de este lío, cuya
importancia es grande porque constituye la piincipal vía de comunica-
ción para el aprovisionamiento de las tropas acantonadas ó en opera-
ciones en aquella extensa zona.
El general Aldave, con las íueizas de su mando, marchó á racio-
nar y retoizar Cauto y Guamo.
El general Bernal con tres columnar, una de las que mandaba pei-
sonalmente, continuaba persiguiendo active mente á las paitidae rebel-
des de la provincia de Pinar del Rio; y el general Salcedo mantenía en
gran movilidad fueizas de la división de Sancli Spíritus y trecha cen-
219
tral, sosteaiendo frecuentes encuentros con grupos que se aseguraba
eran de la partida de Máximo Gómez, que fraccionado y con muchas
bajas, se esforzaba en vano por eludir persecución, á pesar de las favo-
rables condiciones del terreno en q<ie opjraba.
A juzgar por las ñotidas recibidas aquellos díis por la vía de los
Estados Uaidos, la actitud que desplegiba MáximD G'Smsz sólo era
comparable á la de las columnas españolas destinadas á su p3rsecuci5n.
(Nituralmente; ¿iba acaso á dejirse cogir?... Bien tenía, pues, que mo-
verse, para buir de nuestros soldados.)
Añadían, qae si lo; españoles conseguían bitir á Gómez y á su
segundo el negro González, la rebelión recibiría ua golpe decisivo.
Segúa los mismos informes, el estado sanitario de las tropas espa-
ñolas había mej iraio notablenente en toda la isla, y se esparaba, con
el aux'lio de recursos pecuniarios, que la obrado la pacificación de
Cuba adelantaría notablemente durante la época de la próxima seca.
En los centros oficiales de Washington y en la mayoría de la Ci-
mira de representantes parecía acentuarse cada día más las muestras
de simpatía por la conducta qu3 acerca de los asuntos de Cuba seguía
el Gobierno español.
Michos periódicos de los Estados Uiidos, sobre todo !o3 que re-
presentaban los grandes intereses econónicos, hacían justicia á la leal-
tad y sinceridad de nuestros gobarnantes.
y^ñ'K^
(■■HIUiMIIII>miSHmUHÍU1UlU«iU1llHIUIHItllIlUllllUHIIIillr.linifu UIIIMIUMMMHHIIUHIIlílUlItHlliaHIlItiinrmiltíUIIIUlinmitUUIIt^
^^MMmunniKHaiHKtx'iMiiMDHHi iiiiHHiHiiiHtHmmiiinirmmOTu" ■iiiMHni|iin'i«"ii«<'<-MnMiiiiraiiuiiri«aw«iti«titiiHuiuiiiiiiniiiiiiHiitMiiMifMVM»«'^'^
CAPITULO XVIII
£q el campo rebelde. — Hoi.das dÍ8ÍdenciaH entre los jefes. — Desacuerdos entre los separatis-
tas.—Impresión de la nueva política en la manigua. — Exageraciones y cuentas fantásti-
cas y caprichosas de los periódicos filibusteros. — Un acto infame. — Noticias de Puerto
Príncipe. — Comienzo ile las operaciones en Oriente. — El general Pando en la Boca del
río Canto. — Salida del convoy tluvial. — Extraordinaria importancia de la operación. —
Avance de 55 kilómetro?. — Orden de las fuerzas — Los recursos del enemigo. — La re-
conquista del río Cauto. — Tres torpedos. — Combinación de columnas. — Rudo combate
en Laguna Itabos. — Nuestras bijas. — Raigi.s de heroitmo. — Sitio y ataque del fuerte
Guamo. — Heroísmo sin ejemplo. — Rísistentia inverosímil. — El heroico teniente Muru-
zabal.— La columna de auxilio. — ;Loor á los héroe»!
/■ ESDE Manzanillo nos futron comunicadas el día 7 no-
S»> ticiís, que nuestro informante cali£caba de positi-
vas, del cfirapo insurrecto. Estaba confitmado que exis-
tían hondas disidencias entre el generalísimo de los in-
VVi-\ •^^'^rectos cubanos, Máximo Gómtz y su lugarteniente mayor
^ly ¿'«^^'i^ Calixto García. Este quería la jefatura suprema, íun-
Ám dándose en que todos ks triunfos alcanzados por los rebeldes
^^ en la zona de Baytmo, eran debidos á su personal iniciativí.
Los paitidarics de Calixto García eran muchos, porque éste re-
presentaba el movimiento y la acometividad.
Como es natural, Mtximo Gómez no sólo se negtba á las preten-
ciones de García, sico que pretendía que éste pasase á Occidente á ñn
de librarse de la vecindad de un émulo peligroso.
221
También Calixto quería salir de Oriente y hacer una incursión á
las provincias centrales, donde confiaba alcanzar éxitos que le engran-
decieran; pero la gente que seguía áGircía se había negado resuelta-
mente á la expeiicióa, juzgándola arrisgadísima.
Llevaban los mamhises orientales muchos meses de pacífico domi-
nio en su comarca, sin más combates que los que les habían convenido
y alguno que otro obligado por las columnas de convoyes. Por esto se
negaban á obedecer las órdenes de Calixto García. Y como éste insis-
tiera, se produjo un movimiento sedicioso entre ellos y en pocos días
abandonaron la partida del cabecilla citado muchos rebeldes.
Para contener las deserciones de sus filas, tuvo el jefe de los insur-
rectos orientales que fusilar á ua titulado teniente .
Si esto era exacto, la insurrección presentaba en Oriente un as-
pecto parecido al que ofreciera en los tiempos en que Vicente García
logró apoderarse de Victoria de las Tunas, adquiriendo una gran pre-
ponderancia en el campo rebelde.
Bien hubiéramos querido que así fuera; pero es Calixto García
perro viejo, y no era fácil que dejase de recoidar lo que le costó á su
amigo Vicente García aquella aventura á que le llevaron sus ambi-
ciones.
Los aplausos de los orientales le hicieron soñar con la presidencia
de la fantástica República cubana y la jefatura suprema de aquel ejér-
cito, y tales ambiciones le llevaron á la conspiración primero y des-
pués á la total desmoralización de las fuarzas revolucionarias, murien-
do más tarde en sus manos la rebeldía iniciada en Yara.
Era natural que ocurriera lo que decía nuestro corresponsal: las
operaciones de Tunas y Guisa habían elevado entre los rebeldes la fi-
gura de Calixto García, pues al fin no en balde en la guerra obtiene
más personalidad el que más pelea; pero si no queríamos experimen-
tar nuevos desengaños, debía preocuparnos tanto la movilidad de
222
squé!, como el silencio del titulado generalísimo, pues al fin tal con-
ducta encsj aba dentro de su programa.
* *
No estaban de acuerdo los separatistas cubanos respecto de puntos
esenciales de conducta. Aún no había sido posible elegir al presiden-
te de la titulada República cubana.
La prensa de todo el mundo había dado como efectuado el nom-
bramiento de Méadez Capote para dicha presidencia, psro no era así.
En aquellos días se había designado á 21 delegados representantes que
habían de constituir la Asamblea soberana.
No estando conformes todas las voluntades en qu'en debía ser el
presidente da la futura República, se creía que en la reunión próxima
se decidiría que continuasen las cosas como estaban, es decir, ejercien-
do el gobierno la Asamblea susodicha.
Capote era simplemente un representante de esa Asamblea.
Máximo Gómez deseaba que Capote ocupase la presidencia, y el
no haberse realizado ya la elección, probó que el generalísimo no con-
taba entre los suyos con la omnímoda inílaencia que aquí se le atri-
buía.
La nueva política francamente liberal de España, es indudable que
había causado gran impresión en la manigua.
Los acérrimos partidarios de la independencia de Ja isla, y los que
por razones personales no podrían vivir nunca en paz dentro del nue-
vo régimen español, temían que la concesión de la autonomía pudiera
arrebatarles gente.
Muchos insurrectos estaban cansados de los peligros y de las incer-
tidumbres de su situación.
223
Aunque en el Camagüey y en Oriente tenían extensos cultivos,
mu'-ho ganado y poblados importantes en que dominaban á sus anchas,
por no haber llegado aún á ellos las columnas, verdaderamente los
rebeldes vivían mal y empezaban á sentir los efectos de la larga cam-
paña.
Juzgando la situación en el campo de la rebeldía, dijeron personas
autorizadas y conocedorss del terreno, que desde que desaparecieron
de la escena los hermanos Maceo, la guerra se había convertido en un
negocio para la mayo ia de los jefes rebeldes. Estos íc ocupaban prefe-
rentemente en especuleciones y negocios y realizaban enormes ganan-
cias, traficando en ganado, imponiendo tributos á las fincas rústicas,
cobrando impuestos y contribuciones y permitiendo la circulación de
trenes.
De esos ingresos, que ascendían á muy respetables cantidades, se
reservaban la mejor parte, y sólo dedicaban lo menos que podían á los
gastos de la guerra.
«No debe olvidarse, sin embargo,— advertía nuestro informante —
que ésta es aquí fácil y barata para el insurrecto mambí, y que no hay
que esperar que termine por la falta de medios materiales.»
Los periódicos que se publicaban en la manigua, obedeciendo todos
una consigna, publicaron las cuentas de los gastos que ocasionaba la
guerra ¿ la metrópoli y de los recursos con que contábamos, preten -
diendo demostrar que no podríamos continuar mucho tiempo la cam -
paña. loútil es decir que estos datos eran exagerados y caprichosos.
Súpose por un insurrecto presentado que tomó parte en el ataque
de Victoria de las Tunas, que los rebeldes tuvieron en él 25 muertos y
60 heridos.
Igualmente se tuvo conocimiento por la misma referencia de un
acto infame y desleal realizado por los insurrectos que se apoderaron
de las Tunas. Al segundo día de ataqúese pidió parlamento por los
224
sitiados y para celebrar la conferencia salió de la plaza el comandante -
militar.
Faltando á las leyes universales y á la lealtad que hasta entre sal-
vajes se guarda en casos tales, los rebeldes asesinaron á machetazos al
confiado jefe de la guarnición española.
Aseverando la infamia cometida por los libertadores de Cuba,
parece que escribió uno de los jefes rebeldes á su familifl, lo siguiente:
—«Nuestro éxito de las
Tunss ha sido empequeñe-
cido por el vil asesinato del
ce mandsnte militar de la pla-
za gansda. Estos hechos nos
deshonran ante el mundo.
Cartas de la provincia de
Pueito Principe confirmaban
que había allí divisiones muy
hondas ( rtie los rebeldes.
Las masas querían la pgz.
Ur es cuantos jefes se esfoiza ^, '/J^' 1 '■^' / I\
I
ban en evitarlo. Se esperaban
presentaciones numerosas.
El día 8 se acogieron á líEORO muerto por nuestras TROPAS
.... .... .c • , EN EL ATAQUE DE GUISA
indulto un titulado oficial y
33 rebeldes armados, á quie-
nes acompañaban 17 mujeres y 19 niños.
Después de dejar vencidas inmensas dificultades para la organiza-
ción de la campaña en Oriente, el día 7 comenzaron las operaciones
saliecdo de Manzanillo para Cauto Embarcadero, conJuciendo un con-
voy de provisiones, una fuerte columna al mando Jtl genei al Psndo.
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Bl^NCO 29
226
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* ♦
Tres días permaneció el general Pando con las fuerzas á sus órde-
nes acampado en la boca del río Cauto organizando, á fuerza de trtbajo
improbj, el convoy fluvial.
Concluido todo, empezó la marcha del convoy subiendo por el río
en grandes barcazas, precedidas y custodiadas por el cañonero «Depen-
diente». Por ambas orillas del Cauto iban dos columnas protegiendo la
navegación del convoy y mandadas, una por el coronel señor Tejeda y
otra por el coronel de ingenieros señor Bruna.
La operación revistió extraordinaria importancia, por cuanto tde-
diante ella quedó abierta de nuevo aquella vía de comunicación fluvial,
indispensable para aprovisionar y abastecer importantes poblados déla
cuenca del rio, que estaba cerrada y en poder del enemigo desde hacía
más de catorce meses.
Los preparativos constituyeron una faena laboriosa erizada de
enormes dificultades.
El general Pando trabajó con tanto celo como acierto en la organi-
zación del convoy, regresando á Manzanillo tan luego emprendió aquél
la navegación por el río, para seguir organizando las operaciones.
El día 10 se agregó á las fuerzas reconcentradas por dicho general,
el general Segura con el batallón de /imora, que inmediatamente re-
cibió instruccienes para salir á operar.
Desde el propio día lo al 14, la expedición fluvial avanzó rio arriba
55 kilómetros, llegando al lugar llamado (luamo, donde quedó parte
de las fuerzas para racionarse y descansar. Las demás columnas de ope-
raciones siguieron avanzando por ambas márgenes del Cauto.
227
Marchaban por el lío, al mando del coronel Bruna, las lanchas ca-
ñoneras Lince, Centinela, Dependiente y Guardián; los remolcadores
Eulalia, Peralejo y Pedro Pablo y- varias goletas cargadas de víveres y
de agua potable.
Dos compañías de ingenieros iban en esas naves y en varios botes,
encargadas de la difícil y peligrosa exploración, cuyas penalidades son
superiores á todo encomio. Dirigíanlas los capitanes señores Martínez
y González.
Por tierra iba una columna de i.ooo hombres al mando del coronel
Tejada, repartidos entre ambas orillas, operando 3»^ reconociendo exten-
sas zonas. En éstas se encontraron muchas viviendas de los rebelde?,
perfectamente abastecidas de cuaato es necerario para la vida, con
abundancia de ropas y calzado. También había mucho ganado vacuno,
y, en suma, recursos numerosos que se habían creado durante tanto
tiempo de indiferencia por parte de España y de sus representantes.
#
* *
No se trataba de la conducción de un convoy, como se dijo en un
principio, sino de una operación grande é importantísima: la recon-
quista del río Cauto, base indispensable de las operaciones en Oriente.
La expedición necesitaba avanzar poco á poco, por tener que su-
jetarse á la marcha lenta de los botes que iban á remo reconociendo el
río lleno de obstáculos.
Cuando llevaban dos di is de navegación en esas condiciones, fueron
hallados por los botes que practicaban reconocimientos, tres enormes
torpedos sujetos con alambre de orilla á orilla y con doble conductor
eléctrico.
El contenido de cada una de esas máquinas de destiucción era de
22rí
dos arrobas de dinamita. Llevadas á tierra con grandes precauciones
por el coronel Bruna, se los inutilizó.
Para calcular el efecto qu3 hubiera podido producir la explosión íi i
las precauciones que se habían tomado, el coronel Bruma hizo explotar
uno de ellos, y, á pesar de qu3 fué colocado^ á mucha distancia de lis
orillas del río, la explosióa fué tan formidable que produjo una con-
moción en todas las embarcaciones.
Recogióse también gran cantidad de alambre y muchas embarca-
ciones menores que utilizaban los rebeldes para atravesar el río.
Al salir la expedición ordenóse que la columna Segura siguiera
desde Manzanillo el rastro de Calixto García, y que la columna de Al-
dave fuera por las orillas á encontrar á aquella, después de racionar y
auxiliar á C uto Embarcadero y á Guamo, que se creía corrían peligro
de caer en po Jer del enemigo.
La columna Aldave salió de Cauto para Guamo el día 8, con los
batallones de Andalucía, Isabel la Católica, Álava y Asturias, el escua-
drón de Sagunto y des piezas de artilleiía; en total, 1.500 hombres.
Pocas horas después, en el sitio llamado Laguna Itabos, cerca de
Biyamas, se encontró al enemigo fuertemente atrincherado, siendo ne-
cesario forzar el paso.
El combate fué rudo y tremendo. Daró dos horas, sosteniéndole
principalmente el batallón de Álava.
La columna tuvo en ese combate las siguientes bajas:
Muertos, los capitanes don agustín Hidalgo y don José Garrido y
21 soldados.
Heridos, el médico don Vicente Bidía, los tenientes don Antonio
Larrcsa y don Eustaquio Escabroso y 93 soldados. Algunos de estos he-
ridos recibieron tres balazos.
Registráronse muchos episodios dignos del mayor elogio, mere-
ciéndolo muy singularmente tolo el batallón de Álava, cuya mejor
229
prueba de su comportamiento faé que de las bajas citadas le correspsn-
dieron 17 muertos y 54 heridos.
Se distinguieron muchísimo por su bizarría y heroísmo el coman •
dante don Luís Torrecilla, los capitanes don Miguel Cuadrado y don
Julio E.higüe y los tenientes don Diego Vega, don Manuel Alonso y
don Rafael Birranco. Todos fueron propuestos para el ascenso y se
mandó abrir una información y formar un expediente de recompensa
COLUMNA DEL CORONEL TEJEDA
extraordinaria para el médico don Vicente Bidía. Este bravo militar é
inteligente discípulo de Galeno curaba á los heridos en la vanguardia
sobre el mismo campo de batalla, en medio de un fuego terrible, ayu-
dándole con igual valor y serenidad el capellán don Francisco 0;aña,
que, con su estola ceñida, así prestaba los auxilios espirituales á los
moribundos, como compartía con el médico el trabajo de reconocer á
los heridos y hacerles las primeras curas.
Fueron tantos los distingu dos en aquella memorable acción, que
230
se pidió una recompensa para toda la columna. Eí-ta, después de em-
plear ua día entero en la curación de tantos heridos, siguió avanzando
hacia Guamo, á donde llegó al amanecer del día lo.
Allí se encontró con el episodio más grandioso de toda la guerra.
* ♦
Un pequeño fuerte de tablas, completamente destruido, era defen-
dido con uoa resistencia iaverosímil por su escasa y maltrecha guar-
nición.
Deploramos nuestra pobreza de medios de expresión, y quisiéra-
mos poseer la bien templada pluma de un Alarcón ó de un Galdós para
dar idea exacta de les sucesos admirables que en aquel estrecho recinto
S3 habían desarrollado y ocurrieron.
Los narraremos tal y como nos los refirió uno de los oficiales de la
columna Aldave.
Lo primero que hallaron dentro del fortín fué seis soldados muer
tos y 31 heridos.
El destacamento que lo guarnecía componíase de dos segundos te-
niente?, dos sargentos, cuatro cabos y 52 soldados del batallón de
Baza.
Habían estado sitiados once días, desde el 28 de Noviembre.
El primer cañonazo disparado por la columna Aldave contra la
numerosa fuerza rebelde que rodeaba el fuerte, hizo que cesara el sitio.
El enemigo huyó rápidamente.
El relato de la épica defensa del fuerte de Guamo, causa admira-
ción y nos enorgulleció como españoles.
El enemigo construyó en los primeros días de asedio trincheras
231
formidables que circundaban completamente el fortín y hacían imposi-
ble la salida de los sitiados.
En dos trincheras emplazaron- los rebeldes sendos cañones, á dos-
cientos metros del fuerte, y con ellos hicieron sobre éste ciento cin-
cuenta disparos.
Aunque no todas las granadas explotaron, es de calcular el efecto
que sus disparos causarían en un fuerte de tablas viejas y podridas.
El primer día de sitio una granada destruyó el depósito de víverer.
Los soldados, naetiéndose entre Iss tablas rotas y los escombros,
sólo lograron salvar un poco de tocino rancio, y éste fué su alimento
úaico durante los once días de asedio.
Otra bomba rompió la pipa de agua. Solo quedó una escasa canti-
dad de líquido, y los oficiales y soldados se vieron obligados á racio-
narse, no bebiendo sino medio cuartillo diario por persona.
A pesar de esta prudente economía, al cuarto día vieron agotada
completamente el agua potable. Los pobres soldados, padeciendo los
horrores de la sed, tuvieron que salir varias veces, desafiando el fuego
del enemigo, á tomar agua de una charca inmediata, en la cual se co-
rrompían varios cadáveres y estaba llena de inmundicias.
El día % acercóse al fuerte, enarbolando bandera de parlamento, un
titulado capitán rebelde, el cual hizo entrega al centinela que se pre-
sentó de una carta del jefe de las fuerzas sitiadoras al jefe del destaca-
mento sitiado.
La carta decía sustancialmente lo que sigue:
<>;... Toda resistencia es inútil. Contamos con medios de vencer. No
esperéis refuerzos; tenemos miles de hombres para cortarles el paso.
Además, tres columnas nuestras atacan simultáneamente otros tantos
pueblos.
>Como hombres de honor ofrecemos respetar vuestras vidas. Si no
aceptáis, esperad el exterminio. Vuestra defensa heroica justifica ahora
232
una capitulación honrosa. Vuestra temeraria terquedad justificaría
aquél.»
Al pie de la carta leíase esta firma; ^Brigadier, Carlos Garda
Véle^.»
Este titulado brigadier era el hijo de Calixto García, protegido del
gobierno español, y que ejerció mucho tiempo en Madrid la profesión
de dentista.
El comandante del fuerte de Guamo — y hora es ya de nombrar á
ese héroe admirable— don Francisco Muruzabal Ruano, contestó en el
acto á la intimación del jefe insurgente con estas sencillas y valientes
palabras:
«No nos entregamos mientras quede uno en pié.
>^Retíre£e pronto el parlamentario, porque va á seguir el fuego.»
Dísde aquel momento se reanudó el ataque con superior violencia.
Los rebeldes gritaban á los soldados:
— ¡No ser tontos! Amarren á su teniente, que está loco ¡Les pagare-
mos con centenes! ;No como España que solo paga con abonarés!
Los soldados contestaban, giitando entusiásticamente:
— ¡Viva nuestro teniente Muiuzabal! ¡Viva España! ¡Mueran los
traidores y filibusteros!
Al amanecer del día 3 el enemigo reanudó el fuego de cañón, para
proteger un avance desesperado, con objeto de estrechar más el cerco
del fue: te Dastruído éste, los soldados se refugiaron en el foso y allí
esperaban sin disparar sus fusiles á que se acercasen los asaltantes, para
entonces nacer fuego sobre seguro.
Los insurrectos avanzaban con gran valor y caían rodando heridos
233
ó muartos, á los certaros disparos de nuestros soldados. Algunos de
ellos llegaron hasta la alambrada que rodeaba el fuerte. En este deses •
p3rado atjque, en qu 3 los wawJ/5«" demostraron un valor temerario,
dejó el enemigo en los alrededores del fuette 29 cadáveres, entre ellos
el del titulado capitán que había llev. do la carta de intimación.
Los defensores del fuerte tu-
vieron también en este ataque
cinco muertos y once heridos.
Al anochecer hizo una salida
el bravo teniente don Valentía
Lasherosy Aliaga con ocho sol-
dados para practicar un recono-
cimiento y encontró y recogió
26 f asiles del enemigo, multitud
de efectos y una csji de cartu-
chos Maüsser, que los sitiados
utilizaron después en su de-
f nsa.
Cuando llegó la columna de
Aldave freote al fortín de Gua-
mo, adelantóse con el escuadrón
de Saguato el coronel señor
Andino, y á causa de usar este bizarro jefe perilla muy parecida á la
del cabecilla Rabí, los sitiados creyeron que faera éste y no un jefe del
ejército español.
Más como se acercaba en actitul pacífica, ios soldados, con esa no-
bleza característica en españoles y á pesar de creer qu ^ era un jefe ene-
migo, le gritaron:
—No se acerque, qu; di'^paramos.
D.spué; de muchos escrúpulos llegaron los sitiados á convencerse
Blanco 30
Junta autonomista
DOK JOSÉ A. DEL CUETO
234
de que el que se acercaba era verdaderamente un jtfe del tjército de la
patria. Pero aun fué necesaria otra prueba para acabar de convencerlos
y decidirlos á permitirle avanzai: fué preciso que el coronel Andino
enarbolase la bandera esptñola y que los soldados que le seguían gu-
iasen ¡Viva Espinal
* *
Cuando, al fin, estuvieron todos juntos, sitiados y salvadores, hubo
una escena conmovedor»; se abrazaban y se besaban unos á otros, dt.-
ban vivas á Espeña y refeiianse mutuamente las peiipecias terribles del
ataque y de los combates.
Los soldados pasearon en triunfo al heroico teniente Muruzabal,
un fornido navarro que fué á Cuba voluntariamente siendo saigentc.
A muchos de los soldados del escuadrón de Sagunto se les vio sal-
tar las lágrimas al contemplar el cuadro horrendo del fuerte destruido.
La columna Aldave, después desccorier á los sitiados proveyén-
doles de cuanto necesitaban, enterió 29 cadáveres de los rebeldes y uno
de un soldado.
Inmediatamente se envió á buscar dos cañoneros y otras embarca-
ciones menores para recoger y llevarse á los heridos á Manzanillo. El
médico stñor Lostda se dirigió al sitio donde se encontraban para rec-
tificar y practicar la cura.
En atención al heroico compoitf miento del bravo comandante del
fuerte de Guamo, teniente señor Muiuzabal, ordenóse abrir expediente
para concederle la cruz laureada de San Fernando, pidiéndose también
la mayor recompensa posible paia todcs los valientes defensores del
f jrtín.
235
L<i columna Aldave quedó acampada en las inmediaciones de Gua-
mo, donds el día i6 el enemigo tiroteó el campamento del batallón de
I -abel la Católica, resultando muerto un soldado y herido el capitán
don Bjldomjro LaportilJa.
¡Loor á los hé oes de aquellas épicas j imadas!
>^®4^^
^^^^ ^^^ ^^^ ^^^ ^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^i^^^^^^i^^-^^^^^^^^^^^^ ,^^^ ji^^^ ^^K j^^S ^^^ ^^K ^^^ F
CAPITULO XIX
PnebloB indtfenscp. — Naevo suceso lameotable.^Rubo y traición. — Encuentro en Las Deli-
ciac. — 0("i8ci(5n importante. — Toma del lampamento ri beldé de Bencito. — Sensibles
bajas. — Miieite del t- • ientí» coronel tenor Morentín. — El aeistente .\polo Sierre. — Esta-
dística fúnebre. — Oi'tinjismos oficiales. — Interesantes detalles de la toma de Quisa. — Los
prifcioneni-. — El í;f»if roí García. — ¡Viva F.Hpuña! — D. E. P.
CHo tiempo antes de que tcaecieran los tristísimos
y luctuosos sucesos de Victoria de las Tunas y de
Guisa, desde que los rtbeldes cubanos tenían arti-
llería, que debiera haberse pensado en transformar
' las obrss defensivas de los poblados que se hallaban en
¿ nuestro poder y estaban guarnecidcs por nuestras tropas.
( Las construidas basta la fe<;ha pertenecían, en su m&ytr par-
te, al tipo de Its que se h'cieron en la guerra pasada, y eran
todas ellas peifectemente irúiiUs.
Y no hablemos de las levantadas en algunos sitios bijo la dirección
de personas tan hales como ignorantes, porque esas eran más dañosas
que convenientes.
En do: años recibimos no sabemos cuantas dolorosas leccione* en
esta materia. Una sola de ellas hubiera bastado para enseñanza de cual-
quiera nación medianamente advertida. A nosotros no nos enseñaron
nada todas juntas.
237
Mirábamos la guerra como espectáculo, no como crisis dolorosa de
la nación. Venía el enemigo, sitiaba un pueblo, le tomaba después de
una heroica resistencia de los nuestros, y nos quedábamos tan satii fe-
chos contando entusiasmados las proezas y el heroísmo de los defdn
sores.
Ocurría otro sitio y otra toma; repetíase el entusiasmo nacional...
y hasta la siguiente.
Y si algún espíritu menos entusiasta y más dado á investigar el
por qué de las cosas, mostraba extrañeza, al punto le salía al paso la
ignorancia disfrazada de suficiencia, con la explicación de que esos
contratiempos y otros eran propios de las guerras especiales como la de
Cuba y, por tanto, inevitables.
Del entusiasmo pasábamos á la indiferencia, y de la indiferencia
al entusiasmo con maravillosa facilidad. Al análisis no llegábamos nun-
ca. ¡Analizar! ¿Para qué? El que analiza donde los demás se limitan á
sentir ó á no sentir, casi siempre llega á conclusiones desagradables .
Entonces es pesimista y nadie le hace caso. Si insiste, molesta, y acaba
por incurrir en el desagrado de todo el mundo, como un espectador que
interrumpe la función haciendo en voz alta la critica de la obra y de
los actores.
Queda, pues, el terreno libre al elogio ó á la censura sentimentales.
A la masa del público la mueve el lirismo nacional, superior á las ma-
yores caídas y á los más amargos desengaños. La gente de las localida-
dades de preferencia, los políticos de todos los matices y de todas las
categorías y órdenes de la sociedad que asistía á esa sangrienta repre-
sentación, se agitaba impulsada por los intereses; nada más que por los
intereses. Los amigos de la empresa (el Gobierno) eran la cljqiie, los
los enemigos, los morenos, los reventadores. Los unos decían siempre
bien, y los otros siempre mal, sucediera lo que iucediera. El éxito era
238
para ellos lo de meaos. Había quien por una jugada de B alsa ó por ur.a
cartera diera diez poblados de Cuba.
Esta es la verdad. ¿Daele? Qae duela. Más duele lo currido después.
*
Y precisamente porque pasaba y nadie lo remediaba ni parecía do-
leise de ello, iban nuestros asuntos como iban.
Al cabo de cerca de tres años estaba la campaña en el mismo estado
crítico del primer día. Iba acercándose á su término, que bu jno ó malo
no podía estar lejos, y aún no había salido del estado de preparación.
Aunque se había probado hacía mucho tiempo, que montando la
infantería nos ahorraríamos miles de vidas, seguía por montar; aunque
estaba averiguado que el traje de rayadillo era malo, no había otro;
aunque hacían falta hospitales y sanatorios, estaban por hacer; aunque
era doloroso que vías importantes como la de Cauto fuesen del enemigo,
lo eran, y nosotros seguíamos reduciendo nuestras operaciones activas
en más de la mitad de la isla á la conducción de convoyes, sabe Dos
con cuantos trabajos y pérdidas: y aunque la rebeldía tenía medios de
expugnación que nuestros fortines de ladrillo y madera no podían re
sistir, de madera y de ladrillo eran la mayor parte de los que defendían
los pueblos de la gran Antilla.
No hay de qué maravillarse. Aquí en lo que menos se había pen-
sado era en la guerra. Los de allá más habían atendido á las decoracio-
nes y á los efectos escénicos que al desempeñj de sus papeles; los de
acá, si eran del público de buena fé, aplaudían contentíiimos la muerte
de Maceo, y alguna otra escena patriótica; si eran de los otros, de los
qje no pagaban por entrar y además cobraban, silbaban ó aplaudían se-
gún consigna, ó según su conveniencia.
'239
Sólo asi se comprende que llovieran sobre nosotros las desventu-
rss y no diéramos señal de haber escarmentado. La pérdida de Victoiia
de las Tunas fue la prueba plena de la inutilidad de nuestros medios de
defensa contra la aitillería insurrecta. Debió pensarse en el peligro que
corrían Holguín, Bayamo, Jiguaní, Cauto, Guamo y otra porción de
importantes poblaciones expuestas á una acometida victoriosa. Tiempo
había habido en dos años para preparar la defensiva. Avisos no filiaron;
recordamos que en algunos periódicos de gran circulación fué tema
constante el llamar la atención hacia la peligrosa impunidad de que los
insurrectos gozaban en Oriente. El único resultado de aquellas excita-
ciones fué aquella rápida excursión por mar del general Weyler á las
costas de la provincia de Saut ago de Cuba, de la que no conocemos
otro fruto que la amenaza, verdaderamente taitarinesca, de la próxima
llegada de los cuarenta batallones fantásticos.
Lo que antes no se había hecho ni se hizo entonces, pudo hacerse
después. Más hubiera valido tarde que nunca. Pero no se hizo, y á la
desgracia ocurrida en las Tunas siguió la de Guisa, y hubiera seguido la
de Jiguaní, la de Guamo y la de la Caimanera, de no haber llegado
oportunamente en su auxilio las columnas de socorro, por las mismas
causas, es decir, por haberse preparado mejor para la ofensiva el ene-
migo que nosotros para la nueva fase de la campaña.
Los insurrectos tenían cañones de nueve centímetros y nosotros
fortines de ladrillo y palma ó de tablas podridas. Cuando iba sobre
ellos, los tomaba, después de vigorosa resistencia, eso sí, y los seguiría
tomando hasta que España se convenciera de que la guerra de Cubano
era drama á que asistíamos por afición ó por interés, ni menos aventura
caballeresca, sino problema que se había de resolver ea favor del que
mejor lo estudiase y preparara; y que si la que sosteníamos tenía solu-
ción adversa la habíamos de pagar á escote entre todos, caro y muy
pronto.
240
De otro lamentable suceso ocurrido en Caimanera de Guántanamo
el día 2. túvose noticia el 9 en la Habana.
El hecho, afortunadamente, no tuvo los caracteres de gravedad
que se le asignaron en !os
primeros momentos.
Red új ose el suceso á que,
en la madrugada de dicho
día, treinta rebaldes, en com-
binación con los voluntarios
que guarnecían uno de los
faertes, un oficial de volun-
tarios y dos empleados del
ferrocarril, llegaron con cau
tela al muelle, y una vez en
él se apoderaron de tres ca-
jas de caudales, de las doce
que había desembarcado el
vapor Moriera, destinadas al
habilitado de las escuadras y
guerrillas de Guántanamo.
Los rebeldes que penetra-
ron en la población, h estilizaron el cuartel de la guardia civil y saquea
ron una tienda.
Asi que la guarnición se enteró de lo que ocurría y se apercibió á
la defecsa, desaparecieron los rebeldes, en cuya ccmpañía se fueron el
cficiel y Hj voluntarios.
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Junta autonomista
DON RAFAEL FEKNANUKZ DE CASTRO
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Blanco 3 i
242
Los rebeldes no pudieron llevarse las restantes nueve cajas de cau-
dales, que dejaron en el muelle.
Da la refriega resultaron muertos un celador de policía y dos guar-
dias, y herido gravemente de cinco machetazos el teniente habilitado
de las escuadras de Guantáoamo, los cuales custodiaban las cajas de
caudales y fueron sorprendidos por el enemigo.
Las columnas combinadas que operaban en fa jurisdicción de Sanc-
ti Spiritus batieron y dispersaron en Las Delicias una partida rebalde.
Nuestras tropas ocuparon el campamento enemigo, el cual abando-
nó en el campo 25 muertos, armas, municiones y un botiquín de cam-
paña.
La columna tuvo dos soldados muertos y un oficial y trece de tro-
pa heridos.
El general González Parrado, operando con las fuerzas á sus órde-
nes sobre Caimán, en la costa Sur de la provincia de la Habana, reali-
zó el día 10 una operación importante, en la que intervinieron cuatro
columnas.
Una, al mando de los generales Parrado y Maroto, dio alcance á
un grupo rebelde de 50 hombres, á los que dispersó, causándoles bajas
y un mueito, cuyo cadáver quedó sobre el campo.
Noticiosa la columna de que cerca del lugar del combate tenían los
rebeldes un campamento, se dirigió al sitio indicado, y el campamento
enemigo fué tomado, sin resistencia, y destruido.
La columna del general Valderrama, en Perol, cerca de Caimán,
tomó otro campamento rebelde llamado de BencUo, que estaba fuerte-
mente atrincherado y defendido por más de doscientos insurgentes bien
armados.
El batallón de Otumba, que formaba parte de esa columna, en una
carga á la bayoneta brillantísima, se apoderó de tres órdenes de trin-
cheras, acometiendo de fr¿nte al enemigo que las defendía. El enemi-
go fué dispersado.
243
* *
La victoria costó á nuestros bravos muy sensibles bsjas.
Resultaron muertos el teniente coronel del citado batallón de
Otumba, don José Martínez de Morentín, y tres soldados, y heridos un
oficial y 17 soldados de caballería.
Otra columna, mandada por el comandante militar de Batabanó,
reconoció toda la costa Sur de la provincia de la Habana, apoyándole
en la operación la cañonera Guanidnamo, sin que tuviera novedad.
Los muertos de las columnas fueron conducidos á Batabanó y en-
terrados en aquel cementerio, con los honores de ordenanza. El desgra-
ciado teniente coronel de Otumba, señor Morentín, muerto al frente de
su batallón en el combate de Perol, dejó diez hijos, que vivían en Gua-
nabacoa.
Distinguióse mucho en la pelea el asistente Apolo Sierra, que en
lucha personal al tomar una de las trincheras mató á nn negro insu-
rrecto.
Los rebeldes dejaron en el campo nueve muertos, y retiraron mu-
chos heridos.
Una fuerte partida rebelde atacó nuevamente á Guamo, barrio ru-
ral perteneciente al término municipal de Bayamo, siendo rechazada
con muchas bajas, por las fuerzas de la guarnición.
Durante los diez primer is días del mes de Diciembre los rebeldes
tuvieron 113 muerto?, 35 prisioneros y 348 presentados.
Las tropas tuvieron que lamentar la muerte de un jefa y dos oficia-
les y las heridas de once oficiales y 1 10 soldados.
Circularon rumores, el día 10, por les centros de la villa y corte,
de carácter tan optimista, que nos inspiraron cierto recelo ptra no caer
en nuevos desengaños.
244
Estaban fundados en impresiones comuaicadas, según se dijo, por
el general Pando desde Manzanillo, y eran tan satisfactorios que hacían
creer en que la guerra en el Oria ate de Cuba iba á cambiar en breve
radicalmente y tambiéa en cuestión de días ofrecería un aspecto tan bo-
nancible, que habríamos de saltar de alegría.
Deseando como el que má; que se confirmasen tan halagüeñas espe-
ranzas, hubimos de ser muy discretos ea la apreciación, porque ya eran
muchos los chascos y desencantos experimentados.
Con felices augurios había venido eníreteniéndose á la opinión pú-
blica, pero los hechos no llegaban, y éstos serían los únicos que podrían
convencer á las gentes.
Por esto nos limitamos á consignar el rumor, sin hacer ninguna
clase de apreciación, ni adelantar los acontecimientos.
Noticias de los insurrectos, de origen autorizadísimo, trasmitidas
por correo por uno de nuestros colaboradores y corresponsales en el
teatro de la guerra, en operaciones en el departamento Oriental, nos
peí miten añadir algunos importantísimos é interesantes detalles al re-
lato que dejamos hecho en precedentes páginas de la toma de Guisa.
Estos detalles fueron suministrados verbamente á nuestro estimado ami-
go y colaborador por un titulado oficial insurrecto de los que tomaron
parte en el ataque de aquel poblado.
Rifirió este testigo de los tristes sucesos, queeldía27 de Noviembre
numerosas fuerzas rebeldes, al mando de los cabecillas Calixto García,
Rabí y Capote se aproximaron á Guisa. *
Llevaban varias piezas de artillería v un cañón de dinamita.
Construyeron espaldones para las baterías y al amanecer del día
28 empezaron el ataque, destruyendo á cañonazos las fortificaciones.
245
La guarnicióa de Guisa se replegó á la factoría, á la iglesia y á una
casa inmediata á ésta. Djsde estos sitios las tropas españolas hicieron
una tenaz y valerosa resistencia.
Cuando los rebeldes pudieron entrar en el poblado creyeron que
todo había concluido, pero vieron con sorpresa que las tropas seguían
defendiéndose en la torre heliográfica, en un fortín y en el cementerio
tan tenazmente que los invasores tuvieron que suspender el fuego de
cañón hasta el día siguiente.
Al amanecer del 29 un disparo del cañón de dinamita incendió la
factoría, obligando á abandonarla á los que habíanse refugiado en ella.
Entonces pudo apoderars3 el enemigo déla iglesia, del fortín inme-
diato al cementerio y de éste. Después intimaron la rendición á los bra
vos defensores de la torre heliográfica, ya medio destruida, terminando
así la ocupación total del pueblo.
£1 oficial rebelde á que nos referimos, elogió la bravura inverosímil
de nuestros soldados, añadiendo que las fuerzas insurrectas tuviero.1 15
muertos y 37 heridos, y las tropas 50 muertos.
Al retirarse del pueblo, ante la proximidad de la columna de auxi
lio, se llevaron al capitán don Rafael Ceballos Gavira, á los tenientes
don Antonio Vidal Fernández y don Manuel Castro Montes y 112 sol-
dados, de los cuales 30 iban heridos. También lo estaban el capitán Ce-
ballos y el teniente Vidal. Este ostentaba en su pecho la cruz laureada
de San Fernando, conquistada por su heroico comportamiento en la
defensa del poblado de AUagracia, siendo sargento en 1895.
Calixto García dijo que retenía á los prisioneros en lugar seguro,
porque habiendo puesto en libertad á los que cogió en Victoria de las
Tunas, éstos habían vuelto á hacer armas contra ellos.
La artillería enemiga hizo setenta y dos disparos con bombas de
dinamita, que destruyeron todas las casas del pueblo, haciéndolas sal-
tar en fragmentos.
246
El jefe de las fuerzas sitiadoras general García anunció á los sol-
dados españoles que respetaría sus vidas si se rendían, pero éstos contes-
taron con un ¡viva España!, y cincuenta murieron peleando heroica-
mente.
Dignos son de compasión y de gratitud imperecedera esos mártires
de la patria, héroes anónimos y víctimas inocentes de la traición de
unos y de los desaciertos y funestos errores de otros.
¡D. E. P.!
CAPITULO XX
Verdad amarga. — Argumento sin fuerza. —Pauta á la Marina. — Las Ordenanzas y la discipli-
na.— Las operaciones en Oriente. — Muerte del cabecilla Regino Alfonso.— Un bando de
interés. — Emcuentro en Río Seco y muerte del cabecilla Pitirri. — El cabecilla Collazo,
herido. — El general Pando reconquistando el Cauto. — Conferencias en favor de la asimi-
lación de los partidos liberales de Cuba. La fusión de reformistas y autonomistas. — EL
partido liberal autonomista. — Los constitucionales respetan y aceptan la legalidad.
ndaba muy acreditado, en aquella fecha, entreno pocos
españoles, el absurdo criterio de que lo patriótico en
nuestra contienda con los Estados Unidos era decir
blanco donde ellos dijeran negro y negro donde dije-
ran blanco. No es preciso esforzarse mucho para probar lo in-
fantil y candoroso del procedimiento. Basta advertir que una
vez conocido pudo, merced á él, el enemigo, obligarnos á pen-
sar y á hacer lo que le convino.
Pero con esas artes infantiles y con echarnos unos á otros la culpa
de lo que nos sucedía, como si no fuerajla ¡cosa más clara del mundo
que la teníamos todos, pretendíamos curarnos los males que ya enton-
ces padecíamos y los que más tarde se nos vinieron encima. ¡Grandes
remedios, en verdad, para tan rigorosas calamidades!
Nosotros estamos á cien leguas de aquella desatinada conducta y
tenemos la firme persuasión de que el concepto de nuestra conveniencia
debiera haberse sacado del conocimiento de la situación en que nos ha-
llábamos, en lo interior y en lo exterior, sin cuidarnos de la mayor
248
parte de las manifestaciones de nuestros enemigos, hechas muchas de
ellas para abusar de la inocencia de la nación española, cada día más
reconocida, porque apenas pasaba uno sin que la confirmasen, á loscjos
de los extraños, las burdas habilidades de nuestros caciques de pueblo
metidos á estadistas.
Es más. Creemos que hasta de esos mismos enemigos pudimos to-
mar lecciones y consejos que
nos fueran de gran provecho
para corregirnos y apercibirnos
á la defensa. A veces nos decían
amargas verde des que, declara-
das mentira por decirlas ellos,
según querían los patriotas con
andaderas, solo sirvieron para
nuestra vergüenza, pero que
aceptados como lo que eran, pu-
dieran haber aprovechado en
calidad do avisos útilísimos.
Así, por ejemplo, cuando
Mac Kinley aseguró que los cul-
pables dé que en Cuba hubie-
sen desembarcado más de se
senta expediciones filibusteras
éramos nosotros, que no habíamos cogido sino una, la más insignifi-
cante, hay que reconocer que estaba en lo cierto y dejarse de buscar
pretextos que justificasen ó siquiera explicasen nuestra torpeza, mejor
dicho, nuestra debilidad é impotencia.
Junta aiitnnomista
D. JOSÉ 8ILVERI0 JOBRIN
249
El argumento de que el Protocolo del 97 atábalas manos á los ma-
rinos españoles, carece por completo de fuerza ante personas serias. Si
ese Protocolo ncs colocaba en condiciones de inferioridad respecto de
los Estados Unidos, ¿por qué se firmó? Y si España le suscribió ¿le qué
se quejibs? Nos dejamos engañar por otro más listo, el cual nos echaba
en cara el engaño. No hibía más que dos remedios: ó valor para desha-
cer lo hecho, denunciando el Tratado, ó paciencia para soportarlo con
resignación. Las quejas son pue-
rilidades sin substancia y sin al-
cance y propias de mujjres ó de
niños, nunca de hombres.
Atados estábamos al co-
menzar la guerra, y aunque la
ligadura tenía cerca de veinte
años, parece que nadie se acor-
daba de ella. Es más, había mu-
chos que ni siquiera la cono-
cían. A ciegas fuimos á dar,
como siempre, por desgracia,
en el incidente del Alliance,
msgaífico pretexto que nos de-
paró la Providencia para reco-
brar la libertad de acción ó
paraabandonar la loca empresa
de sofocar una rebeldía en Cuba
sin medios de bloquear las costas de la isla y contando los rebeldes con
el amparo de la poderosa República norteamericana.
No hicimos lo uno ni lo otro: el señor Cánovas del Castillo, tan
vigoroso en las minucias de la política casera, de que era acabado pro-
ducto, como humilde y asustadizo, débil y medroso en las cuestiones
Blanco 32
Junta autonomista
DOS ELÍSEO FERBY
250
de fuera, á las que se sentía ageno, estrechó más el nudo que nos redu-
cía á la impotencia dando explicaciones vergonzosas c^n las cuales
quedaron completamente reconocidas las pretensiones de los yankees.
Y como las complecencias y adulaciones de Jos espíritus serviles
que le rodeaban, (ó de que se rodeaba) le habían desarioUado extraor-
dinariamente los impulsos avasalladores de la voluntad, quiso dar á la
Marina de guerra la pauta á que ésta habia de ajustar sus actos y envi<^,
en sustitución de ordenanzas, reglamentos y preceptos del derecho de
gentes, un discurso suyo, en el Congreso pronunciado, derogando todo
lo anterior.
i(r *
La nueva ley bf jada del Sinaí político fué acatada sin protesta
conocida, y desde entonces, de la misma suerte que eo pocos de los
barquichuelos comprados por el general B3ránger navegaban, á modo
de cestas, entre dos aguas, quedó la marina pegada á las costas cubanas,
ni acuática ni terrestre, y tanto de lo uno como de lo otro, es decir,
anfibia.
Sufiido aquello, no hubo más remedio que sufrir lo que desde
Washington nos dijeron. En nuestra mano estuvo evitarlo; pero r quí
donde las causas pequeñas producen los mayores cataclismos, las gran-
des, las inspiradas por un interés nacional, no mueven á nadie, ó á lo
sumo producen lamentaciones tardías que nada remedian.
No dudamos de la buena voluntad y del valor de nuestros marinos,
pero pensamos que la virtud de la resignación suelej ser pecado cuando
es mal empleada, y que la disciplina, equivocadamente entendida,
puede producir graves daños á una nación.
¿Hay Ordenanzas que obliguen á obedecer un discurso parlamen-
261
tario contra el servicio de la patria y del rey? ¿No las hay? Paes ea vez
de revolvernos contra Mac-Kinley y sus conciudadanos debiéramos ha-
ber procurado que no tuviera razón en adelante y debimos salir de la
vergonzosa situación en que á la fecha nos hallábamos ya, recobrando
el ejercicio de nuestra soberanía en las aguas de la gran Antilla.
* *
Las noticias del departamento Oriental transmitidas por telégrafo
del II al 12 le Diciembre probaron qu3 los directores, á la sazón, de la
campaña de Cuba se habían hecho cargo de la necesidad urgentísima de
combatir con energía á los rebeldes, que en aqualla parte d3 la isla do-
minaban en absoluto desde los comienzos de la insurrección.
Lo primero que allí había qu3 hacsr era lo que se estaba haciendo:
desembarazar el Cauto, importante vía de comunicación en pod;r del
enemigo hacía cerca de año y medio. El haberla dejado en sus manos
nos había im pedido racionar á Bayamo por otra vía que por la de tierra,
es decir, por Veguitas, á costa de grandes sacrificios de hombres y no
escasa pérdida de tiempo.
Los convoyes de Manzanillo á Bayamo habían enviado más gente
al hojpital que cuantas acciones de guerra había habido en O.iente,
desde Febrero del 95 hasta la facha, y había sido causa de sucesos tan
desgraciados como el combate sostenido por el general Rey contra
Calixto García y Rabí, en el paso del río Buey. La columna tuvo que
refugiarse en Baeyecito y á socorrerla fué otra de 3.000 hombres salida
de Manzanillo.
En custodiar convoyes habíamos gastado las escasas fuerzas que en
aquella parte de la provincia de Santiago de Cuba teníamos, y por eso
en dos años no se había perseguido poco ni mucho á las fuerzas insu-
252
rrectas que así habían podido organizarse á su antojo y engrosar con
elementos cuya presencia en ella parecería siempre inverosímil.
Paro abierta la vía del Cauto, facilitado el racionamiento de Baya -
mo y llegadas ya numerosas fuerzas de refaer-sos, cabía esperar que la
insolencia de los cabecillas orientales recibiera pronto y tj ampiar casti-
go, cesando al mismo tiempo el escándalo de la impunidad de que hasta
la fecha habían gozado para organizar á su modo el territorio de su
Cuba libre; escándalo que daba argumento á sus defensores en las Cá-
maras norteamericanas para declararles en condiciones de ser recono-
cidos^como beligerantes. ,
#
* *
Notorio era nuestro empeño en vencer la rebeldía por las armas.
Ni una sola ocasión hemos perdido de expresar nuestro convencimiento
de que estando éstas bien dirigidas venceríamos seguramente, y aunque
hasta la fecha no habíamos hallado, con gran pena nuestra, el ejecutor
de nuestro programa, y el tiempo y los esfuerzos perdidos colocaban
á Españi en situación harto desventajosa, seguíamos teniendo íi en la
acción militar, cunada con la política, si iban bien encaminadas y es-
taban bien dirigidas.
Y como creíamos que la clave del problema que la fuerza había de
resolver estaba en Oriente, y dentro del departamento Oriental, en la
zona comprendida entre el río Cauto, la sierra Maestra y el mar, con-
signamos nuestro apltuso por las operaciones emprendidas aquellos
días: ¿Porqué hemos de callar viendo al fin realizado algo de lo que
siempre habíamos pedido?
Nada más grato para nosotros que aprovechar esta ocasión de tri-
butar alabanzas, después de haber pasado por la amargura de escribir
tantas censuras, ni nada más conforme á nuestro deseo que llevar al-
guna consoladora esperanza al espíritu afligido por tantos desengaños.
253
¡Ojilá pudiéramos perseverar eu esta agradable tarea! Eatonces si
que las reformas políticas hubieran dado fruto, porqus nada fuera tan
eficaz para mover á nuestros enemigos á pedir la paz y aceptar las
concesiones hechas, que la persuasión de que por la guerra nada po-
drían conseguir.
*
♦ *
Faerzas de la columna volante que operaba en la provincia de
Matanzas, á las órdenes del general Molina, batieron el día 1 1 en la
loma del Pan, á un grupo de insurrectos, mandados por el cabecilla
Regiao Alfjnso.
Dispués de una lucha encarnizada y sangrienta, el enemigo aban-
donó el campo con pérdidas importantes.
Entre los muertos recogidos figuraba el citado cabecilla Alfonso,
que gozaba de gran prestigio entre los suyos.
Recogido el cadáver y llevado á Mitanzas para su identificación,
faé reconocido por gran número de personas.
El cabecilla Rsgino Alfonso fué en la provincia de Matanzas antes
de la gusrrá, un bandido de la laja de Mirabal, de Puerto Príncipe; de
Matagás, de la Ciénaga de Zapata; de Manuel García, de la Habana; y
de Perico Delgado, de Pmar del Río.
Cjmo éstos, estuvo encargado de mantener la perturbación roban-
do y secuestrando de acuerdo con los comités filibusteros de Cayo Hueso.
Regino A'fjnso estaba condenado en rebeldía á la última peaa. La
guerra le permitió morir en el campo de batalla como jefe de una fuer-
za del ejército libertador .
Con su muerte recobraría alguna tranquilidad la zona de Cárde-
nas, preferida por Regino Alfonso para sus fechorías.
254
En tal concepto tuvo doble importancia la desaparición de ese ban-
dido, para quien no rezaba ni podía rezar la política de clemencia.
Muerto ese bandido, quedaba en la jurisdicción de Cárdenas como
único cabecilla de algún prestigio N... R jjas, que en nadase parecía
al anterior, y como éste era hijo del jefe autonomista de aquella región,
era de creer que no se mantuviera en armas mucho tiempo.
El general Blanco dictó el día la un bando de gran interés, sus-
pendiendo los procedimientos ejecutivos para el cobro délos impuestos
municipales sobre las fincas rústicas y frutos y pertenencias da embar-
gos de derivados anteriores.
En ese bando se dictababan reglas para levantar los emba-gos que
pesaban sobre las fincas rústicas y su fruto, señalando un plazo de dos
meses para concertar los deudores y municipios la forma de pago, de-
jando á los gobernadores civiles la facultad de resolver en definitiva
los incidentes que por este concepto surgieran.
*
* *
En Río Seco (Habana) fuerzas locales batieron á uQ grupo de in-
surrectos capitaneados por el cabecilla Pitirri, al cual dieron muerte,
asi que á un titulado teniente y dos rebeldes más, resultando heridos
otros dos.
El cadávdr del conocido cabecilla fué recogido y llevado á Güine»,
en cuyo cementerio fué expuesto el día 12 para su identificación.
Como Pitirri fué el que unos meses antes logró entrar en Güines,
donde sus hordas saquearon tiendas y quemaron buen número de ca-
sas, era alli bastante conocido y fué fácil su identificación.
Es interesante el suceso que produjo la muerte de ese cabecilla se-
paratista.
El teniente don Francisco Sánchez, con diez volu itarios, tuvo con-
255
fidencJas de que Pitirri había establecido su campamento con un grupo
de los suyos en la finca denominada «Río seco» y se dispuso á batirle,
saliendo con aquel puñado de valientes en busca del enemigo.
Llegó al campamento enemigo burlando toda vigilancia de los re-
beldes, y tomó las precauciones necesarias para hacer difícil la huida.
Adoptadas estas precauciones y medidas, penetró solo en el cam-
pamento el bravo teniente Sánchez, sorprendiendo á Pitirri y los suyos,
quienes se aprestaron á la defensa en malas condiciones, porque de los
primeros mandobles cayeron muertos el citado cabecilla, un teniente
ayudante y dos insurrectos más, y herido el hermano de Pitirri, el cual
pudo huir en medio de la confusión general que se produjo.
Terminada la corta refriega, cargaron los bravos voluntarios con
el cadáver del autor de los saqueos é incendios de Güines y lo traslada-
ron á esta población para que no pudiera dudarse de su muerte.
Un insurrecto presentado dijo que en el encuentro ocurrido recien-
temente junto á la laguna de Caimán, fué herido el cabecilla Collazo,
y ampliando más tarde sus referencias añadió que las heridas eran gra-
ves y las tenía en el cuello y una pierna, habiéndoselas producido en el
combate de Bencito.
***
Continuaba el general Pando las operaciones emprendidas para
abrir la comunicación del río Cauto hasta el poblado de Cauto Embar-
cadero.
Los coroneles Bruna y Tejeda activaban los trabajos conducentes á
lograr ese resultado, esperándose que en brtve habríamos recobrado di-
cha importante vía fluvial, que estaba abandonada por completo á ia
insurrección.
256
Seguían llegando fuerzas á Oriente para acometer una enérgica
campaña en aquella región y acopiábanse municiones y aprovisiona-
mientos para subvenir á las necesidades de aquéllas.
A la sazón se vio patente y se reconoció la inconveniencia de haber
destruido los poblados de Yara, Zarzal, Cuevitas, Claras y otros que
eran puntos estratégicos.
Eq consonancia con este criterio no sería abandonado Bayamo.
Continuaba inspirando en
la Habana gran inteiés la polí-
tica local.
Ante la necesidad de apli-
car el nuevo régimen se acti
vaban los trabf jos para llegar
á soluciones que permitieran
constituir lo; organismos que
habían de servir de base á la
política autonomista.
A este efecto, conferencia-
ron separadamente el día 12
con el g jbernador general, los
jefes de esos partidos.
Como se mantuvieran to-
davía las resistencias de losie-
formistas para aceptar las pro-
posiciones que los autonomistas les habían hecho, el general Blanco
excitó al señor Rabell para que cesara la intransigencia, pues en el caso
de que se trataba ni debían ni podían los reformistas oponer obstáculos
á la obra necesaria de simpliñcar organismos locales.
El señor Rabell aceptó las indicaciones hechas por el gobernador
general y ofreció el concurso de sus amigos con el carácter de incondi-
Jitnta autonomista
D. RICARDO BELMONTE
257
GOLETA INSURRECTA HUYENDO Dü LA PERSEClJClUN DK UW UAÍÍÜNKRO
Blanco 33
258
cional apoyj á la primera autoridad de la isla, quedando en tal concep-
to hecha la fusión y denominándose en lo sucesivo el nuevo partido
liberal autonomista .
La conferencia del marqués de Apezteguía, jefe del partido de
Unión constitucional de Cuba, con el gobernador general tuvo tambiéa
importancia é interés.
Alejado del Gobierno el partido constitucional, importaba al gene
ral Blanco, como importaba á los autonomistas, conocer su actitud, da-
da la valiosa representación que tenían en la política del país.
El marqués de Apezteguía, una v£z establecida la legalidad, mani-
festó que no constituiría dificultad para el desarrollo de la nueva polí-
tica, pues españoles y patriotas sus correligionarios frente á un enemigo
común, estarían al lado siempre del que representara á España.
CAPITULO XXI
PatriotÍBmo tardío. — Estado y aspecto deplorable de la provincia de la Habana. — Las fuerzas
insurrectas y las del ejército. — Actividad en las operaciones. — Encuentro en Manacas. —
Batida y dispersión de las partidas de Collazo y Acea.— Noticia alarmante. — Rumords
inquietantes. — Confirmando la noticia.— Zozobra é impaciencias de la opinión. — La ges-
tión Ruíz. — Fenómenos de identidad. — Nuestros votos.
A c&mpBiña. de los guerrisias contist los Estados Uni-
dos porque intervenían en los asuntos de Cuba y
porque Mac Kinley había dicho en el Mensaje que
habíamos cometido brutalidades en la guerra arreció
un tanto aquellos días. El orfeón político que entonaba el can-
to bélico, compuesto de profesores procedentes de las más
desacreditadas murgas de nuestra desacreditadísima polític ,
esforzó aquellos días sus desentonadas voces pidiendo sangre
y exterminio en Cuba, en los Estados Unidos y donde quiera
que hubiese un enemigo de España.
Los manes de Fernando el Católico, Carlos V y Felipe II se extre-
mecieron de gozo pensando que la nación que rigieron estaba tan pode-
rosa como ellos la dejaron y que seguíamos siendo conquistadores de
dos mundos, terror del turco y admiración de Europa.
Grande fuera el asombro si, resucitando, hubieran visto á lo que
estábamos reducidos, pero mayor aún su dolor ó su cólera é indignación
260
contemplando la inmensa desproporción que había entre esas fieras
arrogancias y los medios de realizarlas; y cuando advirtiesen que los
que tan altaneros y belicosos se mostraban nunca trabajaron, ni pensa-
ron siquiera en trabajar por hacer de la enflaquecida patria una nación
fuerte, y que la empujaban á la guerra sólo porque vislumbraban en
ello un negocio político, es seguro qu2 de pura vergüenza se hubieran
vuelto á morir.
Años habían tenido por delante y materiales y poder sobrados para
organizar ejército colonial que excusase el envío de cientos de miles
soldados peninsulares á Ultramar y el gasto consiguiente; para cons-
truir en la gran Antilla ferrocarriles y caminos estratégicos y fundar
colonias militares en puntos convenientes; para organizar el ejército de
la Metrópoli y prepararlo á los posibles corflictos; para hacer una Ar-
mada en proporción con los intereses que teníamos que defender y con
los peligros que debíamos arrostrar; y para concebir y plantear un sis-
tema de política exterior faltos del cual no podíamos vivir sino como
hemos vivido, agonizando sin merecer siquiera de las demás naciones
un poco de compasión.
No hicieron nada de esto. No mostraron siquiera el deseo de ha-
cerlo, y, cuando la catástrofe se avecinaba, esos que tanta parte habían
tenido en ella vociferaban furiosamente, indignados como víctimas, en
vez de esconderse avergonzados como autores de tantas desventuras.
Profunda huella de tristeza dejó en nuestro ánimo el informe que
el día 15 de Diciembre nos remitió nuestro corresponsal en la Habana
sobre el estado y aspecto deplorable de aquella provincia.
Gran númeio de ingenios estaban parados, extensos cañaverales
261
destruidos y muchos potreros sin que se viera ea ellos una sola cabeza
de ganado. Da los primeros solo molían los llamados Josefita, Jobo y
Merceditas, Becerra, Torres, Flora, Providencia, Portugalete, Toledo
y Rosario, y en todos ellos la zafra era exigua por no haber podido cul-
tivar á tiempo los campos.
Las oparaciones de la recolección se habían hecho en condiciones
pésimas, no sólo porque esca-
seaban los braceros y tenían
que tomarse precauciones para
ir á los cortes, sino por la ca-
rencia de ganados para Jos
arrastres de la caña.
La población reconcentrada
era muy numerosa en la pro-
vincia. Pasaban de seienia mil
las personas que se hallaban en
esa situación, siendo mujeres
y niños en su mayoría, y todos
presentaban aspecto análogo al
que ofrecían los de Vuelta
Abajo.
En su beneficio hacía plausi-
bles esfuerzos la caridad públi-
ca y privada, y merced á esto se facilitaban ranchos nutritivos y se fun-
daban asilos para los huérfanos.
La despoblación producida por la guerra y las enfarmedades guar -
daban en aquella provincia proporción análoga á la ob¿ervada en la de
Pinar del Río.
Ei estado de la insurrección era en ella de gran quebranto.
Los rebeldes se encontraban sin caballos, fraccionados en pequeños
Junta aiifonomistii
DON ANTONIO GOVÍN Y TORRES
262
grupos, amparcdos en las lomas y ciénagas de la provincia, huyendo
de la persecución activísima de las columnas dirigidas por el bizarro é
infatigable general González Parrado.
El número de insurrectos armados se calculaba en i 500 y estaban
mandEdos por los cabecillas Juan Delgado, Jacinto Hernández, Nodarse,
Alejandro Rodiiguez, Arango, Aranguren, Cárdenas y Collazo.
Temerosos de que se realizasen Jas presentaciones anunciadas, eran
inspeccionados activamente por Mayía Rodríguez, á cuyas órdenes es-
taban todos.
Las fuerzas del ejército que allí operaban ascendían á 6.000 sóida
dos y guerrilleros, deducidos los enfermos y los que prestaban servicio
de guarnición.
Habiendo mejorado la alimentación del soldado, era más satisfacto-
ria también la salud de las tropas.
También resultaba en las operaciones una plausible actividad, que
había de producir resultados beneficiosos para incapacitar por completo
al enemigo decaído y desmoralizado.
*
* *
El coronel Delgado, con el batallón de Burgos, batió el día 12 en
Manacas á una partida rebelde fuertemente posicionada, á la que des
alojó de sus trincheras, persiguiéadola y dispersándola más tarde en
Mamoncillo, donde volvió á hacer resistencia, recogiendo en el campo
once muertos del enemigo.
La columna tuvo un muerto y tres heridos de tropa.
En la mañana del 14 el general Maroto, al frente de los escuadro-
nes de Borbón, encontró reunidas cerca de Alquizar, en la finca llama-
da Pj^, á las partidas que mandaban los cabecillas Collazo y Acea.
263
El enemigo tenía tomadas posiciones, de las que se le desalcjó, y
cuando se le hubo sacado al llano, cargó sobre él bizarramente uno de
los escuadrones de Borbón, mientras la guerrilla Peral le cortaba la re-
tirada.
Este movimiento envolvente ejecutado con una precisión admira-
ble, desconcertó á los rebaldes que, en su huida á la desbandada, fueron
acuchillados por los jinetes de Borbón, dejando en el campo 43 cadáve-
.res, 34 armas de fuego, 15 machetes y varias cajas de cartuchería.
Recogidos los muertos fueron trasladados al inmediato pueblo de
Aiquizar para su identificación y enterramiento.
Resultó gravemente herido el capitán don [osé Nogueras y murió
un soldado.
Con carácter reservado nos comunicaron el día 16 desde la Habana
una alarmante y delicada roticia que por discreción retrasó trasmitirla
nuestro corresponsal hasta saber que se había remitido ya por vía de
Cayo Hueso.
Circulaba por la capital el rumor de que el día 14 había salido para
un punto cercano, del que se hallaban posesionados los insurrectos, el
teniente coronel de ingenieros don Joaquín Ruíz.
El rumor público atribuía al viaje del señor Ruíz cierta importan-
cia, por suponerle relacionado con las gestiones que se venían realizan-
do para la presentación de algunos cabecillas.
Habíase dicho que Aranguren, aquel que detuvo el tren de Gua-
nabacoa y llevó presos á varios oficialas, estaba dispuesto á aceptar la
autonomía, y añadíase que el señor Ruíz fué al campo rebelde para avis-
tarse con dicho cabecilla.
Como había transcurrido tiempo bastante para que regresara de su
vipje aquel distinguido jefe de nuestro ejército y aun no había vuelto
ni se tenía noticia alguna de su paradero, habían comenzado á circular
rumores pesimistas, diciendo que el cabecilla Aranguren había rehusa-
264
do las proposiciones que el señor Ruíz le hiciera y detenido á éste, im-
pidiéndole regresar á la Habana.
Otros más alarmistas llegaron á anunciar que Aranguren había he-
cho prisionero al señor Ruíz y enviádole en calidad de tal á su jefe Mf-
yía Rodiíguez para que le aplicara el bando de Spotorno; «pero, á decir
verdad— advertía nuestro comunicante — todos estos rumores carecen
de verdadero fundamento, pues ni el tiempo transcurrido autoriza ver-
siones tan alarmantes ni es de creer que el señor Ruíz, conocedor como
pocos del país, por el mucho tiempo que lleva en la Habana y la íntima
relación en qu3 vive con todas las clases sociales, fuera al campamento
de Aranguren sin saber de antemano á qué atenerse».
* *
Al siguiente día recibimos de nuestro corresponsal en la Habana
un despacho confirmando los rumores alarmistas relacionados con el
viaje al campo rebelde del, teniente coronel señor Ruiz, ayudante del
general Blanco y director del acueducto de la Habana.
«Salió el lunes último (día 13)— decía el despacho — acompañado de
un práctico á conferenciar con el cabecilla Aranguren, quien se dice se
hallaba dispuesto á aceptar la autonomía y á realizar un acto de sumi-
sión al Gobierno de la metrópoli.»
Y añadía:
«A pesar de los días que han transcurrido nada se ha vuelto á sa-
ber del señor Ruíz ni del práctico, y comienza á temerse que les haya
ocurrido una desgracia, toda vez que el lugar señalado para la entre-
vista está muy cerca de la Habana... — A'...*'»
Por la noche algunos periódicos de Madrid hicieron pública la no-
ticia, que trasmitida por los corresponsales de provincias á sus raspee-
265
tivos diarios llevó á todos los ánimos la inquietud y la zozobra y dio
lugar á muchos comentarios la misión del ilustrado jefe de nuestro ejér-
cito y el riesgo á que se le había expuesto, teniendo en cuenta la acti-
tud intransigente del generalísimo y de algunos de sus partidarios y
secuaces.
No es para pasado en silencio el viaj j de un jefe del ejército espa-
ñol al campo de la rebeldía se -
piratista.
Los telegramas particulares
del dia jj acusaron completa
tranquilidad sobre particular
tan interesante, desmintiendo
los rumores alarmistas y anun -
ciando que se esperaba que por
la tarde llegase el señor Ruiz de
Campo Florido en el tren de
Matanzas, asegurándose á la
vez que estaba salvo y en liber-
tad y regresaría á la II ibana de
un momento á otro. Podemos,
por tanto, adelantar aquí nues-
tro prejuicio, aún antes de cono ■
cer el resultado de la gestión
Ruíz, sobre el alcance del acto realizado por el arriesgado jefe de inge-
nieros, qu3 mandaba también uno de los batallones de bomberos y diri-
gía las obras de Vento.
Por seguro tuvimos, desde luego, que no se trataba de una aventu-
ra realizada por el deseo de notoriedad, sino de una gestión seria, bien
meditada, no sólo por los momentos en que se realizaba, sino p>r la
calidad de la persona encargada de llevarla á cabo.
Blanco 34
^í;^.
Junta autonomista
DON MIGUEL MOYA
266
Aucque nirguca utilidad practica reporte ya, al juzgar este he-
cho, recordar el carácter de la nueva política inaugurada aquellos días
en la gran Antilla, ni hacer comparaciones con la que imperaba pocos
meses antes, ;i ncs parece de interés señalar algunas coincidencias entre
lo que á la fecha acontecía y lo que ocurrió en aquel período en que se
inició el de smcronf miento del edificio que pretendiera levantar Carlos
Manuel Céspedes con su grito en Jara.
#
* *
Hallábase á la sazón quebrantada la insurrcccfón en las provincias
occidentales, no sólo por el continuo pelear, siró porque la miseria y
las enfermedades se cebabín aún más en nuestros enemigos que en el
ejército leal, pues averiguado está que los que servían en el ejército li-
bertador no eran gentes consagradas por la absoluta inmunidad.
En tales condiciones la rebeldía, se inició una política que concedía
á Cuba la perscnalidid en téimicos que no concibieron los más ilusos
y paiecía existir sfén entre todos aquellos que contebsn á la fecha con
los resortes del poder paia atraer á la legalidad á las gentes que, más
por la ilusión de un triucfo inmediato que por la íé en las ideas, fueron
á pelear en la manigua por la independencia de la isla.
Circunstancias tan especiales obligaron á Máximo Gómez á ratifi-
car como dictador sus bandos rigorosos.
Temía sin duda el generalísimo: quizá sintiera cerca de su campa -
mentó los latdcs del descontento, los síttomas del cansencio, la inicia-
ción de un estado psrecido á aqvel ctro que le obligara er 1876 á aban-
donar Las Villas, donde fué víctima con Sanguily délas conspiraciones
y asechanzas de Msyo, jefe de losrevoItcío.«, ctbeza de les motines que
267
iaiciaron la desmoralización de la rebeldíi ya convertida en verdadera
anarquía revolucionaria.
Gómez á la sazón^ como Spotorno entonces, se previno contra la
vacilación, y reprodujo el bando que aqusl firmara en 3 ■) de Julio de
1875 en San Jasé de Guaycamanar, y cuya parte dispositiva era la si-
guiente:— <Lque sean tenidos y ju\gados como espías los individuos pro-
cedentes del campo enemigo que presenten de palabra ó por escrito pro-
posiciones de pa\ fundadas en base que no sea la independencia de Cuba».
D3 esta suerte logró imponerse Spotorno á la masa, pero no logró
someter á los j jfes á la disciplina, aunque Estrada Palma, en cumpli-
miento del bando, fasiló á Esteban da Varona y al práctico Castellanos.
La revolución ya desnaturalizada, fué rápidamente hacia la disolu-
ción, y ni los prestigios de Vicente García ni la tenacidad da Maceo lo-
graron contener la desbandada.
***
Con esos anteceientes; tratáadoss de la m'sma gente; habiendo
amenazado Gómez con el fusilamiento «á los que hicieran verbalmente
ó por escrito proposiciones que no estuvieran basadas en la independen-
cia» hubimos de ver en el viaja del teniente coronel don Joaquía Ruíz
un riesgo y una temeraria imprudencia.
Otros, más confiados ó menos conocedores de la deslealtad mambí,
vieron en aqual viaja un hecho importantísimo: el incumplimiento por
parte de Aranguren de las órdenes y bandos publicados por el jefe de
la revolución, ya qu; no era de creer que el señor Riíz le habiese visi-
nio por el gusto de pasar ua par de días con el cabacilla que tenía en
CDnstante amenaza á Guanabacoa y Campo Flori lo.
Como en la H ibana, sentimos todos aquí zjzobras por la suerte del
268
señor Ruíz: pero ea repaso nuestro espíritu, en vista de los tranquili -
zadores telegramas del día jy, seguros del regreso feliz del digno jefe de
ingenieros á la capital de la Antilla, gozamos natural satisfacción y
desechamos nuestros temores, esperando mejor impresionados el resul-
tado de la misión que se le confió, y haciendo votos por que esos fenó-
msnos de identidad entre la rebeldía al final de 1897 y la rebelión al
terminar el año 1877 se acentuasen en forma tal que permitieran al Go-
bierno acariciar los optimismos qae revelaba á toda hora y al país pen-
sar en la reconstitución de sus fuerzas morales y materiales.
"Hh4|h;^í>§sr'4~*-
A/uiuiu«iB-uiitHiaiiiiu..>ii)ijiiiiiiii .iHNiiiitiii iiiituKiiiiiitMumtiiuni.iiiiiNiiuiiniiiniuiMHt«.i>iiiHiitiiiiuHiniiuniiiuiuiiiuiniiuiiiiiriiiitiiiiniiiiiiiiiiiiiiiuii^
"§{«1— niut:i-'"HgWHiiíi.nimMtrt¿i '"MKiHnin "iHiiMiin 'khvh»*-' :iiinHiiniin í^'nnn'inn'iuinmtnm ^'»^ewi*«n""nBniiiilJt'nnaiw»*'»iiw=i«»" -y^
CAPITULO XXII
Indicios favorables. — Optimismos. — Rumor satisfactorio. — Episodio dramático. — El corazón
de nuestros soldados. — Dos niños extraídos de una sima. — La Hija del batallón de las
Navas. — Derrota de la partida del cabecilla líápoles. — Operaciones en Oriente. — Capta-
ra del cabecilla Villanueva. — Rudo combate en los Altos de San Francisco. — Ataque á
un convoy. — La columna del general Segura. — El enemigo batido y disperso. — Nuestras
bajas. — Llegada del convoy á su destino. — Buenas impresiones. — La zafra en la provincia
de Matanzas. — Noticias é impresiones. — Rumores y esperanzas. — Agitación en el campo
rebelde. — El cabecilla Villanueva. — Mejora el aspecto de la guerra y los valores públicos.
;■" OR multitud de datos é informes que aunque parecían
aislados guardaban entre sí una perfecta relación de
conjunto, echábase de ver que en aquellos días habíi
mejorado considerablemente el aspecto militar y poli ■
tico de la cuestión cubana.
No solían antes durar más de veinticuatro horas las im
presiones favorables j era cosa de rúbrica el que una mala
noticia se sucediese sin falta á una noticia satisfactoria.
Advertíase á la sszón una progresión constante en la se-
rie de los buenos efectos que augurado habían, y deseáramos todos, los
que siempre tuvieron fe ciega en las solucionas de libertad y de justi-
cia.
Lo que no habían hecho ni podían hacer los extractos remitidos
por telégrafo, principiaba á hacerlo el texto íntegro de los Estatutos co-
loniales.
270
La prensa de la Habana publicó el día i6 la Coastitución autonó-
mica de la isla, acogiendo con gran entusiasmo los decretos que fueron
aplaudidos por los liberales y recibidos con grandísimo júbilo por la
población cubana.
Su conocimiento suscitó en la grande Antilla algo mejor y más útil
que el legítimo entusiasmo de los partidarios del régimen liberal auto-
nómico. Produjo un rigoroso renacimiento de la confianza pública, y
devolvió la noción de la propia capacidad á muchos que casi por ente-
ro la habían perdido.
Eran allá muy numerosos los elementos que dudaban de la sinceri-
dad de España, y esa duda estaba fomentada y mantenida, no tanto por
los amigos exaltados, cuanto por los enemigos acérrimos de las refor-
mas.
Al patentizarse á los ojos de todos la verdad, ya no cabían ni pérfi -
das sugestiones ni malas inteligencias.
El país cubano pudo apreciar por sí mismo el alcance de la Cons
titución que le había otorgado la Metrópoli, y tenía en el representante
de éita el más digno y seguro fiador de que aquélla sería fiel y lealmente
cumplida.
Testimonio de su gratitud y del buen ánimo con que se aprestaba
á entrar en la vida nueva, fué la fusión de las agrupaciones liberales y
la aceptación de la legalidad común por la parte más desinteresada é
inteligente de las fuerzas conservadoras.
La feliz reacción operada en la política comenzaba á reflijarse en
el curso, ó, mejor todavía, en el estado de la guerra.
De las indicaciones contenidas en los telegramas del día 17 — xSe
comenta el movimiento de las partidas rebeldes alrededor de la Habana.
Los comentarios que se hacen son muy favorables á la causa de la au-
tonomía y de España. Si guarda mucha reserva, pero esperando impor-
taates y satisfactorios sucesos»— resulta que cierta versión propalada
271
a:iuellos días, y en la cual se entreveía un doloroso fracsso, podía, muy
al contrario, referirse á un buen suceso préximo.
*
* *
Simultáneamente con los horizontes de Filipinas, se aclaraban por
momentos los horizontes de Cuba.
Al ser conocida el día ló de Diciembre la consoladora noticia de la
pez y de la sumisión de los rebeldes tagalos en el Archipiélago de Le-
gazpi, se produjo en los espíritus una gran reacción, tan optimista, que
la gente se mostraba dispuesta á aceptar todo lo que fuera agradable.
Por esto se abrió camino un rumor muy satisfactorio relacipnado
con la guerra de Cuba.
Díjosequeel Gobierno había recibido algún despacho de la prime-
ra autoridad de la isla, en el que se anunciaba que en plazo breve se ve-
rificarían algunas presentaciones de importancia y hasta se añadió que
eran cuatro los cabecillas de significación que abandonarían la lucha,
reconociendo la legalidad.
Ya venía dic'éndose, desde hacíannos días, por gente de ordinario
bien informada, que personas de influencia entre ciertos elementos de
Cuba estaban realizando trabajos á fin de conseguir qne varios cabeci-
llas de prestigio y que mandaban núcleos impoi tantas depusieran las
armas y acataran la legalidad. Y estos rumores se acentuaron dicho día,
con motivo de las noticias sobre la pacificación de Filipinas.
A nosotros se nos informó desde el teatro de la guerra que, efecti-
vamente, se estaban haciendo trabajos en tal sentido y que uno de los
que ponían mayor empeño en ello era don Marcos García.
272
TambiéQ se nos comunicó que se confiaba en un buen éxito, pero
que este no se realizada hasta después de implantarse la autonomía,
cuando funcionase el gobierno in
sular.
Fundados ó ir fundados, esos ru-
mores y presentimientos se gene •
ralizaron y tomaron cada di\ más
cuerpo.
Cierto es, y con profundo dolor
lo reconocemos, que nos engañó y
engañó á cuantos opinaron como
nosotros, la intensidad del deseo:
pero fué por que consideramos
que es siempre ley que la buena
semilla dé buen fruto y que la
generosidad fecundice las tierras
y las almas esterilizadas por el
odio.
España había hech ? cuanto podía
hacer por su colonia; justo y de esperar era que la colonia hiciera
el resto, por si misma y por lamagnánima madre patria.
Junta nutonomista
DON JOSÉ DEL PEROJO
«
* *
La llegada al poblado de Los Palos, á raíz de la presentación de los
hermanos Cuervo y su partida, después de tres ó cuatro días de opera-
ciones, del batallón de las Navas, proporcionó á uno de nuestros corres-
ponsales en el teatro de la guerra, que fué allí á presenciar el primer
suceso de importancia acaecido en la presente campaña, que habla de
273
o
o
as
O
Se
izi
&
H
Q
O
Q
O
izi
Blanco S5
274
servir como de prólogo á la nueva obra iniciada con el cambio de poli
tica y de procedimientos en Cuba, ocasión de conocer uno de los episo-
dios más dramáticos de la última insurrección separatista, referido por
los jefes de dicho batallón, el teniente coronel señor lioate y el coman-
dante señor Ruiz.
A mediados del mes de Octubre anterior se encontraba la cuarta
compañía de Las Navas en un sitio llamado el Salto del Chivo, junto á
las lomas de Zapata, no muy lejos de Jaruco. Los soldados, que en el
campo no dt jibán sitio por reconocer, advirtieron que había allí en me-
dio del campamento una sima muy profanda; miraron, curiosearon,
quisieron ver lo que allí había, y en esta inquisición les sorprendió el
llanto de uii niño.
No fué necesario más; inmediatamente se buscó una cuerda, y con
ella atado, bajó al fondo del pozo un soldado, encontrándose un niño
de pocos años encima de cinco cadáveres de adultos. Hjrrorizado y con
el niño en brsz-^s salió el valeroso soldado de aquel pozo; el capitán de
la compañía recogió y se hizo cargo del niño, al que todos los soldados
se desvivían por acaiiciar.
Alguien tuvo la feliz idea de que se practicara un nuevo reconoci-
miento en aquella sima, por si quedaba algún otro ser viviente; bajó de
nuevo al fondo del pozo el mismo soldado y mirando más detenidamen-
te vio que poco más allá de los cinco cadáveres había una niña con vi
da, la cual al verle le habló, aunque con mucha dificultad.
—¿Me traes de comei?— le dijo.
Y el soldado, cogiéndola cariñosamente, se apresuró á salir de nue-
vo de allí, con la impaciencia de completar su obra humanitaria.
La niña representaba tener como unos cinco años de edad; la ane-
mia y los días ¡sabe Dios cuántos! que llevaba en tan horrible situación,
apenas le permitían hablar y parecía idiotizada.
No pudo saberse quiéoes fueran sus padres, ri de dónde procedían
275
aquellos inocentes seres, ni cómo habían caído en aquel abismo. Se su-
puso que caminando por allí, sin conocer el camino, cayeron en la si-
ma: irían todos, como iban los campesinos, errantes, sin hogar, sin re-
cursos, sin fuerzas ni para pedir limosna, huyendo de las tropas y de
los mambises, dejándose morir. Ellos, los adultos, no pudieion sobrevi-
vir al golpe de la caída y á su estado de agotamiento de faerzjs; á los
niños los conservó Dios para que pudiera recogerlos la mano cariñosa de
nuestros bondadosos y caritativos soldados.
Cuando al día siguiente fué conocido de todos el suceso, el n'ño ha-
bía muerto, y la niña, que á fuerza de cuidados vivia, fué prohijada por
el batallón de Las Navas.
El capitán de aquella compañía, don José Nestares, al marchar al
poco tiempo del suceso á la Península, quiso llevarse la niña, pero el
estado delicado de salud no lo permitió, y fué confiada al cuidado del
obispo de la Habana, hasta que se repusiera y pudiera entrar en un co-
legio por cuenta del batallón que le salvó la vida y la adoptó.
***
Sabedor el general Salcedo, que con la división de su mando ope-
raba en jurisdicción de Sancti Spíritus, de que el cabecilla Ñapóles con
su partida estaba en el Zaza, mandó á su encuentro al batallón de Ara-
piles.
El día i6, la pequeña columna de Arapiles encontró, en efecto, en
el potrero «Manguito» á la partida de Ñapóles, con la que empeñó rudo
combate, á pesar de la superioridad numérica de sus fuerzas.
Los soldados de Arapiles envolvieron y rodearon á los rebeldes ba-
tiéndolos y causándoles 35 muertos en un brillante ataque á la bayone-
ta, haciéndoles tres prisioneros y recogiendo 30 caballos, tres mulos, 15
276
moaturas, 26 armas de fuego, cartuchos, un botiquín y documentos im-
portantes.
El enemigo huyó á la disbandada, abandonando ea el campo de la
acción 24 cadáveres, 18 de los cuales tenían heridas de arma blanca.
La columna no tuvo más bajas que dos heridos leves y cuatro caba-
llos muertos.
El general Pando, con la división de su mando, había remontado
el río Cauto, creyéadose que había pasado ya de Guamo.
Continuaba la combinación para dejar libre aquella importante vía
fluvial.
Conforme remontaban el Cauto los barcos de guerra, avanzaban
las columnas que iban por ambas orillas del río.
El díi 13 salió de Manzanillo el general Segura para realizar una
importante operación, en la que tomaron parte 4.000 hombres, forma-
dos por los batallones de Zimora, Colón, Alcántara y Vizcaya, y cua-
tro piezas de artillería.
Un escuadrón de Villaviciosa batió cerca de Manguito, en la pro-
vincia de la Habana, á la partiia de Juan De'gado, que al huir dejó en
poder de nuestros soldados cinco muertos con armas, cuatro caballos,
un botiquín y tres prisioneros, uno de ellos el cabecilla de aquella zona
titulado teniente coronel Cándido Villanueva, importante en la co-
marca.
Las tropas tuvieron un oficial contuso y dos soldados heridos.
**»
Al realizar el general Segura, con las fuerzas á sus órdenes, laope
ración anunciada, que consistió en la conducción y custodia de un im-
portante convoy de víveres y mu liciones de Vegaitas á Biyamo, en-
contró en los Altos de San Francisco (Manzanillo) á una numerosa par»
I
277
tida rebalde que le esperaba fuerte y ventajosamente posicionada, y que
hostilizó al convoy, pretendiendo cortarle el paso.
El batallón de Alcántara sostuvo el fuego y atacó de frente, mien-
tras el resto de la columna, flanqueando la derecha del enemigo, trabó
ua sangriento combate y arrolló á las fuerzas enemigas, desalojándolas
de sus posiciones y obligándolas á retirarse en dispersión.
La lucha fué muy empeñada y tenacísima la resistencia que opusie-
ron los rebeldes, los cuales abandonaron en el campo siete muertos, ar-
mas y municiones, logrando retirar durante la acción otras muchas ba-
jas, cuyo número exacto no pudo averiguarse.
Mandaba las partidas el cabecilla Liens.
La columna tuvo siete muertos de tropa; heridos graves el médico
don EnriquJ Gavaldá, segundo teniente del batallón de Colón don José
Alicart y 22 soldados, y leves el capitán de Colón don Felipe García,
segundo teniente de Alcántara don Ildefonso Puigdengola y seis de
tropa, tres caballos muertos y cinco heridos.
Se distinguieron en el combate el comandante del batallón de Co-
lón, don Federico Piez, y los tenientes don C destino García, don José
Alicart y don Francisco Cuevas.
El ganeral Segura recomendó en el pjrte oficial de la acción al co-
ronel señor Tovar, que mandaba la vanguardia.
Dispersado el enemigo, continuó avanzando la columna hacia Ba-
yamo, á donde llegó sin encontrar nueva resistencia.
***
Mejoraban de día en día las impresiones de la guerra.
En muchos ingenios se trabajaba con actividad y se esperaba que
pudiera realizarse una buena zafra.
Siendo, como era, la zafra la base de la vida económica de Cuba,
278
importaba mucho á la sazón cuanto á este asunto se lefería, y por ello
nos complace poder agregar á los datos que sobre la provincia de la Ha-
bana df jamos consignados los que posteriormente nos comunicaron
respecto de la de Matanzas.
Molían si comenzar la última decena del mes de Diciembre en di-
cha provincia los ingenios si-
guientes.
Sania Filomena, de Soler;
Socorro, de Arenal; La Cata
lina, de Hidegger; Dolores, de
Rosell ; Enfalde , de Broch ;
Arrutía y Carmen, de Alexan-
dei ; Intrépido, de Leandro So-
lei ; Concepción, de Díaz y Joyo;
Atrevido, de Peralta y Melga-
res; y Diana, de Baró.
Estaban preparados para
romper molienda Álava, de Zu •
lueta; España, de Romero Ro
bledo; Coliseo, de Amblard,
Las Antillas y otros.
En el término de Navajas
había varias fincas donde habían
empezado los cortes decaña, en cuya faena se empleaba gran número de
los que estaban reconcentrados en los pueblos, con cuyo solo hecho ha-
bía mejorado mucho la situación de los guajiros que se veían en la im-
posibilidad de trabajar.
Otro tanto acontecía en la jurisdicción de Cárdenas.
La provincia de Matanzas recobraba de esta suerte gran parte de
las íueizas materiales y morales que había perdido en los dos últimos
Juiíla autonomista
. KLÍ-<En OIBF.RGA
I
♦
279
años de guerra, influyendo poderosamente también en el mejoramiento
de la salud pública.
En efecto, las noticias de Cuba y las impresiones que unos á otros
se comunicaban en aquellos días, eran mejores que las trasmitidas en
los anteriores.
Leyendo los militares conocedores de la gran Aatilla el despacho
oficial que en la mañana del día i8 recibió el ministro de la Guerra, re-
ferente á la sorpresa de la partida de Ñapóles y dando cuenta de las
operaciones de la semana, dedujeron que nuestras tropas habían hecho
una hábil sorpresa al enemigo, lo cual suponía que contábamos con es-
pías del país y qu3 esto podía favorecer bastante la acción militar.
Por otra parte, súpose que el Gobierno había tenido confirmación
del despacho publicado por un diario de Madrid, sobre el regreso á la
Habana del teniente coronel de ingenieros don Joaquín Ruíz, que había
estado, en efecto, en el campo enemigo.
En la Bolsa circuló también esta noticia, relacionada con otros su-
cesos, que hicieron subir los valores.
* *
Según. las noticias de personas que podían estar bien informadas,
después de la excursión realizada por el señor Ruíz, el cabecilla
Aranguren había mandado reconcentrar las fuerzas enemigas que esta-
ban en la provincia de la Habana, y se suponía que tenía el propósito
de presentarse á indulto con los parciales que tenía bajo su mando.
Otro rumor circuló el propio día i8: el de encontrarse enfermos
Máximo Gómez y Calixto García; pero sin conocerse el origen de esta
versión.
Los ministeriales dijeron que el general Banco había dado cuenta
al Gobierno de las gestiones que se realizaban en diversos puntos de
280
la isla para obtener la sumisión de varios cabecillas que se mostraban
dispuestos á acatar la legalidad, en vista de las reformas publicadas y
cuyo texto íntegro conocían ya.
Esto, unido á la mayor actividad que se había dado á las operacio-
nes de guerra desde hacía poco tiempo, era causa de que muchos rebel-
des mostrasen deseos de cesar en una lucha estéril que no les reportaba
más que sinsabores y desengaños.
Por estas razones se supuso que no transcurriría mucho tiempo sin
que depusieran las armas algunos cabecillas, con las gentes que les
seguían.
En el campo rebelde reinaba una gran agitación. Algunos cabeci-
llas daban órdenes severísimas para evitar presentaciones en masa de
las partidas.
Con tal motivo se temían sensibles desgracias. Esto era una prueba
de cuánto temían los cabecillas la corriente de paz, que cada día era
más poderosa en el campo de la rebelión.
El cabecilla apresado Villanueva declaró que crecía la división en-
tre los insurrectos, semejante á la que hubo antes del pacto del Zanjón.
En los círculos políticos se dijo el referido día i8:
«Los vientos han cambiado de cuadrante y ya era hora que mejora-
se el aspecto de la guerra de Cuba.»
Sin duda estas alegrías fueron la causa de que mejorasen en Bolsa
las cotizaciones de los valores públicos.
CAPITULO XXIII
Buenos síntomas. — ¡Ya era tiempo! — La prensa cubana. — Detalles interesantes. — El batalldn
de San QuÍLtín. — Operación combinada. — Ataque y toma del campamento de «El Mogo-
te».— La rebelión en la provincia de Matanzas. — Situación difícil. — Las fuerzas del ejér-
cito.— General convicción. — La salud del soldado. — Los reconcentrados. — La despobla-
ción.— El trágico suceso de Campo Florido. — Alevoso asesinato del teniente coronel don
Joaquín Ruiz. — Ansiedad é impaciencia en la opinión. — El jefe español y el cabecilla
Aranguren. — Intranquilidad en la Habana. — El crimen. — Dolorofa consternación. — Por
la patria y por la paz. — En honor del mártir de la redención de Cuba.
-MPOsiBLE, á la fecha, juzgar la obra del ilustre general
Blanco; pero séanos lícito consignar que el estado de
la guerra presentaba señales de mejoría. La primera
ventaja lograda fué el desvanecimiento de la comedia
( licial de la pacificación de las provincias occidentales: come-
dia que, además de hab^r quitado á España la conciencia de su
verdadera situación, nos acreditó de torpes y de embusteros á
(^ ios ojos de los gobiernos de las demás naciones, muy bien en-
^ tarados de la verdad por sus cónsules y llenos de asombro de
nuestro empeño en engañarnos y de engañarles.
Sabíamos, al fin, que en Pinar del Río quedaban al salir de la isla
el general Weyler unos 9. coa insurrectos, 3 000 en la Habana y otros
^s.ooo entre Matanzas y Las Villas, Sabíamos también que en el Ca ■
magüíy y en Oriente, donde la rebeldía estaba intacta, hsbía unos
12.000 hombres, bien armados y provistos de abundantes recursos.
BlANCX) 38
282
La segunda ventfja fué la de mf jorar la comida del soldado, orgii-
nizar los servicios sanitarios y dar á las operaciones, últimamente casi
del todo paralizadas, un vigor que desde hacía tiempo no tenían.
De ahí, de que nuestras tropas se me vían poco y mal, nació la ilu-
sión de la escasez de fuerzas enemigfs. Sólo donde éitas tomaban la
ofensiva se conocía su txistercia, como sucedía en Santiago de Cuba,
región dominada por los insurrectos que en masas de cuatro ó seis mil
FUENTE EN LAS AFUERAS DEL POBLADO DE CEtBA DEL AGUA (Habana)
hombres, con cañones y toda suerte de impedimenta, habían podido
apoderarse de Victoria de las Tunas, amenazar á Holguín y caer sobre
Guisa y rendirla.
Da algunos días á la fecha observábase en las operaciones un cam -
bio radical, que vimos con gusto. La ofensiva era nuestra en todas par-
tes. En la Habana y en Las Villas, la caballería, bien manijada, había
hecho numerosas bajas á les matnbises. Nuestras columnas habían lo-
grado al fin el contacto con íl antes invisible semi- fantást co Máximo
Góm(z. El cabecilla González, que operaba á las inmediatas ordenes del
28Í
generalísimo, había sido batido, dejando en el campo buen número de
muertos. La línea de Cauto volvía á ser nuestra al cabo de año y medio
de perdida; Guisa había sido reconquistada á los pocos días de perdida;
el general Sigura había llegado á Biyamo con un convoy importante,
sin grandes dificultades, y 4.000 hombres iban á operar por aquellas
abandonadas comarcas orientales contra Calixto García y Ribí.
¡Ya era tiempo!
Nada de eso era decisivo, de sobra lo sabemos. Aúa quedaba lo más
per hacer; paro lo hecho fué algo, mucho, en comparación de lo que
antes se hiciera. Del campo rebelde llegaban noticias que descubrían la
desunión de los principales cabecillas, el cansancio y desaliento de bue-
na parte de ellos y la desconfianza de unos hacia otros.
Lossíntomas eran buenos. ¿Porqué no los hemos de consigiar aquí?
Ante ellos, el espíritu patrio abrióse á la esperanza, y el país puso su
confianza en las dotes políticas y militares del general á quien España
había encomendado la pacifi :ación de la perla antillana.
*
Las noticias de la prensa insu'ar llegada en el correo del 19 alcan-
zaba hasta el 29 de Noviembre, y, aunque casi todos los encuentros de
que daba cuenta, habíin siio adelantados por el telégrafo y los deja-
mos señalados en precedentes páginas, encontramos, sin embargo, tn
ellas algunos detalles interesantes, que, seguramente, leerán con gusto
nuestros lectores.
Al medio día del 24 de Noviembre se presentó al comandante mi-
litar de Artemisa, coronel señor Antenor Daelo, un negro rebelde lla-
mado José Chile, sin armas y completamente desnudo, manifestando
expoLtáneamente qje había estado siempre con el prefecto Bernabé
284
Muñ(íz en lo más intrincado de la loma del I. glesito; que en !a última
operación realizada en las lomas por el coronel señor Roca, el cual hizo
prisioneros á la mujer é hijos de prefecto "i^Xíñíz, éste fué moitalmente
herido, muriendo á las pocas horas.
Las medidas adoptadas por el general Blanco para remediar la mi*
seria entre los reconcentrados iban produciendo excelentes resultados.
Un espectáculo sorprendente y conmovedor— escribía i La Lucha
su corresponsal en Artemisa— se presecció ayer en este pueblo al ver
repartir por las autoridades, á los reconcentrados imposibilitados y er.-
íermos, 900 raciones de arroz, galleta, sal y azúcar. El hambre queda
conjurada con la aplicación del benéfico bando del general Blanco.
El día 4 de Noviembre fué atacado el poblado de San Andrés por
fuerzas insurrectas.
El prestigioso y bizarro general Luque, en previsión de un ataque,
habia reforzado el destacamento que guarnecía el poblado con una com
pañía del regimiento de la Habana, al mando del valiente capitán señor
Camarero, y este bizarro militar después de defenderse con energía y
valor, sin que le arredrara el peligro ni la superiorided de las fuerzas
enemigas, hizo una salida de la plaza con las tropas de que pudo dispo
ner, rechazando al enemigo y persiguiéndole hasta más dedos kilóme-
tros de la población.
Los rebeldes abandonaron en la huida dos muertos, y el destacamer -
to tuvo que lamentar la herida del bravo capitán señor Sanz y las de
siete individuos de tropa.
El incansable batallón de Mallorca, á las órdenes del teniente coro-
nel señor Cortils, ocupó el día iS los ingenios Mapos, San Fernando y
Natividad.
Al efectuar dicha ocupación sostuvo fuego con el enemigo, al cual
sorprendió, haciendo prisionero al titulado sargento insurrecto Ventura
Lara, con armas y caballos.
285
Después de doce leguas de marcha, realizada por el teniente coro-
nel de Camajuaní, señor Altolaguirre, con una sección de sus escuadro-
nes y otra del regimiento del Piíncipe, en la que reconoció á Qaems-
dos Nuevos, Viajacas, Sabanas de Tibizial, Hortelano y Cerrojo, siguió
con i6 movilizados, pié á tierra, un rastro enemigo, al que encontró en
el monte Gavilán, batiendo un grupo y matando al titulado sargento
Fernando Pineda, cuyo cadáver fué recogido y enterrado por la tropa.
Además hizo prisioneros al titulado capitán Desiderio Nuñez y á Juan
Pineda, ambos armados.
* *
El coronel don Pío Esteban, combinando los batallones de Valla -
dolid, San Quintín y San Marcial, salió á practicar extensos reconocí -
mientes en persecución del enemigo, encontrando y batiendo á la par-
tida de Varona en Arroyo del Agua, Hoyo Binito y Qailla Enjarano,
haciéndole dos muertos, cogiendo nueve armas de fuego, cinco mache-
tes, un botiquín, dos mulos y cinco caballos, teniendo la columna en
su totalidad, un muerto y seis de tropa heridos.
El día i8 salió el primer batallón del regimiento de Sin Qjintír,
formando parte de la columna del distinguido coronel don Pío Este-
ban, en combinación con los otros batallones de Valladoiid y San Mar-
cial, á practicar nuívos reconocimientos y tomar el célebre punto de-
nominado «El MogDte», de la ^Mz7/a de Bajarano, ocupado, según ;e
supo después, por las partidas de los cabecillas Varona, Pancho, Perr-
za y Julián Gallo.
El día 21 fué el designado para el ataque y toma del referido cam-
pamento de «El Mogote».
A la hora y media de marcha de la columna, rompió el fuego la
primera avanzada enemiga, compuesta de 30 á 40 rebeldes, cuyo fuego
286
fué contestado en el acto y cjn gran acierto por la compañía de van-
guardia, que fué hostilizada tambiéa por el núcleo enem'go desde su
campamento de «El Mogote», cuyo punto dominaba el campo de la
acción.
Mientras sostenían sendo y nutrido fuego avanzada y vanguardia,
la columna continuó la marcha haciendo fuego tambiéa sobre el cam-
pamento, hasta que llegada ya muy cerca del punto objeto de la ope
ración, se mandó tocar ataqua y sj emprendió la subida, que fué muy
penosa y sumamente difícil para nuestros valientes soldados, por las
pésimas condiciones del terreno, formado todo él por «dientes de
perro» y la falta absoluta de camino, pudié adose al fin coronar la cum-
bre del monte, á cuya altura se le calculan och;nta metros próxima-
mente", y desde la cual ss despeñaron en su huida algu ios insurrectos.
La bizarra columna hizo al enemigo once muertos vistos, entre
ellos un titulado capitán, quj declaró antes de espirar llamarse José
María de la Toiriente, cuyo cargo desempeñaba en la partida de Varo-
na, segúa nombramiento que tenía en su poder y que se le ocupó, con
una cartera grande de botiquín bien provista de medicamento.', reco-
giéndose también tres fusiles y una tercerola Rimington, 300 cartu-
chos del mismo sistema, un revolver de reglamento, dos mulos y cua-
tro caballos, hacieado prisioneras, además, á las pardas Fermina Rive-
ra y Justa Sáez, coa tres hijos pequiños cada una. Posesionada la co-
lumna del campamento, se destruyeron veinte y seis bohíos y se
cogieron muchas viandas.
La columna sólo tuvo un muerto y dos soldados heri los.
***
Como en las provincias de Pinar del Rio y de la Habana, procura-
mos conocer en la de Matanzas el verdalero estado de la guerra, lo-
287
gracdo ver confirmadas las impresiones que ya se nos habían ccmuni-
cado por el cable.
La insurrección estaba en aquella comarca más que quebrantad?,
y casi podía asegurarse que era un hecho la pecificsción, puesto que
el número de rebeldes, según los datos más autorizados y compulsados
debidamente, no pasaban de trescientos, sin que llegasen á la mitad
de éstos los que tecían armas de fuego.
Su situación era dificilísims: carecían de caballos, de ropas y do
medicinas, y se encontraban refugiados por el Norte, en las lomas ra-
madas Pan de Matanzas y Camarioca, y al Sur, en la Ciénaga de Zapa-
ta. Desde estos puntos se destacaban pequeños grupos que merodeaban
por los pueblos y fincas más inmediatas.
Desde que desapareciera el cabacilla Lacret, por haber pasado al
Camsgüey, habían muerto varios de los jsfes más significados, y sólo
quedaban á la fecha algunos de escasa importancia y representación.
El mando superior de las partidas lo ejercía el cabecilla Betancourt, y
le seguían otros llamados García, Gómez, Rojas y Gallego.
Las fuerzas del ejército que operaban en toda la provincia ascen-
dían á unos seis mil hombres, la mitad de ellos pertenecientes al ejér-
cito, y la otra mitad eran guerrilleros y voluntarios movilizados qu3
operaban divididos en pequeñas columnas.
Era geceial el convencimiento deque la total pacificación de Ma-
tanzas se realizaría inmediatamente, pues en rigor, cruzando por el
íerrocarril de Jovellanos á Cárdena?, de este punto á Colón y desde M i-
tanzas á Colón por la línea de Sabanill?, atravesando Unión de Reyrs,
Navajas, Corral Falso y Guareiras, no se veían señales de guerra, como
no fueran las huellas dejadas por los anteriores incendios de finc.s y
cañaverales.
Los teléfonos que unían algunos de los ingenios, el telégrafo ofi-
cial y el de las empresas ferroviarias, funcionaban con normalidad.
288
Ea toda la provincia había gran confianza en las condiciones del
comandante general señor Molina.
En los llanos de Matanzas se ofrecía el cuadro del trabajo por los
cortes en los cañaverales y el humo que despedían las chimeneas de los
ingenios, calculándose que en toda la provincia podía hacerse una zafra
que oscilase entre 150 y 200.000 toneladas de szúcar, pues molían ya
los principales ingenios y se propo-
nían moler hasta 23 de los enclava-
dos en aquella rica zona.
Las condiciones de salud del sol-
dado habían mejorado, y los enfer-
mos ni ofrecían aspecto tan triste ni
los había en tanto número como
en otras provincias.
Los reconcentrados se hallaban
en sensible situación, á pesar de
los nobles esfuerzos del gobernador h
y alcaldes. Según el último censo,
tenía la provincia 260.000 habitan-
tes, llegando á 100.000 los concen-
trados, de los que habían muerto
20.000; emigraron ó se dedicaron á
diversos trabajos 18.000, y quedaban en aquella situación 6a. 000, de
los cuales eran niños 24.000 y mujeres 21.000.
Ea el Registro civil se consignaban muchos muertos por miseria.
El día 18 de Diciembre hubo en la capital 41 defunciones, sin registrar-
se ningún nacimiento. Estas cifras acusan por sí solas el grado que al-
canzaba la despoblación.
8R. MARTÍNEZ MORENTÍN
Teniente coronel
*
• *
289
Aún después de leer el telegrama que en la mañana del 20 recibi-
mos de la Habana, dándonos cuenta de la trágica muerte del teniente
coronel don Joaquín Ruiz y noticia del alevoso suceso de Campo Flo-
rido, nos resistíamos á creer en el luctuoso accidente ocurrido al que
creíamos ya en salvo de su arriesgada misión al campo rebelde, según
■«í!^''
DESCANSO DE UNA SECCIÓN DE GUERRILLEROS
nos comunicara dos días antes el cable y habíase afirmado en algunos
centros oficiales.
Pero no era ya posible la duda respecto del trágico fin de tan bi-
zarro cuanto ilustrado y pundonoroso jefe de nuestro ejército. El te-
niente coronel de ingenieros don Joaquín Ruíz había sido alevosamen-
te macheteado por los sicarios del cabecilla Aranguren; había sido vil-
mente asesinado por las salvajes hordas del separatismo. Asesinado, si.
Lo dijo la prensa francesa, antes que la misma prensa española, como
lo repitióla de todo el mundo culto y civilizado. Ni el carácter sagrado
BlancX) 87
290
de parlamentario, de emisario de la bienhechora paz, niel haberse pre-
sentado en el campo insurrecto de uniforme y 5Ín escolta alguna, libra-
ronde la irí;ua sentercia ó del alevoso crimen á aquel varón esforzado
y nobilísimo, víctima de su amor á la patria; de su caballerosidad é hi-
dalguía.
El acto de feroz salvajismo cometido por las hordas que se llama-
ban libertadoras de Cuba, asesinando villanamente á un jefe del ejér-
cito español que acudía á la cita dada por un cabecilla, con la conñan-
za y lealtad de quienes tienen el concepto debido del honor, levantó en
todas partes acentos de indignación y frases de protesta en nombre de
la civilización y de la justicia.
¡Y para esos asesinos no tuvo su patrocinador Mac-Kinley en su
MensEJe presidencial, ni una sola frase de censural
La opinión y la prensa del mundo civilizado reflejó el hoiror pro-
ducido por esa traición inicua y cobarde, de la cual se avergonzaran las
tribus más feroces y salvajes.
*
♦ *
«—¿Habrá muerto? ¿Habrá logrado salvarse?» — De boca en boca
corrieron estas preguntas por toda España desde que se tuvo la prime-
ra noticia del vis je del señor Ruíz al campo de la rebelión y de su tar-
danza en regresar á la capital de la isla, y la angustia con que las gen-
tes se hacían esas interrogaciones, echó como una tétrica nube, nuncio
de tempestad, sobre el contento que coincidiendo con la fatal noticia
vino á iluminar en aquellos mismos días todos los ánimos nobles y to-
das las buenas voluntades.
«- ¿Se habrá salvado el emisario de la paz? ¿Lo habrán fusilado,
efectivamente, los inaii¡btses?,—ae preguntaban con un resto de espe-
ranza los optimistas, aún después de haber lefio los telegramas que
291
publicó la prensa dando cuenta del trágico fin del bravo jefe y del
hombre de honor que quiso morir en aras de la patria.
El día 13 de Diciembre salió de la Habana el teniente coronel señor
Ruíz por Campo Florido, en dirección del punto en que se encontraba
acampada la partida del cabecilla Aranguren. Pretendía el señor Ruíz
influir en el ánimo del jefe separatista, de quien era amigo y á quien
tuvo empleado en las obras del acueducto de la Habana, de que era di-
rector, para que se presentase á indulto, aceptando la autonomía y aca-
tando la legalidad. Sin duda tenía el confiado y valeroso jefe militar
antecedentes que le permitían esperar una solución satisfactoria en sus
gestiones.
Iba el señor Ruíz de uniforme para que se viera que procedía con
lealtad, y le acompañaban dos prácticos muy conocedores del terrero.
Con anterioridad había escrito á Aranguren pidiéndole una entre-
vista, á lo que parece, sin especificar el objeto de ella. Contestó Aran-
guren aceptando la conferencia y señalando el lugar en que debía ve-
rificarse.
Acudió Ruíz al sitio señalado, pero no lo hizo el cabecilla.
Ignórase por qué medios el teniente coronel señor Ruíz obtuvo del
jefe separatista una nueva cita. Algunos dijeron que á la nueva misiva
de aquél, contestó el cabecilla díciéndole:
«Si desea Vd. tener una entrevista conmigo para tratar déla inde-
pendencia de Cuba ó de algún otro asunto, como amigo le espero
á Vd. y le recibiré con gusto, pero si viene Vd. con otra misión por
amor de Dios le pido que no se presente.»
A esto parece que el bravo militar obJ3tó que Aranguren tenía
buen corazón y confiaba en poderle convencer y llevarle á la Habana.
En vista de la inexplicable y poco tranquilizadora tardanza en el
regreso á la capital del emisario de la paz, y ante los insistentes rumo-
res que corrían acerca de la suerte que había corrido y los fundados te-
292
mores qu3 comenzó á inspirar la carencia absoluta de noticias sobre su
paradero, en la mañana del 17 salieron para Campo Florido en busca
de la partida de Aranguren, el señor Tosca, funcionario del consulado
de los Estados Unidos y el joven cubano don Juan Manuel Chacón,
muy conocedor del terreno, provistos de un salvo conducto del gene-
ral Blanco para que las tropas españolas no los detuvieran y de una
carta del cónsul Lee para Aranguren, en la que pedía el representante
de los Estados Unidos al cabecilla que, como favor especial, entregase
á los emisarios al teniente coronel Ruíz.
#
* *
Los emisarios señores Tosca y Chacón regresaron de Campo Flori-
do á la Habana, el siguiente día 19.
Dijeron que el día anterior llegaron á Campo Florido, donde ha-
blaron con e|l comandante militar, el cual les facilitó un práctico y con
él emprendieron la marcha en busca de la partida de. Aranguren encon-
trando á tres leguas las avanzadas.
Los jefes de estas fuerzas rebeldes refirieron á los emisarios tjue, en
efecto, el teniente coronel Ruíz había llegado al campamento, donde le
esperaba el cabecilla Aranguren con una escolta de doce hombres.
El jefe y el cabecilla se abrazaron afectuosamente como correspon-
de á antiguos amigos, é inmediatamente después el teniente coronel
Ruíz arengó á las fuerzas rebeldes, diciéndoles que una vez concedida á
Cuba la autonomía por el gobierno de la nación no tenia ya razón de
ser la guerra, y les excitó á que le siguieran para entrar con él en la
Habana, donde serian recibidos como hermanos, sin que les esperase
el menor castigo, sino el perdón que se concedía á todos los que se pre-
sentaban á indulto.
Paro las gentes de Aranguren no habían sido preparadas por este,
293
y al ver á Ruíz vestido de unifjrtne y al escu:lnr da su5 labios el obje-
to del viaje y sus propósitos y proposición se arrojaron sobre él mache-
te en'mano y lo asesinaron cobarde y alevosamsnte, si a qie su jafe pu-
diera ó tratara de impedirlo.
La triste noticia causó dolorosa
consternación y general indignación
en la Habana.
El día 20, por la mañana, salieron
de la Habana un batallón y dos es-
cuadrones para recorrer y practicar
reconocimientos en el término de
Campo Florido en averiguación del
paradero y en busca del cadáver del
desgraciado teniente coronel señor
Ruíz.
Se aseguró que uno de los emisa-
rios enviados á salvar á éste, dijo
con referencia á los rebeldes, que
TENIENTE CORONEL DE INGENIEROS
D. JOAQUÍN RUiz ^stos pusieron sobre la tierra que cu-
bría el cadáver uaa cruz y en ella la
siguiente inscripción:
«Aquí yace el teniente coronel español Joaquín Raíz, muerto al ve-
nir á implantar la autonomía en el campo cubano.»
La trágica y alevosa muerte del malogrado teniente coronel señor
Ruíz absorbió durante varios días la atención de todo el mundo.
* «
294
Agigantada por una trágica muerte, aun parece más noble, más
simpática y más hecha para la historia, la figura del gran soldado y del
gran patricio que selló con su sangre el amor á España y á Cuba.
Sus muchos conocimiantos, sus aptitudes oratorias, su capacidad
militar, sus méritos de hombre de ciencia y sus prendas de hombre de
mundo, le habían granjeado en la Habana una alta posición y un en-
vidiable prestigio.
Toio lo ofreció y lo sacrificó con sencillez heroica; no como quien
realiza á la vista del público una ostentosa hazaña, sino como quien de-
vuelve á la patria lo que en depósito ha recibido de ella.
Solo, á cara y pecho descubiertos, y vistiendo el honroso uniforme
para que nadie dudase de su leallad, se fué al campo de los insurrectos
á procurar la concordia, brindando el ramo de olivo, y pagó sumagaa-
nimidad con la vida.
Pero sucumbió con tanta grandeza como en el más épico de los
combates en el campo de batalla.
El magnánimo teniente coronel don Joaquín Ruíz fué la primera
víctima de la paz y de seguro aceptó su misión con la sonrisa en los la-
bios, seguro de que al sucumbir cooperaba á la terminación de la guerra.
Debemos llorarle, más no con desesperación, porque su noble acto
de patriotismo honró á España y su sangre selló la hidalguía castellana,
sino con orgullo y con amor, porque hombres de tal temple de alma
enaltecen á la nación que los tuvo por hijos.
Cumpliónos, si, vengarle escarmentando á sus asesinos, y de esto
se encargaron, y lo cumplieron comí buenos, nuestros valientes solda-
dos, y debemos honrarle haciendo imperecedera su memoria y rindiendo
justo tributo y merecido homenaje á su magaánimo sacrificio en aras del
bien de la patiia y de su cariño á Cuba.
Cúmplenos, aún cuando la fatalidad hizo infecundo su generoso y
heroico sacrificio, á los españoles de la Península y de Cuba erigirle un
295
morutnento en el lugar más visible y más céntrico de la capital de la
Metrópoli.
No pongamos tasa al duelo nacional por la pérdida del soldado y
ciudadano ilustre que sucumbió como un héroe y como un mártir; pero
tampoco la pongamos al entusiasmo, á la gratitud y al orgullo con que
debemos enaltecer su memoria.
Sirvió á la patria con toda su vida, y tal influjo está destinado á
ejercer su noble sacrificio en la conciencia universal que aun continua-
rá sirviéadola después de muerto.
¡Cuántos le lloraron, le lloran aún, y le Uorarárl Sus acciones no-
bles, desinteresadas, generosas, son incontables. Su corazón, que era
grande, muy grande, no se detenía jamás ante ninguna clase de obstá-
culos por insuperables que fueran, sino, antes al contrario, le solicita-
ban los rieígos de toda situación difícil, y le enamoraban los peligros
de todo lo que paiecía imposible de lograr. Allí donde había que luchar
ó que padecer por una causa que creyera justa, allí estaba Ruíz desa-
fiándolo todo con el denuedo de su decisión y de su conciencia honrada.
jAh! Ya se vio en su trágico fin, cómo iba á la muerte, sereno, tranqui-
lo, confiado en su pasión vehementísima por cuanto pudiera labrar la
felicidad de su patria.
Murió como quien era y como había vivido: víctima de un genero-
so impulso de su carácter. El, que era todo espíritu de tolerancia y de
amor, cuánto había padecido con los odios de la guerra fratricida, con
aquel doloroso espectáculo en que unos á otros los hermanos se devo-
raban.
Sí. Dibeser uno de los primeros actos del Gobierno y de las Cáma-
ras, una vez firmada definitivamente la paz, la erección de una estatua
al teniente coronel de ingenieros dor Joaquín Ruíz, de inolvidable me-
moria para la sociedad española. Un monumento que recuerde impere-
cederamente á través de los siglos, á un español que se inmoló por el
296
bien de su patrie, al que con £u maitiiio aspiró á sentar los primeros y
sólidos fundímentcs de la paz en la ingrata y rebelde Cuba.
¡Consternación en la Habana, fflicción hondísima en España ente-
ra, grito de protesta universal en todo el mundo civilizado y en todo
espíritu culto y cristiano causó el alevoso asesinato del heroico soldado
de la patria, cometido con ultraje de todos los derechos de un parlamen-
tario, con criminal violación de la inmunidad sagrada del que tremola
bandera de paz y es portador del ramo de olivo! ¡Una página dolorosí-
sima[más que añadir á la horrenda historia de las guerras civiles, afren-
ta de la humanidad! ¡Ua mártir del ideal de paz, de libertad, de reden-
ción de la isla de. Cuba, un máitir glorioso, sacrificado por las brutales
órdenes del condottiere dominicano Miíximo Gómez, de ese soldado
mercenario de la rebeldía separatista, traidor á España, de ese que aspi-
raba á regenerar matando y destruyendo un país que no era el suyo!
El duelo experimentado en la Habana lo causó la muerte, ¡hermo-
sa muerte! de uno de los más bravos é inteligent.s jefes del heroico ejér-
cito español; lo causó la pérdida de una persona idolatrada por toda la
sociedad cubana.
¡Gloiia y loor eternos al bravo soldado de la patria, al noble é ilus-
tre patricio, al varón insigne y esforzado, al hombre de honor que tan
magnánimamente se sacrificó y supo morir en aras de la Madre patria!
'i^ 11— iiBiii iininn iniiiii --- riniiNiHniTt"iiHniimin,iK«tvi^i^''iiiiiiHiiiiiiii -"iTi'""tHi^>iMiMiiuiiii -i«miiiii-"iiiiiitfiiiiiiitiii«iiiHmiimi*m*-<^)V
CAPITULO XXIV
La verdadera situación. — Peor que estábamos no habíamos de estar. — Operaciones y encuen-
tros.— Presentaciones. — Gestiones para la paz. — La campaña. — La rebelión en Las Villas.
— Fuerzas insurrectas. — Su organización.— Cabecillas importantes. — Contra la zafra. — Or-
denes del generalísimo. — En la trocha. — Confidencias no confirmadas — Visita é impre-
siones.— La zafra en Las Villas. — La cosecha de tabaco. — Los reconcentrados. — Cifras
desconsoladoras. — La mortalidad en Santa Clara. — Política de atracción. — Esperanzas.
XAMiNEMOs serenamente la realidad, en lo que ala cuestión
üe Cuba se refiere, á fin de que falsos movimientos del
ánimo no turben nnestro juicio.
Un trágico acontecimiento, el asesinato del bizarro
y meiitísimo teniente coronel de ingenieros don Joaquín Ruíz,
^ impresionó al pueblo español profundamente. Las condiciones
de la vida moderna dejan en inferiorilad visible á todo aquel
^h¡^ que no se levanta sobre el estado emocional. Aunque tenga fa-
cultades superiores cualquiera que se limita á sentir, mientras otro pien-
sa, lleva todas las probabilidades de perder.
Hjmos sido partidarios de la autonomía, por considerarla como el
pago de una deuda contraíJa con nuestros h ármanos de Cuba, y como el
único medio de llegar más brevemente á la pacificación de aquel peda-
zo de nuestro territorio patrio, que tantos sacrificios en dinero y sangre
nos estaba costando. Mis, auique no lo hubiéramos sido, lo hecho una
vez, hecho está y respetado debe ser hasta por sus contrarios, mientras
Blanco 38
298
no se vea de une menera evidente y definitiva la ineficacia de la medi-
da; y, por lo mismo, no reconocemos tarea más triste que la de agravar
con críticas inoportunas lo ya ejecutado y consumado en Cuba, impi-
diendo que gei minase y prosperase lo que en el fondo de ello, en poco
ó en mucho, pudiera haber de bueno y útil.
CABECILLA ARANGUREN
Sin espíritu alguno de secta, sin nirgún interés político que no
fuera el de la conveniencia nacional, asistimos á la implantación de la
nueva política en Cuba y hemos aplaudido que el Gobierno liberal
cumpliera su pr( grima; porque las primeras de las condiciones exigi-
bles de un partido que se enceiga de la gobernación del Estado, son las
de formalidad, consecuencia y lealtad.
299
Mis, no porque fuéramos partidarios de la concesión de la autono-
mía á nuestras Antillas creímos nunca, y así lo hímos consignado en
más de una de las páginas de esta nuestra Reseña, que la autonomía
fuese la vara de Moisés, que con sólo tocar la roca hacía brotar de ésta
abundante manantial. Y además la peña de Horeb sabíamos que era
más blanda que el corazón de los aventureros directores de la insurrec-
ción de Cuba.
*
* *
Dos aspectos, señalados antes de ahora, presentaba á nuestros ojos
la autonomía, y por los cuiles se nos figura qu3 enf jcó el asunto la in-
mensa mayoría del pueblo españil: uno el de restar alguna fuerza á la
rebeldía, otro el de deshacer, en el ánim d de Europa, la leyenda de
nuestra dureza y nuestra crueldad y dejar sin pretexto y á plena luz la
política artera de los Estados Unidos ante el muado civilizado.
Lo segundo pareció hiberse conseguido. No hay sino leer la prensa
de los diversos pueblos europeos para apreciar por su lenguaje que és-
tos veían claramente la cuestión y ponían de nuestro lado sus simpatías.
Lo primero había de ser obra más dificil y de más tiempo.
Se hizo, sin embargo, una observación, la cual es de innegable
fuerza. Cuando á medidas extremas y reprochables por lo feroces acu-
dían los jefes del separatismo para contener la desbandada de su gente,
señal era de que veían á éita inclinada á aceptar la legalidad. Da otro
modo aquéllos no apelaran á recursos que les deshonraban y les atraían
el horror y la aversión de todas las conciencias justas y honradas.
Hasta periódicos muy extraños en nuestros asuntos se habían fija -
do ya en el hecho de que la insurrección de Cuba estaba dirigida por
aventureros, á quienes nada importaba la suerte de la isla.
Máximo G5mez no es cubano ni ha visto jamás en Cuba sino el
3U0
instrumento de su odio á Esptña, que se negóá darle un puesto en su
ejército. Calixto García es un espíritu demoniaco, incapsz de amor por
Cuba, ni por nada, conjunto de todas las malas pasiones, criminal nato,
gozoso de pegará los españoles con asesinatos infames y cobardes sus
múltiples inocentes consideraciones, su magnanimidad en perdonarle y
salvarle la vida y con la ejecución de un próximo pariente del médico
que le curó y arrancó de entre las garras de la muerte, que, seguramen-
te, por ruin no se lo disputó y se lo díjó arrancar. Rolo ff era una ven-
turero sin patris; Rodríguez un atavismo del salvaje que el día en que se
viera fuera de la macigua no sabiía qué hacerse de la existencia. Otros
de los cabecillss, como Lacret, Varona, Betancourt, Sanguily, etc., ha-
bían vivido largos tños lejos de Cuba sin sentir la patria, sin ver en
ella más que el teatro de explotaciones codiciosas ó de ambiciones sin
freno. ¡Naturalmectel ¿qué se le había de importar á gente de esta cala-
ña la autonomís? Y como quiera que ellos dirigían la guerra y tenían
la autoridad sobre los que por motivos pasionales, aunque menos inno-
bles, se lanzaron al campo, tocaba á éstos soportar su brutal tiranía,
contra todo su deseo y voluntad.
#
Para semejantes enemigos no había sino la guerra, y esto era lo que
estaban haciendo el general Blanco, el general Pando, el general Gon-
zález Parrado, el general Bernal, y los demás bizarros caudillos de nues-
tro ejército, quienes en vez de apelar al deplorable sistema de hacer
creer á la nación que no ixistían rebeldes, porque no había encuentros,
probaban que no se hallaba á éstos porque no se les buscaba, y en todas
partes tomaban una vigorosa ofensiva, que en la isla y en la Península
levantó la moral.
No había, pues, motivo alguno, como no fuera el de conveniencias
301
bastardas, que indujera á volver la vista á un próximo pasado. Entre
otras razones, porque fueran cualesquiera los acontecimientos por venir,
peor que estábamos hacía cuatro ó seis meses, no podíamos estar.
En operaciones y encuentros en Pinar del Río, durante los días 17
alai de Diciembre, se batió y dispersó á varias partidas, causándolas
seis muertos, que quedaron en poder de las tropas, y bastantes lieridos,
que lograron retirar.
El general Bernal completó las operaciones sobre dichas partidas,
batiendo con el batallón de Cantabria las capitaneadas por los cabecillas
Gallo, Fajardo y Pedroso en Ortega, y nuevamente con el mismo bata-
llón en Beca del Grillo, donde las alcanzó y dispersó por completo, que-
dando en poder de nuestras tropas 14 muertos y varios efectos.
Nuestras columnas tuvieron al segundo teniente don José B^ntillo
y cinco de tropa heridos. Se presentaron 13 insurrectos con siete armas.
Durante dichos cuatro días se acogieron á indulto ^6 con ocho ar-
mas en la provincia de la Habana; ^3 con tres armas en Matanzas, y
en Las Villas dos titulados capitanes, un teniente y 16 insurrectos con
armas de fuego, un titulado teniente de Sanidad y 73 individuos sin
armas.
El general González Parrado salió á operaciones por la provincia
de la Habana, en combinación con las columnas del general Maroto y
del teniente coronel Perol, encargadas de perseguir activamente á la
paitida de Ararguren y vengar la muerte del malogrado señor Ruíz.
Se esperaban resultados favorables de la excursión que habían he-
cho al campo rebelde para gestionar la paz entre los cabecillas que se
mostraban propicios á aceptar la legalidad, el corresponsal yankee Sco-
vel y don Rafael Madrigal, cónsul norteamericano en Cartagena (Co-
lombia) y cuñado de Marcos García, gobernador civil de Las Villas.
La prueba de la confianza que ponían esos comisionados en los in-
302
surrectos que iban á visitar eraqu^ el repórter Ssovel había marchado
acomprñado de su señora.
Ejperábase que Scovel y Madrigal regresasen pronto á la Habana,
y se decía que llevaban excelsntes impresiones.
Continuaban en el Cauto las operaciones que dirigía el general
Pando.
En la boca del río se estaba construyendo un muelle y una torre
óptica, que había de servir para hacer señales que serían muy útiles á
las tropas que operaban por el interior.
En operaciones y encuentros en la provincia de Pinar del Río, des-
el 31 al 26, se hicieron al enemigo 14 muertos, que fueron recogido?,
así como ocho armas de fuego y seis blancas.
Los batallones de Cantabria y Wad Ras se apodjraron de los cam-
pamentos de Leite y Vidal, y dispersaron á las partidas de Lorente, La-
go, Campo y Lores, con bajas, que retiraron.
Nuestras columnas tuvieron en esas operaciones un práctico muer-
to, y un oficial y tres de tropa heridos.
En el Camagüey salió el general Jiménez Castellanos el 13 de Puer-
to Príncipe, con fuerte columna, á recoger ganado, regresando el 18
con 6 o reses, después de sostener todos los días combates, en los
que se causaron al enemigo bastantes bajas, quedando en poder de las
tropas tres muertos, tres prisioneros y ocho caballos.
La columna tuvo un teniente y tres soldados heridos.
Ea el departamento Oriental, cerca de Baire, tenían los insurrectos
fuertes posiciones atrincheradas que les permitían organizar cómoda-
mente las partidas.
I
i
303
Merced á una bien combinada operación dirigida por el general Li-
nares, en la cual tomaron parte tres columnas, una de las cuales man-
daba él, y 'as otras dos los coroneles Vara del Rey y Chacel, respecti-
vamente, fueren atacadas á un mismo tiempo por diferentes puntos las
posiciones enemigas.
Tras corta resistencia de los mambíses, y sin más bajas por parte de
las tropas que un oficial y ocho soldados heridos, fueron tomadas las
fuertes posiciones en que se habían atrincherado, ocupando el campa-
mento de Juan Varona, formado por unos doscientos bohíos.
El enemigo tuvo muchas bajas, pero sin duda pudo huir con algún
orden y retirarlas, por los accidentes del terreno. En el campamento
se encontraron y recogieron muchas armas y municiones.
Después del combate, una de las columnas practicó extensos reco-
nocimientos por Aguacate, Arroyo Blanco y Marbió hasta Baire, sin en-
contrar rastro alguno enemigo.
Desde el día 24 operaban en combinación por la provincia de la
Habana, bsjo el mando personal del general González Parrado, entre
Campo Florido y Tapaste, los batallones déla Reina, Guadalsjara, pro-
vincial de Csnaiias y las fueizas de que se componía la columna del
general Maroto.
**#
El estado de la rebelión en Las Villas, al finalizar el año q-j, según
el resumen de las observaciones hechas y datos recogidos por nuestros
corresponsales y colaboradores en aquella parte del teatro de la guerra,
era el siguiente:
Los cálculos más aproximados hacían ascender el número de insu-
rrectos en Las Villas á 2.300, de los cuales había i.ooo entre la trocha
304
central del Jácaro y las márgenes del Zaza, en Sancti Spíritus, encarga-
dos de entretener á las columnas en operaciones diíi Jles por Reforma,
Arroyo Blanco, Iguará, Taguasco y los seborucales de Yagusjay.
Mandaban como cabecillas principales los grupos en que ese núcleo
de fuerzas rebeldes estaba subdividido, Máximo Gómez, Pancho Carri-
llo y el negro González, hombre de extraordinaria ambición que soña-
ba con ser el sucesor de los prestigios que Antonio Maceo lograra entre
los suyos.
La mayoría de esos insurrectos estaban montados, bien armados y
VAPOR «SARA TOGA.. QUE HACE LA TRAVESÍA ENTRE HABANA Y NBW YORK
en posesión de numeroso parque, pues los filibusteros de los Estados
Unidos habían cuidado mucho de que no faltasen elementos de resis-
tencia á los que servían á las inmediatas órdenes del generalishno de
los mambiscs.
Los 1.300 restantes eran de infantería y estaban esparcidos por el
resto de la provincia, teniendo como punto para verificar sus concentra-
ciones la Siguanea, donde habían acumulado la msyorsuma de recur-
sos. Estaban bien armados y municionados, pero mal vestidos, media-
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Blanco 39
306
ñámente alimentados y con gran escasez de medicamentos. Al frente de
esas fuerzas insurrectas figuraban los cabecillas Chucho Monteagudo,
que hostilizaba la línea de Remedios y Caibarien hasta Sietecito, y me-
rodeaba hasta cerca de Santa Clara; Cayito Alvarez, que tenia como ba-
se de operaciones las zonas de Ranchuelos, Palmarito, San Juan de las
Yeras y Cruces, sobre la línea que enlaza la capital con Cienfuegos;
R jbau, que maniobraba por la jurisdicción de Sfgua la Grande, desde
Santo Domingo hasta el mar; Aguilar, Moya y Ales, que recorrían con
giupitos la zona de ingenios de Cienfuegos, y Camacho y Juan Massó,
que operaban por Yaguaramas.
Estas partidas estaban muy sub divididas, y casi pudiera decirse que
dispersas, por la activa persecución de las tropas que dirigía el coman-
dante general de Las Villas, general Aguirre.
Máximo Gómez reiteraba con frecuencia las órdenes más terminan-
tes para impedir la zafra y por efecto de ellas se iniciaron aquellos días
algunss quemes de cañaverales sobre la parte de la trocha, pero el ge-
neral Aguiíre tecía organizadas columnas para impedir que los incen-
diarios lograsen sus criminales propósitos, garantizando á los propieta-
rios los cortes de caña.
Además estaba preparando una operación sobre los montes de la
S'guanea para destruir los elementes que allí había reconcentrado el
enemigo.
A consecuencia de haber anunciado los confidentes al general Sal-
cedo que el día 21 atacarían la trocha simultáneamente por Oriente
fuerzas rebeldes camagüeyanas y orientales, mandadas por Lacret, for-
sos. Estao'íl" conticgente de 500 hombres, y por Occidente las que diri-
307
gía Máximo Gómez, giró una visita de iaspeccióa recorriendo la trocha
en un tren militar, encontrando todos los servicios, sobre todo ol de vi-
gilancia, en busn estado tanto en los. campamentos, los faertes y las to-
rres de defensa, como en la zona de chapeo protegida por fu arte alam-
brada y bien iluminada por excelentes proyectores.
La salud y alimentación del ejército de Las Villas iban mejorando
en algunas zonas, eran buenas en otras y adolecían aúa de deficiencias
en las menos, á pesar de los grandes esfuerzos qua se realizaban para
obtener aquellos necesarios resultados.
La zafra había comenzado ya, y se esperaba una cosecha de 200.000
toneladas en aquellas zonas, de tan grande producción en años anterio-
res, si se lograba impedir las quemas y se conseguía garantir las faenas
agrícolas, que ya se realizaban á la fecha en 55 ingenios.
También se confiaba en recejar la cosecha de tabaco en Manicara-
gua, Camajuaní, Las Vueltas y otras zonas donde hay vegas muy ricas,
esperando que ascendiera á 100.000 quintales la cantidad que se alma-
cenaría.
La zona donde menos huella había dejado la guerra era en la de
Cienfuegos, donde muchos particulares habían realizado esfuerzos ex-
traordinarios para la defansa de sus ñucas y en la que el regimiento de
caballería de voluntarios movilizados, que mandaba el coronel don Luis
Ramos Izquierdo, había sabido tener á raya á los grupos rebeldes en -
cargados de la destrucción de los productos.
La población reconcentrada en Las Villas ascendía á la importante
cifra de 1 56.000 personas, de las cuales habían muerto, á la fecha, 40.000.
Trabajaban ó emigraron 38 000, y vivían de la caridad oficial y
particular 78.000.
En algunas localidades, como en Cienfuegos y Palmira, hablan ci-
tado bien asistidos; en otras regularmente; pero había puntos donde la
mortandad por causa de la miseria había sido horrible.
308
En la capital de la provincia el censo de población antes de la gue-
rra era de 35.000 habitantes, aumentado con la reconcentración en
13.000. Pues bien, pasaban de mil las defunciones mensuales, á pesar
del celo y actividad que desplegaban el gobernador y las autoridades.
Hacíase á la sazón en Las Villas una política inspirada en la atrac-
ción de elementos, y este temperamento inspiraba grandes esperanzase
la generalidad de los que preferían la vida de armonía en servicio de los
públicos intereses, á las luchas enconadas frente á un enemigo comú a
en armas.
CAPITULO XXIV
Nuestras impresiones. — Triste realidad. — Mejora de situación. — El general Pando en Oriente.
— Fouores militares á los héroes de Guamo. — Las operaciones del general Aguirreen Las
Villas. — Noticias satisfactorias de la guerra. — El periodista yanhee Scovel. — Sus impre-
siones.— Intransigencia de Máximo Gómez. — La política en la Habana. — Expectación. —
El Gobierno insular. — Nuestras esperanzas.
UNQUE uno quiera dedicar toda su atención á Jas noticias
de la guerra y constreñirse al relato de hechos consu-
mados, prescindiendo de la critica y de las apreciacio-
nes, por conveniencia de todos, imposible nos es rea-
lizar tal propósito, sin faltar á los deberes que contrajimos con
^ nuestros lectores al ofrecerles una Reseña histórica de la guerra
de Cuba.
Todo lo que ha ocurrido en la gran Antilla y todo lo que
se vé actualmente nos invita á la reflexión y nos arrastra sin querer á
la protesta. ^ Acaso podemos prescindir los escritores de nuestra condi -
ción de españoles para ver con indiferencia todas las desventuras que
hoy padece la madre patria y todos los errores que en Cuba se han co ■
metido?
Para conocerlo todo bien, para sentirlo, precisa haberse identifica-
do con lo que se ha visto y con lo que hemos tocado, y así nosotros, al
penetrar en lo íntimo de la situación, no podemos sustraernos ni á las
310 '
contrariedades de la campaña, ni al sufrimiento del soldado, nial dolor
de la patria.
Creemos haberlo dicho ya en anteriores páginas, pero bien vale la
pena de repetirlo cien veces, que al cabo de tres años de campaña esta-
ba empezando la guerra en la rebelde isla al ünalizar el año 97, ¿Qué
importa que durante ese lapso de tiempo destruyéramos una gran parte
de la insurrección si habíamos destruido también nuestros propios ele-
CONFIDKNTE INSURRECTO
mentos y ya no nos quedaba apenas con que destruir el resto de la re
belión?
A medida que íbamos caminando hacia Orients, veíamos aumentar
la insurrección y disminuir nuestros medios de combate, por tantas y
tantas contrariedades como se amontonaban á nuestro paso y que nos
hubieran hacho perder la fé si no nos hubiéramos acordado de que éra-
mos españoles y de que vivía aun este pueblo de las grandes abnegacio-
nes y de los supremos heroismos, que todavía nos ofreciera inmensas
reservas para los momentos críticos, que se avecinaban.
i
311
Allí no había nada de lo más indispensable y las columEas estaban
en una situación dificilísima, tenían la mitad de la gente en los hospi-
tales y la otra mitad sin comer, porque las factorías habían agotado sus
existencias y porque una deuda de muchos meses ya había acabado con
el crédito.
La triste realidad imponía un cambio completo en todo, absoluta-
mente en todo, lo que á la guerra se refería. Necesitábamos hacerlo todo
nuevo, porque la situación anterior nos había dejado sin soldados y sin
dinero: era preciso vivificar á los anémicos y administrar acertadamen-
to el dinero de la patria, al propio tiempo que reconstituir, mejor ditho,
establecer la guerra por medio de un plan.
*
* *
Alguien creerá, quizás, que bastaba la voluntad del general en jefe
para concertar uaa operación y poner en movimiento las columnas. Es-
to puede hacerse siempre que haya una organización por la cual sea co-
nocido con exactitud el estado y la situación de las tropas y los elemen-
tos de que se puede disponer. Pero, á la sazón, los batallones no eran
batallones, sino grupos de soldados acémicos; las factorías estaban ago-
tadas; las compañías de transporte sin ganado; las cajas sin dinero, los
hospitales sin la dotación necesaria.
¡Ah, si volviéramos la vista al pasado! Pero ¿á qué hacer el proceso
de aquella desdichada campaña si no han de deducirse responsabilida
des, ni hemos de conseguir otra cosa que crearnos enemistades, conci-
tarnos odios y poner en evidencia nuestra apatía y común debilidad?
Si abrigáramos el propósito de acumular las pruebas de nuestra
dolorosa acusación, bjstara para demostrar li verdad de nuestro aserto
ese fárrago inmenso de decretos, circulares y órdenes, despachos é in-
312
formes que amontonados están en los archivos oficiales. En ellos se ve-
ría como en la guerra no hubo más que un criterio á qué atenerse ni más
que un cerebro que dirigiera. Los 200.000 hombres repartidos por toda
la isla no fueron masque un montón de carne humana, el cuerpo de un
monstruo con dos cabezas de hombre: la del jefe del partido conserva •
dor y la del capitán general de la gran Antilla.
Ya es sabido que fueron muchos los jefes que cuidaron del solda-
con toda la solicitud y todo el cariño de que el soldado español se hace
merecedor, pero debe saberse también que cuando los cuerpos hacían
las compras á su gente se les ordenó que se racionaran en la? factorías,
que cuando los envíos de los contratistas eran rechazados por insuminis-
trables, los que tal hacían eran encerrados en castillos; se supo que los
garbanzos no podían guisarse bien en los campamentos, y ss suprimie-
ron los gai banzos; se averiguó que el vino era muy inferior á la calidad
que se pagaba y se suprimió el vino.
Ahora bien; sin carne, porque no había ya últimamente; sin gar-
banzos y sin vino, porque se suprimieron; sin galleta, porque la envia-
ban podrida y aunque había que admitirla no se utilizaba; ¿qué dejó el
general Weyler á los soldados para su alimentación?...
**♦
Al ñn, algo habíase ganado, á la fecha, en aquel depaitamento, ya
que detrás de las columnas en operaciones ya, después de una larga y
obligada inactividad, quedaba la organización hecha, la comida asegu -
rada, el crédito restablecido, el despilfarro cortado y el espíritu bastan-
te más animoso. Buscando, como basta entonces se había buscado, un
éxito personal y de momento, se hubiera fatigado á las tropas, aumen-
tando el contingente de los hospitales y aumentando también las difi-
I
313
cultades de un plan serio para acabar la guerra en su totalidad, no para
destruir una partida determinada que nunca se encontraba cuando se la
buscaba con estrépito.
Ya los centros de racionamiento estaban aprovisionados; ya los si-
tios de necesaria ó útil comunicación tenían sus heliógrafos; las colum -
ñas iban reponiendo ya sus elementos de combate, y ya tenían un plan
que ejecutar y un criterio en
qué inspirarse.
Ya no se daría el caso de que
existieido almacenado en el
parque de la Habana una enor-
me cantidad de material sanita-
rio, los médicos carecieran de
lo más preciso para la curación
desús enfermos y heridos, por
que para obtenerlo necesitaban
instruir un expediente que du
raba seis ú ocho meses.
Ya los insurrectos dejarían
de tener frente á la nuestra otra
trocha militar, porque los miles
de hombres que habían perma-
necido inactivos y estaban paralizados en toda la línea salían todos los
días á practicar reconocimientos en el campo enemigo. El primer día
que salieron las tropas tuvieron fuego con los rebeldes, mataron un
insurrecto y cogiíron'reses y caballos: esto á menos de quinientos me-
tros de la trochi.
Acaso los impacientes y partidarios de la guerra de exterminio no
gustaron de ese sistema de ir estableciendo poco á poco la base que ha-
bía de conducirnos á un éxito positivo, sin tener en cuenta que por no
Blanoo 40
CORONEL DO.V EAMIRO BRUi^A.
Jefe de colamaa.
314
haberlo hecho a;{, nada se había adelantado en tres años. De modo que
bien vah'a la peca de esperar unos cuantos meses á que el nuevo sistema
diera sus naturales y anhelados resultados.
* #
Coronada por el éxito fué la operación realizada por el general Pan
do para asegurar las comunicaciones por el rio Cauto.
El día 27 llegó el general á Cauto Embarcadero, que dejó raciona-
do coEvenientemente. A pesar de los anuncios lanzados por los rebeldes
de oponerse al avance de nuestras tropf s, huyeron ante ellas sin ofrecer
resistencia, abandonacdo las trincheras que tenían construidas, los cam-
pamentos, ganado, sustancias explosivas y armas.
En los ligeros combates que sostuvieron con nuestras columnas,
sufrieron muchss bijas que lograron retirar: las experimentadas por
nuestras tropas fueron únicamente cuatro soldados heridos.
El día 26 se tributaron en Guamo honores militares al pequeño des-
tacamento que tan heróicamei te había defendido aquel fuerte, bajo la
dirección y á las órdenes del valeroso primer teniente señor Muruzabal.
El general Pando, á caballo y rodeado de su Estado mayor, se situó
á la puerta del fuerte con una compañía, la bandera y la banda de mú-
sica del batallón de Las Navas.
Salió del ya céltbre fuerte Guamo el heroico destacamento que lo
guarnecía á los acordes de la marcha real y por delante de él empezaron
á desfilar en columna de honor todas las tropas que formaban la colum-
na, en la que figuraban también las dotaciones de los cañoneros Depen
diente, Lince y Centinela, que habían operado aquellos días en el Cau-
to, de modo que estaban representadas todas las armas que luchaban
en la i; la en defensa de la integridad del territorio patrio.
(
I
315
Terminado el desfile, el general Pando colocó en las boca mangas
de los uniformes de todos los defensores del fuerte las divisas corres-
pondientes á los empleos con que premió la nación su heroísmo.
El solemne acto terminó abrazando el general Pando al héroe de
Guamo, el bravo capitán señor Muruzabal.
Ddspués el general dirigió á las tropas una entusiasta y patriótica
arenga enalteciendo la tenacidad especial y el heroísmo del valeroso
destacamento, que conmovió hondamente á cuantos presenciaron el
imponente y solemne acto.
Recibimos el día 29 noticia de las operaciones combinadas que di-
rigió personalmente el general Aguirre, con las columnas de su divi-
sión de Las Villas.
En dichas operaciones, nuestras tropas hicieron al enemigo 20
muertos y tres prisioneros; recogieron muchas familias, armas, caballos,
municiones y otros efectos, y destruyeron varios campamentos.
Las bf jas de las columnas consistieron en dos muertos y diez heridos.
De la columna que mandaba el general Aguirre formaban parte 150
voluntarios de Cieafuegos, que pidieron expontáneamente salir á ope-
raciones.
Restablecida ya por completo lacomuiicacióa y libre la navegación
por el río Cauto, cuyas operaciones fueron ejecutadas con gran acierto,
no tendrían aquéllas en Oriente gran interés en tanto que se ultimasen
l's prepírativos que estiba haciendo el general Pando para ejecutar al-
go que pu 'iera ser de resultado extraordinario.
Todas las noticias que el día 30 se tenían de las columnas en opera-
ciones eran satisfactorias, realizándose éstas con incesante actividad y
demostrando las fuerzas levantado espíritu.
316
El general PanJo regresó el 28 á Manzanillo, después de enterarse
de que seguían con éxito completo los trabajos preparataiios para forti
ficar la línea fluvial del Cauto.
Las columnas continuaban reconociendo las márgenes del rio, don-
de el enemigo había abandonado, completamente desmoralizado, sin
campamentos y trincheras, algunas armas de fuego, efectos, explosivos,
ganados y recursos, que fueron ocupados por nues.trds tropas.
El díi 31 regresaron á la Habana el periodista norteamericano Seo -
vel y su señora, después de haber permanecido dos díss en el camp;-
mento de Máximo Gómez, situado á la sazón en Maysjigua.
Ssgún dijo el corresponsal del World, MáximQ GJmez gozaba de
excelente salud y afectaba abrigar esperanzas en el triunfo de la insu-
rrección.
El generalísimo de los rebeldes cubanos tenía á sus órdenes 5C0
hombres, que estaban bien armados y alimentados, pero que andaban
escasos de vestuario.
Explicó su orden prohibiendo la zffa por considerar que el trabajo
era un auxiliar de la paz, y declaró qua rechazaba la autonomía, por-
que abrigaba la se garuad de que la insurrección triunfaría el año pro
ximo.
Hablando de la política que se seguía en Cuba, dijo que los actos
de benignidad favorecían á la insurrección, compensándola de los per-
jaicios que los fríos causaban á los rebeldes.
Negó que existieran difgastos entre él y Calixto García y, por úl ■
timo, manifestó qae rechazaba y rechazaría siempre todo pacto ó conve
nio con el g'jbitr,:o español que no estuviese basado en la independen-
cia de Cuba por la que venía luchando hacia treinta años.
Hablando después Scovel por su cuenta d jo que creía que algunos
insurrectos estaban dispuestos á aceptar la legalidad y :e presentarían
tan luego estuviese esta coa&tituida, pero que la mayoría de ellos se
mostraba iiitransigeate y continuaría en el campo de la rebelión.
317
***
En la Habana no se hablaba, á la fecha, de la guerra. En realidad,
los partes de aquellos días carecían de interés; paro aun cuando en
aquellos momenioi hubieran llegado noticias importantes de la campa-
ña, hubieran pioducido escasa sensación. Hasta tal punto se agitábanlos
que pretendían les cargos oficiales y hasta tal extremo se hallaba pre-
ocupada la opinión pública con la solución de los asuntos políticos.
La capital de la gran Antilla recordaba en los últimos días del año
97 á Madrid en los días de crisis ministerial.
Ultimada la candidatura para la formación del gobierno insular y
firmados por el general Blanco y remitidos á la Gaceta para que los
publicara el día 31, los decretos nombrando á los ministros, la expecta-
ción era grande por conocer los primeros actos del ministerio y los resul-
tados de la implantación del nuevo régimen colonial con respecto á la
deseada pscificcción de la isla y al recobro de la normalidad en la vida
de los ciudadanos.
En el Consejo de ministros celebrado el mismo día por el Gobierno
de la Metrópoli se lejó por el de Ultramar un telegrama enviado por
el gobarnador general de Cuba que decía textualmente así:
«.Habana 31 de Diciembre.— El gobarnador general al ministro de
Ultramar.
En cumplimiento artículo i." transitorio decreto 25 Noviembre úl-
timo, tengo la honra proponer V. E. la siguiente candidatura del go-
bierno provisional:
Presidente, Gálvez (don fosé María).
Ministro de Gracia y Justicia y Gobernación, Govín don Antonio).
Ministro de Hacienda, Montoro don Rafael).
318
Instrucción pública, Zayas (don Francisco de)
ladustria y Comercio, Laureano Rodríguez.
Obras públicas, Dolz (don Eduardo).
Dabiendo jurar el i.' Enero, ayieve rmñva&.— Blanco.»
El CoDSíjo autorizó al ministro de Ultramar para aprobar la pro-
puesta del general Blanco y para sa'ular al nuevo gobierno insular.
El día i.° de Enero del 98 juró el primer gobierno responsable de
Cuba.
Fallaron por tanto los vaticinios y las intenciones de muchas gen-
tes que, estimando imposible su formación, deducían de esa supuesta
imposibilidad el fracaso inmediato del nuevo régimen.
En el primer ministerio insular de la grande Antilla estaban repre-
sentadas y ponderadas todas las fuerzas, ideas y aspiraciones que debían
estarlo. Los liberales que en días de prueba arrostraron la cólera de los
facciosos y las sospechas de los intransigentes resistiendo á pié firme en
la Habana una doble corriente de odios y prestando con elloá la madre
patria inapreciable servicios; los radicales y los emigrados que descon-
fiaron en un principio de que llegase nunca el tiempo de las justas repa-
raciones, pero que al reconocer su yerro acudieron patrióticamente á
cumplir sus deberes de españoles y de cubanos; los reformistas, cuya
iniciativa resuelta y tenaz hizo posible la completa transformación polí-
tica que se efectuó, y los independientes que, dotados de espíritu gene-
roso y amplio, personificaban la masa neutra y trabajadora del pueblo
antillano de igual manera que la personificaron en aquella memorable
demanda colectiva á que se dio el nombre de «movimiento económico»
*
* *
Algunos de los ministros habían acreditado en el Parlamento na
cional, en el foro y en la prensa, sus excepcionales aptitudes.
I
319
Ninguno necesitaba buscar testimonios de españolismo porque los
que antes no tuvieron ocasión de demostrarlo con sacrificios y actos ex-
ternos, harto lo demostraban á la sazón al aceptar una misión en que
se veían lejanos los triunfos y próximas, muy próximas las responsabi-
lidades.
BANDOLERO REGINO ALFONSO
Por fortuna, eran animosos, estaban habituados á la lucha y al su-
frimiento, y llevaban consigo dos poderosos auxiliares: el amor á la pa-
tria grande y á la pequeña, y el noble deseo de patentizar que eran efi-
caces, salvadoras y prácticas aquellas ideas é instituciones, á cuya de-
fensa consagraron lo mejor de su vida.
320
Abrumadores trabajos y duras contrariedades les esperaban en Ja
empresa de conducir el gobierno interior de Cuba hasta la constitución
de las primeras Cámaras insulares.
No sólo habían de tropezar con las infinitas dificultades anejas á la
implantación de una legalidad, no sancionada por la expariencia pro -
pia, sino que tendrían que vencer las resistencias pasivas de un pueblo
desventurado que anhelaba resucitar y vivir, pero al que apenas le que-
daban fuerzas para levantarse del surco.
Era de esperar, sin embargo, que no fracasarían, á poco que su de-
cidida voluntad perseverase, porque con ello estarían para animarles en
la buena obra las simpatías y los votos de cuantos amasen de veras la
psz, la libertad y la justicia.
Ya se encontraba expedito el camino, y no faltaba más que reco-
rrerlo, sin vacilaciones, sin egoísmos y sin desconfianzas. De que asi
íuera, nos congratulamos, no como políticos, siao como patriotas.
España, sin el acicate de presiones ajenas, que no hubiera tolerado
nunca, supo cumplir su palabra de nación y sus deberes de madre.
321
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Blanco 41
CAPITULO XXVI
Año nuevo. — Nuestros votos. — El problema de Cubi.: — A Tueltas con el mismo tema. — Pre-
sunciones y temores. — Una hipótesis. — Consuelo postumo. — Actividad de nuestras colum-
nas.— Situación de las dos provincias Orientales. — Las fuerzas iusurrectas del Camagüey.
— Organizición de las fuerzas rebeldes de Santiago de Cuba. — Trab!>jo8 de atracción. —
Situación nada grata. — Las partidas occidentales desalentadas. — Nuestra ofensiva en
Oriente.
esventuraDos años fueron para España los de 1893 y
r,ft. 94, en los que además de sucesos interiores suma-
mente lamentables tuvimos que deplorar lo ocurrido en
Malilla con las kábilas del Riff, y sú terminación nada
lucida en el tratado de Marruecos.
Acrecieron las desdichas de la patria á poco de empezar el
95, con el alzamiento de Baire, y desde entonces hasta fines del
97 apenas nos dieron punto de reposo ni momento de alegría,
teniéndonos tan al cabo de nuestras tuerzas que en ocasiones pudo creer •
se probable, y &úa cercano, el /¡nts Hispanioe.
El año 97 despidióse de nosotros algo mejor que empezó, si bien
con los horizontes aún muy cerrados. Por la parte de Filipinas aparecía
el cielo más despejado, iluminando el horizonte los rayos del sol de la
paz, pero sin haberse desvanecido por completo los temores de nueva
tormenta. El problema de Cuba seguía siendo motivo fundado de rece
los.
323
Sin embargo, la fé en nuestro destino y la confianza en los nuevos
derroteros de nuestra política colonial nos hicieron concebir esperanzas
de que el año 98 nos trsjara algúa alivio para nuestros padecimientos.
La constancia con que la nación había hecho frente á tan continuados
desvíos de la fortuna había de producir sus frutos. Los errores en que
los gobarnantes habían incurrido no habían logrado anular del todo los
grandes sacrificios que con estoica serenidad y abnegación sin igual ha-
bía sabido hacer el pueblo español.
Si la pacificación del archipiélago filipino no se había verificado
como nosotros hubiéramos querido, al fin era pacificación y represen-
taba una no pequeña mejoría en el estado de aquel país, sobre todo si
se compara la situación con la de los últimos días del año anterior 1896,
cuando el ilustre general Polaviej a llegaba á la entrada del puerto de
Manila. Entonces la soberonía española parecía en inminente peligro.
A la fecha las circunstancias nos concedían una tregua que, bien apro-
vechada, pudiera haber sido fecunda en resultados favorables.
En la gran Antilla no se habían borrado ni en mucho tiempo se bo-
rrarían las tristes huellas del gobierno pasado, pero en algunas cosas se
notaba mejoiía. Ya no era el departamento Oriental tierra abandonada
á la Cuba libre délos mambises. El general Pando había recobrado la
linea del Cauto, tanto tiempo perdida, y había podido bajar casi solo
aquel mismo río que hacía cerca de año y medio estaba cerrado para
nuestros barcos, por muy bien defendidos que fu sen; y el general Li-
nares había cruzado la zona comprendida entre San Luis y Biire, parfje
por donde no había pasado una columna leal desde no sabemos qué fe-
cha. Habíamos operado con éxito en el foco de la r< b.lión.
324
A! ña, nuestra peí severancia triunfaría de la tenacidad de nuestros
adversarios.
Lo fiaron t)do al agotamiento de España, y esta España, que ellos
no conocían, ó conocían mal, mostrábase inagotable. Creímos que no
tardarían mucho en persuadirse de la equivocación en que incurrieran,
y cuando esto sucediese, la mayor parte de los que la combatían se aco-
gerían á su nunca desmentida generosidad, mientras un puñado de dís
colos aventureros marchase á esconder su impotencia en el seno del
pueblo desleal que traidoramente los lanzara á la lucha.
Esperamos, por todo ello, que el año 98 vería ese desenlace. Si no
habíamos dudado de nosotros mismos hasta entonces, menos debíamos
dudar en adelante, después de haber hecho tan gigantescos esfuerzos.
¡Qaizás, pensamos al ver nacer el nuevo año, está más cerca de lo
que creemos el día en que la patria pueda entregarse, tranquila y con
tenta, á sanar de las heridas recibidas para evitar que puedan volver á
abrirse!... ¡Oh, amarga decepción! ¡Oh, desencanto cruel y acerbo, el
que nos tenía reservado el destino!...
* *
Problema el de Cuba siempre en el encerado, requiriendo de conti-
nuo la atención de los españoles, ni más ni menos que reclamaba á los
soldados y el dinero de la nación, impone también la necesidad de tra-
tarlo casi á diario en las páginas de esta nuestra Reseña.
No ya á los escritores de nuestro país, sino á los extranjeros facilita
el asunto materia inagotable de observación y de estudio. Porque el ses-
go que al mismo se dio, las complicaciones por él originadas, sus con-
secuencias fatales y desastrosas para España, y sobre todo, la intrusión
y los manejos de los Estados Uaidos, lo convirtieron de negocio interior
de España en cuestión universal.
325
Como todo hecho extremadamente complejo, presentaba el de que
se trata, al comenzar el año 98, varias fases, algunas de ellas de capital
importancia y esto consiente que sin pesadez ni monotonía podamos
volver sobre el tema una y cien veces en el curso de nuestra Reseña.
En precedentes páginas hemos examinado las fases principales de
la autonomía cubana en su primer acto, es decir, en la constitución del
ministerio insular y en los efectos y responsabilidades que ese acto po-
día traer. Pdro importaba mucho no perder de vista la faz capitalísima
CRUCERO «LEGAZPI»
de la cuestión, y á tal fia hemos de procurar que sobre ella se fije una
vez más la atención de nuestros lectores.
Adelantémonos, teniendo en cuenta la fecha á que nos refírimos, á
dar por un hecho inconcuso, que el nuevo poder funcionaba del modo
más admirable, con todo el aplauso de los cubanos que aceptaban la
nueva legalidad.
Imaginémonos que los autonomistas emigrados se repatriaban sin
que faltase uao solo; qne los camp3sinos pacíficos habían hallad o medios
de vivir, olvidando los tiempos de Weyler y abominando de Máximo
326
Gómez y sus secuaces; que los irás intransigentes partidarios de la Unióa
constitucional en Cuba reconocían el hecho consumado y no escucha-
ban sino la voz del patriotismo; que Jas elecciones habían sido hechas
en la isla con una sinceridad antes no conocida en territorio español;
que las Cámaras insulares deliberaban con elevado espíritu, y el Gibi
nete insular gobernaba con inteligencia, actividad y desinterés y con el
aplauso y las simpatías de Europa. ¿Se habría acabado por ello solo la
guerrs? ¿Estaban los términos todos del problema reducidos á eso?
El elemento intransigente, el sepaiatista, el que había soñado con
lanzar de Cuba el poder español para satisfacer en la isla todas sus pa-
siones, había tenido dos grandes puntos de apoyo: el uno, parte muy
considerable de la población cubana; el otro, el auxilio manifiesto y efi-
caz de los Estados Unidos.
Ahora bicu: dando de barato que el favor de esa parte de la masa
isleña se le retiraba á la insurrección mediante los efectos excelentes,
supuestos en las lineas anteriores con toda generosidad, ¿con qué se
les quitaba á los rebeldes el otro punto de apoyo?
Habían dicho que tamb'én ese apoyo desaparecería con la implan-
tación del nuevo légimen en Cuba. Esto era una ilusión candorosa. El
Mensaje de MaC Kinley, la actitud de las Cámaras norteamericanas, el
lenguaje de los periódicos yankees, el anuncio de envío de la escuadra
federsl al golfo de Méj co, la última nota diplomática del Gabinete de
Washingtcn, las últimas expediciones filibusteras, \& piedad oficial de
Sherman por los concentrados y hasta las ropas vifjas y los averiados
comestibles con que el cónsul Mr. Lee habría de socorrer á aquéllos,
eran datos más que suficientes para juzgar del aislamiento en que los
Estados de la Uoión del Norte Améiica dejaban á la rebeldía.
327
Cierto que ya éstos no podían presentarse, cual trataran de hacerlo
anteriormente, como los campeones déla humanidad y déla justicia (¡1).
Sa tarea era ala sazón [gravemente. hipócrita. Pero, ¿quién no veía la
burda hilazt?
Con el lenguaja de los hechos, los Estados Unidos decían á Máximo
Gómez, á Calixto García, á Rabí, á Collazo, á los Varona, á los Ro-
dríguez, á los miembros del Gobierno ridículo de la manigua, ¡Sos-
t;neosahí mientras llega el momento oportuno de intervenir noso-
iros! Y, ¡claro está!, los rebeildes encontraban ese punto de apoyo para
sus esfuerzos y sus esperanzas, y se mantenían y se mantendrían, (y se
mantuvieron) al abrigo del bosque y al amparo de la Ciénaga, aunque
toda la población cubana se apartase de ellos.
Aún suponiendo, pues, — (y fué mu;ha hipótesis)— que se produjera
ese completo aislamiento, tocante al elemento insular, la rebeldía se-
guiría nutrida por los recursos de la República norteamericana. De
consiguiente el gobierno español se halló en la necesidad imprescindi-
ble de buscar los medios para cortar esa corriente de auxilios morales
y materiales. No lo hizo así, y la hipocresía y co¿ici& yankee nos com-
pilió y arrastró al desastre.
Esto se hubo de percibir con claridad superior cada día, sin que
bastase para no querer verlo, meter, como el avestruz, la cabeza bajo
el ala, para huir el peligro.
Quisimos fiarlo tolo á la acción política, y lo cierto es que des-
pués de la solemne jura del gobierno militar ya no fué tan grande la
depresión que en el ánimo de las gentes produjeran los tropiezos y los
incidentes de su constitución; pero abandonamos ó no supimos enea-
328
rrilar y dirigir á donde debiéramos haber encaminado nuestra acción
diplomática, y la temida intervención de la humanitaria gran Repú-
blica federal se nos vino encima y nos encontró desapercibidcs y casi
en la más completa indefensión.
— Vive Dios, que pudo ser, — exclaman aún hoy con el personaje
calderoniano los que tuvieron siempre fé en la virtualidad de la nación
española y en ciertas esperanzas utópicas basadas en determinadas
promesas y simpatías platónicas.
Ua postumo consuelo nos queda, y es: que aparte toda considera-
ción utilitaria, será siempre hermoso y renovará siempre la confianza
en el progreso de la humanidad, el espectáculo de un pueblo que sin
romper la unidad de la patria, tomó posesión de sí mismo.
Aún los que no fueran capaces de sentirlo ni comprenderlo hubie-
ron de notar con júbilo que las unánimes aclamaciones de la multitud
en el instante de jurar los secretarios del gobierno insular fueron estas:
¡Viva España! ¡Viva Cuba siempre española!
Esos dos gritos fueron la primera ¡y única! compensación que á su
generosidad y á sus sacrificios encontró la patria...
*
* *
No permanecieron inactivas, nuestras columnas en operaciones
por el campo de la rebelión, durante aquellos días de expectación po-
lítica con motivo de la instauración del nuevo régimen político en
la isla.
En Las Villas, el batallón de Soria batió en el cafetal «González» á
la partida que mandaba el cabecilla Cayito Alvarez, compuesta de aoo
hombres, á la que tomó y destruyó su campamento, causándole ao
muertos y cogiendo tres prisioneros, ocho armas y 36 caballos.
I
I
329
La columna tuvo en esa operacióa dos muertos y siete heridos, y
en otras sucesivas hizo al enemigo otros tres prisioneros y cogióle
cuatro caballos. Además se presentaron 84 rebeldes, con 22 armas,
entre ellos el cabecilla Taj 3.
En Sancti Spíritus se presentaron 45 con diez armas, entre los que
figuraba el cabecilla Céspedes.
Ea Santiago de Cuba, el general Linares cruzó el Cauto con tres
columnas, batiendo á Cebreco
en Aguacate; sigaió por Reman-
ganaguas á Biire, volvió por
Mabio, donde sostuvo con bate
con uaa partida, que hayo, y
llegó á Palma Sariano, después
de dispersar al enemigo y des-
truirle un campamento y efec-
tos.
La columna del bizarro ge-
neral tuvo un muerto de tropa,
y heridos el teniente don Fran-
cisco Aya y ocho soldados.
La situación de las dos pro-
vincias orientíiles contrastaba
d.e una manera visible con la
mejora lograda en Occidente.
En ambas erangrande; las dificultades para nuestras tropas, porque se
habían ido acumulando por el enemigo durante más de dos años, á
favor de la poca atención prestada á esa parte del teatro de la guerra.
Lo primero quj se había de notar al emprender cualquiera clase de
operaciones militares, era la falta absoluta de preparación para la cam-
paña, falta so'.o imputable al anterior gobierno.
Blanco 42
ORDENAXZi. DEL CABECILL\ RIVERA.
330
Agregábanse á esto las coudiciones topográficas de aquella exten-
sa región la más accidentada de la isla; el estado de la población civil;
la carencia de caminos; la escasez de subsistencias y el no disponerse
de suficiente número de acémilas para el servicio de transportes.
El general Jiménez Castel'anos, que ejercía el mando militar en el
Camagüey, prestaba especial cuidado á la salud y bienestar de sus
tropas.
Como las fuerzas de que disponía no eran bastantes para guarnecer
poblados y operar al mismo tiempo de un modo activo, se limitaba á
la defensiva en Puerto Pjíncipe (capital de la provincia), Nuevitas y
Santa Cruz del Sar.
El titulado gobierno de la República de Cuba había sostenido
aquellos días frecuente comunicación con el generaUsimo Gómez á pro-
pósito de la implantación del nuevo régimen y de lo que más conven-
dría á los partidarios de la causa separatista, en presencia de la transfor-
mación política que la isla iba á sufrir.
De una y otra parte prevalecieron los temperamentos de intransi-
gencia, y por ambas el acuerdo de continuar la lucha sin aceptar tran-
sacciones de ningún género.
«
Las principales partidas del Camr güey eran las que estaban á las
órdenes de los cabecillas Recio, Capote, Vega y el peninsular Miró, que
tañían á su disposición mucho ganado, porque en aquella región abun-
da en el campo, abandonado á sus correrías.
Opinaban los militares que, formándose una columna especial, po-
dría recogerse cantidad bastante de reses, para proveer de carne al
ejército.
331
AI objeto de proseguir activa y vigorosamente las operaciones en
Oriente, continuaban acumulándose fuerzas en Santiago de Cuba, ha-
biéndose establecido el cuartel general en Manzanillo.
Como resultado de las operaciones militares en preparación, se es-
peraba asegurar por cooipleto la comunicación fluvial por el Cauto,
poner remedio á la lamentable situación creada por la carencia de car-
ne y la escasez de raciones para la subsistencia del ejército, aumentar
la capacidad y el núnero de los hospitales, y aliviar, en suma, los su-
frimientos de todo género que experimentaban nuestro sobrios y- he-'
róicos soldados.
En vísperas, pues, de una ofensiva en Oriente, interesa conocer la
organización de las fuerzas insurrectas que mandaba Calixto García, la
cual era, según informes que estimamos exactos, la siguiente:
División de Manzanillo. — Constaba de 2.000 hombres, á las órde--
nes del cabecilla Salvador Ríos. '
División de Bayamo y Jigiiani.~h<i. mandaba el cabecilla Jesús
Rabí y ascendí i á 1.500 himbres.
División de /fo/g'MÍ/z.— Formábanla 6:)o hombres, á las órdenes del
cabecilla Torres.
División del Cauto. — La componía una gruesa partida, de cuyo
mando estaban encargados los hermanos Menocal.
Divisiónde Santiago —yLín^^hílSi el cabecilla Cebreco y tenía 1.500
hombres^divididos en brigadas, á hs órdenes, respectivamente, de los
cibecillas Vá'.qurz y Liern.
División de Guaniánamo.— Tenía 500 hombres, á las órdenes de
Periquito Pérez.
División de Ságua de Tánamo y Cartagena. — Estaba formada por
na gíUisa partida, cuyo manJo compartían varios cabecillas de se-
^nda y tercera fila.
Tales eran las faerzas que al comienzo del año 98 constituían el
332
lamado ejército libertador de Cuba en el depaitamento Oiiental, do-
Itadas de buen aimamento y de abundante alimentación.
* *
Contra ese ejército rebelde batía desplegado hasta la fecha mucha
actividad el general Linares; peio manteciéndcse á la defensiva, por
carecer ds fuerzas para ensanchar su esfera de acción y emprender una
ofensiva vigorosa.
Los dueños, de ingenios enclavados en la zona de Guantánamo, no
se decidían á emprender las operaciones de la zsfra, cohibidos por el
terror de que los insurrectos cumplieran su amenaza de prender fuego
á los cañaverales y á Iss ñncas. Esto contribuía á aumentar las dificul-
tades de la situación económica de Oriente, que era deplorable.
El estado sanitario era mediano.
Se trabajaba para atraer á la legalidad á los elementos fafgadosde
la lucha, pero hasta la fccha no se había conseguido ningún resultado
favorablf , porque las gentes estaban aterrorizadas por las amenazas de
Calixto García, que extremaba las cosas para mantener intacta la re-
beldía.
Varios vapores llevaban á Oriente aquellos víveres de que se care-
cia en squella región, y tomaban en ella para les provincias de Occi-
dente los de que en ésta se escaseaba, cohonestando con este cambio de
productos las dificultades de la situación de la isla.
Juzgada ésta en conjunto, preciso es confesar que á la fecha no
era nada grata; pudiendo sólo r nadir, para atenuar esta desagradable
impresión, que en las esferas oficiales se confiaba en poder poner pron-
to remedio á tan graves males.
Cuanto á las p.ovincias occidentales, los generales Beroal y Gon
333
zález Parrado se mostraban satisfechos de las últimas batidas dadas al
enemigó, que, por consecuencia de ellas, se había visto obligado á
fraccionarse y se mostraba desalentado.
Esto permitida sacar de dichas provincias algunas fuerzas de las
que á la fecha operaban en ella, para vigorizar y robustecer las que en
Oriente se disponían á tomar la ofensiva.
■>^®-H-^
CAPITULO XXVII
Nuevos refaerzoB. — Alarma en la opiniÓD. — Protestas v general clamoreo. — Los nuevos sacri-
ficios de sangre. — Varios encuentros y combates. — Ataque de Niquero. — Presentaciones.
— La prensa liberal de la Habana. — Esperanzas. — Nuevas presentaciones. — Ataques á
un couvoy. — Toma y destrucción de campamentos. — La columna del general Ruíz. — Ba-
tida y dispersión de las fuerzas del generalísimo. — Importante aprehensión' — El general
Pando en Oriente. — Noticias satisfactorias. — Nuestros votos.
RAN alarma produjo ea la opinión la noticia dolorosa-
mente interesante del envío de nuevos refuerzos á
rj/{'--^ Cuba, pedidos por el general Blanco y concedidos por
-.' el Gobierno.
En vista de que el número de bajas aumentaba en el ejér-
cito de la gran Antilla, el capitán general de la isla había
comprendido la necesidad de reponer aquéllas, á fin de hacer
más activa y más provechosa la campaña antes que llegara el
periodo de las lluvias.
A este propósito, y de acuerdo con el Gobierno, inició el recluta -
miento voluntario para formar las milicias blancas y de color; pero el
ensayo no fué todo lo provechoso que era de esperar, pues aparte los
inconvenientes de armar voluntarios, sólo pudieron reclutarse 2.000
hombres.
Además, opinaba el general Blanco que era mis conveniente en
r
335
aquellos momentos dedicar esos hombres á los trabajos agrícolas ó fa-
briles, que distraerlos en las operaciones militares, si desde la Penínsu-
la se le podían enviar en número necesario para cubrir bajas.
Estudiado el asunto, el ministro de la Guerra estimó muy razona-
bles las observaciones del gobernador general de Cuba, y como desde
Noviembre anterior no se habían enviado fuerzas á la isla, tenía el se-
ñor Correa el propósito de organizar una expedición parecida á la de
dicho mes, disponiendo al efecto de una parte del cupo de Ultramar
correspondiente al último reemplazo, que lo componían unos 14.000
hombres.
El nuevo sacrificio de sangre que se pensó imponer á la ya exan-
güe madre patria, después de lo que la experiencia había enseñado y
de los múltiples sacrificios hechos por España en favor de la ingrata
Cuba, levantó general clamoreo y unánime protesta en la opinión.
Al hacerse eco en sus columnas la prensa periódica de todos mati-
ces políticos, de tan dolorosa noticia, declaró que el Gobierno no pro-
cedía con el reposo que el verdadero patriotismo y la experiencia, so-
bre todo, exigían, imponiendo nuevosy cruentos sacrificios ala nación.
Y, en efecto, ya hemos dicho en anteriores páginas que el grande
y capital error de la guerra en Cuba, el grande y capital error en que
incurrieron, luego de las in certidumbres y alarmas de Peralejo, así
gran parte d9 la opinión como los gobernantes, consistió en la aglo-
meración de enormes masas, en las expediciones copiosas, en la orga-
nización de una guerra de partidas y de emboscadas mediante ejércitos
á lo Xerjes.
Ni Máximo Gómez, ni Rabí, ni Cronvert, ni Lacret, ni Rius Rive-
ra, ni Zayas, ni Carrillo, ni Collazo, ni Calixto García mandaron ja-
más fuerzas considerables.
La guerra de todos los cabecillas cubanos fué siempre guerra de
partidas, pero no á la manera española, no al estilo de nuestros Empe-
3S6
cinados, Zurbanos y Merinos, sino sencillamente reproduciendo la tác-
tica del partido: huyendo, corriendo, alborotando, quemando, pero sin
presentar jamás el pecho á acciones regulares ni empeñándose en ver-
daderas batallas. Sólo Maceo (Antonio), temperamento impulsivo, alma
arrojada, con su espíritu aventurero y el acicate de su causa de raza,
mostró táctica distinta; y con todo, nunca llegó á acaudillar más de
CORREO INSURRECTO
3.000 hombres, y cuando cae en Punta Brava sólo le rodea un puñado
de amigos.
»
* *
No: la insurrección cubana no requirió jamás un ejército como el
que pudiera necesitar Prusia para invadir Francia. Cin 200.000 soldados
no pudimos impedir la entrada de las partidas en los pequeños poblados,
ni contener la invasión de las provincias de Occidente, ni cortar el paso
de Maceo á través de la manigua, desde Punta Maisí á Mantua.
337
La cuarta parte de aquella fuerza hubiera bastado, como bastó en la
guerra anterior, para la defensa de las grandes ciudades; y si se recor-
dara, á propósito de la anterior guerra, la entrada de Sanguily en Puer-
to Príncipe, también hay que recordar en estos tiempos el saqueo noc-
turno de Santa Clara.
Preciso es reconocer, ahora y siempre, que no con doscientos mil,
SECCIÓN DE artillería. ATRAVESANDO LA MANIGUA
1
con cuatrocientos mil hombres, la guerra no habría sido para nosotros
menos dura, ni habríamos más fácilmente aplastado al enemigo. Un
ejército, por poderoso que sea, frente á una guerra de independencia,
con enemigos invisibles, ó por lo menos incoercibles, como el vómito
negro y el vómito yankee, en vano intentará servirse de su fuerza ni
Blanco 43
338
aplicarla en momento determinado: la astucia acabará por esterilizar su
poder y su brío. Es el mismo caso de los héroes de Homero: ellos pe-
leaban cara á cara y los Dioses envueltos en una nube...
Reconocido ya el error, tiempo era de aplicarle remedio, poniendo
justa tasa álos sacrificios del sufrido pueblo espsñol. Era muy fácil para
nuestros gobernantes echar carne á la manigua, y nuestro pueblo tiene
un aguante veidaderjmente marroquí. Con una firma del ministro de
la Guerra y un aviso al marqués de Comillas, media Espina se dejaba
embarcar para el matadero... Y, mientras, la agricultura quedaba sin
brazos para su fomento, y los negares, donde el pan de cada día se rie-
ga con sudor y lágrimas, huérfanos de mozos honrados, único patrimo-
nio de sus desventuradas familias.
Además: ¿acaso el nuevo régimen iba á ir acompañado de mayores
sacrificios de sangre? El nuevo régimen es la paz— se dijo y pregonó, y
con esta esperanza lo aplaudimos. Pues si la constitución de este régimen
siuNiFiCABA LA PAZ, ¿para que se querían más soldados?...
El envío de más hombres á la manigua recordara á todo el mundo
el triste destino de los maridos engañados y, por añadidura, apaleados
por su rival.
* *
La columna formada por el batallón de Barbastro, al mando del co-
ronel Rodríguez, practicando un extenso reconocimiento por la costa
Sur de la Habana, encontró el día 3 en Oropesa á la partida que man-
daba el cabecilla Collazo, formada por 300 hombres, la cual habia to-
mado posiciones en un campamento formado por 44 bohíos y defendi-
do por muchas trincheras y por una doble línea de palmas rellena de
tierra y con fosos, situado en gran parte de la ciénaga.
339
El batallón atacó con gran denuedo el campamento enemigo, y lue-
go de sostener nutrido fuego por espacio de una hora, puso en disper-
sión á los rebeldes, que abandonaron al huir diez muertos.
Las tropas tuvieron que lamentar la muerte de cuatro soldados y ct-
torce heridos, todos peninsulares.
Los insurrectos se resistieron como pocas veces solían hacerlo; por
lo que fué preciso atacar á la bayoneta algunas de las trincheras de don-
de fueron desalojados, sufriendo entonces la mayor parte de las bajas.
La paitida del negro González fué batida en tres encuentros suce-
sivos en jurisdicción de Sancti Spíritus y Tassjaras, por los batallones
de Murcia, Isabel II y Pavía, que le hicieron tres muertos y dos prisio-
neros y le cogieron'armas y caballos y un mulo.
Nuestras fuerzas tuvieron un oficial y seis de tropa heridos.
Los rebeldes orientales intentaron penetrar en Niquero, poblado de
la jurisdicción de Manzanillo.
El enemigo, al presentarse y poner sitio al poblado, envió un par-
lamentario al jefe del destacamento que guarnecía el fuerte de Niquero,
intimándole la rendición.
«Traemos — dijo el parlamentario— excelente artillería; si no se en -
tregan romperemos fuego de cañón y destruiremos en dos horas sus
defensas.»
La valerosa guarnición respondió que no se rendiría jamás y, re-
tirado el emisario^rompieron el fuego contra los sitiadores, que apro-
vechando la tregua á que dio origen la aproximación de aquél, empla-
zaban su artillería.
Lograron los rebeldes colocar un cañón, y con él hicieron 50 dis-
paros contra las defensas de Niquero, pero el fuego de fusilería de nues-
tros soldados fué tan certero que, el enemigo, con artillería y todo, le-
vantó el cerco, y se retiró prudentemente desistiendo de sus propósitos.
AI retirarse, salió del fuerte un grupo de soldados que persiguió á
la partida, causándola algunas bajas.
340
El destacamento tuvo dos muertos y un herido que les causó uno
de los cañonazos.
Según noticias de Sagua (Las Villas), se acogieron al nuevo régi-
men políticD instaurado en la isla, presentándose á las autoridade de di-
cha población, el titulado teniente coronel del ejército libertador Soto
perteneciente á la partida del cabecilla Roban, con un capitán, dos te-
nientes y veinte hombres armados y municionados, quienes al verificar
el acto de sumisión dieron vivas á España, á la autonomía y á Cuba es-
pañola.
*
La prensa liberal de la'^Habana continuaba dedicando su atención
preferente al alcance de la nueva política.
Para ella era punto* menos que indudable que el ¡régimen, ya en
completo ejercicio, habría^^de producir resultados beneficiosos para la
paz y para la patria.
Careciendo de base y justificación toda protesta; goberrándose el
pueblo cubano por sí mismo; probada la^absoluta sinceridad en la apli-
cación de la autonomía,! sin distingos ni regateos; cansados de luchar
muchos de los que estaban en armas; agotados los recursos del enemigo
en muchas zonas, y necesitada Cuba de paz para su reconstitución y
vida, la prensa liberal creía que todo el que amase aquel país meditaría
seriamente sobre la situación y se penetraría de la alta conveniencia de
ir á la paz.
En este sentido de esperanza se inspiraba la prensa liberal de la
Habana en los primeros días deljaño 98.
A acrecentar estas esperanzas vino'la noticia de haberse acogido en
Puerto Príncipe á los beneficios del nuevo régimen, el titulado teniente
341
coronel Josquín Quirós, secretario que fué del marqués de Santa Lucía,
y la presentación del titulado comandante Anastasio Núñez, dos oficia-
les y cinco individuos armados, en .Rancho Veloz, jurisdicción de Re-
medios.
Además, se esperaba con algún fundamento la presentación del
resto de la partida y predominaban impresiones optimistas, las cuales
reconocían como fundamento los trabajos que se estaban realizando para
CAÑONERO «PATRIOTA»
que se acogieran á la legalidad importantes cabecillas y núcleos nume-
rosos de insurrectos.
El general Ochoa, al frente de una columna que conducía y custo-
diaba un convoy á Bayamo, sostuvo varios combates con diversas par-
tidas rebeldes concentradas en el camino con objeto de apoderarse del
convoy ó impedir su paso.
En todos ellos fué rechazado el enemigo, causándosele considera-
bles bfijas que retiró al abandonar el campo y desistir de su inútil em-
peño.
342
Nuestras bajas en esa operación fueron dos soldados muertos, heri-
do grave el teniente de las escuadras de Pavía, don Natalio Vela y heri-
dos leves seis soldados.
El batallón de Murcia, operando en la zona de Sancti Spíritus, se
apoderó y destruyó tres campamentos del enemigo. Este, después de
oponer alguna resistencia, huyó, abandonando doce muertos que fueron
identificados, muchas armas y efectos.
Las tropas tuvieron ua soldado muerto, y heridos el teniente don
Eliseo Corral y el médico don Miguel Murubal.
***
Practicando un extenso reconocimiento en las costas de la jurisdic-
ción de Sancti Spíritus la columna que mandaba el general Ruíz, cuyo
objetivo principal era dar con la guarida del cabecilla fantasma y fuer-
zas que custodiaban al generalísimo Gómez, de quien se sabía que esta-
ba por aquella región, descubrió y se apoderó el día 8 de un depósito
de caballos que tenía el célebre condottiere dominicano. Había en él
200 caballos que cayeron todos en poder de nuestras tropas.
Al día siguiente, el general Ruíz y sus tropas, continuando sus ope-
raciones, lograron encontrar ua campamento enemigo situado en Pozo
Abelardo y deldndido por fuerzas de Máximo Gómez, á las que batie-
ron y desalojaron de é!, tras corta y débil resistencia. Siguiendo el ras-
tro, continuaron la persecución hasta conseguir dar alcance á los rebeldes
en los montes Hoyos, donde se hallaba acampada una partida compues-
ta de 200 infantes y 3 io caballos, al mando del generalísimo y del ne-
gro González.
La columna emprendió el ataque de las posiciones enemigss, y los
insurrectos se defendieron, iceptando el combate al ver la exigüidad
343
de nuestras fuerzas; pero iniciado un ataque á la bayoneta por nuestros
valerosos soldados, abandonaron aquéllos sus ventajosas posiciones y
huyeron cobardemente. Entonces cargó sobre ellos nuestra caballería, en
el sitio llamado El Limpio, y los dispersó, causándoles numerosas bajas.
El resultado de esta brillante operación fué recoger 12 muertos,
entre los que figuraba el cabecilla Juan Ordoñez, que fué identificado,
y hacer tres prisioneros con armas.
La columna tuvo siete soldados heridos, cuatro contusos y trece
caballos muertos.
El día 10, el teniente coronel don Claudio Gata, con fuerzas del
batallón de la Lealtad y caballería de Pizarro, sorprendió en San Joa-
quín, término de Campo Florido (Habana), otrocampamerto enemigo.
Los insurrectos apelaron á la fugs, dejando en poder de nuestras
tropas diez fusiles Maüser, IC9 Remingtons, i^6 machetes, 100 escobi-
lleras, 6 cajas de dinamita, un botiquín con medicamentos y varias
herramientas.
El general Pando, después de recorrer la costa Norte del departa-
mento Oriental, estuvo un día en Santiago de Cuba inspeccionando las
fuerzas que guarnecían la capital, y llegó el día n á Manzanillo para
dirigir personalmente las operaciones de guerra que se proponía em-
prendei en breve con gran actividad y vigor contra las partidas orien-
tales.
Según los informes que este general comunicó al ministro de la
Guerra, el número de rebeldes que existía á la fecha en Cuba, era de
diez á once mil hombres, de los que una mitad por lo menos operaba
en la provincia de Santiago de Cuba.
* ♦
344
Consolador fué el despacho que el día ro dirigió al ministro de la
Guerra el gobernador general de Cuba sobre la situación de la isla.
Decía así:
«...La situación del país mejora; aumenta el trabajo y el tráfico, y
ha empezado la zafra en las provincias occidentales.
La Aduana de la capital ha producido en Diciembre último
1.208,000 pesos.
Los concentrado? atendidos van reponiéndose en gran número.
Enviaié á V. E. datos precisos acerca de la concentración. —
Blanco.*
No creemos que el marqués de Peña Plata remitiera estas noticias
por el gusto de entretener la ilusión de las gentes, sino por la alta
conveniencia de reflejar una mejora de situación algo lisonjera.
Ya sabíamos que había comenzado la zafra en las provincias del
Occidente de la isla, y todo buen español peninsular ó insular debió
celebrar que se realizaran estas importantes operaciones en forma tal
que, aprovechando al país cubano, por ser esa la base esencial de su
riqueza, no aumentase los ingresos en las cajas de la delegación que el
filibusterismo tenía establecidas en Nueva York.
Consecuencia natural de Jos trabajos de la zafra era el aumento
del tráfico, y esto era también vida y esperanza. La cifra alcanzada en
la recaudación hecha por la Aduana de la Habana era verdaderamente
excepcional.
En los tiempos normales excedía pocas veces la recaudación men-
sual de un millón de pesos, y por esto era de llamar la atención un
ingreso tan considerable como el que señalaba el general Blanco, si
bien puede explicarse no sólo por el aumento de población en la capi-
tal, sino por la necesidad de reponer en ese mes todo lo que había sido
destruido en las fincas azucareras para poder realizar las operaciones
de la molienda.
345
De todas suertes, hicimos votos por que esas impresiones del ge-
neral Blanco fueran reales y pudiera semanalmente ir afirmándolas y
ampliáadolas, pues comprendiendo lo lamentable que serían para la
nación nuevos desengaños, no había de ir en sus optimismos más allá
de lo que fueía reflejo de la verdad.
Blanco 44
Armmuii-'* iiMMMaM^ uiiitukt.i. . ii.itMiiiiii>iumiUhMii..iiiiitiii»ii>. Jiiu*«ii.<t.. iiTiiiiiM- u>((MMnit<^miltUJi-''i<"uiuiiM»M<>.iriiiiMiitiiin iiiiiltiilUluil (^
«<
rS •«■■iMHoiimwtMM* luiiiMv: uiWHi*HU''KMMn*w Hi^mM' onwiiitiin OMMifir '■• iiiMwtiit*' mmmm itiiiiBMxin uiinaiimf qimwpm -'/V
CAPITULO XXVIIl
Sin plazos. — KemeiEbranzaí. — Justicia y conveniencis. — Impacitociae ÍDjuít¡6cadas. — Reti-
cencias impiudeiitíP. — Las dos sctionts. — Expedición filibnslers.- Goleta apresada. —
Desembarco impedido. — £1 caíicnero Galicia y la guerrilla de Kíquerp. — Tema y destruc,
ciÓD del campamento de las Salinas. — Otro mártir de la pez. — Asesinato de un capitán y
un práctico. — Traición y crimen. — El capitán señor Puga.
^ f) era mal argumento, para aprovechado en los círculos
separatistas de Cayo Hueso, Ttmpa y La Floiida y en
.j los bohíos de la sierra del Cobre y de los montes de Re-
forma y la Siguanea, el que ofrecieran á los rebeldes
cubaros los que señalaban plszcs, á los pocos días de la ins-
tauración del nuevo régimen político encuestra colonia an-
tillana, para resolver definitivame el problema de Cuba.
Ese, precisamente, había sido el clavo á que habíase aga-
rrado Máximo Gómez para mantener algo despieitas las es-
peranzas de los que todavía le seguían. Y cuando se veía que ese clavo
Citaba á punto de desprenderse, he aquí que en vez de emplear las te-
nazas ó el corta frío para acabar de arrancarlo, «e echaba mano al mar-
tillo para golpear sobre él y afumarlo un poco.
¡Bonita y patriótica labor!
¿Quién no sabia, en efecto, que los separatistas habían confiado en
la prolongación de la guerra, en hacerla dursr uno tras otro año, mu-
cho más que en su propio eífaerzo y en los elementos de que disponían
347
para !a realizacióa de sui propósitos? ¿Qaiéa ignoraba que para arras-
trar primero á los ilusos y á los desesperados á la manigua y para man
tenerlos después en las filas rebsldss procuraron inducirles estas des
ideas capitales- qae España no cumpliría sus promesas, en caso de que
hiciese alguna, y que el triunfo de los insurrectos estaba y consistía en
la prolongación de la lucha que acabaría por agotar los recursos de la
Metrópoli?
Pues biea; no fué de lamentar, bajo todos coaceptos, que en los mo-
mentos mismos en que los hechos
destruían con la implantación de
la autonomía la primera de aqu3
Has aseveraciones, demostrando su
falsedad, ¿lo fué lamentable es
pe:táculo, qae aquí en la Penínsu •
la hubiera quien diera fuerza y
valor á la segunda, señalando pla-
zos, como si se pretendiera indicar
que nuestras fusrzís no podían pa-
sar de cierto y determinado límite?
¡Qjé más podían apetecer los
enemigos de España!
No: un año nos había señalado
Mac Kinley, y aunque tuvo buen
cuidado de no dejar traslucir que
prorrogaría el plazo, todo el mundo
se indignó, tanto por la intrusión en nuestros asuntos, que la sola indi-
cación envolvía, como por el propósito de encerrar nuestra acción y pc-
ner límite á nuestros recursos y á nuestros esfuerzos dentro de un lapso
de tiempo determinado, daado á la vez, con evidente torpeza, alientos
á la insurrección pira que resistiese un año más.
CABECILLA ORDONEZ
348
No: no pudo haber plazos de ninguna especie; ni de cuatro, ni de
cuarenta meses, porque España quería conservará Cuba y no cejaría en
su patriótico empeño, ocurriera lo que ocurriera, basta restablecer la
paz 7 afianzar en la isla su incontestable soberanía.
Más que sorpresa causónos pesadumbre el observar que, apenas
había principiado á funcionar el régimen autonómico en Cuba, surgían
ja dudas sobre su eficacia.
A decir verdad, esas dudas, harto prematuras, que aparecieron en
ciertos periódicos, no fueron más que una de las formas que adoptara
la oposición para arrojar algunas scmbras sobre el nuevo régimen in-
sular.
El recurso, & fuerza de viejo, era de los que están mandados reco-
ger. Más tiempo llevaban luncionando en la Pee ínsula el suíregio uni-
versal y el Jurado, y había, sin embargo, quien se creía obligado á cada
dos por tres, y se creerá obligado mientras viva, á arremeter contra
ellos en cuanto oiga hablar de un veredicto ó se celebren unas eleccio-
nes.
Tan antiguo era el recurso, que, seguramente ninguno de nuestros
lectores h'>brá olvidado cómo lo utilizaron ^a los contempoiáneos del
general Espartero.
A todas horas se recordaba que los autonomistas que mandaban
en la Habana tenían paliantes y deudos en la icsurreccidí), se les atri-
buían ideas egoistas en Ja cuestión de la Deuda y sobre el problema
arancelaiio, y se eitablccían hipóteíis dtttiminadas ptra deducir que
en tales condiciones sería preferible la independencia de la colonia.
Nos recordó esa campaña la que muchos peiiódicos hicieron á raíz
349
f
del convenio de Ver gara por estimar que los cerlistas se harían dueños
absolutos del gobierno del país.
Porque, en efecto, vimos como se fingían parecidos temores, divi-
diendo á los habitantes de la isla en españoles y cubanos; pero olvidan-
do á la vez que esa división era obra de otros tiempos y que entonces
precisamente era cuando por fortuna había desaparecido.
Cierto que no se podía exigir á los que habían combatido la auto-
nomía, que de la noche á la mañana les pareciera ésta de perlas. Pero
debieran haber tenido en cuenta los que aquí todavía la combatían que
en Cuba la habían aceptado todos, y que en adelante eso bastaría para
que por igual y con el mismo derecho tuvieran intervención en la go-
bernsción de la isla.
^Autres iemps, autres mcpurs» — dicen los franceses.
*%
Además de corsiderar como obra de justicia la concesión de la au-
tonomía á la isla de Cuba, debió considerarse también como obra de
convenien'~.ia y de iti teres sumo para la patria, si contribuía, como con-
fiadamente esperábamos, á traer más pronto la paz.
El ejército había demostrado, á pesar de todas las dificultades con
que había tenido que luchar, y que hubieran arredrado á otros soldados
menos sufridos y pacientes, que España permanecería siempre en Cuba
y que no había poder humano ni insurrección que valiera — así pensá-
bamos en aquella fecha— capaz de arriar en la isla nuestra bandera.
Los insurrectos lo sabían mejor que nadie, porque lo proclamaba
nuestra constancia y lo aseguraban nuestras victorias.
En su alocución á los oiientales, fechada en Mangos de Baraguá á
i8 de Octubre de 1895, decía Antonio Maceo álos habitantes de Santia-
go de Cuba en el momento de emprender la invasión:
350
'¡í— El gobierno de la República, el país, que está con nosotros, y la
opinión universal, tienen sus ojos y sus pensamientos fijos en vosotros
en estos supremos momentos en que se ha de decidir la suerte futura de
un pueblo; y yo abrigo la firme convicción y me alienta la consoladora
esperanza de que vosotros habréis de sostener enhiesta la bandera de la
Estrella solitaria, para pasearla triunfante y vencedora por las calles de
la Habana, tras una sene no interrumpida de victorias.»
Qjíen con tal arrogancia se expresara, veíase un año después obli-
gado á aprovechar las sombras de la noche para cruzar la trocha de
Mariel-Artemisa Majana, y morir.
De aquellos orientales á quienes dijera que en sus manos estaba la
suerte de la rebelión, apenas si le acompañaban una docena.
No: no había poder humano que nos arrebatase Cuba. Con mis
fuerza, si cabe, que los triunfjs de nuestras armas, lo proclamaban
nuestros mismos contratiempos.
¿Dónde estaban Guáimaro, Las Tunas y Guisa? Fué preciso que
desaparecieran, arrasadas por las bombas enem'gas, que no quedara de
ellas piedra sobre piedra, para que los rebeldes lograran pisar la tierra
en que se alzaron. Y ni siquiera esa tierra pudieron conservar.
¿No estaban diciendo á voces esos hechos que para conquistar la is-
la, si los insurrectos fueran capaces de conquistarla, tendrían que arra-
sarla primero desde Punta Maisí al cabo de San Antonio, y aun en tal
caso seríamos nosotros dueños del terrenc?
Si; la prueba estaba hecha á costa de torrentes de sangre y monto-
nes de dinero, prujba dolorosa cual ninguna. Cuba no podía dejar de
ser española. Los mismos sacrificios hechos nos imponían la obligación
de conservarla, si nonos lo impusieran de antemano el tributo de ad-
miración que debíamos rendir al heroísmo de! ejército y nuestro propio
honor.
Y convencidos y seguros de que no habíamos de cejar en nuestro
351
derecho, podíamos, sin mengua ni desdoro, trabajar por todos los me-
dios á nuestro alcance para que cesaran pronto los horrores da la
guerra.
Por eso hsmos empezado por decir que si la concesión de la auto-
nomía fué obra de justicia, debió considerarse también como obra de
alta y humanitaria conveniencia, como elemento para apresurar la hora
de la paz.
*
* *
Después de haber enviado á Cuba doscientos mil hombres, los mi-
llones necesarios para sostener la guerra con tan numeroso ejército, y
esperar durante tres años que se acabara, piimero en la seca del 95, des-
pués en la del 96 y más tarde en la del 07, siempre con grandísima cal-
ma y sin precipitación, apoderóse de pronto la impaciencia de los que
mayores esperanzas de dominar la insurrección en poco tiempo infun-
dieron al país, y un día con inmotivados recelos, y al otro con descon-
fianzas sin fundamento, pretendieron llevar al ánimo del impresionable
concurso la idea de que todo había fracasado, porque el general Blanco
y el gobierno insular no habían dado en once días cima á la magna em-
presa en que estaba empeñada España desde el segundo mes del año
de 1895.
Esa singular mudar za en el modo de apreciar los hechos, vino apa-
rejada con otro fenómeno.
Y fué, que habiendo convenido hasta el último día del año anterior
en que la gran mayoría de los habitantes de Cuba eran españoles afec-
tos á la madre patria, y que los separatistas no constituían más que una
ínfima minoría, desde el i." del nuevo año á mediados del mes, todo
se volvían reticeacias para escatimar á la mayor paite de los cubanos
352
»
ese título de español, al cual nosotros no sabemos que hubiesen renun-
ciado desde que empezó el gobierno insular sus funciones.
De manera que esta condición de español ya no era privativa del
individuo, ni tenían en ella nada que ver los padres que nos engendra-
ron ni el lugar en que nacimos, ni casi casi nuestra voluntad. Dependía
principalmente de nuestras ideas políticas, religiosas, sociales ó arance-
larias.
El progreso, como se vé, no podía ser mayor ni mas avanzado.
^v^^sfe
MUERTE DEL CABECILLA NUNBZ
Allá, á raíz de los tiempos venturosos de las revueltas religiosas,
cuando ya se pudo poner un poco de paz en Europa, y las naciones se
dividieron en católicas y protestantes, la religión del monarca era la de
los subditos: éstos no tenían derecho á elegir. El que era católico, si
habia nacido en tierra donde predominaban calvinistas ó luteranos, te-
nía que abandonar su patria con tiempo fresco, y lo propio le ocurría,
aunque en sentido inverso, por supuesto, al protestante á quien la tor-
353
menta cogió en país católico. Porque, como ya hemos dicho, el monar-
ca podía optar por una religión ú otra; el subdito no.
Que es, sino estamos equivocados, lo que entonces, y ahora, preten-
dieron y quieren los carlistas.
Lo que hay, es que todo eso resulta un poquito rancio á fines del
UNA PAREJA DE LA GUARDIA CIVIL
siglo XIX, y á nosotros los españoles, especialmente, nos salió un po-
quito desigual, y nos ha dado muy malos resultados.
Pero de todos modos hay que confesar que tuvo gracia que en el
año 1898 se pretendiera imponer las creencias políticas como se impo-
nían en tiempo de Felipe II las religiosas, y se negara el título de ciu-
dadano español al que en Cuba no comulgase con la Unión Constitu-
cional.
Blanco 45
354
* *
Según han podido ver nuestros lectores por la reseña que en prece
dentes páginas dejamos hecha de los sucesos ocurridos en Cuba en la
primera decena del mes de Enero, no había sido obstáculo el plantea-
miento de la autonomía para que nuestros soldados hubiesen podido
ponerse en contacto, contacto de sable y de bayoneta, por supuesto, con
la partida que mandaba personalmente el astuto dominicano Máximo
Gómez, suceso que la casualidad no deparaba muy á menudo; ni para
que algunos cabecillas de la talla de Regino Alfonso, hubieran probado
prr última vez el efecto destructor de los Maüsers de nuestros soldados
y la certera puntería de estos bravos defensores de la soberanía nacio-
nal; ni tampoco para que cerca de Campo Florido, teatro de las ha^^añas
del desleal Aranguren, hubiese topado el batallón de la Lealtad con un
campamento rebelde que no tenía trazas de improvisado, puesto que en
él se encontró un buen surtido de armas y de municiones de guerra.
Y hay que tener en cuenta que señalamos únicamente los hechos
más recientes, los ocurridos, como quien dice, en la primera semana
de hallarse en funciones el gobierno autónomo insular.
Por otra parte, como somos un tanto aficionados á agrupar cifras
para dar expresión á los números, y teníamos gran confianza en los
resultados que habría de dar el nuevo régimen colonial, antes que rehuir
la comprobación, preferimos poner ante los ojos del lector estos resul-
tados, pocos ó muchos, grandes ó pequeños, según fueron conociéndose.
Para ello utilizaremos, como siempre, los despachos oficiales.
De los que remitió el general Blanco el dia n de Enero, dando |j
cuenta de las novedades ocurridas desde el dia 5, ó sea en el transcurso
de seis días, resultó:
Muertos hechos al enemigo }$
Prisioneros 6
Presentados 165
Armas recogidas 9')
355
En estos datos no van comprendidos las armas y municiones recogi-
das cerca de Campo Florido, por ser el suceso posterior á la fecha de
los despachos á que nos referimos, y por dejarlos ya consignados al dar
cuenta del suceso.
Conviene advertir que entre los muertos figuraron varios jefes re-
beldes, y entre los presentados un ex-secretario dei marqués de Santa
Lucía, ex presidente del titulado gobierno insurrecto, un teniente coro-
nel, un auditor y varios oficiales.
Ya se vé por estos datos, á pesar del corto período que comprenden,
que la implantación del nuevo régimen no entorpecía las operaciones
ni tampoco las presentaciones.
*
* *
A consecuencia de haberse tenido en Niquero, uno de los primeros
días del mes de Enero, una confidencia de que los rebeldes orientales
esperaban una expedición con muchos pertrechos de guerra y alguna
gente de los Estados Unidos, y también que el desembarco se pensaba
efectuarlo en el sitio denominado Potrida (Manzanillo), se dispuso que
el cañonero Galicia, en combinación con la guerrilla de Niquero, al
osando del capitán señor O'Ryan, se dirigieran á impedirlo y apresarlo.
En el sitio indicado por el confidente, entre Purgatorio y Gran Rin-
cón y á la hora señalada, acercóse el día 1 1 á la costa una goleta.
El cañonero Galicia, que estaba oculto en una ensenada, cortó la
retirada al barco filibustero, y las fuerzas de la guerrilla salieron del
bosque y se apostaron en la costa.
Entonces los tripulantes de la goleta y fuerzas rebeldes que estaban
emboscadas y apercibidas para favorecer el desembarco rompieron el
fuego sobre las tropas leales; pero éstas contestaron con tal vigor que,
356
á poco de iniciarse el combate, las partidas iasurrectas se retiraron, lle-
vándose dos muertos y dejando otros dos sobre el campo.
Los tripulantes de la goleta arrojaron al agua buena parte de la
carga; pero á pesar de esto, el cañonero llegó á tiempo de recoger seis
toneladas del cargamento, compuesto de armas, municiones y botiqui-
nes.
El barco procedía de Jamaica y su patrón Justo Pérez (a) El Galle-
go y otro tripulante de la misma cayeron en poder de nuestros marinos,
así como la voluminosa correspondencia que llevaba á bordo.
Una vez realizada la aprehensión, formóse una columna de 200
hombres, con fuerzas de la dotación del cañonero y la guerrilla, que,
al mando del citado capitán O Ryan, se internó más de dos leguas en la
manigua en persecución de las partidas, destruyendo el campamento
de Salinas, después de haber desalojado de él al enemigo, con nutrido
fuego, y dispersando á las fuerzas rebeldes que lo abandonaron.
El patrón y el marinero presos de la balandra correo fueron condu-
cido»; á Santiago de Cuba, asi como la correspondencia apresada.
El Galicia es un crucero-torpedero de 541 toneladas de desplaza-
miento, y lo mandaba el teniente de navio de primera don José María
Aviñó.
A bordo llevaba 79 plazas, y como fuerza ofensiva 6 cañones de 57
milímetros, una ametralladora y dos tubos lanza torpedos.
* «
Di otro caso idéntico ai del infortunado teniente coronel señor
Ruíz nos dio cuenta el día 13 nuestro celoso corresponsal ea Santa
Clara.
El capitán de infantería don Antonio Paga, antiguo retirado y á
la sazón comandante militar de Santiago de las Vegas, á semejanza del
357
malogrado Ruíz, marchó al campo rebslde para hablar á un cabecilla
con quien tenía concertada una entrevista.
El capitán señor Paga, residente hacía muchos años en la isla, te-
nía amigos entre los rebeldes. Aseguráronle que uno de éstos, jefa de
una partida, quería presentarse, y para decidirle y favorecer el cumpli-
OFICIAL VISITANDO LOS PUESTOS DE LOS CENTINELAS
miento de su deseo escribióle el señor Puga, contestando á su carta el
cabecilla con un recado verbal, dándole una cita en su campamento.
Salió el confiado capitán de Santiago de las Vegas, en compañía de
un práctico, el día 9 de Enero, y á los cuatro días, en vista de que no
regresaba, salió una guerrilla en su busca.
Recorriendo las fuerzas leales el sitio donde su jefe había dichoque
358
pensaba ver y habíale citado el cabecilla, encontró los cadáveres del
desventurado comandante militar de Santiago de las Vegas y del prác-
tico que le había acompañado en su expedición.
Ambos cadáveres estaban horriblemente mutilados.
Por coincidir la noticia del asesinato de otro mártir de la paz con
los graves sucesos acaecidos en la capital de la isla no produjo en los
ánimos la sensación que causara la de su predecesor en el martirio, si
bien no dejó de ser grande y penosísimo el efecto que produjo tanto
en la Habana como en la Península, por ser el desgraciado señor Fuga,
hombre honradísimo y muy querido de cuantos le trataron.
-•-^®^-
CAPITULO XXIX
Grave suceso. — El motín de la Habana. — El dolor de España. — El deber de todos. — Hay que
decirlo. — Origen del suceso. — En el teatro Albisu. — El primer motín. — En las oficinas
de La Discusión. — Contra el Diario de la Marina. — La manifestación disuelta. — Sigue
el motín. — El general Arelas. — Fin del tumulto. — Impresión en la Península. — La opi-
nión imparcial. — Declaración de los oficiales. — Sin consecuencias.
MARGURA muy grande hubieron de producir en todos los
corazones españoles las tristes y graves noticias llega-
das de la Habana el día 13 de Enero.
No solamente causó vivo dolor ver la autoridad del
capitán general desconocida, sino que se presintió con profunda
pena el efecto que acontecimientos de tal índole habían de te-
ner en el extranjero y en la manigua, y las consecuencias funes-
tas que podían traer á España.
Las esperanzas más ó menos justificadas, pero muy despiertas, en
aquellos días, experimentaron quebranto gravísimo. Tornó á apoderar-
se de los ánimos la desconfianza sombría, debilitadora del fuerte espíri-
tu nacional, hasta un punto que nadie pudo presumir.
Se recordaba con tristeza aquellas semanas que siguieron á los su-
cesos de Marzo de 1895 y durante las cuales la mayoría de los periódi-
cos europeos emitieron sobre nuestro estado social y sobre el papel que
en la vida de la nación hacía nuestro ejército, juicios duiísimos y de-
presivos en el más alto grado. El temor deque esos juicios se repitieran
360
con motivo de los motines de la Habana llenó las almas españolas de
inquietud.
Sobre ellas cayó como el agua helada sobre quien tirita de frío, la
consideración del júbilo que habiían de sentir los intransigentes sepa-
ratistas al enterarse de tales hechos, y de la consistencia que lo ocurrido
daría á los propósitos de los enemigos de España.
Después de tantos y tan dolorosos sacrificios hechos por esta infeliz
nación en aras de la paz, tras de consumir tantas vidas y tantos millo-
nes, á raíz del esfuerzo más doloroso, cuando se entraba por un nuevo
camino en busca del deseado objeto, se perturbaba todo y se obscurecía
todo, merced á los manejos é intrigas de politicastros egoístas y malos
patriotas que intentaban explotar en su provecho las pasiones de clase.
Fué aquello la reproducción de lo acaecido en Madrid, pero esta
vez se intentó en condiciones más difíciles, en circunstancias más gra-
ves y cuando todo el mundo civilizado tenía los ojos fijos en nuestro
ejército.
* *
Fácil, muy fácil es excitar la pasión de gente moza con susceptibi-
lidades de clase, avivadas constantemente por los que de tarea semejan-
te hacen su negocio. Estos «negociantes políticos» no perciben lo que
de natural hay en ello, sino lo que puede servir ¿ planes que de miUta-
res precisamente no tienen carácter alguno.
El ejército, que anduvo en otro tiempo harto mezc ado á la vida
de los partidos españoles, comenzó hace diez ó doce años á separarse de
éstos y á afirmar su espíritu de clase. La evolución hubiera sido prove-
chosísima si el ejército hubiese quedado incomunicado respecto de los
políticos.
Los militares fueron dejando de ser progresistas ó moderados, re-
361
volucionarios ó alfonsinos, para no ser más que militares; soldados de
la patria al servicio de la Nación, guardadores de su honor y defensores
de su bandera y de su integridad. Así son los ejércitos de las grandes
naciones europeas. Mas, los políticos, que ya para cambiar la Constitu-
ción no podían contar con la fuerza armada, ni con la oficialidad afilia-
da á un partido, pensaron en explotar ese espíritu de clase, que con
TIPOS DE RECONCENTRADOS
energía se despertaba y se manifestaba, para lanzarlo contra un gobier-
no y derribar una situación.
En toda entidad que afirma su vida y personalidad propias frente
á las demás entidades hay un sentimiento fácil de sobreexcitar con
adulaciones unas veces, otras veces con recelos. Y esto, precisamente,
Blancx) 46
362
S3 venía haciendo en aquella época de un modo tan claro, ten á la luz
del día, sin tapujos ni misterio alguno, que los manejos y propósitos
que había detrás de ello, si no se veían, se presumían.
El suelto imprudente de un periódico ó el artículo intencionado y
pérfido que á veces se desliza en algún diario, precisamente por quie-
nes desean provocar erccnflicto, es como la tea encendida arrojada en
el montón de apilado combustible. La pasión irritada no razona; Ja in-
experiencia natural é inevitable no descubre la mano de donde parte
el impulso; ánimos juveniles se inflaman con el recuerdo del poder
mostrado en otras ocasiones; las consecuencias de los actos se obscurecen;
la expectación de los pueblos extranjeros se olvida; se deja la rienda
suelta á la cólera ó al orgullo, y mientras todo padece, el prestigio del
mismo ejército el primero, y el enemigo toma alientos y los extraños
se erigen en censores y llora la patria, el politicastro malvado, que pre-
paró el suceso para satisfacer su ambición, su despecho, su egoísmo,
salta de júbilo allá en las sombras y se ríe de todo y de todos.
♦ *
No es posible regarlo. No alcanzaríamos ni á engañarnos nosotros
mismos, si intentáramos quitar gravedad á los tristes sucesos acaecidos
en la capital de la gran Antilla.
A las dificultades naturales del problema, á las de una lucha que
duraba ya tres años y que había costado tantas vidas á nuestros heroi-
cos soldados, á las de una crisis que tenía paralizada la actividad de to-
do el cuerpo nacional, no se debía unir la de una nueva contienda ci-
vil entre españoles; entre hermanos. j
Cuando con la pacificación de Filipinas, digno coronamiento del
bravo esfuerzo de nuestras armas, y con las esperanzas legítimamente
puestas por la patria en el éxito de la feliz combinación de la acción mi-
333
litar y política en Cuba, comenzaban á disiparse muchas de las negru-
ras amontonadas sobre el horizonte de la vida de España, no fuera S3n-
sato, no fusra patriótico empeñarnos en ver, como algunos pssimistas
vieron, en los sucesos de la Habana, la reproducción de otros hachos de
recuerdo funesto para nuestros vastos dominios en América. Tan funes-
tos augarios no podían realizarse, porque nuestro ejército es ejército de
la patria y es ejército de la libertad, y sus anales gloriosos llenos están
de páginas sublimes en que se sacrificó á los más altos ideales, en que
salvó á la nación de la anarquía ó del despotismo.
A conjurar ambos peligros confiamos en que había de contribuir
como nadie ese mismo ejército, que había hecho ya como ley primera
de su vida la de no servir interés ninguno de su partido, fundiéndose
en el interés úaico de la patria.
Origen de la cuestión de orden público en la Habana fué, según
refirieron los despachos, un agravio inferido á oficiales españoles por un
periódico que no representaba á ninguna de las fuerzas políticas de Cu-
ba. Esas fuerzas, las que vivían en el nuevo régimen, no habían tenido
nunca por órganos, no podían tenerlos, á los qu3 atacaron y ofendie-
ron al ejército.
Porque si el ejército es en todo momento y en todo país la más alta
y la más pura expresión de la patria, es su alma y su vida frente á una
guerra de separación. Da lo que no tiene precio, lo que á nada puede
compararse, su sangre, y para darla no consulta más que á su deber, la
defensa que de sus derechos y de su soberanía le encomendó la nación.
La grandeza de los Estados se ha cifrado y se cifra en eso, en hacer del
amor á su ejército un cuito.
Y si hay algúa ejército en el mundo que sea acreedor á toda clase
de respetos, de simpatías y de entusiasmos, es el ejéicito español que
en Cuba ha luchado durante más de tres años, sosteniendo una guerra
sin ejemplo contra la Naturaleza y contra los insurrectos.
364
* *
Necesario es decirlo. No podía ser un periódico amparado por nin-
gún partido, un periódico que agraviase á los soldados de España.
El que ofendió con gran injuria al ejército de la patria, cualquiera
que fuese la filiación que invocase, no podía representar á ningún par-
tido honrado amante de la paz y de España, sino á bando faccioso de
los qu3 lucran en el desorden y en sus agaas turbias hallan provechos
materiales, y mereció por ello severo castigo.
¿Cómo había de pertenecer el que tal hizo á la prensa liberal cuba-
na, prudentísima, correcta, mesurada en la expresión de sus opiniones,
y, sobre todo, respetuosa con el ejército, apasionada de sus glorias?
Y que así fué y no de otro modo se prueba, con sólo notar que la
protesta de los oficiales no se dirigió más que contra el periódico que
los había agraviado, y si otros se vieron amenazados, fué en manifesta-
ción tumultuosa de elementos extraños y demagógicos, en los que ya
aquellos oficiales no tenían participación alguna.
Sobre la naturaleza del motín, sobre su significación, dio luz bas-
lante el hecho elocuente de haber sido sofocado por fuerzas del ejército
y fuerzas de los voluntg^-ios. No. No se trató de un motín militar.
Y si algo faltara para exclarecer los sucesos ocurridos en la Haba-
na, ahí están las vibrantes, patrióticas y hermosamente enérgicas pala-
bras del general Arólas.
Al llegar el bizarro general Arólas frente al edificio que ocupaba
el Diario de la Marina, en el momento en que el grupo de los amoti-
nados daba vivas y mueras, increpó duramente á los que lo formaban
diciéndoles:
« — Sois indignos de gritar ¡Viva España! Ese grito, sólo debe dar-
365
lo quien respeta el orden y acata el gobierno y la representación de la
patria.»
En ese mismo espíritu, en ese espíritu de respeto á la ley, á la le-
galidad constituida y al gobierno de España, supieron inspirarse todos
los buenos españoles al dejar aislado el motín de la Habana.
*
* #
Con toda imparcialidad y con gran detalle nos informó uno de
nuestros colaboradores, testigo presencial de los tristes acontecimien-
tos de la Habana, acerca de lo que juzgó causa generadora del motin,
de cuyo penoso suceso entendemos que, tanto ó más que las noticias y
pormenores, importa conocer los motivos que provocaron la situación.
Uaa parte de la prensa de la Habana, en la que se distinguía El
Reconcentrado, periódico de reciente creación, venía hacía tiempo sos-
teniendo una campaña muy dura contra cuantos ejercieron autoridad
en la isla, especialmente contra el general Weyler, el ex- gobernador
civil de la Habana señor Porrúa y contra el comandante señor Fons-
deviela.
Quejábanse las gentes de los ataques verdaderamente inusitados
que El Reconcentrado publicaba, y nadie tomaba medidas contra este
diario. Limitóse el general Blanco á prohibir terminantemente los ata-
ques al general Weyler; pero dijo que dejaba las medidas que contra
la prensa debieran adoptarse á la iniciativa del Gobierno insular.
Los ministros mostráronse vacilantes, y esto produjo muy mal
efecto en la opinión, y muy particularmente entre los oficiales del
ejército.
Atribuíase la lenidad del nuevo gobierno á influencias del gober-
nador de la Habana, señor Bruzón, á quien se acusaba por muchos de
estar complicado en ciertas campañas de El Reconcentrado . Y se en-
366
ten lía que por esta causa no S3 atrevía á hacer nada el gobierno insu-
lar con los periodistas de FA Reconcentrado.
Puede contarse también entre los motivos que originaron los tu-
multos del díi 12, la cuestión personal surgida entre el director de
aquel periódico y el antiguo oficial de orden público, capitán señor
Calvo.
Excitadas las pasiones por las causas expresadas, publicó dicho día
El Reconcenti ado un suelto que, copiado si pie de la letra, decía:
«Fuga de granujas.
cEn el vap.-ir Montserrat ¡narclia para la inatlre patria i-I capiíán señor Sánchez,
ejecutor de aquellas órdenes terribles del señor Maruri que todos recordamos.
i El capitán señot Sánchez ha tf-iiido la desfjracia de perder á su esposa, pero
en cambio ha hecho verter mucha sangre y muchas lágrimas á infinidad de madres
cubanas.»
El señor Maruri que cita el suelto, era alcalde de Guanabacoa
cuando, al decir del periódico en cuestión, se cometieron en este pue-
blo grandes atropellos.
* ♦
Casi todos los oficiales que concurrieron al teatro Albísu la noche
del II, llevaban un número del citado periódico El Reconcentrado, y
mostraban grande indignación por el suelto integrado.
Luego de decir en alta voz muchos de estos oficiales que la publi-
cación de injurias semejantes resultaba intolerable, se celebraron cier-
tos conciliábulos, en los que es de presumir quedara acordado el acudir
á la redacción de dicho periódico.
Creencia firme fué que los motivos indicados originaron la visita
de los oficiales á las oficinas de redacción de El Reconcentrado, pero
de creer es también que si ciertos elementos instigadores, enemigos
del nuevo régimen palítico, no se hubieran mezclado en el asunto para
367
aprovechar la agitación en contra de la política autonómica, el suceso
hubiera tenido una importancia muy limitada, casi nula, pues los ofi-
ciales que se concertaron en AlbísUj nos consta que no tenían otio pro-
pósito que el de castigar de un modo eficaz las diatribas y los tremen-
dos ataques que algunos periódicos tachados de filibusteros dirigían á
determinados oficiales del ejército.
De ahí se infiere y entendemos, por consiguiente, que en los acon-
tecimientos de la Habana hay que ver dos orígenes; primero el disgus-
to de los oficiales por los insultos de El Reconcentrado . que el Gobier-
no insular toleraba y dejaba impunes; y segundo, la sagacidad con que
los enemigos de la autonomía aprovecharon los comienzos del tumulto
para provocar una grave manifestación contra el nuevo régimen.
Los oficiales que se pusieron de acuerdo en el teatro de Albisu,
visitaron el siguiente día muy temprano á otros compañeros de armas,
y reunidos á las nueve de la mañana en número de unos sesenta de
todos los cuerpos, se dirigieron á la redacción é imprenta de El Recon-
centrado.
A aquella hora no se encontraban allí ni el director ni les redacto-
res de ese periódico. Los empleados que había en el local trataron de
impedir la entrada á los oficiales, pero opusieron escasa resistencia. A
los primeros golpes diéronse á la luga, dejando á los invasores dueños
del campo. Entonces éstos rompieron cuanto constituía el mobiliario
de la casa y arrojaron por las ventanas sillas, mesas y tinteros.
Bajaron luego á la imprenta y allí empastelaron todas las cajas,
destruyeron la maquinaria y con la tinta de imprenta mancharon el
suelo y las paredes.
*%
368
Dirigiéronse desde allí á las oficinas de La Discusión, situadas en
la Acera del Louvre, y gritando; «No maltratar anadie», penetraron en
ellas, y como hicieran en Ll Reconcentrado , rompieron todos los mue-
bles y destruyeron todos los enseres de la imprenta.
Como por la Acera del Louvre circula siempre mucha gente, reu-
nióse pronto un grupo numeroso frente á la puerta del edificio invadi-
CAKONERO «GALICIA»
do, y entonces comenzaron á oirse vivas á España y algunos mueras á
la autonomía y á ios insurrectos «disfrazados».
La policía intentó detener á los oficiales, pero éstos arrollaron á los
agentes de la autoridad.
En este momento se presentó en el sitio del suceso el general Gar-
rich, gobernador militar interino de la Habana, y, abriéndose paso por
entre la multitud, llegó hasta los oficiales, arengóles y ordenóles que
se retiraran.
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370
Los oficiales cumplieron el mandato y se disolvieran y retiraron,
pero quedó un numeroso grupo de paisanos que comenzó á gritar: ¡Al
Diario de la Marinal
El general, seguido de algunos agentes de seguridad, trató de im-
pedir que el grup 3 se dirigiera á la reiaccióa del periódico aludido
pero sus esfuerzos fueron infructuosos.
HiUanse situadas las oficinas de este diario en el Parque Central,
enfrente del edificio que ocupaba LíJ D:sciis:ón.
Noticiosos los empleados del Diario de lo que ocurría, cerraron
las puertas y las ventanas.
Cuando los amotinados llegaron, viendo que les era imposible
derribar las puertas, comenzaron á tirar piedras, con las que rompieron
todos los cristales déla casa.
Logró el general Garrich abrirse de nuevo paso entre los sedicio-
sos, y consiguió con su presencia y energía disolverlos; pero el más
numeroso de los grupos se dirigió entonces á recorrer varias calles con
el propósito de encontrar al director de Ll Reconcentrado.
En ese grupo iba un hombre llevando una gran cuerda que «hábia
de servir>— según decía, — para arrastrar al periodista en cuestión.
Los generales Parrfido y Solano se presentaron ante ese grupo y lo-
graron disolverlo.
Comentóse mucho que el gobernador civil de la Habana, señor Bru-
zón, no se presentara en el lugar de los sucesos.
Restablecida la tranquilidad, merced á los esfuerzos de los genera-
les Garrich, Parrado y Solano, se notaba, sin embargo, grande excita-
ción entre las gentes, que hacía temer nuevos trastornos.
Aseguróse que se habían hecho trabajos entre los voluntarios para
que éstos se unieran al movimiento, á fin de pedir la derogación del ré-
gimen autonómico.
371
* *
A las nueve de la noche, varios grupos que recorrían el Parque
central y la calle del Obispo, reuniéronse en la Plaza de Armas, frente
al palacio de la capitanía general, donde lanzaron vivas á España y
mueras á la autonomíi.
Las excitaciones de varios jefes del ejército para qu3 los grupos se
disolvieran fueron inútiles; en vista de lo cual se dio orden de que fuer-
zas de caballeril disolvieran á los alborotadores.
La manifestación se dominó con gran facilidad, y las tropas que di-
solvieron á los manifestantes no tuvieron que utilizar las armas.
Durante todo el día continuaron en las calles los grupos, auaque
bastante reducidos, que eran disueltos sin grandes esfuerzos ni coase-
cuencias desagradables por las patrullas de fuerzas de la guardia civil
y del cuerpo de seguridad que recorrían la población.
En el patio principal de Palacio estuvo formado toda la noche y ea
disposición de salir á la calle al primer aviso, el quinto batallón de vo-
luntarios de la Habana, que mandaba el coronel don Cosme Herrera.
Con los manifestantes se mezclaron por la noche algunos volunta-
rios armados, pero cuando el general González Parrado les invitó á
que hicieran respetar el orden, formaron todos sin hacer la menor ob-
jeción y obedecieron desde luego. Otros voluntarios, también armador,
se situaron frente al Casino Militar y estuvieron dando vivas á Espa-
ña, disolviéndose al poco tiempo.
Todas las tiendas de la Habana permanecieron ceíradas todo el día.
La población ofreció un aspecto verdaderamente triste, transitando
muy poca gente por las calles. Los teatros suspendieron las funciones y
algunos periódicos dejaron de publicarse.
372
Todos los puntos céatricos de la capital estuvieron ocupados mili-
tarmente por fuerzas de orden público y por dos escuadrones de la
guardia civil que se mandaron reconcentrar de las cercanías.
Los pequeños grupos que continuamente circulaban en actitud pa-
cífica por la ciudad fraternizaban con los militares. Esto indica el ca-
rácter del suceso.
*
La noche transcurrió tranquila; pero al siguiente día, se reprodujo
la manifestación, confirmándose los temores que ya se tenían de que
un nuevo sucsso ocurriera en las primeras horas de la mañana.
Njda ocurrió, sin embargo, hasta el mediodía, á cuya hsra volvie-
ron los grupos de alborotadores á recorrer las calles de la ciudad dando
vivas á España y mueras á la autonomía.
El general Arólas, que desde la noche antes se había posesionado
del gobierno militar de la Habana, cuyo cargo le había sido reciente-
mente confiado por el general Blanco, acudió prontamente á disolver
los nuevos grupo?, tratando de apaciguarles y deque se retirasen; pero
los alborotadores se resistieron, y mientras unos seguían gritando por
las calles, otros dirigiéronse hacia el edificio donde están instaladas las
oficinas del Diario de la Marina, y después de apedrearlo, intentaron
panetrar en la redacción.
En estos momentos llegó el general Arólas, y abriéndose paso en-
tre los amotinados y colocándose en el centro de aquella masa de gen-
te, encaróse con los que mayores gritos prof ¿rían y los increpó con es -
tas palabras:
«—Sois indignos de gritar ¡viva España! Ese grito sacrosanto, sólo
puede darlo quien respeta el orden y acata al gobierno y á la represen -
tación de la patria!»
373
En cuanto el bizarro general terminó su enérgico apostrofe, para
contestar así á los gritos é insultos que proferían los alborotadores, or-
denó á las fuerzas, que patrullaban y que le siguieron, que cargasen so-
bre los amotinados.
Bastó la orden para que éstos se disolvieran, pues en cuanto la in-
fanteiía se dispuso, armando bayoneta, á lanzarse sobre la muchedum-
bre, se diseminaron en distintas direcciones, ante la sola presencia de
los fusiles y de la actitud de la fuerza pública.
Esto demuestra que habíase becho creer á los alborotadores que la
fuerza mostraría pasividad en el momento de recibir la orden de ata-
carlos.
Por esto continuaron en sus gritos y amenazas, hasta que vieron á
la fuerza armada que sobre ellos lanzaba con decisión el general Arólas.
La energía que e^te bizarro jefe demostró para dominar el tumulto
fué objeto de calurosos elogios.
* #
Ahí terminó el motín, renaciendo pronto la tranquilidad en la po-
blación, perturbada, según se aseguró, por los mismos que prodigaron
las ovaciones teatrales al general Weyler cuando su despedida de la
isla.
Un dato hemos de consignar por creerlo harto elocuente y es: que
los billetes de Cuba subieron en aquel día en la Bolsa de la Habana dos
enteros.
La noticia de los deplorables sucesos de la Habana causó verdadera
y sensible sensación en la Península y fué tema obligado y muy co-
mentado en los círculos políticos y en todos los centros de reunión de
Madrid.
374
Recordábase que la tarde anterior mientras varias personas seda-
ban por enteradas del suceso, los miniítros desmentían los rumores
diciendo que no tenían de ello la menor noticia.
También se recordaba que desde hacía días se venía anunciando
que en la Habana /)Oíírfa ocurrir algúa trastorno, sin más diferencia
que en aquellas versiones se aludía á la intervención de los voluntarios
y en lo ocurrido se vio que los voluntarios habían preitado servicio
para restablecer el orden.
CAÑONEROS Ülí VIGILANCIA Á LA ENTHADA IlEL HIO CAUTO
La impresión general fué de amargura, reconociéndose por todos
la gravedad de tales sucesos, por las consecuencias funestas que para
la causa de España y la situación de Cuba podían traer.
Sin embargo, la opiaíóa imparcial, pasados los primeros momen-
tos de la natural alarma y de confusión, y debidamente informada de
las causas determinantes de los sucesos, en cuyos informes se sumaron
votos autorizados de hombres de todos los partidos cubanos, incluso el
de Unión Constitucional, convinieron en que el tumulto careció de la
gravedad é importancia que los alarmistas pretendieron darle.
En vano se intentó confundir la protesta de los oficiales del ejérci-
to, que cesó en el instante de haber realizado la manifestación contra
375
el periódico que los había ofeadido, con la algarada posterior, obra de
grupos de paisanos poco numerosos y que sólo por sorpresa realizaron
los desmanes cometidos.
Entre uno y otro hecho no existió relación alguna.
Los oficiales del ejército que fueron á la redacción de El Reconcen-
trado afirmaron que no querían hacer ni hicieron manifastación alguna
política y declararon ante la autoridad superior de la isla que lamenta-
ban qu3 para dirimir sus cuestiones hubiesen intervenido elementos
extraños, intervención que no habían solicitado ni admitían, añadiendo,
que velando por el honor del uniforme que vestían y respondiendo á
impulsos que no contiene fácilmente ningún militar 'español, se pro -
pusieron realizar un escarmiento procediendo severamente contra quien
de un modo deliberado, en su opinión, y coa tan pDca nobleza como
peca justicia, había lanzado imperdonables insultos contra dignos indi •
víduos del ejército qu3 eran sus compañeros de armas.
Esa declaración hizo variar visiblemente de aspecto y quitó impor-
tancia á la cuestión, respecto á la forma en que en los primeros mo-
mentos se presentó en Madrid, haciendo adquirir al Gobierno el con-
vencimiento de que el conflicto, bíjoel temido aspecto militar termina-
do ya, según los informes oficiales y particulares, no tuvo trascenden-
cia alguna.
Limitado el seto moralmeate á una protesta de gente díscola que
no se avenía con el nuevo régimen, materialmente á un mero tumul-
to sin desgracias personales que lamentar, por fortuna, despojado de
todo carácter militar, claro es que aunque muy deplorable (sobre todo
por las exajeraciones y comentarios que harían los enenigos de España,
y las funestas consecuencias que esas mismas exageraciones podían
traer) el incidente no revistió caracteres graves.
CAPITULO XXX
Informes de Washington. — El viaje de Mr. King. — Las conclasiones del enviado de Mr. Mao
Kinley. — Propói-itos graves. — Noticias de la Habana. — Presentaciones. — El cabecilla Ce-
pero ; SD partida. — Muerte del cabecilla Delgado. — Encuectro en boca de CamariocA. —
Tranquilidad en la Habana. — Efectos de la tolerancia. — El general Blanco. — La censa-
ra.— Prudencia y energía. — Rápido eximen. — Rasgos y notas. — Los explotadores chas-
queados.— Comentario. — El filón que se pretendió explotar. — Caso de conciencia na-
cional.
í41^E grande interés para España hubo de ser el viaje
realizado por el amigo íntimo de Mac-Kinley á la
isla de Cuba, para estudiar y conocer el verdadero esta-
do de la insurrección y la situación de los rebeldes.
Informes directos y autorizados de Washington nos per-
miten dar á conocer á nuestros lectores el informe que del
resultado de su visita diera Mr. King al presidente de los Esta-
in«T dos Unidos, á su regreso de la gran Antilla.
Mr. King recogió en su viaje por la isla datos precisos y concretos
relativos á la insurrección, para lo cual reunió los informes de todos
los cónsules jv'íw'^^'fíí conferenció con diferentes hombres políticos, to-
manda nota de sus opiniones, así como de los principales jefes insur-
rectos, utilizando al efecto agentes especiales, y de todo ello el envia-
do de Mac Kinley sacó una impresión general, que tradujo en las si-
guientes conclusiones:
377
Pr/wera. — La autonomía impediría que se prestasen nuevos con-
cursos á los iasurrectcs que luchaban en la manigua; pero no por esto
terminaría pronto la insurrección, ni siquiera la quebrantaría grave-
mente. Si se intentara, era dudoso que lo consiguieran los nuevos go-
bernantes. Fuera preciso para ello que los sustituyeran en la dirección
de los negocios públicos hombres más radicales.
Segunda. — L& insurrección estaba quebrantada y decaída en las
POBLADO DE MANTUA Pinar del Rio'
provincias occidentales de la isla, mas con todo esto, las partidas que
allí quedaban lograban destruir las plantaciones de tabaco y dificultar
las operaciones de la zafra, sosteniendo así la perturbación económica
y la inseguridad en los campos, promoviendo, además, frecuentes
alarmas en las sitierías de las poblaciones.
El gobierno rebalde, establecido en el Camagüey, vivía tranquilo.
En O iente, la insurrección alentaba poderosa y hacía meses que
seguía acentuando la ofensiva.
Las fuerzas españolas que allí operaban sufrían enormes bajas por
causa de las enfermedades propias del cUma.
Blanco 48
378
De todo lo cual deducía Mr. King en su informe, que era imposi
ble acabar la guerra en el corriente año.
Tercera.— VA mantenimiento de la guerra, aun acatándola en un
período de quince meses, costaría á Espina ciento treinta millones de
pesos, debiendo ser tenido en cuenta que había ya pendientes de pago
cerca de setenta millones.
Cuarta. — Deáí la situación descrita, Mr. King aconsejaba al pre
sidente que procurase llegar á un acuerdo amistoso con España para
solucionar el problema de Cuba, acordando lo más conveniente.
Además de esto, el emisario de MacKinley dio cuenta de las con-
ferencias que celebró en la Habana.
Tanteó á los radicales acerca áe sí aceptarían el protectorado nor-
teamericano, habiendo sido rechazada por aquellos la indicación.
Después hablaron de garantizar el cumplimiento de un pacto á
que se pudiera llegar con los rebeldes haciéndoles mejores concesiones,
sin que se hiciera pública la conclusión á que llegaron acerca de este
extremo.
Mr. King excitaba en su documento al gobierno de Washington
á que fomentase las suscripciones para socorro de los reconcentrado."^,
asegurando de este modo la inthiencia moral yankee.
Aseguró el asesor de Mr. Mac-Kinley que los americanos no que
rían anexionarse la isla de Cuba, pues les bastaba con las ventajas que
les procuraría la influencia comercial y política.
Y por fin, afirmó que el presidente Mac-Kinley esperaría dos me-
ses, y si al cabo de ellos no había cambiado el estado de cosas en Cuba,
se vería obligado á adoptar una actitud resuelta y enérgica para solu
cionar el conflicto que aquél creaba á la gran República.
Estos informes nos fueron trasmitidos desde Washington, con fe
cha 14 de Enero, y desde luego vimos en ellos la gravedad que entra-
ñaban para la causa de España; gravedad que no vieron ó no quisieron
379
ver, y "si la vieron naia hicieron para conjurarla, nuestros gober-
nantes.
*
* *
Nos comunicaron déla Habana el día 15 que en Las Villas se ha-
bían presentado á indulto el célebre cabecilla Cepero y un sobrino
suyo, manifestando el primero á las autoridades militares de Santa Cla-
ra, que el día anterior había sido dispersa y disuelta la partida que
mandaba, por el batallón de Luchana.
José López Cepero era uno de los más antiguos y acérrimos parti-
darios de la independencia de Cuba, y tenía gran prestigio entre los
rebeldes, especialmente entre el elemento de color.
Muerto Antonio Mhcco, ningún otro cabscilla gozaba de mayor
preponderancia entre los negros insurrectos.
Tambiéa se presentó en Pinar del Río el abogado María, jefe de
estado mayor del cabacilla Perico Díaz.
Confirmó Marín que las partidas estaban disolviéndose en aquella
zona.
Asimismo se esperaba la presentación del cabecilla doctor Luís
Delgado; pero habíase sabido dicho día en la Habana, que llegado el
momento en que Delgado iba á rendirse con las fuerzas que le se
guían, parte de éstas se negaron á hacerlo, sobreviniendo á consecuen-
cia de esto uaa colisión entre ellos, en la que Delgado y sus partida-
rios fueron vencidos, pereciendo aquél en la lucha.
O-ho de los hombres de su confianza lograron escapar, presentán-
dose á indulto en San Nicolás, donde refirieron á las autoridades lo
ocurrido, que fué confirmado más tarde por la familia del cabecilla.
La brigada que mandaba el general Molina sostuvo un rudo com-
380
bate el día 14 entre Boca Csmarioca y Punta Mayíe, provincia de Ma-
tanzas.
Después de dos horas de fuego, nuestros soldados lograron apode-
rarse de las fuertes posiciones que ocupaba el enemigo. Este las defen-
dió con tenacidad extraordinaria y no acostumbrada, pero al fin tuvo
que retirarse, abandonando seis muertos y abundantes municiones.
Nuestras tropas tuvieron tres soldados mueitos pertenecientes al
batallón de Cuenca, y heridos los tenientes don Emilio Cervera y don
Manuel González y 28 soldados.
Había quedado restablecida en la Habana, con aplauso de la opi-
nión sensata, la censura de los periódicos por la Ctpitanía general,
por haberse comprobado y estar fuer^ de toda duda que los sucesos
surgieron por la tolerancia del gobernador, señor Biuzón, quien r.o
supo poner coto á las demcsías de la prensa y alas csmpeñas de ciertos
periódicos, que halagaban Jas pasiones de determinados elementos, y
que lejos de evitailas, manifestaba á cuantos le adviitieren el peligro
que se corría, no tener medios legales para reprimirlas.
Hacíanse grandes elegios de la prudencia y serenidad del geneial
Blanco ante los distuibios ocurridos; pues teniendo presente que los
amotinados se limitaron á lanzar gritos, entre les que me2c]aban el de
¡viva Espinal, sin hacer lesistencia alguna á la fueiza pública, ni uso
de armas, las represiones violettas hubieran producido catástrofes in.
dudables.
En los primeros momentos pareció que se identificaran en el mo-
vimiento los militares ccn los paisanos y volúntanos, dando esto lugar
á que se consideraran graves los sucesos; pero desde el momento en
que se retiraron los elementos militares y quedsron solos en la cállelos
revoltosos, se comprendió el juego de los alborotadores y se reconoció
por todos lo irfurdado de las primeras alarmas y el acierto con que
había obrado la primeía autoiidad de la isla en resistiise á emplear la
fuerza para sofocar el motín.
381
* ♦
Excepcional interés ofrecieron todos los despachos que de nuestro
corresponsal en la Habana recibimos los días i6 y 17 de Enero.
El atentado de que milagrosamente se salvara el gobernador civil
de Santa Clara, don Marcos García; la reorganización á que se sometían
los batallones en la segunda mitad de Enero, aumentándoles séptima
compañía, que se Ihmaría de tiradores, compuesta de 125 hombres de
á pié, más las guerrillas de los respectivos cuerpos, cuya fusrza había
de elevarse al doble; el reclutamiento abierto para ese aumento de
fuerza en los cuerpos y especialmente en las guerrillas, y hasta la prisión
del director de El Reconcentrado, fueron asuntos que merecen la pena
de que fijemos en ellos la atención.
No dijo el gobernador de Las Villas los móviles de la agresión;
pero tal atentado contra persona de tanto relieve oficial y particular
como Marcos García, realizado en los momentos en que el espíritu pú-
blico estaba deprimido por los escándalos que presenció la capital de
la isla, había de contribuir á que se mantuvieran los nervios en ten-
sión, suponiéndole como derivación de aquellos sucesos y demostración
de algo grave, gravísimo que agitaba el fondo de aquella sociedad po-
lítica.
De otra parte, la gran importancia y trascendencia que los separa-
tistas concedían al cor flicto, y la actitud de los Estados Unidos, hizo
creer en la posibilidad de la intervención norteamericana, al asegurar
que Mr. Lee, cónsul de los Estados Unidos en Cuba, hahía informado á
su gobierno en tonos lúgubres y que á consecuencia de esos informes
la Gran República se disponía á mander al puetto de la Habana algu
nos de sus barcos de guerra para proteger las vidas de sus subditos y
382
apoyar las reclamaciones pendientes de i idemnización por perjuicios
en iUá haciendas é intereses.
Energía y prudencia. En estas palabras concretó su programa el
ministro del gobierno insular, señor Govía, al volver á Cuba á posesio-
narse de su cargo, después de muchos meses de emigración voluntarig;
y en efecto, en ellas había de encerrarse todo el mecanismo de la nueva
p.ilítica para que hubiera calma.
Sólo coa tacto exquisito y singular prudencia; sólo con una sin -
cera política de atracción había de lograrse el reposó de los espíritus,
más necesaaio á la sazón que nunca.
Pensar que en estado de guerra, con el enemiga al frente, era po-
lítica sana la disputa por los cargos públicos; la violenta supresión
de Ayuntamientos; la destitución de Alcaldes; el procesamiento de
Concejales y la complacencia de dar de puñaladas á los retratos de los
adversarios al entrar en tropel como triunfadores en las oficinas, era
tanto como conspirar contra lo que defendieron y á la fecha les servia
de provecho.
Si lo que el gobernador general hizo para impedir los insultos al
ejéicito lo hubiera hecho el gobierno insular cuando á ello fué reque-
rido por el general Blanco, ¿no se hubieran evitado las dolorosas es-
cenas desarrolladas en la capital de Caba?
Los desórdenes y escándalos no poií in ser provechosos más que á
los enemigos de España, y colaboradores en su obra fueran los que ex-
citaban las pasiones, dando por lo menos pretexto para que se provo-
casen, y los que se lanzaran á ellos frenéticos por la pasión.
Al Gobierno correspondía velar porque no se perdiera el equili-
brio, y medios tenía en su mano para imponer la prudencia necesaria,
ordenando al gobernador general de la gran Antillael empleo déla
energía que con unos y otros aconsejaban las circunstandas.
383
* *
Restablecida la tranquilidad á les cinco días de haber surgido en
la Habana el desagradable incidente bsjo cuya sugestión experimen
tamos todos naturales inquietudes y del cual se sirvieron no pocos para
adelantar terroiíficos presagios, y serenos ya los ánimos para formar
exacto juicio, nos parece que no ha de holgar aquí un frío y rápido
examen de los hechos. Por medio de él lograremos apreciar el alcance
real de lo sucedido y podremos deducir el objetivo principal que sus
factores persiguieran y sus consecuencias.
A partir del día J3, hubo que rectificar, unas tras otras, todas las
impresiones de les primeros momentos.
Dfjose, por vía de comienzo, que el disturbio era una protesta de
carácter militar contra las nuevas instituciones, y se supo á las vein-
ticuatro horas que ni siquiera ertrañaba un acto parcial deindisciplin£.
El peri(3dico que con su procacidad originó la agresión, estaba di-
rigido por un antiguo redactor de La Lucha, ó lo que es igual, el diario
que más había aplaudido y alentado las campañas políticas del general
Weyler. Y los ofidales, que por propio impulso tomaron cuenta dd
agravio inferido á uno de sus compañeros, se retiraron del movimiento
no bien advirtieion que eJ ptisanaje, agrupado á su sombra, trataba de
darle otra significación dirigiéndolo en contra del Diario de la Marina.
Se dijo, luego, que los cónsules extranjeros, y principalmente el
de los Estados Unidos, habían mandado estupendos relatos á los go-
biernos respectivos y, curándose en salud los que tal afirmaron, se anti-
ciparon á prevenir al público de España y de fuera de España contra
aquellas supuestas exageraciones.
Nada de eso acaeció. El relato de Mr. Lee fué mucho más sobrio
que el de la mayoría de los corresponsales, y apenas si difería en puntos
384
mínimos del telegrafiado á Madrid po" el gobernador general de Cuba.
Se aseguró que Mr. Lee había padido á su gobierno el envío de
dos cruceros al puerto de la Habana.
El mismo Lee se apresuró á desmentir en redondo la especie.
Se anunció despué', como cosa inevitable, que al llegar á la Ha-
VOLUNTARIO DE LA. COMPAÑÍA DE 0ÜIA8 (Cienfuegogl
baña el electo ministro de la Gobsrnación del gobierno insular, señor
Govín, la manifestación hostil que le tenían preparada los adversarios
de la Constitución autonómica, revestiría proporciones de sangriento
tumulto.
El señor G3vín obtuvo, al desembarcar, ua recibimiento cordial y
afectuoso.
385
De modo que no se realizó ninguno de los presagios echados á vo-
lar aquellos días por el temor, por la pasión ó por el mal deseo.
Ni sufrió lesión grave el régimen á quien habían extendido ya la
partida de óbito sus enemigos, ni padeció la disciplina militar detri-
mento de consideración, ni hubo más fundamento que el suministrado
por los comentaristas de la Península para las reflexiones postumas de
COMBATE DEL BATALLÓN DE MURCIA EK 8AHCTI 8PIRITÜS
algunos periódicos europeos, acerca del consabido lugar común de los
pronunciamientos y sobre el vulgarísimo y socorrido tema de las cosas
de España.
Mirados los hechos á sangre fría, aparecen además rasgos y notas
de grandísimo relieve, en los cuales nadie puso los ojos.
Ni en el arranque de los oficiales, ni en el movimiento deliberado
Blanco 49
386
de los pertuibidores civiles contra determinados periódicos, tuvo nada
que sentir El País, órgano autorizado de los autonomistas, ó séase la
genuina representación de los principios é ideas que estaban en el po
der desde primeros de año.
Ni el agravio ni la mala voluntad acudieron á liquidar cuentas ó á
promover querellas contra la personificación auté ótica del régimen vi-
gente; hiciéronlo contra los rezagados, las disidencias ó las derivaciones
del régimen antiguo.
Los mueras lanzados, de noche y huyendo, por gente allegadiza,
no fueron sino un ensayo en que se quiso sacar partido del alboroto y
soadear el ánimo de fuerzas é institutos dignísimos que no habían fal-
tado ni habían de faltar jamás á sus deberes.
¿Pudo álguisn imaginar en serio que el brusco tránsito de una po-
lítica tradicional á una política democrática, de una vida á otra vida,
había de efectuarse sin sobresaltos, ni rozamientos, ni alteraciones?
¿Cupo en la cabeza de nadie que los intereses lastimados y tanto
más doloiiios cnanto más largo había sido el tiempo en que habían
prevalecido sin estorbo, tuvieran la resignación suficiente para some-
terse á un cambio en qu3 el espíritu de lucro y las susceptibilidades de
amor propio habían de experimentar limitaciones ó heridas?
No suelen dar muestras de tamaña abnegación las ideas abstractas;
¿cómo la habían de dar los hábitos y las conveniencias particulares,
consolidados é instituidos en una especie de derecho por la prescrip-
ción de los años y por la tuerza del uso?
Afortunadamente, tras una breve y natural inquietud del espíritu
nacional, pronto volvimos á la fuente limpia y clásica en que habió
siempre el carácter de esta heroica nación y de donde sacó alientos para
arrostrar las dificultades y las luchas coa entero dominio de sí misma.
Olvidamos por un momento, pero recobramos á poco, aquella
gravedad en los actos y en las palabras, en los juicios y en las deter-
t\
387
minaciones que hasta en los días más negros de la historia patria nos
grangeó el respeto del mundo.
*
El motín déla Habana no prosperó. Aquellos excelentes patriotas,
que pensaron sacar á flote sus buenos deseos á la sombra de un natural
movimiento de índigo ación, producido, Dios sabe por qué caminos, en
el ánimo pundonoroso y susceptible de los oficiales de nuestro ejército,
quedaron al descubierto y completamente solos. Los jóvenes militares
se enteraron prontamente de los planes egoistas y sediciosos, de los
cuales se pretendiera hacerlos instrumentos. Los explotadores del nom-
bre español, los que querían «comer á dos carrillos» y masticar á la vez
Cuba y la Península, se vieron chasqueados.
Fueron éstos los mismos que á principios de Enero de 1897 bacían
estrepitosas manifestaciones contra los periódicos de Madrid y Barcelo-
na que censuraban la administración del general Weyler. Fueron
f quellos de quienes dijo un periódico de Madrid un año antes:
«En Cuba hay quien trata de crear una especie de dictadura, un
pretorianismo debajo vuelo, unsel/ governemeni, ejercido por los asen-
tistas y proveedores de víveres. Hay allí quien declara que la sobera-
nía de Cuba reside en Cuba. Aun tratándose de un seide del nuevo
inesperado cesarismo— del cesarismo de los vendedores de tocino ave-
riado y zapatos de cartón— no puede esto quedar sin comentarios.
¿No es verdad, lector querido, que estas lin3a.«, escritas é impresas
un año antes de los acontecimientos á que venimos refiriéndonos, se
ajustan perfectamente al comentario reclamado por los mismos?
Nosotros no confundimos, ni confundirse puede, todo un partido,
el partido de Unión constitucional, que era la parcialidad conservado-
ra de Cuba, con aquellos elementos que aparecieron como sostén de
aquél y habían sido su parásito. Entre unos y otros hay la diferencia
388
que media, por ejemplo, de Juanón el de los carreteros al marqués de
Apezteguía.
Aquellas gentes, que en la Habana vociferaron y patalearon y per-
turbaron y trataron de explotar a la vez el nombre de España y el pun-
donor de los oficiales del ejército de la patria, lo má; alto y lo más no-
ble de toda nación, no fueron (coma habían de ser) los representantes
de España en Cuba, ni un partido serio, ni colectividad de ningún gé-
nero, á la cual hubiera de considerar como factor esencial del problema.
c^-.
VIGILANCIA. EN L08 FUERTES DE LA TROCHA DE JüCARO
Para alborotar sirve cualquiera, y mientras más solemnes son los
momentos y más escepcíonales las circunstancias es más fá:il el
alboroto.
389
Todo ello resultó más repugnante que peligroso. No encerrara
aquende ni allende el Océano especie algana de riesgo, si espíritus sen-
cillos y confiados, personas de excesiva baena fé y ánimos rutinarios
no le hubiesen dado más valor que el que en sí tuvo. [E;e era el filón
que se explotaba! Diez sujetos que gritan meten más ruíio que diez mil
que callan, y en Europa se creyó que los gritos de los Trillos y de los
Juanetes eran los rumores tempestuosos de una multitud. ¡Con ello se
contó! Tiempo va siendo ya de que la gran mayoría de los españoles,
que sabemos muy bien á qué atenernos tocante á la cuestión, nos pre-
guntemos si no es caso de conciencia acabar en España con esa bara -
tería nacional, que bace de todas las conveniencias sociales, desde el
alto concepto del honor de la milicia, hasta la prudencia y cortesía na-
tural en el más modesto de los ciudadanos, una barricada tras de la cual
defender el bastardo interés de gremio ó de bandería.
Es triste que en uno de los pueblos más fáciles de gobernar de
Europa ocurra lo que no acontecería impunamente en ningún otro.
La osadía llevada hasta la demencia no puede tener más funda-
mento que la extrema sandez ó la debilidad extrema de los demás.
^^^ '^k '^^ J^ '^^ '^^ '^^ "^^ '^^ '^^ '^^ ^^ ^^ '^^ "^^ ^^^^^^ ^^ "^^ '^^ '^k"^^'^^ "^^ '^^k.
CAPITULO XXXI
Cambio en la opinión. — Elosfios í la dirección y prvilencia de las autoridades de Cuba. —
Ei-pcranzas risueñas. — Estado de la guerra en Oriente. — El río Cauto base de operacio-
nes.— Lo que no fe explica. — Desastres. — Periodo funesto. — L» opinión general. — Cam-
bio completo de sistema. — Tranquilidad — La dinamita en lu provincia de la Habana. —
Ataque al poblado de Campeohuela. — Resumen de operaciones y bajas del enemigo.
tal punto cambió entre nosotros el temple de la opi-
nión, al tornar á su estado normal las cosas en la H -
baña, que los cargos dirigidos al gobernador genera^
de Cuba por su moderación ante los disturbios ocurri-
dos en la capital, se trocaron á los cinco días en elogios á su
conciliadora y altísima prudencia.
Por cierto, que también se fué agrandando el circulo de
esos elogios. S.gún los trasmisores é intérpretes de las últi-
mf s buenas noticias, no alcanzó la asonada terribles proporciones, mer-
ced á la conducta discreta de las autoridades. De doode se infiere que
no fue solamente el digno marques de Peña Plata quien procedió como
conveEÍa.
Eatretanto, y para que nada faltase al turno de las satisfacciones,
dos ó tres cabecillas de notoria importancia se habían presentado á in-
dulto.
391
Confesaban, además, los que negaron ó pusieron en duda la efica-
cia del régimen autonómico, que la influencia pacificadora de este co-
menzaba á demostrarse con hachos entre los revolucionarios y laboran-
íes de los Estados Unilos. Mucho enalteció semejante imparcialidad á
los que de ella dieron testimonio, y claramente acreditó qne fueron
ciertas y positivas las ventajas.
Quedaba no más un punto negro en el cuadro que se nos había
ofrecido, pocas horas antes, recargado de siniestros colores.
Puede ocurrir — anunciaban los espíritus cavilosos — que Mr. Mac-
Kinley, ante el recelo de que volviera á turbarse el orden, enviase si
puerto de la Habana uao ó dos cruceros; y entonces sí que necesitará
España apelar á las más enérgicas medidas....
El temor lo desvaneció el mismo Mac-Kinley desmintiendo rotun-
damente Id especie, después de los discretos informes de sus cónsules y
representantes en la capital de la isla.
El conflicto temido fué conjurado por la serenidad y prudencia de
las autoridades, y las complicaciones y las dificultades anunciadas des-
aparecieron.
Sin embargo, lo que importara considerar fué que habían de pre-
sentarse otras, mu:ho más arduas, y que no eran las mayores y las úl-
imas las que se habían vencido.
Bien nos pareció que la opinión reaccionara, y que á las torvas
perspectivas del la y del 13, se sucedieran risueñas esperanzas: pero
tantos riesgos como un pánico infundado había de envolver ma con-
fianza excesiva.
Quedaba mucho que trabajar, nos aguardaban todavía enojosas
sorpresas, y aun hibríamos de ejjrcitar la serenidad de nuestro ánimo,
la lucidez de nuestro criterio y la energía de nuestra voluntad en nu-
merosísimas ocasiones.
392
* *
Fuertemente quebrantada, y aún pudiéramos decir, sin temor á
exagerar, casi muerta la guerra en las provincias occidentales, por vir-
tud de la muerte de Maceo y del exterminio de las partidas que fué
sembrando y dejó organizadas la invasión, quebaba al nacer el año 98
el departamento Oriental como último baluarte del enemigo y como
objetivo principal de nuestras armas. Si no hubiera sido por lo que to
davía daban que hacer las pequeñas partidas de aventureros y vivido •
res que andaban errantes en Pinar, en la Habana, en Matanzas y en Las
Villas, tornara á ser allí la guerra lo que íué la anterior, y nuestras tro-
pas pudieran haber ido todas ó en su mayor parte á operar en la re-
gión oriental, sino precisamerte donde empieza lo que propiamente
llamamos Oriente, poco más absjo, ya que dentro la jurisdicción de
Sancti Spiritus (Las Villas) teníamos á Máximo Gómez y dentro del
Camsguey (departamento central) había lo que verdaderamente no st-
bíamos, puesto que nuestras posiciones quedaron abandonadas y lo de-
más casi no se había explorado. Era de suponer, sin embargo, según
referencia autotizada?, que en grandes zonas de la provincia de Puerto
Príncipe, además del titulado gobierno insurrecto y de las Cámaras,
existía una numerosa población, formada por gran número de familas,
donde funcionaba la imprenta y se habían montado algunos talleres.
Pero como eso no era de esencialidad urgente para la campaña, se
comprende que, por de pronto, el objetivo de esta se señalara más
arriba, en aquella región donde el enemigo aparecía más potente, más
militarmente organizado y más envalentonado por sus éxitos de Vic
toria de las Tunas y de Guisa. Para los que conozcan ese departamento
no hay que explicar lo que es el rio Cauto, ni la importancia que tiene
en las operaciones de guerra. Fue esencialísimo este río en la anterior
393
guerra, y lo fué también en los dos primeros años de esta última. De tan-
tas opiniones como hemos consultado, antes de formular la nuestra, ni
uaa sola discrepa, pudiendo asegurar que era unánime, no ya el pare-
cer, sino la profunda convicción de que para asegurar nuestro éxito de-
finitivo en la campaña de Oriente necesitábamos poseer el río Cauto.
+■ *
Acercado las causas en que se fuadara la dirección de la guerra
para abandonar hacía catorce meses el río Ciuto, fueron muy distintas
AVANZADA DE MÁXIMO GÓMEZ EN EL CAMAGUEY
las versiones que oimos, teniendo que limitarnos por lo mismo á cor-
signar en estas páginas el raro fenómeno de que esa base esencialísima
de operaciones se cuidara y utilizara durante los dos primeros años de
Blanco 50
394
campaña, cuando el enemigo era escaso y débil, y se abandonara preci-
samente en los momentos en que el enemigo aumentaba y escogía aque-
lla región como centro de sus fechorías y teatro de sus planes más rui-
dosos.
Calixto García no sólo escogió aquella región por las ventajas que
para sus planes ofreciera el aislamiento de nuestros poblados y forti-
nes, sino porque allí estaba en su casa. En aquellos campos nació, en
a juellos campos nacieron sus hijos, en aquellos campos vivía aún su
anciana madre doña Lucía Iñiguez. Recorría al frente de sus fuerzas los
mismos sitios que lecorriera de niño, las propiedades de familia, las
estancias de los amigos. Dormido, ó á ciegas, pedía recorrer toda la
provincia, sin temor á extraviarse, como le ocurría á Rabí, que fre-
cuentemente pasaba á la vista de Smta Rita, su pueblo nata'.
Fué necesario, para poder emprender las opersciones en grande
escala en aquella región oriental, asegurar y sostener como posiciones
estratégicas y depósitos de raciones, los siguientes puntos: Bayamo,
Jiguaní, Vegaitas, Santa Rita, el Guamo y Cauto Embarcadero; éstas
dos últimas situadas en las mismas márgenes del río.
Llevados nuestros convoyes por tierra, las columnas habían de ir
necesariamente por un campo que el enemigo dominaba, y tenían que
andar leguas y leguas por intransitables cominos y entre emboscadas,
perdiendo el ganado que arrastraba las carretas, pagando muy cara la
conducción, regando el camino de enfermos y r gjtando durante la jor-
nada los víveres que llevaban para los pueblos y para los destacamen-
tos que vivían aislados y en incesante peligre y alarma contínus, á
causa de la proximidad del enemigo.
Llevados los gonvoyes por el río, el Estado gastaba menos, las jor
nadas de quince y de veinte días sj reducían á veinte y cuatro horas,
ó, á lo sumo, á dos ó tres días, la comunicación era más constante, el
enemigo tenía menos presa, los soldados no enfermaban y las columnas
395
pedían dedicarse á operaciones más gratas que las de custodiar ca-
rretas.
* *
El enemigo, en quien debiera haberse reconocido .alguna vez más
condiciones de las que generalmente se le reconocían, apreció quizás
mejor que nosotros la importancia que para nuestros convoyes y ope-
raciones tenía el río Cauto, y procuró cortarnos esta vía de comunica-
ción, llenando el río de torpedos y situándose en las orillas para ata-
car á los barcos. Por estos procedimientos nos causó mucho daño, pro-
duciendo sensibles catástrofes como la voladura del Bélico y la del Re-
lámpago, en la que perdieron la vida los bravos é inolvidables marinos
señores Pando y Martínez.
Después de lo del Bélico, que ocurrió en Juoio del 96, y en cuya
operación, aunque nos arrebataron una vida tan preciosa para la pa-
tria como la del malogrado oficial de la Armada señor Pando, no lo-
graron inutilizar el importantísimo convoy de 3.000 fusiles Maüíser y
millones de cartuchos, se expidieron por el río otros convoyes con una
simple escolta de 15 á 20 hombres y alguna protección por las orillas.
Pero llegó el mes de Septiembre, y con la voladura del Relámpa-
go se acabaron los convoyes fluviales y quedó cerrado el Cauto á la
navegación, abriéndose á la historia con los primeros convoyes terres-
tres una página de todo un año de desdichas que la crónica oficial
ocultó por conveniencia propia y la información particular reservó por
conveniencia de todos.
Si fuera posible hacer un balance entre lo que pudieran haber cos-
tado los convoyes fluviales y lo qus costaron en los catorce meses en
que permaneció cerrada aquella importante vía de comunicación los
convoyes terrestres, resultaría un gran saldo en contra de este último
396
procedimiento, á pesar de los torpedos y petardos puestos y de cuantos
pudieran ponerse en el río.
En esos catorce meses perdimos 8.000 hombres y se gastaron mu
chos millones para llevar media docena, si acaso, de convoyes desde
Manzanillo á les puntos antes indicados. Las condiciones en que esto
S3 hizo, los peligros y dificultades del camino, la tardanza en llegar á
su destino, retrf j d al comercio y aumentó la codicia de los mercaderes
de la guerra, dándose el caso de que el transporte de una carga, que
siempre costó un peso ó paso y medio, costara treinta pesos, y así los
destacamentos se pasaron meses y meses en peligroso aislamiento y
sin comer otra cosa que tocino rancio, arroz y galleta agusanada.
Innumerables son los detalles que ofrece á la historia de esta desas
trosa guerra ese período funesto de catorce meses. Si á la fecha hubie-
ra querido utilizarse el procedimiento del convoy por tierra, no habría
podido hacerse, porque faltaban ya los elementos necesarios para ello.
De 1.500 carretas con sus correspondientes yuntas de bueyes que un
año antes había en la jurisdicción de Manzanillo, apenas quedarían ya
50. Los mismos dueños habían preferido al regresar de conducir un
convoy quemar sus carros y abandonar sus bueyes, á volver por un
camino lleno de obstáculos y de sufiimiento?, con grave riesgo de
perder la vida y sin la compensación del negocio.
Huyendo déla codicia de estos contratistas de convoyes, sin perjui-
cio de fomentar las contratas en la Habana hasta llegar al monopolio,
se quiso hacer la operación por cuenta propia con nuestro personal y
bajo nuestra dirección, y así sucedió que los bueye.":, lejos de la mano
que les daba los piensos cuando debía dárseles, que les proporcionaba
397
el indispensable descanso á la hora acostumbrada y los hacía trabsjar á
las horas convenientes, iban quedándose en el camino ó llegaban inuti-
tilizados al final de la jornada.
Poco á poco fueron agotándose las carretas y los bueyes, y se acudió
al procedimiento de ios convoyes á lomo, empleándose muías de las
compradas en Nueva ü'leans, en buenas condiciones seguramente, pe-
ro teniendo que añadir á su coste un dineral por su traslación á la Ha-
bana, y de la Habana á los puertos orientales. En muy poco tiempo se
enviaron á Manzanillo unas 500 muías, y sin haberlas utilizado apenas
en un par de convoyes, no quedaron más allá de cincuenta, pudiendo
asegurarse, y no se tome cooio exagerado este dato ciertísimo, que más
de doscientas muías murieron sin recibir sobre su lomo la albarda;
murieron por haber caído en manos de quienes no conocían ni sabían
tratar el ganado, y que las dejaban días y días al sol, sin darles á beber
agua y sin comer otra cosa que la madera de los barracones al alcance
de sus hocicos.
Opinión general era en aquellas tierras, y lo es tamb én en esta,
el que con menos dinero del que se gastara en destruir nuestros propios
elementos, pudieron haberse sostenido éstos y crearse aún otros en ple-
na guerra, como por ejemplo, el ferrocarril ya comenzado á Veguitas y
el proyectado desde Cauto á Bayamo, ahorrándonos á la vez los miles
de víctimas sacrificadas por el desorden, por la incuria ó por la inepcia,
ó, quien sabe si por otras causas que han quedado ocultas por la misma
gravedad que entrañan.
Nunca podrá hallarse una explicación satisfactoria al hecho de que
poseyendo el río Cauto y pudiendo llevarse fácilmente por esta vía flu-
vial las provisiones y los auxilios necesarios al Guamo y á Cauto Em-
barcadero con poco riesgo y en algunas horas, se prefiriera aprovisio-
nar y acudir en auxilio de aquellas plazas por tierra, teniendo que re
correr la columna que se formara y saliera de Manzanillo, según el iti -
398 1
nerario trazado, treinta leguas para ir al primero de dichos pantos y
otras treinta paj^a volver, teniendo además que sostener combates con
centenares de bajas y dejando en el hospital al fiaal de la jornada la
mitad justamente de la fuerza que componía la columna, que era de
tres mil hombres.
Y no fué este solo el resultado de la operación realizada á últimos
de Octubre del 97 para racionar Bayamo, Cauto Embarcadero y Guamo;
hubo algo más horrible, que seguramente no habían olvidado nues-
tros lectores, hubo que, al llegar la columna al Guamo, se encontró
con que de los sesenta hombres del destacamento que guarnecía el fortín
habían perecido veintitrés, y los restantes se hallaban heridos ó enfer-
mos graves.
Hiibían estado ¡dos meses! alimentándose con la miserable ración
de etapa, sin médicos ni medicinas, muriendo todos juntos en una cho-
za de tierra y i- ;blas llamada fuerte, sobre el cieno de una charca, sin
comunicación con el mundo y quizás, quizás sin esperanzas de salva-
ción al verse sitiados y atacados por miles de insurrectos, provistos de
artillería, y, sucumbido hubieran, sin duda, á la constancia y tenacidad
de los sitiadores sino les hubiera alentado y sostenido el heroisúao de
íu jefe, el bravo capitán Múruzabal.
A que esta dolorosa situación acabase de una vez, y á que nuestras
columnas pudieran operar en Oriente en condiciones favorables y el
enemigo eb ndonase bien castigado aquellos campos por donde pajeaba
triunfante desde que perdióse el Cauto, obedeció el viaje del general
Pando á Santipgo de Cuba, al poco tiempo de su llegada á la isla.
*
* *
399
El orden qu'dó restablecido y la tranquilidad era ya completa en
la capital de la isla el díi t8.
Hé aquí el despachQ del capitán general en que lo p.^rticipaba al
Gobierno de la Península:
<íHabana i8. — Capitán general á ministro guerra:
Tranquilidadco-Tipleta. Restablecido orden por las fuerzas del ejér-
cito y voluntarios, de cuyo comportamiento, en estas circuustancias,
estoy sumamente satisfecho; completamente dominado co flicto, sin
temor de que se reproduzca, y sin haberse derramado una gota de san-
gre, los coroneles y primeros jfifes de voluntarios han venido á felici-
tarme, reiterándome sus sentimientos de lealtad al gobierno de la nación
y á mi autoridad. En nombre de V. E. les di las gracias.
Población ha recobrado su aspecto normal. Mando regresar tropas
á sus zonas de operaciones. — Blanco
El acto de adhesión y de respeto realizado por los coroneles de vo-
luntarios revistió solemnidad y significación.
La Junta directiva del Cantro de Asturianos, en el que figuraban
7.000 socios y representantes de otras corporaciones y sociedades, visi-
tó igualmente al geneial Blanco para ofrecer, como aqué los, al repre-
sentante de España, su concurso, á fin de mantener la soberanía y el
orden.
Volvieron los insurrectos á sus criminales atentados contra las lí-
neas férreas por medio de la dinamita.
En el kilómetro 57 del fárrocarril del Oaste, situado cerca de Al
quizar, en la provincia de la Habana, estallaron el día 17 dos bombas
de dinamita al pasar ua tren de viajeros
El eficto de la explosión fué terrible, quedando inutilizada la má-
quina, volcados y destrozados tres vagones y descarrilados los demás.
El enemigo esperaba emboscado el resultado de su h&zoña, y cuando
la explosión se produjo, hicieron fuego desde la manigua, matando á
un negro do un bslazo.
400
La escolta del tren, compuesta de doce hombres del batallón de
B ileares, contestó al fuego hasta que desapareció el enemigo, que al
retirarse dejó en el campo rastros de sangre, como pruebí de haber
sufrido bajas.
Una gruesa partida enemiga, con artillería, atacó el día 17 el po-
blado de Campechuela (Manzanillo).
RECONCENTRACIÓN DE FDEBZA8 EN EL C.MTTO
La guarnición, compuesta de fuerzas del ejército y voluntarios,
secundada por el vecindario, resistió bizarramente el ataque dando
tiempo á la llegada de refuerzos de mar y tierra, enviados de Manza-
ni lo.
Campechuela es un barrio rural, cnya cabecera es el caserío raarí-
tÍTio situado sobre la ensenada del mismo nombre, y psrtenece al té'-
401
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03
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Blanco 5 i
402
mino muticipal de Manzanillo, de cuya población dista 24 kilómetros
y está enclavado al 3. O. de este punto.
Bastan estos sencillos datos para txplicar la importancia del hecho
y audacia de los rebeldes orientales. Por estar situado en la costa y
próximo á Manzanillo, base de operaciones de las fuerzas destinadas á
operar en Oriente, Campechuela pudo ser pronta y oportunamente
socorrido.
El caserío sufrió 56 disparos de cañón y descargas contíouas de
fusilería desde las seis hasta las once y media de la mañana, hora en
que el enemigo se retiró al observar que se aproximaba un cañonero.
Cuando el Centinela, enviado desde Manzanillo con fueizas de de-
sembarco al tenerse noticia del ataque á Campechuela, llegó á la vista
de éste, los insurrectos habían estrechado el cerco y amenazaban con
un asalto al poblado.
La columna de socorro, compuesta de 500 hombres, llegó á Cam-
pechuela á las tres de tarde y salió en persecución del enemigo.
A pesar de los 56 disparos de cañón y del fuego de fusilería, los
valientes defensores de Campechuela no sufrieron más bijas que dos
heridos y tres contusos.
Operando aislados en la provincia de la Habana, por órdenes del
general Valderrama, los batallones de Otumba y de Barbastro, batieron
diferentes partidas, haciéndoles numerosas bajas.
Las columnas tuvieron un herido grave, el segundo teniente don
Joaquin Rodríguez, y un práctico, herido tambiún de gravedad.
Durante la primera quincena del mes de Enero tuvieron los rebel-
des, en los diferentes encuentros habidos en la isla, las siguientes ?l
bajas: 15 muertos, 34 prisioneros y 379 presentados.
Las columnas tuvieron 12 soldados muer tos y 113 heridos.
¡^ tMint— ■^iiMiMiu ...uMKKiin ■4MMifMfír>iiMu£iiiiuiHHiiiuiii.iiui«iM(HriiunÍTiHM^ umfaHHuuniMiuiímluT.iiBiuHditiiiiMrmiDiif^milfmuim \^
CAPITULO XXXII
Presentaciones y victorias. — En el campamento enemigo de Cuchillas de Placetas. — Presen-
tación del cabecilla Massó y su partida. — En Placetap. — Rendición de armas. — Alocu-
ciones del general Aguirre y del gobernador de Santa Clara. — Importancia del suceso. —
El general Jiménez Castellanos. — Importante operación. — Ataque & la residencia del
gobierno rebelde. — Toma y destrucción de \a capital de la insurrección. — Combate y
victoria en los montes del Infierno. — Ataque al poblado de La Esperanza. — Lucha en las
calles. — El enemigo rechazado. — Resumen de operaciones. — Aplausos de la opinión.
PA presentación del cabecilla Juan Massó Parra, con
las fuerzas que componían su partida, efectuada el
día 20 en el mismo territorio donde Míximo Gómez
castigaba ccn la pena de muerte todo conato desumi-
España— según nos telegrafió nuestro activo y celoso
onsal en la Habana y confirmó el general Blanco en
ho al Gobierno— impresionó fivorablemente al público,
é importante eliuceso, primero por la circunstancia
que acabamos de mencionar, y luego por el número y por la organiza-
ción de la partida insurrecta que se acogió con todos sus jefes y oficia-
les á indulto.
Pero lo fué más todavía, porque iniciaba, á no dudarlo, una serie
de análogas presentaciones. Cuando á los veinte días de implantada la
nueva legalidad había habido ya un titulado general, que al frente de
su columna se nos entregase y rindiese, señal fuera de que esa buera
tendencia contaba con muchos partidarios en la manigua.
404
No se improvisan semejantes resoluciones. Responden, por el con-
trario, á una larga preparación anterior y no son puestas en práctica
sino después de muy medido y muy allanado el terreno.
En cambio, no bien dado el primer ejemplo, suele tener al punto
numerosos imitadores, porque gracias á él cobran ánimo los indecisos
y se apresuran á realizar su secreto intento los determinados.
No había, pue?, exageración ni optimismo por parte de los que de-
dujeron de la presentación de Juan Massó las más lisonjsras esperanzas.
Así lo presintió el instinto de la opinión que sinceramente desea-
ba la paz, y así lo demostraron las iras y las invenciones de ciertos ele-
mentos díscolos, á quienes soliviantaba la idea de que, mediante una
política contraria á la suya, pudiera terminar y terminara pronto ¡a
guerra.
Sorpresa causará entre las gentes sencillas éste segundo dato, pues
no se explica la pssadumbre por el bien de la patria, aunque sea muy
piopia de nuestra flaca condición la pesadumbre por el bien sjeno.
Pero nada tan'demostrativo de la importancia del suceso como el
coraje de los intransigentes que, aplicando á la inversa un axioma muy
común, á trueque de que se salvasen los principios no sentirían quizá
la pérdida de las colonias.
Por fortuna á nadie preocuparon, y nada importaban esos mal in-
tencionados sofismas.
De que España hibía procedido en Cuba como debía proceder, em-
pezaban á dar los hechos oportuno y visible testimonio.
La política justa se define por su bondad moral é intrínseca para
los hombres pensadores, y para la gran masa del pueblo por sus resul-
tados.
A esto último íbamos llegando, después de haber realizado ante la
conciencia universal, lo otro.
¿Cómo no habíamos de llegar, teniendo con nosotros la razón y la
fuerza? 9
I
' I
I
405
***
Al mismo tiempo que partidas considerables se acogían á los be-
neficios de la paz, nuestro valeroso ejército descubría y batía á los que
perseveraban en la rebeldía.
Coincidiendo casi con la noticia de la presentación del cabecilla
Juan Massó, vino la de un gloriosísimo triunfo de nuestras armas.
Gracias, sin duda, á indicaciones y confidencias certeras, pudimos
conseguir sorprender el campamento donde residía tranquilo el llama-
do gobierno revolucionario de Cuba, y destruímos é incendiamos sus
barracones, poniendo en fuga á los cómicos gobernantes y á la fuerte
partida insurrecta que los defendía.
Según el hecho demuestra, contábamos ya con guías fieles y confi-
dentes leales donde antes no había más que reacios y traidores. Y ya
no contaba la insurrección con la pasividad ó con la obediencia del país
rural, en que cifraba su apoyo más seguro.
Por donde quiera que iban nuestros soldados daban ya pronto con
un enemigo, que durante dos años tuvo en su invisibilidadla principal
y única fuerza.
Eso, cabalmente, era lo que esperábamos y lo que nos prometía-
mos, cuando la prensa democrática demandara con inflexible tesón que
se uniese la acción política á la acción de las armas.
Ya estaba franco y despajado el camino.
Por él podían llegar al regazo de la madre patria los ofuscados que
reconocieran su error y que se acogieran á indulto. Por él irían nues-
tros valientes, sin recelo de emboscadas, á acabar con los aventureros
y los facinerosos que se obstinaran en permanecer atrinch;rados en la
manigua ó en merodear por los contornos de Iss villas y poblados.
406
En hora f¿liz prescindimos de un sistema que nos enagenaba las
simpatías y la voluntad de los pueblos extraños, y adoptamos sin men-
gua de nuestro derecho, el que se ajustaba á los fueros de la humani-
dad, que siquier no estén codificados obligan con vehemente imperio
á las naciones.
Con ello renació en nuestros espíritus la halagüeña esperanza de
EL CORONE!. DK K-iTAUO MAYOR L) JULIO ALVAREZ CHACÓN
Y SU ESCOLTA
un triunfo cercano, con la ayuda de nuestra razón y de nuestro ejérci-
to, y confiamos en lograr, no tardando, uoa paz tan necesaria para Es-
paña como para Cuba.
Lo dijo el gran Washington y nosotros lo recordamos, aun que lo
hayan olvidado sus descendientes:
m
I
407
«—Si hay alguna verdad, sólidamente fundada, es la de que existe
ua lazo indisoluble entre las prácticas de una generosa y recta política
y las inmediatas recompensas que se traducen en psz y prosperidad
para las naciones.»
***
El acto de la presentación del cabecilla Massó con las fuerzas re-
beldes que componían su partida, sus jefes y oficiales, fué solemne y
efectuado ante el general Aguirre, comandante general de Las Villas,
el coronel Chacón y el gobernador civil de Santa Clara, don Marcos
García.
Al amanecer del día 20, el coronel de Estado mayor don Julio Al-
varez Chacón, obedeciendo órdenes del general Aguirre y acompañado
de una pequeña escolta, salió de Santa Clara en dirección del sitio lla-
mado Cuchillas de PJacetas, en donde estaba el campamento del titula-
do brigadier rebelde Juan Massó.
Cumpliendo las instrucciones del general Aguirre, el coronel Cha-
cón conferenció con Massó, y presidió la previa é inmediata presenta-
ción de los titulados tenientes coroneles de la partida Augusto Feria y
José Carmen Hernández; los comandantes Feliciano Quesada, Saturni-
no León y Victoriano Gómez; el capitán Santif go Cabrera, cinco te-
nientes y las fuerzas á su mando, que las componían 110 individuos.
Las fuerzas sometidas, acompañadas del coronel Alvarez Chacón y
del cabecilla Massó, se dirigieron seguidamente á Placetas, y formaron
frente del alojamiento del general Aguirre que, con su Estado mayor,
las esperaba.
A presencia del general, del gobernador civil de la provincia y
de muchos jales del ejército, que habían acudido á Placetas para asis-
408
tir al acto, los presentados rindieron las armas y entregaron abundan-
tes municiones.
El general Aguirre, en nombre del general en jefe y gobernador
general de la isla, dirigió á los presentados palabras de concordia, ter-
minando su patriótica alocución con vivas al rey, á España y á Cuba
española, que fueron contestados por cuantos le acompañaban y por el
brigadier Massó é insurrectos de su partida.
«La graduación, — decía el general Blanco en su telegrama oficial
dando cuenta del suceso al Gobierno — la historia é importancia políti-
ca de Juan Massó, su parentesco con el titulado presidente de la Repú-
blica cubana, Bartolomé Massó, y el carácter honroso y militar que ha
revestido toda esta presentación, envuelven gran alcance y me hacen
esperar sean base de una próxima pacificación.»
Al hacerse pública en la Habana la presentación de Massó y de las
gentes que mandaba, la noticia produjo magnifico electo.
No hay para qué decir la satisfacción que produjo también en los
centros oficiales y en toda la Península.
Se atribuyó la presentación del cabecilla Massó con su partida á la
virtualidad de la autonomía, á las gestiones del ministro señor Govtn
y á la influencia del gobernador autonomista Marcos García.
♦**
Tuvo, en efecto, el telegrama del capitán general de Cuba una
importancia excepcional. Pudiera decirse que era la primera noticia sa-
tisfactoria de verdadero interés que había llegado á nosotros desde que
cambiara la situación en Cuba, porque la presentación de los herma-
nos Cuervo vino á averiguarse que tuvo más de teatral que de otra
cosa.
409
Qaedabaa en Las Villas muchos cabecillas de relieve y relativa
importancia: no se habían presentado Carrillo, ni Regó, ni Cayito Al-
varez, ni Robau, ni Chucho Monteagudo, ni Núñez, ni otros varios de
los que gozaban prestigio é influencia entre ellos; pero la presentación
de Soto, el segundo de Robau, con algunos hombres armados de la par-
tida de éste, pocos días antes,
y la capitulación de Massó y
Feria y Hernández, con un
centenar de hombres arma-
dos y municionados, indica-
ba claramente que se hacían
trabajos activos para atraer á
la legalidad á la gente en ar-
mas y que ios esfuerzos no
eran totalmente infructuo-
sos.
Las presentaciones de que
nos dio cuenta nuestro co-
rresponsal y confirmó el te-
legrama del general Blanco,
harían que Máximo Gómez
empezase á recelar de los suyos, y revelaban que las órdenes del gene-
ralisimo ya no eran ukases, sino papeles mojados por el relente de la
manigua.
Massó y Feria eran orientales que fueron á Occidente en la famo-
sa invpsión del 93.
Cerca del sitio donde se verificó su presentación, debía andar Gó-
mez, pofque en aquella zona, desde Placetas y el Zaza hasta Ríforms,
era la jurisdicción escogida como madriguera por el «cabecilla fan-
tasma./»
CABECILLA. MONTfiAGUDO
Blanco 52
410
Habiendo gdquiíido noticia el genenl Jiméníz Ctstelltnos, por
confidencias ciertas, de que el gobiemo insurrecto se haliaba estableci-
do y habia fijado su residencia en el poblado La Esperanza, construido
al efecto á diez y sitte leguas de Puerto Príncipe é inmediato al extre-
mo occidental de Sierra Cubita, tomó las medidas necesarias y combicó
una operación para sorprender y atacar el campamento enemigo, cuyo
resultado fué brillantísimo.
Antes de dar cuenta de la operación, y para que se juzgue de su
impoitancia, creemos conveniente advertir á nuestros lectores que des-
de hacía muchos meses el gobierno rebelde se había establecido en di-
cho poblado, donde funcionaba á sus anchas y gozíba de la más com
pleta tranquilidad.
La prensa yankee afecta á los filibusteros, y los periódicos que pu-
blicaban los rebeldes en Cayo Hueso, eu Tsmpa y en Nueva York, ve-
nían asegurando que la titulada República cubana tenía su gobierno
instalado en las mejores condiciones de seguridad y en lugar adonde
no podrían llegar los soldados esp&Qoles.
Estrada Palma, el delegado del gobierno revoluciocsrio en Nueva
York, en sus conferencias con senadores y diputados norteamericanos,
había hecho hincapié en estas circunstancias para deducir de ellas la
debilidad é impotencia de las armas españolas y haberse cumplido por
parte de los separatistas una de las condiciones exigides para el reco-
nocimiento de la beligerancia de los rebeldes.
Por esto tuvo mayor trascendencia la operación llevada áctfbocon
feliz éxito por el general Jiménez Castellanos.
Organizada en Puerto Príncipe una columna de a aoo soldados de
<
411
infantería, 450 de caballería y dos piezas de artillería, salió el general
á su frente, ea direccióa de Sierra Cubita.
Después de tres días^de penosa marcha por las estribaciones de di
cha sierra, forzando dificultades y posiciones ocupadas por el enemigo,
cuya resistencia faé estéril ante el empuja de nuestros soldados, que
arrollaron posiciones artilladas y cuantos lugares dominantes ocupaban
los rebeldes, avistó la columna, al amanecer del cuarto día, el poblado
«La Esperanza», residencia del gobierno iasurrecto.
Organizado el ataque al pueblo, donde había unos i.ooo rebeldes
que custodiaban al gobierno y lo defendieron con mucha tenacidad, tras
un reñido combate fueron desolojados aquéllos de sus posiciones y sa-
lieron de ellas á la desbandada, ocupando la valerosa columna el po-
blado, el cual incendiaron y destruyeron, para evitar que volvieran á
guarecerse allí los insurrectos, y saliendo inmediatamente en su perse -
cución hasta dos leguas más allá.
«
* *
Al día siguiente, continuando la infatigable columna del general
Castellanos la persecución del enemigo fugitivo, encontró en los mon-
tes del lafierno, á dos leguas de Esperanza, partidas reunidas en nú •
mero de unos 2.500 hombres, que acudían en auxilio del gobierno in-
surrecto al tener noticia de que las tropas iban á atacar á la que pudié-
ramos llamar ^capital de la insurrección»; pero llegaron tarde, porque
lo inesperado y rápido de la operación desconcertó los planes de los
rebeldes.
Dispusiéronse á la lucha las fuerzas rebeldes, desde sus fuertes y
ventajosas posiciones en el monte, y trabóse el combate entre ambos
bandos, que duró dos horas y fué muy empeñado, reñido y sangriento.
412
De una y otra psrte se hizo un nutrido fuego de fusilería, y nuestros
cañones lanzaron 33 disparos sobre las masas enemigas.
Estas, ai fin, tuvieron que retirarse, abandonando en el campo 57
muertos. Eita cifra hizo suponer que el enemigo debió sufíii bajas muy
numerosas, toda vez que lo intrincado del monte hizo difícil la verifica-
ción de un minucioso reconocimiento.
Las bajas sufridas por la columna fueron relativamente cortas,
aunque siempre sensibles, dada la importancia de la operación, las difi-
cultades de la marcha, los diversos combates sostenidos y el número y
la resistencia de los rebeldes. Murieron cinco soldados y fueron heri-
dos el teniente coronel señor Pérez Monte y 30 individúes de tropa.
Al ocupar nuestras tropas la capital escogida, mejor dicho, cons-
truida por los insurrectos con tablones y cañas para hacer alardes de
normalidad en su vida oficial^ recogieron importante documentación,
muchas armas y efectos.
El titulado Gobierno, comprendiendo el peligro que corría, no se
cuidó más que de huir aprovechando el combate qu3 se ibró en los
atrincheramientos de la sierra que defendían la capital, despachando á
la vez comisiones á los campamentos rebeldes,, dándoles cuenta de lo
que ocuriía.
Como nota culminante del buen éxito de la operación, se señaló
el éxito de que la cclumna del general Jiménez Castellanos fué condu-
cida hasta La Esperanza por rebeldes presentados, evitando que los
exploradores insurrectos se percataran de la operación en el trayecto
de 17 legU:is recorridas por la columna, merced á lo cual, la operación
empezó y se realizó con el mayor sigilo, logrando casi sorprender á los
rebeHes, pues al entrar en la sierra la columna y hasta después que
los rebeldes abandonaron la capital, sólo encontraron unos Sao enemi-
gos, que no opusieron gran resistencia.
Elogióse mucho la operación por haberse vanagloriado los rebel-
i
I
413
des de qae la residencia de su gobierno en Sierra Cubita era definitiva
y nadie podría molestar á los representantes oficiales de la revolución
separatista.
Estas noticias, unidas á las de las presentaciones ocurridas aquellos
días, aumentaron la confianza que sentía la opinión pública en la pron-
ta terminación de la funesta guerra.
*%
Las partidas rebeldes que operaban en la provincia de Santa Cla-
ra, reunidas bajo el mando del cabecilla Monteagudo, é impulsadas y
despechadas, sin duda, por la última presentación importante de las
fuerzas de Massó, atacaron al siguiente día de la sumisión de este cabe-
cilla, el poblado de La Esperanza, que está cerca de la capital de Las
ViUas.
Aprovechando la obscuridad de la noche, las gentes de Monteagu-
do, en número de unos 2do hombres, cortaron las alambradas qu 3 de-
fendían las entradas del pueblo, y cuando hubieron salvado el obstá-
culo, amparados en las tinieblas, hicieron violenta irrupción en las ca-
lles del poblado, Ut gando hasta las primeras casas del barrio del Ro-
sario.
Advertida la guarnición de la presencia del enemigo, salió á batir-
le en tres grupos, rechazando briosamente á los rebeldes, poniéndoles
en fuga y persiguiéndoles en todas direcciones.
El enemigo al huir dej 5 en las calles nujve muertos, con armas,
cuyos cada vjres faeron expuestos al público para su identificación,
muchos machetes y otros efectos de guerra.
Además, por confidencias seguras, se supo que pasaron de treinta
los heridos que se llevó la partida.
4U
La valerosa y no dormida guarnición tuvo que lamentar la muerte
de un cabo y las heridas de dos soldados.
El comportamiento del destacamento de La Esperanza — dijo el ge-
neral Blanco en su despacho oficial— fué el más bizarro.
El poblado de La Esperanza fué también atacado en la primavera
de 1896, al regresar los insurrectos de su excursión á las provincias oc-
cidentales.
En ese ataque fué donde el valeroso cura de La Esperanza se de
fendió heroicamente y se ganó una cruz y rechazó á los rebaldes.
Durante la segunda decena de Enero, además de los sucesos que
dejamos consignados, ocurrieron entre otros menos importantes los en-
cuentros y operaciones siguientes:
En la provincia de Pinar del Río, el batallón de Canarias sorpren-
dió al enemigo una herrería, cogiendo 43 armas de fuego y 36 herra-
mientas, destruyendo la colonia militar.
El batallón de San Qñntía, en Barreto, batió al cabecilla Ds'gado,
causándole cuatro mueitos y cogiéndole armas de fuego, blancas y seis
caballos. H
El batallón de Otumba, on Hato Luisa, tomó campamento enemigo
defendido por 200 hombres, que huyeron con bajas.
En Matanzas, el general Molina, en Punta Maya y Boca Camario-
ca, se apoderó de otro campamento donde se hallaban las partidas del
F amenco, G^Smez, Rojas y Tabares, compuestas de 230 hombres, cau-
sándolas seis muertos, que abandonaron, y varios heridos, qu3 retiraron.
La columna tuvo á los tenientes señores La Cierva y don Manuel
González y 28 de tropa heridos.
En la provincia de Santa Clara, fuerzas del re g'miento de Cama-
juaní, en Santa Clara y Río Mondo, batieron á una partida, haciéndola
seis muertos y cogiendo 22 caballos.
Los batallones de Arapihs y Camajuaní, en Jiquina y Lajitss, ba
(
i
415
tieron al cabecilla Ñapóles, haciéndele diez muertos y un prisionero,
y cogiéndole 31 caballos, seis armas de. luego y once blancas.
En HolguÍD, el general Luque, practicando reconocimientos por
San Martín de Aguarrás, hizo al enemigo treinta muertos y siete pri-
LA COLUMNA DEL GENERAL CASTELLANOS EN BL COMBATE DE LA ESPERANZA
sioneros y cogió 88 armas de fuego. La columna tuvo un muerto de
tropa y 21 heridos.
La opinión f plaudió á nuestro ejército por su incansable acometi-
vidad y ee felicitó del triunfo de las armas españolas y de los éxitos
políticos del nuevo régimen.
CAPÍTULO XXX 11 1
Nuevas esperanzas. — Continúan las presentaciones. — El cabecilla Yfyo Oiménez. — Agnstfn
Komán y cinco individuos de la escolta del generaU'nimo. — Fusilamiento de un capitán.
— Síntomas favorables. — El general Blanco á Oriente — Olijeto del viaje. — Suposiciones.
— Más preeantaciones. — La dinamita. — Un barco de guerra norteamericano en viaje
para la Habana. — Excitación y alarma. — La nota de Mr. Long. — El viaje del Maine. —
La política ijaukfe. — El Maine en la bahía de la Habana. — Inoportunidad de su visita.
— Recelos de la opinión. — El gobierno de Washington y la ñuta de Mr. "Woodfford. — El
acuerdo de nuestro Gobierno — Justa reciprocidad. — El programa de la nación y íel Qo-
bierno. — Ni precipitación ni debilidad.
(
^^0> V hemos consignado en el precedente capítulo que la
presentación del cabecilla Massó no había sido un he-
cho aislado.
En efecto, después de ella se efectuaron otras, y
rcurrió sobre todo un caso que puso en evidencia la cooipleta
iescomposición de la rebeldía. _ ||
Máximo Gómez tuvo que fusilar al capitán de su escolta
Néstor Alvarez. ¿Por qué? Porque Néstor Alvarez trabajaha
eficazmente para lograr la sumisión de aquella fuerza á la legalidad y
al nuevo régimen constituido en la isla. É
Cuando tal sucedía en el campo y alrededor á?l generalísimo, fácil
era colegir lo que sucedería entre las demás partidas insurrectas.
La feroz rigidez del mercenario dominicano no había bastedo á im-
pedir que los hombres de su mayor confianza, movidos por el deseo de
la paz y alentados por el carácter generoso del nuevo régimen, se con-
certasen para acogerse á indulto.
417
KUKRTK EN LA. TROCHA DK MARIEL-ARTEMI9A iPINAK DEL RIO)
Hi ANfX) 5:í
418
Tampoco había de hartar la ejecución de Néstor Alvarez para ata-
jar un movimiento, que se hahía iniciado arrostrando tan hárharos cas-
tigos.
Según el telegrama de nuestro corresponsal, varios vecinos de
Sancti Spíritus hahían solicitado ingresar en las guerrillas, deseosos de
vengar la muerte del joven con quien les unieran, sin duda, vínculos
de parentesco ó de amistad.
No serían poblahlemente los únicos que, animados de igual pro
pósito, se arrojasen á pedir y tomar cuenta de la s::ngre vertida.
Ni podrían ni querrían tolerar seguramente que un aventurero,
á quien pagaron para que se encargase de la dirección de la guerra,
extraño como era á los pensamientos é intereses de Cuha, se opusiera ^
á la libre determinación de los cubanos. ^
El fusilamiento de Alvarez sería el botafuego que inaugurara el
período de las luchas interiores. Así ha comenzado siempre el desqui-
ciamiento final en todas las contiendas civiles.
Ese síntoma, eún más expresivo que el de las presentaciones, y no
menos favorable á nuestra causa que los triunfos obtenidos por nuestro
heroico ejército, confirmó las esperanzas de la nación y asegaró, para
dentro de breve plazo, la terminación de la gueira.
* «
El día 32 recibióse en la Habana la noticia de la presentación en
las Vueltas, provincia de Santa Clara, del cabecilla Yeyo Givaénez, con
cinco hombres armados, los cuales entraron en el pueblo dando vivas
á la autonomía.
Desde Sancti Spíritus comunicó el mismo día el coronel Estruch
que se habían presentado en Mapos, armados y montados, Agustín Ro-
419
man y cinco insurrectos más, que perteoecían al escuadrón de Máximo
Gómez que formaba la guardia personal del generalísimo.
Refirieron los presentados que entre los rebeldes que rodeaban al
jefe dominicano, cundía la idea de presentarse á indulto y abandonar
una existencia penosa y sin esperanzas de triunfo, que ya les iba pare-
ciendo demasiada dura.
Añadieron que el capitán de uno de los escuadrones de la escolta
de Máximo Gómez, llamado Néstor Alvarez, trató de inducir á sus tro-
pas á que abandonaran: con él el campo rebelde y se acogieran á la le-
galidad, que era la paz. Enterado de ello el generalísimo, apresó á
Néstor Alvarez y mandó fusilarle, previo consejo de guerra verbal.
D jeron tamb éa que otros veinte rebeldes, incluyendo entre ellos
al jefa del regimiento de la guardia personal de Máximo Gómez, ha-
llábanse dispuestos á presentarse, y lo harían en cuanto les fuera posi-
ble, porque se hallaban todos muy vigilados.
Los presentados manifestaron deseos de formar parte de una gue-
rrilla de las destinadas á combatir á las fuerzas de Máximo Gómez, á
fin de vengar la muerte de su capitán Néstor Alvarez.
Atendiendo á sus deseos fueron autorizados para formar en una
guerrilla de Sancti Spíritus.
En el telegrama del coronel Estruch se daba cuenta de otras mu
chas presentaciones de menor importancia.
Si consideró como un hecho de altísima significación para la paz
y como un grave síntoma de descomposición y desaliento, el que en el
propio cuartel de Máximo Gómez hubiese quien trabajase por la auto-
nomía, allí donde el dictador ejercía omnímoJa influencia y había ele-
gido para su escuadrón de escolta gente fanática por la independencia
y absolutamente adicta á su persona. Síntomas eran estos que, por lo
menos, autorizaban á recordar lo que ocurrió en la manigua en 1877,
pecursor de la descomposición en que se hallaba cuando se reunió e^
plebiscito en San Agustín.
420
El día 24 salió de la Hibaaa para ManzaailloClepartaaunto Oden-
tal), el gobernador general de Cuba.
£1 general Blanco marchó en tren á Bitabanó, donde embarcó para
trasladarse á Manzanillo, acompañado de los generales Nario y Valde-
rrama, habiendo sido despedido en la estación por todo el Gobierno
insular y las más distinguidas y notables personalidades de la Habana.
Durante la ausencia del gobernador general quedó encargado del
despacho de los asuntos militares el general Ginzález Parrado, y de
los civiles el secretario del gobierno señor Congosto.
Aunque era conocido con mucha anterioridad el propósito del ge-
neral en jefe del t jército en operaciones, la noticia vino á aumentar la
expectación que aquí reinaba, y en la cual entraban las inquietudes en
proporción muy inferior á las esperanzas.
Pero no iba el marqués de Peña Plata á dirigir las operaciones en
la parte oriental de la isla, como en un principio se había indicado; su
objeto— según dijeron los telegramas— se limitaba á inspecc.onar el
ejército y á vigorizar en aquellas comarcas el espíritu público. Su au-
sencia de la Habana no duraría, por tanto, más que algunos días.
Sencillísimo era el herho, pero la opinión^ aceptando rumores y
versiones que cida vez tomaban mayor inciemento, se obstinó en atri-
buirle extraordinaria importancia.
No participamos nunca de los pesimismoí infundados, y por igual
razón nos abstuvimos de compartir optimismos que no se f andaban en
una base cierta.
Peligrosa es la impresionabilidad que todo lo contempla obscuro;
pero no lo es menos la que lo ve todo de color de rosa.
421
Entre el punto extremo donde se colocaron aquellos á cuyo enten-
der había de prolongarse indefinidamente la campaña de Cuba y el
que eligieran aquellos otros para quienes la total pacificación era obra
de cortas semanas, existía un punto medio, del cual no debíamos apar-
tarnos en evitación de desagradables sorpresas.
Eso no obstó para que hubiese derecho á sacar de la expedición del
general Blanco dos favorables deducciones.
OFICIAL DANDO ORDENES A L'N ORDENANZA
Caando la primera autoridad de la isla se decidía á eoíprender un
viaje á Oriente, señal era de qu; la tranquilidad y el orden no corrían
peligro alguno en la Habana.
Asimismo cabía suponer que, al emprender en tales circunstancias
su visita de inspección á las provincias orientales, llevara la semi- se-
guridad de recabar ventajas y provechos para la soberanía española.
422
***
Fuerzas del batallóu de Cataluña practicando reconocimientos por
la zona de Tiinidad, ocuparon un depósito de municiones de los insu-
rrectos, pasando de 20.000 los cartuchos que recogieron nuestros solda-
dos, que pertenecían al parecer á la brigada insurrecta que operaba en
aquella jurisdicción.
Se presentaron á indulto en Cienfuegos un titulado oficial y diez
insurrectos armados, y en Placetas otros diez, también con armas.
Los rebeldes no abandonaban su cobarde y criminal campaña de
destrucción.
El dia 13, entre los kilómetros 25 y 26 de la línea férrea de Nuevi-
tas, hicieron explotar una bomba de dinamita, destrozando cuarenta
metros de vía y volcando una máquina exploradora y dos carros blin-
dados.
A consecuencia del siniestro murió un sargento y quedaron heri-
dos 16 soldados del batallón de voluntarios de Madrid.
El día 17 explotó otra bomba en la misma línea y ocasionó la muer-
te á dos soldados y heridas desconsideración á otros cinco.
Con gran sorpresa de propios y extraños, se supo el día 25, por
telegramas de Washington, que el gobierno yankfe había dado orden
el día anterior al crucero Maitie, para que zarpara de Cayo Hueso con
destino al puerto de la Habana, y que el resto de i a escuadra norte-
americana marchase á las islas Tortugas, grupo de islotes situados á la
extremidad de los Cayos de la Florida, á lao millas náuticas ai Sudoes-
te del cable Sable.
Tanto en los círculos políticos de Washington como en ios centros
bursátiles y filibusteros de Nueva York, la noticia de aquel viaje pro-
423
dujo en un principio gran excitación: tanto en la Habana como en la
Península hubo al saberse la noticia cierta alarma.
Para desvirtuar el efecto que la noticia pudiera causar, se dijo en
el departamento de Negocios extranjeros de la gran República, que
siendo muy amistosas las relaciones entre los Estados Unidos y España,
no existía ya motivo para mantener alejados de los puertos de Cuba
los buques de guerra norteamericanos.
El ministro de Marina Mr. Long publicó una nota que confirmiba
las declaraciones de los funcionarios de la Secretaría de Relaciones ex
teriores.
La nota decía textualmente:
«Lejos de existir fundamento para los rumores que circularon ayer
acerca de dificultades surgidas en la Habana, las cuestiones están tan
bien solventadas, que los buques de guerra norteamericanos pueden
volver á visitar los puertos de Cuba.>
El cónsul de los Estados TJpidos en la Habana Mr. Lee apresuróse
á quitar importancia á la visita del Maine, haciendo públicas las decla-
raciones del ministro de Marina americano, en las cuales desaparecía
toda gravedad.
*
Tf *
« — ¿A qué va á la Habana el Mame? ¿Para qué se acerca tanto á las
costas de Cuba la escuadra de los Estados Unidos? ¿Con qué objeto esa
escuadra ocupa los puntos estratégicos de la entrada de ambos canales
de Bahama?»
Estas preguntas estuvieron el día 25 en todos los labios españoles,
al enterarse de los telegramas trasmitidos desde Nueva Yoik por los
corresponsales y por las Agencias telegráficas.
424
Los que á ellas contestaban de la' manera menos belicosa decían:
Esa escuadra ha ido á las aguas de la grande Antilla á detener el movi-
miento contrarrevolucionario en las filas de los rebeldes á España. Por-
que es evidente — decían — que los insurrectos en armas, dispuestos á
entregarlas, no lo harán ya ante la espectativa de un conflicto, cuyo
término pudiera ser el vencimiento del poder español en la isla; por-
que ¿á qué fin— dirán los cabecillas más inclinados á la pacificación —
hemos de entrar en el campo de una legalidad que amenaza extin -
guirse?
Hubo quien fué mis allá. Hubo quien supuso que los Estados Uni-
dos consideraban propicia la ocasión para acabar de una vez. Compli-
cadas las cuestiones europeas con los asuntos de China, fija en el extre-
mo Oriente la atención de los pueblos del Antiguo Mundo, despreve-
nido y confiado el Gobierno español, es la hora presente — decían los
pesimistas — la precisa y abonada para que la política yankee arroje la
máscara y acometa la empresa con el menor riesgo posible.
De un modo ó de otro, se verificaban desgraciadamente nuestros
temores y previsiones. Acaso no fueran hasta provocar la guerra los
Estados Unidos — pensamos nosotros en aquel entonces — no obstante
que el anuncio del envío del Maine á la Habana era indicio harto ex-
presivo de provocíción y respondía seguramente al deseo de agitar
artificialmente la opinión para envalentonar á la fracción jingoísta de
la Cámara, manteniendo una atmósfera favorable á los insurrectos.
Pero, de todas suertes, una escuadra de los protectores y fomentadores
de la rebelión seperatista á la vista de las costas de Cuba, levantando
el decaído ánimo de los rebeldes, venía á ser el obstáculo más grave
para la paz y aún quizá causa eficiente de un conflicto internacional por
dar ocasión á alguna protesta de los patriotas de aquella capital. Sin
duda el envío del acorazado Maine á la bahía de la Habana obedeció á
la política artera de los Estados Unidos.
425
A Europa, al mundo civilizado, no podía quedar duda de la políti-
ca yankee respecto de España. £1 hecho de que se trata lo reveló todo
bien clai amenté.
Antes de lo que se creía y con gran sorpresa de toda la población,
entró y fondeó en la bahía de la Habana el acorazado norteamericano
PAREJA DE ORDEN PUBLICO EN PERSECUCIÓN DE UN PLATEADO
Mame, que el día 25 cambió los saludos de ordenanza con las baterías
del puerto.
La presencia en aquellas aguas del buqus norteamericano, aunque
causó gran extrañeza en la población de la Habana, por no tener noti-
cia alguna acerca del objeto de su viaje, no produjo más que curiosidad
en el público.
A juzgar por los telegramas de los corresponsales, se apreció allí
Blanco 54
426
en Jas esferas oficiales la significación de la visita del propio modo que
aquí la interpretara el Gobierno.
Creíase que en vez de ser un aviso ó un acto de encubierta hostili-
dad, era una muestra de deferencia con que se acreditaba la cordialidad
de relaciones existentes entre España y los Estados Unidos.
Examinado á sangre fría el caso de que el Maine se destacara de la
escuadra que operaba en las Tortugas para tributarnos amistosos cum-
plimientos, no dimos á la presercia del buque norteamericano en la
bahía de la Habana, más importancia de la que tenia ni tampoco
menos.
Por lo mismo que siempre hemos creído que la guerra de Cuba
era incidente de las relaciones entre España y los Estados Unidos, y que
el gobierno norteamericEno procedía con arreglo á un programa traza-
do y estudiado hacía muchos años, y del que no le desviaría ningúa
cambio de personas que aquí ó allá pudiera ocurrir, no nos sorprendió
lo que sucedía ni nos pareció probable que pudiera maravillarnos lo
que sucediera con el tiempo. Veíamos al problema cubano caminar ha-
cia su término empujado por los aciertos ágenos y los errores propios,
y sabedores del rumbo que llevábamos, ni un momento participamos
de los optimismos oficiales, ni nos dejamos engañar por la conducta
artera de los yankees.
La sobreexcitación de los ánimos en Cuba, y singularmente en la
Habana, era tan natural como grande. Allí, donde se tocaban los enor-
mes dftños producidos por una guerra, que se mantenía principalmente
con los recursos que desde los Estados Unidos se facilitaban á la insu-
rrección, no se mitigaban los dolores ni se adormecían las punzadas
con frases hipócritas,' sino que se exacerbaban con los hechos. Aunque
no hubiera habido dudas sobre la amistad del gobierno de Washington,
la visita de un buque de guerra norteamericano á un puerto de nuestra
grande Antilla, debiera ser considerada como prematura. No hay que
427
decirlo que, en nuestro sentir, fué, cuando eran tan fuertes y tan funda-
dos los recelos.
Por lo menos dio motivo la no anunciada visita del Maine á la Ha-
bana, á que nos asaltaran dudasen loque toca ala oportunidad del mo-
mento elegido por nuestros encubiertos enemigos.
Para desvirtuar esos recelos, no nos pareció lo más adecuado te-
ner la escuadra de la U jión á la vista de las costas de Caba. Por ese
nuevo sistema de cortesía internacional pudieran los norteflmericanos,
como última muestra de cariño, haber pretendido ya clavar desde lue-
go en el Morro de la Habana la bandera estrellada al lado de la es-
pañola.
A nadie engañó tal sistema, y la prensa europea lo dijo con harta
claridad. Sensata y correcta la población habanera, supo evitar con su
buen sentido los riesgos de uq choque, para el cual burdamente se le
ofreciera ocasión. ¿Podía, empero, afirmarse que tal serenidad y correc-
ción fueran inquebrantables? Y si la perturbación y el conflicto sobre-
venían, ¿de quién ante el mundo civilizado sería la responsabilidad?
¿Qué falta hacía para las buenas relaciones entre E-paña y los Es-
tados Unidos la presencia del Maine en la bahía de la Habana? Ningu-
na. ¿Qué inconvenientes poJía tener? Incalculables...
El gobierno de los Estados Unidos manifestó explícitamente que,
después de los discursos pronunciados en la Cá nara de representantes
acerca de la cuastióa de Cuba, había creído conveniente enviar un bar
co á la Habma, «;omo demostración de amistad y afecto á España»,
borrando con esto los recelos que hubieran podido despertar aquellos
discursos Jingoístas.
Así lo comunicó á nuestro gobierno el representante de España en
428
Washington, señor Dupuy de Lome, añadiendo que Mr. Vooiford,
embajador extraordinario de la gran República en Madrid, haría idén-
tica manifestación en nota oficial.
Esto ocurría el día 25 por la mañana, y á las cinco de la tarde,
cuando ya el Maine se encontraba anclado en la bahía de la Habana,
hubo de comunicar el ministro de Estado español á nuestro represen-
tante en Washington, que el ministro norteamericano no había envia-
do aún la nota anunciada.
Una hora más tarde se recibía la nota en el ministerio de Estado,
resultando que el deber de cortesía con nuestro gobierno, se cumplía
algunas horas después de haberse efectuado lo que oficialmente se
anunciara.
La nota de mister Woodfford repetía mucho las frases de amistad y
tonsiderpción á nuestro país, y que «para demostrar las cordiales rela-
ciones, anunciaba la visita del Maine al puerto de la Habana.
A esta nota contestó con otra el señor GuUód, no menos atenta y
amistosa, expresando que en reciprocidad á la cortesía del gobierno de
los Estados Unidos, le anunciaba el propósito de que algúa barco es-
pañol visitara los puertos norteamericanos.
El acuerdo del Gobierno, en justa correspondeucia á la atención
de los yankees, de enviar un ciucero de nuestra Marina de guerra á vi-
sitar el puerto de Nueva Yorck, fué bien recibido y aplaudido por la
opinión.
Y fuere del género que fuese la reciprocidad, consideramos digno
de elogio el acuerdo.
Calma, previsión, energía; esto debía ser y hubiera de haber sido
siempre el programa de la nación y del gobierno enfrente de los ma-
nejos norteamericanos. La precipitación podia perdernos; la debilidad
uo nos liabía de salvar.
CAPITULO XXXIV
Presentaciones de separatistas en Nueva York. — El viaje del general Blanco. — Manifestación
popular en Las Villas. — Encuentro en Cabanas. — Muerte del cabecilla Alonso. — Otros
encuentros y combates. — El siniestro ferroviario en la línea de Nuevitas. — Estado de la
insurrección en el Camagüey. — Justicia de Dios. — Muerte del cabecilla Aranguren. —
Operación combinada. — Sorpresa y ataque. — Castigo merecido. — La opinión. — El ver-
dadero enemigo.
ERDADERA importancia tuvieron las presentaciones de
varios jífes y oficiales insurrectos, en el consulado de
Espsña en Nueva York, de que se dio noticia el día 26
al ministerio de Ultramar.
Según comunicó nuestro representante en la capital de
la gran República, presentáronse en el consulado de España
en Nueva York y [firmaron declaración de aceptar la lega-
lidad instaurada en Cuba, ofreciendo no conspirar contra la
soberanía de España, los titulados oficiales insurrectos Carlos
García Menoral, Alberto Broch y O'Farril, Alberto Fernandez Velasco
y Pedro Bithancourt.
También se presentó en el propio consulado el señor Casuso, mé
dico que se hallaba en Nueva York á disposición de la Junta para reco-
nocer á los insurrectos enfermos ó heridos, manifestando que pensaba
salir el día 30 para la Habana.
Seguía desarrollándose en progresión creciente la obra de la paz.
430
El hecho de haberse presentado á nuestro cónsul en Nueva York varios
personajes rebeldes, entre los cuales figuraban los que valían por dos
partidas, el cabecilla García Menocal y el doctor Casuso, así lo de-
mostró.
El general Blanco en su viaje á Oriente tocó el 25 en el Júcaro y
Santacruz, cuyas guarniciones revistó.
Al sigaiente día llegó á Manzanillo, en donde se le h zo un entu -
siasta recibimiento.
En Santa Clara efectuóse una soberbia manifestación en honor del
comandante militar de Las Villas, general Aguirre, y del gobernador
civil, don Marcos García, á su regreso de Placetas de presenciar el acto
de sumisión del cabecilla Massó y ju partida.
Los manifestantes vitorearon á España y á la autonomía.
El teniente coronel del batallón de San Q .intín participó el día a?
que operando en la costa Norte de la provincia de Pinar del Rio, en-
contró en Cabanas á la partida rebelde de Andrés Alonso, á la que se
habían unido fuerzas de la que mandaba Juan Delgado.
Trabado combate con los insurrectos, fueron derrotados por nues-
tras tropas, que los dispersaron, abandonando aquéllos en su huida diez
muertos, entre los cuales figuraba el cabecilla Andrés Alonso y el se-
gundo jefe de la partida.
El batallón de la Lealtad en las lomas de Pita (Habana) batió á las
partidas reunidas de Cárdenas y Araaguren, haciéndoles tres muertos
y dos prisioneros y cogiéndoles siete caballos.
El b. tallón de Guadalajara, en Tapaste, batió de nuevo á la partida
de Aranguren, compuesta de 130 caballos, resultando de los nuestros
herido un individuo de tropa.
El coronel Rubia, con fuerzas de desembarco en Rio Muñoz, tomó
al enemigo fu artes posiciones, causándole bajas.
El general Pareja tomó al enemigo el campamento de San Fernan-
do, sufriendo en la operación ocho heridos de tropa.
431
*
* *
De uno de nuestros corresponsales en el teatro de Ja guerra, reci-
bimos el dia 28 los siguientes interesantes detalles acerca del siniestro
ferroviario ocurrido en la línea de Nuevitas á Puerto Pííncipe y sobre
la situación y estado de la rebelión en el Camaguey.
«Embarcado en el tren que con pasajeros y mercancías se dirigía á
la capital del Camaguey, salí en la mañana del 12 de Nuevitas, hecien-
do escala por la noche en Minas, para continuar viaje al áia siguiente
hasta Puerto Príncipe.
»E1 tren explorador se componía de dos vagones blindados y 16
más de mercancías. En los primeros iban 51 hombres del batallón de
voluntarios de Madrid, mandados por el capitán don Luís Delicado.
Un sargento y ocho soldados, provistos de ganchos y tjeras, estaban
encargados del reconocimiento de la vía para evitar las explosiones de
dinamita.
»Fjrmaban el tren de pasfjeros dos coches de tercera, uno de se-
gunda, otro de primera, veinte de mercancías y un coche blindado,
en el que iba un oficial y treinta soldados.
»Los pasfjeros eran muy pocos, y entre ellos se contaban dos habi-
litados militares que conducían udos 30.000 duros.
»A paso de carreta llegamos al ingenio Lugareño á las tres de la
tarde, y minutes después de salir de ese punto, encontrándonos entre
los kilómetros 25 y 26, oyóse de pronto una horrorosa detonación pro-
ducida por la txploMÓn de una bomba de dinamita, cuyos efectos su-
frió de lleno el Iren explorador, que iba unos doscientos metros delan-
te del de paspjeros.
>>Dirigíme al sitio de la catástrofe y presencié un cuadro aterrador:
432
la vía estaba destrozada en una extensión de cuarenta metros; los rails
estaban hechos añicos y las ruedas de los coches blindados habían sido
arrojadas á larga distancia. En el suelo había un hoyo de seis metros
de largo, tres de ancho y uno de profundidad.
»La máquina, rotos los enganches, prosiguió su marcha, y en la
vía, destrozados y fuera de los carriles quedaron dos tenders, una pla-
taforma y los dos coches blindados. El resto del tren quedó encarrilado.
»Los dos coches blindados estaban casi enterrados en el hoyo, y
'^-^^^S^
EL OENERAL KERNAL Y SU ESTADO MAYOR
en el interior de aquéllos 16 hombres heridos, con fracturas del cráneo,
cara y brazos, entre ellos, moribundo, el sargento Francisco Ruíz
Cano, natural de Palma del Río (Córdoba), quejándose con lastimeros
gritos y pidiendo á voces socorro.
^Adoptadas las necesarias precauciones en previsión de que pudie-
ran atacarnos los criminales mambises, se procedió á instalar á los he-
ridos en el tren de pasajeros, al que se ordenó regresara á Nuevitas. En
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434
él regresó también al punto de partida, y al llegar al hospital falleció
el citado sargento.
»De los restantes heridos, diez lo están de gravedad, y los otros
cinco levemente.
»E1 entieno del infortunado sargento, señor Ruíz Cano, ha sido
una solemne manifestación de duelo, á la que han concurrido las auto-
ridades y el pueblo en masa, dedicando al finado muchas coronas.
«Aquella misma noche los insurrectos tirotearon por tres veces á
Puerto Príncipe, una de ellas con gran tenacidad.
»Ea la imposibilidad de reanudar viaje y llegar á Puerto Piíncipe,
me dediqué á adquirir en Nuevitas datos, que conceptúo exactos y me
apresuro á transmitir, relativos al estado de la insurrección en el Ca-
magüey.
# *
.>Se calcula que en toda esta provincia existen unos 5 ooo re-
beldes.
En la jurisdicción de Nuevitas se hallan el cabecilla Ángel Castillo,
con 300 caballos; los hermanos Adalberto y Joaquín Qaesada, con 80
infantes cada uno; el titulado geneial Vega con 200, y Luís Suárez con
otros 200.
Hay además varias prefecturas mandando grupos, que se reúnen
cuando lo juzgan necesario.
Las fuerzas que guardaban al titulado gobierno insurrecto estable-
cido en "La Esperanza)., al pie de la Sierra Cubita, fueron batidas, como
es sabido, por el general Jiménez Castellanos.
El titulado gobernador civil ó prefecto del Camagüey, Manuel Ca-
sares, tenía su residencia oficial en Yaguas.
435
En el departamento oriental escasean las reses, siendo necesario
llevarlas de la provincia de Puerto Príncipe por la trocha del Jácaro.
Sin embargo, el número de reses que los insurrectos trasladan de ese
modo, es incalculable.
La escasez de tropas obliga al general Castellanos á mantenerse en
actitud defensiva, limitándose á sostener intacto nuestro dominio en
el Príncipe, Santa Cruz y Nuevitas.
Las comunicaciones entre los pueblos y poblados del centro cama-
güeyano han desaparecido; todas han sido cortadas, ó por lo menos in-
terrumpidas.
En los ingenios donde se preparaban á hacer la zafra han tenido
que suspender los trabajos.
Una cosa es de extrañar y que me ha llamado la atención: que
subsista la comunicación telegráfica entre Puerto Príncipe y Nuevitas,
después de tres años de guerra y en medio de toda esta destrucción. El
telégrafo sólo ha sufrido tal cual interrupción corta y ligera.
No sucede lo propio en la línea férrea; los trenes de viajeros tienen
que detener su marcha con frecuencia y experimentan accidentes peli-
grosos.—X" ^..»
* *
Parecerá algo inhumano, pero hay que decirlo sin rodeos: la justi-
cia de Dios pocas veces se cumplió más pronto y como convenía á la
de los hombres.
El asesino del malogrado teniente coronel señor Ruíz murió como
debía morir: á manos de leales españoles, bajo el fuego y el plomo de
nuestros fusiles.
La muette fué, sin embargo, más digna de lo que mereciera elcri-
436
minal traidor que, llamándose sostenedor de una idea, pisoteó todas Iss
del mundo civilizado, escarneciendo los más grandes sentimientos, ha-
ciendo de la amistad un laza corredizo, atropellando, en fin, todas las
leyes del caballero, del cristiano y hasta del hombre de la selva...
Ante el cadáver de José Martí, el famoso agitador separatista, un
coronel español rezó una oración piadosa y se descubrió con respeto; á
la muerte de Maceo, la pluma de Castelar escribió hermosas palabras
de paz...
Para los restos de Aranguren, el olvido y la tierra.
El coronel Aranzave, que mandaba una de las columnas de la di-
visión que operaba en la provincia de la Habana, tuvo una confiden- J
cia de un prisionero hecho en los últimos combates á la partida de
Aranguren, merced á la cual supo que este cabecilla acudía con fre- i
cuencia á una finca llamada «Pita», situada entre Campo Florido y Ta-
paste, y en la cual residían el padre y la amante del jefe insurrecto.
En su consecuencia, el coronel Aranzave, jefe de la diviiión de la
Habana, dispuso una operación combinada en la que tomaron paite
tres de las columnas á sus órdenes.
Una de ellas, mandada per el teniente coronel Binedicto, com-
puesta de los batallones de la Reina y Canarias y un escuadrón del re-
gimiento de caballería de Pizarro, en unión de las que mandaba el co-
ronel Areces, avanzaron en dirección dé la finca citada.
Antes de comenzar el ataque se supo que Arangurea, con algunos
rebeldes de su partida, se hallaban en un bohío de la Pita, y entonces
se ordenó que el batallón de la Reina avanzase sobre el bohío, al mis-
mo tiempo que el batallón de Pizarro, dividido en dos grupos, efectúa
ba por los flancos un movimiento envolvente.
El resultado de la combinación de fuerzas no pudo ser más satis-
factorio.
Nuestras fuerzas cayeron sobre los rebeldes que, sorprendidos, tu-
437
vieron apenas tiempo para darse cuenta del ataque y huyeron presu-
rosamente.
A los primeros disparos fué herido Aranguren, quien á pesar de
ello montó á caballo y emprendió aceleradamente la faga; pero perse -
guido de cerca por nuestros jinetes de Pizarro, recibió á poco dos ba-
lazos más, que hiciéronle caer sin vida al suelo.
Además de Aranguren resultaron
muertos cuatro insurrectos más, y se
les hicieron cinco prisioneros, entre
los cuales se hallaba la amante del
cabecilla y su padre.
Reconocido el cadáver por núes •
tras fuerzas, fué encomendada su cus-
todia á la escuadra de gastadores del
batallón de la Reina, y éstos lo tras-
ladaron á la Habana en una camilla.
A las siete de la tarde del 27 llegó
el fúnebre convoy á la capital, que-
dando expuesto en un patio del Go
bierno militar, donde fué reconocido
é identificado por gran número de
personas, entre ellas muchos bombe-
ros que le conocían y le habían tratado, siendo después trasladado al
Manicomio municipal.
El cadáver no tenía sombrero y estaba vestido con traje azul, pan-
talón de dril rayadillo, guayabera (especie de blusa) y media bota de
cuero amarillo.
EL CORONEL SEÑOR ARANZAVE
**»
438
No hubo el día 28 ea España cosa que iateresase tanto á la opinión
como la noticia publicada en todos los periódicos, trasmitida por los
corresponsales en la Habana y confirmada en despacho oficial del ge-
neral segundo cabo al ministro de la guerra, relativa á la muerte del
cabecilla Aranguren.
Digámoslo sin hipocresía. El suceso causó unánime satisfacción por
las circunstancias que concurrían en el titulado general insurrecto.
Había asesinado ó dejado asesinar á su noble é infortunado pro-
tector, el teniente coronel señor Ruíz, y justo era que tuviese, ó por
traidor ó por cobarde, un fin tan desastroso y obscuro.
Toda la prensa del citado día 28, así la ministerial como la de opo-
sición, apreció el hecho con un mismo criterio y dedujo de él conse-
cuencias iguales.
«—Dos años, — dijo Za Correspondencia— se mantuvo xT.ranguren
en Cayo Floiido, llegando repetidas veces á las puertas de la Habana,
cuando allí había por lo menos doble fuerza que ahora. Hoy, merced
á confidencias de que antes se carecía, el causante de la muerte de Ruíz
^a pagado todas sus culpas. Esto es un hecho contra el cual no caben
retóricas, y que depone en favor de la eficacia de los nuevos procedi-
mientos...»
«—Se comprende, — dijo La /{poca— que el coronel Aranzave tuvo
confidencias exactas que le permitieron realizar su hábil operación, lo
cual constituye un síntoma favorable...»
En parecidos términos se expresaron los demás periódicos.
Resultaron, pues, demostradas en el concepto público, las venta-
jas que en aquellos últimos tiempos y é favor de la doble acción poli-
tico-militar, habíamos conseguido.
A la vez que las presentaciones, menudeaban los afortunados
combates. Nuestro ejército restablecía las comunicaciones por el Cauto;
asaltaba y destruía la residencia del gobierno insurrecto en Sierra Cu-
439
bita, y rodeaba y mataba al presuntuoso Aranguren que durante año
y medio había merodeado á su antojo por las cercanías de la Habana.
En esto último, y no en otros particulares hay que ver el alcance
de la venturosa empresa realizada por los coroneles Aranzave y Bene-
dicto.
Hdbía cesado, al fin, la vergonzosa anomalía de que tolos nos ex-
trañábamos y lamentábamos casi desde el principio de la guerra.
El jefe de partidarios que recorría libremente una comarca situada
á pocos kilómetros de la capital de Cuba; el que á menudo caía por sor-
presa sobre sus arrabales; el que detenía el tren de Guanabacoa, apre-
sando unas veces y dejando otras en libertad á los viajeros, había pa-
gado coa la vida sus depredaciones y sus arrogancias.
Ya era tiempo.
Por esa razón, más aún que porque hubiera sido vengado el asesi-
nato del malogrado y heroico jefe de ingenieros señor Ruíz, estimamos
el suceso como una importante victoria.
Aconteció con la muerte del cabecilla separatista algo semejante á
lo que pasara años antes con los bandoleros y secuestradores de Anda-
lucia. Fueron éstos incoercibles y gozaron completa impunidad mien-
tras la población rural les prestó apoyo, ocultándolos y engañando á la
fuerza pública.
Sucumbieron uno tras otro, no bien los campesinos, fatigados de
sus vejaciones ó deseosos de tranquilidad, se aliaron con la guardia ci-
vil y le facilitaron la peligrosa tarea.
Por seguro tuvimos que no tardaría en repetirse en las demás pro-
vincias de la isla lo que había sucedido en la provincia de la Habana.
Para las gentes del campo y de los poblados que necesitaban tra-
bajar y vivir, el verdadero enemigo era á la sazón el insui recto mamhl.
I
CAPITULO XXXIV
Por la paz. — Rumores de importantes presentaciones. — El general Blanco en Manzanillo. —
Declaraciones del genera!. — Su opinión y sus optimismos. — Resumen de operariones en
la provincia de la Habana. — Noticias sobre la constitución del nuevo (/obierno insurrecto.
— Sigue la campaña de atropellos y fechorías por los rebeldes. — Llegada del general
Blanco & Santiago de Cuba. — Obsequios y agasajos. — Visita al Club de San Cdrlos. —
Encuentro victorioso en Caimasán. — Petición extraña. — La entraña del problema.
ODA la prensa de Cuba clamaba por la paz, gestionando
la concordia entre todos los partidos políticos.
Anunciábase la presentación en Las Villas de los
cabecillas Cayito Alvarez y Pancho Carrillo. Este rumor, del
que se hizo eco y se apresuró á trasmitirnos nuestro activo
corresponsal en Santa Clara, si se confirmaba había de in-
^#T- fluir poderosamente en la marcha de la guerra de Cuba.
Si esos cabecillas se sometían á la legalidad, bien pudie-
ra deciise que habría terminado la insurrección en Las Villas, porque
ni Regó, ni Roban, ni Chucho Monteagudo, podrían resistir por mucho
tiempo.
De todas suertes se revelaba á la sazón una cosa que hemos de re-
conocer: el esfuerzo que emplearan Marcos García y el general Agui ■
rre por obtener resultados en beneficio de la paz, esfuerzos que, hasta
la fecha, habían producido algún resultado y que constituirían buen
éxito si Carrillo y Cayito reconocían con su gente la legalidad.
Regó tenía importancia, es verdad, pero ya en otra ocasión intentó
i
441
presentarse y lo habría hecho con su partida, si no se hubiera precipi -
tado la invasión de Gómez y Macea en el territorio de Cienfuegos, in-
vasión que obligó á Regó á encerrarse en la Siguanea.
En la noche del 27 fondeó en la rada de Manzanillo el vapor que
llevaba al general Blanco á Oriente.
A la mañana siguiente desembarcó el general en jefe del ejército en
operaciones con su Estado ma-
yor, habiéndole dispensado la
población una recepción bri-
llante.
Las tropas cubrían la carrera
desde el muelle hasta la iglesia
adonde se dirigió la comitiva
oficial y en la que fué recibido
el representante de los reyes de
España con palio, cuyas va-
ras llevaban los concejales del
Ayuntamiento de Manzanillo.
En la iglesia se cantó un Te
Deum, al que asistieron todas
las autoridades y personas nota-
bles de la localidad.
También acudió numeroso público de todas las clases sociales.
Terminada la ceremonia religiosa, el general visitó los hospitales,
dirigiendo la palabra á los enfermos y dictando las disposiciones opor-
tunas para el mejor servicio.
Después concedió una cruz vitalicia pensionada con treinta reales
mensuales á todos los soldados heridos, y ascendió á segundos tenientes
á los sargentos don Benigno Carrera Andradey don Constantino Casas
Hoyos, premiando su bizarría y heroico comportamiento en acciones
de guerra.
Blanco &t
\
EL CORONEL D. LEOPOLDO ZALDUA.
442
Al revistar las tropas hizo presente la buena impresión que le pro-
dujo el estado de las mismas, y tributó elogios á los jefes por su celo.
* *
Dirijióse después el general al Ayuntamiento, donde presidió la
sesión y pronunció un discurso expresando su opinión acerca de la
marcha de la guerra y su cocfiarza en el nuevo sistema político pa-
ra llegar en plízo breve á la paz con el apoyo del país, que no había
escatimado recursos ni cejado en su propósito patriótico.
El gobernador general de Cuba se expresó ante el Ayuntamiento
de Manzanillo en términos tan optimistas, que no pudieron pasar inad-
vertidos para la opinión ni podemos nosotros dejar de nflt jarlos en
estas páginas.
El país debe tener confianza en la próxima pacificación— dijo el
capitán general de la gran Antilla.
Para fines del mes de Febrero anunció el general Blanco que se ha-
bría logrado la paz definitiva, merced al nuevo sistema político y al
ppoyo del país.
Para entonces— añadió el general — todos los que no se hayan aco-
gido á la legalidad serán combatidos enérgicamente, para lo cual Espa-
ña cuenta con soldados y recursos.
Esto es lo que el general en jefe dijo en Manzanillo, base muy
principal de las operaciones que debían realizarse en Oriente.
TeLÍamoa el deber de suponei que el general Blanco no había roto
su discreto silencio sin contar con elementos bastantes para justificar
ese optimismo, que allí, como en todas paites, hubo de producir muy
stludable efecto.
La opinión del general expuesta con tonos enérgicos y con acento
de absoluta seguridad, fué acogida con grandes aplausos.
i
443
Dida la actitud reservada del general B'aaco desde que desempe-
ñaba su alto puesto, pu3S jamás había hecho declaracioaes concretas
acerca de la paz, sus palabras tenían grandísim.a importancia, y así lo
reconocieron cuantos asistían á la sesión.
El fijar un plazo para la terminación de la guerra, tenía en labios
del gobernador general de Cuba extraordinario interés é hizo concebir
muchas esperanzas.
El mes de Febrero estaba á la vista y es bien corto; el plazo era
breve y pronto había de decir el tiempo 1'" que hubiera de realidades
en esos anuncios; perofaera torp3za insigne si no hubiésemos adverti-
do que había que esperar andando; que la seca iba ya mediada; que
era preciso operar en firme en Orienta; que mientras allí no se tomase
la ofensiva de manera eficaz y se destruyeran los grandes núcleos que
había organizado Calixto García y pudiera operai se por batallones suel-
tos, nos permitimos dudar de resultados tan beneficiosos en fechas tan
próximas.
No hemos sido pesimistas, ni tampoco optimistas, pues saludable
es no exagerar los optimismos, como no entregarse al pesimismo siste-
mático.
Si ésta hubiese sido la base á que se sometieran los juicios, ni se ha-
bría sacado de quicio el alcance de aquellas opjracioaes en el Cauto, ni
se hubiera dado tonos de fantasía á aquellos proyectos de ferrocarril
del Cauto Embarcadero á Biyamo, como si faera cosa fácil la construc-
ción, ni se dijjran otra porción de cosas que la realidad desvaneciera
con rapidez vertiginosa.
Las declaraciones del general Blanco fueron consoladoras: ¡ojalá
que los hechos hubieran convertido su5 palabras en sucesos venturosos
para la patria!...
* •
444
Durante los tres meses que llevaba el general González Parrado al
frente de la división militar de la Habana, ocurrieron 139 encuentros
y se recogieron 251 rebeldes muertos y 32 prisioneros, 400 fusiles y
42.000 cartuchos, 2c6 machetes, 112 caballos y nueve cajas de dinamita.
En ese período de tiempo se presentaron á indulto 483 insurrectos.
La prensa de la Habana al publicar estos datos oficiales, aplaudió
la gestión del general González Parrado.
Se despejaron, al fin, las dudas sobre la constitución del nuevo ¿'o-
bierno de los rebeldes cubanos.
í^a verdad es que se necesitó mucho tiempo para saber á qué ate -
nerse respecto de particular tan interesante.
El día 30 llegó á nuestras manos un periódico filibustero de Nueva
York, donde se publicaban datos y noticias relacionados con este asunto.
Más que importante, es curioso cuanto ocurrió en la elección, y no
queremos privar á nuestros lectores de su conocimiento. 9
Hubo, en efecto, Asamblea, pero no se verificó, como anunciaron,
en Guaimarillo, ni se reunió, según indicara la primera convocatoria,
el 2 de Septiembre.
Se celebró la reunión en la Yaya (Camagüey), y haba varias sesio-
nes en la segunda mitad de Octubre.
El resultado fué el siguiente: para la presidencia se votó á Bartolo
Massó; para la vicepresidencia á Méndez Capote; para la secretaría de
Guerra á José Alemán; para la de Hacienda á Ernesto Fons Sterling;
para la de Polífica exterior á Andrés Moreno de la Torre, y para la de
Interior á Manuel Román Silva.
Se ratificó la confianza á Máximo Gómez en el cargo de generalísi-
mo; se ascendió á Calixto García al puesto de lugarteniente general; se
modificó la Constitución; se aprobaron adiciones so dre legislación civil
y penal y se firmó uu manifiesto redactado por Capote en el que se in-
sistía con calor en la revolución; hubo versos de los más afamados sin-
445
soates de la manigua; se dieron un gran banquete en el potrero; des-
pués tuvieron su guateque íntimo en que se consumió gran cantidad de
maíz, yuca, puerco y lechón; jura solemne ante Lacret; un discurso de
Massó en que se adjudicó, por sí acaso, los títulos de ilustre y héroe, y
por último una revista militar en la que formaron nada menos que las
fuerzas siguientes: los regimientos de caballería Camagüey, Eduardo y
Góme\; el de infantería Jacinto y las escoltas de Vega Recio, fuerzas
encargadas de la defensa de la Asamblea y escoltas de los representan-
tes; total cuatro regimientos y varias docenas de escoltas, formando en
junto la considerable masa de i.ioo hombres.
De los individuos del titulado Gobierno poco puede decirse; todos
ellos, excepción hecha de Massó, carecían de personalidad y nos eran
desconocidos; Méndez Capote no pasaba de ser un protegido de espa-
ñoles caracterizados á quienes traicionó; Alemán, un pedante de Las
Villas, también traidorzuelo, comprometido con Martí cuando se fingió
amigo leal de autoridades españolas; Fons Sterling un muchacho edu-
cado en la Academia militar de Mr. Pieasant, Sing Siiig de Nueva
York; La Torre, un hijo de Cárdenas que estudió en Madrid lalacultad
de Derecho hasta el cuarto año, y que luego fué á cultivar caña en
Cienfuegos, y Ramói S.lva, un médico que estudió el bachillerato en
el Instituto del Cardenal Cisneros y parte de su facultad en la Uaiver-
sidad Central, tomando parte activa en los sucesos de Sinta Isabsl,
provocados por los estudiantes, siendo gobernador de Madrid el señor
Villaverde y J3fe de policía el coronel Oliver.
Esto es todo, siendo de interés el dato siguiente: de acuerdos to-
mados en Octubre no pudieron dar cuenta los órganos filibusteros has-
ta la mitad de Enero, lo cual demuestra que no gozaban de tanta liber-
tad en las comunicaciones.
* ♦
I
446
Seguían los insurrectos su caaipaña de depredaciones, atropjllos ^
y criminales fazañas.
Uq grupo de cien rebeldes al mando del cabecil!» apodado el Pa-
yaso, invadió en la noche del 28 el poblado de Varas (Pinar del Río).
El poblado estaba indefenso y los salteadores se llevaron todo lo
que encontraron de valor despué j de maltratar y harir á varias personas .
Los pasajeros del tren de Pinar vieron el propio día colgado de un
árbol el cadáver de un hombre. S3 supuso que era un extranjero que
desde hacia algunos días estaba buscando buenos prácticos para recor-
rer el país.
Los insurrectos volaron con una bomba de dinamita el tren parti-
cular del ingenio «La Solidad», resultando del siniestro cinco hombres
heridos. f
En Sancti Spíritus se presentó á indulto el titulado coronel de Sa-
nidad del ejército libertador Antonio Torres. J
Había sido concejal autonomista de aquella población.
Continuaba la espectación que había despertado el viaje del gene-
ral Blanco á O.iente, y esperábase que diera resultados favorables,
quizás decisivos para la consecución de la paz.
La prensa reflejaba impresiones optimistas respecto al término
de la guerra.
A las Oi-bo de la mañana del 39 desembarcó el general Blanco
con su Estado mayor en S.ntiago de Caba, siendo recibido con gran
entusiasmo por la población.
Dasde el muelle dirigióse inmediatamente á la catedral, donde se
cantó un solemne Te Deum, en el que ofició de pontifical el arzsbispo
de aquella diócesis.
El capitán general revistó después las tropas y visitó los hospita-
les, concediendo varias cruces á algunos oficiales y soldados que se
encontraban heridos.
447
La población estaba engalanada, y muchos edificios públicos y
particulares lucieron por la noche expJéndida iluminación, reinando
por todas partes la mayor animación.
En el gobierno civil efectuóse la recepción oficial, que fué muy
brillante y estuvo muy concurrida.
Después, el general Blanco recibió numerosas comisiones, entre
éstas una de señoras, que le suplicó concediera alguna cantidad para
socorro de los reconcentrados.
El general contestó á la petición, que precisamente era uno de los
propósitos de su viaje, y ordenó queel Banco entregase mil pesos por
cuenta del Estado para esos socorros.
* *
Por la noche la Diputación provincial de Santiago de Cuba obse-
quió con un banquete de 75 cubiertos al general Blanco y su comitiva.
El presidente de la Corporación brindó por el ejército, la marina y
los voluntarios, y el general Blanco, por el rey, la reina y la pronta
pacificación di la isla, que era la aspiración de todos.
Terminado el banquete, el capitán general visitó el Casino Espa-
ñol y el C'ub de Ssn Carlos, cuyos socios le dispensaron un cariñoso
recibimiento.
La visita al Club de San Carlos fué una nota nueva y de lelativo
interés.
Aunque ambas sociedades estaban situadas en la misma plaza, re-
sulta que se hallaban una enfrente de la otra: ambas tenían el carácter
de sociedades de recreo, pero las Aos significaban también en política
tendencias diversas.
Como en Oriente habían estado, estaban y seguirían estando muy
vivas las pasiones; como era Santiago de Cuba el punto donde quizá se
448
había hecho siempre más alarde de enemiste d hacia España, el Casino
Español había servido de refugio á los que no admitían discusión en
punto á soberanía, mientras el Club de San Carlos, cerrada La Filar-
monía, vino á representar, sin que sus estatutos dijaran una palabra, la
tendencia más radical, la autonomía más expansiva.
El general Blanco, realizando la política amplia de contemporiza-
CRUCEKO «VELASCO»
ción y hasta de atracción, visitó ambas sociedades, y por seguro tenemos
que formando en su séquito irían al Club de San Carlos jefes y oficiales
del ejército "español.
Y sería la vez primera, desde que estalló la guerra á la fecha, que
se vieron uniformes en los salones de aquella sociedad de recreo.
Después de esas visitas, el general Blanco embarcó en el vapor
V illaverde para continuar á la madrugada su vieje de inspección hacia
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449
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Blanco 57
450
la costa Norte, donde visitaría Gibara y Holguin, pasando luego á Nue-
vitas y desde este puerto á la capital del Camagüey.
* »
Comunicó el día 30 el comandante general de la ju'isdicción de
Holguin, general Luque, la noticia de un encuentro victorioso con los
rebeldes, el día 21, en Caimasáo, término de Bsguamo.
Trabado combate entre ambos bandos, la lucha fué empeñada y ru-
da; pero nuestras tropas realizaron coa acierto un movimento envol-
vente qu3 desconcertó al enemigo, el cual apeló á la foga, dejando en
el campo cinco muertos y llevándose incontables heridos.
La victoria costó á nuestras fuerzas dos soldados muertos, y heri-
dos el comandante don Segando Camarero, el teniente señor Luque,
hijo del general, y veinte de tropa.
La columna rfgresó á Holguin el día 27, al mismo tiempo que la
del general Linares, que había operado y practicado reconocimientos
por la jurisdicción de Bayamo.
El ganeral Luque pedía con urgencia en su despacha al Estado ma- í
yor 100.000 raciones y reses.
Esta extraña petición revestía verdadero interés y creemos necesa
rio llamar sobre ella la atención por la urgencia con que el general Lu-
que pedía á la Habana raciones y reses, pues no hemos de olvidar que
se trataba de una jurisdicción, vivero siempre de ganado y plaza en co-
municación fácil con Gibara, cuyo puerto no ofrecía peligro alguno.
Y nos fijamos en este aspecto del telegrama por creer que ya iba
siendo hora de que se antepusieran á la impresión que pudieran produ-
cir pequeños encuentros, calificados de entretenimientoj de la guerra,
aquellos otros aspectos que constituían el neivio fundamental del p;o-
blema.
4él
Difícil era que se curasen de repente vi'-ios añejos, y uno de estos
fué el de exagerar las cosas en uno ú otro sentido, según la impresión
reinante. Por esto volvía á hablarse ala fecha de preparación de gran •
des operaciones en Oriente, de haber cambiado radicalmente las condi-
ciones en la alimentación del soldado, de haberse organizado ó consti-
tuido la guerra, logrando éxitos tan traídos y llevados como la con-
quista del Cauto, cuya conservación exigiría un verdadero ejército y
cuya posesión costaba ya algunas centenares de bajas. De esta manera
se alimentaba una ilusión que al desvanecerse con el tiempo, hubo de
aumentar la amargura y el desencanto en la opinión.
El buen deseo y el celo con que el general en jefe procuraba aten-
der á las necesidades del soldado desde que llegó á Cuba, habían pro-
ducido á la fecha provechosos efectos, sin que nadie pudiera negarlo:
pero bien correspondidas por unos, mal interpretadas por otros y des-
atendidas por bastantes, es lo cierto que sus disposiciones no habían
dado el resultado que se perseguía, y así vimos que el problema de la
alimentación del soldado continuaba en pié á los dos meses de dictadss
aquéllas, como se desprendía del despacho del general Luque, quien,
apenas regresaba á Holguín á los ocho días de haber salido, se veía pre-
cisado á pedir alimentos con urgencia para sus soldados.
Y este problema de las subsistencias debiera haber merecido poner-
le bien de relieve, porque en él iban envueltos la salud y el vigor del
soldado y porque además afectaba fundamentalmente al orden econó
mico y político.
♦ ♦
Los desastres de la guerra; la ruina de muchas familias; la descon
fianza que al comercio iaspiraba el régimen imperante; los precedentes
de suspensión de pagos y abonarés incobrables; la falta de seguridad
452
que se tenía en la realización de los nuevos créditos; el haberse con-
sumido los fondos especiales de los cuerpos, que suplían deficiencias
producidas por la falta de pago de las atenciones corrientes; todo esto
había creado una situación dificilísima que se determinaba por una ci-
fra de 65 millones como importe de obligaciones pendientes; la decla-
ración de desiertas de la mayoría de las subastas para suministros; el
tenerse que hacer en muchas ocasiones con la garantía personal de los
jefes de columna, etc., etc.
No podía remediarse tal situación con la satisfacción de créditos
por valor de trece millones de pesos, por cuya cantidad había girado
contra el Tesoro Nacional el ministro del Gobierno insular señor Mon-
t Jio, y como no se remediaba con esto el problema, éste seguía con to
dos sus caracteres, y levelación de ello era la demanda del general
Laque. |
Respecto de las reses fs posible que por falta de fuerzas no se pu
dieran recoger en Hjlguín, pero las había abundantes en Oriente y en
el Camagüey. Podían los jefes de columna llevarlas á las poblaciones
después de abastecerse en las maichas: claro está que no habrían de lo-
grarlo sin batirse.
En cuanto á las grandes operaciones de que se hablaba, bueno fue-
ra no echar en olvido que en todo el departamento oriental apenas si
había 12.000 hombres en condiciones de operar en la forma que exigía
U campaña en un departamento Heno de sierras, montes vírgenes, ríos
caudalosos y donde el enemigo llevaba tres años de vida regalada.
Hubiera sido mejor haberse fijado más que en las cosas chicas, en
las que afectaban al conjunto y entraña del problema. Base para esto
fué el despacho del comandante general de Ilüiguín.
A/-TMMÍHÉMJ:«áHñlÜU^~mtt^7iMiiiL.ii>uil(ramtillHU»HlilliHlliyillUill..nn
'V^HnaaHHU •wwRwm rtiiirMUiiriouiRiHiiiii ■«iHanmín immtfiuniiHHiiinMi »wtHW'inHiiiuHwiiHiiii'**«4MnwwiniiiiiiHiinniiiiiiHiiiiMiiniif*wm«.'a7^
CAPITULO XXXVI
Preocupación oficial. — Los planes y manejos de los ynnkees. — Hallazgo del cadáver del te-
niente coronel Ruíz. — Su traslación ala Habana. — El entierro y las honras fúuebrec —
Encuentro en Quivicán. — Derrota del cabecilla Callazc. — Ataque del ingenio < !onstan-
cia». — Muerte del cabecilla González. — Ataque á un convoy. — El general Ochoa eti Sie-
rra Maestra. — Comentarios. — El viaje del general Blanco. — El crucero Vizcaya á Nueva
York. — Salida del buque del puerto de Cartagena.- Vitita de despedida del comandante
general de la escuadra. — Una buena costumbre restablecida. — Lo que nosotros hubiéra-
mos preferido.
N las legiones oficiales no se disimulaba ai finir el meS
de Enero la preocupación producida por el estado de
los asuntos exteriores.
La gente que no era oficial se pregu-^.taba por la ra-
zón de un conflicto posible capaz de surgir de meras visitas de
^ cumplido; puesto que, según las versiones ministeriales, todo
^7 cuanto ocurría en aquellas idas y venidas de barcos era pura
expresión decordialidad.
En rigor, y el conocimiento de la verdad no tardó en patentizarse,
lo que hubo fué que los Estados Unidos se vieron chasqueados con los
resultados obtenidos por la presencia del Maine en las aguas de la Ha-
bana. Perdida la esperanza en que la duración de la rebeldía, coa fuer-
za bístante á consumir las fuerzas de España, trajese á sus manos los
destines de la grande Aatilla, los norteamericanos buscaban, seguí
muy luego se vio de modo evidente, el conflicto entre las dos naciones.
454
Pero no querían aparecer como los provocadores ante el mundo civi
lizado.
Todo su afán á la fecha era que la provocación material, el hecho
último del rompimiento partiera de nosotros. A facilitar la ocasión fué
el Maine á la bahía de la Habana y se anunciaba ya la próxima llegada
de otro barco á la de Santiago de Cuba. Ea la misma Península e ra
probable que se buscase cualquiera
agitación popular que pudiera sei-
vir de causa ó por lo menos de pre
texto.
La conducta de la población de la
Habana descompuso sus planes y los
dejó en evidencia ante la faz de Eu-
ropa; pero no por eso cejaron en sus
arteros manejos \o%yankees.
De niños es cerrar los ojos á lo
que asusta, creyendo que porque no
se le ve desaparece; es propio de
hombres mirar frente á frente al peli-
gro para encontrar el medio de ven
cerle. (¿uizá lo que más hubo de
apenarnos en la situación dificilisi-
ma en que se hallaba la patria en
aquellos momentos (situación más grave que las que había arrostrado
en todo Jo que iba de siglo), fué la confianza en que veíamos adorme-
cidos á todos los que hubieran debido estar muy despiertos y alerta
para procurar el remedio.
El cartujo que le dice á su hermano de reclusión con inoportuna
insistencia siempre que le encuentra ¡Morir tenemos!, no es nada li.<!o¡i-
gero ni agradable; psro realiza una obra misericordiosa recordándole
Jo cerca que está la muerte de la vida.
rNO DE LOS SOLDADOS MUERTOS EN
EL COMBATE DE CAIMARAN
455
En el bohío donde ocurrió la trágica escena de la muerte de Aran-
guren fueron encontrados dos muchachos que resultaron ilesos de les
disparos. Interrogados por el jefe de la columna dijeron que ellos co-
nocían el lugar donde fué enterrado por los insurrectos el cadáver del
desgraciado teniente coronel señor Ruíz.
En su consecuencia, la columna del coronel Aranzave salió para el
sitio donde aseguraron los chicos que yacían los restos del malaventu-
rado jeíe, para recogerlos, á cuyo efecto se llevó un sarcófago metálico.
Las noticias dadas por los dos muchachos al coronel Aranzave res
pecto al paradero del cadáver del malogrado mártir de la paz, fueron
confirmados por un negro insurrecto de la partida de Aranguren pri-
sionero de las tropas, y resultaron ciertas.
Fuerzas enviadas por el general Valderrama para practicar un re-
conocimiento en el lu¿ar indicado por aquéllos, en la finca de «San
Joaquín», de Campo Fiorido, junto á una mata de mango, encontraron
en efecto, el día 30, el cadáver del señor Ruíz.
Iba con la columna el negro prisionero y un criado de aquél. Cuan-
do se removió la tierra y quedó el cadáver al descubierto, enseguida lo
reconoció el servidor de Ruíz, al observar en el cráneo la cicatriz de
una antigua herida y otros rasgos particulares, que destruían la meacr
duda acerca de su identidad.
El cadáver, que se hallaba ya en estado de descomposición, fué
encerrado en el sarcófago metálico y conducido á la Habana.
Por la noche entraba el fúnebre convoy en la Habana custodiando
los reitos del malogrado jeíe de ingenieros, que fueron depositados en
la Qainta de los Molinos y trasladados después al cementerio, en don-
de se instaló la capilla ardiente.
466 I
La traslación al cementerio del cadáver se efectuó con toda solem- ¿
nidad. Iba la caja fúnebre sobre un furgón de artillería y detrás mar- í
a
chaban formardo lucido séquito, el general segundo cabo de la Habana, ^
señor González Parrado, todos los generales jefes y oficiales que se ha- ^
liaban en la capital y muchos amigos particulares del finado. 1
A la mañana siguiente recibió cristiana sepultura, haciéndosele los
honores correspondientes.
¡D. £. P. el heroico jefe del ejército español!
♦**
El batallón de Otumba batió el día 31 cerca de Quivicán á la par-
tida de Collazo.
Hallábase el enemigo en posesión de posiciones muy respetables
que rodeaban y defendían su campamento, donde tenían víveres abun-
dantes, aitillería y otros pertrechos de guerra.
Los rebeldes fueron desalojados de sus posiciones y puestos en fu-
ga, abandonando tres muertos y quedando el campamento en poder de
nuestras tropas.
Al siguiente día, fuerzas del propio batallón, al mando del teniente
coronel señor Ruíz Adame, con los escuadrones de Pizarro y Numancia
de la división de la Habana, volvieron á batir en Conseca á la propia
paitida de Collazo, haciéndole 17 muertos, que recogieron, y cuatro pri-
sioneros, armamentos, municiones y efectos.
La columna tuvo en los dos encuentros 11 soldados heridos y cua-
tro caballos muertos.
El día 39 una partida eneoaiga atacó el corte de caña del ingenio
«Constancia» de Larrondo, en Las Villas.
Acudió á rechazar á los rebeldes una guerrilla particular de movi-
lizados pagada por el dueño del ingenio, y el combate fué bastante rudo
457
y muy sangriento, muriendo en la refriega el jefe de la guerrilla y once
individuos de ella.
También murieron cinco paisanos délos que trabajaban en el corte
de caña, y quedaron otros cuatro heridos.
Los rebeldes dejaron en el campo dos muertos, que al ser recogí-
INSURRECTOS DE TIOILANCIA EN LAS TRINCHERAS DE UN CAMPAMENTO
dos é identificados resultaron ser el cabecilla Miguel González y el ti-
tulado teniente Felipe Rodríguez.
En la zona de Sancti Spíritus fue atacado un convoy á Mayaji-
gua por la partida de Alonso, de 2 3o hombres, emboscados en Riga,
que causaron á las fuerzas que custodiaban aquél, siete muertos y tres
Blanco 58
458
heridos, contándose entre los primeros el teniente don Josquín Millán
AibECÍn y un sargento. Fuerzas de ingenieros persiguieron á la parti-
da, y el batallón de Borbón batió un grupo enemigo hiciéndole diez
muertos y tres prisioneros y cog'éndole armas y caballos.
El batallón de Murcia alcanzó á otro grupo de la partida, al que
causó seis muertos y le cogió armas.
En Manzanillo, el general Ochoa batió al enemigo en Sabanatama;
y penetrando en las estribaciones de S:erra Maestra, llegó á Dos Bocas
y Triflna y tomó el campamento de una antigua colonia militar que
pertenecía al gobierno de una subprefectura, con talleres de herrería y
zapatería, que destruyó, recogiendo cuatro muerto?, cinco armas de
fuego, cuatro caballos y botiquín.
La columna tuvo siete heridos de tropa.
En la línea férrea de Matar zas á Güines, cerca de este último pur-
to (Habana), estalló el día 2 una bomba de dinamita colocada por los
rebeldes en la vía, al pasar un tren de viajeros.
Por fortuna no ocurrió ninguna desgracia personal.
*
Ofrecieron algún interés estas últimas noticias de la guerra, y me-
recen, por tanto, algún comentario para que nuestros lectores puedan
formar concepto de le marcha de los sucesos.
El ítaque al ingenio «Constancifc», situado en Las Villas, produjo
desagradable efecto.
Fuera el ftC-jcstanda» del marquéj de Apezteguíp, no otro del
mismo nombre y de la propiedad de Larrondo, también enclavado en
aquella provincia, siempre resultaba que había sido vigorosamente ata-
cado por los rebeldes, que habían resultado muertos el jefe de la par
tida y el de la guerrilla, que habían muerto combatientes de ambas
459
partes, y que habían caído también víctimas de la lucha sostenida,
cinco infelices trabajadores.
Como el «Constancia» conocido era el del marqués de Apezteguía,
y como éste habla sido conminado por Máximo Gómez un mes antes
para que suspendiera los trabajos de corte y molienda, con la amenaza
de arrasar la finca si no cumplía esta orden, y como el señor marqués
despreció tal amenaza, negándose á suspender los trabajos y diciendo
&\ generalisimo que íaera. ala. ñaca, donde se le recibiría á tiros, in-
clinóse la gente á creer había sido el ingenio de este señor el atacado;
paro fuera éste ó el otro, la importancia estuvo en el hecho, no sólo
porque hacía tiempo que en aquella zona azucarera no había fuerzas
rebeldes para ataques tan rudos, sino por efectuprse después de las
presentaciones que en Las Villas se habían realizado, dando alientos
al optimismo.
Respetando los informes que de allí llegaron, nos llamó la aten-
ción que un cabecilla como Collazo tuviera artillería en el campamen-
te de Qaivicán, al ser atacado por el batallón de Otumba; porque el
tal Collazo, que no era el Enrique conocido, sino un mulatón cual-
quiera, no había pasado nunca de ser el jefe de una manada de ban-
doleros.
Y por último, era interesante el pronto regreso á la Hibana del
digno genersl Blanco, señalado por los corresponsales para de un
momento á otro.
La expedición había silo má5 corta de lo que se creyó al salir de
la Habana.
El viaje del gobernador g;neral originó una gran espectación.
Como la fantasía de las gentes no solía tener límite, sobre todo en
estas cosas de la guerra y de la política cubana, como sobre ello se de
cía y se escribía más por prejuicios que por conocimiento de la serena
realidad, se hizo entender que aquel visjj obedecía á una de estas dos
460
causas: ó asistir á la intuguración de una vigorosa y combinada ofen-
siva en Oriente que demostrara gran impulso en las operaciones, ó á
dar con su presencia en aquel departamento, mayor relieve á los actos
de sumisión de importantes cabecillas.
Da estas exageraciones resultó un mal.
Fué difícil evitar cierta desilusión en las gentes al ver llegar á Ja
Habana ti general Blanco sin que se hubiera realizado ninguno de
aquellos supuestos objetos de su vifje.
¿Nx» hubiera sido, por tanto, más prudente no haber dado al viaje
otras proporciones que las que tenía, que al fin no eran otras que las
de girar una visita que podría llamarse de inspección, recogiendo per-
sonalmente impresiones y noticias sobre el terreno en el departamento
donde la guerra ofrecía mayor importancia?
Si asi se hubiera hecho, á nadie habría extrañado la vuelta del
general Blanco á la Habana, sin que se hubiese iniciado la ofensiva y
sin que Rabí y otros cabecillas hubieran hecho ante él su presentación.
i
*
Navegaba ya hacia las cost&s americanas el crucero Vizcaya, en-
cargado de devolver la visita hecha por el Maine á la Habana.
Uno délos mejores buques de nuestra Armada, el que llevaba el
nombre de la noble comarca española que guarda más hierro en las
entrañas de su tierra, y que tantas pruebas \\\ dado de amor al trabajo
y á la libertad, navegaba con lumbo á los Estados Unidos, para desple-
gar frente á los puertos yankees la bandera española.
A las dos y media de la tarde del último día de Enero zarpó con
rumbo á Las Palmas, para continuar viaja á la América del Norte, el
acorazado Vi\taya.
La salida del buquj de guerra del puerto de Cartagena fué real-
461
mente solemne. Inmenso público ocupaba las escolleras de! muelle,
prorrumpiendo en calurosos vivas á España y á la Marina. Numerosos
totes acompañaron hasta la salida del puerto al barco. Las tripulacio-
nes del Oquendo j del María Teresa, subidas en las vergas, daban vi-
vas á España y á nuestros marinos. La música de la escuadra tocó la
marcha de Cádi^. El entusiasmo en aquellos solemnes momentos fué
indescriptible.
Poco antes de levar ancles estuvo á bordo del Vi:{caya el coman-
dante de la escuadra, contralmirante don Pascual Cervera, y despidió
á la tripulación con las siguientes patrióticas frases:
«—Vengo á despediros en nombre de la patria, del rey y del Go-
bierno, y en representación de todos vuestras compañeros, deseándoos
buen vif J3 y congratulándome del excelente espíritu que noto en vo-
sotros y que es igual en toda la escuadra de España.
s>La misión que lleváis es de paz y la cumpliréis bien seguramen-
te, como cumpliríais de igual modo otra cualquiera.
»¡Q le mañana tengáis el gusto que yo teago hoy de abrazar en ; u
despedida— á los que marchan en honrosa comisión, — á los que de jó-
venes hayan navegado con vosotros cuando mandéis una escuadra!
»Siento no acompañaros, pero pronto nos hemos de ver. ¡Viva la
patria! ¡Viva el rey! ¡Viva la reina! ¡Viva la Marina española!»
Estas frases fueron acogidas con inmenso entusiasmo, y los vivas
contestados con delirio.
* *
Con ese cambio de vi«.itas y con la anunciada de un crucero noi-
teameiicano á Santiago de Cuba, pulimos ya considerar restablecida
la buena costumbrt-, que no debió interrumpirse nunca, mjnos en cir-
462
cunstancias anormales como las de Caba, de qu ; los buqujs de guerra
extranjiros frecuentasen nuestros puertos y nuestros buqujs visitaran
los suyos.
Rota hacía tres años esta costumbre, por inspiración del peor de
los enemigos, el miedo, y restablecida á la fecha, au ique en hora ino-
portuna, por ioiciativa del Gobierno yankee, correspondía al nuestro
utilizar todos aquellos provechos que eran la consecuencia natural de
esas visitas.
Debiérase la visita del Maim ni propó;ito de hacer tan s5lo un
acto de cortesía, ó bien al temor de que en la Hibaua se atrepellara á
algún subdito norteamericano renl ó postizo, nuestro Gobierno es-
taba en el deber de devolverla, y comisionó al Vi'icavj para que lo
h'ciera. Nosotros hubiéramos preferido que la devolvieran los des-
íroyers, que soa buques más modestos, y en cuya visita nioguna na-
ción podía ver alardes de fuerza, en ocasiones molestos; pero nada
impedía que las devolviesen unos y otros.
Se quejaban los yankecs de que la vigilancia que habían tenido
que establecer en sus costas en obsequio al Gobierno español para im-
pedir las expediciones filibusteras, les había obligado á gastar crecidas
sumas que el gobierno yankee hacía subir á algunos millones de pe-
setas.
Con la presencia de nuestros caza -torpederos en los puertos eo
que se venían organizando las expediciones, sierr.pre previamente co-
nocidos por la policía que tenía organizada nuestro infatigable minis-
tro señor Dupuy de Lome, el Gobierno español pudiera haber releva-
do al americano de esos gastos y molestias que htsta la fecha habían
sido de resultados, no ya deficientes, sino totalmente nulos.
En cambio, uno de nuestros destróyeres, fondeado cerca del bu-
que que pretendiera llevar una expedición y que lo siguiera en su via
je, hubiera dado seguramente resullsdos mucho más satisfactorios.
463
Nada había en esto de agresivo, ni siquiera de descortés; nada que
menoscabase en lo más mínimo los derechos ni los prestigios de nadie.
¿Por qué, pues, no se aprovechó la visita cambiada entre los bar-
cos americanos y los españoles, para hacer lo que debiera haberse he
cho desde el principio de la insurrección cubana?...
CRUCERO «ISLA. DE LUZON»
Acompañar y vigilar no constituye atentado alguno en ningún
Código, y hubiera bastado, quizá, con la compañía de uno de nuestros
destróyer s, cuya velocidad es tres veces mayor que la de los buques
filibusteros, para que ninguno de éstos intentase siquiera un desem-
barco en Jas costas de la gran Antilla.
CAPITULO XXX Vil
Todo por la paz. — Escasez de noticias. — Rumores desag.adablei. — Ni optimistas ni pesimis-
tas.— El general Blanco en Gibara. — Presentación de un oficial yatikee, — La dinamita en
Cuba. — Explosión de dos bombas al paso de un tren.— Ataque de los rebeldes. — Columna
de socorro. — El enemigo rechazado y duramf-nte castigado. — Consideraciones. — Combate
en Arrojo Hondo. — Operación combinada contra Calixto García. — Las columnas de los
generules Linares y Luque. — Destrucción de campamentos y defensas, y dispersión de
partidas.
'oDO por la psz. Este era el lema de cuantos creye
ron de bueaa fé que la paz se lograría con Ja conce-
sión de una amplia autonomía á Cabn; pero los meses
transcurrían, se realizaban cuantos esfuerzos eran po-
sibles, y todavía no se vislumbraba el día feliz y deseado por
todos.
Con mejor voluntad que fortuna veníase procurando en
^^^^ Cuba un movimiento social en favor déla paz, esfuerzos gene-
^Ví) rosos que pronto se traducirían en listas y excitaciones de ca
rácter público, para que se supiera que había en equel país fuerzas socia-
les de importancia que no querÍ9n la guerra.
El mes de Febrero que iba deslizándose, fué el que se trataba de
aprovechar en los trabajos para la paz; mes que ofreció todos los carac-
teres de armisticio, mes en el que el general en jefe, jefes en operacio-
nes, gobierno insular, prensa y hasta las señoras pusieron su influencia
y poder al servicio de la psz por medio del convencimiento.
465
Para lograrlo no hubo nada que no se ofreciera, no hubo resorte
que no se tocase, no hubo garantía que no se facilitase.
Labor extraordinaria, esfuerzo colosal, empleados para el logro de
la paz deseada.
Si nada se conseguía, si al final de la jornada en busca de la paz se
encontraba un campo estéril para tales beneficios, volvería la lucha
CRUCERO «CASTILLA»
apasionada y sin tregua, la ofensiva eficaz y violenta: tal era al menos
lo que había ofrecido el general Blanco.
Hubo que esperar lo que saldría de todo esto; pero tal espera había
de mortificarnos, porque el tiempo tenia para nosotros un valor inapre-
ciable.
Los días que se pasasen en la inacción producirían grandes desgas-
Blanco 69
460
tes en nuestro campo y serían vida para el enemigo, que confiaba en
vencer por mayor resistencia.
Pasado Fvibrero ¿qué tiempo quedaba en Oriente para operar?
Escasamente mes y medio, y eso apenas si sería bastante para mo-
verse en aquel laberíatico departamento.
Esta era la situación de las cosas en Cuba al comenzar el mes de
Febrero del 98.
#
* *
Las noticias de la guerra carecían de importancia. So recibían mu-
chos telegramas, pero no contenían má" que menudencias.
El general Pando, que llegó el día 1° á Cienfuegos, se embarcó
para la costa Narte con el propósito de encontrarse con el general Blan-
co qui era esperado el día 2 en Gibara.
En los círculos políticos se cotizaron el día 3 rumores desagrada-
bles, relacionados con la guerra y la situación política de la isla.
El mismo fuiídamento tenían esos rumores, que los circulados en
los anteriores días anunciando la pacificación de la gran Antilla para
el plazo de una semana.
Ni lo uno, ni lo otro.
Los alarmistas por una parte, y cié; tos amigos oficiosos del Gobier-
no por la otra, nos sorprendían frecuentemente con noticias que eran
más ó m mos interesantes hasta que se demostraba su falsedad, y con
l9s cudes no se f (vorecia gran cosa la causa de la paz en que tanto in-
teréi tenia el país entero.
Los rumores del citado día 3 se relacionaban con la situ <ción del
gobierno insular.
Se dijo que el miaistro de Gobernación y Justicia, señor Govín,
I
i
467
había dimitido su cargo, como medio de obligar á que se hiciera una
modificación de aquel gabinete en sentido radical, para pactar con los
insurrectos la paz de Cuba reconociéndoles los grados.
Y se añadió que, noticioso de todo ello el general Blanco, había re-
gresedo precipitadamente á la Habana.
El general Blanco debía llegar á la capital de la isla de un momen-
to á otro. Lo tenía así anunciado desde tres días antes.
Ptro el Gobierno no tenía noticia del puato en que se encontraba á
la techa el capitán general de Cuba.
En cuanto al resto del rumor alarmista, bastíi decir que tenía el
mismo fundamento que la llegada del general Blanco á la Habana.
Ni pesimistas ni optimistas. Ni el yieje del general Blanco tenía la
importancia que se le dio, ni aquellas famosas noticias que anunciaron
poco menos que la total pacificación de Cuba en aquella misma semana,
tenían fundamento alguno, ni había sufrido el grfcve problema altera-
ción sensible en sentido optimista ni pesimista, ni ocurrió nada que
rompiera el estado de atonía en que se vivía.
Esta es la resultante que se determinó por los mismos periódicos
que hicieron concebir ilusiones de venturosa pacificación.
***
España era fiel retrato en aquella fecha del personrje de Terencio,
que se atormentaba á si mismo.
Nada nuevo había ocurrido ni en Cuba ni en nuestras relaciones
con la República norteamericana que justificase los pesimismos de un
día, tan gratuitos como el optimismo de otros.
En la gran Antilla se hallaban las cosas y las personas en marcha
regular por el camino derecho, que era además el único posible y á cu-
468
yo extremo había que llegar, no de UQ vuelo, siao con paso seguro y
por progresivas etapas.
Ss avanzaba, explorando el terreno, y se trabajaba en los intereses
y en los áaicnos, segúa es de costumbre y de necesidad hacerlo en los
momentos que preceden á la terminación de todas las guerras civiles.
Tampoco había habido cambio alguno en la actitud del gobierno
de Washington. Podría pensar y desear todo lo mal que se quiera, pe-
ro teníamos que atemperarnos á lo que decía, si bien no perdiendo un
instante de vista sus manejos arteros y viviendo á toda hora preveni-
dos y apercibidos.
No; no respondieron á nada cierto, á nada nuevo, á nada malo, las
aciagas impresiones acogidas dicho día por una parte del público. Por
otra parte, no creímos nunca que el Gobierno central fuera tan débil
que prestara oídos á ciertas pretensiones y nos complació el ver que
hacía público su propósito de vencer en Cuba, no tolerando nada que
significase rebajamiento para la patria.
Carecía por lo visto el Gobierno de noticias refarentes á la crisis
que amenazaba al gobierno insular, y en caso alguno entendía que pu-
diera modificarse la Constitución cubana.
No autorizaba optimismos, y rechazaba todo cuanto se decía sobre
el fracaso del régimen autonómico.
Negó que las relaciones con los Estados Unidos atravesasen un pe-
ríodo crítico, y aceptó como verdadera cortesía la presencia de los bar-
cos americanos en nuestros puertos antillanos.
Aparentaba no impacientarse por la falta de operaciones de guerra
y seguía esperando en el brío y la abnegación de España para llegar á
la pacificación de la isla y á la solución del problema, asistida por el
concurso déla opinión universal, ante cuyo fallo era indiscutible é im-
prescriptible su derecho.
469
***
El día I." llegó el general Blanco á Gibara, cuya población hizo al
gobernador general un recibimiento cariñoso y entusiasta. La multitud
que acudió á saludarle dio muchos y entusiastas vivas á España, á Cuba
española, al general Blanco y á la autonomía.
El general en jefe asistió al Te Deum, y después revistó las fuer-
CRUCERO «INFANTA ISABEL.
zas de la guarnición y conferenció extensamente con el general Luque
y los jefes de los partidos locales.
Entre otras medidas, ordenó el general Blanco la movilización de
una compañía de voluntarios y socorrió ¿ los reconcentrados.
Las operaciones militares realizadas por los generales Luque y Li-
nares, dieron por resultado que Calixto García tuviera que fraccionar
las fuerzas de su mando, no consiguiendo atacar á Sama, como se pro-
ponía.
Sama es un barrio cercano al puerto del mismo nombre, el cual se
470
halla en la costa Norte, próximo al S. O. de Punta Gordo, en el caho
de Lucrecia.
Las divisiones que mondaban dichos generales continuaban en
mayor escala las operaciones.
En la madrugada del 3, el general Blanco continuó viaje á Nue-
vitas.
En marcha por elcamino de Holguía la columna que mandaba el
general Linares, presentóse á éite un yankee bien vestido, quien dijo i
que era capitán de artilleiía del ejército norteamericano y había es-
tado al servicio de los insurrectos, y que se 'presentaba á indulto por-
que los rebeldes no le habían cumplido las promesas que le hicieren
de pagarle determinada cantidad mensual.
El oficial del ejército y arkee llevaba en el cinto 5.000 pesos en
oro.
Las columnas que operaban en Las Villas hicieron prisionero i un
titulado jt fe de Sanidad de los rebeldes, y ocuparon 7.500 cartuchos y
varias armas.
En el departamento oriental, cerca de la estación de San Vicente,
próxima á Santipgo de Cuba, estallaron dos bombas de dinamita al pa-
sar un tren que conducía trabejadores por la trinchera del Mao, entre
Boniato y San Vicente, que inutilizaron la plataforma de un coche y
unajiula con ganado.
Los iníurrcctos que habían colocado las bombas y esperaban em-
boscados en las inmediaciones, y que eran unos cien hombres capita-
neados por el cabecilla Cebreco, trataron de arrojarse sobre el tren,
contra el que hicieron nutrido fuego; pero la escolta, formada por 17
soldados, les hizo frente y los contuvo contestando al fuego.
Las explosiones dividieron el tren en dos, y la máquina, que no
sufrió avería alguna, continuó la marcha á toda velocidad hasta la pró-
xima estación de San Vicente.
471
Dado allí aviso de lo que ocurría, salieron la guerrilla local y un
escuadrón de caballería en socorro del tren detenido.
Estas fuerzas llegaron rápiíiamente al sitio en que aún continua-
ban defendiéndose los 17 valerosos soldados de la escolta, y cargaron
sobre el enemigo, que, ante la ruda ?cometida, h lyeron y se dispersa-
ron, abandonando en el campo cinco mué tos y armas.
Los guerrilleros de Dos Bocas aseguraron que ios rebeldes se lle-
varon muchos heridos.
Las consecuencias de la explosión de las bombas fueron lamenta-
bles, pues de los trabsjadores de la línea resultaron uno muerto y diez
heridos de gravedad, siendo las bajas de la tropa tres soldados muertos
y cinco heridos, más otros tres por efecto de la explosión.
*
* *
Ese nuevo atentado de los rebeldes orientales ofreció bastante in-
teré;, no sólo por continuar los wííwtóís su criminal campaña dina-
mitera contra los ferrocarriles, sino por el lugar donde se produjo el
siniestro y el choque entre la guerrilla de Dos Bocas y el cabecilla Ce-
breco.
Está tan próximo á Santiago de Cuba, que se recorre la distancia
á caballo en tres cuartos de hora por el camino que va al Cristo.
Y fué de llamar la atención que u'\ cabecilla de la importancia de
Cebreco, sustituto de José Maceo y segundo de Calixto García en aquel
departamento, se atreviera á llegar á Dos Bocas,— el lujar más pinto-
resco de Cuba — y San Vicente, con sólo cien hombres, pues sólo se ex-
plica, ó por haberse subdividido extraordinariamente lasfuerzí^s rebel-
des, ó por gozar de una confianza grande, casi absoluta.
Una columna formada por el batallón de Extremadura y varias
47-2
guerrillas, batió en Arroyo Hondo (Las Villas) á las partidas concen-
tradas de Alejandro Rodríguez Machado y otros cabecillas, que forma-
ban un total de 6 do infantes y 6o caballos.
El combate duró cinco horas, y los rebeldes al retirarse dejaron
en el campo 27 muertos, un prisionero, muchas municiones, varias ca-
jas de dinamita y un cañón.
La columna tuvo un muerto y tres heridos.
Practicando reconocimientos la columna del general Linares por
varios puntos cerca de Holguín, sostuvo reñidos combates con partidas
rebeldes que ocupaban obras de defensa bien atrincheradas.
Los rebeldes, perfictamente municionados, estaban escalonados
en el camino y se opusieron á la marcha de la columna. Esta los arro-
lló briosamente, obligándoles á retirarse y á dejar franco el camino,
causándoles muchas bajas.
La columna tuvo cuatro soldados muertos y dos oñciales y treinta
y un soldados heridos.
Hacía días que había coincidido en Holguín, con las fuerzas de
aquella comandancia general, la columna del general Linares que man-
daba la jurisdicción de Santiago.
Dijpués de conferenciar este general y el jefe de la zona, general
Luque, con el general Blanco, en Gibara, emprendieron operaciones
combinadas al objeto de quebrantar al enemigo, reconcentrado en
aquella jurisdicción para mantener la comunicación con las fuerzas in-
surrectas del Camagüey.
Apenas el general Luque movió sus fuerzas hacia el interior, en-
4'73
contró al enemigo en Melones, viéndose obligado á sostener combate
en el que tuvo su columna nueve heridos.
El enemigo dejó en el campo seis muertos.
Convencido Cilixto García de la imposibilidad de realizar el plan
que le llevó á Halguín, dividió sus fuerzas y eludió la persecución re-
dándolas en extensa zona, que el general en jefe durante su estancia
en Gibara, dispuso fuera
minuciosamente reconoci-
da subdividiendo las co-
lumnas, sin perder enlace,
para aumentar el número
y contrarrestar con movi-
mientos rápidos y combi-
nados la diseminación de
los rebelde?, obligándoles
á empeñar combate.
Cumpliendo las instruc-
ciones del general en jefe,
fraccionó el general Luque
su fuarza reforzada con el
batallón de Vergara y dos
piezas, en tres columnas,
que partieron de Fray Be-
nito de Guanajay y IIol-
güín, con orden de penetrar en Melones y reconocer después Las
Margaritas, las cuales sostuvieron fuego en el lindero de Palma y en
Seletón de Melones.
Dominadas las lomas por nuestras tropas, atacaron éstas de revés
las trincheras, forzando al enemigo á retirarse en dirección á San Juan
de Puercas y Biraguamo, de donde habían de salirle al encuentro les
Blanco 6o
EL TENIENTE CORONEL HERA.S
474
fueizss del general Linares, que, en electo, le escarmentaron duramen-
te, trabando rtñidos ccmtatcs en Sao de las Minas, Doña Mirla de Ba-
guamo y Berjandón de Bb guamo.
Al miimo tiempo que las fuerzas del general Luque avanzaban
hacia las trincheras enemigas, la columna del general Linares practi-
caba reconocimientos en puntos inmedi&tos á Holguín, ea los cuales
se demostró que el enemigo había realizado muchas obras de defensa
á fin de dificultar la marcha de las tropas.
Bien pronto se penetró el general Linares de que los reconocimien-
tos le costarían sangre, pues el cabecilla Torres, con fuertes núcleos de
rebeldes, se había escalonado en las trincheras, disponiéndose á re-
sistir.
En estas condiciones tenía que ser penosa la marcha, pues habría
de sostener á diario combates y escaramuzas.
Así sucedió. La columna del general Linares avanzó destruyendo
las obras de defensa. El enemigo se fué replegando de unas en otras
trincheras, siempre haciendo fuego, revelando disponer de municiones
en abundancia.
El general Linares llenó el objeto de la operación destruyendo
todo cuanto los insurrectos habían hecho para defenderse; pero costa-
ron á la columna los combates que para ello tuvo que sostener, cuatro
soldados muertos y dos oficiales y treinta y uno de tropa heridos.
El enemigo fué retirando sus bajas y dejó abandonados macutos
ensangrentados, armas, municiones y varios caballos.
Desmoralizado el enemigo al verse sorprendido y enérgicamento
atacado en puntos donde no habían penetrado fuerzas del ejército, se
retiró con grandes pérdidas, abandonando muertos, armas de fuego,
municiones, ropas, caballos y ganado.
Nuestras fuerzas, en columnas de lOO hombres, continuaron aco-
sándole sin descansar, practicando extensos reconocimientos, destrtf'
t
475
yendo cinco factorías y dos prefecturcs y recogiendo municiones, ví-
veres y ganado en abundancia.
Los oficiales heridos en esos combates fueron el capitán de Zamora
don Armando Mantilla de los Ríos y el teniente del ^batallón de la
Constitución don Alfredo Vara de Rey.
Los combates sostenidos y las^ penosas marchas por terrenos abrup-
tos y bien defendidos por el enemigo, pusieron de relieve una vez más
la bizarría, el entusiasmo y la resistencia de las columnas, para com-
pletar el éxito alcanzado sobre Calixto García y su gente.
CAPITULO XXXVIIl
El general Blanco en Nutvitas. — De líuevitas á Puerto Príncipe.— Entrada triunfal en la
capital liel Camagüey. — Entusiasmo del pueblo. — Obsequios y liomenajes. — El regreso. —
Presentaciones en Jaruco. — Encuentro en Quintana.— El general Pando en la Hnbana. —
Enirt vista con los periodistas. — Censura rigurosa. — Por la Paz — Esperanzas é impresio-
nes o, timistrtS. — El proyecto del Secretario de Agricultura. — Las impresiones del general
Blarcü. — Kii La Isalicla. — En Cienfuegos. — Aspeetode Las Villas.— Explendido banquete.
— Lh DeBj.cdida — Llegada á la Habana. — Resultado del viaje. — Esperanzas. — Nuestros
deseos.
LEGÓ ti general en jefe á Nuevitas, donde fué recibi-
do con gran entusiasmo.
El pueblo es pequeño, pero se observaba en él
bastante movimiento, por ser el pueblo por donde
se comunicaba con el resto del mundo la capital del Ca-
magüey.
Apenas deíembarcó, y en el mismo muelle, le ofrecieron
sus respetos, fdemás de las autoridades y muchas personas
principales de la población, varias comisiones de señoritas
que le ofrecieron ramos de flores.
Sin gastar mucho tiempo en estas manifestaciones de la ccrtesiaque
tanto ígradaron al general Blanco, se dirigió á la estación férrea, don-
de se acabi^ba de organizar el tren que había de conduciile á la capitel
de la provincia.
Partió enseguida ia (xplcradora, y á poca distancia, teniéndola
477
siempre á la vista, marchó el tren que conducía al general en jefe y su
comitiva.
En previsión de cualquier contingencia, fué reforzada la escolta
del tren.
Sin hacer alto en parte alguna, y con marcha rápida, recorrió el
tren militar la primera línea férrea que se hizo en territorio cubano, sin
que ocurriera novedad.
Hallábase la línea muy fortificada, y los puentes muy vigilados.
Los destacamentos presentaban armas al paso del tren; y en la es-
tación de Las Minas se hallaba todo el vecindario, apercibido momen-
tos antes del paso del general en jsfe, con estandartes y banderas, para
tributarle una ovación afectuosísima.
A la llegada del tren á la estación de Puerto Príncipe, hallábanse
en los andenes esperando al ilustre viajero, todas las autoridades y
corporaciones de la capital, los P. P. Escolapios, representaciones de
los partidos y gran número de particulares.
Las tropas cubiían la carrera, y en las calles principales aparecían
cubiertas con diversas clases de colgaduras las históricas ventanas, coa
enrejados de madera.
Al aparecer el general en la esplanada de la estación, llena de vo-
lantas^ fué saludado por los cañones de la plaza y por un repique ge-
neral de las campanas de las iglesias.
Su entrada en la ciudad fué verdaderamente triunfal. Seguíanle
numerosos carru j;s, y el pueblo entero, á pie, vitoreándole sin cesar,
y dando repetidos gritos de ¡Viva la pazi, ¡Viva la autonomíal
Las señoras le arrojaban flores desde las ventanas, y agitaban los
pañuelos sa!ulándole y dando vivas á España.
En el camino que tenía qu3 recorrer la comitiva, se habían levan -
tado tres preciosos arcos de triunfo, ostentando los lemas siguientes:
478
¡Al hijo predilecto del Camaguey!, ¡Al meosújero de la paz!, y otros no
menos expresivos.
Tras el carrusja ocupado por el general, á qui^n acompañaban el
gobernador civil, señor Vasallo, y el alcalde, iban todos los que había
en Puerto Príncipe.
En los balcones del gobierno civil, donde se hospeló el ilustre
viajero, esperaban varias señoritas que, al paso del carruaje, le arroja-
ron fljres y palmas, mientras el pueblo daba vivas á España, á Cuba
autonómica y á la paz.
íj.^ Varias comisiones de camEgüjyanos esperaban en la lesidencia
del señor Vasallo, para ofrecerle coronas y darle, en nombre de la po-
blación, cariñosa bienvenida.
*%
Dos días permaneció el general Blanco en Puerto Príncipe, reci-
biendo continuas muestras de cariño y de respetuoso homenaje.
Durante su estancia en la capital del Camaguey, no cesó el entu-
siasmo del pueblo, distinguiéndose el elemento femenino.
Por la noche se improvisó un baile, que estuvo concurridísimo y
brillante.
E! ganeral revistó á las tropas en los cuarteles, quedando altamen-
te salisfecho del estado sanitario en que las encontró, y haciendo justos
elogios del celo con que atendía el general Jiménez Castellanos á todas
Ifs necesidades.
También visitó los hospitales militar y civil y los asilos, repartien-
do entre éstos mil pesos.
El genersl Pando, que acudió á Put rto Piincipe á saludar el gene-
ral en j<.f¿, c.lebró con éste una impDrtante conferencia, en la que se
I
479
trató de la realización de grandes trabajos para emprender operacio-
nes en gran escala en Oriente.
Ambos generales expresaron su felicitación al comaudante gene-
ral del depart£ mentó central en términos calurosos, y después de de-
jar instrucciones prácticas para la campaña, se despidió el general
Blanco del Camf güey, recibiendo iguales agas jos de la población.
El viaja de retorno á Nuevitas se hizo sin novedad.
El general en jefe quedó gratamente impresionado de la visita, no
sólo por haber levantado el espíritu de la población civil, sino por la
buena situación y estado excelente en que se encontraban las tropas.
Desde Nuevitas regresó á Oriente el general Pando, tomando
rumbo el gobernador general hacia Isabela de Sagua (Las Villas), en
cuyo punto sería muy breve su permanencia, pues tenía el propósito
de llegar á la Habana el día 9.
Se presentaron en Jaruco (Habana), el día 8, el titulado inspector
general de prefecturas de la provincia, José Hernández Guzmán, Pedro
Valle, titulado prefecto de la jurisdicción de Jaruco, y el conocido ca-
becilla José Inés Machado, todos bien armados y equipados, anuncian-
do en el acto de la presentación la subsiguiente sumisión de sus res-
pectivas escoltas.
El comandante militar de Jaruco concedió una excepcional impor-
tancia á esas presentaciones.
# *
Fuerzas del batallón de María Cristina batieron en Quintana (Ma-
tanzas), á las partidas rebeldes reunidas de Bethancourt, Arango 7
Sanguily.
480
Los rebeldes abandonaron en el campo de la lucha nueve muer-
tos, entre ellos un capitán, armas, municiones y caballos.
Las b j iS sufíiJas por la columna fueron: ocho soldados muertos,
y heridos el comandante don Agustín Aparicio y 22 soldados.
Cuando se creía al general Pando volviendo á Oriente para acti-
var las operaciones militares, se presentó en la mañina del 8 en la Ha-
bana, y apenas llegó á Palacio citó, de acuerdo sin duda con el gober-
VAPOR NORTEAMERICANO «CITY ÜF WASÍIINGTON»
nador general, á los directores de ios más importantes periódicos de la
capital.
Acudieron todos á la cita, y una vez reunidos, les hizo presente la
alta conveniencia de suspender toda polémica que envenenara los áni-
mos, pues en aquellas circunstancias todo baen ciudadano tenia el de-
ber de propender á la paz, aspiración suprema de E«pBña y de Cuba.
Las polémicas apssiocadas,— dijo el general — el encono en las
discusiones, aumentan la perturbación, y esto no puede consentirlo la
autoridad, porque puede provocar sucesos que aumentarían las desdi-
chas de que es víctima el país.
Añadió que la autonomía era un régimen definitivo, obra de ca-
i
I
I
VOLADURA DEL «MAINK. EN EL PUERTO DK L\ HABANA.
Blanco 6 i
483
rácter nacional, legelidad indiscutible, que debía reconocerse y acatar-
se, y en tal concepto, no consentiría que se la atacase ni directa ni in-
directamente.
A tal extremo pareció dispuesto á llevar adelante su propósito el
genersl Pando, que amenazó no sólo con apretar los resortes de la cen-
sura, sino con suprimir los periódicos que desatendieran tales reco-
mendaciones.
«Es tan definitivc el régimen,— dijo á los directores de los perió-
dicos—que no habrá partido en España que desde el Gobierno le
cambiara. Ni los mismos carlistas alterarían esta legalidad.»
En tal concepto, y por ser indispensable que todos trabajasen por
la paz, debiendo reinar ésta en los espíritus, mantendiía la censura con
caracteres rigurosos, mientras no variaran las circunstancias en sentido
tan favorable como debían desear todos los buenos patriotas.
Los directores expresaron al general Pando su propósito de respe-
tar tan expresivas recomendaciones, pues tanto como el que más, de-
seaban también ellos contribuir á la obra de la paz.
Como consecuencia de esta gestión, se creía que por algún tiempo
no se reproducirían las campañas agresivas entre los distintos criterios
que mantenían los periódicos de la Habana respecto del problema de la
guerra en sus diversos aspectos.
***
Todos los ministros del gobierno insular alentaban las iniciativas
bien intencionadas de personas prestigiosas que trebejaban por la paz,
dándoles calor y medios para el mejor éxito de sus plausibles y patrió-
ticos empeños.
Interrogado el jefe del gabinete insular acerca de las esperanzas
483
que sobré esas gestiones se habían basado y difundido en la Peniasula,
contestó que recientemente había recibido el Gobierno gratas noticias
y satisfactorias impresiones, tanto de las Villas como del Camagü^y.
Confirmaba esas impresiones el hecho importante de que Máximo
Gómez, por falta dfi elementos con que sostenerse seguro en Las Vi-
llas, y por inquietudes acerca de la actitud de algunos elementos del
Príncipe, se hubiese visto obligado á retirarse al Camagüsy.
Aun en la misma provincia de Santiago de Cuba, donde existían
los principales núcleos insurrectos, advertíanse síntomas de discordia
entre los cabecillas intransigantes y los que se mostraban inclinados á
acogerse al nuevo régimen.
Insistió el señor Gálvez en que, á la sazón, como antes y siempre,
había creído indispensable el concurso activo y simultáneo de la ac
ción política y la acción militar.— «Al mismo tiempo — dijo— que deben
hacerse llegar á todas partes los beneficios positivos y concretos de la
autonomía, requiérese como esencial é imprescindible, el esfuerzo per-
severante de las armas. El Gobierno insular está decidido á prestar efi-
cacísimo concurso á la realización de los propósitos del general Blan-
co, representante de la Metrópoli, sin suscitarle dificultades ni promo-
verle contrariedades.»
«Tal es— dijo al terminar el señor Gálvez— el programa cerrado
del gobierno insular.»
»
* *
El secretario de Agricultura proyectaba la creación de colonias de
trabajadores, para salvar de la miseria á los que carecían de ocupación.
Las colonias serían organizadas por el Estado, contando con el au -
xilio de los particulares.
484
De la realización de ese pensamiento, que fué muy aplaudido, se
esperaban grandes beneficios y opimos resultados.
Interesante faé el proyecto que trataba de llevar á la prá;tica el
secretario de Agricultura, Industria y Comercio, don Laureano Rodrí-
guez: la organización de colonias por el Estado para aliviar la suerte
de los trab.j adores.
Estando en aquellos momentos realizándose las operaciones de la
zafra, cuantos de buena fé quisieran trabajar, encontrarían ocupación
bien retribuida; no era, pues, urgente á la fecha, el establecimiento de
las colonias, pero era de previsión y buen sentido preparar la obra
para después, porque en ellas podía estar una de las bases más firmes
de la reconstrucción del país.
No sabemos qué sistema habría de escogerse, aunque era de supo •
ner que tuvieran como fundamento el carácter militar para que fuera
mayor la garantía.
Si en Cuba no se hubiera desatendido ese aspecto importantísimo
de sus problemas; si desde el 78 se hubiera trab jado allí eficazmente
en la colonización, bien militar, bien por familias peninsulares, reno-
vando la sangre española, atendiendo á las obras públicas, se hubieran
evitado muchos lutos, muchas lágrimas y el horrible espectáculo de
una guerra espantosa, cuyos funestos efectos no tienen precedente en
la historia.
**♦
El general Blanco hizo el viají desde Nuevitas al puertecito de La
Isabela, sin novedad en la travesía, expresando durante ésta su satis-
facción por las impresiones recogidas en su visita á Oriente y el Ca-
magüey.
485
El resultado de la excursión fué reanimar el espíritu público en
ambas regiones.
Los elementos civiles y políticos se mostraron dispuestos á secun-
dar la obra del Gobierno, y esperaban que se conseguiría pronto la
paz.
Teniendo en cuenta las activas operaciones iniciadas y el quebran-
to que había experimentado el enemigo, creíase que se decidirían á
presentarse bastantes rebeldes, aceptando el régimen autonómico.
En La Isabela recibieron al gobernador general las autoridades de
Sagua, tanto civiles como militares: el destacamento le tributó los ho-
nores de ordenanza.
Dasde el muelle pasó al tren especial que la empresa del farroca-
rril puso á su disposición, y á la media hora llegó la comitiva oficial
á Sigua la Grande, el día 7, una de las más bellas y mejor cuidadas
poblaciones de Cuba.
Las tropas que guarnecían la villa cubrían la carrera, y desde los
numerosos fortines que circundaban la población, saludaron los desta-
camentos al general, al dirigirse á la iglesia parroquial, donde se can-
tó un solemne Te Deum.
El general en jefe visitó el hospital; conferenció con las personas
más caracterizadas; excitó á los hacendados para que persistieran en
las operaciones de la zafra; dio instrucciones relacionadas con la pre-
sencia de las partidas, y recibió á varios jefes de guerrillas y volunta-
rios, que trabajaban con gran actividad en la persecución de la partida
de Robsu.
Por la noche fué obsequiado con un banquete por el Ayuntamien-
to, pronunciándose brindis patrióticos en favor de la paz por todos
deseada, «por las madres españolas, las madres cubanas y el país ente-
ro», y despué: asistió á un baile que en su honor se dio en los amplios
y elegantes salones del Casino Español, donde fué objeto de las mayo-
486
res atenciones; pudiendo asegurarse que el recibimiento dispensado
por Sagua al representante de España, fué verdaderamente entusiasta.
Los vivas al ejército, á España y al rey, apenas se interrumpían
durante el tiempo que el general Blanco permaneció en la población.
***
Al medio día del 8 llegó el gobernador general y su comitiva á la
rica y hermosa ciudad del Sur de Las Villas, habiendo hecho el viaje
desde Sagua á Cienfuegos sin incidente alguno.
En las estaciones del tránsito, y especialmente en Sietecito, Santo
Domingo y Cruces, el general Blanco fué objeto de vivas demostracio-
nes de respeto y simpatía.
Durante el trayecto que media desde Sagua á Cienfuegos, tuvie-
ron ocasión de contemplar, los que iban en el tren, las operaciones del
corte de caña en varias fincas; las chimeneas de los ingenios, con sus
largos penachos de humo, indicaban que había vuelto la vida del tra-
bajo en aquellas zonas.
Según todas las noticias recogidas en el vieje, ascendían á unas
cuarenta las ñacas azucareras que á la fecha molían en la provincia.
Este detalle y las impresiones reinantes, revelaron que la insurrec-
ción estaba muy decaída en Las Villns, á lo cual habían contribuido
muy eficazmente los últimos combates librados en aquellos días.
En la estación esperaban á la primera autoridad de la isla, todas
las autoridades, corporaciones y jefes del ejército, marina, voluntarios
y bomberos de la ciudad.
Las calles est&ban muy animadas y la carrera cubríanla los volun-
tarios, que luego desfilaron con gran brillantez ante el general en jefe
á los gritos de ¡Viva España!, ¡Viva el rey!
487
Como en las demás poblaciones, el capitán general de Cuba visitó
los hospitales y los cuarteles, entre éstos el de voluntarios, que era
magnífico y estaba situado en la amplia plaza de Armas; el Casino Es-
pañol y el Liceo.
Por la noche se le obsequió con un expié adido banquste, en el
que le saludaron con afectuosas frases en nombre de los partidos cons-
titucional y autonomista los señores Porrúa y Pernas, y brindó por Es -
paña, el ejército y los voluntarios, el coronel de éstos, señor Ramos Iz-
quierdo, á quién debía la jurisdicción grandes beneficias durante su
campaña de dos años en aquella zona.
La despedida que se tributó al general en jefe en Cienfuegos, fué
muy afectuosa y más entusiasta aún que el recibimiento, dándole re-
lieve los voluntarios, que le acompañaron con música y con antorchas
hasta el muelle.
El general entró en el vapor entre los gritos de ¡viva España! ¡viva
el Ejército! ¡viva Blanco! ¡viva la autonomía!, dado por los voluntarios
y el pueblo.
En el muelle de Bata bañó esperaban al general Blanco el goberna-
dor de la provincia señor Bruzón, el general Pando y el marqués de
Apezteguía.
Sin detenerse en el Surgidero ni en el pueblo, siguió la comitiva
el viíje en tren especial y á gran marcha hacia la capital.
En las estaciones del tránsito, sobre todo en San Felipe y en el
Rincón, el pueblo salió á saludar al general: en la de Villanusva espe-
raban al gobernador general todos los secretarios del gobierno, el se-
ñor Congosto, el general González Parrado, el obispo, ganerales, jefes
y oficiales francos de servicio y numeroso público, que á la llegada del
tren prorrumpió en vivas á Blanco y á España.
Frente á la estación tributó los honores de ordenanza una compa-
ñía con bandera y música.
488
Ya era de noche cuando el general Pando y su séquito llegaron al
palacio de la Capitanía general.
* *
Terminada la excursión del general Blanco poi las provincias
orientales de la isla, y habiendo despertado gran interés el viaje, era
natural que al tocar á su término se fijase la gente en el resultado.
Por de pronto, regresó el general Blarco á la Habana con la mis-
ma comitiva. No fueron con él á la capital de la isla, ninguno de los
importantísimos cabecillas cuya presentación se anunciara: únicamen-
te hicieron con él el viaje desde Ciecfuegos á la Habana, los cabecillas
ya presentados con anterioridad Massó y Qaesada.
No por eso fué infructuoso el viaje, en el que recibió el general
impresiones directas; fué objeto de demostraciones de respeto y consi-
deración en todas paites, distinguiéndose el Camagüey, pueblo esen-
cialmente autonomista.
Seguramente dejaría también instrucciones para que se activase la
camp&ña.
El país quería la psz, pero en Oriente era indispensable antes ha-
cer la guerra con gran energía.
Así lo pedían los mismos autonomistas y todo el país leal.
Era necesario que los insurrectos orientales sintieran la acción de
las armas, y sin esto no llegarían nunca las presentaciones que se es-
peraban. ' .
Logró el general un conocimiento minucioso del estado en que se
encontraban todos los servicios y alcance de todas las necesidades.
Satisfecho por haber levantado el espíritu público en Oriente y el
Camagüey, el general hallábase bien impresionado, más que ésto, sa-
tisfecho, del resultado de su expedición.
489
Deseamos nosotros que las esperanzas se cor virtieran en realida-
des; que las promesas se tradujeran en hechos; que las coronas y guir-
naldas camagüeyanas no fueran manifestación de las ilusiones de un
pueblo que pedía la paz, sino expresión viviente y eficacísima de un
trabajo consolador y real.
CRUCERO «ALFONSO XII»
El viaje, que tantas esperanzas hiciera concebir, estaba hecho y ha-
bíase realizado con los mejores auípicios para los deseos de todos.
Sus benéficos resultados quedamos esperándolos, toda vez que has-
ta la fecha todo se había reducido á la revelación de buenos deseos y
esperanzas más ó menos fundadas.
Blamoo 62
A/tMiMM*a». bMiMMik>>ii,iutM>HMM.u«MMitiMittiuiMUMtuuiiiuuiiTiuiiii)iiMi«tM>iniuuIÍMNk nriiiiMiiii mniiiiiiiititiiiiriiiiiB iiitiiinTirini-miiiiiiiiiiíTiiTi «JC
"rVAii— iiiiiM"MHBiH««t" ififttK M» iiiiHiiriMiiii<<»tMin<Hi<iiiMrrtt«' iuinHiiiti[ii '*;iiw>""iiiiiiiiMamjim ■■■wwimiMiHHnminmnwiiwiw«np—>*.— )% ''
CAPITULO XXXIX
Discordias en el campo infurrecto. — Odios y desconfianzas. — Las proclamas de Massó. — Con-
tra la autonomía. — Importante combate en Sancti Spíritus. — Encuentros en las lomas de
los Cristales. — Huerto del cabecilla Octavio Rodríguez. — Quien á hierro mata... — Las
cartas del generalísimo. — Activa campaña de los laborantes. — AgitHcion política. — Nue-
vos emií-arios de psz. — ImportHOtes operaciones en Oriente. — Derrota y dispersión de la
partida de Calixto García. — La columna Nario. — Nuevas fuerzas á Oriente. — La guerri-
lla de San Diego de los Buños. — Confutión. — Las cancillerías europeas. — Síntomas de
crisis trascendentales en el problema cubano.
ODOS los presentados lo decían, y habia una porción de
hechos que lo confirmaban: la vida entre negros y
blancos rebeldes habíase hecho imposible en el campo
insurrecto, las discordias crecían, las vacilaciones au-
rcentabfn, las luchas intestinas estaban minando y aca-
bf rían por matar la insurrección. Sintieran ó no sintieran
la autonomía, fueran de buena ó de mala gana los pre-
sentados, era indudable que la nueva política y los nue-
vos procedimientos, acabarían por decidir á unos y debi-
lilir las intransigencias de los otros.
No podía preverse el resultado final de la campaña, pero había
motivos sobrades psra confiar en el éxitc, no sólo por la acción de
nuestros elementos, siró per la descomposición en que á la fecha se
encontraba el enemigo.
491
La desconfianza entre ellos mismos era tan grande, que se pasaban
el día y la noche vigiláadose mutuamente. Ya no se encomendaba á
nadie una comisión sin que al comisionado acompañasen seis ú ocho
negros de los más dispuestos á lyncharle al primer síntoma de deser-
ción que en aquél observasen. Ya los periódicos, tan solicitados antes,
estaban prohibidos en los campamentos para que no se leyoran noti
cias de presentaciones ni se conocieran los beneficios del nuevo re-
gimen.
Crecía la propaganda en contra de la autonomía; se hacían correr
las noticias más estupendas sobre combates en que ellos habían ganado,
y sobre la actitud resueltamente favorable de los Estados Uaidos.
El asesinato del infortunado te aiente coronel señor Ruiz, se rela-
taba en hojas sueltas, comentándolo como uaa prueba de lo potente
que estaba la insurrección, que no quería ni oir proposiciones de
paz. En la misma provincia de la Habana acababa de ser macheteado
uno de los jef^s más queridos y respetados de los rebaldes, el titulado
coronel Luís Delgado, porque observaron los intransigentes sicarios
del dictador dominicano, que andaba en tratos para presentarse por
mediación de su familia.
Los blancos odiaban á los negros, y éstos llamaban á los blancos
literatos que no servían para pelear.
Se habían repartido profusamente las proclamas del nuevo presi-
dente de la República cubana, Bartolo Missó, y de la asam.blea de re-
presentantes, proclamas dedicadas exclusivamente á combatir la auto-
nomía y á dar alientos é infundir esperanzas á los insurrectos. Se escri-
bfa más que nunca á los periódicos yanquis, y se interceptaba y sustraía
la correspondencia particular de todos, para evitar que el consejo de
los amigos ó los afectos de I^ familia, decidiera á los débiles á abando-
nar la manigua.
Al mismo tiempo los jetes rebaldes que ya habían adquirido entor-
492
chados, procuraban huir del peligro, y pasaban la vida apartados, ha-
ciendo de majases, para que los beneficios de un arreglo los cogiera
vivos y sanos y pudieran disfrutarlos con arreglo á su categoría.
Ello era que en los campamentos matnbtses no se hablaba más
que de la autonomía y de las presentacioaes, de las ventajas que esto
reportara y de ios inconvenientes que ofrecía. Muchos querían hasta el
reconocimiento de sus empleos militares; otros creían que iban á re-
partirse grandes cantidades de dinero.
* #
En la jurisdicción de Sancti Spíritus libróse el día 8 un combate
de importancia.
La columna que mandaba el teniente coronel don Modesto Nava-
rro, compuesta del batallón del Rey y un escuadrón del regimiento de
la Reina, dio alcance al titulado regimiento rebelde de Taguasco, obli-
gándole á trabar combate, del que resultaron diez insurrectos muer-
tos, que dejó el enemigo en el campo, entre los que figuraba el aban-
derado.
Se cogieron, además, dos prisioneros, uno de ellos herido, muchas
armas y municiones, un botiquía, la tienda de crimpaña del cabecilla y
62 caballos^con monturas.
La partida quedó completamente deshecha y disuelta.
Ese regimiento había venido manteniéndose en las inmediaciones
de Sancti Spíritus desde hacía más de dos años.
En la provincia de la Habana, la columna que mandaba el coronel
señor Rodríguez, formada por el batallón de Castilla y gueri illas, ope-
rando en las lomas de los Cristales y otra^ inmediatas, batió el día 10
varios grupos rebeldes, haciéndoles ocho muertos, que abandonaron
en su huida los insurrrectos.
493
Asimismo quedó prisionero en poder de nuestros soldados, el titu-
lado alférez Arturo Hernández, que había sido herido en el combate.
En éste se distinguió de un modo notable el sargento del batallón de
Castilla don Adriano González, quien en lucha persDnal y cuerpo á
cuerpo, mató á dos rebeldes, uno de ellos titulado capitán y llamado
Martín Moreira.
El valiente sargento fué recompensado por su heroico comporta-
miento, con el ascenso á segundo teniente.
Los cadáveres de los mambises fueron conducidos, para su identi-
ficación y sepelio, al poblado de Guara.
Allí se averiguó que uno de ellos era el de Octavio Rodríguez,
hermano del cabecilla Alejandro, jefe de las fusrzas rebeldes de la pro-
vincia de la Habana.
La columna se apoderó también de gran cantidad de armas y mu-
niciones, que abandonó en su precipitada fuga el enemigo.
*
* *
En un combate sostenido el día 1 1 en las lomas de Correderas (Ha-
bana), fué muerto el moreno Joaquín Labores González, uno de los
autores materiales del asesinato del teniente coronel señor Ruíz.
Vanos significados personajes del partido autonomista de la Ha-
bana recibieron el día la cartas del generalísimo Máximo Gómez.
Los sobres de esas cartas tenían sellos en tinta azul que decían:
«República cubana.— Administración de correos de Ciego de Avila.»
Decía en ellas el jefe dominicano, que con la obra de la autonomía
no se conseguía otra cosa que dividir á los cubanos.
Confiaba en el triunfo de la rebelión y les pedía que se unieran á
suB fuerzas, que cada día crecían más y se organizaban mejor.
494
Anunciaba una sorpresa: la terminación de la guerra en plazo bre-
ve por una intervención extraña que daría el triunfo á la revolución.
Alardeaba de tranquilidad y decia que su servicio de comunica-
ciones era tan perfecto, que ya no tenía necesidad de mandar su co-
rrespondencia por el extranjero.
Esas cartas del generalísimo fueron interpretadas por el gobierno
insular como indicios de desaliento, y se explicaban por la necesidad
de atraerse nuevos elementos prestigiosos, y como un último esfuerzo
para contener á la gente desalentada.
Conviene advertir que coincidieron las tales cartas con la activa
campaña de los laborantes, para extender la idea de que el gobierna
norteamericano se proponía intervenir próximamente en los asuntos
de la guerra de Cuba.
La política volvió á agitarse en aquellos días, porque se habían
acentuado loi síntomas de impaciencia entre los elementos radicales
del régimen, haciéndose pjsible que surgiera una pronta y abierta di-
sidencia en el seno del gabinete insular. í
En una leunión que celebraron el día 13 aquellos elementos, fué
aceptada la proposición del señor Giberga, que afirmó la disciplina,
pero excitando al gobierno insular á que practicase gestiones directas
para el logro de la paz.
A consecuencia, sin duda, del acuerdo de los radicales, fué desig-
nado don Juan Ramírez, jefe que fué en las filas rebeldes durante la
guerra anterior, para que marchara á Manzanillo con una misión del
gobierno insular.
El antiguo jefe de la caballería de Vicente García, que en e^ta úl-
tima gujrra había vivido en la legalidad, se prestó de nuevo á trabajar
por la paz.
Decimos de nuevo porque intervino, al comienzo de esta última
contienda, en las gestiones que se hicieron cerca de Bartolo Massó, á
495
la lecha titulado presidente de la «República cubana», psra que de-
pusiera su actitud antes del desembarco de Maceo.
A partir de aquella fecha, consideró Ramírez infructuosa toda ges-
tión, y dejando su destino de administrador de la aduana de Manzani-
llo, se fué á la Habana con B3II0.
Al decidirse á ir á Manzanillo, ¿era que creía que podía conseguir
algo, ó era que iba á Roma por todo, para demostrar que se sacrificaba
en aras de la paz?
Hombre práctico, conocedor de la gente mambí, sabía bien lo que
jugaba en la partida.
Muchos se prometieron grandes y positivos resultados de su in-
tluencia; nosotros nos limitamos á registrar el hecho en la historia de
las negociaciones por la paz.
* ♦
Importantes fueron las operaciones realizadas por las columnas de
los generales Liaares y Nario, en combinación, en el departamento
oriental contra las fuerzas rebeldes acaudilladas por Calixto García.
Adoptadas todas las medidas, los generales Linares y Naiio, al
frente de las respectivas fuerzas de su mando, emprendieron la opera-
ción combinada, cayendo sobre los rebeldes que ocupaban fuertes po-
siciones en su campamento de Camaisán, punto situado en el término
municipal de Holguín, de las que los desalojaron sucesivamente, no
sin sostener ruda lucha, quedando dueños del campamento.
En los combates librados, nuestras tropas pelearon denodadamen-
te, batiendo al enemigo y causándole considerables pérdidas.
Las bijas de la columna Linares fueron seis soldados muertos, y
heridos los capitanes del regimiento de Asia, señores Ortueta y Mata-
llón, el teniente de Zamora, señor Mateo y 39 individuos de tropa.
496
Los campamentos que el enemigo ocupaba en los dos expresados
puntos, quedaron destruidos.
Eq las operaciones que las referidas columnas efectuaron durante
siete días, se recorrieron unas cien leguas, en su mayor parte por un
terreno que hasta la fecha no habia sido visitado por nuestros soldados
desde el comienzo de la campaña.
Díjose que los rebeldes quedaron muy quebrantados, aunque quedó
CRUCERO «REINA CRISTINA»
ignorado el número de sus bajas por haberles permitido el terreno re-
tirarlas.
Calixto García, con el grueso de sus fuerzas, se replegó hacia el
rio Contramaestre para rehuir á las columnas que le perseguían y le
buscaban.
La columna Nario, compuesta de 900 infantes, 130 caballos y dos
piezas de artillería, realizó marchas difíciles durante cinco días.
El día 10 llegó al sitio donde se hallaba acampado Calixto García,
poniéndose en comunicación con las fuerzas de Linares, y siguiendo
luego activamente las operaciones.
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498
Sostuvo ia columna Nario varios combates con el enemigo; se apo-
deró de un fortísimo campamento rebelde, en el que' tomó y destruyó
cincuenta trincheras, y sufrió y hubo de lamentar las siguientes bajas:
Muertos: cinco soldados.
Haridos; los tenientes don Francisco Manzano, don Luís Reza y
don Eloy Soniche, el médico segundo don Juan Rodríguez y 44 indi-
viduos de tropa.
En el campo de la acción se recogieron quince cadáveres de los in-
surrectos, y se supo que llevaban gran impedimenta de heridos.
En la tarde del 14 salió de la Habana para Oriente el general Pan-
do con un batallón y trescientos caballos, embarcados en un vapor fle-
tado al efecto.
Pocas horas después zarpó otro vapor con provisiones de boca y
guerra. Acompañaron al general los señores López Chaves, don Juan
Ramírez y don Francisco Piá.
*
* *
Preparábanse en ei departamento Oriental combates de impor-
tancia.
Se destinaron á operar en aquella provincia nueve batallones y
cuatro escuadrones, sacados de las provincias occidentales, y pronto
marcharían á Oriente los generales Bernal y Marina, destinados á man-
dar fuerzas del ejército en operaciones en aquel departamento.
La guerrilla de Santiago de los Baños, mandada por el sargento ' {
Banito Lainez, recorría la jurisdicción de aquel pueblo para recoger
ganado, cuando se encontró con un campamento enemigo.
Sin reparar ea el número superiorísimo de los rebeldes que lo de-
fendían, los atacó con tal denuedo y empuje, sin darles tiempo á repo-
499
nerse de la sorpresa, que sin grandes esfuerzos y muy débil resistencia
por parte del enemigo, los desalojó y se apoderó del campamento,
matando á dos jefes rebeldes, cuyos nombres no se citaron.
También fprisionó á la más célebre amazona de la rebelión cuba-
na. Llamábase Isabelita Ruíz, era joven y hermosa y pertenecía á una
familia rica.
Al estallar la rebelión se echó al monte, incorporándose á las par-
tidas de Maceo.
En el ataque al campamento peleó con bravura, y fué herida y
apresada por los bravos guerrilleros.
* *
Seguía revelándose la confusión en los telegramas de la prensa, en
las manifestaciones de los círculos políticos, en las palabras de los mi
nistros y en los comentarios de los periódicos.
[ncertidumbres, dudas, temores, esperanzas, desfilaban con veloci-
dad vertiginosa, induciendo á todos á recelar del propio juicio y á no
poner gran confianza en el ageno.
Notorio era que el general Blanco había'comunicado al Gobierno,
á su regreso á la Habana, impresiones optimistas; pero nadie conocia
el fundamento de sus vaticinios, limitándose los corresponsales á ex-
presar que renacía la confianza en Oriente y Camagüjy, pero que eran
naetester operaciones vigorosas anunciidas ya, y cuyo éxito se igno-
raba aún.
Di Washington llegaban á cada hora encontradas apreciaciones:
se atribuía á Mac Kinley una actitud de circunspecta moderación, y i
Sherman propósitos de sacar de quicio las cuestiones planteadas, resol-
vié.ndolas con temperamentos de violencia.
500
Los maricos americanos, que visitaban en actitud sospechosa las
costas de Caba, otrecíanse como mensajaros de paz, hablaban de con-
cordias duraderas y fraternizaban con los ministros insulares.
Mientras unos periódicos yanquis lanzaban frases jactanciosas y
conminaciones depresivas, otros declaraban que su país no quería aven-
turas belicosas ni se encontraba en condiciones de emprenderlas con
garantías de éx to.
Por toda Europa, donde antes se mostrara cierto desdén hacía los
asuntos de España, traían y llevaban nuestros asuntos interiores y co
loniales, reconviniéndonos unos, estimulándonos otros, pero sin que
pudiera transparentarss la actitud de las cancillerías.
Ante una situación semejante, todas las profecías y todos los au-
gurios, íueron flores de un día que se expansionaban con el primer
crepúsculo y se marchitaban con el último, y de falta de sinceridad pe-
cara quien no se confesase desorientado.
Perecía, sin embargo, evidente que desde algunos días á la fecha
(14 de Enero), habían comenzado á prepararse crisis trascendentales en
Jos asuntos que más afectaban al supremo interés nacional.
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CAPITULO XL
Catástrofe espantosa. — Voladura del Maiiie. — Impresión en España. — El suceso. — Cuadro
aterrador. — Horrible confusión. — Los primeros auxilios. — ^Nuestras autoridades. — El
t'Tucero Alfonso Xll. — Re ato de un herido. — Versiones de los marineros del Maine. —
Las operaciones de salvame:íto. — Las victimas. — Origen del siniestro. — Varias yersio-
nes. — Impresión hondísima en los Estados Unidos. — Espectación. — Un aplauso á nues-
tros nobles y valerosos marinos.
?!NO á agravar la situacióa refl?jada al final del anterior
'f^ Capítulo, y á precipitar la trascendental crisis que pa-
recía haber comenzado á preparar el destino aciago de
la desventurada España, un suceso espantoso, que con-
movió al mundo entero. La espantosa catástrofe del Matne, su-
ceso siempre trágico y siempre doloroso, fué en las circunstan-
cias en que ocurriera, de singular atención en España.
No nos encontrábamos en estado de guerra con la Repúbli-
ca norteamericana; pero el espíritu público aquí como allí, también
hallábase en tensión violentísima. No había cordialidad de relaciones
entre los dos pueblos, aunque cambiasen palabras y notas de cortesía
ambos Gobiernos.
Así no es extraño que cuanto guardara relación con los Estados de
la Unión, hallase entre nosotros curiosidad viva y fuese obj ito de
preocupación general, por las funestas consecuencias que pudiera acá-
502
rrear. Lo mismo aconteciera y acontecía entre los norteamericanos
cuando se tratara y cuando se trataba de algo que afectara á los espa
ñoles.
Esta situación de los ánimos en uno y otro país era de evidencia
tan elemental, que justificó en la prensa de ambas naciones la prima-
cía en el relato y comento de un su:eso, que en otra ocasión no exci
tara en nosotros sino la simple y humanitaria expectación ante la tre-
menda tragedia.
Mas, por honor y por sentimientos de humanidad, propios de un
pueblo civilizado y cristiano, hidalgo y generoso, debemos añadir á
esa exposición sincera de la verdad, á la que siempre hemos rendido,
y rendiremos á fuer de imparciales, verdadero y fervoroso culto, una
protesta que, si huelga para quien conoce la historia de nuestra noble-
za y de nuestra generosidad, no estará de más para quién, como los
Estados Unidos, pi atendía y aun pretende presentarnos ante el mundo
como un pueblo desprovisto de todas las posibles virtudes, quizá, por-
que ellos las desconocen.
España es la tierra donde nació y cantó el poeta que frente al ene-
migo implacable, pero ergrundecido por el genio militar, exclamó de
este modo:
Inglés te oborreci, héroe te admiro.
Y más tardf :
La muerte de un vencido valeroso,
solamente el que es v'l la solemniza.
*
* *
La catástrofe del Maine entró de lleno en el número de las gran
destiistezas humanas. Nosotros, y con nosotros España entera, y con
í
503
España la Europa toda, ante esa horrible desventura, ante esa muerte
llegada inesperadamente con todas las desesperaciones de una lucha
inútil con los elementos, nos sentimos vencidos á honrada compasión y
nos consideramos, y fuimos, sin duda alguna, considerados por los '
demás, incapaces de ponerla á cuenta de nuestros agravios nacionales.
Hubiéiamos querido, sí, en guerra abierta, ver cómo el poder ma-
rítimo de la Cartago americana, caía destrozado y rendido al ataque
denodado de nuestros buques de combate; habríamos contado nuestra
gloria con orgullo, sin hallar acaso en la desdicha sgena un espectácu-
lo lastimoso, recordando la tenacidad de tantas provocaciones injustas
y de tantos insultos injuriosos.
Pero el Maine no sucumbió á los cañonazos ni á las embestidas de
nuestros cascos; el Maine ardiendo y en ruinas y sepultado en el fon-
do del mar, no es un testimonio de nuestro valor ni de nuestra fuerza.
Fué, sencillamente, algo fortuito que escapa al juicio del hombre y per-
tenece enteramente al de Dios.
Por eso España fué, ante la espantosa catástrofe del Maine, lo que
siempre ha sido: frente á un enemigo artero y provocador, un pueblo
resuelto á las más nobles altiveces; frente á hombres desgraciados, llá-
mense como se llamen, y guarden en su pecho éstos ó aquellos odios,
una nación pronta y fácil al dolor y dispuesta á las oraciones del cris-
tiano.
*
# *
A las nueve y media horas de la noche del 1 5 de Febrero, cuando
toda la población de la Habana estaba en los teatros, en los cafés, en el
Parque, oyóse el estampido de una explosión formidable que hizo tre-
pidar muchos edificios de la capital.
k
504
Fué tal el ruido que se oyera con la misma intensidad en toda la
Habana, que de todas partes de la ciudad la impresión fué creer que el
siniestro había sido la voladura del polvorín.
La gente corrió de un lado para otro, preguntándose qué había
sido, alarmada por el terrible estruendo, que rápidamente hizo evacuar
los cafés y centros de reunión, subiéndose unos á las azoteas de las
casas y dirigiéndofe otros á los muelles con la ansiedad que es de ima-
ginar, si ver subir delTcentro de la bahía densa columna de humo, en
cuya base brilkban los rojizos resplandores de un incendio.
Desde allí se vio que estaba ardiendo el acorazado Maine, de la
marina deguerra norteamericana. Parte del magnifico buque había
desaparecido ya bsjo las aguas, y el resto sparecía envuelto en llamas.
Dá uno á otro extremo del puerto percibíase fuerte olor á pólvora.
— ¡Un barco ardiendo! ¡Ha volado la Santa Bárbara!
Este era el grito que se oía en todo el muelle, á lo largo de la bahía,
en Reg'a, en^todas partes.
Sin que en aquellos momentos pudiese nadie conocer la verdadera
causa del siniestro, comenzó á circular la especie de que la explosión
casual de una de las calderas del Maine había comunicado el fuego á
la Santa Bárbara.
Una nueva explosión paralizó de terror á todo el mundo.
— ¡La dinamita! ¡La dinamita!— oíase gritar por todos lados.
Hubo un momento de horrible confusión y las gentes comenzaron
á correr en todas direcciones, sin saber á dónde se dirigían. H
*
* *
Cuando se repuso un poco It gente, llegaban al muelle todas las
autoridades y al frente de ellas el general Blanco, el cónsul yankeg
505
Mr. Lee, el segundo cabo, general González Parrado, el gobernador
militar, general Arólas, el general Sslano, el alcalde de la Habana,
marqués de Esteban, el gobernador civil señor Brezón, el secretario del
Gobierno general señor Congosto y otras muchas personas del elemento
oficial que acudían á enterarse personalmente del suceso y á dar las
<3rdenes convenientes para remediar en lo posible la tremenda desgra-
EL CAZA TORPEDERO «PINZÓN»
cia que se presentía y prestar socorro á los supervivientes de la catás-
trofe.
Ya el comandante del apostadero de la Habana, señor Manterola,
había destacado varios botes de la Capitanía del puerto, que volvieron
á poco diciendo sus tripulantes qiae había estallado una caja de dina-
mita y un incendio á bordo del Maine, y que el crucero americano ardía,
yéndose poco á poco á pique.
Desde los muelles se veían las llamas que salían por la culjierta y
costados del Maine, que se hallaba hundida de proa y continuaba de-
sapareciendo.
Blanco 64
506
Con frecuencia se oían las detonaciones producidas por la explosión
de sus bombas.
Pocos momentos después de la segunda explosión, nuestro crucero
de guerra Alfonso XII, anclado á pocas brazas dtl Maine y el más in-
mediato al buque siniestrado, dirigía sus feces eléctricos há^ia el sitio
que ocupaba éste, iluminando la parte de la bahía donde eran necesarios
los auxilios, y la lancha de servicio en la capitanía del puerto se dirigía
al Maine para prestar socorro.
Cuatro marineros de ¡a tiipulación del Maine saltaron á la lancha
de la Capitanía, rogando á su oficial que se retiraran, porque el bsrco
que se hundía tenía en el fondo gran parque de granadas y dinamita.
Momentos después se veía volar la cofa del barco, inclir.áadose la proa.
A la luz de los rv flectores del Al/onso XII se veía admirablemente
cómo ardía el Maine por su proa, principal foco del incendio.
La bfihía cuEJóse en un momento de toda clase de embarcaciones
que iban y venían de las inmediaciones del buque incendiado á los
muelles, tratando de acercarse á sus costados para prestar auxilio á sus
tripulantef.
Las lanchas de auxilio recogieron los primeros heridos y los con-
dujeron á la Mtchina, situada junto á las oficinas de la capitanía del
puerto.
Los primeros auxilios que recibieron los supeí vivientes del Maine
lueron prestados por la tripulación de nuestro crucero Alfonso XII,
que se hallaba fondeado, como hemos dicho ya, á muy poca distancia
del barco americano.
Los heridcs que pudieron escapar de la explosión y del incendio
eran recogidos por nuestros valientes marinos y llevados á los buques-
inmediatos y á la Machina.
*
* *
507
A bordo del Alfonso XII íwé llevado uno de los primeros heridos
en el siniestro, salvado y recogido por nuestros marinos.
El herido era un marinero del Maine, que no estaba muy grave y
que podía hablar, y que se puso á ha^er el relato de lo acaecido en los
siguientes términos:
«—Estábamos desnudándonos, porque había sonado ya á bordo el
toque de silencio.
Di pronto nos sentimos derribados^ lanzados en distintas direccio-
nes, al mismo tiempo que oímos un estruendo muy grande, quedando
todo el barco en las más profundas tinieblas.
En la obscuridad nos llamábamos á gritos los unos á los otros y
muchos corrieron á buscar los botes de salvamento.
Oíanse muchos ayes desgarradores de los berilos: yo estaba en el
suelo, tenía una pierna que no podía mover y el rostro inundado de
sangre.
El comandante del crucero no estaba á bordo, ni tampoco el se-
gundo, y aunque se comunicaban muchas órdenes dadas por los oficia-
les de guardia y el contramaestre, apenas si se obedecía ninguna.
— ¡El dinamol ¡El dinamo que ha reventado! — oía gritar en mi
derredor.
Yo no supe má>. H iciendo un sobrehumano esfuerzo me incorporé
como pude, me arrastré á gatas hasta la toldilla, y allí vi las llamas
que partían de proa y que iban invadiendo todo el barco. Sentíamos
qae éste se hundía; me agarré con otros compañeros á un palo y sal-
tamos al primer bote que se soltó al agua, oyendo al abandonar el bi>que
otra espantosa, terrib'e detonación, que parecía iba á hacernos volar
por los aires. Sentíase también el ruido de varios cuerpos que caían al
agua.
Ya no sé más. El comandante y algunos oficiales faltaban del buque
desde el anochecer.»
508
Otros dos marineros del Maíne, heridos y salvados de la catástrofe
y conducidos al hospital de Alfonso XIII, refirieron el hecho con estas
pocas palabras, á los que les interrogaron acerca del siniestro:
—«Poco puedo decir á ustedes— manifest<5— por que sentir el ruido,
que me ha dejado sordo, y experimentar la fuerte sacudida y conmon-
ción que me arrojó al mar, todo fué uno. Estábamos acostados unos, y
otros desnudándose. Sonó la explosión y solo me di cuenta de que
conmigo cayó al agua un pelotón de hombres.» ij
El otro marinero dijo, que él y un grupo de sus compañeros esta-
ban en una de las cámaras centrales preparándose para acostarse, cuan-
do oyeron el estampido y sintieron la fuerte trepidación que se produjo
en elíbuque, y cuando quisieron salir, la cámara estaba casi anegada y
el techo de ella comenzaba á arder.
El que esto refirió había conseguido con grandes esfuerzos subir á
cubierta y sujetarse á un bote del Alfonso XII. Los demás compañe-
ros que con él estsbsn en la cámara perecieron todos.
*
if *
La noche era obscurísima, y esto, unido al estupor que produjo el
siniestro, hacía más difíciles y arriesgadas las operaciones de salva-
mento.
Téngase en cuenta, además, que en el Maine había mucha dinamita,
algunos torpedos y no pequeña cantidad de otros explosivos aún más
peligrosos, y así se comprenderá hasta dónde llegó la bravura y la ab-
negación de nuestros marinos que, despreciando y arrostrando tantos
peligros acumulado s en el buque extranjero; y apenas ocuri ida la catás-
trofe, larzáronse á los botes para prestar auxilio á los náufragos y sal-
var á los heridos de una muerte cierta.
509
Pocos segundos habían pasado después de la explosión, cuando el
comandante del crucero Alfonso XII ordenó que fueran lanzados al
agua tocios los botes de nuestro buque de guerra.
Con celeridad inverosímil cayeron los botes al agua y en ellos em-
barcó toda la marinería del Alfonso XII con los oficiales. Aquellas
frágiles embarcaciones tripuladas por valerosos españoles pronto rodea-
ron el casco del Maine. de cuyos costados y proa salía un torrente
de llamas.
Al resplandor de los reflectores eléctricos enfocados sobre el Maine
por el Alfonso XII, se distinguía á varios marineros del barco america-
no colgados en las vergas, demandando auxilio y rodeados por las lla-
mas que amenazaban devorarlos por momentos.
El cuadro era en extremo trágico, la escena dolorosa, imposible de
describir.
Como el fuego iba consumiendo los restos del buque, no podían
acercarse á él las embarcaciones de auxilio.
Los marineros españoles, á pesar de la lobreguez de la noche y de
los peligros que les rodeaban, echábanse al agua para salvar á los nor-
teamericanos que, heridos unos, abrasados no pocos y aterrados todos,
luchaban con las olas y con la muerte.
Así se pudo conseguir el salvamento de los que al ocurrir la catás-
trofe tuvieron tiempo de arrojarse al mar.
Algunos botes del Alfonso XU se colocaron al lado de la proa del
Maine, donde se habían refugiado algunos marineros americanos. Eitos
se arrojaron en brazos de nuestros marinos, los cuales los condujeron
inmediatamente á bordo de la nave española.
Otros fueron ccjidos cuando flotaban en las aguas medio shoga-
dos. Algunos tenían quemaduras tan horrorosas que al ser cojidos por
los españoles lanzaban terribles y lastimeros gritos de dolor.
Muchos de ellos estaban semi moribundos y en la cubierta del Al-
510
fonso Xn fueron asistidos y se les hicieroa las tristes y angustiosas ope-
raciones que con aquellos se practican para intentar tornarlos á la vida.
Ningún bote del Mainefaé echado al agía.
El comandante del crucero yanqui y 24 oficíales se hallaban en el
mjcnento de la explosión á bordo del vapor mercante de la matrícula
de Nueva Yoik Ciiy 0/ Washington, anclado algo másléjjsque el Al
fonso XII del sitio de la ocurrencia, desde la cubierta de cuyo barco
presenciaron los últimos el trabajo heroico de nuestros arrojados
marinos.
Poco después acudieron otros botes y lanchas de vapor del Arse-
nal y de la comandancia de marina, que contribuyeron eficazmente al
salvamento.
También maniobró con gran acierto la lancha cañonera Antonio
Lópe\ y prestaron servicio útilísimo los botes del transporte de guerra
español Lega^pi.
Más tarde, todos los botes y embarcaciones menores que existían
disponibles en el puerto, con gentes de mar, fuerzas de voluntarios,
tropas, bomberos y casi todas las autoridades, salieron inmediatamente
en auxilio del crucero Maine, para hacer sobre humanos esfuerzos por
la salvación del buque y, sobre todo, de la oficialidad y marinería que
lo tripulaban, conduciendo los heridos, todos americanos, á la Machi-
na, al Alfonso XII, al Lega\pi y al vapor mercante Ctty oj 'Was-
hington.
Noventa marineros norteamericanos fueron recogidos, todos con
heridas ó quemaduras.
Curados de primera intencionen el crucero Alfonso XU , en la
511
Machina, en las casas de socorro de los muelles y en algunos barcos
cercanos, fueron trasladados cuidadosamente por las ambulancias mi-
litares y los bomberos del comercio, que acudieron inmediatamente á
prestar tan humanitario servicio, á los hospitales de San Antonio y de
Alfonso XIII.
En esos centros benéficos se les atendió con la más exquisita y ca-
riñosa solicitud.
Componíase la dotación del buque dt 33 jefes y oficiales y 343
marineros.
Se salvaron el comandante Mr. Sigsbee, y toda la oficialidad, á ex
cepción de los dos únicos que se cree se hallaban en el buque, prestan-
do servicio de guardia ó vigilancia, en el momento de ocurrir la ca-
tástrofe.
El número de víctimas que ocasionó la voladura del Maine, fué de
238 tripulantes y dos oficiales, que en su mayoría perecieron ahogados
al ser lanzados al mar por el efecto de la explosión.
La mayor parte de los heridos que fueron conducidos á los hospi-
tales sufiían quemaduras^ siendo muy escaso el número de los que re-
cibieron heridas por golpe.
*
* *
La versión más autorizada respecto al origen del siniestro fué que
la explosión había sido consecuencia de un descuido, poco explicable
pero muy verosimil y posible en un barco de las condiciones del si-
niestrado, donde todas las operaciones de carácter mecánico que se
realizan en el material de guerra se llevan á cabo con grandes precau-
ciones, que, por lo visto, se desatendieron en aquel caso.
Según todos los indicios, la explosión se produjo por haberse efec-
512
tuado la limpieza de los torpedos y haber dejado á éstos mal dispues-
tos y en condiciones de un íácil y horroroso accidente, ó por una im-
prudencia de la marinería encargada del servicio de los torpedos.
Robusteció esta versión el haber dicho el cónsul Mr. Lee, que él
creía que la explosión había sido casual, añadiendo que el comandante
Sigsbee le había anunciado aquel mismo día que se estaba procediendo
en su buque á la limpieza y arreglo de los torpedos.
Otra de las versiones más acreditadas sobre el verdadero origen
del suceso, fué también la deque hizo explosión una de las calderas en-
cendida y destinada al movimiento del dinamo de la luz eléctrica, co-
municándose el incendio producido á la Santa Bárbara del buque y
verificándose la explosión de las municiones de guerra en ella acumu-
ladas, y entre las cuales, según se dijo, abundaba la dinamita destinada
á la carga de torpedos.
U;i tripulante del Maine manifestó su opinión de que la voladura
se produjo pñmero en el depósito del algodón pólvora destinado á los
torpedos.
El jefe del negociado de Navegación en el almirantazgo de Was-
hington, interrogado por un periodista, expresó una opinión semejan-
te, añadiendo que la circunstancia de no haberse ido á pique inmedia-
tamente el crucero, demostraba que la explosión no podía ser atribuí
da á la colocación de un torpedo debajo ó al costado del buque.
Díjose también que un contacto mal establecido en el dinamo que
producía la luz eléctrica, incendió los envolventes aisladores de los ca-
bles, el fuego se comunicó á los compartimientos de madera inmedia-
tos y á los depósitos de pólvora, y por haber subido rápida y violen-
tamente la temperatura en el recinto de la nave, explotaiou las cal-
deras.
Esta versión fué apoyada por los datos suministrados por los oti-
cialesdel crucero Alfonso XI J, vecino inmediato al Maine.
513 -
Según esa versión, poco antes de ocurrir la explosión advirtieron
los oficiales de guardia en el Maine, que se había iticiado un fuego á
bordo, á consecuencia de un circuito formsdo cerca de los dinamos que
fabricaban la luz eléctrica.
Convencidos de que era imposible atajar el incendio, se dispuso
que cinco guardias bajaran á la Santa Bárbara para inundarla de agua.
Los infortunados tripulantes lograron su objeto á costa de su vida,
AFUERAS DE MATANZAS
que sacrificaron, evitando con ello que la catástrofe; fuera mayor.
El crucero español Alfonso XII no sufrió aveiia alguna, á pesar
de que se hallaba á muy pocas brazas del Maine, lo cual sólo se explica
por el hecho de que la explosión tuvo lugar de dentro á fuera.
La gran resistencia del casco y blindajes, impidió que el vaso del
Maine fuera destrozado.
Volaron la cubierta, los compartimientos interiores, parte de las
máquinas y armamento, y cuantos objetos llenaban el acorazado. To-
dos ellos, convertidos en pedazos, fueron lanzados á gran altura y dis-
BlanCO 65
514
taacía, y algunos cayeron sobre otros barcos, causándoles averías,
aunque no de coasideraclón.
Los restos del Maine formaban una masa informe con las calderas
al descubierto, destrozadas las torres blindadas, no quedando á flor de
agua más que parte de la popa, donde se notaban averías, viéndose in-
tactos los cañones de tiro rápido y el proyector eléctrico, y mantenién
dose erguido un solo palo, en cuya cofa veíase un p?queño cañón de
tiro rápido.
La causa de no haberse sumergido totalmente el buque, fué debida
á que el Maine calaba 23 pies y el sitio de la catástrofe tiene de fon-
do 28.
La catástrofe produjo impresión hondísima en los Estados Unidos.
En España causó la noticia gran espectación, lamentando todos los es-
pañoles la trágica muerte de las desventuradas víctimas del siniestro y
aplaudiendo la conducta heroica y la abnegación laudable de sus vale-
rosos marinos.
CAPITULO XLI
España ante la catástrofe del Maine. — Dolorosa enseñanza. — Pérfidas insinuaciones. — ^Era de
presumir. — Acusación absurda. — Nuestra honradez sin tacha. — Sin explicaeiÓD. — Ope-
raciones en Oriente. — Las columnas Nario y Linares. — Encuentros y combates. — Pro-
pósitos del general Blanco. — Aspecto de la campaña. — El crucero Vizcaya en el puerto
de Nueva York. — Saludos y visitas. — El comandante señor Eulate. — Salida del Vizcaya
para Cuba. . .
N presencia de una catástrofe como la ocurrida el día 15
de Febrero en la bahía de la Habana, reivindicó la hu-
manidad sus imprescriptibles fueros y acalló la política
sus circunstanciales rencores.
Todo gran infortunio hace comprender á los pueblos divi-
didos por enemistades ó por emulaciones, que son miembros
't^ de una misma familia: de la familia obligada á luchar desde el
nacimiento hasta la muerte con las fuerzas naturales y conde-
nada á pagar en sudor, en sangre y en lágrimas, su derecho de tránsito
por el mundo.
Abierta siempre á esa generosa solicitud, ha estado siempre el
alma española. Y en presencia de la catástrofe del Maine lo estuvo
igualmente sin distinciones y sin reservas.
Nuestra hidalga nación, al contemplar con tristeza las víctimas y
los destrozos causados por la voladura del Maine, no se acordó para
nada de sus desavenencias con los Estados Unidos.
516
Luego volvería á defender coitra todo y contra todos lo que era
legítimamente suyo.
En aquellas tristes circuastancias no sintió más que leal y sincera
conmiseración ante la inmensa y espantosa catástrofá.
Prueba de ello ofrecieron le s telegramas que se trasmitieron de to"
das las provincias.
España toda, respetando el dolor ageno, se envaneció del noble
heroísmo con que nuestros marinos, soldados y bomberos acudieron,
no bien oída la explosión, en auxilio del buque norteamericano.
A riesgo de la vida propia rescataron las de muchos infortunados
que estaban á punto de perecer entre el mar y el incendio; arrebataron
los cadáveres á la voracidad de los tiburones, y no cesaron en la peli-
grosa tentativa de salvamento, hasta que el Maine, desp^da/ado y con-
sumido por las llamas, se fué á pique.
¡Bien hayan los españoles que de tal modo supieron interpretar los
sentimientos y honrar las tradiciones de España!
Horas antes de que sucediese el desastre, aquel buque representa-
ba para ellos, si no un enemigo declarado, un testigo impertinente y
un huésped sospechoso.
Después de la voladura, nadie reparó en la intención ni en la ban-
dera. Desvanecidos ú olvidados al punto los recelos de hostilidad ó de
malevolencia, los extranjeros se transformaron en prójimos, y los in-
trusos se convirtieron en hermanos.
Las autoridades, la marinería, la guarnición y el vecindario de la
Habana, procedieron en aquella triste ocasión de manera que nos satis-
fizo y nos enorgullece.
Los tíipulantes del Maine que sobrevivieron al desastre, encontra-
ron leal hospitalidad en la capital de Cuba. Los que perecieron en el
siniestro, tuvieron respetada sepultura en aquella tierra y en aquellas
aguas siempre españolas.
517
España pasó la espada, que se le obligaba á tener desnuda, á la
mano izquierda, y tendió la derecha, no á los qu3 la agraviaban, sino
á los que lloraban.
*
* *
La Providencia del creyente, ó el acaso del ateo, elige en ocasio-
nes términos muy dolorosos para la enseñanza de los pueblos.
£n página por desdicha orlada de luto, mostróse ante los Estados
Unidos cuan legítimamente blasona España de hidalga y alardea de
noble.
Vecinos de fondeadero el Maine y e\ Alfonso XII, mirábanse como
próximos enemigos. Visto el crítico estado de las relaciones internacio-
nales, más de una vez cruzaría por la mente de nuestros marinos la
posibilidad de un zafarrancho de combate, y más de una vez imagina-
rían empeñado terrible duelo á muerte donde los cañonazos se dispa-
rasen á quemaropa; pero la desgracia del adv.rsario trocó todas aque-
llas previsiones y aquellos pensamientos, en maniobras de salvamento
y en arriesgada empresa de humanidad.
En tanto que los oficiales del crucero norteamericano contempla-
ban desde el puente del vapor Washington, en nuestro barco de guerra
Alfonso XII arriábanse los botes, y los marinos y marineros españoles,
descuidados de todo temor é impelidos por una idea noble y generosa
dictada por sus sentimientos de humanidad, llegaban al casco incen-
diado y medio sumergido del Maine para recoger y amparar á los náu-
fragos y á los heridos.
Triste, pero elocuentísima lección que no debieran haber dado al
olvido los yankees, que tanto han denostado á España como vengativa
y cruel. La misma mano que ellos suponían tinta en sangre de inocen-
518
tes mambises, y que súa suponen, — ¡oh, blasfemia!— f autora del si-
niestro, fué la primera que se alargó para sostener al que sucumbía,
para salvar al que estaba á punto de parecer, y restañar las heridas que
en la explosión sufriera.
Esta hermosa y levantada conducta con que de nuevo honraron
la patria bandera nuestros valerosos marinos, pressnciáronla desde la
borda del Washington los oficiales del Maine, testigos irrecusables
para la o^miów jingoísta, de que es tan evidente la nobleza de los im-
pulsos españoles, como injustificados los dicterios y calumnias lanza-
dos contra nosotros.
Ante el espantoso siniestro de la bahía de la Habana, sólo cupo
un movimiento de sincero y leal pesar, y un aplauso muy entusiasta,
muy caluroso, para la dotíción del Alfonso ^// y para todos cuantos
se portaron en la catástrofe como buenos españoles.
Las pérfidas insinuaciones echadas á volar por algunos periódicos
norteamericanos, respecto de las causas que hubiesen podido originar
la voladura del Maine, no nos maravillaron ni nos dolieron.
Era lo que nos quedaba por ver; pero con ello contábamos.
Aparte de la tensión nerviosa que reinaba en los Estados Unidos
de igual manera que en España, había allí, para todo lo que á Cuba con-
cernía, un depósito de fermentos extraños, de ásperos apetitos y de ma-
las pasiones, en el cual necesariamente tenían que germinar y desarro-
llarse las más viles sospechas y las calujinias más injuriosas.
Era de presumir. Ni el noble sentimiento de pesar revelado en la
Habana y en España toia por la catástrofe del Maine; ni el valor y ab-
negación de los marinos del Alfonso XII 2\ desafiar mortales peligros
i
i
%.
519
por salvar á los náufregos y á los heridos; ni la gratitud obligada por
tantos piadosos cuidados y tanta noble solicitud, pudieron triunfar del
duro egoísmo yanke y déla implacable mala fé de los j'ingoes.
Era lo que nos quedaba por ver; ya el nombre de España, de esta
España tan leal y que ha luchado siempre cuerpo á cuerpo, sin tener en
su historia páginas como las que cuentan los Estados Unidos en el caso
memorable de nuestro Araptles, anduvo llevado de lengua en lengua
vankee, al lado de sospechas que, ni aún para rechazadas, merecerían
consigaación alguna en un libro español.
Fué, en fin, lo único que nos quedaba ya por ver: los enemigos im-
placables de España que, no contentos con la obra realizada en Cuba
protegiendo alijos y envalentonando y prestando ayuda á la insurrec-
ción, quisieron todavía ponernos el Inri de infamia, dando á entender
al mundo cómo en la tragedia del Maine se adivinaba nuestra mano y se
sorprendían ruestra intención malévola y nuestrossentimientosdeodio.
Tampoco nos cogió de nuevas, aunque el hecho revestía mayor
graved:;d, la ligereza con quedos ó tres miembros de la Comisión de
Relaciones exteriores del Senado norteamericano, se adelantaran á ex-
presar dudas y formular reticencias, no por absurdas, menos ofensivas.
No hay que entrar en disquisiciones especiales para demostrar la
absurdidez de toda acusación contra nuestra honradez. Ya hemos indi-
cado la imposibilidad de achacar á un agente exterior la causa de la
catástrofe; de haber explotado un torpedo al costado del Maine hubié-
rase éste ido a pique, probablemente sin incendio, y en todo caso, pro-
ducié adose el incendio con posterioridad á la explosión. Y una de las
cosas más y mejar averiguadas es que la explosión fué lo último y el
520
incendio lo primero; esto es, que la primera fué confecuencia, no cau-
sa, del segundo.
Los más expertos y autorizados marinos y todos los hombres de
ciencia de todos los países fueron de opinión de que la catástrofe, por
todas las circunstancias de que apareció rodeada, fué puramente casual,
y su origen un gccidente interior del buque.
La hipótesis de que alguien, deseoso del conflicto entre las dos
naciones, hubiese aprovechado las sombras de la noche para colocar
bajo el Maine un torpedo, es también inadmisible; poique según pudo
observar todo el mundo, el explosivo en sitio del barco, á donde no
alcanzaban sus fuertes defensas, hubiera destrozado el casco y producido
el naufragio casi instantáneamente. Además, el accidente se originó
hacia la proa, y en la proa había un centinela, el cual hubiera visto la
lancha ó el bote que se acercaba y habría dado la voz de alarma, y nada
de eso hubo.
Ua torpedo no se coloca aa como quiera.
Agradecemos ahora la probidad y rectitud con que la opinión uni-
versal demostró conocer y apreciar nuestros sentimientos. Ni entonces,
ni alora, ni nunca, nos cuidamos ni nos cuidaremos de lo que inven-
tara qi acaso invente y diga un pueblo desconocedor de toda clase de
virtudes, que ha de seguir, sin duia, desconociéndonos é injurián-
donos.
Nada hemos de decir que se parezca á una defensa: hay injurias tan
rastreras y miserables que no merecen otro castigo que el desprecio.
Una sola cosa debemos advertir, sin embargo, para uso de los ig-
norantes y agiotistas yankees que se asociaron con los filibusteros de
Cuba.
La nación española, al deplorar con el alma la catástrofe del Maine,
los marinos, soldados y bomberos de la Habana al exponer su vida pa-
ra salvar á los que estaban á punto de perderla; el vecindario en masa
521
déla capital de Cuba acudiaado respetuoso y conmovido al entierro de
las vi L;timas; el gobierno central y el insular, al enviar testimonio de
afjctucso fé.ameal de Washington; los periódicos con sus manifesta-
ciones de no fiagido y sincero duelo, y las gentes todas de la Península
al dar por un momento al olvido querellas y agravios qu3 de tiempo
atrás las apasionaban, obraron así, porque así se lo dictaba el corazón,
no para halagar á nadie, ni pira imponer á nadie ninguna clase de
agradecimiento.
CRUCERO *DON JUAN DE AUSTRIA»
España, al tender la mano á las víctimas de un fortuito desastre, y
al saludar con respeto á otra nación castigada por el infortunio, no hizo
más qu3 satisfacerse y honrarse á sí misma.
Por ello, remediado en cuinto fué posible el daño, curados los he-
ridos y sepultados los mu3rtos, cada cual volvió á emprender el camino
á donde el honor y el deber le llamaran.
España no puede admitir el caso de explicación alguna en el asunto
del Maine. Ua pueblo de caballeros no tiene que explicar lo que no
4eji lugir á duda ni ante Dios ni ante los hombres.
Blanco 6S
522
Siguiendo el movimiento iniciado en el departamento O iental y
obedeciendo á la operación combinada contra las paitidas reunidas al
mando de Calixto García, la columna Nario se dirigió el día 7 por San
Fernando y Horqueta, con igual objetivo que las fuerzas mandadas por
Linares, sosteniendo combate e¡ 8 en Margarita, el 9 en la Horqueta y
el 10 en Aguas Verdes, donde se reunió con aquellas fuerzas.
Puestas en marcha ambas columnas encontraron y destruyeron nu-
merosas trincheras y algunos cfmpamentos enemigos, ocupados por
fueiz-.s insurrectas.
En los sucesivos combates que nuestras columnas sostuvieron con
el enemigo para desalojarle de sus fuertes posiciones, las pérdidas de
éste fueron numerosas, porque se les atacó y batió en algunos puntos
de revés ó por los flancos, habiéndose recogido 21 muertos, 18 arma-
mentos y numerosos efectos de guerra.
La operación costó en su totalidad á nuestras columnas, según el
parte oficial, las siguientes bajas: dos capitares, cinco oficiales y ua
médico heridos, y 1 1 soldados muertos y 84 hjiiios.
El general en jefe recomendó íl ministro en su paite cñcial el biza-
rro comportamiento de las tropas que tomaron parte ea la operación
combinada, al recorrer 1.9 leguas, sosteniendo combates y penetrando
en lugares hasta entonces inexplorados.
En otro extenso telegrama, recibido en el ministerio de la Guerra
el día 19, el general Blanco dio cuenta del curso de las operaciones ea
el departamento oriental y de los propósitos que tenia de vigoiizar la
guerra cDntra el enemigo.
El capitán general de Cuba se felicitaba del aspacto de la campafia.
523
Nuestros soldados domiaaban en territorio donde hasta hacía poco
tío habían entrado. Las partidas insurrectas de Oriente no presentaban
combate, sino que huían desalentada?, y las tropas habían destruido las
guaridas que =e habían fabricado.
El g^'ntral Blanco explicaba su plan de campaña, que, como es na-
tural, lo reservó el GDbierno; pero se supo que el general en jefe del
ejército de operaciones en Cuba esperaba mucho de las operaciones que
se iban á emprender.
Se estaban ultimando los preparativos para enviar á O.ientd con-
siderables refuerzos sacados de las provincias occidentales de la isla.
El general Barnal se encargaría del mando de una división inde •
pendiente destinada á operar en la provincia de Santiago.
D¿1 mando de Pinar del Río faé encargado el general Hernández
de Velasco.
*
* *
A las cuatro y quince de la tarde dil i8 llegó el crucero español
Ví^^caya á la vista del puerto Je Nueva York.
Poco después cambió los saludos de costumbre con los fuertes d;
la plaza, y el buque de guerra español entró en el antepuerto escoltado
por remolcadores del Estado, que conducían á bordo considerable nú -
mero de marinos.
A petición de las autoridades navales, las autoriladas de policía
adoptaron to las las medidas imaginables para impedir que corriera pe-
ligro alguno el barco español.
A cau-a de fuerte cerrazón de niebla que reinaba é impedía la en ■
trada del acorazado en el puerto, fondeó y permaneció en Sandy Hook
hasta las dos de la tarde del 20.
b2i
A dicha hora, y desaparecida la cerrpzón de niebla, levó anclas y
entró en el puerto, disparando 21 cañonazos y fjndeando en Tomp
Kingsvile Island, cerca de Maimen Docteur.
Devotvió el saludo á nuestro acorazado el caitillü William.
Dos vapores, á cuyo bordo iban nouchos periodistas de la capital y
corresponsales de los de Washington y del extranjero, rodearon inme-
diatamente al Vizcaya; pero, como era natural, tinguno de ellos logró
ponerse al habla con los tripulantes del buque español.
En los muelles presenció la entreda del Vizcaya inmenso gentío.
Las fortalezas inmediatas á los muelles veíame coronadas por los solda-
dos que la: guarnecían, y muchos centenares de espectadores situados
en State Müle ocupaban ambas orillas del río.
Piacticada la vi^ita sanitaria al buque, pasó á bordo la autoridad
marítima, siendo recibida con respetuosa consideración.
Hablando de la catástrofe del Maine, el comandante del Vizcaya,
señor Eulate, dijo:
«—Nuestros corazones están embargados por amaigi pena, desde
qae h;müs sabido la terrible catástrofe del acorazado Maine y la dolo-
rosa pérdida de su valiente tripuh ción. Entre todos los marinos del
mundo existen siempre profundís simpatías, y nosotros, que amamos á
este gran país, nos asociamos sinceramente ásu profundo pesar, sintién-
donos contentos de hallarnos aquí en estos instantes, para tomar parte
tn su pena y compaitir con la nr ción el acerbo dolor que embarga su
ánimo.»
El señor Eulate declinó, agradeciéndolo?, los ofrecimientos de una
vigilancia especial por parte de la policía americana.
A la una y media déla tarde del 25, cambiadas quehabísn sido las
visitas de lúbrica entre el comandante y la oficialidad del VÍ7¡^caya y
las autoridades civiles y militares de la plaza, abandonó^ nuestro crucero
el puerto de Nueva Yoik, escoltado por una de las lanchas de vapor de
la policía del puerto, haciendo rumbo á la isla de Cuba.
i
CAPITULO XLIl
Preparativos bélicos. — La apatía de nuestro Gobierno. — Recelos y desconfianza. — Propósitos
del gobierno de los Estados Unidos. — Rudo combate. — El comandante Pedro Rivera. —
Tarios encuentros. — Estado de la insurrección en Oriente. — Ataque ó incendio del inge-
nio Cañamago. — ^Heroica defensa. ^El soldado Antonio Cruz Villegas. — Columna de au-
xilio.— Batida y derrota de Bethancourt. — ÍToticias de Manzanillo. — Los propósitos de
los rebeldes. — Optimismos y confianza. — Impresiones favorables. — El dilema. — Manifies-
to del cabecilla Massó. — El gobierno insurrecto. — Campaña alarmista. — MacKinley
dictador.
5*
I las noticias que transmitían los corresponsales de la
prensa española en Washington y Nueva Yoik, ni las
que á diario venia publicando toda la prensa de Eu-
ropa y América respecto á los preparativos que con
inusitada rapidez se llevaban á cabo en las dependencias del
ministerio de Marina de los Estados Unidos, sacaban á nues-
tro gobierno de su paso y su apatía.
Aún después de conocerse perfectamente y con absoluta
exactitud cuantos actos se realizaban, obedeciendo á un plan
aprobado por el gobierno yankee, uno de nuestros ministros decía ante
varios periodistas que las alarmas de los periódicos españoles sólo re-
flejaban las exageraciones que estampaba en sus columnas la prensa
sensacional de la América del Norte.
«—Hoy más que nunca— añadió— estamos persuadidos de que el
526
gabinete de Washington desea y hará cuanto esté en su mano por
conseguir que no se alteren las excelentes relaciones que mantienen
ambos gobiernos.
«El de los Estados Unidos— prosiguió diciendc—y especialmente
Mr. Mac Kinley con su actitud enérgica, ha co iseguido que las Cáma-
ras releguen para mejor ocasión las proposiciones de unos cuantos
partidarios de los filibusteros, y que en la opinión se vaya marcando
más y más la tendencia á confiar en la obra del gobierno, que es el
primer interesado en la bu;na marcha de los asuntos públicos.»
A pesar de estas afirmaciones, otros individuos del Gobierno no
dejaban de reconocer que en los Estados Unidos se realizaban algunos
preparativos, aunque suponían que estos obedecieran á órdenes circu-
ladas hacia tiempo.
Igualmente oyóse afirmar á otra personalidad del Gobierno que
era preciso á todo trance dar un rudo golpe á la rebelión cubana antes
de que comenzase el peiíodo de las lluvias, porque en otro caso Espa-
ña experimentaría daños incalculables . ^
Da ahí que se viera con recelo lo que sucedía á la sazón en la capi-
tal de la isla, donde las pasiones se agitaban con más calor que los
impulsos del pati ictismo bien entendido, dificultando la obra de la pa-
cificación á que todos debían contribuir en la medida de sus recursos.
Noticias de origen autorizadísimo afirmaban, que si en Miyo no se
había conseguido adelantar en esa obra, el gobierno de los Estados
Unidos intervendría para lograrlo, con ó sin el permiso de España.
A la f jcha, lo que hacía era dar la-^gas al asunto por propii conve
niencia, para ponerse en condiciones de imponer su criterio, si no con
notas, con otros argumentos más convincentes.
Y entretanto se procuraba endulzar la somnolencia de nuestro
gobierno con frase; de amistad y cortesía, que aquí recibían nuestros
m nistros como testimonios fehacientes del respeto y consideración qus
527
nos profesfiban los que no perdonaban ocasión de demostrar que igno-
raban Jo que son estas cosas.
*
* *
En la íegunda decena de Febrero los rebeldes tuvieron 158 muer-
tos y 9 prisioneros. Además se presentaron á indulto 132.
Nuestras bijas fueron, 49 soldados muerto?, 11 oficiales y 187 sol-
dados heridos.
En Las Villas, jurisdicción de Sancti Spíritus, fuerzas del batallón
de Arapílf s y movilizados de Camajuaní batieron en Caunao, Vueltas
de Tamarindo y Buenos Aires á las partidas reunidas de Ñapóles, Ci-
rrillo y Miraba], que sumaban unos 2c o hombres.
Nuestras tropas les hicieron 23 muertos y un prisionero, cogiéado-
les 75 caballos y municiones.
La columna Altolaguirre marchó en su persecución, causándoles
otros siete muertos y apoderándose de 48 caballos y cinco armamentos
completos.
El general Pando había llegado á Manzanillo, donde preparaba
las operaciones de Oriente.
El batallón del Infante salió de Candelaria, racionado para cinco
días, á operar en combinación con tropas de Canarias y Gerona, al
mando del coronel señor Balbas.
La conjunción de estas fuerzas, según las órdenes dictadas, debía
verificarse en los montes de El Mulo.
Al llegar el batallón del 1 oíante á Santa Paula encontróse con las
partidas de Mayía Rodriguez y Perico Diaz, situadas en posiciones ex-
celentes y muy favorables para la defensa.
Empeñado combate, nuestros soldados ca'garon varias veces sobre
528
el enemigo, el cual resistía con tenacidad. Al frente de las fuerzas de la
extrema vanguardia, dirigiendo personalmente el ataque, iba el coman-
dante don Pedro Rivera.
En un momento en que los rebeldes lograron interponerse entre
aquella fuerza avanzada y el resto de la columna, vióse el comandante
Rivera cercado de insurrectos que le intimaban la rendición. El pun-
MAMBI CONDUCIENDO UN CADÁVER
doncro50 jefe, dispuesto á no ceder ante el número ni á rendirse, de-
fendió su vida con heroísmo, muriendo al cabo cubierto de heridas. Casi
simultáneamente recibió un balazo en la boca y otro en el corazón.
Exaltada la tropa por la pérdida de su comandante, se revolvió
con ímpetu sobre el enemigo y pudo recoger el cadáver del bravo jefe
señor Rvera, que fué conducido con los soldados que con él perecieron
en el combate á Aranjuez, donde recibieron cristiana sepultura.
Los heridos, en número de diez, entre ellos un cficia', fueron lle-
vados á Candelaria.
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Blanco 67
530
* ♦
Seguían merodeando por la provincia de Pinar grupos rebeldes,
perseguidos activamente por nuestras columnas.
El batallón de Vj^lencia y escuadrón de Villaviciosa tuvieron un
encuentro con la partida de Payaso en Guama y Laguna Larga, hacién-
dola diez muertos y cogiendo tres armas.
La columna tuvo un oficial y dos soldados heridos.
Según informes que nos trasmitió el día 24 nuestro celoso corres-
ponsal en la Habana, recibidos por conducto fidedigno, acerca del estado
déla rebeldía en las orillas del Cauto, las partidas insurrectas que in-
festaban ha^ta hacía poco aquella regidn oriental, se habían retirado
hacia el intericr, y en seis leguas de extensión por ambas orillas del
río, no se había encontrado un solo rebelde.
Debido á ello, la columna del coronel Te jeda pndo llegar sin no-
vedad á Victoria de las Tunas. Esto no había sucedido desde que co-
menzó la rebelión. '"^
En Lfs Villas, una partida de 500 hombres, al mando de los cabe- |
cillas Regó, Núñez y Biavo, atacó y quemó en la noche del 18 el in-
genio de Cañamago, propiedad de Smith Fischer, que estaba molien-
do y cuya zafra se calculaba en 20.000 sacos. S
Custodiaban la finca 25 soldados del batallón de Cataluña y 18
movilizados, al mando del teniente don Juan Vicente Pau.
La defensa fué brillantísima, como lo demuestra el hecho de que
al llegar en auxilio de los asediados el batallón de Antequera, enviado
desde Trinidad, solo quedaban en uno de los fortines que rodeaban la
finca tres cartuchos.
Gracias á esta defensa, los rebeldes no pudieron consumar su obra
destiuclora.
I
531
Elogióse el bravo comportamiento del soldado Antonio Crvz Vi-
llegas, que mandaba el pequeño pelotón encargado de ladefeosade uno
de los fortines. Heridos todos ellos, menos uno, el valiente Villegas
siguió resistiendo, á pesar de haber recibido una herida de bala explo-
siva.
Rodeado por los rebeldes el fortín, amenazaron con pegarle fuego
si sus defensores no se rendían, pero el animoso Villegas se negó á
entregarse.
Entonces varios mambises se acercaron al fuerte y lo rociaron con
petróleo. Momentos después destacóse de entre ellos uno, armado de
encendida tea para pegar fuego al reducto. Villegas dejóle acercarse y
en el momento supremo de ir á aplicar la llama al muro rociado con el
itflamable líquido, disparó contra él su fusil, haciéndole rodar por el
suelo. Esto coincidió con el toque de retirada del enemigo, debiendo á
esta circunstancia su salvación el valeroso soldado y sus compañeros.
Las fuerzas que acudieron desde T iniJad en auxilio del ingenio
persiguieron en su huida á los rebeldes, dispersándolos y causándoles
cuatro muertos, que recogieron.
El destacamento tuvo 14 muertos y varios heridos; las pérdidas
materiales en el ingenio se calcularon en aao.ooo pesos.
***
La columna del general Molina, formada por el batallón de María
Cristina y movilizados, batió en las lomas Purgatorio (Matanzas) á la
partida de B,thancourt, causándole muchas bajas.
Las tropas recogieron el cadáver de un titulado comandante rebel-
de; las bajas de la columna íueron tres sodados musrtos y 13 heridos,
entre éstos el teniente don Joié Saavedra.
532
De Manzanillo, donde tenía establecido su cuartel general el gene-
ral Pando, nos comunicaron el día 24 los siguientes informes:
A consecuencia de haber sido elegida aquella población como base
de las operaciones que habían de emprenderse en Oriente, el general
Pando consagraba su actividad á la organización de esta fase de la cam-
paña, á cuyo efecto organizaba fuerzas y acumulaba provisiones, á fin ^
de que no se demorase más tiempo la ofensiva.
Da su plan de campaña formaba parte la construcción del ferroca-
rril de Cauto El Embarcadeio á Biyamo; y de cumplirse las instruccio-
nes que se hibían dado para la realización de obra tan importante,
estaría terminado el ferrocarril antes de la fecha señalada. Así se decía
entre las personas afjctas al cuartel general.
Las impresiones recogidas por nuestro comunicante respecto de
otros aspectos de la situación, eran en extremo consoladoras, admitién-
dose allí la posibilidad de que ocurrieran sucesos satisfactorios por la
vacilación que se observaba en el enemigo, que habría de aumentar con
la campaña activa que había de comenzar en cuanto estuvieran ven-
cidas las grandes dificultadea que habían ofrecido el aprovisionamiento
y demás servicios auxi.iares de la campaña.
La salud del soldado había ra jjrado bastante, y la división del
general Aldave, situada á orillas del río Cauto, solo había tenido 4^0
enfermos en los dos últimos meses.
***
Los informes de nuestros colaboradores y corresponsales en el
teatro de la guerra confirmaban el propósito de los rebeldes, de atraer
fuerzas hacia las provincias del Cjitro y Occidente de la isla, favore-
ciendo así á los insurrectos orientales.
533
Los diarios combates en Pinar del Río y Matanzas, el ataque y
destrucción de un importante inganio en Las Villas, evidenciaban esos
propósitos, demostrando también que la casi pacificación era ficticia .
Estos episodios, aunque desagradables, no impedían que todas las mi
radas se fijasen en Oriente, porque allí era donde estaba el núcleo de
la insurrección, y para el término de la seca en aquella zona faltaban
escasamente dos meses.
Los informes que nos trasmitieron desde Mmzanillo y la impresión
optimista de nuestro comunicante, tenían un sabor agradable y acusa-
ban en las esferas oficiales de Cuba cierta confianza de próxima des-
composición en las filas insurrectas.
Mas, como desde hacía tiempo venían circulando rumores que, por
desgracia, no se confirmaron, no íuera discreto confiar demasiado en
esas impre. iones halagüeñas; las recogimos, sin embargo, como Iss
hemos recogido siempre, con el vivo deseo de que tuvieran inmediata
confirmación.
Desde Nueva Yoík insistíase en desautorizar los pesimismos funda-
dos en la inminencia de una ruptura de relaciones entre el gobierno de
Washington y el de Madrid. A la fecha, y á pesar de los trabajos de
los jingoístas, la situación continuaba inalterable, y el gobierno ame-
ricano, preparándose sin duda para el porvenir, no quería suscitar
ningún conflicto.
Inspirónos legítimo orgullo el noble proceder de nuestros marinos
del Vizcaya: su bizarro comandante, desdeñando las mal encubiertas
amenizas del filibusterismo, no quiso abandonar el puerto de Nuiva
Yoik con sospachoso apresuramiento, dando ejemplo de serenidad y
prudencia que le gracjeó las simpatías y el respeto de las autoridades y
elementos sensatos de Nueva Yoik.
Los espíritus impresionables que en la noche del 24 pudieron creer
que no transcurriría veinticuatro horas sin que se hubieran roto las
534
hostilidades entre España y los Estados Uniios, tan densa y tan carga-
da de pesimismos era la atmósfera que se respiraba en los círculos polí-
ticos y tan alarmantes los rumores que por la tarde circularon en la
Bolsa, despertaron al día siguiente bf jo más favorables impresiones y
por parte alguna se descubría, aun buscando con prolijidad, el motivo
cierto de la alarma.
* ♦
En efecto: cualquiera que fuese la explicación dada á aquellas ráfa-
gas de pesimismo que el día citado pasaron sobre nosotros, es induda-
ble que en las relaciones de España con los Estados Unidos no se habría
originado durante aquellos días ningún nuevo conflicto, ni siquiera
ningún nuevo rozamiento.
La información sobre el asunto del Maiiie que se suponía contrario
al inteiés español, no se había redactado todavía; el llamamiento de los
oficiales de la marina norteamericana, se desmentía de la manera más
categórica posible; y cuanto á los aprestos militares de que se venía
hablando, en España con respecto á los Estados Uaidos y en los Estados
Unidos con respecto á E>p8ña, resultó, bien averiguadas las cosas, que
no había sino lo que ya conocíamos tiempo hacía: que allí se trabajaba
en la medida propia de un pueblo rico y previsor y aquí tan dismayada-
mente como es costumbre de haciendas pobres y de gobernantes impre-
visores.
Apreciando la situación con absoluta frialdad, hemos de consignar
aquí nuestro convencimiento de que, á la f¿cha, no habia á la vista
ningúa motivo de inmediata ruptura con la gran República federal. El
asunto del Maine no daría lugar á reclamaciones ni querellas, por am-
i
I
535
biguo que fuera el informe de la comisión técnica; el Viicaya había sa-
lido de Nueva York sin que los laborantes consiguieran sacar partido de
su presencia en aquellas aguas, y Mr. Woodford continuaría aquí hacien-
do y recibiendo visitas de cortesía, dando y aceptando banquetes masó
menos expansivos, sin que sobreviniera incidente alguno que no pu-
diera ser orillado pronta y fscilmente.
Pero también estábamos convencidos de que subsistía la causa fun-
damental de conflicto entre ambos países y de que no tardaríamos eu
llegar á una situación que exigiría de nosotros soluciones definitivas,
porque entonces no podríamos rehuir una de dos cosas: ó guerrear con
los Estados Unidos ó ir de acuerdo con ellos á la liquidación del pro-
blema.
Para ese momento se preparaban allí trabajando con febril activi-
dad en las fábricas y en los arsenales, mientras aquí aguardábamos crú-
zalos de brazos.
Indudable era, además, que allí había un propósito definido, un ob-
jetivo trazado por la voluntad de todos los políticos americanos, en
tanto que los nuestros ni siquiera se tomaban el cuidado de persar lo
que debeiía hacer Espeña el día que fuera conminada á resolver la
cuestión de Cuba,
***
El periódico radical La Discusión publicó el día 25 un Manifiesto
firmado por el cabecilla Mas.só, presentado á indulto én Placetas.
En ese documento hacía Massó un llamamiento á sus antiguos ca-
marades de la manigua, para que reconocieran la legalidad vigente en
Cuba.
536
«Reconocida la personalidad déla colonia— decía Massó — la guerra,
más que contra España, resulta contra los mismos cubanos, porque
con ella no sólo pierden la vida sino que se extingue la riqueza del
país.»
Nuestros telegramas del 25 acusaron mayor actividad en las opera-
ciones militares del departamento Oriental y un éxito conseguido por
las tropas que dirigía y mandaba el general Jiménez Castellanos en la
N jasa, antigua residencia del gobierno insurrecto.
El bizarro general penetró resueltamente por la Nfjasa y aunque el
enemigo opuso seria resistencia, tuvo que abandonaren poder de nues-
tras tropas sus campamentos y los hospitales que tenía instalados en
Santa Rufina, dejando en el campo varios muertos y retirándose con
numerosas bijas.
El titulado gobierno insurrecto parecía preocupado con el avance
de nuestras tropas, y temeroso de represalias prohibió que se maltratase
á los soldados prisioneros, teniendo en cuenta la conducta humanitaria
de nuestro ejército hacia los rebeldes, y ordenó también que se respets-
se las propiedades de todos los pacíficos, mandando que se destruyeran
sólo en el caso de que se aproximasen las tropas, para privar á éstos de
alojamientos y provisiones.
Díjose que estos mandatos habían producido gran descontento en
las filas rebaldes.
Al propio tiempo que en el Camagüey, se estaban organizando ope •
I aciones de importancia por las divisiones del ejército que operaban en
las jurisdicciones de Santiago de Cuba, Holguín y Manzanillo.
La depreciación de los valores en las Bilsas americanas á conse-
cuencia de los rumores de un probable rompimiento de hostilidades,
indujo al presidente MicKtnley á contrarrestar la campaña alarmista
de la piensa, enviando á Nueva Yoik á Mr. Ilanna, su confidente é
inspirador desde hacía años.
537
Por primera vez había llegado Mac Kinley á formular la amensza
de interponer su veto contra cualquier resolución premeditada de las
Cámaras yankis, y á manifestar su deseo de dirigir por si la política in-
ternacional, negándose á marchar á remolque de los jingos.
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LA COLUMNA DEL GENERAL CASTELLANOS CONDUCIENDO LOS HERIDOS
DESPUÉS DEL COMBATE DEL POTRERO «PERALEJOS»
Ahora bien; ¿esa actitud del presidente de la gran República, po-
día interpretarse como favorable á Españs?
No faltó entre la grey ministeiial quien la interpretara en ese sen-
tido; pero muy pronto los hechos vinieron á desvanecer esas esperan-
zas, y á evidenciar la hipocresía y falacia del huésped déla Casa Blanca.
Blanco 68
CAPITULO XLIII
Las palabras y los hechos. — Nuestro Gobieroo. — Remembranzas. — La opinidn. — Las opera-
ciones en el Camagüey. — Avance de la columna. — El enemigo batido y disperso. — El
combate de San Andiés.^El heroico teniente señor Perojo. — En la N.ijasa. — Nuev
combate en el potrero uPeraltjop» — Las bajas del enemigo. — El parte oficial. — Elogios
al general Jiménez Ca(-tellflno9.— Moviroierto de tropas. — Expectación. — La actividad
de nuestras ciihimnas.— Anuncio de operaciones. — Confusión. — Tregua. — Sin temor á
complicaciones.
lERTO era que Mr. Mac-Kinley reiteraba á la continua
protestas de amistad y de pacíficos propósitos; pero no
era menos evidente, que distanciados los hechos de las
palabras, en tanto que el presidente de la gran Repú-
blica nos brindaba afectos, aguzaba el puñal con que había de
herirnos, y al mismo tiempo que se hablaba de soluciones de
concordia, aprovechábanse hasta los Domingos, caso en los
Estados Unidos inusitado, para activar el trabajo de los arse-
nales, y se llamaba con perentorio plazo á los marinos ausen-
tes de los buques donde prestaban servicio.
¿Podíamos creer que quienes habían hecho cuanto hsbía sido pre-
ciso para impedir la pacificación de Cuba, que los organizadores de
expediciones y de socorros á los filibusteros, que los que habían co-
municado aliento á la rebeldía con el envío de barcos, expresaran sin-
ceramente sus opiniones y sus sentimientos hablando de paz y proce-
diendo en guerra?
539
Los que tal pensaran eran descendientes directos de aquellos per-
sonajes de la corte de Carlos IV que, presumiendo de cultos y enten-
didos, aplaudían la entrada de las águilas napoleónicas en nuestras pla-
zas fuertes.
A despecho de optimismos sin justificación posible, lo que apare-
cía con una claridad que sólo los ciegos dejaron de percibir, era que los
Estados Uaidos mantendrían la insurrección antillana hasta la época
de las lluvias, y que llegado ese momento nos plantearían el problema
de la independencia de la isla. Y aúa cuando este segundo término no
surgiera, que entendimos siempre que surgi ía, y, en efecto, surgió,
fuera bastante el prolongar la lucha en Cubp, cosa que á poca costa lo-
graban los Estados de la Uaión, para que España no pudiera prose-
guir en el camino que la empobrecía y aniquilaba.
Por consiguiente, ya íuera para afrontar el conflicto si se nos plan-
teaba, ya para buscar una solución en la cuestión cubana si los Estados
Unidos trataban, por los medios de que disponían y que con tan exce-
lente resultado habían puesto en práctica, de hacer que la guerra no
tuviera fin posible, era de absoluta precisión que se preparase España.
Todo menos que un día viéramos, sin medios de evitarlo, cómo los
yanquis arrancaban de los muros y edificios de la Habana el escudo
patrio: todo menos prolongar el estéril sacrificio de la sangre y deloro
que nos restaba.
***
El Gobierno, lejos de entregarse á esa clase de refl3xiones, y sin
preocuparse lo más mínima por los aprestos navales de los Estados
Unidos, siguió de brazos cruzados mirando cómo los insurrectos se
negaban á presentarse, cómo peleaban los autonomistas en la Habana,
540
cómo nos humillaban á diario los Estados Unidos y cómo morían sin
la menor ventf j a para ,la patria y sin la más pequeña esperanza de
triunfo, los soldados españoles.
S guramente no creyeron llegado aún el momento de prepararnos
para conseguir qie la gran Rjpública se echara á un lado y nos dejara
terminar la guerra, asunto brevísimo el día en que los rebeldes se hu-
biesen visto sin la asistencia norteamericana, ó de aceptar el encuen-
tro, donde hubiera hallado honrosa solución esa campaña qu3 nos de-
sangraba sin honor y sin provecho.
No quisieron mirar estos té minos dsl problema, y con su cegue-
dad y apatía, no quaremos cieer otra cosa, satisfacieron indirectaiüente
los deseos de los Estados Uailos, que querían vernos arrullados y exá-
nimes, para lograr, sin aventurarse ea riesgo ninguno, la independen-
cia de la isla.
Consintiendo nueítros avisados gabarnantes en que siguiera ej3cu-
tándose el plan de la gran República, y tolerando con su pasividad la
agoría de la nación, nos arrastraron al desastre y al sacrificio estéril de
mües de españoles.
Y, sin embargo, para qae hubiera llamado la atención del país y
del Gobierno, la política seguida por los Estados Uaidosen la cuestión
de Cuba, y sobre los gravísimos problemas que esta cuestión encerra-
ba, no hubiera tenido que hacer más que razonar, no le hubiera sido
preciso sino diícurrir, no sobre las palabras, sioo sobre los hechos. Dj
estos no podía igaorar, ni podía ser negado ninguno.
La serie de reclamaciones y de actos de malevolencia llevados á <
efecto por el gobierno de Washington para deprimir nuestro prestigio
en Cuba, ó para hacer á los separatistas confiar en un conflicto de los
Ejtados Unidos con E>piñ a, patentizada fué- por todos los periódicos
del mundo. Nadie la inventó.
t
541
*
* ♦
La reclamación contra el crucero Conde de Venadito en la cuestióa
del vapor A//¿aní;^, costó el mando al comandante españil, y dio á
entender á los insurrectos que las expediciones filibusteras tenían poco
que temer de los barcos españoles. El asunto de la Competitor vino
más tarde á confirmar esa seguridad.
La indemnización Mora, cu/o pago fué pedido cuando España te-
nía más necesidad de sus recursos pecuniarios para atender á los gastos
de la guerra; la demandada explicación por la confarencia del señor
Cencas en la Sociedad geográfica; la desconfianza mostrada y la inju-
riosa intervención admitida en averiguación de la muerte del dentista
Ruíz; la petición de indulto para el cabecilla Sanguily con caracteres
de imposición más que de ruego; los incidentes promovidos por la ex-
pulsión de periodistas corresponsales, calumniadores y espías á la vez;
las notas diplomáticas, cuyo contenido, por su gravedad sin duda, ha
quedado ignorado; el párrafo ú'timo de la parte dedicada al estado de
Cuba en el mensaje de Mac Kinley; el envío de la escuadra norteame-
ricana á las proximidades de la grande Antilla en los momentos en
que se iniciaba la contrarrevolución en Cuba; los incidentes motivados
por una carta del señor Dupuy de Lome, hasta las sospechas ofensivas
tocantes á la causa de la voladura del Maine, ¿no fueron hachos de la
más exacta y rigurosa realidad?
¿Fueron suposiciones de la opinión pesimista el fenómeno singu-
lar de la coincidencia de proposiciones amenazadoras para España,
presentadas en las Cámaras de los Estados Unidos, cada vez que núes
tra nación hacía un esfuerzo vigoroso y enviaba á muchos millares de
sus hijos para sostener su soberanía en Cuba?
542
¿Fueron ilusiones de la fantasía popular que en los dos últimos
años, esto es, en 1896 y 1897, trabajando día y noche en los astilleros
de Norte América tiiples brigadas de obreros, fueron terminados y
alistados para el servicio los acorazados de combate Yowa de 11.500
tonel&das, Massachuseis, Indiana y Oregón de 10.230, Tejas de 6. 'yoo
y los cruceros Brooklyn, Maine y otros varios, los mejores que tiene
aquella Repúblicí?
***
Ahora bien: ¿no había en todo lo expuesto, rigurosamente exac-
to, fácil de comprobar á toda hora, motivos de fundado recele? ¿Exis-
tía en ello causa bastante para pedir previsión y preparativos al go-
bierno español, ó para echarse á doimir tranquilamente? ¿Quién cum-
plió mejor entre nosotros su deber de ciudadano y patriota, el que
observó y señaló todo esto y pidió al Gobierno que no dejara á Espa-
ña inerme y en completa indefensión, ó el que asegurara que debíase
confiar en las palabras y no tomar medida alguna porque fuera inútil?
Y no hay que preguntar si el poder público de una nación se halla
obligado á fijarse en los hechos, ahondar en su sentido y proceder en
consecuencia, ó á fiarse de palabras vanas y de conductas arteras. En
esto precisamente están para nuestro Gobierno las más tremendas de
las responsabilidades.
Seguros estamos de que la semilla sembrada por la prensa diaria
de Madrid y provincias en la opinión germinó, así como que la mayo-
ría de los españoles, desinteresados de los motivos que influyen decisi-
vamente en el mundo de la política y de los negocios, tenían ya en
aquella lecha criterio análogo al nuestro.
543
*%
Nos comunicaron de la Habana el día i.° de Marzo interesantísi -
mos detalles de las operaciones realizadas en el Camagüay, bajo la per-
sonal dirección del general Jiménez Castellanos.
El día i8 salió de Puerto PiÍQcipe el bizarro general al frente de una
columna formada por 12 compañías correspondientes á los batallones
primaros de Tarragona, Cádiz y Puerto Rico, 400 caballos del regimien-
to de Hernán Cortés, una compañía de ingenieros, dos piezas de artille-
ría y uaa compañía de transportes y guerrillas. En junto 2800 hombres.
El objetivo de la operación era castigar duramente al enemigo si-
tuado en fuertes posiciones sobre el camino real de Cuba y desalojarle
de los campamentos atrincherados que ocupaba en los montes de la Na-
jasa.
Avanzó á primera hora del día 18 la vanguardia de la columna ha-
cia Vista Hermosa, caserío perteneciente al término municipal de Puerto
Piíncipe, y á las once de la mañana, detiás de una cerca del caserío,
rompió el fuego el enemigo contra los exploradores de la columna. Con-
testaron los nuestros briosamente, y los insurrectos huyeron para em-
plazarse en posiciones ventajosas.
El enemigo, parapetado en las lomas de la Hinojosa, se dispuso á
oponer tenaz resistencia, que fué vencida por nuestras tropas, después
de una hora de combate.
Los rebeldes, viendo el empuje de nuestros soldados y el ímpetu
con que eran arrollados, se decidieron á desalojar las posiciones que
ocupaban, y se retiraron á las lomas de Santa I lés, donde esperaron si-
tuados detrás de un arroyo de dificil paso, pir encontrarse en parte muy
espesa de la manigua.
5M
La columna volvió á batirles, obligando nuevamente á los mambí-
ses á abandonar aquel punto estratégico.
Al huir por segunda vez, y para evitar ó entorpecer los efectos de
la persecución, el enemigo incendió un extenso potrero, con cuya ma-
niobra lograron su objeto.
Cuando los rebeldes quemaroa el potrero estaban las tropas ya
cerca de ellos.
La noche del i8 acampó la columna en las posiciones enemigas, y
el general ordanó avances combinados que se emprendieron en las pri -
meras horas del siguiente día.
Hubo también en ese día nuevos combates y nuevas batidas en la
Caridad, en el Pilón y en San Andrés, siendo de ellos el más importan-
te el sostenido en este último punto por una sección de la guerrilla
montada del batallón de Cádiz con la caballería mambí.
Mandaba la referida sección el teniente don Emilio Perojo, que al
penetrar en medio del núcleo enemigo vióse envuelto y rodeado por un
grupo de jinetes insurrectos, de cuya fiera embestida se defendió con
gran bravura hasta pagar con la vida su arrojo, no sin hacerla pagar
cara á sus enemigos, dejando á cuatro fuera de combate.
Algunos guerrilleros pudieron retirarse; otros se defendieron en
Cayo Monte hasta la llegada de la infantería.
El día 2J, después de vencer las grandes dificultades que ofrecía el
terreno, llegó la columna á Las Vueltas, siguiendo el 21 á Cuatro Ca-
minos y Ciego de Níjasa, donde se hallaban los principales núcleos de
las fuerzas rebeldes.
Ya en terreno de la Nsjasa se dirigió la columna á vadear el peque-
ño río de Las Vueltas, situado en el término municipal de Morón, bajo
el fuego de algunas parejas insurrectas.
El día 21 continuaron las operaciones, llegando ya á las faldas dd
monte Ciego Ntjasa, donde dos compañías hicieron fuego sin descanso,
causando un verdadero desconcierto al enemigo.
515
Esto permitió avanzar á nuestras tropas, haciendo que los rebeldes
se retiraran ai otro lado del río.-
En el paso del Managuabo se emplazaron los cañones y con el efec-
to que sus disparos causaron en las masas enemigas se pudo tomar di-
cho paso, tenazmente defendido por los rebeldes.
La no he impidió completar la persecución del enemigo.
El día 22 continuaron las operaciones por los montes de Managua-
co, en cuyo punto encontró la columna una fuerte emboscada que fué
advertida por la vanguardia.
LA LOMA «PUENTES GRANDES» (Habana)
Al atacar el grueso de las fuerzas enemigas, fueron rechazadas y
dispersas con fuego de fusilería y artillería.
Enterado el general de que las partidas insurrectas se habían con-
centrado y reunido en el potrero llamado de Peralejos, calculándose el
número de mambíses en ^.ooo, apresuróse á marchará su encuentro.
Distribuidas convenientemente las fuerzas de que se componía la
columna, rompió el fuego el batallón de Puerto Rico, y tan certeros
fueron sus disparos y tan valiente la acometida de sus bravos soldados,
que el enemigo se declaró al punto en fuga, emprendiendo la retirada
en todas^direcciones.
Blanco 69
546
Las piezas de artillería contribuyeron á precipitar la dispersión de
las fuerzas insurrectas, pues sus proyectiles alcanzaban á más de 3.000
metros.
Las bfjas del enemigo calculóse que debieron ser considerables.
Nuestras tropas encontraron abandonados en el campo los cadáve-
res de 87 insurrectos y 34 caballos, con sus monturas, y varios arma-
mentos que perdieron tamben en el combate los rebaldes y que queda-
ron en poder de la columna. ■ 1
Informes que podemos dar por exactos dijeron que los rebeldes tu-
vieron 18 1 bfjas, entre los cuales figuraban algunos cabacillas muertos
y otros heridos; entre los primeros se hallaban Recio y Rodiíguez y
otros oficiales. I
La columna tuvo ocho muertos, entre ellos el bizarro oficial señor
Perojo, y dos desaparecidos: los hsridos ascendieron á 73 de tropa y tres
oficiales, entre éstos el teniente de Puerto Rico don Joaquín Castrices y
el capitán del mismo cuerpo don Manuel Dí?z.
En el encuentro se dispararon 33 granadas y 65.295 tiros de fusilería.
Pj opuso en el parte oficial del combate el general Castellanos que
se honrase la memoria del bravo oficial señor Perojo y se concediera el
ascenso á un sargento y un cabo que se portaron heroicamente. Además
lueron pensionados ocho guerrilleros que se sostuvieron peleando has-
ta el momento en que llegaron las fuerzas de auxilio.
El general en jefa recomendó en su despacho oficial al ministro de s
la Guerra, el mérito contraído por el bizarro é inteligente ganert-l Jimé- |
nez Castellanos y tropas á sus órdenes, en tan brillantes operaciones. ^j
Sj elogió mucho la actividad del general Castellanos y se esperaba
que á principios de la próxima semana comenzaran las operaciones en
grande escala en el departamento oriental. i
Para Manzanillo habían salido ya de la Habana los bizarros gene-
rales B. mal y Marina, á cuya división quedarían encomendados los
primeros ataques.
547
La expectación que despertaba esta nueva fase de la campaña era
extraordinaria.
***
La noticia de la brillante victoria alcanzada por nuestras tropas, al
mando del general Jiménez Cistellanos, sobre las huestes del genera-
lísimo de los mambtses, acusó gran actividad mi.itar en los departa-
mentos central y oriental de la isla. \
En el Campgüey era indispensable castigar al enemigo. El ilustre
general que allí mandaba en jefe nuestras fuerzas en opers clones hizo
cuanto pudo, dada la carencia de elementos y de tropas para tomar la
ofensiva. Que la insurrección tenía en el Príncipe elementos muy po-
derosos, lo reveló el hecho de que 2.500 soldados tuvieron que batirse
con número superior de rebeldes.
En la Nf jasa habían organizado los rebeldes primero su gobierno, y
después campsmentos militares de cierta importancia; desale jarlos de
aquellas posiciones era ya apremiante.
Como siempre, nuestros soldados obtuvieron la victoria, aunque á
costa de muy sensibles bijas, realizándose actos haróicos, como el que
enaltece la memoria del bizarro Percjo.
Los generales y coroneles que, según nos había indicado días antes
nuestro corresponsal en la Habana, iban á mandar la división de van-
guardia de Oliente, encontrábanse operando en otras provincias, y
hfibían salido el día 28 de la Habana para M mzanillo, á donde llegarían
á fines de semana, para comenzarlas operaciones en los primeros días
de la próxima. Eran todos ellos jefes de gran prestigio y experiencia
militar, valerosos y activos, y seguramente no htbian de perder mo-
mento, porque como las lluvias en la provincia de Santiago de Cuba
548
I
comienzan antes que en el resto de la isla, sólo podían disponer de unos
cuarenta días de seca. I
Comprendimos la espectación que el anuncio de esas operaciones
— ( iesde hacía dos meses esperada*)— despertó en Cuba. Aqaí también
todos ansiábamos que no comer zase la mala estación sin haber obtenido
antes resultados importantes y favorables para la pacificación de la isla.
Lo que lograran en Cuba nuestras armas había de iofluir de un
modo casi de:isivo en la actitud de los yankees. Djsde O-tubre del año
anterior veníase uno y otro día diciendo que á fines de Abril se inicia-
ría un período muy crítico del problema cubano y que hasta esta fecha
solo eran de esperar las moltstias que nos ocasionaran discursos de
senadores //'«¿'Oí y patrañas de periódicos filibusteros.
Los telegramas de los Estados UtiiJos producían gran confusión,
no sólo en nosotros, sino en la prensa europea que, á la sazón, consa-
graba á los asuntos de Cuba una atención privilegiada. A'go podía
irfljir en anticipar los acontecimientos la campaña electoral que se
preparaba en los Estados Uaidos.
El gobierno norteamericano no quería la guerra. Esperaría algún
tiempo para conocer el resultado de la acción política y militar de Cuba,
y los mismos periódicos popubres emp3zaban á confasar que Ja inge-
rencia del presidente en el problema cubano no se manifestaiía hasta el
mes de Abril, dánaole entonces un carácter diplomático, en los términos
anunciados por el Mensaje presidencial de Diciembre.
Era evidente, como dijiron importantes diarios extracjeros, que el
Gobierno español había disuelto las Cortes convencido de que no había
temor á complicaciones graves de carácter internacional.
i
^'•ÍAiHÍ.ÜtMHKWÚltiTMlTlíÜlÍHIl'llSHlllinñlliWltHHiniM iimMniiiiiiiiiiiiiiiiiiiinuí)\A|
v( — riHiiii iiiiiiniiiiii ttiiHitimfli iii:Hiiiiinin>>Mn!irHtiiniiKnvit#r' luinHiKtlin -vwmiMRitiiiniiiifniTi «naminxiMiHiiniintMtHaiiiwniinwv^ •)%
CAPITULO XLIV
El crucero Vizcaya en la Habana. — Manifestación patriótica. — Entusiasmo de los peninsu-
lares.— La acción de nuestras armas en Oriente. — Movimiento de columnas. — O^iera-
ciones ofensivas. — Encuentros y combatea. — La expedición del general Pando. — Más
combates. — Importantes operaciones en la sierra Maestra. — Las columnas Vara del Rey
y Arteaga. — Muerte del cabecilla Vidal Ducassi. — A Oriente. — Nueva organización de
las fuerzas de operaciones en el departamento Oriental. — Llegada al puerto déla Habana
del crucero Oqiiendo. — Cariñoso recibimiento. — Entusiasmo y satisfacción.
ONDA emoción produjo en la Panínsula el relato de la
entusiasta acogida que la población de la H ibana
dispensó al hermoso crucero de nuestra marina de
guerra Vizcaya, á su llegada á aquel puerto antillano,
á la caída de la tarde del i.' de Marzo.
Les que en la Habana residían y tenían el pensamiento
puesto en España, nuestros verdaderos hermanos, los que
conservaban el corazón enteramente español, los que man
tenían á duras penas los restos de la soberanía que nos
quedaba y sufrían el doloroso efecto de aquella lucha cruenta y tenaz,
los que sentían e! pecho rebosante de indignación por la insolencia de
un cónsul que reclamaba todos los días y trataba de humillarnos á
todas horas, los que ante la impertinente y provocadora llegada del
Maine viéronse obligados, por consejos del patriotismo y de la pruden-
cia, á reprimir su encJD, fueron los que al presenciarla magestuosa
entrada del Vizcaya prorrumpieron en entusiásticas aclamaciones á Es-
I
550
paña desde los muelles y las azoteas, fueron los que, tripulando vapor-
citos y barquichuelos, rodearon amorosatuente al sirullo de los aires
nacionales el casco del crucero que para ellos representaba á su querida
España.
En la misma Habana habría segúrame ate algunos, que sólo el nom-
bre tenían de españoles, que en aquellos instantes de patrio entusias-
mo vieran con pesar cómo avanzaba por la angosta barra de la bahía
la hermosa mole de hierro tripulada por voluntades de acero, que, des-
pués de haber anclsdo en Nueva Yoik, llevaba á la capital antillena una
ráfp ga de aire español que con tan evidente ansia respiraban ios abatidos
hermanos nuestros.
i Ab! Si hubieran sabido qué cosa es previsión nuestros gobiernos,
cuan fácilmente hubiéramos podido despejar con frecuencia la malsana
atmósfera que contra la patria se formara en la Habana, diciendo los la-
borantes que no teníamos ni un solo barco que oponer á los baques nor-
teamericanos; y qué tarea tan honrosa y agradable habría sido para
nuestros marinos el conseguir que de las islas Tortugas zarparan, y no
á paso de tortuga, las naves que bloqueaban á Cuba, alentaban la rebel-
día y mantenían el espíritu en las filas enemigas de España.
Y si á la previsión que en aquellas fechas cabía tener, hub'éranse
unido la eneigía y la actividad, cómo hubieran podido mejorarse, quizá,
los males que afligen, han arruinado y aniquilan á la nación. ¿
*
* *
«No he presenciado,— nos dijo nuestro corresponsal en la Habana-
desde que estoy en la capital de la gran Antilla española, mayor y lai
ruidosaexplosión del entusiasmo público, que la efectuada al aparecer, yí
de noche, el crucero español Vizcaya ea. este puerto.
551
«Síq incurrir en exageraciones, puede afirmarse qu3 la Habana en-
tera estaba en los muelles y apiñábase en todos los sitios desde los cua-
les podía presenciarse la entrada en bahía del buque de guerra».
A las cinco de la tarde anunciaba el vigía del M^rro que el acora-
zado Vizcaya estaba á la vista del puerto.
Cumpliendo lo prevenido se dispararon algunos chupinazos para
hacer saber á la ciudad que iba á entrar en puerto ese hermoso barco
de nuestra Armada, é inmediatamente viéronse llenos los muelles de
una inmensa muchedumbre.
La bahía, aun siendo muy grande, parecía chica para contener re-
molcadíJres, vaporcitos, lanchas, botes y toda clase de embarcaciones
menores.
En pocos momentos cubriéronse los balcones y las calles con col-
gaduras y banderas de los colores nacionales, las azoteas se llenaron de
mujeres hermosas, y al sitio de preferencia acudieron numerosas comi-
siones oficiales y particulares, para recibir y saludar al comandante y
oficiales del Vizcaya.
Al aparecer é;te avanzando majjstuosamente por el canal, una in-
mensa aclamación salió de la muchedumbre, y los vivas á España se
sucedieron sin interrupción durante todo el tiempo empleado en la ma-
niobra, hasta que fondeó el buque.
La dotación del Vizcaya, parteen las vergas y los demás formados
sobre cubierta, contestaba á aquellas demostraciones de cariño y de en-
tusiasmo sgitando las gorras.
El V^caya echó anclas en medio de la bahía y, á poco de dar fondo,
tres de sus proyectores eléctricos dirigían sus focos hacia la ciudad, ilu-
minando la Habana entera.
*
* *
552
El eatusiastno de los peninsulares llegó á extremos de verdadero
delirio. Apenas fondeado el buque, centenares de vaporcitos, remolca-
dores, lanchas y botes se dirigieron á los costados del Vizcaya llevando
varias músicas que tocaban aires populares españoles.
Alrededor del Vizcaya, la manifestación de cariño fué realmente
grandiosa. Los vivas á España, á la Marina y al ejército no se interrum-
pían un solo instante, y eran las diez de la noche, y aun continuaban
los manifestantes junto al acorazado dando inequívoca prueba de su
cariño á la madre patiia.
La visita del Vizcaya, aparte otras considersciones qu3 no hay ne-
cesidad de recordar, fué muy conveniente, porque nuestros eiiecDigos
no creían que España tuviese aquellos poderosos medios de guerra en
los msres.
Entre los mismos españoles que vivían en Cuba y que tan poco
conocían nuestros modernos buques de combate, se notó visible reac-
ción délos espíitus, un tanto abatidos en aquellos últimos tiempos.
La entrada del acorazado Vizcaya en el puerto de la Habana revir-
tió todos los caracteres de un suceso extraordinariamente entusiasta.
Imposible describir la gran manifestación popular que acudió á los
muelles acompañada de varias músicas y dando estruendosos vivas ¿
Espina, que formaba imponente contraste con los disparos y salvas de
las batel las del Morro.
En esos testimonios de entusiasmo y de regocijo público, quiso
compendiar la opinión de allá sus simpatías por nuestra Marina de gue-
rra y sus deseos por ver suficientemente garantida nuestra soberanía en
aquella isla.
***
553
Empeziba á sentirse en Oriente la acción de nuestras armas contra
los rebeldes, que desde hacía tiempo venían disfrutando en toda aquella
parte de la isla la mayor impunidad.
El día 1° de Marzo comenziron á recibirse noticias relativas al mo-
vimiento de columnas en el departamento oriental, donde ya se había
empezado á operar en ofensiva.
La que mandaba el general Ballesteros realizó una operación en la
DESCUBIERTA EN LA TROCHA
jurisdicción de Holguín contra fuertes nú ríeos enemigos, á los que
batió en Santo Domingo, haciéndoles cuatro muertos, que dejaron en el
campo, destruyendo campamentos y cogiendo armas y caballos.
Tuvo la columna 14 heridos de tropa y al comandante don José
Rivero, ayudante del general, y al capitáa de infantería don Fernando
Colombo, heriios tambiéa de alguna gravedad.
Los batallones de Aragón, Sicilia é infantería de Marina, en opera-
ciones del 3 al 4 por Seboruco, Junco, Corojal y Aceras, destruyeron
campamentos y recursos, recogiendo reses, caballos y armas.
Blanco "O
554
Las tropas tuvieion un muerto, y heridos el médico don Federico
Torrecilla, el teniente de infantería de marina don Ángel Sánchez y lo
de tropa.
El general Vara del Rey, al frente de tres columnas, en combina-
ción con la del coronel López Ortega, después de cuatro días de ope-
raciones y combates frecuentes, logró conquistar fuertes posiciones
en Sierra Maestra, desalojando de ellas al enemigo, que, al huir, aban-
donó siete muertos, armas, municiones y gran cantidad de recursos.
Las columnas, en esos combates, sólo tuvieron un muerto y ocho
heridos, entre los cuales estaba el capitán ayudante del segundo bata-
llón de Cuba, don Francisco López.
En Caimán se hicieron al enemigo 22 muertos, teniendo nuestras
tropas nueve h áridos y tres contusos.
El general Pando regresó á Manzanillo después de una ausencia de
dos días.
La expedición del general jefe del Estado Mayor tuvo por objeto
inspeccionar la organización de los servicios preparatorios de las pró-
ximas operaciones.
Noticioso de que un convoy de provisiones había varado en la boca
del Cauto, fué allá el general Pando con una compañía de pontoneros,
logrando hacer cesar muy luego la interrupción de ese servicio.
Enterado después de que un vapor de la casa Menéodez había va-
rado también cerca de la barra, acudió en su auxilio organizando el
trasbordo de los pasajeros y del batallón de Mallorca que conducía á
Manzanillo desde la Habana.
El general mostrábase muy animado y con grandes confianzas en
la próxima campaña ofensiva. Varias columnas habían salido yaá po-
sesionarse de puntos estratégicos y se esperaba de un momento á otro
un encuentro formal con los rebeldes.
11
555
*
* *
Continuaban llegando á Manzanillo tropas destinadas á reforzar
aquel cuerpo de ejército para las operaciones próximas.
El día 2 se tuvo noticia de que la columna que mandaba el teniente
coronel señor Chacel tuvo un encuentro con el enemigo entre Holguín
y Btire, desalojando á los insurrectos de sus posiciones y causándoles
numerosas bajas.
Encargado de instalar una torre helicgráfica en Loma Piedra el te-
niente de ingenieros señor Barnal, hallábase consagrado ásus trabajos,
apoyado por un destacamento de 25 hombres, cuando fué atacado por
el enemigo, al que rechazó victoriosamente, obligándole á retirarse con
bastantes bajas.
El teniente Barnal logró ponertérmino á su cometido, sin más pér-
didas que haber resultado hsrido un soldado teleg-afista.
Fuerzas de voluntarios movilizados de Castelvi y Sintisgo de Cuba
atacaron á una partida de cien rebeldes, á los que dispersaron y causa-
ron 22 bsjas.
Fueron muy importantes las operaciones realizadas por las colum-
nas en combiaación del general Vara del Rey y coronel López Arteaga,
formadas por el regimiento de Cuba y tres compañías del de Puerto Rico,
en la parte Nordeste de Smtiago de Cuba y estribacioaes de Sierra
Maestra.
Divididas esas fuerzas en pequeñas fracciones, operaron durante
cuatro días, practicando importantes reconocimientos en toda aquella
zona y penetrando luego la columna en [las primeras estribaciones da
la Sierra Maestra, donde se suponía que tenían los insurrectos importan-
tes núcleos, hospitales y abundantes almacenes.
556
El enemigo había protíg'do las proximidades de su campamento
con muchas trincheras y colocando bombas de dinamita en los caminos
por donde podían avanzar los soldados; pero, á pesar de estas precau-
ciones defensivas, faeron desalojados de sus trincheras los rebeldes, ocu-
pando las tropas el campamento, efectos de todas clases y considerable
cantidad de víveres, y destruyendo muchos bohíos.
Los insurrectos abandonaron todas sus posiciones y el campamen-
to, huyendo desconcertados al ver que se aproximaba la columna.
*
* *
i
I
La operación se verificó en la parte de la Sierra Maestra más pró-
xima á Guisa, que era el punto más avanzado que poseíamos allí.
£1 enemigo había sido dueño absoluto de la Maestra desde los co-
mienzos de la campaña. En Julio ó Agosto del 95 penetró una columna
nuestra hasta Mantecas, partiendo de Guisa, y desde entonces no ha-
bían vuelto á molestarle en aquel seguro asilos las tropas. A favor de
esta impunidad, que en dos sños y medio fué completa, pudo vivir allí
á sus anchas.
No menos tranquilo estuvo todo ese tiempo en las jurisdicciones de
Guanlánamo, Baracoa, Mayarí, etc.; pudiendo calcularse que la zona en
que gozó de la más completa impunidad en todo ese tiempo, aventaja
considerablemente en extensión á las tres provincias vascongadas y
Navarra, teatro de la guerra civil del Norte.
Por eso fué de la mayor importancia que las columnas á la sazón
organizadas operasen en aquellas zonas, destruyendo recursos é inte- ■
rrumpiendo al fin la plácida calma de los insurrectos, tan profunda,
-que, como ya en otra ocasión, tenían haciendas en cultivo, en las que
trabajaban como esclavos nuestros soldados prisioneros.
557
Ya era, pues, hora de que se castigase á aquella gente ensoberbe-
cida y de que se la diesen pruebas palpables de que no estaba España
agotada ni habían muerto del vómito y del paludismo todos nuestros
soldados, como para animar á las masas decían sus jefes á diario.
Nos comuaicaron de la Habana, el día 3, que el corresponsal que el
diario La Lucha tenía en Candelaria (Pinar del Río), había telegrafiado
á su periódico afirmando que, cuando los rebeldes se retiraron del com-
bate que la columna del coronel Balbás sostuvo en las lomas del Mulo
con las partidas de Perico Díaz y Mayía Rodríguez, fué herido el céle-
bre cabecilla Vidal Ducass/, de tal gravedad, que falleció á las pocas ho-
ras, siendo enterrado en el campamento que las partidas tenían forma -
do en las estribaciones de las lomas referidas.
La noticia fué confirmada al día siguiente por diferentes conductos,
dándose cuenta á la vez de haberse presentado el titulado comandante
rebelde Longino y el cabecilla Héctor, prácticos en la provincia de la
Habana, acompañados de uq titulado capitán.
En la madrugada d:l 4 salieron de Batabanó con dirección á Orien-
te, el batallón de infantería de Castilla y 150 movilizados destinados á
reforzar aquel cuerpo de (jército y á opersr en el río Cauto.
De un memento á otro iban á emprenderse con toda energía en
aquel departamento Iss operaciones en gran escala, partiendo de la costa
y avanzando hacia el interior. El ejército de Oriente que las hdbía de
emprender, había recibido nueva organización, componiéndose de dos
divisiones ligeras y otra denominada de Bayamo, que tendría su base
de operaciones en este importante punto.
El mando de esas tres divisiones había sido confiado á los genera-
les Bernal, Aldave y March, y los j.fes de las brigadas eran los genera-
les González y Marina y los coroneles Ttjeda y Fuentes.
En la mañana del 5 llegó al puerto de la Habana el acorazado
Oquendo, designado por el Gobierno para formar parte de la escuadra
de Cuba.
558
Apenas fué señalado por la bandsra del vigía del Morro, un pú-
blico iamenso lleaó los muelles, ansioso de saludar á los que iban á
prestarle apoyo y á defender sus vidas y haciendas.
Al doblar el crucero por la Punta, la muchedumbre que estaba en
eí malecón prorrumpió en aplausos, que repitió la gente que se hallaba
en el pescante, prolongándose por el muelle de caballería hasta la Ma-
china, a
Desde la fortaleza de la Cabana y Casa Blanca se vitoreó al Oqiien-
do, y el inmenso público que llenaba las embarcaciones, hizo una ver-
dadera ovación á nuestro bu^ue de guerra.
El cuadro que ofrecía la bhía era indescriptible.
Apenas fondeó, á alguna distancia de su hsrmano el Vílcaya, acu-
dieron á bordo comi iones oficiales y de corporaciones particulares para
dar la bienvenida á la tripulación.
La ciudad estaba engalanada, y el recibimiento que el pueblo le tri-
butó fué tan entusiasta y cariñoso como el que días antes hiciera al
Vizcaya.
La presencia de esos dos acorazados en la bahía de la Habana, don-
de había otros barcos de guerra extranjeros, produjo gran entusiasmo
y alentó el ánimo algún tanto dees í lo de los peninsulares, ante el te-
mor de qu3 la Madre patria les abandonara, en el caso de una extraña
intervención. í
>
I
CAPITULO XLV
Actividad de nuestras columnas. — Importantes operaciones contra Máximo Gi5mez y sus
huestes. —La división Salcedo. — Encuentro y derrota del generalísimo. — Aet va perse-
cución de 6u partida. — Nuevas batidas. — Dispersión de las partidas. — En Oriente — La
columoa del coronel Tejeda. --Ataque y toma del campamento «El Chino». — Huida de
los mambíses. — Avance de nuestras tropas. — Varios y victoriosos encuentros y combates.
Impresiones. — Colisión entre rebeldes. — Muerte de los cabecillas Cayito Alvarez y Vi-
cente Núñez. — Las columnas Linares y Vara del Rey. — Operaciones sobre la costa Sur
de la provincia oriental. — Nueva batida y derrota del generalishno. — Encuentro y derro-
ta de la partida de Bermúdez. — Rudo combate en Pinar del Río. — Sensibles bajas de la
columna. — Nuevas presentaciones. — Muerte del cabecilla Antonio Núñez.
xcEPCioNAL importancia revistieron, no sólo porque re-
velaioa en las operaciones una actividad hacía tienrpo
anunciada y deseada por el Gobierno y el país, sino
porque fueron realizadas contra Máximo Gómez, de
quien hacía muchas semanas no se hablaba ni una palabra, y
á quien creíase, á juzgar por las últimas noticias que de él se
publicaron, á Oriente de la trocha central, es decir, en el Ca-
magüey ó en Santirgo de Cuba, las operaciones llevadas á
cabo por la división Salcedo en jurisdicción de Sancti Spíritu^, en los úl-
timos días de Febrero y primeros de Marzo., contra las huestes del^^ñe-
ralisimo.
A la vez que el general Pando tomaba la ofensiva desde Sierra
Maestra, en el departamento Oriental, contra los fuertes núcleos rebel-
des que allí dirigían Calixto García, Rabí, Cebreco, Torres, Miró, Pe-
560
riquito y otros, columnas de la división del general Salcedo, que man-
daba las fuerzas que estaban sobre la trocha, encontraron alas partidas
que dirigía Gómez en la jurisdicción de Sancti Spiritus, desde hacia
más de un año.
Emprendido un movimiento general por las fuerzas de la división
Salcedo, el regimiento de caballería del Pxíncipe, que mandaba el co-
ronel Cortjo, encontró el día 27 de Febrero en Trilladeritas (Sancti
Spiritus), á una partida enemiga, á la que batió y puso en fuga, sin en-
contrar gran resistencia, causándola tres muertos, que dejó el enemigo
abandonados en el campo.
4
CRUCERO «MARQUES DE LA ENSENADA»
I
La columna emprendió su persecución, dándola alcance al otro día
en Guanabo, donde la volvió á batir, y persiguiéndola hasta Mf jaguas.
D¿sde este punto se diiigió hacia el interior de la manigua, encon-
trando en la «Loma Partidf» á Máximo Gómez, á quien batió y derro-
tó,'después de una hora de combate, con brillantes cargas de caballe-
ría, apoderándose de su campamento, en el. que parnoctó. |
El generalísimo Gómez y sus huestes, en su huida, fueron á dar
con el batallón úe Reus, que los batió de nuevo el día 19 de Marzo en
Los Hoyos, rechazándoles sobre la columna Cortijo, que los volvió á ba-
i
561
tir, siendo cogido entre las dos columnas, que le castigaron duramente,
haciéndole gran número de bajas y poniéndole en precipitada fuga y
dispersión, abandonando en el campo i6 muertos y 22 caballos con
monturas.
No había logrado aún reponerse el jefe dominicano, cuando en su
huida tropezó con la columna del batallón de Garellano, al mando del
teniente coronel Costa, con la que vióse obligado á trabar combate en
Pozo Azul, siendo desalojado de las posiciones que ocupaba y perse-
CRUCERO NORTEAMERICANO «BOSTON»
gaido hasta Lujirones, donde se dispersó en varios grupos que huyeron
diseminados hacia Majagua, Pelayo y Soto Viejo, perseguidos siempre
por nuestras fuerzas, abandonando nueve muertos, uno titulado te-
niente, armamentos, machetes, caballos con monturas, tres acémilas
con víveres y documentación.
Las columnas tuvieron en los primeros combates diez heridos, en
tre los cuales figuraba el capitán de artillería señor Planas, y en el úl-
timo cuatro muertos y seis heridos de tropa.
La operación con tanta fortuna combinada produjo como resulta-
Blanco 71
5«2
do, además del quebranto en las partidas que capitaneaba Máximo Gó-
mez personalmente, por haber perdido el reposo de que disfrutaban, la
presentación del titulado coronel Francisco Rodiíguez.
Las fuerzas del coronel Cortijo volvieron á batir á los grupos dis-
persos de la partida en Manicarague, San Fernando y Melones.
El teniente coronel Locasau, en Río Z iza, hizo al enemigo cinco
muertos y dos prisioneros, destruyendo prefectura.
* ♦
Continuando las operaciones emprendidas en la zona de Manzani-
llo (Cuba), donde había llegado ya la división ligera del general Ber-
na!, una de las columnas que operaba por Sierra Maestra, la que man-
daba el bizarro coronel Tejeda, realizó un atf que combinado al campa-
mento enemigo llamado «El Chino», que dio por resultado la toma y
destrucción de esta formidable posición enemiga.
Hábilmente dispuso el coronel Tejeda que los batallones de León,
Las Navas y América, que formaban la columna de su mando, conver-
gieran á atacar las formidables posiciones atrincheradas que tenían por
base el campamento enemigo de «El C lino».
El batallón de León, saliendo de Vigía, atacó por retaguardia, en-
contrando en su marcha trincheras en una extensión de dos kilómetros,
construidas á prueba de artillería y defendidas por fuerzas insurrectas,
á las cuales desalojó de sus posiciones, siendo el primero que penetró
en el campamento.
El batallón de Mérida atacó por el flanco derecho, y el de las Na-
vas cubrió el camino de Puerto Portillo, cortando la retirada al enemi-
go. Este, cuyas fuerzas eran considerables y estaban mandadas por les
cabecillas Ríos y Lora, reforzadas con las de la partida de Rabí, se sor-
i
563
prendió al verse cercado y envuelto por las tropas, y huyó, tras corta
resistencia, dejando en poder de nuestros soldados nueve muertos, seis
prisioneros y armamentos.
Cortada la retirada por Puerto Portillo, el enemigo tuvo que inter-
narse en la Sierra, con dirección al Este. Persiguiéronle nuestras tro-
pas dándole alcance y arrojándole de las nuevas posiciones donde se
había hecho fuerte.
La op3ración, que duró dos días, y en la que jugó muy principal
papel la artillería que preparó y apoyó el atsque desde Río Sabanilla,
fué coronada por el más lisonjero éxito, merced á la pericia de los j^fes
y á la bravura de las tropas, dando por resultado el que cayeran en po-
der nuestro gran número de herramientas de carpintería y armería, con
fragua, numerosos bohíos, grandes cuarteles y hospitales y gran canti-
dad de provisiones y pertrechos de guerra.
Fraccionados, huyeron los mambises por los barrancos, internán-
dose en las fragosidades de Sierra Maestra.
Súpose, por las manifestaciones de los prisioneros y de los confi-
dentes, que el enemigo retiró más de cien b;jas.
Las de la columna fueron pocas con relación á la importancia de
las operac'ones y al resultado obtenido: dos soldados muertos y 15 he-
ridos, y un teniente herido de alguna gravedad.
*
* *
Seguía el avance de nuestras tropas hacia el Oriente de Cuba, ha-
biendo batido al enemigo en diez sitios á la vez, desde Santiago hasta
el cabo Cruz.
El coronel Chacel, operando en las sierras próximas á Jiguaní, sos-
tuvo constantes encuentros, librados en diferentes sitios.
564
También tuvieron varios encuentros con el enemigo los batallones
de Mallorca, Barcelona, Isabel la Católica y Vizcaya, en los cuales se
le hicieron algunas bajas, sin que tuvieran novedad nuestras columnas.
El día 7 regresó á Manzanillo, de su expedición al interior, el ba-
tallón de Extremadura, que había salido el día i.° de Media Luna y,
realizando una brillante marcha, había llegado el 3 á Parial Bacas y
Calderes, sitios no visitados por nuestro ejército desde el comienzo de
la guerra.
Sostuvo la columna fusrtes tiroteos con grupos rebeldes, en los
que tuvo dos muertos y ocho heridos, que lo fueron por balas explo-
sivas.
El día 8 llegó la columna Otero, con tres heridos.
Ambas columnas, después de siete días de operaciones, sólo deja-
ron en los hospitales de Manzanillo cinco enfermos.
Convenientemente racionadas, las dos salieron el día 10 á conti-
nuar las operaciones.
Las impresiones recogidas por nuestros informantes en los diversos
puntos visitados de aquella zona, eran que en el campo vivían, aparte
de la gente armada, muchas familias, con sobra de elementos paia su
alimentación, pero teniendo gran escasez de vestidos, y que entre los
insurrectos se ejercía gran vigilancia para evitar las presentaciones.
Consecuencia de esa vigilancia en todo el campo insurrecto fué la
colisión entre rebeldes ocurrida en La Esperanza (Las Villas).
Desde hacia algunos días que estaba concertada con el comandante
general señor Aguirre, la presentación de los cabecillas Cayito Alvarez
y Vicente Núñez, con las fuerzas á sus órdenes; presentación que debía
verificarse el día 13 en el poblado La Esperanza, entronque de la línea
férrea de Cienfaegos con la general llamada de Cárdenas y Ruano, que
va á Santa Clara.
En la mañana de ese día salió de la capital para La Esperanza un
565
capitán de artilleria, a} udante del general Aguirre, con objeto de diri-
girse al campamento rebelde de dichos cabecillas, acompafiado de un
vecino y del alcalde del pueblo.
En la misma mañana estuvo en la finca «Lugo», donde debían re-
concentrarse los que iban á someterse á la legalidad vigente en la isla,
la esposa de Cayito Alvarez, regresando á las dos horas á La Esperan-
za diciendo que ya se encontraban todos en la finca esperando la llega-
da del emisario del general y del alcalde, quienes debían acompañarles
á Santa Clara á hacer su presentación ante el comandante general de
Las Villas.
En este intermedio llegó á la finca, al frente de una fuerte partida
insurrecta, el cabe'^.illa Roberto Bírmúlez, quien apresó á los citados
Cayito y Núñez y al titulado comandante González que los acompaña-
ba, y sin pérdida de momento los mandó f asilar por la espalda, aban-
donando los cadáveres y retirándose hacia Ranchuelo y Lijas.
Cuando llegaron, poco después, á la finca ios emisarios de 1j paz,
escoltados por una guerrilla de Ranchuelo, encontraron los cadáveres
de los desgraciados Alvarez, Núñez y Espinosa, que los guerrilleros re-
cogieron y trasladaron á Santa Clara.
Roberto Bermúlez era uno de los cabecillas más sanguinarios y
feroces de la rebelión separatista: era de los qne guindaban con alam-
bre porque el cáñamo se pudre pronto.
Se supuso que á Bermúlez, como á Alberto Rodríguez cuando lo
dal infortunado Ru'z, hubo alguien que le dio aviso de los propósitos
de sus camaradas, y llegó á tiempo de asesinar á los que él, sin duda,
calificaría de traidores. Por fortuna, no habían llegado todavía á la fin-
la «Lugo» el ayudante del general Aguirre y el alcalde de La Esperan-
za, quienes, merced á esa circunstancia se libraron indudablemente de
correr suerte parecida á la del malogrado Ruiz.
566
De mucho más efecto hubiera sido la presentación de los dos cabe-
cillas con su fuerza ante el general Aguirre; pero hubo de producirle
grande el hecho de la colisión entre los que esperaban en «Lugo» la
hora de abandonar el campo de la rebelión y reconocer la legalidad, y
los far áticos que aun resistían por el régimen de terror impuesto por
Máximo Gómez.
Cayito Alvarez, muerto por los que fueron sus camarades en la
manigua, no era un cabecilla adocenado, sino un jefe de la insurrección
de Las Villas, que había conquistado gran relieve en el campo enemigo.
Cayito y Regó eran los que después de musrto Serafín Sáichez,
seguían en importancia en Las Villas á Sancho Carrillo, y por esto tuvo
interés la reso'ución de someterte á la legalidad y presentarse á las auto-
ridades españolas.
Algo análogo acontecía con Vicente Núñez, pariente muy cercano
del famoso Núñez á quien la Junta roívolucionaria de Nueva York tenía
confiada la miiión de organizar las expediciones filibusteras.
Trataban de realizar la presentación en La Esperanza, á pocos ki-
lómetros de Santa Clara y cerca del sitio donde horas antes los rebeldes
habían hecho volar una alcantarilla con dinamita.
La colisión que produjo la muerte de dichos cabecillas, reveló la
profunda división que entre ellos existía y la gran desconfianza y re-
celo que minaba la vida en los campamentos del enemigo.
Con estos sucesos habrían de vigilarse incesantemente los unos á
los otros; y si á esto se agregaba una persecución activa, pudieran lo-
grarse en Las Villas resultados muy inmediatos.
La noticia produjo un buen efecto en las esferas oficiales, pues im-
I
567
portaba mucho que en aquellos momentos llegaran noticias de esa na-
turaleza.
♦ *
Con gran actividad seguían las operaciones de guerra en el depar-
tamento oriental.
Dos columnas combinadas, á las órdenes de los generales Linares
y Vara del Rey, salieron el 7 de Palma Solano, la primera por El Tiem-
po, Sempú y Dos Palmas, y la segunda por Aguacate, Cámbate y Santa
María, con objeto de coincidir el 9 sobre Solís, campamento central de
la titulada brigada enemiga de Cámbate, donde resistieron al abrigo de
fuertes atrincheramientos, que les fueron tomados con gran bizarría por
nuestros valientes soldados, causándoles tres muertos, que dí jirón en
el campo, haciéndoles un prisionero y ocupando efectos, caballos, mu-
niciones, botiquines, correspondencia, otros efectos de guerra, ganado
y abundantes recursos de toda especie.
El día 10 practicaron extensos reconocimientos en todas direccio-
nes, sin novedad; y el 11 volvieron á dividirse las dos columnas, per-
noctando la de Vara del Rey en Hongolosongo, después de destruir el
campamento enemigo de Josefina, tras ligera resistencia de los mambi-
ses que lo ocupaban y defendían, pernoctando á su vez las fueizas ¿del
general Linares en Esperanza, después de arrollar á pequeñas partidas
que trataron de disputarle el paso.
El 12, fraccionada la fuerza en cuatro columnas, practicó extensos
reconocimientos hasta San Juan de Wilson, los Cayos y Tuiú, defen-
dido éste por cinco trincheras, que abandonó el enemigo, pernoctando
Linares en el Cobre y Vara del Rey en San Luís, para dar descanso á las
tropas, después de haber limpiado de enemigos toda aquella zona.
568
Las pérdidas de nuestras columnas en los cinco días de operaciones
íueron dos muertos y 14 heridos de tropa.
El día 10 salió de Manzanillo á operar por las estribaciones de la
Sierra Maestra, que costean la parte Sur de la provincia oriental, desde
el Cabo Cruz á Santiago, una columna dirigida por el coronel Guelpe
y formada con fuerzas de la de Otero y batallón de Extremadura y Ma-
llorca, guerrillas de Niquero y artillería, auxiliada por el vapor Reina
de los Angeles.
Con hábiles maniobras y rudos combates en que fué necesario hacer
fuego de cañón contra abruptas posiciones rebeldes, nuestras tropas
arrollaron sucesivamente al enemigo, que las abandonó desalentado y
batido, dejando en su huida un muerto, varios heridos, armas, municio-
nes, efectos, documentos y 1 1 prisioneros en poder de la columna ven-
cedora.
Presentáronse expontámeamente á las tropas numerosas familias,
que se acogieron á poblado acompañados de nuestras fuerzas.
Al continuar las operaciones, siguieron también muchas é impor-
tantes presentaciones de rebeldes.
La columna tuvo tres muertos, 12 heridos de tropa y algunos caba-
llos muertos y heridos: las bajas del enemigo fueron incalculables y
quedaron ignoradas por haberlas retirado en su huida hacia el interior
de la Sierra.
La operación llevada tan felizmente á cabo por las valientes tropas
de la columna, con la eficaz ayuda de Jas tripulacioness del Conde de
Venadito y del Reina de los Angeles, dtjó quebrantada la insurrección
en toda la extensa comarca comprendida entre el río Camarones, Vica-
ría y Cabo Cruz, donde el enemigo se creía inexpugnable, facilitando á
la vtz el emprender nuevas y decisivas operaciones, que ya habían em-
pezado en el resto de la Sierra y márgenes de los líos Cauto y Contra-
maestre.
569
La división ligera del general Bernal salió á operaciones el día 14
sobre Baire y Cantirado.
*
* *
Una columna, compuesta del escuadrón de Camejuaní, el batallón
de Arapiles y una sección de artillería, encontró y batió el día 12 en
Majagua á las partidas de Máximo
Gómez y yosé Mguel Gómez, que
sumarían unos 500 hombres, 200
infantes y 300 caballos, causándo-
les bajas de consideración y dis-
persándolos.
La columna tuvo tres muertos
de Camajuaní; heridos graves, el
capitán don Sebastián Coca y seis
soldados, y leves, el teniente se-
ñor Martínez y siete de tropa.
En Santa Clara, los batallones
de Soria, Galicia y guardia civil,
tuvieron un serio encuentro el día
15, en Vizcaíno, con la gruesa par-
tida que mató á Cay itoAlvarez y á
Núñez, mandada por Roberto Ber-
múdez, ala que batieron y dispersaron, causándola diez muertos, que
recogieron en el campo de la acción, y cogiendo catorce caballos, con
monturas, y armamentos.
Nuestras fuerzas tuvieron dos muertos, y heridos un oficial y cin-
co de tropa.
Blanco 72
CABECILLA RECIO
570
El día 1 8, entre Polo Norte y Puchana, el batallón de Luchana y
es:uadrón de Treviño batieron á una partida insurrecta que huyó,
abandonando 15 muertos.
Las tropas tuvieron dos muertos, y heridos el capitán don Ramón
Allende y ocho soldados.
Eq la provincia de Pinar del Río, el general Hernández de Velasco
con el batallón de Baleares, una compañía de San Quintín y un escua-
drón de Villaviciosa, sostuvo un rudo combate contra las partidas re-
concentradas de aquella región, á las que batió y rechazó tras sangrien-
ta y épica lucha y merced al indomable valor é incontrastable empuje
de nuestros soldados, á causa de la desigualdad numérica de sus fuer-
zas, dejando el enemigo quince muertos, y retirando, al amparo de es-
pesos maniguales, muchos heridos.
La columna tuvo considerables y sensibles bajas, resultando muer-
to el capitán don Antonio Epígarez Lara y dos soldados, y 13 heridos
pertenecientes al batallón de Baleares, entre los cuales estaban los te-
nientes don Egidio Matorejo y don Ángel Luque.
El día 21 se presentaron al general Molina, en Jagüey Grande, lí-
mite de la provincia de Matanzas y jurisdicción de Cienfuegos, aco-
giéndose á la legalidad, el titulado teniente coronel áéí ejército liberta-
dor de Cuba Benito Socorro, con la partida que mandaba, compuesta
de dos oficiales y 72 hombres, de ellos 43 con armas, y muchas fami-
lias. La paitida entregó sus armas en la pltza, á presencia de las tropas
y del vecindaiio, dando entusiastas vivas á España, á Cuba españo a
y á la autonomía.
Según telegrama que publicó el Diario déla Marina en su edito-
rial del día 24, se dio por seguro y suficientemente averiguado, que el
titulado general insurrecto Antonio Núñez (hermano del Vicente que
murió con Cayito Alvarez á manos del feroz y sanguinario Barmúdez),
había aparecido ahorcado cerca del poblado de Santo Domingo, afir-
I
571
mandóse que el autor de la hazaña había sido el mismo Barmúiez, á
consecuencia de haber tenido conocimiento de que intentaba presen-
tarse y someterse á la legalidad.
No obstante esos salvajes procedimientos de terror para contener
las deserciones en el campo insurrecto, por parte de los fináticos é in-
transigentes enemigos de España, se anunciaban nuevas é importantes
presentaciones en las provincias occidentales.
»>•*** •^ ^^¡rn^
CAPITULO XLVI
Plan de operaciones en el Camagüey. — Operación combinada. — Encuentros y combates. —
Batida de los inmrrectcs.— Imprefiones. — Vientos de guerra. — Los propósitos de los
jaLkis. — NutYa organización de nuestro ejército en operaciones. — La campaña en Orien-
te.—Reconcentrfción de los rebeldes.— Operación combinada. — Encuentics y combates.
— Toma y destrucción de campamentos. — Derrota de los insurrectos. — Reconocimientos
y batida de los rebeldes. — La columna del general Bernal. — Ataque il un convoy. — Rudo
combate y derrota de los insurrectos. — Nuevo encuentro y dispersión de los rebeldes. —
La obra del soldado.
^ L plan de operaciones en la extensa y casi despoblada
provircia de Puerto Príncipe, tenía como base combi-
nar las fuerzas que desde la trocha central invadían
Equel territorio, con las que mandaba el general Jimé-
nez Castellanos, comandante general del Cgmagüey.
El día 15 salió de Manzanillo el general Pando á inspeccio-
nar la trocha del Júcaro á Morón y organizar las columnas de
operaciones en el Ce maguey, saliendo á operaciones en la
madrugada del 18, hacia San Nicolás y alrededores.
Las fuerzas que operaban en la parte occidental deja trocha, entre
las cuales figuraban los batallones de Careliano, Murcia, Chiclana^
Llerena, Arapiles, regimiento de caballeiía del Pjíncipe, dos escuadro-
nes de voluntarios movilizados de Camajuaní,.una batería del quinto
regimiento montado y otras secciones de voluntarios y guerrilleros
montados, formaron tres columnas bajo la dirección de los generales
573
Pando, Salcedo y Ruíz, y los coroneles Cortijo, Ramírez, Poblaciones
y Maitín Sesma.
La marcha fué de relativa dificultad, pues tuvieron que sostener
ligeros pero continuos tiroteos coa los flancos del enemigo, llegando
el ) 9, sin más novedad, á Santa Isabel, donde se dio descanso á las
tropas y se estableció el campamento.
Al día siguiente contiruaron la marcha sin incidente digno de
mención, y á la caída de la tarde acamparon en el monte, saliendo los
batallones á practicar reconocimientos en distintas direcciones, hostili-
zados siempre por un enemigo invisible, que causó un muerto y tres
heridos á las fuerzas del batallón de Chiclana.
Continuó la marcha en dirección de San Juan, y poco después de
salir del campamento, vióse atacada la vanguardia de la columna por
un grupo enemigo de unos cien hombres, emboscados en los Guana-
les y Chumenda, con el que sostuvo nutrido fuego. Este combate de
vanguardia, que terminó con la huida del enemigo, dio por resultado
que éste dejara abandonados en el campo ocho muertos, teniendo nues-
tras tropas al teniente de Arapiles, señor Cuesta, y un soldado, heridos
graves.
Con otros pequeños tiroteos llegaron nuestras fuerzas á San Juan,
donde el enemigo esperaba á la columna.
Allí se entabló un combate que parecía iba á ser duro por las ven-
tajosas posiciones que ocupaban las fuerzas rebeldes; pero fué tomado
San Juan sin gran resistencia. Tenía importancia este poblado, porque
en él vivían tranquilamente los insurrectos desde que Máximo Gómez
invadió el Camagüay, y en él habían montado industrias auxi.iares de
la guerra y establecido depósitos de ganado y un hospital.
La columna ocupó muchos efectos, 200 reses vacunas, 20 caballos
y muchas medicinas.
574
El día 21 continuaron nuestras fuerzas operando en dirección de
Santo Domingo y Vertientes, á donde llegaron el mismo día y acam
paron.
Durante las marchas se encontraron muchos bohíos que, al ser re-
conocidos por los gaerrilleros, vióse que habían sido abandonados per
los insurrectos al enterarse de la aproximación de las tropas.
Según referencias de las varias familias que se acogieron al ampa-
ro de las columnas, y manifestaciones de algunos presentados y pri-
sioneros, estaban en el campo insurrecto por temor á los vejámenes de
que podían ser objeto de parte de los rebaldes.
Dijeron, además, que desde que estallara la guerra, era aquella la
primera víz que pasaban tropas por aquellos campos.
La impresión que se sacó de esas operaciones y reconocimientos,
fué la de que vivían pacificamente en toda aquella zona muchas fami-
lias de rebeldes, contando con grandes recursos, siembras y ganados.
Calculóse que había en aquellas zonas más de cien mil reses, que
principalmente se hallaban en la costa Sur de la provincia.
Los rebeldes armados no eran muchos, y los que mejor montados
y armados estaban, eran los dedicados á servicios especiales de comi-
siones, avisos, confrontas y auxilio de las prefecturas.
El espíritu de nuestras tropas era excelente; los soldados iban ani-
madísimos; los ranchos, como había carne en abundancia, eran buenos, »
y, á pesar de las marchas largas y penosas, sólo hubo una baja por en- ^|
fermo en las columnas.
De las impresiones recogidas por nuestro informante en el cuartel
general, deducíase que el propósito del general Pando era impedir que
se confirmasen los rumores que circulaban con insistencia sobre propó- :
575
sitos de nueva invasión en Oriente. Dd ser éstos ciertos, las operacio-
nes realizadas como base del plan general, habían desconcertado al
enemigo.
El general Pando, conforme deseaba, logró establecer contacto
con las fuerzas que mandaba el general Jiménez Castellí^nos.
La combinación con la división Castellanos se realizó con fortuna,
coincidierdo en Vertientes ambas fuerzas, donde oportunamente llega-
ron embarcaciones con raciones, protegidas por el cañonero Contra -
maestre.
* *
Seguían las malas impresiones respecto de la actitud y preparativos
militares délos Estados Unidos: la Bolsa, ese barómetro de la política,
continuaba pronunciándose por la baja: los periódicos mostrábanse in-
tranquilos: los ministros aparecían preocupados y poKíanen circulación
frases equívocas. Decididamente no eran de paz los vientos.
Y no eran de paz los viento», porque la República norteamericana
era Eolo: resoplaban fuerte el gobierno, los individuos del Parlamento,
los agitadores de la prensa, los agiotistas de la banca. Por último, de-
sataban el vendabal de todas las pasiones ruborosamente contenidas
durante tres años, los marinos encargados de informar á Mac Kinley
sobre la catástrofe del Maine.
Pero, ¿era eso la guerra? Desde luego podía esperarse todo de un
pueblo completamente extraño á todo procedimiento regular en las re-
laciones internacionales. h& sans facón anglossjona, la falta de escrú-
pulos característica de la raza y de su condición aventurera y comercial,
autorizaba cualquier sospecha. El Norte-América es el pueblo de Lynch,
y sus hombres de Estado habían consentido como la cosa más natural
576
del mundo las salvajadas de Nueva Orleans, sin creer que por ellas me-
reciera la humanidad un desagravio, ni Italia, atropellada y ofendida,
una reparación honrosa.
De una tan burda novela como la del Maine fueran muy capaces
los norteamericanos de sacar conclusiones efectivas en contra de España.
Ese episodio del Maine no nos pareció definitivo: ese acuerdo del
Maine era un jalón mes; sólo un jalón.
Los Estados Unidos habían intentado pro-
vocarnos en todas las íormas, de manera
que la agresión fuera imputable á nuestro
quijotismo. Pero cuando Don Quijote no
resultaba en sus alocam lentos sino con la
firmeza y serenidad de sus grandes horas
de cordura, los yankees se callaban y se
potían á intentar nuevas artes de dis-
cordia.
Primero los indemnización ;s; después
las proposiciones favorables á la belige-
rancia; luego la excursión del Laurada á
Valencia; en todo momento la ayuda re-
suelta en armamentos y municiones á la
insurrección; más tarde el conflicto Dupuy
de Lome, planteado gracias á los más re-
probados métodos de espionaje y á la vul-
neración del secreto de la correspondencia privada; muy luego la vi-
sita del Maine y el ajetreo de otros buques como fantasmas amenazado-
res, y últimamente la campaña de Mr. Lee y Miss Clara Barton á pro-
pósito de los reconcentrados...
¿No estaba en todo eso visible una astucia incansable y un propó-
sito deliberado y evidente que buscaba nuestro cansancio ó nuestra
VOLUNTA KIO MOVILIZADO
DE COLOR
577
desesperación, paro siguiendo el juego del nadador que á vueltas con
las olas quería guardar la ropa?
Qaedaba aúa un claro, un bu3n claro al Gobierno americano para
agarrarse con fuerza: la protección á los reconcentrados, elevándola á
descarada y humillante intervención, por medio de Lee.
Cuando á los Estados Uaidos conviniera dar la última vuelta á los
tornillos, no tendría más que valerse de ese medio, en mal hora pro-
porcionado por la torpeza de uno de nuestros generales, ya exacerbando
nuestra paciencia, ya fundamentando en el humanitarismo su interven-
ción en Cuba.
¿Qjé interés podlan'tener los yankees en aplazar las espansiones
de su odio ó de sus ambiciones?
Ganar tiempo: todavía no consideraban, á la fecha, bastante el em-
pleado para la organización de su marina y de su ejército.
Cuando considerasen las cosas en sazón sacudirían el árbol...
He ahí lo que nuestros gobernantes debieran haber tenido presente
desde que se iniciara el conflicto y se traslucieran claramente los pro-
pósitos y las intenciones de nuestro arteros enemigos.
Y el Gobierno debiera haber medido mejor las consecuencias de
nuestra pasividad.
Y si al fin y al cabo habíamos de apelar al quijotismo, haberlo
hecho antes de que nos tomasen mano y vez los yangüeses.
Para activar en lo posible las operaciones militares y unificarlas,
se organizaron tres nuevos cuerpos de ejército. Uno de ellos operaría
en el Camagüsy, á las órdenes del general Silcedo; el segundo se des-
tinó á Las Villas, y á su frente se puso el general Aguirre, y el tercero
fué encargado de perseguir activamente las fuerzas rebeldes que queda-
Blanco 73
57S
ban en Occidente, operando al efecto por las provincias de Matanzas, la
Habana y Pinar del Río, bfjo la dirección del general Gorzález Parrado.
En tres zoras militares quedó dividida la Sierra Maestra, para los
efectos dalas operaciones emprendidas ea el departamento Oriental.
Comprendía la primera desde Cfbc Cri z hasta los nacimientos del
río Ysrs; la segunda desde éstos á los del río Contramaestre, y la terce-
ra, desde los últimos á la bahía del referido Csbo Cruz.
Las operaciones alJí realizadas en la primera decena de Fíbrero, y
que dejamos reseñadas en precedentes capítulos, quedaron completa-
mente determinadas, y de ellas se desprende que el general Linares, al
regresar de Holguín debió ir á establecerse con sus íueizas á Palma So-
riano, desde cuyo punto emprendió las operaciones ya mencionadas en
combÍDación con el geneial Vara del Rey sobre la Sierra Moestra.
En el telegrama oficial del día 17 apsrecía una columna dedicada
á limpiar de insurrectos la orilla izquierda del Cauto y teirenos al Sur
de la misma, en la parte comprendida entre el Guamo y la desemboca-
dura del río Contramaestie, Efluente de la izquierda de aquél; comarcas
regadas por los tíos Bayamo y Cautillc, y en la que radican los impor-
tantes poblados de Cauto Embarcadeio, Bayamo, Jiguaní, Guisa y Baire,
teniendo además este ticzo del río Caulolos pasos precisos y constante-
mente usados por las paitidas que iban de las jurisdicciones de Cuba y
Manzanillo á la de Holguín.
En la zona comprendida entre el Río Bayamo y el río Yara y prd-
ximo á las estribaciones de la Sierra Maestra, estaba operando el gene-
ral Ochoa sobie Veguitas y Bueicito, extendiéndose probablemente estas
opeíaciones al Homo, el Dátil, Peralejo, Jucaibama, Barrancas y Yara.
El regimiento de Isabel la Católica operaba en combinación con las
fueizfis de la división ligeia del general Bernal, y parece ser que antes
de dirigirse sobre la paite central de Sierra Maestra abarcaría en sus
cperaciones todo el teiritoiio asignado á las columnas de que se com-
ponía dicha división.
579
La media brigada Raíz cubría el camino de B lyamo á Cauto Em-
barcadero, por Mangas y Punta Gorda, línea importantísima para la
comunicación de Manzanillo á B lyamo por el río Cauto.
***
Habiendo recibido el g3neral Luque confidencias poútivas de que
las partidas de las zonas di HoIguÍQ y Victoria de las Tunas, en cuya
jurisdicción mandaba en jafe, habíanse reconcentrado en gru;so núme-
ro en los montes de Chaparra, cerca de Puerto Padre, decidió empren-
der una operación combinada contra el enemigo, y, al efecto, ordenó
desde la líaea de Holguín y Gibara que salieran tres columnas en com-
binación, al mando respectivamente del general Nirio, del coronel Mo-
reno y del comandante P/ovenzi.
Esas columnas debían converger en los montes de Chaparra, yendo
las fuerzís del general Nario por Vjlasco, las del coronel Moreno por
San Andrés y las del comandante Provenza por la Resbalosa.
El general Luque, que debía concurrir también á esa importante
operación, se embarcó en Jibara con dirección á Puerto Padre, en donde
organizó una columna compuesta de 850 hombres de la segunda briga-
da de dicha jurisdicción, é inmediatamente se puso en marcha al frente
de estas fuerzas pjr el camino de Santo Domingo hacia Chaparra.
Las primeras fuerzas qu3 entraron en fusgo fueron las de la colum-
na del coronel Moreno, que sostuvieron rudo combate el día 8, en las
lomas de Juan Sáez.
Durante la refriega explotaron tres bombas de dinamita colocadas
por el enemigo para contener el avance de las tropas.
El general Nario, marchando en la dirección indicada en la orden
ganeral, oyó el vivo fuego de fusilería y ciñ5n que sostenía la columna
Morero, y, precipitando la marcha, acudió sus sus fuerzas en sn auxilio.
580
Advertidas las fuertes partidss por sus explotadores de la llegada
de otra columna, abandonaron sus posiciones y se replegaron precipi-
tadamente hacia los mencionados montes de Chaparra.
Lastres primeras columnas acamparon, manteniendo contacto entre
sí, en la noche del 8 á tres leguas del campamento enemigo.
# *
Por la noche del mismo día 8 pusiéronse de nuevo en movimien-
to, y al amanecer del 9 rompieron fuego contra los rebeldes, que hicie-
ron gran rctistencis, obligando á generalizar el combate, en el que se
peleó duro por ambas partes.
Al fin, fué tomído €l campamento eremigo, huyendo éste desmo-
ralizado y cayendo en la fuga sobre la columna Canillo, formada por
fuerzas de las que mandaba el general Luque.
Las partidas no ofrecieron en este encuentro resistencia a'guca, y
se dispersaron ala desbandada.
Continuaron las columnas operando y practicando extensos reco-
nocimientos, y el dia 12 dieron con campamentos fuertemente atrin-
cherados y establecidos en San Juan y el Semillero, á los cuales ataca-
ron con gran brío y bizarría.
Avarzó la artillería hasta 200 metros y fueron cogidos los hilos
colocados para h£cer estallar las bombas de dinamita de que tenían
sembrado el campamento, apoderándose las tropas de dos cajas con
explosivos.
Al día siguiente atacaron las tropas otro campamento enemigo es-
tablecido en Laguna Grande, que los rebeldes abandonaron precipita-
damente, sin aceptar combate.
Djspucs continuaron los reconocimientos hasta el día 16, en que
las columnas regresaron á Puerto Padre.
581
La operación duró ocho días, y á pesar de la tenaz resistencia que
ofreció el eneirigo, fué desalojado sucesivamente de todas sus posicio-
nes, tras reñidos combates y hábiles movimientos de las columnas, que
maniobraron combinadas hasta derrotarle y dispersarle completamen-
te, tomándole sus campamentos de San Juan, Semillero y Laguna
Grande, dos poblados con grandes siembras, ganado, 17 trapiches en
que fabricaba azúcar, armas, municiones, bombas de dinamita, de las
cuales estallaron varias al paso de las tropas en los distintos ataques,
hilos conductores y tres cajas con explosivos.
Además se le causaron 48 muertos y 150 heridos, debidos en gran
parte al certero fuego de nuestra artillería, que fueron recogidos por
nuestras tropas. Estas tuvieron que lamentar las siguientes bijas: el
capitán de Vergara, don Ramón Toro, y nueve de tropa, muertos; he-
ridos graves el capitán de la guerrilla de San Andrés, señor Honall, el
teniente del regimiento de Astuiias, señor Tudela y 58 soldados, y le-
vemente los comandantes señores Camarero y Molina.
Los cabecillas que formaron la concentración de las partidas bati-
das fueron Manocal, Echevarría, Estrada, Cornelio Rojas y Perico Gon-
zález.
Las columnas del general Nario y jefes señores Moreno y Proven -
za, formaban un total de 1400 infantes, 200 caballos y cuatro piezas de
artillería.
***
Lfl columna que mandaba el coronel Gelpí regresó el 24 desde San
Jerónimo á Vertientes, después de verificar extensos reconocimientos
ea fquella zona con fuerzas de infantería y caballería, batiendo algunas
partidas que se le opusieron en defensa de rancherías, sorprendidas por
la presencia de tropas en aquellos lugares, donde ocupó mucho gana-
582
do y recursos de todo género, haciendo al enemigo cinco muertos y
nueve prisioneros, cogiendo muchos caballos, armas, una prefectura,
una teneiía, considerables abastecimientos de todo género y grandes
salinas.
El general B;rnal, al frente de las fuerzas de su mando, salió el 13
de Jiguaní, llegando el 17 á Arroyo Blanco, después de sostener com
bates ciarlos con grupos rebeldes.
Durai.te su marcha reconoció Biire, Cantilado, Los Negros y Mo-
gote, hasta Cruces, tomando posiciones al enemigo que se def .ndió en
Baire y Cantilado en número de 400 hombres de la partida de Calixto
García, mandados por los cabecillas Lora y Cebreco.
Los insurrectos fueron desalojados de sus posiciones y dispersos,
destiu vendóles grandes vegas de tabaco, campamentos, prefecturas y
estancias donde las tropas recogieron víveres en abundancia.
En Cruces batió la retaguardia de la columna al enemigo disperso.
En Cantilado dejaron 32 caballos y 10 muertos.
Lí columna tuvo tres muertos, 23 heridos y seis contusos de tropa.
Sabedor el general Luque el día 25 que el enemigo, fuertemente
atrincherado, trataba de impedir el paso de un convoy á San Agustín,
ordenó que dos columnas, en total 1. 100 infantes, 7) caballos y dos
piezas de artillería, al mando del teniente coronel de infantería de Ma-
rina, señor Cirrillo, marchasen una á vanguardia y otra de escolta
desde Manacón á San Agustín.
Llegado el convoy al punto donde esperaba conveniente y vea-
tajosamente posicionado el enemigo, trabóse combate, que faé rudo
y duró todo el día, destruyéadoles multitud de trincheras defendidas
con bombas de dinamita.
Las guerrillas montadas cargaron brillantemente sobre el enemi-
go, que arrojado de todas sus posiciones huyó á la desbandada, dejan-
do en el campo 28 muertos, armas y efectos.
1!
583
El convoy llegó intacto á su destino.
Al evacuar heridos de la enfermería de San Andrés, trató el ene-
migo de disputar el paso á la columna, trabándose un nuevo combate
el 26 en Aguerrás Martillo, que tuvo por resultado la compktü batida
y dispersión de las fuerzas insurrectas, á las que se les causaron 12
muertos más, todos con arma blanca.
Las brjas de las columna en los dos combates fueron: ocho muer-
tos y 44 heridos de tropa.
Se supuso que en ambas acciones las partidas rebeldes iban man-
dadas y fueron dirigidas por Calixto García, que huyendo de las co-
lumnas que lo batieron en Oriente, pasó á Holguín con el giueso de
sus fuerzas.
***
La noticia de las brillantes operaciones realizadas por ruestro va-
leroso ejército en campaña en el Camagüey y departamento Oiental,
y los sucesivos y victoriosos combates sostenidos con las huestes del
generalísimo Gómez y su lugarteniente Calixto García, produj ron en
el público un efecto digno de ser analizado.
Al entusiasmo que inspiraban las constantes proezas del soldado,
se unía la indignación contra el gobierno de los Estados U.:idos, que
pareciendo desentenderse de los esfuerzos de España por la p;z, pedía
que en plazo perentorio terminase una guerra que él mismo propagaba
y sostenía.
El C6 maguey recuperado; la navegación del Cauto reccb ada; el
Oriente dominado y recorrido por nuestras columnas, que al mismo
tiempo operaban en las Tunas, en Bayamo, en Manzanillo, en Sierra
Maestra, en Puerto Padre y en la Sierra del Cobre, eran pruebas pal-
584
mañas de que el ejército de Cuba no descansaba un punto, de que los
rebeldes no podían oponerle resistencia, y de que sólo una insigne
mala fé podía encontrar en el pro
ceder de España motivo para otra
cosa que para la simpatía.
Las operaciones en Cuba eran
tan activas é iban dirigidas á la
fecha con tanta destreza y acierto,
que sin el aliento que la rebelión
recibía del gobierno de Mac-Kin-
ley, pronto terminara en la isla
la sangrienta era de las luchas.
España presenciaba con orgu -
lio aquellos combates en que al
mismo tiempo eran castigados los
rebeldes de diversas comarcas.
Europa, el mundo entero, no
podían menos de mirar con res-
peto á aquellas legiones de héroes
que venían dando un ejemplo de resistencia y abnegación jamás visto
en la historia.
Por eso, fueran los que fuesen los azares que el cielo reservara á la
Patria, el heroísmo del soldado español nos aseguraba la conservación
de lo que más importa: el honor de la raza.
CAPITÁN ROBLEY EVANS
(2.° Comandante de hi escuadra Sampson)
JEl conflicto internacional
Y
X^a guerra con los Estados Unidos
CAPITULO PRIMERO
El conflicto. — La cuestión internacional.— Hecho innegable. —E! gobierno pspañol.— Nues-
tro8 políticos. — El nodo del problema, — Los propósitos de los Estados Unidos. — Nueva
calumnia. — Contra la honra de España. — Eso, nunca. — El informe de la Comición ame-
ricana sobre la voladura del Maine. — Dictamen ambiguo. — Carácter fortuito del sinies-
tro.— Nueva cuestión sobre el tapete. — Los socorros á los concentrados. — Actitud du-
cidida del gobierno de Washington. — Hacia el desenlace. — Nuestra dignidad á prueba.
— Espeetación. — La Justicia con España.
OS que eran indicios se fueron trocando paulatiaa-
mente en pruebas: tras de las embozadas amenazas
del mensaje de Mr. Mac Kinley, de aquel Mensaje
^FF^a^ que tanto satisfizo á nuestros ministros y que motivó
tan enojosas como exactas profecías en los órganos de la
opinión, pusiéronse en movimiento los buques norteameri-
canos, situándose á la vista de la isla de Cuba y establecien-
do un bloqueo moral, pasando asi la provocación de las pa-
labras á los cañones, y tras de las baladronadas jingoístas
Blanco 74
586
S'guieron los télicos aprestos, cuyo estruendo y aparato alarmaban á
dial i 3 los centros bursátiles donde se cotizan nuestros valores.
Aunque tarde, ya nadie vacilaba al calificar los intentos de los Es
tados Uaidos, nadie desconocía lo perentorio del peligro, ni siquiera
los ministros, que bus:aban excusas para su inactividad en optimismos
inexplicables.
Al desaparecer la esperanza de soluciones pacíficas, al contemplar
los posibles resultados del cheque, el puetlo trataba ya de escuadriñar
responsabilidades, como trataban los hombres públicos de esquivarlas.
Mucho importaba depurar con toda claridad las culpas antes de
que experimentásemos los efectos de tristes acontecimientos, y antes
de que la exaltación de los ánimos estorbase el juicio sereno y cegase
la luz de la razón. Pero ¿no hubiera sido más conveniente, más lógico
y, sobre todo, más práctico, pedir á coro y á voz en grito, á fin de des-
pertar de su letárgico sueño á los ocho durmientes del Gabinete, pre
paración ante un conflicto que el menos avisado en asuntos internacio-
nales veía hacía tres años avanzar sobre España?
Ahora bien, estalló la ruptura de hostilidades, y por ausencia de
previsión y por falta de aprestos y por carencia de elementos ofensivos
y defensivos, sobrevino el desastre. ¿A quién es justo condenar, á los
gobiernos y á los hombres públicos que por amor propio unas veces, y
por apatía otras, desdeñaron las advertencias y perdieron el tiempo y
el dinero que hubieran podido servir para disponernos á la lucha, ó á
la opinión del país, que toleró á aquellos gobernantes y á aquellos po-
líticos y consintió su apatía y su desdén y no supo impedir la malver-
sación del tiempo y del dinero á la Nación?...
El previsto y temido choque vino, y nuestra gloriosa enseña fla-
mante, sin un girón, sin una salpicadura de sangre, sin una mancha si-
quiera, fué arriada para siempre por manos de nuestros enemigos, no
de nuestros vencedores, pues donde no hay lucha no hay vencidos, y
á presencia de nuestros sacrificados soldados, de aquellas tierras des-
587
cubiertas por el gran Colón y conquistadas por nuestros gloriosos an
tepasados.
¡Y nuestra enseña tornó enlutada, sin haber colgado ni un sólo
crespón'negro en el asta de la estrellada bandera norteamericana!...
* *
Dos fases principales presentó, á nuestro modo de ver, la cuestión
internacional. Fué la una el problema de la influencia europea en Amé
rica; la otra fué la que se relacionaba con la política universal.
Desalojar á España de Cuba, significaba para los Estados Unidos un
triunfo material visible respecto de las naciones del Antiguo continer:-
te, una afirmación indiscutible de su superioridad en el Nuevo Mundo;
para el espíritu mercantil de su pueblo, un territorio privilegiado, so
bre el cual eran factibles las más productivas de las especulaciones;
para su soberbia de única gran potencia americana, el predominio in-
contrastable en el go fo de Méjico, la llave de ambos Océanos, cuando
por el istmo de Panamá ó por los lagos de Nicaragua, se porga en co-
municación el mar Atlántico con el Pacífico.
Tal ha sido el objeto perseguido por el gobierno de Washington
desde la anterior guerra separatista de Cuba. Lograr esto sin los peli
gros de una guerra exterior, sólo por el cansancio y agotamiento de
España en luchas internas, fué el plan hasta Maizo del 98 desarrollado.
No entraba en sus cálculos la previsión de que España reconociese
la personalidad de, nuestras colonias antillanas bajo la soberanía de la
Metrópoli, quitando así la causa, primero, y el motivo después, para la
contienda. Se nos juzgaba como á un pueblo obcecado incapaz de mu-
dar de rumbo.
De ahí provino el cambio de actitud de la gran República federal,
precisamente cuando éste podía y pudo tener menos justificación.
Ebto, que lo percibió cualquiera que no se empeñase en ver visio-
588
nes y que explica por sí con toda lógica y sencillez la conducta de los
Estados Uaidos en la cuestión de Cuba, tuvo que ser penetrado sobra-
damente por la mirada de los gobiernos europeos.
* *
Fué un hecho innegable que todo el oleaje belicoso, movido en las
márgenes del Hudson é iaevitablemente rffl;jado en nuestra Peninsu-
Ip, provino del punto y hora en que el gobierno de Washington dis-
puso el envío de una fuerte escuadra al golfo de Méjico y del Maine á
la bahía de la Habana. La nota amenazadora, encerrada en el último
párrafo del mensíj 3 presidencial, relativo á la cuestión de Cuba, no
consentía en que á hechos nada ordinarios se diese tranquilizadora ex-
plicación.
La extrañeza, por no decir alarma, que aquellos produjeron en
ánimos españoles, se combinó con otro hecho no menos significativo.
El movimiento contrarrevolucionario, que había empezado á determi-
narse con viveza, se detuvo.
Los periódicos filibusteros saltaban de júbilo ante ese espectáculo,
y exclamaban riéndose de nosotros y de la virtud pacificadora del nue-
vo régimen: «;Qué han de presentarse á los españoles los cubanos en
armas, si éstos saben que á aquéllos los van á echar de la isla!»
No de los gritos de los jingos, sino de la presencia de la escuadra
norteamericana en las proximidades de la grande Antilla, provino esa
exclamación, que se tradujo en el predominio de la f jroz intransigen-
cia dentro del campo insurrecto.
¡Y, sin embargo, esos dos hechos tan significativos y evidentes,
nada revelaron á nuestos gobernantes, que seguían viendo con claridad
envidiable la buena voluntad de Mac-Kmley respecto de España, y
descuidando la preparación de elementos para hacer frente al conflicto
589
que á pasos agigantados veíase avanzar, amenazándonos con un inevi-
table desastre!
No hubo por acá ni un clarividente que nos facilitase la anhelada
clave de los propósitos lealisimos, con los cuales Mac Knley mantenía
ese estado de cosas, mediante la permanencia de los mejores barcos de
la Unión á pocas horas de la H ibana.
***
En tanto avanzaba el conflicto y hacíanse más evidentes los propó-
sitos deliberados de nuestros codiciosos y arteros enemigos, entrete-
níanse nuestros muñidores de la política en un jaego de compadres
que venía á rematar el concapto del régimen, y pasaban punto menos
qae inadvertidas las gravísimas contingencias qu3 corría la patria.
No se trataba ya de rumores recogidos en la calle, ni de cálculos
hechos en torno de las mesas de los cafés, ni de infundios de las casas
de negocios, ni de frutos de la inventiva reporteril, se trataba de im-
presiones que dominaban en lo alto, de temores que se abrigaban en
las esferas del Gobierno, de sospechas vehementes que algunos minis-
tros tenían de que fuéramos al desenlace rápido en la cuestión de Cuba
en su aspecto internacional.
El nudo de todo el problema estaba en si MacKinley se decidía ó
no á mandar el informe del Maine al Congreso.
El informe de los americanos sobre el Maine fué un absurdo; no lo
aceptó nadie como expresión de un convencimiento honrado, sino
como un esfuerzo hecho para no desacreditar á su naciente marina de
guerra y librar de responsabilidad á jefes y oficiales negligsntes.
Esa causa exterior que ellos solos vieron, fué un artificio para
»
590
apresurar la ruptura, y la misma indeterminación de responsabilidad
reveló hasta dónde llegara su propósito.
Buscaron, claro se vio, una explicación de su desleal conducta, y
lerdo fuera quien no acertase con la clave.
La insurrección estaba muerta, la autonomía era la p'z; veían que
se les escapaba la presa, y quisieron apresurar el conflicto.
El conflicto se apresuraba si los temores que abrigaba el Gobierno
se realizaban; y vería pronto, porque así estaba determinado hacía
tiempo en Casa Blanca y en el Capitolio de Washington; porque era
la consecuencia natural de una política sólo desconocida por nuestros
estadistas.
Ese informe estuvo destinado á ser la mecha que debía aplicarse á
la mina; ni más, ni menos.
No había, pues, que buscar explicaciones artificiosas.
La declaración de causa exterior como determinante de la catástro-
fe, era el más grave de los insultos que se podían inferir á España, y
su Gobierno no habría de tolerarlo, si le quedaba un resto de buen,
sentido y de amor á su pueblo.
Con eso contaban los Estados Unidos para el logro de sus propó-
sitos.
*
* *
A costa de grandes sacrificios de su derecho y hasta de su pacien-
cia, devorando en silencio amarguras y afrentas, dando un ejemplo
extraordinatio de seremidad de alma, tal vez único en la historia, Es-
paña resistió la guerra con los Estados Unidos, la rechazó durante tres
años.
No queiíamos la guerra, no la hemos querido nunca, porque todo
choque de fuerza entre dos naciones, aun para la que sale victoriosa, es
591
un desastre. Las guerras son como los pleitos, y á ellas puede aplicarse
el mismo popular adagio que reza entre nosotros: «PJeitos tengas y
los ganes».
No queríamos la guerra, porque un pueblo como España, desan-
grado por tantas luchas, debía amar la paz, cual un bien jamás gozado
por entero.
No queríamos la guerra, en la previsión de que en ella se perdiera
aquello por lo que se originaba la contienda. Por esto anhelábamos la
solución pacífica como la mejor de las soluciones.
Si; la paz ante todo: la paz por encima de todo; la paz internacio-
nal, ya que la guei ra civil es núes
tro orgánico modo de vivir.
A la paz, ese supremo bien de
las naciones y de las familias, lo
sometimos todo: los impulsos de
la sangre, los instintos de una he-
rencia belicosa con probados ascen-
dientes en nuestra existencia his-
tórica, los dictados de la concien-
cia y hasta las máximas de la mo-
ral, qu3 no consienten establecer
como norma el atropello de la
propiedad, de la soberanía, del
derecho.
Y esa actitud de España, tan
fieramente mantenida, no prove-
nía de debilidad. Nunca midió ésta las consecuencias de sus actos de
arrojo; jamás se puso á contar lo que le pudieran costar sus hazañas
gloriosas.
No podía habar debilidad en país qae en poco más de un año envió
ALMIRANTE SAMPSOíi
592
dos cientos mil soldados á la distancia de tres mil millas, para ventilar
cuestión en que más se discutían los atributos espirituales de la sobe-
ranía, que sus provechos materiales.
No: no era producto de alma apocada y de cobardía lo que era es-
pejo y ejemplar de un admirable estoicismo colectivo.
Pero por eso mismo, porque habíamos rechazado constantemente
la guerra y en todo momento la paz habíamos proclamado, teníamos
autoridad y razón para no permanecer ni un día más callados ni inacti-
vos ante el nuevo agravio inferido por nuestros enemigos con su calum-
nioso dictamen acerca de la voladura del Maíne. Al atribuir é ita la comi-
sión norteamericana á un agente exterior y á una causa intencional, se
rebasaron todos los límites á nuestra paciencia y se colmaron todas las
medidas á nuestro fgravío.
Y eso era ya demasiado, y de ahí no podíamos pasar. Podíamos su-
frir todo género de ve j á menes, todos menos uno solo: el que se nos arro-
jase á la cara delante del mundo civilizado, la afrenta de acusarnos de
ser una nación criminal.
***
Eso, nunca. Regístrense en la historia los motivos de las contiendas
entre naciones, y no se encontrará ni uno que iguale, que ni siquiera
llegue en gravedad, atan icícua, falsa, intolerable imputación.
Todos los pueblos, en todos los tiempos, han tenido á España como
un país honrado, hidalgo y caballeresco, y al obscurecerse nuestra gran-
deza, después de haber perdido tierras y Estados, es el único patrimonio
que nos queda.
Pregúntese por todos los ámbitos del planeta. No habrá, no puede
haber en todo el orba civilizado quien sospeche siquiera que España sea
593
capaz de imaginar siquiera un crimen para deshacerse de un enemigo.
Consentir que tal se dijera, y consentirlo sin consignar indignada,
airadísima protesta, fuera borrar toda la historia patria.
Y haberlo tolerado España hubiera sido algo peor aún que eso: fuera
tolerar que un incidente fortuito y desgraciado, que puede producirse á
toda hora y aun entre naciones amigas y hermanas, se convirtiese, por
la odiosa conducta de los Estados Unidos, en el conflicto entero y total
de la cuestión entre los dos países con motivo de la guerra de Cuba.
ACORAZADO NORTEAMEEICANO «OREGOX»
Hubiera sido una perfidia inicua de la República federal norteame-
ricana, que, á propósito de una desdicha á nadie imputable, si no es á
la negligencia de su marina, hubiese pretendido involucrar las cuestio-
nes y echarlo todo á barato y hacer arrancar de ahí la intervención ar-
mada en la gran Antilla.
Que eso intentaron, bien claramente lo demostró el anuncio de que
ante las Cámaras se leerían los dictámenes de los agentes consulares so-
bre la situación de los reconcentrados, al propio tiempo que el informe
sobre la explosión del Mame.
Lo probaron también, ai formular ante el capitán general de la isla
de Cuba, que hizo muy bien rechazándola, la demanda de volar los res-
Blanco 75
594
tos del buque siniestrado, con el indudable objeto de borrar hasta las
huellas que probasen lo falso, lo inmotivado, lo injusto de atribuir la
catástrofe á una causa exterior é intencional.
Cuestión fuera esa, aun presentada en términos tan injustos, tan
atentatorios á la verdad, para ventilada por arbitros, para sujeta á
nuevos juicios periciales.
Destruir la materia del peritaje era mostrar que no se quería que se
averiguase la verdad, que se pretendía imponer el monstruoso absurdo
de una explosión por agente exterior.
Y ese atentado, cualesquiera que fuesen sus consecuencias, no se
podía tolerar por varias razones, y entre ellas la primera, porque ave-
nirse á tolerarlo hubiera sido convenir en que merecíamos que se creye-
ra de nosotros que, como nación, somos capaces de volar barcos, que
éramos criminales. '
Fuera muy sensible y lastimoso tener que romper nuestra tradición
de serenidad y de paciencia; pero todavía lo hubiera sido más pasar por
eso, que nos hubiese condenado á una vida eterna de ignominia, y la
muerte es siempre preferible á una vida en tales condiciones.
Hacer arrancar el trágico desenlace del conflicto de la explosión del
■ Maine hubiera sido entrar en la lucha ya infamados, y que toda la san-
gre del mundo no bastase á lavar la afrenta; fuera no tan sólo pretender
arrojarnos de Cuba, sino del número de las naciones honradas y civili-
zadas. Y eso no podía suceder nunca. España tenía y tiene todavía una
conciencia y una honra.
* *
Afoitunadamente, el informe de la comisión americana sobre la vo-
ladura del Maine leído en el Congreso de Washington, no revistió la
595
gravedad extrema que en un principio se le supuso y que tanta indig-
nación produjo en Espfcñi.
La Comisión dijo, en resumen, lo siguiente:
Que del testimonio de los buzos no podía sacarse ninguna opinión
definitiva; y que si bien la catástrofe se debió á un agente exterior, no
existían las pruebas indispensables para fijar una responsabilidad con-
creta.
En el dictamen no se aludía para nada á España ni á los españoles.
Da ello se deduce que la comisión americana, aun atribuyendo el
accidente á causas externas, concluyó en paridad por reconocer el ca-
rácter de fortuito.
Puesto en ese terreno el pleito, no seria ahí donde Msc Kinley en-
contrase pretexto para declarar la guerra á España, aunque claro está
que si él y su pueblo la deseaban no habían, de necesitar echarse en
busca de pretextos ni de ocasiones para agredirnos.
Y que lo deseaban, uno y otro, pronto lo evidenció lanu:va cues-
tión puesta por ellos sobre el tapete, aún no retirada la del Maine, sobre
los socorros á los concentrados, en la cual, según los telegramas, se dis-
ponían á hacer hincapié los Estados Unidos, mandando, pluguiéranos
ó no., los consabidos socorros en buques mercantes escoltados por
buques de guerra.
Y era tan decidida su voluntad, que si nos oponíamos á su filan-
tropía, repartiría con la punta de las bayonetas víveres, medicamentos
y limosnas.
Visiblemente se acercaba el desenlace: la gran República quería á
toda cosíala guerra, sin cejar un punto en sus deliberados propósitos
de intervención en Cuba, poniendo á diario á prueba la dignidad de
España para hacerla saltar en fuerza de herirla sin descanso en sus más
vivos sentimientos y provocarla sin cesar, atropellando sus más sf gra-
dos derechos.
I
5S6
Tratábase de acaecimientos previstos y anunciados de cuantos no
quisimos cerrar los ojos ante la evidencia ni negar el entendimiento á
la razón, mas no por eso dejibande sentirse los efectos de la dignidad
herida y de la ira provocada, que no son otros los qu9 puedan engen
drar una iojusticia notoria, una conducta inicua, una ingratitud palma-
ria y una irritante bellaquería que comprendía todos los actos de los nor-
tee mericanos, y que abonaba á todas sus palabras.
A cuantos en el mundo tuvieren noción del patriotismo y concepto
del honor debiera haber apelado el gobierno en documento que podía
ser ineficaz para las armas, pero que hubiera procurado indiscutible ven-
taja á la conciencia de un pueblo, mostrando hasta qué punto resultaba
intolerable y hasta qué extremo era injusta la continua amensza de los
Estados Unidos y su propósito de atropellar los derechos de España.
¡Quién es capaz, por extremada que su prudencia sea, de responder
con calma y con sosiego á tanta indignidad!
Pero, ¡ayl, el egoísmo de los pueblos esquivó la justicia, desdeñó
la razón y desatendió el derecho.
*^^*'
AZ-UMIiSmi- ilHÉHJIfUUIIiuiUMlllllllIxtlIlHIllblllllllHUIIMIlllllllllllllItlIlMlItlIlllHtirillllllllIMté^ iMIIMMUIIIUIIIItlUllttlll(I>illUIIBIIMIIIIIIIIIItllllllllllllllUlllllll)l\&|
"^'ji^MJiimii'niwaHwin iii»i:»()hhi MitHiiiiiHiii"i>iHiiitfliiiiiR«m*i.t«iiiiHHiiiiiiii <HiwiiiiMnnMiiiHtiiniii 'a««fK;«miti!i:')Mtiiini»i)<Biitnui:iK»M^A«n7V
CAPITULO II
La ruptura. — Agitación pública. — Otra vpz el pantano. — La Nota colectiva de las grandes
potencias. — La Nota oficiosa del Gobierno español. — La última sorpresa. — El armisticio.
— Suspensión de hostilidades en Cuba. — Para qué el armisticio. — Mac Kinley y sus ma-
las artes. — «Paz en la tierra para los hombres de buena voluntad.
L fia salicnos del pantano.
No fué alegría lo que nos causaron las resoluciones
extremas adoptadas en el primar Consejo de ministros
celebrado el día 6 de Abril y ratificadas horas después
el segundo.
¿Cómo había de serlo, si una guerra exterior, su:edanea
una guerra civil nos había parecido siempre la mayor da
calamidades?
Lo que sí experimentamos fué uaa sensación de desahogo y de li •
bertad, semejante á la del viajero, que harto de viajar en las obscuri-
dades de una interminable noche, no bien el día amanece, encuentra
practicables y gratos los más ásperos caminos.
El gobierno hizo lo que debía, al convencerse, vista la inopinada
actitud del representante de los Estados Unidos, de que no había me-
dios de hacer otra cosa.
En términos perentorios, aunque corteses, intervino de pronto
Mr. Woodfort exigiendo del Gabinete español una respuesta á la peti-
598
ción de Mr. Mac Kinley, referente á la coacesióa de ua armisticio en
Cuba, y fijando el plazo de horas en que deseaba recibirla.
Se le contestó como convenía al decoro nacional: Qae en el Me-
morándum, que días antes se habíi enviado al gobierno de Washing
ton, estaba nuestra última palabra; y que no pasaríamos por el armis-
ticio, sino á condición de que lo solicitasen los insurrectos, y en la forma
que determinase el gobernador general de Cuba.
A consecuencia de ello, se comunicaron á nuestro representante en
Washington las instrucciones pertimentes al caso, y se dio la negocia
ción diplomática por concluida. Mr. Woodfcrt saldiía de Madrid al
siguiente ó subsiguiente día, y nuestro ministro en Washington se re-
tiraría de aquel psís tan pronto como los consulados españoles entrega-
ran y depositasen su documentación en los consulados franceses.
*
Apenas tomados los acuerdos anteriores, y notificado en forma á
Mr. Woodíort, tuvo que reunirse otra vez el Consejo para oir al Nun-
cio de Su Santidad, que pretendía exponer algunos nuevos informes
concernientes á la oficiosa mediación pontificia.
El Gobierno agradeció mucho la buena voluntad de León XIII;
pero manifestó á nonseñor Nava di Brontifé, que ya no era tiempo de
negociaciones.
Se consumó, pues, la ruptura diplomítica, y al Gobierno de los Es-
tados Unidos incumbía decidir cuáles habían de ser las consecuencias.
Aun en aquellos momentos críticos juzgamos como un grave mal
y un serio peligro la guerra que España no deseaba, pero si á ella la |l"
arrastraban las circunstancias, aún contra su gusto, ya no haría nada
para evitarla.
Firme en la posición que la había marcado el concepto de su deber ,j|
599
esperaría los acontecimientos y no avanzaría ni retrocedería una sola
línea.
Cedió y transigió en cuanto pudo transigir y ceder sin detrimento
del honor y de la dignidad del Estado. Había llegado al límite, y no lo
rebasaría sucediera lo que sucediese.
Ya sabíamos, entonces como hoy y antes, que el Derecho interna-
cional carece de base j urídica, y que para ciertas naciones, la razón de
las otras vale tanto cuanto vale la fuerza de que disponen para susten-
tarla. Pero el principio de la moral y la justicia es uno mismo para to-
das, y las que faltan á él incurren siempre en gravísima responsabili-
dad, ya que no sufran siempre el adecuado castigo.
En ese principio fiados, y teniendo en cuenta que cuando no in-
vencible es indomable el pueblo que se defiende dentro del hogar pro-
pio, y que al aceptar una guerra injusta, tiene por estímulo el culto del
honor y por escudo la tranquilidad de conciencia, confiamos en que
no tardarían en conocer su yerro los que trataban de dictarnos la ley,
suponiendo que carecíamos de medios para impedirlo.
¡Qué terrible desencanto! ¡Qué amarga decepciónl ¡Qué cruentísi-
mo desengaño!...
* *
Raras, muy raras veces, habíamos visto á la opinión tan de veras
interesada, tan interesada con alma y con vida como aquellos días en el
desarrollo de los sucesos políticos, en el desenlace, ya próximo, de la
grave cuestión internacional planteada entre España y los Estados
Unidos.
Y de ese tan hondo interés que sentía el espíritu público por co-
nocer al día, y aun pudiera decirse que á la hora y al minuto, lo que
pensaba hacer el Gobierno español y lo que hacia el Gobierno norte-
I
600
americano, nacía una agitación extraordinaria en el ánimo de las gentes
que, sin llegar á perder la serenidad ante la gravedad de las circuns-
tancias, padecían una ansia indecible porque pronto, muy pronto, se
resolviera el conflicto y se resolviera de una vez, todo entero, defini-
tivamente. . ¡Bien se cumplieron sus ansias; pero cviáa opuestamente á
sus patrióticos deseos!...
Tocaba tan de cerca cuanto se ventilaba ala substancia moral, á la
entraña misma de la patria, á la vida y al honor de España, que el
discutir sobre las cuestiones del día, el apreciar las fases varias en que
se presentaba, el determinarse la conciencia pública dictando la conducta
que debía seguirse, ya no era, como en períodos normales, privativo de
los llamados círculos políticos, del salón de cocferencias del Congreso,
de las redscciones de los periódicos, de los sitios donde se saben las
noticias ó se fabrican, sino que trascendía de ahí á todos los ámbitos de
la nación y á todos los elementos de la sociedad.
Y en plazas y calles, en los café?, en lo3 casinos, ea las oficinas
públicas y particulares, en'talleres, en fábricas y tiendas, en las tertu -
lias más encopetadas y en las reuniones populares más humildes, en
todos los hogares españoles, en fin, la conversación no era otra, no po-
día ser otra que hablar del conflicto con los Estados Unidos, discutien-
do las probabilidades del resultado déla contienda, si al fin estallase,
con una fé firme, unánime, en nuestro derecho y en nuestro valor,...
¡Ayl ¡Cuan lejos estaban todos de soñar siquiera en el desastre!...
Desde que tal conversación, única posible aquel día, se entablaba,
ocurría que, como si se tocase la parte más sensible del ser de todo buen
español, vibraba con vibración interna el más puro, acendrado y exal-
tado patriotismo.
Y esa vibración se comunicaba de unos á otros, y las discusiones
acababan con un contagio, con una fiebre de enardecimiento, que era
al fin señal saludable, porque era señal de vida y de virilidad en el
putbio español.
601
*
Pasaronya á una categoría secundaria los diversos aspectos del pro-
blema internacional, ante el paso dado el día 7 cerca de Mr. Mac Kinley
por los embajadores de Francia, Alemania, Inglaterra, Austria, Italia y
Rusia.
Prestóse, en efecto, á muy serias meditaciones la Nota colectiva de
las grandes potencias, y no se prestó
menos la forma en que la acogió el
presidente de la República nortea-
mericana.
Deseaban aquellas, y la frase era
un tanto sospechosa, la conservación
deuia paz que ofreciera todas las
garantías necesarias para el resta-
blecimiento del orden en Cuba.
Y Mr. Mac Kinley, abundando en
el mismo deseo, reiteraba el propó-
sito de poner fin por cuenta propia
á una situación que había concluido,
á juicio suyo, por hacerse intolerable.
Decía así la Nota de las potencias:
«Los representantes que abajo fir-
man, debidamente autorizados para
dirigir en nombre de sus gobiernos el presente llamamiento á los sen-
timientos de humanidad y de moderación del presidente y del pue-
blo americano en sus desacuerdos actuales con España, esperan con in-
terés que nuevas negociaciones coatribuiráa á un acuerdo, que, al ase-
gurar el mantenimiento de la paz entre ambas potencias, dará todas las
Blanco 76
GENERAL NELSON A. MILES
602
garantías necesarias al restablecimiento del orden en Cuba. Las potei.-
cias Eo dudan de que el carácter desinteresado y humanitario de sus
representantes será leconccido y apreciado por la nación americana.»
Mac- Kinley contestó:
«El gobierno de los Estados Unidos reconoce el sentimiento de
buena voluntad que inspira Ja comunicEción amistosa de las potencias
expuesta en su solicitud, y comparte la esperanza en ella manifestada
de que el resultado de la situación actual sea el mantenimiento de la
paz entre Irs Estsdos Unidos y España, conseguido con ayuda de las
garantías necesarias para el restablecimiento del orden en Cuba, po-
niendo término al estado crónico de perturbación de la isla, que causa
tantos perjuicios á los intereses y pone en peligro la tranquilidad de la
nación americana por la naturaleza y las consecuencifs de la lucha sos-
tenida á nuestiís puertas y que subleva, además, los sentimientos de
humanidad de la nación.
«El gobierno aprecia el carácter humanitario y desinteresado de la
comunicsción de las potencias, y está convencido de que éstas aprecia-
rán los esfuerzos deünteresados y sinceros de los Estados Unidos para
cumplir un deber de humanidad, poniendo término á una situación
cuyaproloEgación indefinida se ha hecho insostenible.»
* *
Ahora bien; ¿qué podía resultar de todo elle?
Se nos figuró que el derecho y la soberanía de España andaban
harto pospuestos en todas es&s garauíbs que las poteucias y Mr. Mcc-
Kinley estimaban necesarias para el restablecimiento del orden; temi-
mos que pretendieran comenzar por desalmarnos los que parecían gí-
nosos de servirnos, y sospechamos que nuestra libertad de dominio y
d03
de acción, corría por un lado y por otro iamineate riesgo de verse
mitada.
- Nuestras dudas, nuestros temores y nuestras sospechas, tardaron
muy poco en verse confirmadas.
Con gran sorpresa de la opinión, apareció inserta en los diarios de
Madrid, edición de la noche del 9, la siguiente Nota oficiosa redáctala
en el Coasejo de ministros celebrado ese día, y facilitado á la prensa:
«Habiéndose presentado esta mañana en el domicilio del ministro
de España los embajadores de las seis grandes potencias europeas á ma-
nifestarle que como corolario de las gestiones de sus gobiernos en
Washington, creían conveniente, para los fines de la paz, encarecer la
aceptación de los buenos oficios ofrecidos por Su Santidad y, por lo tanto,
la suspensión de hostilidades, reiteradamente pedida por el Santo Padre;
»Ea vista de todo lo anterior, el Consejo de ministros ha acordado
autorizar al general en jafe del ejército de Caba, para que publique una
suspensión de hostilidades por el tiempo que estime prudencial para
preparar y facilitar la paz.»
A las manifestaciones que en contra de esa petición hizo el minis-
tro de Estado, contestaron los representantes extranjeros citando ejem-
plos de naciones eminentemente militares, que en casos análogos ó
parecidos al en que se encontraba España, concedieron armisticios.
Estos precedentes — añadieron los referidos representantes — de-
muestran que al conceder España el armisticio, no menoscaba ni
desprestigia á su ejército.
***
Deferiendo á consejos de las seis grandes potencias de Europa,
el gobierno español concedió gratuitamente, y por tiempo pruden-
0 I cial, una suspensión de hostilidades en Cuba.
604
El ísombro fué inmenro en toda España.
A Jas demandas de Mr. Woodford y á las solicitudes del Papa,
había contestadD el gobierno declarando, no sabemos cuantas veces,
que jamás concedería una tregua sino á instancia de los insurrec-
tos, y en las condiciones y por el plfzo que determinase el gober-
nador general de la isla.
Una semana antes, el gabinete insular brindó con esa misma
suspensión de armas á los rebeldes.
Di la Metrópoli, y por fxcitsción imperiosa de dos ó tres minis-
tro5, partió al punto una advertencia llamando al orden á los. que de
tal suerte se habían extralimitado.
Aún el mismo día 9, á las diez de la mañane, era acuerdo cerrado
negar el simisticic. Así lo exigíac. según los argumentos oficiales, la
dignidad de la nación y el honor del ejército.
A la una de la tarde, se había ptsado por todo.
¿Será— nos preguntamos — que hayan ofrecido algo por via de
compensación los embajadores de las potencias?
Ni se habían comprometido á nada, ni quisieron siquiera presen-
tar y dejar una Nota escrita.
Consintieren tsn solo en que se diera conocimiento al público de
su comunicación verbal, y no se prestaron á a ás que á enterar del caso
á los respictivos gobiernos. Aún más: cuidaren de advertir al ministro
de Estado que su visita era confidencial y amistosa.
A pesar de tcdo elle, el Gobierno de la nación puso su rúbrica al
pié de un papel en blanco.
Otros serian los que llenasen á su arbitiio el pliego.
De tres partes constsba la petición de los Estados Ucidos, que ori-
ginó las confusiones y alarmas de aquellos días: Se refería una á la ca-
tástrofe del Mame, otra al socorro de los concentrados, y la tercera al
armi ticio.
605
Acordadas las tres, si el Gobierno quería, hubiera quedado libre
la acción de nuestras armas y de nuestra política en Cuba.
Aceptando en principio el arbitraje y derogando el bando de con-
centración, obtemperamos á las dos primeras; pero nos creímos obli-
gados á oponer á la ú'tima una circunstancial negativa.
Cedimos, al fio, también en ésta, para contentar á los grandes po-
deres de Europa, y cuando debíamos juzgarnos al término de tan terri-
ble vía Crucis, resultó que otra vez nos encontramos en el comienzo.
Lo que antes podía y hubiera debido servir para cerrar el litigio,
DO habría de servirnos ya, gracias al malhadado acuerdo europeo, sino
de base para iniciar nuevas negociaciones, de las cuales «surgietan las
garantías necesarias para el restablecimiento de la normalidad en
Cuba.»
¿Cómo no sentir, en vista de contrariedades tan grandes y de sa-
crificios tan inútiles, una mortal tristeza?
Todo pudiera disculparse, si á consecuencia de la transacción hu-
bieran retirado los Estados Unidos su apoyo moral y material á los re-
beldes, y sus escuadras de las costas de Cuba.
Todo fuera perdonado, aunque no olvidado, si hubiese sobreveni-
do la total é inmediata pacificación de la colonia bajo la total e indivi-
sible soberanía de España.
Hoy, hay que pedir estrecha cuenta á los responsables de todo
aquello que lastimó el noble orgullo de la nación y la justa susceptibi-
lidad de los que heroicamente derramaron su sangre por ella.
* *
El armisticio fué pedido por Mr. Mac Kinley y concedido por el
Gobierno español á instancias del Papa y de las potencias.
¿Para qué le pidió Mac Kinley?
606
Dificiltnente podría decirse, al ver las desdeñosas Haeas que, á
modo de Post data, dedicó al armisticio ea su Msnspje del ii de Abril
el presidente de la República norteamericana.
Pero no puede desconocerse que, á pesar de esto, para Mac Kialey
había empezado ya á ser útil la suspensión de hostilidades.
Nos lo hacen "afirmar así, principalmente, las noticias que se reci
bieron de Cuba y que la prensa publicó, asegurando que un mes más
de operaciones en el Camagüsy y en Oriente, hubiera bastado para
acabar con la rebelión. Anunciaron también que aquellos días se espe-
raban importantísimss presentaciones como consecuencia de la acción
política.
Si el hecho era cierto, y debió serlo, porque fueron varios los co-
rresponsales que lo trasmitieron, habrá que convenir en que Mac Kin-
ley no desperdiciaba ocasión de alentar á los insurrectos, y de impedir,
por toda clase de malas artes, que España recogiera el fruto de sus sa-
crificios.
A'per as implantada la autonomía, y á fin de contener la desban-
dada en el campo rebelde, iniciada por la presentación de algunos ca-
becillas con las fuerzas que mandaban, ocúrresele movilizar la escua-
dra yankee y dirigirla hacia las Tortugas. Advierte las ventajas que
nuestros soldados logran en Oriente y el Camagüey, y se apresura á
reclamar el armisticio para que la insurrección no quedara aniquilada
en poco tiempo.
Pues bien: quien así procedió y sostenía la rebeldía, tuvo el aplo-
mo de pedir á todas horas «paz en la tierra para los hombres de buena
voluntad.»
CAPITULO III
Síntoma elocuente. — El Mensaje de Mac Kinley. — La respuesta del gobierno español. — El>
dictamen de la Comisión de Relaciones exteriores. — A marchas forzadas. — El informe
de la Comisión de Negocios extranjeros. — 67 votos contra 21. — Excitación general. — Los
sucesos de Málaga y Barcelona. — Rigor extremado. — Censuras de la opinión. — Recelos
instintivos. — La vida nacional en suspenso. — Ansiosa expectación. — Impaci<-ncia nacio-
nal.— Lo inevitable.
N el Mensaje de Mr. Mac Kinley del ii de Abril se afir-
maba que los Estados Unidos no podían esperar un
momento más para hacer cesar la guerra en Cuba é im-
poner á España su abandono.
La parte fundamental de la cuestión que absorbía desde
hacia tres años toda la vida de España y que nos mantenía des-
leí de hacia tres días en estado de peligrosísima calentura, había-
'^¡¡¡f' se dilucidado por fin en el Congreso de los Estados Unidos.
Apesar de algunas fundamentales ambigüedades del documento pre-
sidencial, bien se pudo afirmar desde luego, que en tesis general, el
presidente de la Unión Americana había firmado y declarado en nom-
bre de su país el derecho de intervención en Cuba.
Fuera definido ó indefinido el plazo en que esa intervención hubie •
ra de ejercerse, y estuviera enunciado el propósito como una simple
intimación ó como un acuerdo de venidera eficacia, además de protes-
I
608
tar violentamente contra el hecho, hubimos de protestar enérgicamente
contra el principio.
Ningún pueblo libre puede, sin dejar de serlo, excusarse de re-
chazar, por cuantos medios y en cuantas formas esté á su alcance, ma-
teria que anule su personalidad y que lo reduzca á una tutela afrentosa.
Consentirlo equivaliera á
presentar nuestra dimisión
como nacionalidad europea.
El gobierno de los Esta-
. dos Unidos había descubierto
claramente su intención, ocul
ta hasta entonces btjo hipó-
critas ambigüedades.
Para él era un hecho evi-
dente la incapacidad de Espa
ña para mantener el territo
lio de Cuba bajo su sobera
nía.
Habíamos pasado por to-
do. Pero á menos quesupri
miéramos la historia y que
convirtiéramos la Península
en una especie de Paraguay aislado del resto del mundo, no podríamos
pasar, no pasáramos nunca por eso.
Para evitarlo, para reivindicar la estimación que nos debíamos á
nosotros mismos y que era un bien superior á la legítima posesión de
Cuba, precisó que con urgencia se convirtieran en un solo brazo y en
una sola voluntad todas las voluntades y todos los brazo, españoles;
que recobrasen la serenidad, momentáneamente perdida, el pueblo y
las autoridades; que Madrid, Zaragoza, Gerona y Cádiz se acordaran,
COMODORO 8CHLEY
6G9
l''''''^nlll|f'!fl''1!Si;lli^ll^''^|l*"''fii
CAPTURADEL VAPOR FláPAiÑUL BUENAVENTURA POR UN CRUCERO
NORTE-AMERICANO
Blanco ti
610
que se acordara España entera de lo que había sido, de lo que no podía
dejar de ser, en tanto que el suicidio estuviese vedado por leyes físicas
y morales á las naciones.
Empezaba el período de las pruebas supremas y délas resoluciones
unánimes.
*
* *
El mensaje que el presidente Mac Kinley dirigió al Congreso fede-
ral, y que fué leído en la sesión del día ii de Abril en el Capitolio de
Washington, comenzaba con extensas alusiones á las insurrecciones
pasadas y á la inquietud como estado permanente en Cuba, que había
causado grandes pérdidas al comercio y á los capitales americanos.
«Esto— decía — ha producido una irritación y una sobreexcitación
continuas entre los subditos norteamericanos.
«Esto ha impuesto también al gobierno federal grandes gastos
para hacer ejecutar las leyes de neutralidad.
«Tal conducta hace honor á la indulgente paciencia de nuestro pue-
blo, que ha sido sometido á una prueba tan severa que engendra en to-
das partes la peligrosa inquietud entre nuestros conciudadanos.»
Al llegar á esta parte del Mensaje, Mac Kinley denunció muy du-
ramente las barbaries de la lucha que se sostenía en Cuba durante más
de tres años, y sobre todo la crueldad con que se había tratado á los re-
concentrados, entre los que 130.000 habían muerto á consecuencia de
enfermedades ó de hambre.
Añadía el Mensaje:
—«La continuación de la lucha significa el exterminio total de los
dos bandos.
«Comprendiendo esto, paréceme que es de mi deber, y que está en
611
el espíritu de una verdadera amistad tanto para España como para
Cuba, conducir las cosas de modo que cese inmediatamente la guerra.»
Después de algunas alusiones á los múltiples esfuerzos diplomáti-
cos de los Estados Unidos, Mac Kinley continuaba hablando desde el
punto de vista de lo que él creía las conveniencias humanitarias, y decía
textualmente:
— «Todos nuestros actos se han caracterizado hasta aquí por un de-
seo sincero y desinteresado en favor de la paz y de la prosperidad de
Cuba.
«La intervención de los Estados Unidos por medio de las armas y
como neutral, según muchos precedentes históticos, está justificada por
varias razones. Esta intervención implica, sin embargo, la coacción im-
puesta á las dos partes, asi para establecer forzosamente la tregua, como
para dirigir el arreglo eventual.
■* *
Seguía el presidente explicando largamente las razones que justifi-
caban la intervención, y aludía, al llegar aquí, al desastre del Maine.
— «Este desastre— decía — llena de horror indecible el corazón nc-
cional.
«La Comisión investigadora de la Marina, que posee la absoluta
confianza del gobierno, dictamina, por unanimidad, que la catástrofe
fié producida por una mina subterránea. Esta catástrofe demuestra que
España es incapaz para garantir la seguridad de los barcos extranjeros.
Debo consignar, no obstante, que España ha rechazado toda participa-
ción en el siniestro, expresando su sentimiento por lo ocurrido.»
El Minsaje continuaba diciendo que una largí experiencia demos-
traba que el objeto con que España hacia la guerra en Cuba no odíap
612
ser logrado por los medios que empleaba, ni cabía esperar que la tran-
quilidad se restableciera y que se consiguiera la pacificación por medio
de las armas.
— «En nombre— anadia— de la humanidad y de la civilización, en
nombre de los intereses americanos puestos en peligro, y que nos con-
ceden el derecho y el deber de hablar y obrar, declaro que es preciso
que la guerra de Cuba cese y pido al Congreso que autorice al presiden-
te á adoptar las medidas que sean necesarias para conseguir el término
completo y definitivo de las hostilidades entre el gobierno de España y
el pueblo de Cuba, y para el establecimiento inmediato de un gobierno
estable y capaz de mantener el orden, cumplir las obligaciones inter-
nacionales y asegurar la paz y la seguridad de sus conciudadanos y de
los nuestros.»
Pedía también el presidente que se le autorizase á emplear las fuer-
zis de mar y tierra para alcanzar ese objeto.
Después pedía que se votasen socorros para los cubanos necesitados.
Y terminaba diciendo el presidente:
—«La decisión queda ahora en manos del Congreso. Que la res-
ponsabilidad sea solemne si se agotan todos los esfuerzos para poner fin
á una situación intolerable en nuestras mismas puertas.
«Espero vuestra decisión.»
Al finalizar el Mecsaje, Mac Kinley decía que después de redactado
había recibido noticia oficial del decreto déla regente de España auto-
rizando al general Blanco para conceder el armisticio en beneficio de la
paz, y que sometía el hecho á la especial atención de las Cámaras.
— «Si la medida— decía textualmente— llena su objíto, teñiremos
como pueblo cristiano y amantes de la paz, satisfechas nuestras aspira
clones; si fracasa, será una nueva justificación de la acción que medi-
tamos.»
613
*
* *
He aquí la respuesta que dio el gobierno español al Mensaje de
Mr. Mac Kialey en la Nota oficiosa del Consejo de ministtos celebrado
en la tarde del 12:
«Aun cuando faltan en la trasmisión los trozos de referencia á
Mensfij es anteriores, cuya lectura sería indispensable para completar
su sentido, el Consejo estimó que lo que le era conocido bastaba para
afirmar, frente á las doctrinas en el Mensaje expuestas, las de la sobe
ranía y derecho de la nación española, incompatibles con extrañas in-
gerencias para la resolución de sus asuntos interiores.
»No estima el gobierno que, aparte de la solemne afirmación de
los derechos de la nación, le corresponda hacer en estos momentos de-
claración alguna, mientras resoluciones del Congreso norteamericano
ó iniciativas del presidente no determinen en hechos concretos las doc-
trinas expuestas en el referido documento.
»La inquebrantable conciencia de su derecho, unida á la resolución
de mantenerlo íntegro, inspirarán á la Nación, como inspirarán al Go-
bierno, la serenidad necesaria en estos difíciles momentos para dirigir
con acierto y defender con energía los sagrados intereses que son pa-
trimonio de la raza española.»
A partir del día en que se leyó en el Congreso federal el Mensaje
del presidente de la gran República, se precipitaron los acontecimien-
tos, y la Cámara de representantes votó enseguida el dictamen de su
Comisión de Relaciones exteriores, en que se decía textualmente:
«Considerando que este estado de cosas, agravado con la destruc-
ción de un buque de guerra y la muerte de 240 marinos americanos,
no puede ser soportado por más tiempo, se acuerda la libertad de Cuba,
la intervención armada, etc.»
614
Así, á marchas forzadas, conducían los sucesos el gobierno y las
Cámaras yankees cuando sabían que España concedía el armisticio y
que en aras de la paz hacíamos todo géaero de concesiones á los Esta-
dos Unidos por conducto de Europa.
*
* *
La resolución del Senado de los Estados Unidos, votada en la se
sión del día \b, aprobando por 67 votos contra 21 el informe de la
mayoría de la Comisión de Negocios extranjeros, aúa resultó más vio-
lenta que la anterior de la Cámara de representantes.
Mas, como todo lo que apresurase el inevitable desenlace había de
redundar en provecho de la nación española, que á fuerza de incerti-
dumbres comenzaba á perder el dominio de sí misma, hubimos de dar-
la por bien venida.
Prueba de ellas las manifestaciones que se repetían en varias ciu-
dades de la Península, y que por momentos iban revistiendo peor ca-
rácter.
Significativos en extremo y reveladores de la excitación general,
fueron los sucesos ocurridos el día 16 en Málaga y en Barcelona.
Bien estuvo que las autoridades se dieran prisa en 1 establecer el
orden y en atajar ó desvirtu ir los agravios inferidos por la multitud á
una representación extranjera. Censuras mereció de la Opinión que ex-
tremasen el rigor contra los exaltados, y que desconocieran la impor-
tancia sintomática de aquellos setos colectivos.
Cosas mayores acaecían á diario en la América del Norte, y cosas
análogas han acontecido siempre en todos los pueblos exaltados por
una provocación insolente ó amenazados por una agresión injusta.
Perqué es de advertir que jamás habían precedido á un rompí-
•615
miento entre dos naciones, agravios, ultrejes é insultos tan inauditos
por parte de una de ellas.
Censura merecieron ciertos extravíos, y las autoridades obraron
cuerdamente al impedir que se reprodujeran y se agravasen.
Psíro si se atendía á las contingencias venideras, mil veces peor
fuera que el pueblo hubiese reportado tantos y tan insistentes golpes,
con la prudencia y la ecuanimidad de una congregación de cartujos.
La masa, cargada de fermentos, si no va pronto al horno, ó se
corrompe ó se agria.
Por eso, y por lo que aceleraba el término del conflicto, aunque
fuera á más no poder agresiva la resolución del Ssnado norteamerica-
no, lejos de considerarla funesta, la consideramos beneficiosa.
Padecía la opinión dos instintivos recelos, que únicamente podían
desaparecer de dos modos: cuando llegase la hora de encomendar á las
manos lo que á la fecha se confiaba á la palabra y á la pluma, ó cuando
por medios diversos ó con garantías suficientes obtuviera el problema
colonial resolución definitiva.
Fundábase el primero en la creencia de que los Estados Unidos
pretendían ganar meses con el intento de completar su preparación, y
con la esperanza de arrollarnos luego á mansalva.
Respondía el segundo á la presunción de que el Gobierno, en aque-
llas circunstancias críticas, pusiera mayor celo en la guarda de conve-
niencias é intereses particulares, que en la defensa de derechos y pres-
tigios comunes.
Da ahí que importara y urgiera, para todo y para todos, arribar á
terreno firme. Por grande que fuera el poder del enemigo, si la luz del
sol iluminaba el combate, no había en España quien rehusase el encuen-
tro, ni quien dudase de alcanzar la victoria.
Por grande que fuera la propia fuerza, nadie la egercitaría á sa-
tisfacción, si tenía que pelear á obscuras, y menos aún si temía defec-
ciones y emboscadas.
616
Así los ánimos y las cosas, cualquier aplazamiento entrañaba para
la paz interior un nuevo peligro.
***
Inútil era ya reaccionar contra el conflicto exteiior en que nos hallá-
bamos envueltos, porque ya nuestra voluntad y nuestras iniciativas no
tenían poder alguno ni para resolverlo ni para modificarlo.
En hacer la siembra habían empleado larguísimos años nuestros
contendientes, y ya no reparaban en el derecho ni en la razón de los
demás, desde el momento en que se habían decidido á sacudir el árbol
para recoger el fruto.
No bien transigíamos en algo de relativa equidad, se nos plantea-
ba nueva demanda de nctoria é irritante injusticia; tras de un incidente
grave nos suscitaban otro peor; omitían de manera sistemática la réplica
que no consentía la duplica y se prevalecían de nuestros más rectos
propósitos para multiplicar las osadías á par de las exigencias.
Hizo España todo cuanto supo y pudo á fin de evitar un choque.
Todo en vano.
Descartado un motivo de querella, surgían dos ó tres, y por enci-
ma descubríase siempre la misma intención deliberada de agraviarnos
y dísoirncs, primero, y de scmeternos, más tarde, al atropello y al
espolio.
Se trabajó con perseverancia y mansedumbre inverosímiles á favor
de la paz; pero, al fin, concluyóse por advertir la esterilidad absoluta
del empeño.
Auri así, hubiéramos proseguido en él, si hubiésemos creído que
nuevas concesiones ó transacciones podían conducir á tan noble objeti-
vo, sin desdoro de España. Mas, ^cómo creerlo, cuando se veía por re-
617
petidas y cÍQicas demostraciones que la otra parte caminaba derecha-
mente al despojo?
En tales circunstancias no nos restaba sino aceptar la situación y
poner cuanto fuera dable para salir de ella, no ya mejor, sino lo más
pronto posible.
*
* *
La vida nacional estaba en suspenso.
D3 la ansiosa expectación que nos mantenía desde hacia dos meses
MONITOR NORTE-A.\IERICA.NO «AMPHITRITE»
en perpetua calentura, se resentían cada vez más el crédito, la produc-
ción, el comercio y el trabajo.
Vivíamos fuera de nosotros mismos; siempre exaltados y siempre
inquietos; distraídos de nuestras tareas apremiantes, é indiferentes á
nuestras sagradas obligaciones.
Otros dos meses de esa indecible tensión, y la cuerda hubiera sal-
tado. Otros dos meses de esa fatal inactividad, agravada por enormes
dispendios, y lo que no hicieran las catástrofes exteriores lo hubieran
hecho las quiebras, el hambre y quizá las contiendas intestinas.
Bla-NCO 78
618
Imposible esperar, ni siquiera por un plszo coito.
Si alguien corseivaba aún ilusiore.*, es de suponer que las perdie-
ra ante el dictamen que en el Senado de Washington emitió el día 13
la Comisión de Negocios extranjeros.
Podía haber variantes en la forma definitiva y aún era posible que
en el de Ja Cámara de representantes se introdujera alguna alteración
de concepto; pero en lo que concernía á la fundamental se habían aca-
bado las dudas.
Se nos atribuía la voladura del Maine, se reconocía la independen-
cia de la isla y se nos anunciaba la próxima intervención armada.
Llegado á tal extremidad el litigio, ¿podía haber quien pensara to-
davía en acudir á expedientes dilafariof?
¿Podía haber quien quisiera que España, por (xceso de buena fé ó
de irresolución, sufriera las consecuencias de un golpe de mano y per-
diera sin combate y sin honra lo que todavía podía defender y conser-
var bf jo su dominio?
La situación habíase aclprsdo por completo, y entre los consejos
del interés y los estímulos del horor, eo existía ninguna discrepancia.
Preciso fué, por tanto, decidirse á resolver de una vez, con el dere-
cho ó con la espada, el inevitable corflxto.
^^N ^^^ ^^^ ^^\ ^^ ^^^^ ^^^^.^Pv^^\,^^\/^^^^N ^^^^\ ^^ ^^ ^^ ^^ ^^ ^^ ^^ ^^ ^^ ^^ ^^
^^•>«> '»
CA.PITULO IV
La guerra. — Tristes desengañog. —El dictamen de la Comisióa mixta de las C ira iras ijatikees
— ladigaaciÓQ. — El Gobierno español. — ua Corona. — A. las Cartes. — SI ultimiliim de
Mac-Kinley. — La marcha de "Woodford. — Ruptura de relaciones. — Retirada de nuestro
ministro en "Wahisngton. — Las instruociones á Mr. Woodford. — Oomunicición oficial de
despedida al representante de los Estados Unidos. — Saergías fugaces. — El Gobierno y la
opinión.
RRECiABAN los vientos de tempestad y nos acercábamos
al supremo instante en que había de ventilarse defini-
tivamente el pleito que desde hacía tres años teníamos
pendiente con los Estados Unidos.
No pudo sorprender á nadie cuanto ocurriera, porque faé
la consecuencia natural de una política hecha á la luz del día,
sin hipocresías ni disimulos.
Dirigida á un fin con perseverancia y tenacidad trazaron
sus paralelas y no perdieron ni un minuto, ni un centavo.
El tiempo que invirtieron alentando la rebaldía cubana, y el dine-
ro que gastaron auxiliando á los filibusteros, faeroa medios eficaces
para preparar aquella situación dificil, encarnación de un nuevo aspecto
en aquella guerra que co asumía nuestras energías hacía tres años.
Era necesario estar ciego para no ver que llegaría el conflicto in-
ternacional; era preciso ser muy cáadido para creer de buena fé que la
política de concesión y debilidad lograría atraer la voluntad de un pue-
620
blo que codiciaba la tierra donde nuestros soldados ni siquiera podían
ya pelear; candidez infantil la de aquellos que preconizaron la acción
política y la diplomática, asegurando al trono y al país que con ellas
vendí ía la paz sin detrimento de la soberanía ni menoscabo del honor
de nuestras armas.
Todo se puso en práctica; hista la acción espiritual, que no fué es-
crita en ningún programa, entró en ejercicio, y, al final de toda esa la-
bor, ¿que quedó?.
El enemigo contestó con su protesta y su intransigente resistencia
al nuevo régimen político concedido é implantado lealmente en Cuba
y Mac Kinley con squel brutal Mensaje de Diciembre, precursor del
que en Abril mandara á las Cámaras y en el que maltrató con verdade-
ra crueldad á nuestro ejército.
Las potencias contestaron con su silencio á todos nuestros requeri-
mientos, hablando á última hora para humillarnos, poniendo el pie so-
bre el cuello de España, obligándola con premura inusitada, señalando
horas para resolver, haciendo, en una palabra, la causa del más fuerte,
á suspender las hostilidades en Cuba en los momentos en que iba á dar
el fruto deseado la acción política y la militar desarrolladas durante los
últimos meses.
Y al cabo de tanto tiempo nos veíamos en frente del corflicto, po-
co menos que inermes, casi en completa indefensión, esto es, sin recur-
sos y sin barcos; en vez de la paz, teníamos otra guerra internacional;
en vez de apoyos y alianzas, alejamiento y desdenes; en frette, un pue-
blo soberbio, rico y prevenido, con su base de operaciones llena de ven-
tajas.
Nos veíamos obligados á luchar solos contra el enemigo que seguía
emboscado en la manigua y aquel otro que, atropellando todo derecho,
creía llegada la hora de intervenir en los asuntos de España y nos ame-
nazaba con sus doilars, sus barcos y sus milicias.
¡Lucha decisiva había de ser aquella para la desventurada España!
6-21
*
* *
Ni dos días, ni uno, necesitáronlas Cámaras de los Estados Unidos
para ponerse de acuerdo. En unas cuantas horas aprobaron el dictamen
de la Comisión mixta, que fué el mismo día 19 firmado por los presi-
dentes de ambos Cuerpos Colegisladores.
El dictamen decía ssí:
«—Primero .—El pueblo de Cuba es de derecho y debe ser libre é
independiente.
Segundo.— El deber de los Estados Unidos es exigir, y por la pre-
sente resolución exigen, que el Gobierno de España abandone de se-
guida su autoridad en la isla, retirando de ella y de sus aguas sus fuer-
zas de mar y tierra.
Tercero. —El presidente queda autorizado, facultado é instado, pa-
ra usar las fuerzas navales y terrestres de los Estados Unidos, asi como
para llamar al servicio las milicias de los diversos Estados, en la medida
necesaria para dar efecto á la presente resolución.
Cuarto.— hos Estados Uoidos niegan que sea su propósito ni su de-
seo ejercer jurisdicción ó soberanía en Cuba, fuera del tiempo necesario
para la pacificación, y afirman su voluntad de dejar á los habitantes el
dominio y gobierno de la isla, una vez que esta haya sido pacificada.»
No pudiendo transigir España con la intervención, y menos toda-
vía con la ignominia de retirar sus ejércitos y sus escuadras del territo-
rio y de las aguas de Cuba, claro está que el acuerdo del Congreso fe-
deral era la guerra. No la habíamos querido y habíamos puesto cuanto
pudimos V más de lo que debimos para evitarla.
Pero nos forzaban la voluntad después da habernos apurado la pa-
ciencia, y á ella íbamos con Ja conciencia tranquila.
I
622
Dj una vez termiaaroa toias las confusiones: de uaa vaz acabaron
las enervadoras esperanzas.
El Parlamento americano había hecho honor a' Mansaje de Mac-
Kinley; la intervención por las armas en Cuba había pasado de deseo
presidencial á precepto y mandato legislativos. Sólo faltaba cumplir un
trámite oficial que podía darse por descontado: la firma de Mic-Kinley.
*
* *
No por ser esperados los acuerdos de las Cámaras yankees, dejaroa
de producir en el ánimo de todos los españoles menos indignación; siem-
pre la produce la infamia consumada.
España protestó de las iniquidades de Mac Kinley y de sus secua-
ces con la energía de quien tiene conciencia perfecta de la razón que le
asiste, y disponíase á rechazar el atropello qne contra su honor y su so-
beranía quería cometerse.
En el fondo, este fué el lenguaje que se empleó el día 19 en todos
los Círculos apenas fué conocido el acuerdo de las Cámaras americanas,
votando el reconocimiento de la independencia de Caba y la interven-
ción armada para hacer efectiva esa pretendida independencia.
El Gobierno español, interpretando los sentimientos de la patria,
habló por boca de su presidente, el señor Sagasta, en la reunión de las
mayorías tal y como procedía en aquellas críticas y solemnes horas.
Ss acabaron las diferencias, las clasificaciones y los partidos. Todos
los ciudadanos dignos d j este nombre, coastituían una sola familia con-
gregados con las armas y el corazón en la mano, alrededor de la madre
comúa, y decididos á impedir que gantes extrañas la dashjarasan y la
abofeteasen.
Juntos estaríamos, y jautos moriríamos si tuese preciso, por el ho-
623
nor nfcional, que ro es patrimonio de nicgún paitido, ni está vincula-
do en institución alguna.
Para luchar no veríamos más que una bandera, la roja y amarilla,
ni repararíamos en otros colores que en los del glorioso uniforme ves-
tido por nuestros marinos y soldados.
Somos frugales y no nos intimidaban las privaciones; somos pobres
y no nos acongojaba la pérdida de los bienes terrenos; somos gente hi-
dalga y no habíamos vacilado ni vacilaríamos nunca en anteponer la
honra á la vida.
Estas cualidades, que antaño se llamaban virtudes y que ahora pa-
recen defectos, no nos habían permitido prosperar ni llegar al grado de
perfección en que se encontraban otras naciones, á quienes no había
servido de lémora aquel incómodo bagaje.
Pero merced á ellas habíamos conseguido siempre, y conseguiría-
mos, mientras no las perdiéramos, la que con el oro y con las artes de
la política no habían sabido conseguir muchas potencias de primer
orden.
Rechazar de nuestra tierra á los invasores, y no quedar afrentados
cuando por fuerza mayor quedáramos vencidos.
Enemigos mayores que los norteamericanos conocía de antiguo el
suelo peninsular y el de las colonias.
En Filipinas y en Canarias fracasó el poderío de los ingleses, que
tampoco lograron establecerse en nuestras Antillas. Y bastante más va-
sían entonces ellos qus valen hoy sus hijos espúreos.
Ya que los Estados Unidos nos buscaban, á donde quiera que lie
^asen allí nos encontrarían, y sucedería, no lo que en su vanidad pre-
lumían, sino lo que tasase el destino.
Solos nos había dejado Europa, pero malo fuera que no nos bastase
llevar la justicia por aliada y la razón por compañera.
Ante una agresión tfn brutal como injustificada, hija sólo de la
624
codicia, con el séquito del odio y de tedas las demás malas pasiones, á
España solo correspondía ya emplear todas sus energías en mantener
la integridad de su territorio, velando por su honor.
Para ello, ya no cabía pensar en la magnitud del esfuerzo, porque
la nación no había de entrar en regateos; cabía pensar tan solo en rea-
lizarlo.
CRUCERO KORTE-AMERICANO «INDIANA»
España veíase forzada á ir adonde se la llamaba, y en esa resolu-
ción inspirarían todos sus actos sus|gobernantes.
*
La Corona dirigió también su voz, el día 20, á las Cortes. Esa voz,
autorizada como ninguna, reveló todas las graves preocupaciones y
también toda la viril entereza del espíritu nacional. Documento de inu-
sitada sobriedad, sólo de aquello que con la inminente guerra se rela-
cionaba trató el discurso regio.
En este punto, las palabras puestas por el gobierno en labios de la
Regecte, fueron dignas y acomodadas de todo en todo á las circunstan-
625
cias. No había eufemismos ni rodeos: la reina habló el lenguaje propio
del patriotismo, y no podría desearse expresión más resuelta del senti-
miento público.
Los medios utilizados por los Estados Unidos para provocar el con-
flicto, quedarán por siempre en la memoria de ios hombres como mues-
tra de la falacia más villana.
El gobierno español tuvo el buen acuerdo de dejarlos consignados
en un párrsfo del discurso de la Corona, que dicho día 20 fué leído ante
las Cortes. La solemnidad con que en él se hizo la acusación á la faz de
CRUCERO NORTE-AMERICANO «SAN FRANCISCO»
todas las naciones, era necesaria. Si; era preciso que todo el mundo su-
piera «que al ver cercana la constitución de la personalidad ofrecida á las
Antillas españolas, los Estados Unidos presintieron que la libre mani-
festación de la voluntad del pueblo cubano, representado por sus Cá-
maras, iba á destruir por siempre los planes que contra nuestra sobera-
nía venían fragando los que, con recursos y esperanzas, habían logrado
mantener el fuego de la insurrección en la desgraciada isla.»
Y los que así habían procedido, los que estuvieron alentando á los
separatistas antes de que se alzaran en armas; los que los empujaron á
Blanco 79
626
la lucha; los que les exigieron que apelasen á la destrucción y que uti-
lizaran el incendio como medio de dar íé de su existencia, esos fueron
los que después invocaron hipócritamente sentimientos humanitarios,
y á pretexto de pedir que se acabase la lucha y que cesase de correr la
sangre, encendieron una nueva gueira, como si no fuera bastante la
que se había prolongado en España por su conducta artera durante tres
largos años.
No; no tenían pretexto ni escusa. Ni les valió invocar los perjui-
cios que con la insurrección sufrían sus intereses, puesto que la ídíu •
rrección fué obra suya, ni mucho menos su mentido deseo de auxiliar
á un pueblo que luchaba por establecer un régimen de libertad desde el
memento que España la concedió al pueblo cubano con tal amplitud
que aún pudo parecer excesiva á los ojos de muchos liberales.
A nadie engtñaron ni podrían engañar ya en lo sucesivo. Y si pro-
ce :lieion, á última hora, ccn tanta urgencia fué porque deseaban estor-
bar que el voto de la Cámara insular proclamase ante el mundo entero
que Cuba era y quería ser siempre española.
*
* *
Recibióse en Madrid el nltímaitim Je Mac Kinley.
Llegó á la corte de España en la noche del 20 de Abril.
Era un documento de corta extensión, escrito en inglés. No conte-
nia ninguna palabra en cifra.
A las dos de la tarde del ig recibió el presidente Msc Kinley el
Mensaje de las Cámaras notificándole su Joint resoluííon.
El presidente firmó enseguida el acuerdo conjunto, y declaró que
inmediatamente realizaría actos preparatorios, indispensables para el
cumplimienio de la voluntad del Congreso.
«"I
ti
627
Los secretarios celebraron después dos Consejos con objeto de re-
dactar el w/Z/'w^/z/m. .
Fueron precisos dos Consejos, porque los Secretarios no estaban de
acuerdo en el plazo que había de concederse á España, pues mientras
unos querían que solo fuera de veinticuatro horas, otros opinaban que
debía ser, por lo menos, de cuarenta y ocho, y aún hubo alguno que se
inclinaba á que se concedieran tres días.
El presidente, con su habitual hipocresía, manifestó que aún haría
algún esfuerzo en favor de la paz; pero, en realidad, la causa fué, que
los yankees necesitaban once días más para completar la distribución de
tropas y escuadras.
No se hallaba Mr. Woodford en su domicilio cuando á él llegó el
cablegrama del Secretario de Negocios extranjeros de los Estados Uni-
dos, comunicándole el acuerdo del gobierno de su nación y el plazo que
se concedía á España, hasta las once de la mañana del próximo día 23,
para que retirase de la isla de Cuba y de aquellas aguas sus fuerzas de
mar y tierra.
En el cablegrama se encargaba al ministro plenipotenciario de los
Estados Unidos que pusiera estos acuerdos en conocimiento del gobier-
no español.
Mr. Woodford no cumplió las órdenes transmitidas en ese cablegra-
ma, porque el gobierno español, considerando que semejante ultimátum
era un ultraje más inferido al honor de España, acordó no admitirlo, y
el ministro de Estado tomó las medidas oportunas para no recibir el do-
cumento en que hubiera de comunicarle Woodford aquellos acuerdos.
Por consiguiente, las relaciones diplomáticas entre España y los
Estados Unidos quedaron terminadas en la mañana del 21 de Abril.
♦
» *
628
Tuvo gran interés para las cuestiones nacionales la mañana de ese
día.
El ministro de Estado, cumpliendo acuerdos del Gobierno, dirigió
á primera hora una carta oficial al representante de los Estados Unidos,
Mr. Woodford, participándole que, habiendo obtenido sus pasaportes
del gobierdo americano el que fué nuestro ministro en Waíhington,
señor Polo de Bernabé, abandonando el territorio de la República déla
Unión, el Gabinete español declaraba rotas las relaciones entre ambos
paises, resolución que ponía en su conocimiento para los efectos consi-
guientes, reiterándole la personal consideración.
Mr. Woodíord se dio por notificado, y quedándose con el célebre
ultimátum y considerándose despedido, pasó á conferenciar con el en-
cargado de Negocios de Inglaterra para hacerle entrega de la legación.
Acto continuo se procedió á recoger el escudo de la República nor-
teamericana de la fachada de la casa en que aquella estaba instalada en
la plaza de las Descalzas.
En el expreso de Francia salió de Madrid á las cinco de la tarde del
mismo día el ministro de los Estados Unidos Mr. Woodford.
Tan luego hubo firmado Mac Kinley la resohdion del Congreso fe-
deral y el ultimátum, fué enviada una copia derdespacho trasmitiendo
éste á Madrid á la legación española, para que lo pudiera copiar el mi-
nistro de España.
El señor Polo de Bernabé contestó por carta dirigida al secretario
de Estado, Mr. Sherman, lo siguiente:
— «Stñor secretario: la resolución adoptada por el Congreso de los
Estados Unidos es de tal naturaleza, que mi presencia en Washington
resulta imposible y me obliga á pedir los pasaportes. La protección de
los intereses españoles la confio al embajador de Francia y al ministro
de Austria. En esta ocasión, para mi bien penosa, tengo el honor de re-
novaros las seguridades de mi más alta consideración, según los usos
diplomáticos...»
629
Inmediatamente fueron entregados los pasaportes, con una carta de
Sherman, al señor Polo de Barnabé, el cual salió de Wailiington, con
el personal de la legación, á las siete de la tarde del mismo día 20 de
Abril.
* *
He aquí, ahora, el texto del despacho á Mr. Woodford, trasmitién-
dole el fracasado idtimattim al gobierno de España:
«Mr. Woodford, ministro en Madrid:
Habéis recibido el texto de las resolutions conjointes, votadas el día
19 por el Congreso federal y aprobadas hoy, relativas á la pacificación
de Cuba. Conforme á esta ley, el presidente os encarga que comuni-
quéis inmediatamente al Gobierno español la resolución de qu3 se trata,
con la intimación formal del gobierno americano, que exige que España
renuncie inmediatamente á su soberanía y gobierno en Cuba, y retire
las tropas de mar y tierra de las aguas cubanas.
«Al hacer esta gestión, los Estados Unidos rechazan todo propósito
de ejercer soberanía, jurisdicción ó administración en Cuba.
»Si el sábado próximo 23 de Abril, á medio día, el gobierno de los
Estados Unidos no ha recibido del gobierno español una respuesta ple-
namente satisfactoria á tal intimación y resolución, de manera que pue-
da asegurar la paz en Cuba, el presidente, sin ningún otro aviso previo
empleará en la medida necesaria el poder y la autoridad que le confiere
é impone la resolución conjunta de las Cámaras...»
La comunicación oficial con que se despidió á Mr. Woodford, de-
cía así:
«Señor representante de los Estados Unidos en Midrid.
Tengo el penoso deber de poner en su conocimiento que, hablen-
630
do sancionado el señor presidente de la República del Noite de Amé
rica resoluciones de sus Cámaras en las que se atenta á los derechos de
España y se encarga una intervención armada en nuestro territorio, la
cual equivale auna declaración de guerra á la nación española, nuestro
representante en aquel país, cumpliendo órdenes de este Gobierno, ha
abandonado el territorio de aquella República con todo el personal de
la legación, cerrando desde ese momento las relaciones diplomáticas y
oficiales de España con todos los representantes de aquella nación.
Lo que participo á V. E. para su conocimiento y efectos consiguien-
tes, reiterándole la consideración personal. — Madrid 21 de Abril de 1898.
— El ministro de Estado, Pío Gullón »
Qaedaron, por tanto, rotas las relaciones diplomáticas y de amistad
entre smbas naciones y acaso lo fueran al otro día las hostilidades.
Frente á semejante resultado de la perfidia americana, tantas veces
y con tan escasa eficacia anunciado por la opinión; ante la guerra de le-
gítima defensa á que nos obligaron provocaciones é ingerencias de que
no había ejemplo desde los días del primer Bonaparte, tenía la nación
española confianza plena en si misma.
Desgraciadamente, no la tenía igual en los hombres que la gober-
naban.
Si se hubiese logrado la perfecta identificación entre el pueblo y
los hombres que le dirigían, nada hubiera habido para España superior
á las energías propias, y sin retroceder una líaea, ni murmurar una que-
ja, hubiera soportado bravamente todas las pruebas, todos los tropiezos
y todas las amarguras que el poi venir le deparara.
Si el Gobierno, conociendo la magnitud de la terrible misión que
le estaba confiada, hubiera sabido hacerse digno de ella; si decidido á
salvarse ó caer con la patria hubiera prescindido de cualquier otro gé-
nero de secundarias obligaciones; si con la firmeza invariable de su ac-
titud hubiera quitado pretexto á la prensa americana para que siguiera
631
mintiendo como mintió al suponer que España, después de notificado
el tdtimatnm, aun podría ceder en once ó doce horas á la demanda de
loa Estados Unidos, nadie entre nosotros hubiera experimentado la me-
nor vacilación, y el país entero se lanzara ala lucha, sin pararse á medir
la cuantía de los riesgos y sin detenerse á contar el número de los ad-
versarios.
No lo hizo así, atendió más á salvar intereses particulares que in-
tereses de la nación, prefirió salvarse á caer con la patria, divorciándose
de la opinión nacional, y el inevitable desastre vino, con toda su cohor-
te de vergüenzas y desastrosas consecuencias.
CAPITULO V
Contraste.— Ellos y nosotros. — CouBecuencias de la ruptura de relaciones. — El bloqueo de
Cuba. — Acuerdo y órdenes. — rEl patriotismo español. — Siempre España. — Momento so-
lemne.— Rasgos patrióticos. — Fiebre de noticias. — Tarea ardua.
ocas veces habrá presentado la Historia Univeisal con-
traste más extraordinario que el que ofreciera el día
U) de Abril en una y otra orilla del Atlántico, por los
Estados Unidos y España.
Allá, un pueblo que codiciaba uno de los espacios más
hermosos y ricos del planeta, y que para su adquisición no
había escaseado trama, ni recurso, ni manejo, ni vileza, ni
infamia; aquí, otro pueblo que defendía lo suyo, lo descu-
bierto y cocquistado por él en una de las empresas más gran-
des que señalan el camino de la humanidad, el territorio sembrado con
los huesos de sus hijos, el vínculo con las numerosas naciones que ha-
bía formado su rr za, el dique opuesto á otra raza absorvente é invasora;
el derecho, la justicia y la verdad.
El pueblo del lado de allá del Océano contaba 75 millones de ha-
bitantes, era quizás el más rico de la tierra, no se hallaba quebrantado
por contrariedad a'guna exterior ó interior, se había preparado lenta-
mente durante el largo período para llegar al fin que se proponía.
633
El del lado de acá no alcanzaba la cuarta parte de aqu8lla población ;
era relativamente pobre; había consumido en tres largos años de guerra
la flor de su juventud y mil quinientos millones de pesetas, y sus go-
bernantes no habían querido creer en el conflicto inevitable que ame
nazaba á la nación, y sólo á última hora se habían preparado á él.
Todas las ventajas materiales y de circunstancias y tiempo se halls-
ban de aquella parte: el oro el número, la máquina, la posición, hasta
el egoísmo de los extraños. Da la nuestra úaicamente estaban las ven
. CAÑONERO NORTE-AMERlC.\NO «CUSHING»
tajas espirituales; el derecho, la razón, la elevada conciencia del deber,
la resolución heroica, el sentimiento del honor y del patriotismo.
Y, ¡poder eterno del espíritu! Los que parecía que tenían miedo
eran ellos. Las turbas de Washington y de Nueva Yoik, ebrias de so-
berbia y de codicia; los politicastros del Capitolio, que habían tejido
una urdimbre tan basta y grosera que hubiera hecho sentir la vergüenza
al propio Senado de Cartago; el desdichado presidente de la República
objeto de ludibrio del mundo culto, y que hasta en corazones españoles
no levantaba enojo sino compasión, pasaban el Rubicón dando gritos,
como los muchachos que pasan cantando por los sitios que les asustar.
Nosotros íbamos serena y silenciosamente al combate. (?)
Blanco 80
634
Ante los telegramas que de Norte América llegaban, cualquiera hu-
biese creído que los ofendidos, los provocados eran los yankees, según
alborotaban, vociferaban y se revolvían. Durante tres años habían es-
tado favoreciendo y apoyando la rebelión de aquellos malvados de la
manigua, quienes se encontraron con que ni por breve espacio de tiem-
po, ni siquiera por fórmula, les reconocían la independencia. Y cuando
los dignos representantes del pueblo norteamericano intimaron á Espa-
ña el abandono de Cuba y España rechazó la intimación, rugieron de
cólera cual si con ellos se cometiese el mayor de los desacatos.
El espectáculo era risible, si no hubiese sido el prólogo de una tra-
gedia. De todos modos fué repugnante.
♦
* *
C
Cuando se recibió en el departamento de Estado de la República fe-
deral el despacho dando cuenta de la nota dirigida por el ministro es- .j
pañol á Mr. Woodfort declarando rotas las relaciones diplomáticas en-
tre España y los Estados Unidos, fué comunicado aquél á Mr. Mac-Kin-
ley y éste envió enseguida un secretario á la Comisión de Relaciones
exteriores del Senado para qne comunicara á ésta la resolución del Ga-
binete de Madrid y se recomendase al Congreso federal que adoptara
una resolución declarando la guerra á Espsña.
Poco después convocó apresuradamente eL Consejo de secretarios.
Este acordó comunicar en el acto instrucciones al comandante de
la escuadra norteamericana concentrada en Cayo Hueso, á fin de que
zarpase inmediatamente con rumbo á Cuba.
Transmitida la orden, se recibió, estando todavía reunido el Con-
sejo, la contestación del contralmirante Sampson, la cual contenía las.
siguientes palabras:
635
«He cumplimentado las órdenes que acabo de recibir.»
En un Consejo de ministros celebrado en la mañana del 21 se tomó
el acuerdo por el gabinete de Washington de que la escuadra se pusiera
enseguida en movimiento para dar comienzo al plan de campaña, y fué
tan reservado el acuerdo, que hasta las tres de la tarde no se supo que
la escuadra de Cayo Hueso había zarpado con rumbo á Cuba. En los
pliegos cerrados que llevaba para abrirlos en alta mar se la daba orden
de que bloquease el puerto de la Habana.
También zarpó el mismo día la escuadra volante que estaba en
Hampson Roads.
Había llegado, pues, el momento de la tremeala prueba para Es-
paña.
La infamia americana iba á consumarse. Las grandes potencias nos
dejaban solos. Así lucharíamos más á gusto. De este modo habíamos
hecho los españoles nuestra grande historia: paleando contra el impo-
sible.
*%
El cable de Cuba nos trajo el día 22 ecos de nobles y grandes vo-
ces: en medio de las negruras que nos rodeaban, el patriotismo lanza-
ba torrentes de gloriosa luz.
Al movimiento admirable de la Península, donde no había un sólo
corazón que conociera la incertidumbre ni el miedo, respondía el ge-
neral B'.anco con palabras que sólo pueden salir de labios de un viejo
soldado español.
[Hermosa y conmovedora escenal En la plaza de Armas de la Ha-
bana inmensa multitud clamaba par España, y en sublime delirio ofre-
cíase un pueblo entero á renovar los más altos sacrificios de nuestra
historia.
636
De pronto, imponiendo religioso silencio, adviértese la presencia
del general Blanco, y el hombre cubierto de canas, el soldado que pare-
cía piisionero de una política enervante, se rejuvenece, se transforma,
se anima, y con una elocuencia que parece responder al primer grito
de Colón, pronuncia estas palabras:
«—Si Dios nos ayuda arrojaremos á nuestros enemigos al mar, y
Cuba seguirá siendo española. Juro por la patria, encargado de defen -
der la integridad de su territorio, que no saldré de Cuba vivo, si de la
lucha no salgo vencedor».
Y la multitud juró á su vez, y el santo nombre de España fué pro-
clamado como única consigna para la victoria ó para la muerte.
Al recuerdo de esa hermosa escena saltan las lágrimas á nuestros
ojos, contemplando al caudillo de las armas de España engrandecido
por el dolor y abismado por la impotencia.
Esa escena, como todas las manifestaciones que el espiíitu nacional
había producido y las que siguió produciendo todavía, revelaron al
mundo la persistencia moral de nuestra raza.
Tierra generosa y eternamente fecunda la nuestra, todos los cata-
clismos que la desquician, todas las tempestades que la conmueven,
todas las calamidades que la azotan, pasan por ella dejando intacta una
poderosa fuerza de regeneración, el divino secreto mitológico de cam-
biar en vida la ceniza y el polvo.
**♦
Pobres, desangrados con una secular lucha de ideas y sentimien-
tos, confesados en largos períodos á causas nobles sin posible mezcla
de utilitarismo, cruzados cristianos en África, heraldos de la humanidad
en América, soldados de Europa en Asia, sin- nuestros esfuerzos y sin
nuestro nombre pierde su clave la Historia del mundo.
637
Y la sangre que esos esfuerzos lepresentan, y el caudal de energías
que nuestras conquistas, nuestras batallas, suponen, hay que ponerlos
á cuenta de un puñado de hombres recluidos en un extremo del conti-
nente europeo, sin otra fuente de riqueza que una tierra nada fértil y
poco forzada por el hierro de la industria.
... Si fué locura la nuestra, fué la locura que durante seis siglos
deshizo un califato, impuso respeto á Francia y Germania, clavó en
Oran una bandera de triunfo, dominó todos los mares y llevó al silen-
cio y á la barbarie de pueblos desconocidos la tempestad de la vida y el
rayo de luz que resplandeció en el Calvario.
¡Locos!... Sí, locos; pero siempre españoles. ¿Quién sabe si la so-
ledad en que Europa nos ha dejado haya venido á sigaificar, sin ex-
cluir la admiración, una gran lástima de nuestro estado de espíritu?
Pero así somos y así seremos, y sólo Dios sabe si nuestra locura su-
blime fué más cuerda que el buen sentido de los pueblos positivistas y
razonables.
Alemania, hoy fuerte, no ignora á su costa cómo la fortuna va y
viene de una á otra orilla del Rhin; Francia, con su instinto de con-
servación^ sabe desgraciadamente para ella, cómo hay que apelar al ro-
manticismo de Gambetta, cuando el «enriqueceos» de Morny sólo sirve
para psgar un rescate infamante; Italia conoce bien cómo una nación
sale del sueño de muchos poetas, y acaso aprenda un día cómo hay
que volver á los llamamientos líricos y entusiastas para mantener su
posición en Europa; Austria no puede desconocer cómo una guerra de
un día será bastante para acabar en una hora con una conglomeración
de razas: y para Irglaterra, con su orgullo colonizador, escribió Macau-
lay aquellas terribles palabras que predicen la avalancha de los ameri-
canos sobre las playas de sus progenitores...
Sí; Dios solo sabe lo que á cada cual le conviene; pero España tie-
ne descontado esto: que á ella sólo le conviene el honor.
638
* *
A las cinco de la tarde del 22, la escuadra norteamericana se en-
contraba á la vista de la Habana.
Extremecióse de entusiasmo toda alma española, imaginando la
situación en que al pie de la bandera jamás abatida, se hallaban los de-
fensores del honor nacional.
Atrás la manigua con sus hordas; enfrente los acorazados yanquis
consumando la más negra infamia que hayan presenciado los siglos.
Y ellos, nuestros hermanos, los pedazos de nuestra alma y de
nuestra carne, bajo las balas, frente á los cañones, cercados por el in-
cendio, en lacha con todo lo humano, á brazo partido con el destino,
manteníanse en pie, sin admitir otras salidas que la de la victoria ó la
muerte.
Desde los días de Hernán Cortés no hubo nada tan grande. Esa
América, por nosotros descubierta en hora maldita, quiera ó no quiera
irá eternamente unida en su historia á las mayores proezas de nuestro
altivo genio y de nuestro indomable valor.
Sólo un pueblo como España hubiese aceptado el sitio de la Haba-
na, que un día entreviera el señor Cánovas del Castillo como el sitio de
Troya.
La profecía comenzaba á cumplirse, y sin embargo, el general
Blanco hablaba como un héroe de la antigüedad, el ejército y Ja marina
iban firmes como nunca al choque supremo, el pueblo entero entonaba
la salve estelar elevándola á la patria; la guerra, que es en sí una mal-
dición y une fatalidad, era saludada en todos los hogares como una li-
beración de nuestro espíritu.
Un obispo de casta y raza española exclamaba en Tenerife:
f
639
«—Para alejamiento de los soldados están las iglesias, las ermitas,
la catedral,»
*
* *
En esas palabras está dicho todo. Cuanto era España, cuanto en
ella alentaba, ni se arredró ni se rendía... Los cañones que acaso bom-
bordearan la Habana, necesitaban arrasar á España entera para que la
infamia yanqui dejase de encontrar quien eternamente la maldigera y
la respondiese.
No; la raza sabría resistir. Cada nuevo ataque la encontraba más
vigorosa. Los riesgos que en otros pueblos determinan aniquilamien-
tos del ánimo, aquí producían explosiones de amor patrio y recreci-
miento en las energías nacionales.
El día 22 fué fecundo en rasgos de españolismo.
Un comerciante de la Habana envió al Gobierno, por el cable,
doscientos mil pesos. De momento no se supo quién era. Tuvo prisa
en enviar su dinero, no en que se conociera su nombre.
El obispo de Tenerife ofrecía para alojamiento de las tropas, las
ermitas, las iglesias y la catedral.
El general Blanco, arengando al pueblo de la Habana gritaba lle-
nos de lágrimas los ojos y de altiva fiereza el corazón: «Juro no salir
vivo de Cuba si en la lucha no salgo victorioso.»
Los estudiantes y el pueblo de Zarsgoza se oponían á que á la puer-
ta de la Sucursal del Banco de España formasen cola para cambiar los
billetes los que buscaban el lucro hasta en la ruina de la patria; y un
banquero, el señor Ripollés, ponía en su oficina un cartel que decía: «Se
cambian billetes con prima.»
640
Los banqueros de Valencia tomaban los billetes con prima de una
peseta por cada veinticinco.
Esta es España: él heroísmo y la abnegación.
Los peligros se han hecho para engrandecerla. ^|
* *
Fué el día 23 un día de gran agitación, de verdadera fiebre de no-
ticias, buenas y malas, que se destruían unas á otras, que producían ios
MONITOR NORTE AMERIC.\NO «PURITAIN»
contrarios efectos de enardecer los sentimientos patrióticos y de depri-
mir el espíritu público; todo sin razón ni causa suficiente, por un sim-
ple «se dice», por un telegrama no confirmado y hasta por una palabra
mal interpretada.
No tiene nada de extraño, y es fenómeno común en toda clase de
guerras, el que de una y otra parte se esparzan toda clase de noticias
absurdas, petrañas inverosímiles, victorias y derrotas imaginarias. Ese
es uno de los efectos de la lucha y no de los menos funestos, porque
tiene en constante alarma á la opinión.
A todos los noveladores, á todos los ciegos de París, habían de de-
641
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642
jar atrás los _)'¿7n/er-í?5. Son raaestros en la mentira, fabricantes con pa-
tentes de toda clase de supercherías. Para ellos la noticia es un agio,
una mercancía cctizable, un agente de emociones. Sin escrúpulos de
ningún género, sin que les importe el que quede probada la falsía, tie-
nen siempre el horno caliente para lanzar al mundo las historias más
extravagantes, disparatadas j sin sentido común.
La fiebre llegó á tan alto grado, los cañarás alcanzaron tan eleva-
da cifra que, de haber .seguido así, no sabemos dónde hubiera ido á
parar nuestra flota.
Afortunadamente, la gente reaccionó pronto, y, reflexionando so-
bre la imposibilidad de las fantásticas presas y sobre la dificultad, ade-
más, de conocerse tan rápidamente tales hechos, hizo remitir la fiebre
y no dio oídos á los infundios telegrafiados desde Cayo Hueso y Nueva
York
A menos que tuvieran los yankees todas las escuadras de las po-
tencias navales reunidas, no pudieran hacer el milagro de bloquear la
Habana, detener en su ruta todos nuestros trasatlánticos, apresar los
buques de guerra españoles, escoltar los auxilios á los reconcentrados,
preparar desembarcos y estar al cuidado y defensa de sus extensas
costas.
Era esa mucha tarea para un solo Tio Saín, ya un poco perturbado
con la mala hazaña de habernos declarado la guerra.
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CAPITULO Vi
El diario de la guerra. — El bloqueo de la isla. — Los decretos de Mac-Kinley. — Aquilu non
capit muscas. — En nuestro puesto. — Diario de la guerra. — La proclama del presidente
Mac-Kinley. — Prólogo enojoso. — El corso. — Desembarco de una partida. — Lo que pre-
tendían los tjankees. — Nuestra marina de guerra y nuestra marina mercante. — En el mar
déla China y en el mar Caribe. — E' cañonero Elcano y el trasatlántico Monserrat. — E'
bloqueo burlado por un correo español. — El bravo capitán Deschamps. — Entusiasmo y
plácemes. — Deuda contraída y deuda cumplida.
rEDó establecido, aunque no total, síqo parcialmente,
el bloqueo de la isla de Cuba. Doce buques yankis
83 presentaron en las últimas horas de la tarde del
2 3, á unas diez millas de la Habana, situándose, se-
gún telegrama del general Blanco, en línea recta. Semejante
aparato era, por decirlo así, una especie de notificación oñ
cial de que el bloqueo daba principio.
Este no alcanzaba, á lo que parecía, más que á la parte
occidental de la isla, la que comprende las provincias de P.-
nar del Río, Hibana, Matanzas y Santa Clara. Ora versión suponía que
los puertos bloqueados eran, por el contrario, los de la mitad oriental.
Ni una ni otra versión se ajustaban á la verdad; y la verdad es que no
hubo tal bloqueo, y sí únicamente una ostensible manifestación de fuer-
zas navales á algunas millas de las costas de Cuba.
<•)
El hipócrita Mac-Kialey, segÚQ telegrafiaron de Washington, se
oponía á que la escuadra yankee bombardease la Habana. Mejor hubie-
ra hecho en contesar qu3 el Morro y la Cabana, con sus cañones, eran
los que mantenían á distancia honesta de la capital de la isla los barcos
del contralmirante Simpsou. ¿I
Ya contábamos de antemano, al pensar que no se decidirían á dis -
parar contra aquellas poblaciones que tuvieran defensas adecuadas para
contestar al ataque, con los sentimientos humanitarios del presidente
proteccionista, digno émulo de la zorra de la fábula, que, al no poder
alcanzar las uvas, decía que estaban verdes.
Respecto del desembarco en la isla, decían de Washington que el
general Miles proponía que se llevase á efecto lo más pronto posible.
Pero ese mismo general indicaba que necesitaría seis semanas ó dos
meses para prepararlo. ¡Apenas podían ocurrir sucesos en ese lapso de
tiempo!
*
* *
Hay que reconocer que no se daban gran prisa nuestros adversarios.
No bien España entregó los pasaportes á Mr. Woodford, salieron de
la Casa Blanca multitud de órdenes, en las cuales, amén de otras cosas
varias, se decretaba lo siguiente: f
«El ataque simultáneo á Puerto Rico y Filipinas, una demostración
de fueiza en la bahía de la Habana, el bloqueo de toda la isla de Cuba
y el desembarco, en su parte oriental, de un cuerpo expedicionario de
veinte ó treinta mil hombres.» B
Todo ello había de efectuarse sin pérdida de minutos, pues era sabi-
do y estaba anunciado que la gran República no invertiría más que dos
sjmanas en pacificar nuestra Antilla, previa la expulsión forzosa de
nuestro ejército de mar y tierra.
I
645
Pues bien; á los tres días de haber roto de hecho la America del
Norte, coD un acto de piratería vulgar, (el apresamiento del vapor Bue-
naventura) las hostilidades, no había la menor traza de que la decanta-
da y simultánea agresión se realizase.
Habíase anunciado el bombardeo de los puertos de Cuba, y habta
la fecha apenas si la escuadra del comodoro Sampson se había acercado
á tiro de la fortaleza del Morro, y el bloqueo de toda la isla no se había
hecho efectivo más que en una mínima parte de ella.
El águila de Washington, desmintiendo aquel proverbio de baja
latinidad, maquila non capit muscas», se dedicaba á cazar barcos mer
cantes y lanchas de pesca.
En otros términos: no hacía más que practicar el corso por medio
de acorazados y cruceros protegidos.
Nadie vea en estas indicaciones el msnor asomo de extemporáaea
ó postuma arrogancia.
Qieremos exponer tan solo, con ayuda de antecedentes, que la
guerra suscitada por los Estados Uaidos á España fué y era de carácter
ofensivo, mientras que la aceptada por nosotros tenía todas las condi-
ciones de la guerra defensiva, ó séase de la guerra justa.
A ella fuimos después de apurados todos los medios decorosos de
transacción y de colmada la medida de nuestra paciencia.
I
No hubo para España ni opción ni alternativa, y jamás la crítica ex-
tranjera podrá motejarnos de que por espíritu belicoso ó quijotesco nos
arrojáramos á una temeraria aventura. Ni teníamos otra solución, ni
nos quedaba otra salida.
*
* *
Se nos intimó de manera brutal, como no hubieran hecho con los
antiguos principados danubianos los rusos y los turcos, á que abandona-
646
sernos una porción de territorio, que nunca había sido de nadie más que
Euestro, y en el cual manteníamos para defensa de nuestra legítima ju-
risdicción ciento cincuenta mil soldados.
Soportar semejante iniquidad hubiera equivalido á perder, no ya
la propiedad de Cuba, sino el derecho á la vergüenza; no sólo la consi
deración de los extraños, pero también el respeto de nuestros h'jos.
Y no cedimos ni podíamos ceder.
Tan convencido estaba el pueblo español de que esta resistencia
era uca necesidad, y tan arraigada en su ánimo la idea de no ponerse
de rodillas ante poder alguno, y de no tender las manos para que se
las atasen ni la mejilla para que se la abofetearan, que si un gobierno
cualquiera le hubiese propuesto transacciones injustas ó humillantes,
lo hubiera considerado al punto no menos enemigo suyo que los mis-
mos yanhees, y por tenerlo mas próximo se vengara en él de la doble
injuria.
Santía la inexorable obligación de la guerra España toda, porque
el corazón la impulsaba á no tolerar, mientras conservara el resuello,
groseros y despóticos agravios. Y la sentía, además, porque el instinto
le enseñaba que esa solución, aucque violenta y fatal, era la única que
tpl vez le permitiera salir del atolladero en que varias series de gober
nantes la habían metido. É
loú.il fuera aducir testimonios, pues amillares saltan á la vista,
para demostrar que el país entero no pausaba en nada sino en la lucha
á que le había obligado la soberbia y la codicia, de consuno, de los Es-
tados Unidos, ni se preocupaba por ningún concepto de los asuntos po-
líticos interiores.
No fij&ba la menor atención en el Parlamento, se desentendía de las
pasiones y preferencias de partido, y no tenia alma ni ojos sino para fi-
jarlos ansiosamente en Cuba, como los fijara otro día en Puerto Rico.
en Filipinas ó en el lugar á que primero arribasen nuestros provocati-
vos adversarios.
647
Donde sentaran el pié los invasores, allí viviría, lucharía y estaría
la Patria entera.
Tal era la situación que los Estados Unidos nos crearon, y á ella nos
atemperamos, satisfechos de poder vivir ó morir con honra.
*
t *
Reducidos nos veíamos, bien á pesar de todos, á comentar lo que
hacía el enemigo; no lo que nosotros hacíamos. Y así había de ocurrir
mientras la guerra no se formalizase, tomando en ella parte nuestra
escuadra; porque la guerra con los Estados había de ser naval, ó no
había de ser.
Marines expertos y valerosííimos contaba tener España que sabían,
seguramente, lo que mósconveníi hacer, y no sería suya la culpa de que
á los cinco días de declarada la gueira con los Estados Unidos, no se
hubiese contestado ya á las intrusiones yankees como correspondía á
su honor militar y á la honra de la nación.
El cable nos anunció el día 24 la salida de Tampa, en aquella sema-
na, de una expedición filibustera que se proponía desembarcar en las
costas de Cuba municiones de guerra paia Máximo Gómez, al amparo
de los buques de guerra de los Estados Unidos.
' En esto vinieron á parar los socorros yankees k los reconcentrados.
Bueno es que lo recordemos á Europa.
He aquí la parte dispositiva de la proclama publicada por el presi-
dente Mac Kinley estableciendo el bloqueo de la costa Norte de Cuba:
«Yo, Guillermo Mac Kinley, presidente de los Estados Unidos, por
la presente declaro y proclamo que los Estados Unidos de América han
establecido y mantendrán el bloqueo de la costa Norte de Cuba, com ■
prendiendo los puertos de dicha costa entre Cárdenas, Bihía Honda y
648
el puerto de Cienfuegos de la costa Sur, de acuerdo con las leyes de los
Estados Unidos y las del derecho internacional aplicables á tales casos.
«Una fuerza suficiente se destinará á impedir la entrada y salida de
barcos de los puertos mencionados. Cualquier buque neutral que se
acerque á alguno de estos puertos, ó trate de salir de los mismos, sin
tener conocimiento del estado del bloqueo, será debidamente advertido
por el jefe de las fuerzas bloqueadoras, que harán constaren su libro de
bitácora la fecha del aviso y el lugsr donde se le ha dado.
«Y si el mismo barco intentara de nuevo la entrada en cualquier
puerto bloqueado, será capturado y enviado al punto más próximo,
considerando el barco y su cargamento como presa en la forma que se
juzgue conveniente.
«Los buques neutrales fondeados en cualquiera de dichos puntos al
establecerse el bloqueo, tendrán treinta días para salir de los mismos...»
I
Inacabable llevaba trazas de ser el prólogo de la guerra inicua á
que ros había provocado la América del Norte, y, de continuar así las
cosas más que una ameniza terrible para España, llegaría á ser un es- ir.
torbo intolerable para el resto del mundo. ■
Los cruceros y cañoneros de los Estados Unidos, incapaces para
causarnos verdaderos daños de guerra, perseveraban en la captura de
todas If s embarcacioces grandes y chicas, y por supuesto indeíensas, que
se colocaban á su alcance.
Mientrr.s el gobierno de Washington, emulando en disposiciones
contradictorias á Mac Kinley, y alegando un respeto profundo al de-
recho de gentes, declart ba libres á todas las naves que hubiesen salido
de sus puertos antes del día 21, (fecha en que se proclamó la declara
649
ción de guerra por la República federal), los buques del Estado, apre
s«ban sin escrúpulo á las que zarparon el 19 y el 20, no de otra manera
qae si quisieran demostrar, juntamente con sus exclusivas aptitudes
piráticas, su alto desprecio hacia aquellas solemnes declaraciones.
Hecha por Mac K'nley la afir-
mación de que eran libres las naves
que partieron con anterioridad á la
icdicEda fecha, el spresarlas y el
retenerlas constituyó un atentado,
contra el cual pudimos y debimos
usar ciertas armas, de que en otro
C8S0 podíamos prescindir.
Con tanta generosidad como
desinterés anunció el gobierno es-
pañol que España no ejercitaría,
mientras las circunstancias no la
obligasen, la libertad que en el
Congreso de 183658 reservó; pero
ya que muchos enemigos conver
tían sus buques de guerra en cor-
sarios, ¿porqué, colocándonos en
el mismo terreno, no se dio gusto
á todos los que en la Península y fuera de ella pedían patentes de
corso.. ?
D. MANUEL DE3CHAMPS
(Capitán del trasatlántico Montserrat)
* ♦
El desembarco de una partida de 500 hombres, mitad yankees y
mitad cubanos, en la costa de la provincia de la Habana, y la circuns -
Blanco 8i
650
tanda de haber extendido la escuadra americana el bloqueo desde Cár-
denas hasta Bahía Honda, señalando tf mbién como puerto sometido á
igual medida de guerra el de Cieníuegos, en la opuesta costa de la isla,
fueron hechos que pusieron de manifiesto los propósitos y el plan de
los Estados Unidos.
Estos pretendían á tedas luces dejar á la Habana sin subsistencias.
Para impedir que se proveyera por mar de los recursos necesarios á la-
vida de una ciudad populosa, establecían el blcqueo delante de la Habc-
na, extendiéndolo por Oriente hasta Matar zas y Cárdena?, y por Occi-
dente hasta Mariel y Bahía Honda.
En efecto; estos puertos son los más inmediatos á la capital, y los
dos primeros tenían además con ella comunicación por la vía férrea;
al cerrarlos, el enemigo pretendía dejar á la Habana sin los recursos que
por estos puertos podrían llegar allí fácil y rápidamente.
Aunque tras alejado el puerto de Cienfuegos, por su importancia y
por comunicar también con la Habana por ferro-carril, hallábase en
condiciones de auxiliarla. Esto explica el hecho, á primera vista anó-
malo, de haber sido ble queado por el enemigo este solo puerto en la
costa Sur.
El desembarco verificado por el cabecilla Lacret cerca de Bacura-
nao, á que antes nos referimos, reveló también el complemento del
mismo plan. Se vio que los yankees pretendían atrojar sobre las playas
inmediatas á la Habana varias expedicioLes del mismo fuste, cuyo
desembarco procuraría facilitar su escuadra.
Y así, al paso que éita cerraba las comunicaciones por mar, las
partidas desembarcadas tratarían de impedir que entrasen en la Habana
los recursos que podían llegar por tierra.
Ese propósito se comprobó también por el encuentro que tuvieron
aquellos días nuestros soldados con las partidas del cabecilla Delgado,
que quedó en el campo; encuentro que tuvo evidentemente por teatro
651
las inmediaciones de Punta Brava, donde operaba la guerrilla Peral y
donde murió Maceo.
Semejante plan ofrecía, por fortuna, un gran inconveniente para
el enemigo. Y es que, para dar algún resultado, exigía más tiempo del
que necesitábamos para qae el ejército de Cuba y nuestra marina lo
desbaratasen.
Por tierra estábamos perfectamente seguros, y lo estaríamos tam-
bién por mar en cuanto nuestros barcos de guerra se hallasen en la
bahía de la Habana.
*
Prescindiendo de rumores, no comprobados, que el telégrafo trans-
mitió el día 27, dos hechos confirmados oficialmente, y satisfactorios
ambos, exigen por su importancia, y más especialmente por su signifi-
cación, que les dediquemos algunas lineas.
En ellos aparecen, aunque ocurridos á extraordinaria distancia el
uno del otro, dándose la mano, por decirlo asi, la marina de guerra y
la mercante; aquélla apresando un barco norteamericano en el mar de
la China, y ésta rompiendo el bloqueo de la escuadra enemiga en el
de las Antillas.
Así aparecen coadyuvando á la obra común, á la defensa de la
patria, el trabajador y el soldado; así aparece la nación unida para un
mismo fia y alentada por idéntico propósito, en los dos extremos del
mundo: con el comandante del cañonero Elcano, en el Archipiélago
magaliánico; con el capitán del trasatlántico Monserrat, en el mar
Caribe.
Y mientras España demostraba de tan gallarda manera hasta don
de alcanzaba todavía su brazo, los Estados Unidos con sus setenta y
652
cinco millones de habitantes y sus incalculables millones de dollars,
tenían que ir á tratar de potencia á potencia para que les ayudasen ea
la empresa que acometieron con los G6mez, los García, los Delgado,
los Carrillo y demás gente de la manigua.
Impresionada estaba la opinión, coa alarma y zozobra vivísimas
por la suerte qu3 hubiera corrido el vapor Monserrat, uno de los me-
jores trasatlánticos de la Compañía española. El 26 se le vio á la altura
déla Habana, y después desapareció cun rumbo desconocido, porque
le perseguían los buques norteamericanos que tenían establecido el blo-
queo, tan poco efectivo, en la parte occidental de Cuba.
Los yankees, que á falta de los hachos de armas que iban á realizar
en cuanto se declarara la guerra, se dedicaban á inventar toda especie
de patrañas, daban desde Cayo Hueso, como cosa segura, que el Mont-
serrat, con todo su cargamento y con los soldados que iban á bordo,
había caído en poder de la escuadra bloqueadora.
No se le concedió nunca al rumor un gran crédito, puesto que todo
el mundo abrigaba la convicción de que no se había de entregar un
barco con soldados españoles, ni había de dar lugar á ese trance de
captura la pericia en el mar de un capitán de la Trasatlántica. -S
La circunstancia, además, de habjr entrado en la Hibana burlan-
do la vigilancia de la ñoXí yankee el crucero italiano Gtovanni Bausán
y un vapor de la empresa Herrera, hacía esperar que el mismo éxito
acompañase á nuestro correo.
* *
Así sucedió, cumpliéndose las previsiones de la opinión y del ge-
neral Blanco. Decía éste en un telegrama al Gobierno: «El vapor
Monserrat se presentó á la vista del Morro. La escuadra destacó un
I
í
653
buque para impedir su entrada, y el Momerrat se vio obligado á ha-
cerse á alta mar. Créese que ha podido burlar la persecución.»
Y, en efecto, según telegrama oficial y despacho recibido en las
oficinas de la Trasatlántica, el Monserrat que llevaba 500 soldados, y
algunos oficiales y gran cantidad de víveres y municiones, logró entrar
en la mañana del 27, á las diez, en el puerto de Cienfuegos.
Para lograr hacerlo, el Monserrat se vio en graves peligros. Tuvo
que atravesar, precisamente, la zona bloqueada, Al no poder entrar en
la Habana porque se lo impedían los cruceros norteamericanos, el capi-
tán del trasatlántico se hizo á la mar y tomó el rumbo de la costa occi-
dental, pasando por delante de Mxriel, de Bahía Honda, de todas las
costas bloqueadas. Deslizóse entre los buques americanos y logró que
no lo vieran unos, y ganando á otros en velocidad, huyó de sus faegos.
Por la parte Norte no podía el Monserrat guarecerse en ningún
puerto; primero, porque todos ellos carecen de condiciones para anclar
y para desembarcar; y luego, porque ello hubiera equivalido á me-
terse en la boca del lobo, esto es, á entregarse.
El Monserrat prosiguió su viaje por la parte Norte de la provin-
cia de Pinar del Río, dobló el cabo de San Antonio, siempre peligroso,
y otra vez en alta mar, enderezó su rumbo á un puerto de refugio. Pasó
por debajo de la isla de Pinos, porque de hacerlo entre ésta y la isla
de Cuba, se exponía á un seguro varamiento. •
Y cuando no se tenía noticia de él, cuando se le creía perdido,
cuando se le situaba en Jamaica, apareció en la costa del Sur, tomando
la embocadura de la magnífica bahía de Jagua.
Para esquivar el encuentro con los cruceros norteamericanos hubo
de marchar á razón de 18 y 19 nudos por hora á tiro forzado, con lo
cual su salvación era segura, porque aquellos barcos de guerra, en
ningúa caso podían alcanzar tal velocidad.
Se comprende la ansiedad por la que pasarían los pasajeros de
654
Monserrai. S2 admiran los esfaerzos de sareaiiii, de arrojo, de peri -
cia que hubo de desplegar el capitáa. Para éste no só!o estaba el peligro
en una lucha, en un cheque, sino en perder el cargamento, en el que
iban municiones y armas en abundancia.
Todavía, sin duda, le creerían los cruceros norteamericanos huyen-
do de su persecución ó dando bordadas por las costas del Xarte cuando
ya el Monserrai, que apenas retrasó unas treipta horas el término de su
visje, anclaba en Cienfuegos.
AlU en Cienfuegos, en la bahía de ]agua, én el gran puerto de las
Américas, podía estar y estaba completamente segaro. La bahía de
Cienfuegos ó de Jagui es la mayor de la isla, y tal vez una de las ma-
yores del mundo. Cuenta quince leguas marítimas de costa, sin com-
prender sus ríos navegables, y su extensión es de diez millas sobre cua-
tro y cuarto de ancho, con buena calidad de fondo y con una superfi
cié de siete leguas cuadradas, habiendo desde el puerto á loi cayos y-
arrecifes de sotavento un tramo como de catorce á quince legfuas.
La llegada del Montserrat á Cienfuegos podía prestar, además,
grandes servicios, como los presta siempre en un caso de bloqueo, el
que un gran barco lo faerce yendo en auxilio de los bloqueados y res-
tableciendo de ese modo las comunicaciones. Hista Cienfuegos debía
extenderse el fantástico bloqueo, según la declaración de Mac K^nley.
Ya se ve, pues, cómo fo sabían hacer efectivo las escuadras norteame-
ricanas.
♦ *
En cuanto se supo que el Montserrat estaba á salvo en Cienfuegoj
sil haber sido apresado y tras una larga navegación tan llena de gra- ■!
ves riesgos, todo el mundo prodigó elogios sin tasa al valeroso capital.
655
Ese experimentado y bravo rnaxino era don Manuel Deschamps,
natural de la Coniña, donde goza de general estimación, de ardorosas
simpatías.
Tal nombre era y es pronunciado con cariño y con admiración por
España entera 7 aun fuera
de ella; que en todas par-
tes se ensalzan y despier
tan entusiasmo los actos
de gran vslor.
En Madrid y en Birce-
lona^ la em ocian de alegría
fué vivísima. En todos los
Casinos y círculos, á últi-
ma hora déla tarde del 27,
hubo júbilo profundo en-
tre la grandísima concu-
rrencia de socios. Lo mis-
mo ocurrió en los cafés, en
los teatros, en las eslies.
en todos los centros de la
capital. Toda la sociedad,
todos los españoles acla-
maban la hsz;ña del señor
VOLUNTARIO YAJfKEE
Deschamps, capitán del Montserrat.
Y todos, todos ciiantos hablaban del suceso feliz^ pedían una re-
compensa para el bravo marino, honra de nuestra flota mercante y del
personal de la Trasatlántica.
Era deuda de la patria para uno de sus hijos valerosos y heroicos;
deuda que España supo en su día cumpUr.
jP^i^tL im^inii imimiTiiiM ffn^Tffl hhhiiihdoiiiiiiiiihm» tMiiiNmitiuiiiiiiuiKitiniiiiiHiiH iiiiitriiiiiiiit'tiltliuililimi^
'^jiuwnnniiiiiiii»ir~r-iiiri>in'T'- nnHHinmniiHiHiiMMtniíHKmu'' iiiiHHiii»M'iWHWii'"m'iniHiiiiiHM'nH«i«iirnniiMHHiiiiiiiiitiiHmM>'miinwnii * *-/*
CAPITULO VII
Amagos y simulacros. — Confnsiún.--El espíritu público en España. — Rasgos de entusiasmo.
Torpezas yanlees. — El bombardeo de Matanzas. — El parte oficial. — El plandelosyankis.
— El intento del enemigo. — El bombardeo de Cienfuegos. — Plazas y defensas reforzadas.
— El espíritu de las tropas y voluntarios. — Despacho oficial. — Apresamiento del Argo-
nauta.— Triste impresión. — Intento de desembarco. — Re tirada de la escuadra bloqueadora.
NDABA Ja escuadra americana por las aguas de Cuba en
amagos sin gallardía y en juegos y simulacros poco
conformes con el ardimiento explosivo de que se sin-
tieran poseídos los energúmenos del Capitolio y elim.
paciente Mac Kinley. 1
El primer destróyer yanki puesto al alcance de uno de núes-
r
tros cañoneros, habla huido con teda prudencia y con toda ve-
locidad. Los valientes guardaban sus ai restos para apresar pi-
ráticamente, á traición y á mansalva, modestas y desprevenidas embar-
caciones mercantes.
Era indudable que reinaba gran coc fusión en las esferas oficiales
de los Estados Unidos, y más especialmente en el departamento de la
Guerra. Dos meses largos había estado la prensa de aquel país, y con
ella los políticos y los agiotistas, acumulando cifras y más cifras de miles
de hombres y de millones de dollars, con los cuales amenezaban des-
truirnos en veintinticuatro horas.
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657
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Blanco 83
658
Y había producido, seguramente, en ellos extraño asombro el es-
pectáculo de un pueblo que parecía rehuir la guerra cuando podía con-
s derarla lejana, y que de golpe, cuando más próxima la viera, se trans-
formaba completamente é iba á ella sin la menor vacilación.
Mientras en las Cámaras de Washington reciiminábanse unos á
otros, sacando á la colada los horrores de su administración y la flaque-
za de su marina, aquí el espíritu público revelábase entero con mil y mil
rp.sgos de maravilloso entusiasmo.
Madres como las de Badajoz, que desistía de librar á su hijo, al en-
terarse de que España estaba en guerra con una nación extranjera; ca-
pitanes generales como el anciano é insigne conde de Cheste, que á los
ochenta y cuatro años iba al Senado para jurar por la patria; purpu-
rados que hablaban como habló el ilustre cardenal Sancha y el venera-
ble obispo de Tenerife; oradores como Salmerón, como Silvela,como el
duque de Tetuáa y otros, que brindaban á España la fuerza y el sacrifi-
cio de cuanto representan los partidos; el desprendimiento colosal de un
marqués de Arguelles donando al gobierno español dos millones de
duros para la guerra; los generosos y expléndidos donativos de todas
las clases sociales, desde el grande de España al portero y al sereno
humilde, ponían á luz clarísima la decisión de nuestro país á no retro-
ceder, costara lo que costara y sucediera lo que sucediera. ^
El caso era para asombrar á cualquier yankee y trastornarle el poco
juicio que los Sherman, los Morgan y demás vociferadores le hablen
dejado en aquellos tres últimos años de bravatas de todo género, for-
muladas detrás de las paredes del Capitolio.
A aumentar esa confusión contribuyó, sin duda, algo también la
torpeza de los marinos norteamericanos, bien demostrada á la fecha con
la varadura que sufrió uno'de sus cruceros en la costa occidental de
Pi jar del Río, con la colisión de los monitores J^o/wr^ y Terror, que por
colisión nos la dieron las Agencias por efecto de una torpe maniobra,
659
aunque es posible que la pérdida del Hornet se debiera á otra causa, y
con el chasco que les dio el Montserrat, burlándose en sus propias
barbas.
*
* *
En cuanto á lo que calificaron los periódicos yankis de bombardeo
de Matanzas, y que no fué más que un intento ó ensayo del alcance de
sus cañones, hubo tales contradicciones y tanta exageración por parte
de las Agencias telegráficas, que difícilmente hubiéramos podido for-
mar juicio de los sucesos, á no haber llegado con oportunidad el parte
oficial que transcribimos á continuación, para que nuestros lectores
puedan formar juicio exacto acerca de las proporciones que tuvo el hecho.
En él daba cuenta el general Blanco, sobria y sencillamente de la
agresión tan ridicula como brutal que los americanos llevaron á cabo la
tarde del 27. Los despachos de la prensa americana, que más ó menos
desfigurados llegaban á Madrid por Londres y Paris, cuando no venían
directamente desde Nueva York ó desde Cayo Hueso, dieron el 28 pro-
porciones desmedidas y atribuyeron resultaron falsos— 60 bajas y la
destrucción completa de las baterías del Morrillo de Matanzas — á lo que
solo nos pareció en el primer momento un simulacro de bombardeo, y
que no pasó de simple reconocimiento de nuestras fortificaciones.
Destruidas éstas, según la versión yanqui, es lo cierto que no su-
frieron el menor daño, como tampoco se sintieron en la plaza los ex-
tragos de la artillería enemiga, aún menos certera que animosa. Los cin-
co barcos americanos que tomaron parte en el bombardeo (P), perma-
necieron constantemente fuera de la acción de los cañones españoles,
por desgracia muy inferiores en calidad y alcance. El fuego duró cerca
de una hora, más los disparos no llegaron á cincuenta en la escuadra.
660
eí pasaron de diez y ocho en las dos baterías hostilizadas. Sin pérdida
alguna en las cosas ni en las personas, pudieron el pueblo y la guarni-
ción de Matanzas celebrar la retirada de los buques enemigo^, mientras
nuestras armas obtenían en el campo inmediato señalada victoria sobre
las partidas insurrectas, que comenzaban á operar por aquslla parte en
movimiento de concentración.
***
Se d jo aquellos días que el plan délos norteamericanos consistía,
á la fecha, si es que por ventura llegaron á poder trazarse algún plan
de gueri?, ea apcdeía'se de Matanzas y fijar allí su base de operacio-
iies, para avanzar más tatde sobre la Habana. Suponíase que los rebel-
des concu ri ían por tierra al ataque de la plaza elegida y que instala-
rían f l*í, proviiionalnaente, la capital de la famosa República cubana.
Hubo quien añadió que Méximo Gómez y Cílixto G.arcía tenían ya to-
madas todís las disposiciones necesarias para la ejecución del proyecte ,
Y que Matanzas vendría á ser, si se lograse, el principal punto de abas-
tecimiento de la insurrección en armas, víveres, municiones y toda
clase da pertrechos.
A ser ciertas estas noticias, la intentona de los yanquis y sus alia-
dos comenzaba con un doble descalabro, pues por poca importancia mi-
litar que tuviera ese hecho de aimas, el segundo de la guerra, resultó
tan favorable y satisfactorio para nosotros como el primero, que fué ( 1
í fortunado combate de artillería entre la I.igci-a, no más grande que
uco de los vapores golondrinas de nuestro puerto, y el orgulloso
Cttshitig, mo de los mejores destroyers americanos.
Cuando la cañonera Zí^^Tí? destrozó la máquina del Ci.s/nng de-
lunte de Cárdenas, la tarde del 23, con una bíla que le metió en el eos-
661
tado, las Agencias nos contaron que este destróyer hab'a si'T ido la gra-
ve avería por habérsele volcado el vapor hacinado maniobtas. Y des-
pués se supo que no había en todo ello ni una palaba de verdad, sino
el deseo de cubrir un fracaso. Y como vulgarmente se dice, quien hace
u:i cesto hace ciento.
Cou el despacho del general B'ancoá la vista, es fácil apreciar la
verdadera importancia del bombardeo (?) de Mstinzas.
* *
<(,Habana 27.— Capifáo general á ministro Guerra:
Al mediodía del 27, tres cruceros americanos rompieron fuego so-
bre las baterías del Morrillo, puerto de Matanzas, sin causar daño; de
32 disparos hechos, sólo dos cayeron próximos á la bateiía; las nues-
tras hicieron i4 disparos, contestados por los cruceros con multitud de
granadas de metralla, que tampoco hicieron dan-; contra la batería de
Sabanilla hicieron más de 40 disparos, que sólo mataron un mulc; la
batería disparó cuatro cañonazos por estar los barcos sólo al alcance de
uno de los cañones.
La escuadra enemiga se componía de cinco buques, que han dispa
do granadas contra la plaza, cayendo varias en ella, algunas de grueso
calibre, sin causzr daño á la población.
Los cónsules de Francia y Austria protestan contra violaciones
guerra, por bombardeo sin previo aviso; las tropas de la plaza ocupa
ron sus puestos animados del mejor espíritu, habiéndose hecho dignes
del mayor elogio las que guarnecían los fuertes cañoneados; el bom
bardeo duró una hora. Al parecer, se ha causado aveiías en apareja
barco enemigo de tres chimeneas.
Al propio tiempo, el coronel AlfiU alear zaba y batía en Mogote,
662
si Sur de Matanzas, á las partidas concentradas al mando del cabecilla
Bethancourt, tomando sus posiciones al enemigo, que dejó 20 muertos,
muchas armas, caballos y efectos: identificados cabecillas Cía y Zamo-
ra; las tropas, dos soldados muertos, y heridos un teniente y dos tíe
tropa.
Felicito al general Molina, guarnición de Matanzas y columna
Alfau por su bizarro comportamiento.
Se ha presentado en Matanzas el titulado capitán Nojas, con cinco
rebeldes más, armados y montados. — //«a ¿>j na».
Como se vé, y supusimos, los detalles que dieron las Agencias so-
bre el teriible bombardeo de Matanzas, eran falsos los unos y muy exa-
gerados los demás.
Si los yankees se proponían destruir las baterías que se estaban
levantando á la entrada del puerto, su acierto no correspondió á su
propósito; sólo dos desús disparos enviáronlos proyectiles cerca de
una batería; los demás se perdieron.
Cierto que algunas granadas cayeron dentro de la ciudad; pero,
además de que no causaron daño, el hecho dio motivo para que los
cónsules de Francia y Austria protestasen de que la población hubiese
sido bombardeada sin previo aviso, violando les leyes de la guerra.
No es hora ya de perder el tiempo preocupándonos respecto á les
prácticas que observan en estos casos los pueblos de Europa; pero tan
poco debemos dejar pasar estos sucesos que obedecieron, sin duda, á
un plan preconcebido, sin señalar los fines que con ellos perseguía el
enemigo.
Generalmente, en estos sucesos no se vé más que el resultado in-
063
mediato; se cuentan los destrozos materiales, las bajas, y como el hecho
no tiene importancia suficiente para resolver el problema, se espera
con mayor ó menor importancia otro acto de hostilidad délos conten-
dientes. En el caso que nos ocupa conviene ahondar un poco.
En el bombardeo de Matanzas hubo algo más que los daños mate-
riales. Hubo el intento manifiesto de someter por el terror á los cuba-
nosleales divorciándolos déla causa de España. Hubo el intento de
obligarles á que se volvieran contra nosotros mismos. Hubo, en una
palabra, el propósito de someterlos á un poder extraño, no sólo sin
contar con su voluntad, sino violentándosela por los medios más bár-
baros y más odiosos.
Holgarían seguramente tales observaciones, si los Estados Unidos
no hubieren invocado el amor á la paz y el horror que les inspiraban
los males producidos por la guerra, para encubrir sus propósitos ane-
xionistas. Ya se vio cíián humanitarios fueron los procedimientos á que
ellos apelaron. Huyendo de las fortalezas de la Habana, donde había
cañones que les podían contestar, y dirigiendo los suyos sobre pobla-
ciones á donde sus fuegos podían alcanzar á los que no combatían, á
las mujeres y á los niños, sin mayor riesgo para sus barcos.
#
* *
En la mañana del 29 se presentaron frente á Cien fuegos tres bu-
ques de guerra norteamericanos.
Hicieron algunas maniobras y sondeos sin duda para evitar los
bajos, que en aquella costa son peligrosos, y á la una de la tarde, acer-
cándose cuanto pudieron á la costa, rompieron el fuego contra la plaza.
Durante media hora los tres barcos arrojaron bombas sobre Cien-
fuegos, pero este cañoneo no produj'^ más que un resultado: demostrar
664
oue Ja perla del Sur se hallaba á cubierto de los fuegos de la escuadra
enemiga.
Las bombas cayeron á cuttro muías de distancia de los muelles
del puerto.
Biea porque el objtto de los comandantes de los acorazados no
fuera o ti o que el de practicar reconocimiento?, bien porque se con-
vencieran de la inutilidad del bombardeo, es lo cierto que á la una y
media el vigía del caslil o de Sagua, que se halla casia la entrada del
puerto, señaló el aviso de que los tres barcos se retiraban.
La plíza desdeñó el fuego del enemigo y no contestó ni á uno solo
de los disparos, con lo cual no sólo evitó el gasto ÍLÚtil de municiones,
sino que el enemigo hiciera cálculos sobre la situación, número y cali-
bre de las baterías.
Merece consignarse la tranquilidad con que la población presenció
el cañoneo, y la satisfacción y regocijo con que celeb.aba la gente qae
acudió á los muelles, el que las bombas estallaran á tan larga distancia.
Hasta la fecha no se tenía noticia alguna que diera crédito á los ru-
mores sobre desembarco en aquellas costas.
Las guarniciones de todas las plazas del litoral habían quedado
reforzadas, y se ejercía gran vigilancia en los lugares de la costa que
estaban más amenazados.
Donde el blcqueo era más efectivo á la fecha, era en la Habana,
Matanzas y Cárdenas.
En todas estas plazas se habían reforzado las defensas, sobre todo
con artilleiia.
El espíritu de las tropas y voluntarios era excelente.
De los Estados Unidos lograban llegar allí algunas noticias que, á
poce de ser conocidas, circulaban con gran exageración; pero estaba
hecha la opinión á todo y ya no ejercían los noticiones gran influencia
en el ánimo de las gentes.
*
* *
La noticia sobre el cañoneo de Cienfuegos fué confirmada por el
espitan general de Cuba, añadiendo un detalle de inteiés sobre la parte
que tomaron algunos cañoneros españoles.
He aquí el despacho oficial:
^Habana, 30. — Capitán
general á ministro Guerra:
Cañoneada hoy batería
entrada puerto Cienluegos,
siendo rechazado barco ene-
migo tan sólo por tres caño-
neros nuestros, que salieron
fuera del puerto; por nuestra
parte pequeños desperfectos.
Otros barcos enemigos
amenazaron costa Mariel ;
fuerzas convenientemente si-
tuadas acudieron al punto
atacado.
Escuadra enemiga frente
Yi ib&uSi.— Blanco .»
A este despacho siguió
otro comunicando una mala
noticia, que causó triste impresión en la opinión.
Referíase la mala nueva al apresamiento del vapor español Argo-
nauio por los barcos enemigos en bloqueo ds Cienfuegos, que hacía la
travesía de Batabanó á Santiago de Cubi, haciendo prisioneros al coro-
nel señor Cortijo, un médico mayor, seis oficiales, tres sargentos y cinco
Blanco 84
DON SALVADOR BARRERA
Superviviente del naufragio del vapor «Tritón»
666
soldados, y apoderándose de seis csjas de fusiles Msüser, 25 de muni-
cfoDes y 14 con medicinas.
Dfjaron marchar en botes á los pssfjeros, y con éstos, fingiéndcsa
PEÍS8D0F, eícsparon el sobrecargo, un cabo y dos soldados.
El Argoncuia y pasaje fué ?£queado por la marineiía yanqui.
A las seis y media de la tarde del 30 intentaron un desembarco de
fuerzas en la playa de Herradura, un acorazado y tres barcos de guerra
yanquis, en varios lanchones
Al verlos tuestrss fueizas hicieren fuego sobre ellos, siendo con-
testado con ocho ó diez csñonazof, retirándoíe á la vista de la costa
hasta las ocho pr<'ximímerte, que desepaiecieron por la playa Do-
minica.
Llámase Hcn adnra á la pequeña península que cierra por el Nor-
desde el pueito de Cabanas (Pinar del Río).
El puerto llamado ds la Dominica hállase en la costa Norte, y la
forma la beca del río de su nombre, encontrándose situado á unos seis
kilómetics a! Oeste de Msriel y diez al Este del puerto de Cabinas.
El dí.i I." df Mayo desapareció de la vista de le Habana la escua-
dra bloqueadora, ignorándose el rumbo que había tomado, si bien se
si'puso que se había dirigido a Cayo Hueso.
CAPITULO VIII
Ansiedafl no satisfecha. — Ellos t nosotras. — .Vpertara del Parlamento insular. — El Mensaje.
— El general Blanco. — A. morir por la patria. — El desfile. — Entusiasmo popular. — Fecha
memorable. — El régimen aatjnómico. — Inteoto de desembarco. — Día de emociones. —
En presencia del enemigo. — Crucsro janki cañoneado.— Batida general. — Enenentroa y
combates. — Los saluios del Morro. — La goleta Santiag uito . — Bombardeo de Matanzas.
Exfectación é inquietud.
ORzoso !e fué á la opinión pública dominar un poco su
ansiedad, acabando por persuadirse de que los sucesos
de la guerra no iban al compás de nuestras patrióticas
impaciencias.
En ello había motivo de satisfacción más que de enojo;
porque siendo nosotros los atacados, los injusta y brutal-
mente agredidos, la lentitud en las operaciones del enemigo
revelaba que sus fuerzas efectivas no guardaban proporción con su
poderío aparente, y que no le era tan fácil como habíase imaginado
apoderarse de Cuba y lanzar de aquel pedazo de nuestro territorio á los
que lo habían descubierto y conquistado á la civilización, como le fue--
ra bu lar á nuestra diplomacia y entenderse con nuestros políticos.
Ea do3 años dedicadoj á preparar la guerra acopiando para ella
668
I
toda clase de pertrechos, lanzando al mar buques formidables, exal
tando el espíritu de sus milicias con el incentivo de una gloria poco
costosa, no había podido ese coloso americano ponería siquiera en con-
diciones de aprovechar los primeros efectos de la inicua agresión. i
Irresoluto, vacilante, en el mismo grado que poco antes se nos
mostrara provocador y soberbio, no se atre"vía á saltar en tierra espa-
ñola, ni por el mar era osado á otras empresas que á la fácil captura de
bateos indefensos, ó á cañonear desde lejos ciudades escfsamente de-
fendidas. Apenas había pretendido enderezarse sobre sus pies de barro,
cuando ya estaba á punto de venir al suelo entre las carcajadas de Eu-
ropa.
Probóse con esto, no solamente que la que se tuvo por sublime
locura de España, pudiera ser obra menos temeraiia y de más positi-
vos resultados de lo que en un principio se imaginara, sino que con
toda seguridad habría bastado á los gobernantes españoles el no temer
la guerra para impedirla, y el no ceder á las exigencias de Washing-
ton, para privar á la insurrección de Cuba de su ayuda más eficaz y
del aliento que estuvo recibiendo poi espacio de tres años.
Ni uno sólo de los buques que íjetreabsn frínte Jas costas de Cub?,
sin atreverse á ofrec:r blanco á las baterías españolas, estaba listo pera
combatir cuando ocurrió el incidente del Alliance. No hsVía por en-
tonces en los Estados Unidos pólvora almacenada, ni cañones en los
parques, ni defensas en las costas, ni casi ningún elemento de guerra
con que acudir, no ya al ataque de nuestras posesiones insulares, sino
á la guarda y protección de sus propios puertos. Pudimos hacer respe-
tar ruestro derecho: mas aún, pudimos imponer nuestra voluntad, re-
duciendo para siempre la cuestión de Cuba á un simple problema de
política interior, y las debilidades de arriba nos perdieron. Aquel gra-
ve pecado de los que á la sazón imperaban en España, se había de la-
var á la f.cha con sangre del ejército, con sangre del pueblo.
669
Pero por más que hubiesen pasado las ocasiones mejores y aún vi-
niendo la guerra después de un largo período en que el enemigo pudo
prepararse cuanto quiso, mientras nosotros continuábamos desaprove-
chando el tiempo, veíase claramente, á la fecha, que el agresor no con-
taba con nuestra resistencia, sino con nuestra última humillación. Esto
no lo decimos nosotros, cuyo juicio pudiera recusarse por interesado,
lo dijeron todos los pueblos de Europa; lo apreciaron todos los gobier-
nos, y hasta la musa festiva de los satíricos y el lápiz de los caricaturis-
tas de Londres y París lo tradujeron en intencionadas expresiones.
Escuadras por el Norte, por el Sur, por el Este y por el Oeste; la
mar entera llena de barcos, y no habían podido registrar á los nueve
días de rotas las hostilidades más que la fuga del Cushing ante una ca-
ñonera microscópica, y la triunfal entrada en Cien fuegos de nuestro
vapor Monserrat burlando el bloqueo de aquellas extensas costas.
Iban á restablecer la paz en la isla de Cuba, á expulsarnos de allí
á las cuarenta y ocho horas, y ya no sabían por donde desembarcar, ni
cuando desembarcarían. Se trató al principio de lanzar sobre nosotros
cien mil hombres; luego les pareció que sería mejor no comprometer
más que cincuenta mil; después redujeron Ja cifra á la quinta parte;
después á la décima y, por último, dudaban hasta para poner en tierra
dos ó tres mil de aquellos guerreros provistos de armas virginales y cu-
yas campañas no habían atronado todavía más que el recinto de los bars
americanos.
***
A las dos de la tarde del 4 de Mayo se verificó en la capital de la
mayor de nuestras Antillas la solemne apertura del Parlamento insular.
Salió el general Blanco del palacio de la Capitanía en una carroza,
acompañado de los señores general González Parrado y Congosto.
670
Qiince cañonjzos anuncifiron la salida de palacio del capitán ge-
neral, y otros quince que había llegado al antiguo Casino Español,
donde habíase instalado el Parlamento.
El trayecto que recorrió el gobernador general estaba engalanado y
cubierto por las tropas.
En los balcones había mucha gente presenciando el paso de la co
mitiva.
El acto resultó serio y majestuoso.
Dióse lectura del Mensaje, que protestaba contra las imposiciones
del extranjero y recordaba el ejemplo de las cortes de Cádiz.
Rodeaban al general Blanco las secretarios del despacho, los repre-
sentantes y Jos consejeros, colocados en el centro del salón.
Al extremo del mismo estaba el público, en el que figuraban bas-
tantes señoras.
Al terminar la lectura del Mensaje, el general Blanco dio un vivaá
España, que fué contestado unánimemente.
—Juráis todos morir por ella?— preguntó á seguida el general
B anco.
— ]Sí, sí!— contestaron todos los asistentes, dando otros vivas á Es-
paña y uno al general Blanco, salvador de Cuba.
Al salir del Parlamento y al entrar en la Capitanía general se dis-
pararon otros 15 cañonazos, como á la ida.
La multitud que había en las calles y en los balcones presenciando
el lucido desfile aclamó entusiásticamente al general.
*
* *
F.cha de gran relieve para nuestra historia fué la del 4 de Mayo de
1898.
671
El régimen autonómico que nos iba á dar ia paz á la patria poni n-
do término á una guerra tan injusta como cruenta, quedó ese día defi-
nitivamente constituí Jo en Cuba con la inauguración de la Cámara in-
sular.
Pero ese órgano de expresión del nuevo régimen político en nues-
tra colonia antillana inauguró sus funciones en medio de la pública in-
diferencia de Ja Metrópoli, porque la opinión y los intereses hallábanse
bajo el peso de grandes desdichas.
¿Qué había quedado de equellos ministros insulares? ¿Qaé había
sido de aquellos manifiestos de Govín? ¿Qué del viaje redeator de Gi-
berga y Dolz?
Nadie, ni el mi-mo gobierno central que puso en la autonomía te-
da la esperanza y en el desarrollo del régimen todas sus ilusiones, se
Ecordaron dicho día de que iba á constituirse la Cámara insular en Cu-
ba, instalándose ¡qué sarcasmo! en el mismo edificio que durante mu-
chos años fué la casa de los españoles.
La enormidad del fracaso, — ¿porqué no confesarle? — y las desven-
turas que pesaban sobre la nación, parece fué la causa de que se olvi-
dara todo eso que en su ¿ía habrá de ocupar una página dolorosa en Ja
historia de España.
El general Blanco fué á presidir la primera sesión de esa Cámara,
llevando como asesores á Govín y Dolz y tenieniío como inspirador
del patriotismo á Giberga, en el momento mismo en que los acorazadcs
americados bombardeaban la costa para preparar el desembarco y en el
instante en que se combinaba en el cmpamento de Máximo Gómez el
plan que habían de seguir las fuerzas rebeldes coa las americanas que
habían de invadir el territorio.
***
672
El día 6 se confirmaron oficialmente los rumores sobre intento de
desembarco de faeiza americana cerca de la capital de la isla.
Según participó el comandante militar de Guanajay, las fuerzas
que vigilaban la costa divisaron en la tarde del 4 un remolcador ame-
ricano que llegaba á la costa, entre Baracoa y Bañes (cerca de Mariel),
saltando de él á tierra algunos individuos.
El general Hernández de Velasco, al dar cuenta de este suceso,
añadía que la fuerza de caballería acudió en el acto al sitio del desem-
i
ACORAZADO KORT E-AMERICANO «YOWAv.
barco, y haciendo fuego sobre el remolcador y suíi tripulantes, obliga-
ron á reembarcarse á los que estaban,en tierra, operación que fué pro-
tegida por fuego de cañón, que los nuestros contestaron con fuego de
fusilería, resultando de esta refriega tres soldados heridos y dos caballos
muertos.
El remolcador enemigo se alejó sin lograr su intento, y la vigilan-
cia en la costa quedó redoblada.
Otro remolcador americano apresó el día 6 tres botes pescadores
frente á la playa de Cogimar, inmediata á la Habana.
El día 5 hubo grandes emociones en la capital.
I
i
673
Como la escuadra de bloqueo se había retirado, y los despachos
anunciaban su presencia frente á Cárdenas, creíase que entraba en sus
planes el dirigir la acción hacia otros puertos; pero hacia el medio día
volvieron á aparecer en aquellas aguas los barcos yackis.
Nada menos que doce cañoneros se divisaban frente á la plaza, ca-
- ñoneros que se movían mucho, evolucionando en direcciones distintas
y en movimientos rápidos, dando origen á que se redoblasen las pre-
cauciones.
El general Blanco, acompañado del jefe del Estado mayor, general
FUERTE DE PUNTA GORDA (Santiago de Cuba)
señor Solano, recorrió las fortificaciones y baterías avanzadas dando so-
bre el terreno las instrucciones convenientes.
La guarnición y los batallones de voluntarios estuvieron sobre las
armas, apercibidos para todo.
Pero la cosa no pasó á mayores.
La escuadra de bloqueo continuó el día 7 sus movimientos desde
la costa de Pinar del Río á Matanzas y tan pronto se colocaba ala vista
déla Habana como desaparecía.
En toda la costa y algunas poblaciones se realizaban muchos traba-
jos de defensa, sobre todo, en Pinar del Río y Cárdenas.
Blanco 85
674
Las baterías de la Habana volvieron á hacer fuego el día 7 contra
la escuadra enemiga.
A las cinco y media de la tarde se destacó de Ja escuadra bloquea-
dora un crucero, el cual enfiló la entrada del puerto de la Habana, de-
teniéndose, después de acercarse más de lo regular, frente al castillo
del Morro.
Entonces rompió el fuego la batería de la playa del Chivo sobre el
buque enemigo, y entre los varios cañonazos que se le dispararon pudo
apreciarse perfectamente desde tierra que el proyectil de uno de ellos
cayó muy cerca del crucero yanki, cubriéndole de agua y haciéndole
inclinar de un lado.
El buque enemigo se retiró á toda máquina^ ignorándose si los dis-
paros de nuestras baterías causaron algún destrozo en el crucero ame-
ricano.
Un público numeroso presenció el suceso desde el litoral sin que
se produjera la menor alarma en ningún momento.
# *
i
Rotas las hostilidades con todo rigor en la isla el día 30 de Abril,
según bando del capitán general y general en jefe de aquel ejército,
desde dicha fecha se batió todos los días en todas partes á las partidas
que tenían manifiesto plan de atacar poblados, y que lo intentaron in-
fructuosamente, sufriendo bastantes bajas.
En Pinar del Río, el coronel Devós, en el potrero Clemente Cruz,
batió á la partida Núñez, tomando su campamento y recogiendo el ca-
dáver del cabecilla citado, nueve más de insurrecctos de la partida, 33
armas de fuego, la blancas y tres caballos. S
La columna sólo tuvo cuatro heridos de tropa.
i
(
675
En Las Villas, los batallones de Tetuán y Granada y voluntarios
de Camsjuaní, batieron en Pelayo á las fuerzas de Máximo Gómez, re-
cogiendo cuatro muertos, armas y caballos. Nuestras tropas tuvieron
un oficial y siete soldados heridos.
En Covadonga volvió á batir dicha columna al enemigo, causán-
dola un muerto: nosotros cuatro heridos.
La guerrilla de Placetas, en Loma Cruz, batió á una partida rebel-
de, recogiendo en el campo de la acción diez muertos, ocho armas de
fuego y 34 caballos. Nuestras fuerzas tuvieron un herido de tropa y
dos contusos.
El batallón de Borbón batió en Santa Rosa á las partidas mandadas
por los cabecillas Carrillo, Tello y Sánchez, recogiendo tres muertos.
El batallón tuvo ocho heridos de tropa.
En Oriente, los batallones de la Constitución y de Asia batieron
al enemigo en Palma, resultando tres heridos de tropa.
■El de Talavera y las guerrillas de Baracoa sostuvieron combates
con bajas del enemigo y cinco heridos de la columna.
Un escuadrón de caballería atacó un campamento en San Juan
(Guantánamo) recogiendo cinco muertos. Las tropas solo tuvieron un
soldado herido.
*%
A las ocho y media de la mañana del 7, dos barcos norteamerica-
nos perseguían á una goleta pescadora frente al Vedado.
Acercáronse á cinco millas de la costa, y entonces rompieron el
fuego contra ellos las baterías del castillo del Morro, haciendo seis dis-
paros de obús. Uno de los proyectiles le llevó la chimenea y un palo
al crucero que iba delante, y otro proyectil cayó sobre la cubierta del
segundo crucero, ignorándose el daño que causara al barco.
676
Los cruceros contestaron con 12 cañonazos alejándose enseguida
rápidamente á toda marcha.
Gran gentío acudió á la playa á presenciar el combate.
El barco perseguido era la goleta Santiaguito, que, al tomar puer-
to, fué aclamada por el pueblo y aplaudidos sus tripulantes por su
valor y temeridad, siendo objeto su patrón de entusiastas ovaciones.
La goleta iba llena de pescado del Yucatán.
A las tres de la tarde, otro buque enemigo hizo faego sobe las ba-
terías de la entrada del puerto de Matanzas, disparando 65 proyectiles
contra débil blokaus de carbonera, sobre el que cayeron 19, sufriendo
los consiguientes desperfectos, sin otra novedad que recibir el jefe in -
geniero de montes, don Francisco Bernat, que por allí se hallaba en
funciones de servicio, algunas contusiones de piedras desprendidas al
reventar una granada.
La situación continuaba siendo la misma.
Los buques que al morir el día 7 sostenían el bloqueo de la Haba-
na eran de poca importancia, pues los que había de gran porte frente
al puerto salieron con rumbo á Puerto Rico, obedeciendo órdenes del
gobierno de Washington, y con objeto, según unos, de bombardear la
capital de la pequeña Antilla, según otros, de ir al encuentro de nues-
tra escuadra que se decía había zarpado, al fin, de Cabo Verde, al ano-
checer del 24, con rumbo desconocido.
Estas noticias produjeron en la Península gran espectación, no
exenta de inquietud mortal, al conocerse la supeiioridad de las fuerzas
navales del enemigo.
,*sii¡e-,
CAPITULO IX
Agitación y alarma. — Optimistas y alarmistas.— lofundios fantásticos. — Noticias absurdas.—
Fiebre de noticias. — Impaciencia y ansiedad. — Expectación pública. -La escuadra de
Cervera en la Martinica. — Las baladronadas yanquis. — Confianzas de la opinión. — Inten-
tos de desembarco. — El bombardeo de Cárdenas. — El enemigo rechazado. — Arrojo de
nuestros marinos. — Deseáis bro de la escuadra norteamericana. — El combate naval de
Cárdenas. —Lucha heróicn. — El Antonio López y la Ligera. — La Cruz Roja.— Comentos
y aplausos.
^^^^^ESDE el amanecer del día 8, desde que se presumió
'^ que nuestra escuadra de Cabo Verde, al mando del
contralmirante don Pascual Cervera, podía llegar á
aguas de Puerto Rico, al propio tiempo que la escuadra
americana que mandaba _el almirante Sampson; desde que se
consideró como inminente un encuentro entre ambas flotas,
rodabap por ahí toda clase de noticias estupendas, iban y ve-
nían las especies más absurdas y contradictorias, manteníase
el juicio público en el mayor de los extravíos.
Tan pronto nos anunciaban los optimistas y patrioteros una formi-
dable y gloriosa victoria naval, como nos presentaban los alarmistas á
los barcos de Cervtra sufriendo igual dolorosa suerte que la de los que
se perdieron en la bahía de Cavite, la tristemente gloriosa jornada del
I." de Mayo.
Y por instantes nos transportaban á los quintos cielos de la espe-
ranza y del júbilo patrióticos; ó nos hundían en negras simas de dolor
y desesperación.
678
Tan insana agitación no tenía razón de ser, porque todas esas no-
ticias, las favorables como las adversa5, carecían de todo fundamento
serio, racional. Bastará á cualquiera compararlas entre si para compren-
der la imposibilidad de que fueran todas verdaderas, lo cual prueba que
todas eran falsas.
¿Cómo es posible compaginar telegramas que señalaban la presen-
cia de nuestra escuadra á una misma hora bombardeando á Charleston
y batiéndose al Noroeste de Santo Domingo con los buques yankees?
Ya el día 8 circuló por todas partes la buena nueva de que había-
mos derrotado á los yanquis en el Atlántico. La falta de precisión de
la noticia bastó para acogerla con reservas. ¡En el Atlánticol Lo mismo
hubiera si .¡o decir con el poeta: «En el piélago inmenso del vecío.» Por-
que paré;enos qu3 el Océano Atlántico es bastante grande para que no
estorbase precisar el punto con relación á las costas ó á los grados de
latitud.
Eso sin contar que si el choque hubiera tenido efecto en el Atlán-
tico, sin que se añadiera á donde habían ido á parar después de la ba-
talla una ú otra flota vencedora ó vencida, no sabemos cómo se hubiera
podido conocer la noticia. ¿O es que en alta mar hay estaciones tele- ¿
gráficas para comunicarnos las nuevas de un combate? ¿Qué medios
misteriosos emplearían los almirantes para hacer saber al mundo sus
hazañas, colocados en medio del Atlánttcr?
fW
I
♦
* «
I
Eso en cuanto al contenido de la noticia, que en lo tocante á su
origen había más de un motivo de crítica racional para no prestarle
crédito ni un momento siquiera. Desde San Roque dijeron el día 9 que
nos habíamos batido con los yankees. Desde Londres, comunicaron á
un periódico de esta condal ciudad igual roticia.
679
Ahora bien ; ¿por qué extraños caminos había dado la vuelta esa
especie, que todos deseamos fuera verdadera, que aparecía afirmada en
San Roque veinticuatro horas antes que en Londres, centro hoy y siem-
pre de toda información?
Acaso, acaso desde San Roque se correría á Gibraltar y desde Gi-
braltal á Londres, para que desde la capital de la Gran Bretaña nos la
volvieran á comunicar, aderezada con el testimonio del duque de
Cannaugbt.
El caso fué, que tal noticia había ido tomando cuerpo, y en la no-
che del 9, no ya de San Roque sino de Londres, recibió el diario «La
Publicidad», por el cable, vía Marsella, un telegrama expedido á las
dos de la tarde, por su corresponsal en la capital británica, diciendo
que según despacho recibido por el duque de C^nnaught, hijo de la
reina Victoria, se confirmaba que la escuadra española había obtenido
una victoria en el Atlántico, contraía escuadra yankee.
Pero dio la circunstancia que, á las pocas horas que el cablegrama
de Londres, recibíase un telegrama de la Agencia Reuter, la cual, con
la sinceridad que acostumbra, no daba la noticia como propia, sino que
la refería á cesas que se decían en Cayo Hueso, donde iban á parar to-
dos los infundios del planeta;
Allí, en Cayo Hueso, se había recibido un despacho de Forte au-
prince que decía, que según referencias del Cabo Haiti, la escuadra de
Sampson había visto hacia el Norte, el referido día 9, die^ y siete navios
españoles... Añ&á.ÍB. qViQ los marinos alemanes llegados el propio día
confirmaban que se había oído un fuerte cañoneo hacia el Noroeste en
la tarde del susodicho día.
* *
No fuera necesario decir que la noticia venía de Cayo Hueso para
comprender que allí se había engendrado, porque sólo la fantasía deli-
680
rante de aquellos laborantes de la portería de la manigua, fantasía que
se desbocaba muy á menudo, y lo mismo inventaba batallas que mul-
tiplicaba las Laves, había podido ver á nuestros cuatro cruceros y á los
dos destructores convertidos en diez y siete navios españoles entre bar-
cos de guerra y otros.
¿Qué más hubiéramos podido desear sino que fuera verdad tanta
billezs? ¿Qué más hubiera podido anhelar nuestro patriotismo sino que
en el Atlántico y desde la salida de Cabo Verde, cuatro cruceros se hu-
bieran convertido en diez y siete poderosos navio;? Si Sampson había
creído, en f fecto, ver diez y siete barcos de guerra, bastara eso y casi
sobrara para que hubiéramos ganado la batalla naval, sin contar con el
indudable valor do nuestros marinos.
Y mientras eso circulaba é iban y venían las estupendas nuevas,
otras no menos absurdas se engendraban no se sabe dónde, para llevar
la alarma al espíritu público, ya muy intranquilo, conturbado, excita
díiimo.
Era tan perturbadora la fiebre de noticias, que las gentes acabaron
por perder la noción del lugar geográfico. Pruébalo sino el siguiente
diálogo, cogido por nosotros en medio de los corros de la Rambla, esta-
cionados fíente á la redacción de un diario:
— La escuadra de Cabo Verde está en camino de Filipinas— dijo
quien presumía dj bien informado.
Y rep ico otro:
— ¡Ah! Sí; por eso se la ha visto á la altura del Canadá...
loútil es decir que durante todo el día y la noche del lo fueron
motivo de ansiosa espectación los insistentes rumores que venían cir-
culando desde las primeras horas de la mañana á propósito de la situa-
ción de Puerto Rico y del probable encuentro de la escuadra española
con la americana.
i
I
681
* *
En la Habana, como aquí, aumentaba cada día más la impaciencia
y ansiedad por saber el paradero y posición de nuestra escuadra.
Raro era el día que no circulasen también allí noticias contradicto-
rias y los rumores más estupendos, dando lugar á que las autoridades
tuvieran que intervenir
para evitar la propagación
de noticias falsas.
En los centros oficiales
no había el día 1 1 noticias
concretas de la situación
de la escuadra española y
de la escuadra americana
en el Atlántico, y si las
había las ocultaban.
Pero era visible por la
noche la preocupación de
nuestros gobernantes, y
alguno de los más caracte-
rizados no ocultó su creen-
cia de que las escuadras de-
bían estar la una muy á la
vista de la otra, siendo presumible un encuentro que podía ocurrir,
quizá, á las pocas horas.
Excusado es decir que con estos informes aumentó todavía más la
expectación pública, y cuantos tuvieron noticia de esa supoíición mi-
nisterial, hicieron votos fervientes por que la suerte acompañase á nues-
tros bravos marinos y el éxito coronase sus gloriosos esfuerzos en fa-
vor de ios sacratísimos intereses de la patria.
Blanco 86
DOlí PASCTJAL CERTERA
Contralmirante de la escuadra del Atlántico
682
Cuando los yankees, completamente desorientEdos, creían ver á
nuestra escuadra de vuelta de Cabo Verde y en las proximidades de Cá-
diz, apareció ésta en la colonia francesa, la isla de la Martinica, en dis-
posición de colocarse, en menos de dos días, en presencia de los barcos
enemigos, en aguas de Puerto Rico, ó de ir, en poco más de cuatro
días, a forzar el bloqueo de la isla de Cuba.
El telegrama del comandante de nuestra escuadra lo recibió el día
12 el señor ministro de Marina. Después lo comunicaba al Consejo de
ministros, reunido al terminar la sesión del Congreso, y allí se discu -
tieron los rumbos que podía tomar y las instrucciones que llevaba el
señor Cervera, dentro de las cuales obraría, seguramente, como su
pericir, valor y patriotismo le aconsejasen para su más seguro triunfo.
Si durante todos aquellos días hubo aquí una intensa zozobra por
desconocerse el paradero de la escuadre, no fué menor el desconcierto
que reinó en las esferas oficiales de los Estados Unidos y la gran alar-
ma que allí producían las contrsdictoriss noticias sobre la marcha de
los barcos espinóles. ,
Y es evidente que Sampson estuvo pendiente de los movimientos
que ignoraba de nuestra escuadra, sin atreverse á emprender acción al
guna hasta que pudiera dirigirla con toda seguridad, deshechas las in-
quietantes ic certidumbres. S
Aún habían de durar éstas para los yankees, pues no era forzoso
que los buques que mandaba Cervera fuesen á San Juan de Puerto R'co,
para darse de manos á boca con los acorazados y cruceros norteameri-
canos.
* »
I
No había de ser para nuestros jactanciosos enemigos tan fácil aquel
programa lleno de baladronadas, según el cual, el almirante Sampson
d83
se proponía destruir la escuadra española, bombardear inmediatamen
te la capital de Puerto Rico, y apoderarse de ella si resistía.
Aúa no habían realizido niaguao de los puntos de su atrevido
plan, y aúa éste se encontraba sujeto á lo que el destino quisiera y á
lo que hicieran nuestros barcos. Hasta la fecha, nosotros, sin echar
tanta tuerza por la boca, no habíamos tenido otro revés serio que el de
Cavite; y en cambio, según noticias oficiales procedentes de los Esta-
dos Unidos, les habíamos iaferido grave daño en «I combate de Cár-
denas.
Li escuadra española había llegado á la Mirtinica, de donde ten-
dría que salir, por razón de neutralidad, á las veinte y cuatro horas. Se
supuso al principio que había entrado en Fort de France, de arribada
forzosa, con motivo detener necesidad de algunas pequeñas reparacio-
nes el Viíf[caya. Pero parece que eso no resultó cierto^ y que la llegada
á la colonia francesa se debía á un plan del señor Cervera.
Penetrar ese plan fuera obra difícil, y aunque se hubiera conocido,
obra antipatriótica el revelarlo. Los cálculos que se hicieran sobre ese
hecho de encontrarse en la Martinica, tuvieron que ser todos aventu-
rados, pues lo mismo podía recibirse de un momento á otro la noticia
de un combate sangriento, que la de haber realizado un movimiento
bien combinado por el que resultase la escuadra española en Santiago
de Cuba, ó delante de Puerto Rico ó con rumbo á la Habana.
La opinión confiaba en la ciencia y en el valor de nuestros mari-
nos, y esperaba que la suerte, que ya se había declarado en Cárdenas
por nuestra causa, nos seguiría siendo favorable.
Obedeciendo al plan que hacía tiempo trazaron los yanquis y que
aún no habían podido realizar, intentaron el día 14 hacer dos desem-
684
barcos, uno al Norte y otro al Sur de la isla; uno en Cárdenas y otro
en Cienfaegos.
Son las de Cárdenas y Cienfuegos las dos bahías más grandes de la
isla de Cuba; por eso los yanquis intentaron apoderarse de eUas, ó
cuando menos causar grandes daños en las respectivas poblaciones. No
lo consiguieron, sin embargo, y tuvieron que retirarse ante el certeio
fuego de ambas plazas.
Poco después del amanecer se presentó frente á la ensenada de Cár-
denas, embocando por el cabo de Hicacos en el canal de Cayo Aralupa,
una división compuesta de seis barcos enemigos, de los cuales tres eran
de gran porte y los otros tres cañoneros.
Como todos se acercaran mucho más que otras veces á la isleta
Diana, que se encuentra á la entrada de la ensenada, empezó á mani-
festarse la alarma entre los habitantes, siendo llamadas á la carrera las
fuerzas de infantería de Marina y voluntarios que guarnecían la pobla-
ción.
A las ocho se formalizó el asedio, acercándose los barcos yanquis
y rompiendo el fuego enseguida Jos grandes, mientras avanzaban les
pequeños hasta colocarse á una milla de Cárdenas.
Al mismo tiempo, un bote grande, con fuerzas de desembarco,
destacado de uno de los ci uceros, se deslizó por entre los cayos y rea-
lizó un desembarco en el llamado Diana, donde hay un faro, apoderán-
dose del semáforo y haciendo prisioneros sin resistencia al escaso
personal del mismo.
Entretanto, el fuego de los buques continuaba terrible sobre 'a
población, cayendo muchas bombas dentro de Cárdenas, donde á causa
de ello se incendiaron varios almacenes.
En la bahía sólo había para defenderse del ataque, las cañoneras
Ligera y Antonio Lópe^, que rompieron un fuego vivísimo contra los
buques enemigos; pero la diferencia de medios era tan grande, que, á
685
pesar de los deseos de sus dotaciones, no lograron que aquéllos apaga-
ran sus fuegos ni se alejaran.
La lancha cañonera Antoríío Lópe^, mandada por el bravo teniente
de navio D. Domingo Montes, estuvo haciendo fuego hasta que se le
concluyeron las municiones.
Consideró entonces el enemigo obra fácil el desembarco y lanzaron
bastante marinería á los botes para conducirla á tierra.
Eq los muelles, hasta la estación, habíanse situado una compañía
de infantería de Marina y 250 voluntarios, quiénes sufrieron á pie firme
y pecho descubierto el fuego de los barcos enemigos, sin contestar, hasta
que los botes de desembarco estuvieron cerca de tierra.
Entonce?, con gran disciplina, hicieron nutrido fuego sobre ellos,
obligándoles á retirarse, se supuso que con grandes pérdidas, por la
cantidad de gente que iba en los botes y lo certeras que fueron las des-
cargfis.
Nuestras tropas revelaron una gran serenidad y mucha decisión,
para impedir que el enemigo lograra su intento.
El fuego sobre Cárdenas duró desde las ocho de la mañana hasta
las dos y media de la tarde, hora en que se retiraron los barcos enemi-
gos, apareciendo de nuevo á las cuatro, para retirarse definitivamente
á las cinco.
Desde Cárdenas se vio perfectamente que uno de sus barcos iba
escorado y remolcado, al parecer, con grandes averías.
Fué muy elogiada la conducta de los cañoneros Ligera y Antonio
Lópe^. Ambos consumieron todas sus municiones, y las dotaciones de
ellos tenían resuelto ya, en caso de abordaje ó de quedar inutilizado el
barco, desmontar la artillería y hundirse en el canal,. con objeto de in-
terceptar el paso de los buques grandes.
Tanto la Ligera como la Antonio Lópei[, que recibió 12 disparos
de cañón de tiro rápido, sin consecuencias desagradables para la dota-
686
ción; se batieron coa gran arrojo hasta quedar inutilizada la segunda.
Toda la guarnición se mostró muy valerosa durante el ataque, que
fué presenciado con gran serenidad por la población.
Nuestras bejas consistieron en un sargento y siete soldados heridos.
* *
En cuanto se supo por telégrafo en Matanzas lo que en Cárdenas
ocurría, se formaron trenes extraordinarios para mandar refuerzos.
Fué el primero en llegar el batallón de Zamora; con éste y alguna
otra fuerza, más la guarnición que allí hibía, quedó la plaza defendida
contra nuevas y posibles Egresiones.
Los habitantes de Cárdenas acudieron á sofocar los incendios, ayu-
dando al cuerpo de bomberos en esta tarea, bajo el fuego del enemigo.
Se consideró milagroso que no hubiera que lamentar en la pobla-
ción numerosas desgracias personales, teniendo en cuenta lo duro y
persistente del fuego de los barcos yanquis, pues no hubo previo aviso,
según previenen las leyes de la guerra, para el bombardeo y ataque.
Los yanquis tuvieron, según se participa después desde Cayo Hue-
so, un oficial y cuatro marinos muertos y alguoos heridos, cuyo número
no se precisó.
Las noticias recibidas de Washington y trasmitidas desde Nueva
Yoik vinieron á confirmar que la escuadra que bombardeó á Cárdenas
sufrió un verdadero descalabro.
Una de nuestras ganadas cayó en el polvorín del torpedero Te-
cumseh y voló el barco.
Otra bala de cañón destrozó las calderas del torpedero Winslow; el
Hudson, al acudir en auxilio del anterior, lecibió muchos proyectiles
que le ocasionaron grandes averías.
687
Rompieron fuego centra Cárdenas el Wilmíngíon y el Hudson.
Después entró en combate el Wtnslow, que avanzó demasiado y sobre
él se dirigieron todos los fuegos de las baterías, uno dé cuyos proyecti-
les atravesó el casco del barco yanqui y destrozó una de sus calderas.
Entonces pidió auxilio y acudió el Hudson, que con grandes difi-
cultades, por causa del horroroso fuego que desde la plaza y los cañone-
ros españoks se hada, pulo largar un cable al Wtnslow.
Un oficial y varios marineíos habían logrado asir dicho cable,
cuando estalló sobre ellos una granada que produjo la muerte al prime-
ro é hiiió á siete marineros. Por fin, pudo echarse una amarra al Wtns-
low y remolcado por el Hudson se le puso fuera del alcance de los ca
ñones españoles, y poco después fué conducido á la isla de San Pedro,
dirigiéndose al siguiente día á Cayo Hueso con grandes averías y una
chimenea y varios camarotes destrozados.
Los buques yanquis que tomaron parte en el ataque de Cárdenas
fueron los siguientes:
El Wilmíngion ¿e 1.500 toneladas, armado con ocho cañones de
10 centímetros de tiro rápilo y otros 14 de menor calibre. Tripulación
175 hombres.
• El torpedero de alta mar Winslow, de 50 metros de largo, 5 de an
cho, 2.000 caballos de fuerza en su máquina y cuyo armamento consis-
tía en tres cañones de tiro rápido de 57 milímetros y tres tubos de lanzar
torpedos Whitehead.
Ei cañonero Machías, de 1230 toneladas, armado con 8 cañones de
tiro rápido de 10 centímetros y 8 menores. Tripulación 2:0 hombres.
Y el Hudson y el Tecunisch, dos vapores mercantes armados en
guerra y convenientemente artillados.
Contra esos buques enemigos lucharon heroicamente hasta quedar
inutilizados para el combate los cañoneros Antonio López y Ligera,
cuyas dotaciones se dispusieron á sepultarse en el fondo de aquellas
aguas antes que rendirse; pero había que pelear sin medir la fuerza del
enemigo, sin arredrarse ante el número y el porte de los barcos con-
trarios.
Hay que conocer al Antonio Lópe\ para darse cuenta del mérito
contraído en su combate desigual y glorioso.
Era un remolcador de la casa del Marqués de Comillas, de líneas
elegantes, cuya misión no fué otra
hasta que le cedieron á la Marina
de guerra que transportar la co-
rrespondencia desde la Machina á
los vapores trasatlánticos de la
casa y acompañarles en su salida
hasta doblar el Morro. No era,
pues, barco que tuviera defensas
en su casco.
Cedido' á la Marina de guerra,
%Q^ le armó con ametralladoras, y
como su velocidad era de lo mi-
llas" y 'sus máquinas gozaban de
gran salud, estaba en condiciones
de prestar el servicio de aviso en
la costa.
La Ligera tenía 21 metros de
largo, dos de ancho, 40 toneladas
y un cañón de cuatro centíme-
tros.
La mandaba el teniente de navio don A. Pérez Rendón y la tripu-
laban 20 hombres.
En la defensa de Cárdenas, nuestros marinos como nuestros sol-
m/'^'/w/'''
SEÑOR RENDON
Cornaadante de la cañonera «Ligera»
689
dados se portaron heroicamente, resultando fracasado el intento de
desembarco.
Durante el bombardeo, y exponiendo sus vidas, las señoras de la
BUQUES ESPAÑOLES CAPTURADOS POR LOS TANKIS EN «CATO-HUESO»
Cruz Roja asistían á los heridos, llevaban vendas é hilas y les consola-
ban con sus auxilios, dando ejemplo de valor.
Estos detalles se comentaron y aplaudieron con entusiasmo.
Blanco 87
CAPITULO X
Intento de desembarco en Cienfuegos. — Duro cañoneo. — El empeño de los yanquis.^El ene-
migo rechazado. — El espíritu de las tropas y de la población. — Cañoneo de Bahía Hon-
da.— Desembarco frustrado en Jicotea. — Nuevos intentos de desembarco. — Detalles del
fracaso de la expedición del Gusaic. — La escuadra norteamericana frente á San Juan de
Puerto Rico. — Bombardeo de la capital de la pequeña Antilla. — Gran expectación. — No-
ticias y rumores. — La fantasía popular. — Honor á los valientes. — Jornada feliz.
ASI á la misma hora, á las siete de la mañana del ii, en
que la escuadra enemiga empezaba el bombardeo de
Cárdenas, cuatro de sus buques rompían fuego sobre las
baterías avanzadas del puerto de Cienfuegos y bombar-
deaban la ciudad.
Como la bahía es tan grande y corno los barcos yanquis se
colocaron á mucha distancia por temor á los fuegos de nuestras
baterías avanzadas de tierra, el bombardeo no producía efecto
alguno.
Pronto comprendieron las tropas que el objeto de aquel vivo ca-
ñoneo no era otro que proteger un desembarco, porque ninguna de sus
granadas llegaba á la población.
Y, en efecto, mientras los barcos grandes disparaban granadas so-
bre las baterías de la entrada del puerto, varias barcazas, llenas de gente,
se aceicaban á la costa, pretendiendo desembarcar, protegidas por el
fuego de los cruceros, en la boca del río Arimao.
Las tropas, convenientemente distribuidas, dejaron aproximarse al
enemigo, y una vez que estuvieron los lanchones cerca de tierra, hicie-
691
ron nutrido fuego de Maüser sobre ellas, al mismo tiempo que los ca-
ñoneros y laa baterías de tierra contestaban á los disparos de los cruce-
ros americanos.
Grande debía ser el empeño de los yanquis en hacer el desembar-
co, porque, rechazados dos veces, intentaron un tercer esfuerzo, que,
por fortuna, resultó, como los anteriores, infructuoso.
Una de las granadas del enemigo derribó la caseta donde amarraba
el cable que ponía en comunicación la costa Sur enlazando con la tele-
gráfica de Batabanó á la Habana.
Durante las cinco horas que duró el cañoneo, los buques yanquis
dispararon unos 800 proyectiles de cañón, además délos de ametrallado-
ra desde las cofas de los barcos, que se aproximaron á media milla de
la costa, y desde las siete lanchas de desembarco.
La población estuvo impaciente, y desde el castillo de Sagua se
hacían señales para que se conociera en Cienfuegos el curso de los su-
cesos. Multitud de lanchitas de vapor y remolcadores cruzaban la bahía
para comunicar noticias.
Como las tropas regulares estaban en la costa, la población quedó
bajo el amparo de los voluntarios, los cuales permanecieron en las trin-
cheras todo el día. El espíritu público estuvo perfectamente sostenido.
Nuestras bijas fueron dos paisanos muertos y 14 soldados heridos,
y los daños ocasionados por el bombardeo, la destrucción de la caseta
del cable y de un bohío próximo al faro.
Fué imposible determinarlas bajas del enemigo; pero por la distan-
cia á que se les hizo fuego de Maüsser, por la rapidez con que se alejó y
la confusión que se produjo en las barcazas, se supuso que debieron ex-
perimentar bastantes pérdidas.
*
* #
692
El general Aguirre hizo constar el levantado espíritu y entusiasmo
de la población de Cienfuegos, toda dispuesta al lado de las tropas, que
á su paso vitoreaban, repartiéndoles las señoras refrescos y tabacos y
asistiendo cuidadosamente á los heridos.
Parece que el ataque estaba combinado con gran concentración de
partidas rebeldes, batidas aquellos días en las lomas y en la Ciénaga.
Esos dos ataques, casi simultáneos, en la costa Norte y en la costa
Sur, pretendiendo en ambos desemb.arcos, dieron á los sucesos una im-
portancia mucho mayor de la que revistieron los ataques anteriores,
solo como considerados como tanteos y exploración de nuestras defen-
sas en las costas.
Desde la tarde del 12, varios buques yanquis de los que sostenían
el bloqueo de Cuba se acercaron á la costa Norte de Pinar del Río y ca-
ñonearon á Bahía Honda, al mismo tiempo que pretendían hacer llegar
á tierra botes con fuerzas de desembarco.
Como el enemigo había explorado aquel punto hacia días, habíase
adoptado grandes precauciones, reconcentrando allí fuerzas bastantes
para rechazar el ataque en tierra.
Desde Guanajay y Cabanas se había redoblado la vigilancia en la
costa, para impedir que desembarcasen en algún punto inmediato mien-
tras entretenían la atención con el cañoneo sobre Bahía Honda.
En la tarde del 11, al mismo tiempo que los ataques á Cárdenas y
Cienfuegos, intentó el enemigo un desembarco en Jicotea (Pinar) com-
binado con partida insurrecta de 300 hombres, que bajó á la playa á
proteger desembarco.
Fuerzas de infantería que vigilaban aquella parte de costa al man-
do del teniente coronel señor Elola, batieron á la partida, rechazando
al mismo tiempo el desembarco.
No cejaban los yanquis, á pesar de sus repetidos fracasos, en sm em ■
peño de intentar desembarcos de armas, municiones y hombres.
í
I
693
A los intentos fracasados hay que unir otro que, por fortuna, fué
también rechazado.
Durante el día 12 y el 13, desde la madrugada, cinco buques ene-
migos intentaron el desembarco de fuerzas, protegidas por su artillería,
en variDs puntos de la costa í sotavento de la Habana, habiendo sido en
todos rechazados y obligados á resmbarcarse por las tropas convenien-
temente situadas.
A falta de barcos de guerra nuestros que se lo impidiera, seguían
sus movimientos á lo largo de la costa columnas de infantería y caba-
llería para combatirles si intentaban nuevos desembarcos.
Se hicieron dos prisioneros norteamericanos, teniendo por nuestra
parte un oficial muerto y algunos soldados heridos.
Digno del mayor encomio fué el comportamiento de las tropas ba-
tiéndose contra barcos enemigos con cañones de grueso calibre.
* ♦
Por noticias trasmitidas desde Cayo Hueso sobre la expedición del
Gussic á Cuba y su intento de desembarco en Cabanas, conocimos los
siguientes detalles, acerca del resultado de aquella, que fué un fracaso
completo.
Fué la primera expedición que zarpara de la Florida con rumbo á
Cuba, y estaba formada por dos compañías de tropas regulares, que con-
ducían gran cantidad de armas y municiones.
Partieron con dirección á la costa de Pinar del Río, entre Bahía
Honda y Cabanas, en virtud de combinación hecha por los jefes milita-
res de las fuerzas expedicionarias y el cabecilla Núñez, quien aseguró
que allí encontrarían numerosa partida que protegería desde tierra el
desembarco.
Confiando en el éxito de la operación salió el Gussic con su carga,
694
incorporándosele los cañoneros \V<isp y Mannt'ng, encargados de la pro-
tección desde el mar.
Ea estas condiciones se acercó f 1 Gussic á la costa en un punto
cerca de Cabanas, y cuando se disponía á'realizar sus alijos, se encontró
con que en tierra, en vez de la partida insurrecta, se hallaban apostadas
tropas espa-ñolas dispuestas á rechazar el desembarco.
Ya estaban en tierra algunos de los expedicionarios, cuando los
soldados españoles salieron de la emboscada, haciendo fuego nutrido
sobre el enemigo.
Los cañoneros dispararon sobre la costa muchos proyectiles, demos-
trando que era decidido el propósito de desembarcar; pero fueron re-
chazados al fin, y reembarcando los que habían tocado tierra, se retiraron.
Al amanecer del 13 se presentó frente á San Juan de Puerto Rico
una escuadra noiteamericana, al mando del almirante Sampson, com-
puesta de II buques, rompiendo, sin previo aviso, fuego contra la pla-
za, que fué contestado con vigor durante más de tres horas por las bate-
rías del puerto y del castillo.
Después de las nueve de la mañana retiróse el enemigo, que estuvo
bombardeando la ciudad durante más de tres horas, con fuego en oca-
siones muy vivo y cercano, empleando muchos calibres medios y arti-
llería de tiro rápido, aunque sin ocasionar grandes daños materiales y
pocas desgracias personales.
Las baterías de la plaza contestaron siempre vigorosas, causando
al enemigo bastante daño y grandes averías en uno de sus mayores
baicos, que fué retirado á remolque.
Las bajas en la población fueron; cuarenta heridos paisanos, y dos
muertos y trece heridos de las tropas de la guarnición.
695
Mucho entusiasmo en los voluntarios, y la poblacióa civil en actitud
serena y dispuesta á la defensa hasta el último trance.
La escuadra rechazada en Puerto Rico, cumpliendo órdenes termi-
nantes de su gobierno, hizo rumbo con toda la rapidez que le permitían
sus máquinas á Cuba.
La orden era que se anticipase á la escuadra española que mandaba
el general Cervera.
Desde que se recibió aquí esa noticia hubo gran espectación, por
considerarse corno próximo un choque entre ambas escuadras. También
zarpó el 13, á las cuatro de la tarde, de Fuerte Monroe con rumbo á las
Antillas, la escuadra volante que mandaba el comodoro Schley, forma-
da por el Brooklin, Massachussets, el Texas y el yate Escorpión.
No hemos de reproducir en estas págin£s todas las noticias y rumo-
res que circularon el día 13 por Madrid y Barcelona, á propósito del
ataque y bombardeo de Puerto Rico y á movimientos de la escuadra
*
que el almirante Cervera mandaba.
La imaginación popular, combinando una cosa con otra, llegó á
suponer que nuestros barcos habían tenido participación en el combate
de Puerto Rico y destruido cuatro de los buques enemigos.
Hasta de la circunstancia de ser aquel, día de gala oficial, como
cumpleaños del rey don Francisco, se sacó provecho para atribuir á un
gran triunfo el traje que vestían las tropas de la guarnición.
No creemos preciso se exsjeraran á ese punto las cosas para que el
espíritu público pudiera sentirse satisfecho de la jornada.
Cuanto al paradero de nuestra escuadra se supo que en la Marti-
nica sólo entró el día la uno de los destructores, cuyo comandante lle-
vaba despachos del general Cervera para expedirlos desde Fort de
France.
Como al propio tiempo era natural que recibiese el encargo de te-
legrafiar desde allí á las familias de varios de sus compañeros llegaron
á Madrid y Barcelona, con firmas de jefes de la escuadra, otros tantos
telegramas de la Maiíinica, que dieron lugar á creer que toda la escuadra
había fondeado en aquella colonia francesa.
Así se dijo oficialmente; pero pronto se aclaró la noticia, añadien-
do que la escuadra continuaba felizmente su derrota por el mar de Jas
Antillas, en demanda de un puerto de Cuba.
***
Los soldados, marinos y voluntarios que en Cárdenas, Cienfuegos,
Cabanas y San Juan de Puerto Rico rechazaron briosamente á los inva-
sores, merecieron bien de la patria, no sólo por la ofrenda de gloria con
que aliviaron sus amarguras, sino por la confianza en si misma que del
todo le devolvieron.
Ellos representaban, de la manera más alta y legítima, nuestra
raza y nuestra historia.
Su conducta heroica dio lugar á esperar que mientras ellos vivie-
ran no lograrían adelantar un paso, por muchos elementos de guerra
que acumulasen los norteamericanos; mientras dispusieran de algunos
millares de armas, podría correr peligro la integridad material del te-
rritorio, pero no correría ninguno el honor de la bandera.
Es deber necional agradecer y sublimar su bravura; lo fué también
aprovechar la lección que desde allá nos enviaron.
Aunque pocos, había aquí espíritus timoratos, á quienes amilanaba
la perspectiva de inevitables derrotas y que flaqueaban á veces hasta
el extremo de pensar en voluntarias renuncias.
La voz de los cubanos y portorriqueños leales, que declaraban en-
tre el estallido de las bombas enemigas su firme voluntad de ser espa-
ñoles; esa gran voz que llegaba del otro lado del Océano, les enseñó á.
callar y á aprender.
697
Se desmoronaban sus viviendas, caían muertos ó haridos sus her
manos, sabían que no había de^haber cuartel ni descanso en la lucha,
y, sin embargo, perseveraban en la defensa del sagrado depósito que
se les había confiado, decididos á conservar y confesar su nacionalidad
en la vida y en la muerte.
No solo resistían, sino que triunfaban. Los buques americanos, no
obstante su poder enorme, se detenían ante nuestras modestas baterías
EL ACORAZADO AMERICAKO «NEW YORK» DISPARANDO SOBRE
UN DESTACAMENTO EN CABANAS
y nuestros humildes cañoneros, y tenían que retirarse del fuego, lie
vando á remolque los inutilizados.
Vaporcillos de 43 toneladas salían al encuentro de cruceros y des-
troyers, los combatían sin vacilar, los alcanzaban con sus tiros y con-
cluían por echarlos mar afuera.
Nuestros batallones aguardaban impasibles el desembarco del ene-
migo, favorecido por la artillería gruesa de sus naves, y cuando estaba
cerca, lo acribillaban á balazos y le ponían en vergonzosa fuga.
« *
Blanco 88
698
No somos jactanciosos ni arrcganti s. Harto se nos alcanzaba que la
foituna, ala fecha propicia, tal vez mañana nos volvería la espalda, y
que nuestro adversario era lo bastante fuerte para volver con más ahin-
co á la carga después de la derrota ó del fracaso.
Pero ante la bravura sin par de nuestro ejército de mar y tierra y
ante la resolución generosa de los españoles en ambas Antillas, nos sen-
timos llenos de confianza y dispuestos á defender lo qua era nuestro
contra todos los buques y los bailones americanos.
Mal correspondiera, por otra parte, la nsción al esfuerzo de aque-
llos valientes soldados y á la adhesión de aquellos buenos hijos, si no
se sintiera dispuesta á hacer lo posible y lo imposible para alentarlos y
auxiliarlos en su épica resistencia contra los invasores; é indigna fuera
de su luminoso pasado y de su incontestable derecho á lo poivenir, si
ante tales ejemplos de abnegación hubiese experimentado femeniles
dudas. ^
Cuba y Puerto Rico pertenecían por su propia voluntad á España
y España se veía obligada á cobijarlas en su regazo maternal, mientras
le quedase un átomo de vida.
Nunca las hubiera cedido de grado y solamente cuando se sintió
exánime y moribunda, se las dejó arrebatar por fuerza.
Saludemos á los valientes que pelearon en las colonias y cuya fé,
confirmada con sangre, vino á afianzar la nuestra, que andaba en aque-
llos tiempos ya algún tanto indecisa.
Lí> patria cumpliría su deber del mismo modo, —así lo esperábamos —
con igual firmeza y con tanta abnegación como ellos estaban cumplien-
do con el suyo.
♦ *
699
Una muy extendida superstición quedó el 13 entre los españoles
bastante quebrantada. Ese día 13 de Mayo fué, ñi duda, más agradable
para España que otros días no considerados como fatídicos.
De todas partes llegaron noticias que fortalecían el espíritu y levan-
taban el corazón. De allá, de Manila, sabíase que nuestros hermanos re-
sistían con denuedo, viéndose foizado D^w^y con su escuadra á la es-
pera de recursos. De Cuba llegáronnos ecos de positiva gloria.
La defensa heroica del Antonio Lópe^ y la Ligera-^ la bizarría ge-
nuinamente española, con que frente á un poder maiítimo extraordina-
rio habían combatido un puñado de marinos sin más que su pericia y
algún modestísimo cañón; el arranque del comandante Montes agoten-
do todas sus municiones y ecnandosu cañonera á pique para que fuera
escollo antes que provecho del enemigo, el valiente espíritu con que
hs guarniciones y voluntarios y los moradores todos de Cárdenas y
Cienfuogos acudieron á la defensa de la patria oponiendo á las bombas
yanquis un arrojo y serenidad que impusieron respeto á los propios
enemigos, fueron, tras el dolor de Cavite y tras la incertidumbre de
aquellos días, estímulos poderosos contra todo desfallecimiento y mo-
tivos fundados para no abandonarnos al pesimismo sin esperanzas.
Al lado de esas puras satisfacciones que Caba nos envió, hubimos
de poner otras no menos altas que nos vinieron de Puerto Rico. Salva-
jemente—como dijo muy bien un senador del reino en la Cámara alta —
salvajemente, como pudiera hacerlo la escuadra de un pueblo de piratas
y malhechores, para el cual no rigen el derecho internacional ni ningu-
na de las leyes morales que disto y la civilización han extendido por
el mundo, preséntanse los yanquis ante la capital de Puerto Rico, y
con sus grandes buques y sus terribles medios de exterminio, no logran
que el espíritu de aquellos españoles vacile ni tema.
A las bombas explosivas, á las acometidas de tanta máquina for
midable, la serenidad y el valor responden, reproduciendo la gloria de
700
otras jornadas no menos difíciles y no menos ilustres para los leales
portorriqueños.
*
* *
No es que las favorables noticias del citado día 13 debieran deter-
minar una confianza definitiva en nuestra tuerte ni en el trance final
de la guerra. Traía ésta semblante muy áspero y no había de ser asunto
de unos cuantos días ni de unas cuantas acciones.
Para llegar al necesario término no habían de bastar la gallardía
aislada ni los rasgos sueltos, propios de nuestra raza. La guerra, hoy,
ha puesto muy al margen el factor personal, y está más cerca de la for-
tuna quien la corteja con previsión de medios materiales, que aquel
que la solicita sólo con nobles títulos de riqueza moral.
No podía olvidarse que la raza épica de nuestros marinos, de nues-
tros soldados y de todos nuestros hermanos de Cuba y Puerto Rico en
poco había de contribuir á que los yankis díjasen de contar coa más
buques y con más recursos de combate que España.
Pero aunque eso no pudiera ser olvidado, no fuera justo que deja-
ra la patria de recoger, para convertirlas en aliento de su propio espí-
ritu, las buenas nuevas que el cable nos trajo el susodicho día, en com-
pensación de tanta tristeza como nos enviara.
Todos lo habíamos dicho: á guerra no provocada por nosotros ha-
bía ido España por el honor. Asi, bendito hubo de ser y ensalzado cuan-
to viniera á significar que el honor de España se salvaba según nuestra
histórica costumbre.
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CAPITULO XI
Tenacidad del enemigo. — Cañoneo inútil. — Nuevos intentos de desembarco. — En Jaimanitas
y en Cárdenas. — Al desquite. — Inútil empeño. — Detalles del frustrado desembarco en la
playa del Salado. — Dos prisioneros yanquis. — Combate naval en aguas de la Habana. —
El Nueva España y e\ Fe/iadiío en busca del enemigo. — Expectación .^-Frente al ene-
migo.— La acometida. — Entusiasmo y aplausos de la muchedumbre. — ¡Viva España! —
El triunfo de nuestros barcos, — Espectáculo imponeate. — El regreso á puerto. — Rego-
cijo y ovación. — El objetivo de la salida. — Un encuentro en Los Cristales. — Rumores. —
La alocución del general Cervera. — Antes de zarpar. — ¡Viva Españal
os intentos de desembarco y el cañoneo en las costas
de Pinar del Río y Habana acusaban alguna tenaci-
dad de parte de los yanquis y gran fortuna por nues-
tra parte, rechazándoles.
Esos cañoneos en que tanto proyectil dispararon sobre
la costa no produjeron apenas desgracias ni daños. Más pare-
cieron salvas, para amedrentar, que bombardeos, para pro-
teger desembarcos.
Sin embargo, los proyectiles que gastaron inútilmente
sumaban centenares.
El 14 se verificó otro intento de desembarco en la playa de Jaima
nitas, inmediata á la capital. Durante una hora estuvieron disparando
proyectiles de medio calibre, sin que este bombardeo, que por el ruido
parecía horroroso, produjera daños en la población.
702
La presencia del torpedero Ericson en la bahía de Cárdenas, en la
tarde del 13, sin disparar un tiro, y el verse desde el vigía otros barcos
americanos dando bordadas fuera del puerto, hizo suponer á los habi-
tantes de Cárdenas que el enemigo intentaba repetir el ataque contra
la población.
Reforzada la guarnición con el batallón de Zamora y dos guerri-
llas, el coronel Moneada dispuso, de acuerdo con el comandante de
Marina, que las fuerzas tomaran convenientes posiciones en la zona de
la bahía, donde se habían levantado las ligeras defensas que el tiempo
había permitido, dando lugar preferente á los voluntarios y compañía
de infantería de Marina, que tan bravamente rechazaron el ataque an-
terior.
En previsión de que las granadas produjeran incendios en la pobla-
ción, formó todo el cuerpo de bomberos y se alistó todo el material
para acudir con prontitud al primer aviso.
Bien puede decirse que cuando rompieron el fuego ios barcos ene-
migos, no había en Cárdenas nadie que no estuviera prevenido.
Todos los cálculos resultaron confirmados. Tres barcos enemigos
repitieron el bombardeo, más vivo si cabe que en el ataque anterior.
Con tenacidad grande intentaron hacer llegar á tierra barcazas y
botes con gente de desembarco; pero cuantas veces lo intentaron fue-
lon rechazados.
El fuego que sobre ella? se hizo por descargas y cjn gran discipli-
na, debió producirles muchas baj:s, á juzgar por la gritaría y confu-
sión que en las barcazas se produjo.
Así estuvieron durante tres horas, hasta que definitivamente se re-
tiraron, sin conseguir echar pie á tierra un solo hombre.
El resultado de este segundo ataque fué jel siguiente: destruir .'a
casa donde estaba instalado el consulado ingle >, en cuyo edificio ya
cayó una granada durante el primer ataqu?; hacer unos siete heridos
,1
í
703
en ]a tropa; matar con una granada á una pobre mujer y un hombre;
herir á siete paisanos, entre los cuales figuraban tres inocentes niños,
y producir algunos desperfectos en varias casas.
*
* *
Al mismo tiempo que Jos yanquis repelían el ataque contra Cár-
denas, lo hicieron también contra Cienfuegos, como si fueron al des-
quite en los mismos puntos donde sufrieron tan duro escarmiento cua-
tro días antes.
El cañoneo contra la costa de Cienfuegos fué también muy vivo:
los intentos de desembarco también fueron rechazados.
Las granadas no causaron desperfecto alguno en la población ni
en la bahía: las tropas de la guarnición tuvieron varios heridos.
La prensa de la Habana publicó el día 14 números extraordinarios
dando cuenta del satisísctorio resultado que tuvieron los choques entre
nuestras fuerzas y los americanos en la playa del Salado, donde inten-
taron hacer el primer desembarco de dos compañías de tropas regula-
res y gran cantidad de armas y municiones que llevaba el vapor Gus-
sie, y añadiendo algunos interesantes detalles, de cuyo conocimiento
no queremos privar á nuestros lectores.
Ya estaban en tierra algunos expedicionarios, cuando los soldados
españoles salieron de su emboscada y cayeron con fuego nutridísimo
sobre los expedicionarios, sembrando el pánico entre el enemigo.
El fuego de dos cruceros que protegían el desembarco, resultó
inútil.
Rechazados los expedicionarios, lograron reembarcar casi todos,
teniéndolo que hacer á nado algunos, y entre ellos el famoso Scovel,
aquél corresponsal norteamericano que intervino en la fuga de Evan-
704
gelina Cisneros, que después fué expulsado de aquel territorio y que
desde el Journal había influido tanto para provocar la guerra interna
cional.
En medio de la confusión que produjo la aparición de los españo-
les y el grito de «sálvese quien pueda» de los expedicionarios, queda-
ron en tierra completamente desamparados dos hombres, que á gritos
pedían auxilio á los que se alejaban.
Ambos fueron hechos prisioneros, resultando ser periodistas yan-
CRUCERO KORTEAMERICANO «BALTIMOORE»
quis, redactores corresponsales del ^orld, los cuales pidieron á los
soldados que no les matasen.
Los dos prisioneros fueron conducidos á la Habana por el ferroca-
rril de Villanueva.
La gente, advertida de su captura, les esperó, y al aparecer lívidos,
desencajados, llenos de terror, les dio una silba fenomenal, que produ-
jo en ellos extraordinario efecto, porque creían que toda la isla estaba
poco mecos que en poder de los insurrectos, y que la Habana se halla-
ba casi destruida por ^us barcos y sin espíritu español.
Los coirespcEsales del Tt orld fueron enconados en la fortaleza de
]& Calaña, hssta que se determinase lo que había de ser de ellos. -
705
Blanco 89
706
#
* *
Da gran emoción fue para todos los habitantes de la Habana el
suceso que se desarrolló á su vista y frente á la bahía, en la tarde del
14 de Mayo.
A eso de las cuatro comenzó á circular el rumor por la ciudad de
que los barcos de guerra surtos en la bahía se preparaban para salir á
la mar en trabajos de descubierta.
Como toda la población había visto dar bordadts á varios barcos
yanquis frente á la Chorrera, pero fuera del alcance de las baterías
avanzadas, se supuso que de salir los buques, habría choque, en condi-
ciones de gran desigualdad.
El toque de Us cornetas en las fortalezas; el ver á algunos genera-
les dirigirse hacia las baterías y el paso de voluntarios hacia determi-
nados puntos de la capital, hizo extender y dar visos de certeza al ru-
mor, y la gente en tropel, formando inmensa muchedumbre, empezó
á llenar los muelles, el pescante, el malecón de la Punta y toda la costa
de San Lázaro hasta los baños.
Los trenes del Vedado S3 llenaron de curiosos que querían gozar
del espectáculo en posiciones más avanzadas.
En efecto; á las cinco salió del puerto el cañonero A'inva España,
llevando en el tope la bandera nacional, y poco después, y con la suya
izada, el crucero Conde de Venadito.
La muchedumbre aplaudía frenética; la marinería silenciosa, como
quien cumple misión sagrada en momentos solemnes, cuidábase de
cumplir su cometido.
Aquellos dos barcos de guerra, de pequeñas dimensiones, de esta-
sa potencia y de reducida dottción, se internaron en el mar hasta per-
derse de vista.
i
707
El público que les vio partir quedó en silencio y vivamente im-
presionado.
Millares de personas tenían fijos sus ojos desde las torres, las azo-
teas, el malecón, las baterías y el litoral, en la línea obscura y lejana
del horizonte. Durante media hora nada se vio ni se oyó, creciendo por
momentos la ansiedad; pero transcurrido ese tiempo, vióse á los dos
barcos españoles que se dirigían sobre tres americanos haciendo fuego
nutrido y con marcha rápida. Habíase entablado ya un combate naval,
á la vista de la población.
El M'ueva España y el ]'c¡iadíto acometían con decisión; los trcs
barcos yanquis contestaban con fuego duro.
La muchedumbre aplaudía desde tierra la decisión de nuestros bra-
vos marinos; á cada disparo resonaba en todo el litoral un estruendoso
¡viva España!, que las ondas se encargaban de hacer llegar hasta los
barcos españoles como alientos nuevos para el combate.
De pronto se vio que un barco grande del enemigo apagó sus fue-
gos, que rápidamente se le acercó otro, y amarrándole se lo llevó á
remolque con precipitación: ¡aquello era el triunfo I
Aparecen enseguida nuevos buques enemigos que acuden en au-
xilio de los suyos; los nuestros, gallardos, airosos, combaten tambiéa
contra éstos, que forman una división de cinco buques.
El sol va desapareciendo hacia su ocaso, enviando sus últimos ra-
yos á los combatientes y dejando en el horizonte unas nubes rojas como
el fuego.
El espectáculo es imponente, maravilloso, extraordinario.
Entretanto, en todas las baterías de la plaza se enfilan los cañones
por si el enemigo se acerca, persiguiendo en su retirada á nuestros
barcos; salen del puerto hasta doblar el Morro dos cañoneros más, por
si acaso; los dos Pin\ón se disponen también á salir, pero el rápido ere-
708
púsculo vá desapareciendo y la noche extiende su manto de tinieblas,
haciendo que cese el combate.
El Nueva. España y el Conde de Venadiio regresan al puerto sin
avería alguna, y al entrar en bahía les tributa toda la Habana una ova-
ción indescriptible y conmovedora. Eran las ocho de la noche.
Emoción semejante, pocas ve:es se siente: la población, llena de
regocijo, saluda á los marinos por la feliz jornada, que así puade califi-
carse la temeraria salida y el combate sostenido contra enemigo tan su
perior, sin sufrir avería alguna, á cambio de haberlas producido de
consideración en la escuadra norteamericana.
# *
El Conde de Venaditoes uno de los buques más conocidos entre
los españoles. Con motivo de la campaña de Melilla primero, después
por incidente ocurrido entre este buque y el americano Alliance en los
comienzos de la campaña de Cuba, el Venadiio es entre nuestros bu-
ques de guerra el que más ha sonado en oídos españoles.
Fué construido en 1888, es de hierro, de 1200 toneladas, monta
cuatro cañones Hontoria de 12 centímetros, dos de siete, dos de cinco
y cuatro de cuatro, y dos tubos de lanzar torpedos. Desplaza 1.500 to-
neladas y la fuerza de sus máquinas es de 1.500 caballos.
Estaba mandado por el capitán de fragata don Esteban Asuaga.
El Nueva España está clasificado como cañonero torpedero: monta
seis cañones, dos Hontoria de doce centímetros, de tiro rápido, una
ametralladora y dos tubos lanza torpedos; la fuerza de su máquina es
■ie 2.400 caballos de fuerza y desplaza 630 toneladas; su casco es de
acero.
Mandaba este barco el teniente de navio don Eduardo Capelas-
tegui.
709
Hacía ya tiempo que prestaba servicie en Cuba, y algunos meses
que se encontraba en la bahía de la Habana.
Fué botado al agua en el año de 1889.
Tanto el Nueva España como el Venadito habían trabajado mucho
ea la campaña de Cuba, y esto hacía que sus máquinas hubiesen sufri-
do desgastes, perdiendo en fuerza y velocidad.
Ninguna de estas circunstancias impidió que luchasen con denue-
do, obteniendo éxito feliz en la misión que les fué confiada.
El objetivo propuesto con la salida y combate del Nueva España y
el Venadüo, quedó logrado, pues no era otro, según despachos del ca-
pitán general y jefe del apostadero de la Habana, que atraer frente al
puerto el mayor número posible de barcos yanquis, y esto se consiguió,
por cuanto al día siguiente se contaban diez, no siendo el anterior más
que tres.
En operaciones desde Güines, la columna que mandaba el coronel
Rodríguez, tuvo un encuentro, el día 16, en Los Cristales con una par-
tida de 800 hombres, al mando de Mayía Rodríguez, Collazo y otros
cabecillas, tomando campamento y batiéndoles con muchas bajas; pu-
diéndose recoger 11 muertos identificados, 14 armas de fuego, mache-
tes y municiones.
La columna tuvo un oficial contuso y cuatro de tropa heridos.
»
Se dijo la tarde del 14, atribuyendo el origen de la noticia á mani-
fastaciorres del ministro de Marina, que la escuadra del contralmirante
Cervera estaba ya á la vista de Cuba.
Aunque el general B3rmejo no había hecho manifestación alguna
en tal sentido, ni en otro cualquiera que permitiera determinar el rum-
bo y la situación de nuestros barcos, la suposición era muy verosímil, y
710
nada habría tan satisfactorio, en nuestro humilde concepto, como el
que la hubiéramos visto confirmarse pronto con la entrada en la babíi
de la Habana del Cristóbal Colón, el Vi\caya, el Oquendo, el Infanta
María Teresa y los dos destroyers.
Hubiera sido este un verdadero éxito militar para España, aun
cuando no tuviese el aparato externo, ia resonancia y brillantez que los
grandes combates navales con que soñaban los exaltados.
Mientras que en la Habana tuviésemos una escuadra intacta, ni
pudieran los yanquis descomponerla íuya para llevar la guerra á di-
versas regiones, entre las cuales cabía incluir la misma Petínsula, ni
les fuera factible acometer el desembarco de una gran expedición sin
el riesgo de verla comprometida y quebrantada.
El bloqueo de la Habana tuviera también que cambiar de carácter
y condiciones, aunque el enemigo mantuviese allí la totalidad de sus
buques de combate. Con los recursos de fquella estación, nuestra es-
cuadra pudiera haber hecho salidas, hostigar continuamente á la ene-
miga, sobre todo de noche, y eligiendo el momento y circunstancias
más favorables para llevar la confusión á los barcos enemigos.
No sabíamos, realmente, si el objetivo de la escuadra era el que
nos inspira estas observaciones, pero ninguna duda ofreció para noso-
tros y creemos hallarnos de acuerdo con la opinión de muchas personas
competentes, que ese fuera por entonces el servicio de resultados más
prácticos y que con él se hubiera realizado un buen pensamiento estra-
tégico.
• *
He aquí la alocución que el general Cervera dirigió á sus subordi-
nados la víspera de hacerse á la mar la escuadra fondeada en Cabo
Verde:
I
711
«Tripulantes todos de la escuadra:
Después de tres años de lucha en Cuba vamos al fin á ver el tér-
mino. Seguramente no se hubiera sostenido tres meses la insurrección
sin los auxilios que ha recibido siempre de los Estados Unidos.
Viendo esta nación que con su ayuda indirecta y con las mil mo-
lestias que nos ha suscitado no podía conseguir los fines que su codicia
le inspira, que no son otros que arrebatarnos la isla de Cuba, arroja la
máscara al ver agonizar la insurrección y nos hace la guerra más in -
justa que registra la historia.
No la quería España, ciertamente, y prueba de ello es su conducta,
en la que ha llegado á cuanto puede acceder una nación que se precia
en algo. Pero la ambición insaciable de los yankees gritaba siempre
más, más, hasta que llegó á pedirnos todo: lo que es nuestro, lo que
descubrieron |los españoles dirigidos por Colón, lo que pobló Diego
Velázquez y han hecho próspero y rico los españoles á costa de tantas
vi las como se han perdido en los cuatro siglos que hace del descu-
brimiento.
Vamos, pues, á la guerra obligados por el orgullo y la codicia
yankee\ pero vamos como siempre fueron los españoles, fuertes en sus
derechos y confiados en Dios, que no abandonará causa tan justa y
protegerá nuestros esfuerzos.
No tengo que recordaros la disciplina, porque en los seis meses
que llevo de mando sólo tengo motivos para felicitarme de ella. Tam-
poco os recuerdo la constancia en el servicio, sobre todo el de vigilan-
cia, á pesar de lo duro que llega á hacerse cuando se prolonga mucho,
porque conozco vuestras condiciones en esto como en todo. Mucho
menos os recomendaré el valor, sois españoles y... basta.
A la guerra, pues; y cuando yo os lleve al combate, tened con-
fianza en Dios y en vuestros jefes, y que con la conciencia del alto de-
ber que cumplimos nos halague á todos la idea de la gratitud de la pa-
tria, que salvaremos del peligro en que se encuentra.
712
Las naciones que nos contemplan verán que la España de hoy es
la de siempre, y al regresar á nuestros hogares nos veremos rodeados
de la gratitud y amor de nuestros conciudadanos, que será nuestra me-
jor recompensa.
¡Viva España! ¡Viva el re) ! ¡Viva la reina regente!
San Vicente de Cabo Verdea 28 de Abril de 1898.— El almirante
de la escuadra española. — Pascual Gervera».
*
* *
Antes de zarpar, el general Cervera convocó á los oficiales y tri-
pulaciones de los buques que formaban la escuadra, arengándoles en
términos altamente patrióticos y poniendo de manifiesto que cuando
peligra la integridad del territorio patrio, todos sus hijos tienen el sa-
grado deber de defenderla.
«A la Armada española— dijo— corresponde desempeñar en el pre-
sente conflicto un papel importantísimo. Vamos á la lucha; es verdad
que somos pocos contra muchos, pero llevamos de nuestra parte la
justicia y el derecho, la pericia y el valor de los marinos que me escu-
chan, y la fé en Dios».
Apenas terminó el general Cervera la última frase, se oyó un
atronador ¡viva España!
La prensa norteamericana no ocultó la sorpresa que le produjo la
noticia de haberse advertido en sguas de la Martinica la presencia de
tres barcos de guerra españoles.
No se sabía á punto fijo á dónde se dirigía la escuadra española
mandada por el contralmirante Cervera, pero se tenía noticia de que
Jas fuerzas navales yanquis habían recibido orden de concentrarse en la
coita meridional de Cuba.
Todos los informes convenían, sin embargo, en que el jefe de
713
nuestra escuadra se proponía intentar Ja entrada en el puerto de la
Habana.
Los periódicos, particularmente los consagrados á asuntos militares
y marítimos, seguían con grande interés los movimientos de la escua
CAÑONERO KORTEAMERICANO «VESUBIUS»
dra española, reconociendo que el almirante Cervera estaba dando
pruebas de grande habilidad y pericia, coincidiendo todos en recono-
cer que el general Cervera conducía la expedición tan afortunadamen-
te, que el gobierno norteamericano había pasado momentos de verda
derajnquietud.
Blanco 90
X^ • • «nr^^ ^^^~>M i
CAPITULO XII
Europa al almirante de nuestra escuadra. — La misión del Terror. — El comandante Villaamil^
— La escuadra española en Curasao. — Otra vez la dinamita en el campo rebelde. — Vola-
dura en el ferrocarril de Guanabacoa. — El espíritu público en la Habana. — Accidente en
la bahía de Cárdenas. — Explosión de un torpedo. — Destrozo y voladura de un bote tripu-
lado por yanquis. — Ataque á Caibarién. — Una flotilla de cañoneros en busca del enemi-.
go. — Huida del buque yanqui. — Gran expectación en la Habana. — Agresión contra San-
tiago de Cuba y Guantánamo. — En Punta üamacho y Matanzas. — La escuadra española,
en Santiago de Cuba.
N todas partes, en Francia, en loglaterra, en Alemania,
en Europa entera, dedicaban grandes elogios de admi-
ración al jefe de nusstra escuadra, al contralmirante
Círvera, que con rara habilidad y pericia extraordina^
ría había sabido burlar á las dos escuadras noiteamericanas.
De una de las operaciones más felices realizadas con ese
1!^ objeto, y en la que había sido protagonista el bizarro señor Vi-
Ilaamil, nos dio cuenta por carta un tripulante del TVrror en los.
siguientes términos, tan interesantes como conmovedores:
«Obedeciendo órdenes del almirante destacóse de la escuadra el
destróyer Terror, al mando del comandante señor Villaamil para ad-
quirir noticias exactas acerca del paradero de los barcos enemigos.
La misión confiada á este marino era en verdad tan difícil como
arriesgada. Consistía en llegar á la isla Martinica, averiguar allí noticii.&
del paradero y situación de las escuadras yanquis, y salir inmediata-^
715
mente para Puerto Rico, doade entraríamos, procurando evitar el en-
cuentro con todo barco enemigo; comunicar con el general Maclas y re
gresar á dar cuenta al general Cervera del resultado de su misión.
Cumplida sin contratiempo la primera parte de nuestra misión, sa-
lió de Fort de France el Tert or, dispuesto á cumplir la segunda, diri-
giéadonos á Puerto Rico. Pero en el camino tropezamos con un vapor
correo. Merced á las señales convenidas, la duda no era posible. El Te-
rror se aproximó al buque correo, que no era otro que el Alfonso XIII
de la Compañía trasatlántica, el cual, concluido el bombardeo de Sail
Jian por la escuadra yanqui, había salido tranquilamente coa rumbo á
la Península.
El capitán del Alfonso XIII dio cuenta á nuestro comandante señor
Villaamil de cuanto éite necesitaba saber respecto á la situación de les
escuadras norteamericanas, y el señor Villaamil le dijo lo que convenía
que supiera el capitán del Alfonso XIII.
Concluida la entrevista, el Terror se dirigió otra vez en busca de
la escuadra y el Alfonso X/// siguió viaje con rumbo á la Paníasula.
# *
«Apenas encontró el Terror otra vez á la escuadra y conferenció
Villaamil con el contralmirante Cervera, hizo aquella rumbo á la isJa
holandesa de Cure cao.
El gobernador general de aquella posesión holandesa, que reside
en la capital, Willenestad, parece participó al general Cervera:
I." Que no permitía la entrada en el puerto más que á la mitad
déla escuadra española; y
1° Que su permanencia en el mismo no podría exceder de cua-
renta y ocho horas.
En vista de la actitud del gobernador de la citada posesión holán-
716
desa, el general Cervera dispuso que entraran en puerto los cruceros
María Teresa y Vizcaya y que permanecieran faera, bordeando, el
Oquendo, el Colón y los destroyers.
lamediatamente que llegó á Curí9ao nuestra escuadra, fué telegra-
fiada á Washington y á Londres la noticia por diferentes conductos.
Sin aguardar el señor Cervera á que se cumpliera el plszo de cua-
renta y ocho horas que le fuera concedido para permanecer en Curac^ao
hízose de nuevo á la mar con rumbo á Cuba.»
Por tercera vez burló la vigilancia de que era objeto en aquellos
mares, haciendo cruces tan variados que, al mismo tiempo que señala-
ban su presencia los corresponsales en las costas de Venezuela, donde
suponían que se aprovisionaría de carbón; en la Martinica otra vez,
donde aseguraban que se le reunió el Alicante para el aprovisionp-
miento de combustible; en las costas de Cuba, hacia donde se reconcen-
traban las dos escuadras yanquis y en las de los Estados Unidos, que
parecían ser el objetivo del contralmirante español.
Habían vuelto los rebeldes á realizar actos de presencia cerca de la
capital de la isla.
En la noche del 15 volaron, por medio de la dinamita, algunas al-
cantarillas del ferrocarril de Guanabacoa, produciendo grandes destro-
zos en la vía.
Afortunadamente, no hubo que lamentar desgracias personales, por
ocurriría explosión á una hora en que no circulaban trenes.
Al ruido de la detonación y á los gritos de los guardas de la vía,
acudieron inmediatamente fuerzas del ejército, sin que lograran captu-
rar á los autores del bárbaro atentado.
Aunque el espíritu público en la Habana no había decaído ni un
717
momento desde la declaracióa de guerra y la presencia de los barcos
americanos delante del puerto, los últimos sucesos y la noticia de la
presencia de nuestra escuadra ea el mar de las Antillas, habían produci-
do entusiasmo excepcional en todas cl6S3s.
Esos sucesos y esa noticia habían determinado además una gran
mejora en la situación económica porque, efecto de la mayor confianza,
era mucho más satisfactorio el aspecto de los cambios.
También era fenómeno que la opinión apreciaba en todo su valor,
la participación que en las felicitaciones á las autoridades y á la marina
tomaban los cónsules que allí representaban á las principales naciones
europeas.
El público se había hecho ya á la situación, de tal manera, que los
remolcadores y las lanchas salían del puerto y se alejaban á distancias
respetables para ver los movimientos délos barcos bloqueadores, como
si no corrieran riesgo alguno en dichas salidas.
Los barcos yanquis continuaban sus movimientos entre la costa de
Pinar del Río y Cárdenas.
Un nuevo y desagradable accidente sufrieron los norteamericanos
en la mañana del í6, en la entrada de la bahía de Cárdenas.
Después de los bombardeos inútiles y de los fracasados desembar-
cos, dedicáronse los barcos yanquis á explorar la entrada del puerto.
Advertidos de la existencia de torpedos pretendieron quitarlos y
al dar con el primero y tratar de inutilizarle, explotó, en condiciones
tales, que destrozó el bote, cayendo al agua los i8 tripulantes, no lo-
grando salvarse ni uno.
Este suceso produjo el efecto que puede suponerse, lo mismo en la
población, de Cárdenas que en la de la Habana.
* *
718
El día 17 se presentó frente al puerto de Caibarién, en la costa Nor-
te de la provincia de Santa Clara, un barco norteamericano con ánimo
de explorar la bahía.
Inmediatamente se hicieron á la mar el cañonero Hernán Cortés
y las cañoneras Valiente, Intrépida y Cauto.
La guarnición y voluntarios de Caibarién se pusieron inmediata-
mente sobre las armas.
La salida de los barcos citados produjo gran expectación en los hc-
bitantes de Caibarién.
A poco rato de haber salido del puerto la pequeña £1 jtilla se oye-
ron algunos cañonazos, y pronto se vio como el barco yanqui se aleja-
ba y regresaban á puerto los españoles por haber conseguido el objeto
que se habían propuesto.
Mayor era la expectación que reinaba en la Habana ante la presen-
cia de la escuadra española en el mar de las Antillas.
El deseo de las gentes hacía suponer que llegaría muy pronto, sien-
do el primer puerto que tocase el de la Hibana; pero de esto no había
noticia alguna que permitiera hacer afirmaciones.'
El bloqueo de la Habana continuaba en la misma foima, esto e?,
sostenido por nueve barcos.
Desde dicho día 17 desaparecieron de la vista de Cienfuegos los
barcos que bloqueaban aquel puerto.
Frente á la Habana y otros puertos de la costa occidental eran muy
pocos los barcos yanquis que se divisaban el día i8.
Creíase que la retirada de los barcos bloqueadores obedecía á der-
conocerse los movimientos de nuestra escuadra y temer que se presen-
tase de improviso en aquellas aguas.
El objetivo principal de los barcos americanos era la costa Sur, en
previsión de que los que mandaba el general Cervera intentasen arri-
bar al puerto de Cienfaegos ó al de Santiago de Cuba.
719
Los buques auxiliares exploraban los mares del Sur, mientras otros
barcos hostilizaban unas veces á Santiago de Cuba y otras á Guantána-
mo donde se acercaron el i8, haciendo sobre el fuerte fuego de cañón,
que contestó el cañonero Alvarado.
Ese cañoneo no tuvo para naaie resultados, pues ni los proyectiles
enemigos hicieron daño alguno, ni los nuestros produjeron efecto en
el enemigo que, colocado á bastante distancia, se retiró en cuanto ve-
rificó la exploración y notificó con sus cañones su presencia en aquellas
aguas.
* *
El citado día i8 se presentaron dos barcos yanquis á dos y á seis
millas frente á Santiago de Cuba, haciendo uno de ellos dos disparos
cortos, que no fueron contestados.
Más tarde se acercaron los dos barcos americanos á la boca del ca-
nal de Santiago de Cuba, rompiendo fuego contra las baterías avanza-
das, que contestaron con vigor y acierto, pues causaron averías á uno
de ellos artillado con siete cañones y obligándoles á retirarse, sin que
los 8o disparos que hicieron causaran daño alguno.
Al amanecer del 19, dos buques americanos hicieron 70 disparos
sobre la bahía de Guantánamo y playa Este y contra el cañonero San-
doval, sin causar daño, siendo contestado el fuego por fuerzas del ejér-
cito apostadas en la punta de Caracoles y en la boca del río Guantána-
mo, apoyadas y en combinación con dicho cañonero Sandoval, que les
acosó y persiguió hasta perderlos de vista.
Esos barcos norteamericanos usaron bandera española al entrar en
la boca del puerto de Guantánamo.
Los barcos yanquis continuaban empleando el procedimiento de:
720
hacer disparos sobre las costas para obligar á que contestaran las bate-
rías de tierra y saber de este modo el alcance de los cañones emplaza-
dos y si estaban ó no aquéllas artilladas.
Afortunadamente, nuestros artilleros sabían ya á que atenerse, y
en la mayoría de los casos los barcos yanquis tenían que retirarse sin
lograr su propósito.
Durante la madrugada del 2 1 un cíñonero enemigo hizo 27 dispa-
ros sobre Punta Camacho y 11 sobre el varadero de Matanzas.
Ninguno de ellos produjo desperfectos, por quedarse cortos la ma-
yoría de los proyectiles.
Por esta misma razón no contestaron nuestras baterías.
*
* •
La escuadra del almirante Cervera entró el día 19 en el puerto de
Santiago de Cuba.
Próxinjamente á las diez de la noche de ese día recibió el nuevo
ministro de Marina, señor Auñón, el siguiente cablegrama del comac-
dante en jeíe de la escuadra:
^Santiago de Cuba, 79— Almiratte de la escuadra al ministro de
marina:
Esta mañana he entrado sin novedad ccn la escuadra en este puer-
to.—Cerver a».
De modo, que cuando se creía en Washington y Nueva York, se-
gún telegramas de sus agentes telegráficos, que publicó la prensa neo-
yorkma ese mismo día, que andaba cruzando al largo por aguas de
Costa Rica, nuestra escuadra tomaba puerto en Cuba.
No pu'de darse empresa mejor conducida ni con más acierto re-
matada.
Nuestra escuadra, vigilada con afán por dos poderosas flotas" y
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Blanco 91
722
multitud de barcos sueltos del enemigo, había sido dueña del mar de
operaciones durante dos semanas, había burlado á los que pretendían
envolverla, se había aprovisionado con habilidad increíble, y metién-
dose al fin en uno de los principales puertos de Cuba, había patentiza-
do á la vista de todo el mundo, que nada tenia de efectivo y que era
puramente nominal el bloqueo de la isla.
Cerca de treinta acorazados y cruceros de primera clase maniobra-
ban para sorprenderla, ya que no con la arrogante seguridad que ma-
nifestaban al principio, con la resolución cada vez n:ás vehemente de
aniquilarla. A este fin se habían subordinado todos los proyectos del
gobierno de los Estados Uoidos. El acabar con ella era condición indis-
pensable para intentar en las Antillas el tantas veces anunciado desem-
barco de cincuenta, sesenta ó setenta mil hombres.
Pues bien; el almirante Cervera había ejecutado su plan, y el de-
partamento de Guerra y el departamento de Marina de la América del
Norte habían visto desbaratados de un golpe todos los suyos.
Legítimo orgullo nos causaron, por su bizarría y por su destreza,
nuestros marinos; pero no queremos alabarlos.
¿Para qué, si fueron mucho más elocuentes los hechos y mucho
menos personales los elogios que la prensa extranjera, incluso la nor-
teamericana, les dedicó?
El Daily (jraphic deciaró que el almirante español había ganado
la victoiia en la partida estratégica que se había jugado aquellos días
en el Atlántico. «Su impensada aparición en la Martinica, cuando todos
los creíamos á pocas millas de Cádiz, es un golpe de maestro. La mi-
sión de la flota de Sampson ha fracasado por completo, pues consistía
en señalar la presencia de los buques españoles. A éstos, cuando se es-
criba la historia de la guerra, se atribuirá en justicia el mérito de haber
superado en astucia é inteligencia á sus adversarios^;».
723
Cosa parecida escribió The Times.
Y el Standart opinó que, tan digna de admiración como las evo-
luciones de nuestra escuadra, había sido la previsión con que habíase
efectuado el aprovisionamiento de combustible en aquellas latitudes.
El propio A'éííJ York Herald confesó, repitiendo la opinión de
marinos americanos, que la táctica de los nuestros había sido maravi-
llosa y que el almirante Cervera, aunque no llegara á meterse en Cuba,
había con'^eguido, por de pronto, volver locos á los jefes de las escua-
dras que lo perseguían.
«No sólo ha eludido sus esfuerzos combinados— decía, — sino que
ha tenido y tiene á los puertos y ciudades de nuestra costa septentrio-
nal sobrecogidos de inquietud ante la perspectiva de un súbito bom-
bardeo».
Además de lo dicho por el Herald, nuestra escuadra había logrado
lo que no conceptuaba hacedero el periódico neoyorkino: había en-
trado en el puerto de Santiago de Cuba.
¡Honor al peritísimo almirante, á los inteligentísimos jefes' y á las
valientes tripulaciones!
En medio de tantas tristezas, nos proporcionaron una muy grande
alegría.
A la mortal inquietud en que nos tenía el incierto paradero de
nuestros barcos de guerra, sucedió la más grata y honrosa satisfacción,
al conocer la pericia con que el ilustre general Cervera había sabido
burlar la vigilancia de las dos escuadras enemigas y ganar sin contra-
tiempo ni avería el puerto de Sant'ago de Cuba.
724
Conocíamos su indomable valor,— ¿quién que sepa la historia de Es-
paña no lo conoce?,— y estábamos bien seguros de que en ningún caso
desmerecerían de sus gloriosos antepasados. Pero más todavía nos sa-
tisfizo el contemplar su destreza, su sangre fría y su aplomo.
Porque no queríamos que murieran sin fruto, aunque con épico
heroísmo, por la patria, sino que vivieran y se guardasen, dando cara
al enemigo, para mejor servirla y defenderla.
Así pensamos, entonces, y así sentimos al gritar con el pueblo es-
pañol, dando todas sus sigoificaciones al grito: ¡viva la marina españolal
^^'^
CAPITULO XIII
Alegría y entusiasmo. — Dudas y peligro. — Importancia y mérito de la operación. — El ánimo
nacional. — La prensa extranjera. — Elogios á la marina española. — La opinión de Euro-
pa.— Movimiento de aproximación. — Nuestro Gobierno. — El regreso del Montserrat. —
El bloqueo burlado. — El pueblo coruñés al capitáo Deschamps. — El viaje. — Misión espe-
cial.— Satisfacción y recompensa.
A presencia de nuestra escuadra en aguas de Cuba pro-
dujo una alegría delirante en la población de Santia-
go, en la Habana y en la Península.
Inmensa muchedumbre acudió á los muelles de
Santiago de Cuba, aclamando con entusiasmo á nuestros bra-
vos marinos, al ejército, á España y á Cuba española.
Durante su difícil travesía no sufrió ninguno de nuestros
buques contratiempo alguno, ni encontró ningún barco ene-
migo; las tripulaciones estaban en perfecto estado de salud;
la disciplina á bordo era admirable, y entre todos los marinos de la es-
cuadra reinaba gran entusiasmo. Ni los acorazados ni los destructores,
habían experimentado la más leve avería.
Los barcos yanquis bloqueadores de Santiago de Cuba se retiraron
al aparecer nuestra escuadra.
En la Habana reinaba gran ansiedad esperando noticias de la escua-
dra de Cervera: el anuncio de su llegada á Oriente prodnjo gran eatu -
siasmo.
*%
No pretendemos con estas nuestras dudas y vislumbres de un peli-
gro oculto aminorar la importancia y el mérito de la operación lleva-
da tan sabia y felizmente á cabo por el meritísimo almirante de nuestra
escuadra, general de la Armada don Pascual Cervera.
i
V26 .
Se temía que los barcos yanquis hubiesen abandonado el bloqueo '
de la Habana para salir al encuentro de la escuadra española.
El hecho de haber llegado á puerto sin incidente alguno hizo creer
que los buques americanos habían rehuido el encuentro con la escuadra
de Cervera, ante el temor de un serio descalabro. Esto causó allí y aquí
gran regocijo y entusiasmo.
Muy en lo justo estuvo el entusiasmo con que España saludó la
aparición casi fantástica de nuestros marinos en pueito donde ondeaba
la bandera española; mas para que el entusiasmo no decayera y sirvie-
ra de verdadera fuerza moral en aquellas horas de incertidumbre, no lo
debimos sacar de quicio ni llevar sus puras aguas á un cauce pantanoso.
¿Sabíamos, por ventura, si nuestra escuadra había tomado puerto
en Santiago de Cuba, de arribada forzosa ó por propia voluntad y obe-
deciendo á un plan estratégico bien combinado y premeditado?
¿Sabíamos si el enemigo, al dejarla entrar tranquilamente y sin
hostilizarla, dejándola franco y expedito el paso, se proponía un ulte-
rior objetivo que, dada la superioridad numérica de sus fuerzas y ele-
mentos de combate, podría convertir la victoria en derrota, y trocar el
regocijo y la alegría en llanto y tristeza?...
¿Podíamos, en fin, asegurar que así como había entrado en seguro
puerto, sin avería ni contratiempo, saldría de él con igual suerte, y ha-
riase á la mar con idéntica fortuna para sortear los peligros que la ro-
deaban?...
121
Mucho más de cuanto pudiéramos decir aquí nosotros en su ala-
bacza díjolo por una parte la admiración que provocó en Europa la ha-
bilidad con que maniobrara, y proclamólo por otra la profunda inquie-
tud que sembró en loí Estados Unidos, aun antes de aparecer en las
Antillas.
El vieja desde Cabo Verde á la Martinica, cruzando por paraje tin
f ecuentado sin que nadie sospechase siquiera el derrotero que seguía,
bastara para dar excepcional renombre á cualquiera escuadra. Probólo
la sorpresa que causó en todas partes su inesperada aparición en la
Maitiaica, precisamente cuando en Washington se afirmaba oficial-
mente por el departamento de Marina, que había regresado á Cádiz.
Y la sorpresa, convengamos en ello, no podía ser más racional.
¿Cómo sospechar, en efecto, queuna escuadra compuesta da sei> buques,
cuatro cruceros y dos cazatorpederos, fuera á afrontar las poderosas es-
cuadras que se apercibían á cerrarle el paso en el mar de las Antillas?
¿Cómo imaginar siquiera que se aventuraría en lugares á la sazón tan
vigilados?
No desconocían, por cierto, nuestros bravos marinos las dificulta-
des y los riesgos de tan magna empresa, de tan sublime aventura. Pero
á arrostrarla fueron serenos y decididos; confiados más en su pericia
que en su fuerza.
Aislados en el Atlántico, é ignorando por necesidad de su situación
lo que más les convenía saber, lo que ocurría en Cuba y en Puerto Rico,
lo que hacían y dónde estaban las escuadras del enemigo, llegaron á la
Martinica y se pusieron, por decirlo así, en contacto con los hombres y
con los acontecimientos, y en aquel momento lo llenaron todo.
Al orientarse allí, los peligros aumentaron; pero también fué cre-
ciendo la admiración que inspiraban aquellos marinos, al saberse que
sus naves intactas rozaban las costas de Venezuela, arribaban á Cura9io,
desorganizaban con sus sabias maniobras las escuadras enemigas, que
728
no sabían á donde acudir y que en todas partes se consideraban ame-
nazadas.
Así, las mallas de aquella red que desde Puerto Rico hasta Cayo
Hueso habían formado los buques yanquis, se fueron ensanchando y
debilitando, y sin disparar un cañonazo, donde tantos y tan formidables
cañones la esperaban, la escuadra del almirante Cervera entró en Santia-
go de Cuba. Los barcos americanos, que acababan de bombardear aquel
puerto, no esperaron la acometida de los nuestros: en cuanto los divi-
saron se perdieron en el horizonte.
* *
No fué una victoria la llegada de nuestra escuadra á la bahía de
Santiago de Cuba; pero tuvo igual valor por el saludable efecto que en
el ánimo nacional produjo.
El descalabro de Cavite, en los primeros días de la campaña, había
deprimido nuestras fuerzas y transformado en pesimistas á casi todos
los que, momentos antes, vaticinaban indefectibles triunfos en el extre-
mo Oriente.
Muchas, muchísimas fueron las voces que con tal motivo se alza-
ron, pidiendo que á toda costa y por cualquier precio se ajustase la paz
con los Estados Unidos.
Afortunadamente, la idea del deber y del honor nacional se sobre-
puso al contagio de las aprensiones egoístas, y ella y los sucesos próspe-
ros, acaecidos más tarde, contuvieron la desbandada moral, que lo mis-
mo entre las ciases directivas que entre las multitudes, comenzara á de-
terminar los más lastimosos efectos.
£1 feliz éxito alcanzado por nuestias armas^en la Habana, en Cár-
denas, en Cienfuegos, en Cabanas y en San Juan de Puerto Rico, de-
volvió á España la serenidad ante el peligro y la confianza en el propio
729
derecho, que caracterizan ea los días de las grandes pruebas á las nacio-
nes v¿rdaderameate grandes.
Avivó esta saludable reacción el conocimiento de los esfierzos, de
la tenacidad y de la bravura con que la gente españjla arrostraba y
anulaba la acción de la escuadra americana en las aguis de Manila.
Y la pericia admirable del almirante Cervera vino, por ú'timo, á
completar la buena obra.
BA.TERIá. DE Lá. CABANA. HACIENDO FUEGO SOBRE LA ESCUADRA TANKEE
La nación recobró la fé en si misma, y se propuso no volver á per-
derla, fu3ren como fdessn las futuras eventualidades que la tuviese re-
sírvada el destino.
Nada escatimaría á los ejércitos de mar y tierra que con tanta abne-
gación la servían, y convertida en fiscal de los Gobiernos obligaría á
éstos á anteponer aquella apremiante necesidad á cualquier otro género
de intereses y da consideraciones.
Barrido había de ser como una pavasa el que, viciaio por hábitos
Blanco 92
730
é impunidades anteriores, no quisiera entender lo que á la sazón enten-
día todo el mundo.
Que la primera de las instituciones es la Patria.
Y que la Patria no estaba en los ministerios ni en los alcázares,
sino en las Antillas y Filipinas, bloqueadas por un insolente agresor;
en el campamento de nuestros solisdos y en la cubierta de nuestros
buques.
* •
Todos los periódicos extranjeros, incluyendo álos mismos inglese?,
reprodujeron la alocución del contralmirante Cervera á las tripulacic-
nes de la escuadra de su mando al abandonar las islas de Cabo Verde.
Y al reproducirla, y con motivo de la rara habilidad y pericia de-
mostrada por el jefe de nuestra flota, burlando la vigilancia de las dos
escuadras enemigas, dedicaron calurosas demostraciones de simpatía á
España y entusiastas elogios á la marina española.
Y esos elogios y esas demostraciones, llegaron antes de que la pren-
sa extranjera hubiese podido comentar el feliz arribo del contralmirante
Cervera con toda su escuadra al puerto de Santiago de Cuba. Por lo
cual había que esperar fundadamente que aumentarían en el aplauso,
como en efecto aumentaron, cuando vieron coronada por el éxito esa
verdadera odisea, cual significó la marcha de nuestra escuadra por el
Atlántico, burlando y desconcertando totalmente á los yanquis.
Todavía el día 2 1 decía el corresponsal del Standart en Nueva
York, que el comodoro Watson había recibido de su gobierno la orden
de bombardear todas las fortificaciones de las costas cubanas sin expo-
ner demasiado sus barcos. Y añadía que el propósito de los americanos
era decidir al almirante Cervera á hacer su aparición en las aguas de
Cuba.
731
Y, ep efecto, nuestro expertísimo y valeroso contralmirante Cer-
vera, adelantándose á los designios de los americanos, hizo su aparición
en las aguas de la isla de Cuba, obligando á tres barcos yanquis, de los
de la flota del bloqueo que mandaba el comodoro Watson, á huir ante
su inopinada presencia.
No podía habérsele presentado más pronto al citado comodoro la
ocasión de cumplir las órdenes recibidas, no exponiendo demasiado sus
barcos. El anunciado bombardeo quedó en proyecto y Cervara consi-
guió un triuofo indudable.
Por lo que prometía hacer el jafe de nuestra escuadra, decían los
periódicos extranjeros que no era una mera frase la frase de la alocución
de Cervera á sus marinos: «Cuando os conduzca al combate tened con-
fiar za» porque con sobrado motivo podía inspirarla quien sabía de ese
modo realizar una empresa tan difícil y tan admirable.
*
♦ *
Así ocurrió un fenómeno digno de tenerse en cuenta, y fué que la
opinión europea, por órgano desús periódicos más importantes, consig-
nó el hecho de que siendo mayor el poder naval de los americanos no
había logrado á la fecha, fuera de la jornada de Cavite, otra cosa que
disparar muchos cañonazos sin resultado, sin operar ningún desembarco,
sin dar alcance á nuestra flota, sin cumplir uno sólo de los puntos que
constituían el programa altanero de conquista del gobierno de Mac
Kmley.
Y en tanto que esto sucedía, se habían dado tales trazas los yanqui?,
que estaban ya en trance de indisponerse con toda Europa, excepto con
Inglaterra, que les brindaba con una santa alianza de sangre y de raza.
Y aún esto, tenía mucho más de aparatoso y teatral que de cosa efec-
tiva, pues en el pueblo británico no podían olvidar que por espacio de
732
un siglo habían estado los yanquis hablando de la Inglaterra envej-cida
denunciando s.u civilización moribunda y su cors itución feudal.
Sin que nosotros hubiésemos hecho nada para lograrlo, por la fuer-
za misma del derecho de nuettra causa, de la justicia y razón que nos
acompañaban en aquella inicua guerra, despertamos en Europa, no ya
la simpatía compasiva que pudimos iospirar en un principio, sino el
respeto debido á una nación que tan bien sabía defenderse de un injus-
tísimo atropello.
Conveniente hubiera sido sprovecharse deaquel doble movimiento
que se iniciara en Europa de aproximación á !a cau^a española, de des-
afecto á la causa americana. Para lo cual no había contribuido poco el
felicísimo atte con que el contralmirante Csrvera había conducido su
escuadra.
En Europa, en la Europa civilizada, lo que se cotiza, loque se pone
en la cuecta á los pueblos, no es solo su fuerza, sino el moio de saber
aprovecharse de esa fuerza.
Y, en cambio, Europa entera, al oir las bravatas de yanquis y de
ingleses, les decía que el imperio de los Cé>ares había muerto y que
todos los que habían codiciado su herencia, todos los que desde Cario
Magno á Carlos V y á Napoleón I habían aspirado á la monarquía uni-
versal, habían dejado á su país arruinado ó debilitado.
Esos movimientos de opinión no se producen en vano; pero hay
que saber aprovecharlos, y el gobierno español no ecartó á traducirlos
á su favor, no supo apoyar sobre ellos la causa santa de España.
Atento al desarrollo de esa opinión debió vivir nuestro Gobierno,
sumando sin cesar cuantos auxilios llegasen en su socorro, que al fin
los auxilios materiales solo se prestan al que demuestra que no es una
cantidad negativa y despreciable en el mundo. No lo hizo así el Gobier-
no, y pronto vino el aislamiento y el divorcio y el desastre.
133
* *
El trasatlántico que mandaba el valeroso y peritísimo capitán Des-
champs, el famoso barco mercante Montserrat, que había burlado el
bloqueo de Cuba cuantas veces se lo propusiera, entrando y saliendo
entre les barcos de guerra yanquis con la misma facilidad que en los
anteriores meses hacía sus viajes ordinarios, de nuevo burló a! enemigo
saliendo del puerto de Cienfuegos, atravesando sin ser visto la línea de
bloqueo y tomando rumbo para España.
A las 8 de la noche del 20 fondeaba en el puerto de la Coruña,
produciendo su llegada general sorpresa.
Una multitud inmensa acudió á los muelles, donde fletando algu-
nas lanchas se dirigieron al buque, con luces de bengala, é hicieron á
la tripulación una ovación ruidosísima.
Cuando el capitán Deschamps desembarcó, el gentío que ocupaba
los muelles le abrazaba y le aclamaba sin cesar, acompañándole en masa
hasta la ca.=a en que se hospedaba.
Al pasar por algunas calles le hicieron entrar en las Sociedades
de recreo para obsequiarle y felicitarle.
Las aclamaciones eran inmensas, la ovación continuada hasta que
llegó á su casa.
El Montserrat vino de Cuba en lastre, con una misión especial del
gobernador general de la gran Antilla para el gobierno español.
Salió de Cienfuegos el día 6, á las cuatro de la tarde, con las luces
apagadas, haciéndose á la mar sin rumbo y navegando hacia el Sur.
Después tomó rumbo á la Coruña sin tropiezo alguno y navegando á
diez y ocho millas por hora.
Dijo el capitán que en su viaja á Cuba no sufrió persecución por
734
los barcos enemigos; que al llegar á Haití se enteró del bloqueo de la
isla y eligió Cienfuegos para arribar.
El Montserrat llevaba cuando entró en Cienfuegos, burlando el
bloqueo, lo siguiente: tres millones de pesos; cien cañones; quince mil
fusiles; muchas toneladas de municiones y pertrechos de guerra, tres-
cientos tripulantes y pasajeros, y mil soldados.
El pueblo coruñés hizo ovaciones calurorísimas al experto capitán
de nuestra marina mercante, á quien la Compañía trasatlántica recom-
pensó, y á quien la patria exprasó su admiración, como á los bravos
marinos que le acompañaban.
Su llegada á la Coruña, de regreso de Cuba, fué un nuevo motivo
de satisfacción para España y de gloria para el Montserrat y su tri-
pulación.
I
CA.P1TUL0 XIV
Bstrategema villana. — Censuras y reprobación. — El Manual de las leyes de la guerra. — El
Reglamento. — Los piratas.— La desaprensión de los yanquis. — A la consecución del fin,
sin reparar en los medios. — No fué de extrañar. — Sistema -viejo y al uso. — Motivo de
reclamación. — La pasividad de los gobiernos de Europa. — El Derecho internacional es
un mito. — Temores. — La opinión en los Estados Unidos. — Los planes del enemigo. — Im-
paciencia yanqui. — Juicios de Le Temps. — La acción de las dos escuadras en Cuba.
EPROBADA y[acremente censurada fué por todo el mun-
do la estrategema villana de que se valieron los pira-
tas yanquis para entrar impunemente en la había de
Guantánamo.
Los buques norteamericanos que el día 20 arbolaron ban-
dera española para franquear á mansalva la boca del puerto de
Guantánamo, «violaron los preceptos de la moral y la justicia,
faltaron á los deberes del honor militar é hicieron uso de un
ardid desleal y fraudulento.»
Más que ira, debió causar desprecio ese acto de traición y villanía,
explícitamente definido y clasificado en todas las naciones cultas.
Para condenarlo no hay necesidad de que digamos nada por cuen-
ta propia. Basta acudir al Manual de las leyes de la guerra, publicado
por el|Instituto de Derecho internacional, y leer lo que establece en el
artículo 8.° de su parte segunda.
«Está prohibido:
736
c) Atacar al enemigo ocultándole los signos distintivos de la fuer-
za armada.
d) Uiar indebidamente la bandera, las insignias militares ó el
uniforme del enemigo.
Más aúa; la misma América del Njrte condenó, bastantes años ha,
la felonía que reelizaron dicho día dos de sus buques de guerra.
El Reglamento para los ejércitos americanos en campaña define
como acto de perfidia y traición el uso de las banderas y uniformes
del enemigo, y á la vez que niega toda protección, excluye del derecho
de gentes (artículo 05) al beligerante que tamaños atentados consume.
« — Todo militar, — afirma el legislador en su preámbulo,— debe
saber que las leyes de la guerra no reconocen al baligerante una facul-
tad ilimitada en la elección de medios paia causar daño al enemigo.
Por tanto, debe estarle vededo en absoluto el emplear de manera en-
gañosa la bandera de parlamento, las señales distintivas de la Conven-
ción de.Ginetra, y el pabellón, las insignias y las divisas del adversario.
Así se expresa el leglamento americano, al cual pertenecen también
las frases que dejamos copiadas en el primer párrafo de este capítulo.
Por encima de todo ello pasaron los barcos que el día citado, 20 de
Mayo, izaron cobardemente la bandera española.
Y para mayor vergüenza suya, de nada les sirvió la villana estra-
tagema, pues fueron enérgicamente rechazados.
Ahí vinieron á parar las arrogancias de la soberbia República nor-
teamericana.
ÜQ mes hacia que había roto contra nosotros las hostilidades,
anunciando al Universo que la conquista de Cuba y la destrucción de
nuestras fuerzas navales y terrestres era cosa de unos cuantos días.
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Blanco 93
738
Al cabo de ese mes, durante el cual fracasaron sus intentos de des-
embarco en Cárdenas, en Cienfuegos, en Cabanas y en San Juan de
Puerto Rico, había tenido necesidad de disfrazarse con ropas nuestras
para metérsenos á hurto en la casa, y no logró realizar su propósito ni
aun valiéndose de tan missrable subterfugio.
De no patentizarlo el suceso de Guantánamo, j^imás hubiéramos
creído que el pueblo de Jorge Washington y de Abrahara Lincoln pu-
diese degenerar tan pronto en una aglomeración de perdonavidas y cua-
treros.
*
* *
Está comprobado que los buques del comodoro Dcwey emplearon
en Cavite bombas explosivas. Está igualmente demostrado que varios
barcos españoles zarpados del litoral norteamericano antes de la decla-
ración de guerra fueron apresados como si tal declaración pudiera ha-
ber sido conocida con tiempo. Sábese del mismo modo que algunos de
los prisioneros hechos en esos barcos fueron tratados durísimamente en
el castillo de Mac Ferson. No ignora nadie en el mundo civiliztdo en
qué forma acostumbraban á dar comienzo á sus bombardeos las escua-
dras yanquis: sin aviso, sin respeto á la infancia ni á la debilidad de
mujeres y ancianos, sin consideración á los representantes de naciones
amigas, disparaban los cañones y mataban y destruían. Por último, la
indignidad llegó al colmo con el acto vergonzoso y pirático de Guan-
tánamo.
No es posible ya llegar la desaprensión y el atropello á límites más
extremos: en Dahomey y en Madagascar no hallaron cosa parecida los
franceses. Aquellos salvajes luchaban cuerpo á cuerpo y si alguna vez
valíanse de emboscadas, no rebasaban en ellas los procedimientos co-
rrientes de la guerra, aun en los países más cultos.
^1
739
Eq Abisinia, los combates entre las tropas de Humberto y las ne-
gradas de Menelick fueron modelo de caballerosidad. No hay un mili-
tar italiano que haya dejado de reconocer, en honor del rey africano,
un alto valor unido á una hermosa clemencia.
Nosotros, en fecha no lejana, hubimos de sostener en pleno Riff
sangrienta refriega: á ningún bárbaro riffeño ocurrió infringir con actos
desleales las leyes honrosas que deben regir en encuentros sostenidos
por hombres y no por fieras ó por bandidos.
Vióse claramente que el pueblo yanqui, sin tradiciones militares,
sin un patrimonio de honor histórico, iba á los combates regulares co-
mo había ido á sus horribles y cruentas luchas con los pieles rojas.
La guerra debe ser, por lo visto, para ellos el exterminio y solo el
exterminio. Obténgase por estos ó aquellos medios, la cuestión está en
producirlo y lograrlo. ¿Había necesidad de pasar por encima de cuanto
las naciones civilizadas han establecido para conservar á la acción de la
fuerza un carácter humanitaiic? Pues pasaban sencillamente, bien que
aprovechasen las reglas usuales del Derecho internacional para aquello
que perentoriamente podía serles provechoso, como sucedió en aquellos
días con motivo del canje de prisioneros.
Verdaderamente no había que extrañar nada de un país que, con
ingratitud tremenda para la nación que uii día le ayudara en su obra
de independencia, había venido constituyendo para nosotros una ame-
naza y una dificultad constantes en Cuba. ¿Cómo había de sorprender-
nos ningún nuevo rasgo de desvergüenza en hombres que llevaban no-
tas y más notas diplomáticas con protestas de amistad, mientras por
otro lado facilitaban armas, dinero y alientos morales á los insurrectos
cubanos? ¿Qué podían ya revelarnos los Estados Unidos en punto á
740
perfidia y procedimientos arteros, que no tuviéramos sabido por los
Taylor y los Lee y los Scovel, entusiastas y aduladores de España, cuan-
do gozaron de nuestra caballeresca hospitalidad, y demostradores inju -
riosos no bien se encontraron lejos?
Es un viejo sistema en el cual lo mismo aparecieron los presiden-
tes de la gran República que el último policeman de Cayo Hueso.
Si los oficiales de la marina norteamericana mancharon el honor
hasta el extremo que revela la tentativa pirática de Guantánamo, ya con
bastante anterioridad el general Lee y el ministro Taylor habíanles en-
señado cómo bajo el uniforme de militar y diplomático pueden ocul -
tarse Tartuffos cínicos y Maquia velos de baja estofo.
En lo sucedido en Guantánamo no pudo verse sino el punto defi-
nitivo de partida para una seria reclamación ante las naciones cristianas
y honradas.
Había llegado el momento de que los gobiernos todos de Europa y
América determinasen para qué sirve el Derecho internacional, ¿Es una
doctrina de filósofos? ¿Es algo que debe quedar encerrado en los libros,
sin trascendencia para la vida ni para las relaciones de los pueblos?
Y ya que nada se hizo entonces, á pesar del clamoreo de la prensa
universal, por los impávidos y medrosos gobiernos de uno y otro con-
tinente, sépase de una vez para qué sirve el Derecho internacional, y
si no hay manera de que aquellos gobiernos impidan en lo sucesivo los
actos de barbarie de los piratas yanquis, arrójese al luego el libro de las
leyes de la humanidad y de la civilización, como inútil impedimenta
para todo pu^^blo culto y civilizado.
Empezaba la gente á creer en la proximilad da sucesos interesan-
tes. Del conjunto de las noticias que de todas partes llegaban deducían
■741
los que se fijaban ea la situación de las cosas que debíamos estar ad ■
vertidos .
La opinión en los Estados Unidos, inflaiia por el jingoísmo y por
la prensa laborante, entendió que la conquista de Cuba era cosa facilí-
sima, que Puerto Rico no resistiría á los primeros es ñjnszos de la escua-
dra de Sampson y que los barcos que á las Antillas conducía el general
Cervera serían destruidos en el camino sin gran esfueizD.
Cantaron victoria desde el primer instante, y hasta los ricos, con-
siderando que la guerra sería brevísima, afrontaron las consecuencias
coa arrogancia.
Los fracasos en sus intentos de desembarco en Cienfuego?, Bahía
Hsnda y Cárdena?; la esterilidad del ataque contra San Juan de Puerto
Rico; la inutilidad del bloqueo de la Habana; el ver que trans;urríaa
días y días sin obtener ventaja, ocasionaron en aquella opinión impre-
sionable decepciones grandes, que se tradujeron en disgustos públicos;
dificultades en la movilización de voluntarios, desercioaes numerosas
en sus filas, censuras para sus almirantes y amenazas de destitución.
La entrada de la escuadra de Ceiv¿ra en Santiago de Cuba vino á
condensar aquellos recelos en un estado de opinión disgustada, que se
llamó á engaño y que amenazaba con manifestaciones ruidosas, pertur-
baciones internas que podían constituir muy serio peligro para el pue-
blo americano.
Desde la Habana, desde Cayo Hueso, desde Nueva York y Londres
anunciaban los corresponsales próximos su:esos de interés y hasta se
fijaba un plazo de horas.
Con esto coincidió la reunión de las escuadras enemigas en Cayo
Hueso, y enseguida la noticia de haberse p:esentado frente á la Habana
los barcos de mayor fuerza y en núoiero mayor que hasta la fecha.
742
»
* *
¿Era que el gobierno de Washington, que aspiraba al triunfo sin
pérdidas, quería producir un efecto ruidoso para calmar á la opinión
de su país?
¿Era que los almirantes Sampson y Schley, que veían en peligro
su prestigio y posición, querían salvarle á todo trance dando vigorosa
acometida contra uno de nuestros puertos?
¿Era que trataban de amenazar á la Habana para ver si Cervera
salía de Cuba y lograban presentarle combate en condiciones venta-
josas?
¿Era que teniendo á Occidente su base de operaciones en Cayo
Hueso, á siete horas de la Habana, tratarían de lograr base en Oriente
realizando un vigoroso ataque á puerto que estuviera poco defendido,
para hacer desembarco y decir á Europa: estamos en tierra cubana?
Difícil era dar con la clave de sus planes; pero lo que sí resultaba
del conjunto de las noticias, era que se avecinaban sucesos interesantes
por la ofensiva del enemigo, empujado por los efectos que en aquella
opinión habían producido sus fracasos.
Telegrafiaron de Nueva York el día 22, que los insurrectos proyec-
taban un ataque á Santiago de Cuba, y que la operación había fracasa-
do por la llegada al puerto de los buques que mandaba el almirante
Cervera. Se comunicaron órdenes á Sampson y Schley, y los periódi-
cos de la tarde aseguraban que muy en breve tendrían lugar sucesos
de importancia que satisfacieran la opinión pública.
Grande era la impaciencia que se notaba entre los yanquis; la opi-
nión se manifestaba muy excitada, pues además del fracaso de las es-
cuadras, aún no se conocía con exactitud, la clase de relaciones que
existían entre los cabecillas Máximo Gómez y Calixto García y las au-
toridades norteamericanas.
743
La llegada inopinada de la escuadra española á las aguas de Cuba,
modificó profundamente las condiciones de la lucha entre España y les
Estados Unidos en aquella isla.
Así lo reconoció periódico de tanta autoridad en Europa como Le
Temps, el que, encomiando la importancia de la operación estratégica,
realizada por el contralmirante Cervera, escribía:
«Y en adelante, ni el bloqueo de la gran Antilla será tan fácilmen-
te mantenido, ni el transporte de los cuerpos expedicionarios, cuya ex-
pedición se prepara tan lentamente en la Florida, se podrá hacer con
la seguridad que imaginaron los yanquis. España posee en las aguas
de Cuba ese precioso instrumento de ataque y de defensa que el almi-
rante Torrington, en Beachy Head, en 1668, llamaba «¡j fleci in beingit,
algo así como una flota en carne y hueso.
«La escuadra española podrá amenazar, según los casos, á los bar-
cos que montan la guardia alrededor de las costas, y cuya dispersión ya
se anuncia, ó podrá interrumpir la línea de comunicaciones entre Cuba
y la bahía de Key West ó de Tampa, ó podrá, en fin, ser un peligro,
acrecentado por la fantasía de los yanquis, para el litoral americano,
expuesto, sobre una tan vasta extensión sin defensas, á los agravios del
enemigo».
Así vio el Temps, como casi toda la prensa europea, que el equili-
brio entre las fuerzas desiguales de americanos y españoles, se había
restablecido en la medida posible con la audaz y felicísima operación
del peritísimo jefe de nuestra escuadra.
Tanto más, cuanto que el almirante Sampson no había podido, á
pesar de su bombardeo inútil, causar ningún daño á San Juan de Puerto
Rico, y se veía precisado á la fecha á atender á la escuadra española, á
observar sus movimientos, á hacer depender su acción de la acción del
contralmirante Cervera.
^^•« ^'^•^ •••••^m
CAPITULO XV
Ansiedad general. — Viva inquietud. — La opinión. — Salutación y réplica. — Anuncio de emo-
cioneB. — La confianza en el almirante Cervera. — Rumores desmentidos. — Cañoneos y
reconocimientos. — Noticias de llueva York. — Un oficial insurrecto en Washington. — 8a
informe sobre el estado de defensa de la Habana. — Día de invenciones. — Fiebre de in-
formación.— líoticias de Santiago de Cuba. — Ansiedad satisfecha. — El puerto de Santia-
go de Cuba. — Kuestra escuadra en condiciones de absoluta seguridad. — Remembranza»
históricas.
OMINÓ en todo ei día 24 una visible inquietud por lo
!^« que á los asuntos de la guerra se refería.
Se supuso que había de estarse librando un comba-
te naval en Santiago de Cuba, y lo impresionable de
nuestro carácter hizo que fácilmente fueran acogidas como
noticias de buen origen las más contradictorias versiones.
No ocurría, empero, novedad alguna ni en la Habana ni
en Puerto Rico.
En cuanto i Sattiago de Cuba, negó también el Gobierno que tu-
viera noticias; pero lo que no pudo negar, en medio de su reserva, fué
la impaciencia y la preocupación que se explican perfectamente, por-
que los momentos eran muy críticos para los más altos intereses de la
patria.
Sobre lo que hubiere de suceder había un dato importantísimo, y
era la seguridad que todo el mundo abrigaba, no sólo aquí, sino prin-
1-
745
cipalmente en el extrarjaro, de que el almirante Cervera, que manio-
b'-aba tan hábilmente, que tan bien sabía rodear del misterio sus ope-
raciones, no estaría dispuesto á aceptar un cornbate, á menos de que
contase con fundadas probabilidades de éxito.
Por eso se resistía la opinión á creer que el contralmirante Cervera
esperase muchos días el desarrollo de los acontecimientos en la bahía
VAPOR AMERICANO «MERRY-MACH»
de Santiago de Cuba . Por eso el mismo Temps, expresando esta opi-
nión, decía: «es necesario prepararse á una nueva sorpresa de Cervera,
el que ne se Jaissera pas acculer á un conflicto ou enfermer dans un
cul-de-sac saris avoir menagé quelque plat de son métier á son adver-
saire.^
Había el antecedente para este juicio, de que cuando se le creía á
Cervera, según los informes yanqui» publicados con todos los caracte-
res de autenticidad, en las proximidades de Nueva Escocia ó de vuelta á
la Martinica, hacía su entrada triunfal en Santiago de Cuba. Y el mis-
mo día en que señalaban su presencia en la colonia francesa, telegrafia-
Blanco 94
746
ba el contralmirante desde la capital del departamento oiiectal de la
gran Antilla.
Y si eso había hecho el contralmirante Cervera en condiciones tan
difíciles, tan duras, ¿qué no podría hacer, qué no debiera esperarse de
él cuando ya estaba la escuadra en ccnjpleta segundad, repostada y
aprovisionada en aguas de Cubr?
La ansiedad pública no fué en este caso producto de alarm?, sino
efecto legítimo del anhelo de saber nuevas de nuestra escuadra y del
combate naval que toda la opinión tn les Estados Unidos, y una gran
paite de la opinión en España, consideraba como inevitable.
Se hacían cálculos sobre esa batalla que en los Estados UnidoF,
con su natural bravura de lengua, descontaban ya como una victoria;
se fraguaban cada día des ó tres invenciones, á cual más disparatada,
sobie encuentros ya ocurridos entre las des flotas, y se mantenía el cí-
píritu público en una tensión tan viva, ó más viva que antes, de cono-
cerse el paradero de nuestra escuadra.
«—No hay noticiar». —Esa era la salutación y la réplica al encon-
trarse dos personas en la calle, en el círculo, en el csfé, en el Parlr-
mento.
No había noticias, pero se esperaban en breve, no podían tardar,
habían de sorprendemos con un acontecimiento grave de un momento
á otro.
Por esto, la última semana de Mayo se anunciaba ccmo una sema-
na de emociones en nada comparables- á las experimentadas desde que
hacía un mes empezara la guerra.
No había noticias, y cada uno se echaba á formar su plan, á trazar
747
su estrategia, á señalarle uaa rata y uq propósito á la pericia admira-
ble de Cervera.
La ansiedad universal estaba justificada, sólo que no la movía la
zozobra, sino que la acompañaba la confianza que legítimamente había
inspirado el contralmirante Cervera, que, al sustraerse felizmente á la
exquisita vigilancia délas escuadras americanas, habíala derrotado mo-
ralmente.
Tuvo gran interés un despacho de la Habana, recibido y publica-
do por el Heraldo de Madrid el día 25, más que por las noticias que
contenía, parque con el despacho á la vista, quedaron desmentidos los
rumores que venían circulando desde el día anterior sobre combates
y bombardeos. Hablase llegado á hablar tambiéa de cables cortados y
comunicaciones interrumpidas.
La alarma que todo esto pulo producir quedó desvanecida.
*
* *
Comunicaba el corresponsal deleitado diario madrileño, que algu-
nos barcos enemigos cañonearon el fuerte de Sm Hilario, situado á tres
millas de la entrada á la bahía de Nu jvitas, sin que los proyectiles hi-
cieran daño alguno: se suponía que estaban dedicados esos barcos á ex-
plorar el estado de defensa de los puertos de la costa Norte.
Esos buques se retiraron de las aguas de Naevitas, con rumbo al
Ojste.
Algunos barcos yanquis continuaban reconociendo la entrada de la
bahía de Cárdenas para convencerse de si existían ó no torpedos, ha-
ciendo esto sospechar que intentasen un nusvo ataque, por escoger di-
cho puerto para el desembarco.
Et previsión de todo esto, las autoridades de Cárdenas, secundadas
748
con entusiasmo por la población, seguían levantando def¿nsas y adop
tando, tanto por mar como por tierra, toda clase de precauciones.
El puerto escogido por el enemigo para hacer alarde de fuerzas era
Cienfuegos, frente á cuyo puerto había el 24 doce buques de guerra.
En un cayo frente á la farola de Cienfuegos, reconocido por los
nuestros, se encontró varada una lancha acribillada á balazos de Maüs-
ser, suponiéndose que debía ser restos de alguna expedición frustrada.
De Nueva Yoik nos comunicaron el propio día 25, que había llega-
do á Washington un titulado oficial insurrecto, perteneciente á las fuer-
zas que mandaba Máximo Gómez, y sus noticias, publicadas por la
prensa neoyorkina, tenían interés nccional para nosotros.
«—Entendió Máximo Gómtz de práctica utilidad, antes de contes-
tar á las preguntas que se le hacían desde Washington, relativas á los
medios de resistencia con que contaba la Habana^ base quesquel estado
mayor consideraba necesaria para continuar sus planes, mandsr á la
Habana á uno de sus subordinados para que personalmente hiciera un
estudio que le permitiera contestar con seguridad, para no marchar á
ciegas.
^Cumplida esta comisión, el titulado oficial fué despachado por
Gómez y se hallaba en Washington, desde cuyo punto telegrafiaban
diciendo que ese individuo había confirmado que se habían reforzado
mucho las fortificEciones de la Htbans, tanto de mar como de tierra.
»Se fijaba especialmente en éstqs, porque la acción de los rebeldes
habría de desarrollarse en la parte opuesta al mar.
»Esas fortificaciones y baterías que defendían á la Habana en toda
la línea de San Francisco de Paula hasta Marianao, exigían para inten-
tar un ataque que las fuerzas encargadas de tal empresa llevasen un
gran tren de batir.
»El ga:ieral Blanco — añadió ese titulado oficial— se prepara á soste-
ner un sitio, y al tficto, se adoptan todo género de precauciones.
i
749
»Hacia más difícil aún todo lo que se intentase sobre la Habana, el
estado del espíritu público en la capital.
»Más parecía q(ue la Habana era la capital de un país donde no ha-
bía desdichas, que ua pueblo sometido á los rigores de la guerra. Los
teatros seguían abiertos y con gran concurrencia de gente; las retretas
del Parque no se interrumpían y se veían muy animadas; las señoras,
al parecer, entreteníanse en acercarse por el Prado hasta la Punta, para
ver si divisaban algún buque enemigo.
»Celebrábanse los bailes de siempre, bachatas y rumbitas, y las re-
cepciones en las casas de familia conocidas continuaban lo mismo que
antes del bloqueo.
»Negó, por último, el cubano rebelde, que faltasen víveres en la
Habana.»
Estas noticias produjeron bastante efecto, porque se pretendía ha-
cer creer á las gentes que la Habaua se hallaba en gran apuro y con sín-
tomas de desasosiego.
Y como eran de un oficial del generalísimo Gómez, se consideraron
más autorizadas.
La impresión que causó crestado de defensa de la capital de la gran
Antilla, á la vez que confirmó lo que aquí se creía, dijo bien claro que
el estado mayor de Washington se había hecho muchas ilusiones cuan-
do anunció como empresa fácil el apoderarse de la Habana.
* *
Fué el citado día 25 de Mayo sumamente fecundo en toda clase de
invenciones extraordinarias y absurdas. Como si se hubieran desatado
las más exaltadas fantasías á imaginar cosas desatinadísimas, así corrie-
ron como válidos los más contradictorios rumores de batallas, pérdidas,
desastres, apresamientos, fieros males.
Los hubo para todos los gustos, y aun para toda especie de genios,
750
desde los más candidos optimistas hasta los más lacrimosos y d,s espera-
dos pesimistas, pujs tan pronto estábamos en un tris de izar nuestra
bandera en lo alto del Capitolio de Washington, como se cumplían las
tristes y falsas profecías que á las supuestas naciones moribundas anun-
ciara lord SalJsbury.
Diríase que sobre Barcelona soplaba sigua viento de tempestad,
que agitando los nervios, excitando los cerebros, contagiando hasta los
espíritus más tranquilos y mejor equilibrados, hacía experimentar á
todo el mundo, y de una manera muy viva, los efectos de la insania
en el pensar, del delirio en las invenciones de noticias. A juzgar por
los accesos de fiebre informadora qu3 habíanse apoderado de las gentes,
parecía que estábamos bajo la impresión de'un terrible sirocco que cal-
deara las imaginaciones y que hiciera delirar en alta voz.
Hfibía sido antes un axioma muy probado por los hechos, aquel que
en lengua francesa, y de ella trasladado á todos los idiomas, se expresa
de este modo: Pas de nouvelles, bonnes nouvelles. Pero á la sazón, y en
vista de la frecuencia con que por todas partes se diban á propalar no-
ticiones estupendos, hubo que reformar el adagio en esta forma: Pas
de nouvelles, fauses nouvelles, qae traducido al castellano corriente y
moliente equivale á decir: La falta de noticias, es causa de toda clase de
infundios.
Vino aquel día del extranjero, como siempre solía vanir, la corrien-
te de las falsas invenciones. De Birlín telegrafiaron diciendo que, segúj
despachos recibidos allí, los españoles habían obtenido una brillante vic-
toria. En sentido inverso hablaban los cablegramas de Nueva York á
Londres y á París. The Financial News insertaba un telegrama dando
detalles de la supuesta batalla librada frente á Santiago de Cuba, con
cifras exactas y terribles de los muertos y heridos y de los barcos que
se habían iJo á pique. Y ¡a prensa dal mundo se Ueaaba de partes fan-
tásticos...
751
* *
-Aquí, por no ser menos, sintiendo sin duda el contagio de tales fie-
bres de información, convertido cada individuo en un corresponsal ex-
pontáneo de In yellcw press, se daban á inventar los más extraños su-
cesos.
Hubo muchos que aseguraron, cual si tuvieran informes directos
de la Casa Blarca, que se había consumado, poco después de las tres
de la tarde, el asesinato de Mac Kíniey. Y como á uno de esos propa-
gandistas de acontecimientos graves le interrogasen por el origen de
la noticia, contestó seriamente, dando á su respuesta un carácter solem-
ne, que disipaba todas las dudas posibles.
<<— ¡Ya lo creo que es verdad, como que me lo ha dicho un cama-
rero de Novedades!»
No paraban ahí las invenciones. Sabíase de buena tinta que había
ocurrido un terrible combate naval de noche y á la boca del puerto de
Santiago de Cuba. Nosotros habíamos tenido 700 muerto:-; ni uno más
ni uno menos.
Ellos, los yacquis, habían perdido en la contienda cuatro acoraza-
dos, con los muertos y heridos consiguientes, que seguramente pasa-
rían de 3.000
Saltaba á poco el viento de las noticias á otro cuadrante, y resulta.
ba aveí igüedo que nuestra escuadra no estaba ya en la bahía de Santia-
go de Cuba. Iba con rumbo á la Habana, sin que hubiera perdido el
tiempo por el camino, por cuanto había apresado tres cruceros norrc-
americanos.
Y la última, la última noticia de la tarde, la bomba final de aque-
llos fuegos de artificio, con tanto fundamento como las anteriores, fué
que nos habían destruido toda la escuadra
752
Claro es, que todas esas absurdas nuevas duiarc n tan solo el lapso
de tiempo que se necesitaba para probar plenamente su total y absoluta
falsedad; pero no por esD dejaron de producir su efecto y de mantener
la ex;itación nerviosa en el ánimo de las gentes.
Y esa fiebre de la opinión obedecía á la falta de hechos nuevos de
guerra y á la carencia absoluta de noticias acerca del paradero exacto
de nuestra escuadra y de los planes del almirante Cervera.
**»
Después de las siete de la tarde comenzaron á llegar telegramas de
Santiago de Cuba, que el público leía con avidez y comentaba con
fruición.
Algunos de ellos contenían pormenores interesantes de la llegada
de la escuadra á Santiago de Cuba, hecho sobre el cual aún se discutía,
así como del entusiasmo con que aquella población veía y agasajaba á
nuestros marinos.
La justificada ansiedad del público quedó satisfecha con estas noti-
cias:
«A las ocho de la mañana del día 19 entró la escuadra española en
el puerto de Santiago, arbolando la insignia de almirante el crucero
Infanta Marta Teresa, al que seguían el Vizcaya, Oqiiendo, Cristóbal
Colón y el destróyer Pintón.
Poco después llegó el otro destróyer Furor, que había practicado
sin novedad los reconocimientos que le había ordenado el almirante
Cervera.
En la población fué inmenso el júbilo que produjo la presencia de
los barcos españoles.
Las autoridades y el pueblo entero, llenando infinitas embarcado-
753
nes, invadieron la bahía; todos los barcos surtos en el puerto se empa-
vesaron; la ciudad se engalanó instantáneamente, disparándose mu-
clios cohetes, en medio de las mayores manifestaciones de entusiasmo.
En la noche del 21 se verificó una grandiosa é imponente manifes-
tación en honor de nuestros marinos, figurando en ella vaiias músicas
banderas y multitud de
hachones, concurriendo
individuos de todas las
clases sociales y recor-
riendo los manifestantes
las principales calles ,
animados todos de in-
de;criptible entusiasico.
La misma noche, el
Círculo español obse-
quió con un espléndido
banquete al almirante y
oficiales de la escuadra.
El acto resultó bri-
llantísimo, y al terminar
se pronunciaron entu-
siastas y patrióticos brin-
dis por el almirante Cer-
vera, general Linares
y otros varios, siendo muy de notar el del arzobispo, quien dijo no
bastaba conseguir el triunfo en el mar, sino que con el auxilio de Dios
era preciso ver si se conseguía izar la bandera española en el Capitolio
norteamericano.
B. DOMINGO MONTES
Comandante de la cañonera «Antonio López>
♦
* *
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Por su importancia comercial es el puerto de Santiago de Cuba el
segundo de la isla de Cuba. Bien abrigado de todos los vientos, es su
entrada larga y difícil, á causa de lo tortuoso y angosto de su canal, in
teinándose cinco k'lómetros y medio de S. O. á N. E.
Reconócese el puerto de día por el gran vacío que hay entre los
ramales oriental y occidental de la sierra del Cobre, y de noche por el
faro que se halla en la parte oriental de la boca.
Cerca del muelle, donde se hace la aguada, hay un carenero, en
que puede darse la quilla y componer cualquier avería.
La costa E. del Cañón, en cuya punta exterior ó Morro, se halla el
castillo de este nombre, despide un placer de piedra y hace una ense-
nada, en cuya extremidad E. se ve el castillo de la Estrella.
Dicho placer, con otro que avanzi un cable al Sur, desde la costa
de sotavento, forma el canal de la entrada, que primero tiene un cable
de ancho, pero que después vá reduciéndose hasta no medir más
que '/,„ enfrente de la citada ensenada, desde la cual continúa sin variar
hasta rebasar el cayo Smitb, sitio en que empieza á ensancharse el puerto.
La ciudad está al pié y en la ladera Occidental de una loma caliza
y se desarrolla en anfiteatro con aspecto muy pintoresco, destacándose
por la derecha el firo, que alcanza una a tura de 244 pies sobre el nivel
del mar; los dos castillos y una agreste y alta ribera, de la cual des-
cienden hasta ocho pequeñas corrientes, las más caudalosas de las cua-
les son el arroyo Cascon y los ríos de Caimanes y Paradas.
Esta ligera reseña bastará á nuestros lectores para formarse idea
de las condiciones de seguridad en que se hallaba nuestra escuadra del
Atlántico.
Ya hemos dicho que el acceso á la bahía ofrece dificultades natu-
rales por lo tortuoso y angosto del canal de entrada, lo que contribuye,
como es consiguiente, á prestar mayor eficacia á las defensas militares
del puerto, asi terrestres como submarinas.
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Por otra parte, no había sino recordar, para tranquilidad de todos,
qye no obstante haber sido atacada por los ingleses en distintas ocasio-
nes la ciudad de Santiago de Cuba, solo en una se atrevió el enemigo
á intentar el ataque por el puerto.
Era el año 1747.
El almirante Knowles se presentó el 8 de Abril del citado año á
la entrada de la bahía con 14 buques de guerra y más de 3000 hombres
de desembarco. ,
Sólo con 500 hombres y algunas compañías de milicias, contaba el
gobernador don Alonso de Arcos; pero tenía á su gente tan alecciona-
da y tan prevenidas las baterías, que apenas se aproximaron al Morro
los dos primeros buques ingleses, á una distancia de tiro de fusil, vié-
ronse precisados á virar precipitadamente rechazados por una lluvia de
balas, quedando el uno sin timón, palo mayor ni bauprés, el otro con
toda la popa hecha pedazos, y habiendo perdido, además, ambos en
media hora de fuego más de cien hombres.
Esto bastó para demostrar á los ingleses que por allí no entrarían
nunca, y esto no debían ignorarlo seguramente sus parientes los yan-
gueses.
CAPITULO XVI
Infundios y conjeturas. — La campaña de Ceryera. — Operaciones contra los insurrectos. — La
columna Vara de Rey. — El batallón de Sevilla. — Cange de prisioneros en ilta mar. —
El trato á nuestros prisioneros. — Dudas desvanecidas. — Ataque y bombardeo de Santia-
go de Cuba. — El despacho oficial.— Nuevos datos oficiales del ataque á Santiago. — Im-
paciencia satisfecha.
"esde que la escuadra que mandaba el almirante Cer-
'•*► vera llegó á Santiago de Cuba, todo eran conjetu-
ras sobre si podría ó no salir de aquel puerto sin pelear
con la norteamericana, muy superior en fuerzas. No
fdltó quien sospechara que había salido ya. Otros aseguraban
que seguía allí. Oficialmente nada se sabía, á la fecha, ni se de-
bía saber.
Los norteamericanos, á quienes la feliz arribada de nues-
tros barcos á la gran Antilla había desconcertado bastante, andaban
discurriendo diferentes procedimientos para inutilizarla. Un día anun-
ciaba el telégrafo que se proponían tenerla encerrada, aunque para ello
fuere preciso recurrir á medios tan extraordinarios como cerrar la en-
trada del canal con barcazas cargadas de dinamita. Poco después llega-
ba otro despacho anunciando que los acorazados de Sampson penetra-
rían á viva fuerza en el puerto, destruirían la escuadra y se apodera-
rían de la ciudad. La imaginación de los corresponsales había llegado
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al punto de atribuir á la junta estratégica yanqui el proyecto de cerrf r
con bloques de piedra la boca de la bahía.
Esa boca es, en efecto, bastante estrecha; pero no tanto como, por
lo visto, imaginaban los que tales cosas telegrafiaron. El cañón de en-
trada en el puerto de Santiago está comprendido entre dos morros ele-
vados, corre casi de Norte á Sur, tiene un cable de ancho al Sur, entre
los arrecifes que rodean las dos costas, y luego solo un séptimo de cable
enfrente de la primera ensenada hasta pasar . el cayo Smith, en donde
empieza á ensancharse. La bahía co.no hemos dicho ya, es muy segura
y espaciosa (seis millas de Sudoeste á Nordeste, por siete cables de an -
cho medio).
En lo referente á los recursos que en ella puede haber para una ar-
mada, nos atendremos á lo que dice el Derrotero de las islas Antillas:
«Pueden hallarse provisiones de todas clases á precios moderados... El
carbón vale de ocho á doce duros la tonelada; suele ser de 15.000 tone-
ladas. También se encuentran en tierra talleres para las pequeñas repa-
raciones de los buques y de sus máquinas: se tiene el proyecto de cons-
truir un dique y se puede dar de quilla en varios puntos del puerto con
toda seguridad.»
* *
La aparición casi fantástica de nuestra escuadra del Atlántico en
aguas de Cuba fué un hecho que, además de traer perturbados al go-
bierno y á la opinión de los Estados Unidos, inutilizó durante más de
medio mes todos los planes de nuestros adversarios y los obligó á con-
tinuas rectificaciones.
El //líraZíí recordaba con sangrienta ironía, el día 30, los anun-
cios del comodoro Schley, que se creía á sí mismo el tapón de la botella
donde habían ido á meterse nuestros buques, y confesaba que las hábi-
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]es maniobras de éstos seguían dando motivo á que Europa se riera sin
dujlo de los americanos.
No sólo persistía el citado periódico en afirmar, con datos de sus
corresponsales, que nuestra flota navegaba el 19 á pocas millas de Puerto
Limón (Costa Rica), sino que en el colmo de la desorientación llegó á
suponer que el almirante Cervera no había entrado, ni el día 19, ni
después de ese día, en Santiago de Cuba.
A su juicio, era admisible la hipótesis de que anduviese recorriendo
en p0z y en gracia de Dios los mares de Venezuela, desde el momento
en que salió del puerto de Curafao.
Discurriendo sobre tal supuesto, argüía con que todas las noticias
relativas á la estancia en Santiago eran de procedencia española y, más
en tono de admiración que de vituperio, estimaba que habíamos sabido
encañar lo mismo á nuestros adversarios que al resto del mundo.
Estas apreciaciones del Herald demuestran la enorme confusión
que reinó en Washington, con elocuencia mucho mayor aún que las
idas y vueltas de Sampson y S-hley y que las órdenes tan pronto dadas
como revocadas para la inmediata invasión de las Antillas.
Dedúcese de ello la importancia extraordinaria de los servicios que
prestó á la nación, con su viaje á Cuba, el contralmirante Cervera.
No consisten únicamente las campañas navales en destrozar las
fuerzas del enemigo, y menos aún cuando éstas son cinco ó seis veces
superiores. Desconcertarlo, tenerlo en constantes é inútiles movimien-
tos, condenarlo á no descansar, privarle de ocasión para reparar las ave-
rías y constreñirlo á permanecer semanas enteras en mares por todos
conceptos peligrosos, vale tanto como inferirle una derrota com-
pleta.
Podrá ser el resultado menos teatral, pero no es ciertamente menos
seguro.
Eso, sin contar con que en aquella hermosa campaña de nuestros
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marinos, tuvieron que entrar á partes iguales el valor, la abnegación y
el ingenio.
Débese advertir, al propio tiempo, que el objetivo de nuestros ad-
versarios había sido, y era, arrojarnos de Cuba.
No conseguirían siquiera realizar un verdadero desembarco en la
isla, mientras no dominasen sus mares. Y esa dominación habría de
estarles vedada en tanto que no destruyeran ó inutilizasen la escuadra
española.
Confiamos en que la pericia de los jefes que la mandaban seguiría,
como bástale fecha, desbaratando los planes de sus inquietos persegui-
dores. V
No se trataba en aquel período de lucha de morir por la patria,
síqo de vivir para mejor servirla y defenderla.
* *
Un núcleo importante de rebeldes fué nuevamente batido en Palma
Soriano, el día 24, por la columna Vara del Rey, quien dejó allí una
guarnición compuesta de una compañía y una pieza de artillería.
La partida iba mandada por el cabecilla Cebrero y venía persegui-
da por la columna desde Cuchillas, de cuyo campamento atrincherado
fué desalojada por las tropas, después de una tenaz resistencia. En su
huida guarecióse é hízose fuerte en loma Catalán, donde atacada de
nuevo por la columna fué batida y puesta otra vez en fuga, y persegui-
da hasta San José, donde se dispersó.
La columna cruzó el Cauto por Paso Correo, ocupando al enemigo
sus posiciones de loma Catalán, después de un vigoroso ataque de flan-
co, en el que el enemigo sufrió muchas bajas y abandonó armas, mulos
y otros efectos.
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El coronel Vara se retiró con sus fuerzas á Palma Soriano sin ser
molestado, después de ocupar cuatro campamentos enemigos y practi-
car un extenso reconocimiento, en el cutd se causaron á loá insurrectos
muchas bajas.
La columna tuvo en esas operaciones y combates 14 heridos y dos
contusos de tropa.
El batallón de Sevilla, operando en combinación con los escuadro-
nes de Damují y la guerrilla de Cartagena, batió el 25 en Las Villas á
una partida de insurrectos, los cuales abandonaron en el campo cinco
muertos y lograron retirar otros siete y varios heridos.
Nuestras tropas tuvieron tres heridos graves, muriendo además 22
caballos y quedando heridos otros seis.
A las once de la mañana del 24 cruzaron por frente á Cienfuegos
las escuadras de Sampson y Schley.
La de aquél se dirigió hacia el cabo de San Antonio, y la otra tomó
rumbo á Santiago de Cuba.
* *
Éa las primeras horas de la mañana del 27 vióse avanzar hacia el
puerto de la Habana el cañonero yanqui Maple izando bandera blanca.
Por el telégrafo internacional de señales dijo que llevaba á su bor-
do á los prisioneros españoles coronel señor Cortijo y médico militar
señor García, con sus respectivos asistentes que, como recordarán nues-
tros lectores, fueron apresados en el vapor Argonauta.
Momentos después salió al encuentro del barco americano, al que
se h'zo permanecer á respetable distancia del puerto, el cañonero espa- *
ñol Molins, á bordo del cual iban un representante del cónsul inglés,
coronel señor Gelpi y los periodistas yanquis apresados en el combate
del Salado.
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Ea alta mar se verificó el cange de los prisianeros, extendiéndose
un acta por duplicado, regresando inmediatamente á puerto el Molins,
al que esperaba en el muelle numeroso gentío.
Los señores Cortijo y García se manifestaron muy agradecidos de
•las atenciones que les habían guardado los oficiales norteamericanos,
tanto de mar como de tierra.
En cambio se quejaron mucho del trato que se les había dado du-
rante su estancia en su prisión de
la fortaleza de Mac Pherson.
Al primero diéronle como alo-
jamiento una jaula de hierro, estre-
cha é insalubre, más propia para
encerrar fieras que para servir de
vivienda á criaturas humanas.
No sólo prohibieron los yanquis
que los prisioneros telegrafiasen á
sus familias, sino que, además, les
negaron el consue'o de entregarles
las cartas que para ellos se recibie-
ron, las cuales fueron devueltas á
Nueva York. También se les des-
pojó de cuanto llevaban, además
de apoderarse de 7.000 pesos que
conducía un oficial para pagar sueldos del batallón á que pertenecía.
Por consecuencia de esos malos tratos, la mayoría de los prisione-
ros enfermó, siendo inútiles cuantas quejas y reclamaciones hicieron á
las autoridades.
^^mP"^^^
D. EMILIO Díaz MOREU
Comandante del crucero «Cristóbal Gólon»
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Las duJas que existían en los últimos días de Mayo sobre la ver-
dadera situacidn de la escuadra que mandaba el almirante Cervera, se
desvanecieron el i." de Tunio. Los telegramas que recibió de madruga-
da la prensa diaria anunciando el bombardeo de los fuertes avanzados
de Santiago de Cuba por la escuadra del comodoro Schley, fueron con-
firmados más tarde por otros despachos particulares, y oficialmente por
las autoridades de Cuba que trasmitieron al Gobierno la noticia del
suceso.
No quedaba, pues, ningún género de duda, ni para nosotros, ni
tampoco para los yankees, respecto del lugar en que estiba la escuadra
española. Sospechaban los norteamericanos que se hallaba fondeada en
Santiago de Cuba; referencias del campo insurrecto, trasmitidas de
viva voz ó por medio de señales á la escuadra enemiga, confirmaron
aquellas sospechas; pero todavía debió quedar alguna duda en el ánimo
del comodoro Schley, y para desvanecerla, sin duda, decidióse el últi-
mo día de Mayo á iniciar el ataque, que fué valientemente rechazado
por el fuego de los fuertes y el del crucero Cristóbal Colón, que se
adelantó hasta la boca del puerto.
La escuadra yanqui inició el ataque alas dos de las tarde, rompien-
do fuego de cañón contra los fuertes del Morro, La Socapa y Punta
Gorda, los cuales contestaron inmediatamente.
Los buques americanos que tomaron parte en el bombardeo fueron
catorce de alto porte y dos torpederos. Estos últimos se adelantaron
hasta cerca de la entrada de la bahía.
El íuego fué muy violento hasta las tres y cuarenta y cinco, hora
en que empezó á disminuir, cesando por completo -á las cinco de la
tarde.
Todos los barcos yanquis tomaron parte en el ataque, dirigiendo
piincipaimente sus fuegos contra el castillo del Morro. Este y los demás
fuertes avanzados contestaron con gran vigor al fuego de la escuadra.
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sobre la que estuvieron disparaado sin cesar mientras la tuvieron al
alcance de sus cañones.
La presencia del acorazado Colón en la boca de la bahía, puso en
realidad término al ataque, pues apañas el crucero español disparó los
primeros cañonazos, la escuadra americana se vio obligada á retirarse.
* *
No pudieron estar más parcos en el ministerio de Marina al comu-
nicar á la prensa el telegrama recibido en la mañana del día i ." por el
ministro, dando cuenta del ataqua á Sintiago de Caba por la escuadra
norteamericana.
Decía así el despacho:
«La escuadra americana de Schley, compuesta de grandes acorazados y cruce-
ros, atacó las fortificaciones de la entrada de Santiago de Cuba.
Nuestro acorazado Crislóbal Colón cerró la boca de la bahía, y apoyado por
los fuegos de los fuertes logró rechazar el ataque, causando averías en los buques
americanos.»
El telegrama añadía, según parece, que el número de disparos
llegó á ochenta, y que nuestros fuertes no habían sufrido desperfecto
alguno.
El acorazado Cristóbj.L Colón, que se hallaba en el interior de la
bahía con los restantes buques de nuestra escuadra, salió destacado ha-
cia la boca de aquélla, por corresponderle este servicio, en atención á
S3r su comandante, don Emilio Díaz Moreu, el más antiguo de los qu3
se encontraban en Santiago de Cuba.
Colocóse el Co/ów junto a Punta Gorda, internándose nuevamen-
te en la bahía al desaparecer los buques americanos.
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La mayoría de los marinos de aquí, después de aplaudir sin reser-
vas al señor Díaz Moreu, que había mantenido su buen nombre ayu-
dando á los fuertes de tierra, opinó que los norteamericanos no habían
hecho otra cosa que explorar el terreno para cerciorarse de que la es-
cuadra de Cervera estaba en la bahía de Santiago de Cuba, mantenien-
do el fuego durante más de dos horas en espera de que se presentaran
á la vista los restantes buques que acompañaban al Colón.
*
* *
A las nueve y media de la noche recibiéronse en Madrid, por con-
ducto oficial, nuevos datos del ataque de ios yanquis á. Santiago de
Cuba.
El telegrama oficial, que causó general satisfacción, decía así:
^Habana, i. — Comandante general Apostadero á ministro de Ma
riña:
Comandante Cuba me participa lo siguiente con fecha de ayer:
Cu-tro tarde hoy rompió fuego sobre plaza escuadra enemiga, du-
rando hora y media.
Contestaron Colón, enfilando boca entrada, fuertes y baterías em
plazadas en el cructro Reina Mercedes.
Nosotros ni un herido; ningún dtño: el'os averías en lowa, dícese
también en otro acorazado y fuego á bordo de otro barco.
Todos los buques enemigos hicieron luego. Dentro de la plaza ca-
yeron algunos proyectiles por elevación.
Mucho entusiasmo; espíritu patriótico.— i/an/^ro/a.»
De los informes particulares que acerca del bombardeo y ataque
de Santiago nos comunicaron nuestros corresponsales, resulta: Que la
escuadra enemiga situada frente al puerto de Santitgo, aumentada con
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un cañonero, un trasatlántico auxiliar y dos remolcadores, hizo en la
mañana del 31 de Mayo demostración de retirarse, dejando tan sólo
dos barcos en disposición de carbonear.
Corrióse hacia el Oeste, y á las dos y cuarto de la tarde reapareció
en orden de combate, formada por el lowa, el Brookling, el Massachu-
seis, el Texas, el New Orleans, el Marblehead, el Mineapolis, el Ama-
imanas y seis barcos pequeños, y tomó posiciones en la costa de Oriente
y frente á la embocadura del puerto de Santiago.
Los cinco primeros acorazados rompieron el fuego contra la bate-
ría de Punta Gorda, y el crucero español Cristóbal Colón se destacó
á los primeros disparos del resto de la escuadra y adelantóse á fondear
junto á Punta Gorda, por lo que era visible desde plena mar.
Las baterías del Morro, Socapa y Punta Gorda y el crucero Colón,
respondieron al fuego de la flota americana, cruzándose entre unas y
otra setenta disparos.
Los acorazados yanquis hicieron uso de cañones de 32, sin causar
daño alguno en nuestras defensas ni en la población.
Más certero fué el fuego de la artillería española, pues dos grana-
das estallaron sobre la popa del lowa; otras cayeron sobre uno de los
cruceros americanos, incendiándolo, y otro crucero auxiliar tuvo que
retirarse con averías de consideración.
El bombardeo duró noventa minutos, retirándose después del fra-
caso la escuadra americana, sin haber podido precisar la importancia
de los daños que sufriera.
La población, animosa y entusiasta, llenó los muelles para ente-
rrrse del resultado del ataque, vitoreando al ejército y á los tripulan-
tes del Colón.
El comodoro Schley hizo la primera prueba con idénticos resulta-
dos á los que obtuvieron los barcos que mandaba su colega Sampson
en l^s ataques á Cárdenas, Matanzas y San Juan de Puerto Rico.
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La impaciencia de las gentes que ya iba acentuándose mucho ante
las dudas é inquietudes sobre el paradero cierto de nuestra escuadra,
empezaba á ser satisfecha, y por fortuna se había roto la monotonía cin
noticias agradables.
¡Pluguiera al cielo que continuase mandando el cable noticias sa-
tisfactorias!
CAPITULO XVII
Ansiedad justificada. — Expectación. — Otra jornada feliz. — ¡Victoria! — Nueyo ataque á San-
tiago de Cuba. — Un barco yanqui á pique. — Intento frustrado. — El Merry Mac. — Náu-
fragos y prisioneros. — El acuerdo del gobierno yanqui. — Objetivo de la operación.
Propósitoss frustrados. — Nuestro triunfo. — Ataques á Alquizar y Sama por los insurrec-
tos.— Encuentro en Viajacas. — Intento do desembarco. — En Puata Cabrera y Aguadores.
— Nuevo bombardeo de Santiago de Cuba. — Sensibles' pérdidas. — Dura jornada. — En
nuestro puesto.
OMPROBADO hasta la evidencia el hecho de la presencia
del almirante Cervera en la bahía de Santiago de
Cuba, y comprobado, además de las noticias oficiales
tan terminantes, por los telegramas que, fichados en
aquel puerto, enviaron á España los jefes y oficiales de nues-
tros buques, nadie podía ya esperar que tardase mucho tiempo
en entablarse un nuevo combate.
Para creerlo así, había el dato oficial de hallarse á la vista
de Santiago de Cuba 19 buques americanos, entre ellos seis
acorazados. Esto parecía confirmar que en aguas de Santiago, y para
intentar una lucha seiia y decisiva, se habían unido ya las escuadras
enemigas.
Desde las primeras horas de la noche del 3 tuvimos noticias de
esto, no por telegrama oficial, sino por despachos de nuestros corres-
ponsales, de que á las nueve de la mañana había comenzado un nuevo
bombardeo de los fuertes de Santiago de Cuba.
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Tal noticia, recibida en Barcelona y en Madrid al mismo tiempo
por diversos conductos, se agrandó pronto, tomó proporciones extraor-
dinarias, y sirvió de fundamento á tales invenciones, que á la una de
la madrugada ya se habían dado tres versiones distintas (todas con
asombrosa riqueza de detalles) del nuevo bombardeo de Santiago
de Cuba.
De sucesos y detalles á los que en otras circunstancias no se les hu-
biera concedido importancia ninguna, se llegó á sacar gran partido.
En todos lados, en los centros oficiales, como en los círculos polí-
ticos, como en las tertulias particulares, había gran expectación, falta
absoluta de noticias concretas, que aumentaba la ansiedad y la justi-
ficaban, y se hacían comentarios vivos y apasionados sobre lo que
había podido ocurrir en Santiago de Cuba.
* *
Grande era la ansiedad por conocer el resultado del nuevo ataque
á Santiago.
Sampson había reforzado á Schley y asumido el mando de las es-
cuadras; las bandas separatistas intentaban secundar por tierra la em-
presa de sus interesados favorecedores, y, según se deducía de los últi-
mos despachos, el gobierno de Washington quería á toda costa que la
operación efectuada por sus almirantes fuera una operación decisiva.
Era muy grande, repetimos, la expectación de España; pero ni
flaquetba la esperanza, ni asomaba por ningún resquicio el miedo.
Nuestra marina y nuestro ejército habrían cumplido esta vez como
siempre habían cumplido y no se dejarían aniquilar con la resignación
haroica de los mártires. Ya nos favoreciera, ya nos desamparase la for-
tuna, el enemigo pagaría caro su atrevimiento.
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Mes y medio iba transcurrido desde que nos declarara la guerra
una nación cuatro ó cinco veces más fuerte y diez ó veinte más rica
que nosotros.
Ese es el plazo que en nuestro tiempo señalan los políticos y los
tratadistas para que las potencias de primer orden desenvuelvan y pon-
gan término á una campaña.
Hasta la fecha, nada habían logrado hacer los Estados Unidos, para
cuyos militares y gobernantes era empresa de una semana ó dos la
conquista de Cuba.
Habíamos resistido, resistíamos y resistiríamos al atropello y la
expoliación.
Aún en el caso improbable de que, abrumándonos con la fuerza y
el número, franqueasen el paso de Santiago, palmo á palmo necesita-
rían ganar el territorio de la isla y jamás nos echarían de ella, sino
muertos ó por voluntaria renuncia.
No había que perder la fé, ni que entregarse á pueriles ilusiones,
pero tampoco á femeniles desmayos.
Cuando llegase la ocasión de pedir cuentas á los que en su egoís-
mo, con sus torpezas y con su afán sistemático de desatender las leccio-
nes de la realidad y de aplazar la solución natural de los más terribles
problemas, nos habían traído al doloroso extremo en que nos hallába-
mos, exigidas y liquidadas serían esas cuentas.
Entretanto, no era lícito pensar sino en el interés que á todos nos
unía: en el interés de la patria.
* *
Se confirmaron, afortunadamente, las noticias gratas que de Ma-
drid nos transmitieron en la madrugada del 4 y los rumores que por
771
la m&ñana corrían de boca en boca en esta ciudad, y á la ansiedad pro -
ducida por ellos, sucedieron en el espíritu de las gentes las más entu-
siastas explosiones de júbilo.
Un nuevo día de satisíacción y de gloria debió España á los bravos
defensores de Cuba.
Por noticias oficiales se supo que nuestras armas alcanzaron el día
3 señalada victoiia rechazando un formal ataque del enemigo y reco-
giendo trofeos que eran testimonio indudable del triunfo.
La escuadra americana había recibido en Santiago una nueva y dura
lección, que la haría conocer— si en su obcecación ya no lo tenía averi-
guado— la dificultad de someter á una nación que, como la española
defendía su dignidad y su honor al defender la integridad de su te-
rritorio.
En Santiago, el ejército, la marina, la población en masa, habían
correspondido, en los ataques de la poderosa escuadra norteamericana,
é lo que de todos ellos esperaba la patria.
Ya no se trataba de operaciones cuya ineficacia pudieran cohones-
tar los jefes de las escuadras yanquis bajo el dictado de simples reco-
nocimientos, ni de cañoneos emprendidos á fin de conocer la situación
y graduar la resistencia de nuestras defensas. El combate del 3 tuvo un
objeto más decisivo, y el fracaso de los yanquis fué, por tanto, mucho
más visible para todo el mundo, mucho más importante para la nación
que nos atropellaba en nuestro incontrastable derecho.
***
En otros encuentros favorables á nuestras armas tuvo el espíritu
público que satisfacerse con conjeturas y suposiciones acerca del daño
inferido al enemigo. Rechazados los buques americanos, se retiraron
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sin destruir nuestras baterías, sia apagar nuestros fuegos, pero tambiéa
sin dejar en manos españolas ninguna prenda de la victoria por noso-
tros conquistada.
Ea San Juan de Puerto Rico, en Cienfuegos, en Cárdenas, en el
mismo Santiago de Cuba la tarde del 30, faltó algo que consagrara por
modo indudable el triunfo, y que á los propios adversarios les obliga
se á confesarlo. En él combate del 3 no faltó ni eso: á quinientos pies
del canal que dá paso á la bahía de Santiago quedó hundido un barco
de la escuadra de Ssmpson; varios de sus tripulantes cayeron prisione-
ros; el éxito de nuestras armas, cierto, completo y glorioso, pudo ofre-
cer al mundo testimonios irrecusables que no echaría abajo la hostili-
dad de los extraños ni la crítica de los propios.
A las tres y media de la madrugada del 3, un buque mercante
yankee, de los auxiliares de la escuadra Sampson, el steamer Merry
Mac, de 4,000 toneladas, protegido de cerca por el acorazado /oica y
un crucero, intentó forzar el canal que dá entrada á la bshía de Santia-
go de Cuba.
Nuestras embarcaciones exploradoras, situadas fuera de la boca del
puerto, rompieron fuego contra el barco enemigo, secundándolas in-
mediatamente el crucero Reina Mercedes, anclado en la misma boca,
y las baterías de Socapa y Punta Gorda.
Los torpedos del Reina Mercedes funcionaron con buen éxito y
echaron á pique al barco enemigo, conteniendo el avance del aco-
razado.
El Merry-Mac quedó sumergido frente al lugar en que fondeaba el
Reina Mercedes, viéndose sobre la superficie del agua parte de sus dos
palos y una chimenea.
Se recogieron y quedaron prisioneros á bordo del Mercedes un te-
niente de navio, mister Hobson, y siete marineros náufragos del buque
enemigo destrozado, que fueron salvados por nuestros nobles y esfor-
m3
zados marinos de una muerte segura. Es decir, que los marinos espa-
ñoles salvaron primero á los tripulantes del Maine, y los marinos aspa ■
ñoles íueron los que salvaron también á los náufragos del Merry Mac,
que eran ya sus irreconciliables enemigos.
Sin calificar el hecho de gran triunfo, significó un éxito verdadero
para las armas españolas y un nuevo fracaso para la marina norteame-
ricana.
El propósito perseguido por el almirante Sampson no fué otro que
el de que el Merry-Mac fuera echado á pique ala entrada del canal, ha-
ciendo luego imposible la salida, y dejando encerrada y prisionera en
la bahía de Santiago á nuestra escuadra.
Afortunadamente, no consiguió el enemigo lo que se proponía,
puesto que el Merry Mac fué echado á pique fuera del canal y destruí-
do más tarde por la dinamita.
*
* *
Por segunda vez fué victoriosamente rechazada la embestida de
las escuadras americanas á Santiago de Cuba y frustrados los propósi-
tos del enemigo de forzar la entrada en la bahía.
En esta ocasión no pudieron decir nuestros adversarios, como di-
jeron el día 31 de Mayo, que se trataba tan sólo de un reconocimiento
ofensivo.
Veinticuatro horas antes de principiar el combate, el gobierno de
los Estados Unidos había adoptado, entre otros acuerdos, el de que
fuese inmediatamente destruida ó capturada la escuadra española.
Y ese acuerdo era conocido por Sampson y Schley.
Aprovechando la dudosa claridad del amanecer, quisieron reno-
var la sorpresa de Cavite, y enviaron á forzar ú obstruir la entrada del
canal dos de sus buques. Uno de ellos fué echado á pique; el otro tuvo
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que retirarse después de dos horas de cañoneo inútil y de infi actuosos
esfuerzos.
¿Cuál era el objetivo de la operación? Ya lo hemos dicho, y nues-
tros mismos adversarios lo confesaron más tarde.
O franquear el paso, para que, tras el Merry Mac, ganase la bahía
el lowa, y tras el lowa los demás acorazados, ó interceptar la boca del
puerto con un obstáculo que imposibilitase la salida de nuestros
barcos.
No lograron lo primero ni lo segundo.
No consiguieron invadir el puerto ni colocar el tapón en el cuello
de la botella, donde se ufanaban de tener encerrados los barcos espa-
ñoles.
Además, dejaron en nuestro poder al capitán é ingeniero del
Merry-Mac, juntamente con los siete hombres que lo montaban.
Sucediera otro día lo que sucediere, lo ocurrido el citado día 3 fué
para nuestros marinos un triunfo, y para los yanquis una derrota.
No nos engrió la victoiia. Reconocíamos el poder superior del
enemigo, y sabíamos que si en íquella ocasión había estado con no-
sotros la fortuna, muy bien podría abandonarnos en los próximos é
inevitables empeños.
* *
Los insurrectos habían empezado á dar señales de vida en algunos
puntos.
En la provincia de la Habana resucitaron los cabecillas Collazo y
Acea, reuniendo en junto una partida de 300 hombre.», con la cual ata-
caron uno Je los fuertes de Alquizar, de donde fueron rechazados.
Después penetraron en la zona de cultivo de dicho pueblo, perse-
guidos por 140 guerrilleros que los batieron y dispersaron.
í
';75
Ea Oriente dieron tambié a señales de existencia después de una
larga temporada de silencio.
Seiscientos hombres de las partidas que mandaba en jefe el mayor
general Calixto García, atacaron el destacamento de Sama, cuya guar-
nición estaba compuesta de voluntarios movilizados.]
El ataque fué rudo y la defensa brillante: los voluntarios no sólo
rechazaron á los rebaldes, sino que los persiguieron, abandonando en
la huida el enemigo 48 muertos.
Los valerosos voluntarios apenas sufrieron bajas. No tuvieron nin-
gún muerto^ y sólo resultaron cinco heridos.
Las guerrillas de Matanzas encontraron en Viajacasá cuatrocientos
insurrectos, atrincherados en buenas y ventajosas posiciones.
Sin medir las fuerzas enemigas ni reparar en las ventajas de su po-
sición, los valientes guerrilleros atacaron las trincheras, y después de
tres horas^de combate lograron arrollar y desalojar al Jenemigo de sus
posiciones, causándole considerables bajas y cogiéndole armas y muni-
ciones.
Las guerrillas tuvieron un muerto, tres heridos graves y cinco
leves.
Las intentonas de los rebeldes en Alquizar (Occidente) y Sama
(Oriente), sirvieron de duros escarmientos para los rebeldes, y revela ■
ron además escaso vigor en las partidas.
*
* *
En dos puntos inmediatos á Santiago de Cuba intentaron desem-
barcar, el día 6, los yanquis, protegidos por su escuadra. En Punta Ca-
brera, al Oeste de Santiago, ¡de cuyo puerto dista próximamente tres
kilómetros, y en Aguadores, á dos kilómetros al Este del citado puerto.
776
El general Linares, que tenía prevista la intentona, había colocado
oportunamente tropas en la playa para rechazar á los invasores. Lo
más original del caso, fué que los insurrectos que en Punta Cabrera es-
peraban á sus aliados los yanquis, fueron alcanzados por los disparos
que éitos hacían desde el mar, sin que nuestras fuerzas sufrieran daño
alguno. De manera que el coronel Aldea, que mandaba las tropas en-
cargadas de impedir el desembarco, en vez de ser perjudicado, se vio
auxiliado por la torpeza de los yanquis, cuyos proyectiles fueron á
caer en medio de los rebeldes.
En Aguadores, donde había un fuerte antiguo de piedra berroque-
ña, y donde además nuestras fuerzas estaban bien atrincheradas en
toda la línea de costa que corre desde allí á Siboney, también se rechazó
á los invasores, sin pérdida alguna por nuestra parte.
Hay que agregar, por tanto, estos dos desembarcos frustrados á la
serie de los que intentaron los norteamericanos en Cárdenas, Cabanas,
Cienfuegos y otros puntos, apoyados siempre, aunque con el mismo re-
sultado negativo, por sus buques de guerra.
Al mismo tiempo que el enemigo intentaba desembarcar fuerzas
en la costa oriental de la isla, apoyado por el fuego de sus barcos de
guerra y auxiliados por los rebeldes mambises, la escuadra de Sampson
atacaba por tercera vez la ciudad de Santiago, y por tercera vez nues-
tras tropas rechazaban el duro ataque de los yanquis, patentizando una
vez más el heroísmo de nuestros marinos y la pericia y valor de nues-
tros artilleros.
El bombardeo comenzó á las ocho de la mañana. Diez barcos ame-
ricanos, entre ellos cuatro grandes acorazados y seis cruceros, aproxi-
máronse á la bahía de Santiago y rompieron un fuego terrible contra
los fuertes avanzados de la plaza.
Nuestros fuertes, especialmente los del Morro y la Socapa, contes--
taron á la agresión con continuados y certeros disparos.
I
m
Los yanquis envitban á los españoles ua verdadero huracán de
hierro; los españoles, sin abandonar sus puestos, y bajo un diluvio de
metralla, respondían con sus cañones á los hircos enemigos.
Los proyectiles, al caer dentro de la bahía, levantaban grandes
columnas de agua.
El fuego continuó por espacio de tres horas, sin que de ni una
y otra parte se advirtieran dañes
de consideración.
*
* *
D. FERNANDO VILLAAMIL
Comandante de la esciiadrilla de torpedos
Al fin, la flota yanqui, con visi-
bles averias— p^lah ras textuales del
parte enviado por el jefe del Apos-
tadero de la Habana— inició la re-
tirada, sin conseguir forzar la en-
trada del canal, como seguramen-
te era su propósito.
Nuestras baterías no sufrieron
desperfecto alguno ; únicamente
causaron algúa daño en los acuai-
telamientos exteriores del castillo
del Morro, hechos en tiempo de paz al descubierto, y en las casetas del
Cayo Smith, y alguna avería en el crucero Reina Mercedes, pero sin
lograr desmontarnos una sola pieza.
Para dar idea de lo nutrido y terrible del cañoneo, basta consignar
que los norteamericanos arrojaron 1.500 proyectiles de todos calibres
en menos de tres horas.
Tuvimos que lamentar sensibles pérdidas, si bien no tan numero-
sas como fuera de esperar, dado lo rudo del ataque.
Blanco 98
778
Un casco de granada hirió de muerte al bravo segundo comandan-
te del Reina Mercedes, capitán de fragata don Emilio Acosta y Ayerman,
que ttiurió sobre cubierta: seis marineros de la dotación de este mismo
barco fueron muertos también por el hierro de los cañones americanos.
Dos fueron las granadas que estallaron á borda del Mercedes, cau-
sando además doce heridos y vatios contusos.
El coronel de artillería don Salvador Díaz Ordóñez, inventor del
cañón que lleva su nombre y que detrás del castillo del Morro dirigía
las Operaciones, fué también gravemente herido por un trozo de metra-
lla, que le alcanzó al reventar cerca de él una bomba enemiga. También
resultaron heridos tres oficiales y 17 soldados de infantería.
La jornada fué dura; su término un nuevo descalabro para los yan-
quis, aunque la sangre vertida por nuestros marinos y soldados requi-
riera también de nosotros lágrimas y acentos de dolor.
El entusiasmo en Santiago ante ese nuevo fracaso del enemigo no
reconoció límites. En la Península fué recibida con gran satisfacción la
grata nueva de no haber obtenido los yanquis los resultados que se pro-
metían.
Nuestros informes nos hicieron sospechar que ese bombardeo tuvo
por principal objetivo proteger los desembarcos, á que anteriormente
nos referimos, distrayendo á las baterías de tierra para que aquéllos pu-
dieran realizarse. Es lógico suponer esto, porque los telegramas de dis-
tintasjprocedencias acentuaron mucho la nota de los intentos de desem-
barco en diferentes puntos de la cesta Oriental.
Pero todos los defensores de Santiago y de los puntos fortificados
al largo^de.ia costa oriental permanecían en sus puestos, apercibidos á
rechazar y resueltos á impedir todo ataque y desembarco de la escuadra
y fuerzas enemigas.
m^* -JL* >••••••»• i<^
CAPITULO XVIII
Sin desmayos. — Eso es la guerra. — El enemigo por tercera vez rechazado. — Los yanquis en
inteligencia con los mambises. — Torpeza yanqui. — Atentado criminal. — Voladura de un
tren de pasajeros, — Desembarco de fuerzas americanas en Guantánamo. — Rudo combate
en la Caimanera.— La expedición yanqui. — Relato del combate en Guantánamo. — Elo-
gios al valor de nuestros soldados. — Resultados del último ataque á Santiago. — Los yan-
quis atacados por los españoles. — Derrota de los norteamericanos. — Situación difícil de los
invasores. — Activas operaciones contra los rebeldes. — Propósitos del g'eMez-a/í'simo Gómez.
— Ataque á Cnmanayagua. — Toma y destrucción de un campamento insurrecto. — Ansie-
dad en la Habana.
L espíritu público recibió la noticia de los lamentables
efectos del tercer ataque y bombardeo de Santiago de
Cuba sin desmayos ni abatimiento, porque esa es la
guerra, y á nadie se ocultaba en España que el enemigo
^l" habia de emplear todos los medios de ataque, como nosotros
sí-/
i? emplearíamos todos los de defensa.
Habíamos sufrido pérdidas lamentables; habían caído en
el combate, con la muerte de los héroes, oficiales, marinos y
soldados que tenían hecha á la patria la ofrenda de sus vidas. Pero así,
con sangre, se compra el éxito de las batallas. De triunfos incruentos,
de cañoneos sin bajas, de simples escaramuzas elevadas por la imagins-
ción popular á la categoría de grandes sucesos militares, poco había
que esperar en la lucha entablada, ni en otra alguna.
Lo importante era que no se hubiese logrado el desembarco, obje-
780
tivo de los yanquis y causa del bombardeo á que se referían las noticias
del día 7. En la guerra no se aprecia la suerte de las armas por el nú-
mero de los que caen, ni por el torreón derruido, ni por el casco del
barco agujereado á cañonazos. Con pocas ó con muchas pérdidas, ven-
ce el que realiza su objeto, y es vencido el que no puede realizarlo. Por
eso la jornada del 6 nos pareció la más honrosa de cuantas conocíamos
á la fecha en aquella campaña, y por eso constituyó un triunfo del que
debía la opinión pública sentirse altamente satisfecha.
Por tercera vez habían sido rechazados los ataques de la escuadra
americana á Santiago de Cuba.
Tres horas duró la lucha, sufrimos durante ella pérdidas, no tan
dolorosas por el número ccmo por la calidad, y noobstante los violen-
tos esfueizos del enemigo, éste tuvo que retirarse lo mismo que las
otras dos veces, y con pérdidas mucho mayores.
Coincidiendo con la embestida al puerto, los yanquis intentaron
realizar un desembarco en las inmediaciones, y según las noticias oficia-
les, lueron también repelidos.
Tratábase, pues, de un nuevo fracaso, que había redundado en per-
juicio del adversario y en ventaja nuestra, siquier no debamos, aten-
diendo á los resultados, atribuirle la importancia de una verdadera vic-
toria.
El enemigo menudeaba los asaltos y daba á entender que, cansado
de malgastar el tiempo y los proyectiles, se apercibía á jugar el todo
por el todo.
Nos encontraría en el puesto de honor, y para llegar al fondo de la
bahia tendría que pasar por encima de los valientes que la guardaban.
. ♦ ♦
1
I
781
Dudar de que los americanos que se hallaban frente á Santiago es-
taban en comunicación con los rebeldes de Oriente, fuera muy inocen-
te; sospechar que nuestros generales ignoraban esto y creer que no se
hallaban prevenidos, fuera cometer una gran injusticia.
Demostración de lo primero fué el combate en Punta Cabrera sos-
tenido por fuerzas del batallón de Asia, que mandaba el coronel Aldea,
contra una fuerte partida de insurrectos y tres cruceros yanquis, que hi-
cieron fuego, pretendiendo auxiliar á sus dignos aliados; pero en reali-
dad les hicieron más perjuicio que otra cosa, porque muchos proyecti-
les cayeron sobre las fuerzas de aquéllos, haciéndoles muchas bajas.
De un nueuo atentado contra los ferrocarriles por medio de la di-
namita se tuvo noticia el día 8.
Entre las estaciones de las Cañas y Alquizar (línea del Oeste) hicie-
ron estallar los rebeldes una bomba, que produjo grandes destrozos y
no pocas desgracias.
La máquina infernal hizo explosión al pasar un tren de pasajeros
que iba desde la Habana á Pinar del Río, haciendo volar ei carro blin-
dado y parte de un coche de primera.
La detonación fué horrorosa; el pánico de los pasajeros grande.
Repuestos del susto, se practicaron los debidos reconocimientos,
encontrándose seis soldados y un pasajero mueitos, y ocho soldados y
dos viajeros heridos. Fueron los primeros colocados en un furgón y se
procuró socorrer á los segundos en la forma que permitían los escasos
recursos de que se disponía, mientras se recomponía la vía para poder
avanzar hasta Artemisa, donde fué trasladado el triste convoy.
El vandálico hecho se atribuyó á las gentes de los cabecillas Cas
tillo y Acea.
Por la tarde quedó completamente restablecida la comunicación
por la línea del Oeste.
•/82
Comunicaron de Nu3va York el día 9, que el comandante de Ma-
rina de la provincia de Santiago de Cuba había ordenado que se in-
cendiara el pueblo de la Caimanera, situado en el fondo de la bahía de
Guantánamo, antes de abandonarlo. Sin embargo, los españoles apres-
tábanse á sostener una lucha final desesperada.
Los yanquis, al parecer, no¿habían conseguido desembarcar fuerzas
de importancia; por lo que, el día 8 se hizo un nuevo intento de de-
sembarco, después de bombardear la costa de la había y de haber des-
truido el cable francés entre la estación de amarre en la bahía y la esta-
ción telegráfica de la población. La comunicación estuvo intenumpida
algunas horas, restableciéndose después.
Según telegrama de Cabo Haitiano, el día 7 por la mañana se libró
un combate importante en la Caimanera, bahía de Guantánamo. Cinco
buques americanos franquearon la bahía y reanudaron el bombardeo,
disparando una lluvia de granadas sobre la población y destruyendo
las casas de los arrabales.
La resistencia que opusieron los artilleros españoles fué muy enér-
gica; pero la superioridad en número y alcance de las piezas yanquis
obligó á nuestros soldados á abandonar las posiciones que ocupaban en
las orillas de la bahía, retirándose á la población, la que posterisrmen-
te abandonaron sus habitantes.
Por la noche, á las diez y cuarenta minutos, la escuadra enemiga,
colocada fuera del alcance de nuestras baterías de la costa de Cuba,
inició nutrido cañoneo, que hizo suponer se trataba de un nuevo inten-
to de desembarco. Más tarde anunció la prensa neoyorkina, refiriéndo-
se á un despacho exp adido por la vía de Kiigston, que algunos oficiales
783
de la escuadra americana habían saltado á tierra para establecer comu
ntcaciones con los insurrectos, y que el cañonero Suivannee desembar-
có, en la madrugada del 8, 300,000 cartuchos, 2,000 machetes y 500 fu-
siles, todo lo cual se entregó á una partida de 800 hombres, que fué á
recoger la expedición á la costa desde el campamento rebelde estableci-
do en la sierra del Cobre, al Oeste de Santiago.
Otro despacho de Kingston del día 11 anunció el desembarco de
fuerzas de infantería de marina yanqui, verificado el día anterior en la
bahía de Guantánamo.
La versión americana aseguró que nuestras tropas habían abando-
nado á Guantánamo, después de incendiarlo, en cumplimiento de ór-
denes del jefe de la plaza, y que las fuerzas americanas, en número de
640 marineros, habían arbolado el pabellón estrellado sobre las ruinas
de las fortificaciones exteriores.
El desembarco fué protegido por varios buques de guerra que
bombardearon previamente las fortificaciones de la costa, obligando á
nu^tras tropas á abandonar las baterías.
La infantería de marina yanqui desembarcó á las dos de la tarde
en Caimanera, y los soldados pegaron fuego á les casas para preservarse
de la fiebre amarilla.
*
* *
Anunciaron tantas veces los norteamericanos la salida de la expe-
dición destinada á Cuba, para desmentir al día siguiente la noticia, que
ya no merecían ningún crédito ni sus afirmaciones ni sus negativas.
El día II telegrafisban asegurando que todos los periódicos de
Nueva York convenían en que las tropas preparadas para verificar la
invasión continuaban en Tampa.
Esta rara unanimidad déla prensa neoyorkina, lejos de inspirarnos.
784
confianza, nos obligó á sospechar que la expedición había salido ya de
alguno de los puertos de la Florida.
A temerlo así nos indujo el despacho del general Blanco recibido
el citado día ii, manifestando que el general Linares le participaba la
aparición frente á Santiago de Cuba de once buques mercantes y
remolcadores, algunos de los cuales, auxiliados por dos barcos de gue-
rra que cañonearon los altos de Baiquiíi, se dirigieron hacia Guantá-
namo.
La presencia de nuestra escuadra en Santiago había de obligar á
los yanquis á reconcentrar allí todos sus esfuerzos, así por mar como
por tterra. Lo único que les hiciera desistir, fuera la salida de nuestros
barcos. Mientras éstos estuvieran allí, había que contar con que, más
tarde ó más temprano, los yanquis habían de intentar la invasión por
aquella parte.
La importancia de los preparativos que estaban haciendo, era bue-
na prueba de las dificultades que contaban hallar, á pesar de los gran-
des elementos de que disponían. «
* *
No tardaron mucho las tropas yanquis desembarcadas el día lo en
Guantánamo, á tener que medir sus fuerzas con las españolas, dispues-
tas á impedir su avance en tierra cubana.
El combate, según telegrama de Londres, fué muy rudo y duró
trece horas, al cabo de las cuales fueron derrotados los yanquis, que
huyeron cobardemente, abandonando cuatro muertos y llevándose
otros y bastantes heridos.
Nuestras tropas persiguieron bastante tiempo al enemigo, no pu-
diendo darle nuevo alcance por haberse puesto bajo la protección de
los cañones de la escuadra enemiga.
785
El corresponsal de la prensa asociada á' bordo del buque yanqui
Dauniless, telegrafió los siguientes detalles:
«^ bordo del vapor «Dauntless'» al servicio de la prensa asociada,
cerca de Guantánamo, i^.
Desde el mediodía del sábado (ii) hasta la madrugada del domin-
go (12), los destacamentos americanos que ocupan la orilla de la bahía,
suf riei on una serie de ri-
gorosas acometidas de las
tropas españolas.
La infantería de marina
americana tuvo que man-
tenerse constantemente á
la defensiva, y al efecto,
apoyada en su propio cam
pamento, formó tres ledos
del cuadro, dejando aquel
en el centro.
Durante algún tiempo
las tropas españolas tiro-
tearon desde la manigua á
los americanos.
Este fuego de las gue-
rrillas molestaba mucho á
IcF yanquis, que para li-
brarse de él pidieron auxilio al Marblehead, el cual envió una lan-
cha armada.
Esta, con su cañón de proa, enflló las posiciones que suponía ocu-
padas por los españoles, cuyo fuego no cesó un momento.
Los marinos yanquis, formando tres lados de un cuadro en un pro-
fundo barranco, avanzaron protegidos por el fuego de cañón de la
escuadra anclada en la bahía.
Blanoo 96
DON JUAN LAZAGA
Comandante del crucero «Almirante Oquendo»
786
Eq los espesos matorrales que dominaban el barranco estaban apor-
tadas las tropas españolas, que pudieron sostenerse en sus posiciones
hasta la media noche.
*
* *
«El empeño de los americanos era avanzar hasta tomar las alturas
próximas; el propósito de los españoles consistía en impedir los movi-
mientos de aquéllos.
Los yanquis no veían á las tropas españolas, y sólo tenían como
guía para la dirección de sus fuegos los fogonazos de aquéllas.
En estas condiciones se peleó toda la tarde, sin lograr el avance,
manteniéndose constantemente á la defensiva.
Al llegarla noche se creyó por los americanos que cesaría el fuego,
pero los guerrilleros españoles hostilizaron en tales términos el campa-
mento, que se consideraron en la necesidad de pedir nuevo auxilio á sus
barcos, los cuales mandaron una chalupa del MarhUhead con ametra-
lladoras. Al mismo tiempo enfocaron los reflectores eléctricos sobre
las posiciones de los españoles, descargando sobre ellas gran cantidad
de metralla, cuyos efectos debieron ser escasos, porque no alteraron el
fuego que se hacía desde las emboscadas.
El ataque más vigoroso fué el que se dio poco después de media-
noche.
Los españoles llegaron á paso de carga hasta la pendiente Sudoes-
te, siendo recibidos con descargas cerradas. No por esto desistieron, sino
que volvieron á cargar repetidas veces, cambiando el frente del ataque
y fogueando al enemigo desde distintos puntos, causándole numerosas
bajas.
La chalupa del Marblehead atacó á un grupo de españoles que ocu-
I
787
paban la pendiente de la parte Sur, mientras los marinos yanquis que
resistían formados en cuadro el fuego, cargaron sobre la línea de las
emboscadas. El combate fué tan duro que en algunos momentos se lu-
chó cuerpo á cuerpo, haciendo los oficiales uso de su revólver.
Así se peleó en diferentes puatos hasta la madrugada, en que los
americanos pudieron utilizar tres cañones de montaña, bombardeando
á algunos pelotones de soldados españoles.
Ambos combatientes lucharon con mucha valentía, haciendo los
americanos grandes elogios del valor que desplegaron ios soldados es-
pañoles.
Ño se sabe la suerte que han corrido los exploradores y algunos
soldados de los destacamentos yanquis. Hay quien dice que el número
de muertos norteamericanos no baja de 20, entre ellos el cirujano Sibbs
y el sargento Smith: entre los desaparecidos figuran los tenientes Ne-
ville y Vhiw.
Los españoles tuvieron once muertos y trece heridos.
No se conoce el número de heridos americanos, los cuales fueron
trasladados á bordo del Marblehead .
Los americanos han resuelto no avanzar, esperando, bajo la pro-
tección de sus barcos y apoyados por los cañones desembarcados, la
llegada de refuerzos y de sesenta insurrectos ofrecidos por los jefes de
las partidas para que les sirvan de guías. **»
***
Según comunicaron las autoridades de Cuba, el día del último
bombardeo de Santiago sufrieron graves averías el Massachussets, el
New York y el Broklyn.
Los tres acorazados tuvieron que retirarse.
788
Los dos primeros buques quedaron con sus máquinas tan deterio-
radas, que aún después de recompuestas podrían aquellos prestar servi-
cio por muy poco tiempo.
El Massachussets fué el que quedó en peor estado, siendo desmon-
tado uno de sus grandes cañones.
A bordo de dichos buques, y como efecto del ataque á Santiago de
Cuba últimamente operado, resultaron en la escuadra enemiga varios
muertos y bastantes heridos de gravedad, detalles que lograron ocultar
los norteamericanos hasta lo inverosímil.
Un despacho fechado el j 3 en Guantánamo, que publicó el Everi'
nm^y¿>z/r/2íjZ de Nueva York, aseguraba que fuerzas considerables de
tropas españolas atacaron de nuevo á los americanos, los cuales tuvie-
ron que refugiarse en sus tiiacheras y en sus botes.
El Texas y el Marblehead acudieron en su auxilio disparando sus
cañones de tiro rápi io.
Añadía el despacho que el combate sostenido durante la noche del
12, fué notable por la insistencia de los asaltos que dieron los españo-
les al campamento aoiericano, por la bizarría con que se batieron y
por los resultados del combate, totalmente favorables á la causa de Es-
paña.
Otro despacho del campo americano, situado en la bahía exterior
de Guantánamo, dijo el 14 que la situación de los yanquis se había he-
cho extremadamente peligrosa.
Rendidos de fatiga por los incesantes ataques de los españoles, hu ■
hieran sido ya aniquilados á no hallarse relativamente protegidos por
los cañones de los barcos de guerra.
Los españoles tenían cercado el campamento y á cada instante re-
novaban las embestidas. Por la noche avanzaban á través de la maleza
hasta llegar á treinta metros de distancia de los sitiados.
En el combate del 13, la cooperación de los insurrectos les fué des-
I
789
favorable en vez de beneficiosa, pues los tiros de la partida, en vez de
herir á los españoles, herían á los americanos.
»
* *
En todas las provincias se emprendieron activas operaciones con-
tra los insurre;tos tomando una ofensiva vigorosa que daba por resul-
tado combates con éxitos satisfactorios.
Aprovechando la reconcentración de nuestras fuerzas en los puntos
más inmediatos á la costa, las partidas y grupos de rebeldes habíanse
reunido en casi todas las jurisdicciones, formando nú;leos mayores de
los que se veían desde hacía algunos meses, obedeciendo á órdenes de
Máximo Gómez.
Proponíase este cabecilla, no sólo distraer fuerzas en el interior pa-
ra que faera menor la vigilancia de las costas, sino tener núcleos de
alguna importancia dispuestos para el momento en que se necesitase
apoyar desde tierra alguna operación de desembarco de material y de
hombres.
A dispersar esos núcleos rebeldes tendía la vigorosa ofensiva de
nuestras tropas.
Dos partidas rebeldes, formando un contingente de 200 hombres
que habían cruzado el río Hanabana, se dirigieron por Calimete hacia
Cumanayagua, logrando penetrar en el pueblo y saquear algunas
tiendas.
La guerrilla que guarnecía el poblado arremetió contra el enemigo
haciéndoles bastantes bajas y poniéndoles en fuga.
Al huir los insurrectos prendieron fuego á algunas casas de las afue-
ras de la población.
La guerrilla les persiguió, logrando recuperar los muchos recursos
790
que sacaron de Cumanayagua, los cuales viéronse obligados á abando-
nar en la huida.
Por ambas partes se demostró gran tenacidad, pues llegaron á li-
brarse tres combates á cual más reñido y sangriento.
El teniente de la guerrilla murió á la cabeza de sus soldados, resul-
tando heridos un sargento, dos cabos y nueve individuos de tropa.
Las bajas que experimentó la partida no se determinó en los partes.
Cumanayagua es un poblado que se halla en el límite de las pro -
vincias de Matanzas y Santa Clara, perla parte de Ctenfuegos.
Está enclavado en una zona de ingenios y su término se enlaza con
Colón por el ferrocarril de Calimete.
Ocupa una posición que puede considerarse como estratégica por
bordear la línea del Hanabana y por tener muy cerca la Ciénaga de
Zapata.
En Las Villas, fuerzas de la 3.'^ subzona destruyeron un campamen-
to rebelde en Palma Larga y Obea, alcanzando fuerte partida en Yan-
guas de Cayamas, tomando posiciones tras rudo combate, dispersán-
dola y recogiendo diez muertos, armas, municiones, caballos y efectos.
La columna tuvo un muerto, ocho heridos y tres contusos.
Las noticias que de O/iente se tenían en la Habana eran muy esca-
sas y deficientes, á causa de la luptura del cable y la falta por ende de
comunicación directa, por lo que era grande la ansiedad que reinaba
por conocer el desarrollo que allí tenían los acontecimientos.
UñliítHllHTlIíniHilíÑlifílJllIlHIIHHlItlJmHIlffHIIIIIIIIHBIIHimímiTl^^^
yp— —imiiif niwiniHiirwHWim iiiiHBiHMiniinMiiiwitniniPwwi^'-iiiiHiiiHHHiiwfwwinintiiiiiHMiiwiiiÑwiMiWriiiCTniíHHiiniinitnHSi»^
CA.PITULO XIX
tíalida de Cayo Hueso del ejército inrasor de Cuba. — Santiago incomunicado con el interior,
— ^Naevo bombardeo de Santiago. — Nuestras bajas. — Intentos de desembarco. — Impor-
tante operación militar contra los rebeldes. — Movimiento de columnas. — Combate victo-
rioso en el Principe. — ^Desembarco rechazado en Cabanas. — Llegada de la expedición
yanqui frente á Santiago de Cuba. — Desembarco y conferencia. — Rumores y noticias. —
Expectación. — Operación sobre Cayo Piedra. — Cañoneo de Casilda. — Triste impresión. —
Desembarco de le expedición yanqui en Daiquiri. — Yanquis y mambises fraternizan. —
Telegrama oficial. — La situación de Cuba.
OR fia, segúa telegrama oficial que recibió el 14 el go-
bierno norteamericano, salió de Cayo Hueso el dia
anterior la expedición militar yanqui para la invasión
de Cuba, compuesta de 14500 soldados y 773 oficia-
les, conducidos en treinta y dos transportes, cu,stodiados por
varios barcos de guerra.
El acto de la salida del ejército invasor ofrecía un espec-
táculo imponente, pues la flota se^extendía en un espacio de
muchas millas.
La expedición se calculaba llegaría á la costa [oriental de Cuba el
16 por la mañana.
Las noticias de Santiago de Cuba eran muy deficientes. La red de
cables había sufrido roturas por distintos puntos, y aunque en varios
se habían recompuesto, la comunicación no podía ser muy regular.
A media noche del 13 fué rechazado en la boca del puerto de
792
Santiígo un barco eDemigo que se acercó demasiado á las baterías
avanzadas de tierra, alejándose y contestando con dos disparos.
Al amanecer del siguiente día rcmpieron fuego sobre aquellas ba-
terías el New York, el Amazonas, y un aviso, haciendo unos 6o dispa-
ros, retirándose al contestar eljcastillo del Morro y los fuertes de Socapa .
A las cinco de la mañana ocho barcos yanquis rompieron fuego
rápido é intenso durante una hora sobre las baterías de la costa y
Aguadores, lanzando más de i,ooo proyecliles de todos calibres.
Todas nuestas baterías contestaron al fuego enemigo, viéndose
caer algunas granadas sobre los barcos americanos, en los que causaron
graves averías.
Las bajas que en nuestro ejercito y marino causaron los proyecti-
les yanquis fueron las siguientes: en las baterías del Morro y la Socapa,
tres muertos de tropa, el capitán de navio don Ricardo Brugueta heri-
do leve, el segundo teniente de artillería don Juan Artal, grave, y i6
soldados heridos, tres de ellos graves.
Algunos proyectiles disparados por el enemigo cayeron en la ba-
hía, sin causar daño ni avería alguna en nuestra escuadra.
Las fuerzas del ejército, voluntarios y bomberos estuvieron en los
puestos que les estaban designados, y la población se mostró animosa
duraiite el bombardeo.
*
Acaso para tantear el camino, los yanquis intentaron al otro día,
con poca foituna, un pequeño desembarco en Punta Cabrera, al Oeste
de Santiago.
En las primeras horas de la mañana se presentaron frente á Punta
Cabrera un acorazado y un yate americanos, que destacaron varias ca-
793
ñoneías, con fuerzas de desembarco, las cuales fueron rechazadas y
duramente castigadas por la columna del coronel Aldea, retirándose
sin conseguir su propósito y sin causar baja alguna en nuestras tropas
ni desperfectos en la obra de defensa.
En la mañana del propio día hubo otro intento de desembarco, en
tres lanchas con gente armada, en la bahía de Cabanas, protegido por
fuego de la escuadra, sien-
do igualmente rechazados
los yanquis por descargas
de fusilería de nuestras tro-
pas, y huyendo rápida-
mente con bajas.
Un cablegrama del ge-
neral Blanco del i6 anun-
ció al ministro de la Gue-
rra que seguía la incomu-
nicación entre Guantána-
mo y Santiago de Cuba,
acentuándose cada momen-
to las noticias dsl próximo
desembarco de una expedi-
ción de 25.000 americanos
por Caimanera.
Dio cuenta, además, de
una importante operación
militar realizada por los batallones de Barbón y Tetuán, en combina-
cir^n con el cañonero Hernán Cortés, sobre Punta Alegre, cerca de
C^ibarién, donde se habían reconcentrado las partidas de las jurisdic-
ciones de Remedios y Placetas, mandadas por los cabecillas Pancho
Cariillo, el negro González y José Miguel Gimez.
Blanco 100
DON VÍCTOR CONGAS
Comandante del crucero ¡.(.Infanta María Teresa»
794
Habíacse acerctdo y situado les fuerzas rebeldes en las proximida-
des de la costa, con el propósito, según se creyó, de espersr y protejer
un desembarco.
El primer encuentro fué en el paso del río Gamboa, donde fueron
batidos los insurrectos y perseguidos hacia Chambas y Caules, arro-
llándolas tn los tres puntos, en combine ción con fuerzas de marinería
embarcadas en lanchas del cañonero Hernán Cortés.
La acometida por tierra fué muy brusca y perfectamente aprove-
cbrda por el Hernán Cortés desde el mar.
El enemigo se batió con tesón, pero, no pudiendo resistir los fue-
gos de las fuerzas combinadas, se dispersó al fin en Canales, abando-
nando seis muertos, nueve caballos, armas, víveres, reses y un prisio-
nero.
La columna, que en persecución de las partidas llegó hasta Punta
Alegre, tuvo que lamentar dos muertos de tropa y un oficial y siete
soldados heridos.
*
Habiéndcse observado que las paitidas rebeldes, que en pequeños
núcleos recorrían el interior de las provincias, dedicábanse á destruir
los telégrafos, el general en jtfe organizó un movimiento de columnas
al mando del general González Parrado, en las provincias de la Hbbana
y Pinar del Río, para batirlos, escarmentarlos y dispersarlos, evitando
¿ la vez su reconcentración.
En el Csmagüey, la columna que mandaba el general Muñoz, sos-
tuvo un glorioso combate en jurisdicción del Príncipe, escarmentando
duramente al enemigo, que dejó sobre el campo 38 muertos, Uevándo-
sje muchos heridos.
795
Nuestras faerzas tuvieroa seis musrtos y 44 heridos.
En la mañana del 17 los cañones de la escuadra ameiicana rom-
pieron simultáneamente el fuego sobre la columna mandada por el
coronel Aldea y las fuerzas del comaadante Escobar, situadas en la
bahía de Cabanas y en Mazamorra.
El enemigo, creyendo haber dispersado nuestras fuerzas, intentó
el desembarco de sus tropas destacando tres grandes lanchones reple-
tos de soldados.
Los nuestros, con gran serenidad, permanecieron emboscados
hasta que estuvieron los yanquis al alcance de sus Maüsser?, y tan
pronto los tuvieron á tiro seguro, rompieron contra ellos un nutrido
fuego por descargas cerradas, ninguna de las cuales dejó de hacer
blanco.
Tan próximo y certero fué el fuego, que caus3 á los invasores
numerosas bajas, obligáadoles á huir presurosamente, sin atreverse
apenas á contestar, protegidos siempre por el fuego de cañón de sus
barcos.
No obstante el vivo cañoneo y los disparos de los rifles americanos
nuestras bajas se limitaron á un guerrillero, que desapareció, sin dejar
rastro alguno de sangre, y varios contusos de piedra.
Telegrafiaron de Nueva York el 18, que la expedición que manda-
ba el general Shafter había llegado en la mañana de este día frente á
Santiago de Cuba, y que parte de las fuerzas desembarcaron el mismo
día, y el resto lo haría al siguiente.
El general Shafter y su estado mayor fueron los primeros en sal-
tar á tierra.
Da Londres comunicaron el 19, que una parte escasa de la expe-
dición norteamericana había desembarcado el día anterior en la costa
Sur de Cuba, entre Santiago y Guantánam).
Acerca del resto de la expedición Shafter se daban dos versiones.
Según la más extendida, hsbía doblado el mismo día el cabo Maisí,
para desembarcar al siguiente en lugar donde no hubiera resistencia
de parte de nuestras tropas. Según otra versién, las fuerzas expedicio-
narias continuaban al amparo de la escuadra y á bordo de los trans-
portes.
Los americanos que habían desembarcado esperaban la inmediata
cooperación de Celixto García y Rabí para el avance.
Un despacho de la prensa asociada, expedido desde Mole Saint
Nicolás el 20, confirmó la llegada frente á Santitgo de los trícsportes
que conducían Íes tropas mandadas por el general Shafter.
Las fuerzas exredicionaiias passban de 15.0CO hombres.
Telegramas de origen noitesmericano dijeren el 21 que el almi-
rante Sam,^son y el jefe de Jas fuei zas expedicionarias, general Shafter,
desembarcaron con una pequeña escolta, el día 19, á diez y siete millas
al Oeste de Santiago y peretraron una milla en el interior, celebrando
en un despoblado con Calixto García una conferencia que duró mu-
chas horas, reembarcándose después.
En e.' a conferencia se acordó que el desembarco general de las
tropas no se emprendería hasta psssdos dos ó tres días y que antes se
desembarcarían pequeños destacamentos en distintos sitios al Este y al
Ocste de Santiago, con objeto de que los españoles se desorientaran y
dudaran de las verdaderos intenciones de los norteamericanos.
I
* *
Tuvo confidencias el general Bernal de que en Cayo Piedra, pe-
ñasco que sirve de punto de reconocimiento de la ensenada de Cárde-
nas, donde desembarcaron los yanquis cuando atacaron por vez pri-
mera dicha plaza, habían dfjfdo los americanos efectos y armas.
797
A pesar de haber algunos barcos enemigos á la vista, dispuso que
uno de los remolcadores de servicio en la bahía fuera á practicar un
reconocimiento.
El remolcador Diego, llevando á bordo gente decidida, se deslizó
hasta Cayo Piedra, y los tripulantes reconocieron minuciosamente el
peñasco, encontrando víveres y armas.
Adveitido el enemigo, hizo fuego sobre el cayo, pero ni los vale-
rosos tripulantes volvieron á bordo, ni el Diego se retiró hasta dejar
cumplida la orden.
Viendo los americanos el desdén con que aquellos arrojados tripu-
lantes recibían el fuego de sus barcos, destacaron uno para darles caza,
pero llegó tarde.
El Diego volvió al puerto con los efectos recogidos, y el baque
yanqui se retiró antes de ponerse bajo el fuego de las baterías de
tierra. .
Desmintió la tripulación que los yanquis tuvieran amarrado un
cable en aquel cayo, como se creía ea Cárdenas.
Los tripulantes del Diego fueron objeto de muchas felicitaciones.
El Cayo Piedra se halia en la parte más septentrional de la isla,
como á dos kilómetros al N. y N.E. del cayo Morito y más de cinco del
del extremo Norte de la punta de Hicacos. En él se halla instalado un
faro y pertenece al término municipal de Cárdenas.
Un buque enemigo cañoneó el día 20 á Casilda, disparando 150
proyectiles de calibre t6 y otros menores durante tres horas. Las tropas
situadas convenientemente para la defensa, que fué brillante, apoyadas
por los fuegos del i^oulón Fernando el Católico y cañonero Depen-
diente, en medio de grande entusiasmo, obligaron á retirarse al buque
sin haber logrado otra cosa que hacer ligeros desperfectos en alguna
casa y almacén.
Casilda es el puerto de Trinidad (Las Villas), con dos muelles y ua
pequeño caserío y distante de Ja ciudad uLos tres kilómetros.
im
* *
Produjeron impresión muy triste en la opinión pública los tele-
gramas oficiales de Cuba, que se recibieron el día 23, relativos al des-
e-nbarco de las fuerzas yanquis en las inmediaciones de Smtiago. El
Gobierno no ocultó esta misma impresión.
Era grave la declaración del general Cervera, diciendo que la si-
tuación era crítica y que habían desembarcado las dotaciones de Jos
buques de nuestra escuadra, para combatir en tierra, ha'ta donde al-
canzaba el número de fusiles dispoaibles.
El desembarco de los norteamericanos se verificó en Daiquiri, á
diez y siete millas al Este de Santiago, en la mañana del 22.
Poco después de las nueve la escuadra americana avanzó, situán-
dose á lo largo de la coste, y empezó á bombardear al mismo tiempo
Aguadores, Juragua, Cabanas y el Siboney, al Este y al Oeste de San-
tiago, porque eran los puntos fortificados de los cuales era necesario
desalojar á los españoles antes de marchar sobre Santiago.
El fuego de la escuadra yanqui fué muy sostenido y violento, es-
pecialmente frente á Punta Barracos, Daiquiri y Bacanao. Durante el
primer cuarto de hora los acorazados dispararon más de 50 granadas
de grueso calibre é hicieron numerosas descargas con sus cañones de
tiro rápido sobre los matorrales de la costa.
Mientras los buques cañoneaban la costa, al rededor de los trans-
portes empezaron á circular multitud de lanchas, en las que fueron
embarcando las tropas de infantería.
Protegidos por varios cruceros, que seguían haciendo fuego por
encima de la costa en que se debía verificar el desembarco, avanzaron
esas lanchas hacia tierra, á donde llegaron á las diez de la mañana.
t
799
Las primeras fuerzas que desembarcaron pertenecían al primero,
octavo, duodécimo y vigésimo quinto regimiento de infantería.
Al llegar á tierra esas fuerzas lanzaron un ¡hurral formidable, que
se oyó desde los barcos.
Cuando el desembarco se verificó, la m;r estaba completamente
tranquila, claro el cielo y una ligera brisa refrescaba la atmósfera.
Mil insurrectos, que al mando del cabecilla Castillo habían sido
conducidos con antelación en varios buques de guerra americanos
desde el Aserradero á Sigua, protegieron el desembarco.
Cuando este empezó, las tropas españolas se encontraron entre dos
fuegos; el de la escuadra que las cañoneaba, y el de la fusilería de los
insurrectos que dominaban las baterías de tierra.
Ea seguida que desembarcaron las tropas americanas, se formó el
campamento en la misma costa.
Los insurrectos, que se habían mantenido ocultos entre los mato-
rrales, se aproximaron entonces y fraternizaron con los americanos.
A las diez y media desembarcó el segundo destacamento.
La escuadra continuó el bombardeo, dirigiendo sus disparos por
encima de la línea de colinas que rodea el punto donde se efectuó el
desembarco, con objeto de protejer el campamento yanqui.
Parece que el general Shafter se proponía, primeramente, desem-
barcar en el Aserradero, siguiendo las indicaciones de Calixto García,
pero esta intención fué abandonada, porque no existe más que un ca-
mino de herradura para ir á Santiago, mientras que desde Daiquiri
hay muy buen camino y existen en esta población abundantes depósi
tos de agua potable.
A la una de la madrugada del 33 quedaron desembarcadas y acam-
padas en Daiquiri y sus cercanías todas las fuerzas expedicionarias del
general Shafter.
El telegrama oficial dando cuenta y detalles del bombardeo y de-
800
sembarco de la expedición yanqui en las costas de Santiago de Cuba,
decía así:
«Rabana, 5;.— Capitán General á ministro Guerra:
Ayer, ocho, á tres tarde, cañoneo acorazados y algunos cruceros
frente Cuba, desde Punta Cabrera á Punta Aguadores, ocasionaron un
muerto Morro, un herido, tres contusos Aguadores. Indiana averías 4
metros mura babor y tres proyectiles sobre el Texas. Resto barcos,
desde cinco mañana hasta anochecer, rudo ataque contra S'.boney y
Daiquiri, apoyando desembarco efectuado entre Daiquiri y Punta Be-
rraco, no guarnecido por tropas nuestras.
Tres compañías de Talavera, ante fuego 6) cañones cruceros y
movimiento envolvente tropas americanas desembarco, replegáronse
ordenadamente por la sierra á Vinen, y de allí á Firmeza, quemando
puesto. Sólo se sabe murió comandante militar Siboney, capitán movi-
lizado Luis Beliini, ignorándose restantes 15.
Arrasado por fuego enemigo Siboney, donde resistió general Ru-
bín, y Daiquiri también arrasado.
En Punta Cabrera, coronel Aldea rechazó por tierra ataque de
partida rebelde.
Coronel Escario salió ayer seis tarde de Manzanillo con convoy
para Cuba.
He felicitado general Linares y sus bizarras tropas por haber deja
do tan alto honor de las sumas.— Blanco.»
*
* *
La situación de Cuba empezó desde ese día á adquirir un aspecto
más íerio.
Les noticias oficiales confirmaron los despachos particulares que
801
Blanco 101
802
hablaban del desembarco de los americanos en las inmediaciones de
Sintiago da Cuba, produciendo muy honda emoción en la opinión pu
blica lo que decía el general Cervera sobre el desembarco de la gente
de á bordo para pelear en tierra y el considerar dicho general como
crítica la situación, y muy acres censuras y duros comentarios lo con-
signado en el telegrama por el general Blanco, respecto al abandono
en que se tenía á Daiquiri y el trozo de costa en que se verificó el des-
embarco.
No satisfacieron á la opinión las explicaciones que dio el Gobierno,
al que acusaron de imprevisor, de que no contaba el general Linares
con fuerzas suficientes para establecer un cordón de soldados que impi-
diese el desembarco del enemigo, porque las noticias aseguraban que
el desembarco estaba proyectado por la costa de Mariel á Cárdenas, la
cual estaba perfectamente defendida.
Ni el Gobierno ni el gobernador general de Cuba creyeron que el
enemigo se decidiese á hscer el desembarco por donde lo habia hecho,
porque su objetivo, después de conseguido, quedaba reducido á las
proporciones de cualquiera expedición filibustera de las que hasta en-
tonces se habían realizado.
La tarde del 23 de Junio fué de las que han dejado más triste im-
presión en el ánimo.
No llegamos á dudar nunca del desembarco; pero tampoco dude-
mos ni por un momento de que les costaría algunas bajas á los invaso-
res, y nunca pudimos llegar á imaginar que lo realizaran por sorpresa
y con tan inexplicable impunidad.
La expectación era grande, y grande también el ansia por ver si se
desvanecían las tristes impresiones producidas por las desagradables
noticias trasmitidas por el cable.
803
La vanguardia del ejército americano llegó el 23 por la tarde á la
ladera de la meseta que rodea el puerto de Santiago, izando la bandera
norteamericana en Jaragua.
Nuestras tropas continuaban replegándose y batiéndose en retirada
con el propósito de concentrarse en los puntos estratégicos de la sierra.
Una partida insurrecta que acompañaba á los americanos se tiroteó
con la retaguardia de nuestras fuerzas, que les causaron dos muertos y
siete heridos.
Las tropas americanas estaban rendidas por la fatiga de una mar-
cha forzada y por el calor que era terrible, y sufrían también por la
falta de víveres, porque los transportes, con el resto de las tropas an-
clados frente á Jaragua, no habían podido desembarcar ni dicho día ni
al siguiente, los víveres y hombres por el estado del mar.
El general Linares, al frente de fuerzas situadas en Pozo y Sevilla
para rechazar desembarco, fué hostilizado en la tarde del 23 y mañana
del 34 por fuerzas americanas de unos 300 hombres y fuerte núcleo de
rebeldes en Siboney y Sevilla, que le causaron un muerto, y otros dos
y tres heridos al tomar nuestras tropas posiciones para acampar.
Por la tarde del mismo día atacaron los yanquis el campamen-
to del general Rubín, siendo rechazados con bajas y perseguidos con
vivo fuego, cogiéndoles municiones y varias prendas de paño azul con
botón dorado de águila.
En la misma tarde dos buques hicieron fuego sobre Casilda, dispa-
rando en media hora más de cien proyectiles, sin otra novedad que
desperfectos en alguna casa.
En el ataque del 24 tomaron parte cinco regimientos de infantería
y varios escuadrones desmontados de la caballería yanki: en total
1. 000 hombres.
Nuestras fuerzas, que formaban un escalón avanzado, estaban cons-
tituidas por tres compañías del batallón provisional de Puerto Rico, al
804
mando del comandante don Andrés Alcañiz, dos compañías del batt-
llón de Talayera y una de movilizados.
A pesar de la inferioridad numérica, nuestras tropas «sostuvieron
el ataque con gran bizarría, obligando á los yanquis á retirarse.
El teatro de la lucha distaba seis millas de la costa y menos de cin-
co de Santiago de Cuba.
Ea el avance, la caballería yanqui de los Rougs Riders se vio obli-
gada á pasar por uq desfiladero estrechísimo, cubierto de vegetación, que
impedía ver á mayor distancia de veinte pies.
Mandaba la fuerza regular el general Young y la irregular el co-
ronel Wood.
Marchaban los Rougs Riders sin plan y seguían un estrecho cami-
no entre el bosque, haciendo un ruido espantoso.
Da repente viéronse rodeados por un destacamento español que se
hallaba emboscado, y se entabló una lucha espantosa.
A la primera descarga de nuestras tropas cayeron á tierra muchos
yanquis y rebeldes cubanos.
El jefd americano destacó una compañía á la descubierta, mandan-
do que otras dos se internaran por los matorrales de derecha á iz-
quierda.
Nuestros soldados, ocultos en la manigua, dejaron desfilar á los
exploradores, y al acercarse las dos compañías que marchaban perfecta-
mente alineadas, dispararon contra ellas. Dos soldados yanquis caye-
ron muertos y heridos otros; una bala atravesó el corazón al sargento
Hamilton Fish, aristócrata neoyoikino.
La compañía que mandaba el capitán Capson se dispersó, dispa-
rando unos contra otros: da tal molo les desorientó la sorpresa.
Advertido el coronel Roosevelt, acudió presuroso con refuerzos, é
hizo retroceder sus fuerzas para sustraerlas al fuego de los nuestros
qie, invisibles en el bosque, disparaban sobre los yanquis aturdidos
805
por ]a confusión de la sorpresa y las bajas que las primeras descargas
les hicieron.
Así permanecieron cerca de dos horas, muriendo el capitán Cap-
son V 17 ^soldados, y siendo heridos de gravedad el corresponsal del
New York /ournal, mister Marshall y 80 voluntarios.
El coronel Roosevelt, desobedecido y acosado por los suyos, los
increpó duramente, y al escuchar los gritos de terror y de maldición
que contra él lanzaban, les gritaba:
« — Defendeos, batios, en vez de jurar y maldecir.»
Y cogiendo un rifle para dar ejemplo y uniendo la acción á la pa-
labra, se puso á la cabeza de sus tropas, dirigéndose hacia el sitio don-
de estaban emboscados los españoles.
Mientras tanto, éstos disparaban descarga sobre descarga, y aun-
que los americanos trataron de hacer frente y avanzar, viéronse obli-
gados á huir á la desbandada.
Los oficiales trataron de detenerlos, y los buques auxiliares procu-
raron barrer el flinco de nuestras tropas; pero los disparos de su arti-
llería no alcanzaban al lugar de la acción.
Merced á la llegada de fuerzas de caballería del regimiento ig.' no
fué copada la vanguardia americana.
Confesó el corresponsal Marshall que los españoles no tuvieron ni
una sola baja.
En el combate perecieron, además, seis oficiales norteamericanos.
***
Reunidas varias compañías, dispuriéronse á atacar á las tropas es-
pañolas que se extendían en una zona de veinte millas. Ea este nuevo
avance los Rougs Riders lograron fácilmente apoderarse de Altares, de
806
donde se retiró nuestro destacamento para replegarse en el campo
atrincherado con las demás fuerzas concentradas.
Descansaron y almorzaron allí, comenzando luego á subir la cues-
ta que conduce á la meseta que separa Santiago del mar.
La íatiga de la pendiente y, sobre todo, el terrible calor que expe-
rimentaban, les obligó á descansar de continuo y á desistir de sus pro-
pósitos, por sufrir muchos casos de insolación.
En la mañana del siguiente día 25 fué atacada la columna del ge-
neral Rubin, á las inmediatas órdenes del general Linares, entre los al-
tos de Sevilla y la costa, por fuerzas yanquis considerables, apoyadas
por artillería, que avanzaron decididamente presentándose al descu-
bierto, siendo rechazadas con numerosas b&jas vistas, observándose ya
que operaban en combinación coa partidas rebeldes, los cuales grita-
ban ¡viva Cuba independiente!
Al mediodía y por la tarde reanudaron el atique con igual resul-
tado, apoyados por el fuego de la escuadra, que cañoneó la costa, é in-
tentando tomar las lomas á la bayoneta y sufriendo muchas bajas.
Nuestras pérdidas, en ambas jornadas, fueron de ocho muertos de
tropa y tres oficiales y 24 soldados heridos, distinguiéndose notable-
mente en los combates el jefe en comisión del batallón provisional de
Puerto Rico, comandante don Andrés Alcañiz y el coronel de caballe-
ría don Domingo Borry.
La circunstancia de no poder tomar la ofensiva hasta la llegada de
las 'ropas de auxilio de Manzanillo y la de quedar debilitada la defen-
sa exterior de la ciudad, determinaron al general Linares á replegar en
las trincheras las fuerzas; operación que efectuó sin ser hostilizado por
el enemigo.
En la tarde del 26 desembarcó en la costa de Daiquiri el resto de
la fuerza yanqui expedicionaria.
Ocho mil soldados americanos se extendían en siete millas alrede-
dor de Siboney.
807
Los ingenieros se adelantaron para construir un camino que facili-
tase el paso de la artillería de sitio é impedimenta á diez millas de San-
tiago de Cuba. Este camino lo ocuparían 4,000 insurrectos al mando de
Calixto García.
El calor era asfixiante y los soldados norteamericanos arrojaban
por los caminos las mantas y abrigos y muchos caminaban ya descalzos.
Los generales smericanos confesaban que se había incurrido en un
grave error equipando á sus tropas como si fueran á una excursión al
Polo Norte.
En una reunión que celebraron dicho día'26 varios generales yan-
quis y cabíciUas rebeldes, Shaftcr neclaró ingécuamente que habla te-
nido la esperanza de apoderarse squel mismo día de la plpza de Santia-
go, pero que comprendía ya que había de tardar aún ocho ó diez días.
Otros jefes indicaron que, á su juicio, la plaza resistiría un mes,
pues aún quedaban en ella provisiones para treinta días y esperabnn
también que las tropas españolas de otras zonas de la provincia acu-
dieran en defensa de la capital.
Según los informes trasmitidos por les insurrectos, las fuei zas de
todas clases que á la fecha defendían á Santiago de Cuba no llegaban s
8,000 hombres; pero este número lo estimaban suficiente para una de-
fensa larga y empeñada.
Hablóse en la reunión de la prc'xima llegada del general Pando
con tropas de auxilio, inclinándose la mayoría á creer que no llegaría
á tiempo, pues tendría que recorrer cuando menos doscientas millas de
un territorio muy accidentado y donde los insurrectos tenían estable-
cidas numerosas emboscadas.
Además las tropas de socorro necesitaban llevar convoyes impot-
tantes y de difícil transporte.
CAPITULO XX
El ataque á Santiago de Cuba. — Gloria estéril. — Avance del ejército invasor. — Las fuerzas
yanquis. — Las tropas españolas. — Rudo combate en El Caney. — Las dos escuadras. —
Heroica defensa de El Caney. — Muerte gloriosa del general Vara de Rey. — Retirada á
Santiago. — En Aguadores. —Nuestras bajas. — La retirada de nuestra? tropas. — Las
bajas del enemigo. — Nuestro saludo á los héroes de la jornada. — Elogios al valor de
nuestros soldados. — :Los esfuerzos del Gobierno. — Por ineptitud é imprevisión.
' ucEDió lo que era de temer. Cunndo el Gobierno y sus
optimistas defensores, para disculpar sus imprevisiones
y tranquilizar á las gentes, aseguraba que las columnas
de refuerzo llegarían á Santiago de Cuba en siete ú ocho
jornadas, pensamos, como hemos consignado anteriormente,
que, desgraciadamente, esto no era posible, porque lo mis-
mo desde Manzanillo que desde Holguín se harían las jor-
nadas con dificultades de tal naturaleza, que no podía aven-
turarse nadie á fijar plazos para recorrer la distancia que
separa á Santiago de los puntos de partida de las columnas que acu-
dían en socorro de la plaza amenszada, al frente del general Nario y el
coronel Escario.
Y, con efecto, el formidable ataque se realizó sin que aquella» co-
lumnas hubiesen podido reforzar los escasos elementos de resistencia
con que contaba el general Linares.
809
Grandes fueron las responsabilidades 'que contrajeron en este tre
mendo problema el Gobierno y los por él elegidos para defender la
honra y el territorio nacional, pero ninguna tan grande, ninguna que
merezca protesta más enérgica y acusación más resuelta que esta impre-
visión misma, este abanlono sin ejemplo en que se dejara á un puñado
de valientes que conquistaron la admiración del mundo.
Y fué la más grave de todas, por que existían elementos sobrados
6-1 Cuba para haber hacho
inexpugaabies las posiciones
que defendían á Santiago;
porque hubo tiempo sobrado
para realizar esa obra nació -
nal, y porque de haberse
cumplido con el deber, se
contara con grandes probabi-
lidades de que la guerra hu-
biese hecho crisis en los des-
filaderos de Firmeza, al pie
de las lomas del Caney, á
orillas del río San Juan y en
las vertientes de Sevilla.
Si; allí se pudo y se debió
vencer á ese formidable ene-
migo; y allí se escribió, es verdad, una página gloriosa, pero no se
venció.
Santiago de Cuba quedó cercado por el ejército invasor después
del sangriento y glorioso combate del i." de Julio. Sobre aquella vieja
poblfcián sin defensas enfilaría el enemigo los cañones que emplazase
en las posiciones tan heroica y tenazmente defendida y regadas con la
sangre de nuestros heroicos soldados. - - ' • <
Blanco 102
CORONEL DE ARLILLERIA Sr. ORDONEZ
810
Santiago de Cuba no tenía murallas ni castillos; era una población
abierta.
Desde el Caney enfilaiían el Campo de Marte, el magnífico Hos-
pital levantado en la parte alta de Ja ciudad y cortarían el camino de
El Cristo, la linea férrea de Sabanillss y la parte del cementerio (lla-
mado vulgarmente Car grt jera), donde se dio sepultura al célebre
agitador Maití; desde loma de San Juan podrían enfilar la parte nueva
de Santo Tomás hasta la Catedral y Plaza de Armas, batiendo también
la Alameda y los muelles.
La población de Santiago de Cuba no tenía ctras defensas que los
atrincheramientos que se habían levantado en aquellos últimos áias y
oun círculo metálico ó alambrado ante el cual se contuvo el enemig
en su avance por un campo de muerte.
* *
El telegrama del capitán general de Cuba dando cuenta del com-
bate librado el día i.° do Julio en las cercanías de Santiago, nos apenó
profundamente. Herido de gravedad el general Linares, muerto glo-
riosamente el general Vara de Rey, hei ido gravemente el capitán de
navio señor Bustamante, salvada la artilleiía á costa de mucha sangre,
evacuado El Caney tras gloriosa resistencia, sólo nos quedó, para con-
solarnos de tan triíte jornada, la justicia que los corresponsales yan
quis hicieron al hei cismo de nuestros soldados, y la seguridad de que
les pccos que aún estaban en pie, sabiían morir con el mismo valor que
sus compañeros.
Acaso haya quien diga hoy que si peleábamos por el honor, á sal-
vo lo dejaron aquel día y aún mis enaltecido lo dtjaiian al otro los
defensores de Santiago de Cuba, tendidos á la fue iza abrumadora é
811
incontrastable del número. Pero por ser verdad incontrovertible, for -
zosamente hay que pensar en quién fué el responsable de que sólo un
puñado de hombres (5.000 soldados á lo sumo) hubiera defendido á
Santiago de Cuba.
No basta con la satisfacción de que los españoles se batieran como
siempre, heroicamente. ¿Por qué no se batieron en condiciones de
igualdad? ¿Por qué se les dejó morir sin provecho?
Estéril fué el sacrificio de los que durante los tres años de guerra
perecieron en Cuba defendiendo la integridad de España; estéril fué el
heroico sacrificio de los defensores de Santiago. Escribieron, sí, una
página de oro más ea la patria historia; pero sus resplandores no ami-
noraron las desastrosas consecuencias del vencimiento.
Aunque los barcos que mandaba el almirante Cervera se hubieran
hundido con más gloria que los que perecieron en Trafalgar, y aunque
Santiago de Cuba hubiera caido con honra mayor que la de Numancia,
la Nación, que ya se sentía desmembrada y rota, tiene que pensar con
serenidad en el enemigo interior que la puso casi á merced del ex-
tranjero.
***
A consecuencia de la retirada forzosa de nuestras tropas de los
puntos de la costa qu3 guarnecían y que no les fué posible mantener,
el ejército invasor continuó sin lucha su avance hasta el pie de las po-
siciones que aquéllas ocupaban en las lomas que rodean á Sautiago de
Cuba.
Los yanquis ocupaban frente á la plaza cercada una extensión de
cinco millas, desde Peluca, al S. E., hasta El Caney, alN. E. de Santia-
go, formando un semicírculo acentuado coa los refusrzos de rebeldes
mandidos por Cilixto Gircía.
812
La segunda división del general Wtieeler que formaba el ala iz-
quierda, se componía de dos brigadas de cababallería, con los Rough-
Riders en el extremo.
Ocupaba el centro la división del general L&wton, compuesta de
1 s brigadas Cheffre, Miles y Wankowes. Estas fuerzas acampaban
cerca de Sevilla.
Los españoles se hallaban coEcentrsdos en las defensas de Santia-
go, teniéndolo todo dispuesto en previsión del ataque.
El avacce de la columna Escario precipitó el atsque, á pesar de
haber quedado atiás la artillería de sitio.
El general Shífter contaba con más de 23. eco hombres de todas
armas, incluyendo en esta cifra 5.000 insurrectos.
En cambio las íueizes españolas del general Linares no llegaban á
6.000 soldados.
Defendía la iirportante posición de Loma de San Juan, el corocel
Baquero, con i.cco hombres; la no menos importante de El Caney, el
general Vi ra del Rey, con 450; y las lomas sobre la playa de Aguado-
res el general Rubín, en combinación con las baterías de tierra que
defendían el puerto.
El plan de ataque de los yanquis era apoderarse de las fortificacio •
nes del puerto, mientras que Sampson forzaría la entrada del mismo
para batir á la escuadra de Cerveía.
*■
* #
A las siete de la mañana del citado día i.°, el general Sbafter dio
la orden para que comenzara el ataque.
El díi estaba bochornoso; hacía un calor asfixiante, insoportable.
El sol, que abrasaba, que parecía despedir rayos de fuego, y la falta
absoluta de viento, hacían irrespirable el ambiente.
813
Yanquis y mambises, casi en cueros, ofrecían el aspecto de un
ejército de bárbaros. Algunos llevaban el cinturón con los cartuchos á
modo de taparrabos. Era lo úaico que cubría sus carnes.
El combate en esas condiciones era horrible. Bajo aquel sol de plo-
mo, entre los olores nauseabundos de una vegetación fermentada, te-
niendo que abrirse camino con el machete á través de piteras y plantas
venenosas, era la pelea durísima para uno y otro bando.
Las lluvias torrenciales de los días anteriores habían hecho más
difícil y penosa la marcha por aquellos campos, convertidos en loda-
zales.
El toque de generala en el campo de los sitiadores era coreado con
algunos gritos de ¡Viva Cuba libre!, que iniciaban los insurrectos y que
repetían los norteamericanos.
En tanto, de la parte de la ciudad cercada se oían formidables y
entusiastas gritos de ¡viva Españal
En ambos lados había muchas ansias de combatir.
Como sucede con todas las tropas inexpertas, paco acostumbradas
á la guerra, los americanos iniciaron el ataque vigorosamente contra
las obras exteriores de Santiago. Yanquis y mambises avanzaron á un
tiempo mismo en tres direcciones. Las brigadas Lawton y Wheeler
atacaron El Caney; el general Kent con sus fuerzas marchó sobre Agua-
dores, y simultáneamente el cabecilla Calixto García con su gente
avanzó hacia El Caney por el Sudeste de aquella posición, mientras
otras divisiones americanas se lanzaron sobre Santiago por el Este, pre-
sentando las fuerzas yanquis un frente sólido desde la costa hasta las
obras defensivas septentrionales de la plaza.
Las flotas americana y española rompieron fuego y trabaron bata-
lla desde que se iniciara el ataque, apoyando respsctivamente sus ejér-
citos de tierra.
Los barcos de Sampson intentaron dastrair, sin conseguirlo, las
814
baterías de Aguadores, ea tanto que los buques de Cervera lanzaban
granadas contra las líneas americanas y cubana.
Tan grande lué el estrago que desde un principia hicieron en las
filas enemigas las certeros proyectiles de nuestra escuadra, que sembra-
ron el pánico y la dispersióa de los primeros batallones de infantería
yanqui.
En su vista, el general Shafter hizo colocar dos baterías de artille-
ría ligera al frente de las tropas y, poniéndose á la cabeza de éstas, si-
guió el avance y comenzó la batalla atacando El Caney.
*
* *
Bien pronto el general Wheeler, al frente de la caballería, y Calix-
to Gaicia con los mambises que mandaba, uaiéronse á las fuerzas del
general Lí.'wton, que marchaban sobre El Caney.
Durante algún tiempo, nuestros soldados se batieron con bravura,
con desesperación, defendiendo sus posiciones heroicamente y conte-
niendo el avance del enemigo, á fin de conservar el poblado; pero los
americanos, con su superioridad numérica y su artillería, fueron ga-
nando gradualmente el terreno, defendido palmo á palmo, logrando al
fin rechazar á los nuestros hacia la población.
Allí se defiende el general Vara de Rey, con su escasa fuerza, de los
seis mil hombres que le ataca, logrando sostenerse en lucha desespera
da y heroica hasta la caida de la tarde, en que advirtió que había que
dado fuera de combate más de la mitad de su gente.
Intentó aún seguir combatiendo, y en el momento mismo en que
el enemigo, después de regar el campo de muertos y heridos, lograba
por su enorme superioridad apoderarse de las. últimas posiciones que
aquel valeroso general defendía, una bala enemiga le arrebató la vida,
y su cadáver cayó en poder de las tropas yanquis.
815
Entonces el teniente coronel del regimiento de la Constitución ini -
ció la retirada con los 200 hombres que quedaban de los heroicos de-
fensores de El Caney, llegando esta pequeña fuerza á Santiago de Cuba
al anochecer del mismo día.
*
* *
A la misma hora, el general Kent, que mandaba el centro del
ejército invasor, partió sobre Aguadores, al pié de las lomas de San
Juan.
Otros seis mil americanos de todas armas, con numerosa y gruesa
artillería, realizaron el ataque á Loma San Juan, á donde se dirigió el
general Linares á encargarse personalmente del mando de las fuerzas
y de la dirección del combate.
Tres horas duró la lucha: la resistencia fué desesperada; la acome-
tida resuelta. Cuantas veces intentaba la infantería yanqui llegar á
nuestras trincheras, otrss tantas era rechazada por «us denodados de
fensores, los cuales demostraron, con sus jefes y oficiales á la cabeza,
una gran serenidad y disciplina en los fuegos.
Aguadores fué tan bravamente defendido como El Caney; defendi-
do con verdadero encarnizamiento. Nuestros soldados se batieron allí
uno contra diez, con un valor extraordinario, admirado y celebrado
por los mismos enemigos.
Sampson, en vista de la tenaz resistencia que ofrecían los españo
les, mandó á la escuadra bombardeara con furia la playa de Aguadores
y las líneas españolas, á la vez que las fuerzas de ^tierra atacaban con
desesperación nuestras posiciones: pero ni éstas fueron ocupadas por
los yanquis, ni la escuadra americana logró realizar el desembarco de
refuerzos que por aquella pBrte intentó.
816
Al mismo tiempo, tres barcos de la flota americana bombardeaban
las baterías del Este y del Morro, siendo en tal momento espantosa la
carnicería causada por el combate. Una compañía de las tropas yanquis
fué aniquilada completamente por las granadas que dispararon los
obuses españoles.
Al fin, las fuerzas españolas que defendían Aguadores, ante la fuer-
za del número, que no vencidos por el valor del enemigo, tuvieron
también que replegurse sobre Santiago de Cuba, retirándose tan orde-
nadamente que no sólo pudieron recoger y llevarse sus heridos sino
muchos del enemigo.
Las fuerzas americanas y cubanas presentaban entonces una línea
no interrumpida, desde el Sudeste hasta el Norte de la ciudad.
Durante la noche nuestras baterías lanzaron granadas sobre las
líneas americanas. Uno de estos proyectiles, certersmente disparado,
cayó en medio de una compañía yanqui, destruye idola por completo,
matando ó hiriendo á todos sus individuos y sembrando el espaoto y
la consternación en aquel punto de la línea de combate.
El avance del ejército invasor quedó detenido á una milla de la
ciudad cercada.
Era ya de noche cuando cesó la batalla, y sólo sus sombras detu-
vieron el coraje y el empuje de los combatientes de ambos bandos.
En Siboney las fortificaciones españolas resistieron con gran ven.
taja el ataque del enemigo.
Las granadas lanzadas por los barcos de la escuadra de Cervera
causaron grandes pérdidas entre los americanos, cuando éstos tocaban
ya las defensas exteriores de Santiago.
817
El fuego que hacían nuestros marinos detuvo á los yanquis cuando
se apoderaban ya de los hilos de hierro de barbeta que formaban la alam-
brada de ocho pies de altura que había delante de la ciudad.
Las pérdidas del ejército norteamericano se calcularon en más de
mil bajas.
Ese número de bajas, verdaderamente terrible, causó gian sensa-
ción en la opinión americana, y aún más horrendo efecto en el ejército
sitiador, atribuyéndose tan desastrosos efectos al error de poner la in-
fanteiía en pelotones, detrás de las
baterías americanas, porque em-
pleando sus cañones pólvora que
producía densa humareda, ésta ser-
vía de blanco y permitía á los es-
pañoles hacer un tiro certero.
El usar nuestras 'tropas pólvora
sin humo dificultó que las baterías
yanquis pudieran conocer, ni aún
aproximadamente, la posición que
ocupaban nuestras fuerzas.
En la dura jornada tuvieron
nuestras tropas muy sensibles y
considerables bajas: en las lomas
de San Juan murieron el ayudante de artillería señor Domínguez, dos
oficiales y 25 soldados, y íueron heridos aójefes y oficiales y más de 300
de tropa.
En esas posiciones cayó herido levemente, por un casco de grana-
da en el brazo izquierdo, el comandante general de Santiago de Cuba,
general Linares, siendo también heridos el coronel de artillería señor
Ordoñez, en una pierna; el coronel de ingenieros señor Caula; el jefe
de Estado mayor de la escuadra señor Busíamante, que mandaba los
Blanco 103
EL GENERAL VARA DE REY
818
290 soldados de marinería desembarcados, y los ayudantes del general
Linares, comandantes señores Lamadrid y A.rráiz.
I
.*.
Desde el fondo de nuestra alma enviamos una salutación fervorosa
al bizarro general Linares y á los cinco mil héroes que en aquella me-
morable y gloriosa jornada pelearon como españoles del tiempo épico
en las líneas exteriores de Santiago de Cuba.
Tenían que contrarrestar un número cuadruplicado de enemigos, y
lo hicieron desoí á sol, disputando pulgada por pulgada el terreno.
No hubo en ellos un minuto de descanso ni un asomo de indeci -
sión, ante la masa enorme que por todas partes se les echara encima.
Seis mil soldados yanquis de todas armas atacaron el poblado de El
Caney, defendido por cuatro compañías de 80 soldados españoles de
infantería, al mando del bravo general Vara de Rey.
Pues bien; el valeroso jefe no contó las fuerzas del enemigo. ¡Qaé
le importaban! Hubieran sido, no diez, sino cien veces superiores, y
contra ellos hubiera luchado hasta morir, como lo hizo. El general Vara
de Rey fué un héroe más, que enaltecerá la historia.
En aquel miserable poblado de El Caney estaban representados el
honor de la bandera y la honradez de la patria, y Vara de Rey, antes de
rendirse, prefirió morir gloriosamente.
¡Muerte gloriosa y digna de un general español!
...Y al replegarse cuando faltó la luz, salvaron la artillería, y se
llevaron no tan solo sus heridos, sino muchos de los que, en las em-
bestidas á Lomas de San Juan y El Caney, habían dejado sus agresores.
Dolorosas fueron nuestras pérdidas, pero evidentemente fueron in-
finitamente mayores las de! ejército americano.
819
El general Shaíter declaró sinceramente, que al comunicar el nú-
mero de sus bajas — lo había calculado en más de 500 — habíase quedado
muy corto, y pedía que se le enviase sin demora un nuevo buque hos-
pital con cuarenta médicos y todo el correspondiente servicio.
Al otro día salió de Nueva York el Relief, habilitado con 500 camas.
Cabía suponer, por tanto, que pasaron de mil quinientas las bajas
del enemigo.
Además, nuestros mismos adversarios se encargaron de enaltectr
el valor y la disciplina de nuestros soldados y de decirnos que en los
círculos militares de Washington reinaba, con motivo de la terrible
jornada, preocupaciones muy serias.
¿Significó eso que habíamos obtenido una victoria?
No: 5.000 hombres, faltos de medios y recursos, no podían acabar
con 24.000 á quienes sobraba todo; 5.000 héroes abandonados, no triun-
fan jamás por completo de 24.000 agresores, á los cuales una adminis-
tración solícita ha proporcionado sin tasa lo necesario y lo supérfluo.
Lo que sí significa es que de haber llegado á punto, como debie-
ron llegar, los refuerzos prometidos al heroico Linares, y de haberse
hallado Santiago de Cuba en las condiciones defensivas en que cual-
quier gobierno capaz, c»ón mes y medio de plszo la hubiera puesto, el
término de la gloriosa jornada hubiera sido volver de cabeza á la playa
el invasor, y tal vez reembarcarse á escape nuestros soberbios enemigos.
Nuestro Gobierno y nuestra administración hicieron en Cuba lo
que, á contar de principios de Marzo de aquel mismo año, estaban hacien-
do en Filipinas.
Creyérase que desde el comienzo de la guerra consideraban la vic-
toria imposible, y contaban para todas sus combinaciones con la derro-
ta inevitable.
Creyérasj que estando seguros de un fracaso irremisible no traba-
jaban ni se esforzaban sino para precipitarlo.
820
Así vino á pasos agigantados, aún antes de lo que pudiéramos es-
perar, la catástrofe total, diríase que deseada por algunos menguados
politicastros españoles.
Y la culpa toda fué del Gobierno inepto^ que privó á nuestro va-
leroso y heroico ejército de auxilios y recursos, y que lo abandonó á su
triste suerte, por torpeza y por imprevisión.
CAPITULO XXI
Heroismo de nuestros mai'inos. — La catástrofe de Santiago de Cuba. — Destrucción y pérdida
de la escuadra de Cervera. — El combate naval. — Gloriosa hecatombe. — El parte de Shaf-
ter. — Relato del hoiroroso combate.— Expectación en la Habana. — Recogimiento y amar-
gura.— Alocución del general Blanco. — Terrible dilema. — Angustiosa alternativa del
contralmirante Cervera. — Cruento vía crucis. — El desastre estaba previsto. — lío era po-
sible otro desenlace. — ¡Felices los muertos!
N la historia de las modernas guerras navales, no se re -
gistra un acto de temerario heroismo semejante al rea-
lizado por la escuadra del almirante Cervera.
A fines del siglo pasado, y en los comienzos del
^ actual, barcos de madera muy inferiores en número á los ene-
migos llevaron alguna vez á buen término empresas análogas.
r0 Pero tal intento contra naves como las de ahora, potentísi-
mas por el armamento, por la impulsión y por la masa, no se
había visto nunca.
Cuatro cruceros de 7.000 toneladas intentaron abrirse paso por en
medio de una escuadra, en la cual figuraban siete acorazados de más de
10.000 y otros quince buques de primer orden.
Y no salieron los nuestros aprovechando la obscuridad de la noche,
sino á la plena luz del día.
No embistieron como quien huye, ni como quien busca en trance
822
desesperado la muerte, sino con la bizarría inteligente del que espera
salvar la honra y conservar la vida en servicio de la patria.
A las nueve y tres cuartos de la mañana iel tres de Julio iniciaron
á cara descubierta el ataque; pero á poco de salir se perdió el orden de
marche, obligados por el círculo de luego del potente enemigo.
Nuestros buques procuraron entonces salir de las líneas americanas;
pero los barcos de esta escuadra se repartieron las presas, acosando á
cada uno de los españoles varios buques yanquis.
Marchaban combatiendo, entre un fuego horrible que sobre ellos
hacían siete acorazados enemigos que los acosaban muy de cerca, vo-
mitando metralla por las bocas de centenares de cañones.
Mientras, los destructores i^«/-or y Pintón desaparecían entre las
olas ensangrentadas, y los tripulantes que lograron salvarse perdían de
vista á los cuatro cruceros.
Desde las baterías de la boca del puerto, desde la casa del vigía,
veíase maniobrar á los barcos y se oía el tremendo cañoneo.
Ante espectáculo tan imponente y desconsolador, los de tierra,
aterrados, se convencieron pronto de que el desastre era inevitable, no
tardando en verlo convertido en horrible realidad al distinguir los res-
plandores de grandes incendios y las inmensas columnas de humo que
se elevaban al cielo.
Casi al mismo tiempo sufría el Infanta Marta Teresa averies graví-
simas que le inutilizaban para el combite y para la huida, y el Oquen-
do era presa de un formidable incendio.
Perdidos, sin medios de lucha, viraron hacia la costa y, con un su-
premo esfuerzo de máquina, embarrancaron y se hundieron.
823
El terrible choque produjo explosiones tremendas, y la muerte pro-
dujo horribles estragos en las tripulaciones.
Villsamil, el jefe de Estado mayor de la escuadra, y Lazaga, co-
mandante del Oquendo. prefirieron sepultarse con su barco en aquellos
mares malditos, á pa.3ar por Ja pesadumbre de tamaña desgracia.
Lanzaron botes los buques enemigos para recoger á los infelices
marinos que habían salvado la vida, y mientras se realizaba esta opera-
ción dolorosa, á poca distancia, á la vista, serpenteaba el Vizcaya, echan-
do fuego por sus chimeneas y disparando sus cañones para lograr su
salvación; pero acosado muy de cerca por dos acorazados enemigos, un
proyectil del calibre más grueso le destrozó la pjpa; tras aquel la alean
zaron otros, y el buque cayó al fin, embarrancando como los demás, se-
pultándose entre explosiones y gritos de muerte.
Su comandante, señor Eulate, estaba herido y fué hecho prisionero
al igual que los demás.
Algo más lejos luchaba sún í1 Cristóbal Colón por librarse de seis
acorazados que lo cercaban y ametrallaban; habría escapado por velo-
cidad, pero el cerco no podía romperse, y haciendo uso de todos sus
elementos, disparó hasta reventar algunos cañones, enderezó la proa á
la costa, embarrancó con violencia, se abrieron les compartimientos,
inundóse el buque, arrastraron las aguas al mar muchos cadáveres, y
con la pérdida del Colón terminó esa gran tragedia con que puso tér-
mino á su existencia la escuadra del almirante Cervera, de la que sólo
se salvaron i6o hombres, que lograron ganar á nado la orilla y llegar
al pié de las baterías de la boca del puerto de Santiago.
* *
Los restos de la escuadra
Los seis barcos perdidos; entre sus ruinas y flotando sobre olas de
824
sangre, seiscientos cadáveres; á bordo de los buques ameri anos 260
heridos y más de i.ooj prisioneros.
Consumada la hecatombe, la escuadra de Sampson se alejó del
Oeste; quedó la costa en silencio, y el almirante americano dirigióse con
su presa á la playa del Este para conducir al campamento del Siboney
á los prisioneros y telegrafiar desde allí á su Gobierno el resultado de
la hazaña.
El despacho de Sampson, fechado en Sibaney el día 3, decía lo si •
guíente:
«Mi escuadra ofrece á la nación como regalo, con ocasión de la fies-
ta de la independencia, la destrucción de toda la escuadra de Cervera.
Ninguno escapó.
A las nueve y media de la mañana la flota española trató de huir,
y á las dos de la tarde el último barco, el Cristóbal Colón, embarrancó
á sesenta millas del Oeste de Santiago y arrió el pabellón.
El María Teresa, el Oquendo y el Vi:^.:ay3. viéronse obligados á
encallar, incendiados y deshechos, á veinte millas de Santiago.
El Furor y el Plutón fueron destruidos á menos de cuatro millas
del puerto.
Nuestras pérdidas consisten en un muerto y dos heridos.
Las del enemigo llegan á algunos cientos, por los cañonazos, las
explosiones y los ahogados.
Hemos hecho unos 1.300 prisioneros, entre ellos el almirante Cer-
vera.— Sampson. ii>
Paitió de Santiago de Cuba la escuadra española contando con la
única probabilidad de burlar la vigilancia del almirante americano
Sampson.
«—He preferido— dijo el almirante Cervera, explicando su salida
de la bahía de Santiago de Cuba,— correr el riesgo de un combate en
alta mar y sucumbir peleando, que morir en la bahía como en una ra-
tonera.»
825
El 29 de Junio, el almirante Cervera resolvió abandonar la bahía
de Santiago, de conformidad á las instrucciones enviadas de Madrid,
ordenándole que fuese á la Habana para cooperar á su defensa.
Hizose carbón y renováronse las provisiones; se llamó á bordo á
los destacamentos que hibían desembarcado, y aunque estaban todos
convencidos de que el riesgo era inminente, obedecióse implícitamente
las órdenes recibidas, discutiéndose tan solo los planes de salida.
El dOTsingo 3 de Julio, á las nueve de la mañana, zarpó de bahía
la escuadra á todo vapor. Abría la marcha el Cristóbal Colón, siguién-
dole, por el orden que los
mencionamos , el Vizcaya ,
Injanta María Teresa, el
Oquendo, el Furor, el Pin-
tón y un cañonero.
Diez minutos después de
salir á la mar, comenzó el
combate. El barco insignia,
si mando del almirante Cer-
rvera, fué el primero en rom-
per el fuego. Los cañones del
Infanta María Teresa %^ a.-
lentaron tanto, que se hicie-
ron inmanejables.
El Colón ^ el Vi\caya y el Oquendo seguían al barco almirante, y
tras ellos iban los torpederos.
Los barcos americanos tomaron posiciones; pero sólo comenzaron
el fuego cuando los españoles habían franqueado ya la entrada del
puerto.
Tan pronto como estuvieron al alcance de sus tiros, los acorazados
íimericsnos rompieron el fuego.
Blanco 104
GENERAL TORAL
826
Los espinóles tuvieron que afrontar un verdadero huracán de ba-
las y de granadas, y á pesar de que su inferioridad era mayor de lo que
batían crtído, batiéronse heroicamente.
No pudiendo resiitir el hcrrible fuego de los yanquis, el Oquendo
y el VÍT^caya apartáronse de la costa, siguiendo los movimientos del bu-
que almirante, en la derrota segura de la muerte.
El Cristóbal Colón contestó bravamente; pero se vio forzado tam-
bién á dirigirse hacia la costa cuando se hallaba á diez millas del
Moiro. El Oregón, el Brooklyn y otros varios navios ameiicanos lo
persiguieron, arrojando constantemente sobre él una lluvia de plomo.
Los tiipulantes españoles desplegaron la mayor bravura, el valor
más heroico; peí o hubieron de incumbir ante la superioridad del nú-
mero.
El Colón, que coEtestaba al fuego con sus cañones de popa, escapd
por de pronto al tiro de los barcos americanos, á causa de su velocidad
superioj; pero perseguido y acosado de cerca por el lowa y el Oregón^
vióse obligado á embarrancsr y á rendirse, ante la imposibilidad de es-
capar de los tiros del Oregón.
* *
Una vez embarrancados nuestros barcos en la costa, las tripulacio-
nes los abandonaron, y,' con ayuda de las embarcaciones enviadas por
los americanos, ganaron tierra, entregándose á discreción al enemigo,
que desembarcó un destacamento para proteger á los prisioneros contra
las partidas de insurrectos.
Estos se hallaban al acecho, emboscados en la manigua, en el flan-
co de una colina. Desde allí se disponían á caer como fieras hambtiea-
t is sobre los náufragos españoles.
Tres horas^después de haber salido la flota de Cervera de Santiago
827
de Cuba, tres cruceros y dos torpederos yacían en la playa, rotos, des-
hechos, á diez ó quince millas al Oaste del Morro.
Las llamas y el humo salían á raudales de sus costados, cubriendo
la línea de la co3ta de uaa niebla espesa que se podía ver á la distancia
de muchas millas desde el mar.
Cuando el fuego llegaba á los pañoles, donde se almacenaban las
municiones, sonaban explosiones formidables, y nuestros barcos se
hu adían profundamente en la playa, donde sus cascos se destrozaban
al contacto con las rocas y empujados por las olas.
El contralmirante Cervera tocó tierra en una embarcación enviada
por el barco americano Glowcester en auxilio de los tripulantes del
María Teresa.
Tan pronto como Cervera saltó á tierra, se rindió al teniente Mor-
ton y pidió ser conducido á bordo del Glowcester, úaico barco ameri-
cano que estaba allí cerca.
Cuando llegó á la escala de embarque del buque yanqui, acompa-
ñado de varios oficiales, entre los que se contaba el comandante del bu-
que almirante, fué acogido cortesmente por el teniente Wainwright,
comandante del Glowcester.
El oficial norteamericano estrechóle la mano, y le dijo:
«—Yo os felicito, señor, por el valor con que habéis combatido, va-
lor tan grande como jamás S3 ha visto en el mar».
***
Comunicada á Shafter la destrucción de la escuadra española, dictó
aquél una orden general para hacer conocer el suceso á las fuerzas de
su mando.
Ddsde ese campamento, con la autorización de Sampson, dio parte
el general Cervera al general Blanco del terrible desastre.
Dssde que se supo en la Habana la salida de la escuadra de Cer-
828
vera déla bahía de Santiago de Cuba, aumentó de modo extraordinario
la espectacióa pública.
Los detalles que ya se conocían de los combates librados en tierra
habían emocionado á la opinión de tal suerte, que toda la atención de
las autoridades superiores, centros, prensa y pueblo, se había reconcen-
trado en los sucesos que se desarrollaban á las puertas de la capital de
Oriente.
Respiró la opinión al conocer las primeras noticias sobre la salida
de los barcos, porque se creyó que habísn logrado romper el bloqueo
los cuatro cruceros y que navegaban con lumbo á la Flabana, donde se
les esperaba con arfiedad grande; pero el día 4 por la mfñana empe-
zaron á circular los primeros tumores del desastre, produciendo alarma
extraordiraria en todas las clases sociales.
Ya á la caída de la tarde adquiíieron confirmación los tristes anun-
cios, produciendo la deplorable noticia emoción vivísima en todos los
contristados ánimos españoles.
Al recibir el capitán general el parte del contralmirante Cervera,
experimentó profunda y natural emoción; al comunicarlo á las perso-
nas que solicitaban de él detalles, procuró revelar una gran serenidad
de espíritu.
Se esparcieron por la noche, y en todos los hogares se produjo un
recogimiento y una amargura difícil de reflejar.
Acostumbrados allí á la lucha desesperada, parecía que la desgra-
cia aumertase la vii ilidsd; pero se notaba ansiedad por conocer las de-
terminaciones del general en jefe y gobernador general, y saber el efec-
to que en el Gobierno cential y en la Península había de producir la
tremenda catástrofe.
El general BUnco cambió impresiones con las autoridades, y tomó
acuerdos que consideró precisos y urgentes, no porque lo exigiera un
espíritu público abatido, sino pata señalar la línea de conducta en tan
graves circunstancias.
b
829
* *
Al día siguiente desfilaron por el palacio de la Capitanía general
numerosas comisiones de los partidos políticos, institutos armados, cor-
poraciones y centros y personas más significadas, para expresar al re-
presentante de España, en frases levantadas y patrióticas, su adhesión
incondicional y su resolución de combatir hasta el último trance.
El general contestó á todos en términos análogos á los de la alocu-
ción, que mientras esto acontecía en el palacio de la Plaza de Armas
repartíase por la población en un Suplemento á la Gaceta de la Ha-
bana, cuyo texto era el siguiente:
«Habitantes de la isla de Cuba:
No siempre al valor acompaña la fortuna.
La escuadra española mandada por el contralmirante Cervera acaba de rea-
lizar los actos de heroísmo más grandes quizás de los que se registran en los ana-
les de la marina en el presente siglo: combatiendo contra triplicadas fuerzas, ha
sucumbido gloriosamente en los momentos mismos en que la considerábamos sal-
vada del peligro que la amenazaba dentro del puerto de Santiago de Cuba.
El golpe es muy rudo; pero seria impropio de pechos españoles desmayar si-
quiera ante este contratiempo, por grave que parezca. Por el contrario, debemos
demostrar al mundo, que no decae nuestro ánimo ante los reveses, y que tenemos
alientos para mirar tranquilos las adversidades y luchar hasta vencerlas.
Fuerzas nos sobran para defender nuestra justa causa y sacar triunfante nues-
tro derecho, si unidos todos en el sagrado amor á la Patria, la consagramos nues-
tras vidas y haciendas.
En la adversidad se acrisolan las virtudes de los pueblos.
Demos pruebas patentes de que el pueblo español las atesora todas, y firmes y
resueltos ante el peligro, confiemos en Dios y en nuestro derecho para dejar incó-
lumes el honor y la integridad de la Patria.
Asi lo espera, dispuesto á vencer ó morir á vuestro frente, por honia de
España y por la integridad del suelo patrio, vuestro gobernadnr general. — Ramón
Blanco.*
830
Esta alocución produjo excelente efecto en la capital, y el pueblo
sintióse con valerosa resignación ante la desgracia.
***
La tentativa del contralmirante Cervera de escapar del puerto de
Santiago y de salvar sus barcos en presencia de fuerzas imponentes
que tenían que aniquilarlos, fué digna de las más valerosas acciones
que puedan contarse en la historia de las guerras navales.
El general Cervera no tenía otra alternativa que aventurarse á ser
destruido ó rendirse á discreción.
Y luchó sin descanso, aun en los momentos en que su propio barco
almirante estaba incendiado, presa de las llamas y á punto de hundirse
en el mar.
Los americanos vieron á los españoles inmediatamente después que
éstos salieron del puerto.
Les siguieron durante dos horas á lo largo de la costa hacia el
Oeste, haciendo llover sobre los barcos una granizada de proyectiles,
que perforaban los cascos de acero, abrían profundas y extensas vías
de agua é inundaban de sangre el puente de los buques.
En momento alguno mostraron los españoles voluntad ó deseo de
renunciar al combate.
No arriaron nunca la bandera, ni aun cuando los barcos comenza-
ban á sumergirse, ni aun cuando las espesas nubes de humo mostra-
ban que ardían por completo.
Los buques de la escuadra de Cervera, en tal estado, se dirigieron
hacia la playa, que distaba del punto del combate menos de una milla;
y el choque violentísimo contra las rocas, completó la obra de destruc-
ción de las granadas de Sampson.
I
•-
I
r
831
La catástrofe fué completa. Nuestra mejor escuadra, presa del in-
cendio y acribillada á balazos por un enemigo de quintuplicada fuer-
za, acabó de deshacerse entre los bajos de la costa meridional de
Cuba.
¿Debió permanecer en el puerto donde se había refugiado?
¿Debió intentar á viva fuerza la salida?
En el primer caso, hubiera sido destruida ó apresada por Shafter,
hallándose, como se hallaba, incapacitada para una vigorosa resis-
tencia.
En el segundo, corría el riesgo de sucumbir, más no el de tener
que incorporarse, rendida y prisionera, á las flotas americanas.
Discuta quien quiera esos dos aspectos de una cuestión tan trági-
camente concluida; guardémonos de hacerlo los que sabemos que, para
los defensores de España, fueron forzadas é ineludibles todas las esta-
ciones de aquel cruento vía criicis.
Lo sucedido en aguas de Santiago de Cuba, como lo sucedido an-
teriormente en la bahía de Manila, tenía que suceder.
Allá condujeron á nuestros nobles marinos ajenas torpezas é inve-
terados descuidos. Allá los llevó, privándoles de la libertad de acción
y de los recursos indispensables, la mano temblorosa é irresoluta que
desde fines de Abril anterior presidía el curso de la guerra.
No era posible otro desenlace.
—¡Se ha salvado el honor!— exclamaban algunos de esos, cuyo eí-
píritu posee el envidiable don de encontrar para cada dolor su con-
suelo.
Nunca imaginó nadie que el honor nacional pudiese estar compro-
metido en manos de los soldados y marinos españoles.
Algo más había que salvar, y fuéramos bien menguados, si no
nos extremeciésemos de pena é indignación al contemplar lo per-
dido.
832
En aquel horrible desastre, los únicos que tuvieron toda la razón
fueron los muertos.
¡Dichosos los que, antes de sucumbir, entendieron que su sacrificio
iba á ser útil á Españal
¡Dichosos también los que, sin esa sublime ilusión, dejaron la vida,
pues al menos no sienten hoy nuestras presentes angustias!
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Blanco 105
CAPÍTULO XX
LaB consecuencias del desastre. — Capitulación de Santiago de Cuba. — El parte oficial.
¡Consumattim est! — La entrega de la plaza. — 22780 prisioneros. — Proclama del general
Blanco. — Negociaciones de paz y armisticio. — El Protocolo. — La Comisión de París.
Tratado definitiTO de paz. — Modificación del protocolo. — Triste desenlace. — El despre-
cio á España.— Paz humillante y desastrosa. — Egoismo de nuestros gobernantes. —
¡¡Viva España!!
.ESPUÉs del desastre de la escuadra de Cervera, estaba
y prevista y descontada por la opinión la rendición
de la plaza de Santiago de Cuba.
A última hora de la tarde del i6, se facilitó á la
'f^Ji^ prensa por el Gobierno el siguiente parte oficial sobre la capi-
i^iir tulación de Santiago:
mfmt ^Habana 17. — Capitán general á ministro Guerra:
^'j^ Comunico V. E. telegrama original del general Toral, que
dice asi:
«Firmada hoy capitulación, comprendiendo fuerza y material gue-
rra división Cuba, comprometiéndose Estados Unidos transportar á Es-
paña brevedad posible tropas, que embarcarán puertos inmediatos ó
guarniciones que ocupan.
Oficiales llevarán armamento, y ellos y tropa objetos propiedad
particular, archivos y documentación militar.
Voluntarios y movilizados que quieran continuar isla, quedarán
835
entregando armas y dando palabra no tomarlas contra Estados Unidos
en actual guerra.
Fuerzas españolas saldrán de Santiago con todos los honores gue-
rra, depositando después sus armas en lugar designado de acuerdo mu-
tuo para esperar la disposición que haga de ellas gobierno Estadss Uni-
dos, bien entendido que los comisionados americanos recomendarán
que el soldado español vuelva á España con el arma que valientemente
ba defendido.
La marina sigue la misma suerte que el ejército.
En virtud anterior capitulación, mañana domingo, nueve mañana,
saldrán tropas á acampar fuera población, y americanos haránse entre-
ga material guerra —Tora/.»
Lo participo á V. E., con el sentimiento natural, para su conoci-
miento, rogando instrucciones para ajustar mi conducta en armonía con
las que reciba de V. E., contestando á mis anteriores telegramas, —
Blanco »
Renunciamos á comentarla rendición y entrega de la plsza de San-
tiago de Cuba.
Después de todo, ¿á qué renegar una vez más de la apatía, la inep-
titud y la duplicidad del Gobierno?
Harto notorio es que en él se resumió la culpa y las responsabilida-
des íntegras de lo que ocurrió.
¡ Consuma tum p.st!
Al reseñar el desastre de nuestra escuadra, hemos dicho que los
muertos fueron los únicos que tenian la razón de su parte, y añadi-
mos:— ¡Felices ellosl
Si. Felices los ViJJaamil, los Lszaga, la heroica familia de los Vara
de Rey y los centenares de soldados y marinos que perecieron en el
combate.
Cayeron llenos de fe patriótica y se libraron de presenciar y sent-!r
las actuales tristezas.
8;jG
No deploramos tampoco la destrucción del María Teresa, del
Oquendo, del Vizcaya y del Colón. Si acribillados é incendiados en
desigual batalla »o hubieran acabado de deshacerse entre los bajos de
la coíta oriental de Cuba, se hallarían a la hora presente en poder del
sobsrbio enemigo, y ostentarían en sus palos, ló mismo que la plaza en
sus fuertes, la bandera de las estrellas y las barras.
»
* *
He f quí en que fotma se verificó la entrega de la plaza de Santiago
de Cuba al general en jefe del ejército invasor.
El día 17, á las nueve de la mañana, el general Toral y su Estado
mayor «alió de la plr za, acompañados por una escolta de un centenar
de soldados escogidos y algunos cornetas, mientras el general Shafter
con los jefes de las divisiones y brigadas y los Estados mayores, escol-
tados por fuerzas de caballería, avanzaba desde su campamento y se di-
rigían al encuentro de aquéllos.
Después de cambiarse los saludos, el general Toral entregó su es-
pada al general Shafter, quien se la devolvió inmediatamente.
Las tropas americanas, formadas en línea delante de sus trinche-
ras, asistieron á la ceremonia.
Los generales Shafter y Tora!, seguidos de sus respectivas escol-
tas, se dirigieron inmediatamente hacia la ciudad, recorriendo á caba-
llo la población para la toma de posesión oficial, que se verificó luego
en el palacio del Gobernador, donde fué izado al medio día el pabellón
norteamericano en presencia de diez mil personas.
Terminado el acto, el general Shafter regresó á su campamento,
dejando en la ciudad al Ayuntamiento existente, bajo la intervención
837
del general Mac-Kibben, nombrado provisionalmente gobernador mili-
tar de Santiago.
Djs regimientos de infantería yanqui quedaron en la ciudad para
mantener el orden.
Las tropas españolas evacuaron inmediatamente después la plaza,
quedando acampadas fuera de las líneas americanas, donde permanece-
rían hasta su embarque para España.
Por virtud de la capitulación de Santiago, aceptada y firmada por
el general Toral, quedaron prisioneros de los yanquis 22.780 hombres.
Al tener conocimiento oficial el general Blanco de la rendición y
entrega de la plaza de Santiago, publicó la siguiente proclama:
«Habitantes de la isla de Cuba y soldados españoles:
Después de una defensa heroica de tres meses y da varias batallas sangrientas,
la falta de municiones y de víveres ha obligado á la ciudad de Santiago á capitular
en condiciones honrosas y con todos los honores de la guerra.
La ocupación de Santiago por los americanos carece deimportancia estratégi-
ca, porque el puerto estaba bloqueado hace tiempo por los barcos americanos.
La ocupación no tendrá, pues, ninguna influencia en ia futura campaña que
decidirá de la suerte de España.
El ejército español está intacto y ávido de gloria, deseando medir sus armas con
los americanos.
Al ejército es al que el rey, el gobierno y el país con'ían la misión de defender
á todo trance la integridad del territorio patrio y su bandera sin mancha, y el ejér-
cito saldrá victorioso á pesar de todos los peligros y obstáculos, demostrando una
vez más el carácter indomable español y el genio militar de nuestro pueblo.
Esta es la esperanza de vui'stro general. — Ramón Blanco. t>
*
* *
La destrucción y pérdida total de la escuadra de Cervera, y la capi-
tulación de la ciudad de Santiago de Cuba y rendición de las fuerzas
838
que constituían la división de nuestro ejército de ocupación en el de-
partamento oriental, unido á la amenaza del gobierno norteamericano
de enviar á España la escuadra que mandaba el comodoro Watson á
bombardear las costas de nuestro litoral, determinaron á nuestro go-
bierno á entablar con el de Washington negociaciones de paz, bajo la
base de un armisticio entre los dos ejércitos beligerantes.
Triste recuerdo de sus desventuras quedó á España del Consejo de
ministros celebrado el día 7 de Agosto de 1898.
En él se discutió y aprobó la contestación á Mr. Mac Kmley, por
la cual fueron aceptadas en conjunto las onerosas condiciones impues-
tas por los Estados Unidos.
Señaló, por tanto, el día citado una profunda modificación en la
historia de España, á la cual asistió la nación, con quien no se había
contado, reducida á la inmovilidad y al silencio por obra de sus gober-
nantes, á la elucidación de sus futuros destinos.
El gobierno español acordó autorizar é Mr. Camben, embfjadorde
Francia en Washington, para que firmase el protocole, en nombre y re-
presentación de España.
A la firma del protocolo debía seguir inmediatamente la suspensión
de hostilidades. Este fué el único aspecto halagüeño de una solución,
que tuvo tantos otros amargos y sombríos.
Sabíamos lo que nos esperaba, y veíamos acercarse el desenlace
llenos de creciente angustia.
Con pena todavía mayor supimos por el cable que la amputación
quedó consumada el 12 de Agosto, y no sentimos, sin embargo, toda
la violencia del golpe, toda la magnitud del desastre y todo el dolor
déla herida, hasta después dfi leído el texto oficial del protocolo, que
decía asi: •
«Su excelencia Mr. Cambon, embajador extraordinario y plenipo
tenciario de la República francesa en Washington, y William R. Day,
839
secretario de Estado de los Estados Uaidos, habiendo recibido, respsc-
tivamente, al efecto, plenos poleres del Gobierno de España y dsl go-
bierno de los Estados Unidos, han formulado y firmado los artículos si-
guientes, que precisan los términos en que ambos gobiernos se han pues-
to de acuerdo, relativamente á las cuestiones abajo designadas, que tie-
nen por objeto el establecimiento de la paz entre los dos países, á saber:
Artículo i.° España renunciará á toda pretensión á su soberanía y
á todos sus derechos sobre la isla de Caba.
Art. 2.° España cederá á los Estados Unidos la isla de Puerto Rico
y las demás islas que actualmente se encuentran bajo la soberanía de
España en las Indias Oxidentales, así como una isla en Las Ladrones,
que será escogida por los Estados Unidos.
An. 3 ° Los Estados Unidos ocuparán y conservarán la ciudad,
la bahía y cJ puerto de Manila, en espera de la conclusión de ua Trata-
do de paz que deberá determinar la intervención {contró'e), la disposi-
ción y el gobierno de Filipinas.
Art. 4 " España evacuará inmediatamente Cuba, Puerto Rico y las
demás islas que sa encuentran actualmente bajo la soberanía de España
en las Indias occidentales; con este objeto cada uno de los dos Gobier-
nos nombrará comisarios en los diez días que seguirán á la firma de este
protocolo, y los comisarios así nombrados deberán en los treinta días
que seguirán á la firma de este protocolo encontrarse en la Habana, á
fin de convenir y ejecutar los detalles de la evacuación ya mencionada
de Cuba y de las islas españolas adyacentes; y cada uno de los dos Go-
biernos nombrará igualmente en los ditz días siguientes al de la firma
de este protocolo otros comisarios que deberán, en los treinta días que
seguirán á la firma de este protocolo, encontrarse en San Juan de Puer-
to Rico, á fin de convenir los detalles de la evacuación de San Juan de
Puerto Rico y de las demás islas que se encuentran actualmente bajo la
soberanía de España en las Indias occidentales.
840
Art. 5° E<^paña y los Estados Unidos nombrarán, para tratar de
la paz, cinco comisarios á lo más por cada país; los comisarios así nom-
brados deberán encontrarse en París el i.° de Octubre de 1898 lo más
tarde, y preceder á la negociación y á la conclusión de un Tratado de
paz; ese Tratado quedará sujeto á ratificación, con arreglo á las formas
constitucionales de cada uno de ambos países.
Art. 6.° Una vez terminado y firmado este protocolo, deberán
suependerse las hostilidades en los dos psíses; á este efecto se deberán
dar órdenes por cada uno de los dos Gobiernos á los jefes de sus fuerzas
de mar y tierra tan pronto como sea posible.
Hecho en Washington, por duplicado, en francés é inglés, por los
infrascritos, que ponen al pie su firmí y sello el doce de Agosto de mil
ochocientos noventa y echo.»
*
♦ *
Quien sea español de veras, seguramente experimentaría y habrá
experimentado aún como nosotros, después de la lectura del preinserto
documento, esa impresión del vacío material y espiritual que sufre el
que pierde un miembro de su cuerpo ó una persona muy amada de su
familia.
Encomendada la operación quiíúrgica á los comisarios designados
por los respectivos gobiernos de Washington y Madrid, presididos ios
norteamericanos por Mr. Day y los españoles por el señor Montero
Ríos, tras dos meses y medio de consultas y disquisiciones, pusieron
término á tan ardua como estéril tarea, dejando definitivamente consu-
mada la obra fatal para España, en la noche del 10 de Diciembre.
A las ocho y media de la noche del 10 de Diciembre de 1898, se
firmó el tratado definitivo de paz entre España y los Estados Unidos.
841
Por virtud de ese defiaitivo tratado, fué modificado el articulo 2.'
del Protocolo, en los térmiaos siguientes:
«Art. 3.° España cede á los Estados Unidos el Archipiélago conocido por ef
nombre de islas Filipinas y que comprende todas las islas situadas entre las líneas
que tienen los siguientes puntos de partida y término:
»Va una línea de Occidente á Oriente, cerca del paralelo vigésimo segundo de
JEFE DE GUERRILLAS DEL EJÉRCITO
latitud Norte, cruzando el centro del canal navegable de Bachi, desde el grado
118 al 127 de longitud oriental de Greenwich. Otra desde el 127 grado de longitud
del meridiano Oeste de Greenwich al paralelo 4°45' de latitud Norte; sigue otra en
«1 paralelo de los 4°45' hasta suíiitersección con el meridiano de longitud UQ^JS'
Este de Greenwich.
Blanco 106
842
«Parte otra de este último punto al paralelo de latitud 7°4ü" Norte; sigue lue-
go hasta la intersección del grado lo del paralelo latitud Norte con el grado Il8
del meridiano de longitud Este de Greenwich; cierra el marco de la zona compren-
dida en la cesión, la linea que vá desde el grade 1 18, antes indicado, hasta el punto
de partida de la primera línea de las indicadas en esta cláusula.
«Los Estados Unidos pagarán á España la suma de veinte millones de dollars
dentro de los tres meses siguientes al cambio de ratificación de este Tratado.»
Nada mas triste que el desenlace: pero desde el principio sabían
cuantos discurren á derechas que no podía ser otro.
Dudamos deque en ese punto se forjaran ilusiones los comisiona-
dos: estamos seguros de que no se las hizo jamás el Gobierno.
Incapacitados como nos hallábamos para reanudar la lucha, á nadie
se ocultaba que htbna que pasar por todo lo que quisiesen los ven-
cedores.
Teníamos puesto en la garganta el pie de un vencedor tan descor-
tés como ambicioso é ioaprensivo, y nos importó por dos razones ele-
mentales suprimir las frases gruesas y los apostrofes iracundos. Prime-
ramente porque no podíamos hacerlos buenos con Ja espada; y en se-
gundo lugar, porque de ello hubieran sacado nuestros enemigos el
pretexto que buscaban para inferirnos mayores vejámenes y para some-
tamos acaso á más rudas mutilaciones.
Planteado en terreno tan falso el litigio, alargar los debates de la
Comisión equivaliera á prepararse humillaciones nuevas.
Tal sucedió. En vano los buenos patriotas, auxiliados por una
mala retórica, trataron de buscar alguna compensación, demostrando
que había sido pisoteado el derecho de gentes. Lo que primero se vio
ea la conducta de los Estados Unidos, lué el desprecio á España.
Debióse al egoísmo de nuestros gobernantas ese último golpe aser-
tado contra el león enfermo.
Aconsejaba el sentido común y el interés nacional que se abrevia-
s.; la deliberación, reduciéndola á una docena de días, y duró dos meses
843
y medio, sin otro objeto positivo que el de prorrogar la existencia mi
nisterial del gobierno fusionista.
Desastrosa y humillante fué la paz; pero gracias á ella, quedó li-
bre España para consagrarse al remedio de las desdichas interiores.
De nuestra gloriosa nacionalidad no sobrevivió más que el alma, y
era urgente é indispensable proporcionar á ese alma, en el menor pla-
zo posible, casa y cuerpo.
Lo único que con venia á España vencida, era sobrellevar la derro-
ta con el fiero estoicismo y con la decorosa reserva de los antepasados^
coincidiendo en un esfuerzo supremo la voluntad nacional, y congre-
gándonos todos en torno de la santa bandera de la Patria, para reedifi-
car la casa que había sepultado á nuestros hijos más queridos bajo sus
escombros, al grito de ¡¡Viva EspañaII
Epílogo triste
'uvo fin el año terrible, y nuestros ojos pubieron abar-
car en su plenitud la inmensidad del desastre. Se aca-
bó el año, casi se acaba el siglo, y con él todo nuestro
imperio colonial se desvanecía; diríase que hasta la
misma patria española iba á desaparecer en el seno de la
catástrofe.
El día 1° del nuevo año de 1899 cesó de hecho y de de-
recho en el Archipiélago filipino la soberanía española, y se
arrió en toda la isla de Cuba, como antes se había arriado en
la de Puerto Rico, la bandera de la patria.
Inmensa fué la desgracia, y sún lo parecía más, porque era igual
el sonrojo.
Prueba de ello, lo que sucedió al efectuarse el cambio de dominio.
Quedaban en Filipinas doce mil prisioneros españoles y fuerzas de
nuestro ejército, respecto de cuyo número nadie tenía noticias exactas.
Y quedaban en Cuba cuarenta mil soldados, contra quienes, aban-
donados á sí mismos, se ejercería la mala voluntad de los americanos y
el odio inextinguible de los insurrectos.
845
Luego resultó que pasaban de cuarenta mil. El mismo Gobierno,
al conocer á última hora la cifra, experimentó vivísima sorpresa.
Ignoraba, por consiguiente, el número y el estado de nuestras tro-
pas en la grande Antilla, y no fué de extrañar que más tarde recibiera
otros datos &ún más desconsoladores.
Hubo mucho de trágico en nuestra caída y en nuestra derrota: no
MESETA DE LA LOMA SAN JUAN (Cuba)
hubo más que vergüenza en ese olvido de doce mil prisioneros y en
ese abandono de más de cuarenta mil soldados.
No se alegue que ocurrió lo que ocurrió por falta de medios mate-
riales, ni que era deshonroso, para aceptar el transporte de esos setenta
mil españoles, el concurso de nuestros enemigos. Lo deshonroso fué
dejar en los territorios de que se nos había despojado millares de her-
manos é hijos nuestros, los cuales, antes de volver, si volvían, á la pa-
Blanco 107
846
tria, habrían de sufrir corporal y moralmente atroces amarguras.
Ya para lo que faltaba, debieran haber sido I<?gicos consigo mis
mos y exigir la recompensa que, á no dudarlo, les correspondía por
habernos librado del peso inútil de las dos Antillas y les Filipinas, del
cuidada de administrar cuatro mil millones de pesetas, y de la dificul-
tad de alimentar á doscientos mil jóvenes, para los cuales no había pan
suficiente en los hogares, ni ocupación bastante en los campos, las fá
bricas y talleres.
Sin ese criminal abandono, sin ese vergonzoso olvido, nos hubié-
ramos ahorrado el triste y doloroso espectáculo de ver arribar sema-
nalmente á nuestros puertos, esos buques fantasmas, cargados de mo-
ribundos, ante los cuales no hubo conciencia que se sintiera tranquila.
Afrentoso fué el estigma que en la frente de la nación puso el año
1899, al inaugurarse.
Pocas esperanzas nos quedaron; pero subsistía inquebrantable la
de que el país, comprendiendo la suerte que le aguardaba, encontraría
energías para echar de su lado á los causantes del desastre y de su
ruina, y para redimirse por sí mismo, en vez de fiarlo todo á un Me-
sías, del cual nada dicen los hechos ni las Escrituras.
España abrigaba la consoladora esperanza, sentía la perentoria ne-
cesidad, de conseguir en breve plazo su completa regeneración.
FIN
índice
DE LOS
sucesos narrados y comprendidos en el tomo VI
CUBA AUTÓNOMA
SUMHI^I O
Páffinas
Capítulo I.— Simpatías de la opinión. — Vidanaeva. — La selección. - Lo prin-
cipal y lo accesorio. — La situación de Cuba. — Despedida
del general Blanco. — Buena esperanza 5 á 16
Cap. n. — A bordo del Alfonso XIII. — Declaraciones del general Blanco.
— El programn del Gobierno. — lostrucciones al nuevo go-
bernador general de Cuba. — La labor de los intransigentes.
— Temores y comentarios. — La opinión liberal. — El Diario
de la Marina. — La actitud de los derechistas. — Estado de
la guerra. — Noticias tristes. — Organizando otra manifesta-
ción en favor del general Weyler. — Proclama de la comisión
organizadora. — Los trabajos de la comisión. — La actitud
del general Wejler 17 á 27
Cap. III. — Solución única. — Los rebeldes á las puertas de la Habana. —
Reñido combate en La Chorrera — Muerte del general
Adolfo Castillo. — Su importancia. — Extraña resolución del
general Weyler. — Embarque inesperado. — Autoridades in-
terinas.— La manifestación de despedida. — En el palacio de
la Capitanía general. — Discursos cambiados. — Al Montse-
rrat.— Esperando al general Blanco. — Noticias oficiales. —
Comentarios :,'8 á 41
Cap. IV. — Llegada del general Blanco. — Weyler á bordo del Alfonso XIII
— Conferencia de los dos generales. — El desembarco del
marqués de Peña Plata. — Entusiasta acogida del pueblo
cubano. — Alocución del nuevo capitán general de Cuba á
los habitantes de la isla. — Las primeras impresiones del ge-
neral Blanco. — Influencia benéfica de las reformas en el
campo insurrecto. — Impresiones de los presentados. — Pre-
texto inutilizado. — Una carta de Máximo Gómez. — La opi-
nión de los laborantes separatistas. — Declaraciones del ge-
neral Blanco. — Esperanzas 42 á 53
Cap. V. — L 1 acción moral. — Esperando en calma. — Información acerca
del verdadero estado de la rebelión en las provincias oficial-
mente pacificadas. — La provincia de Pinar del Río. — Gra-
848
Páírinaa
ves noticias. — Blanco y "Wevler. — Desdichas y errores. —
Cambio de situación. — Circular al ejército. — ¡Adelante! —
Por mejor camino. — Dos desengaños. — Un voto y un deseo. 54 á 64
Cap. VI. — Cambio de situación. — Reconstitución de la guerra. --Reorgani-
zación del ejército en operaciones. — Distribución de man-
dos.— Detalles del combate de lomas del Purgatorio. — Pre-
pósitos del general Blanco. — Aspecto militar de la campa-
ña.— Confianza en las nuevas autoridades. — Varias circu-
lares.— Indulto de Quesada. — La rebaja de víveres. —
Dolorosas revelaciones. — Necesidad de un ejemplar escar-
miento 66 á 77
Cap. VII. — Estado de la guerra en el Occidente de la isla. — La pacificacióu
del general Weyler. — Bnen indicio. — ^üii bando sobre la
zafra. — Importantes circulares. — Batida de partidas rebel-
des en la provincia de la Habana. — Actividad de las colum-
nas en operaciones. — La elocuencia de los hechos. — La in-
surrección en Pinar. — Reconocimientos y rudos combates
en las lomas. — El enemigo atrincherado. -Victoria san-
grienta.— Bajas sensibles. — Comentarios. — Lo que dijo
Weyler y lo que dijeron los hechos. —La Historia hablará. 78 á 88
OaP. VIII — El sistema de la pacitioación del general Weyler. — Rasgáronse
las tinieblas. — En San Juan de las Yeras —Ataque y rudo
combate. — La columna de auxilio. — Criminales atentados
por la dinamita. — Voladura de trenes. — Desastrosos efec-
tos.— 10 toldados muertos y 25 heridos. — Tren de auxilio.
— Combates en Oriente. — Evidente y palmaria discordan-
cia entre los hechos y las palabras del general Weyler. — Su
alocución de despedida á los habitantes de Cuba. — En fa-
vor de los reconcentrados. — Disposiciones convenientes y
plftu.,ible8 89 á 101
Cap. IX. — Pasividad y expectación. — Error y falsa especii-. -Ficción y
convencionalismo. — ¿Se moverá? -El cuerpo de voluntarios
de la Habana. — Libertad de los piratas de la Competitor.
— Importantes operaciones en Pinar del Río. — Eitado de la
rebelión en esta provincia. — Lhs bajas de una decena. — Re-
producción de la campaña de dei^trucción, — Las órdenes del
generalísimo. — .Actitud intransigente de .Máximo Gíinez. —
La zafra. — Triste consideración. — Duda y temor. . . 102 á 112
Cap. X. — Situación de Cuba. — La política. — Quejas y temores de los au-
tonomistas y constitucionales. — Discusiones. — La Asamblea
de Diciembre. — Preocupación de la masa neutra del país.
— Peligros del período constituyente — Desolación y ruina
de Caba. — Sufrimientos de los soldados. — TrMte realidad.
— Actitud de los rebeldes. — Sus amenazas. — Impunidad de
que habían gozado. — La obra del general Blanco. — La ex-
cursión militar del general Parrado. — Combate en el potre-
ro «Cocoat>. — La pre^ientación de los cabecillas hermanos
849
Pág-inas
Cuervo j' 8U partida. — Xtaque á Santa María del Rosario.
— Golpe de audacia. — Los reconcentrados 114 á 123
Cap. XI. — Nuevo régimen. — El preámbulo. — Confesión deshonrosa. — EL
Beal decreto. — Impresión en. la Habana. — La opinión. — Fa-
vorable reacción y regocijo. — La Constitución antillana. —
Trascendental evolución. — Etapa definitiva. — Sin pretexto
ja. — La conquista del gobierno liberal. — El mayor progre-
so político de nuestro siglo. — Por la justicia y por la paz. 124 á 13 5
Cap. XII. —La guerra y la política. — Efecto en la opinión. — Júbilo en la
Habana. — Aplauso al Gobierno. — La paz asegurada. —
Efecto de la autonomía entre los cubanos emigrados. — Un
bando de Máximo Gómez. — Operaciones combinadas contra
el geiíeralUimo . — De Sancti Spíritus á Arroyo Blanco. —
Hacia Reforma. — El nuevo régimen 136 á 146
Cap, XIII. — Por la paz. — Lo que es la guerra. — La voz de la opinión. —
El estado del i-jéroito. — Los que fueron y los que quedaban
— 200.000 ^; 53.000. — Herencia del general Blanco. —
Todo modificado. — Detalles varios 147 á 162
Cap. XIV. — Foco principal. — Inútiles advertencias. — El departamento
Oriental y el Camagüey. — Error fundamental. — Marcha
general de la insurrección. — Operación combinada en las
lomas de Pinar del Río. — La división del general Bernal.
— En las lomas del Cuzco. — Resultado feliz de la impor-
tante operación. — Nuestras bajas. — El bravo soldado Flo-
rentino Vega. — Cien bajas del enemigo. — Las operaciones
contra el c/eneralísiino. — La expedición del general Pando.
— ¡Triste herencia! — El plan ds campaña del general Pando. 163 á 176
Cap. XV. — Vent<jas evidentes. — Estado de la provincia de Pinar del Río.
— Cifras tristísimas. — Efectos de la miseria. — Por la paz.
— Siembras y tabaco. — El . ganado. — Número de enemigos.
— Su organización. — Su armamento — Contingente del ejér-
cito.— Disminuciones. — Impresiones desagradables. — La
guerra en Oriente. — Período interesantísimo. — Batida en
Sancti Spíritus. — La zafra. — La cuestión monetaria. — Com-
bate en Oriente. — Convoy á Bayamo. — Rumore?. — Expec-
tación 177 á 189
Cap. XVI. — Catástrofe sanitaria. — El informe del inspector general señor
Loada. — La guerra. — Triste triunfo de la verdad. —
32.000 enfermos por hambre. — Loa autores de la catás-
trofe y el pueblo español. — El Mensaje del Presidente de
la gran República. — Reflexiones y remembranzas. — Inter-
vención yankee. — La política de los norteamericanos y la
de los gobiernos españolas. — Optimismo ministerial. —
Nuestra ignorancia y nuestro sacrificio 190 a 202
Cap. XVII. — Exigencia del honor. — La concesión de la autonomía. — La
situación creada á España por el Mensaje de Maclvinley.
— Gallarda y airosa actitud. — Egoísmo de las potencias eu-
I
850
Páginas
ropeas. — La toma de Guisa. — La colamna Tovar. — El po-
blado y la guarnición.— Detalles del sitio y del ataque. —
5.000 rebnldes. — Defensa heroica. — El capitán Ceballos.-
El sargento Iburdisan.— La torre heliográfioa.— Guisa re-
conquistada.— Los crímeneií del tigre de Oriente.— h& si-
tuación en el departamento oriental. — La actividad de Má-
ximo Gómez. — Impresiones favorables de los Estados
Unidos 203 á 219
Cap. XVUí. — En el campo rebelde. — Hondis disidencias entre los jefes.—
Desacuerdos entre los separatistas. — Impresión de la nue-
va política en la manigua. — Exageraciones y cuentas fan-
tásticas y caprichosas de los periódicos filibusteros. — Un
acto infame. — Noticias de Puerto Príncipe. — '^omienzo de
las operaciones en Oriente. — El general Pando en la boca
del río Cauto. — Salida del convoy fluvial. — Extraordinaria
imp. rtancia de la operación. — Avance de 55 kilómetros. —
Orden de las fuerzas. — Les recursos del enemigo. — La re-
conquista del río Cauto. — Tres torpedos. — Combinación de
coluhinas. — Rudo combate en Laguna Itabos. — Nuestras
bajas. — Rasgos de heroismo. — Sitio y ataque del fuerte
Guajio. — Heroismo sin ejemplo. — Resistenc a inverosímil.
El heroico teniente Muruzabal. — La columna de auxilio.
— ¡Loor á los héroes! 220 á 235
Cap. XIX Pueblos indefensos. — Nuevo suceso lamentable. — Robo y
traición. — Encuentro en Las Delicias. — Operación impor-
tante.— Toma del campamento rebelde de Boiicito. — Sensi-
bles bajas. — Muerte del teniente coronel señor Morentín.
— El asistente Apolo Sierra. — Estadística fúnebre. — Opti-
mismos oficiales. — Interesantes detalles de la toma de
Guisa. — Los prisioneros.— El general García. — ¡Viva Es-
paña!—D. K. P 236 á 246
Cap. XX — Verdad amarga. — Argumento sin fuerza. — Pauta á la Mari-
na.— Las Ori'enunzas y la disciplina. — Las operaciones en
Oriente. — Mueite del cabecilla Rpgino Alfonso. — Un ban-
do de interés. — Encuentro en Río Seco y muerte del cabe-
cilla Pitirri. — lil cabecilla Collazo, herido. — El general
Pando reconquistando el Cauto. — Conferencias en favor. de
la asimilación de los partidos liberales de Cuba. — La fu-
sión de reformistas y autonomistas. — El partido liberal au-
tonomi^ta. — 'lOs constitucionales respetan y aceptan la le-
galidad 247 é 258
Cap. XXI - Patriotismo tardío. — Estado y aspecti Jeplorab'e do la pro-
vincia de la Habana. — Las fuerzas insurrectas y las del
ejército. — Actividad en las operaciones. — Encuentro en
Manacas. — Batida y dispersión de las partidas de Collazo y
Acea. — Noticia alarmante. — Humores inquietantes. — Con-
firmando la noticia. — Zozobra é impaciencias de la opinión.
851
Páginas
— La gestión Ruiz. — Fenómenos de identidad. — Nuestros
votos 259 á 268
Cap. XXI£. — Indicios favorables. — Optimismos. — Rumor satisfactorio. —
Episodio dramático. — El curuzón de nuestros soldados. —
Dos niños extrm'dos de una simn. — La Hija del batallón de
las Navas. — Derrota de la panida del cabecill;i Ñapóles. —
Operaciones en Oriente. — Captura del cabecilla Villanue-
va. — Rudo combate en los Altos de San Francisco. — Ata-
que á un convoy. — La columna del general Segura. — El
enemigo batido y disperso. — N^uestras bajas. — Llegada del
convoy á su destino. — Buenas impresiones. — La zafra en
la provincia de Matanzas. — Noticias é impresiones. — Ru-
mores y esperanzas. — Agitación en el campo rebelde. — El
cabecilla Villanueva. — Mejora el aspecto de la guerra y los
valores públicos 269 á 2S0
Cap. XXIII. — Buenos síntomas. — ¡Ya era tiempo! — La prensa cubana. —
Detalles interesantes.— El batallón de San Quintín. — Ope-
ración combinada. — Atajque y toma del campamento de «El
Mogote». — La rebelión en la provincia de Matanzas. — Si-
tuación difícil. — Las fuerzas del ejército.— General convic-
ción.— La salud del soldado. — Los reconcertn dos. — La
despoblación. — El trágico suceso de Campo Florido. — Ale-
voso asesinato del teniente coronel don Joaquín Ruíz. —
Ansiedad é impaciencia de la opinión. — El jefe español y
el cabecilla Aranguren. — íntrarquilidad en lu Habana. —
El crimen — Dolorosa consternación. — Por lu patria y por
la paz. — En honor del mártir de la redención de Cuba.. . 281 á 296
Cap. XXIT. — La verdadera situación. — Peor que estábamos no habíamos de
estar.— Operaciones y encuentros. — Presentaciones. — Ges-
tiones para la paz. — La campana. — La rebelión en las Vi-
llas.— Fuerzas insurrectas. — Su organización. — Cabecillas
importantes. — Contra la zafra. — Órdenes del gcnerah'siino.
— En la trocha. — Confidencias no confirmadas. — Visita é
impresiones. — La zafra en Las Villas. — La cosecha de ta-
baco.— Los reconcentrados.— Cifras desconsoladoras. — La
mortalidad en Santa Clara — Política de atracción. — Espe-
ranzas 297 á 308
Cap. XXV. — Nuestras imprcsior.es. — Triste realidad. — Mejora de situa-
ción.— El general Pando en Oriente. — Honores militares á
los héroes de Guamo. — Las operaciones del general Agui-
rre en Las Villas. — Noticias satisfactorias de la guerra. —
El periodista yankee Scovel.— Sus impresiones. — Intransi-
gencia de Máximo Gómez. — La política en la Habana. —
Expectación. — El G bienio insular. — Nuestras espe-
ranzas 309 á 320
Cap. XXVI. — Año nuevo.— Nuestros votos. — El problema de Óuba. — A
vueltas con el mismo tema. — Pre^unciones y temores. —
852
Páginas
(Toa hipótesis. — Consuelo postumo. — Actividad de nuestras
columnas. — Situación de las dos prOTincias orieutaUs. —
Las fuerzas insurrectas del Camagiiey. — Organización de
las fuerzas 'rebeldes de Santiago de Cuba. — Trabajos de
atracción. — Situación nada grata. — Las partidas occidenta-
leB desalentadac. — Nuestra ofensiva en Oriente 322 á 333
Cap. XXVII. — Nuevos refuerzos. — Alarma en la opinión. — Protestas y ge-
neral clamoreo. — Los nuevos sacrificios desangre — Varios
encuentros _v combates — Ataque de Niquero. — Presenta-
ciones.— La prensa liberal de la Habana. — Esperanzas. —
Nuevas presentaciones. — Ataques á un convoy. — Toma y
destrucción de campamentos. — La columna del general
Ruiz.— Batida y dispersión de las fuerzas iel generalishiio.
— Importante aprehensión. — El general Pando en Oriente.
— Noticias satisfactirias. — Nuestros votos 334 á 345
Cap. XXVIll. — Sin plczos. — Remembranzas. — Justicia y conveniencia. —
Impaciencias injustificadas. — Reticencias imprudentes. —
Las dos acciones. — Expedición filibustera. — Goleta apre-
sada.— Desembarco impedido. — El cañnnaro Galicia y la
guerrilla de Niqueío. — Toma y destrucción del campamen-
to de Las Salinas.— Otro mártir de la paz. — Asesinato de
un capitán y un práctico. — Traición y criratn. — El capitán
señor Fuga 346 é 358
Cap. XXIX. — Grave suceso. — El motín de la Habana. — El dolor de España.
— Ul dolor de todos.- Hay que decirlo. — Origen del suce-
so.— En el teatro Albisu.- El primar motín. — En las ofi-
cinas de La Discusión. — Contra el Diario de la Marina. —
La manifestación disuelta. — Sigue el motín. — El general
Arólas. — Fin del tumulto — Impresión en la Península.
— La opinión imparcial. — Declaración de los oficiales. —
Sin consecuenciaH 359 á 375
Cap. XXX. — Informes de Washington.- El viaje de Mr. King. — Las con-
clusiones del enviado de Mr. Mac-Kinley. — Propósitos gra-
vee.— Noticia» de la Habana.— Presentaciones. — El cabe-
cilla Cepero y su partida. — Muerte del cabecilla Delgado.
— Encuentro en Boca de Camariaca. — Tranquilidad en la
Habana. — Efectos de la tolerancia. — El general Blanco. —
La censura. — Prudencia y energía.— Rápido examen. —
Rasgos y notas. — Los explotadores cbasqueados. — Comen-
tario.—El filón que se pretendió explotar. — Caso de con-
ciencia nacional 376 á 389
Cap. XXXI. — Cambio en la opinión. — Elogios á la discreción y piudencia
de las autoridades de Cuba — Esperanzas risueñas. — Esta-
do de la gaerra en Oriente.— El río Cauto, base de opera-
ciones.— Lo que no se explica. — Desastres. — Período fu-
nesto.— La opinión general. — Cambio completo de sistema.
— Tranquilidad. — La dinamita en la provincia de la Haba-
853
Páginas
na. — Ataque al poblado de Canipechuelu. — Resumen de
operaciones y bajas dol enemigo 390 á 402
Cap. XXXII. — Presentaciones y victorias. — En el campamento enemigo áfi
Cuchillas de Placetas. — Presentación del cabf cilla Massó
y su partida. —En Placetas. — -Rendición de armas. — Alo-
cuciones del general Aguirre y del gobernador de Santa
Clara. — Impottancia del suceso. — El general Jiménez Cas-
tellanrs — Importantí> operación. — Ataque á la residencia
del gobierno rebelde. — Toma y destrucción de la capital de
la insurrección. — Combate y victoria en los montes del In-
fierno.— Ataque al poblado de La Esperanza. — Lucha en
las calles. — Ei enemigo rechazado. — Resumen de operacio-
nes.— Aplausos lie la opinión 403 á 415
Cap. XXXIII. — Nuevas esperanzas. — Continúan las presentaciones. — El ca-
becilla Yei/o 0\oiét\ez . — Agustín Román y cinco individuos
de la escolta del jíe««i'a7/sí'í«o. — Fusilamiento de un capi-
tán.—Síntomas favorables. — El general Blanco á Oriente.
— Objeto del viaje. — Suposiciones. — Más presentaciones. —
La dinamita. — Un barco de guerra norteamericano en via-
je para la Habana. — Excitación y alarma. — La nota de
Mr. Long. — El viaje del Maine. — La política yanhee. — El
Maine en la bahía de la Habana. — Inoportunidad de su vi-
sita.— Recelos déla opinión. — El gobierno de Washington
y la nota de Mr. Woodford. — El acuerdo de nuestro Go-
bier. — Justa reciprocidad. — El programa de la nación y del
Gobierno. — Ni precipitación ni debilidad 416 á 428
Cap. XXXIV. — Presenticiones de separatistas en Nueva York: — El viaje del
general Blanco. — Manifestación popular en Las Villas. —
Encuentro en Cabtiñas. — Muerte del cabecilla Alonso. —
Otros encuentros y combates. — El siniestro ferroviario en la
línea de Nuevitas. — Kstado de la insurrección en el Cama-
güey. — Justicia de Dios. — Muerte del cabecilla Arangu-
ren. — Operación combinada. — Sorpresa y ataque. — Casti-
go merecido. — La opinión. — El verdadero enemigo. . . 429 á 439
Cap. XXXV. — Por la paz. — Rumores de importantes presentaciones. — El ge-
neral Blanco en Manzanillo. — Declaraciones del general
en jefe. — Su opinión y sus optimismos. — Resumen de ope-
raciones en la provincia de la Hbaaua. — Noticias sobre la
constitución del nuevo gobierno insurrecto. — Sigue la cam-
paña de atropellos y fechorías por los rebeldes. — Llegada
del genera! Blanco á Santiago de Cubrt. — Obsequios y aga-
sajos.— Visita al CJuh de Snn Caflos. — Encuentro victorioso
en Caimasan.— Petición extraña.— La entraña del problema. 440 á 452
Cap. XXXVI. — Preocupación oficial. — Los planes y manejos de los yanhees.
— Hallazgo del cadáver del teniente coronel Ruiz. — Sn
traslación á la Habana. — El entierro y las honras fúne-
bres.— Encuentro en Quivicán. — Derrota del cabecilla Co-
Blanco 108
\
854
Páginas
llazo. — Ataque del ÍDgeoio «Constancia». — Muerte del ca-
becilla González. — Ataque á un coiivoj . — El general Oehoa
en Sierra Maestra. — Cocentarios. — E) viaje del general
Blanco. — El crucero Vizcoija á Nueva York. — Salida del
buque del puerto de Cartagena. — Visita de despedida del
comandante general de la escuadra. — Una buena costum-
bre restablecida. — Lo que noíctros hubiéramos preferido. 453 á 463
Cap. XXXVII. — To'lo por la paz. — Efcatez de leticias. — Kuiiuires dei-agrada-
blee. — Ni optimistas ni pesimistas. — El general Blanco en
Gibara. — PresentaciÓB de un oficial yankee. — La dinamita
en Cuba. — Explosión de dos bombas al paso de un tren. —
Ataque de los rebeldes. — Columna de socorro. —El enemigo
rechazado y duramente castigado. — Consideraciones. —
Combate en Arroyo Hondo. — Operación combinada contra
Calixto Gaicía. — Las columnas de los generales Linares y
Lnque. — Destrucción de campamentos y defensas, y disper-
sión de partidas 464 á 475
Cap XXXVIII. — El general Blanco m Nuevitao.— De Nuevitas á Puerto Prín-
cipe.— Entrada triunfal en la capital del Cainagüey. — En-
tusiasmo del pueblo.— Obsequios y homenajes. — El regreso.
Presentaciones en Jaruco. — Encuentro en Quintana. — El
general Pando en la Habana. — Entrevista con los periodis-
tas.— Censura rigurosa. — Por la paz. — Esperanzas é impre-
siones optimistas. — El proyecto del Secretario de Agricul-
tura.— Las impresiones del general Blanco. — En la Isabela.
— En Cienfue.gof. — Aspecto de Las Villas. — Expléndido
banquete. — La despedida. — Llegada á la Habana. — Resul-
tado del viaje. — Esperanzas. — Nuestros deseos. . . . . 476 á 489
Cap. XXXIX. — Discordias en el campo insurreeto.— Odios y desconfianzas.
— Las proclamas de Massó. — Contra la autonomía. — Im-
portante combate en Sancti Spíritus. — Encuentros en las
lomas de los Cristales. — Muerte del cabecilla Octavio Ro-
drígutz. — Quien á hierro mata... — Las cartas del genera-
Usimo. — Activa campaña de los laborantes. — Agitación po-
lítica.— Kuevcs emisarios de paz. — Importantes operacio-
nes en Oriente. — Derrota y dispersión de la partida de
Calixto García. — La celumna Nario. — Nuevas fuerzas á
Oriente. — La guerrilla de San Diego de loa Baños. — Con-
fusión.— Las cancillerías europeas. — Síntomas de crisis
trascendentales en el problejna cubano 490 á 500
Cap. XL. — Catástrofe espantosa. — Voladura del Maine. — Impresión en
España. — El suceso. — Cuedro aterrador. — Horrible confu-
sión.— Los primeros auxilios. —Nuestras autoridades. — El
crucero .,4//omso XII. — Relato de un herido. — Versiones de
los marineros del Maine. — Las operaciones de salvamento.
— Las víctimas. — Origen del siniestro. — Varias versionea.
— Impresión hondísima en los Estadis Unidos. — Expecta-
855
Páginas
oiÓD. — TJa aplauso á nuestros nijbles y valieutes muríaos. 501 á 514
Cap. XLI. — España ante la catástrofe del Maine. — Dolorosa nueñanza. —
Pérfida'» Insinnaciones. — Era de pre^uiiir. — Vousaoión ab-
surda.— Nuestra hoaradez sin tacha. — Sia explicación. —
Operaciones en Oriente. — Las colamuas Nario y Linares.
— Encuentros y combates. — Propósitos del general Blanco.
— Aspecto de la campaña. — El crucero Vizcaya en el
puerto de Nueva York, — S iludos y visitas. — El comandante
señor Eulate. — Salida del Vizcaya para Cuba 515 á 524
Cap. XLII. — Preparativos bélicos. — La apatía de nuestro Gobierno.^ — Rece-
los y desconfianzas. — Proaósitos del ejobierno de los Esta-
dos unidos. — Rudo combate. — El comandante don Pedro
Rivera. — Varios encuentros. — Estado de la insurrección en
Oriente. — itaque é incendio del ingenio Cañamago. — He-
roica defensa. — El soldado Arjtonio Cruz Villegas. — Co-
lumna de auxilio. — Batida y derrnt» de Bethancourt. —
Noticias de Mmzanillo. — Los propósitos de los rebeldes. —
Optimismos y confianz i. — Impresiones favorables. — El di-
lema.— Manifiesto del cabecilla Massó. — El gobierno insu-
rrecto.— Campaña alarmista. — Mac-Kinl«y dictadur. . . 525 á 537
Cap. XLIIL — Las palabras y los hechos. — Nuestro Gobierno. — Remembranzas.
— La opinión. — Las operaciones en el Camagüey. — Avance
de la columna. — El enemigo bitido y disperso. — El com-
bate de San Andrés. — Kl heroico teniente s^ñor Porojo. —
En la Najasa — Nuevo combate en el potrero «Peralejos».
— Las bajas del enemigo. — El parte oficial. — Elogios al
general Jiménez Castellanos. — Movimiento de tropas. — Ex-
pectación.— La actividad do nuestras columnas. — Anuncio
de operacionf s. — Confu.sión. — '*in temor á complicaciones. 538 á 548
Cap. XLIV. — El crucero ^'izcaya en la Habana. — Manifestación patriótica. —
Entusiasmo de los peniusulares. — La aocióu de nuestras
armas en 0-iente. — Movimiento de columnas. — Operacio-
nes ofensivas. —Encuentros y combates. — La expedición del
general P.iudo. — Más combates. — Importantes oper clones
en la Sierra Maestra. — L'íb columnas Vara de Roy y Ar-
teaga. — Muerte del cabecilla Vidal Ducassi. — A Oriente.
— Nueva organización de las fuerzas de operaciones en el
departamento Oriental. — Llegada al puerto de la Habana
del crucero Oqitendo. — Cariñoso recibimiento. — Entu-
siasmo y satisfacción 549 á 558
Cap. XLV. — Activi lad de nuestras columnas. — Importantes operaciones con-
tra Máximo Gómez y sus huestes. — La división Salcedo. —
Encuentro y derrota del generalísimo. — Activa persecución
de su partida.— Nuevas batidas. — Dispersión de las partl-
dac — En Oriente. — La columna del coronel Tejeda. — Ata-
que y toma del campamento «El Chino». — Huida de los
niambises. — Avauíe de nuestras tropas. — Varios y victorio-
856
Páginas
608 encuentros y combates. — Impresiones. — Colisióa entre
rebeldes. — Muerte de los cabecillas Cayito Alvárez y Vi-
cente Núñez. — Las columnas Linares y "Vara de Rey. —
Operaciones sobre la costa Sur de la provincia Oriental. —
Nueva batida y derrota del ¡/eneralis'tno. — Encuentro y
derrota de la partida de Bprmúdez. — Rudo combate en Pi-
nar del Río. — Sensibles bajas de la columoa. — Nuevas pre-
sentaciones.— Muerte del cabecilla Antonio Núñez. . . . 559 á 571
Cap. XLVI. — Plan de operaciones en el Camagüey. — Operación combinada.
—Encuentros y combates. — Batida de los insurrectos. —
Imprei-iones. — Vientos de guerra. —Los prop'^sitos de los
yankis. — Nueva organización de nuestro ejército en opera-
ciones.— La campaña de Orienie. — Reconcentración de los
rebeldes. — Operación combinada. — Encuentro.* y comba-
tes.— Toma y d strucción de campamentos. — Derrota de los
insurrectos. — Reconociniiei tos y batida de los rebeldes. —
La co'umna del general Bernal. — Ataque á un convoy. —
Rudo combate y derri ta de los insurrectos. — Nuevo encuen-
tro y dispersión de los rebeldes. — La obra del soldado.. . 572 á 584
EL CONFLICTO INTERNACIONAL
lifl GUEt^HR COH bOS ESTADOS UHlDOS
Páginas
Capitulo I. -El conflicto. — La cuestión ii ternacional. — Hecho innegable. —
El Gobierno español. — Nuestros políticos. — El nudo del
problema. — Los propósitos de los Estados Unidos. — Nueva
calumnia. — Contra la honra de España. — Eso, nunca. — El
iiifoMiie de la (^omitión americana sobre la voladura del
jUoinf.-^Diciamen ambiguo. — CarActer fortuito del sinies-
tro.—Nueva cuestión sobre el tapete. — Los socorros á los
concentrados. — kctUuil decidida del gobierno de Washing-
ton.—Hacia el desenlace. — Nuestra dignidad á prueba. —
Expectación. — La Justicia con España 585 á 596
Cap. 11. — La ruptura. — Agitación pública. — Otra vez el pantano. — La
Nota colectiva de las grandes p >tencias. — La Nota uficiosa ''
dfl Gobierno español. — La última sorpresa — El armisticio.
— Suspensión de hostilidades en Cuba. — ¿Para qué el ar-
misticio?—Mac-Kinley y sus malas artes. — Paz en la tierra
para los hombres de buena voluntad 597 á 606
Cap. III. — Síntoma elocuente. — El Mensaje de Mac-Kinley. — La respuesta
del Gobierno español. — El dictamen de la Comisión de Re-
laciones exteriores. — A marchas forzadas. — El informe de
la Comisi'n de Negocios extranjeros. — O? votos contra 21.
857
Págipas
— Excitación general. — IjOB sucesos de Málaga y Burcelona.
— Rigor extremado. — Censuras de la opiuión. — Recelos ins-
tintivos.—La vida nacional en suspenso. —Ansiosa expec-
tación.— Impaciencia nacional. — Lo inevitable 607 á 618
Cap. IV. — La guerra. — Tristes desengaños. — El dictamen de la Comisión
mixta de las Ga.ma.reiS iiankees. — Indignación. — Ei Gobierno
español. — La Corona. — A. las Cortes. —El ultimátum de
Mac-Kinley. — La marcha de Woodford. — Ruptura de rela-
ciones.— Retirada de nuestro ministro en Washington. —
Las instrucciones á Mr. Woodford. — Comunicacióq oficial
de di^spedida al representante de los Estados Unidos. —
Energías fugaces. — El Gobierno y la opinión 619 á 631
Cap. V. — Contraste. — Ellos y nosotros. — Ounsecuencias de la ruptura de
relaciones. — El bloqueo de Cuba, — Vcuerlo y órdenes. — El
patriotismo español.— Siempre España. --Momento solemne.
— Rasgos patrióticos. — Fiebre de noticias. — Tarea ardua.. 632 á 642
Cap. VI. — El diario de la guflrra. — El bloqueo dé la isla. — Los decretos
de Mac-Kinley. — Aquila non capit musrns. — En nuestro
puesto. — Diario de la guerra. — La proclama del presidente
Mac-Kinley. — Prólogo enojoso. — El corso. — Desembarco
de una partida. — Lo que pretendían los yankis. — Nuestra
marina da guerra y nuestra marina mercante. — En el mar
de la China y en el mar Caribe. — El cañonero Elcano y el
trasatlántico Afonserrat. — El bloqueo burlado por un correo
español. — El bravo capitán Deschamps. — Entusiasmo y
plácemes.- Deuda contraída y den la cumplida 643 á 655
Cap. VII. — .Vmagos y simulacros. — Confusión. — El espíritu público en Es-
paña.— Rasgos de entusiasoiO. — Torpezas yaiikces. — El
bombardeo de Matanzas. ^El parte oficial. — El plan deles
yankis. — El intento del enemigo. — El bombardeo de Cien-
fuegos.- -Plazas y defensas reforzadas. — El espíritu de las
tropas y voluntarios. — Despacho oficial. — Apresamiento
del Argonauta. — Triste impresión. — Intentj de desem-
barco.— Retirada de la escuadra bloqueadora 656 á 6P
Cap. VIII. —Ansiedad no satisfecha. — Ellos y noeotros. — Apertura del Par-
lamento insular. — El Mensaje. — El general Blanco. — A
morir por la Patria. — El desfile. — Entusiasmo popular. —
Fecha memorable. — El régimen autonómico. — Intento de
desembarco. — Día de emociones. — En presencia del enemi-
go.— Crucero yanki cañoneado, — Batida general. — En-
cuentros y combates. — Los saludos del Morro. — La goleta
Santiayuito. — Bombardeo de Matanzas. — Espectación é in-
quietud 667 á 676
CaP. IX. — Agitación y alarma. — Optimistas y alarmistas.- Infundios
fantásticos. — Noticias absurdas. — Fiebre de noticias. — Im-
paciencia y ansiedad. — Espectación pública. — La escuadra
de Cervera en la Martinica. — Las baladronadas yankis. —
858
Páginas
Confianza» de la opinión. — lutentoi de desembarco. — El
bombardeo de Cárdenas. — El enemigo rechazado. —Arrojo
de nuestros mnrinos. —Descalabro de la escuadra norte-
americana.- Kl combate naval de Cárdenas. — Lucha he-
roica.— El Antonio López y \a L'ii-^rn. — La Cruz Roja. —
Corneutns y aplausos 677 á ü89
Cap. X. — Intento de desembarco en Cienfuegos. — Duro cañoneo. — El
empeño de los yankis. — (íl enemigo rechazado. — El espíri-
tu de las tropas y de la población. — Cañoneo en bahía
Qonda. — Desembarco frustrado en Jicotea. — Xuevcj inten-
tos de desembarca, — Detalles del fracaso de la expedición
del Guisic. — La escuadra norteamericana frente á San
Juan de Puerto Rico. — Bombardeo de la capiti>l de la pe-
queña Antilla. — Gran espectación. — Noticii-B y rumores. —
La fantasía popular. — Honor á los valientes. — Jornada
feliz 690 á 700
Cap. XI. — Tenacidad del enemigo. — Cañoneo inútil. — Nuevos intentos
de desembarco. — En Jaimanitas y en Cárdenas. — El des-
quite.— Inútil empeño. — Detallf s del frustrado desembarco
en la playa del Salado. — Dos prisioneros yackis. — Comba-
te naval en las agu^s de U Habana. — El Nueva Rspaiia y
el VenailHo en busca del enemigo. — Espectación. — Frente
al enemigo. — La acometida. — Entusiabmo y aplausos de la
muchedumbre. — ]Viva España!- El triunfo do nuestros
barcos. — Espectáculo imponeute. — El regreso á puerto. —
Reg. cijo y ovación. — El objetivo de la sa'ida. — Encuentro
en los Cristales. — Rumores. — La alocución del general
Cervera. — Antes de zarpar. — ¡Viva España! 701 á 713
Cap. XII. — Europa al almirante de nuestra escuadra. — La misión del
Terror. — El comandante Villaamil. — La escuadra españo-
la en Curacao. — Otra vez la dinamita en el campo rebelde.
— Voladura en »1 ferrocarril de Guiinabacoa. — El espíritu
público en la Hubana. — Accidente en la bahía de Cárde-
nas.— Explosión de un torpedo. — De>trozo y voladura de
un bote tripulado por yankis. — Ataqu-í á Caibarién. — Una
flotilla du cañoneros en busca del enemigo. — Huida del ba-
que yanki. — Gr.in espectación en la Habana. — Agresión
contra Santiago de Cuba y Guantánamo. — En Hunta Cama-
cho y MataazdS — La escuadra española en Santiago de
Cuba . . . . - 714 á 724
Cap. XIII. — Alegría y entusiasmo. — Dudas y peligro. — Impurtancia y mé-
rito do la operación. — El ánimo nacional. —La prensa ex-
tranjera.—Rlo?ios ala Marina española. — La opinión de
Europa. — Movimiento de aproximación. — Nuestro (iobier-
no.— El regreso del Moiiserral. -El bloqueo burlado. — El
paeb'o coruñés al capitán Deschampa. — El viaje. — Misión
especial.— Satisfacción y recompensa 725 á 734
859
PágfinaR
Cap. XIV. — Estratagema villana.— Censuras y reprobación. — El Manual
de las lejes de guerra. — El Reglamento.- -Los piratas. —
La desaprensión de los yai kis. — A la coi secución del fin,
sin repararen los medios. — No fué de extrañar. — Sistema
viej" y al uso. — Motivo de reclamación. — La pasividad de
los gobiernos de Europa.— El Derecho internacionales un
mito. — Temores. — La opinión de los Estados Unidos. — Los
planes del enemigo. — Impaciencia yanki. — Juicios de Le
Tenips. — La acción de las dos escuadras en Cuba. . . 735 á 743
Cap. XV. — Ansiedad general. — Viva inquietud. — La opiíión. — Saluta» ■
ción y réplica. — Anuncio de emociones. — La confianza en
el almirante Cervera. — Rumores desmentidos. — Cañoneos .
y reconocimientos. — Noticias de Nueva Yi ik. — Un oficial
insurrecto en Washington. — Su informe sobre el estado de
defensa de la Habana. — Día de invenciones. — Fiebre de
información. — Noticias de Santiago de Cuba. — Ansiedad
satisfecha. — El puerto de Santiago de Cuba. — Nuestra es-
cuadra en condiciones de absoluta seguridad. — Remembran-
zas históricas 744 á 755
Cap. XVI. — Infundios y congeluras. — La campan» de Cervera. — Opera-
ciones contra los insurrectos. — La columna Vara de Bey.
— El batallón de Sevilla. — Cange de prisioneros en alta
mar. — El trato á nuestros prisioneros. — Dudas desvaneci-
das.— Ataque y bombardeo á Santiago de Cuba. — El des-
pacho oficial. — Nuevos datos oficiales del ataque á Santia-
go.—Impaciencia satisftcba 756 á 766
Cap. XVII. — Ansiedad justificada. — Expectación. — Otra jornada feliz. —
¡ Victiria! — Nuevo ataque á Santiago de Cuba. — Un barco
yaiki á pique. — Intento frustrado. — Hl Meri-j/ 3lac. — Náu-
fragos y prisioneros. — El acuerdo del gobierno yanki. —
Objetivo de la operación. — Propósitos frustrados. — Nues-
tro triunfo. — Ataques á Alquizar y Sama por h s insurrec-
tos.— Encuentro en Viajacas. — Intento de desembarco. —
En Punta Cabrera y Aguadores. — Nuevo bombardeo en
Santiago de Cuba. — Sensibles pérdidas. — Dura jornada. —
En líuestro puesto 767 á 'i
Cap. XVIII. — Sin desmayos. — Eso es la guerra. — El enemigo por tercera
vez rechazado. — Los yanquis en inteligencia con los mam-
bises. — Torpeza yanqui. — Atentado criminal. — Voladura
de un tren de pasajeros. — Desembarco da fuerzas america-
nas en Guantáiíamo. — Rudo combate en la Caimanera. —
La expedición yanqui. — Relato del combate de Guantá-
namo.^Elogios al valor de nuestros soldados. — Resultados
del último ataque á Santiago. — Los yanquis atacados por
los españoles. — Derrota de los norteamericanos. — Situación
difícil de los invasores. — Activas operaciones contra los
rebeldes. — Propósitos del generalísimo Gómez. — Ataque á
860
Páginaa
CumaDayagna.— Toma y destmcción de un campamento
insurrecto.— Antiedad en la Hhbana 779 á 709
Cap. XIX — Salida de Cuyo Huepo del ejército invasor de Cuba. — Santia-
go incomunicado con el interior. — Nuevo bombardeo de
Santiago. — Nuestras bajas. — Intentos de desembarco. —
. Importante operación militar contra los rebeldes. — Movi-
miento de columnas. — Combate victorioso en el Príncipe.
— Desembarco rechazado en Cabanas. — Llegada, de la ex-
pedición yanqui frente á Santiago de Cuba. — Desembarco
y conferencia. — Operación sobre Cayo Piedra. — CaíioDeo
de Casilda. — Triste impresión. — Desembarco de lii expedi-
ción yanqui en Daiquiri. — Yanquis y mambises fraterni-
zan.— Telegrama oñcibl. — La situación de Cuba. — Avance
de las tropas americanas. — Retirada y concentración de
los españoles. — Ataque de un campamento tspañol. — Em-
boscada y rudo combate. — Victoria de los españoles — Los
invasores en Altares. — Desembarco del resto de la expedi-
ción yanqui. — Reunión de jefes yaiquis y rebeldes.. . . 791 á 807
Cap. XX.- El ataque á Sanlingo de Cuba. — Gloria estéril. — Avance del
ejército invasor. — Las fuerzas yanquis. — Las tropas espa-
ñolas.— Rudo combate en .El Caney. — Las dos escuadras.
— Heroica defensa de El Caney. — Muerte gloriosa del ge-
neral Vara de Rey. — Retirada á Santiago. — En Aguado-
res.— Xuestras baj;8. — La retirada de ruestras tropas. —
La» bajas del enemigo. — Nuestro saludo á los héroes de la
jornada. — Elogios al valor de nuestros soldados. — Los es-
fuerzos del Gobierno. — Por ineptitud é imprevisión. . . 808 á 820
Cap. XXI. — Heroísmo de nuestros maiinps. — La catástrofe de Santiago
de Cuba. — Destrucción j pérdida de la escuadra de Cer-
vera.- El combate naval.— Gloriosa hecatombe.- -El parte
de Shafter. — Relato del horroroso combate. — Ex{)ectación
en la Habana. — Recogimiento y amargura. — Alocución del
general Blanco. — Horrible dilema. — Angustiosa alternati-
va del contralmirante Ccrvera. — Cruento fia c»-mc»«. — El
desastre estaba previsto. — No era posible otro desenlace. —
Felices los muertos 821 á 832
Cap XXII — Las consecuencias del desastre. — Capitulación de Santiago S
de Cuba. — ti parte oticial. — ¡Consumatum tst! — La en- ■
trega de la plaza. — 22780 prisioneroB. — Proclama del ge-
neral Blanco. — Negociaciones de paz y armisticio. — El Pro- ■
tocólo. — La Comisión de París. — Tratado definitivo de paz.
— Modificación del protocoio. — Triste desenlace. — El des-
precio á España. — ^Paz humillante y desastrosa. — Egoísmo
de nuestros gobernantes. — ¡¡Viva España!! 834 i 843
Epílogo triste • 844 á 846
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Reverter Delmás, Emilio
Cuba española