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CUBA ESPAÑOLA

CUBA ESPAÑOLA

Reseña , histórica de la insiarrecióii cubana

en 1895

POR

Emilio ReYertér Delmas

IDUÍJTI^ADA POR gl^ANCISCO goNS

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Centro editorial di; Alberto

Bonda de Snn Antonio, niimero 04

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E8 PROPIEDAD

Establecimiento tipográfiuo de Vivea y Uiuany, calle de Muntaaer, 36— Barcelona

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CAPITULO PRIMERO

Simpatías de la opinión. Vida nneva. La selección. Lo principal y lo accesorio. —La situación de Cuba. Despedida del general Blanco. Buena esperanza.

L nombramiento del marqués de Peña Plata para el car- go de gobernador general y general en jefe del ejército de Cuba, fué acogido con universal simpatía por la opinión, y en el ilustre capitán general don Ramón Illanco y Erenas se cifraron las más lisongeras esperanzas.

No cabe mayor condenación de la injusta campaña que contra él se hizo por su política benévola con los rebeldes de Filipinas. En ningún país puede rehabilitarse en el breve es pació de siete meses en política, y menos todavía un soldado contra quien se tabían dirigido cargos tan violentos é imputaciones tan crueles

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como aquellos de que fué objeto el nuevo capitán general de Cuba

Cuando á la sazón se le aplaudió con tal unanimidad, señal fué de que los ataques de entonces carecían de fundamento.

Nos congratulamos de que llegara para todos y para todo la hora de la verdad y de la justicie.

Y sinceramente deseamos que las manos en que España depositó su honor fuesen hábiles y fueites, y que la inteligencia á quién se confió la obra mpgna de la pacificación de nuestra perla de las Antillas, su- piera con su lucidez y su rectitud llevarla á feliz término.

Prudente á la vez que enérgico, el marqué? de Peña Plata procu- raría que ni en la Antilla ni fuera de ella, dudase nadie de la lealtad de los propósitos de España.

El régimen que iba á plantearse, revistiría desde el principio la generosidad, la imparcialidad y la amplitud convenientes. No nacería vinculado en un partido, sino en condiciones de satisfacer á todos; no serviría para favorecer interereses particularistas, sino para cubrir bajo una misma égida y bajo una misma bandera á cuantos reconocieran la soberanía de España.

Preciso era, no obstante, que desde el principio se evitasen riesgos y escollos, entre los cuales pudiera zozobrar la empresa.

Al cambio de ideas y principios, debía acompañar un cambio no menos radical de conducta.

Importaba que la autoridad superior y el pensamiento directivo tuvieran auxiliares fieles, cuya pericia fuese notoria y cuya moralidad fuera intachab'e.

Había que enterrar multitud de viejas y malas prácticas, y que renunciar á funestas é inventeradas costumbres.

Ya no se podía admitir que los cargos de mayor importancia re- cayeran en familiares y adictos, que, en vez de considerar las respon- sabilidades, mirasen tan solo á los provechos.

Se necesitaba hacer olvidar lo pasado y ofrecer sólidas garantías para lo futuro; se requaría que Cuba viera en los nuevos funcionarios una representación genuina de ia hidalguía y del desinterés de la Me- trópoli.

Si bajo él régimen descentralizador que se iniciaba continuábanlos abusos y corruptelas de antes, importaba que en los insulares y no en los peninsulares recayera la culpa.

Nida hábil de holgar de lo qu3 pusiéramos con objeto de aparecer y de ser, en vez de partícipes, fiscales.

En la transformación qae se avecinaba habríamos de juzger desde lo alto, con serenidad é imparcialidad absolutas, otorgindo lo suyo á cada cual y sin supeditar el derecho de lo.'' demás al interés déla causa propia.

Así, y de ningún otro modo, era forzoso que entrásemos y que entrasen las Antillas en la vida nueva.

Esta actitud de España y esta resolución de perseverar en la equi- dad, aún á costada cualquier sacrificio del amor propio, debía servir de ejemplo á los partidos que de medio siglo monopolizaron el poder en Puerto Rico y en Cuba.

Habíanse acabado los privilegios y habían caducado, para nunca más volver, los monopolios.

Nadie pensaba en vejar, ni en perseguir, ni en atrepellar á los que por tanto tiempo le habían disfrutado, pero la opinión demandaba, lo mismo en la Metrópoli que en las colonias, quj los usufructuarios de un predominio secular dejasen el paso franco al nuevo régimen y se abstuvieran de desnaturalizarlo con sus abominables exclusivismos.

Por todo esto hacíase y era necesario el relevo del general Weyler en el mando de la grande Antilla.

Era indispensable el relevo, no sólo porque el marqués de Tene- rife en política colonial tenia ideas y métodos contrarios á los que á la

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fecha prevalecían ya. sino porque en él había llegado á personificarse el espíritu de intransigencia, que, además de costamos dos terribles gue- rras en Cuba, había proporcionado argumentos y armas á todos nues- tros enemigcs de América y Europa.

*

Lo que teníamos que llevar á las colonias antillanas no era sola- mente una nueva legalidad política; era también, y sobre todo, un nuevo régimen moral. Sinéite, nada valdiía aquél, y naceiían muertas las reformas.

Hemos combatido el monopolio ejercido en la isla por el partido de Unión constitucional y por los llamados «incondicionalef» de ambas Antillas.

De igual modo, hubimos de combatir el que pretendieran seguir ejerciendo en la designación de funcionarios públicos losgobiernosy los persoDajss influyentes de España.

Ha sido cosa corriente y de ello nos vino el descrédito que ahora purgamos— el enviar á Cuba, á Puerto Rico y á Filipinas, en vez de funcionarios rectos é idóneos, sujetos descoi o;idos, ó demasiado cono- cidos, que neceíitaban mejorar de fortuna.

El mayor número de puestos, desde los altos hasta los humildes, parecía corresponder de derecho á nuestros inútiles ó á nuestros fra- casados.

La suspicacia popular, escandalizada ante los hechos que de vez en cuando salían á la superficie, había generalizado, como de costumbre, ios cargos y las imposiciones, envolviendo á todos en una misma sen tencia.

Ajuicio de los de casa, más aún que ajuicio de los de fuera, asi

como en los siglos XVI y XVII los válidos, los capitanes y los próce - res tsníaa en aquellas fértiles regiones encomiendas de indios, así nuestros magnates de hoy tenían en aquella fértil administración en comiendas de empleados.

Los que de tal suerte razonaban, decían además que el monopolio

DE CENTINELA. EJÍ LA. LINEA. DE LA. TROOII V (Artemisa)

de los tiempos presantes, sin ser menos provechoso, era menos peli- groso que el antiguo.

En los días épicos del descubrimiento y de la apropiación, los hé- roes y los gobernadores ilustres coriían el riesgo de que un golilla, mandado á reprimir sus desmanes, los despachase para España, car- gados de cadenas, los despojase de la hacienda, malamente adquirida, ó si venía al caso, los degollase en medio de la plsza pública.

Blanco 2.

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En nuestros días había cesado todo riesgo y nadie hablaba de jui- cios de residencia, ni de otras tales antigualla?, sino cuando se presen- taba ocasión de declamar sobre las decantadas lejes de Indias.

La impunidad era completa; la responsabilidad imaginaria.

Aunque en semejante manera de discurrir existiera y existe gran- dísima exageración, no cabe negar que también se encuentra un fondo de realidad muy negro, muy odioso y muy triste.

Precisaba, por tanto, sanear ese fondo y destruir esa leyenda.

Obligado estaba el Gobierno á elegir con minucioso cuidado y con tacto exquisito, los funcionarios de todas categoiías que fuesen á im- plantar la nueva legalidad en las colonias.

Lo estaba igualmente á rechazar las imposiciones de los magnates de la política, que no con fines reprobados, como suele imaginar la torpe maledicencia, sino con arreglo á las viciosas prácticas estableci- das, demandasen, ó tal vez exigieran, empleos y prebendas para sus ahijados y protegidos.

* «

Mucho se había adelantaáo con ti relevo del general Weyler y con¡el acuerdo tomado en el primar Consejo de ministros celebrado por el Gobierno libaral de llevar inmediatamente á Cuba el régimen auto- nómico.

Mal^hiciera España si no aprovechaba el tiempo, cuando, por raio caso, y sin duda por plazo muy corto, se nos mostraba relativamente propicio.

Torpeza insigne ó funesta locura fuera creer que con el nombra- miento de gobernador general y segundo cabo y de los seis goberna- dores civiles de la grande Antilla, había lo bastante para dar largas á cosas y dificultades que no permitían espera.

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Mayor todavía fuera el yerro si el Gobierno hubiese esticnado que podía con toda calma dedicarse á la preparación y al estudio de la nue- va legalidad, cuidando de que nada faltase ni sobrase en sus detalles y perfiles.

Cuando se trata de radicales transformaciones, hay que prescindir de los pormenores y que atender al conjunto.

No cabe la perfección en los primeros ensayos de un régimen que se aparta diametralmente de lo antiguo.

Aunque al principio sean toscas y deficientes las ruedas, lo que más importa es que marchen. Después ya hay lugar para mejorarlas y pulirlas.

Necesitábamos provocar en Cuba una reacción saludable que de- volviera la á los que no la tenían y la confianza en las fuerzas pro- pias á los que se habían echado en el surco. Una reacción que confir mase en su amor á la Metrópoli á los leales^ y que atrejera, sino por el afecto, por el interés, á los dudosos.

Era preciso y urgente, de toda urgencia, aprovechar el tiempo que el anterior Gabinete conservador había perdido y malbaratado, sino se quería que se malograse una empresa en la cual jugábamos el honor y la vida.

Hacían falta demostraciones prácticas de nuestro propósito refor mador y pruebas tangibles de que queríamos destruir todo lo viciado, todo lo nocivo, todo lo caduco.

La necesidad del inmediato saneamiento no daba espera, y era de temer que el remedio, á pesar de su eficacia y de su virtud, llegase tar- d, y el enfermo se murieía.

* *

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No pasaba día sin que la prensa europaa, y aun puede decirse que la del mundo entero, dedicase especial atención á la guerra de Cuba.

La prolongación de la lucha, no obstante las fuerzas considerables enviadas desde la Metrópoli para someter á los rebeldes; el apoyo eíec- tivo, aunque no declarado, que la insurrección encontraba en los Es- tados Unidos, y lo5 incidentes de la campaña, eran los elementos de que la prensa extranjera disponía y sobre los cuales discurría para apreciar con mayor ó menor acierto la situación de Cuba.

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BARRIO DE LUYANC) (Habana;

En prueba de lo que en el extranjero se pensaba, véase el siguien- te despacho de Londres que nos trasmitió un apreciable compatriota.

El cuadro que pinta de la situación de Cuba no puede ser más tris- te; más triste fuera aún que se ajustase á la realidad.

^Londres 15 Octubre. La Agencia Retiter ha recibido y dado á la publicidad una carta de Cuba, escrita por un subdito inglés que resi- de allí hace tiempo y ocupa posición preeminente entre sus conciuda- danos.

Las noticias y afirmaciones que esa carta contiene, han causado

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prcfunda impresión, pues no falta quien crea que el autor no es un simple particular, sino que desempeña altas funciones consulares.

Creo ha de interesarles lo de más importancia para España.

«La aseveración de que gran paite de Cuba está pacificada y el res- to lo estará dentro de pocos meses, es absolutamente risible. ' »No hay ninguna provincia pacificada, ni la situación general ie la isla puede decirse que sea mejor que hace dos años.

»Weyler ha fracasado por completo.

»La Habana sigue rodeada de partidas rebeldes que se pasean por toda la provincia.

»La ruina de la isla llega á extremos aterradores y la mortaldad es horrible.

¿>La mitad del ejército español, dado de bsja por enfermedad, está en los hospitales ó en las enfermerías de los cuerpos. El resto padece hambres y desnudeces, que únicamente los sufridos soldados españoles son capaces de soportar.

»Obedientes, disciplinadas y valerosas, las tropas españolas hacen esfuerzos que siempre vienen á resultar infructuoíos, porque el ejército carece de muchos elementos y no está organizado en condiciones á propósito para una guerra como la de Cuba.

»Esta situación no lleva trazas de modificarse. Quizás continuará mientras España pueda, con mayores ó menores apuros, encontrar di- nero para sostener la lucha.

»Los rebeldes que fían su triunfo en el cansancio ó agotamiento de EspEña, pelean en su mayoría por la independencia y no cederán hasta conseguirla.

»Ouizás ya es tarde para plantear el régimen autonómico, por lo menos para plantearlo con éxito.

>/Dice también el autor de la carta que los Estados I nidos son los verdaderos culpables de la situación en que se encuentra España, pues

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sin la protección que han dado á la rebelión, éstn hubiera podido ser aplastada en tres meses.

»Los mismos cubanos reconocen que lo deben todo al apoyo moral y material de la República norteamericana y que mañana sería impo- sible la vida de su República si les faltara semejante protección.

»El Daily News comenta la carta, cuyo contexto telegrafió en lo más esencial, y dice que acaso debió Sagasta dejar á los conservadores la responsabilidad de situación tan terrible.

»José Zayas, que ahora reside en esta capital y se titula plenipoten zario de la República cubana, ha manifestado á la Press Asocíatión que en Mayo último' se ofreció á España la suma de ciento cincuenta millo nes de duros por la isla de Cuba, con la gaiantía de los Estados Unidos.

»R3chazada la oferta por España, añade Zayas que los insurrectos no aceptarán pactos ni reformas, pues están persuadidos de queá los es- pañoles les será imposible sostener la guerra un año más.— X^'»

Hasta aquí el despacho, cuyas consideraciones y augurios no pue- den ser ya más pesimistas para esta nuestra desventurada patria.

¿Sería, en efecto, tarde para plantear el régimen autonómico en la grande Antilla?...

Para lo que era tarde, y los hechos, por desgracia, lo habían de- mostrado, era para volver á empezar.

Salió el general Blanco de Msdrid para la Coiuña, á fin de embar- car en este puerto con rumbo á Cuba, el día 17 de Octubre.

A despedir al marqués de Peña Plata, al ilustre general que iba á Cuba como representante de un nuevo régimen para trabajar como sol- dado y como político por la paz deseada, acudieron los señores minis-

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tros de la guerra, Marina, Estado y Ultramar, los capitanes generales señores Martínez Campos y López Domínguez, el gobernador de Ma- drid, señor Aguilera, el obispo de Sión, y tal y tanta cantidad de mili- tares y hombres politicos, que renunciamos á escribir una lista que sería imposible que resultara completa.

¡Haced la paz y hacedla pronto! Estas fueron las palabras con que el pueblo español despidió al nuevo capitán general de Cuba.

Esos fueron los votos que acompañaron en su viaje á la gran An- tilla ai bravo general, al experto gobernante que había tomado su par- tido y tenía la firme voluntad de realizar, sin vacilaciones ni tibiezas, los planes del Gobierno y los planes propios de pacificación.

Con el general Banco fueron á la isla la buena voluntad y la con- fianza de todos los españoles cuerdos.

En él había de tener un leal intérprete la nueva política que lla- maba á los leales y á los tibios á la concordia y tendría nuestro ejército un caudillo experimentado y valeroso para acabar con aquellos que, renunciando á la condición de hermanos, se empeñasen en mantener la de enemigos.

Hombre sereno, enérgico é inteligente; avezado á soportar las in- justicias del vulgo, y á buscar la verdad y la equidad en medio de la humareda con que suele la pasión encubrirlas, creímos que sabría em- plear fructuosamente los dos medios que la nación por propio y libé- rrimo impulso le había puesto en las manos. La espada contra los irreductibles; la balanza, para todos.

Le acompañaron generales de superior entendimiento y de probada bravura, que conocían á fondo las Antillas, que estaban al tanto de lo que con el problema colonial se relacionaba y que habían intervenido ya, con gloria, en la presente campaña.

Allá volvían P.indo, Salcedo, Bernal y Aguirre, que otra vez ofre- cían á la patria el tributo de la sangre y que combatirían como comba-

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tieron, bien hallados con la nueva dirección militar y con la nueva orientación política. Entre ellos figuraba el general González Parrado, cuyo valor y cuyo tacto, bien acreditados en Filipinas, se emplearían no menos utilmente en Cuba.

Ninguno de ellos temía que la autonomía embarazase su acción, y

INGENIO «RECUERDO» (San Antonio de los Baños)

todos estaban conformes con la legalidad que dentro de poco había de regir en la isla. Es evidente que opinarían de igual modo los bizarros compañeros suyos, que allá continuaban manteniendo incólumes la integridad de nuestra soberanía y el honor de nuestras armas.

Ante la firmeza tranquila y el patriotismo verdadero de unos y otros, nada significó la interesada suspicacia de algunas colectividades y personas que se obstinaban en oponer á la necesidad y á la justicia sistemática resistencia.

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EXCMO. 8R. D. RAMÓN BLANCO Y KRENA8 Capitin general

Blanco s

CAPITULO II

A bordo del Alfonso XIII. DeclararioneR del general Blanco. El programa del Gobierno. InetrucciimeB al nuevo gcbTnador general de Cuba. La Ihbor de los intransigentes. Temores y comentarios. La opinión liberal. I.l Diario de la Marina. La actitud de los derechistas. Estado de la guerra. Noticias tristes. Organizando otra manifee- tación en favor del general Wevler. Proclama de la comisión organizadora. Los tra- bajos de la comisiÓD. I,a actitud del general VTeyler.

•■* L abandonar la metrópoli y partir para Cuba á bordo del trasatlántico Alfonso XIII, que zarpó del puerto de la Coruña la tarde del 119, hizo el general Blanco las siguientes manifestaciones: «—Voy á Cuba animoso y confiado, y creo sinceramente en la eficacia de los nuevos procedimientos y en el éxito se- guro é inmediato de las acciones militar y política, que he de desarrollar combinadas. »Voy animado de los mejores deseos. ¿Saldré bien?'' Asi lo espero». A preguntas de los que fueron á despedirle, contestó: «—En eso de la autonomía no liay ni puede haber distingos. La que se va á conceder Cuba es la auionomia ofrecida desde Ja oposi- ción por el partido liberal, la Autonomía y ei. poder respcnsable.

»Para poder conspgrar más tiempo al gobierno político de la isla, quise que me acompañasen generales como González Parrado, que en

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su puesto de segundo cabo llevará el peso de la acción militar, y como Pando, que se pondrá al frente del ejército para las operaciones de la campaña.

»R^specto á plazos dijo no puedo ni quiero fijarlos. Es muy aventurado hacerlo, y si se señalan de buena fé, hasta pueden servir de estorbo, obligando á precipitaciones.

»Ayer á algunos de los generales qu3 me acompañan, expresar su confianza en que regresaremos victoriosos dentro de siete meses.

^De tal modo pueden ponerse las cosas que acertaran mis compa- ñeros. Su esperanza no me parece una locura. Pero si todo sale bien, no importaría el que tardáramos un poco más en llegar á la paz.»

El Alfonso X/IIllevó á bordo ocho generales, i8 jifes, 17 capi- tanes y 425 soldados, y además 200 marinos de la Armada y otros cien soldados y algunos oficiales que había tomado en Santander.

A las cinco de la tarde levó anclas el Alfonso XIII, que fué escol- tado hasta la Marola por algunas embarcaciones.

* *

Hizo bien el Gobierno en facilitar á la prensa, para su publicidad, el extracto de las instrucciones dadas por el ministro de Ultramar al nuevo capitán general de Cuba.

Sabido, como se sabía, por el relato oficioso del Consejo de mi- nistros celebrado el 22, que esas instrucciones coincidíin de manera aca- bada y completa con la respuesta del ministro de Estado á la nota del embajador extraordinario de los Estados Unidos, ya no podíi haber dudas respecto de los términos en que se había replanteado la acción diplomática, ni acerca de la extensión, el sentido y el alcance con que la nueva legalidad colonial iba á establecerse.

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Fué te do un programa, pese á la modesta designación con que lle- gó á conocimiento del público, el documento á que nos referimos.

Por la alteza patriótica del espíritu que lo informaba, y por la luci- dez, la precisión y la sinceridad de sus conceptos, mereció incondicio- nal aplauso.

Las instrucciones dadas al nuevo gobernador general de Cuba, por el micistro de Ultramar, se dividian en dos partes, que se enlazaban después en un resumen general: la acción militar y la acción política.

El resumen, que tan especial aprobación mereció al Conseja de mi- nistros, condensaba las ideas expuestas en las dos partes indicadas en las siguientes bases:

Era la piimera la identificación de la acción militar con la politice, de tal manera, que mientras la primera por su lapidez y energía des- concertara y redijera al enemigo, la segunda aprovechara los éxitos de aquélla para lograr la pacificación, restaurando al mismo tiempo la ri- queza y secundando con sus amplias miras el esfuerzo militar, al que la simpatía del país proporcionaiía nuevos y poderosos medios de acción.

Y como á estas dos acciones iba unida la diplomática, á que el Go- bierno consí graba especial interés, y á ellas seguiría la mejora del es- tado del Tesoro, todo el mundo vería que España no economizaba me- dio alguno de devolver la paz á sus hijos y de restañar las heridas cau- sadas por inevitables def gracias, á la vez que el soldado, sinténdose sostenido por la nación entera, cobraiía mayores biíos y pondría nue- vos empeños en terminar su obra, arrojando de la isla á los que por su odio á la Metrópoli ó por no haber nacido en ella, pretendían arran- carle la más predilecta de sus h jas

»

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La segunda idea era no manos fecunda. Consistía en hacer saber al país cubano qu3 la llegada del nuevo gobernador representaba una era completamente distinta de las anterores, y que la madre patria con- fiíba, tanto como en sus faerzas para reducir á los rebeldes, en los sen- timientos de adhesión y de afecto que !a gratitud, por un lado, y el sostenimiento de sus propios intereses, por el otro, habían de despartar en la población insular.

<Pero la convicción decía la Kota~:io ha de llevarse á los áni- mos con promesas y ofrecimientos; ha de demOitrarse con los hechos, de tal suerte, que todos y cada uno de los que vayan ocurriendo con- tribuyan á dar relieve y sirvan de testimonio á la sinceridad de los propósitos del Gobierno. Este irá comunicando al gobernador general, tan pronto como se haya posesionado de su cargo, la ssrie de reformas que habrá de implantar, empezando por la del censo electoral, cuya operación tendrá cuantas garantías sean necesarias para que las listas se coníeccionen con rectitud y las reclamaciones se resuelvan c )n jus- ticia^ á fin de que nadie tenga el pretexto de suscitar duda alguna sobre !a autoridad de un cuerpo electoral llamado á determinar la forma en que habrá de gobernarse en adelante el país cubano».

Ei Gobierno se proponía, además, publicar las reformas ulteriores con tiempo bastante para que el análisis de los llamados á vivir bajo la íutura legislación, aquilatase los méritos déla obra, la defendiera de sus imperfecciones y la identificase con las aspiraciones de aquellos á quienes se aplicara. Y aún cuando no fuera prudente fijar plazos para esta empresa, perqué eso no dependía de la voluntad del Gobierno, lo era decir que la obra se iniciaría desde luego y se continuaría sin vacilaciones ni tardanzas.

Al propio tiempo— terminaba diciendo el documento oficial— el gobernador general cuidará de hacer entender con sus palab.'as y de demostrar con sus actos, que no por eso se desentiende Espina de sus

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colonias, sino que, muy al contrario, tendrá prontos tolos sus recursos para coadyuvar á la obra de reanimará sus decaidos habitantes, rehacer su riqueza y hacer olvidar los pasados años de amargura.

Muy viva y muy profunda fué nuestra satif facción al ver realiza- das nuestras aspiraciones y puestos en vigor nuestros principios ¿jus- tados en un todo á nuestro ferviente patriotismo.

# * *

El anuncio de la implantación déla autonomía, excitó á los in- transigentes de la Habana, que se dedicaban á despertar las pasiones en las masas, provocando una agita- ción á todas luces peligrosa, contra el Gabinete fusionista.

Los telegramas publicados por El Diario de la Marina anunciando que había sido prevenido el general Weyler por el Gobierno para que á toda costa evitase las manifestacio- nes, pues en caso contrario había decidido propósito de proceder con energia, excitaron mucho á los ele- mentos que allí apoyaban al general en je fe relevado, decidiéndoles á exa- gerar sus entusiasmos en la despedi- da de dicho general.

Los periódicos conservadores de la Habana dijeron que se haría la manifestación, impidiéralo quien quisiera, y telegrafiaron á diferentes puntos de la isla para que fuesen á la capital comisiones, á ñn de cu mentar la importancia de la manifestación.

COMANDÓTE SEÑOR RUANO

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Corrían noticias alarmantes acerca de lo que pudiera ocurrir el día del embarque del marqués de Tenerife.

Los que dirigían este movimiento tenían ya tomadas todas las em- barcaciones del puerto y dispuestas todas las músicas de la ciudad.

Dada la forma con que la manifestación se organizaba y la acepta- ción de estos obsequios por el general VVeyler, temíase en la Habana que revistiera caracteres de hostilidad al Gabierno y en sentido grave que creara antagonismos peligrosos en momentos tan críticos como aquellos, por cuya razón la preocupación de las gentes aumentaba en condiciones sensibles.

Era también objeto de comentarios en la Habana el alcance de la propuesta extraordinaria en favor de los coroneles de voluntarios y la comida con que les obsequiara el general Weyler.

La opinión interpretó estos actos como inspirados por la intención de desagraviarles por el telegrama del Gobierno que produjo excitación en los ánimos.

Todas estas cosas contribuían á aumentar la perturbación política, provocando disensiones peligrosas y creando una situación política embrollada, dilícil y lastimosa en extremo.

El Diario de la Marina declaró en un artículo «que hoy por hoy» no se podía defender al Gobierno constituido, /<porque esto se conside- ra en la Habana como una provocación, aunque el caso parezca ex- traordinario é inverosímil.»

Había un elemento intransigente, que era el que con más ardor se agitaba para que la manifestación fuera solemne, que se oponía abier- tamente á la política que se anunciaba iba á implantar en la isla el nuevo gobernador general.

Los derechistas no ocultaban su odio al nuevo régimen y trataban de di&cultar la acción del general Blanco, dedicándose á desorganizarlo todo, á fin de desacreditar la autonomía.

¿4

Esa fué la división de los leales quj dejó tras el general Weyler, y en tal estado de perturbación encontraría la política el general Blanco.

***

En tanto, el estado de la gaerra era el mismo de hacía seis meses.

Bien puede decirse que las operaciones estaban suspendidas, y lo único que á la fecha se hacía, para evitar sucesos lamentables, quedaba reducido á vigilar las líneas férreas, á fin de impedir la resonancia de los accidentes.

En la segunda semana de Octubre una partida de rebeldes mache- teó bárbaramente á una guerrilla en Artemisa, apoderándose de armas y municiones.

Ascendían á 40.000 los enfermos que había en los hospitales de la isla.

La situación económica había llegado á ser horrible y de día en día aumentaba su gravedad.

Moría el 8d por 100 de los reconcentrados y en plena Habana fa- llecían de hambre niños y familias enteras.

Ofrecíanse cuadros conmovedores y escenas espantosas, producidas por la miseria y el abandono.

Solamente la caridad particular socorría á las innumerables vícti- mas de la guerra, pues el Ayuntamiento solo se cuidaba de las contra- tas y concesiones escandalosas, como la del matadero, dejando de pagar las atenciones atrasadas.

Los almacenes de la Habana hallábanse abarrotados de mercan cías importadas, sin que fuera posible darles salida, pues los comer ciantes aprovecharon los ú'timos días en que estuvieron abiertas las Aduanas para hacer gran acopio de géneros. Había de venir, como os

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natural, una enorme baja en las ventas y entonces los enemigos de la autonomía atribuiría aquella al cambio de régimen.

La población rural estaba aniquilada, la riqueza destruida y la gu jrra quebrantada por la acción del tiempo. S;n embargo, ardía en to la la isla la insurrección.

Los organizadores de la manifestación de despedida al general

VAPOR <-R. IIERUERA<

Wjyler, según nos comunicó el cable el 24, estaban trabajando de una manera formidable, para que aquel acto fuera grandioso, imponente» único.

Por correo recibimos la proclama que dicha comisión hizo circular profusamente por toda la isla.

En este documento se hacen elogios del general Weyler, como no los alcanzó el gran Capitán, como no los conquistó Banaparte en el

Blanco 4

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pináculo de la gloria. Después se censura al Gobierno por haberle re- levado y se dicen cosas imprudentísimas en aquellas circunstancias.

Termina la alocución con estos párrafos:

«¡Españoles! Roguemos al Gobierno que no provoque el retroceso á los tiempos en que el general Weyler se hizo cargo del mando de la isla; cerremos el comercio, reunámonos y probemos con nuestra pre- sencia al general Weyler que los españoles de Cuba no quieren su re- levo, y que si el Gobierno resuelve contra nuestros deseos, llevará para la Península el cariño y los aplausos y el recuerdo eterno de los buenos.

Abandonemos nuestras casas por una hora y demostremos que vive el espíritu español en Cuba á despecho de los que han pretendido amoitiguarlo.

Españoles: ¡Viva el general Weyleí! ¡Viva el primer español de esta islfi! ¡Viva el verdadero pacificador de Cuba!»

***

Una carta particular de la Habana llegada á nuestro poder el pro- pio día 24, por vía extranjera, refería lo que se estaba haciendo para organizar esa manifestación.

S3 apelaba á todos los medios, incluso el de la amenaza, para que se unieran á los manifestantes personas que permanecían neutrales ó eran adversarias de aquella campaña antipatriótica que diríase pagada por los filibusteros.

La singular actitud en que se había colocado el general Weyler dio lugar á las más extrañas invenciones.

Un corresponsal de un periódico yankee explicó de una manera curiosa y, sobre todo, nueva, la continuación en el mando, después del cese ó destitución, del general Weyler en Cuba hasta la llegada del general Blanco, sin pasar por la interinidad del general Jiménez Caste-

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llanos, designado por el Gobierno para encargarse interinamente de la Capitanía general y gobierno general de Cuba.

Dijo el indicado periódico que al presentarse el comandante militar de Puerto Príncipe para hacerse car^o del mando, le exigió el general Weyler la declaración escrita de «estar pacificadas las provincias occi- dentales de la isla» y que el general Castellanos se negó en absoluto á hacerlo.

La noticia tenía todas las trazas de no ser cierta; pero nadie lo hu- biera puesto en duda si el general Weyler hubiese procedido como aconsejaban la obediencia y el interés de la patria.

Y cierta ó no cierta, el general Weyler no se despejó del cargo de gobernador general, ni abandonó el mando de la isla, á pesar de su destitución y del cese decretado por el Gobierno de la Metrópoli, hasta la llegada de su sustituto, en quien por orden del ministro de la Guerra debía resignar el mando.

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CAPITULO III

Solución única. Los rebeldes á las puertas de la Habana. Reñido combate en La Chorrera. Muerte del general Adolfo Castillo. 3u importancia. Extraña resolución del general Weyler. Embarque inesperado. Autoridades interinas. La manifestación de despe- dida.— En el palacio de la capitanía general. Discursos cambiados. Al Montserrat. Esperando al general Blanco.— Noticias oficiales. Comentarios.

RECÍA la tensión de los ánimos y encontraban terreno propicio las más infundadas aprensiones, á medida que se acercaba el momento de aplicar á nuestro problema colonial la única solución posible. Ssntían unos vago temor de lo nuevo, aparentaban otros sentirlo, y hacíanse oir, sin que nadie conociera á punto fijo las causas, esos ruidos subterráneos que precíden á todas las gran- des metarmórfosis de la política y de la Naturaleza.

A pesar de ello, cada día aparecía con mayor claridad la línea recta, lo mismo ante los ojos de los incrédulos y los timoratos, que ante la mirada de los neutrales y los reflexivos.

Todos lo veían con perfácta lucidez y todos comprendían que no había otra, para conducirnos al término de una penosa jornada.

No fueron los liberales quienes la propusieron, sino los conserva- dores; no la fijaron las preferencias de escuela, sino las imposiciones del verdadero patriotismo; la fuerza incontrastable de las circunstancias del siglo.

Al entrar en la vida nacional las ideas que hoy prevalecen, aquellos

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que menor adhesión les tenían declararon noblemente que para lo su- cesivo ya no habría manera de retroceder un paso.

Y, á la sazón, añadieron que, si no era un deber ineludible el de prestarlas incondicional concurso, era obligación común el observar un patriótico silencio.

Si reflexionaban un poco los que dudaban y los que desconfiaban, pronto se convencían de la imposibilidad absoluta de desandar lo andado.

¿Hubo alguno que en conciencia creyera factible retrotraer las cosas al punto en que se hallaban antes de estallar la guerra separatista en Cubs ?

¿HubD alguno á quien pareciera empresa sencilla restablecer en la gran Antilla el sistema de administración y de gobierno que allí regía en 1894?

El que tal asegurase, engañaba á España y engañábase á mismo.

Muchos habn'a que deseasen el retroceso; no había de cierto nin- guno que con la mano puesta en el corazón lo considerase realizable.

***

En dos años habíamos vivido y avanzado veinte.

Cuando se recuerda que á principios de 1895 escandalizaba á los conservadores, á los liberales, y aún á bastantes demócrata?, el solo nombre de la Diputación única, y se oía á la sazón cómo hablaban todos tranquilamente de la Cámara insular, cómo aceptaban el supuesto de un régimen autonómico de gobierno responsable, y cómo invocaban, cual íi ya estuviese en vigor ese régimen, la ley complementaria de las mayorías, caía el espíritu más miope en la cuenta de que se trataba de un hecho consumado, contra el cual serían inútiles todas las agresiones y todas las resistencias.

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Cualquier arbitrio, por desatinado que luese, parecía admirable en hipótesis, menos el de volver á lo pasado.

Existir pudieron dudas respecto á la eficacia decisiva é inmediata de la autonomía ó temores de que su implantación fuera tardía; no exis- tían para nadie, respecto á la acción negativa y funesta de los métodos anteriores.

El solo intento de restaurarlos suscitara una protesta universal, porque universal fuera la convicción de que á la simple tentativa habría de acompañar el total desquiciamiento.

No quedaba, pues, otra solución racional que la adoptada, ni más cainino descubierto que el que se había emprendido.

Hubo que confiar, por tanto, en la una, y avanzar resueltamente por el otro los que siempre tuvieron en la virtud de la democracia, que no distingue de climas ni de latitudes.

Y habieron de dejarse de suscitar obstáculos á la buena obra los que pretendían todavía mantener entre la Metrópoli y su colonia arbi- trarias diferencias.

Bien estuvo que reservasen sus ideas y sus principios; pero sin pa- sar de ahí si querían hacerse perdonar el daño enorme que con la apli- cación de esos principios é ideas habían causado á España y á Cuba.

Harto notorios eran, para desdicha de todos, los efectos de su sis- tema y las consecuencias de su predominio.

*%

Aún resonaban en los oídos las palabras del general Weyler afir- mando hallarse pacificadas las cuatro provincias occidentales de la isla, y en el espacio los ecos de los vivas al verdadero pacificador de Cuba, lanzados por los gremios y detallistas, cuando á las puertas de la Haba-

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na librábase un reñido combate entre fuerzas de la gaardia civil y una numerosa partida rebelde.

Para que nuestros lectores puedan formarse idea de la audacia del enemigo, bastará indicar que el lugar donde ocurrió el encuentro está de la Habana á una distancia semejante á la qu3 hay de la plaza de Cataluña (Barcelona) á la Barceloneta.

El comandante de artillería don Eduardo Tapia Ruano, con fuerzas de la guardia civil, encargadas de vigilar y guardar la zona exterior de la Habana, tuvo un encuentro el día 25 entre la Chorrera y Managua con un grupo numeroso de insurrectos, al mando del titulado general Adolfo Castillo.

Las tropas se batieron con gran bizarría, dispersando á los rebeldes.

En una de las embestidas de los guardias cayó muerto el cabecilla citado, con otros cuatro rebeldes, que abandonó el enemigo en poder de aquéllos, dándose á la fuga.

Apoderáronse las tropas del cadáver de Castillo, que fué condu- cido á la Habana, donde se exhibió para su completa identificación.

Tuvo gran interés la noticia de ese combate, que fué confirmada oficialmente el propio día por el general Weyler.

Adolfo Castillo había sido el cabecilla de mayor importancia que había operado en la provincia de la Habana, excepción hecha de Máxi- mo Gómez y Maceo, pues llegó á anular á Aguirre cuando éste tenía en esa jurisdicción el mando superior de las fuerzas insurrectas.

Bicn podía ser considerado AJolfo Castillo como el maestro de Aranguren, Acosta, Arango y otros cabecillas de significación.

Gozaba Castillo de la confianza absoluta del generalísimo Gómez, quien al retirarse de la Habana hizo pública su seguridad de que no sería vencida la insurrección en esa provincia mientras Castillo viviera y estuviese al frente de las fuerzas rebeldes que operaban en aquel te- rritorio.

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***

Entre el asombro de las gentes, que no acertaban á explicarse tan extraña é inopinada resolución, circuló en la Habana, la mañana del 29, la noticia de que el general Weyler, lejos de esperar, como habla pro- metido, á su sucesor en el mando superior de la isla para hacerle en- trega del cargo, resolvió á última hora trasladarse á bordo del vapor

JEFE DE COLUMNA RECONOCIENDO EL TERRENO Y LAS POSICIONES

DEL ENEMIGO

correo Montserrat, que había de retornarle á la Península, y esperar allí la llegada del general Blanco.

El marqués de Tenerife tenía ya, como es sabido, noticias comple- tas 7 detalladas de la manifestación de despedida que organizaban los mismos elementos que dispusieron y celebraron la que se verificó en la Habana al tenerse noticia de su destitución y relevo.

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El general Weyler, para explicar de algún modo su insólita reso- lución, hizo propalar la especie, y así lo comunicó al Gobierno, de que debiendo di jar expeditas las habitaciones de la capital ía genersl á su sucesor, y hallándose la residencia de verano del gobernador general en estado luaoso, consideraba más acertedo esperar en la bahía, ya á bordo del vapor en que había de regresar á la Península.

El maiqués de Tenerife llamó á su despacho al general de Marina contralmirante itñor Navarro, y le hizo entrega dtl caigo de goberna- dor general de la isla.

D¿1 de capitán general y general en jífe del ejército de operacio- nes encargó al general de división señor Jiménez Castellanos.

El general Ahumada delegó su cargo de segundo cabo de la capi- tanía general de Cuba en el general Molins.

Como el general Weyler sabíi que los gremios y determinados elementos políticos iban á celebrar una manifestación de despedida en su obsequio á las dos de la tarde, hizo muy de mañana sus últimos pre- parativos de viaje y se dirigió á almorzar con el intendente general de Hacienda.

La manifestación ofreció los mismos caracteres y fué hecha por los mismos elementos que la verificada al conocerse el relevo del general. Uaa y otra se celebró con arreglo al programa establecido.

Las comisiones de los gremios y de algunos partidos políticos, no de todos, recorrieron las calles de la capital dando iguales é idénticas voces que en la anterior, dirigiéndose y estacionándose frente á la ca- pitanía general, donde, al igual que entonces, les aguardaba el mar- qués de Tenerife.

Al palacio de la capitanía subieron todas las comisiones oficiales y representaciones del paitido autonomista, de la UniónconslitucioDaly de los gremios.

En nombre de la comisión organizadora de la manifestación, llevó

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la voz un individuo afiliado al partido conservador antillano, expre- sándose en los sigaiantes términos:

«— Qaeremos con este acto de despedí ia, significar nuestra adhe- sión á la política del gaaeral Weyler, nuestra estimación y cariñ ) á su persona, nuestra admiracióa á sui méñtos militares y nudstra protesta á los lab arantes y á los yankees, cuyo odio a/r/cano le enaltece, y á los periódicos peninsulares que «'lan tratado de calumniar vilmente», no sólo al ilustre caudillo, al úaico y verdadero pacificador de Cuba, (jue á nosotros mismos, sus lealís y desinteresados defensores.

Al despedirle, un ruego hemos de hacerle: qu; nos defienda ante la nación y que acepte la investidura de diputado por la Habana que desde luego le ofrecemos».

# * *

El general Weyler contestó en ui largo discurso, cuya síntesis es la siguiente:

«—Agradezco con toda mi alma esta manifestación de afecto y de cariño á mi persona, que responde al aplauso con que «la verdadera opinión de Cuba recibió y despide mi política y mi plan, que de conti- nuar aplicándolo como hasta aquí, se hubiera salvado Cuba para Espa- ña, no por arreglos, componendas ni concesiones, sino con hanra.

»Cuando tuve noticia de mi relevo, ni me sorprendí ni me extra- ñó. Lo esperaba desde que murió Cánovas del Castillo, pues los rebel- des y los Estados Unidos lo venían reclamando constantemente, y yo sabía que no habí i ningún jefa de partido en la Península dispuesto á defender mi continuación en el mando de esta isla.

7/Nada me impartan y desprecio los ataques calumniosos déla pren- sa laborante, y en ella incluyo á ciertos periódicos de la Península.

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sTengo mi conciencia tranquila y rechazo con desdén y desprecio es£S acusaciones, de cuya sin rtzón vosotros podéis testimonisr.

»¿Hay alguno que pueda alardearse de haber recibido de cierto género de favoreí? ¿Hay entre vosotros quiéa crea que yo he tenido

alguna vtz tratos con ningún contratistí ?

(Como es natural, nadie contestó ni djo palabra). »Vosolros sabéis que mi disposición prohibiendo la zafra, que fué objeto de tan graves censuras, no respondió á otro propósito que al de hacer fracasar el empiéstito que se proyectaba levantar en los Esta- dos Ui.idos, y de que yo tuve noticia.

>Y con efecto, el empréstito que hubiera dado mayores bríos y más grandes elementos á la rebeldía quedó desbaratado y fracasó, y la zafra se pudo hacer y se hizo más tarde.

»Me han censurado también por la reconcentración de pacíficos en los poblados, y ahoia todos reconocen los excelentes resultados de aquella medida, que por otra ptrte vería solicitándola la opinión.

j-Yo os prometo defenderos en todas paite?, y os aconsejo que no sintáis desmayos ni ccbsidíes que es priven de" los medios de llevar á la Península el convetcimiento de lo perjudicial y funesto de las refor- mas políticas para la causa de España.

La autonomía es contraproducente, y los políticos de la Metrópoli desconocen el problema de Cuba. Por ello el partido de Unión consti- tucional debe pciíistir en su actual actitud, que yo prometo apoyar

desde la Península»

Muchos manifestantes acogieren estas palabrís con atronadores vi- vas á Weyler; otros se limitaron á contestar con vives á España.

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Apenas la comisión de manifastantes se hubD despaJido con gran- des manifastaciones de cariño del general Weyler, este anunció que iba á dirigirse al muelle para embarcar en el Montserrat, ad virtiendo que haría el trayecto á pié.

Esto dio lugar á que los minifastantes escoltaran al general, sin ce- sar en sus demostraciones de afacto, y q je muchos de ellos, embarca- dos en los remolcadores, le acompañasen hista el costado del vapor.

Entretanto se estaban ultimando los preparativos para recibir al nuevo gobernador general de la isla.

INGENIO «A^BREU*. DESTRUIDO POR L03 INSURRECTOS

La opinión esperaba con a isieiad conocer los planes de las nuevas autoridades.

El Gobierno recibió un telegrama del general Weyler, expedido el día 3 1 en la Habana, ea que aquél CDmunicó que, atendiendo á la conveniencia de que su sucesor paliara alojarsa inmediatamente en el palacio de la capitanía general, y encontrándose en estado ruinoi^o la q linta de los Molinos, se había embarcado ya en el vapor-correo Mont- serrat.

Añadía el general Weyler que al embarcarse habíi sido objeto de

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entusiasta matifestación que— decía— le había emocionado, interpretan dola como calurosa muestra de adhesión á España y á la monarquía.

Dícía también que el orden era completo en la Hibana, y que es- taba pronto á desembarcar en el acto, si algo extraordinario ocur- riera.

Mucha sorpresa causó en la Península el hecho de haber resignado el mando el g;neral Weyler y embarcáiose en el Montserrat, cuando según se hatía dicho había manifestfido al Gcbierno su propósito de esperar la llegada del geneial B'anco para entregar á éste la autoridad que, provisionalmente ja, venia ejerciendo.

Esta modificación del programa que á mismo se trazara el mar- qués de Teneiife, fué objeto de vaiiadcs comentarios y no se explica- ba satisfactoiiamecte. Más tarde la cpinión halló la explicación en la amañada despedida hecha por los gremios.

Mementos antes de resignar el msndo el general Weyler, dirigió al gobierno el acostumbrado parte semacal.

Y de éste resulta que al salir de la Habfina el general había rebel- des, tiroteo y muertes en las proviccias de Oriente, Puerto Príncipe, Las Villas, Matanzas, H-bana y Pinar del Río; es decir, en toda la isla.

Preciso es que conste.

* * *

Obligado nuestro corresponsal en la Habana á someter á la censu- ra de la Capitanía general sus telegramas sobre la Manifestación, no pudo trasmitir los comentarios que de la opinión sensata merecieron los últimos actos del general Weyler, ni fijar el verdadero carácter de las demostraciones hechas al ex gobernador general de Cuba, por ciertos elementos de la capital.

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Más tarde fué de ellos portador el vapor-corieo, y he aquí lo que en su caita nos dijo nuestro amigo y colaborador:

«La manifestación del viernes (día 29) fué, por los hechos y las pala- bras, un acto subversivo y de protehta contra el G abierno de la M itrópoli .

Apenas se concibe que el general Weyler, conociendo de antema- no el espíritu que animaba á los organizadores de la manifestación, se prestase á su realización y hasta contribuyera á darla calor.

Es indudable, sin embargo, que simuló la d 35 pedida para no pri- varse de los agasf jos papulares antes de que llegase el nuavo goberna- dor general. No ha respondido á otro propósito su embarque en el Monserrat, ni esta peregrina idea de aguardar al general Blanco á bor- do de dicho trasatlántico, en vez de permanecer en tierra hasta la en- trega del mando.

A pesar de que la llegada del Alfotiso XIII se demora, el general Weyler continúa embarcado y coa propósito de no saltar á tierra.

Las pal&bras que pronunció al recibir á la comisión de manifestan- tes, han parecido inusitadas en labios de quien todavía era gjneral en jefe del ejército de la isla. Es opinión unáaime de las personas sensa tes, que revelan despecho y propósitos de venganza.

En su alocución de despedida á los habitantes de la isla, el general Weyler emplea, exagerándolos, los mismos conceptos de la comunica- ción que se publicó en Madrid; alude á la época del general Martínez Campos y dice que la faerza y la justicia estuvieron simbolizadas en un cadáver. (?)

Con extrañeza de muchos españoles, cuya actitud es mental en es- tas cuestiones, en la^manif-stación no hubo ninguna aclamación para la madre patria ni para los reyes, hasta que un coronel de caballería, indignado de lo que ocurría, gritó con voz estentórea: ¡Viva Españal, ¡Viva el rey!, ¡Viva la reinal Oyéronse en cambio, rabioscs mueras á la autonomía y á la prensa.

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Entriitace considerar, no tan sólo la situación ea qae la isla de Cuba queda al salir de aqui el marqué» de Tenerife, sino el especial y crítico estado en qu3 se halla la ciudad de la Habana, por efecto de una agitación que el ganeral Weyler se ha complacido en fomentar.

Sus últimos actos personales, y £ua los de gobierno, acusan el pro- pósito de dificultar la acción de los poderes públicos de la Metrópoli.

No contento con sembrar en el ánimo de muchos españoles el ger- men de una rebeldía latente, dice se que ha tratado de ganar la volun- tad del ejército haciendo á última hora extraordinarias propuestas de recompensas, en cantidad y calidad tales, que difícilmente les podrá dar su aprobación el ministro de la Guerra.

Circulan diferentes proclamas de los laborantes contra la autono- mía. En ellas se habla de la despedida al general Weyler, de su mando y de la reconcentración, con paltbras que creo inútil consigaar.

Los que sienten de veras el patriotismo, cualquiera que sea el par- tido en que militan, creen que el nuevo gobernador general debe con- sagrarse preferentemente á restaurar la paz moral en la Habana.»

* * *

Generales censuras y juicios s3verísimos mereció de la opinión imparcial y neutra de la Península, la conducta inexplicable é insólita del general Weyler.

Lo que mayormente la indujo á censurarle fué la gestión desdicha- da, el fruto tan escaso que sacó de los enormes sacrificios que la na- ción había hecho, durante los veinte meses que dicho señor dirigió los asuntos de la guerra en la gran Antilla. Lo que á veces la irritó y seguía irritándola, fué el sistema aplicado h«sta la última hora de su mando y reducido á no decir nunca al pueblo español la verdad. ¡Aún no había abandonado las aguas de Cuba el vapor á cuyo bordo regresaba á la

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Península el ex-gobernador general, cuando el cable nos anunció que en la provincia que se había dado por la más pacificada, en Pinar del Río, una partida de cuatrocientos rebeldes sostenía ruda pelea con núes tros soldados y nos causaba ocho muertos y veinticinco heridos graves!

Semejantes ofensas inferidas un día y otro día al buen sentido na- cional, arrancaron frases acerbas de labios de la opinión, y si de ta'es durezas fuera precisa la justifi;ación, á darla bastaría la increíble é incalificable conducta del general Weyler en los postrimeros momen - tos de su mando.

Ordenóle el Gobierno que entregase personalmente el mando de la isla al capitán general marqués de Peña Plata, y, á pesar de esa orden, con un pretexto pueril, que apenas admite ni ese nombre, el marqués de Tenerife, horas antes de la llegada de su sucesor, abandona el palacio de la capitacíi y se dirige al vapor Montserrat, y embarca en él, cual si estimase en un ardite las disposiciones del gobierno su- premo de la nación.

Muy interesante debía de ser para el general Weyler la manifes- tación que sus amigos le prepararan, mucho debía de importarle que con la llegada del general Blanco no se frustrase tan fecundo, expon - táneo y patriótico movimiento; peí o debiera y hubiera debido intere- sarle más la disciplina, la cual no quedó con tales ejemplos muy bien parada, é importarle superiormente el juicio quede cómo se cumplen las disposiciones del Poder público en el Estado eypañol por sus mismos y más altos funcionarios, y cómo se expresan éstos tocante á los actos de aquél, hubieron de formar los pueblos de América y de Europa.

Blanco 6

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CAPITULO IV

Llegada del general Bianco. Weyler & bordo del Alfonso XIII. Conferencia de los dos generales. ^ El desembarco del marquéd de Peña Plata. Eotusiaeta acogida del pueblo cubano. Alocución del nuevo capitán general de Cuba á los habitantes de la isla. Las primeras impresiones del general Blanco. Influencia benéfica de las reformas en el campo insurrecto. Impresiones de los presentados. Pretexto inutilizado. Una carta de Máximo Gómez. La opinión de los laborantes separatistas. Declaraciones del gene- ral Blanco. Esperanzas.

las siete de la mañaoa del 3 1 de Octubre eatró en el

puerto de la Habaaa el vapor correo Alfonso XIII,

que conducía al general Blanco y su Estado mayor.

En la bahía y muelles reinaba gran movimiento

haciendo los preparativos para recibir al nuevo gobernador y

capitán general de la gran Antilla.

Todos los remolcadores estaban engalanados, así como los muelles y los edificios. Las comisiones receptoras acudían á los muelles, que iba invadien- do la muchedumbre.

Inmediatamente que fondeó en bahía el Alfonso XIII pasó el gsne- ral Weyler á saludar al marqués de Peña Plata, su sucesor, y hacerle entrega del mando superior de la isla.

Ambos generales conferenciaron por espacio de hora y media, y terminada la entrevista, de cuyo detalle no tenemos noticia, despidióse

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el general Weyler con mucho f fscto de todos y volvió á bordo del Montserrat, que debía zarpar á la una de la tarde.

Al dar fjndo el Aljonso XIII, rodeáronle innumerables embarca- ciones desde donde se aclamó al general Blanco, al rey, á la reina y á Cuba española.

A las diez de la mañana veinte y un cañonazos anunciaron el des- embarco del general Blanco.

Las tropas y voluntarios cubrían la carrera, sonaron las músicas, y una inmensa multitud agolpóse en el muelle y en las calles por donde había de pasar el general, que fué acogido con verdadero entusiasmo y con vivas á Cuba Española.

En el largo trayecto que recorrió el general Blanco no dejó de es- cuchar un sólo instante las aclamaciones de la mult.tud á su persona, al ejército, á España y á Cuba española.

Al llegar frente á la Capitanía fué aclamado el marqués de Peña Plata por el inmenso público que llenaba la Plaza de Armas y todas las calles adyacentes.

Los acordes de las músicas se mezclaban á las aclamaciones de la muchedumbre, que llevaba banderas nacionales.

En los salones del palacio de la Capitanía ganeral no se podía dar un paso: todos ellos rebosaban materialmente de gente.

El general asomóse al balcón y, después de saludar al pueblo cu- bano, dio vivas á España, al rey y á Cuba española, que fueron contes- tados por la multitud con verdadero frenesí.

Siguidamente las comisiones civiles y militares y de los partidos insulares saludaron y cumplimentaron al nuevo gobernador general, quien contestó £Í¿ctuosamente á todos, diciendo que esperaba que todos seguir an prestando á la patria su concurso leal y eficsz para terminar una rebelión indigna, causa de la ruina de Cuba.

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*

*

Al hacerse cargo y tomar posesión el general B.anco del mando superior de Cuba, dirigió á los habitante» de la isla la alocución si- guiente:

«... Vuelvo entre vosotros, no sin preocupaciones, pero lleno de sinceridad, de buen deseo y de esperanzas. Dichoso me llamaré si logro

LUYANO (Habana)

dtjar salvados los intereses de España, más queridos para que si fueran míos, que el gobierno me ha confiado.

»Eocárgame éste de plantear las reíormss que constituyen su pro- grama, las cuales, además de conceder á Cuba el self gubeicnemfnt, han de afirmar la soberanía de España.

»Para ser intérprete fiel del gobierno que squl me envía, propón- gome seguir una politici de expansión, de generosidad y de olvido, encaminada á restablecer, por medio de la lib2rtad, la paz en Cuba.

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»Yo vengo er cargado de hacer á todos justicia, de abrir plsza á todo interés legítimo, de restablecer la riqueza y la prosperidad de este hermoso país, esperando que todos contribuyáis á esta obra en que España quiere acreditar todo el amor que siente hscía ésta su hija pre- dilecta.

»Yo vengo á arrojar déla isla al enemigo que empuña las armas contra la madre patria.

»Vengo, en fin, para proteger á cuantos vivan al amparo de la ley; pero también para hacer sentir con toda energía el rigor de las armas á los ingratos, á los obstinados y pertinaces que pretendan continuar los horrores de la guerra en este lico suelo que España descubrió é hizo prosperar».

Seguía después otra alocución dedicada á saludar á los soldados, á los marinos, á los voluntarios y al cuerpo de bomberos.

*

I

El día 2 de Noviembre recibióse en el ministerio de Ultramar un cablegrama del general Blanco, en el que éste reflejaba y trasmitía al Gobierno sus impresiones respecto á las consecuencias que, en su sen- tir, produciría la implantación en Cuba del nuevo régimen político.

El gobernador general de Cuba, después de oir la opinión de mu- chas de las personas de mayor arraigo y más caracterizadas de la Ha baña, veía, como ellos, que la insurrección resultaría profundamente quebrantada con la instauración de la autonomía.

Aseguraba que se había reanimado extraordinariamente el espíritu público y que se esperaba con impaciencia y con deseo el estableci- miento definitivo del nuevo régimen, por considerársele, generalmen- te, como medio eficaz para obtener el restablecimiento de las normali- dades en Cuba.

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Y, por último, aun cuando de pasada, hacía constar que su presen- cia en la isla había sido acogida por la generalidad de sus habitantes con marcadas muestras de simpatía.

Comenzaba á sentirse, en efecto, la influencia beneficiosa para Es- paña del cambio de política, en el centro mismo de la insurrección, en Las Villas, allí donde desde la Navidad del 96 estaba acampado Máxi- mo Gómez. No lo decimos nosotros: lo atestigua quien, si hubiera pe- dido, desacreditara los electos del nuevo régimen.

Coincidiendo con las halagüeñas impresiones del marqués de Peña Plata, escribía en 13 de Octubre un periódico de la ciudad de Reme- dios (Las Villas),— que recibimos por el último correo llcgido á la Pe- nínsula el propio mes— defensor desde el grito de Baire de «la guerra por la guerrí» y sfiliado al partido de Unión Constitucional, lo que copiamos textualmente:

«Varios de los presentados en estos días aseguran qu3 en el monte se está desarrollando un cisma por la diversidtd de pareceres y modo de pensar entre blancos y negros, con respecto á las reformas políticas.

»En efecto; los liberales que están en armas ó ios que lo fueron, están dispuestos á presentarse en cnanto se proclame en Cuba la auto- nomía.

»Los de color, por el contrario, no están dispuestos á la presenta- ción, y con la mayor intransigencia piden la continuación de la guerra.

»Se explica muy bien este dualismo de pareceres, por las diversas aspiraciones, educación, ilustración y manera de ser de una y otra raza.

)>E1 negro en el monte tiene dos pretensiones: primera, la prepon- derancia de su raza; segunda, la perpetuidad de la revolución que le ha de proporcionar elementos y recursos para conseguir aquélla.

»E1 blanco no tiene otra que la de conseguir el triunfo de su ideal político.

»Coiiseguido éste, en parte ó en todo, claro es que ha de volver á la legalidad.

»Ningún autonomista que piejise, ningún cubano ilustrado conoce- dor de la revolución actual, quiere hoy la independencia ni tampoco la continuación de ¡a guerra. Lo que quiere es la autonomía y la pa^.

»De esta diversidad de opiniones ha de resultar ahora en el campo enemigo una división, un cisma entre blancos y negros que{zovao en la guerra pasada) ha de facilitar mucho la terminación de la guerra y la consecución de la pa^».

* * *

Tal decía un periódico cubano, al sólo anuncio de un cambio de régimen político en la isla. No afirmaban lo mismo, ni cosa parecida, algunos de sus colegas y correligionarios de la Habana; pero hay que advertir que éstos estfiban lejos del teatro de la acción, y aquéllos muy cerca, y que los que escribían casi desde el campo de batalla en el ter- ritorio de Las Villas, en el centro mismo de la insurrección, oyendo á los pacíficos reconcentrados que llegaban del monte sufriendo las pena lidades de la lucha, tenían hartos más motivos para conocer el espíritu de la rebeldía que los que respiraban la atmósfera ficticia de las mani- festaciones oficiales.

Dando todo el valor que tienen á las impresiones de los presenta- dos en Remedios, cabe sentar la siguiente afirmación:

Si antes de lo que pudiera llamarse el debut del régimen autonó- mico, se afirmaba— y no por nadie interesado en el triunfo de las nue- vas ideas— que los blancos que estaban en armas hallábanse dispuestos á presentarse en cuanto se proclamara en Cuba la autonomía, y se aña- día que ningún cubano ilustrado, conocedor de la revolución actual, quería la independencia ni tampoco la continuación de la guerra, ha-

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bía que esperar racionalmente que la actitud favorable á la obediencia á la patria, se acentuaría luego que los proyectos se convirtieran en realidades tangibles.

Además, para cualquiera persona medianamente observadora ea perceptible que en las líneas que á sus planes habían trazado los labc-

TIPOS INSURRECTOS DE LAS PARTIDAS DE CALIXTO GARCÍA

rantes norteamericanos, y quizás los miembros de su gobierno, se ha- bía atravesado la nueva situación política formada en nuestro país.

Con su actitud conciliadora, con sus proyectos de amplias refor- mas, con el relevo del general Weyler, el ministerio español quitó al de Washington los pretextos en que éste parecía apoyarse para ofre- cerse ante el mundo civilizado como simpatizador con el débil y opre so, deseoso de la paz y representante de los sentimientos humanitarios heridos por cruentísima y prolongada guerra.

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SltRRA IJÜL COBRE (Santiago de Cuba)

Blanco 7

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Esta hipocresía no era posible ya. Había caído al suelo el antifaz con que se cubría el rostro la codicia yankee. Pero como la avidez y el afán con que perseguía íqtélla su presa eran en el fondo los mismos, debíamos tener la certidumbre de que nos buscaría las vueltas por otro lado...

El sistema de guerra,— si es que se puede llamar sistema á ello, empleado por el general Weyler en Cuba, la política toda desarrollada allí por el marqués de Tenerife eran el auxiliar más tficazde la empre- sa perseguida por los que odiaban á España y codiciaban la hermosa y desventurada perla de nuestras Antillas.

La justicia y la humanidad les tenían sin cuidado á esos adorado- res del negocio; pero servíales demasiado bienio que estaba ocurriendo en Cuba y que Europa sabía por los corresponsales de su prensa pe- riódica.

Por esta razón al acabárseles el pretexto echaron mano de Mr. Tay-

lor, su ex-ministro plenipotenciario en Madrid, para que este perfecto caballero dijera que de todas suertes el resultado sería el mismo, por- que España carecía de aptitudes para tener bajo su soberanía colonias como la isla de Cuba. Pero esto no engsñó á Europa ni América, antes bien descubrió con sobrada claridad el juego de esos pretendidos apa- gadores del incendio, al cual no cesaban de arrojar combustibles.

*

* *

Los periódicos de Nueva York publicaron el día 2 una carta de Máximo Gómez, el titulado generalísimo de los separatistas cubanos.

Ea ella insistía el famoso cabecilla dominicano en declarar que debían rechazar los cubanos la autonomía, cualquiera que fuese su ca- rácter, siempre que fuera ofrecida por España.

Después añadía el titu'ado genfral:

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«Nuestra actitud en el campo de batalla es nuestro mejor pro- grama.»

«Hemos recibido recientemente de los Estados Unidos una impor- tante expedición de armas y municiones y pronto habrá de oir España de nuestros rifles viriles protestas contra su falacia.»

La Lucha de la Habana hizo una información para conocer lo que pensaban los jefas de la insurrección residentes en los Estados Unidos acerca de la autonomía que el gobierno iba á conceder á Cuba.

Consultado al efecto Estrada Palma, representante en Nueva York del «gobierno provisional cubano»; Enrique J. de Varona; el periodista y poeta cubeno Francisco Sellen; el doctor Henry Lincoln de Zayas; el coronel López de Qaeralta, que hizo la guerra de los diez años; el abo- gado Carlos Párraga; Samuel Tolón, refinador de azúcar; el abogado y periodista Nicolás Heredia; el célebre Trujillo, director de El Porvenir, y. el brigadier y cirujano Agramonta, todos estuvieron unánimes en declarar que la autonomía no satisfacía á los insurrectos y que éstos no querían más que la independencia.

Tal era la opinión de los laborantes que residían en los Estados Unidos y que allí representaban á los del campo y les ayudaban con expediciones.

***

En la visita de cortesía que los corresponsales en la Habana de pe riódicos norteamericanos rindieron el día 2 al nuevo capitán general de Cuba, hizo el general Blanco declaraciones muy explícitas.

«Muy pronto,— les dijo, se verá la sinceridad con que España practica la nueva política en Cuba, que se implantará en cuanto se complete el censo.

»Creo que este será un medio eficacísimo para lograr la completa

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y definitiva pacificación en la isla; pero si desgraciadamente no fuere así, contestaré á la guerra con la guerra, si bien lamentando como el que más el verme en la triste necesidad de tener que derramar más sangre.

2)Es absolutamente falso y hasta injurioso que yo piense entrar en componendas ni tratar con los rebeldes. Eso lo impide la dignidad de España y mi propia dignidad; pero recibiré con los brazos abiertos á cuantos olvidando sus lamentables errores vuelvan á la normalidad y á la paz.»

Dijo, además, el general Blanco á los periodistas yanquis, que él no había censurado Jos planes de su antecescr en el mando de la isla. «Lo que si declaro,— añadió,— es que los míos son distintos.»

Pronto, muy pronto daré las oportunas órdenes para que sea mo- dificado el bando relativo á la reconcentración de pacíficos, porque yo no bago la guerra contra mujeres ni contra niños.

»También dispondré en seguida que se amplíen las zonas de cul- tivo, dejando que los campesinos que salgan á trabajar puedan vivir.»

Por último, dijo el general, que no creía sobreviniera ningún con- flicto entre España y los Estados Unidos, y que era inexacto que las reformas políticas á punto de ser planteadas obedecieran á ninguna clase de presiones ni á otra-cosa que al generoso deseo de España de mejorar y engrandecer la isla de Cuba.

Por momentos crecentaban las impresiones optimistas que por dife- rentes conductos recibía el general respecto al estado del país resuelta- mente favorible al término de la guerra por la autouomía.

Se propagaba la confianza en la proximidad de la paz y reinaba gran animación entre los elementos liberales de la isla.

Entre la salida del destituido gobernador general de Cuba y la lle- gada de su sucesor, medió una inmensidad de tiempo, aunque en reali- dad no hubiera más que una diferencia de horas.

Entre la ruta que habíamos abandonado y la que habíamos empren-

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dido, aunque no se viera ninguna interrupción, medió una inmensi- dad de espacio.

Y esto hizo concebir á la opinión grandes esperanzas en el logro de la paz, sumo ideal de los españoles de la Península y de los españo- les de Cuba.

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CAPITULO V

La acción moral. Esperando en calma. Información acerca del verdadero estado de la re- belión en las provincias pficialmente pacificadas. La provincia de Pinar del Río. Gra- ves noticias. Blanco y Weyler. Deedichab y errores. Cambio de situación. Circular al ejército. ¡Adelanti I Pot mejor camino. Dos desengaños. Un voto y un deseo.

KAN de buen agüero los telegramas que empezaban á lle- gar de Cuba.

No nos referimos únicamente á la esperanza que allá despertaban las soluciones autonomistas; nos referimos, § ante todo, á la saludable reacción que se iniciaba en los espíri- tus, y al acierto de las primeras disposiciones con que había inaugurado su gestión el marqués de Peña Plata.

Excelente y eficacísimo, á nuestro humilde entender, íué el remedio con que se trató de curar y salvar la isla; pero para que ejercida su benéfica acción era preciso que antes se devolviera un poco de á los ánimos abatidos y un poco de fuerza á los organismos exhaustos.

A ello había de contribuir en gran manera el trabajo preparatorio del general Blanco, quien para proteger las personas y las cosas decidió facilitar los medios de transporte, permitir dentro de limites razonables el acarreo de los frutos, mejorar la situación angustiosa de los concen- trados y extender cuanto fuera dable las zonas de cultivo.

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Realizárase así una obra de alta hucaaaidad y una empresa de po sitiva conveniencia.

Nada nos había causado tanto daño, en el concepto universal, como el relato de los horrores producidos por la concentración y aumentados por el sentimentalismo ó por la aviesa voluntad de los comentaristas extranjeros.

Por motivada que hubiese estado la política ó la estrategia que

retenía millares de criaturas al- rededor de las pobL clones á las que no se les suministraba ni albergue, ni pan, ni medicinas, jamás ante la Europa cristiana aparecerá justificada la necesi- dad de tan extremados recursos. De ahí vino el clamoreo que levantó la prensa interna cioaal, y que no surgía tan sólo de las publicaciones esencial- mente políticas, sino también de las consagradas á las letras, las ciencias y las artes.

Con escándalo mayor que los grandes diarios, hablaron las revistas blancas ó f zules de París y de Londres.

Existía ya una leyenda parecida á las de Polonia y Armenia, cuyas exageraciones iban en aumento y contra la cual nada podía ni servía la rectificación de algunos escritores imparcisles. ¿Cómo había de servir si aun los que proclamaban la substantividad de nuestro dere- cho condenaban de paso la severidad, la injustificada crueldad de núes tra conducta?

SEGUNDO DEL CABECILLA PERICO DÍAZ

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Arbitrarias é injustas fueron las apreciaciones á que aludinaos; pero aunque las desmentiéramos coa pruebas y testimonios irrefutables, nuestra voz no pasaba más allá de las fronteras, y la de nuestros apasio- nados acusadores resonaba por todo el mundo.

«No importa,» dirían tal vez los qu? usan y abusan de esa frase tan grata á los oídos españoles. Pero se engañaban al decirlo, porque del crédito en el exterior, tanto como de los medios y energías interio- res, viven hoy todos los pueblos.

¿Qué no nos sucediera á nosotros, obligados á arrostrar dos gue- rras terribles y á sufrir las abrumadoras imposiciones del cambio?

Sí; discretas, equitativas y convenientísimas fueron las primeras disposiciones del último gobernador general de Cuba.

Reanimados en la grande Antilla los espíritus y destruido en el concepto de Europa la siniestra fábula de iiuestros rigores, la empresa magna de la pacificación fué de esperar llegara con mayor facilidad á dichoso término.

Prevalecería siempre nuestro indiscutible derecho; pero prevalece- ría más pronto auxiliado por la rectitud de nusstras intenciones y san- tificado per la humanidad de nuestra conducta.

Los despachos del general Blanco y de los corresponsales refleja- ban un optimismo, cuyos fundamentos desconocíamos todavía, y que por eso nos abstenemos de juzgar. Animado, sin duda, por estos infor- mes, y quizás también por otros, mostrábase el ^gobierno dispaesto á comenzar la serie de decretos preparatorios de la autonomía, y empe- zaba á asentar las bases de la obra con algunos nombramientos de ca- racterizados autonomistas.

Píoponíase también el Gabinete liberal, á la vez que rogar á Dios por la paz con el desarrollo de la nu3va acción política, dar fuerte con el mazo de la gueria en los que peleaban contra España en la manigua. No hay que negar, al propio tiempo, que se habían desvanecido algún

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tanto las ilusiones de aquellos espíritus románticos que soñaban con la eficacia pacificadora de las libertades políticas y administrativas que ansiaban introducir en nuestros últimos territorios americanos.

Es un hecho, que mientras los partidarios de la sola acción política soñaban en la eficacia de sus ideales, los filibusteros desembarcaban armas y municiones con más prisa que nunca, en previsión de que se les secase el copioso caudal de recursos militares que para ellos manaba de los Estados Unidos. Y, seguramente que su acopio no sería para regalárnoslas al someterse.

Da no tener ese objeto es indudable que eran para la guerra, la cual iba á seguir lo mismo que antes, dependiendo su terminación, principalmente, de la pericia y buena voluntad de ios directores de la nueva campaña.

De lo que con esas dos cualidades se podía hacer todavía sin gran- des sacrificios de la ya harto sacrificada E-paña, dio excelente testimo- nio el buen estado de fuerzas de las tropas que estaban en el Camagüey á las órdenes del general Jiménez Castellanos. Los batallones de aquel distrito se encontraban cssi completos y tenían la mayor parte de la gente sana y en condiciones de seguir operando, muy al contrario délo que sucedía en las provincias occidentales y en Santiago de Cuba, donde había cuerpos que apenas se componían de unas cuantas doce- nas de hombres.

¿Qué mejor demostración de que las infinitas bajas que las enfar medades habían hecho en nuestras filas no eran obra solo del. clima de Cuba, sino de la incapacidad y de otras causas? Donde había habido un general capaz y cuidadoso, la mortalidad había sido escasa.

Por lo mismo que esto es cierto y que el mal estaba más en los hombres que en la Naturaleza, no se debía desesperar del remedio y podíamos confiar en que las operaciones, cuyo próximo comienzo anun- ciaba el telégrafo, fu sen más decisivas que la? anteriormente empren-

BlaNCX) 8

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didas, tanto ó más eficaces que las reformas políticas y menos mortífe- ras para nuestro sufrido ejército. Con todo eso podríamos escusar el en- vío de más expediciones, satisfaciendo así, al par que un interés de hu - manidad, una legítima aspiración del país.

**.♦

Debido á minuciosas averiguaciones, practicadas por nuestro celo- so corresponsal en la Habana, para in^'jirir el verdadero estado de la rebelión en las provincias que oficialmente dejó pacificadas el general Weyler, recibimos exactísimos informes referentes á la provincia de Pinar del Río, basados no en referencias oficiales, sino en relatos he- chos por personas llegadas del teatro de la guerra, y que habían estado y vivido en el campo con los rebeldes.

Según esas personas, había en la provincia de Pinar del Río, al co- menzar el mes de Noviembre, unos mil insurrectos, bastante bien ar- mados con fusiles RemÍDgton y más qae bien provistos de cartuchería.

Al frente de esas fuerzas enemigas se hallaba el cabecilla Perico

Díaz.

En algunas zonas contaban los insurrectos con provisiones, y has- ta tenían ganados. En otras les era muy dilí^il adquirir viviendas.

Casi todos los rebeldes iban desnudos, y eso qu3 en las expedicio- nes que últimamente habínn desembarcado en aquellas costas, les en- vió la Junta laborante de Nueva Yoik algunas ropas.

En el campo insurrecto, las enfermedades producían granies estra- gos, pudiendo asegurarse que todos los rebeldes de Pinar del Río esta- ban enfermos de paludismo. Además, la viruela producía entre ellos numerosas víctimas, y como aun cuando contaban con médicos más que suficientes, las medicinas escaseaban mucho, no podían por ello combatir con mediano éxito siquiera tantas calamidades.

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Eatreellos no existían disgastos, antes tan frecuentes por la dife- rencia de raza; pero persistían con igual encono las diferencias y aun la lucha entre orientales y occidentales, sin distinción de blancos y ne- gros.

«Dado el prestigio que en toda la provincia de Pinar del Río goza- ba merecidamente el general Bsrnal y los nuevos procedimientos que comienzan á plantearse, tengo, y no vacilo en proclamarlo así, plena confianza en un cercano éxito».

Idénticos trabajos se habían empezado á hacer en las demás pro- vincias de la isla hasta la trocha del Júcaro, esto es, en todo el territo- rio que dejó pacificado el general Weyler.

«El otj 3to principal de esta campaña que en realidad comienza muy bien— es establecer el contacto con el país, para lo cual conviene además resolver pronto y acertadamente la provisión de los cargos ci- viles».

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* * *

Del propio corresponsal recibimos por correo otro interesante in- forme fechado en la Habana el día 4, en el que nos advertía que por no permitir el general Blanco telegrafiar nada que pudiera molestar al general Wt y ler, no había podido trasmitir por cable las muy impor- tantes noticias que circulaban allí con visos de absoluta autenticidad.

«Es increíble el abandono en que han quedado aquí los asuntos re- ferentes á la guerra,— dice el informe á que aludimos.

»E1 general Weyler se reservó el mando hasta celebrar su entre- vista con el marqués de Peña Plata; pues solo quiso resignar el cargo de gobernador en el contralmirante Navarro, y éste se negó á admi- tirlo.

bO

»E1 nuevo capitán general, al hacerse cargo del mando superior de la isla, no encontró ni papeles ni noticias refarentes á la insurrec- ción, ni siquiera personas que pudieran informarle acerca del estado de la misma.

»Dícese que se habían realizado muchos trabajos para excitar al elemento español y ganar adhesiones, á fin.de impedir que se hiciera un buen recibimiento al general Blanco.

»E1 buen recuerdo que éste había dejado en la capital y las simpa-

VAPOR «MANUELITA», TRASPORTE DE TROPAS EN LA ISLA

tías generales de que goza, se sobrepusieron á todo manejo de hostili- dad, y su llegada fué objeto de grandes manifestaciones deentusiasmo.

»La situación ha cambiado mucho.

»E1 elemento conservador confiesa que Weyler no despertaba en- tusiasmos, sino como símbolo de oposición á la autonomía que los de la Unión constitucional consideran peligrosa. Esperan, sin embargo, los sucesos para fijar su actitud, aunque no ocultan su odio á Moret, suponiéndole el timón" de la nueva política.

S'Parece qus esto mismo ha sido explotado por Weyler cerca de los elementos contrarios al actual gobierno de España.

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»Se desconoce todavía la verdadera situación del ejército, pero se sabe que ha htbido cincuenta mil bsjas entre fallecidos y regresados á la Península.

^Actualmente hay cuarenta mil enfermos y cincuenta mil útiles para operar, quedando el resto, hasta doscientos cincuenta mil, entre destacamentos y destinos ignorados.

»Si antes, habiendo ganado abundante, apenas comía el soldado, ahora que aquél escasea, puede calcularse cuál será la situación del ejército.

»E1 general Blanco ha nombrado una comisión, compuesta del jefe superior de Sanidad y el intendente militar, presidida por el general González Parrado, para resolver la cuestión de subsistencias, dándoles el encargo de que procuren, por todos los medios que estén á su alcance y de que puedan disponer, que el soldado coma y sea atendido en sus enfermedades.

3>Equivócanse quienes crean que el nuevo capitán general á fiar- lo todo á las reformas políticas. Mis impresiones son que se hará la gue- rra con más energía que nunca, aunque abandonando ciertos procedi- mientos.—Jí'...»

» *

No respondemos de la precisa exactitud de las preinsertas noticias que nuestro celoso corresponsal en la Habana nos comunicó por circu- lai allí «con visos de absoluta autenticidad».

Pero teniendo en cuenta el aforismo latino que dice Vox populi, fox Díí— llamamos sobre ellas la atención de todos los espíritus des- apasionados, y preguntamos:

Si eso es cierto, si en Cuba se ha llevado la gestión gubernativa y el mando del ejército en la forma que supondría la existencia real de

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tan grandes desdichas; si se confirmase que ni siquiera sabemos lo que nos quedaba del heroico sacrificio hecho por la nación; que no había datos, ni documentos, ni referencias, ni nada, rjcon qué podrán pagar sus imprevisiones, su incapacidad, sus descuidos, su ineptitud, sus fic- ciones, sus desaciertos, sus yerros, los autores de desdicha tan inmen- sa para la Patria?...

«La situación ha cambiado mucho», decia nuestro informante. Los telegramas de la Habana, llegados á la Península en los días 5 y 6, probaron que el nuevo capitán general y los generales que le se- cundaban, tenían de la campaña y de su organización criterio muy distinto.

España, al dotar de un régimen autonómico á las Antillas, lo hizo pensando en el bienestar de los hijos fieles, y en manera alguna para comprar la inútil adhesión de los espúreos y desnaturalizados.

Comp emento de las medidas ya preparadas por el gobierno cen- tral, fué la hermosa circular dirigida al ejército de operaciores por su ilustre general en jefe.

En esa circular, que mereció unánimes elogios por su recto espíri- tu, por lo muchc que había de contribuir á fortalecer la moral de los soldados y por lo que enaltecería nuestro honrado nombre en el ex- tranjero, el general Blanco comenzaba saludando al ejército y enco- miando altamente el valor del soldado español.

Encarecía la disciplina, sin olvidar el respeto más absoluto á la propiedad y al amparo que debe otorgarse á las personas inermes é indefensas.

Decía que estas son leyes esenciales del Derecho de gentes, obliga- torias para todos los que forman el ejército de una nación civilizada, aunque las desconozca con sus tropelías el enemigo.

Recomendaba la energía en el combate, pero la clemencia con el vencido y el respeto á la vida de los prisioneros.

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El Gobierno no vacilaba en reconocer la personalidad de la colonia; el gobernador notificaba á los facciosos que los combatii ía sin tregua, mas no por eso se creía exento de aconsejar á sus heroicos soldados el res- peto á los prisioneros y la clemencia para con los vencidos.

A la sombra de tan noble programa militar y político, bien pudi- mos confiar en el triunfo de nuestra causa, en pro de la cual se deter- minarían rápidamente todas las simpatías, hasta entonces indecisas, de las naciones cultas.

Las primeras resoluciones del general Blanco merecieron la apro- bación de la inmensa mayoría de los españoles. La protección ala pro- piedad; la defensa de las vidas y haciendas; la formación de zonas de cultivo; el reparto de socorros á los enfermos y desvalidos; la libre ven- ta del ganado; las disposiciones relativas á la seguridad de los ferroca- rriles, fueron medidas indispensables para la constitución déla guerra. Al tomarlas, probaron los directores de ésta dos cosas: la primera, que tenían su plan y que se disponían á afrontarlo; la segunda, la ra- zón que á la opinión asistía al decir que nada se había hecho, que uo existía organización alguna y que el general Weyler ni siquiera había preparado lo necesario para operar con éxito, reduciéndose su estrate- gia á dejar que la rebeldía se acabase por consunción; método de re- sultados infalibles, sí, pero no sólo eficaz para el agotamiento de los rebeldes, sino también para producir el nuestro.

Entre aclamaciones que exprese ban la confianza del pueblo espa- ñol en el próximo triunfo, partió de la Península en Marzo de 1895 el general Maitínez Campos, yal acabar el año la desilusión era completa. El general que esperábamos triunfador volvió fracasado, sino vencido.

Fué á reemplazarle, más acompañado aún de aplcusos y de espe- ranzas el general Weyler, y regresaba igualmente sin haber merecido tampoco los favores de la fortuna, al cabo de veinte meses de solicitar- los y aun de fingirlos para esconder que le faltaban.

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Estos dos desengaños quebrantaron de tal manera la del país, que la despedida hecha al general Blanco y sus acompañantes, fué no más que cariñosa; sin entusiasmos populares.

Uq voto hicimos al partir el general Blanco para la gran Antilla;

DESCARRILAMIENTO DE UN TREN EN LA LINEA DE JARUCO

un deseo le acompañó en su viaje al Nuevo Mundo descubierto por el gran Colón: que pluguiera á Dios que el espíritu nacional viera de nuevo desmentida su perspicacia, y que así como antes se equivocó es- perando la victoria de los que no tuvieron la dicha de alcanzarla, la consiguiera al fin de aquéllos de quienes la esperó más tibiamente.

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POTRERO EN LAS LOMAS DEL PURGATORIO Blanco 9

A^rMÍiiuioM^uiiiiiiMHüijTiiifiuiiiirii^úiiMMMilímijiiiiuHiiiiinuuuiiiufmtiiiiiMM miiMiniiiiuilllliuirtiiií¡Witiiiiiniiiiii(iniiiiiiiiiiiitiiiiiiiHilltiii>\g.

yi— Hiuiiiii>i»«H— «miimiwion» itimiiiKniriMit»anMiM*iiiMmM.*- iii|iii|iMniilit"iiNM"'iiliiitiHNnuii>iHHnBtfi«imittiiiniiiiiii'itniiBiiinii>itmi»^> ' )V

CAPITULO VI

Cambio de situación. Reconstitución de la guerra. Reorganización del ejército en opera- ciones.— Di- (ribución de mandos Detalles del combate de Lomas del Purgatorio. Propósitjs del general Blanco. Aspecto militar de la campaña. Confianza en las nue- vas iiutoridades. Varias circulares. Indulto de Quesada. La rebaja de víveres. Dolorosas revelaciones. Necesidad de un ejemplar escarmiento.

NsosTENiBLE era el estado de cosas en Cuba, al ocurrir 3|^ el cambio de gobernador general demandado por la opinión liberal de allá y de aquí, pues era tal el ani- quilamiento de todas las fuentes de producción, que ffi* los más ricos hacendados veían su fortuna totalmente per- 4t±^ dida.

«rf.- Pero conjurado el peligro con el cambio de política y de

(^ director, en camino de ir poco á poco recobrando las fuer- "? zas, concibieron muchos la esperanza de que la guerra aca-

base en 189S.

La isla estaba preparada para la nueva política, dispuesta á gober- narse por la autonomía y á lograr por ella el triunfo de España.

Los treinta y nueve centrales (como se llaman allí los ingenios que tienen montada la maquinaria moderna y verifican dentro de su batey todas las operaciones de fabricación del azúcar) se preparaban á moler en el mes de Diciembre inmediato. Esto era de gran interés, porque les treinta y nueve ingenios centrales eran todos los que había en la

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isla, de modo que habría trabajo en abuadancia que era, sin duda, la única y mejor manera de restar fuerzas á la insurrección, de evitar que los guy'iros se fuesen á la manigua.

Además, había mucho tabaco sembrado y la cosecha se esparaba fuese buena, lo que era tambiéa un seguro indicio de la reparación de las fuerzas productoras de la gran Antilla.

La situación sanitaria de la isla nos la pintaban fidedignos infor- mes de diversos centros de un modo horrible, especialmente en las pro- vincias occidentales.

Sin referirnos á la salud de las tropas y aludiendo únicamente á la del vecindario, baste consignar unos datos para deducir la verdadera y tristísima situación.

Durante el anterior mes de Octubre murieron en la ciudad de Matanzas 850 personas.

En ese mismo período de tiempo sólo se registraron cuarenta na- cimijíntos.

Ea el pueblo de Santo Domingo (Las Villas), que tenía unos 5.000 habitantes, morían por término medio diariamente 3 3, y hubo días que se enterraron 47 persona.s.

Las causas que determinaban este aflictivo estado eran el olvido de la higiene y la falta de alimentación y de asistencia facultativa.

Una de las primeras disposiciones que, como hemos dicho ya, se apresuró á dictar el general Blanco, encaminóse á poner enérgico remedio á esa situación verdaderamente aterradora.

* *■

Dificilísima era la tarea á que sin perder minuto hubo de dedicar- se, así que se hizo cargo del mando superior de la isla, el general Blan-

í

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co, pues había que reconstituir Ja guerra y halló aquello casi abando- nado. Asi es que desde que desembarcó puede decirse que no dejó de trabajar, ayudado por el jefa de Estado mayor general Pando, en la reorganización de nuestras fuerzas.

Al efecto, dictó una orden general creando las comandancias ge- nerales de operaciones. A los geneíales encargados de estos mandos se les confirió iniciativas propias, aunque naturalmente sujátas á la jefa- tura suprema del capitán general.

Fueron nombrados: jefe militar de la provincia de la Habana el general González Parrado, de la de Pinar del Río el general Bsrnal, de Sancti Spíritus el general Salcedo, de H jlguin el general Luque y de Santa Ciara el general Aguirre.

Al general Martínez se le confió el manió de las fuerzas que de- fendían la trocha de Jácaro á Morón.

Dentro de estas divisiones quedaban las brigadas que había ope- rando á la fecha, excepto en la provincia de la Habana, donde opera- rían en la parte Norte el general Valderrama con su brigada, y al Sur, con la suya, el general Ceballos.

La de caballería que mandaba el general Maroto, seguiría operan- do como hasta la ficha en la misma provincia.

Los periódicos de la Habana del día 3 publicaron extensos relatos del encuentro sostenido el día 30 del mes anterior en Lomas dsl Pur- gatorio (Matanzas) por la columna mandada por el general Molina con- tra numerosas fuerzas rebeldes perfectamente parapetadas y fortifica- das en las referidas lomas.

El general Molina dirigíase á la Habana con el propósito de despe- dir al general We^ler, que embarcaba aquel día para la Península.

Al pasar con su columna por las lomas del Purgatorio, tuvo nece- sidad de abrirse camino, que le obstruían los insurrectos parapetados en diversos sitios. Para ello fuéle preciso distribuir sus tropas y tomar

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á viva fuerza muchas trincheras, hasta arrojar al enemigo de sus fuertes posiciones.

El combate fué tan empeñado, que el general Molina, viendo quj no podía llegar á tiempo á la Habana, tuvo que desistir de su propósi- to de despedir á su anteriorgeneral en jefe.

COMBATE EN LAS LOMAS DEL PURGATORIO

* *

El general Blanco publicó un bando anunciando que estaba deci- dido á proteger la propiedad y las personas de cuantos quisieran traba- jar en pro de la pacificación y dispuesto á auxiliar á los dueños de ga- nado para que lo recogieran, declarando libre la venta de éste, siempre que otorgaran preferencia á los suministros para la tropa y procurasen acudir á los sitios donde había destacamentos.

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Asimismo se proponía declarar libre la importación de ganado ex- tranjero durante dos meses.

En un encuentro ocurrido en Las Villas con la columna del tenien- te coronel señor Orozco, quedó prisionero de las tropas el titulado bri- gadier insurrecto Lino Pérez.

Por fin se había montado la máquina gubernamental de Cuba.

Con esto y con la publicación en la Gaceta de los decretos apro- bados en el Consejo del día 7, quedó en marcha la acción política.

Importa, pues, fijar la atención en el aspecto militar que ala fecha ofrecía el problema, asi que en el desarrollo de la acción de las armas.

Seriamos injustos si no reconociéramos que, respondiendo á una necesidad nacional, se procuraba ganar tiempo por las autoridades de la gran Antilla, si bien para formar concepto de las cosas y no caer en exageraciones sensibles, precisa advertir que ya se había entrado en Cuba en el buen período; el calor había desaparecido, las lluvias ha- bían cesado, la situación sanitaria había debido mejorar considerable- mente, y empezaba la época en que se podía y debía aprovechar el tiempo.

El general Blanco dio cuenta el día 7 de tener asegurado el abas- tecimiento de Bayamo, Veguitasy Cauto, que habían de constituir ba ses de operaciones en Oriente, y aunque éste era servicio que debió encontrar preparado, porque en los siete días que llevaba al frente del gobierno general de la isla le habría sido imposible hacerlo todo, era para él y para tcdos lo importante, saber que al moverse las columnas en operaciones ofensivas por las jurisdicciones de Bayamo y Manzani- llo, ni tendrían que enti atenerse en el servicio de convoyes para proveer esosjpuntos del interior de la provincia oriental, ni habrían de correr el riesgo de no encontrar aprovisionamientos.

Había en el despacho del general Blanco otras noticias de gran relieve.

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Se habían enviado ingenieros á Manzanillo y varios batallones á este punto, Holguín, Puerto Pxíacipe y Guantánamo, sacándolos de las fuerzas que en Occidente estaban á las inmediatas órdenes del general en jefe, de lo cual resultan dos cosas que á todos par igual interesaban: una, que no eran precisos en esa paite de la isla, y otra, que al empezar la seca se situaba la guerra en Oriente y el Camagüey.

La acción de las armas prometía ser activa y esto era lo importante, pues de ella había de obtenerse el principal resultado en el pavoroso problema de Cuba, si se tenía, para conducir la guerra, la fortuna que deseábamos todos á los generales á quienes estaba confiada la dirección del ejército y de la campaña.

Entretanto veíamos cómo se desenvolvía la acción de las armas, el general Fernandez Bsrnal iba á Pinar del Río, donde ya no tendría que pelear como en Ceja de Negro, pero donde tenía una obra importante que realizar, obra de paz y de reconstrucción en la que habían de ayu- darle todos, no solo los que allí tenían sus vegas y labranzas, que ha- bían defendido á tiros, sino los capitalistas de la Habana que vivían en relación con las ricas zonas vueltabajeras..

No preocupaba nada la provincia de Matanzas, y era de esperar que muerto Castillo, alma de la insurrección en la Habana, y estando he- rido Acosta en Nueva York, lograse pronto el general González Parra- do destruir los grupos que mandaban Aranguren, Rodríguez, Arang j y algún otro cabecilla de segunda fila.

Respecto de Las Villas, donde todavía se encontraba Máximo - mez, habría que confiar, más que en la acción de las armas, en la in- fluencia de la autoridad civil, pues Marcos García mostraba empeño en traer á la legalidad á la caballería villadareña, en la que figuraban sus antiguos camaradas y amigos.

Tambiéa era de esperar que mejorase la situación económica. Era grande, á la fecha, la miseria, y en muchas comarcas producía estragos

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el hambre, pero entrábase en una época de trabajo y pronto, antes de fin de mes, habría de comenzar la zafra.

Da esperar era, igualmente, que se trabajara en las zonas de inge- nio de Manzanillo y Guantánamo, y hasta sospechamos que parte de las fuerzas enviadas á esas jurisdicciones se destinaría á la protección de las fincas.

Ni los generales que habia en Caba, ni el Gobierno, ni nadie, podia olvidar que Máximo Gómez había anunciado que esta sería la guerra de las tres secas; pues bien, la que á la sazón empezaba era la tercera y el plazo fatal.

Aumentaba la confianza, fortalecida con los actos de las nuevas autoridades, que fueron objeto de unánimes alabanzas.

Los nombramientos de gobernadores regionales, recaidos en per- sonas de alta significación é identificados con la nueva política liberal y régimen autonómico, produjeron buenísima impresión.

Por la capitanía general se publicó el día 8 una circular concedien- do amplio indulto á los insurrectos que se presentasen, para los delitos de rebeldía y para todos los demás delitos dentro de los precedentes y de las instrucciones dadas al efecto.

A esa siguió otra circular relativa á la alimentación del soldado, mejorándola notablemente, pues en ella se disponía que fuese substi- tuida la galleta por pan y que se diera ración de una libra de carne por individuo.

La Junta designada oportunamente para intormar en todo lo coa- cerniente á la alimentación y á la salud del soldado, emitió sobre ello un extenso y luminoso informe.

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Ea primer término propuso que se mejorase la ración de etapa del soldado. Consistia ésta, á la fecha, en arroz con tocino y se disponía que en lo sucesivo se le facilitase garbanzos y judías, una libra de carne diariamente, vino ó aguardiente, pan de harina, reservando la galleta únicamente para cuando la tropa saliera á operaciones.

ConsigQÓse, además, en el referido informe la forma que permi- tiera poder sufragar el importe de los suministros, á treinta días feche, á cambio de la rebaja del sesenta por ciento en los precios que regían, ofrecida por los contratistas.

A fin de evitar las dilaciones y entorpecimientos que se advertían, el general González Parrado, presidente de la junta de suministros crea- da por el general Blanco, dispuso la descentralización de las contratas de víveres y otras, devolviendo á los cuerpos de ejército su autonomía para hacer las compras necesarias.

Aspirábase con este sistema á obtener grandes conveniencias para el soldado y positiva garantía de moralidad en la administración.

Fijóse, también, la atención en el vestuario, cuya condición pen- saba mejorarse para disminuir los malos efectos del clima y se estable- cieron depósitos en los cuerpos para las indispensables renovaciones.

Los cuerpos, de Ja la circular, se cuidarán de todos los servicios en sus respectivas zonas, y á este efecto eligirán las fincas mejor situadas para levantar barracones donde alojarse la tropa, cuidar susenfarmos ó recoger y dar descanso á los rezagados que las columnas fueren dejando en su marcha.

Se trataba, pues, de evitar en lo posible la aglomeración de enfer- mos en los hospitales, sirviendo además estos lugares de expansión para los convalecientes.

Creáronse también sanatorios bien organizados, para conseguir que disminuyeran las estancias en los hospitales y evitar que volvieran á operaciones los soldados que no estuviesen completamente curados.

BLANCX) 10

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El informe fué muy elogiado y la circular perfectamente acogida.

Otras dos circulares se publicaron también, dignas de aplauso: una, restringiendo las propuestas, por causa de la guerra; y otra, ordenando que se auxiliase á los dueños de los ingenios centrales, excitándoles á que comenzasen las operaciones de la zafra.

El titulado jefe insurrecto Luís Quesada, capturado por nuestras tropas y sentenciado en Con- sejo de guerra, fué indultado de la psna de muerte. Era sobrino del presidente de la Junta filibustera establecida en Nueva Yoik. del mismo apellido.

TENIENTE CORONEL SESOR OROZCO

* * *

Los despachos de la Ha- bana que referentes al mejo- ramiento de la comida del soldado en Cuba acordado por la Junta inspectora de

aprovisionamiento, cuya creación había sido decretada por el nuevo capitán general de la isla— publicó la prensa de Madrid, produjeron una sensación inmensa en todo el mundo.

Lo que hacía algunos meses denunciaron ciertos periódicos, tenía confirmación plena y oficial. El soldado había estado recibiendo una ración de etapa que á lo sumo consistía en arroz con tocino y un trozo de galleta casi nunca en buen estado.

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Pero no fué esto lo peor, con ser ello inhumano y cruel; lo pero fué que entonces, es decir, en tiempos del general Weyler, cuando éste contestando á las denuncias de los referidos periódicos, denuncias que provocaron discusiones y disputas y levantaron polvareda entre ciertos elementos partidarios a outrance del marqués de Tenerife, de- cía al ministro de la Guerra en 7 de Febrero, en un telegrama oficial, lo siguiente:

«Aseguróle que los raciones son excelentes en calidad y precio, obteniéndose en los hospitales, con la misma bondad que en tiempos normales, economías de un tercio en el precio de estancias... Denun- cias quizás tengan origen en empleados de factorías y hospitales, se- parados por sospechas de los mismos motivos que sirven de base á aquéllos, ó lo que es aún peor, si prensa calumniadora se habrá hecho eco inconsciente de solapados trabajos de los separatistas...»

Fué de ver la santa indignación que se apoderó de los canovistas y de sus periódicos cuando el general Weyler tuvo la ligereza, diremos mejor, la desgracia de afirmar tamañas inexactitudes.

Poco faltó para que pidieran para los calumniadores (?) los tor- mentos inquisitoriales; pero entretanto les motejaron de faltos de pa- triotismo y hasta de perturbar la moral del soldado, como si fuese pe- cado mortal exigir á los encargados del G:bierno que los defensores de la honra de la patria no estuviesen desprovistos de fuerzas físicas con que sostener el fusil que les entregara el Estado para defender la integridad nacional.

Pasaron los días; la prensa tuvo que dejar de hacerse eco de que- jas fundadísimas: cambió el gobierno, y otro general, encargado del mando supremo de Cuba, reconoció que el soldado había estado con- denado á comer arroz, tocino y galleta ¡cuando lo había! y que había que mejorar su ración de etapa, de acuerdo con los contratistas de abas-

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tecimientos del ejército, que exponiáneamente cedían el sesenta por ciento del importe de los precios señalados hasta entonces.

No queremos hacer las consideraciones que esto nos sugiere: basta reproducir una observación que oimos en todos ios labios que no esta- taban sellados por la opinión interesada:

Si durante el tiempo que estuvo encargado el general Weyler del mando de Cuba los abastecedores del ejército estuvieron cobrando una suma por el suministro de provisiones, y después exponiáneamente re- bajaron el 6 d por ciento del total, precisamente en época en que el estado de penuria y de miseria de la isla hacía más difíciles y costosos los aprovisionamientos— ¿por qué no totalizaron lo gastado en aquél tiempo y deducían el 6o por ciento que rebajaban los contratistas? ¡Ese 6o por ciento había sido derrochado ó mal gastado durante la adminis- tración del general Weyler!

Así ha ido España sabiendo, unas veces, y adivinando, otras, con espanto, de qué manera se han malgastado sus tesoros y su sangre. Aunque á la fechi supo que en los servicios de sanidad no se hizo en dos años lo que se había podido hacer en tres días, que el soldado se moría de hambre y que los contratistas cobraban más del doble de lo que debían cobrar, aún no se hallaba á la mitad del camino de las dolorosas revelaciones.

Nosotros, r¡qué hemos de decir sino que nos felicitamos de que hu- biese llegado el tiempo de ellas? Tarde, muy tarde fué, pero más vale tarde que nunca.

Las vidas que S3 pudo salvar poniendo el remedio á tiempo, esas ya estaban perdidas y quedaron á cargo de las conciencias de los res- ponsables; pero las que se podían perder en adelante, esas se salvarían. Eso luimos ganando, y bastante más hubiérase podido ganar si á esos responsables se les hubiesen hecho hacer efectivas las responsabili- dades.

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Un ejemplar escarmiento á tiempo hubiera (¡quizá!) saneado la vi- ciada atmósfera que respiramos y hubiera (;tal vez!) impedido la repe- tición de hechos tan lamentables y tan dañosos al prestigio de la na- ción y de su ejército, y que tan irreparables desventuras han oca- sionado.

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CAPITULO Vil

Estado de la guerra en el Occidente de la isla. La pacificación del general Wejler.— Bnen indicio. Un bando sobre la zafra. Importantes circalaref. Batida de partidas rebel- des en la provincia de la Habana. Actividad de las columnas en operaciones. La elo- cacncia de los hechos. La insurrección en Pinar. Reconocimientos y rudos combates en las lomas. El enemigo atrincherado. Victoria sangrienta. B^jas sensibles. Co- mentarios.— Lo que dijo Weyler y lo que dijeron los hechos. La Historia hablará.

LOCUENTÍsiMAS y de verdadero interés fueron las noticias que del estado déla guerra en las provincias ociden- tales de Cuba nos dio el telegrama del general Blanco llegado el día 9 á Madrid. Gracias á él supimos al fin de Máximo Gómez, cuyo con- tacto habían perdido las tropas desde hacía mucho tiempo. El conJottierc dominicano había cumplido su palabra de mante nersc del lado de acá de la trocha del Jú:aro, y aun cuando el general Weyler nos dijo en uno de los más famosos despachos del tiempo de su mando, que le oblig-aría á repasarla ó que también podría suceder que se muriese (lo que en efecto, nada tenía de invero- símil), ni una cosa ni otra había sucedido, por desgracia. Tan buenos escondites había encoEtredo, que sólo al cabo de larga y misteriosa desaparición, había dado con él el coronel González, haciéndole nueve muettos.

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¡Lástima que el telegrama no dijera dónde fué el encuentro, si en las solitarias maniguas y potreros de Taguasco y Reforma, ó en la in- trincada Siguanea, declarada baluarte inexpugnable porque los rebel- des se agazapaban en la espesura, haciéndose invisibles á nuestros bra- vos soldados! ¡Donosa y novísima manera de defender baluartes y de hacerlos inexpugnables!

Aparte de que la inexpugnabilidad de los baluartes, aun estando

bien defendidos, ha venido á quedar muy desacreditada desde la toma de Sebastopol, la del campo atrincherado de PleAvaa y otras muchas, sábese hace larguísimos años que la naturaleza no ha construido nunca en ninguna parte obras defensivas inexpugnables. No lo fué el Cáuca- so para los rusos, ni lo ha sido el Himalaya para los ingleses, y lo ha- bía de ser la Siguanea para los españoles. ¡Medrados estuviéramos!

Así, pues, si Máximo Gómez había podido guarecerse entre aque- llos cerros meses y meses, sin que se le encontrase, la culpa fuera de la torpeza ó poca voluntad de los que le habían buscado. Claro que es más cómodo echárselas al terreno y á la irregularidad de la guerra, sobre todo porque aquél y ésta nada pueden decir en su descargo; mas ahí está el arte militar proclamando á voces que no hay terreno en que las desventajas sean sólo para uno de los combatientes, ni más gusrras irregulares que las mal hechas.

Pero dejemos esto por elemental, y después de felicitarnos de la reaparición de Gómez, y de expresar nuestro deseo de que las colum- nas que le perseguían continuasen encontrándole y batiéndole, pase- mos á otra cosa.

***

Dijo el general Blanco en el citado parte que en las últimas opera- ciones había tenido el enemigo 4r muertos en Las Villas, 31 en Matan

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zas, 33 en la Habana y 26 en Pinar del Río. Total 131 muertos, á los que hay que añadir nueve prisioneros, algún herido y 264 presentados con 6 o familias.

De suerte, que en poquísimos días de operaciones tuvieron los in- surrectos más de 400 bajas en las provincias pacificadas.

Ahora bien; ¿se quiere mejor prueba de que no ha- bía tal pacificación?

Es más, creímos firme- mente que, á pesar de los buenos deseos del general en jefe y de los que secundaban sus órdenes, apenas iba á bas- tar la época de la seca inicia- da para acabar con las parti- das que todavía quedaban en esas provincias, y que por lo mismo sería difícil em- prender desde luego en el Ca- magüey y en Oriente una ofensiva vigorosa, cual lo estaba reclamando la impu- nidad de que gozaba la rebeldía en aquellos parajes.

Podría suceder, si la dirección de las operaciones era afortunada, que el enemigo quedase reducido á sus madrigueras orientales y que viendo patente su impotencia se resignase á someterse: mas esto mismo había de costar tiempo y trabajo considerables.

No había que hacerse ilusiones, si bien tampoco se debía perder la esperanza.

De que los que fueron á la gran Antilla con el programa de paci-

CORONEL SEÑOR GONZÁLEZ

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Blarüo II

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ficarla sólo por las aimas las prestaran menos atención que á las menú d encías de la política y perdieran el tiempo en amañar el censo y en fabricar diputados, en preparar reformas y en organizar manifestacio- nes, no se había de deducir que los que allí acababan de llegar con la difícil misión de implantar un sistema nuevo de gobierno buscando la paz por el camino de la política, lograsen menores resultados bélicos que los obtenidos por sus antecesores.

España es la nación de los contrasentidos y de lo inesperado y no fuera motivo de maravilla que cuando habíamos puesto oficialmente nuestra confianza en la acción política viniésemos á deber el triunfo á la militar. Por buen indicio de que así podía suceder tuvimos las no- ticias de la campaña y de la organización de la guerra que se recibie- ron aquellos días de la Habana.

* *

El gobernador general pubHcó un bando relacionado con la próxi- ma zafra y que tendía á dar toda clase de facilidades para que pudieran empezar ios trabajos.

Por ese bando dejaba el gobernador en condiciones de libertad á los dueños de las fincas para ordenar el trabajo en las mismas.

Todo el bando tenía un gran sentido de protección á los agricul tores, permitiendo que la zafra se hiciera aún en las fincas que no es- tuvieran al corriente de las contribuciones.

Se prometía en el bando facilitar los medios para la adquisición de aperos y cuantos útiles son necesarios para las faenas de la recolección.

Suprimíase, además, el 20 por 100 que el transporte de los produc- tos de las fincas y los útiles de labor tenían como recargo en las tarifas de ferrocarriles.

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Las empresas habrían de atenerse á estas disposiciones, contribu- yendo al desarrollo de la riqueza, pues en la ocupación de obreros y en el desenvolvimiento de la producción se habían de encontrar dos me- dios poderosos para llegar á la paz.

S3 derogaron las órdenes que estaban vigentes sobre destrucción de los campos.

En la circular dictada por el general Blanco i eferente á esa dispo- sición, se fij iba la forma en que debían estar las viviendas para facilitar el paso de las tropas y la parsecución del enemigo.

También disponía el general en jefe qua en adelante se prohibiera á las tropas acampar fuera de las poblaciones en los casos que esto no fuese absolutamente indispensable.

Los soldados deberían pasar la noche precisamente en los poblados, guarecidos de la lluvia y del relente que tanto perjudicaba su salud.

En la circular que así lo dispuso, mandó el general Blanco que se proveyera á las tropas de ropas, mantas é impermeables.

La brigada que mandaba el general Valderrama, distribuida en varias columnas que operaban en combinación en diferentes sitios de la provincia de la Habana batió el día lo numerosos grupos rebeldes, entre ellos uno de 250 caballos.

El resultado total de esa operación, justamente elogiada, fué ha- cerles á los rebeldes 14 muertos, cogiéndoles muchas armas y diez ca- ballos vivos.

Nuestras bajas fueron dos soldados muertos, uno herido y un ofi- cial contuso.

En la operación se distinguió notablemente el capitán señor Apa- ricio, que al frente de ocho caballos cargó sobre un fuerte grupo de enemigos matando á tres de ellos en lucha personal.

Continuando sin descanso|^la operación combinada entre varias pe- queñas columnas, el batallón de la Reina, cerca de San Nicolás, batió

84 al otro día un grupo rebelde, haeiéadole tres muertos, uno de ellos titulado coronel auditor.

Fuerzas de caballería de Numancia sorprendieron el propio día 1 1 el campamento del cabecilla Rodrígaez, en la finca llamada de «Rega- lado», haciendo al enemigo once muertos de arma blanca y cogiéndole armas y el equipaje y la correspoadencia de Rodríguez.

La misma columna volvió á batir á los rebeldes, el siguisnte día 12, cerca de Sm Antonio de Biitia, causándoles otros nueve muertos y cogiéado once caballos, completamente equipados.

En toda la provincia de la Habana seguía operándose sin descanso por nuestras tropas.

*

*

A los que creyeron en las afirmaciones del general Weyler dando por pacificada la provincia de Pinar del Río, les recomendamos que se fijen en los sucesos que reseñamos á continuación, que son rigurosa- mente exactos y de información oficial.

Cumpliendo órdenes del general Bsrnal, la brigada Hjrnández Velasco, que había sido reforzada con los batallones de Vergara y Ge- rona, con fuerzas de artillería y con las guerrillas locales, estuvo ope- rando y practicando reconocimientos durante los días 9, 10, 11 y 12 en las lomas Gobernadora, Vilamares, Romero, Madama, Guayabitas y Paladas, de la provincia de Pinar.

Durante esos cuatro días, el importante núcleo militar á las órdenes del bizarro general Hernández de Velasco combatió sin tregua á las partidas rebeldes mandadas por los cabecillas Perico Díaz, Ducassi, Pe- rico Delgado y otros, que hallábanse acampados y fuertemente atrin- cherados en las citadas lomas.

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Los insurrectos hicieron tenaz resistencia, la cual fué vencida por el empuje y valor de nuestros soldados, que tomaron los atrinchera- mientos del enemigo, desalojándole de ellos y dispersándolo comple- tamente, y se apoderaron de cuatro campamentos y dos armerías con bastante material de guerra.

Las bajas causadas á los rebeldes en los diferentes combates soste nidos ascendisron á 41 muertos, muchos heridos y dos prisioneros, ha- biéndoseles ocupado además once armamentos, gran cantidad de mu- niciones y varios caballos.

Sensibles fueron las bajas sufridas por la columna, que consistieron en un oficial, el teniente del batallón de Gerona don Ángel Labuena Curiel, y 13 soldados muertos, y tres oficiales, el capitán don Vicente RipoUés y Ripollés y los primeros tenientes don Miguel Garcés y Fa- llos y don Emeterio Antón Sánchez, y 39 soldados heridos.

La noticia produjo gran sensación y fué muy comentada en la Ha- bana y en la Península por haber ocurrido la importante operación realizada por la columna Hernández en la provincia de Pinar del Río, que hacía tiempo se había declarado pacificada (¡!) y por venir ella á confirmar que no solo no estaba pacificada, sino que existían en Vuelta Abajo importantes núcleos de rebeldes.

***

Precisamente el día 13, anterior al en que llegó á Madrid el parte oficial de la operación, hizo un año que el gobierno de la metrópoli recibió del general Weyler, á la sazón en operaciones en la provincia de Pinar del Río, el famoso despacho que empezaba de esta suerte:

<No contando con fuerzas suficientes para ocupat todos los puntos

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que me proponía en mi plan, quedó sin cubrir el Rubí, punto primero que me proponía batir.»

Y á continuación el general que no tenía fuerzas suficientes para sus operaciones, no obstante contar con un ejército de 200.000 hom- bres en la isla, narraba el combate sostenido en las lomas y en el cual quedó herido y fuera de combate el general Echagüs.

Como han visto nuestros lectores, las partidas rebeldes en aquella pacificada (¡!) provincia quisieron sin duda celebrar el aniversario, sos- teniendo un recio encuentro con nuestras tropas en las mismas lomas.

BALUARTE DE LOS APÓSTOLES, EN EL PESCANTE DEL MORRO (Haban»)

No queríamos insistir ya sobre el asunto de la pacificación decre- tada por el excapitán general de Cuba, señor marques de Tenerife. Bas- tante hemos dicho acerca de ello en el precedente tomo.

El pueblo español está ya convencido de la verdad y para los que por ceguedad de la pasión ó exceso de mala se niegan aún á recono- cer los hechos, cuanto se diga está de sobra. Sin embargo, el reseñado suceso de guerra y la alocución del general Weyler, que á continuación transcribimos, nos obliga á volver sobre la materia.

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En el combate que hemos recordado por la circunstancia del mes y del día, hubo, en plena guerra, estando allí el grueso de las partidas rebeldes con Maceo á la cabeza y operando contra. ellas el propio gene- ral en j 3fe de nuestro ejército, menos número de bajas del enemigo y de nuestras columnas que las ocasionadas en el encuentro aludido y en plena pacificación. ¡Así es,"desgraciadamente, cómo hablan los hechos!

En cambio, el general Weyler, en la alocución de despedida á los habitantes de Cuba dijo que «ya se extiende rápida la bienhechora influencia de la paz en las provincias de Pinar del Río, Habana, Matan- zas y Santa Clara hasta trocha de Júcaro á San Fernando. Os dejo la. rebelión tan reducida, que no debe hacerse esperar su último latido.» ¡Así habló el general!

***

La tenaz resistencia opuesta por los insurrectos á una brigada de nuestro ejército, reforzada con artillería y guarrillas dio á conocer si se trataba de grupos dispersos que merodeaban en el territorio pacificado, ó de fuertes núcleos de rebelión. Tener aplomo para decir ciertas cosas, no es lo mismo que convencer de ello á los demás mortales.

Día llegará— lo extraño es que no haya llegado ya— en que se co- nozca en todos sus detalles el sistema que se quiso emplear para aquella pacificación oficial. Entonces, cuando nada se pueda achacar á supues- tas enemistades personales y el decoro nacional no obligue al silencio y no sea dable meter á barato el asunto y la verdad resplandezca sin nubes, el pueblo español echará de ver que se le ha querido tratar como á un pueblo de guana/os, de idiotas, incapaz de percibir la realidad ni de formar juicio por propio.

Este tristísimo concepto de las facultades intelectuales de que en

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la vida pública dispone la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos, es la causa de nuestra indignación y de nuestras protestas. Ese concepto explica muchas de las cosas que han ocurrido aquí y muchas otras de las que se pretende que pasen.

Y ¡doloroso es confesarlo!: la tarea es demasiado ruda para nuestra débil y mal templada pluma.

Pero basta que se atienda á los hechos y se forme sobre los mismos el juicio público.

Ahí están de un lado los hechos con su lógica irrefutable, irreba- tible; ahí están de otro lado las palabras del general Weyler, sus auda- ces afirmaciones, los comentarios con que las exornaron cuantos tenían puestas en dicho señor sus esperanzas, merced á los propósitos y pasio- nes que arbitrariamente le atribuyeron.

Que el pueblo español juzgue.

Nosotros no queremos, ni pedimos más, reservando á la Historia su juicio definitivo.

CAPITULO VIII

El sistema de la pacificación del general Weyler. Rasgáronse las tinieblas. En San Juan de las Yeras. Ataque y rudo combate. La columna de auxilio. Criminales atentados por la dinamita. Voladura de trenes. Desastrosos efectos. 10 soldados muertos y 25 heridos. Tren de auxilio. Combates en Oriente. Evidente y palmaria dÍFCordancia entre los hechos y las palabras del general ^Yeyler. Su alocución de despedida á los habitantes de Cuba. En!favor de los reconcentrados. Disposiciones convenientes y plausibles.

A operación que emprendiera por las lomas de Pinar, y que realizó con éxito la brigada del general Hernán- dez de Velacco, no terminó en los combates del 9 al 12, que dejamos someramente reseñados en el prece- dente capítulo y debióse á instrucciones del nuevo comandan- te general de aquella provincia, general Fernández Bernal, que tan provechosa y activa campaña hizo en la misma el año anterior.

Del precio á que nuestras tropas compraron esa victoria so bre las partidas insurrectas, se deduce bien claramente que en Pinar de) R'o no estaban las cosas como se las pintaron al general Weyler, ó come él pretendió pintarles á la Nación.

Grupos de quince ó veinte hombres, dispersos, hambriento;, sin armas y faltos de todo medio de proseguir la guerra, no fueran capaces de oponer resistencia, ni aún de hacer frente ni plantar cara á una bri-

Bi.ANCo 12

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gada del ejército, y menos de sostener con ella combates en que corrió copiosamente la sangre de nuestros bravos.

Aún en la época de mayor apogeo de la insurrección se hubiera tenido por importante la serie de encuentros sostenidos por la brigada Hernández Velasco en las lomas de Pinar.

No sabemos qué dirían al enterarse de ello los que se obstinaban en dar crédito á la falsa pacificación de las provincias occidentales, tan porfiadamente sostenida por el general Weyler hasta en las alocuciones que dirigió á los habitantes en Cuba al resignar el mando de la isla.

Durante el tiempo que el marqués de Tenerifa estuvo al frente de nuestro ejército de operaciones en la gran Antilla, ocurrieron en Pinar del RÍDy en las demás provincias que también esttban pacificadas, por decreto, sucesos no menos importantes que el de las lomas. Algunos fué totalmente imposible ocultarlos y á la postre se dio cuenta de ellos desfigurando ia verdad. Sobre otros se guardó absoluto silencio, y bien lo saben muchos jefes y oficiales á quienes el general Weyler privó hasta de la satisfacción de que el país conociera los servicios que le prestaban, por no reconocer la existencia de hechos contrarióse lo que él venía telegrafiando.

Al resgarse á la sszón las tinieblas en que se había logrado envol- ver la situación de Cuba, asi bajo el aspecto militar, como bajo el eco- nómico y el político, lo primero que se dejó ver con claridad fué que no había verdadera pacificación en ninguna parte de la isla; que la re concentración se hizo como requisa de ganado, más que como agrupa- ción de seres humanos, y que á continuar un poco más de tiempo la aplicación de semejante sistema, hubiéramos concluido por perder, no sólo la isla de Cuba, si que hasta el concepto de pueblo militar, cris- tiano y civilizado.

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.* *

El golpe que los insurrectos de Las Villas— otra de las provincias pacificadas por voluntad del señor marqués de Tenerife— intentaron dar llegando hasta las calles de San Juan de las Yeras, (pueblo de más de 2.0OO habitantss, situado á veintiún kilómetros de Santa Clara) los ataques á los trenes de Nuevitas al Príncipe y de Tunas de Zaza á Sanc-

BATERÍA. EN EL CUARTEL DE LA FUERZA (Habana

ti Spíritus, volviendo á emplear la dinamita, y la reconcentración de los rebeldes de Occidente en las lomas de la Gobernadora y Rubí para revelar fuerza en Pinar del Río, fueron interpretados por la opinión como la manifestación del propósito de los rebeldes de que estaban dis- puestos á seguir en armas contra la madre patria.

El suceso de Sin Juan de las Yeras tuvo relativa importancia, por- que la partida, aunque no numerosa, pues solo se componía de doscien- tos hombres, logró llegar á las calles, de donde fué rechazada por la guarnición.

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El combate que allí se libró duró poco, pero fué duro.

Los insurrectos, al ver que la guarnición estaba advertida y pre- parada para la defensa, desistieron de su audaz empeño y se retiraron, dejando en las calles ocho muertos y llevándose varios heridos, de los que murieron dos en las inmediaciones del pueblo.

Las pérdidas experimentadas por la guarnición consistieron en un sargento y tres guerrilleros heridos.

Como muchas casas son de guano, penetraron las balas en ellas, matando á dos paisanos y una mujer. Otros resultaron heridos dentro de sus domicilios

Advertido del fuego el general Aguirre, que operaba por aquellas inmediaciones, acudió con su columna áSan Juan de las Yetas, pero ya el enemigo había desaparecido.

En la linee del ferrocarril que enlaza el puerto de Tunas de Zaza con Sancti Spíritus explotó una bamba de dinamita al paso de un tren, produciendo la explosión grandes destrozos en tres vagones y heridas graves á dos pasajeros.

Asimismo volaron los insurrectos, por medio de otra bomba de di- namita, otro tren de la línea de Nuevitas á Puerto Príncipe.

Ocurrió el suceso el día 13 al pasar un tren de los llamados de auxilio, que transportaba una cuadrilla de trabajadores con una escolta y soldados que iban á forrajear.

Al pasar cerca del fuerte número ai y ya dentro de la curva llama- da O' Donell, estalló la bomba de dinamita debíjo del carro blindado que conducía la escolta.

La detonación del explosivo y el ruido que produjo el carro des- trozado apagaron los gritos de los infelices heridos; al mismo tiempo grupos de rebeldes emboscados en la cercana manigua hicieron sobre el tren nutrido fuego de fusilería.

El jefe de la escolta, teniente señor Villar, á pesar de tener íuer* de

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combate por la explosión á casi toda su gente, contestó al fuego del ene- migo y logró apagarle, pudiendo entonces reconocer los efectos de la máquina infernal.

Diez soldados muertos y 25 heridos; el carro blindado, una plata- forma y 25 metros de vía destrozados.

Las fuerzas pertenecían al batallón de voluntarios de Madiii. ,

Avisado el general Jiménez Castellanos, envió en el acto un tren de auxilio, en el que se trasladó el teniente señor Villar, con la fuerza que le quedaba y los heridos, uno délos cuales era el médico don Cosme Aznárez, al poblado de Las Minas.

Para llevar seis convoyes desde Manzanillo á Bayamo, para el aprovisionamiento de esta plaza, como base de operaciones, tuvieron que sostener nuestras columnas siete combates muy rudos con fuertes núcleos rebeldes, en los que perdieron aquéllos cinco hombres y tu- vieron 41 heridos.

*

Esa era la situación de la isla, y ese el estado en que dejó la rebel- día el general Weyler, cuando resignó el mando supremo de ella y embarcó para la Península.

Pues bien; véase ahora lo que en su alocución de despedida á los habitantes de Cuba, publicada en la Gaceta del día 30 de Octubre, dijo el marqués de Tenerife.

Es un documento que merece ser conocido de todos los españoles.

Dice así: '

«Relevado por el gobierno de S. M. del mando civil y militar en esta isla, y próximo á salir con dirección i la Madre Patria, me despi- do de vosotros. Da no esperéis frases galanas ó artificiosas, como

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tampoco vacilaciones ni rodeos en la exposición de la verdad. Habi- tuado á la inclemencia del campamento más que á los tranquilos y enervantes goces del salón, soy rudo y conciso.

No ignoráis el estado de abatimiento de ánimo y desconfianza en el porvenir que dominaba en Caba, cuando á ella vine para encargar- me de su gobierno general y del mando del ejército, y bien veis como queda. Si por erróneos juicios, por degconocimiento de lo ocurrido ó por otras causas no falta quien niegue la verdad, vosotros, que la te- neis al alcance de la vista, os sentís convencidos de que muy en breve habtía llegado para toda la isla la hora de la paz, y de que, tan comple- ta y eficazmente como cabe á raíz de una lucha sangrienta y destructo- ra, ya se extiende rápida la bienhechora influencia de aquélla en las provincias de Pinar del Río, Habana, Matanzas y Santa Clara, hasta la trocha de Júcaro á San Fernando. Los ingenios prepáranse á la mo- lienda; las vías de comunicación están expeditas á pasf jaros y mercan- cías; se pueden recorrer los campos sin tropezar de continuo con la em- boscada, y ha cesado ya el antes no interrumpido y asolador incendio.

Al congratularos por este espectáculo halagüeño, no debéis olvi- dar nunca los sacrificios que cuesta, principalmente los representados por pérdida de vidas; y asi como tenéis lágrimas para el muerto que perteneció á vuestra clase, tenedlas también para el heroico soldado que aquí dio sonriente su existencia para la patria en defensa de la in- tegridad nacional, y tenedlas abundantes y compasivas para los dolo- res de tantas madres que no volverán á estrechar entre sus brazos á sus hijos.

Vine á la isla con el ánimo decidido á que no terminase el próximo Marzo sin que se viera obligada la insurrección á refugiarse en sus gua- ridas de Oriente: á restablecer y mantener muy alto el principio de au- toridad, para que nadie faera osado á llegar hasta é'; á reafirmar la so- beranía de España en esta preciada Antilla.

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Los hechos hablan por mí; y ya elocuentemente lo han realizado, porque las demostraciones de vuestro sfecto á mi persona, grandes, sentidas y expontáneas, como todo lo que no es sugerido por la envi- dia ó por la ambición personal, han estremecido á los enemigos de Es- paña y de su propia tierra natal. Todas y cada una de esas manifesta- ciones han conmovido mi corazón; pero más que ninguna la última, porque en realidad, no fué otra cosa que la indignación que rebosó de los pechos españoles, al notarse el júbilo que la noticia de mi probable relevo en el mando, esparcía entre los enemigos de nuestra patria. Im- pedir ó restringir, como algunos hubieran querido, ese movimiento de opinión, nacido de tan pura fuente, hubiera sido acto antipatriótico; no lo hice, y estoy satisfecho de mi resolución.

Si para conseguir el estado gctual de la isla, en ocasiones he teni- do que extremar el rigor, cierto que no fué sin que le precedieran ofre- cimientos de perdón y olvido, hechos en nombre de la generosa Espa- ña á esos hijos desnaturalizados, que desgarran el seno de su propia madre, y tan prontos á huir frente á iguales fuerzas como dados al ex- terminio, al pillaje y al incendio, si tienen de su lado el número y la ocasión.

Os dejo la rebelión á tal extremo reducida, que no debe hacerse esperar su último latido; el principio de autoridad reconocido y respe- tado, porque ésta, en todo el tiempo de mi mando, ha sido cosa real y verdadera, agena á las luchas y ambiciones de las parcialidades polí- ticas, y no la fuerza y la justicia simbolizadas en un cadáver; y la so- beranía de España tan afirmada, que nadie intentará arrancarla de esta tierra, como no sea por medios arteros y contando con el auxilio y la complicidad de españoles indignos.

Esta profunda convicción se fortalece y arraiga aun más en mi ánimo al recordar las relevantes dotes militares y políticas, por vosotros tan conocidas como estimadas, del ilustre caudillo que va á ¡ucederme

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en el mando; y abrigo, no ya la esperanza, la seguridad de que, agru- pados junto á él con la lealtad y adhesión que os son propias y que á me habéis prestado, cooperaréis eficazmente al fin que todos anhe- lamos: la total é inmediata pacificación de Cuba, objeto de mis más fer- vientes votos.

Habitantes de la isla de Cuba: recibid mi cariñoso adiós y con él la expresión del sentimiento que me causa el apartarme de vosotros. La sinceridad me obliga á añadir que, entre todos, tienen derecho pre- ferente á mi gratitud los que componen las clases obreras, porque ellos

LA CASA MAS ANTIGUA DE LA HABANA EN LA ESQUINA DE TEJAS

han ofrecido al mundo hermoso ejemplo de sano patriotismo, dedican- do parte de sus salarios ó remuneración de su trabajo personal al fo- mento de la marina de guerra; ellos, los más perjudicados por el esta- do económico de la i?la. Habrá quien les iguale en patriotismo; mfs quien los supere, no. Para ellos serán mis más gratos recuerdos y n:i más entusiasta admiración, lamentando que mi solo esfuerzo no pueda trocar en abundancia la escasez de sus hogares, y en alegrías sus tris- tezas.

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A.VAKZADAy DK UX CAMPAMENTO Blanco i 3

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AI pisar esta tierra, en todo el trayecto recorrido hasta llegar á palacio, á vuestra no interrumpida aclamación de mi persona, respon- día: ¡Viva España!, poique España es ante todo y sobre todo; y ¡Viva ei rey!, porque él simboliza á nuestra patria. Al separarme de vosotros, llevándoos en la cabeza y en el corazón, como al llegar, os digo: ¡Viva España! ¡Viva el rey! y ¡Viva Cuba española!

Vuestro gobernador general, Valeriano Weyler.

Habana 29 de Octubre de 1897 >>

También publicó la Caceta de la Habana el mismo dia, otras alo- cuciones de Weyler dirigidas al ejército, á los marinos y á los volun tarios y bomberos.

* *

Decidido el general Blanco á proteger á los campesinos reconcen- trados que padeciendo estaban todo género de necesidades, dictó un importantísimo bando, que publicó la Gaceta del diá 14, dictando al- gunas medidas encaminadas á remediar en parte su situación triste y ;. ngustiosa.

Precedía al articulado un largo preámbulo, en el que se explicaba la necesidad de modificar las condiciones de la reconcentración, ya que no fuese realizable suspenderla en absoluto y de repente; porque arrojar de las poblaciones al campo verdaderas muchedumbres, com- puestas en su mayoría de mujeres y niños, dejándola abandonada y ex- puesta á mayores infortunios, sin tomar las precauciones que asegura- ren su vida, acarreara perjuicios mayores, dando origen á censuras tan graves como las dirigidas contra la concentración.

Sa declaraba en el preámbulo que era indispensable proceder con

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previsión, tacto y buen sentido, sin perder de vista la realidad, para llegar lo más pronto posible al restablecimiento de la normalidad en la vida rural.

Por esto se reiteraba en el propósito y en la decisión de proteger efi- cazmente á los reconcentrados, á cuyo efecto se comunicaban órdenes para facilitarles ración diaria, y para que se atendiera en los hospitales á los enfermos hasta reorganizar las faenas agrícolas é industriales y lograr la normalización del trabajo.

Hasta aquí el preámbulo.

Después se disponía:

((.Primero. Los que en la actualidad se hallan reconcentrados y po- sean fincas, bien de su propiedad, bien en arrendamiento, apareciendo contar con elementos para el trabajo y la vida, pueden volver á ellas seguros del amparo y protección que se les dispensa por las últimas disposiciones sobre la materia.

A este efecto obtendrán de la autoridad una autorización en la que consten Jos nombres de los individuos que componen la familia, las personas que le acompañen, número y clase de animales, aperos é ins- trumentos de labor que lleven á las fincas, dejando constancia de todo esto en la cabecera, á fin de procurar, al necesitarlos, utensilios, ropas y efectos.

Segundo. Los que no se encuentren en este caso como los artesa- nos y jornaleros, podrán concurrir á los trabajos del campo á condi- ción de que residan y pernocten dentro del recinto fortificado de las fincas y porten documentos que identifiquen su personalidad.

Tercero. Se considera como centros de trabajo los ingenios, colo- nias, vegas de tabaco, cafetales y demás fincas de importancia que se hallen bien defendidas y estén sus dueños autorizados para tener los operarios que necesiten, tanto de la población actualmente reconcen- trada, como de los que gozan de libertad por haber sido indultados,

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cuidando especialmente los dueños de adoptar las medidas higiéaicis que garanticen la salud de los jornaleros.

Cuarto. Los dueños están obligados á constituir un centro de de- fensa en las respectivas zonas de cultivo que alberguen las fincas, y en el perímetro exterior de las mismas establecerán las columnas sus ba- ses de operaciones, cuidando de la defensa del centro en caso nece- sario.

Quinto. Se autoriza á los due- ños, arrendatarios y aparceros para que gasten armas que les sirvan para defenderse, y á los operarios se les permite el uso de revólver y machete, previo permiso de las autoridades.

Las familias y los individuos á quienes no alcancen los anteriores beneficios, quedarán en las pobla- ciones bajo el amparo del director y demás individuos de las juntas protectoras que habrán de consti - tuirse y funcionar con fondos del Estado y los auxilios de la caridad.

Sexto. Estas juntas se organizarán inmediatamente en las capita- les de los términos municipales y en los poblados; estarán presididas por las autoridades civiles, á quienes se asociarán para formarlas los comandantes militares, párrocos, médicos, propietarios y comerciantes que se designen.

Séptimo. La protección de estas juntas se extenderá á los rebel - des que se presenten á indulto.

CABECILLA LOREN

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Octavo. De los trabajos que realicen darán cuenta las juntas á la superioridad quincenalmente.

Noveno. Se exigirá estrecha responsabilidad á los llamados á cumplimentar estas instrucciones.— iíawón Blanco.

Digna de aplauso fué la humanitaria medida dictada por el mar- qués de Peña Plata, mereciendo plácemes de todo el mundo civilizado y cristiano, sus disposiciones en favor de los reconcentrados.

^IIIWliailMulMlllMlMIUiUMIUlllMIMUIIriHIllllllItlIUlUBIIItUIIIIIIUMIIMIIIIIMMilllllliillIirilllMM. iniIMHHIIIUllllllUlMIIIUIIIIUlllUlUMt miMimMiMiiiiniiiuiiiiuii u.

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CAPITULO IX

Pasividad y espectación. Error y faUa especie. Ficcióa y conTencionalismo. ¿Se moverá? El cuerpo de voluntarios de la Habana. Libertad de los piratas de la Coinpetitor. Importantes operaciones en Pinar del Río. Estado de la rebelión en esta provincia. Las bajas de una decena. Reproducción de la campaña de destrucción. Las órdenes del (jeneralisimo. Actitud intransigente de Máximo Gómez.- La zafra. Triste consi- deración.— Duda y temor.

p iN espíritu pesimista, sin propósitos de producir alarma, todas las personas que seriamente pensaban en el más grave de los problemas plantead os por la realidad á nues- tra nación, reconocían y confesaban, al mediar el mes de Noviembre del 97, que atravesábamos y habríamos de atra- vesar hasta los comienzos del año 1898, el período profunda- mente crítico de la guerra de Cuba.

Entendiendo por «crisis» el momento decisivo de un acontecimiento, presumimos usar con propiedad la palabra, porque, épocas peores había habido en esa guerra, pero de nada de- cidían.

El ánimo de la generalidad de los españoles apreciaba las circuns- tancias, cual las apreciamos nosotros, y por eso parecía estar en sus pensó y como en espara de lo que podía advertirle la marcha de los negocios públicos.

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Aparte el movimiento ficticio que por malos hábitos y con viejos resortes procuraban determinar los que no enfocaban la vida de otra manera, la actitud de la generalidad era de espectación, y fuera de gran ansiedad, sin la fatiga que parecía apoderada hasta ^e los corazo nes más patriotas.

Nadie quería atravesarse en la corriente de los sucesos; acaso cada español deseaba la parte menor de responsabilidades en lo que pudiera acontecer, sin perjuicio de alegar esa misma actitud como mérito, si fuese á la postre satisfactorio el resultado.

No dejaba de favorecer al gobierno un tal estado de cosas, en el concepto de que tocante á lo interior tropezaba con el menor número posible de obstáculos. En cambio, la ayuda no era muy eficaz, pero esto lo tendría aquél previsto, y en España, excepción hecha de los mo- mentos solemnes, bien se puede cambiar lo uno por lo otro.

La obra del ministerio liberal, si alcanzaba buen éxito, tendría para el señor Sagasta y para aquellos de sus compañeros de gabinete que con mayor actividad y firmeza le ayudaban, la ventaja de ser muy suya, es decir, de haber sido realizada con elementos sacados casi en totalidad de las propias tuerzas y de los propios recursos. Fuera de ese círculo no había habido ni había más que pasividad.

Alguna censura blanda oíase, formulada quizás, mejor que para resistir la labor del gobierno, para dar fe de vida de otros criterios á los que importaba mucho que el público no olvidase su existencia. Tal sucedía con los conservadores más ó menos del directorio ó más ó me- nos silvelistas. Fenómeno análogo se produjo en los que temían que desconociera su independencia de juicio ese mismo público, si ellos no lo afirmaban de vez en cuando.

Pero la pasividad y la expectación fueron las notas características de aquellas circunstancias. Si esto lo impuso la masa social, con su afán ardiente de que la guerra terminase y su esperanza más ó menos

104 vaga de que la pacificación pudiera venir por el nuevo camino abierto, ó si todo ello fué engendrado por la irresolución y la incertidumbre de los que estaban expuestos á verse frente á frente del problema y no descubrían por lado alguno la solución, cosa es sobre la que no es da- ble aún decidir. El hecho, sin embargo, se presentó tal cual lo señala- mos á la atención de nuestros lectores.

•* *

De impresionable y meridional hemos tratado cien veces antes de ahora al pueblo español, y, sin embargo, cuando se estudia con al- gún cuidado, y sin ninguna pasión que no sea la de aprender la His- toria de España de los últimos siglos, adviértese la pasividad de la na- ción, estenuada por el esfuerzo, quizás, de los descubrimientos, de las conquistas y de poblar tierras, por el agotamiento de los ideales que en otro tiempo llenaron su alma, y por lo apartada que vino á quedar de las nuevas vías mercantiles. Quedóse pobre de sangre, de espíritu y de voluntad.

La famosa epopeya de la independencia, tan desconocida, es prue- ba de la apatía del organismo nacional. Las humillaciones de Carlos IV y de Godoy ante Bonaparte, la cesión de territorios, el pago de tribu- tos, la entrega de parte de la escuadra, hubieran bastado para llevar á otro pueblo á la revolución. El español se contentó con murmurar. Ni siquiera se atrevió á hacer un motín como el que movió contra Esquila- che por si los sombreros habían de tener más alas ó menos, y por si las capas se llevarían cortas ó largas.

Crecieron las vergüenzas de España: entraron los franceses; apode- ráronse por sorpresa (en plena paz) de las cindadelas de Barcelona y de Pamplona y del castillo de Figueras; acuarteláronse en Madrid, tra-

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tando con Ja mayor insolencia y desprecio álos madrileños; lleváronse á Francia al rey, íl la rein?, al príncipe de Asturias, etc., etc.. El pue- blo calló y consintió. Sólo se alborotó para oponerse é impadir la sa- lida de ui infante bobo. La paciencia la duró ¡trece años!: desda 1797 hasta 1828.

Palirle menos impresionabilidad, fuera la mayor de las exigan- cias. Pdes, sin embargo, todavía tiene fama de impresionable y albo- rotador. Aunque siguiendo por el siglo adelante hasta la época actual, se encuentran innumerables pruebas de lo contrario.

Eu todos aquellos casos en que ha tenido que moverse, lo ha hecho con igual lenti- tud, porque es pasivo y apá- tico.

Las revueltas políticas, como no son cosa suya, tienen muy diverso carácter y pro- <iú;ense con esa facilidad qae engañando á los malos obser- vadores, ha dado crédito á la falsa especie, por no romper con las ficciones y los con- vencionalismos que todo lo tienen invadido y adultera- do, de que los españoles son levantiscos é ingobernables.

Aquí los ingobernables y levantiscos son los de arriba, los que bu- llen y pelean en la epidermis social. Esos forman partidos, hacen elec cione«, organizan manifestaciones ó motines, según los casos, en con tra ó en favo*" de tal cosa ó persona, hablan, gritan y amenazan. El

Blanco 14

COMANDANTE Sr. DÍAZ

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pueblo 230. oco hombres para la guerra; se queja y murmura, sí; pero, por último, calla y se SEcrifica, contentándose con el modesto papel de espectador, ó, á lo sumo, con el de comparsa en la comedia que se representa.

¿Cuándo y por qué se moverá? Muy tarde y por lo que menos se piense. Tal vez nunca, porque ahora está aún más desengañado y can - sado que hace un siglo. Pueden, pues, gritarle y solicitarle los que, no contentos con estar encima, quisieran aprovechar sus fuerzas y vivir á su costa. S3 nos antoja que pierden el tiempo lastimosamente.

* *

Entre los telegramas de Cuba, que nos trasmitió nuestro correspon- sal el día 18, había varias noticias de interés y actualidad que no debe- mos ppsar en silencio, para que nuestros lectores y el país formen con- cepto de las cosas.

Los coroneles de los cuerpos de voluntarios de la Habana habían sido solicitados por el general Pando, como jefa de Estado mayor de aquel ejército, para salir nuevamente á campaña.

Como siempre, respondió al llamamiento el patriótico instituto, y aunque ya estaban muy mermados los batallones por haber sido movi lizados muchos de sus individuos, irían los voluntarios donde se con- siderase útil su concurso á la causa de España.

No importó ni á los jefes ni á los oficiales ni á los soldados, que por aquí se hablase de su disolución; no les importó que se concediera decisiva influencia en los altos consejos del gobierno, á quien conside- raba como necesidad imperiosa su desarme; no les importó tampoco el afán con que á la fecha se volvían contra ellos, políticos, oradores y periodistas de fuste.

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Todo esto era al fia meaos grande qae la integddal del territorio, esencia de su institución, base de su política. .

Entonces, como antes, contestaron con datos patrióticos á los que unas veces pretendieron ridiculizarles y otras ofenderles.

Pronto se ofreció o"a;ióa para poner de relieve su abnegación, frente á los que considerado hab".aa comT cisa natural su desarma.

El jefe de Estado mayor del eje cito peninsular, apreciando sobre el Terreno las necesidades y el valor de los elementos quí formaban el nervio de aquel país, acudió á los voluntarios y éstos respanlieron en el acto.

¡Qué argumento más valioso en aquellas circunstancias para cuan- tos sosteníamos la necesidad de qu3 se hiciera una política sin exclusi- vismos y de respeto para los que ante todo estaban al servicio de la causa nacional!

Los voluntarios, por esto, y solo por esto, fueron siempre el blanco de los enemigos de la patria en la paz y en la guerra.

Podía salvarse aigú a soldado de la ferocidad del enemigo al caer prisionero; para el voluntario no había jamás conmiseración.

*■

A las dos de la tarde del i8 se hizo entrega en el castillo do la Ca- bana, á los cónsules norteamericano é iagléi, de los presos qus tripu- laron la Compititor, y ean súblitos de las naciones qus aquellos re presentaban.

Los restantes prisioneros que fueron indultados serían enviados á la Península.

En libertad los pi'-atas del Compciiior, el delito qu) cometieron quedó impune, contra toda justicia, contra toda razón y contra toda

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equidad. Fueron á Cuba á llevar y hacer armas contra España y no re- cibieron castigo alguno.

La debilidad con que procediera el Gobierno conservador y el ge- neral Weyler, tuvo su natural consecuencia en la debilidad del Go- bierno que á la fecha regía los destinos de la patria.

Si hemos de hablar con franqueza, nunca esperamos que magna- nimidad semejante mereciera del gobierno y del pueblo norteamericano la correspondencia debida. Si aquel pueblo y aquel gobierno se hubie- sen inspirado en ideas de derecho, no hubieran amparado la insurrec ción mambí. Y quien no tiene la religión de la justicia, mal puede apreciar, ni menos agradecer, un perdón generoso.

Consideramos deplorable lo que se hizo con los piratas de la Com- petitor.

El general Weyler, que desde el puente del Montserrat alardeó de tanta energía contra los enemigos de España, pudo y debió proceder entonces como exigían el sentimiento público y las leyes vigentes.

Su incomprensible blandura con aquellos piratas fué refrendada por dos gobiernos. A todos alcanzó la responsabilidad.

* *

Dos operaciones de importancia llevaron á efecto las columnas de operaciones en la provincia de Pinar del Río, en la segunda decena de Noviembre: una contra las fuerzas insurrectas que capitaneaba el cabe- cilla Varona, á quien se le hicieron 21 muertos, cogiéndole nu3ve ar- mas, nueve caballos y ctros efectos: otra contra el cabecilla Núñez Lo- ren y su gente, á la que causaron 36 muertos, entre ellos los titulados coroneles Rangel y Berna! y cogieron 38 armas, en su mayoría Maüssers y machetes, municiones y un prisi neio.

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Las columnas tuvieron en junto un muerto y 14 heridos de tropa.

Aprovechando uno de nuestros corresponsales en la Habana la es- tancia del general Bsrnal en la capital, procuró conocer la impresión que tenía sobre el estado de la rebelión en la provincia de Pinar, rogándole le explicara el por qué de haberse librado los últimos combates, alguno de ellos importante.

El general Bernal contestóle que era necesario que se supiese que desde hacía algún tiempo los rebeldes se habían refugiado en las lomas, fortificándose en varios sitios y haciendo siembras para alimentarse. Allí habían procurado reunir pertrechos, lográndolos en abundancia, reforzándose con grupos que se habían corrido de la provincia de la Ha- bane, pudiendo asegurar que existían al tomar él el mando de la pro- vincia lo menos 20C0 rebeldes avezados á la campaña.

En los duros combates que se libraron se defendieron con tenacidad contra las fuerzas del general Hernández de Velasco, que ascendían á 1.200 hombres.

Durante la segunda decena de Noviembre, murieron en la isla en distintos combates 225 rebaldes. Más de la mitad de éstos correspondía á la provincia de Pinar del Río. Además cayeron prisioneros 20 y se presentaron 255 insurrectos.

Las columnas tuvieron las siguientes bajas: un oficial y 25 soldados muertos: cinco oficiales y 105 soldados heridos.

■« * *

Obedeciendo órdenes de Máximo Gómez para que á todo tráncese impidiera la zafra, los insurrectos reprodujeron al mediar el mes de Noviembre la campaña de destrucción.

El día 15 empezaron las quemas en la provincia de Matanzas y en

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la de la Habana. £a el irgjnio «Portugiletf», á cuatro leguas de la ca- pital, ardieron 26 cañaverales, y otros varios en el ingenio del conoci- do hacendado don Enriqui; Pascual, habiendo sido destruidos algunos campos.

Aunque fuera nuestro propósito dejar para los lectores de nuestra Reseña el comentario á las órdenes del generalísimo de los mambise», no podiíamos prescindir de ocuparnos en asunto tan importante como el de ese recrudecimiento de la campaña de destrucción que reanudaron los enemigos de España.

Máximo Gómez llevaba adelante su propósito de resistir á todo trance, y para demostrar su existencia y actitud, y desacreditar la nue- va política, apelaba á ios recursos salvajes de la destrucción.

Tenía, como en 1895 y 96, empeño decidido en que no se hiciera la zafra, y como los campos ya iban perdiendo el verdor, con poca gente dispuesta á secundar sus órdenes le bastaba para que ardieran los ciñaverales, produciendo fuerte depresión en el espíritu público.

Al empleo de la dinamita en las Hacas férreas de Nuevitas y Sancti Spíritus, siguieron las quemas de los campos, y desde la capital de la isla pudieron verse los resplandores de las llamas que destruían el in- genio «Portugalete»

Ante esa criminal actitud del generalísimo, muchos fueron los que abrigaron temores di que no agradecerían aquellos bandidos que esta- ban en la manigua, ni sus cómplices desde lo; poblados, la generosidad en que había de inspirarse la nueva política; de ella se aprovecharían en cuanto les beneñciase y la emplearían en todas ocasiones contra Es- paña, acompañando sus actos con burlonas carcaj idas.

En que se hiciera la zifra estaba ejopañado el gobierno, como lo estuvo el general Mirtínez Cimpos, y á lograrlo tendían los primeros bandos del general Blanco.

La zafra era además una necesidad absoluta para Cuba, no sólo

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porque podrían trabajar y comer muchos braceros que venían acosados por el hambre, sino porque podría aliviarse la situación económica del país, bien aflictiva á la sazón; pero por lo mismo, Máximo Gómez rei- teraba su propósito de impedirla, pues al fin esa era la tercera seca de SQ programa.

Confiamos, es verdad, en que los hacendados lucharían, si preciso

MUERTE DEL CORONEL INSURRECTO RANQEL

era, para hacer los cortes y poner en movimiento las poderosas máqui- nas de sus ingenios, y tuvimos el convencimiento de que la autoridad les ayudaría para que pudieran hacer los trabajos en las fincas.

Contamos con que la fuerza de la insurrección no se parecía á la que tenía cuando invadía las provincias occidentales, y con esto nos hi-

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cimos la ilusión de que se haría la zafra y resultaría infructuoso ese nuevo esfuerzo del jefe de la revolución.

Pero si la zafra se salvaba sería porque se defendiera con las armas, más que por los resultados de las reformas, cuyos decretos serían reci - bidos en la isla con el estrépito que producía Ir caña al saltar quemada y entre las fatídicas luces de aquellas siniestras antorchas que la mano criminal del rebelde mambí había encendido en los campos cubanos; y esta triste consideración, lo confesamos, comenzó á infundir en nuestro ánimo la duda y el temor de que las reformas no produjeran el resulta- do que principalmente perseguían, y que con tanta ansiedad esperaba España: la pacificación de Cuba; el término de la criminal guerra sepa- ratista.

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CAPITULO X

Situación de Cuba. La política. Quejas y temores de los autonomistas y constitucionales. Disensiones. La Asamblea de Diciembre. Preocupación de la masa neutra del país. Peligros del período constituyente. Desolación y ruina de Cuba. Sufrimientos délos soldados. Triste realidad. Actitud de los rebeldes. ^Sus amenazas. Impunidad de que habían gozado. La obra del general Blanco. La excursión militar del general Parrado. Combate en el potrero «Cocea». La presentación de los cabecillas hermanos Cuervo y su partida. Ataque á Santa María del Rosario. Golpe de andacia. Los re- concentrados.

xTENSA y muy interesante información, fechada en la Ha- bana el 21, viro á revelarnos por entero la gravedad de la situación de aquella isla en que todo estaba en ciísisy en litigio, así la suerte total de Cuba como la organiza ción de los partidos, del ejército y de los poderes públicos.

Es aterrador el cuatro que ofreciera una sociedad en diso- lución, prometida, más que á una pBZ fecunda, á una irreme- dÍ8b!e anarquía.

El separatismo no se daba por convencido, menos por vencido; vivía organizado casi civilmente en media isla; los partidos legales y españoles llegaban al atonismo en su? disputas por la supremacía; los mismos autonomistas descomponíanse en grupos y en tendencias; los vencedores comenzaban sus represalias; los caídos soñaban con ven- ganzas reparadoras. A todo eso, e! ejercito sufría las consecuencias de

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abandonos y miserias; yen medio de tal situación, el general Blanco, casi si.i colaboradores desinteresados, había de organizar la paz y la guerra...

Los autoaomistas deploraban la tardanza en publicar los decretes constitutivos del nuevo régimen político, económico y administrativo de la isla^ y la vaguedad de las noticias que allí se recibían acerca de los planes del Gobierno. Mastrábanse muy confiados en restar fuerzas á la revolución y atraer á la causa española una gran masa de elementos neutros, en lo cual hasta la facha no habían adelantado mucho; pero se consideraba como dato muy favorable á la confirmación de estas es- peranzas, la presentación de los hermanos Cuervo, cabecillas importan- tes de la provincia de la Habana, acaecida el propio día 21 en Los Palos.

Elogiaban los autonomissas al general Blanco, censuraban á los constitucionales y mostrábanse temerosos de loque considerabaa egoís- mos de ciertos intereses paninsulares. Ocupábanse principalmente en reorganizar el partido, en estudiar los problemas administrativos, fi- nancieros y económicos qu3 el nuevo régimen iba á poner en sus ma- nos, comprendiendo la responsabilidad que por esta razón iba á pesar sobre ellos.

Los jefes antiguos del autonoraismo procuraban ocultar la molestia y alarma que les producía la preferencia que el Gobierno daba á los ra- dicales. La derecha del partido autonomista la formarían los reformis- tas, el centro los autonomistas antiguos y la izquierda los separatistas que aceptasen la legalidad. El predominio de los autonomistas radicales inquietaba mucho á los constitucionales, temerosos de que les recargasen los tributos, desarmaran á las voluntarios, los expulsasen de los car- gos electivos y les suprimieran los periódicos, viniendo de esta suerte á quedar reducidos á la condición de parias.

Esperábase que la asamblea del partido de Unión constitucional

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que había de reunirse en Diciembre, acordara ejercitar los derechos po- líticos dentro de! nusvo régimen, que condenase las rebeldías y recha- zase la f jsión del partido con los conservadores peninsulares.

*

La masa neutra, agena á las contiendas políticas, mostrábase re- traída y hondamente preocupada ante la gravedad de la cuestión aran- celaria y de las de los gastos de soberanía, la Deuda, la imposición de nuevos tributos y la reconstitución de la riqueza. «Importa mucho decía nuestro informante— que la opinión pública peninsular preste la mayor atención á estos problemas fundamentales, desviándola de pe- queneces dañosas.»

Considerábase peligrosa la prolongación del período constituyente, porque estimulaba pasiones, amenazaba intereses, perturbaba la vida lo- cal y producía el peligro de estimular aquí los antagonismos entre los partidos.

»Cuanto se ha dicho de la despoblación de los campos, de la des- trucción de la riqueza, del estado de anemia de los soldados y de las privaciones de éstos, es pálido al lado de la realidad. También supera é cuanto se ha dicho la paralización del comercio, la exigüedad de la próxima zafra, la carestía de las subsistencias, los males producidos por diversas epidemias, la miseria de los habitantes de las poblaciones prin- cipales, haciendo más penosa la contemplación de ia triste verdad el recuerdo de tantas ficciones optimistas.»

Los rebeldes afectaban desdeñar los indultos y la concesión de la autonomía. Qaemaban la caña que ya iba estando seca, amenazaban los ingenios y concentraban las partidas en las zonas montañosas de Occi- dsnte.

j»Urge batirles en las provincias Orientales, donde lo.ooo hombres

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armados sostienen la organización civil de la llamada República cubana, alentados por los dos años de impunidad de que han gozado, la cual les sirve ahora de principal argumento para solicitar de los Estados Unidos el reconocimiento de la beligerancia.»

***

»La obra encomendada por la patria al general Blanco, es muy grande y está llena de enormes dificultades. Nacesita reconstituir el estado social, reorganizar los partidos, repoblar el campo, normalizar la circulación fiduciaria, organizar la próxima campaña, sustituir al régi- men del terror el de la energía, y como complemento obligado de todo esto perseguir con la mayor actividad á los insurrectos armados, evi- tando el riesgo de que ios pertinaces abusen de la benevolencia de Es- paña y realicen la amenaza de dar algunos golpes de sorpresa en las provincias de la Habana y de Matanzas antes de Diciembre.

El noble deseo de reducir el número de soldados enfermos y de evitar toda petición de refuerzos á la Península estimulaba á los direc- tores de la nueva campaña, á cuidar mucho de la alimentación del sol- dado, de la higiene de los hospitales y del aumento de las guerrillas locales.

A pesar de que las deudas pendientes encarecían los precios, ha- cíanse economías en los suministros.

Este es el estado de las cosas terminaba diciendo nuestro infor- mante—expuesto con la más completa despreocupación de todo interés particular y de toda suerte de pasiones. Los pronósticos que acerca de los resultados de la política que comienza á implantarse se formulan, son contradictorios. Síría temerario el formular un juicio defiaitivo. La situación es harto obscura para predecir. A '

U8

La excursión militar llevada á cabo por el general González Pa- rrado y escolta, por casi toda la provincia déla Habana, utilizando los movimientos combinados de las columnas pertenecientes á las brigadas del centro, mandadas respectivamente por los generales Valderrama y Ceballos, dio por resulttado; que del reconocimiento practicado durante ocho dí-.s en todas las lomas y en los demás puntos estratégicos de la

CAMPAMENTO DEL CASTILLO DE «SAN SEVERI.VO- Matanzas)

provincia, se encontraron rebeldes en todos ellos, habiendo tenido va - lios combates de poca importancia.

La importancia del vis ja del general Parrado consistió principal- mente en haber podido conocer la situación del país y estado del ejér- cito en toda la provincia. El general consiguió levantar el espíritu pú- blico facilitando trabajo, extendiendo las zonas de cultivo, vistiendo á los soldados que estaban casi desnudos, mejorando los ranchss con car- ne y disponiendo, en fin, las cosas para que sin dfjar de imprimir acti- vidad á las operaciones, tuviera el soldado la menor fatiga posible.

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Respecto de los rebeldes adquirióse la impresión de que se hallaban diseminados.

Los enfermos estaban escondidos y carecían de lo necesario para su curación. Había muchos desnudos y sin medios de subsistencia. En fin, que su situación era aún mucho peor que la del soldado.

Como remate de la excursión del general González Parrado, el día 20 en el potrero «Cocoa» los escuadrones de San Quintín y la guerrilla Peral sostuvieron un combate con una partida rebelde, matando al ca- becilla Cucaracha, hombre de gran prestigio en aquella zona, y ha- ciendo piisioneros á Jesús Delgado y Acosta, que fueron conducidos á Bejucal.

A las once de la mañana del ai, y encontrándose el general Gon- zález Parrado en Los Palos, límite oiiental de la provincia de la Ha- bana, recibió aviso de que los cabecillas José y Adolfo Cuervo deseaban presentarse con su partida.

El general recibió con gran satisfacción la noticia y, aceptando la oferta, designó para realizar el acto de la presentación, un sitio que dista dos kilómetros del poblado donde acudiría él con su Estado ma- yor.

No se perdió tiempo, y acompañado de los generales Caballos y Valderrama, con sus respectivos ayudantes y una pequeña escolta, y guiados por el padre de los cabecillas, salió de Los Palos.

Al llegar al lugar designado, ya esperaban los citados cabecillas con fuerza armada y formada.

Al avistar al Estado mayor del general Parrado, se adelantó Joié Cuervo, titulado coronel, seguido de su hermano Adolfo, titulado co- mandante, y saludando al general le manifestó que reconocían la lega- lidad en vista de la lealtady sinceridad con que España concedía á Cuba la autonomía.

El general Parrado contestóle aceptando gustoso la sumisión y di-

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ciéndoles que la generosidad de España con los arrepentidos quedaba demostrada al dejar á los presentados en la más completa libertad, con arreglo á un bando publicado el mismo día. Después tendióles la mano, y el padre de los cabecillas abrazó con efusión á sus hijos, regresando todos al pueblo rodeados por los rebeldes.

*

El cuadro, en el momento de la entrevista ó acto de la presentación, era interesante.

De un lado y en. formación, los rebeldes, armados de carabinas y machetes; del otro el Estado mayor y escolta del general Parrado, for- mada por 1 6 soldados de caballería y 27 infantes.

Hechas las presentaciones, se dirigieron todos al pueblo de Los Palos y allí entregaron sus armas los rebeldes, quedando en completa libertad.

Al llegar á la entrada del pueblo, donde les esperaba un inmenso gentío, los cabecillas se despojaron de sus armas y caballos, haciendo entrega de los mismos.

Como casi todos los presentados eran vecinos de Palos, hubo esce- nns patéticas entre las madres y hermanos de los rebeldes, á quienes hacía veintidós meses que no veían.

La partida se componía en el momento de la presentación de 300 hombres, no habiéndose presentado los demás que la formaban, por la impaciencia de Cuervo, que no quiso esperar á que pudiesen reunirse los que estaban en aquel momento diseminados. Entre éstos había un titulado comandante Torres, otros cinco oficiales y varias mujeres,

Mu;hos de los presentados pidieron permiso para marchar á otros pueblos donde tenían familia.

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Dábase por indudable que el resto de la partida seguiría la con- ducta de sus jefes.

Entre los presentados figuraban el ya citado coronel, tres coman- dantes y cinco oficiales.

En el pueblo reinaba gran regocijo por hsber quedado pacificada la extensa zona comprendida desde el límite de la provincia de Matan- zas hasta Güines.

Los Cuervos eran, el uno boticario y el otro hacendado influyente,

POBLADO pipían (Habana)

y llegaron á reunir una partida de 927 hombres. Sin ser grandes gue- rreros sostuvieron empeñados combates en distintas ocasiones. El José venía ejerciendo cierta influencia entre los insurrectos de la provincia de la Habana, siendo el lugar preferido para sus htzsñas las cercanías de la capital.

José Cuervo fué el cabecilla que en la noche del 15 de Marzo de 1806 merodeaba por los alrededores de El Cano, y tiroteó primero á les Blanco 16

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quintos de Llerena y después á los de San Quirtín, sembrando la duda entie las fuerzas leales y produciendo el choque que perla noche ocu- rrió entre ellos.

Roto el fuego, destacó gentes de su paitida, aprovechando la noche de tormenta, para que gritaran ¡viva Cuba libre! y enardecieran á los leales que luchaban entre sí.

Aquel desdichado suceso costó á las fuerzas de Llerena y San Quin- tín 12 soldados muertos, y cinco oficiales y 27 de tropa heridos.

El general Parrado regresó en tren á la Habana, acompañando á los hermanos Cuervo, quienes desde la estación se dirigieron al palacio de la Capitanía general, donde fueron presentados por el general segundo cabo al capitán general marqués de Pt ña Plata.

El general Blanco les recibió afectuosamente y ellos le manifesta- ron que la insurrección se hallaba en estedo deplorable y que la segu- ridad de que iba á ser implantada la autonomía les habla decidido á presentarse.

La noticia produjo buen efecto en la opinión.

El siguiente día 22 se presentaron en Nueva Pez el titulado co- mandante Torres y cinco individuos, y en Los Palos otrcs 15 individuos, de los cuales nueve iban armados, procedentes todos de la partida de Cuervo.

La prensa de la Habana, comentando las presentsciones, calificó el hecho de buena señal.

A las siete y media de la noche del 92, un grupo de insurrectos atacó la ciudad de Santa Maiía del Rosario.

No consiguieron los rebeldes su propósito de penetrar en el pueble^ pues fueron rechazados por su guarnición. ]

d

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Las fuerzas defansoras solo tuvieron una baja: ua cabo del re- gimiento de la Lealtad, que resultó herido.

A las diez de la ñocha anterior se presentaron en la finca de San Nicolás, inmediata á Casa Blanca, pueblo situado en la bahía de la Ha- bana, siete hombres montados y armados, llevándose un caballo, el di- nero que allí había y una escopeta. I atentaron también llevarse al due- ño de la colonia, pero apercibidos los voluntarios v las parej is de orden público de la Habana que allí prestaban servicio, los rebeldes se dieron Á la fuga.

Ambos hechos carecieron de importancia, teniendo en cuenta que la gUcrnición de Santa Maríipado rechazar el ataque sin sufrir más que uaa baja y que los siete foragiios que asaltaron la ñnca de San Nicolás diéronse á la fuga al aproximarse los voluntarios y las parejas de orden público de la Habana. Indudablemente los insurrectos quisieron des- virtuar con su intentona y>£u golpe de audacia el efecto causado por la presentación de la partida de los Cuervos.

El general Blanco destinó de los gastos de la guerra la cantidad de cien mil pesos en plata para socorrer á los reconcentrados, cuya situa- ción era cada día más sflictiva.

Preocupaba grandemente al general Blanco la situación aterradora en que se encontraban los campesinos reconcentrados.

Los gobernadores civiles recibían comuaicaciones de los alcaldes, en las cuales se consignaban cifras y detalles horribles. Para remedisr en lo posible tales desgracias, se enviaron recursos y acordóse la forma- ción de juntas protectoras.

El obispo de la Habana dirigió una circular á los curas párrocos, encargándoles que invocasen la piedad del pueblo en fivor de los re- concentrados, y para todas las clases de aquella sociedad era motivo de preocupación la espantosa .situación en qu3 se halkban los pacificas, cuya horrible miseria hacía entre ellos verdaderos estragos.

CAPITULO XI

Kuevo régimen. El preámbulo. Confesión deshonrosa.— El Beal decreto. Impresión en la Habana. La opiuióo. Favorable reacción y regocijo. La Constitución antillana. Trascendental eyolución.— Etapa definitiva. Sin pretexto ya. La conquista del Gobier- no liberal. El mayor progreso político de naestro siglo. Por la justicia y por la paz.

UMPLiósE la promesa de Zaragoza; y justo es por ello el reconocimiento de la sinceiidad con que procedieron, así ti señor Sagasta como el señor Moret. Si las refor- mas que el 26 de Noviembre de 1897 publicó la Gaceta hubiesen llegado á adquirir en la realidad una vida y un valor que hasta la fecha se habían visto negados en la ardiente con- tradicción de la doctrina, hubiera habido que poner á cuenta del presidente del Consajo y del ministro de Ultramar más de la mitad del buen éxito: ellos «creyeron» ó parecieron creer; los demás, que no eran ministros ni Presidentes, lo que se llama opinión, la calle y el campo, la tertulia eleginte y el taller ahumado, los políti- cos excépticos y los filósofos solitarios hallábanse ante la cuestión de Caba vencidos á la displicencia que produce todo rompe-cabeza con- tinuado.

Así, de haber hab.do gloria en la obra emprendida, la mayor can- tidad hubiera debido ser otorgada á quienes poniando sus firmas al pié de las reformas, revelaron, si no un covencimiento histórico, una reso- lución valiente.

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Hagamos justicia al patriotismo de ambos gobarnantes: ¿podíaa desear más el señor Sigasta y el señor Moret? Sí; pudieron y debieron, en efecto, desear algo más, bastante más; la pacificación de Cuba por medio de los decretos ministeriales.

En este punto fué donde la opinión neutra, sinceramente, continuó en honrada duda.

Cierto que los decretos fueron liberales, radicalísimos; no era po- sible ir más allá en la concesión de un régimen democrático. Derechos constitucionales, sufragio universal, garantías de muy especial y muy respetable carácter para el ejsrcicio del voto, gobierno propio, ciuda- danía cubana consagrada en ciertas reglas de vecindad y de arraigo local como condición indispensable á toca función pública... Nada en tal materia había sido regateado. Los hijos de Cuba y Puerto Rico ob- tuvieron en un día derechos é instituciones de que aún no gozaban varias naciones de Europa ni muchas de la libre América, sometidas á caudillos y dictadores.

No hay que poner peros en ese sentido á los decretos del señor Moret. Ni el Canadá ni las colonias australianas podrían hombrearse po- líticamente con nuestras Antillas.

Hubiera sido, sin embargo, muy de desear que el espíritu de tran- sacción no nos hubiese llevado á ser injustos con nosotros mismos.

* * *

En el breve preámbulo de las vastas disposiciones ministeriales, dícese que en Cuba y Puerto Rico «el ciudadano puede ser cohibido, negado y hasta deportado á territorios lejanos, no siéndoles posible ejercer ni el derecho de hablar, pensar y escribir, ni la libertad de en- señanza, ni la tolerancia religiosa, ni cabe practicar el derecho de reu- nión ni de Asociación.»

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Esto dicho sin atribuirlo francamente al estado de guerra, sin re- cordar cómo la guerra llevó á Lincoln á velar la estatua de la Ley para arrasar el Sur separatista y negrero; eso afirmado sin la aclaración de las circunstancias, resulta un grave cargo contra España, pero un grave cargo reñido con la verdad histórica y hasta con toda necesidad.

Libres serían mañana los cubanos si la paz lograba restituirlos á la vida del dencho. Mas dígase si luego, muy luego delZirjón, fueles negada uirguna de las libertades establecidas en la PdnÍQSula.

Representación parís mentarla tuviéronla casi con el mismo censo que la Restauración impusiera durante los primeros tiempos al elector peninsular: derechos individuales asistieron á Cuba y Puerto Rico con la misma amplitud que á nosotros; el Código penal, el Código civil, el juicio oral y público, el matrimonio civil, la ley provincial y munici- pal por igual rrgia en la Península y en las Antillas.

La libertad de la prensa aclimatóse, singularmente en Cuba, de modo tan completo, que hasta pudo vivir, explotar allí una cierta parte del periodismo, formas y estilo de una violencia inusitada.

El derecho de reunión y manifestación, ¿cómo no se había ejercido en un país, donde las turbas clsmorosas tomaron por buena la costum- bre de desfilar gritando un día y ctro también por bejo de los bal- coles de la capitanía general? Libertad religiosa, libertad de enseñan- za... ¿Cuándo se ha sabido de ningún conflicto en Cuba por causa de la Universidad ó de los prelados?

# *

¡Ah! El agitcdor Martí en su propagan ia incesante y rencorosa, Máximo Gómez y Maceo en sus ambiciones no midieron la mayor ó me- nor cantidad de libertades concedidas y allí practicadas para lanzar

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Cuba á la guerra y al exterminio. Sanguily, Varona, los Batancourt, los Tamayo, los Zayas, Gualberto Gómez, cien y cien caudillos ó soldados de la insurrección en Cuba viviaij respetados y hasta enaltecidos coa todos los derechos del ciudadano.

¿Quién escuchó nunca aquí ninguna protesta á Calixto García?

La gente de manigua, así los de la acera del Louvre como los de Cayo Hueso y Nueva Yoik, no se detenían en estas ó aquellas reformas.

Eran separatistas. Querían la independencia. No estimaban nada de España. ¿Pues qué?, los millares de negros que con Maceo incendiaron y desvastaron de punta á punta la isla ¿no acababan de salir del patro- nato? ¿No debieran tener fresca en su alma la huella de la gratitud por la manumisión más generosa que registra la historÍ£?

No; no debimos ampararnos de nombres vanos ni falsificar la ver- dad para justificar las concesiones otorgadas á nuestras colonias antilla- nas. Nadie se opuso á ellas. Todo el mundo inclinó la cabeza ante la suprema necesidad de acabar pronto y de acabar por cualquier modo.

Pero no fué lícito ni justo suponer más de lo que debieron supo- ner; que dieran la paz á Cuba si podían dársela; mas que no añadieran una deshonrosa confesión á la pérdida voluntaria de nuestra soberanía política y moral.

Bastaba con lo que representaban para que el espíritu de crítica quedase contenido y silencioso.

Era un último sacrificio del patriotismo que Dios solo sabía si ha- llaría en Cuba su último desengaño.

Entre tanto había que seguir esperando; la Gaceta no había de ser contestada por los empleados autonomistas de la Habana, sino por los insurrectos de la manigua.

*

4 *

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aquí el Real decreto estableciendo la igualdad de derechos po- líticos entre los españoles residentes en las Antillas y los que residían en la Península.

«De acuerdo con el parecer de mi Consejo de ministros, y en virtud de la autorización que concede á mi Gobierno elart. 89 de la Constitu- ción;

En nombre de mi augusto hijo el Rey D. Alfonso XIII, y como Reina Regente del Reino,

CAÑONERA -AVISO «LIGERA»

Vengo en decretar lo siguiente:

Artículo i.° Los españoles residentes en las Antillas gozarán, en los mismos términos que los residentes en la Península, deles derechos consignados en el tí'.ulo i.° de la Constitución de la Monarquía, y de las garantías con que rodean su ejercicio las leyes del reino.

A este fin, y con arreglo al art. 89 de la Constitución, las leyes complementarias de sus preceptos, y en especial la de eojuiciamiento criminal, la de orden público, la de expropiación forzosa, la de instruc

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ción pública y las de imprenta, reunión y asociación y el Código de Justicia militar, regirán en todo su vigor en las islas de Cuba y Puerto Rico, de suerte que pueda cumplirse en toda su integridad el art. 14 de la Constitución.

Art. 2.° En tiempo de guerra regirá en las Antillas la ley de Or- den público con la restricción y en los términos establecidos en el ar- tículo 17 de la Constitución.

PAREJAS DE VIGILANCIA EN LOS FUERTES DE LA TROCHA

Art. 3." El ministerio de Ultramar, oyendo al Consejo de Estado, revisará la legislación de las Antillas y los bandos publicados por ios gobernadores generales desde la promulgación de la Constitución, y publicará después los resultados de esa revisión, á fin de que en ade- lante ni en la gobernación ni en la administración de justicia en rque- Uos territorios puedan por error ó negligencia invocarse ni aplicarse

Blancx) 17

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disposiciones que estuvieran en contradicción con la letra y el espíritu de la Constitución de la monarquía española.

Dado en Palacio á veinticinco de Noviembre de mil ochocientos noventa y siete.— Maria 0;5//;;fl— El Presidente del Consejo de Mi- nistros, Práxedes Mateo Sagasta »

* « *

Excelente impresión causó en la Habana la entereza del Gobierno aprobando los decretos de autonomía política y arancelaria de las An- tillas.

El público arrebataba de manos de los vendedores la hoja extraor- dinaria de El Diario de la Marina, conteniendo los telegramas de apro- bación completa de los decretos del señor Moret.

Se formaban corros para leer en alta voz los extraordinarios y comentarlos con entusiasmo.

Los telegramas de los corresponsales de la prensa de la Habana dieron á conocer sustancialmente las reformas autonómicas, así políti- cas como económicas, á medida que fueron publicadas por la Gaceta de Madrid.

La opinión aplaudió sin reservas la energía y la resolución que de- mostró el Gobierno en lo tocante á la cuestión arancelaria.

Los elementos liberales jnzgaban la autonomía arancelaria como la base fundamental del nuevo régimen colonial, y le concedían más im- portancia que á la misma autonomía política.

Se recibieron en la capital de la isla noticias particulares del depar- tamento Oriental, según las cuales eran varios los grupos de rebeldes qu2 estaban dispuestos á abandonar el campo cuando se instaurase el nuevo régimen autonómico.

1

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Estas noticias, que procedían de personas de cuya seriedad é impor- tancia no podía dudarse, despertaban muy legitimas esperanzas, pues los rebeldes de Oriente se consideraban como los más irreductibles y te- naces.

En la provincia de la Habana seguían presentándose á indulto mu- chos insurrectos.

A las diez de la noche del 26 salieron á la calle suplementos de los principales periódicos de la Habana con las importantes noticias de Madrid que precisaban la decisión del Gobierno dando á Cuba una completa autonomía arancelaria.

Como desde hacía dos días la opinión en la capital de la gr»n Antilla venía estando á merced de noticias contradictorias, y las últimas que habían circulado habían despertado profundos recelos, la gente arrebataba los suplemensosy se divulgaba rápidamente el contenido de la disposición ministeiial en cuestión tan palpitante, produciéndose inmediata y favorable reacción y grande y unánime regocijo, pues has- ta las mismas clases mercantiles que no estaban conformes con la au- tonomía, fueron partidarias del nuevo régimen arancelario.

El día 27 de Noviembre publicó la Gcicef.j la segunda parte de los decretos en que se establecía el nuevo régimen para Cuba y Puerto Rico.

Fué ley, al fin, la Constitución autonómica otorgada á las Antillas españolas. De obra como esa no nos cabe juzgar á nosotros en esta nuestra Reseña. Requiere estudio y meditación detenidos, y por eso toca estudiar y meditar sobre ella á los historiadores, huyendo de todo juicio ligero y apasionado. Requiere también, como suceso político, ia suprema sanción del éxito. Nadie la condenara por defectuosa si produ-

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cía la paz, ó si la preparaba de modo tan patente que no fuera lícito negar la icflaencia decisiva en la pacificación.

Eq cambio vería crecer considerablemente el número de sus ene- migos si Ja guerra seguía sin alteración notable, porque el desengaño dolería mucho á las masas neutrales del país agenas á la política y de- seosas de que los problemas militares pendientes se reso'vieran lo an- tes posible. Esas masas no juzgarían sino por el éxito, y, en último término, decidiiían la contienda entre reformistas y anti-refor mistas.

Lo que nadie puede negar sin notoria injusticia á la Constitución antillana es un gran espíritu de sinceridad. El legislador fué con valor hasta las últimas consecuencias de la premisa sentada, sin desviarse una línea del camino que se propuso seguir.

Si cumplieron, pues, nuestros vaticinios y nuestros votos.

Hemos defendido siempre la autonomía, por entender que era complemento obligado de la doctrina democrática y por estimar que, tratándose de nuestras posesiones ultramaiinas, equivalía aun desa- gravio ofrecido á la equidad y al derecho; hémosla defendido con ma- yor empeño después de encendida Ja insurrección, porque vimos en ella el único medio adecuado para restaurar la paz y para asegurar, fortificando la obra de las armas con los lazos del afecto, la integridad de nuestra soberanía en Cuba.

Tras larga lucha de intereses y de pasiones, volvieron las cosas y los ánimos á su nivel, y, al fin, pensó como nosotros pensamos la ma- yoría de los españoles.

La evolución realizada en la opinión, fué quizás la más trascedental de nuestro siglo.

No ya pronunciamientos y motines victoriosos, revoluciones triun- fantes ha habido que ni en España ni fuera de España han determinado tan radicales efectos.

Contiendas furiosas y resistencias desesperadas costó en la Penín-

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sula el restablecimiento del sufragio universal. Por intentarlo cayó el partido liberal en 1884, y cayó también en i8g:>, después de conse- guirlo.

En perpetuo combate vivimos por la reformí aiancelaria desde 1896; y no ha habido en todo ese intervalo forma h amana de consoli - dar ninguna franquicia ni tratado de comercio que dejase de producir hondísimas preocupaciones.

A la sazón, sin violencia ni estrépito, enviamos á Cuba y Puerto Rico el sufragio, y facultamos á entrambas colonias para confeccionar libremente sus Aranceles.

* * *

Los decretos publicados en las G icetas -iel 20 y 27 de Noviembre, señalaron en nuestra historia una etapa definitiva y merecerán tanta estima de la posteridad como la célebre Memoria de lord Durham en 1858 y como el bilí colonial de Lord Russel en i86d.

Al otorgar expontáneamente á Cuba una reparación debida, ade- lantamos la mitad del camino para el logro de la paz, y ganamos un puesto entre los pueblos más libres de América y Europa.

Modelo de constituciones democráticas, nada tienen de exótico y respondieron al programa definido desde 1878 por los autonomistas antillanos, de igual manera que á las ideas proclamadas desde 1873 por la genuina democracia española.

Si algo hay en ella de extraño es la iniciación en la práctica del referendum, aplicado por el momento á la vida municipal y que de se- guro alcanzaría mayor extensión no bien el régimen autonómico se arraigase y se desenvolviera por medio del ordenado ejercicio.

Mas nadie ignora que Suiza, de donde está tomada la innovación,

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es en la actualidad una especie de escuela de ciencias políticas, de cuyos experimentos y lecciones se aprovechan las democracias de ambos mun- dos para mejorar la condición de los ciudadanos y para simplificar la gobernación de los pueblos.

Gracias á la iniciativa del partido liberal y á la honradez con que hizo honor á sus compromisos, ya no se diría más de España lo que se decía con harta razón de los po- líticos de Inglaterra y de Bélgi- ca: e-, á saber, que mientras los conservadores y los socialis- tas se unen para adoptar las so- luciones más amplias, los pro- gresistas históricos van quedan- do aislados é inmóviles, entre las corrientes dominantes de la vida pública.

Pero hay algo de mayor importancia que todo eso, y es que con los decretos de auto- nomía colonial antillana quita- mos hasta la menor apariencia coronkl D. santiago diaz dbceballos de rezón á los rebeldes, y pusi- mos á los leales en el caso de

trabejar por la paz con tanto ó mayor ahinco que nosotros dado que únicamente por ella lograrían, como apetecían, gobernarse á mismos.

Gloria legítima la que conquistó el gobierno liberal, pues la Cons- titución antillana figurará siempre con la abolición de la esclavitud entre los mayores progresos de un siglo, que se iluminó en sus comien- zos con la declaración de los derechos del hombre.

Y, una vez hecho cuanto estaba en nuestra mano por la justicia y

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por la paz, que Dios y la bondad hicieran el resto. Ya no había pretexto que excusase ingerencias oficiosas, ni apariencia con que se escudasen enemigas oficiosidades.

Terminaron las contemplaciones con los poderes extraños y con las revueltas intestinas.

En lo sucesivo, por lo mismo que nos asistía toda la razón, po- dríamos y debiéramos, si fuere preciso, desenvainar la espada.

CAPITULO XII

La guerra y la política. Efecto en la opinión. Júbilo en la Habana. Aplauso al QobierDO. La paz asegurada. Efecto de la autonomía entre los cubanos emigrados. ün bando de Máximo Gómez. Operaciones combinadas contra el ¡/eueralisiiiw. De Sancti Spíri- tu9 á Arroyo Blanco. Hacia Reforma. El nuevo régimen.

^^ I. país quería la paz; suspiraba por alcanzarla. Hartas ^ pruebas tenía dadas de que no le arredraba ningún sa- crificio; cuantos se le habían pedido los había hecho, j'^'f^ dando con igual abnegación su dinero y su sangre. Y así como no escatimó ni el esfuerzo ni la pena, tampoco re- chazó método alguno para dominar la insurrección cubana; i^ aceptó y fué el ejecutor de cuantos se le impusieron por cos- tosos y cruentos que fueran. Y el país que con sus hijos constituye el ejército; que no puede dudar ni del valor ni de la disciplina ni de las grandes virtudes mili- tares de los que lo componen, desde el general al soldado, porque to- dos salen de su seno, el país quería la paz.

^;Quién es capaz de negar, ni siquiera de poner en tela de juicio, esa afirmación?

En vano la pasión de partido intentara desfigurar la verdad; harto la había desfigurado durante tres años.

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Pero los hechos tienen más fuerza que todas las arg acias, y ellos se imponían, aunquetarde, para evitar los daños recibidos á tiempo, por íortuna, para evitar otros mayores.

No; no había ningún desdoro ni para la nación ni para el ejército en hacer á la fecha lo que debió hacerse antes. Bastante caro pagábamos el error cometido, y no fuera persistiendo en él como lo habíamos de enmendar.

Porqua hubo error, y error crasísimo, en creer que ejército alguno

fortín a la entrada de CIENFUEGOS

del mundo, que nación alguna, fuera capfz de dominar totalmente una insurrección como la de Cuba, por el solo esfuerzo de las armas. Si al- guna nación, si algún ejército fueran capaces de conseguirlo, la nación y el ejército españ jl lo habrían logrado.

Nidie habría hecho más que nosotros, ni acaso tanto; no hay en el mundo quien lo dude; soH aquí, solo en España hubo algunos, aunque pocos por fortuna, que aparentaban dudarlo.

¡ Ab! Si no se hubiese tratado más que de luchar con los insurrectos

Blanco 18

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man,b:ses, ¡qvé poco hubiera durado la insurrecciótl ¿Acaso no les ha- bíamos vencido siempre?

Las ba'as delosrebeldes, en tres años de guerra, apenas habían mer- mado nuestras filas, si se comparan las bajas svfiidas en los combates con las que causaron las etfermedades. Ala fecha mismo, en loshospi tales de la isla había 30.000 soldados enfeimoí-; desde el principio de la guerra más de 2 eco hombres híbían muerto víctimas del clima y 28.000, próximamente, vinieron repatriado?, también por enfermos, en la situación que todos yimos.

En presencia de tales hecho."^, ¿quién es capaz de sostener que la guerra de Cuba estaba en el campo, donde el valor del soldado podía dominarla y vencerla por el solo esfuerzo de las arma ?

* * *

Demasiado lo ssbían los insurrectos. Precisamente porque lo ssbíar, pusieron siempre sucocfiarzaen el clima más que en sus rifles, y con taron más con la prolongación de la lucha que con eus propias fuerzns.

Seis largos meses de aquel año se mantuvo Máximo Gómez entre Sancti Spíiitus y los montes de la Reforma, con poco más de trescien- tos hombres. ¿Puede nadie suponer que se proponía librar combate á les cuarenta mil que llevó á Les Villas el general Weyler? No; lo que se propcníaera enviar á los hospitales, sin disparsr un tiro, á seis ú ocho mil, de aquellos cuarenta mil hombres. ¿Quién se atreverá á sostener lo contraríe ?

Pues bitn; esa ha sido la guerra de Cuba. El país lo sabía y estaba por lo mismo firmemente convencido de que sistema de la guerra por la guerra era absurdo en tales condiciones; sin gloria para el ejér- cito que peleaba y sufría; sin ventajas para la nación, cuyos sacrificios

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sin cuento habían resultado hasta la fecha, y resultaron más tarde, com- pletamente estériles.

Por fortuna, de ese convencimiento participaban también los jefes más populares del ejército; los que en las guerras coloniales se habían cubierto de gloria y á quienes no se po3ía escatimar ninguna de las virtudes que tanto enaltecen á nuestros ciudillos.

Y cuando había generales como B'anco, como Pando, como Gon- zález Parrado, como Fernández Bjrnal, que jazgaban no sólo compati- ble con el honor del ejercito, sino justa y necesaria la implantación de la autonomíi en Cuba para terminar la guerra, y cuando participaban de iguales convicciones hombres como Linares, Luque, Segura, Her- nández de V. lasco y tantos otros cuyo valor y cuyos servicios á la pa- tria eran tan evidentes, no S3 podía decir, sin que pareciera un agravio lanzado á nuestro glorioso ejército en la grande Antilla, que al ir á restablecer la paz en Cuba coa la espada en una mano y la autonomía €P la otra, desmerecía ó se mermabí la dignidad del? patria.

***

S;gÚQ era de esperar, los decretos publicados en la Gaceta del 27, concediendo la autonomía política y administrativa á las Antillas, ori- ginaron los más contrapuestos juicios, habiendo exaltad? las pasiones, revuelto los pasos de prevenciones y recelos, despertado lisoigeras es- peranzas y producido hondos motivos de inquietud.

Agitación tal denuició la trascendencia de la obra. El remedio era h ¡róico; mas por eso mismo se hallabí en consonancia con la magnitud del mal. Esta conv¡cci'3n fué lo primero que se destacó sobre el oleaje de los ánimos.

No podíamos seguir por el camino tomado y con la marcha que IKvábamos. Por allí no se iba masque al abismo. ;Se producía una

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profunda crisis por la cual de un modo ó de otro pudiéramos llegtr pronto á una situación definitivs? ¡Pues eso estaba bien hecho!

A poco que enti ase en suconciercia cada español, no dominado por ciegas preocupaciones ó por motivos egoístas, diera con el juicio formulado en las anteriores líneas. Convencionalismos aparte, por el camino que á la fecha se emprendía pudiera perderse Cuba ó salvarse; por el emprendido antes y seguido hasta entonces, gracias á la torpeza insigne con la cual desde Madrid y desde la Habana se había dirigido y se dirigía la marcha, Cuba estaba perdida, no ya sólo para nosotror, para la civilización.

Cupo debatir mucho cuál sistema era preferible. Desde luego el últimamente adoptado no parecía el más gallardo ni el más efpañol; pero dos años y medio de errores consecutivos, de faltas inconcebibles, de culpas que jamás condenará bastante la historia, no habían dejado útil más que este sistema. Al^aplicarlo era preciso proceder con lógica, con sinceridad, con valentía. Esto es lo que hizo el Gabinete liberal.

Nada habría sido más triste ni más funesto que adoptar el íistema de las concesiones para debilitarlo con encogimientos ó mixtificarlo con astuta doblez. Eso habiía equivalido á cometer errores, faltas y cul- pas análogas á aquellos que esterilizaran para el bien de la patria el !.istema de la lucha, del castigo y de la represión. Lautilizados también con menguadas habilidades los medios políticos para la pacificación, ¿qué nos hubiera quedado ya?

Lógicamente, sinceramente, sin miedo y sin tacha, el programa an- tillano del partido liberal se halla desenvuelto en los decretos, que ha- bían de ser la nueva Constitución de Cuba y de Puerto Rico. Con leal-

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tad sería establecido en ambas islas el nuevo estado de derecho. Las consecuencias serían las que á Dios pluguiera, pero ni al partido libe- ral ni á España correspondería la culpa ante la conciencia del mundo civilizado.

Desde este punto de vista la obra de los señores Moret y Sagasta mereció la aprobación de todos ios españoles no obcecados por conve- niencias personales lastimadas ó por furiosas pasiones políticas. Obli- gados á propinar un remedio heroico, lo elaboraron los gobernantes sin mezclas que pudieran quitarle eficacia. El valor cívico que en ello desplegaron fué grande, puesto que las responsabilidades faeron al pa- recer gigantescas, y apenas hubo quien no se apresurase á señalarlas. Por lo mismo hicieron bien en trazar con lineas rectas y muy vifibles el camino que habían de seguir, y mejor hicieron en no apartarse de ellas. Da esa manera se vio quién torcía los sucesos y llamaba hacia las temibles responsabilidades.

Nos encontramos ya en la otra vertiente de la cuestión de Cuba. También podía haber tejos y abismos en esa vertiente; pero siempre tendríamos en ella una ventaja.

Habría más luz.

* * *

Al conocerse en la Habana los decretos de la autonomía política y arancelaria, que satisfacían plenamente las aspiraciones del país liberel, reaccionó la opinión.

El conocimiento de lo más esencial de la Constitución colonial di- sipó todas las dudas y todas las desconfianzas, produciendo inmensa satisfacción.

El espíritu público se levantó en la misma medida que antes ss

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había abatido por la pesadumbre de ua régimen de privilegios y de des- confianza.

El País Aplaudió la firmeza del Gobierno en llevar á la ley todo el radicalismo de su pensamiento.

El Diario de la Marina felicitó con calor y con entusiasmo á los señores Sagasta y Moret.

Reinaba gran actividad política y una extraordinaria confianza en los resultados del nuevo régimen, afirmándose por todos los liberales, por Ja mayoría del país, que la paz sería pronto un hecho. Cubanos y peninsulares expresaron su gratitud á España diciendo que sabrían co- rresponder á su generosidad.

El efecto causado en Washington, en Tampa y Ciyo Hueso entre los refugiados cubanos por el decreto concediendo á Cuba amplia au- tonomía, fué muy profundo.

Preparábanse á regresar á la isla cientos de cubanos que se acoge- rían á la paz. La junta revolucionaria iba á quedar desmembrada; y ya habían estallado cuestiones graves entre sus miembros, partidarios unos de seguir combatiendo, propendientes otros á reconocer la legalidad, y ambiciosos no pocos de obtener cargos en el reparto de destinos que había de llevar á cabo el gobierno insular.

La mejor prueba de que eran muchos loj iasurre''.tos que se prepa- raban á reconocer la legalidad, fué el bando promulgado por Máximo Gómez el día 20.

Decía así:

*.. Todo comandante ú oficial del ejército libertador de Cuba que acepte proposiciones de paz, acogiéndose á los decretos de autonomía ó que conferencie con emisarios españoles, será sometido al Consejo de guerra y fusilado.

>T.^do emisario que intente tratar para la aceptación de la autono- mía, será consi lerado como espía, sometido á Consejo de guerra y fu- silado.

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»Toda preposición de p£z basará necesariamente scbre la indepen- dencia de Cuba, y será sometida al Gobierno de la República.— Aíá- ximo Góine^ »

***

El general Pdndo, en su viaje á Las Villas, consideró necesario y urgente emprender activas operaciones en la parte comprendida eiitre el Jatibonico y la trocha, batiendo les bosques de Reforma, donde Má- xiiLO Gómez tenía desde hacía un año su cuartel general.

A este efecto reunió et Sancti Spíritus fuerzas de todas las armas, y al amanecer del día 26 salieron de esta población las columnas por el camino de Arroyo Blanco.

Dirigía las operaciones el mismo general Psndo, y operarían en combinación los regimientos de caballería del Piincipe y voluntarios de Camsjuaní, y los batallones de Mérida, Mallorca, Albuera y Rey, más dos secciones de caballería.

Mandaban esas fueizas, además del general Pando, los generales Salcedo, Segura y Ruíz, y los coroneles Landa, Martín, Ttjeda y Bruna.

El terreno donde habían de operar es montuoso y conocido á pal- mos por el enemigo.

El general Ramal, á su regreso á Pinar del Río, puso también en movimiento sus fueizas y se dirigió hacia las lomas en busca del ene- migo allí escondido.

A la agitación producida en los espíritus y en los intereses mate- riales por la transformación del régimen colonial, siguió una épcca in- teresantísima para España.

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Realizada la reforma antillana, en plena vida económica, pronto habían de conocerse sus resultados.

La opinión impaciente confiaba en la paz, porque tal era el alcan- ce que se había dado á la obra del Gobierno.

Los más castigados en sus ideas por esa transformación operada en las instituciones políticas antillanas, callaban y esperaban patrióti- camente.

«—Si la paz viene, bien están esas reformas,— decían los que pre

CAKONERO «DEPENDIENTE»

sumían de estadistas,— y esto repetíanlos demás mortales, esos queha- bían dado íus hijos á la patria y trabajaban para que se alimentase el Tesoro nacioral.

Hubo en esto una excepción, la del señor Romero Robledo, que recordando la valentía con que el ilustre general Salamanca maldijo el convenio del Zarjón, por ver en las condiciones pactadas consecuen- cias dclorosas y una guerra futura, giitaba desde las columnts de un periódico: ¡Meldila la ptz si viere por esc medie, porque la paz asi lo- grada será la independencia de Cuba!

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Blanco 19

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* * *

Si era la paz, ó era la continuación del mismo estado de cosas, sólo había de decirlo el tiempo, aunque este corre veloz y la gravedad de la situación no permitía diferir esos resultados á largas fechas.

El iomediato día 6 de Diciembre se abrirían las Cámaras noitea mericanas. El presidente MicKinley estaría prudente en su Mensaje, pero no había seguridad, ni mucho menos, de que se inspirasen los se- nadores en la sensatez que aconsejaban las circunstancias.

Los filibusteros continuaban en sus alardes de protesta, y el gene- ralísimo Gimez, paia prevenirse contra las debilidades que pudieran experimentar en aquellos momentos sus secuaces, recordaba el bando de Spotorno y amenazaba fusilar al que no solicitase de su grandeza permiso para vivir.

En aquellos días comenzaron las operaciones de guerra con acti- vidad^

En Occidente tomaban la ofensiva nuestras columnas. El general Bernal, para dar la última mano á la insurrección en Vuelta Abajo, ponía en movimiento las fuerzas de su mando, y dirigía hacia las lomas. El general Pando, con Salcedo, Segura y Ruíz iban por Arroyo Blanco y Sf íritus en busca de Máximo Gómez, resueltos abatirle y ani- quilarle sus fuerzas.

Eran estas operaciones urgentes y precisas antes de llevar la gue- rra á Oliente, donde seguía el enemigo tomando la ofensiva, según comunicó el general Blanco.

Todo hacía suponer, pues, que pronto habrían de recibirse noticias interesantes sobre el desenvolvimiento de la acción de las armas.

Representaba la nueva política el avance simultáneo y combinado de la acción diplomática, la de las armas y la política.

Todas estaban en funciones activas, con la urgencia que demanda- ba la espectación de ua país ansioso de realidades consol a loras.

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CAPITULO Xlll

Por la paz. Lo que es la guerra. La voz de la opinión. El estado del ejército. Loii que

fueron y los que quedaban.— 200.000X53.000. Herencia del general Blanco. Todo moJificado. Detalles varios.

'e solía preguntar por los pocos que aúa creían en la efi- cacia única de la guerra; en que sólo por la acción de las armas se hubiera podido e hogar la rebeldía S3paratista: —¿Y esos doscientos mil hombres que hamos envia- do[á Cuba qué hacer? ¿Qué han hechc?

Prescindamos de la enorme contradicción en que incu- rrían los que tal persaban— que eran muy pocos, y qae cada día iiían siendo menos— de fiarlo todo al empuja heroico de nuestro ejército y dudar al propio tiempo de que tal vigorosa embestida á la insurrección se hubiera dado. El agravio estáen esa aula, está en los que dudaron entonces y. antes de que los generales y los soldados, por uno ú otro sistema, no hubiesen querido ó no h bían sa- bido aniquilar y extinguir las hu-'Stes del separatismo criminal.

No. No hatíi que preguntar «qué hacían, qué habían hecho» nues- tras tropas valerosas y nuestros generales bizarros y entendidos en el arte de la guerra; en el saber pelear y vencer. Hay que preguntárselo á ios cam pos y á los hospitales de Cuba, en donde habían perecido á la fjchi, en dos años y medio de campaña, más de veinte mil hombres; hiy que

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preguntárselo á esos buques mortuorios en que se habían repatriado veintisiete ó veintiocho mil hombres en el estado que todos habíamos viste; hay que preguntárselo al mar, sepulcro de tantos infelices que no tuvieron el consuelo de abrazar á sus madres y en su seno exhalaY el ú'timo suspiro; hay que preguntárselo á los estados de la Inspección de Sanidad militar de la isla, que en un solo mes, en el de O.tubre, re- gistraron treinta y seis mil enfermos, y hay que preguntárselo, por fin, al qu3 ha tenido la pana da ver cómo los que se embarcaroa en la Península jóvenes, robustos, sanos, alegres, con el alma henchida de esptranza, se trocaron en el combata, no con el enemigo, al que ni si- quiera vieran, sino con el clima moital, en ejército de espectros.

Y ya esa cifra de los doscientos mil soldados la veréis disminuiis;

veréis cómo desaparece en más de su mitad, cómo se pierde en el hos- pital, en el mar, en el campo de batalla. ¿Y el resto?... El resto no eran en gran parte combatientes, eran enfermos, que por un ebfaerzo capaz solo de realizarlo en el mundo los soldados españoles, se batían con fiebre, marthaban muriendo y morían sin quejarse, víctimas del más atroz de los errores poli lieos que había tardado dos años y medio en repararse.

*

Todos hemos visto á los repatriados, á todos los corazones llegó la conmoción de horror, de esparte; de todos ellos salió la protesta vigo- rosa del espectáculo sin (j.mplo. La opinión en España se impresionó, y con razón, por la muerte en la travesía de los soldados enfermos; sol- dados que tuvieron por tumba el mar. Nadie les rezó una oración; nin- gún signo, nirgún rastro señalaiá si paso por el triste sendero de su infoi tunada vida. Sus madres no tendrán el consuelo de que una urna íe alce sobre su sepulcro en suelo de Cuba, suelo de la patria, al fin.

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¡Qué visión más tremenda, más horrorosa, la de los cadáveres de sus queridos hijos, devorados por los tiburones!

Y los que lograron no morirse en el camino, perecieron al llegar á puerto, ala vista de la tierra deseada, en el tránsito del barco al muelle, del buque al hospital del puerto. ¡Morir ya á la vista del suelo patrio; morir al Ilegal I... ¿Puede haber mayor dolor, más horrible modo de abandonar este mundo?

Veamos ahora lo que acontecía á los que tenían la dicha de sentir en torno de á la madre patria, recogidos por la caridad proviacial ó municipal, ó por la benéSca Asociación de la Cruz Reja, en algún al- gún albergue ó sanatorio.

Dígalo por nosotros el Diarto de Pontevedra^ del cual copiamos el siguiente suelto publicado en uno de sus números, correspondiente al mes de Octubre del 97.

Decia así el suelto á que nos referimos:

«Al encontrarse el otro día en el sanatorio de Santiago dos jóvenes de la misma edad y del mismo pueblo, soldados repatriados del ejército de Cuba, no se han cono::ido en fueizi de desfigurados por el hambre y las fatigas.»

Hubo más. En una de las reexpediciones desembarcadas en Cádiz ocuriió que un padre no reconoció á suhji, hasta que é. te le llamó con un grito del alma... ¡S estaría desfigurado el infjliz!

Eso es lo que han visto todo', lo que ha podido impresionar por tocarlo más de cerca á los que viven en la Pecíasula. ¿Y lo qu3 pasa allá, lo que ocurre en Cuba, lo que han presenciado y jamás olvidarán los que en la isla estuvieron?

*%

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«—Yo quisiera— nos decía un día un bravo oficial, repatriado por enf jrtno á coníccuencia de una grave herida recibida en un reñido combate en las lomas de Pinar del Río que por un prodigio imposible, desfilara por las Ramblas una de aquellas columnas de convalecientes ó enfermos, de espectros, mejor dicho, en el propio ser y estado en que salen á perseguir á un enemigo emboscsdo ó que huje. A los cuttro días de salir una colum- na de un pueblo, de internarse en las lomas de Pinar del Río, ó en la manigua de Las Villas, ó en el desierto del Camagüjy, ó de guarnecer uca trocha, ha legido su paso con la tercera parte de su fueza enferma, fuera de combate, sin haber cruzado una bala con los in- surrectos.

»SaIe aquel soldado enfer- mo del hospital, y aún quiero suponer que salga curado, en- tendiendo por curación el que ya no le molesta la fiebre y

el que ya puede comer y digerir y el que ya esté en disposición de seguir la marcha de una columna. ¿Y á dónde el soldado dado de alta en el hospital? Va á incorporarse á su batallón, á proseguir las pe- nalidedes de la campaña, á la vigilancia de la trocha, á re-pirarde nuevo díi y noche los miasmas palú lieos. Va con el cuerpo débil, aun- que esté sano, á continuar las marchas de horas y de días. Va á dormir al raso junto al gUiío, que los hincha hasta reventar y morir. Vaá abra-

'i'Z^y

Mr. 8PRINGER Yice-coDsul de los E. U. en la Habana

151 sarse la piel con el sol del trópico, á calarse hasta los huesos con la lluvia torrencial. Va á pasar hambre y sed recién salido de una enfer- medad grave. Va á nutrir su'cuerpo desnutrido con las inmensas fatigas de una campaña funesta. Va como candidato á la sepultura...

»Fué aquella una escena— prosiguió diciendo nuestro emocionado y elocuente narrador— que me impresionó hondamente. Era uno de los últimos días de Noviembre de 1896. A pesar de encont^-arncs tan ade- lantados ya en la estación, las lluvias no habían cesado, la época de la seca £ÚQ no había comenzado, todavía el viento del Norte no había empezado á soplar y barrerla humedad de la atmósfera. Diluviaba como diluvia en Cuba, arrojando el cielo torrentes de agua. A las once de la noche, después de haber estado durante todo el día, desde el amanecer, en marcha por lomas y vericuetos por donde teníamos que abrirnos paso con el machete y andar cayendo aquí y levantándonos allá, entramos en el pueblo de Candelaria dos mil soldados...

»¡Djs mil soldados!, es decir, ¡dos mil hombres! Es un sarcasmo llamar soldados, llamar hombres, á aquellos míseros; tal era su estado. A las puertas mismas del pueblo habían caído algunos, brindando sus cuerpos exánimes á las voraces siniestras auras, á los cuervos de Cuba. Y los que, tras desesperado esfuerzo, penetraban por fin en las calles de Candelaria, tendíanse en el suelo, enmedio de los charcos, sufriendo la lluvia, sin ánimos para colgar la hamaca, resignados á que aquella fuera su última noche...

»En el pueblo, que es pequeño, había alojados ya ochocientos en- fermos de anteriores expediciones, y no existían camas para tantos. Abriéronse las puertas de todas las casas y allí se refugió la mitad de la fuerza, de cualquier modo, hacinados. El resto quedóse en la plaza, abrasada por la fiebre. Era un coro tristidmo de ayes. de lamentos, de quejas, de inprecaciones, de plegarias. A gritos pedían la muerte para acabar pronto en el charco inmundo en que estaba convertida la plaza...

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^Amaneció y se organizó ua tren para tiaslalar dos mil hombres á la Habana. Qaeiían incorporarse y no podían; la noche de fiebre y de insomnio habíi consumido las pocas fuerzas que les restaban. A los po- cos pasos que daban hacia la estación, caían extenuados, rendidos, in- móviles. Los oficiales, con lágrimas en los cjos, les sosteníamos, les alentábamos con palabras de consuelo, y como las palabras eran inúti- les les empujábamos, les arrastrábamos, obligándoles así á marchar... Murieron varios en el tren, en un tren que no llegó hasta la noche á la Habana y donde iban revueltos muertos y vivos...»

*

* *

Ahora bien; ¿y quién tiene la culpa de todo eso? Creemos que na- die. Nadie más que la guerra, nadie más que el sistema de confiar so- lamente á la acción de las armas una guerra imposible, nadie más que el que imaginó insensatamente que se puede entregar á los elementos, al fiero clima, al mortífero aire, al suelo inclemente, un ejército de bra- vos para que sin lucha los devore la fiebre.

Por eso proclamamos que ningún ejército del mundo hubiera he- cho no más, si ni siquiera tanto, como el heroico y sufrido ejército es- pañol. Pero, tampoco ninguna nación del mundo hubiera sostenido esa guerra, que era poco menos que imposible que solo por la guerra se acabase.

Empeñados durante más de dos años nuestros hombres de gobier- no, por obsesiones que han de merecer á la historia severísimos juicios, en acumular en los campos de Cuba tropas y más tropas, hombres y más hombres, cuidaron solo de su envío y pensaron muy poco, casi nada, en las naturales consecuencias de una tan grande acumulación de soldados, donde se carecía de todo, donde nada había preparado para

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recibir, albergar y atender á las necesidades de núcleo tan importante de fuerzas, de un contingente tan numeroso de ejército bisoño, no ave- zado á las fatigas de la campaña y á las penalidades de una guerra irre- gular en país desconocido y de clima tan opuesto á su temperamento, quizás porque creyeron que la seguridad de triunfar de los rebeldes en liza abierta daba á nuestros soldé dos la inmunidad bastante para ven-

CAKONERO «SANDOYAL»

cer también al clima que traidoramente y sobre seguro les robaba la sangre de los pulmones y la energía de los músculos.

[Lástima grande que pensasen tan poco en hechos tan graves como éste los que, alardeando de popularidad y de fuerza en la opinión, aunque no teniendo ni una ni otra cosa, apercibíanse á la f jcha para aplaudir, al desembarcar en la Península, al director, durante veinte

Blanco 20

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meses, de la campaña de Cuba, tras de haber hecho pregonar por las trompetas de la fama el talento organizador del nuevo Moltke español, cómplice de la funesta obra del Jove de la situación conservadora.

* *

Entrando en otro orden de ideas, el enorme ejército enviado á Cuba hubiera tenido justificación, si una vez reunida tan port«;ntoía fuerza en la gran Antilla, se hubiera emprendido unacampaña enér- gica.

Desgraciadamente los doscientos mil hombres no correspondieron, por falta de plan y de dirección, á los esfuerzos y esperanzas del país; pero mientras tanto tenían que ocasionar gastos de tal consideración, que es un asombro cómo han podido sufragarse, aún con los atrasos y dilaciones por que estábamos pasando.

El Gobierno conservador debió comprender que el envío de dos- cientos mil soldados á Cuba requería, á causa de los gastos, una cam- paña rápida y feliz, y de no tener esa seguridad, hubiera sido prtfjrible el método de un ejército adecuado á nuestros medios económicos y desde luego organizado en otras condiciones que lo pusieran con más probabilidades de éxito al resguardo de enfermedades y de deficiencias en la alimentación.

El daño de no haberse obtenido en un período corto ventajas de consideración en la guerra, fué causa no sólo de que se multiplicasen los gastos en un grado que aterra, que llegaron á tocarse en el nivel del cambio interntcionaly que Dios sabe qué nuevas y más graves compli- cacones financieras podrán aún traer, sino que dio espacio y ocasión á los laborantes y filibusteros para procurarse medios de ataque y para

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influir además en aquella parte de la opinión de los Estados Unidos que nos era hostil.

* *

Así lo que reclamó mayor atención del general Blanco, al hacerse cargo del mando superior de la isla y del ejército de operac'oies fué la vida del soldado, del resto que quedaba de aqual gigantesco sacrificio de la nación.

De los doscientos mil hombres que España envió á su colonia an- tillana, quedaban según la última revista de Noviembre 114 961. De éstos había 35 682 destacados y 26 949 enfermos, quedando, púas, para operar 52 330, y eún de esta cifra hfy que descontar los que prestaban otra clase de servicios y los que sin entrar en el hospital estaban enfar- mos, que no eran pocos.

200.000^53000. Esta es la proporción en que hatíi quedado el ejército de Cuba.

Doscientos mil hombres envió allí la patria. Di aquellos aoo.ooo soldtdos quedaban para operar 52^30 en el mes de Noviembre de 1897.

¿Qué había sido de los miles y miles de soldados que faltan en esa cifri ?

La inmensa mayoría enterrada en la manigua, otra gran parte se- pultada en los hospitales, otra repatriada y muriendo por esos mares, por esos caminos y por esos pueblos de Dios.

Es horrible. Cerca de 151.050 hombres, casi toda la juventud espa- piñola, perdida obscura y tristemente.

La diferencia enorme qu3 resulta entre los que faeron y los que existían, eran las bpjas de la campaña. ¿Cuántos hombres había costado ya, álafícha, á España la guerrt? Nadie lo sabe: la diferencia de aoo. 000

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á 1 14.96 1 no sabemos si fueron muertos, desaparecidos ó ignorados, porque entre ellos están los que regresaron á la Península, entre les cuales ¿•;uántos llegaron á sus casas? ¿Cuántos vencieron á la anemia ó á la tuberculosis con que los devolvió la isla?

Sf gdn los informes del inspector general de Sanidad señor Fernan- dez Losada y la estadística que de aquellos días hemos examinado, no fué el vómito lo que más daño hizo á nuestro ejército, fué el paludismo, y éste reconocía y reconoce siempre como principal causa eficiente la falta de alimentación.

Desconocida en absoluto la provincia de Pinar del Río, no pudo prevenirse á tiempo el mal que nos destruyó la mitad de ese ejército, á cambio de bien poca compensación, puesto que metidos entre tantos peligros miles y miles de hombres con un objeto único, este vino á rea lizarlo providencialmente una columna bien pequeña, la del coman - dante Cirtjída. Pues á pesar de lo ocurrido fueron muchos los que creían que no era la provincia de Pinar del Río tan mal sana como puede suponerse ante el número crecido de palúdicos que allí hubo du- rante una campaña bien corta.

♦**

Fué, lo que ya se ha dicho en todas partes y en todos los tonos, y lo que acabó por decir el mismo señor Losada en íu informe del día i.* de Noviembre de 1897.

«Entre las causas de estos males las hay irremediables, como por ejemplo la acción enervante del clima y el influjo del miasma palúdico, cuyos efectos no tienen profiUxis posible. Pero puede hacerse mucho para defender al soldado de la mayor parte de las enfermedades. Las tropas están agotadas de fatiga y mal alimentadas »

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La crevión de sanatorios, ordenada por el general Blanco, podia resultír y resiiltaiía seguramente una gran solución. En sitios hig'éai- cos, con e?p;cial y reparadora alimentación, con aire puro y descanso, podían los soldados recobrar la salud y volver á su servicio sanos y en condiciones de soportar de nuevo las fatigis de la campaña.

El resultado llegó á verse prácticamente. aquí un caso, que nos ha referido ua oficial repatriado. «Días antes de regresar á la Penín - sula el general Weyler vino á verme un soldado que enviaban de Pinar del Río á los hospitales de la Habana. El pobre no podia andar y su aspecto de cadáver impresionaba extraordinariamente. Se le recomendó, se procuró que saliera pronto del hospital y obtuvo luego en la capital un destino pasivo. A los dos meses volvió á visitarme; no lo conocí de gordoy.de sano que estaba. No había tenido más noticias de él y creí que el infeliz había muerto.

«—Cuando le vi á usted en Octubre me dijo— tenía hambre. Ahora me ve usted tan bueno, porque como.y>

Podría justificarse la fatiga y hasta el no comer, cuando hubiera una marcha que realizar y una operación urgente y decisiva que acó meter. Pero en esa guerra todas las columnas tuvieron siempre, siem- pre, tiempo sobrado para que la tropa comiera sus ranchos y pudiera descansar. El Estado ha pagado muchos zapatos para todos, y han sido muchos los que han ido descalzos; ha pegado muchos trajes, y han ido muchos desDudo5; ha pegado mucha comida, y se han muerto muchos de hambre. Y es que ha habido abandono, indiferencia, incuria, poca energía para hacer frente á las dificultades, y... otras cosas, que sólo el pensailas horroriza, indigna y subleva el ánimo.

¿Cómo no aplaudir las primeras disposiciones tomadas por el ilus- tre general B anco para salvar, pues verdaderamente de esto se trataba, la vida de los pobres soldados que en la isla súa quedaban? Nos ha- cían todavía mucha falta para la guerra, puesto que la guerra seguía.

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sin que pudiera vencerla del todo la acción política, y había que evitar nutvos sacrificios de hombres á la patria.

Este fué fil criterio que á la saz3n predominaba, inspirado en la rectitud, en sentimientos de humanidad, no en la convaniencia perso- nal, como sucedía antes. Por mucho tiempo permanecieron cerradas las puertas del regreso á la metrópoli hasta á los ya declarados inútiles, y no había influencia alguna que consiguiera el pase á la Peníasula de un soldado ni de un oficial por enfermo que estuviera. Pero cuando se consideró que era motivo de he lago á la opinión pública, ya excitada, se explotó la palabra repatriación, embarcándose á montones á los en- fermjs, sin consideración á su estado ni á los pjligros de un viaje siempre molesto, sin filiación siquiera, puesto que hubo soldados que murieron á bordo, sin que nadie supiera cómo se llamaban .y dónde residían sus padres, que aúa vivían, quizás, con la esparanza de abra- zar al h jo, ya sepultado en el Ojeano.

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Se consideraba, á la fecha, y con razón, más humanitario y más prá;tico curar allí á los que podían curarse, con lo cual se salvarían muchos y se evitaría que fueran más, puesto que aquéllos ya aclimata- dos é inmunes para una porción de enfermedades, podrían prestar de nuevo sus servicios á la patria, y no serían necesarios nuevos sacrifi- cios, nuevas víctimas. En una palabra, ya que el mal no podía evitarse en el todo, se procuró evitarlo en parte.

De la misma manera se modificó absolutamente todo por medio de bandos y circulares, que día por día nos hizo conocer el cable.

Los procedimientos de la guerra, las relaciones de las tropas con la gente del campo, la protección á la propiedad, la forma de dar los

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partes y de obtener las recompensas, todo, todo se cambió, consti- tuyendo esto un Irabíjo verdaderamente laborioso á que estuvo entre- gado día y noche el Estado mayor, hijo la dirección acertada é incan- sable del general Pando.

No nos incumbe, ni es de nuestra competencia, el detallar toda esa obra gigantesca, que había de icfluir poderosamente en el resultado de la nueva campaña. Pero vayan como muestra dos detalles que nos ofre- ció la información del día 7 de Noviembre.

Sabido es que con arreglo al criterio del general Weyler, las pro- puestas de recompensas hsbían de fundarse en el número de bajas que tuvieran nuestras tropas, con lo cual pedía muy bien ocurrir que el descuida, la imprevisión ú otras causas, obtuvieran un premio, mien- tras que una acción afortunada ó bien dirigida quedara sin recompen- sas por no haber sufrido bajas.

Derogado ese procedimiento absurdo, las fuerzas de la brigada del general Valderrama, que habían operado durante cuatro días en la pro- vincia de la Habana con gran fortuna y acierto, puesto que sorpren- diendo al enemigo en sus campamentos— ccmo sorprendió Numancia el campamento del cabecilla Rodríguez, le hizo más de treinta muer- tos, sin tener nosotros más que cuatro ó cinco bajas, recibieron la or- den de foi mular una merecida propuesta. Túvose en cuenta la impor- tancia del hecho, el mérito contraído, no la sangre de nuestros solda- dos derramada.

* * #

Veamos otro detalle de muy distinto orden. Las expediciones de soldados, aún aquellas que ya tenían destino fijo antes de salir de la Península, iban todas á la Habana, donde permanecían algunos días,

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por cierto en bien malas condiciones, y perdiendo un tiempo precioso, hasta salir para su destino. Ocurrió en Septiembre del año 96 que los 1 1. 000 hombres destinados á la trecha central, en vez de dejarlos en el Júcaro, fueron á la Habana, y desde allí fueron transportados por tie- rra y por mar á aquel sitio, lo cual proporcionó á los soldados moles

tias inútiles é ic justificadas, hubo tiroteo de trenes y se gastaron noventa mil duros en transportes.

A la sazón, los mil sol- dados que llevó el Alfon- so XIII, como hHcían fdlta en Oriente, desembarcaron en Guantánamo, y así no tuvie ron que ir á la Habana y me- terse en otro vis j 3. El vapor - correo' se retrasaba un día, sin perjuicio para nadie, y en cambio se ahorraban moles tias al soldado y siete mil quinientos pesos á la nación. Es pequeño el detalle; pero aunque pequeño y solo, es harto elocuente.

No podía predecirse, ejerciendo de profetas, cuál sería el resultado de la nueva campaña, puesto que había habido que crearlo todo y transformar completamente lo poco que existía, si algo existía; pero hay que reconocer la buena intención, el buen deseo, la firme volun- tad que revelaron aquellos primeros pasos. La tarea fué penosa, difici- lísima, puesto que al mismo tiempo que se atendía á la implantación de una nueva y trascendental política, hubo que reconstituii la guerra,

MR. TAYLOR. Ex Ministro plenipotenciario de los Estados Unidos en España

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empezando por resucitar al soldado, por creír comunicaciones que nos evitasen desastres como el de Victoria de las Tunas, en cuya jurisdic- ción no habia habido tiempo en tres años da colocar un heliógrafo; por restablecer el orden y la disciplina, por cortar abusos y levantar el es» pírilu de todos, ¡de todos!, que, por cierto, buena falta hacía.

CAPITULO XIV

Foco principal. Inútiles advertencias. El departamento Oriental y el Camagüej. Error fundamental. Marcha general de la insurrección. Operación combinada en las lomas de Pinar del Río. La división del general Bernal. En las lomas del Cuzco. Resulta- do feliz de la importante7operación. Nuestras bajas. El bravo soldado Florentino Vega. Cien bajas del enemigo. Las operaciones contra el generalísimo. La expedi- ción del general Pando. ¡Triste herencia! El plan de campaña del general Pando.

A noticia de que el enemigo había iniciado un movi- miento ofensivo en Oriente y estaba atacando á Gui- sa con aitillería, amenazando á la vez á Jiguaní, comunicada por el general en jefe del ejército de Cuba en despacho del 29 de Noviembre produjo en algunas personas una desagradable sorpresa, que no acertamos á ex- plicarnos.

Desde los comienzos de la campaña hemos venido dicien- do que la rsíz de la rebelión estaba en Oriente, que allí tenia el enemigo sus principales recursos y sus mejores combatientes, que era peligroso dejarle impune en aquellas asperezas y que si se le dejaba podría desde ellas organizar la g ierra y extenderla á su antojo por toda la isla.

Inútiles fueron las advertencias de la prensa, que en su mayoría fué de nuestra misma opinión, c iaútiles también los avisos del buen

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sentido. Púsose toda la atención en perseguir á la rebeldía en su mar- cha de Oriente á Occidente, y por donde ella quiso ir fuimos nosotros como á la zaga, sacando de Santiago de Cuba gran parte de las tropas que teníamos en aquella provincia^ y reduciéndonos á una defensiva que ni siquiera acertamos á preparar.

Pudo tener alguna disculpa este error en aquellos angustiosos días de la invasión, cuando nuestro objetivo principal era contenerla y cas- tigarla; pero después, desembarcados los primeros refuerzos, y ha- biendo logrado los invasores su propósito, llegando, no una, sino dos veces, hasta el cabo de San Antonio, ni un momento se debió perder de vista que la verdadera base de operaciones de la insurrección esta- ba del otro lado de la antigua trocha del Jácaro, y, sobre todo, en el departamento Oriental. Como las enfermedades diezmaban las tropas que en éste quedaron, cada día se vio aquélla más libre de persecucio- nes y vivió más á sus anchas, hasta que persuadida de su superioridad, tomó la ofensiva, apoderándose del Cauto y bloqueando las poblacio- nes que aÚQ nos quedaban.

Cuando en Septiembre del año 96 hizo la nación aquel último y gran sacrificio, que bien podemos calificar de admirable, escribieron al- gunos periódicos varios artículos acerca del reparto de los refuerzos, y en ellos probábase la necesidad de destinar 10 ó 12.000 hombres á Oriente; pero en los que al mismo tiempo advertían el temor de que el afán de hacer trochas nos llevase á inmovilizar en ellas las fuerzas re- cién llegadas á la isla, inutilizándolas. Sucedió lo que habíase temido. De los 25.000 hombres que la madre patria envió á Caba, más de la mitad se perdieron en tan inútiles líneas militares, donde murieron á cientos; y Oriente, así como el Camagüey, siguieron desguarnecidos y en poder del enemigo.

De entonces á la fecha éste había cobrado mayores bríos y reunido recursos más abundantes. Había organizado á su modo el campestre

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estado de Cuba libre, dividiéndole en provincias con sus prefecturas y subprefacturas, sus zonas de cultivo con sus ingenios, en que traba- jaban como esclavos españoles prisioneros, y grandes extensiones de costa á su disposición para comunicar periódicamente con los Estados Unidos.

***

Uno de los errores fundamentales de la acción militar en Cuba, ha sido el abandono en que se ha tenido at^uella parte déla isla, la más importante en tiempo de guerra, dándose el escándalo de que cerca de Guisa se pudieran reunir en Febrero del 97 á deliberar sobre las refor- mas del señor Cánovas, 7.000 hombres con sus jefes á la cabeza, sin que una sola columna les molestara ; y que más tarde se repitiera el he- cho en Guaimarillo con mayor publicidad y más á ciencia y paciencia nuestra, á lo que hay que añadir aún la declaración oñcial del general Weyler de que le era imposible impedir ni interrumpir las sesiones de aquella asamblea, en la que se hizo la elección de presidente de la Re- pública cubana.

El general Martínez Campos visitó el departamento Oriental y lo recorrió en parte varias veces, sin Otro resultado que dar al enemigo la para nosotros desdichada ocasión de Peralejo y la no menos afortuna- da de Coliseo. El general Weyler sólo una: allá por los dias de la cri- sis de Mayo del 97. Fué á awena;{^ar con la llegada de 40 batallones, que iban en pos de él; batallones que no fueron y amenaza que no se cumplió. Todo quedó como estaba, y la situación fué empeorando de dia en día.

¿Qué tenía, pues, de extraño que Rabí hubiese podido hacer frente á la columna del general Linares? Hombres, fusiles y municiones no le

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faltaban: ganas de dar algún golpe de efecto tampoco, antes al contra- rio, la próxima reunión de las Cámaras americanas le incitaba á ello.

Los rebeldes tenían el mayor interés en probar que poseían una parte de la isla y que la defendian de la invasión de nuestro ejército, dando con esto algúa fundamento, ú ocasión y pretexto al menos, á los yankees amigos para pedir al gobierno de Washington el reconoci- miento de la beligerancia.

Muy sensible fué que después de haber procurado con tanto em-

BATBRÍA DE SOCAPA (Santiago de Cnba)

peño quitar á la República norteamericana todo pretexto de interven- ción en los asuntos cubanos, le tuviéramos que dfjar éste, quizás más doloroso que ningún otro; pero hay que reconocer, al mismo tiempo, que el mal venía de lejos y que había de ser difícil atajarle en un breve plazo de algunos días.

t *

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Respecto de la marcha general de la insurrección, el Gobierno con- sideraba natural que los rebaldes cambiasen su sistema de guerra, atri- buyendo el ataque á Guisa á su deseo de contrarrestar los efectos favo- rables que la'concesiór de la autonomía hubiese podido producir en las esferas oficiales de los Estados Unidos, y al deseo también de impe- dir las deserciones de los mismos insurrectos, haciéndoles concebir es- peranzas de triunfo; por todo lo que no concedía importancia á esos ataques del enemigo.

En cuanto al estado sanitario, no eran muy satisfactorias las im- presiones, pues délos 103.000 soldados que aproximadamente existían á la fecha en la isla, había en los hospitales más de una cuarta parte.

Realizóse en las lomas de Pinar del Rio la operación combinada que nos tenían anunciada los corresponsales. En ella tomaron parte dos columnas: la que mandaba el general Bernal y otra á las órdenes del general Hernández de Velasco, formando ambas un total de 2.300 hom- bres y dos piezas de artillería.

Hacía días que el general Bernal tenía conocimiento de que los insurrectos conservaban los campamentos establecidos en las lomas del Cuzco, donde aquéllos habían hecho fortificaciones que consideraban inexpugnables.

Las diversas partidas que mandaban los principales cabecillas, se relevaban para prestar el servicio de guardar los campamentos Ínterin las demás hacían sus correrías.

Todo esto era conocido por el general Bernal, quien, de acuerdo con el general en jefe, preparó un plan y organizó una operación que debían ejecutar las fuerzas de la división de su mando.

El día 35 de Noviembre se reunieron todas las fuerzas que la com- ponían en Guanajay, y al siguiente día salieron en dirección de Arte- misa. El general recorrió la trocha, y en toda ella ofreció hacer cuan- tos esfueizos fueran necesarios para mejorar las deplorables condiciones

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sanitarias en que se encontraban, tanto los soldados como los recon- centrados.

Sin detenerse siguieron las tropas hasta Candelaria, de donde el 26 salió el general Hernández de Velasco, mandando fuerzas de los batallones del Infante, Cuba, Vergara, Gerona y Baleares y dos piezas de artillería; en total, unos 1.3^0 hombres.

El mismo día salió Barnal de Artemisa con su columna, compuesta de fuerzas de los batallones de Valencia, San Marcial, Valladolid y San Quintín, guerrillas de Iberia, Pinar y Orozco y un escuadrón de Al- mansa formando un total de i.ooo hombres.

Poco antes de llegar esta columna á Rosario, las avanzadas insu- rrectas del cabecilla Ducassí quisieron cerrarles el paso, pero las tropas rompieron el fuego y el enemigo huyó, dejando grandes charcos de sangre.

Nuestros soldados destruyeron todas las posiciones fortificadas del campamento enemigo abandonado, en el cual pernoctó la columna.

* *

Al amanecer del día 27 salió la columna Bernal con dirección al campamento de Madama, que según las noticias que le habían comu- nicado al general, estaba defendido por formidables posiciones.

La vanguardia, formada por fuerzas de San Marcial, rompió el fuego y tomó la loma llamada de las Peladas, en tanto que fuerzas de Valencia y las guerrillas seguían la vereda Pérez y forzaban el paso por el arroyo Midama.

Momentos después entraban en el campamento de Cuchilla Caimi- to el general Bernal y su Estado mayor, formado por los señores Tour- né, Erenas, Company, Hinojosa y Rueda.

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En ese primer encuentro cayeron heridos el comandante del bata- llón de Valencia, señor Jiménez Toro, grave, y varios soldados.

La artillería, mandada por el capitán señor López Pinto, hizo cer- teros disparos, mientras la caballería y la fuerza de San Qaintín en- volvían al enemigo por los flancos, haciéndoles desalojar las lomas de la Pistoleta. Fuerzas de Valencia y la otra mitad de las de San Qaintín, mandadas por el coronel señor Estevan, persiguieron al enemigo y

TRANSPORTE «FERKAKDO EL CATÓLICO»

ocuparon la loma de Muía, muriendo al coronar las alturas el coman- dante del batallón de Valencia don Eugenio Miguel.

Los soldados, al atacar con gran valor las posiciones enemigas, da- ban entusiastas vivas á España, que eran contestados por los insurrec- tos con otros á Cuba libre y mueras á la autonomía.

Las tropas continuaron avanzando á paso de ataque; fuerzas de Valencia, mandadas por el teniente coronel señor Dolz, llegaron hasta «I campamento de Aracjuez, que ocuparon, coincidiendo su llegada con

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la de las del general Hernández Velafco, que acudió puntual, después de haber hecho una penosa marcha durante la cual libró serios comba- tes en los sitios llamados la Gloria y el Inglés.

El campamento de Aranjuez estaba formado por verdaderas vi- viendas, más de 500 bohíos, construidos por los rebeldes hacía tiempo, lo cual prueba que el general Weyler estaba mal informado al suponer que no existia en la provincia de Pinar del Río ningún núcleo de in- surrectos. Al huir el enemigo dejó abandonadas mesas, camas, mobilia- rio, ropas, víveres y municiones. Estaba defendido por unos trescien- tos rebeldes.

El campamento de las fuerzas del cabecilla Ducassi, tomado por las tropas que mandaba el general Bernal, estaba, en efecto, defendido por formidables posiciones, á pesar de las cuales el enemigo huyó ver- gonzosamente. Lo defendían 500 mambises.

* * *

El plan del general Bernal se llevó á cabo con gran acieito, y los flanqueos se hicieron muy hábilmente, y todo ello contribuyó á que lís tropas consiguiesen un buen resultado.

En el campamento de Rosario se encontraron muchos bohíos per- fectamente construidos, y un gran parque donde fabricaban cartuchos explosivos, instalado en la casa donde habitaba el matrimonio Duscassi.

Durante toda la tarde y la noche que la columna Bernal permane- ció en el citado campamento, invisibles parejas de insurrectos hostili- zaron desde la espesa manigua al cuartel geLersl.

Cuando el general y su Estado mayor y otros varios jefes y oficia- les regresaban de enterrar al fortunado comandante señor Miguel, el grupo que formaban ofreció excelente blanco á los insurrectos, que no

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dejaron de aprovechar la ocasión, menudeando sus disparos. Por la noche hicieron en esta forma algunas bajas.

Al amanecer, los guerrilleros úe la columna dispersaron las pare- jas que les hostilizaban y se apoderaron de una comunicación del titu- lado brigadier Torres dirigida á Duscassi, y en la cual explicaba la cau- sa de no haber cumplido la orden recibida de quemar los ingenios, porque las lluvias decía impedía que ardieran las cañas.

El resultado de la importante y feliz operación, que hizo honor al general Bernal, secundado admirablemente por el general Hernández de Velasco y el jefa de Estado mayor señor Tourné, fué la huÜa y dis- persión del enemigo completamente desmoralizado, después de haber sufrido bajas enormes y haber perdido todos sus víveres. Tanto sus formidables posiciones, como todos sus cultivos, quedaron completa- mente destruidos.

Numerosos grupos de hambrientos bajaron después al llano, donde el general Bernal dispuso la persecución de todos por las fuarzas de caballería, que resultó verdaderamente invencible.

D¿ nuestros informes resulta que á la fecha existían en la provincia de Pinar del Río unos dos mil insurrectos armados.

Las bajas que en operación sufrieron las dos columnas resultan, aunque muy sensibles, relativamente escasas, gracias al acierto en el mando de las fuerzas de los jefes y oBciales.

En total, nuestras bajas fueron: el comandante señor Miguel y] dos guerrilleros muertos, y heridos el comandante señor Toro, de gravedad, por bala explosiva, el capitán del batallón de Valencia, señor Vera Valdés, leve, y 17 soldados, algunos graves.

Distinguióse notablemente en el combate de Caimito el bravo sol- dado Florentino Vega, que á pesar de estar herido gravemente en el pecho, siguió avanzando y batiéndose hasta coronar la escarpada loma. Fué calurosamente felicitado por todos y propuesto para una recompen- sa por el general Bernal.

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A las nueve de la noche del 30 llegó á la capital de Pinar el gene- ral Bsrnal y su Estado mayor.

Según los datos oficiales adquiridos por el general Barnal acerca del resultado de la operación, datos que fueron confirmados por los insurrectos que se presentaron, y teniendo en cuenta además el número de cadáveres que abandonó el enemigo, los rebeldes tuvieron en los distintos combates sostenidos en las lomas de Pinar en defensa de sus campamentos, más de cien bajas.

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En las operaciones emprendidas en la jurisdicción de Sancti Spiti- tus contra el generalísimo Gómez y que dirigísn personalmente los generales Pando y Salcedo, las columnas de los generales Segura y Ruiz y las fuerzas que mandaban los coroneles Le nda, Tejada y Mar- tín, operando en combinación, salieron de Arroyo Blanco hacia Refor- ma, en cuyo potrero, abandonado por Gómez, acamparon con dos es- cuadrones los generales Pando y Salcedo, siendo hoi^tilizados por el enemigo durante la noche, sin resultado.

Al día siguiente siguieron su viaje hacia Ciego de Avila, centro de la trocha, á donde llegaron sin novedad. El resto de las fuerzas conti- nuó operando por los bosques, habiendo tenido fuego el batallón de Reus con una fuerza enemiga de aoo hombres, á cuyo frente estaba Máximo Gómez. En este encuentro tuvo el batallón de Reus dos muer- tos y ocho heridos, ignorándose las oajas que tuviera el enemigo, por- que las retiró al huir.

Después de esta escaramuza sosteni 'a con las fuerzas que mandaba el generalísimo, lo único que ofreció algún interé j hista la fecha (a de Diciembre) referente á la operación combinada que se estaba verifican-

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do en jurisdicción de Sancti Spiritus, fue el encuentro de fuerzas de la brigada de Jatibonico y Camajuani con la partida del negro González, á la cual alcanzaron en Boyeras, batiéndola y causándole numerosas bsjas, de las que quedaron en poder de las tropas ocho muertos, con armas y efectos.

El general Segura, con los batallones del Rey y Mallorca practicó reconocimientos en las estribaciones de la sierra Jatibonico, haciendo dos prisioneros.

En Río Grande, Ciego de Avila y Marroquí fuerzas leales sostu- vieron ligeros tiroteos en Guayo y Reforma, con varios grupos sueltos de insurrectos.

El batallón del Rey, en Lázaro López y Río Grande, batió á una partida montada, causándole bajas.

Desde Sancti Spiritus hasta Ciego de Avila puede decirse que to- dos aquellos terrenos estaban bajo el dominio de Máximo Gómez.

Como desde hacía mucho tiempo no se'intentaba seriamente la per- secución del generalísimo, éste había podido organizar allí íus fuerzas y sus medios de defensa, sin el menor obstáculo.

A<í pues, la expedición que estaba llevando á cabo el general Pando tenía gran importancia, por haber obligado al jefe dominicano á saür de la tranquilidad en que vivía, y cualquiera que fuese el resul- tado, aunque desde luego pudo asegurarse que sería excelente, mereció elogios el movimiento de tropas, que obedeció á un plan concertado sobre el terreno.

Antes de llegar á Sancti Spiritus, el general Pando recorrió las dos provincias de Matanzas y Las Villas, dejando en ambas reconstituida la guerra.

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La mejor prueba de que al cabscilla fantasma SQ ie encontraba cuando se le buscaba fué que ea el primer día de operacioaes el bata- llón de Reus tuvo fuego con las fuerzas que mandaba el generalísimo.

El propósito del ge aeral Pando era perseguirle incesantemente y no dejarle un dia de tranquilidad.

Vióse desde luego que el plan de Máximo Gómez era recorrer con su caballería los llanos, mientras los rebeldes de iníanteiía al mando del negro González se fortificaban y defindían en las lomas de Mataham- bre y en la sierra de Jatibonico.

Las asperezas de Matahambre se extienden por las zonas de Reme- dios y Sancti Spíritus y puede pasarse desde ellas sin atravesar terreno descubierto á las sierras de Ojo de Agua; las de Jatibonico son muy abruptas y ofrecían en sus cavernas y escondrijos guarida excelente á las fuerzas del negro González.

A unas y á otras, empero, supieron encontrar, dar alcance y batir las columnas dirigidas por el general Pando.

La trocha de Jú;aro, que tanto dinero y tantas vidas había costado ya, á la fecha, era muy inferior á la de Mariel; mucho más débil en caso de un ataque grande y menos cerrada para las sorpresas, puesto que tenía abiertos algunos pasos en la costa Norte; pasos que eran muy peligrosos.

Verdaderamente la herencia que recibieron los nuevos generales poco bueno les ofreció.

La salud de las tropas en general comenzaba á mejorar, aunque todavía no podía utilizarse más que la tercera parte del contingente.

El general Pando encontróse con que en el batallón de Tetuán sólo había sesenta hombres útiles. Los demás padecían fiebres y paludismo, hallándose completamente inútiles, no solo para las duras faenas de la guerra, que también para los trabajos más sencillos y cómodos.

El general envió interinamente, á su llegada, i todos esos enfer-

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mes al saoatorio. Después irían á los hospitales, donde pudieran res- tablecerse.

La opinión general en la isla, entre cuantos tenían experiencia bas- tante para emitirla con autoridad, era que para seguir la guerra no ha- ría falta que España envíase más soldados. Considerábase ¡al fin!, que aquella no era una campaña de número, sino de astucia, habilidad y organización.

CASA FUERTE EN EL CAMPAMENTO INSURRECTO DE SITIO DE ARANJUKZ

En cambio, fuera inútil ocultar que sería preciso que se gastase mucho dinero.

El plan de campaña del general Pando consistía en aumentar las guerrillas, movilizar más voluntarios y aprovechar de entre los presen- tados á f quellos que ofrecieran garanlíss de lealtad, que no eran pocos. Sobre el terreno se comprendió, al fin, que un sistema injusto y arbi- trario de persecución había enviado al campo rebelde á muchos hom- bres que no tenían simpatía alguna por la causa de la independencia y á otros que permanecían absolutamente neutrales.

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Por falta absoluta de dinero y de crédito los reconcentrados morían de hambre y de miseria; los hospitales no estaban atendidos como fuera de desear y las obligaciones contraídas con los presentados no podían cumplirse.

El comercio no quería fiar ni un saco de harina para los enfermos, porque se le debía mucho.

Para evitar embargos, los comerciantes escondían las mercancías en los almacenes de los subditos norteamericanos.

La impresión del general Pando, y puede decirse que la de todo el mundo, era la de que con dinero se podría acabar la guerra durante el tiempo de la seca.

«—Si se dejase pasar el invierno sin que termine la campaña— nos escribía un corresponsal— ¡Dios solo sabe lo que podría suceder! >

CAPITULO XV

Ventajas evidentes. Estado de la provincia de Pinar del Río. Cifras tristísimas. Efectos de la miseria. Por la paz. Siembras y tabaco. El ganado. Número de enemigos. Su organización. Sn armamento. Contingente del ejército. Disminuciones. Impre- siones desagradables. La guerra en Oriente. Período interesantísimo. Batida en Sancti Spíritus. La zafra. La cuestión monetaria. Combate en Oriente. Convoy á Bay amo . Rumores . Espectación .

nnegables y evidentes fueron las ventajas alcanzadas en toda la isla solamente con el cambio de director-jefs de la campaña, y de la política: dos mil rebeldes arro- jados de sus campamentos y huyendo delante de nues- tras columnas en la provincia de Pinar del Río, varios cam- pamentos tomados y destruidos por los generales Barnal y Hernández de Velasco en las lomas del Cuzco; el general Pan- do persiguiendo á Máximo Gómez en la jurisdicción de Sancti Spíritus, y obligándole á abandonar su retiro de Refoima y su vida tranquila y reposada entre sus huestes de Las Villas, la guerra más viva, más movida, y sobre todo, más verdadera en toda la isla: ¿se puede ó no se puede afirmar que el estado de Cuba había cambiado so- lamente con la mudanza en el mando superior de la colonia? ¿Teoian 6 no tenían razón los que pidieron esa mudanza?

Habíase dicho no haber ya, fuera del Cimagiiey y de Oriente, sino Blajico ?3

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núcleos dispersos de rebeldes. El núcleo que mandaba Ducassi en Pinar del Río pasaba de ochocientos hombres.

Habiase declarado no encontrar ya partidas en Las Villas. Dióse con ellas tan luego se las quiso buscar.

Fuerzas de caballería preparándose para salir A operaciones

El cable trasatlántico había sido el único medio de pacificación. Con

las reformas legales vinieron á serlo las bayonetas de nuestros soldados.

La acción política iba á sustituir por entero á la acción militar. Y

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3ntonces fué precisamente cuando la acción militar se reveló en verda- deros hachos de armas.

No hablemos del superior cuidado que á la sazón se prestara á la higiene y manutención del soldado: en lo puramente guerrero hallábase bien manifiesta la diferencia.

Todo esto vino á ser tanto más plausible, cuanto que la cam- paña iniciada briosamente por generales tan valerosos como Blanco, Bsrnal, Hernández de Velasco, y los que les secundaban, era indispen- sable hasta para los mismos efectos de la acción política.

Los separatistas, los intransigentes, cuantos se hallasen fuera de la influencia que en la psz podía ejercer el nuevo estado de derecho, habrían de observar que las instituciones autonómicas concedidas á Cuba no eran hijas de la impotencia. Se castigaba á la sazón á los re- beldes en armas más y mejor que en|^las pasadas circunstancias. El rigor no cesaba sino para los pacíficos concentrados.

* *

Por otra parte, los insurrectos vacilantes; los que en su ánimo lle- vaban la convicción de que la lucha prolongada era la ruina de Cube; los que hallaban buenas las reformas, pero no se resolvían á presen- tarse por temor de que pudieran vencer los separatistas, sentiríanse más inclinados á la paz. Porque con la independencia no tendrían ins- tituciones más libres que las que iba á tener la población pacífica de Cuba y en el cmpo rebelde podían hallar una bala ó una bayoneta que de un golpe los privase de todos los derechos.

La proximidad y contacto con nuestras columnas habría de alen- tar también á los que deseaseu presentarse á indulto. No era lo mismo salvar en pocas horas la distancia entre el campo de la rebeldía y el de

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la legalidad, que el pasar alguaos días en ese tránsito y en riesgo de caer bajo la guardia negra de Máximo Gómez.

Desde cualquier punto de vist?, desde el cual se mire la campaña abierta con tanta bizarría en Cuba, hay que reconocer que fué de gran provecho nacional. Levantó el fatigado ánimo del pueblo español; res- tableció la moral en las tropas que guerreaban; sostuvo en los cubanos leales la confianza en España; confortó la adhesión de los tibios; inclinó hacia la legalidad los vacilantes y debilitó la esperanza de los contuma- ces rebeldes.

No se necesitó exhortar á los que por observación é iniciativa pro pías se penetraron tan admirablemente de las circunstancias. De seguro el gobierno de la metrópoli les participaría ó les participó el lisonjero efecto que sus determinaciones y actos causaron en la Península. Y esto bastaría y sobraría para que aquellos bizarros generales redoblasen, si preciso fuera, sus esfuerzos.

La suerte nos favorecería en lo sucesivo más ó menos, porque la combinación del accidente no depende de la voluntad humana en la mayoría de los casos. Pdro á todos los hombres patriotas, no esclavos de la preocupación ó del apasionamiento, apelamos para que pregunten á su conciencia si en cuanto á Cuba se refi ;re no era otro ambiente el que se respiraba en los primeros días de Diciembre del 97.

* * *

Con datos recogidos sobre el terreno y cuya autenticidad estaba garantida por la observación directa y el testimonio de todos los infor- mes oficiales y los de las personas de mayor arraigo y conocimiento del país, recibimos el día 3 de Diciembre, un amplio ó interesante informe

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de uao de nuestros corresponsales en el teatro de la guerra, referente al estado de la insurrección en la provincia de Pinar del Río.

Resumiendo los datos y noticias más importantes que el extenso informe contenía, resulta lo siguiente:

De loi 25 términos municipales de que se compone la provincia, se encontraban casi destruidos los de Diego Núñsz, Guayabos, Cruz y Mangas; en regular estado los de Alonso Rojas, Cabanas, Paso Real, Mantua, Gaanes, Bija y Guayabal; reconstruidos Sin Cristóbal, Palma, San Diego y San Juan y Martíaez; bien conservados la capital, Mariel, Artemisa, Candelaria, Consolación del Norte y del Sur, Los Palacios, San Luis, Guanajay, Vinales y Bahía Honda.

La población de aquella provincia, según el último censo, ascendía á 230.000 habitantes, y á la fecha estaba reducida, según los cálculos más aproximados, á 120.000,'^hallándose de éstos reconcentrados 40.000, divididos en la siguiente forma: 12.000 hombres, 13.000 mujeres, y 15.000 niños.

Esta población reconcentrada ofrecía un aspecto tristísimo. Gentes famélicas y astrosas, víctimas en sus hacinamientos de la viruela, fie- bres palúdicas y disentería, enfermedades que se cebaban en aquellos desgraciados dando un contingente diario á la muerte que causa ho- rrenda pena.

Disde quj se tomaron las acertadas y humanitarias medidas adop- tadas en su favor por el general Blanco, esas familias reconcentradas comían dos ranchos, y la caridad procuraba además remediar aquellos horribles estragos qua amenazaban concluir con la población.

Hacíanse en Pinar del Río trabajos importantes para legrar la paz definitiva de la provincia y en tal sentido se esforzaba el gobernador civil autonomista señDr Freiré, pero nada podía anticiparse hasta la ficha sobre el remítalo que esta esfuerzo habría de dar.

A pesar del estado en qua se encontraba la provincia se habían he-

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cho extensas siecabras con las naturales precau:ioaes para su defensa, y se preparaba una buena cosecha de tabaco.

A la fecha podía considerarse asegurada en Vuelta Abajo la mitad de la producción con relación á la cosecha anterior á la guerra y «si se derogase el bando que prohibió la exportación del tabaco ea rama, aumentarían considerablemente las plantaciones y habí í a derecho á esperar un rendimiento igual al que se obtenía antes de que la guerra hiciera los estragos que tanta miseria originan.»

Otros cultivos que allí se aproveciaban habían sido destruidos.

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Como en toda la isla de Cuba, había en la provincia de Pinar co- marcas enteras dedicadas exclusivamente á la crianza de ganados, y aunque la permanencia de la guerra había destruido mucho, aún que- daban reses vacunas en bastante número. No sucedió lo mismo con los caballos, de los que se veían muy pocos.

Dasde que se preparó la declaración de pacificación de aquella provincia, se habían dado cifras bien diversas sobre el número de in- surrectos que sostenían la rebeldía en Vuelta Abajo. A la fecha, según los datos qu3 se consideraban más aproximados á la verdad, había en ei campo 2.000 insurrectos armados, organizados de la siguiente ma- nera:

Comandante en jefe de la provincia, Perico Díaz.

Tres divisiones: jefe de la primara, Vidal Ducassi. Ocupaba con Díaz las lomas del Nordeste de la provincia.

Jefe de la segunda división, Juan Ducassi, que tenia á su cargo la parte del Sur y la vía férrea que enlaza Pinar con la Habana.

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Jefe de la tercera división, Lorente, á cuyo cuidado corría el Oeste de la provincia.

Las fuerzas insurrectas batidas aquellos días por el general Bemal, fueron las de Perico Díaz, hermanos Ducassi, y cabecillas Torres y Rojo, que llegaron á reunir 900 hombres.

Además de éstos mandaban los hermanos Camacho unos 200, que estaban situados en Asiento Viejo y Ceja Silvestre.

Tenían otros 200 hombres los cabecillas Poveda, Gallo, Pino, Guerra y Peña, que merodea- ban por Guanes, Naranjo y Ti- rado.

Payaso, Antonio Varona y Hernández, tenían unos 300, en los términos de Lajas, Mogote y Cortes.

Merodeaban con aoo, Urquio- la y Fajardo, y operaban con 400 hombres hacia el cabo de Sin Antonio, los hermanos Páez, Leite, Vidal, López, Lora, Torres, Negro y otros cabecillas de segunda y tercera fila. (Estas cifras están sacadas de datos su- ficientemente comprobados).

El armamento que usaban los partidas era muy diverso. Unas lle- vaban Maüsers, otras Remington y la generalidad Winchester, Folt y rifles relámpago.

Las fuerzas del ejército en toda la provincia se componían de doce batallones de infantería, uno de Marina, un escuadrón de la guardia

Junta autonomista Don JOSÉ MARÍA. GALVEZ

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civi], una compañía de transportes y una batería de artillería de monta- ña, formando un total en revista de 13 501 soldados y 500 jefes y ofi- ciales.

Da este contingente hay que deducir 3.000 enfermos que estaban en los hospitales, i.ooo convalecientes, 4.000 en servicio de guarni- ción y 1. 000 entre oficina.';, transportes y asistentes.

Quedaban, pues, para operar en columna, 4.500 hombres de to- das las armas, y además las fuerzas de guerrilleros y voluntarios mo- vilizados.

Triste impresión h'zo en nuestro ánimo y gran interés tuvo el despacho que desde la Habana nos trasmitió el día 4 nuestro correspon- sal especial. No había en él nada que no mereciera llamar nuestra atención.

Decía así:

^Habana, 4. Aunque no completos, se reciben nuevos datos de las operaciones que se están realizando en Oriente, que no modifican las impresiones desagradables que desde hace días están aquí muy ge- neralizadas.

Témese que continúen las numerosas fuerzas rebeldes atacando los poblados que tienen pequeños destacamentos, y se extiende mucho la creencia de que en Guisa ha ocurrido algo semejante á lo que aconte- ció en Victoria de las Tunas, si bien hasta la fecha no se han hecho públicos los detalles del nuevo desdichado suceso.

Esta movilidad de los rebeldes de Oriente ha determinado la reso- lución de llevar la guerra á ese departamento, en condiciones de ofen- siva, á cuyo efecto salen inmediatamente para Manzanillo, Holguín y

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Santiago de Cuba, fuerzas que estaban destinadas á operar en Las Villas.

La columna del general Segura es la primera que marcha al de- partamento Oriental, y tras él irán otras á fin de que cambie rápida- mente el carácter que aUí ha tomado la guerra.— X ' »

Aparte de la desagradable impresión que nos produjo el carácter que la guerra había to - mado en Oriente, y de lo que se iba trasparentando acerca del suceso de G lisa, ya comparado por cable al desdichado de Vic- toria de las Tulas, estaba la resolución de llevar fuerzas á Santiago de Cuba, sacándolas de las que acababan de ser des- tinadas á la peráecucion de - ximo Gómez en la jurisdicción de Sancti Spíritus.

Cuando los generales á cuyo cargo corría la dirección de la campaña, entendían necesario acumular fuerzas en Oriente,

por algo sería, pues no era posible suponer que siendo, como eran, experimentados en las especiales coadiciones del enemigo y en la clase de táctica qu3 empleaba para prolongar la lucha, desatendieran las zonas donde á la fecha iban á empázar los trabajos de la zafra, ha- biendo reiterado el generalísimo á sus secuaces la orden de destruir los ingenios.

Veíase á través de los despachos de aquellos días, el propósito de

Blanüo 24

Junta autonomista Don RAFAEL MARÍA LABRA

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operar en todas partes con energía y resolución, y esta actividad po- vocó el aplauso entusiasta de los partidarios de la acci(*n de las armas, porque sólo con su íficacia, según éstos, sería posible el planteamiento del nutvo régimen; sólo con el éxito militar sobre el enem'go lograiía provechos la nueva política.

Claro se veía que los rebeldes se ífanaban por sostener núcleos más ó menos importantes en todas las provincias, y no se ocultaba á nadie que, permaneciendo Gómez á Occidente de la trocha central, en la época de la zafra, la actividad de Calixto García y Rabí en Oriente podía tener por objeto, no sólo mantener el espíritu de la emigración para influir en los debates de las Cámaras norteara aricanas, sino llamar hacia allí fuerzas leales que pudieran hacer imposibles sus planes en las provincias occidentales.

La guerra, pues, entraba en un peí iodo interesantísimo.

Con llamar mucho la atención la nueva fase política, las miradas hubieron de dirigirse preferentemente hacia el carácter que tomaba el desarrollo de la acción de las armas.

* *

Las columnas mandadas por el coronel señor Bruslla y el tendente coronel señor Palanca, que operaban en combinación por la jurisdic- ción de Sancti Spíritus, dieron alcance á las partidas de los cabecillas Pancho Carrillo, el negro González y otros, batiéndolas y poniendo en dispersión al enemigo, el cual dejó en el campo del combate 25 muertos.

Los hacendados activaban sus trebejos para la molienda. Apesar de les dificultades ccn que luihebael créditoy haber quedado las fincas

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sin medios auxiliares para las faenas del campo, se conssguirú hacer la zafra.

El día 3 empezaron á cortar cañi y á moler cuatro ingenios en la provincia de Matanzas, y en toda la semana inmediata darían comien- zo á estas fienas otros varios iagüiosenlas de la Hibaaa y Las Villas.

La cuestión económica preocupaba mu :ho á las autoridades y á las corporaciones que más relación tienen con los intereses materiales del país.

Sendo esencial para todos que se hiciera la zafra en las mejores condiciones pasibles, y teniendo en cuenta los buenos propósitos del gobernador general en fávor de la agricu'tura, los hacendados, presi- didos por el marqués de Ap3ztegaía, nombraron una comisión quegas- tionase los siguientes asuntos:

Introducción de ganado de labor, procíiente de Puerto Rico, con apoyo del Gibierno; rebaj i de los fl tes que pagaba la caña; organiza- ción de las fuerzas movilizadas para la defensa de la propiedad parti- cular, á fin de que coadyuvassn á la defensa general.

Estaban en vísperas de moler los ingenios «Co istancia», «Aidre- sito» y «Parque Alto», y otros varios estaban almacenando combusti- bles para aliaaentar los motores.

Aunque había mejorado considerablemente la cuestión monetaria, por haber disminuido en parte la tristíjima perturba:ión que produjo en el mercado el billete de guerra, no se había logrado llegar al equili- brio que necesitaba el comercio en sus diversas manifestaciones, y sien- do preciso llegar á la normalidad, autoridades, establecimientos de eré lito y corporaciones se ocupaban con afái en buscar los medias más prácticos.

Consecuincia délas entrevistas que venían celebrando el gober- nador general con el del B meo y el intendente, y con é ;tos los presi- dentes de las corporaciones, se anunciaba la publicación en brevísimo

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plazo de una disposición autorizando la cotización del billete y am- pliando su circulación.

*

Según informes oficiales, fuerzas de la divisióa de Manzanillo á las órdenes del coronel Tovar, enviadas en auxilio de Guisa, sostuvie- ron fuerte combate en loma Pielra con numerosas fuerzas rebeldes ventajosamente posicionadas.

Nuestros soldados tomaron todas las posicioces que defendían los insurrectos, á quienes batieron y causaron numerosas bsjas, que pu- dieron retirar aprovechando lo accidentado del teireno en que se libró el combate.

La columna tuvo dos soldados muertos, y heridos el comandante del batallón de Baza, señor Latorre, los médicos señores Maitorell y Arbat, el ayudante y capellán de dicho batallón y 38 individuos de tropa.

Batido y disperso el enemigr, la columna continuó la marcha á Guisa para restablecer la comunicación heliográfica y seguir la perse- cución de las partidas en combinación con la columna del general Al- dave, la cual llevó un convoy á Bayamo, sosteniendo en el camino al- gunos tiioteos.

Continuaba reconcentrada la atención en el desarrollo de la guerra

en O.iente, de donde se esperaban á cada instante noticias de interé?.

El día 3 se supo en la Habana que había ocurrido en aquel depar- tamento otro suceso desgraciado. El destacamento de la Caimanera

hábil sido atacado y rendido por el enemigo.

Añaciíase que los insurrectos se habían apoderado también de Ji

guaní y C tuto EiLbarcadero, amenazando á Bayamo; que la columna

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del general Linares había sido batida por Calixto García, y que no lo habían pasado ó no lo pasaban bien las fuerzas de la columna Arólas, que iban en socorro de los pueblos amenazados por los rebeldes, por los combates que habrían tenido que librar en los pasos de Buey y de Jucaibfma..

Al hacerse eco la prensa peninsular de esos rumores, transmitidos por sus corresponsales, causaron gran impresión en la opinión, á pesar de negarlos categóricamente el Gobierno, por medio de sus órganos oficiosos, y afirmarse en los centros oficiales que ninguna noticia se te- nía de tales hechos.

Esto no obstante, la expectación era grande en toda la Península, en espera de detalles y de noticias oficiales de Cuba.

^••••^ ^m

CAPITULO XVI

Catástrofe sanitaria. —El informo del inspector general señor Losada, guerra. Triste triunfo de la verdad. 32.000 enfermos por hambre Los autores de la catástrofe y el pueblo español. El mensaje del presidente de la gran República. Reflexiones y re- membranzas.— Intervención i/anJ.-ee. Lh política de los norteamericanos y la de los Go- biernos españoles. Optimismo ministerial. Nuestra ignorancia y nuestro Baori&cio.

f a.\>j graademente peaible y dolorosa fué la impresión

,V que ea nuestro ánimo produjo,— como causóla ssgura-

li!;, mente en el de todos los españoles— la lectura delin-

fcrme del Inspector general de Sanidad militar del

ejército de Cuba, general Farnández y F. Losada, de i.° de

Noviembre de 1897!

¡¡Más de 32.000 soldados en los hispitiles, sin otra enfer- medad que la fatiga y el hambre!!... El ánimo se subleva al impulso expontáneo de la indignación que le produce una cifra tan enorme de desdichados, víctimas del abandono, de la negli- gencia ó del abuso, y formula la más enérgica protesta y vigorosa coa- denación del crimen de lesa patria, de lesa humanidad, cometido con los encargados de mantener con su esfuerzo en Cuba la bandera nacional, de defender la integridad del territorio patrio, de perpetuar la sobira- nía de España.

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Las improvisadas operaciones de Vuelta Abfjo (improvisadas des- pués de ocho meses de preparación), produjeron en los primeros días 9.000 bijas de hospital. Diariamente ingresaron en los de la Habana 1. 000 enfermos, ¿y de qué enfermedad?. Díganlo los siguientes párra- fos de una carta escrita por persona autorizada, verídica y seria:

«¿Saben ustedes qué tienen? Extenuación y paludismo, efecto del agotamiento por hambre y fatigas sin cuento... y sin substancia. Ayer me decía uno que se había pasado cinco días con una galleta. No se hace más que un rancho con carne palpitante, cuando la hay, y de esa carne se hace guardar si soldado una tajada para todo el día siguiente por la tarde.

»... Parece esto la peste de Otranto, y, sin embargo, aquí no hay peste, porque la fiebre amaiilla apenas da contingente á los hospitales... Esta es peste de imprevisión....

»E1 soldado está agotado de fatiga y malalimentado,»i,Estolodice el señor Fernández Losada en su informe.)

Y más abfjo añade:

«No sólo existe en los hospitales la cifra enorme de 32.000 enfer- mos, sino que además forman en filas un número crecido de soldados debilitados, anémicos, agotados por el canssncio y por los defectos en la alimentación...»

Y en otro párrafo agrega;

«Las marchas fo; zadas llevadas hasta el agotamiento del soldado, sin altos suficientes para la reparación de las fuerzas de infantería, sin permitir el sueño durante las horas necesarias para el descanso del sis- tema nervioso, y todo esto realizado á veces por sistema, sin estar siempre aconstjado por exigencias ineludibles de las operaciones, han contribuido mucho á la moiboíidad del ejército, porque debilitando las fue izas de los individuos, ha colocado á éstos en condiciones las más abonadas para ser víctimas de las enfermedades infecciosas.

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¡Así se comprende la reducción del ejército de Cuba en la aterra- dora proporción de 200.000: 53.000 que demostró la revista de No- viembre!

***

Todo el que lea, bajará instintivamente la cabeza y se sobreco- gerá de angustia bajo el peso abrumador de las cifras.

De los 200.000 hombres que allá fueron en poco más de un año, quedaban tan solo en aque- lla fecha 114 930.

Eran, pues, 85.100 los que habían muerto en la manigua ó en los hospitales, los que habían sido echados al mar en los via- jes de regreso, los desaparecidos en la isla y los que, minados por la anemia y por la tuberculosis, habían encontrado en nuestras W///, ' J^^^^^/W////M/' villas y aldeas anónima sepul-

tura.

De los 1 14.900 restantes, había en los primeros días del refe rido mes de Noviembre más de 32.000 enfermos, muchos de los cuales dejaron de existir, sin tornar á pisar el patrio suelo.

Estaba, por lo tanto, reducido el contingente á 82.900 hombres útiles, y había rebasado en trágica proporción el número de les muertos al número de los vivos útiles.

k.

Junta autonomista Don RAFAEL MONTORO

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Bien pronto desaparecería la pequeña desigualdad entre los muer- tos y los vivos, porque en dos ó tres meses más de campaña, muchísi- mos de los segundos irían á reuníase en la hoya ó en el fondo del mar con sus desventurados compañeros.

Toda una juventud sacrificada; toda una generación perdida. ¡Es horroroso! No había ya"hogar de campesinos ó de trabajadores sin luto, y aún en las grandes ciudades donde no se notaba tanto el vacío, sgran- dábasa cada día más en las casas, en las iglesias y en las calles la terri- ble mancha negra.

Y á los datos mencionados hay que juntar aún otros, no menos sombríos.

Habían perecido cerca de 200.000 campesinos insulares de los su- jetos á la reconcentración, los cuales, no porque entre ellos hubiese re- beldes y sospechosos, dejaban de ser hijos ó subditos de España.

¡Solamente en los relatos de la Sagrada Escritura hay ejemplos de tamaño desastre colectivol

Si algúa consuelo puede haber á tanta tristeza, es el considerar que, gracias al cambio de dirección en la política y en la guerra, ope- rado en la isla con la mudanza de la autoridad suprema, ya no se ex- tinguirían sin tasa ni medida tantas preciosas vidas de españoles.

Por el camino que durante dos años seguimos, hubiéramos tenido que continuar, sabe Dios hasta cuando, ofreciendo en holocausto inútil á la patria, la vida de los hijos mozos y el pan de los hijos pequeños. A fines de 1897 excedían de 100.000 los muertos y los inutilizados; 200.000 hubieran sido afines de i8q8. Aparecía disminuida en Noviem- bre del 97 en más de un tercio la población normal de Cuba. Menos de la mitad hubiera sobrevivido en ella en el transcurso de otro año.

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Véase con cuanta razón pidieron algunos periódicos y escritores, á tiempo de evitar mayores males, que se pusiese efi;az remsdio alas des- venturas del ejército de Cuba. ¡Calcúlese cuántos desgraciados murieron por culpa de los que, en vez de averiguar lo que pasaba (averiguación por cierto, innecesaria, pues sabían loque aquellos y aún más), prefirie- ron emplear todas sus fuerzas en ocultarlo y negarlo, gritando, á sa- biendas de lo contrario^ que las denuncias eran falsas, que el soldado estaba más atendido que nunca, y que le mataban el clima y la guerra, de ningún modo la imprevisión, la incapacidad y... otros enemigos peores!

De los que tal hicieron, unos han dado ya cuenta á Dios de sus faltas. Los demás gozan de la impunidad y hasta se atrevieron á pedir los honores del triunfo; y mientras en Cuba trabajaba en la mejora del rancho de los soldados una Comisión, bautizada por el ingenio popular con el expresivo título de Junta para la extinción del hambre, ellos brindaban en opíparos banquetes, ahitos de suculentos manjares y bue- nos vinos.

Averiguado, como ya lo está plenamente, que en Cuba han muerto de hambre y de fatigas, tan grandes como inútiles, muchos miles de soldados de la patria, y que otros tantos ó más quedarán enfermos é inútiles para toda la vida, solo resta saber si no habrá quién exija las responsabilidades á que haya lugar, y si España ha de dar al mundo el desdichado espectáculo de la absoluta impunidad de los que han ani- quilado su ejército y manchado su hDnra, produciendo la mayor catás- trofe de la historia nacional. Si esto ha de ser así, bien puede asegurarse que apenas hay España, que el pueblo español no existe; porque pueblo que ante tales crímenes no se indigna y subleva es un pueblo muerto; porque cuerpo en que tales crímenes no provoca un movimiento gene- ral de indignación, sin duda no tiene otra vida que la puramente vege-

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tativa. D3 existir en ellos alguna energía, por poca que fuese, toda ella se emplearía en demandar justicia.

¿Y aún habrá quién se atreva á afirmar que el pueblo español es impresionable, alborotador y levantisco?...

* *

La Agencia Pabra transm'úióua extenso extracto del Mensfje di- rigido por el presidente de la República norteamericana, mister Mac- Kinley, á las Cámaras federales, y leído en la sesión inaugural del Cor - grcso en Washington, la tarde del 6 de Diciembre. El popular diario de Madrid, El Imparcial, haciendo un esfuerzo periodístico que le hon- ró á él y á la prensa española, lo publicó íntegro en su editorial de la mañana del 7. Leímoslo con atención, pero sin extrañeza, no habiendo hallado en todo el documento presidencial cosa alguna que no esperá- ramos.

Dejando á un lado su primera parte, en la que el presidente de la República federal daba por averiguado que Cuba vivía descontenta de España hacía muchos años y en estado de resistencia contra ella, con- signaremos al correr de la pluma, por no permitirnos otra cosa la ín- dole de esta nuestra Reseña, algunas de las reflexiones que nos sugi- rieron los puntos capitales tratados por Mr. Mac-Kinley.

Uno de ellos es la declaración oficial del ofrecimiento de los bue- nos oficios del gobierno de Washington al gobierno de Madrid en Abril de 1896, y la publicación de la respuesta del español, que fué ésta:

cNo hay medio práctico de pacificar á Cuba, á menos que no co- mience con la sumisión efectiva de los rebeldes á la madre patria».

En Febrero había empezado la concentración de pacíficos. Mac- Kinley la llama cruel y dice que á los habitantes agrícolas se les reunió

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en rebaños. ¡Permítasenos expresar aquí nuestro pesar por habérsele dado ocasión de decirlo, sin que nos quede el derecho de rechazar la especie por calumniosa I

Las gallardías del ministerio conservador desvaneciéronse en un año justo. En Febrero del 97 dio el señor Cánovas las reformas aqué- llas, que eran la autonomía sin el título y sin autonomistas, y cuya absoluta ineficacia pacificadora debió abrir los ojos á los que opinaban por la sola acción política. Acerca de ellas guardó el Mensaje piadoso

OBRAS DE DEFENSA EN EL PUEBLO DE YAGUARAMAS (Cienfuegos)

silencio. En cambio dice que protestó firme y enérgicamente de la po- lítica que en Cuba seguíamos, induciéndonos á la sospecha de que, las notas en que estas protestas se consignaron y las respuestas de nuestro Gobierno, fueron del número de aquellas comunicaciones cuya reserva se pidió desde Madrid. ¡Tales serían ellas y tan bien parada dejarían nuestra honral

* * *

El embajador extraordinario de los Estados Unidos, mister Wood

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fjrt, no trajo ultimátum, sino una recapitulación de los agravios y per- juicios que la gran República sufría á causa de la continuación de la guerra y el aviso de que no podía consentirlo indefinidamente.

El ministeiio liberal presidido por el señor Sagasta replicó anun- ciando una mejoría inmediata'en la situación de Cuba, y asegurando que las provincias occidentales estaban casi completamente pacifica- das. Esta era, entonces, la verdad oficial en España. Diéronla de aquí como expresión fiel de la realidad, sin pensar qu: los norteamericanos tenían diferentes noticias y que esta pacificación fantástica había de quedar muy en breve desmentida por los hechos. Más de 13.000 hom- bres había á la sazón en Pinar del Río. ¿Por qué no sacaba soldados de esta provincia el general^Blanco para mandarlos á Oriente donde tanta falta hacían?

Negaba Mr. Mac-Kmley en su Mensaje que los Estados Unidos hu- biesen faltado á sus deberes con España permitiendo salir de sus puer- tos armas y municiones para el enemigo. La negativa iba expresada en términos un tanto desdeñosos, que por la flojedad denuestras reclama- ciones teníamos harto merecidas.

Contra el reconocimiento de la beligerancia alegaba dos razones: que la rebelión no tenía ninguna de las condiciones necesarias para se- mejante reconocimiento y que ni á los rebaldes ni á los Estados Uni- dos les convenía este estado de derecho. A aquella «le sería mucho más imposible que ahora preparar esa situación (la necesaria para ser reco- nocidos como baligerantes los rebeldes), mediante los auxilios ó las simpatías dentro de nuestro territorio.» En este pasaje la sinceridad triunfa de la diplomacia.

Terminaba el Mansrje con frases de alabanza para la nueva políti- ca, haciendo una sucinta exposición del régimen autonómico y mani- festando que la impaciencia no debía embarazar la obra sinceramente emprendida por el señor Sagasta.

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Pero tras un elogio caluroso de los comienzos del sistema político y militar del partido liberal, venía la declaración terminante de que si la paz no se conseguía, los Estados Unidos emprenderían otra suerte de acción «afrontando las consecuencias sin temor y sin vacilaciones y protestando de que si se vetan obligados á intervenir con la fuerza lo harían, pero no por culpa suya, sino compelidos por la necesidad de modo tan claro, que pudieran contar con el apoyo y la aprobación del mundo civilizado».

*

* *

En esas últimas palabras está lo importante del Mensaje, porque ellas contienen la clave de la conducta de los norteamericanos en el asunto de Cuba. Los Estados Unidos no querían ni habían querido nunca la guerra con España: no la necesitaban para el logro de sus fines. Les bastaba la rebelión para llevarnos al agotamiento, y cuando éste llegase, habría llegado también el instante de intervenir sin peli- gro y con fruto inmediato.

Y, con efecto, nuestro modo de conducir la política y la guerra, nos iba á poner en este duro trance^ más duro todavía para los que, como nosotros, tenían la profunda convicción de quede habernos con- ducido con acierto, otro muy diverso hubiera sido el resultado. Pero no supimos ser hábiles ni ser fuertes. Quisimos resolver el problema ganando tiempo, cuando cada día que pasaba era una derrota para la causa española; pretendimos engañar con astucias propias de nuestros parlamentarios, á quienes sabían más que nosotros; no tuvimos esta- distas que se atrevieran á resolver la cuestión en sus comienzos, abor- dándola de frente en Marzo del g^, cuando el incidente del Alliance, y á la fecha, cansados y humillados, estábamos á merced de nuestro ver- dadero enemigo, muy cerca de llegar al terreno á que siempre quiso llevarnos y del momento que se propuso escoger.

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El Mensaje de Mr. Mac Kinley á las Cámaras federales, abrió los ojos á casi todos los españoles, descubricadoles la verdadera situación en que España se hallaba. Acabóse el secreto, que cuidadosa rn ente nos guardábamos unos á otros; éramos una nación intervenida por otra más poderosa; la intervención era todavia pacífica, pero ya estaba anun- ciada la violenta, reservándose el interventor el derecho de elegir, cuando le pluguiera, la ocasión y el motivo.

Las pasioncillas políticas culparon de esta desdicha al Gobierno li- beral gobernante ó al Gobierno conservador pasado. Nosotros, libres de ellas, distribuímos la culpa entre todos, por partes equivalentes á los medios que cada uno tuvo de evitar que nuestra patria hubiese venido á ser una suerte de Turquía de Occidente, con su cuestión de Creta in- clusive.

Hace muchos años que los presidentes de la Unión americana em- pezaron á tratar de Cuba en documentos oficiales como de cosa propia. La circular de Mr. Adams (Abril de 1823) es buena prueba de ello. De entonces á la fecha nos habían dado tantas muestras del mismo empe- ño, que no es posible mencionarlas en un capítulo de una Reseña. Bas- te recordar su conducta en los diez años que duró la guerra pasada.

***

Los norteamericanos tenían una política, en la cuestión de Cuba, y la seguían sin apartarse de ella un punto. Nosotros, en cambio, no ha- bíamos tenido ni teníamos ninguna. De aquí nuestra completa derrota diplomática en las relaciones con la gran República, la cual, perseve- rando año tras año en el propósito de hacer del problema cubano asunto casero y no encontrando de nuestra parte astucia ni energías que lo i-upidieran, ni quien afirmase nuestro derecho á resolverle solos, según

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nuestra voluntad, había logrado al fin establecerse tan sólidamente en esta posición, que ya no era fáñl expulsarle de ella.

La intervención de los Estados Unidos en Cuba había sido consen- tida por España y, principalmente, por el Gobierno presidido por el señor Cánovas del Castillo. No la inició Mac Kinley en su Mensaje. El mismo tono de ábitro disgustado con que aqué. habla en éste empleó Cleveland en el suyo del año anterior. Si en los últimos párrafos del documento se mostraba algo más amenazador no por eso se ha de ver diferencia en la actitud de ambos. Eran términos de una serie queem pezó en el Presidente Washington y llegaba hasta el que á la sazón ocupaba la Casa Blanca. Qaiea quiera que hubiese estado en el lugar de Cleveland ó en el de Mac Kinley se hubiera expresado en los mis- mos términos que ellos, por que no t jnían ni podían tener programa personal.

En España sucedía, y sucede, por desgracia, todo lo contrario. Cada año ó sño y medio hay uq Gobierno y cada Gobierno tiene un progra- ma, el cual se reduce en lo exterior á mudar de personal diplomático, en lo interior á mular el burocrático y á hacer nuevas elecciones. El mayor motivo de enojo que pudiéramos dar á cualquiera de nuestros gobernantes en estos últimos años de paz y supuesta bienandanza era ir á quitarle el tiempo h ibláidole de Marruecos, de América, de la fron- tera del Pirineo, de la defensa de las Baleares ó de las Canarias, de Ceuta y del campo de Algeciras, de las ambiciones americanas y de la actitud de los ingleses, de la necesidad de prepararnos para posibles conflictos, etc., et;. Su pensamiento no era otro que el del siempre equivocado señor Castelar, expresado con tropical elocuencia en Febre- ro del 88 y condensado en estas lastimosas palabras pronunciadas en el Congreso para negar la necesidad de armamentos: «¿Qaé debe hacer ti Gobierno?'' Pues el Gobiernodebe hacer lo más cómodo: no hacer nada.»

Nunca participamos del candoroso optimismo de los ministeriales

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de entonces, por las mismas razones que teníamos pura combatir el de los ministeriales de antes. Siempre hemos creído que la solución del pleito que España sostenía en América esttba en la Casa B'anca. Por no haberlo entendido así nuestros políticos, no supieron hacer la psz ni la guerra y nos han traído á la situación en que nos hallamos.

El momento anucciado por Mac Kinley llegó, encontrándonos lo mismo que estábamos.

Toda Europa lo vio venir: los principales periódicos del mundo nos lo advirtieron. Sólo nosotros nada sabíamos ni temíamos y marchá- bamos al sacrificio como uca res al matadero.

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CAPITULO XVII

Exigencia del honor. La concesión de la autonomía. La situación oreada á España por el Mensaje do Mac-Kinley. Gallarda y airosa actitud. Egoísmo de las potencias euro- p.as. La toma de Guisa. La columna Torar. El poblado y la guarnición. Detalles del sitio y del ataque. 5.000 rebeldes. Defensa heroica. El capitán Ceballos. El sargento Ibnrdisan. La torre heliografioa. Guisa reconquijtada. Los crímenes del tigre de Oriente. La situación en el departamento Oriental. La actividad de Máximo Gómez. Impresiones favorables de los Estados Unidos.

L comenzar á escribir el precedente capítulo, hemos va- cilado buen rato. Pjdíimos haber agrupado en cuatro párrafos un manojo de generalidades á propósito del Mansaj j de M'. Mac-Kinley, á fia de ex;luir de todo riesgo nuestro voto. Pero debemos á nuestros lectores el jui- cio sincero y entera la opinión, y por esto hemos resuelto cumplir nuestro deber hasta el fin, ya que del honor y del de- coro nacional entendemos todos ios españoles, hasta los más modestos.

Los párrafos que en su Msnsají á las Ganaras federales dedicó el presidente de la República de los Estados Unidos á los asuntos de Cuba, encierran alguna habilidad y mala intención.

Dj las dimasías y devastación de la gu ;rra culpó sólo á las tropas españolas, ni más ni manos que si los insurrectos hubieran paseado la

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isla dedicados al riego de los árboles y á la siembra de cañaverales; ni más ni menos que si los aventureros y negros bozales que seguían á Máximo Gómez y á Calixto García no hubieran sido siempre los mir- tnos que hacía pocos días ataron con alambres á los españoles para que- marlos vivos.

Da las expediciones filibusteras salidas de la gran República, ha- bló coa cinismo que exalta todo criterio que no haya perdido en abso- luto la noción de lo justo. Expuso que habiendo España concedido la

CAÑO.NEKO «HALCÓN»

autonomía, y no teniendo los rebeldes condiciones dentro del derecho internacional para conseguir la beligerancia, se negf ba á ella, pero no sin deslizar hábilmente que el declararla fuera peor para el interés de los norteamericanos y para el de los insurrectos de Cuba, ya que la be- ligerancia otorgaría á España el derecho de visita de buques, aparejado con alguna otra veateja.

Y por último, manifestó de un modo terminante y categórico que, si á pesar de la autonomía y de los esfuerzos de España la guerra pro- seguía, los EstMios Unidos intervendrían por medio de las armas. De-

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claración ésta que vale tanto como advertir á los cubanos que debían perseverar en su actitud para ofrecer á la gran Rspública pretexto que la permitiera arrancar de Cuba la- enseña de Castilla, aquella misma bandera que rasgara su lienzo para que se fabricaran todas las ingratas banderas americanas.

Sin embargo, creímos que era más fácil labor hablar desde el Ca- pitolio de Washington, hablar donde no se miden las palabras, que acudir á donde se miden las armas, porque abrigábamos la más abso- luta seguridad de que España quería y sabría mantener en Cuba el es cudo de las suyas.

* * *

La concesión de la autonomía, medida á que obligó el error de pasadas administraciones y el desacierto del gobierno conservador, des- de luego nos proporcionó una ventaja. Los Estados Uüidos se vieron forzados á otorgar un plazo. Los Estados Unidos no pudieron interve- nir entonces, por haber sido quien solicitó las reformas autonómicas en favor de sus protegidos de la manigua.

Pero se trataba de un plazo que los insurrectos habían de cuidar de llenar, con la guerra de huida y de emboscada, de destrucción y ruina, ante la esperanza de aquella prometida intei vención, y cumpli- do ese plszo, que los yankees sabrían aprovechar para acabar de prepa rarse, se ostentarían é:>tos á título de salvadores de la humanidad, pre- tendiendo arrcjarnos de América.

Tal era la situación, según se deduce del referido Mensaje de Mr. Mflc-Kinley.

Contamos con un período de tiempo que esos ensoberbecidos mer- caderes que se reconocían ciudadanos de moderna Roma, con muchos

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Taylor y un Mac-Kinley, pero sin ningúa César, no podían violar; pues bien, esa forzada tregua que nos procuraron, justo es reconocerlo aun por los menos ardientes partidarios de la autonomía, los decretos publicados en la Gaceta de Madrid, debíamos aprovecharla para dis- ponemos á salvar la honra nacional.

Ahora bien; ¿la aprovechó el Gjbierno de la Regencia?... Los luc- tuosos hechos ocurridos posteriormente, que grabados están aún en la mente y en el corazón de tolos los españoles, hablan por nosotros.

Al publicar aq lellos decretos en la Gaceta qu;daron, ya que no rotos, muy flojos los vínculos del interés material de España en Cuba, pero al hacer d(j xión de tales ventajas, adquirimos una de inestima- ble valor. No luchábamos ya por defender un negocio de la nación, pe- leábamos alentados de estímulos de Índole puramente moral elevadísi- ma: por el nombre y la bandera de España.

Situación desembarazada y hermosísima, situación que nos lleva- ba con mayor entusiasmo al combate, situación eminentemente espa ñola. El hidalgo Don Qaijote no reñía jamás mediando el interés.

Esa tan gallarda y airosa actitud, sobre procurarnos la firme deci- sión entre nosotros, nos ganaba la voluntad de las potencias extranje- ras, las que á menos que se borrara de la tierra la idea de la justicia, no podrían dejar de prestarnos su apoyo moral cuando se viera que los Estados de la Unión querían arrojarnos de Cuba sin pretextos siquiera de razón... ¡Desgraciadamente para la causa de España, y con mengua y daño de la moral universal, no sucedió así, y la idea de la justicia quedó borrada de la faz del mundo civilizado por el egoísmo de las po- tencias que se llaman civilizadas, y por el individualismo que caracte- riza nuestro fin de siglo!

* * *

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Ampliando las noticies oficiales que se teLÍan respecto al ataque y toma del pueblo de Guisa por los rebeldes orientales, recibimos el día 7 de Diciembre un extenso despacho de nuestro corresponsal en Santiago de Cuba, fechado en Manzanillo el día 4 y trasmitido desde la Habana el 6, comunicándonos interesantísimos detalles ecerca del desgraciado suceso.

A pesar de los esfuerzos del teniente coronel señor Tovar, al frente de su columna de auxilio, eo pudo llegar é tiempo para librará los he- roicos defansores del citsdo poblado. Estaba separado de éste por una distancia de más de 16 leguas de penoso camino, sembrado de enemi- gos en acecho, que tardó en recorrer cuatro jornadas.

Después del combate en Loma Picara, la columna tuvo que soste- ner otros en las cercanías del pueblo, obligando al enemigo á abando- nar las posiciones que ocupaba en los contornos de Guisa, cuyos alre- dedores estaban interceptados por trincheras y explosivos.

Al llegar la columna á Guisa no encontró á ninguno de los defen- sores del poblado, que estaba formado por solo cinco casas y unos tres- cientos bohíos, todos los cueles habían sido destruidos por los insur- rectos.

El poblado de Guisa, de la jurisdicción de Bayamo, al Sur de la provincia oriental, tenía en sus buenos tiempos una docena de casas regulares y muchos bohíos. Los habitantes no pasaban de 6oo. A la sa- zón no llegarían estos é 300.

La guarnición se componía de 140 hombres del batallón de Isabel la Católica, y los ingenieros encargados del servicio heliográfico. Pera Ja defensa de éste había tres fortines, cuyo único medio ofensivo y de- fensivo, eran los fusiles de los soldados.

La única ocupación del destacamento era esa defensa, porque Gui- sa no parecía llamado á ser amenazado por el enemigo, si se tiene en

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cuenta su posición topográfica y el no tener comunicación sino con Cauto.

El asedio del poblado por los rebeldes comenzó el día 28 de No- viembre. En la mañana del siguiente día, apenas había amanecido, ro- dearon los sitiadores el pueblo, emplazando los seis cañones que lle- vaban casi á doscientos metros de los edificios y fortines, en posiciones ventajosas.

La guarnición se defendió del ataque con tenacidad y heroísmo, y

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ESTACIÓN DEL BINCON (Sagua la Grande)

el comportamiento del valeroso destacamento fué verdaderamente he- roico, defendiendo fortines y reducto hasta quedar sepultados en sus escombros. Pronto quedaron destruidos los fortines, pero los soldados siguieron defendiéndose.

El incendio se había apoderado y hecho presa de esos fortines y de algunas casas. La guarnición peleaba heroicamente, envuelta en lla- mas, hasta que á la una de la tarde penetraron los rebeldes en el po- blado.

Hallábanse heridos el capitán jefe de la guarnición don Rafael Ceballos Gavira, un teniente y cincuenta soldados.

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* * *

Aunque dueños ya del poblado los insurrectos, aún seguían de- fendiéndose en la torre heliográfica el sargento-jefe de aquel servicio, don Julio Iburdisan, el cual, al mismo tiempo que disparaba tu fusil, seguía trasmitiendo' las señales heliográficas á Bayamo.

Los ocho soldados' que, á las órdenes del referido sargento guar- necían la torre heliográfica, disparaban sus armas con verdadero fre- nesí, en tanto que su jefe Iburdisan trasmitía á Bayamo noticia del estado angustioso en que se encontraba la guarnición de Guisa y pi- diendo auxilio.

La torre referida recibió cañonazos disparados á doscientos metros de distancia, y cada uno de los disparo?, hechos con dinamita, cau- saba terribles destrozos en la fortaleza.

Así se defendieron aquellos valientes hasta las tres de la tarde. A esta hora el sargento lburdisau|trasmitió su último despacho heliográ- fice, que decía así:

«Enemigo sigue bombardeando esta torre. Trasmito noticia desde el foso. Dos piezas hacen fuego contra esta torre; dentro del pueblo ti- ran con otras cuatro piezas. Estoy herido de granada. El cabo grave. No puedo más. Iuurdis.\n.»

Inútil es decir que apenas se tuvo noticia del ataque á Guisa por fuerzas insurrectas, el, general Blanco desde la Habana, Pando desde Ciego de Avila y Arólas desde Manzanillo, dispusieron la salida de fuerzas en auxilio de los asediados, y en su consecuencia salió el te- niente coronel señor Tovar al frente de una columna, compuesta de 3.000 hombres y dos piezas de artillería.

La jornada era larga, más de quince leguas.

Imaginable es la impaciencia del bizarro jefe y de sus oñciales y

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soldados; impaciencia aumentada por haberse cortado la comunicación con Cauto é ignorarse lo que ocurría allí. Para averiguarlo fué expe- dido un propio desde Bayamo, pagándo'e treinta y cuatro pesos; pero el enemigo lo hizo regresar á tiros.

El día 30 supiéronse algunas noticias de la crítica situación 'de los defensores de Guisa, por el bravo soldado Pedro Méndez, quien en el momento supremo del ataque, se prestó voluntariamente á salir de uno de los fortines é ir á Bayamo cruzando entre las masas rebeldes sitia- doras.

Confirmó las noticias que ya se tenían, añadiendo que el fuego contra la torre heliográfica, siguió hasta las ocho de la noche.

Dijo también este valiente soldado que calculaba que las fuerzas enemigas ascendían á unos 5.000 hombres, que se suponían mandados por los cabecillas Calixto García, Rabí, Capote y Ramírez.

* *

La columna Tovar, después de pasar por Bueicito y Jiguaní, cuyos destacamentos se encontraban también en situación algún tanto crítica y comprometida, llegó el día 4 á la vista de Guisa.

En su difícil y penosa marcha sostuvo varios tiroteos y combates, sufriendo tres herídos.

Al llegar á las cercanías del poblado, que estaba ya en poder de los insurrectos, se encontró con que el enemigo había puesto grandes obstáculos en los alrededores de Guisa, rodeando el terreno de alam- bradas y colocando algunos torpedos. En el primer encuentro con fuer- zas enemigas, antes de llegar al pueblo, sufrió la columna cuarenta y dos bajas, consistentes en dos soldados muertos, y el comandante señor Latorre, los médicos Arlati y Martorell, un capitán y 36 individuos de tropa heridos.

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Dsspuéi, cuando faeron salvados los obstáculos, tomaron las lomas y se apoderaron de las posiciones ocupadas por el enemigo, que huyó, tuvo las siguientes: Ua muerto de tropa, y heridos un capitán de Al- cántara, el mélico señor Jiménez, el segundo teniente del batallón de Paerto Rico don Francisco Alfredo Calvo y 37 soldados.

En ambos combates se supuso que el enemigo debió tener muchas bajas; fué dispersado completamente.

En el cementerio de Guisa se advirtieron señales evidentes de ha- berse practicado recientes enterramientos, lo cual apoya la suposición y demuestra que los insurrectos hicieron así desaparecer sus bajas defini- tivas.

Restablecida la comunicación heliográfica en toda la zona el día 6, e. heliógrafo de Guisa s'guió comunicando detalles de los horribles pa- decimientos de que fueron víctimas una guarnición heroica y un vecin- dario leal y pacífico.

El propio día llegó á Manzanillo un propio de Guisa, que comunicó horrorosas referencias de lo que allí había sucedido, las que se apresuró á transmitirnos nuestro activo corresponsal en aquella provincia.

Cuando la columna Tovar hubo reconquistado á Guisa, practicóse ua minucioso reconocimiento en la población y fortines, cuyo resul- tado horripila. Se hallaron restos de cadáveres carbonizados entre los escombros de las casas y de la iglesia, que había sido convertida en fuerte.

En los fortines que últimamente se rindieron, la tropa hizo una defensa desesperada, y solo sucumbió por los terribles ef:ctos de los disparos hechos con cañones de dinamita, restos de cuyos proyectiles se encontraron en gran abundancia.

El enemigo había construido seis baterías próximas al poblado, artillándolas con dos cañones de dinamita, dos piezas Krupp y dos T

ametralladoras.

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* * *

Los rebeldes rompieron terrible y horroroso fuego en la madru- gada del 28, V no obtante sus desastrosos efectos no pudieron entrar en Guisa hasta la una de la tarde del siguiente día 29.

Entonces ocuparon el pue blo, permaneciendo en él hasta que se presentó la columna Te - var.

Apenas tuvieron noticia de la aproximación de nuestras fuerzas, los que ocupaban el po- blado se retiraron rápida y pru- dentemente, incendiando todas las casas y todos los bohíos y cometiendo con sus desventura - dos y leales habitantes horren- das crueldades.

Súpose luf go que el enemi- go había enterrado en el cemen- terio 43 cadáveres.

En los fortines se encontraron huellas de haber sido quemados sus heroicos defensores. Entre los escombros fueron hallados algunos cada - veres atados y sujetos con alambres á los hierros de las ventanas, lo cnal demuestra que los desgraciados defensores de los fortines fueron atados para que no pudieran escaparse y librarse de las llamas y pere- cieran abrasados.

También se encontraron restos de niños carbonizados, y pozos Ue-

SARGENTO 1BÜRDISA.N JEFE DE LA TORRK HELIOGBAFICA DE GUISA

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nos de cadáveres, que no pudieron ser examinados por el olor pesti- lente qu3 exhalaban. La horrible matanza llevada á cabo por los regene- radores de Cuba en Guisa superó en crueldad y horror á cuantas es- cenas de salvajismo y bárb-^ra venganza recuarda la historia. Víctima del furor salvaje de las hordas mambises, ala? órdenes del tigre de Oriente, pereció toda la población civil de Guisa.

En las palmeras que rodeaban el poblado aparecieron ahorcados 57 vecinos: respecto á la guarnición, súpose que los supervivientes, que faeron 45 entre oficiales y soldados, fueron hechos prisioneros y con- ducidos por el enemigo á sus madrigueras. Así lo demostró el hallazgo de un papel escrito y pegado en un árbol en que se decía que el ene- migo se había llevado 45 prisioneros, «únicos supervivientes del com- bate.»

Segúa olra versión, el núnero de prisioaeros ascendía á 113, entre ellos el capitán señor Ceballos, que era comandante militar de la plaza, y los tenientes señor Calvo y don Antonio Vidal, héroe éste de Alta- gracia y condecorado con la cruz Laureada de San Fernando.

Dijese qu? los insurrectos hicieron más de setenta disparos de di- namita, logrando reducir á escombros casi todo el poblado.

Los valientes defensores de Guisa fueron desalojando las posiciones destruidas y replegándose en las que quedaban fir;nes.

En la factoría fué donde hicieron más resistencia, lo cual observado por el enemigo, lanzó sus bombas allí y consiguió incendiarla.

Casi destruida la iglesia; reducida á escombros la casa contigui al templo, donde también se defendían; en llamas la factoría y heridos los jefes de la guarnición, la resistencia era inútil, infiuctuosa.

Entraron los rebeldes en el ¡poblado y todavía resistieron los va- lientes defensores de un fortín próximo al cementerio y los de la torre heliógrafica.

Mas la defensa era ya imposible y el enemigo realizó la ocupación total.

215

Las fuerzas rebeldes debían ser numerosas, pues tenían ocupadas las entradas de Guisa desde una distancia de dos leguas, en las que habían construido grandes y fuertestrircheras, algunas de éstas de un kilómetro de extensión, y todo el pueblo estaba circundado de grandes obras de fortificación.

Evidentemente el enemigo tenía muchos medios de guerra, pues se recogieron infinidad de reses, muchas granadas de hélice, bastantes proyectiles de cañón, de dinamita y montones de cápsulas de Maüsser y Remington.

El coronel señor Tovar, al dar cuenta del resultado de su expedi- ción al capitán general, dijo que el comportamiento de la guarnición de Guisa debió ser heroico, def indiendo fortines y reductos hasta quedar sepultados en sus escombros, y que con los paisanos había extremado el enemigo actos de cruel salvajismo, encontiándos cadáveres carboni- zados, niños atados á postes, pozos llenos de restos humanos y muchos ahorcados en el palmar próximo al pueblo.

Las fuerzas de la columna Tovar, tan luego reconquistaron á Guisa, dedicáronse á restablecer la comunicación óptica y á construir un fuerte á prueba de artillería, para la torre del heliógrafo.

* * *

Con razón nos dijo nuestro activo corresponsal en la Habana al dar la voz de alarma, que se trataba de un hecho análogo al ocurrido en Victoria de las Tunas.

El mismo Calixto García, que realizó las hazañas en aquel poblado cercano á Holguín, había sido el autor de los crímenes de Guisa.

Hay, sin embargo, alguna diferencia entre ambos desgraciados incidentes de la guerra.

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Los defensores de Guisa eran menos en número y resistieron con más empvje; pero sucumbiendo también, al fin, ante las fuerza numé- rica é incontrarrestables del enemigo, que para rendir un destacamento pequ(.ño, acutnu'ó el núcleo de las partidas de Oriente.

Con incidentes tales no es de extraño que se considerasen en po- sesión del departamento Oriental; con el éxito de Tunas y Guisa no pudo sorprendernos que acometieran la empresa de atacar á la Caima- nera y otros poblados del interior.

Tampoco fué novedad para nosotros que ese enemigo se cebase en la población civil, levantando en los alrededores de Guisa 57 horcas para ciudadanos leales á su patria, porque el que mereció por las haza- ñas realizadas en Victoria de las Tunas el dictado de tigre de Oriente, no había de alterar tan pronto su condición; pero, en cambio, lo que hizo en Guisa Calixto García en los momentos en que Mac Kinley confeccionaba su Mensaje, debió servir al enfático presidente america- no para distinguir entre la guerra que hacía la rebeldía y la guerra hecha por España.

Establecer una igualdad de concepto fué, á más de una injusticia, un acto que llenó de amargura al honrado pueblo español, pues no llega á tanto su escepticismo que le haga olvidar las leyes del decoro.

Pasar sin protesta tales acusaciones, fuera hacerse cómplices de la degradación del espíritu publico; fingir satisfacciones, como las fingió el Gobierna, ante las amenazas expresadas por Mr. Mac Kinley, hubiera sido engañar á la propia conciencia.

Pero el Mensaje presidencial no fué al fin más que la continuación de la obra de perfidia del Gobierno y el pueblo norteamericano, y bien claro lo dijo la actitud del jingoismo y la prisa que se dio el senador Alien para presentar á la Cámara su moción, pidiendo desde luego el reconocimiento de la independencia de Cuba, moción en laque se pudo observar una consideración al presidente que no hubiera tenido el jin-

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goismo si el documento de aquél no les hubiese hecho entrever su éxito ea las esferas del poder ejecutivo.

Nada dijo el cable sobre los fundamentos de la proposición Alien, pero puede asegurarse que también hablaría de humanidad y civili- zación.

¿Qué importaba á los senadores americanos que los rebeldes^ des- pués de devastar el país, continuasen empleando como arma de guerra la dinamita y balas explosivas? ¿A qué hibían de fijarse ellos en un he-

DEFENSA DE LA GUARNICIÓN DE 0UI8A

cho como el de asesinar al jefe de una plazi que sale á parlamentar, cri- men de que fué víctima el comandante militar de Victoria de las Tunas? Seguían el camino que se tenían trazado y consideraban muy cer- cano el fin, sin par^r mientes, ni en la política de clemencia de nuestro ejército, ni en los actos vandálicos qus Calixto García había realizado en Guisa coa ciudadanos pacíficos é indefensos.

Blanc» 28

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Examinada la situsción de la comarca oiiental, el general Panda adoptó enérgicas é impoitantes medidas que ofrecían grandes esperan- zas de éxito, cumplimentándose asimismo con gran diligencia y acti- vidad órdenes trasmitidas por el general en jefe.

En vista de la osadía del enemigo, acordóse adelantar las opera- ciones en Oriente, dii'giendo el plan de aquéllas, desde Mai zanillo, el general Pando, quien había emprendido ya los trabajos de organiza- ción de la guerra y estaba pieparando la campiña en tcdo el departa- mento Oriental.

Procurábase abreviar estes preparativos; pero la impaciencia no estaría justificada, por cuanto, aur que esto parezca mentira, después de tres años de guerra no había allí nada oiganízado que permitiese lógicamente esperar el resultado de operaciones preparadas con me- dianas esperanzas de éxito.

Sin racionamiento fácil para las trepas, sin medios de que unasco- lumnss acudician rápidamente en auxilio de las otras, se había de per- der el tiempo y nadie podía prometerse un resultado satisfactorio y de- finitivo.

Ante todo, y lo que más urgía, era de gran necesidad abrir la na- vegación del río Ciuto, que dc:de hacía quince meses estaba cerrada. El enemigo ocupaba una gran paite de les márgenes de este lío, cuya importancia es grande porque constituye la piincipal vía de comunica- ción para el aprovisionamiento de las tropas acantonadas ó en opera- ciones en aquella extensa zona.

El general Aldave, con las íueizas de su mando, marchó á racio- nar y retoizar Cauto y Guamo.

El general Bernal con tres columnar, una de las que mandaba pei- sonalmente, continuaba persiguiendo active mente á las paitidae rebel- des de la provincia de Pinar del Rio; y el general Salcedo mantenía en gran movilidad fueizas de la división de Sancli Spíritus y trecha cen-

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tral, sosteaiendo frecuentes encuentros con grupos que se aseguraba eran de la partida de Máximo Gómez, que fraccionado y con muchas bajas, se esforzaba en vano por eludir persecución, á pesar de las favo- rables condiciones del terreno en q<ie opjraba.

A juzgar por las ñotidas recibidas aquellos díis por la vía de los Estados Uaidos, la actitud que desplegiba MáximD G'Smsz sólo era comparable á la de las columnas españolas destinadas á su p3rsecuci5n. (Nituralmente; ¿iba acaso á dejirse cogir?... Bien tenía, pues, que mo- verse, para buir de nuestros soldados.)

Añadían, qae si lo; españoles conseguían bitir á Gómez y á su segundo el negro González, la rebelión recibiría ua golpe decisivo.

Segúa los mismos informes, el estado sanitario de las tropas espa- ñolas había mej iraio notablenente en toda la isla, y se esparaba, con el aux'lio de recursos pecuniarios, que la obrado la pacificación de Cuba adelantaría notablemente durante la época de la próxima seca.

En los centros oficiales de Washington y en la mayoría de la Ci- mira de representantes parecía acentuarse cada día más las muestras de simpatía por la conducta qu3 acerca de los asuntos de Cuba seguía el Gobierno español.

Michos periódicos de los Estados Uiidos, sobre todo !o3 que re- presentaban los grandes intereses econónicos, hacían justicia á la leal- tad y sinceridad de nuestros gobarnantes.

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CAPITULO XVIII

£q el campo rebelde. Hoi.das dÍ8ÍdenciaH entre los jefes. Desacuerdos entre los separatis- tas.—Impresión de la nueva política en la manigua. Exageraciones y cuentas fantásti- cas y caprichosas de los periódicos filibusteros. Un acto infame. Noticias de Puerto Príncipe. Comienzo ile las operaciones en Oriente. El general Pando en la Boca del río Canto. Salida del convoy tluvial. Extraordinaria importancia de la operación. Avance de 55 kilómetro?. Orden de las fuerzas Los recursos del enemigo. La re- conquista del río Cauto. Tres torpedos. Combinación de columnas. Rudo combate en Laguna Itabos. Nuestras bijas. Raigi.s de heroitmo. Sitio y ataque del fuerte Guamo. Heroísmo sin ejemplo. Rísistentia inverosímil. El heroico teniente Muru- zabal.— La columna de auxilio. ;Loor á los héroe»!

/■ ESDE Manzanillo nos futron comunicadas el día 7 no- S»> ticiís, que nuestro informante cali£caba de positi- vas, del cfirapo insurrecto. Estaba confitmado que exis- tían hondas disidencias entre el generalísimo de los in- VVi-\ •^^'^rectos cubanos, Máximo Gómtz y su lugarteniente mayor ^ly ¿'«^^'i^ Calixto García. Este quería la jefatura suprema, íun- Ám dándose en que todos ks triunfos alcanzados por los rebeldes ^^ en la zona de Baytmo, eran debidos á su personal iniciativí. Los paitidarics de Calixto García eran muchos, porque éste re- presentaba el movimiento y la acometividad.

Como es natural, Mtximo Gómez no sólo se negtba á las preten- ciones de García, sico que pretendía que éste pasase á Occidente á ñn de librarse de la vecindad de un émulo peligroso.

221

También Calixto quería salir de Oriente y hacer una incursión á las provincias centrales, donde confiaba alcanzar éxitos que le engran- decieran; pero la gente que seguía áGircía se había negado resuelta- mente á la expeiicióa, juzgándola arrisgadísima.

Llevaban los mamhises orientales muchos meses de pacífico domi- nio en su comarca, sin más combates que los que les habían convenido y alguno que otro obligado por las columnas de convoyes. Por esto se negaban á obedecer las órdenes de Calixto García. Y como éste insis- tiera, se produjo un movimiento sedicioso entre ellos y en pocos días abandonaron la partida del cabecilla citado muchos rebeldes.

Para contener las deserciones de sus filas, tuvo el jefe de los insur- rectos orientales que fusilar á ua titulado teniente .

Si esto era exacto, la insurrección presentaba en Oriente un as- pecto parecido al que ofreciera en los tiempos en que Vicente García logró apoderarse de Victoria de las Tunas, adquiriendo una gran pre- ponderancia en el campo rebelde.

Bien hubiéramos querido que así fuera; pero es Calixto García perro viejo, y no era fácil que dejase de recoidar lo que le costó á su amigo Vicente García aquella aventura á que le llevaron sus ambi- ciones.

Los aplausos de los orientales le hicieron soñar con la presidencia de la fantástica República cubana y la jefatura suprema de aquel ejér- cito, y tales ambiciones le llevaron á la conspiración primero y des- pués á la total desmoralización de las fuarzas revolucionarias, murien- do más tarde en sus manos la rebeldía iniciada en Yara.

Era natural que ocurriera lo que decía nuestro corresponsal: las operaciones de Tunas y Guisa habían elevado entre los rebeldes la fi- gura de Calixto García, pues al fin no en balde en la guerra obtiene más personalidad el que más pelea; pero si no queríamos experimen- tar nuevos desengaños, debía preocuparnos tanto la movilidad de

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squé!, como el silencio del titulado generalísimo, pues al fin tal con- ducta encsj aba dentro de su programa.

* *

No estaban de acuerdo los separatistas cubanos respecto de puntos esenciales de conducta. Aún no había sido posible elegir al presiden- te de la titulada República cubana.

La prensa de todo el mundo había dado como efectuado el nom- bramiento de Méadez Capote para dicha presidencia, psro no era así. En aquellos días se había designado á 21 delegados representantes que habían de constituir la Asamblea soberana.

No estando conformes todas las voluntades en qu'en debía ser el presidente da la futura República, se creía que en la reunión próxima se decidiría que continuasen las cosas como estaban, es decir, ejercien- do el gobierno la Asamblea susodicha.

Capote era simplemente un representante de esa Asamblea.

Máximo Gómez deseaba que Capote ocupase la presidencia, y el no haberse realizado ya la elección, probó que el generalísimo no con- taba entre los suyos con la omnímoda inílaencia que aquí se le atri- buía.

La nueva política francamente liberal de España, es indudable que había causado gran impresión en la manigua.

Los acérrimos partidarios de la independencia de Ja isla, y los que por razones personales no podrían vivir nunca en paz dentro del nue- vo régimen español, temían que la concesión de la autonomía pudiera

arrebatarles gente.

Muchos insurrectos estaban cansados de los peligros y de las incer-

tidumbres de su situación.

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Aunque en el Camagüey y en Oriente tenían extensos cultivos, mu'-ho ganado y poblados importantes en que dominaban á sus anchas, por no haber llegado aún á ellos las columnas, verdaderamente los rebeldes vivían mal y empezaban á sentir los efectos de la larga cam- paña.

Juzgando la situación en el campo de la rebeldía, dijeron personas autorizadas y conocedorss del terreno, que desde que desaparecieron de la escena los hermanos Maceo, la guerra se había convertido en un negocio para la mayo ia de los jefes rebeldes. Estos íc ocupaban prefe- rentemente en especuleciones y negocios y realizaban enormes ganan- cias, traficando en ganado, imponiendo tributos á las fincas rústicas, cobrando impuestos y contribuciones y permitiendo la circulación de trenes.

De esos ingresos, que ascendían á muy respetables cantidades, se reservaban la mejor parte, y sólo dedicaban lo menos que podían á los gastos de la guerra.

«No debe olvidarse, sin embargo,— advertía nuestro informante que ésta es aquí fácil y barata para el insurrecto mambí, y que no hay que esperar que termine por la falta de medios materiales.»

Los periódicos que se publicaban en la manigua, obedeciendo todos una consigna, publicaron las cuentas de los gastos que ocasionaba la guerra ¿ la metrópoli y de los recursos con que contábamos, preten - diendo demostrar que no podríamos continuar mucho tiempo la cam - paña. loútil es decir que estos datos eran exagerados y caprichosos.

Súpose por un insurrecto presentado que tomó parte en el ataque de Victoria de las Tunas, que los rebeldes tuvieron en él 25 muertos y 60 heridos.

Igualmente se tuvo conocimiento por la misma referencia de un acto infame y desleal realizado por los insurrectos que se apoderaron de las Tunas. Al segundo día de ataqúese pidió parlamento por los

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sitiados y para celebrar la conferencia salió de la plaza el comandante - militar.

Faltando á las leyes universales y á la lealtad que hasta entre sal- vajes se guarda en casos tales, los rebeldes asesinaron á machetazos al confiado jefe de la guarnición española.

Aseverando la infamia cometida por los libertadores de Cuba, parece que escribió uno de los jefes rebeldes á su familifl, lo siguiente:

—«Nuestro éxito de las Tunss ha sido empequeñe- cido por el vil asesinato del ce mandsnte militar de la pla- za gansda. Estos hechos nos deshonran ante el mundo.

Cartas de la provincia de Pueito Principe confirmaban que había allí divisiones muy hondas ( rtie los rebeldes.

Las masas querían la pgz. Ur es cuantos jefes se esfoiza ^, '/J^' 1 '■^' / I\

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ban en evitarlo. Se esperaban presentaciones numerosas.

El día 8 se acogieron á líEORO muerto por nuestras TROPAS

.... .... .c , EN EL ATAQUE DE GUISA

indulto un titulado oficial y 33 rebeldes armados, á quie- nes acompañaban 17 mujeres y 19 niños.

Después de dejar vencidas inmensas dificultades para la organiza- ción de la campaña en Oriente, el día 7 comenzaron las operaciones saliecdo de Manzanillo para Cauto Embarcadero, conJuciendo un con- voy de provisiones, una fuerte columna al mando Jtl genei al Psndo.

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Tres días permaneció el general Pando con las fuerzas á sus órde- nes acampado en la boca del río Cauto organizando, á fuerza de trtbajo improbj, el convoy fluvial.

Concluido todo, empezó la marcha del convoy subiendo por el río en grandes barcazas, precedidas y custodiadas por el cañonero «Depen- diente». Por ambas orillas del Cauto iban dos columnas protegiendo la navegación del convoy y mandadas, una por el coronel señor Tejeda y otra por el coronel de ingenieros señor Bruna.

La operación revistió extraordinaria importancia, por cuanto tde- diante ella quedó abierta de nuevo aquella vía de comunicación fluvial, indispensable para aprovisionar y abastecer importantes poblados déla cuenca del rio, que estaba cerrada y en poder del enemigo desde hacía más de catorce meses.

Los preparativos constituyeron una faena laboriosa erizada de enormes dificultades.

El general Pando trabajó con tanto celo como acierto en la organi- zación del convoy, regresando á Manzanillo tan luego emprendió aquél la navegación por el río, para seguir organizando las operaciones.

El día 10 se agregó á las fuerzas reconcentradas por dicho general, el general Segura con el batallón de /imora, que inmediatamente re- cibió instruccienes para salir á operar.

Desde el propio día lo al 14, la expedición fluvial avanzó rio arriba 55 kilómetros, llegando al lugar llamado (luamo, donde quedó parte de las fuerzas para racionarse y descansar. Las demás columnas de ope- raciones siguieron avanzando por ambas márgenes del Cauto.

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Marchaban por el lío, al mando del coronel Bruna, las lanchas ca- ñoneras Lince, Centinela, Dependiente y Guardián; los remolcadores Eulalia, Peralejo y Pedro Pablo y- varias goletas cargadas de víveres y de agua potable.

Dos compañías de ingenieros iban en esas naves y en varios botes, encargadas de la difícil y peligrosa exploración, cuyas penalidades son superiores á todo encomio. Dirigíanlas los capitanes señores Martínez y González.

Por tierra iba una columna de i.ooo hombres al mando del coronel Tejada, repartidos entre ambas orillas, operando 3»^ reconociendo exten- sas zonas. En éstas se encontraron muchas viviendas de los rebelde?, perfectamente abastecidas de cuaato es necerario para la vida, con abundancia de ropas y calzado. También había mucho ganado vacuno, y, en suma, recursos numerosos que se habían creado durante tanto tiempo de indiferencia por parte de España y de sus representantes.

# * *

No se trataba de la conducción de un convoy, como se dijo en un principio, sino de una operación grande é importantísima: la recon- quista del río Cauto, base indispensable de las operaciones en Oriente.

La expedición necesitaba avanzar poco á poco, por tener que su- jetarse á la marcha lenta de los botes que iban á remo reconociendo el río lleno de obstáculos.

Cuando llevaban dos di is de navegación en esas condiciones, fueron hallados por los botes que practicaban reconocimientos, tres enormes torpedos sujetos con alambre de orilla á orilla y con doble conductor eléctrico.

El contenido de cada una de esas máquinas de destiucción era de

22rí

dos arrobas de dinamita. Llevadas á tierra con grandes precauciones por el coronel Bruna, se los inutilizó.

Para calcular el efecto qu3 hubiera podido producir la explosión íi i las precauciones que se habían tomado, el coronel Bruma hizo explotar uno de ellos, y, á pesar de qu3 fué colocado^ á mucha distancia de lis orillas del río, la explosióa fué tan formidable que produjo una con- moción en todas las embarcaciones.

Recogióse también gran cantidad de alambre y muchas embarca- ciones menores que utilizaban los rebeldes para atravesar el río.

Al salir la expedición ordenóse que la columna Segura siguiera desde Manzanillo el rastro de Calixto García, y que la columna de Al- dave fuera por las orillas á encontrar á aquella, después de racionar y auxiliar á C uto Embarcadero y á Guamo, que se creía corrían peligro de caer en po Jer del enemigo.

La columna Aldave salió de Cauto para Guamo el día 8, con los batallones de Andalucía, Isabel la Católica, Álava y Asturias, el escua- drón de Sagunto y des piezas de artilleiía; en total, 1.500 hombres.

Pocas horas después, en el sitio llamado Laguna Itabos, cerca de Biyamas, se encontró al enemigo fuertemente atrincherado, siendo ne- cesario forzar el paso.

El combate fué rudo y tremendo. Daró dos horas, sosteniéndole principalmente el batallón de Álava.

La columna tuvo en ese combate las siguientes bajas:

Muertos, los capitanes don agustín Hidalgo y don José Garrido y 21 soldados.

Heridos, el médico don Vicente Bidía, los tenientes don Antonio Larrcsa y don Eustaquio Escabroso y 93 soldados. Algunos de estos he- ridos recibieron tres balazos.

Registráronse muchos episodios dignos del mayor elogio, mere- ciéndolo muy singularmente tolo el batallón de Álava, cuya mejor

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prueba de su comportamiento faé que de las bajas citadas le correspsn- dieron 17 muertos y 54 heridos.

Se distinguieron muchísimo por su bizarría y heroísmo el coman dante don Luís Torrecilla, los capitanes don Miguel Cuadrado y don Julio E.higüe y los tenientes don Diego Vega, don Manuel Alonso y don Rafael Birranco. Todos fueron propuestos para el ascenso y se mandó abrir una información y formar un expediente de recompensa

COLUMNA DEL CORONEL TEJEDA

extraordinaria para el médico don Vicente Bidía. Este bravo militar é inteligente discípulo de Galeno curaba á los heridos en la vanguardia sobre el mismo campo de batalla, en medio de un fuego terrible, ayu- dándole con igual valor y serenidad el capellán don Francisco 0;aña, que, con su estola ceñida, así prestaba los auxilios espirituales á los moribundos, como compartía con el médico el trabajo de reconocer á los heridos y hacerles las primeras curas.

Fueron tantos los distingu dos en aquella memorable acción, que

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se pidió una recompensa para toda la columna. Eí-ta, después de em- plear ua día entero en la curación de tantos heridos, siguió avanzando hacia Guamo, á donde llegó al amanecer del día lo.

Allí se encontró con el episodio más grandioso de toda la guerra.

*

Un pequeño fuerte de tablas, completamente destruido, era defen- dido con uoa resistencia iaverosímil por su escasa y maltrecha guar- nición.

Deploramos nuestra pobreza de medios de expresión, y quisiéra- mos poseer la bien templada pluma de un Alarcón ó de un Galdós para dar idea exacta de les sucesos admirables que en aquel estrecho recinto S3 habían desarrollado y ocurrieron.

Los narraremos tal y como nos los refirió uno de los oficiales de la columna Aldave.

Lo primero que hallaron dentro del fortín fué seis soldados muer tos y 31 heridos.

El destacamento que lo guarnecía componíase de dos segundos te- niente?, dos sargentos, cuatro cabos y 52 soldados del batallón de Baza.

Habían estado sitiados once días, desde el 28 de Noviembre.

El primer cañonazo disparado por la columna Aldave contra la numerosa fuerza rebelde que rodeaba el fuerte, hizo que cesara el sitio. El enemigo huyó rápidamente.

El relato de la épica defensa del fuerte de Guamo, causa admira- ción y nos enorgulleció como españoles.

El enemigo construyó en los primeros días de asedio trincheras

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formidables que circundaban completamente el fortín y hacían imposi- ble la salida de los sitiados.

En dos trincheras emplazaron- los rebeldes sendos cañones, á dos- cientos metros del fuerte, y con ellos hicieron sobre éste ciento cin- cuenta disparos.

Aunque no todas las granadas explotaron, es de calcular el efecto que sus disparos causarían en un fuerte de tablas viejas y podridas.

El primer día de sitio una granada destruyó el depósito de víverer.

Los soldados, naetiéndose entre Iss tablas rotas y los escombros, sólo lograron salvar un poco de tocino rancio, y éste fué su alimento úaico durante los once días de asedio.

Otra bomba rompió la pipa de agua. Solo quedó una escasa canti- dad de líquido, y los oficiales y soldados se vieron obligados á racio- narse, no bebiendo sino medio cuartillo diario por persona.

A pesar de esta prudente economía, al cuarto día vieron agotada completamente el agua potable. Los pobres soldados, padeciendo los horrores de la sed, tuvieron que salir varias veces, desafiando el fuego del enemigo, á tomar agua de una charca inmediata, en la cual se co- rrompían varios cadáveres y estaba llena de inmundicias.

El día % acercóse al fuerte, enarbolando bandera de parlamento, un titulado capitán rebelde, el cual hizo entrega al centinela que se pre- sentó de una carta del jefe de las fuerzas sitiadoras al jefe del destaca- mento sitiado.

La carta decía sustancialmente lo que sigue:

<>;... Toda resistencia es inútil. Contamos con medios de vencer. No esperéis refuerzos; tenemos miles de hombres para cortarles el paso. Además, tres columnas nuestras atacan simultáneamente otros tantos pueblos.

>Como hombres de honor ofrecemos respetar vuestras vidas. Si no aceptáis, esperad el exterminio. Vuestra defensa heroica justifica ahora

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una capitulación honrosa. Vuestra temeraria terquedad justificaría aquél.»

Al pie de la carta leíase esta firma; ^Brigadier, Carlos Garda Véle^.»

Este titulado brigadier era el hijo de Calixto García, protegido del gobierno español, y que ejerció mucho tiempo en Madrid la profesión de dentista.

El comandante del fuerte de Guamo y hora es ya de nombrar á ese héroe admirable— don Francisco Muruzabal Ruano, contestó en el acto á la intimación del jefe insurgente con estas sencillas y valientes palabras:

«No nos entregamos mientras quede uno en pié.

>^Retíre£e pronto el parlamentario, porque va á seguir el fuego.»

Dísde aquel momento se reanudó el ataque con superior violencia.

Los rebeldes gritaban á los soldados:

¡No ser tontos! Amarren á su teniente, que está loco ¡Les pagare- mos con centenes! ;No como España que solo paga con abonarés!

Los soldados contestaban, giitando entusiásticamente:

¡Viva nuestro teniente Muiuzabal! ¡Viva España! ¡Mueran los traidores y filibusteros!

Al amanecer del día 3 el enemigo reanudó el fuego de cañón, para proteger un avance desesperado, con objeto de estrechar más el cerco del fue: te Dastruído éste, los soldados se refugiaron en el foso y allí esperaban sin disparar sus fusiles á que se acercasen los asaltantes, para entonces nacer fuego sobre seguro.

Los insurrectos avanzaban con gran valor y caían rodando heridos

233

ó muartos, á los certaros disparos de nuestros soldados. Algunos de ellos llegaron hasta la alambrada que rodeaba el fuerte. En este deses p3rado atjque, en qu 3 los wawJ/5«" demostraron un valor temerario, dejó el enemigo en los alrededores del fuette 29 cadáveres, entre ellos el del titulado capitán que había llev. do la carta de intimación.

Los defensores del fuerte tu- vieron también en este ataque cinco muertos y once heridos.

Al anochecer hizo una salida el bravo teniente don Valentía Lasherosy Aliaga con ocho sol- dados para practicar un recono- cimiento y encontró y recogió 26 f asiles del enemigo, multitud de efectos y una csji de cartu- chos Maüsser, que los sitiados utilizaron después en su de- f nsa.

Cuando llegó la columna de Aldave freote al fortín de Gua- mo, adelantóse con el escuadrón de Saguato el coronel señor Andino, y á causa de usar este bizarro jefe perilla muy parecida á la del cabecilla Rabí, los sitiados creyeron que faera éste y no un jefe del ejército español.

Más como se acercaba en actitul pacífica, ios soldados, con esa no- bleza característica en españoles y á pesar de creer qu ^ era un jefe ene- migo, le gritaron:

—No se acerque, qu; di'^paramos.

D.spué; de muchos escrúpulos llegaron los sitiados á convencerse

Blanco 30

Junta autonomista DOK JOSÉ A. DEL CUETO

234

de que el que se acercaba era verdaderamente un jtfe del tjército de la patria. Pero aun fué necesaria otra prueba para acabar de convencerlos y decidirlos á permitirle avanzai: fué preciso que el coronel Andino enarbolase la bandera esptñola y que los soldados que le seguían gu- iasen ¡Viva Espinal

* *

Cuando, al fin, estuvieron todos juntos, sitiados y salvadores, hubo una escena conmovedor»; se abrazaban y se besaban unos á otros, dt.- ban vivas á Espeña y refeiianse mutuamente las peiipecias terribles del ataque y de los combates.

Los soldados pasearon en triunfo al heroico teniente Muruzabal, un fornido navarro que fué á Cuba voluntariamente siendo saigentc.

A muchos de los soldados del escuadrón de Sagunto se les vio sal- tar las lágrimas al contemplar el cuadro horrendo del fuerte destruido.

La columna Aldave, después desccorier á los sitiados proveyén- doles de cuanto necesitaban, enterió 29 cadáveres de los rebeldes y uno de un soldado.

Inmediatamente se envió á buscar dos cañoneros y otras embarca- ciones menores para recoger y llevarse á los heridos á Manzanillo. El médico stñor Lostda se dirigió al sitio donde se encontraban para rec- tificar y practicar la cura.

En atención al heroico compoitf miento del bravo comandante del fuerte de Guamo, teniente señor Muiuzabal, ordenóse abrir expediente para concederle la cruz laureada de San Fernando, pidiéndose también la mayor recompensa posible paia todcs los valientes defensores del f jrtín.

235

L<i columna Aldave quedó acampada en las inmediaciones de Gua- mo, donds el día i6 el enemigo tiroteó el campamento del batallón de I -abel la Católica, resultando muerto un soldado y herido el capitán don Bjldomjro LaportilJa.

¡Loor á los oes de aquellas épicas j imadas!

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CAPITULO XIX

PnebloB indtfenscp. Naevo suceso lameotable.^Rubo y traición. Encuentro en Las Deli- ciac. 0("i8ci(5n importante. Toma del lampamento ri beldé de Bencito. Sensibles bajas. Miieite del t- ientí» coronel tenor Morentín. El aeistente .\polo Sierre. Esta- dística fúnebre. Oi'tinjismos oficiales. Interesantes detalles de la toma de Quisa. Los prifcioneni-. El í;f»if roí García. ¡Viva F.Hpuña! D. E. P.

CHo tiempo antes de que tcaecieran los tristísimos y luctuosos sucesos de Victoria de las Tunas y de Guisa, desde que los rtbeldes cubanos tenían arti- llería, que debiera haberse pensado en transformar ' las obrss defensivas de los poblados que se hallaban en ¿ nuestro poder y estaban guarnecidcs por nuestras tropas.

( Las construidas basta la fe<;ha pertenecían, en su m&ytr par- te, al tipo de Its que se h'cieron en la guerra pasada, y eran todas ellas peifectemente irúiiUs. Y no hablemos de las levantadas en algunos sitios bijo la dirección de personas tan hales como ignorantes, porque esas eran más dañosas que convenientes.

En do: años recibimos no sabemos cuantas dolorosas leccione* en esta materia. Una sola de ellas hubiera bastado para enseñanza de cual- quiera nación medianamente advertida. A nosotros no nos enseñaron nada todas juntas.

237

Mirábamos la guerra como espectáculo, no como crisis dolorosa de la nación. Venía el enemigo, sitiaba un pueblo, le tomaba después de una heroica resistencia de los nuestros, y nos quedábamos tan satii fe- chos contando entusiasmados las proezas y el heroísmo de los defdn sores.

Ocurría otro sitio y otra toma; repetíase el entusiasmo nacional... y hasta la siguiente.

Y si algún espíritu menos entusiasta y más dado á investigar el por qué de las cosas, mostraba extrañeza, al punto le salía al paso la ignorancia disfrazada de suficiencia, con la explicación de que esos contratiempos y otros eran propios de las guerras especiales como la de Cuba y, por tanto, inevitables.

Del entusiasmo pasábamos á la indiferencia, y de la indiferencia al entusiasmo con maravillosa facilidad. Al análisis no llegábamos nun- ca. ¡Analizar! ¿Para qué? El que analiza donde los demás se limitan á sentir ó á no sentir, casi siempre llega á conclusiones desagradables . Entonces es pesimista y nadie le hace caso. Si insiste, molesta, y acaba por incurrir en el desagrado de todo el mundo, como un espectador que interrumpe la función haciendo en voz alta la critica de la obra y de los actores.

Queda, pues, el terreno libre al elogio ó á la censura sentimentales. A la masa del público la mueve el lirismo nacional, superior á las ma- yores caídas y á los más amargos desengaños. La gente de las localida- dades de preferencia, los políticos de todos los matices y de todas las categorías y órdenes de la sociedad que asistía á esa sangrienta repre- sentación, se agitaba impulsada por los intereses; nada más que por los intereses. Los amigos de la empresa (el Gobierno) eran la cljqiie, los los enemigos, los morenos, los reventadores. Los unos decían siempre bien, y los otros siempre mal, sucediera lo que iucediera. El éxito era

238

para ellos lo de meaos. Había quien por una jugada de B alsa ó por ur.a cartera diera diez poblados de Cuba.

Esta es la verdad. ¿Daele? Qae duela. Más duele lo currido después.

*

Y precisamente porque pasaba y nadie lo remediaba ni parecía do- leise de ello, iban nuestros asuntos como iban.

Al cabo de cerca de tres años estaba la campaña en el mismo estado crítico del primer día. Iba acercándose á su término, que bu jno ó malo no podía estar lejos, y aún no había salido del estado de preparación.

Aunque se había probado hacía mucho tiempo, que montando la infantería nos ahorraríamos miles de vidas, seguía por montar; aunque estaba averiguado que el traje de rayadillo era malo, no había otro; aunque hacían falta hospitales y sanatorios, estaban por hacer; aunque era doloroso que vías importantes como la de Cauto fuesen del enemigo, lo eran, y nosotros seguíamos reduciendo nuestras operaciones activas en más de la mitad de la isla á la conducción de convoyes, sabe Dos con cuantos trabajos y pérdidas: y aunque la rebeldía tenía medios de expugnación que nuestros fortines de ladrillo y madera no podían re sistir, de madera y de ladrillo eran la mayor parte de los que defendían los pueblos de la gran Antilla.

No hay de qué maravillarse. Aquí en lo que menos se había pen- sado era en la guerra. Los de allá más habían atendido á las decoracio- nes y á los efectos escénicos que al desempeñj de sus papeles; los de acá, si eran del público de buena fé, aplaudían contentíiimos la muerte de Maceo, y alguna otra escena patriótica; si eran de los otros, de los qje no pagaban por entrar y además cobraban, silbaban ó aplaudían se- gún consigna, ó según su conveniencia.

'239

Sólo asi se comprende que llovieran sobre nosotros las desventu- rss y no diéramos señal de haber escarmentado. La pérdida de Victoiia de las Tunas fue la prueba plena de la inutilidad de nuestros medios de defensa contra la aitillería insurrecta. Debió pensarse en el peligro que corrían Holguín, Bayamo, Jiguaní, Cauto, Guamo y otra porción de importantes poblaciones expuestas á una acometida victoriosa. Tiempo había habido en dos años para preparar la defensiva. Avisos no filiaron; recordamos que en algunos periódicos de gran circulación fué tema constante el llamar la atención hacia la peligrosa impunidad de que los insurrectos gozaban en Oriente. El único resultado de aquellas excita- ciones fué aquella rápida excursión por mar del general Weyler á las costas de la provincia de Saut ago de Cuba, de la que no conocemos otro fruto que la amenaza, verdaderamente taitarinesca, de la próxima llegada de los cuarenta batallones fantásticos.

Lo que antes no se había hecho ni se hizo entonces, pudo hacerse después. Más hubiera valido tarde que nunca. Pero no se hizo, y á la desgracia ocurrida en las Tunas siguió la de Guisa, y hubiera seguido la de Jiguaní, la de Guamo y la de la Caimanera, de no haber llegado oportunamente en su auxilio las columnas de socorro, por las mismas causas, es decir, por haberse preparado mejor para la ofensiva el ene- migo que nosotros para la nueva fase de la campaña.

Los insurrectos tenían cañones de nueve centímetros y nosotros fortines de ladrillo y palma ó de tablas podridas. Cuando iba sobre ellos, los tomaba, después de vigorosa resistencia, eso sí, y los seguiría tomando hasta que España se convenciera de que la guerra de Cubano era drama á que asistíamos por afición ó por interés, ni menos aventura caballeresca, sino problema que se había de resolver ea favor del que mejor lo estudiase y preparara; y que si la que sosteníamos tenía solu- ción adversa la habíamos de pagar á escote entre todos, caro y muy pronto.

240

De otro lamentable suceso ocurrido en Caimanera de Guántanamo el día 2. túvose noticia el 9 en la Habana.

El hecho, afortunadamente, no tuvo los caracteres de gravedad que se le asignaron en !os primeros momentos.

Red új ose el suceso á que, en la madrugada de dicho día, treinta rebaldes, en com- binación con los voluntarios que guarnecían uno de los faertes, un oficial de volun- tarios y dos empleados del ferrocarril, llegaron con cau tela al muelle, y una vez en él se apoderaron de tres ca- jas de caudales, de las doce que había desembarcado el vapor Moriera, destinadas al habilitado de las escuadras y guerrillas de Guántanamo.

Los rebeldes que penetra- ron en la población, h estilizaron el cuartel de la guardia civil y saquea ron una tienda.

Asi que la guarnición se enteró de lo que ocurría y se apercibió á la defecsa, desaparecieron los rebeldes, en cuya ccmpañía se fueron el cficiel y Hj voluntarios.

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Junta autonomista DON RAFAEL FEKNANUKZ DE CASTRO

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Los rebeldes no pudieron llevarse las restantes nueve cajas de cau- dales, que dejaron en el muelle.

Da la refriega resultaron muertos un celador de policía y dos guar- dias, y herido gravemente de cinco machetazos el teniente habilitado de las escuadras de Guantáoamo, los cuales custodiaban las cajas de caudales y fueron sorprendidos por el enemigo.

Las columnas combinadas que operaban en fa jurisdicción de Sanc- ti Spiritus batieron y dispersaron en Las Delicias una partida rebalde.

Nuestras tropas ocuparon el campamento enemigo, el cual abando- nó en el campo 25 muertos, armas, municiones y un botiquín de cam- paña.

La columna tuvo dos soldados muertos y un oficial y trece de tro- pa heridos.

El general González Parrado, operando con las fuerzas á sus órde- nes sobre Caimán, en la costa Sur de la provincia de la Habana, reali- zó el día 10 una operación importante, en la que intervinieron cuatro columnas.

Una, al mando de los generales Parrado y Maroto, dio alcance á un grupo rebelde de 50 hombres, á los que dispersó, causándoles bajas y un mueito, cuyo cadáver quedó sobre el campo.

Noticiosa la columna de que cerca del lugar del combate tenían los rebeldes un campamento, se dirigió al sitio indicado, y el campamento enemigo fué tomado, sin resistencia, y destruido.

La columna del general Valderrama, en Perol, cerca de Caimán, tomó otro campamento rebelde llamado de BencUo, que estaba fuerte- mente atrincherado y defendido por más de doscientos insurgentes bien armados.

El batallón de Otumba, que formaba parte de esa columna, en una carga á la bayoneta brillantísima, se apoderó de tres órdenes de trin- cheras, acometiendo de fr¿nte al enemigo que las defendía. El enemi- go fué dispersado.

243

* *

La victoria costó á nuestros bravos muy sensibles bsjas.

Resultaron muertos el teniente coronel del citado batallón de Otumba, don José Martínez de Morentín, y tres soldados, y heridos un oficial y 17 soldados de caballería.

Otra columna, mandada por el comandante militar de Batabanó, reconoció toda la costa Sur de la provincia de la Habana, apoyándole en la operación la cañonera Guanidnamo, sin que tuviera novedad.

Los muertos de las columnas fueron conducidos á Batabanó y en- terrados en aquel cementerio, con los honores de ordenanza. El desgra- ciado teniente coronel de Otumba, señor Morentín, muerto al frente de su batallón en el combate de Perol, dejó diez hijos, que vivían en Gua- nabacoa.

Distinguióse mucho en la pelea el asistente Apolo Sierra, que en lucha personal al tomar una de las trincheras mató á nn negro insu- rrecto.

Los rebeldes dejaron en el campo nueve muertos, y retiraron mu- chos heridos.

Una fuerte partida rebelde atacó nuevamente á Guamo, barrio ru- ral perteneciente al término municipal de Bayamo, siendo rechazada con muchas bajas, por las fuerzas de la guarnición.

Durante los diez primer is días del mes de Diciembre los rebeldes tuvieron 113 muerto?, 35 prisioneros y 348 presentados.

Las tropas tuvieron que lamentar la muerte de un jefa y dos oficia- les y las heridas de once oficiales y 1 10 soldados.

Circularon rumores, el día 10, por les centros de la villa y corte, de carácter tan optimista, que nos inspiraron cierto recelo ptra no caer en nuevos desengaños.

244

Estaban fundados en impresiones comuaicadas, según se dijo, por el general Pando desde Manzanillo, y eran tan satisfactorios que hacían creer en que la guerra en el Oria ate de Cuba iba á cambiar en breve radicalmente y tambiéa en cuestión de días ofrecería un aspecto tan bo- nancible, que habríamos de saltar de alegría.

Deseando como el que má; que se confirmasen tan halagüeñas espe- ranzas, hubimos de ser muy discretos ea la apreciación, porque ya eran muchos los chascos y desencantos experimentados.

Con felices augurios había venido eníreteniéndose á la opinión pú- blica, pero los hechos no llegaban, y éstos serían los únicos que podrían convencer á las gentes.

Por esto nos limitamos á consignar el rumor, sin hacer ninguna clase de apreciación, ni adelantar los acontecimientos.

Noticias de los insurrectos, de origen autorizadísimo, trasmitidas por correo por uno de nuestros colaboradores y corresponsales en el teatro de la guerra, en operaciones en el departamento Oriental, nos peí miten añadir algunos importantísimos é interesantes detalles al re- lato que dejamos hecho en precedentes páginas de la toma de Guisa. Estos detalles fueron suministrados verbamente á nuestro estimado ami- go y colaborador por un titulado oficial insurrecto de los que tomaron parte en el ataque de aquel poblado.

Rifirió este testigo de los tristes sucesos, queeldía27 de Noviembre numerosas fuerzas rebeldes, al mando de los cabecillas Calixto García, Rabí y Capote se aproximaron á Guisa. *

Llevaban varias piezas de artillería v un cañón de dinamita.

Construyeron espaldones para las baterías y al amanecer del día 28 empezaron el ataque, destruyendo á cañonazos las fortificaciones.

245

La guarnicióa de Guisa se replegó á la factoría, á la iglesia y á una casa inmediata á ésta. Djsde estos sitios las tropas españolas hicieron una tenaz y valerosa resistencia.

Cuando los rebeldes pudieron entrar en el poblado creyeron que todo había concluido, pero vieron con sorpresa que las tropas seguían defendiéndose en la torre heliográfica, en un fortín y en el cementerio tan tenazmente que los invasores tuvieron que suspender el fuego de cañón hasta el día siguiente.

Al amanecer del 29 un disparo del cañón de dinamita incendió la factoría, obligando á abandonarla á los que habíanse refugiado en ella. Entonces pudo apoderars3 el enemigo déla iglesia, del fortín inme- diato al cementerio y de éste. Después intimaron la rendición á los bra vos defensores de la torre heliográfica, ya medio destruida, terminando así la ocupación total del pueblo.

£1 oficial rebelde á que nos referimos, elogió la bravura inverosímil de nuestros soldados, añadiendo que las fuerzas insurrectas tuviero.1 15 muertos y 37 heridos, y las tropas 50 muertos.

Al retirarse del pueblo, ante la proximidad de la columna de auxi lio, se llevaron al capitán don Rafael Ceballos Gavira, á los tenientes don Antonio Vidal Fernández y don Manuel Castro Montes y 112 sol- dados, de los cuales 30 iban heridos. También lo estaban el capitán Ce- ballos y el teniente Vidal. Este ostentaba en su pecho la cruz laureada de San Fernando, conquistada por su heroico comportamiento en la defensa del poblado de AUagracia, siendo sargento en 1895.

Calixto García dijo que retenía á los prisioneros en lugar seguro, porque habiendo puesto en libertad á los que cogió en Victoria de las Tunas, éstos habían vuelto á hacer armas contra ellos.

La artillería enemiga hizo setenta y dos disparos con bombas de dinamita, que destruyeron todas las casas del pueblo, haciéndolas sal- tar en fragmentos.

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El jefe de las fuerzas sitiadoras general García anunció á los sol- dados españoles que respetaría sus vidas si se rendían, pero éstos contes- taron con un ¡viva España!, y cincuenta murieron peleando heroica- mente.

Dignos son de compasión y de gratitud imperecedera esos mártires de la patria, héroes anónimos y víctimas inocentes de la traición de unos y de los desaciertos y funestos errores de otros.

¡D. E. P.!

CAPITULO XX

Verdad amarga. Argumento sin fuerza. —Pauta á la Marina. Las Ordenanzas y la discipli- na.— Las operaciones en Oriente. Muerte del cabecilla Regino Alfonso.— Un bando de interés. Emcuentro en Río Seco y muerte del cabecilla Pitirri. El cabecilla Collazo, herido. El general Pando reconquistando el Cauto. Conferencias en favor de la asimi- lación de los partidos liberales de Cuba. La fusión de reformistas y autonomistas. EL partido liberal autonomista. Los constitucionales respetan y aceptan la legalidad.

ndaba muy acreditado, en aquella fecha, entreno pocos españoles, el absurdo criterio de que lo patriótico en nuestra contienda con los Estados Unidos era decir blanco donde ellos dijeran negro y negro donde dije- ran blanco. No es preciso esforzarse mucho para probar lo in- fantil y candoroso del procedimiento. Basta advertir que una vez conocido pudo, merced á él, el enemigo, obligarnos á pen- sar y á hacer lo que le convino. Pero con esas artes infantiles y con echarnos unos á otros la culpa de lo que nos sucedía, como si no fuerajla ¡cosa más clara del mundo que la teníamos todos, pretendíamos curarnos los males que ya enton- ces padecíamos y los que más tarde se nos vinieron encima. ¡Grandes remedios, en verdad, para tan rigorosas calamidades!

Nosotros estamos á cien leguas de aquella desatinada conducta y tenemos la firme persuasión de que el concepto de nuestra conveniencia debiera haberse sacado del conocimiento de la situación en que nos ha- llábamos, en lo interior y en lo exterior, sin cuidarnos de la mayor

248

parte de las manifestaciones de nuestros enemigos, hechas muchas de ellas para abusar de la inocencia de la nación española, cada día más reconocida, porque apenas pasaba uno sin que la confirmasen, á loscjos de los extraños, las burdas habilidades de nuestros caciques de pueblo metidos á estadistas.

Es más. Creemos que hasta de esos mismos enemigos pudimos to- mar lecciones y consejos que nos fueran de gran provecho para corregirnos y apercibirnos á la defensa. A veces nos decían amargas verde des que, declara- das mentira por decirlas ellos, según querían los patriotas con andaderas, solo sirvieron para nuestra vergüenza, pero que aceptados como lo que eran, pu- dieran haber aprovechado en calidad do avisos útilísimos.

Así, por ejemplo, cuando Mac Kinley aseguró que los cul- pables dé que en Cuba hubie- sen desembarcado más de se senta expediciones filibusteras

éramos nosotros, que no habíamos cogido sino una, la más insignifi- cante, hay que reconocer que estaba en lo cierto y dejarse de buscar pretextos que justificasen ó siquiera explicasen nuestra torpeza, mejor dicho, nuestra debilidad é impotencia.

Junta aiitnnomista D. JOSÉ 8ILVERI0 JOBRIN

249

El argumento de que el Protocolo del 97 atábalas manos á los ma- rinos españoles, carece por completo de fuerza ante personas serias. Si ese Protocolo ncs colocaba en condiciones de inferioridad respecto de los Estados Unidos, ¿por qué se firmó? Y si España le suscribió ¿le qué se quejibs? Nos dejamos engañar por otro más listo, el cual nos echaba en cara el engaño. No hibía más que dos remedios: ó valor para desha- cer lo hecho, denunciando el Tratado, ó paciencia para soportarlo con

resignación. Las quejas son pue- rilidades sin substancia y sin al- cance y propias de mujjres ó de niños, nunca de hombres.

Atados estábamos al co- menzar la guerra, y aunque la ligadura tenía cerca de veinte años, parece que nadie se acor- daba de ella. Es más, había mu- chos que ni siquiera la cono- cían. A ciegas fuimos á dar, como siempre, por desgracia, en el incidente del Alliance, msgaífico pretexto que nos de- paró la Providencia para reco- brar la libertad de acción ó paraabandonar la loca empresa de sofocar una rebeldía en Cuba sin medios de bloquear las costas de la isla y contando los rebeldes con el amparo de la poderosa República norteamericana.

No hicimos lo uno ni lo otro: el señor Cánovas del Castillo, tan vigoroso en las minucias de la política casera, de que era acabado pro- ducto, como humilde y asustadizo, débil y medroso en las cuestiones

Blanco 32

Junta autonomista DOS ELÍSEO FERBY

250

de fuera, á las que se sentía ageno, estrechó más el nudo que nos redu- cía á la impotencia dando explicaciones vergonzosas c^n las cuales quedaron completamente reconocidas las pretensiones de los yankees. Y como las complecencias y adulaciones de Jos espíritus serviles que le rodeaban, de que se rodeaba) le habían desarioUado extraor- dinariamente los impulsos avasalladores de la voluntad, quiso dar á la Marina de guerra la pauta á que ésta habia de ajustar sus actos y envi<^, en sustitución de ordenanzas, reglamentos y preceptos del derecho de gentes, un discurso suyo, en el Congreso pronunciado, derogando todo lo anterior.

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La nueva ley bf jada del Sinaí político fué acatada sin protesta conocida, y desde entonces, de la misma suerte que eo pocos de los barquichuelos comprados por el general B3ránger navegaban, á modo de cestas, entre dos aguas, quedó la marina pegada á las costas cubanas, ni acuática ni terrestre, y tanto de lo uno como de lo otro, es decir, anfibia.

Sufiido aquello, no hubo más remedio que sufrir lo que desde Washington nos dijeron. En nuestra mano estuvo evitarlo; pero r quí donde las causas pequeñas producen los mayores cataclismos, las gran- des, las inspiradas por un interés nacional, no mueven á nadie, ó á lo sumo producen lamentaciones tardías que nada remedian.

No dudamos de la buena voluntad y del valor de nuestros marinos, pero pensamos que la virtud de la resignación suelej ser pecado cuando es mal empleada, y que la disciplina, equivocadamente entendida, puede producir graves daños á una nación.

¿Hay Ordenanzas que obliguen á obedecer un discurso parlamen-

261

tario contra el servicio de la patria y del rey? ¿No las hay? Paes ea vez de revolvernos contra Mac-Kinley y sus conciudadanos debiéramos ha- ber procurado que no tuviera razón en adelante y debimos salir de la vergonzosa situación en que á la fecha nos hallábamos ya, recobrando el ejercicio de nuestra soberanía en las aguas de la gran Antilla.

* *

Las noticias del departamento Oriental transmitidas por telégrafo del II al 12 le Diciembre probaron qu3 los directores, á la sazón, de la campaña de Cuba se habían hecho cargo de la necesidad urgentísima de combatir con energía á los rebeldes, que en aqualla parte d3 la isla do- minaban en absoluto desde los comienzos de la insurrección.

Lo primero que allí había qu3 hacsr era lo que se estaba haciendo: desembarazar el Cauto, importante vía de comunicación en pod;r del enemigo hacía cerca de año y medio. El haberla dejado en sus manos nos había im pedido racionar á Bayamo por otra vía que por la de tierra, es decir, por Veguitas, á costa de grandes sacrificios de hombres y no escasa pérdida de tiempo.

Los convoyes de Manzanillo á Bayamo habían enviado más gente al hojpital que cuantas acciones de guerra había habido en O.iente, desde Febrero del 95 hasta la facha, y había sido causa de sucesos tan desgraciados como el combate sostenido por el general Rey contra Calixto García y Rabí, en el paso del río Buey. La columna tuvo que refugiarse en Baeyecito y á socorrerla fué otra de 3.000 hombres salida de Manzanillo.

En custodiar convoyes habíamos gastado las escasas fuerzas que en aquella parte de la provincia de Santiago de Cuba teníamos, y por eso en dos años no se había perseguido poco ni mucho á las fuerzas insu-

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rrectas que así habían podido organizarse á su antojo y engrosar con elementos cuya presencia en ella parecería siempre inverosímil.

Paro abierta la vía del Cauto, facilitado el racionamiento de Baya - mo y llegadas ya numerosas fuerzas de refaer-sos, cabía esperar que la insolencia de los cabecillas orientales recibiera pronto y tj ampiar casti- go, cesando al mismo tiempo el escándalo de la impunidad de que hasta la fecha habían gozado para organizar á su modo el territorio de su Cuba libre; escándalo que daba argumento á sus defensores en las Cá- maras norteamericanas para declararles en condiciones de ser recono- cidos^como beligerantes. ,

# * *

Notorio era nuestro empeño en vencer la rebeldía por las armas. Ni una sola ocasión hemos perdido de expresar nuestro convencimiento de que estando éstas bien dirigidas venceríamos seguramente, y aunque hasta la fecha no habíamos hallado, con gran pena nuestra, el ejecutor de nuestro programa, y el tiempo y los esfuerzos perdidos colocaban á Españi en situación harto desventajosa, seguíamos teniendo íi en la acción militar, cunada con la política, si iban bien encaminadas y es- taban bien dirigidas.

Y como creíamos que la clave del problema que la fuerza había de resolver estaba en Oriente, y dentro del departamento Oriental, en la zona comprendida entre el río Cauto, la sierra Maestra y el mar, con- signamos nuestro apltuso por las operaciones emprendidas aquellos días: ¿Porqué hemos de callar viendo al fin realizado algo de lo que siempre habíamos pedido?

Nada más grato para nosotros que aprovechar esta ocasión de tri- butar alabanzas, después de haber pasado por la amargura de escribir tantas censuras, ni nada más conforme á nuestro deseo que llevar al- guna consoladora esperanza al espíritu afligido por tantos desengaños.

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¡Ojilá pudiéramos perseverar eu esta agradable tarea! Eatonces si que las reformas políticas hubieran dado fruto, porqus nada fuera tan eficaz para mover á nuestros enemigos á pedir la paz y aceptar las concesiones hechas, que la persuasión de que por la guerra nada po- drían conseguir.

* *

Faerzas de la columna volante que operaba en la provincia de Matanzas, á las órdenes del general Molina, batieron el día 1 1 en la loma del Pan, á un grupo de insurrectos, mandados por el cabecilla Regiao Alfjnso.

Dispués de una lucha encarnizada y sangrienta, el enemigo aban- donó el campo con pérdidas importantes.

Entre los muertos recogidos figuraba el citado cabecilla Alfonso, que gozaba de gran prestigio entre los suyos.

Recogido el cadáver y llevado á Mitanzas para su identificación, faé reconocido por gran número de personas.

El cabecilla Rsgino Alfonso fué en la provincia de Matanzas antes de la gusrrá, un bandido de la laja de Mirabal, de Puerto Príncipe; de Matagás, de la Ciénaga de Zapata; de Manuel García, de la Habana; y de Perico Delgado, de Pmar del Río.

Cjmo éstos, estuvo encargado de mantener la perturbación roban- do y secuestrando de acuerdo con los comités filibusteros de Cayo Hueso.

Regino A'fjnso estaba condenado en rebeldía á la última peaa. La guerra le permitió morir en el campo de batalla como jefe de una fuer- za del ejército libertador .

Con su muerte recobraría alguna tranquilidad la zona de Cárde- nas, preferida por Regino Alfonso para sus fechorías.

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En tal concepto tuvo doble importancia la desaparición de ese ban- dido, para quien no rezaba ni podía rezar la política de clemencia.

Muerto ese bandido, quedaba en la jurisdicción de Cárdenas como único cabecilla de algún prestigio N... R jjas, que en nadase parecía al anterior, y como éste era hijo del jefe autonomista de aquella región, era de creer que no se mantuviera en armas mucho tiempo.

El general Blanco dictó el día la un bando de gran interés, sus- pendiendo los procedimientos ejecutivos para el cobro délos impuestos municipales sobre las fincas rústicas y frutos y pertenencias da embar- gos de derivados anteriores.

En ese bando se dictababan reglas para levantar los emba-gos que pesaban sobre las fincas rústicas y su fruto, señalando un plazo de dos meses para concertar los deudores y municipios la forma de pago, de- jando á los gobernadores civiles la facultad de resolver en definitiva los incidentes que por este concepto surgieran.

*

* *

En Río Seco (Habana) fuerzas locales batieron á uQ grupo de in- surrectos capitaneados por el cabecilla Pitirri, al cual dieron muerte, asi que á un titulado teniente y dos rebeldes más, resultando heridos otros dos.

El cadávdr del conocido cabecilla fué recogido y llevado á Güine», en cuyo cementerio fué expuesto el día 12 para su identificación.

Como Pitirri fué el que unos meses antes logró entrar en Güines, donde sus hordas saquearon tiendas y quemaron buen número de ca- sas, era alli bastante conocido y fué fácil su identificación.

Es interesante el suceso que produjo la muerte de ese cabecilla se- paratista.

El teniente don Francisco Sánchez, con diez volu itarios, tuvo con-

255

fidencJas de que Pitirri había establecido su campamento con un grupo de los suyos en la finca denominada «Río seco» y se dispuso á batirle, saliendo con aquel puñado de valientes en busca del enemigo.

Llegó al campamento enemigo burlando toda vigilancia de los re- beldes, y tomó las precauciones necesarias para hacer difícil la huida.

Adoptadas estas precauciones y medidas, penetró solo en el cam- pamento el bravo teniente Sánchez, sorprendiendo á Pitirri y los suyos, quienes se aprestaron á la defensa en malas condiciones, porque de los primeros mandobles cayeron muertos el citado cabecilla, un teniente ayudante y dos insurrectos más, y herido el hermano de Pitirri, el cual pudo huir en medio de la confusión general que se produjo.

Terminada la corta refriega, cargaron los bravos voluntarios con el cadáver del autor de los saqueos é incendios de Güines y lo traslada- ron á esta población para que no pudiera dudarse de su muerte.

Un insurrecto presentado dijo que en el encuentro ocurrido recien- temente junto á la laguna de Caimán, fué herido el cabecilla Collazo, y ampliando más tarde sus referencias añadió que las heridas eran gra- ves y las tenía en el cuello y una pierna, habiéndoselas producido en el combate de Bencito.

***

Continuaba el general Pando las operaciones emprendidas para abrir la comunicación del río Cauto hasta el poblado de Cauto Embar- cadero.

Los coroneles Bruna y Tejeda activaban los trabajos conducentes á lograr ese resultado, esperándose que en brtve habríamos recobrado di- cha importante vía fluvial, que estaba abandonada por completo á ia insurrección.

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Seguían llegando fuerzas á Oriente para acometer una enérgica campaña en aquella región y acopiábanse municiones y aprovisiona- mientos para subvenir á las necesidades de aquéllas.

A la sazón se vio patente y se reconoció la inconveniencia de haber destruido los poblados de Yara, Zarzal, Cuevitas, Claras y otros que eran puntos estratégicos.

Eq consonancia con este criterio no sería abandonado Bayamo.

Continuaba inspirando en la Habana gran inteiés la polí- tica local.

Ante la necesidad de apli- car el nuevo régimen se acti vaban los trabf jos para llegar á soluciones que permitieran constituir lo; organismos que habían de servir de base á la política autonomista.

A este efecto, conferencia- ron separadamente el día 12 con el g jbernador general, los jefes de esos partidos.

Como se mantuvieran to- davía las resistencias de losie- formistas para aceptar las pro- posiciones que los autonomistas les habían hecho, el general Blanco excitó al señor Rabell para que cesara la intransigencia, pues en el caso de que se trataba ni debían ni podían los reformistas oponer obstáculos á la obra necesaria de simpliñcar organismos locales.

El señor Rabell aceptó las indicaciones hechas por el gobernador general y ofreció el concurso de sus amigos con el carácter de incondi-

Jitnta autonomista D. RICARDO BELMONTE

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GOLETA INSURRECTA HUYENDO LA PERSEClJClUN DK UW UAÍÍÜNKRO Blanco 33

258

cional apoyj á la primera autoridad de la isla, quedando en tal concep- to hecha la fusión y denominándose en lo sucesivo el nuevo partido liberal autonomista .

La conferencia del marqués de Apezteguía, jefe del partido de Unión constitucional de Cuba, con el gobernador general tuvo tambiéa importancia é interés.

Alejado del Gobierno el partido constitucional, importaba al gene ral Blanco, como importaba á los autonomistas, conocer su actitud, da- da la valiosa representación que tenían en la política del país.

El marqués de Apezteguía, una v£z establecida la legalidad, mani- festó que no constituiría dificultad para el desarrollo de la nueva polí- tica, pues españoles y patriotas sus correligionarios frente á un enemigo común, estarían al lado siempre del que representara á España.

CAPITULO XXI

PatriotÍBmo tardío. Estado y aspecto deplorable de la provincia de la Habana. Las fuerzas insurrectas y las del ejército. Actividad en las operaciones. Encuentro en Manacas. Batida y dispersión de las partidas de Collazo y Acea.— Noticia alarmante. Rumords inquietantes. Confirmando la noticia.— Zozobra é impaciencias de la opinión. La ges- tión Ruíz. Fenómenos de identidad. Nuestros votos.

A c&mpBiña. de los guerrisias contist los Estados Uni- dos porque intervenían en los asuntos de Cuba y porque Mac Kinley había dicho en el Mensaje que habíamos cometido brutalidades en la guerra arreció un tanto aquellos días. El orfeón político que entonaba el can- to bélico, compuesto de profesores procedentes de las más desacreditadas murgas de nuestra desacreditadísima polític , esforzó aquellos días sus desentonadas voces pidiendo sangre y exterminio en Cuba, en los Estados Unidos y donde quiera que hubiese un enemigo de España.

Los manes de Fernando el Católico, Carlos V y Felipe II se extre- mecieron de gozo pensando que la nación que rigieron estaba tan pode- rosa como ellos la dejaron y que seguíamos siendo conquistadores de dos mundos, terror del turco y admiración de Europa.

Grande fuera el asombro si, resucitando, hubieran visto á lo que estábamos reducidos, pero mayor aún su dolor ó su cólera é indignación

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contemplando la inmensa desproporción que había entre esas fieras arrogancias y los medios de realizarlas; y cuando advirtiesen que los que tan altaneros y belicosos se mostraban nunca trabajaron, ni pensa- ron siquiera en trabajar por hacer de la enflaquecida patria una nación fuerte, y que la empujaban á la guerra sólo porque vislumbraban en ello un negocio político, es seguro qu2 de pura vergüenza se hubieran vuelto á morir.

Años habían tenido por delante y materiales y poder sobrados para organizar ejército colonial que excusase el envío de cientos de miles soldados peninsulares á Ultramar y el gasto consiguiente; para cons- truir en la gran Antilla ferrocarriles y caminos estratégicos y fundar colonias militares en puntos convenientes; para organizar el ejército de la Metrópoli y prepararlo á los posibles corflictos; para hacer una Ar- mada en proporción con los intereses que teníamos que defender y con los peligros que debíamos arrostrar; y para concebir y plantear un sis- tema de política exterior faltos del cual no podíamos vivir sino como hemos vivido, agonizando sin merecer siquiera de las demás naciones un poco de compasión.

No hicieron nada de esto. No mostraron siquiera el deseo de ha- cerlo, y, cuando la catástrofe se avecinaba, esos que tanta parte habían tenido en ella vociferaban furiosamente, indignados como víctimas, en vez de esconderse avergonzados como autores de tantas desventuras.

Profunda huella de tristeza dejó en nuestro ánimo el informe que el día 15 de Diciembre nos remitió nuestro corresponsal en la Habana sobre el estado y aspecto deplorable de aquella provincia.

Gran númeio de ingenios estaban parados, extensos cañaverales

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destruidos y muchos potreros sin que se viera ea ellos una sola cabeza de ganado. Da los primeros solo molían los llamados Josefita, Jobo y Merceditas, Becerra, Torres, Flora, Providencia, Portugalete, Toledo y Rosario, y en todos ellos la zafra era exigua por no haber podido cul- tivar á tiempo los campos.

Las oparaciones de la recolección se habían hecho en condiciones

pésimas, no sólo porque esca- seaban los braceros y tenían que tomarse precauciones para ir á los cortes, sino por la ca- rencia de ganados para Jos arrastres de la caña.

La población reconcentrada era muy numerosa en la pro- vincia. Pasaban de seienia mil las personas que se hallaban en esa situación, siendo mujeres y niños en su mayoría, y todos presentaban aspecto análogo al que ofrecían los de Vuelta

Abajo.

En su beneficio hacía plausi- bles esfuerzos la caridad públi- ca y privada, y merced á esto se facilitaban ranchos nutritivos y se fun- daban asilos para los huérfanos.

La despoblación producida por la guerra y las enfarmedades guar - daban en aquella provincia proporción análoga á la ob¿ervada en la de Pinar del Río.

Ei estado de la insurrección era en ella de gran quebranto.

Los rebeldes se encontraban sin caballos, fraccionados en pequeños

Junta aiifonomistii DON ANTONIO GOVÍN Y TORRES

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grupos, amparcdos en las lomas y ciénagas de la provincia, huyendo de la persecución activísima de las columnas dirigidas por el bizarro é infatigable general González Parrado.

El número de insurrectos armados se calculaba en i 500 y estaban mandEdos por los cabecillas Juan Delgado, Jacinto Hernández, Nodarse, Alejandro Rodiiguez, Arango, Aranguren, Cárdenas y Collazo.

Temerosos de que se realizasen Jas presentaciones anunciadas, eran inspeccionados activamente por Mayía Rodríguez, á cuyas órdenes es- taban todos.

Las fuerzas del ejército que allí operaban ascendían á 6.000 sóida dos y guerrilleros, deducidos los enfermos y los que prestaban servicio de guarnición.

Habiendo mejorado la alimentación del soldado, era más satisfacto- ria también la salud de las tropas.

También resultaba en las operaciones una plausible actividad, que había de producir resultados beneficiosos para incapacitar por completo al enemigo decaído y desmoralizado.

* * *

El coronel Delgado, con el batallón de Burgos, batió el día 12 en Manacas á una partida rebelde fuertemente posicionada, á la que des alojó de sus trincheras, persiguiéadola y dispersándola más tarde en Mamoncillo, donde volvió á hacer resistencia, recogiendo en el campo once muertos del enemigo.

La columna tuvo un muerto y tres heridos de tropa.

En la mañana del 14 el general Maroto, al frente de los escuadro- nes de Borbón, encontró reunidas cerca de Alquizar, en la finca llama- da Pj^, á las partidas que mandaban los cabecillas Collazo y Acea.

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El enemigo tenía tomadas posiciones, de las que se le desalcjó, y cuando se le hubo sacado al llano, cargó sobre él bizarramente uno de los escuadrones de Borbón, mientras la guerrilla Peral le cortaba la re- tirada.

Este movimiento envolvente ejecutado con una precisión admira- ble, desconcertó á los rebaldes que, en su huida á la desbandada, fueron acuchillados por los jinetes de Borbón, dejando en el campo 43 cadáve- .res, 34 armas de fuego, 15 machetes y varias cajas de cartuchería.

Recogidos los muertos fueron trasladados al inmediato pueblo de Aiquizar para su identificación y enterramiento.

Resultó gravemente herido el capitán don [osé Nogueras y murió un soldado.

Con carácter reservado nos comunicaron el día 16 desde la Habana una alarmante y delicada roticia que por discreción retrasó trasmitirla nuestro corresponsal hasta saber que se había remitido ya por vía de Cayo Hueso.

Circulaba por la capital el rumor de que el día 14 había salido para un punto cercano, del que se hallaban posesionados los insurrectos, el teniente coronel de ingenieros don Joaquín Ruíz.

El rumor público atribuía al viaje del señor Ruíz cierta importan- cia, por suponerle relacionado con las gestiones que se venían realizan- do para la presentación de algunos cabecillas.

Habíase dicho que Aranguren, aquel que detuvo el tren de Gua- nabacoa y llevó presos á varios oficialas, estaba dispuesto á aceptar la autonomía, y añadíase que el señor Ruíz fué al campo rebelde para avis- tarse con dicho cabecilla.

Como había transcurrido tiempo bastante para que regresara de su vipje aquel distinguido jefe de nuestro ejército y aun no había vuelto ni se tenía noticia alguna de su paradero, habían comenzado á circular rumores pesimistas, diciendo que el cabecilla Aranguren había rehusa-

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do las proposiciones que el señor Ruíz le hiciera y detenido á éste, im- pidiéndole regresar á la Habana.

Otros más alarmistas llegaron á anunciar que Aranguren había he- cho prisionero al señor Ruíz y enviádole en calidad de tal á su jefe Mf- yía Rodiíguez para que le aplicara el bando de Spotorno; «pero, á decir verdad— advertía nuestro comunicante todos estos rumores carecen de verdadero fundamento, pues ni el tiempo transcurrido autoriza ver- siones tan alarmantes ni es de creer que el señor Ruíz, conocedor como pocos del país, por el mucho tiempo que lleva en la Habana y la íntima relación en qu3 vive con todas las clases sociales, fuera al campamento de Aranguren sin saber de antemano á qué atenerse».

* *

Al siguiente día recibimos de nuestro corresponsal en la Habana un despacho confirmando los rumores alarmistas relacionados con el viaje al campo rebelde del, teniente coronel señor Ruiz, ayudante del general Blanco y director del acueducto de la Habana.

«Salió el lunes último (día 13)— decía el despacho acompañado de un práctico á conferenciar con el cabecilla Aranguren, quien se dice se hallaba dispuesto á aceptar la autonomía y á realizar un acto de sumi- sión al Gobierno de la metrópoli.»

Y añadía:

«A pesar de los días que han transcurrido nada se ha vuelto á sa- ber del señor Ruíz ni del práctico, y comienza á temerse que les haya ocurrido una desgracia, toda vez que el lugar señalado para la entre- vista está muy cerca de la Habana... A'...*'»

Por la noche algunos periódicos de Madrid hicieron pública la no- ticia, que trasmitida por los corresponsales de provincias á sus raspee-

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tivos diarios llevó á todos los ánimos la inquietud y la zozobra y dio lugar á muchos comentarios la misión del ilustrado jefe de nuestro ejér- cito y el riesgo á que se le había expuesto, teniendo en cuenta la acti- tud intransigente del generalísimo y de algunos de sus partidarios y secuaces.

No es para pasado en silencio el viaj j de un jefe del ejército espa- ñol al campo de la rebeldía se - piratista.

Los telegramas particulares del dia jj acusaron completa tranquilidad sobre particular tan interesante, desmintiendo los rumores alarmistas y anun - ciando que se esperaba que por la tarde llegase el señor Ruiz de Campo Florido en el tren de Matanzas, asegurándose á la vez que estaba salvo y en liber- tad y regresaría á la II ibana de un momento á otro. Podemos, por tanto, adelantar aquí nues- tro prejuicio, aún antes de cono cer el resultado de la gestión

Ruíz, sobre el alcance del acto realizado por el arriesgado jefe de inge- nieros, qu3 mandaba también uno de los batallones de bomberos y diri- gía las obras de Vento.

Por seguro tuvimos, desde luego, que no se trataba de una aventu- ra realizada por el deseo de notoriedad, sino de una gestión seria, bien meditada, no sólo por los momentos en que se realizaba, sino p>r la calidad de la persona encargada de llevarla á cabo.

Blanco 34

^í;^.

Junta autonomista DON MIGUEL MOYA

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Aucque nirguca utilidad practica reporte ya, al juzgar este he- cho, recordar el carácter de la nueva política inaugurada aquellos días en la gran Antilla, ni hacer comparaciones con la que imperaba pocos meses antes, ;i ncs parece de interés señalar algunas coincidencias entre lo que á la fecha acontecía y lo que ocurrió en aquel período en que se inició el de smcronf miento del edificio que pretendiera levantar Carlos Manuel Céspedes con su grito en Jara.

# * *

Hallábase á la sazón quebrantada la insurrcccfón en las provincias occidentales, no sólo por el continuo pelear, siró porque la miseria y las enfermedades se cebabín aún más en nuestros enemigos que en el ejército leal, pues averiguado está que los que servían en el ejército li- bertador no eran gentes consagradas por la absoluta inmunidad.

En tales condiciones la rebeldía, se inició una política que concedía á Cuba la perscnalidid en téimicos que no concibieron los más ilusos y paiecía existir sfén entre todos aquellos que contebsn á la fecha con los resortes del poder paia atraer á la legalidad á las gentes que, más por la ilusión de un triucfo inmediato que por la íé en las ideas, fueron á pelear en la manigua por la independencia de la isla.

Circunstancias tan especiales obligaron á Máximo Gómez á ratifi- car como dictador sus bandos rigorosos.

Temía sin duda el generalísimo: quizá sintiera cerca de su campa - mentó los latdcs del descontento, los síttomas del cansencio, la inicia- ción de un estado psrecido á aqvel ctro que le obligara er 1876 á aban- donar Las Villas, donde fué víctima con Sanguily délas conspiraciones y asechanzas de Msyo, jefe de losrevoItcío.«, ctbeza de les motines que

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iaiciaron la desmoralización de la rebeldíi ya convertida en verdadera anarquía revolucionaria.

Gómez á la sazón^ como Spotorno entonces, se previno contra la vacilación, y reprodujo el bando que aqusl firmara en 3 ■) de Julio de 1875 en San Jasé de Guaycamanar, y cuya parte dispositiva era la si- guiente:— <Lque sean tenidos y ju\gados como espías los individuos pro- cedentes del campo enemigo que presenten de palabra ó por escrito pro- posiciones de pa\ fundadas en base que no sea la independencia de Cuba».

D3 esta suerte logró imponerse Spotorno á la masa, pero no logró someter á los j jfes á la disciplina, aunque Estrada Palma, en cumpli- miento del bando, fasiló á Esteban da Varona y al práctico Castellanos.

La revolución ya desnaturalizada, fué rápidamente hacia la disolu- ción, y ni los prestigios de Vicente García ni la tenacidad da Maceo lo- graron contener la desbandada.

***

Con esos anteceientes; tratáadoss de la m'sma gente; habiendo amenazado Gómez con el fusilamiento «á los que hicieran verbalmente ó por escrito proposiciones que no estuvieran basadas en la independen- cia» hubimos de ver en el viaja del teniente coronel don Joaquía Ruíz un riesgo y una temeraria imprudencia.

Otros, más confiados ó menos conocedores de la deslealtad mambí, vieron en aqual viaja un hecho importantísimo: el incumplimiento por parte de Aranguren de las órdenes y bandos publicados por el jefe de la revolución, ya qu; no era de creer que el señor Riíz le habiese visi- nio por el gusto de pasar ua par de días con el cabacilla que tenía en CDnstante amenaza á Guanabacoa y Campo Flori lo.

Como en la H ibana, sentimos todos aquí zjzobras por la suerte del

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señor Ruíz: pero ea repaso nuestro espíritu, en vista de los tranquili - zadores telegramas del día jy, seguros del regreso feliz del digno jefe de ingenieros á la capital de la Antilla, gozamos natural satisfacción y desechamos nuestros temores, esperando mejor impresionados el resul- tado de la misión que se le confió, y haciendo votos por que esos fenó- msnos de identidad entre la rebeldía al final de 1897 y la rebelión al terminar el año 1877 se acentuasen en forma tal que permitieran al Go- bierno acariciar los optimismos qae revelaba á toda hora y al país pen- sar en la reconstitución de sus fuerzas morales y materiales.

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A/uiuiu«iB-uiitHiaiiiiu..>ii)ijiiiiiiii .iHNiiiitiii iiiituKiiiiiitMumtiiuni.iiiiiNiiuiiniiiniuiMHt«.i>iiiHiitiiiiuHiniiuniiiuiuiiiuiniiuiiiiiriiiitiiiiniiiiiiiiiiiiiiiuii^ "§{«1— niut:i-'"HgWHiiíi.nimMtrt¿i '"MKiHnin "iHiiMiin 'khvh»*-' :iiinHiiniin í^'nnn'inn'iuinmtnm ^'»^ewi*«n""nBniiiilJt'nnaiw»*'»iiw=i«»" -y^

CAPITULO XXII

Indicios favorables. Optimismos. Rumor satisfactorio. Episodio dramático. El corazón de nuestros soldados. Dos niños extraídos de una sima. La Hija del batallón de las Navas. Derrota de la partida del cabecilla líápoles. Operaciones en Oriente. Capta- ra del cabecilla Villanueva. Rudo combate en los Altos de San Francisco. Ataque á un convoy. La columna del general Segura. El enemigo batido y disperso. Nuestras bajas. Llegada del convoy á su destino. Buenas impresiones. La zafra en la provincia de Matanzas. Noticias é impresiones. Rumores y esperanzas. Agitación en el campo rebelde. El cabecilla Villanueva. Mejora el aspecto de la guerra y los valores públicos.

;■" OR multitud de datos é informes que aunque parecían

aislados guardaban entre una perfecta relación de

conjunto, echábase de ver que en aquellos días habíi

mejorado considerablemente el aspecto militar y poli

tico de la cuestión cubana.

No solían antes durar más de veinticuatro horas las im presiones favorables j era cosa de rúbrica el que una mala noticia se sucediese sin falta á una noticia satisfactoria.

Advertíase á la sszón una progresión constante en la se- rie de los buenos efectos que augurado habían, y deseáramos todos, los que siempre tuvieron fe ciega en las solucionas de libertad y de justi- cia.

Lo que no habían hecho ni podían hacer los extractos remitidos por telégrafo, principiaba á hacerlo el texto íntegro de los Estatutos co- loniales.

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La prensa de la Habana publicó el día i6 la Coastitución autonó- mica de la isla, acogiendo con gran entusiasmo los decretos que fueron aplaudidos por los liberales y recibidos con grandísimo júbilo por la población cubana.

Su conocimiento suscitó en la grande Antilla algo mejor y más útil que el legítimo entusiasmo de los partidarios del régimen liberal auto- nómico. Produjo un rigoroso renacimiento de la confianza pública, y devolvió la noción de la propia capacidad á muchos que casi por ente- ro la habían perdido.

Eran allá muy numerosos los elementos que dudaban de la sinceri- dad de España, y esa duda estaba fomentada y mantenida, no tanto por los amigos exaltados, cuanto por los enemigos acérrimos de las refor- mas.

Al patentizarse á los ojos de todos la verdad, ya no cabían ni pérfi - das sugestiones ni malas inteligencias.

El país cubano pudo apreciar por mismo el alcance de la Cons titución que le había otorgado la Metrópoli, y tenía en el representante de éita el más digno y seguro fiador de que aquélla sería fiel y lealmente cumplida.

Testimonio de su gratitud y del buen ánimo con que se aprestaba á entrar en la vida nueva, fué la fusión de las agrupaciones liberales y la aceptación de la legalidad común por la parte más desinteresada é inteligente de las fuerzas conservadoras.

La feliz reacción operada en la política comenzaba á reflijarse en el curso, ó, mejor todavía, en el estado de la guerra.

De las indicaciones contenidas en los telegramas del día 17 xSe comenta el movimiento de las partidas rebeldes alrededor de la Habana. Los comentarios que se hacen son muy favorables á la causa de la au- tonomía y de España. Si guarda mucha reserva, pero esperando impor- taates y satisfactorios sucesos»— resulta que cierta versión propalada

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a:iuellos días, y en la cual se entreveía un doloroso fracsso, podía, muy al contrario, referirse á un buen suceso préximo.

* * *

Simultáneamente con los horizontes de Filipinas, se aclaraban por momentos los horizontes de Cuba.

Al ser conocida el día de Diciembre la consoladora noticia de la pez y de la sumisión de los rebeldes tagalos en el Archipiélago de Le- gazpi, se produjo en los espíritus una gran reacción, tan optimista, que la gente se mostraba dispuesta á aceptar todo lo que fuera agradable.

Por esto se abrió camino un rumor muy satisfactorio relacipnado con la guerra de Cuba.

Díjosequeel Gobierno había recibido algún despacho de la prime- ra autoridad de la isla, en el que se anunciaba que en plazo breve se ve- rificarían algunas presentaciones de importancia y hasta se añadió que eran cuatro los cabecillas de significación que abandonarían la lucha, reconociendo la legalidad.

Ya venía dic'éndose, desde hacíannos días, por gente de ordinario bien informada, que personas de influencia entre ciertos elementos de Cuba estaban realizando trabajos á fin de conseguir qne varios cabeci- llas de prestigio y que mandaban núcleos impoi tantas depusieran las armas y acataran la legalidad. Y estos rumores se acentuaron dicho día, con motivo de las noticias sobre la pacificación de Filipinas.

A nosotros se nos informó desde el teatro de la guerra que, efecti- vamente, se estaban haciendo trabajos en tal sentido y que uno de los que ponían mayor empeño en ello era don Marcos García.

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TambiéQ se nos comunicó que se confiaba en un buen éxito, pero que este no se realizada hasta después de implantarse la autonomía,

cuando funcionase el gobierno in sular.

Fundados ó ir fundados, esos ru- mores y presentimientos se gene ralizaron y tomaron cada di\ más cuerpo.

Cierto es, y con profundo dolor lo reconocemos, que nos engañó y engañó á cuantos opinaron como nosotros, la intensidad del deseo: pero fué por que consideramos que es siempre ley que la buena semilla buen fruto y que la generosidad fecundice las tierras y las almas esterilizadas por el odio.

España había hech ? cuanto podía hacer por su colonia; justo y de esperar era que la colonia hiciera el resto, por si misma y por lamagnánima madre patria.

Junta nutonomista DON JOSÉ DEL PEROJO

« * *

La llegada al poblado de Los Palos, á raíz de la presentación de los hermanos Cuervo y su partida, después de tres ó cuatro días de opera- ciones, del batallón de las Navas, proporcionó á uno de nuestros corres- ponsales en el teatro de la guerra, que fué allí á presenciar el primer suceso de importancia acaecido en la presente campaña, que habla de

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servir como de prólogo á la nueva obra iniciada con el cambio de poli tica y de procedimientos en Cuba, ocasión de conocer uno de los episo- dios más dramáticos de la última insurrección separatista, referido por los jefes de dicho batallón, el teniente coronel señor lioate y el coman- dante señor Ruiz.

A mediados del mes de Octubre anterior se encontraba la cuarta compañía de Las Navas en un sitio llamado el Salto del Chivo, junto á las lomas de Zapata, no muy lejos de Jaruco. Los soldados, que en el campo no dt jibán sitio por reconocer, advirtieron que había allí en me- dio del campamento una sima muy profanda; miraron, curiosearon, quisieron ver lo que allí había, y en esta inquisición les sorprendió el llanto de uii niño.

No fué necesario más; inmediatamente se buscó una cuerda, y con ella atado, bajó al fondo del pozo un soldado, encontrándose un niño de pocos años encima de cinco cadáveres de adultos. Hjrrorizado y con el niño en brsz-^s salió el valeroso soldado de aquel pozo; el capitán de la compañía recogió y se hizo cargo del niño, al que todos los soldados se desvivían por acaiiciar.

Alguien tuvo la feliz idea de que se practicara un nuevo reconoci- miento en aquella sima, por si quedaba algún otro ser viviente; bajó de nuevo al fondo del pozo el mismo soldado y mirando más detenidamen- te vio que poco más allá de los cinco cadáveres había una niña con vi da, la cual al verle le habló, aunque con mucha dificultad. —¿Me traes de comei?— le dijo.

Y el soldado, cogiéndola cariñosamente, se apresuró á salir de nue- vo de allí, con la impaciencia de completar su obra humanitaria.

La niña representaba tener como unos cinco años de edad; la ane- mia y los días ¡sabe Dios cuántos! que llevaba en tan horrible situación, apenas le permitían hablar y parecía idiotizada.

No pudo saberse quiéoes fueran sus padres, ri de dónde procedían

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aquellos inocentes seres, ni cómo habían caído en aquel abismo. Se su- puso que caminando por allí, sin conocer el camino, cayeron en la si- ma: irían todos, como iban los campesinos, errantes, sin hogar, sin re- cursos, sin fuerzas ni para pedir limosna, huyendo de las tropas y de los mambises, dejándose morir. Ellos, los adultos, no pudieion sobrevi- vir al golpe de la caída y á su estado de agotamiento de faerzjs; á los niños los conservó Dios para que pudiera recogerlos la mano cariñosa de nuestros bondadosos y caritativos soldados.

Cuando al día siguiente fué conocido de todos el suceso, el n'ño ha- bía muerto, y la niña, que á fuerza de cuidados vivia, fué prohijada por el batallón de Las Navas.

El capitán de aquella compañía, don José Nestares, al marchar al poco tiempo del suceso á la Península, quiso llevarse la niña, pero el estado delicado de salud no lo permitió, y fué confiada al cuidado del obispo de la Habana, hasta que se repusiera y pudiera entrar en un co- legio por cuenta del batallón que le salvó la vida y la adoptó.

***

Sabedor el general Salcedo, que con la división de su mando ope- raba en jurisdicción de Sancti Spíritus, de que el cabecilla Ñapóles con su partida estaba en el Zaza, mandó á su encuentro al batallón de Ara- piles.

El día i6, la pequeña columna de Arapiles encontró, en efecto, en el potrero «Manguito» á la partida de Ñapóles, con la que empeñó rudo combate, á pesar de la superioridad numérica de sus fuerzas.

Los soldados de Arapiles envolvieron y rodearon á los rebeldes ba- tiéndolos y causándoles 35 muertos en un brillante ataque á la bayone- ta, haciéndoles tres prisioneros y recogiendo 30 caballos, tres mulos, 15

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moaturas, 26 armas de fuego, cartuchos, un botiquín y documentos im- portantes.

El enemigo huyó á la disbandada, abandonando ea el campo de la acción 24 cadáveres, 18 de los cuales tenían heridas de arma blanca.

La columna no tuvo más bajas que dos heridos leves y cuatro caba- llos muertos.

El general Pando, con la división de su mando, había remontado el río Cauto, creyéadose que había pasado ya de Guamo.

Continuaba la combinación para dejar libre aquella importante vía

fluvial.

Conforme remontaban el Cauto los barcos de guerra, avanzaban

las columnas que iban por ambas orillas del río.

El díi 13 salió de Manzanillo el general Segura para realizar una importante operación, en la que tomaron parte 4.000 hombres, forma- dos por los batallones de Zimora, Colón, Alcántara y Vizcaya, y cua- tro piezas de artillería.

Un escuadrón de Villaviciosa batió cerca de Manguito, en la pro- vincia de la Habana, á la partiia de Juan De'gado, que al huir dejó en poder de nuestros soldados cinco muertos con armas, cuatro caballos, un botiquín y tres prisioneros, uno de ellos el cabecilla de aquella zona titulado teniente coronel Cándido Villanueva, importante en la co- marca.

Las tropas tuvieron un oficial contuso y dos soldados heridos.

**»

Al realizar el general Segura, con las fuerzas á sus órdenes, laope ración anunciada, que consistió en la conducción y custodia de un im- portante convoy de víveres y mu liciones de Vegaitas á Biyamo, en- contró en los Altos de San Francisco (Manzanillo) á una numerosa par»

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tida rebalde que le esperaba fuerte y ventajosamente posicionada, y que hostilizó al convoy, pretendiendo cortarle el paso.

El batallón de Alcántara sostuvo el fuego y atacó de frente, mien- tras el resto de la columna, flanqueando la derecha del enemigo, trabó ua sangriento combate y arrolló á las fuerzas enemigas, desalojándolas de sus posiciones y obligándolas á retirarse en dispersión.

La lucha fué muy empeñada y tenacísima la resistencia que opusie- ron los rebeldes, los cuales abandonaron en el campo siete muertos, ar- mas y municiones, logrando retirar durante la acción otras muchas ba- jas, cuyo número exacto no pudo averiguarse.

Mandaba las partidas el cabecilla Liens.

La columna tuvo siete muertos de tropa; heridos graves el médico don EnriquJ Gavaldá, segundo teniente del batallón de Colón don José Alicart y 22 soldados, y leves el capitán de Colón don Felipe García, segundo teniente de Alcántara don Ildefonso Puigdengola y seis de tropa, tres caballos muertos y cinco heridos.

Se distinguieron en el combate el comandante del batallón de Co- lón, don Federico Piez, y los tenientes don C destino García, don José Alicart y don Francisco Cuevas.

El ganeral Segura recomendó en el pjrte oficial de la acción al co- ronel señor Tovar, que mandaba la vanguardia.

Dispersado el enemigo, continuó avanzando la columna hacia Ba- yamo, á donde llegó sin encontrar nueva resistencia.

***

Mejoraban de día en día las impresiones de la guerra. En muchos ingenios se trabajaba con actividad y se esperaba que pudiera realizarse una buena zafra.

Siendo, como era, la zafra la base de la vida económica de Cuba,

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importaba mucho á la sazón cuanto á este asunto se lefería, y por ello nos complace poder agregar á los datos que sobre la provincia de la Ha- bana df jamos consignados los que posteriormente nos comunicaron respecto de la de Matanzas.

Molían si comenzar la última decena del mes de Diciembre en di- cha provincia los ingenios si- guientes.

Sania Filomena, de Soler; Socorro, de Arenal; La Cata lina, de Hidegger; Dolores, de Rosell ; Enfalde , de Broch ; Arrutía y Carmen, de Alexan- dei ; Intrépido, de Leandro So- lei ; Concepción, de Díaz y Joyo; Atrevido, de Peralta y Melga- res; y Diana, de Baró.

Estaban preparados para romper molienda Álava, de Zu lueta; España, de Romero Ro bledo; Coliseo, de Amblard, Las Antillas y otros.

En el término de Navajas había varias fincas donde habían

empezado los cortes decaña, en cuya faena se empleaba gran número de los que estaban reconcentrados en los pueblos, con cuyo solo hecho ha- bía mejorado mucho la situación de los guajiros que se veían en la im- posibilidad de trabajar.

Otro tanto acontecía en la jurisdicción de Cárdenas.

La provincia de Matanzas recobraba de esta suerte gran parte de las íueizas materiales y morales que había perdido en los dos últimos

Juiíla autonomista . KLÍ-<En OIBF.RGA

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años de guerra, influyendo poderosamente también en el mejoramiento de la salud pública.

En efecto, las noticias de Cuba y las impresiones que unos á otros se comunicaban en aquellos días, eran mejores que las trasmitidas en los anteriores.

Leyendo los militares conocedores de la gran Aatilla el despacho oficial que en la mañana del día i8 recibió el ministro de la Guerra, re- ferente á la sorpresa de la partida de Ñapóles y dando cuenta de las operaciones de la semana, dedujeron que nuestras tropas habían hecho una hábil sorpresa al enemigo, lo cual suponía que contábamos con es- pías del país y qu3 esto podía favorecer bastante la acción militar.

Por otra parte, súpose que el Gobierno había tenido confirmación del despacho publicado por un diario de Madrid, sobre el regreso á la Habana del teniente coronel de ingenieros don Joaquín Ruíz, que había estado, en efecto, en el campo enemigo.

En la Bolsa circuló también esta noticia, relacionada con otros su- cesos, que hicieron subir los valores.

* *

Según. las noticias de personas que podían estar bien informadas, después de la excursión realizada por el señor Ruíz, el cabecilla Aranguren había mandado reconcentrar las fuerzas enemigas que esta- ban en la provincia de la Habana, y se suponía que tenía el propósito de presentarse á indulto con los parciales que tenía bajo su mando.

Otro rumor circuló el propio día i8: el de encontrarse enfermos Máximo Gómez y Calixto García; pero sin conocerse el origen de esta versión.

Los ministeriales dijeron que el general Banco había dado cuenta al Gobierno de las gestiones que se realizaban en diversos puntos de

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la isla para obtener la sumisión de varios cabecillas que se mostraban dispuestos á acatar la legalidad, en vista de las reformas publicadas y cuyo texto íntegro conocían ya.

Esto, unido á la mayor actividad que se había dado á las operacio- nes de guerra desde hacía poco tiempo, era causa de que muchos rebel- des mostrasen deseos de cesar en una lucha estéril que no les reportaba más que sinsabores y desengaños.

Por estas razones se supuso que no transcurriría mucho tiempo sin que depusieran las armas algunos cabecillas, con las gentes que les seguían.

En el campo rebelde reinaba una gran agitación. Algunos cabeci- llas daban órdenes severísimas para evitar presentaciones en masa de las partidas.

Con tal motivo se temían sensibles desgracias. Esto era una prueba de cuánto temían los cabecillas la corriente de paz, que cada día era más poderosa en el campo de la rebelión.

El cabecilla apresado Villanueva declaró que crecía la división en- tre los insurrectos, semejante á la que hubo antes del pacto del Zanjón.

En los círculos políticos se dijo el referido día i8:

«Los vientos han cambiado de cuadrante y ya era hora que mejora- se el aspecto de la guerra de Cuba.»

Sin duda estas alegrías fueron la causa de que mejorasen en Bolsa las cotizaciones de los valores públicos.

CAPITULO XXIII

Buenos síntomas. ¡Ya era tiempo! La prensa cubana. Detalles interesantes. El batalldn de San QuÍLtín. Operación combinada. Ataque y toma del campamento de «El Mogo- te».— La rebelión en la provincia de Matanzas. Situación difícil. Las fuerzas del ejér- cito.— General convicción. La salud del soldado. Los reconcentrados. La despobla- ción.— El trágico suceso de Campo Florido. Alevoso asesinato del teniente coronel don Joaquín Ruiz. Ansiedad é impaciencia en la opinión. El jefe español y el cabecilla Aranguren. Intranquilidad en la Habana. El crimen. Dolorofa consternación. Por la patria y por la paz. En honor del mártir de la redención de Cuba.

-MPOsiBLE, á la fecha, juzgar la obra del ilustre general Blanco; pero séanos lícito consignar que el estado de la guerra presentaba señales de mejoría. La primera ventaja lograda fué el desvanecimiento de la comedia ( licial de la pacificación de las provincias occidentales: come- dia que, además de hab^r quitado á España la conciencia de su verdadera situación, nos acreditó de torpes y de embusteros á (^ ios ojos de los gobiernos de las demás naciones, muy bien en- ^ tarados de la verdad por sus cónsules y llenos de asombro de nuestro empeño en engañarnos y de engañarles.

Sabíamos, al fin, que en Pinar del Río quedaban al salir de la isla el general Weyler unos 9. coa insurrectos, 3 000 en la Habana y otros ^s.ooo entre Matanzas y Las Villas, Sabíamos también que en el Ca magüíy y en Oriente, donde la rebeldía estaba intacta, hsbía unos 12.000 hombres, bien armados y provistos de abundantes recursos.

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La segunda ventfja fué la de mf jorar la comida del soldado, orgii- nizar los servicios sanitarios y dar á las operaciones, últimamente casi del todo paralizadas, un vigor que desde hacía tiempo no tenían.

De ahí, de que nuestras tropas se me vían poco y mal, nació la ilu- sión de la escasez de fuerzas enemigfs. Sólo donde éitas tomaban la ofensiva se conocía su txistercia, como sucedía en Santiago de Cuba, región dominada por los insurrectos que en masas de cuatro ó seis mil

FUENTE EN LAS AFUERAS DEL POBLADO DE CEtBA DEL AGUA (Habana)

hombres, con cañones y toda suerte de impedimenta, habían podido apoderarse de Victoria de las Tunas, amenazar á Holguín y caer sobre Guisa y rendirla.

Da algunos días á la fecha observábase en las operaciones un cam - bio radical, que vimos con gusto. La ofensiva era nuestra en todas par- tes. En la Habana y en Las Villas, la caballería, bien manijada, había hecho numerosas bajas á les matnbises. Nuestras columnas habían lo- grado al fin el contacto con íl antes invisible semi- fantást co Máximo Góm(z. El cabecilla González, que operaba á las inmediatas ordenes del

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generalísimo, había sido batido, dejando en el campo buen número de muertos. La línea de Cauto volvía á ser nuestra al cabo de año y medio de perdida; Guisa había sido reconquistada á los pocos días de perdida; el general Sigura había llegado á Biyamo con un convoy importante, sin grandes dificultades, y 4.000 hombres iban á operar por aquellas abandonadas comarcas orientales contra Calixto García y Ribí.

¡Ya era tiempo!

Nada de eso era decisivo, de sobra lo sabemos. Aúa quedaba lo más per hacer; paro lo hecho fué algo, mucho, en comparación de lo que antes se hiciera. Del campo rebelde llegaban noticias que descubrían la desunión de los principales cabecillas, el cansancio y desaliento de bue- na parte de ellos y la desconfianza de unos hacia otros.

Lossíntomas eran buenos. ¿Porqué no los hemos de consigiar aquí? Ante ellos, el espíritu patrio abrióse á la esperanza, y el país puso su confianza en las dotes políticas y militares del general á quien España había encomendado la pacifi :ación de la perla antillana.

*

Las noticias de la prensa insu'ar llegada en el correo del 19 alcan- zaba hasta el 29 de Noviembre, y, aunque casi todos los encuentros de que daba cuenta, habíin siio adelantados por el telégrafo y los deja- mos señalados en precedentes páginas, encontramos, sin embargo, tn ellas algunos detalles interesantes, que, seguramente, leerán con gusto nuestros lectores.

Al medio día del 24 de Noviembre se presentó al comandante mi- litar de Artemisa, coronel señor Antenor Daelo, un negro rebelde lla- mado José Chile, sin armas y completamente desnudo, manifestando expoLtáneamente qje había estado siempre con el prefecto Bernabé

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Muñ(íz en lo más intrincado de la loma del I. glesito; que en !a última operación realizada en las lomas por el coronel señor Roca, el cual hizo prisioneros á la mujer é hijos de prefecto "i^Xíñíz, éste fué moitalmente herido, muriendo á las pocas horas.

Las medidas adoptadas por el general Blanco para remediar la mi* seria entre los reconcentrados iban produciendo excelentes resultados.

Un espectáculo sorprendente y conmovedor— escribía i La Lucha su corresponsal en Artemisa— se presecció ayer en este pueblo al ver repartir por las autoridades, á los reconcentrados imposibilitados y er.- íermos, 900 raciones de arroz, galleta, sal y azúcar. El hambre queda conjurada con la aplicación del benéfico bando del general Blanco.

El día 4 de Noviembre fué atacado el poblado de San Andrés por fuerzas insurrectas.

El prestigioso y bizarro general Luque, en previsión de un ataque, habia reforzado el destacamento que guarnecía el poblado con una com pañía del regimiento de la Habana, al mando del valiente capitán señor Camarero, y este bizarro militar después de defenderse con energía y valor, sin que le arredrara el peligro ni la superiorided de las fuerzas enemigas, hizo una salida de la plaza con las tropas de que pudo dispo ner, rechazando al enemigo y persiguiéndole hasta más dedos kilóme- tros de la población.

Los rebeldes abandonaron en la huida dos muertos, y el destacamer - to tuvo que lamentar la herida del bravo capitán señor Sanz y las de siete individuos de tropa.

El incansable batallón de Mallorca, á las órdenes del teniente coro- nel señor Cortils, ocupó el día iS los ingenios Mapos, San Fernando y Natividad.

Al efectuar dicha ocupación sostuvo fuego con el enemigo, al cual sorprendió, haciendo prisionero al titulado sargento insurrecto Ventura Lara, con armas y caballos.

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Después de doce leguas de marcha, realizada por el teniente coro- nel de Camajuaní, señor Altolaguirre, con una sección de sus escuadro- nes y otra del regimiento del Piíncipe, en la que reconoció á Qaems- dos Nuevos, Viajacas, Sabanas de Tibizial, Hortelano y Cerrojo, siguió con i6 movilizados, pié á tierra, un rastro enemigo, al que encontró en el monte Gavilán, batiendo un grupo y matando al titulado sargento Fernando Pineda, cuyo cadáver fué recogido y enterrado por la tropa. Además hizo prisioneros al titulado capitán Desiderio Nuñez y á Juan Pineda, ambos armados.

* *

El coronel don Pío Esteban, combinando los batallones de Valla - dolid, San Quintín y San Marcial, salió á practicar extensos reconocí - mientes en persecución del enemigo, encontrando y batiendo á la par- tida de Varona en Arroyo del Agua, Hoyo Binito y Qailla Enjarano, haciéndole dos muertos, cogiendo nueve armas de fuego, cinco mache- tes, un botiquín, dos mulos y cinco caballos, teniendo la columna en su totalidad, un muerto y seis de tropa heridos.

El día i8 salió el primer batallón del regimiento de Sin Qjintír, formando parte de la columna del distinguido coronel don Pío Este- ban, en combinación con los otros batallones de Valladoiid y San Mar- cial, á practicar nuívos reconocimientos y tomar el célebre punto de- nominado «El MogDte», de la ^Mz7/a de Bajarano, ocupado, según ;e supo después, por las partidas de los cabecillas Varona, Pancho, Perr- za y Julián Gallo.

El día 21 fué el designado para el ataque y toma del referido cam- pamento de «El Mogote».

A la hora y media de marcha de la columna, rompió el fuego la primera avanzada enemiga, compuesta de 30 á 40 rebeldes, cuyo fuego

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fué contestado en el acto y cjn gran acierto por la compañía de van- guardia, que fué hostilizada tambiéa por el núcleo enem'go desde su campamento de «El Mogote», cuyo punto dominaba el campo de la acción.

Mientras sostenían sendo y nutrido fuego avanzada y vanguardia, la columna continuó la marcha haciendo fuego tambiéa sobre el cam- pamento, hasta que llegada ya muy cerca del punto objeto de la ope ración, se mandó tocar ataqua y sj emprendió la subida, que fué muy penosa y sumamente difícil para nuestros valientes soldados, por las pésimas condiciones del terreno, formado todo él por «dientes de perro» y la falta absoluta de camino, pudié adose al fin coronar la cum- bre del monte, á cuya altura se le calculan och;nta metros próxima- mente", y desde la cual ss despeñaron en su huida algu ios insurrectos.

La bizarra columna hizo al enemigo once muertos vistos, entre ellos un titulado capitán, quj declaró antes de espirar llamarse José María de la Toiriente, cuyo cargo desempeñaba en la partida de Varo- na, segúa nombramiento que tenía en su poder y que se le ocupó, con una cartera grande de botiquín bien provista de medicamento.', reco- giéndose también tres fusiles y una tercerola Rimington, 300 cartu- chos del mismo sistema, un revolver de reglamento, dos mulos y cua- tro caballos, hacieado prisioneras, además, á las pardas Fermina Rive- ra y Justa Sáez, coa tres hijos pequiños cada una. Posesionada la co- lumna del campamento, se destruyeron veinte y seis bohíos y se cogieron muchas viandas.

La columna sólo tuvo un muerto y dos soldados heri los.

***

Como en las provincias de Pinar del Rio y de la Habana, procura- mos conocer en la de Matanzas el verdalero estado de la guerra, lo-

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gracdo ver confirmadas las impresiones que ya se nos habían ccmuni- cado por el cable.

La insurrección estaba en aquella comarca más que quebrantad?, y casi podía asegurarse que era un hecho la pecificsción, puesto que el número de rebeldes, según los datos más autorizados y compulsados debidamente, no pasaban de trescientos, sin que llegasen á la mitad de éstos los que tecían armas de fuego.

Su situación era dificilísims: carecían de caballos, de ropas y do medicinas, y se encontraban refugiados por el Norte, en las lomas ra- madas Pan de Matanzas y Camarioca, y al Sur, en la Ciénaga de Zapa- ta. Desde estos puntos se destacaban pequeños grupos que merodeaban por los pueblos y fincas más inmediatas.

Desde que desapareciera el cabacilla Lacret, por haber pasado al Camsgüey, habían muerto varios de los jsfes más significados, y sólo quedaban á la fecha algunos de escasa importancia y representación. El mando superior de las partidas lo ejercía el cabecilla Betancourt, y le seguían otros llamados García, Gómez, Rojas y Gallego.

Las fuerzas del ejército que operaban en toda la provincia ascen- dían á unos seis mil hombres, la mitad de ellos pertenecientes al ejér- cito, y la otra mitad eran guerrilleros y voluntarios movilizados qu3 operaban divididos en pequeñas columnas.

Era geceial el convencimiento deque la total pacificación de Ma- tanzas se realizaría inmediatamente, pues en rigor, cruzando por el íerrocarril de Jovellanos á Cárdena?, de este punto á Colón y desde M i- tanzas á Colón por la línea de Sabanill?, atravesando Unión de Reyrs, Navajas, Corral Falso y Guareiras, no se veían señales de guerra, como no fueran las huellas dejadas por los anteriores incendios de finc.s y cañaverales.

Los teléfonos que unían algunos de los ingenios, el telégrafo ofi- cial y el de las empresas ferroviarias, funcionaban con normalidad.

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Ea toda la provincia había gran confianza en las condiciones del comandante general señor Molina.

En los llanos de Matanzas se ofrecía el cuadro del trabajo por los cortes en los cañaverales y el humo que despedían las chimeneas de los ingenios, calculándose que en toda la provincia podía hacerse una zafra que oscilase entre 150 y 200.000 toneladas de szúcar, pues molían ya los principales ingenios y se propo- nían moler hasta 23 de los enclava- dos en aquella rica zona.

Las condiciones de salud del sol- dado habían mejorado, y los enfer- mos ni ofrecían aspecto tan triste ni los había en tanto número como en otras provincias.

Los reconcentrados se hallaban en sensible situación, á pesar de los nobles esfuerzos del gobernador h y alcaldes. Según el último censo, tenía la provincia 260.000 habitan- tes, llegando á 100.000 los concen- trados, de los que habían muerto 20.000; emigraron ó se dedicaron á

diversos trabajos 18.000, y quedaban en aquella situación 6a. 000, de los cuales eran niños 24.000 y mujeres 21.000.

Ea el Registro civil se consignaban muchos muertos por miseria. El día 18 de Diciembre hubo en la capital 41 defunciones, sin registrar- se ningún nacimiento. Estas cifras acusan por solas el grado que al- canzaba la despoblación.

8R. MARTÍNEZ MORENTÍN Teniente coronel

* *

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Aún después de leer el telegrama que en la mañana del 20 recibi- mos de la Habana, dándonos cuenta de la trágica muerte del teniente coronel don Joaquín Ruiz y noticia del alevoso suceso de Campo Flo- rido, nos resistíamos á creer en el luctuoso accidente ocurrido al que creíamos ya en salvo de su arriesgada misión al campo rebelde, según

■«í!^''

DESCANSO DE UNA SECCIÓN DE GUERRILLEROS

nos comunicara dos días antes el cable y habíase afirmado en algunos centros oficiales.

Pero no era ya posible la duda respecto del trágico fin de tan bi- zarro cuanto ilustrado y pundonoroso jefe de nuestro ejército. El te- niente coronel de ingenieros don Joaquín Ruíz había sido alevosamen- te macheteado por los sicarios del cabecilla Aranguren; había sido vil- mente asesinado por las salvajes hordas del separatismo. Asesinado, si. Lo dijo la prensa francesa, antes que la misma prensa española, como lo repitióla de todo el mundo culto y civilizado. Ni el carácter sagrado

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de parlamentario, de emisario de la bienhechora paz, niel haberse pre- sentado en el campo insurrecto de uniforme y 5Ín escolta alguna, libra- ronde la irí;ua sentercia ó del alevoso crimen á aquel varón esforzado y nobilísimo, víctima de su amor á la patria; de su caballerosidad é hi- dalguía.

El acto de feroz salvajismo cometido por las hordas que se llama- ban libertadoras de Cuba, asesinando villanamente á un jefe del ejér- cito español que acudía á la cita dada por un cabecilla, con la conñan- za y lealtad de quienes tienen el concepto debido del honor, levantó en todas partes acentos de indignación y frases de protesta en nombre de la civilización y de la justicia.

¡Y para esos asesinos no tuvo su patrocinador Mac-Kinley en su MensEJe presidencial, ni una sola frase de censural

La opinión y la prensa del mundo civilizado reflejó el hoiror pro- ducido por esa traición inicua y cobarde, de la cual se avergonzaran las tribus más feroces y salvajes.

* *

«—¿Habrá muerto? ¿Habrá logrado salvarse?» De boca en boca corrieron estas preguntas por toda España desde que se tuvo la prime- ra noticia del vis je del señor Ruíz al campo de la rebelión y de su tar- danza en regresar á la capital de la isla, y la angustia con que las gen- tes se hacían esas interrogaciones, echó como una tétrica nube, nuncio de tempestad, sobre el contento que coincidiendo con la fatal noticia vino á iluminar en aquellos mismos días todos los ánimos nobles y to- das las buenas voluntades.

«- ¿Se habrá salvado el emisario de la paz? ¿Lo habrán fusilado, efectivamente, los inaii¡btses?,—ae preguntaban con un resto de espe- ranza los optimistas, aún después de haber lefio los telegramas que

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publicó la prensa dando cuenta del trágico fin del bravo jefe y del hombre de honor que quiso morir en aras de la patria.

El día 13 de Diciembre salió de la Habana el teniente coronel señor Ruíz por Campo Florido, en dirección del punto en que se encontraba acampada la partida del cabecilla Aranguren. Pretendía el señor Ruíz influir en el ánimo del jefe separatista, de quien era amigo y á quien tuvo empleado en las obras del acueducto de la Habana, de que era di- rector, para que se presentase á indulto, aceptando la autonomía y aca- tando la legalidad. Sin duda tenía el confiado y valeroso jefe militar antecedentes que le permitían esperar una solución satisfactoria en sus gestiones.

Iba el señor Ruíz de uniforme para que se viera que procedía con lealtad, y le acompañaban dos prácticos muy conocedores del terrero.

Con anterioridad había escrito á Aranguren pidiéndole una entre- vista, á lo que parece, sin especificar el objeto de ella. Contestó Aran- guren aceptando la conferencia y señalando el lugar en que debía ve- rificarse.

Acudió Ruíz al sitio señalado, pero no lo hizo el cabecilla.

Ignórase por qué medios el teniente coronel señor Ruíz obtuvo del jefe separatista una nueva cita. Algunos dijeron que á la nueva misiva de aquél, contestó el cabecilla díciéndole:

«Si desea Vd. tener una entrevista conmigo para tratar déla inde- pendencia de Cuba ó de algún otro asunto, como amigo le espero á Vd. y le recibiré con gusto, pero si viene Vd. con otra misión por amor de Dios le pido que no se presente.»

A esto parece que el bravo militar obJ3tó que Aranguren tenía buen corazón y confiaba en poderle convencer y llevarle á la Habana.

En vista de la inexplicable y poco tranquilizadora tardanza en el regreso á la capital del emisario de la paz, y ante los insistentes rumo- res que corrían acerca de la suerte que había corrido y los fundados te-

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mores qu3 comenzó á inspirar la carencia absoluta de noticias sobre su paradero, en la mañana del 17 salieron para Campo Florido en busca de la partida de Aranguren, el señor Tosca, funcionario del consulado de los Estados Unidos y el joven cubano don Juan Manuel Chacón, muy conocedor del terreno, provistos de un salvo conducto del gene- ral Blanco para que las tropas españolas no los detuvieran y de una carta del cónsul Lee para Aranguren, en la que pedía el representante de los Estados Unidos al cabecilla que, como favor especial, entregase á los emisarios al teniente coronel Ruíz.

# * *

Los emisarios señores Tosca y Chacón regresaron de Campo Flori- do á la Habana, el siguiente día 19.

Dijeron que el día anterior llegaron á Campo Florido, donde ha- blaron con e|l comandante militar, el cual les facilitó un práctico y con él emprendieron la marcha en busca de la partida de. Aranguren encon- trando á tres leguas las avanzadas.

Los jefes de estas fuerzas rebeldes refirieron á los emisarios tjue, en efecto, el teniente coronel Ruíz había llegado al campamento, donde le esperaba el cabecilla Aranguren con una escolta de doce hombres.

El jefe y el cabecilla se abrazaron afectuosamente como correspon- de á antiguos amigos, é inmediatamente después el teniente coronel Ruíz arengó á las fuerzas rebeldes, diciéndoles que una vez concedida á Cuba la autonomía por el gobierno de la nación no tenia ya razón de ser la guerra, y les excitó á que le siguieran para entrar con él en la Habana, donde serian recibidos como hermanos, sin que les esperase el menor castigo, sino el perdón que se concedía á todos los que se pre- sentaban á indulto.

Paro las gentes de Aranguren no habían sido preparadas por este,

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y al ver á Ruíz vestido de unifjrtne y al escu:lnr da su5 labios el obje- to del viaje y sus propósitos y proposición se arrojaron sobre él mache- te en'mano y lo asesinaron cobarde y alevosamsnte, si a qie su jafe pu- diera ó tratara de impedirlo.

La triste noticia causó dolorosa consternación y general indignación en la Habana.

El día 20, por la mañana, salieron de la Habana un batallón y dos es- cuadrones para recorrer y practicar reconocimientos en el término de Campo Florido en averiguación del paradero y en busca del cadáver del desgraciado teniente coronel señor Ruíz.

Se aseguró que uno de los emisa- rios enviados á salvar á éste, dijo

con referencia á los rebeldes, que TENIENTE CORONEL DE INGENIEROS

D. JOAQUÍN RUiz ^stos pusieron sobre la tierra que cu-

bría el cadáver uaa cruz y en ella la siguiente inscripción: «Aquí yace el teniente coronel español Joaquín Raíz, muerto al ve- nir á implantar la autonomía en el campo cubano.»

La trágica y alevosa muerte del malogrado teniente coronel señor Ruíz absorbió durante varios días la atención de todo el mundo.

* «

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Agigantada por una trágica muerte, aun parece más noble, más simpática y más hecha para la historia, la figura del gran soldado y del gran patricio que selló con su sangre el amor á España y á Cuba.

Sus muchos conocimiantos, sus aptitudes oratorias, su capacidad militar, sus méritos de hombre de ciencia y sus prendas de hombre de mundo, le habían granjeado en la Habana una alta posición y un en- vidiable prestigio.

Toio lo ofreció y lo sacrificó con sencillez heroica; no como quien realiza á la vista del público una ostentosa hazaña, sino como quien de- vuelve á la patria lo que en depósito ha recibido de ella.

Solo, á cara y pecho descubiertos, y vistiendo el honroso uniforme para que nadie dudase de su leallad, se fué al campo de los insurrectos á procurar la concordia, brindando el ramo de olivo, y pagó sumagaa- nimidad con la vida.

Pero sucumbió con tanta grandeza como en el más épico de los combates en el campo de batalla.

El magnánimo teniente coronel don Joaquín Ruíz fué la primera víctima de la paz y de seguro aceptó su misión con la sonrisa en los la- bios, seguro de que al sucumbir cooperaba á la terminación de la guerra.

Debemos llorarle, más no con desesperación, porque su noble acto de patriotismo honró á España y su sangre selló la hidalguía castellana, sino con orgullo y con amor, porque hombres de tal temple de alma enaltecen á la nación que los tuvo por hijos.

Cumpliónos, si, vengarle escarmentando á sus asesinos, y de esto se encargaron, y lo cumplieron comí buenos, nuestros valientes solda- dos, y debemos honrarle haciendo imperecedera su memoria y rindiendo justo tributo y merecido homenaje á su magaánimo sacrificio en aras del bien de la patiia y de su cariño á Cuba.

Cúmplenos, aún cuando la fatalidad hizo infecundo su generoso y heroico sacrificio, á los españoles de la Península y de Cuba erigirle un

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morutnento en el lugar más visible y más céntrico de la capital de la Metrópoli.

No pongamos tasa al duelo nacional por la pérdida del soldado y ciudadano ilustre que sucumbió como un héroe y como un mártir; pero tampoco la pongamos al entusiasmo, á la gratitud y al orgullo con que debemos enaltecer su memoria.

Sirvió á la patria con toda su vida, y tal influjo está destinado á ejercer su noble sacrificio en la conciencia universal que aun continua- rá sirviéadola después de muerto.

¡Cuántos le lloraron, le lloran aún, y le Uorarárl Sus acciones no- bles, desinteresadas, generosas, son incontables. Su corazón, que era grande, muy grande, no se detenía jamás ante ninguna clase de obstá- culos por insuperables que fueran, sino, antes al contrario, le solicita- ban los rieígos de toda situación difícil, y le enamoraban los peligros de todo lo que paiecía imposible de lograr. Allí donde había que luchar ó que padecer por una causa que creyera justa, allí estaba Ruíz desa- fiándolo todo con el denuedo de su decisión y de su conciencia honrada. jAh! Ya se vio en su trágico fin, cómo iba á la muerte, sereno, tranqui- lo, confiado en su pasión vehementísima por cuanto pudiera labrar la felicidad de su patria.

Murió como quien era y como había vivido: víctima de un genero- so impulso de su carácter. El, que era todo espíritu de tolerancia y de amor, cuánto había padecido con los odios de la guerra fratricida, con aquel doloroso espectáculo en que unos á otros los hermanos se devo- raban.

Sí. Dibeser uno de los primeros actos del Gobierno y de las Cáma- ras, una vez firmada definitivamente la paz, la erección de una estatua al teniente coronel de ingenieros dor Joaquín Ruíz, de inolvidable me- moria para la sociedad española. Un monumento que recuerde impere- cederamente á través de los siglos, á un español que se inmoló por el

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bien de su patrie, al que con £u maitiiio aspiró á sentar los primeros y sólidos fundímentcs de la paz en la ingrata y rebelde Cuba.

¡Consternación en la Habana, fflicción hondísima en España ente- ra, grito de protesta universal en todo el mundo civilizado y en todo espíritu culto y cristiano causó el alevoso asesinato del heroico soldado de la patria, cometido con ultraje de todos los derechos de un parlamen- tario, con criminal violación de la inmunidad sagrada del que tremola bandera de paz y es portador del ramo de olivo! ¡Una página dolorosí- sima[más que añadir á la horrenda historia de las guerras civiles, afren- ta de la humanidad! ¡Ua mártir del ideal de paz, de libertad, de reden- ción de la isla de. Cuba, un máitir glorioso, sacrificado por las brutales órdenes del condottiere dominicano Miíximo Gómez, de ese soldado mercenario de la rebeldía separatista, traidor á España, de ese que aspi- raba á regenerar matando y destruyendo un país que no era el suyo!

El duelo experimentado en la Habana lo causó la muerte, ¡hermo- sa muerte! de uno de los más bravos é inteligent.s jefes del heroico ejér- cito español; lo causó la pérdida de una persona idolatrada por toda la sociedad cubana.

¡Gloiia y loor eternos al bravo soldado de la patria, al noble é ilus- tre patricio, al varón insigne y esforzado, al hombre de honor que tan magnánimamente se sacrificó y supo morir en aras de la Madre patria!

'i^ 11— iiBiii iininn iniiiii --- riniiNiHniTt"iiHniimin,iK«tvi^i^''iiiiiiHiiiiiiii -"iTi'""tHi^>iMiMiiuiiii -i«miiiii-"iiiiiitfiiiiiiitiii«iiiHmiimi*m*-<^)V

CAPITULO XXIV

La verdadera situación. Peor que estábamos no habíamos de estar. Operaciones y encuen- tros.— Presentaciones. Gestiones para la paz. La campaña. La rebelión en Las Villas. Fuerzas insurrectas. Su organización.— Cabecillas importantes. Contra la zafra. Or- denes del generalísimo. En la trocha. Confidencias no confirmadas Visita é impre- siones.— La zafra en Las Villas. La cosecha de tabaco. Los reconcentrados. Cifras desconsoladoras. La mortalidad en Santa Clara. Política de atracción. Esperanzas.

XAMiNEMOs serenamente la realidad, en lo que ala cuestión üe Cuba se refiere, á fin de que falsos movimientos del ánimo no turben nnestro juicio.

Un trágico acontecimiento, el asesinato del bizarro y meiitísimo teniente coronel de ingenieros don Joaquín Ruíz, ^ impresionó al pueblo español profundamente. Las condiciones de la vida moderna dejan en inferiorilad visible á todo aquel ^h¡^ que no se levanta sobre el estado emocional. Aunque tenga fa- cultades superiores cualquiera que se limita á sentir, mientras otro pien- sa, lleva todas las probabilidades de perder.

Hjmos sido partidarios de la autonomía, por considerarla como el pago de una deuda contraíJa con nuestros h ármanos de Cuba, y como el único medio de llegar más brevemente á la pacificación de aquel peda- zo de nuestro territorio patrio, que tantos sacrificios en dinero y sangre nos estaba costando. Mis, auique no lo hubiéramos sido, lo hecho una vez, hecho está y respetado debe ser hasta por sus contrarios, mientras Blanco 38

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no se vea de une menera evidente y definitiva la ineficacia de la medi- da; y, por lo mismo, no reconocemos tarea más triste que la de agravar con críticas inoportunas lo ya ejecutado y consumado en Cuba, impi- diendo que gei minase y prosperase lo que en el fondo de ello, en poco ó en mucho, pudiera haber de bueno y útil.

CABECILLA ARANGUREN

Sin espíritu alguno de secta, sin nirgún interés político que no fuera el de la conveniencia nacional, asistimos á la implantación de la nueva política en Cuba y hemos aplaudido que el Gobierno liberal cumpliera su pr( grima; porque las primeras de las condiciones exigi- bles de un partido que se enceiga de la gobernación del Estado, son las de formalidad, consecuencia y lealtad.

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Mis, no porque fuéramos partidarios de la concesión de la autono- mía á nuestras Antillas creímos nunca, y así lo hímos consignado en más de una de las páginas de esta nuestra Reseña, que la autonomía fuese la vara de Moisés, que con sólo tocar la roca hacía brotar de ésta abundante manantial. Y además la peña de Horeb sabíamos que era más blanda que el corazón de los aventureros directores de la insurrec- ción de Cuba.

* * *

Dos aspectos, señalados antes de ahora, presentaba á nuestros ojos la autonomía, y por los cuiles se nos figura qu3 enf jcó el asunto la in- mensa mayoría del pueblo españil: uno el de restar alguna fuerza á la rebeldía, otro el de deshacer, en el ánim d de Europa, la leyenda de nuestra dureza y nuestra crueldad y dejar sin pretexto y á plena luz la política artera de los Estados Unidos ante el muado civilizado.

Lo segundo pareció hiberse conseguido. No hay sino leer la prensa de los diversos pueblos europeos para apreciar por su lenguaje que és- tos veían claramente la cuestión y ponían de nuestro lado sus simpatías. Lo primero había de ser obra más dificil y de más tiempo.

Se hizo, sin embargo, una observación, la cual es de innegable fuerza. Cuando á medidas extremas y reprochables por lo feroces acu- dían los jefes del separatismo para contener la desbandada de su gente, señal era de que veían á éita inclinada á aceptar la legalidad. Da otro modo aquéllos no apelaran á recursos que les deshonraban y les atraían el horror y la aversión de todas las conciencias justas y honradas.

Hasta periódicos muy extraños en nuestros asuntos se habían fija - do ya en el hecho de que la insurrección de Cuba estaba dirigida por aventureros, á quienes nada importaba la suerte de la isla.

Máximo G5mez no es cubano ni ha visto jamás en Cuba sino el

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instrumento de su odio á Esptña, que se negóá darle un puesto en su ejército. Calixto García es un espíritu demoniaco, incapsz de amor por Cuba, ni por nada, conjunto de todas las malas pasiones, criminal nato, gozoso de pegará los españoles con asesinatos infames y cobardes sus múltiples inocentes consideraciones, su magnanimidad en perdonarle y salvarle la vida y con la ejecución de un próximo pariente del médico que le curó y arrancó de entre las garras de la muerte, que, seguramen- te, por ruin no se lo disputó y se lo díjó arrancar. Rolo ff era una ven- turero sin patris; Rodríguez un atavismo del salvaje que el día en que se viera fuera de la macigua no sabiía qué hacerse de la existencia. Otros de los cabecillss, como Lacret, Varona, Betancourt, Sanguily, etc., ha- bían vivido largos tños lejos de Cuba sin sentir la patria, sin ver en ella más que el teatro de explotaciones codiciosas ó de ambiciones sin freno. ¡Naturalmectel ¿qué se le había de importar á gente de esta cala- ña la autonomís? Y como quiera que ellos dirigían la guerra y tenían la autoridad sobre los que por motivos pasionales, aunque menos inno- bles, se lanzaron al campo, tocaba á éstos soportar su brutal tiranía, contra todo su deseo y voluntad.

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Para semejantes enemigos no había sino la guerra, y esto era lo que estaban haciendo el general Blanco, el general Pando, el general Gon- zález Parrado, el general Bernal, y los demás bizarros caudillos de nues- tro ejército, quienes en vez de apelar al deplorable sistema de hacer creer á la nación que no ixistían rebeldes, porque no había encuentros, probaban que no se hallaba á éstos porque no se les buscaba, y en todas partes tomaban una vigorosa ofensiva, que en la isla y en la Península

levantó la moral.

No había, pues, motivo alguno, como no fuera el de conveniencias

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bastardas, que indujera á volver la vista á un próximo pasado. Entre otras razones, porque fueran cualesquiera los acontecimientos por venir, peor que estábamos hacía cuatro ó seis meses, no podíamos estar.

En operaciones y encuentros en Pinar del Río, durante los días 17 alai de Diciembre, se batió y dispersó á varias partidas, causándolas seis muertos, que quedaron en poder de las tropas, y bastantes lieridos, que lograron retirar.

El general Bernal completó las operaciones sobre dichas partidas, batiendo con el batallón de Cantabria las capitaneadas por los cabecillas Gallo, Fajardo y Pedroso en Ortega, y nuevamente con el mismo bata- llón en Beca del Grillo, donde las alcanzó y dispersó por completo, que- dando en poder de nuestras tropas 14 muertos y varios efectos.

Nuestras columnas tuvieron al segundo teniente don José B^ntillo y cinco de tropa heridos. Se presentaron 13 insurrectos con siete armas.

Durante dichos cuatro días se acogieron á indulto ^6 con ocho ar- mas en la provincia de la Habana; ^3 con tres armas en Matanzas, y en Las Villas dos titulados capitanes, un teniente y 16 insurrectos con armas de fuego, un titulado teniente de Sanidad y 73 individuos sin armas.

El general González Parrado salió á operaciones por la provincia de la Habana, en combinación con las columnas del general Maroto y del teniente coronel Perol, encargadas de perseguir activamente á la paitida de Ararguren y vengar la muerte del malogrado señor Ruíz.

Se esperaban resultados favorables de la excursión que habían he- cho al campo rebelde para gestionar la paz entre los cabecillas que se mostraban propicios á aceptar la legalidad, el corresponsal yankee Sco- vel y don Rafael Madrigal, cónsul norteamericano en Cartagena (Co- lombia) y cuñado de Marcos García, gobernador civil de Las Villas.

La prueba de la confianza que ponían esos comisionados en los in-

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surrectos que iban á visitar eraqu^ el repórter Ssovel había marchado acomprñado de su señora.

Ejperábase que Scovel y Madrigal regresasen pronto á la Habana, y se decía que llevaban excelsntes impresiones.

Continuaban en el Cauto las operaciones que dirigía el general Pando.

En la boca del río se estaba construyendo un muelle y una torre óptica, que había de servir para hacer señales que serían muy útiles á las tropas que operaban por el interior.

En operaciones y encuentros en la provincia de Pinar del Río, des- el 31 al 26, se hicieron al enemigo 14 muertos, que fueron recogido?, así como ocho armas de fuego y seis blancas.

Los batallones de Cantabria y Wad Ras se apodjraron de los cam- pamentos de Leite y Vidal, y dispersaron á las partidas de Lorente, La- go, Campo y Lores, con bajas, que retiraron.

Nuestras columnas tuvieron en esas operaciones un práctico muer- to, y un oficial y tres de tropa heridos.

En el Camagüey salió el general Jiménez Castellanos el 13 de Puer- to Príncipe, con fuerte columna, á recoger ganado, regresando el 18 con 6 o reses, después de sostener todos los días combates, en los que se causaron al enemigo bastantes bajas, quedando en poder de las tropas tres muertos, tres prisioneros y ocho caballos.

La columna tuvo un teniente y tres soldados heridos.

Ea el departamento Oriental, cerca de Baire, tenían los insurrectos fuertes posiciones atrincheradas que les permitían organizar cómoda- mente las partidas.

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Merced á una bien combinada operación dirigida por el general Li- nares, en la cual tomaron parte tres columnas, una de las cuales man- daba él, y 'as otras dos los coroneles Vara del Rey y Chacel, respecti- vamente, fueren atacadas á un mismo tiempo por diferentes puntos las posiciones enemigas.

Tras corta resistencia de los mambíses, y sin más bajas por parte de las tropas que un oficial y ocho soldados heridos, fueron tomadas las fuertes posiciones en que se habían atrincherado, ocupando el campa- mento de Juan Varona, formado por unos doscientos bohíos.

El enemigo tuvo muchas bajas, pero sin duda pudo huir con algún orden y retirarlas, por los accidentes del terreno. En el campamento se encontraron y recogieron muchas armas y municiones.

Después del combate, una de las columnas practicó extensos reco- nocimientos por Aguacate, Arroyo Blanco y Marbió hasta Baire, sin en- contrar rastro alguno enemigo.

Desde el día 24 operaban en combinación por la provincia de la Habana, bsjo el mando personal del general González Parrado, entre Campo Florido y Tapaste, los batallones déla Reina, Guadalsjara, pro- vincial de Csnaiias y las fueizas de que se componía la columna del general Maroto.

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El estado de la rebelión en Las Villas, al finalizar el año q-j, según el resumen de las observaciones hechas y datos recogidos por nuestros corresponsales y colaboradores en aquella parte del teatro de la guerra, era el siguiente:

Los cálculos más aproximados hacían ascender el número de insu- rrectos en Las Villas á 2.300, de los cuales había i.ooo entre la trocha

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central del Jácaro y las márgenes del Zaza, en Sancti Spíritus, encarga- dos de entretener á las columnas en operaciones diíi Jles por Reforma, Arroyo Blanco, Iguará, Taguasco y los seborucales de Yagusjay.

Mandaban como cabecillas principales los grupos en que ese núcleo de fuerzas rebeldes estaba subdividido, Máximo Gómez, Pancho Carri- llo y el negro González, hombre de extraordinaria ambición que soña- ba con ser el sucesor de los prestigios que Antonio Maceo lograra entre los suyos.

La mayoría de esos insurrectos estaban montados, bien armados y

VAPOR «SARA TOGA.. QUE HACE LA TRAVESÍA ENTRE HABANA Y NBW YORK

en posesión de numeroso parque, pues los filibusteros de los Estados Unidos habían cuidado mucho de que no faltasen elementos de resis- tencia á los que servían á las inmediatas órdenes del generalishno de los mambiscs.

Los 1.300 restantes eran de infantería y estaban esparcidos por el resto de la provincia, teniendo como punto para verificar sus concentra- ciones la Siguanea, donde habían acumulado la msyorsuma de recur- sos. Estaban bien armados y municionados, pero mal vestidos, media-

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ñámente alimentados y con gran escasez de medicamentos. Al frente de esas fuerzas insurrectas figuraban los cabecillas Chucho Monteagudo, que hostilizaba la línea de Remedios y Caibarien hasta Sietecito, y me- rodeaba hasta cerca de Santa Clara; Cayito Alvarez, que tenia como ba- se de operaciones las zonas de Ranchuelos, Palmarito, San Juan de las Yeras y Cruces, sobre la línea que enlaza la capital con Cienfuegos; R jbau, que maniobraba por la jurisdicción de Sfgua la Grande, desde Santo Domingo hasta el mar; Aguilar, Moya y Ales, que recorrían con giupitos la zona de ingenios de Cienfuegos, y Camacho y Juan Massó, que operaban por Yaguaramas.

Estas partidas estaban muy sub divididas, y casi pudiera decirse que dispersas, por la activa persecución de las tropas que dirigía el coman- dante general de Las Villas, general Aguirre.

Máximo Gómez reiteraba con frecuencia las órdenes más terminan- tes para impedir la zafra y por efecto de ellas se iniciaron aquellos días algunss quemes de cañaverales sobre la parte de la trocha, pero el ge- neral Aguiíre tecía organizadas columnas para impedir que los incen- diarios lograsen sus criminales propósitos, garantizando á los propieta- rios los cortes de caña.

Además estaba preparando una operación sobre los montes de la S'guanea para destruir los elementes que allí había reconcentrado el enemigo.

A consecuencia de haber anunciado los confidentes al general Sal- cedo que el día 21 atacarían la trocha simultáneamente por Oriente fuerzas rebeldes camagüeyanas y orientales, mandadas por Lacret, for- sos. Estao'íl" conticgente de 500 hombres, y por Occidente las que diri-

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gía Máximo Gómez, giró una visita de iaspeccióa recorriendo la trocha en un tren militar, encontrando todos los servicios, sobre todo ol de vi- gilancia, en busn estado tanto en los. campamentos, los faertes y las to- rres de defensa, como en la zona de chapeo protegida por fu arte alam- brada y bien iluminada por excelentes proyectores.

La salud y alimentación del ejército de Las Villas iban mejorando en algunas zonas, eran buenas en otras y adolecían aúa de deficiencias en las menos, á pesar de los grandes esfuerzos qua se realizaban para obtener aquellos necesarios resultados.

La zafra había comenzado ya, y se esperaba una cosecha de 200.000 toneladas en aquellas zonas, de tan grande producción en años anterio- res, si se lograba impedir las quemas y se conseguía garantir las faenas agrícolas, que ya se realizaban á la fecha en 55 ingenios.

También se confiaba en recejar la cosecha de tabaco en Manicara- gua, Camajuaní, Las Vueltas y otras zonas donde hay vegas muy ricas, esperando que ascendiera á 100.000 quintales la cantidad que se alma- cenaría.

La zona donde menos huella había dejado la guerra era en la de Cienfuegos, donde muchos particulares habían realizado esfuerzos ex- traordinarios para la defansa de sus ñucas y en la que el regimiento de caballería de voluntarios movilizados, que mandaba el coronel don Luis Ramos Izquierdo, había sabido tener á raya á los grupos rebeldes en - cargados de la destrucción de los productos.

La población reconcentrada en Las Villas ascendía á la importante cifra de 1 56.000 personas, de las cuales habían muerto, á la fecha, 40.000.

Trabajaban ó emigraron 38 000, y vivían de la caridad oficial y particular 78.000.

En algunas localidades, como en Cienfuegos y Palmira, hablan ci- tado bien asistidos; en otras regularmente; pero había puntos donde la mortandad por causa de la miseria había sido horrible.

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En la capital de la provincia el censo de población antes de la gue- rra era de 35.000 habitantes, aumentado con la reconcentración en 13.000. Pues bien, pasaban de mil las defunciones mensuales, á pesar del celo y actividad que desplegaban el gobernador y las autoridades.

Hacíase á la sazón en Las Villas una política inspirada en la atrac- ción de elementos, y este temperamento inspiraba grandes esperanzase la generalidad de los que preferían la vida de armonía en servicio de los públicos intereses, á las luchas enconadas frente á un enemigo comú a en armas.

CAPITULO XXIV

Nuestras impresiones. Triste realidad. Mejora de situación. El general Pando en Oriente. Fouores militares á los héroes de Guamo. Las operaciones del general Aguirreen Las Villas. Noticias satisfactorias de la guerra. El periodista yanhee Scovel. Sus impre- siones.— Intransigencia de Máximo Gómez. La política en la Habana. Expectación. El Gobierno insular. Nuestras esperanzas.

UNQUE uno quiera dedicar toda su atención á Jas noticias de la guerra y constreñirse al relato de hechos consu- mados, prescindiendo de la critica y de las apreciacio- nes, por conveniencia de todos, imposible nos es rea- lizar tal propósito, sin faltar á los deberes que contrajimos con ^ nuestros lectores al ofrecerles una Reseña histórica de la guerra de Cuba.

Todo lo que ha ocurrido en la gran Antilla y todo lo que se actualmente nos invita á la reflexión y nos arrastra sin querer á la protesta. ^ Acaso podemos prescindir los escritores de nuestra condi - ción de españoles para ver con indiferencia todas las desventuras que hoy padece la madre patria y todos los errores que en Cuba se han co metido?

Para conocerlo todo bien, para sentirlo, precisa haberse identifica- do con lo que se ha visto y con lo que hemos tocado, y así nosotros, al penetrar en lo íntimo de la situación, no podemos sustraernos ni á las

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contrariedades de la campaña, ni al sufrimiento del soldado, nial dolor de la patria.

Creemos haberlo dicho ya en anteriores páginas, pero bien vale la pena de repetirlo cien veces, que al cabo de tres años de campaña esta- ba empezando la guerra en la rebelde isla al ünalizar el año 97, ¿Qué importa que durante ese lapso de tiempo destruyéramos una gran parte de la insurrección si habíamos destruido también nuestros propios ele-

CONFIDKNTE INSURRECTO

mentos y ya no nos quedaba apenas con que destruir el resto de la re belión?

A medida que íbamos caminando hacia Orients, veíamos aumentar la insurrección y disminuir nuestros medios de combate, por tantas y tantas contrariedades como se amontonaban á nuestro paso y que nos hubieran hacho perder la si no nos hubiéramos acordado de que éra- mos españoles y de que vivía aun este pueblo de las grandes abnegacio- nes y de los supremos heroismos, que todavía nos ofreciera inmensas reservas para los momentos críticos, que se avecinaban.

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Allí no había nada de lo más indispensable y las columEas estaban en una situación dificilísima, tenían la mitad de la gente en los hospi- tales y la otra mitad sin comer, porque las factorías habían agotado sus existencias y porque una deuda de muchos meses ya había acabado con el crédito.

La triste realidad imponía un cambio completo en todo, absoluta- mente en todo, lo que á la guerra se refería. Necesitábamos hacerlo todo nuevo, porque la situación anterior nos había dejado sin soldados y sin dinero: era preciso vivificar á los anémicos y administrar acertadamen- to el dinero de la patria, al propio tiempo que reconstituir, mejor ditho, establecer la guerra por medio de un plan.

* * *

Alguien creerá, quizás, que bastaba la voluntad del general en jefe para concertar uaa operación y poner en movimiento las columnas. Es- to puede hacerse siempre que haya una organización por la cual sea co- nocido con exactitud el estado y la situación de las tropas y los elemen- tos de que se puede disponer. Pero, á la sazón, los batallones no eran batallones, sino grupos de soldados acémicos; las factorías estaban ago- tadas; las compañías de transporte sin ganado; las cajas sin dinero, los hospitales sin la dotación necesaria.

¡Ah, si volviéramos la vista al pasado! Pero ¿á qué hacer el proceso de aquella desdichada campaña si no han de deducirse responsabilida des, ni hemos de conseguir otra cosa que crearnos enemistades, conci- tarnos odios y poner en evidencia nuestra apatía y común debilidad?

Si abrigáramos el propósito de acumular las pruebas de nuestra dolorosa acusación, bjstara para demostrar li verdad de nuestro aserto ese fárrago inmenso de decretos, circulares y órdenes, despachos é in-

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formes que amontonados están en los archivos oficiales. En ellos se ve- ría como en la guerra no hubo más que un criterio á qué atenerse ni más que un cerebro que dirigiera. Los 200.000 hombres repartidos por toda la isla no fueron masque un montón de carne humana, el cuerpo de un monstruo con dos cabezas de hombre: la del jefe del partido conserva dor y la del capitán general de la gran Antilla.

Ya es sabido que fueron muchos los jefes que cuidaron del solda- con toda la solicitud y todo el cariño de que el soldado español se hace merecedor, pero debe saberse también que cuando los cuerpos hacían las compras á su gente se les ordenó que se racionaran en la? factorías, que cuando los envíos de los contratistas eran rechazados por insuminis- trables, los que tal hacían eran encerrados en castillos; se supo que los garbanzos no podían guisarse bien en los campamentos, y ss suprimie- ron los gai banzos; se averiguó que el vino era muy inferior á la calidad que se pagaba y se suprimió el vino.

Ahora bien; sin carne, porque no había ya últimamente; sin gar- banzos y sin vino, porque se suprimieron; sin galleta, porque la envia- ban podrida y aunque había que admitirla no se utilizaba; ¿qué dejó el general Weyler á los soldados para su alimentación?...

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Al ñn, algo habíase ganado, á la fecha, en aquel depaitamento, ya que detrás de las columnas en operaciones ya, después de una larga y obligada inactividad, quedaba la organización hecha, la comida asegu - rada, el crédito restablecido, el despilfarro cortado y el espíritu bastan- te más animoso. Buscando, como basta entonces se había buscado, un éxito personal y de momento, se hubiera fatigado á las tropas, aumen- tando el contingente de los hospitales y aumentando también las difi-

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cultades de un plan serio para acabar la guerra en su totalidad, no para destruir una partida determinada que nunca se encontraba cuando se la buscaba con estrépito.

Ya los centros de racionamiento estaban aprovisionados; ya los si- tios de necesaria ó útil comunicación tenían sus heliógrafos; las colum - ñas iban reponiendo ya sus elementos de combate, y ya tenían un plan que ejecutar y un criterio en qué inspirarse.

Ya no se daría el caso de que existieido almacenado en el parque de la Habana una enor- me cantidad de material sanita- rio, los médicos carecieran de lo más preciso para la curación desús enfermos y heridos, por que para obtenerlo necesitaban instruir un expediente que du raba seis ú ocho meses.

Ya los insurrectos dejarían de tener frente á la nuestra otra trocha militar, porque los miles de hombres que habían perma- necido inactivos y estaban paralizados en toda la línea salían todos los días á practicar reconocimientos en el campo enemigo. El primer día que salieron las tropas tuvieron fuego con los rebeldes, mataron un insurrecto y cogiíron'reses y caballos: esto á menos de quinientos me- tros de la trochi.

Acaso los impacientes y partidarios de la guerra de exterminio no gustaron de ese sistema de ir estableciendo poco á poco la base que ha- bía de conducirnos á un éxito positivo, sin tener en cuenta que por no

Blanoo 40

CORONEL DO.V EAMIRO BRUi^A. Jefe de colamaa.

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haberlo hecho a;{, nada se había adelantado en tres años. De modo que bien vah'a la peca de esperar unos cuantos meses á que el nuevo sistema diera sus naturales y anhelados resultados.

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Coronada por el éxito fué la operación realizada por el general Pan do para asegurar las comunicaciones por el rio Cauto.

El día 27 llegó el general á Cauto Embarcadero, que dejó raciona- do coEvenientemente. A pesar de los anuncios lanzados por los rebeldes de oponerse al avance de nuestras tropf s, huyeron ante ellas sin ofrecer resistencia, abandonacdo las trincheras que tenían construidas, los cam- pamentos, ganado, sustancias explosivas y armas.

En los ligeros combates que sostuvieron con nuestras columnas, sufrieron muchss bijas que lograron retirar: las experimentadas por nuestras tropas fueron únicamente cuatro soldados heridos.

El día 26 se tributaron en Guamo honores militares al pequeño des- tacamento que tan heróicamei te había defendido aquel fuerte, bajo la dirección y á las órdenes del valeroso primer teniente señor Muruzabal. El general Pando, á caballo y rodeado de su Estado mayor, se situó á la puerta del fuerte con una compañía, la bandera y la banda de mú- sica del batallón de Las Navas.

Salió del ya céltbre fuerte Guamo el heroico destacamento que lo guarnecía á los acordes de la marcha real y por delante de él empezaron á desfilar en columna de honor todas las tropas que formaban la colum- na, en la que figuraban también las dotaciones de los cañoneros Depen diente, Lince y Centinela, que habían operado aquellos días en el Cau- to, de modo que estaban representadas todas las armas que luchaban en la i; la en defensa de la integridad del territorio patrio.

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Terminado el desfile, el general Pando colocó en las boca mangas de los uniformes de todos los defensores del fuerte las divisas corres- pondientes á los empleos con que premió la nación su heroísmo.

El solemne acto terminó abrazando el general Pando al héroe de Guamo, el bravo capitán señor Muruzabal.

Ddspués el general dirigió á las tropas una entusiasta y patriótica arenga enalteciendo la tenacidad especial y el heroísmo del valeroso destacamento, que conmovió hondamente á cuantos presenciaron el imponente y solemne acto.

Recibimos el día 29 noticia de las operaciones combinadas que di- rigió personalmente el general Aguirre, con las columnas de su divi- sión de Las Villas.

En dichas operaciones, nuestras tropas hicieron al enemigo 20 muertos y tres prisioneros; recogieron muchas familias, armas, caballos, municiones y otros efectos, y destruyeron varios campamentos.

Las bf jas de las columnas consistieron en dos muertos y diez heridos.

De la columna que mandaba el general Aguirre formaban parte 150 voluntarios de Cieafuegos, que pidieron expontáneamente salir á ope- raciones.

Restablecida ya por completo lacomuiicacióa y libre la navegación por el río Cauto, cuyas operaciones fueron ejecutadas con gran acierto, no tendrían aquéllas en Oriente gran interés en tanto que se ultimasen l's prepírativos que estiba haciendo el general Pando para ejecutar al- go que pu 'iera ser de resultado extraordinario.

Todas las noticias que el día 30 se tenían de las columnas en opera- ciones eran satisfactorias, realizándose éstas con incesante actividad y demostrando las fuerzas levantado espíritu.

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El general PanJo regresó el 28 á Manzanillo, después de enterarse de que seguían con éxito completo los trabajos preparataiios para forti ficar la línea fluvial del Cauto.

Las columnas continuaban reconociendo las márgenes del rio, don- de el enemigo había abandonado, completamente desmoralizado, sin campamentos y trincheras, algunas armas de fuego, efectos, explosivos, ganados y recursos, que fueron ocupados por nues.trds tropas.

El díi 31 regresaron á la Habana el periodista norteamericano Seo - vel y su señora, después de haber permanecido dos díss en el camp;- mento de Máximo Gómez, situado á la sazón en Maysjigua.

Ssgún dijo el corresponsal del World, MáximQ GJmez gozaba de excelente salud y afectaba abrigar esperanzas en el triunfo de la insu- rrección.

El generalísimo de los rebeldes cubanos tenía á sus órdenes 5C0 hombres, que estaban bien armados y alimentados, pero que andaban escasos de vestuario.

Explicó su orden prohibiendo la zffa por considerar que el trabajo era un auxiliar de la paz, y declaró qua rechazaba la autonomía, por- que abrigaba la se garuad de que la insurrección triunfaría el año pro ximo.

Hablando de la política que se seguía en Cuba, dijo que los actos de benignidad favorecían á la insurrección, compensándola de los per- jaicios que los fríos causaban á los rebeldes.

Negó que existieran difgastos entre él y Calixto García y, por úl timo, manifestó qae rechazaba y rechazaría siempre todo pacto ó conve nio con el g'jbitr,:o español que no estuviese basado en la independen- cia de Cuba por la que venía luchando hacia treinta años.

Hablando después Scovel por su cuenta d jo que creía que algunos insurrectos estaban dispuestos á aceptar la legalidad y :e presentarían tan luego estuviese esta coa&tituida, pero que la mayoría de ellos se mostraba iiitransigeate y continuaría en el campo de la rebelión.

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En la Habana no se hablaba, á la fecha, de la guerra. En realidad, los partes de aquellos días carecían de interés; paro aun cuando en aquellos momenioi hubieran llegado noticias importantes de la campa- ña, hubieran pioducido escasa sensación. Hasta tal punto se agitábanlos que pretendían les cargos oficiales y hasta tal extremo se hallaba pre- ocupada la opinión pública con la solución de los asuntos políticos.

La capital de la gran Antilla recordaba en los últimos días del año 97 á Madrid en los días de crisis ministerial.

Ultimada la candidatura para la formación del gobierno insular y firmados por el general Blanco y remitidos á la Gaceta para que los publicara el día 31, los decretos nombrando á los ministros, la expecta- ción era grande por conocer los primeros actos del ministerio y los resul- tados de la implantación del nuevo régimen colonial con respecto á la deseada pscificcción de la isla y al recobro de la normalidad en la vida de los ciudadanos.

En el Consejo de ministros celebrado el mismo día por el Gobierno de la Metrópoli se lejó por el de Ultramar un telegrama enviado por el gobarnador general de Cuba que decía textualmente así:

«.Habana 31 de Diciembre.— El gobarnador general al ministro de Ultramar.

En cumplimiento artículo i." transitorio decreto 25 Noviembre úl- timo, tengo la honra proponer V. E. la siguiente candidatura del go- bierno provisional:

Presidente, Gálvez (don fosé María).

Ministro de Gracia y Justicia y Gobernación, Govín don Antonio).

Ministro de Hacienda, Montoro don Rafael).

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Instrucción pública, Zayas (don Francisco de)

ladustria y Comercio, Laureano Rodríguez.

Obras públicas, Dolz (don Eduardo).

Dabiendo jurar el i.' Enero, ayieve rmñva&.— Blanco.»

El CoDSíjo autorizó al ministro de Ultramar para aprobar la pro- puesta del general Blanco y para sa'ular al nuevo gobierno insular.

El día i.° de Enero del 98 juró el primer gobierno responsable de Cuba.

Fallaron por tanto los vaticinios y las intenciones de muchas gen- tes que, estimando imposible su formación, deducían de esa supuesta imposibilidad el fracaso inmediato del nuevo régimen.

En el primer ministerio insular de la grande Antilla estaban repre- sentadas y ponderadas todas las fuerzas, ideas y aspiraciones que debían estarlo. Los liberales que en días de prueba arrostraron la cólera de los facciosos y las sospechas de los intransigentes resistiendo á pié firme en la Habana una doble corriente de odios y prestando con elloá la madre patria inapreciable servicios; los radicales y los emigrados que descon- fiaron en un principio de que llegase nunca el tiempo de las justas repa- raciones, pero que al reconocer su yerro acudieron patrióticamente á cumplir sus deberes de españoles y de cubanos; los reformistas, cuya iniciativa resuelta y tenaz hizo posible la completa transformación polí- tica que se efectuó, y los independientes que, dotados de espíritu gene- roso y amplio, personificaban la masa neutra y trabajadora del pueblo antillano de igual manera que la personificaron en aquella memorable demanda colectiva á que se dio el nombre de «movimiento económico»

* * *

Algunos de los ministros habían acreditado en el Parlamento na cional, en el foro y en la prensa, sus excepcionales aptitudes.

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Ninguno necesitaba buscar testimonios de españolismo porque los que antes no tuvieron ocasión de demostrarlo con sacrificios y actos ex- ternos, harto lo demostraban á la sazón al aceptar una misión en que se veían lejanos los triunfos y próximas, muy próximas las responsabi- lidades.

BANDOLERO REGINO ALFONSO

Por fortuna, eran animosos, estaban habituados á la lucha y al su- frimiento, y llevaban consigo dos poderosos auxiliares: el amor á la pa- tria grande y á la pequeña, y el noble deseo de patentizar que eran efi- caces, salvadoras y prácticas aquellas ideas é instituciones, á cuya de- fensa consagraron lo mejor de su vida.

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Abrumadores trabajos y duras contrariedades les esperaban en Ja empresa de conducir el gobierno interior de Cuba hasta la constitución de las primeras Cámaras insulares.

No sólo habían de tropezar con las infinitas dificultades anejas á la implantación de una legalidad, no sancionada por la expariencia pro - pia, sino que tendrían que vencer las resistencias pasivas de un pueblo desventurado que anhelaba resucitar y vivir, pero al que apenas le que- daban fuerzas para levantarse del surco.

Era de esperar, sin embargo, que no fracasarían, á poco que su de- cidida voluntad perseverase, porque con ello estarían para animarles en la buena obra las simpatías y los votos de cuantos amasen de veras la psz, la libertad y la justicia.

Ya se encontraba expedito el camino, y no faltaba más que reco- rrerlo, sin vacilaciones, sin egoísmos y sin desconfianzas. De que asi íuera, nos congratulamos, no como políticos, siao como patriotas.

España, sin el acicate de presiones ajenas, que no hubiera tolerado nunca, supo cumplir su palabra de nación y sus deberes de madre.

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CAPITULO XXVI

Año nuevo. Nuestros votos. El problema de Cubi.: A Tueltas con el mismo tema. Pre- sunciones y temores. Una hipótesis. Consuelo postumo. Actividad de nuestras colum- nas.— Situación de las dos provincias Orientales. Las fuerzas iusurrectas del Camagüey. Organizición de las fuerzas rebeldes de Santiago de Cuba. Trab!>jo8 de atracción. Situación nada grata. Las partidas occidentales desalentadas. Nuestra ofensiva en Oriente.

esventuraDos años fueron para España los de 1893 y r,ft. 94, en los que además de sucesos interiores suma- mente lamentables tuvimos que deplorar lo ocurrido en Malilla con las kábilas del Riff, y terminación nada lucida en el tratado de Marruecos.

Acrecieron las desdichas de la patria á poco de empezar el 95, con el alzamiento de Baire, y desde entonces hasta fines del 97 apenas nos dieron punto de reposo ni momento de alegría, teniéndonos tan al cabo de nuestras tuerzas que en ocasiones pudo creer se probable, y &úa cercano, el /¡nts Hispanioe.

El año 97 despidióse de nosotros algo mejor que empezó, si bien con los horizontes aún muy cerrados. Por la parte de Filipinas aparecía el cielo más despejado, iluminando el horizonte los rayos del sol de la paz, pero sin haberse desvanecido por completo los temores de nueva tormenta. El problema de Cuba seguía siendo motivo fundado de rece los.

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Sin embargo, la en nuestro destino y la confianza en los nuevos derroteros de nuestra política colonial nos hicieron concebir esperanzas de que el año 98 nos trsjara algúa alivio para nuestros padecimientos. La constancia con que la nación había hecho frente á tan continuados desvíos de la fortuna había de producir sus frutos. Los errores en que los gobarnantes habían incurrido no habían logrado anular del todo los grandes sacrificios que con estoica serenidad y abnegación sin igual ha- bía sabido hacer el pueblo español.

Si la pacificación del archipiélago filipino no se había verificado como nosotros hubiéramos querido, al fin era pacificación y represen- taba una no pequeña mejoría en el estado de aquel país, sobre todo si se compara la situación con la de los últimos días del año anterior 1896, cuando el ilustre general Polaviej a llegaba á la entrada del puerto de Manila. Entonces la soberonía española parecía en inminente peligro. A la fecha las circunstancias nos concedían una tregua que, bien apro- vechada, pudiera haber sido fecunda en resultados favorables.

En la gran Antilla no se habían borrado ni en mucho tiempo se bo- rrarían las tristes huellas del gobierno pasado, pero en algunas cosas se notaba mejoiía. Ya no era el departamento Oriental tierra abandonada á la Cuba libre délos mambises. El general Pando había recobrado la linea del Cauto, tanto tiempo perdida, y había podido bajar casi solo aquel mismo río que hacía cerca de año y medio estaba cerrado para nuestros barcos, por muy bien defendidos que fu sen; y el general Li- nares había cruzado la zona comprendida entre San Luis y Biire, parfje por donde no había pasado una columna leal desde no sabemos qué fe- cha. Habíamos operado con éxito en el foco de la r< b.lión.

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A! ña, nuestra peí severancia triunfaría de la tenacidad de nuestros adversarios.

Lo fiaron t)do al agotamiento de España, y esta España, que ellos no conocían, ó conocían mal, mostrábase inagotable. Creímos que no tardarían mucho en persuadirse de la equivocación en que incurrieran, y cuando esto sucediese, la mayor parte de los que la combatían se aco- gerían á su nunca desmentida generosidad, mientras un puñado de dís colos aventureros marchase á esconder su impotencia en el seno del pueblo desleal que traidoramente los lanzara á la lucha.

Esperamos, por todo ello, que el año 98 vería ese desenlace. Si no habíamos dudado de nosotros mismos hasta entonces, menos debíamos dudar en adelante, después de haber hecho tan gigantescos esfuerzos.

¡Qaizás, pensamos al ver nacer el nuevo año, está más cerca de lo que creemos el día en que la patria pueda entregarse, tranquila y con tenta, á sanar de las heridas recibidas para evitar que puedan volver á abrirse!... ¡Oh, amarga decepción! ¡Oh, desencanto cruel y acerbo, el que nos tenía reservado el destino!...

* *

Problema el de Cuba siempre en el encerado, requiriendo de conti- nuo la atención de los españoles, ni más ni menos que reclamaba á los soldados y el dinero de la nación, impone también la necesidad de tra- tarlo casi á diario en las páginas de esta nuestra Reseña.

No ya á los escritores de nuestro país, sino á los extranjeros facilita el asunto materia inagotable de observación y de estudio. Porque el ses- go que al mismo se dio, las complicaciones por él originadas, sus con- secuencias fatales y desastrosas para España, y sobre todo, la intrusión y los manejos de los Estados Uaidos, lo convirtieron de negocio interior de España en cuestión universal.

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Como todo hecho extremadamente complejo, presentaba el de que se trata, al comenzar el año 98, varias fases, algunas de ellas de capital importancia y esto consiente que sin pesadez ni monotonía podamos volver sobre el tema una y cien veces en el curso de nuestra Reseña.

En precedentes páginas hemos examinado las fases principales de la autonomía cubana en su primer acto, es decir, en la constitución del ministerio insular y en los efectos y responsabilidades que ese acto po- día traer. Pdro importaba mucho no perder de vista la faz capitalísima

CRUCERO «LEGAZPI»

de la cuestión, y á tal fia hemos de procurar que sobre ella se fije una vez más la atención de nuestros lectores.

Adelantémonos, teniendo en cuenta la fecha á que nos refírimos, á dar por un hecho inconcuso, que el nuevo poder funcionaba del modo más admirable, con todo el aplauso de los cubanos que aceptaban la nueva legalidad.

Imaginémonos que los autonomistas emigrados se repatriaban sin que faltase uao solo; qne los camp3sinos pacíficos habían hallad o medios de vivir, olvidando los tiempos de Weyler y abominando de Máximo

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Gómez y sus secuaces; que los irás intransigentes partidarios de la Unióa constitucional en Cuba reconocían el hecho consumado y no escucha- ban sino la voz del patriotismo; que Jas elecciones habían sido hechas en la isla con una sinceridad antes no conocida en territorio español; que las Cámaras insulares deliberaban con elevado espíritu, y el Gibi nete insular gobernaba con inteligencia, actividad y desinterés y con el aplauso y las simpatías de Europa. ¿Se habría acabado por ello solo la guerrs? ¿Estaban los términos todos del problema reducidos á eso?

El elemento intransigente, el sepaiatista, el que había soñado con lanzar de Cuba el poder español para satisfacer en la isla todas sus pa- siones, había tenido dos grandes puntos de apoyo: el uno, parte muy considerable de la población cubana; el otro, el auxilio manifiesto y efi- caz de los Estados Unidos.

Ahora bicu: dando de barato que el favor de esa parte de la masa isleña se le retiraba á la insurrección mediante los efectos excelentes, supuestos en las lineas anteriores con toda generosidad, ¿con qué se les quitaba á los rebeldes el otro punto de apoyo?

Habían dicho que tamb'én ese apoyo desaparecería con la implan- tación del nuevo légimen en Cuba. Esto era una ilusión candorosa. El Mensaje de MaC Kinley, la actitud de las Cámaras norteamericanas, el lenguaje de los periódicos yankees, el anuncio de envío de la escuadra federsl al golfo de Méj co, la última nota diplomática del Gabinete de Washingtcn, las últimas expediciones filibusteras, \& piedad oficial de Sherman por los concentrados y hasta las ropas vifjas y los averiados comestibles con que el cónsul Mr. Lee habría de socorrer á aquéllos, eran datos más que suficientes para juzgar del aislamiento en que los Estados de la Uoión del Norte Améiica dejaban á la rebeldía.

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Cierto que ya éstos no podían presentarse, cual trataran de hacerlo anteriormente, como los campeones déla humanidad y déla justicia (¡1). Sa tarea era ala sazón [gravemente. hipócrita. Pero, ¿quién no veía la burda hilazt?

Con el lenguaja de los hechos, los Estados Unidos decían á Máximo Gómez, á Calixto García, á Rabí, á Collazo, á los Varona, á los Ro- dríguez, á los miembros del Gobierno ridículo de la manigua, ¡Sos- t;neosahí mientras llega el momento oportuno de intervenir noso- iros! Y, ¡claro está!, los rebeildes encontraban ese punto de apoyo para sus esfuerzos y sus esperanzas, y se mantenían y se mantendrían, (y se mantuvieron) al abrigo del bosque y al amparo de la Ciénaga, aunque toda la población cubana se apartase de ellos.

Aún suponiendo, pues, (y fué mu;ha hipótesis)— que se produjera ese completo aislamiento, tocante al elemento insular, la rebeldía se- guiría nutrida por los recursos de la República norteamericana. De consiguiente el gobierno español se halló en la necesidad imprescindi- ble de buscar los medios para cortar esa corriente de auxilios morales y materiales. No lo hizo así, y la hipocresía y co¿ici& yankee nos com- pilió y arrastró al desastre.

Esto se hubo de percibir con claridad superior cada día, sin que bastase para no querer verlo, meter, como el avestruz, la cabeza bajo el ala, para huir el peligro.

Quisimos fiarlo tolo á la acción política, y lo cierto es que des- pués de la solemne jura del gobierno militar ya no fué tan grande la depresión que en el ánimo de las gentes produjeran los tropiezos y los incidentes de su constitución; pero abandonamos ó no supimos enea-

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rrilar y dirigir á donde debiéramos haber encaminado nuestra acción diplomática, y la temida intervención de la humanitaria gran Repú- blica federal se nos vino encima y nos encontró desapercibidcs y casi en la más completa indefensión.

Vive Dios, que pudo ser, exclaman aún hoy con el personaje calderoniano los que tuvieron siempre en la virtualidad de la nación española y en ciertas esperanzas utópicas basadas en determinadas promesas y simpatías platónicas.

Ua postumo consuelo nos queda, y es: que aparte toda considera- ción utilitaria, será siempre hermoso y renovará siempre la confianza en el progreso de la humanidad, el espectáculo de un pueblo que sin romper la unidad de la patria, tomó posesión de mismo.

Aún los que no fueran capaces de sentirlo ni comprenderlo hubie- ron de notar con júbilo que las unánimes aclamaciones de la multitud en el instante de jurar los secretarios del gobierno insular fueron estas: ¡Viva España! ¡Viva Cuba siempre española!

Esos dos gritos fueron la primera ¡y única! compensación que á su generosidad y á sus sacrificios encontró la patria...

* * *

No permanecieron inactivas, nuestras columnas en operaciones por el campo de la rebelión, durante aquellos días de expectación po- lítica con motivo de la instauración del nuevo régimen político en la isla.

En Las Villas, el batallón de Soria batió en el cafetal «González» á la partida que mandaba el cabecilla Cayito Alvarez, compuesta de aoo hombres, á la que tomó y destruyó su campamento, causándole ao muertos y cogiendo tres prisioneros, ocho armas y 36 caballos.

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La columna tuvo en esa operacióa dos muertos y siete heridos, y en otras sucesivas hizo al enemigo otros tres prisioneros y cogióle cuatro caballos. Además se presentaron 84 rebeldes, con 22 armas, entre ellos el cabecilla Taj 3.

En Sancti Spíritus se presentaron 45 con diez armas, entre los que figuraba el cabecilla Céspedes.

Ea Santiago de Cuba, el general Linares cruzó el Cauto con tres columnas, batiendo á Cebreco en Aguacate; sigaió por Reman- ganaguas á Biire, volvió por Mabio, donde sostuvo con bate con uaa partida, que hayo, y llegó á Palma Sariano, después de dispersar al enemigo y des- truirle un campamento y efec- tos.

La columna del bizarro ge- neral tuvo un muerto de tropa, y heridos el teniente don Fran- cisco Aya y ocho soldados.

La situación de las dos pro- vincias orientíiles contrastaba d.e una manera visible con la mejora lograda en Occidente.

En ambas erangrande; las dificultades para nuestras tropas, porque se habían ido acumulando por el enemigo durante más de dos años, á favor de la poca atención prestada á esa parte del teatro de la guerra. Lo primero quj se había de notar al emprender cualquiera clase de operaciones militares, era la falta absoluta de preparación para la cam- paña, falta so'.o imputable al anterior gobierno.

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ORDENAXZi. DEL CABECILL\ RIVERA.

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Agregábanse á esto las coudiciones topográficas de aquella exten- sa región la más accidentada de la isla; el estado de la población civil; la carencia de caminos; la escasez de subsistencias y el no disponerse de suficiente número de acémilas para el servicio de transportes.

El general Jiménez Castel'anos, que ejercía el mando militar en el Camagüey, prestaba especial cuidado á la salud y bienestar de sus tropas.

Como las fuerzas de que disponía no eran bastantes para guarnecer poblados y operar al mismo tiempo de un modo activo, se limitaba á la defensiva en Puerto Pjíncipe (capital de la provincia), Nuevitas y Santa Cruz del Sar.

El titulado gobierno de la República de Cuba había sostenido aquellos días frecuente comunicación con el generaUsimo Gómez á pro- pósito de la implantación del nuevo régimen y de lo que más conven- dría á los partidarios de la causa separatista, en presencia de la transfor- mación política que la isla iba á sufrir.

De una y otra parte prevalecieron los temperamentos de intransi- gencia, y por ambas el acuerdo de continuar la lucha sin aceptar tran- sacciones de ningún género.

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Las principales partidas del Camr güey eran las que estaban á las órdenes de los cabecillas Recio, Capote, Vega y el peninsular Miró, que tañían á su disposición mucho ganado, porque en aquella región abun- da en el campo, abandonado á sus correrías.

Opinaban los militares que, formándose una columna especial, po- dría recogerse cantidad bastante de reses, para proveer de carne al ejército.

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AI objeto de proseguir activa y vigorosamente las operaciones en Oriente, continuaban acumulándose fuerzas en Santiago de Cuba, ha- biéndose establecido el cuartel general en Manzanillo.

Como resultado de las operaciones militares en preparación, se es- peraba asegurar por cooipleto la comunicación fluvial por el Cauto, poner remedio á la lamentable situación creada por la carencia de car- ne y la escasez de raciones para la subsistencia del ejército, aumentar la capacidad y el núnero de los hospitales, y aliviar, en suma, los su- frimientos de todo género que experimentaban nuestro sobrios y- he-' róicos soldados.

En vísperas, pues, de una ofensiva en Oriente, interesa conocer la organización de las fuerzas insurrectas que mandaba Calixto García, la cual era, según informes que estimamos exactos, la siguiente:

División de Manzanillo. Constaba de 2.000 hombres, á las órde-- nes del cabecilla Salvador Ríos. '

División de Bayamo y Jigiiani.~h<i. mandaba el cabecilla Jesús Rabí y ascendí i á 1.500 himbres.

División de /fo/g'MÍ/z.— Formábanla 6:)o hombres, á las órdenes del cabecilla Torres.

División del Cauto. La componía una gruesa partida, de cuyo mando estaban encargados los hermanos Menocal.

Divisiónde Santiago —yLín^^hílSi el cabecilla Cebreco y tenía 1.500 hombres^divididos en brigadas, á hs órdenes, respectivamente, de los cibecillas Vá'.qurz y Liern.

División de Guaniánamo.— Tenía 500 hombres, á las órdenes de Periquito Pérez.

División de Ságua de Tánamo y Cartagena. Estaba formada por na gíUisa partida, cuyo manJo compartían varios cabecillas de se- ^nda y tercera fila.

Tales eran las faerzas que al comienzo del año 98 constituían el

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lamado ejército libertador de Cuba en el depaitamento Oiiental, do- Itadas de buen aimamento y de abundante alimentación.

* *

Contra ese ejército rebelde batía desplegado hasta la fecha mucha actividad el general Linares; peio manteciéndcse á la defensiva, por carecer ds fuerzas para ensanchar su esfera de acción y emprender una ofensiva vigorosa.

Los dueños, de ingenios enclavados en la zona de Guantánamo, no se decidían á emprender las operaciones de la zsfra, cohibidos por el terror de que los insurrectos cumplieran su amenaza de prender fuego á los cañaverales y á Iss ñncas. Esto contribuía á aumentar las dificul- tades de la situación económica de Oriente, que era deplorable.

El estado sanitario era mediano.

Se trabajaba para atraer á la legalidad á los elementos fafgadosde la lucha, pero hasta la fccha no se había conseguido ningún resultado favorablf , porque las gentes estaban aterrorizadas por las amenazas de Calixto García, que extremaba las cosas para mantener intacta la re- beldía.

Varios vapores llevaban á Oriente aquellos víveres de que se care- cia en squella región, y tomaban en ella para les provincias de Occi- dente los de que en ésta se escaseaba, cohonestando con este cambio de productos las dificultades de la situación de la isla.

Juzgada ésta en conjunto, preciso es confesar que á la fecha no era nada grata; pudiendo sólo r nadir, para atenuar esta desagradable impresión, que en las esferas oficiales se confiaba en poder poner pron- to remedio á tan graves males.

Cuanto á las p.ovincias occidentales, los generales Beroal y Gon

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zález Parrado se mostraban satisfechos de las últimas batidas dadas al enemigó, que, por consecuencia de ellas, se había visto obligado á fraccionarse y se mostraba desalentado.

Esto permitida sacar de dichas provincias algunas fuerzas de las que á la fecha operaban en ella, para vigorizar y robustecer las que en Oriente se disponían á tomar la ofensiva.

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CAPITULO XXVII

Nuevos refaerzoB. Alarma en la opiniÓD. Protestas v general clamoreo. Los nuevos sacri- ficios de sangre. Varios encuentros y combates. Ataque de Niquero. Presentaciones. La prensa liberal de la Habana. Esperanzas. Nuevas presentaciones. Ataques á un couvoy. Toma y destrucción de campamentos. La columna del general Ruíz. Ba- tida y dispersión de las fuerzas del generalísimo. Importante aprehensión' El general Pando en Oriente. Noticias satisfactorias. Nuestros votos.

RAN alarma produjo ea la opinión la noticia dolorosa- mente interesante del envío de nuevos refuerzos á rj/{'--^ Cuba, pedidos por el general Blanco y concedidos por -.' el Gobierno.

En vista de que el número de bajas aumentaba en el ejér- cito de la gran Antilla, el capitán general de la isla había comprendido la necesidad de reponer aquéllas, á fin de hacer más activa y más provechosa la campaña antes que llegara el periodo de las lluvias.

A este propósito, y de acuerdo con el Gobierno, inició el recluta - miento voluntario para formar las milicias blancas y de color; pero el ensayo no fué todo lo provechoso que era de esperar, pues aparte los inconvenientes de armar voluntarios, sólo pudieron reclutarse 2.000 hombres.

Además, opinaba el general Blanco que era mis conveniente en

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aquellos momentos dedicar esos hombres á los trabajos agrícolas ó fa- briles, que distraerlos en las operaciones militares, si desde la Penínsu- la se le podían enviar en número necesario para cubrir bajas.

Estudiado el asunto, el ministro de la Guerra estimó muy razona- bles las observaciones del gobernador general de Cuba, y como desde Noviembre anterior no se habían enviado fuerzas á la isla, tenía el se- ñor Correa el propósito de organizar una expedición parecida á la de dicho mes, disponiendo al efecto de una parte del cupo de Ultramar correspondiente al último reemplazo, que lo componían unos 14.000 hombres.

El nuevo sacrificio de sangre que se pensó imponer á la ya exan- güe madre patria, después de lo que la experiencia había enseñado y de los múltiples sacrificios hechos por España en favor de la ingrata Cuba, levantó general clamoreo y unánime protesta en la opinión.

Al hacerse eco en sus columnas la prensa periódica de todos mati- ces políticos, de tan dolorosa noticia, declaró que el Gobierno no pro- cedía con el reposo que el verdadero patriotismo y la experiencia, so- bre todo, exigían, imponiendo nuevosy cruentos sacrificios ala nación.

Y, en efecto, ya hemos dicho en anteriores páginas que el grande y capital error de la guerra en Cuba, el grande y capital error en que incurrieron, luego de las in certidumbres y alarmas de Peralejo, así gran parte d9 la opinión como los gobernantes, consistió en la aglo- meración de enormes masas, en las expediciones copiosas, en la orga- nización de una guerra de partidas y de emboscadas mediante ejércitos á lo Xerjes.

Ni Máximo Gómez, ni Rabí, ni Cronvert, ni Lacret, ni Rius Rive- ra, ni Zayas, ni Carrillo, ni Collazo, ni Calixto García mandaron ja- más fuerzas considerables.

La guerra de todos los cabecillas cubanos fué siempre guerra de partidas, pero no á la manera española, no al estilo de nuestros Empe-

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cinados, Zurbanos y Merinos, sino sencillamente reproduciendo la tác- tica del partido: huyendo, corriendo, alborotando, quemando, pero sin presentar jamás el pecho á acciones regulares ni empeñándose en ver- daderas batallas. Sólo Maceo (Antonio), temperamento impulsivo, alma arrojada, con su espíritu aventurero y el acicate de su causa de raza, mostró táctica distinta; y con todo, nunca llegó á acaudillar más de

CORREO INSURRECTO

3.000 hombres, y cuando cae en Punta Brava sólo le rodea un puñado de amigos.

» * *

No: la insurrección cubana no requirió jamás un ejército como el que pudiera necesitar Prusia para invadir Francia. Cin 200.000 soldados no pudimos impedir la entrada de las partidas en los pequeños poblados, ni contener la invasión de las provincias de Occidente, ni cortar el paso de Maceo á través de la manigua, desde Punta Maisí á Mantua.

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La cuarta parte de aquella fuerza hubiera bastado, como bastó en la guerra anterior, para la defensa de las grandes ciudades; y si se recor- dara, á propósito de la anterior guerra, la entrada de Sanguily en Puer- to Príncipe, también hay que recordar en estos tiempos el saqueo noc- turno de Santa Clara.

Preciso es reconocer, ahora y siempre, que no con doscientos mil,

SECCIÓN DE artillería. ATRAVESANDO LA MANIGUA

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con cuatrocientos mil hombres, la guerra no habría sido para nosotros menos dura, ni habríamos más fácilmente aplastado al enemigo. Un ejército, por poderoso que sea, frente á una guerra de independencia, con enemigos invisibles, ó por lo menos incoercibles, como el vómito negro y el vómito yankee, en vano intentará servirse de su fuerza ni

Blanco 43

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aplicarla en momento determinado: la astucia acabará por esterilizar su poder y su brío. Es el mismo caso de los héroes de Homero: ellos pe- leaban cara á cara y los Dioses envueltos en una nube...

Reconocido ya el error, tiempo era de aplicarle remedio, poniendo justa tasa álos sacrificios del sufrido pueblo espsñol. Era muy fácil para nuestros gobernantes echar carne á la manigua, y nuestro pueblo tiene un aguante veidaderjmente marroquí. Con una firma del ministro de la Guerra y un aviso al marqués de Comillas, media Espina se dejaba embarcar para el matadero... Y, mientras, la agricultura quedaba sin brazos para su fomento, y los negares, donde el pan de cada día se rie- ga con sudor y lágrimas, huérfanos de mozos honrados, único patrimo- nio de sus desventuradas familias.

Además: ¿acaso el nuevo régimen iba á ir acompañado de mayores sacrificios de sangre? El nuevo régimen es la paz— se dijo y pregonó, y con esta esperanza lo aplaudimos. Pues si la constitución de este régimen siuNiFiCABA LA PAZ, ¿para que se querían más soldados?...

El envío de más hombres á la manigua recordara á todo el mundo el triste destino de los maridos engañados y, por añadidura, apaleados por su rival.

* *

La columna formada por el batallón de Barbastro, al mando del co- ronel Rodríguez, practicando un extenso reconocimiento por la costa Sur de la Habana, encontró el día 3 en Oropesa á la partida que man- daba el cabecilla Collazo, formada por 300 hombres, la cual habia to- mado posiciones en un campamento formado por 44 bohíos y defendi- do por muchas trincheras y por una doble línea de palmas rellena de tierra y con fosos, situado en gran parte de la ciénaga.

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El batallón atacó con gran denuedo el campamento enemigo, y lue- go de sostener nutrido fuego por espacio de una hora, puso en disper- sión á los rebeldes, que abandonaron al huir diez muertos.

Las tropas tuvieron que lamentar la muerte de cuatro soldados y ct- torce heridos, todos peninsulares.

Los insurrectos se resistieron como pocas veces solían hacerlo; por lo que fué preciso atacar á la bayoneta algunas de las trincheras de don- de fueron desalojados, sufriendo entonces la mayor parte de las bajas.

La paitida del negro González fué batida en tres encuentros suce- sivos en jurisdicción de Sancti Spíritus y Tassjaras, por los batallones de Murcia, Isabel II y Pavía, que le hicieron tres muertos y dos prisio- neros y le cogieron'armas y caballos y un mulo.

Nuestras fuerzas tuvieron un oficial y seis de tropa heridos.

Los rebeldes orientales intentaron penetrar en Niquero, poblado de la jurisdicción de Manzanillo.

El enemigo, al presentarse y poner sitio al poblado, envió un par- lamentario al jefe del destacamento que guarnecía el fuerte de Niquero, intimándole la rendición.

«Traemos dijo el parlamentario— excelente artillería; si no se en - tregan romperemos fuego de cañón y destruiremos en dos horas sus defensas.»

La valerosa guarnición respondió que no se rendiría jamás y, re- tirado el emisario^rompieron el fuego contra los sitiadores, que apro- vechando la tregua á que dio origen la aproximación de aquél, empla- zaban su artillería.

Lograron los rebeldes colocar un cañón, y con él hicieron 50 dis- paros contra las defensas de Niquero, pero el fuego de fusilería de nues- tros soldados fué tan certero que, el enemigo, con artillería y todo, le- vantó el cerco, y se retiró prudentemente desistiendo de sus propósitos.

AI retirarse, salió del fuerte un grupo de soldados que persiguió á la partida, causándola algunas bajas.

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El destacamento tuvo dos muertos y un herido que les causó uno de los cañonazos.

Según noticias de Sagua (Las Villas), se acogieron al nuevo régi- men políticD instaurado en la isla, presentándose á las autoridade de di- cha población, el titulado teniente coronel del ejército libertador Soto perteneciente á la partida del cabecilla Roban, con un capitán, dos te- nientes y veinte hombres armados y municionados, quienes al verificar el acto de sumisión dieron vivas á España, á la autonomía y á Cuba es- pañola.

*

La prensa liberal de la'^Habana continuaba dedicando su atención preferente al alcance de la nueva política.

Para ella era punto* menos que indudable que el ¡régimen, ya en completo ejercicio, habría^^de producir resultados beneficiosos para la paz y para la patria.

Careciendo de base y justificación toda protesta; goberrándose el pueblo cubano por mismo; probada la^absoluta sinceridad en la apli- cación de la autonomía,! sin distingos ni regateos; cansados de luchar muchos de los que estaban en armas; agotados los recursos del enemigo en muchas zonas, y necesitada Cuba de paz para su reconstitución y vida, la prensa liberal creía que todo el que amase aquel país meditaría seriamente sobre la situación y se penetraría de la alta conveniencia de ir á la paz.

En este sentido de esperanza se inspiraba la prensa liberal de la Habana en los primeros días deljaño 98.

A acrecentar estas esperanzas vino'la noticia de haberse acogido en Puerto Príncipe á los beneficios del nuevo régimen, el titulado teniente

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coronel Josquín Quirós, secretario que fué del marqués de Santa Lucía, y la presentación del titulado comandante Anastasio Núñez, dos oficia- les y cinco individuos armados, en .Rancho Veloz, jurisdicción de Re- medios.

Además, se esperaba con algún fundamento la presentación del resto de la partida y predominaban impresiones optimistas, las cuales reconocían como fundamento los trabajos que se estaban realizando para

CAÑONERO «PATRIOTA»

que se acogieran á la legalidad importantes cabecillas y núcleos nume- rosos de insurrectos.

El general Ochoa, al frente de una columna que conducía y custo- diaba un convoy á Bayamo, sostuvo varios combates con diversas par- tidas rebeldes concentradas en el camino con objeto de apoderarse del convoy ó impedir su paso.

En todos ellos fué rechazado el enemigo, causándosele considera- bles bfijas que retiró al abandonar el campo y desistir de su inútil em- peño.

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Nuestras bajas en esa operación fueron dos soldados muertos, heri- do grave el teniente de las escuadras de Pavía, don Natalio Vela y heri- dos leves seis soldados.

El batallón de Murcia, operando en la zona de Sancti Spíritus, se apoderó y destruyó tres campamentos del enemigo. Este, después de oponer alguna resistencia, huyó, abandonando doce muertos que fueron identificados, muchas armas y efectos.

Las tropas tuvieron ua soldado muerto, y heridos el teniente don Eliseo Corral y el médico don Miguel Murubal.

***

Practicando un extenso reconocimiento en las costas de la jurisdic- ción de Sancti Spíritus la columna que mandaba el general Ruíz, cuyo objetivo principal era dar con la guarida del cabecilla fantasma y fuer- zas que custodiaban al generalísimo Gómez, de quien se sabía que esta- ba por aquella región, descubrió y se apoderó el día 8 de un depósito de caballos que tenía el célebre condottiere dominicano. Había en él 200 caballos que cayeron todos en poder de nuestras tropas.

Al día siguiente, el general Ruíz y sus tropas, continuando sus ope- raciones, lograron encontrar ua campamento enemigo situado en Pozo Abelardo y deldndido por fuerzas de Máximo Gómez, á las que batie- ron y desalojaron de é!, tras corta y débil resistencia. Siguiendo el ras- tro, continuaron la persecución hasta conseguir dar alcance á los rebeldes en los montes Hoyos, donde se hallaba acampada una partida compues- ta de 200 infantes y 3 io caballos, al mando del generalísimo y del ne- gro González.

La columna emprendió el ataque de las posiciones enemigss, y los insurrectos se defendieron, iceptando el combate al ver la exigüidad

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de nuestras fuerzas; pero iniciado un ataque á la bayoneta por nuestros valerosos soldados, abandonaron aquéllos sus ventajosas posiciones y huyeron cobardemente. Entonces cargó sobre ellos nuestra caballería, en el sitio llamado El Limpio, y los dispersó, causándoles numerosas bajas.

El resultado de esta brillante operación fué recoger 12 muertos, entre los que figuraba el cabecilla Juan Ordoñez, que fué identificado, y hacer tres prisioneros con armas.

La columna tuvo siete soldados heridos, cuatro contusos y trece caballos muertos.

El día 10, el teniente coronel don Claudio Gata, con fuerzas del batallón de la Lealtad y caballería de Pizarro, sorprendió en San Joa- quín, término de Campo Florido (Habana), otrocampamerto enemigo.

Los insurrectos apelaron á la fugs, dejando en poder de nuestras tropas diez fusiles Maüser, IC9 Remingtons, i^6 machetes, 100 escobi- lleras, 6 cajas de dinamita, un botiquín con medicamentos y varias herramientas.

El general Pando, después de recorrer la costa Norte del departa- mento Oriental, estuvo un día en Santiago de Cuba inspeccionando las fuerzas que guarnecían la capital, y llegó el día n á Manzanillo para dirigir personalmente las operaciones de guerra que se proponía em- prendei en breve con gran actividad y vigor contra las partidas orien- tales.

Según los informes que este general comunicó al ministro de la Guerra, el número de rebeldes que existía á la fecha en Cuba, era de diez á once mil hombres, de los que una mitad por lo menos operaba en la provincia de Santiago de Cuba.

*

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Consolador fué el despacho que el día ro dirigió al ministro de la Guerra el gobernador general de Cuba sobre la situación de la isla.

Decía así:

«...La situación del país mejora; aumenta el trabajo y el tráfico, y ha empezado la zafra en las provincias occidentales.

La Aduana de la capital ha producido en Diciembre último 1.208,000 pesos.

Los concentrado? atendidos van reponiéndose en gran número.

Enviaié á V. E. datos precisos acerca de la concentración. Blanco.*

No creemos que el marqués de Peña Plata remitiera estas noticias por el gusto de entretener la ilusión de las gentes, sino por la alta conveniencia de reflejar una mejora de situación algo lisonjera.

Ya sabíamos que había comenzado la zafra en las provincias del Occidente de la isla, y todo buen español peninsular ó insular debió celebrar que se realizaran estas importantes operaciones en forma tal que, aprovechando al país cubano, por ser esa la base esencial de su riqueza, no aumentase los ingresos en las cajas de la delegación que el filibusterismo tenía establecidas en Nueva York.

Consecuencia natural de Jos trabajos de la zafra era el aumento del tráfico, y esto era también vida y esperanza. La cifra alcanzada en la recaudación hecha por la Aduana de la Habana era verdaderamente excepcional.

En los tiempos normales excedía pocas veces la recaudación men- sual de un millón de pesos, y por esto era de llamar la atención un ingreso tan considerable como el que señalaba el general Blanco, si bien puede explicarse no sólo por el aumento de población en la capi- tal, sino por la necesidad de reponer en ese mes todo lo que había sido destruido en las fincas azucareras para poder realizar las operaciones de la molienda.

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De todas suertes, hicimos votos por que esas impresiones del ge- neral Blanco fueran reales y pudiera semanalmente ir afirmándolas y ampliáadolas, pues comprendiendo lo lamentable que serían para la nación nuevos desengaños, no había de ir en sus optimismos más allá de lo que fueía reflejo de la verdad.

Blanco 44

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CAPITULO XXVIIl

Sin plazos. KemeiEbranzaí. Justicia y conveniencis. Impacitociae ÍDjuít¡6cadas. Reti- cencias impiudeiitíP. Las dos sctionts. Expedición filibnslers.- Goleta apresada. Desembarco impedido. £1 caíicnero Galicia y la guerrilla de Kíquerp. Tema y destruc, ciÓD del campamento de las Salinas. Otro mártir de la pez. Asesinato de un capitán y un práctico. Traición y crimen. El capitán señor Puga.

^ f) era mal argumento, para aprovechado en los círculos separatistas de Cayo Hueso, Ttmpa y La Floiida y en .j los bohíos de la sierra del Cobre y de los montes de Re- forma y la Siguanea, el que ofrecieran á los rebeldes cubaros los que señalaban plszcs, á los pocos días de la ins- tauración del nuevo régimen político encuestra colonia an- tillana, para resolver definitivame el problema de Cuba.

Ese, precisamente, había sido el clavo á que habíase aga- rrado Máximo Gómez para mantener algo despieitas las es- peranzas de los que todavía le seguían. Y cuando se veía que ese clavo Citaba á punto de desprenderse, he aquí que en vez de emplear las te- nazas ó el corta frío para acabar de arrancarlo, «e echaba mano al mar- tillo para golpear sobre él y afumarlo un poco. ¡Bonita y patriótica labor!

¿Quién no sabia, en efecto, que los separatistas habían confiado en la prolongación de la guerra, en hacerla dursr uno tras otro año, mu- cho más que en su propio eífaerzo y en los elementos de que disponían

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para !a realizacióa de sui propósitos? ¿Qaiéa ignoraba que para arras- trar primero á los ilusos y á los desesperados á la manigua y para man tenerlos después en las filas rebsldss procuraron inducirles estas des ideas capitales- qae España no cumpliría sus promesas, en caso de que hiciese alguna, y que el triunfo de los insurrectos estaba y consistía en la prolongación de la lucha que acabaría por agotar los recursos de la Metrópoli?

Pues biea; no fué de lamentar, bajo todos coaceptos, que en los mo- mentos mismos en que los hechos destruían con la implantación de la autonomía la primera de aqu3 Has aseveraciones, demostrando su falsedad, ¿lo fué lamentable es pe:táculo, qae aquí en la Penínsu la hubiera quien diera fuerza y valor á la segunda, señalando pla- zos, como si se pretendiera indicar que nuestras fusrzís no podían pa- sar de cierto y determinado límite?

¡Qjé más podían apetecer los enemigos de España!

No: un año nos había señalado Mac Kinley, y aunque tuvo buen cuidado de no dejar traslucir que prorrogaría el plazo, todo el mundo

se indignó, tanto por la intrusión en nuestros asuntos, que la sola indi- cación envolvía, como por el propósito de encerrar nuestra acción y pc- ner límite á nuestros recursos y á nuestros esfuerzos dentro de un lapso de tiempo determinado, daado á la vez, con evidente torpeza, alientos á la insurrección pira que resistiese un año más.

CABECILLA ORDONEZ

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No: no pudo haber plazos de ninguna especie; ni de cuatro, ni de cuarenta meses, porque España quería conservará Cuba y no cejaría en su patriótico empeño, ocurriera lo que ocurriera, basta restablecer la paz 7 afianzar en la isla su incontestable soberanía.

Más que sorpresa causónos pesadumbre el observar que, apenas había principiado á funcionar el régimen autonómico en Cuba, surgían ja dudas sobre su eficacia.

A decir verdad, esas dudas, harto prematuras, que aparecieron en ciertos periódicos, no fueron más que una de las formas que adoptara la oposición para arrojar algunas scmbras sobre el nuevo régimen in- sular.

El recurso, & fuerza de viejo, era de los que están mandados reco- ger. Más tiempo llevaban luncionando en la Pee ínsula el suíregio uni- versal y el Jurado, y había, sin embargo, quien se creía obligado á cada dos por tres, y se creerá obligado mientras viva, á arremeter contra ellos en cuanto oiga hablar de un veredicto ó se celebren unas eleccio- nes.

Tan antiguo era el recurso, que, seguramente ninguno de nuestros lectores h'>brá olvidado cómo lo utilizaron ^a los contempoiáneos del general Espartero.

A todas horas se recordaba que los autonomistas que mandaban en la Habana tenían paliantes y deudos en la icsurreccidí), se les atri- buían ideas egoistas en Ja cuestión de la Deuda y sobre el problema arancelaiio, y se eitablccían hipóteíis dtttiminadas ptra deducir que en tales condiciones sería preferible la independencia de la colonia.

Nos recordó esa campaña la que muchos peiiódicos hicieron á raíz

349

f

del convenio de Ver gara por estimar que los cerlistas se harían dueños absolutos del gobierno del país.

Porque, en efecto, vimos como se fingían parecidos temores, divi- diendo á los habitantes de la isla en españoles y cubanos; pero olvidan- do á la vez que esa división era obra de otros tiempos y que entonces precisamente era cuando por fortuna había desaparecido.

Cierto que no se podía exigir á los que habían combatido la auto- nomía, que de la noche á la mañana les pareciera ésta de perlas. Pero debieran haber tenido en cuenta los que aquí todavía la combatían que en Cuba la habían aceptado todos, y que en adelante eso bastaría para que por igual y con el mismo derecho tuvieran intervención en la go- bernsción de la isla.

^Autres iemps, autres mcpurs» dicen los franceses.

*%

Además de corsiderar como obra de justicia la concesión de la au- tonomía á la isla de Cuba, debió considerarse también como obra de convenien'~.ia y de iti teres sumo para la patria, si contribuía, como con- fiadamente esperábamos, á traer más pronto la paz.

El ejército había demostrado, á pesar de todas las dificultades con que había tenido que luchar, y que hubieran arredrado á otros soldados menos sufridos y pacientes, que España permanecería siempre en Cuba y que no había poder humano ni insurrección que valiera así pensá- bamos en aquella fecha— capaz de arriar en la isla nuestra bandera.

Los insurrectos lo sabían mejor que nadie, porque lo proclamaba nuestra constancia y lo aseguraban nuestras victorias.

En su alocución á los oiientales, fechada en Mangos de Baraguá á i8 de Octubre de 1895, decía Antonio Maceo álos habitantes de Santia- go de Cuba en el momento de emprender la invasión:

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'¡í— El gobierno de la República, el país, que está con nosotros, y la opinión universal, tienen sus ojos y sus pensamientos fijos en vosotros en estos supremos momentos en que se ha de decidir la suerte futura de un pueblo; y yo abrigo la firme convicción y me alienta la consoladora esperanza de que vosotros habréis de sostener enhiesta la bandera de la Estrella solitaria, para pasearla triunfante y vencedora por las calles de la Habana, tras una sene no interrumpida de victorias.»

Qjíen con tal arrogancia se expresara, veíase un año después obli- gado á aprovechar las sombras de la noche para cruzar la trocha de Mariel-Artemisa Majana, y morir.

De aquellos orientales á quienes dijera que en sus manos estaba la suerte de la rebelión, apenas si le acompañaban una docena.

No: no había poder humano que nos arrebatase Cuba. Con mis fuerza, si cabe, que los triunfjs de nuestras armas, lo proclamaban nuestros mismos contratiempos.

¿Dónde estaban Guáimaro, Las Tunas y Guisa? Fué preciso que desaparecieran, arrasadas por las bombas enem'gas, que no quedara de ellas piedra sobre piedra, para que los rebeldes lograran pisar la tierra en que se alzaron. Y ni siquiera esa tierra pudieron conservar.

¿No estaban diciendo á voces esos hechos que para conquistar la is- la, si los insurrectos fueran capaces de conquistarla, tendrían que arra- sarla primero desde Punta Maisí al cabo de San Antonio, y aun en tal caso seríamos nosotros dueños del terrenc?

Si; la prueba estaba hecha á costa de torrentes de sangre y monto- nes de dinero, prujba dolorosa cual ninguna. Cuba no podía dejar de ser española. Los mismos sacrificios hechos nos imponían la obligación de conservarla, si nonos lo impusieran de antemano el tributo de ad- miración que debíamos rendir al heroísmo de! ejército y nuestro propio honor.

Y convencidos y seguros de que no habíamos de cejar en nuestro

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derecho, podíamos, sin mengua ni desdoro, trabajar por todos los me- dios á nuestro alcance para que cesaran pronto los horrores da la guerra.

Por eso hsmos empezado por decir que si la concesión de la auto- nomía fué obra de justicia, debió considerarse también como obra de alta y humanitaria conveniencia, como elemento para apresurar la hora de la paz.

* * *

Después de haber enviado á Cuba doscientos mil hombres, los mi- llones necesarios para sostener la guerra con tan numeroso ejército, y esperar durante tres años que se acabara, piimero en la seca del 95, des- pués en la del 96 y más tarde en la del 07, siempre con grandísima cal- ma y sin precipitación, apoderóse de pronto la impaciencia de los que mayores esperanzas de dominar la insurrección en poco tiempo infun- dieron al país, y un día con inmotivados recelos, y al otro con descon- fianzas sin fundamento, pretendieron llevar al ánimo del impresionable concurso la idea de que todo había fracasado, porque el general Blanco y el gobierno insular no habían dado en once días cima á la magna em- presa en que estaba empeñada España desde el segundo mes del año de 1895.

Esa singular mudar za en el modo de apreciar los hechos, vino apa- rejada con otro fenómeno.

Y fué, que habiendo convenido hasta el último día del año anterior en que la gran mayoría de los habitantes de Cuba eran españoles afec- tos á la madre patria, y que los separatistas no constituían más que una ínfima minoría, desde el i." del nuevo año á mediados del mes, todo se volvían reticeacias para escatimar á la mayor paite de los cubanos

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»

ese título de español, al cual nosotros no sabemos que hubiesen renun- ciado desde que empezó el gobierno insular sus funciones.

De manera que esta condición de español ya no era privativa del individuo, ni tenían en ella nada que ver los padres que nos engendra- ron ni el lugar en que nacimos, ni casi casi nuestra voluntad. Dependía principalmente de nuestras ideas políticas, religiosas, sociales ó arance- larias.

El progreso, como se vé, no podía ser mayor ni mas avanzado.

^v^^sfe

MUERTE DEL CABECILLA NUNBZ

Allá, á raíz de los tiempos venturosos de las revueltas religiosas, cuando ya se pudo poner un poco de paz en Europa, y las naciones se dividieron en católicas y protestantes, la religión del monarca era la de los subditos: éstos no tenían derecho á elegir. El que era católico, si habia nacido en tierra donde predominaban calvinistas ó luteranos, te- nía que abandonar su patria con tiempo fresco, y lo propio le ocurría, aunque en sentido inverso, por supuesto, al protestante á quien la tor-

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menta cogió en país católico. Porque, como ya hemos dicho, el monar- ca podía optar por una religión ú otra; el subdito no.

Que es, sino estamos equivocados, lo que entonces, y ahora, preten- dieron y quieren los carlistas.

Lo que hay, es que todo eso resulta un poquito rancio á fines del

UNA PAREJA DE LA GUARDIA CIVIL

siglo XIX, y á nosotros los españoles, especialmente, nos salió un po- quito desigual, y nos ha dado muy malos resultados.

Pero de todos modos hay que confesar que tuvo gracia que en el año 1898 se pretendiera imponer las creencias políticas como se impo- nían en tiempo de Felipe II las religiosas, y se negara el título de ciu- dadano español al que en Cuba no comulgase con la Unión Constitu- cional.

Blanco 45

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* *

Según han podido ver nuestros lectores por la reseña que en prece dentes páginas dejamos hecha de los sucesos ocurridos en Cuba en la primera decena del mes de Enero, no había sido obstáculo el plantea- miento de la autonomía para que nuestros soldados hubiesen podido ponerse en contacto, contacto de sable y de bayoneta, por supuesto, con la partida que mandaba personalmente el astuto dominicano Máximo Gómez, suceso que la casualidad no deparaba muy á menudo; ni para que algunos cabecillas de la talla de Regino Alfonso, hubieran probado prr última vez el efecto destructor de los Maüsers de nuestros soldados y la certera puntería de estos bravos defensores de la soberanía nacio- nal; ni tampoco para que cerca de Campo Florido, teatro de las ha^^añas del desleal Aranguren, hubiese topado el batallón de la Lealtad con un campamento rebelde que no tenía trazas de improvisado, puesto que en él se encontró un buen surtido de armas y de municiones de guerra.

Y hay que tener en cuenta que señalamos únicamente los hechos más recientes, los ocurridos, como quien dice, en la primera semana de hallarse en funciones el gobierno autónomo insular.

Por otra parte, como somos un tanto aficionados á agrupar cifras para dar expresión á los números, y teníamos gran confianza en los resultados que habría de dar el nuevo régimen colonial, antes que rehuir la comprobación, preferimos poner ante los ojos del lector estos resul- tados, pocos ó muchos, grandes ó pequeños, según fueron conociéndose.

Para ello utilizaremos, como siempre, los despachos oficiales.

De los que remitió el general Blanco el dia n de Enero, dando |j

cuenta de las novedades ocurridas desde el dia 5, ó sea en el transcurso

de seis días, resultó:

Muertos hechos al enemigo }$

Prisioneros 6

Presentados 165

Armas recogidas 9')

355

En estos datos no van comprendidos las armas y municiones recogi- das cerca de Campo Florido, por ser el suceso posterior á la fecha de los despachos á que nos referimos, y por dejarlos ya consignados al dar cuenta del suceso.

Conviene advertir que entre los muertos figuraron varios jefes re- beldes, y entre los presentados un ex-secretario dei marqués de Santa Lucía, ex presidente del titulado gobierno insurrecto, un teniente coro- nel, un auditor y varios oficiales.

Ya se por estos datos, á pesar del corto período que comprenden, que la implantación del nuevo régimen no entorpecía las operaciones ni tampoco las presentaciones.

* * *

A consecuencia de haberse tenido en Niquero, uno de los primeros días del mes de Enero, una confidencia de que los rebeldes orientales esperaban una expedición con muchos pertrechos de guerra y alguna gente de los Estados Unidos, y también que el desembarco se pensaba efectuarlo en el sitio denominado Potrida (Manzanillo), se dispuso que el cañonero Galicia, en combinación con la guerrilla de Niquero, al osando del capitán señor O'Ryan, se dirigieran á impedirlo y apresarlo.

En el sitio indicado por el confidente, entre Purgatorio y Gran Rin- cón y á la hora señalada, acercóse el día 1 1 á la costa una goleta.

El cañonero Galicia, que estaba oculto en una ensenada, cortó la retirada al barco filibustero, y las fuerzas de la guerrilla salieron del bosque y se apostaron en la costa.

Entonces los tripulantes de la goleta y fuerzas rebeldes que estaban emboscadas y apercibidas para favorecer el desembarco rompieron el fuego sobre las tropas leales; pero éstas contestaron con tal vigor que,

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á poco de iniciarse el combate, las partidas iasurrectas se retiraron, lle- vándose dos muertos y dejando otros dos sobre el campo.

Los tripulantes de la goleta arrojaron al agua buena parte de la carga; pero á pesar de esto, el cañonero llegó á tiempo de recoger seis toneladas del cargamento, compuesto de armas, municiones y botiqui- nes.

El barco procedía de Jamaica y su patrón Justo Pérez (a) El Galle- go y otro tripulante de la misma cayeron en poder de nuestros marinos, así como la voluminosa correspondencia que llevaba á bordo.

Una vez realizada la aprehensión, formóse una columna de 200 hombres, con fuerzas de la dotación del cañonero y la guerrilla, que, al mando del citado capitán O Ryan, se internó más de dos leguas en la manigua en persecución de las partidas, destruyendo el campamento de Salinas, después de haber desalojado de él al enemigo, con nutrido fuego, y dispersando á las fuerzas rebeldes que lo abandonaron.

El patrón y el marinero presos de la balandra correo fueron condu- cido»; á Santiago de Cuba, asi como la correspondencia apresada.

El Galicia es un crucero-torpedero de 541 toneladas de desplaza- miento, y lo mandaba el teniente de navio de primera don José María Aviñó.

A bordo llevaba 79 plazas, y como fuerza ofensiva 6 cañones de 57 milímetros, una ametralladora y dos tubos lanza torpedos.

* «

Di otro caso idéntico ai del infortunado teniente coronel señor Ruíz nos dio cuenta el día 13 nuestro celoso corresponsal ea Santa Clara.

El capitán de infantería don Antonio Paga, antiguo retirado y á la sazón comandante militar de Santiago de las Vegas, á semejanza del

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malogrado Ruíz, marchó al campo rebslde para hablar á un cabecilla con quien tenía concertada una entrevista.

El capitán señor Paga, residente hacía muchos años en la isla, te- nía amigos entre los rebeldes. Aseguráronle que uno de éstos, jefa de una partida, quería presentarse, y para decidirle y favorecer el cumpli-

OFICIAL VISITANDO LOS PUESTOS DE LOS CENTINELAS

miento de su deseo escribióle el señor Puga, contestando á su carta el cabecilla con un recado verbal, dándole una cita en su campamento.

Salió el confiado capitán de Santiago de las Vegas, en compañía de un práctico, el día 9 de Enero, y á los cuatro días, en vista de que no regresaba, salió una guerrilla en su busca.

Recorriendo las fuerzas leales el sitio donde su jefe había dichoque

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pensaba ver y habíale citado el cabecilla, encontró los cadáveres del desventurado comandante militar de Santiago de las Vegas y del prác- tico que le había acompañado en su expedición.

Ambos cadáveres estaban horriblemente mutilados.

Por coincidir la noticia del asesinato de otro mártir de la paz con los graves sucesos acaecidos en la capital de la isla no produjo en los ánimos la sensación que causara la de su predecesor en el martirio, si bien no dejó de ser grande y penosísimo el efecto que produjo tanto en la Habana como en la Península, por ser el desgraciado señor Fuga, hombre honradísimo y muy querido de cuantos le trataron.

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CAPITULO XXIX

Grave suceso. El motín de la Habana. El dolor de España. El deber de todos. Hay que decirlo. Origen del suceso. En el teatro Albisu. El primer motín. En las oficinas de La Discusión. Contra el Diario de la Marina. La manifestación disuelta. Sigue el motín. El general Arelas. Fin del tumulto. Impresión en la Península. La opi- nión imparcial. Declaración de los oficiales. Sin consecuencias.

MARGURA muy grande hubieron de producir en todos los corazones españoles las tristes y graves noticias llega- das de la Habana el día 13 de Enero. No solamente causó vivo dolor ver la autoridad del capitán general desconocida, sino que se presintió con profunda pena el efecto que acontecimientos de tal índole habían de te- ner en el extranjero y en la manigua, y las consecuencias funes- tas que podían traer á España. Las esperanzas más ó menos justificadas, pero muy despiertas, en aquellos días, experimentaron quebranto gravísimo. Tornó á apoderar- se de los ánimos la desconfianza sombría, debilitadora del fuerte espíri- tu nacional, hasta un punto que nadie pudo presumir.

Se recordaba con tristeza aquellas semanas que siguieron á los su- cesos de Marzo de 1895 y durante las cuales la mayoría de los periódi- cos europeos emitieron sobre nuestro estado social y sobre el papel que en la vida de la nación hacía nuestro ejército, juicios duiísimos y de- presivos en el más alto grado. El temor deque esos juicios se repitieran

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con motivo de los motines de la Habana llenó las almas españolas de inquietud.

Sobre ellas cayó como el agua helada sobre quien tirita de frío, la consideración del júbilo que habiían de sentir los intransigentes sepa- ratistas al enterarse de tales hechos, y de la consistencia que lo ocurrido daría á los propósitos de los enemigos de España.

Después de tantos y tan dolorosos sacrificios hechos por esta infeliz nación en aras de la paz, tras de consumir tantas vidas y tantos millo- nes, á raíz del esfuerzo más doloroso, cuando se entraba por un nuevo camino en busca del deseado objeto, se perturbaba todo y se obscurecía todo, merced á los manejos é intrigas de politicastros egoístas y malos patriotas que intentaban explotar en su provecho las pasiones de clase.

Fué aquello la reproducción de lo acaecido en Madrid, pero esta vez se intentó en condiciones más difíciles, en circunstancias más gra- ves y cuando todo el mundo civilizado tenía los ojos fijos en nuestro ejército.

* *

Fácil, muy fácil es excitar la pasión de gente moza con susceptibi- lidades de clase, avivadas constantemente por los que de tarea semejan- te hacen su negocio. Estos «negociantes políticos» no perciben lo que de natural hay en ello, sino lo que puede servir ¿ planes que de miUta- res precisamente no tienen carácter alguno.

El ejército, que anduvo en otro tiempo harto mezc ado á la vida de los partidos españoles, comenzó hace diez ó doce años á separarse de éstos y á afirmar su espíritu de clase. La evolución hubiera sido prove- chosísima si el ejército hubiese quedado incomunicado respecto de los

políticos.

Los militares fueron dejando de ser progresistas ó moderados, re-

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volucionarios ó alfonsinos, para no ser más que militares; soldados de la patria al servicio de la Nación, guardadores de su honor y defensores de su bandera y de su integridad. Así son los ejércitos de las grandes naciones europeas. Mas, los políticos, que ya para cambiar la Constitu- ción no podían contar con la fuerza armada, ni con la oficialidad afilia- da á un partido, pensaron en explotar ese espíritu de clase, que con

TIPOS DE RECONCENTRADOS

energía se despertaba y se manifestaba, para lanzarlo contra un gobier- no y derribar una situación.

En toda entidad que afirma su vida y personalidad propias frente á las demás entidades hay un sentimiento fácil de sobreexcitar con adulaciones unas veces, otras veces con recelos. Y esto, precisamente,

Blancx) 46

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S3 venía haciendo en aquella época de un modo tan claro, ten á la luz del día, sin tapujos ni misterio alguno, que los manejos y propósitos que había detrás de ello, si no se veían, se presumían.

El suelto imprudente de un periódico ó el artículo intencionado y pérfido que á veces se desliza en algún diario, precisamente por quie- nes desean provocar erccnflicto, es como la tea encendida arrojada en el montón de apilado combustible. La pasión irritada no razona; Ja in- experiencia natural é inevitable no descubre la mano de donde parte el impulso; ánimos juveniles se inflaman con el recuerdo del poder mostrado en otras ocasiones; las consecuencias de los actos se obscurecen; la expectación de los pueblos extranjeros se olvida; se deja la rienda suelta á la cólera ó al orgullo, y mientras todo padece, el prestigio del mismo ejército el primero, y el enemigo toma alientos y los extraños se erigen en censores y llora la patria, el politicastro malvado, que pre- paró el suceso para satisfacer su ambición, su despecho, su egoísmo, salta de júbilo allá en las sombras y se ríe de todo y de todos.

*

No es posible regarlo. No alcanzaríamos ni á engañarnos nosotros mismos, si intentáramos quitar gravedad á los tristes sucesos acaecidos en la capital de la gran Antilla.

A las dificultades naturales del problema, á las de una lucha que duraba ya tres años y que había costado tantas vidas á nuestros heroi- cos soldados, á las de una crisis que tenía paralizada la actividad de to- do el cuerpo nacional, no se debía unir la de una nueva contienda ci- vil entre españoles; entre hermanos. j

Cuando con la pacificación de Filipinas, digno coronamiento del bravo esfuerzo de nuestras armas, y con las esperanzas legítimamente puestas por la patria en el éxito de la feliz combinación de la acción mi-

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litar y política en Cuba, comenzaban á disiparse muchas de las negru- ras amontonadas sobre el horizonte de la vida de España, no fuera S3n- sato, no fusra patriótico empeñarnos en ver, como algunos pssimistas vieron, en los sucesos de la Habana, la reproducción de otros hachos de recuerdo funesto para nuestros vastos dominios en América. Tan funes- tos augarios no podían realizarse, porque nuestro ejército es ejército de la patria y es ejército de la libertad, y sus anales gloriosos llenos están de páginas sublimes en que se sacrificó á los más altos ideales, en que salvó á la nación de la anarquía ó del despotismo.

A conjurar ambos peligros confiamos en que había de contribuir como nadie ese mismo ejército, que había hecho ya como ley primera de su vida la de no servir interés ninguno de su partido, fundiéndose en el interés úaico de la patria.

Origen de la cuestión de orden público en la Habana fué, según refirieron los despachos, un agravio inferido á oficiales españoles por un periódico que no representaba á ninguna de las fuerzas políticas de Cu- ba. Esas fuerzas, las que vivían en el nuevo régimen, no habían tenido nunca por órganos, no podían tenerlos, á los qu3 atacaron y ofendie- ron al ejército.

Porque si el ejército es en todo momento y en todo país la más alta y la más pura expresión de la patria, es su alma y su vida frente á una guerra de separación. Da lo que no tiene precio, lo que á nada puede compararse, su sangre, y para darla no consulta más que á su deber, la defensa que de sus derechos y de su soberanía le encomendó la nación. La grandeza de los Estados se ha cifrado y se cifra en eso, en hacer del amor á su ejército un cuito.

Y si hay algúa ejército en el mundo que sea acreedor á toda clase de respetos, de simpatías y de entusiasmos, es el ejéicito español que en Cuba ha luchado durante más de tres años, sosteniendo una guerra sin ejemplo contra la Naturaleza y contra los insurrectos.

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* *

Necesario es decirlo. No podía ser un periódico amparado por nin- gún partido, un periódico que agraviase á los soldados de España.

El que ofendió con gran injuria al ejército de la patria, cualquiera que fuese la filiación que invocase, no podía representar á ningún par- tido honrado amante de la paz y de España, sino á bando faccioso de los qu3 lucran en el desorden y en sus agaas turbias hallan provechos materiales, y mereció por ello severo castigo.

¿Cómo había de pertenecer el que tal hizo á la prensa liberal cuba- na, prudentísima, correcta, mesurada en la expresión de sus opiniones, y, sobre todo, respetuosa con el ejército, apasionada de sus glorias?

Y que así fué y no de otro modo se prueba, con sólo notar que la protesta de los oficiales no se dirigió más que contra el periódico que los había agraviado, y si otros se vieron amenazados, fué en manifesta- ción tumultuosa de elementos extraños y demagógicos, en los que ya aquellos oficiales no tenían participación alguna.

Sobre la naturaleza del motín, sobre su significación, dio luz bas- lante el hecho elocuente de haber sido sofocado por fuerzas del ejército y fuerzas de los voluntg^-ios. No. No se trató de un motín militar.

Y si algo faltara para exclarecer los sucesos ocurridos en la Haba- na, ahí están las vibrantes, patrióticas y hermosamente enérgicas pala- bras del general Arólas.

Al llegar el bizarro general Arólas frente al edificio que ocupaba el Diario de la Marina, en el momento en que el grupo de los amoti- nados daba vivas y mueras, increpó duramente á los que lo formaban diciéndoles:

« Sois indignos de gritar ¡Viva España! Ese grito, sólo debe dar-

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lo quien respeta el orden y acata el gobierno y la representación de la patria.»

En ese mismo espíritu, en ese espíritu de respeto á la ley, á la le- galidad constituida y al gobierno de España, supieron inspirarse todos los buenos españoles al dejar aislado el motín de la Habana.

* * #

Con toda imparcialidad y con gran detalle nos informó uno de nuestros colaboradores, testigo presencial de los tristes acontecimien- tos de la Habana, acerca de lo que juzgó causa generadora del motin, de cuyo penoso suceso entendemos que, tanto ó más que las noticias y pormenores, importa conocer los motivos que provocaron la situación.

Uaa parte de la prensa de la Habana, en la que se distinguía El Reconcentrado, periódico de reciente creación, venía hacía tiempo sos- teniendo una campaña muy dura contra cuantos ejercieron autoridad en la isla, especialmente contra el general Weyler, el ex- gobernador civil de la Habana señor Porrúa y contra el comandante señor Fons- deviela.

Quejábanse las gentes de los ataques verdaderamente inusitados que El Reconcentrado publicaba, y nadie tomaba medidas contra este diario. Limitóse el general Blanco á prohibir terminantemente los ata- ques al general Weyler; pero dijo que dejaba las medidas que contra la prensa debieran adoptarse á la iniciativa del Gobierno insular.

Los ministros mostráronse vacilantes, y esto produjo muy mal efecto en la opinión, y muy particularmente entre los oficiales del

ejército.

Atribuíase la lenidad del nuevo gobierno á influencias del gober- nador de la Habana, señor Bruzón, á quien se acusaba por muchos de estar complicado en ciertas campañas de El Reconcentrado . Y se en-

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ten lía que por esta causa no S3 atrevía á hacer nada el gobierno insu- lar con los periodistas de FA Reconcentrado.

Puede contarse también entre los motivos que originaron los tu- multos del díi 12, la cuestión personal surgida entre el director de aquel periódico y el antiguo oficial de orden público, capitán señor Calvo.

Excitadas las pasiones por las causas expresadas, publicó dicho día El Reconcenti ado un suelto que, copiado si pie de la letra, decía:

«Fuga de granujas.

cEn el vap.-ir Montserrat ¡narclia para la inatlre patria i-I capiíán señor Sánchez, ejecutor de aquellas órdenes terribles del señor Maruri que todos recordamos.

i El capitán señot Sánchez ha tf-iiido la desfjracia de perder á su esposa, pero en cambio ha hecho verter mucha sangre y muchas lágrimas á infinidad de madres cubanas.»

El señor Maruri que cita el suelto, era alcalde de Guanabacoa cuando, al decir del periódico en cuestión, se cometieron en este pue- blo grandes atropellos.

*

Casi todos los oficiales que concurrieron al teatro Albísu la noche del II, llevaban un número del citado periódico El Reconcentrado, y mostraban grande indignación por el suelto integrado.

Luego de decir en alta voz muchos de estos oficiales que la publi- cación de injurias semejantes resultaba intolerable, se celebraron cier- tos conciliábulos, en los que es de presumir quedara acordado el acudir á la redacción de dicho periódico.

Creencia firme fué que los motivos indicados originaron la visita de los oficiales á las oficinas de redacción de El Reconcentrado, pero de creer es también que si ciertos elementos instigadores, enemigos del nuevo régimen palítico, no se hubieran mezclado en el asunto para

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aprovechar la agitación en contra de la política autonómica, el suceso hubiera tenido una importancia muy limitada, casi nula, pues los ofi- ciales que se concertaron en AlbísUj nos consta que no tenían otio pro- pósito que el de castigar de un modo eficaz las diatribas y los tremen- dos ataques que algunos periódicos tachados de filibusteros dirigían á determinados oficiales del ejército.

De ahí se infiere y entendemos, por consiguiente, que en los acon- tecimientos de la Habana hay que ver dos orígenes; primero el disgus- to de los oficiales por los insultos de El Reconcentrado . que el Gobier- no insular toleraba y dejaba impunes; y segundo, la sagacidad con que los enemigos de la autonomía aprovecharon los comienzos del tumulto para provocar una grave manifestación contra el nuevo régimen.

Los oficiales que se pusieron de acuerdo en el teatro de Albisu, visitaron el siguiente día muy temprano á otros compañeros de armas, y reunidos á las nueve de la mañana en número de unos sesenta de todos los cuerpos, se dirigieron á la redacción é imprenta de El Recon- centrado.

A aquella hora no se encontraban allí ni el director ni les redacto- res de ese periódico. Los empleados que había en el local trataron de impedir la entrada á los oficiales, pero opusieron escasa resistencia. A los primeros golpes diéronse á la luga, dejando á los invasores dueños del campo. Entonces éstos rompieron cuanto constituía el mobiliario de la casa y arrojaron por las ventanas sillas, mesas y tinteros.

Bajaron luego á la imprenta y allí empastelaron todas las cajas, destruyeron la maquinaria y con la tinta de imprenta mancharon el suelo y las paredes.

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Dirigiéronse desde allí á las oficinas de La Discusión, situadas en la Acera del Louvre, y gritando; «No maltratar anadie», penetraron en ellas, y como hicieran en Ll Reconcentrado , rompieron todos los mue- bles y destruyeron todos los enseres de la imprenta.

Como por la Acera del Louvre circula siempre mucha gente, reu- nióse pronto un grupo numeroso frente á la puerta del edificio invadi-

CAKONERO «GALICIA»

do, y entonces comenzaron á oirse vivas á España y algunos mueras á la autonomía y á ios insurrectos «disfrazados».

La policía intentó detener á los oficiales, pero éstos arrollaron á los agentes de la autoridad.

En este momento se presentó en el sitio del suceso el general Gar- rich, gobernador militar interino de la Habana, y, abriéndose paso por entre la multitud, llegó hasta los oficiales, arengóles y ordenóles que se retiraran.

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Los oficiales cumplieron el mandato y se disolvieran y retiraron, pero quedó un numeroso grupo de paisanos que comenzó á gritar: ¡Al Diario de la Marinal

El general, seguido de algunos agentes de seguridad, trató de im- pedir que el grup 3 se dirigiera á la reiaccióa del periódico aludido pero sus esfuerzos fueron infructuosos.

HiUanse situadas las oficinas de este diario en el Parque Central, enfrente del edificio que ocupaba LíJ D:sciis:ón.

Noticiosos los empleados del Diario de lo que ocurría, cerraron las puertas y las ventanas.

Cuando los amotinados llegaron, viendo que les era imposible derribar las puertas, comenzaron á tirar piedras, con las que rompieron todos los cristales déla casa.

Logró el general Garrich abrirse de nuevo paso entre los sedicio- sos, y consiguió con su presencia y energía disolverlos; pero el más numeroso de los grupos se dirigió entonces á recorrer varias calles con el propósito de encontrar al director de Ll Reconcentrado.

En ese grupo iba un hombre llevando una gran cuerda que «hábia de servir>— según decía, para arrastrar al periodista en cuestión.

Los generales Parrfido y Solano se presentaron ante ese grupo y lo- graron disolverlo.

Comentóse mucho que el gobernador civil de la Habana, señor Bru- zón, no se presentara en el lugar de los sucesos.

Restablecida la tranquilidad, merced á los esfuerzos de los genera- les Garrich, Parrado y Solano, se notaba, sin embargo, grande excita- ción entre las gentes, que hacía temer nuevos trastornos.

Aseguróse que se habían hecho trabajos entre los voluntarios para que éstos se unieran al movimiento, á fin de pedir la derogación del ré- gimen autonómico.

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* *

A las nueve de la noche, varios grupos que recorrían el Parque central y la calle del Obispo, reuniéronse en la Plaza de Armas, frente al palacio de la capitanía general, donde lanzaron vivas á España y mueras á la autonomíi.

Las excitaciones de varios jefes del ejército para qu3 los grupos se disolvieran fueron inútiles; en vista de lo cual se dio orden de que fuer- zas de caballeril disolvieran á los alborotadores.

La manifestación se dominó con gran facilidad, y las tropas que di- solvieron á los manifestantes no tuvieron que utilizar las armas.

Durante todo el día continuaron en las calles los grupos, auaque bastante reducidos, que eran disueltos sin grandes esfuerzos ni coase- cuencias desagradables por las patrullas de fuerzas de la guardia civil y del cuerpo de seguridad que recorrían la población.

En el patio principal de Palacio estuvo formado toda la noche y ea disposición de salir á la calle al primer aviso, el quinto batallón de vo- luntarios de la Habana, que mandaba el coronel don Cosme Herrera.

Con los manifestantes se mezclaron por la noche algunos volunta- rios armados, pero cuando el general González Parrado les invitó á que hicieran respetar el orden, formaron todos sin hacer la menor ob- jeción y obedecieron desde luego. Otros voluntarios, también armador, se situaron frente al Casino Militar y estuvieron dando vivas á Espa- ña, disolviéndose al poco tiempo.

Todas las tiendas de la Habana permanecieron ceíradas todo el día. La población ofreció un aspecto verdaderamente triste, transitando muy poca gente por las calles. Los teatros suspendieron las funciones y algunos periódicos dejaron de publicarse.

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Todos los puntos céatricos de la capital estuvieron ocupados mili- tarmente por fuerzas de orden público y por dos escuadrones de la guardia civil que se mandaron reconcentrar de las cercanías.

Los pequeños grupos que continuamente circulaban en actitud pa- cífica por la ciudad fraternizaban con los militares. Esto indica el ca- rácter del suceso.

*

La noche transcurrió tranquila; pero al siguiente día, se reprodujo la manifestación, confirmándose los temores que ya se tenían de que un nuevo sucsso ocurriera en las primeras horas de la mañana.

Njda ocurrió, sin embargo, hasta el mediodía, á cuya hsra volvie- ron los grupos de alborotadores á recorrer las calles de la ciudad dando vivas á España y mueras á la autonomía.

El general Arólas, que desde la noche antes se había posesionado del gobierno militar de la Habana, cuyo cargo le había sido reciente- mente confiado por el general Blanco, acudió prontamente á disolver los nuevos grupo?, tratando de apaciguarles y deque se retirasen; pero los alborotadores se resistieron, y mientras unos seguían gritando por las calles, otros dirigiéronse hacia el edificio donde están instaladas las oficinas del Diario de la Marina, y después de apedrearlo, intentaron panetrar en la redacción.

En estos momentos llegó el general Arólas, y abriéndose paso en- tre los amotinados y colocándose en el centro de aquella masa de gen- te, encaróse con los que mayores gritos prof ¿rían y los increpó con es - tas palabras:

«—Sois indignos de gritar ¡viva España! Ese grito sacrosanto, sólo puede darlo quien respeta el orden y acata al gobierno y á la represen - tación de la patria!»

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En cuanto el bizarro general terminó su enérgico apostrofe, para contestar así á los gritos é insultos que proferían los alborotadores, or- denó á las fuerzas, que patrullaban y que le siguieron, que cargasen so- bre los amotinados.

Bastó la orden para que éstos se disolvieran, pues en cuanto la in- fanteiía se dispuso, armando bayoneta, á lanzarse sobre la muchedum- bre, se diseminaron en distintas direcciones, ante la sola presencia de los fusiles y de la actitud de la fuerza pública.

Esto demuestra que habíase becho creer á los alborotadores que la fuerza mostraría pasividad en el momento de recibir la orden de ata- carlos.

Por esto continuaron en sus gritos y amenazas, hasta que vieron á la fuerza armada que sobre ellos lanzaba con decisión el general Arólas.

La energía que e^te bizarro jefe demostró para dominar el tumulto fué objeto de calurosos elogios.

* #

Ahí terminó el motín, renaciendo pronto la tranquilidad en la po- blación, perturbada, según se aseguró, por los mismos que prodigaron las ovaciones teatrales al general Weyler cuando su despedida de la isla.

Un dato hemos de consignar por creerlo harto elocuente y es: que los billetes de Cuba subieron en aquel día en la Bolsa de la Habana dos enteros.

La noticia de los deplorables sucesos de la Habana causó verdadera y sensible sensación en la Península y fué tema obligado y muy co- mentado en los círculos políticos y en todos los centros de reunión de Madrid.

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Recordábase que la tarde anterior mientras varias personas seda- ban por enteradas del suceso, los miniítros desmentían los rumores diciendo que no tenían de ello la menor noticia.

También se recordaba que desde hacía días se venía anunciando que en la Habana /)Oíírfa ocurrir algúa trastorno, sin más diferencia que en aquellas versiones se aludía á la intervención de los voluntarios y en lo ocurrido se vio que los voluntarios habían preitado servicio para restablecer el orden.

CAÑONEROS Ülí VIGILANCIA Á LA ENTHADA IlEL HIO CAUTO

La impresión general fué de amargura, reconociéndose por todos la gravedad de tales sucesos, por las consecuencias funestas que para la causa de España y la situación de Cuba podían traer.

Sin embargo, la opiaíóa imparcial, pasados los primeros momen- tos de la natural alarma y de confusión, y debidamente informada de las causas determinantes de los sucesos, en cuyos informes se sumaron votos autorizados de hombres de todos los partidos cubanos, incluso el de Unión Constitucional, convinieron en que el tumulto careció de la gravedad é importancia que los alarmistas pretendieron darle.

En vano se intentó confundir la protesta de los oficiales del ejérci- to, que cesó en el instante de haber realizado la manifestación contra

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el periódico que los había ofeadido, con la algarada posterior, obra de grupos de paisanos poco numerosos y que sólo por sorpresa realizaron los desmanes cometidos.

Entre uno y otro hecho no existió relación alguna.

Los oficiales del ejército que fueron á la redacción de El Reconcen- trado afirmaron que no querían hacer ni hicieron manifastación alguna política y declararon ante la autoridad superior de la isla que lamenta- ban qu3 para dirimir sus cuestiones hubiesen intervenido elementos extraños, intervención que no habían solicitado ni admitían, añadiendo, que velando por el honor del uniforme que vestían y respondiendo á impulsos que no contiene fácilmente ningún militar 'español, se pro - pusieron realizar un escarmiento procediendo severamente contra quien de un modo deliberado, en su opinión, y coa tan pDca nobleza como peca justicia, había lanzado imperdonables insultos contra dignos indi víduos del ejército qu3 eran sus compañeros de armas.

Esa declaración hizo variar visiblemente de aspecto y quitó impor- tancia á la cuestión, respecto á la forma en que en los primeros mo- mentos se presentó en Madrid, haciendo adquirir al Gobierno el con- vencimiento de que el conflicto, bíjoel temido aspecto militar termina- do ya, según los informes oficiales y particulares, no tuvo trascenden- cia alguna.

Limitado el seto moralmeate á una protesta de gente díscola que no se avenía con el nuevo régimen, materialmente á un mero tumul- to sin desgracias personales que lamentar, por fortuna, despojado de todo carácter militar, claro es que aunque muy deplorable (sobre todo por las exajeraciones y comentarios que harían los enenigos de España, y las funestas consecuencias que esas mismas exageraciones podían traer) el incidente no revistió caracteres graves.

CAPITULO XXX

Informes de Washington. El viaje de Mr. King. Las conclasiones del enviado de Mr. Mao Kinley. Propói-itos graves. Noticias de la Habana. Presentaciones. El cabecilla Ce- pero ; SD partida. Muerte del cabecilla Delgado. Encuectro en boca de CamariocA. Tranquilidad en la Habana. Efectos de la tolerancia. El general Blanco. La censa- ra.— Prudencia y energía. Rápido eximen. Rasgos y notas. Los explotadores chas- queados.— Comentario. El filón que se pretendió explotar. Caso de conciencia na- cional.

í41^E grande interés para España hubo de ser el viaje realizado por el amigo íntimo de Mac-Kinley á la isla de Cuba, para estudiar y conocer el verdadero esta- do de la insurrección y la situación de los rebeldes. Informes directos y autorizados de Washington nos per- miten dar á conocer á nuestros lectores el informe que del resultado de su visita diera Mr. King al presidente de los Esta- in«T dos Unidos, á su regreso de la gran Antilla. Mr. King recogió en su viaje por la isla datos precisos y concretos relativos á la insurrección, para lo cual reunió los informes de todos los cónsules jv'íw'^^'fíí conferenció con diferentes hombres políticos, to- manda nota de sus opiniones, así como de los principales jefes insur- rectos, utilizando al efecto agentes especiales, y de todo ello el envia- do de Mac Kinley sacó una impresión general, que tradujo en las si- guientes conclusiones:

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Pr/wera. La autonomía impediría que se prestasen nuevos con- cursos á los iasurrectcs que luchaban en la manigua; pero no por esto terminaría pronto la insurrección, ni siquiera la quebrantaría grave- mente. Si se intentara, era dudoso que lo consiguieran los nuevos go- bernantes. Fuera preciso para ello que los sustituyeran en la dirección de los negocios públicos hombres más radicales.

Segunda. L& insurrección estaba quebrantada y decaída en las

POBLADO DE MANTUA Pinar del Rio'

provincias occidentales de la isla, mas con todo esto, las partidas que allí quedaban lograban destruir las plantaciones de tabaco y dificultar las operaciones de la zafra, sosteniendo así la perturbación económica y la inseguridad en los campos, promoviendo, además, frecuentes alarmas en las sitierías de las poblaciones.

El gobierno rebalde, establecido en el Camagüey, vivía tranquilo.

En O iente, la insurrección alentaba poderosa y hacía meses que seguía acentuando la ofensiva.

Las fuerzas españolas que allí operaban sufrían enormes bajas por causa de las enfermedades propias del cUma. Blanco 48

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De todo lo cual deducía Mr. King en su informe, que era imposi ble acabar la guerra en el corriente año.

Tercera.— VA mantenimiento de la guerra, aun acatándola en un período de quince meses, costaría á Espina ciento treinta millones de pesos, debiendo ser tenido en cuenta que había ya pendientes de pago cerca de setenta millones.

Cuarta. Deáí la situación descrita, Mr. King aconsejaba al pre sidente que procurase llegar á un acuerdo amistoso con España para solucionar el problema de Cuba, acordando lo más conveniente.

Además de esto, el emisario de MacKinley dio cuenta de las con- ferencias que celebró en la Habana.

Tanteó á los radicales acerca áe aceptarían el protectorado nor- teamericano, habiendo sido rechazada por aquellos la indicación.

Después hablaron de garantizar el cumplimiento de un pacto á que se pudiera llegar con los rebeldes haciéndoles mejores concesiones, sin que se hiciera pública la conclusión á que llegaron acerca de este extremo.

Mr. King excitaba en su documento al gobierno de Washington á que fomentase las suscripciones para socorro de los reconcentrado."^, asegurando de este modo la inthiencia moral yankee.

Aseguró el asesor de Mr. Mac-Kinley que los americanos no que rían anexionarse la isla de Cuba, pues les bastaba con las ventajas que les procuraría la influencia comercial y política.

Y por fin, afirmó que el presidente Mac-Kinley esperaría dos me- ses, y si al cabo de ellos no había cambiado el estado de cosas en Cuba, se vería obligado á adoptar una actitud resuelta y enérgica para solu cionar el conflicto que aquél creaba á la gran República.

Estos informes nos fueron trasmitidos desde Washington, con fe cha 14 de Enero, y desde luego vimos en ellos la gravedad que entra- ñaban para la causa de España; gravedad que no vieron ó no quisieron

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ver, y "si la vieron naia hicieron para conjurarla, nuestros gober- nantes.

* * *

Nos comunicaron déla Habana el día 15 que en Las Villas se ha- bían presentado á indulto el célebre cabecilla Cepero y un sobrino suyo, manifestando el primero á las autoridades militares de Santa Cla- ra, que el día anterior había sido dispersa y disuelta la partida que mandaba, por el batallón de Luchana.

José López Cepero era uno de los más antiguos y acérrimos parti- darios de la independencia de Cuba, y tenía gran prestigio entre los rebeldes, especialmente entre el elemento de color.

Muerto Antonio Mhcco, ningún otro cabscilla gozaba de mayor preponderancia entre los negros insurrectos.

Tambiéa se presentó en Pinar del Río el abogado María, jefe de estado mayor del cabacilla Perico Díaz.

Confirmó Marín que las partidas estaban disolviéndose en aquella zona.

Asimismo se esperaba la presentación del cabecilla doctor Luís Delgado; pero habíase sabido dicho día en la Habana, que llegado el momento en que Delgado iba á rendirse con las fuerzas que le se guían, parte de éstas se negaron á hacerlo, sobreviniendo á consecuen- cia de esto uaa colisión entre ellos, en la que Delgado y sus partida- rios fueron vencidos, pereciendo aquél en la lucha.

O-ho de los hombres de su confianza lograron escapar, presentán- dose á indulto en San Nicolás, donde refirieron á las autoridades lo ocurrido, que fué confirmado más tarde por la familia del cabecilla.

La brigada que mandaba el general Molina sostuvo un rudo com-

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bate el día 14 entre Boca Csmarioca y Punta Mayíe, provincia de Ma- tanzas.

Después de dos horas de fuego, nuestros soldados lograron apode- rarse de las fuertes posiciones que ocupaba el enemigo. Este las defen- dió con tenacidad extraordinaria y no acostumbrada, pero al fin tuvo que retirarse, abandonando seis muertos y abundantes municiones.

Nuestras tropas tuvieron tres soldados mueitos pertenecientes al batallón de Cuenca, y heridos los tenientes don Emilio Cervera y don Manuel González y 28 soldados.

Había quedado restablecida en la Habana, con aplauso de la opi- nión sensata, la censura de los periódicos por la Ctpitanía general, por haberse comprobado y estar fuer^ de toda duda que los sucesos surgieron por la tolerancia del gobernador, señor Biuzón, quien r.o supo poner coto á las demcsías de la prensa y alas csmpeñas de ciertos periódicos, que halagaban Jas pasiones de determinados elementos, y que lejos de evitailas, manifestaba á cuantos le adviitieren el peligro que se corría, no tener medios legales para reprimirlas.

Hacíanse grandes elegios de la prudencia y serenidad del geneial Blanco ante los distuibios ocurridos; pues teniendo presente que los amotinados se limitaron á lanzar gritos, entre les que me2c]aban el de ¡viva Espinal, sin hacer lesistencia alguna á la fueiza pública, ni uso de armas, las represiones violettas hubieran producido catástrofes in. dudables.

En los primeros momentos pareció que se identificaran en el mo- vimiento los militares ccn los paisanos y volúntanos, dando esto lugar á que se consideraran graves los sucesos; pero desde el momento en que se retiraron los elementos militares y quedsron solos en la cállelos revoltosos, se comprendió el juego de los alborotadores y se reconoció por todos lo irfurdado de las primeras alarmas y el acierto con que había obrado la primeía autoiidad de la isla en resistiise á emplear la fuerza para sofocar el motín.

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*

Excepcional interés ofrecieron todos los despachos que de nuestro corresponsal en la Habana recibimos los días i6 y 17 de Enero.

El atentado de que milagrosamente se salvara el gobernador civil de Santa Clara, don Marcos García; la reorganización á que se sometían los batallones en la segunda mitad de Enero, aumentándoles séptima compañía, que se Ihmaría de tiradores, compuesta de 125 hombres de á pié, más las guerrillas de los respectivos cuerpos, cuya fusrza había de elevarse al doble; el reclutamiento abierto para ese aumento de fuerza en los cuerpos y especialmente en las guerrillas, y hasta la prisión del director de El Reconcentrado, fueron asuntos que merecen la pena de que fijemos en ellos la atención.

No dijo el gobernador de Las Villas los móviles de la agresión; pero tal atentado contra persona de tanto relieve oficial y particular como Marcos García, realizado en los momentos en que el espíritu pú- blico estaba deprimido por los escándalos que presenció la capital de la isla, había de contribuir á que se mantuvieran los nervios en ten- sión, suponiéndole como derivación de aquellos sucesos y demostración de algo grave, gravísimo que agitaba el fondo de aquella sociedad po- lítica.

De otra parte, la gran importancia y trascendencia que los separa- tistas concedían al cor flicto, y la actitud de los Estados Unidos, hizo creer en la posibilidad de la intervención norteamericana, al asegurar que Mr. Lee, cónsul de los Estados Unidos en Cuba, hahía informado á su gobierno en tonos lúgubres y que á consecuencia de esos informes la Gran República se disponía á mander al puetto de la Habana algu nos de sus barcos de guerra para proteger las vidas de sus subditos y

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apoyar las reclamaciones pendientes de i idemnización por perjuicios en iUá haciendas é intereses.

Energía y prudencia. En estas palabras concretó su programa el ministro del gobierno insular, señor Govía, al volver á Cuba á posesio- narse de su cargo, después de muchos meses de emigración voluntarig; y en efecto, en ellas había de encerrarse todo el mecanismo de la nueva p.ilítica para que hubiera calma.

Sólo coa tacto exquisito y singular prudencia; sólo con una sin - cera política de atracción había de lograrse el reposó de los espíritus, más necesaaio á la sazón que nunca.

Pensar que en estado de guerra, con el enemiga al frente, era po- lítica sana la disputa por los cargos públicos; la violenta supresión de Ayuntamientos; la destitución de Alcaldes; el procesamiento de Concejales y la complacencia de dar de puñaladas á los retratos de los adversarios al entrar en tropel como triunfadores en las oficinas, era tanto como conspirar contra lo que defendieron y á la fecha les servia de provecho.

Si lo que el gobernador general hizo para impedir los insultos al ejéicito lo hubiera hecho el gobierno insular cuando á ello fué reque- rido por el general Blanco, ¿no se hubieran evitado las dolorosas es- cenas desarrolladas en la capital de Caba?

Los desórdenes y escándalos no poií in ser provechosos más que á los enemigos de España, y colaboradores en su obra fueran los que ex- citaban las pasiones, dando por lo menos pretexto para que se provo- casen, y los que se lanzaran á ellos frenéticos por la pasión.

Al Gobierno correspondía velar porque no se perdiera el equili- brio, y medios tenía en su mano para imponer la prudencia necesaria, ordenando al gobernador general de la gran Antillael empleo déla energía que con unos y otros aconsejaban las circunstandas.

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* *

Restablecida la tranquilidad á les cinco días de haber surgido en la Habana el desagradable incidente bsjo cuya sugestión experimen tamos todos naturales inquietudes y del cual se sirvieron no pocos para adelantar terroiíficos presagios, y serenos ya los ánimos para formar exacto juicio, nos parece que no ha de holgar aquí un frío y rápido examen de los hechos. Por medio de él lograremos apreciar el alcance real de lo sucedido y podremos deducir el objetivo principal que sus factores persiguieran y sus consecuencias.

A partir del día J3, hubo que rectificar, unas tras otras, todas las impresiones de les primeros momentos.

Dfjose, por vía de comienzo, que el disturbio era una protesta de carácter militar contra las nuevas instituciones, y se supo á las vein- ticuatro horas que ni siquiera ertrañaba un acto parcial deindisciplin£.

El peri(3dico que con su procacidad originó la agresión, estaba di- rigido por un antiguo redactor de La Lucha, ó lo que es igual, el diario que más había aplaudido y alentado las campañas políticas del general Weyler. Y los ofidales, que por propio impulso tomaron cuenta dd agravio inferido á uno de sus compañeros, se retiraron del movimiento no bien advirtieion que eJ ptisanaje, agrupado á su sombra, trataba de darle otra significación dirigiéndolo en contra del Diario de la Marina.

Se dijo, luego, que los cónsules extranjeros, y principalmente el de los Estados Unidos, habían mandado estupendos relatos á los go- biernos respectivos y, curándose en salud los que tal afirmaron, se anti- ciparon á prevenir al público de España y de fuera de España contra aquellas supuestas exageraciones.

Nada de eso acaeció. El relato de Mr. Lee fué mucho más sobrio que el de la mayoría de los corresponsales, y apenas si difería en puntos

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mínimos del telegrafiado á Madrid po" el gobernador general de Cuba.

Se aseguró que Mr. Lee había padido á su gobierno el envío de dos cruceros al puerto de la Habana.

El mismo Lee se apresuró á desmentir en redondo la especie.

Se anunció despué', como cosa inevitable, que al llegar á la Ha-

VOLUNTARIO DE LA. COMPAÑÍA DE 0ÜIA8 (Cienfuegogl

baña el electo ministro de la Gobsrnación del gobierno insular, señor Govín, la manifestación hostil que le tenían preparada los adversarios de la Constitución autonómica, revestiría proporciones de sangriento tumulto.

El señor G3vín obtuvo, al desembarcar, ua recibimiento cordial y afectuoso.

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De modo que no se realizó ninguno de los presagios echados á vo- lar aquellos días por el temor, por la pasión ó por el mal deseo.

Ni sufrió lesión grave el régimen á quien habían extendido ya la partida de óbito sus enemigos, ni padeció la disciplina militar detri- mento de consideración, ni hubo más fundamento que el suministrado por los comentaristas de la Península para las reflexiones postumas de

COMBATE DEL BATALLÓN DE MURCIA EK 8AHCTI 8PIRITÜS

algunos periódicos europeos, acerca del consabido lugar común de los pronunciamientos y sobre el vulgarísimo y socorrido tema de las cosas de España.

Mirados los hechos á sangre fría, aparecen además rasgos y notas de grandísimo relieve, en los cuales nadie puso los ojos.

Ni en el arranque de los oficiales, ni en el movimiento deliberado

Blanco 49

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de los pertuibidores civiles contra determinados periódicos, tuvo nada que sentir El País, órgano autorizado de los autonomistas, ó séase la genuina representación de los principios é ideas que estaban en el po der desde primeros de año.

Ni el agravio ni la mala voluntad acudieron á liquidar cuentas ó á promover querellas contra la personificación auté ótica del régimen vi- gente; hiciéronlo contra los rezagados, las disidencias ó las derivaciones del régimen antiguo.

Los mueras lanzados, de noche y huyendo, por gente allegadiza, no fueron sino un ensayo en que se quiso sacar partido del alboroto y soadear el ánimo de fuerzas é institutos dignísimos que no habían fal- tado ni habían de faltar jamás á sus deberes.

¿Pudo álguisn imaginar en serio que el brusco tránsito de una po- lítica tradicional á una política democrática, de una vida á otra vida, había de efectuarse sin sobresaltos, ni rozamientos, ni alteraciones?

¿Cupo en la cabeza de nadie que los intereses lastimados y tanto más doloiiios cnanto más largo había sido el tiempo en que habían prevalecido sin estorbo, tuvieran la resignación suficiente para some- terse á un cambio en qu3 el espíritu de lucro y las susceptibilidades de amor propio habían de experimentar limitaciones ó heridas?

No suelen dar muestras de tamaña abnegación las ideas abstractas; ¿cómo la habían de dar los hábitos y las conveniencias particulares, consolidados é instituidos en una especie de derecho por la prescrip- ción de los años y por la tuerza del uso?

Afortunadamente, tras una breve y natural inquietud del espíritu nacional, pronto volvimos á la fuente limpia y clásica en que habió siempre el carácter de esta heroica nación y de donde sacó alientos para arrostrar las dificultades y las luchas coa entero dominio de misma. Olvidamos por un momento, pero recobramos á poco, aquella gravedad en los actos y en las palabras, en los juicios y en las deter-

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minaciones que hasta en los días más negros de la historia patria nos grangeó el respeto del mundo.

*

El motín déla Habana no prosperó. Aquellos excelentes patriotas, que pensaron sacar á flote sus buenos deseos á la sombra de un natural movimiento de índigo ación, producido, Dios sabe por qué caminos, en el ánimo pundonoroso y susceptible de los oficiales de nuestro ejército, quedaron al descubierto y completamente solos. Los jóvenes militares se enteraron prontamente de los planes egoistas y sediciosos, de los cuales se pretendiera hacerlos instrumentos. Los explotadores del nom- bre español, los que querían «comer á dos carrillos» y masticar á la vez Cuba y la Península, se vieron chasqueados.

Fueron éstos los mismos que á principios de Enero de 1897 bacían estrepitosas manifestaciones contra los periódicos de Madrid y Barcelo- na que censuraban la administración del general Weyler. Fueron f quellos de quienes dijo un periódico de Madrid un año antes:

«En Cuba hay quien trata de crear una especie de dictadura, un pretorianismo debajo vuelo, unsel/ governemeni, ejercido por los asen- tistas y proveedores de víveres. Hay allí quien declara que la sobera- nía de Cuba reside en Cuba. Aun tratándose de un seide del nuevo inesperado cesarismo— del cesarismo de los vendedores de tocino ave- riado y zapatos de cartón— no puede esto quedar sin comentarios.

¿No es verdad, lector querido, que estas lin3a.«, escritas é impresas un año antes de los acontecimientos á que venimos refiriéndonos, se ajustan perfectamente al comentario reclamado por los mismos?

Nosotros no confundimos, ni confundirse puede, todo un partido, el partido de Unión constitucional, que era la parcialidad conservado- ra de Cuba, con aquellos elementos que aparecieron como sostén de aquél y habían sido su parásito. Entre unos y otros hay la diferencia

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que media, por ejemplo, de Juanón el de los carreteros al marqués de Apezteguía.

Aquellas gentes, que en la Habana vociferaron y patalearon y per- turbaron y trataron de explotar a la vez el nombre de España y el pun- donor de los oficiales del ejército de la patria, lo má; alto y lo más no- ble de toda nación, no fueron (coma habían de ser) los representantes de España en Cuba, ni un partido serio, ni colectividad de ningún gé- nero, á la cual hubiera de considerar como factor esencial del problema.

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VIGILANCIA. EN L08 FUERTES DE LA TROCHA DE JüCARO

Para alborotar sirve cualquiera, y mientras más solemnes son los momentos y más escepcíonales las circunstancias es más fá:il el alboroto.

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Todo ello resultó más repugnante que peligroso. No encerrara aquende ni allende el Océano especie algana de riesgo, si espíritus sen- cillos y confiados, personas de excesiva baena y ánimos rutinarios no le hubiesen dado más valor que el que en tuvo. [E;e era el filón que se explotaba! Diez sujetos que gritan meten más ruíio que diez mil que callan, y en Europa se creyó que los gritos de los Trillos y de los Juanetes eran los rumores tempestuosos de una multitud. ¡Con ello se contó! Tiempo va siendo ya de que la gran mayoría de los españoles, que sabemos muy bien á qué atenernos tocante á la cuestión, nos pre- guntemos si no es caso de conciencia acabar en España con esa bara - tería nacional, que bace de todas las conveniencias sociales, desde el alto concepto del honor de la milicia, hasta la prudencia y cortesía na- tural en el más modesto de los ciudadanos, una barricada tras de la cual defender el bastardo interés de gremio ó de bandería.

Es triste que en uno de los pueblos más fáciles de gobernar de Europa ocurra lo que no acontecería impunamente en ningún otro.

La osadía llevada hasta la demencia no puede tener más funda- mento que la extrema sandez ó la debilidad extrema de los demás.

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CAPITULO XXXI

Cambio en la opinión. Elosfios í la dirección y prvilencia de las autoridades de Cuba. Ei-pcranzas risueñas. Estado de la guerra en Oriente. El río Cauto base de operacio- nes.— Lo que no fe explica. Desastres. Periodo funesto. opinión general. Cam- bio completo de sistema. Tranquilidad La dinamita en lu provincia de la Habana. Ataque al poblado de Campeohuela. Resumen de operaciones y bajas del enemigo.

tal punto cambió entre nosotros el temple de la opi- nión, al tornar á su estado normal las cosas en la H - baña, que los cargos dirigidos al gobernador genera^ de Cuba por su moderación ante los disturbios ocurri- dos en la capital, se trocaron á los cinco días en elogios á su conciliadora y altísima prudencia.

Por cierto, que también se fué agrandando el circulo de esos elogios. S.gún los trasmisores é intérpretes de las últi- mf s buenas noticias, no alcanzó la asonada terribles proporciones, mer- ced á la conducta discreta de las autoridades. De doode se infiere que no fue solamente el digno marques de Peña Plata quien procedió como conveEÍa.

Eatretanto, y para que nada faltase al turno de las satisfacciones, dos ó tres cabecillas de notoria importancia se habían presentado á in- dulto.

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Confesaban, además, los que negaron ó pusieron en duda la efica- cia del régimen autonómico, que la influencia pacificadora de este co- menzaba á demostrarse con hachos entre los revolucionarios y laboran- íes de los Estados Unilos. Mucho enalteció semejante imparcialidad á los que de ella dieron testimonio, y claramente acreditó qne fueron ciertas y positivas las ventajas.

Quedaba no más un punto negro en el cuadro que se nos había ofrecido, pocas horas antes, recargado de siniestros colores.

Puede ocurrir anunciaban los espíritus cavilosos que Mr. Mac- Kinley, ante el recelo de que volviera á turbarse el orden, enviase si puerto de la Habana uao ó dos cruceros; y entonces que necesitará España apelar á las más enérgicas medidas....

El temor lo desvaneció el mismo Mac-Kinley desmintiendo rotun- damente Id especie, después de los discretos informes de sus cónsules y representantes en la capital de la isla.

El conflicto temido fué conjurado por la serenidad y prudencia de las autoridades, y las complicaciones y las dificultades anunciadas des- aparecieron.

Sin embargo, lo que importara considerar fué que habían de pre- sentarse otras, mu:ho más arduas, y que no eran las mayores y las úl- imas las que se habían vencido.

Bien nos pareció que la opinión reaccionara, y que á las torvas perspectivas del la y del 13, se sucedieran risueñas esperanzas: pero tantos riesgos como un pánico infundado había de envolver ma con- fianza excesiva.

Quedaba mucho que trabajar, nos aguardaban todavía enojosas sorpresas, y aun hibríamos de ejjrcitar la serenidad de nuestro ánimo, la lucidez de nuestro criterio y la energía de nuestra voluntad en nu- merosísimas ocasiones.

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* *

Fuertemente quebrantada, y aún pudiéramos decir, sin temor á exagerar, casi muerta la guerra en las provincias occidentales, por vir- tud de la muerte de Maceo y del exterminio de las partidas que fué sembrando y dejó organizadas la invasión, quebaba al nacer el año 98 el departamento Oriental como último baluarte del enemigo y como objetivo principal de nuestras armas. Si no hubiera sido por lo que to davía daban que hacer las pequeñas partidas de aventureros y vivido res que andaban errantes en Pinar, en la Habana, en Matanzas y en Las Villas, tornara á ser allí la guerra lo que íué la anterior, y nuestras tro- pas pudieran haber ido todas ó en su mayor parte á operar en la re- gión oriental, sino precisamerte donde empieza lo que propiamente llamamos Oriente, poco más absjo, ya que dentro la jurisdicción de Sancti Spiritus (Las Villas) teníamos á Máximo Gómez y dentro del Camsguey (departamento central) había lo que verdaderamente no st- bíamos, puesto que nuestras posiciones quedaron abandonadas y lo de- más casi no se había explorado. Era de suponer, sin embargo, según referencia autotizada?, que en grandes zonas de la provincia de Puerto Príncipe, además del titulado gobierno insurrecto y de las Cámaras, existía una numerosa población, formada por gran número de familas, donde funcionaba la imprenta y se habían montado algunos talleres.

Pero como eso no era de esencialidad urgente para la campaña, se comprende que, por de pronto, el objetivo de esta se señalara más arriba, en aquella región donde el enemigo aparecía más potente, más militarmente organizado y más envalentonado por sus éxitos de Vic toria de las Tunas y de Guisa. Para los que conozcan ese departamento no hay que explicar lo que es el rio Cauto, ni la importancia que tiene en las operaciones de guerra. Fue esencialísimo este río en la anterior

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guerra, y lo fué también en los dos primeros años de esta última. De tan- tas opiniones como hemos consultado, antes de formular la nuestra, ni uaa sola discrepa, pudiendo asegurar que era unánime, no ya el pare- cer, sino la profunda convicción de que para asegurar nuestro éxito de- finitivo en la campaña de Oriente necesitábamos poseer el río Cauto.

+■ *

Acercado las causas en que se fuadara la dirección de la guerra para abandonar hacía catorce meses el río Ciuto, fueron muy distintas

AVANZADA DE MÁXIMO GÓMEZ EN EL CAMAGUEY

las versiones que oimos, teniendo que limitarnos por lo mismo á cor- signar en estas páginas el raro fenómeno de que esa base esencialísima de operaciones se cuidara y utilizara durante los dos primeros años de Blanco 50

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campaña, cuando el enemigo era escaso y débil, y se abandonara preci- samente en los momentos en que el enemigo aumentaba y escogía aque- lla región como centro de sus fechorías y teatro de sus planes más rui- dosos.

Calixto García no sólo escogió aquella región por las ventajas que para sus planes ofreciera el aislamiento de nuestros poblados y forti- nes, sino porque allí estaba en su casa. En aquellos campos nació, en a juellos campos nacieron sus hijos, en aquellos campos vivía aún su anciana madre doña Lucía Iñiguez. Recorría al frente de sus fuerzas los mismos sitios que lecorriera de niño, las propiedades de familia, las estancias de los amigos. Dormido, ó á ciegas, pedía recorrer toda la provincia, sin temor á extraviarse, como le ocurría á Rabí, que fre- cuentemente pasaba á la vista de Smta Rita, su pueblo nata'.

Fué necesario, para poder emprender las opersciones en grande escala en aquella región oriental, asegurar y sostener como posiciones estratégicas y depósitos de raciones, los siguientes puntos: Bayamo, Jiguaní, Vegaitas, Santa Rita, el Guamo y Cauto Embarcadero; éstas dos últimas situadas en las mismas márgenes del río.

Llevados nuestros convoyes por tierra, las columnas habían de ir necesariamente por un campo que el enemigo dominaba, y tenían que andar leguas y leguas por intransitables cominos y entre emboscadas, perdiendo el ganado que arrastraba las carretas, pagando muy cara la conducción, regando el camino de enfermos y r gjtando durante la jor- nada los víveres que llevaban para los pueblos y para los destacamen- tos que vivían aislados y en incesante peligre y alarma contínus, á causa de la proximidad del enemigo.

Llevados los gonvoyes por el río, el Estado gastaba menos, las jor nadas de quince y de veinte días sj reducían á veinte y cuatro horas, ó, á lo sumo, á dos ó tres días, la comunicación era más constante, el enemigo tenía menos presa, los soldados no enfermaban y las columnas

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pedían dedicarse á operaciones más gratas que las de custodiar ca- rretas.

* *

El enemigo, en quien debiera haberse reconocido .alguna vez más condiciones de las que generalmente se le reconocían, apreció quizás mejor que nosotros la importancia que para nuestros convoyes y ope- raciones tenía el río Cauto, y procuró cortarnos esta vía de comunica- ción, llenando el río de torpedos y situándose en las orillas para ata- car á los barcos. Por estos procedimientos nos causó mucho daño, pro- duciendo sensibles catástrofes como la voladura del Bélico y la del Re- lámpago, en la que perdieron la vida los bravos é inolvidables marinos señores Pando y Martínez.

Después de lo del Bélico, que ocurrió en Juoio del 96, y en cuya operación, aunque nos arrebataron una vida tan preciosa para la pa- tria como la del malogrado oficial de la Armada señor Pando, no lo- graron inutilizar el importantísimo convoy de 3.000 fusiles Maüíser y millones de cartuchos, se expidieron por el río otros convoyes con una simple escolta de 15 á 20 hombres y alguna protección por las orillas.

Pero llegó el mes de Septiembre, y con la voladura del Relámpa- go se acabaron los convoyes fluviales y quedó cerrado el Cauto á la navegación, abriéndose á la historia con los primeros convoyes terres- tres una página de todo un año de desdichas que la crónica oficial ocultó por conveniencia propia y la información particular reservó por conveniencia de todos.

Si fuera posible hacer un balance entre lo que pudieran haber cos- tado los convoyes fluviales y lo qus costaron en los catorce meses en que permaneció cerrada aquella importante vía de comunicación los convoyes terrestres, resultaría un gran saldo en contra de este último

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procedimiento, á pesar de los torpedos y petardos puestos y de cuantos pudieran ponerse en el río.

En esos catorce meses perdimos 8.000 hombres y se gastaron mu chos millones para llevar media docena, si acaso, de convoyes desde Manzanillo á les puntos antes indicados. Las condiciones en que esto S3 hizo, los peligros y dificultades del camino, la tardanza en llegar á su destino, retrf j d al comercio y aumentó la codicia de los mercaderes de la guerra, dándose el caso de que el transporte de una carga, que siempre costó un peso ó paso y medio, costara treinta pesos, y así los destacamentos se pasaron meses y meses en peligroso aislamiento y sin comer otra cosa que tocino rancio, arroz y galleta agusanada.

Innumerables son los detalles que ofrece á la historia de esta desas trosa guerra ese período funesto de catorce meses. Si á la fecha hubie- ra querido utilizarse el procedimiento del convoy por tierra, no habría podido hacerse, porque faltaban ya los elementos necesarios para ello. De 1.500 carretas con sus correspondientes yuntas de bueyes que un año antes había en la jurisdicción de Manzanillo, apenas quedarían ya 50. Los mismos dueños habían preferido al regresar de conducir un convoy quemar sus carros y abandonar sus bueyes, á volver por un camino lleno de obstáculos y de sufiimiento?, con grave riesgo de perder la vida y sin la compensación del negocio.

Huyendo déla codicia de estos contratistas de convoyes, sin perjui- cio de fomentar las contratas en la Habana hasta llegar al monopolio, se quiso hacer la operación por cuenta propia con nuestro personal y bajo nuestra dirección, y así sucedió que los bueye.":, lejos de la mano que les daba los piensos cuando debía dárseles, que les proporcionaba

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el indispensable descanso á la hora acostumbrada y los hacía trabsjar á las horas convenientes, iban quedándose en el camino ó llegaban inuti- tilizados al final de la jornada.

Poco á poco fueron agotándose las carretas y los bueyes, y se acudió al procedimiento de ios convoyes á lomo, empleándose muías de las compradas en Nueva ü'leans, en buenas condiciones seguramente, pe- ro teniendo que añadir á su coste un dineral por su traslación á la Ha- bana, y de la Habana á los puertos orientales. En muy poco tiempo se enviaron á Manzanillo unas 500 muías, y sin haberlas utilizado apenas en un par de convoyes, no quedaron más allá de cincuenta, pudiendo asegurarse, y no se tome cooio exagerado este dato ciertísimo, que más de doscientas muías murieron sin recibir sobre su lomo la albarda; murieron por haber caído en manos de quienes no conocían ni sabían tratar el ganado, y que las dejaban días y días al sol, sin darles á beber agua y sin comer otra cosa que la madera de los barracones al alcance de sus hocicos.

Opinión general era en aquellas tierras, y lo es tamb én en esta, el que con menos dinero del que se gastara en destruir nuestros propios elementos, pudieron haberse sostenido éstos y crearse aún otros en ple- na guerra, como por ejemplo, el ferrocarril ya comenzado á Veguitas y el proyectado desde Cauto á Bayamo, ahorrándonos á la vez los miles de víctimas sacrificadas por el desorden, por la incuria ó por la inepcia, ó, quien sabe si por otras causas que han quedado ocultas por la misma gravedad que entrañan.

Nunca podrá hallarse una explicación satisfactoria al hecho de que poseyendo el río Cauto y pudiendo llevarse fácilmente por esta vía flu- vial las provisiones y los auxilios necesarios al Guamo y á Cauto Em- barcadero con poco riesgo y en algunas horas, se prefiriera aprovisio- nar y acudir en auxilio de aquellas plazas por tierra, teniendo que re correr la columna que se formara y saliera de Manzanillo, según el iti -

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nerario trazado, treinta leguas para ir al primero de dichos pantos y otras treinta paj^a volver, teniendo además que sostener combates con centenares de bajas y dejando en el hospital al fiaal de la jornada la mitad justamente de la fuerza que componía la columna, que era de tres mil hombres.

Y no fué este solo el resultado de la operación realizada á últimos de Octubre del 97 para racionar Bayamo, Cauto Embarcadero y Guamo; hubo algo más horrible, que seguramente no habían olvidado nues- tros lectores, hubo que, al llegar la columna al Guamo, se encontró con que de los sesenta hombres del destacamento que guarnecía el fortín habían perecido veintitrés, y los restantes se hallaban heridos ó enfer- mos graves.

Hiibían estado ¡dos meses! alimentándose con la miserable ración de etapa, sin médicos ni medicinas, muriendo todos juntos en una cho- za de tierra y i- ;blas llamada fuerte, sobre el cieno de una charca, sin comunicación con el mundo y quizás, quizás sin esperanzas de salva- ción al verse sitiados y atacados por miles de insurrectos, provistos de artillería, y, sucumbido hubieran, sin duda, á la constancia y tenacidad de los sitiadores sino les hubiera alentado y sostenido el heroisúao de íu jefe, el bravo capitán Múruzabal.

A que esta dolorosa situación acabase de una vez, y á que nuestras columnas pudieran operar en Oriente en condiciones favorables y el enemigo eb ndonase bien castigado aquellos campos por donde pajeaba triunfante desde que perdióse el Cauto, obedeció el viaje del general Pando á Santipgo de Cuba, al poco tiempo de su llegada á la isla.

* * *

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El orden qu'dó restablecido y la tranquilidad era ya completa en la capital de la isla el díi t8.

aquí el despachQ del capitán general en que lo p.^rticipaba al Gobierno de la Península:

<íHabana i8. Capitán general á ministro guerra:

Tranquilidadco-Tipleta. Restablecido orden por las fuerzas del ejér- cito y voluntarios, de cuyo comportamiento, en estas circuustancias, estoy sumamente satisfecho; completamente dominado co flicto, sin temor de que se reproduzca, y sin haberse derramado una gota de san- gre, los coroneles y primeros jfifes de voluntarios han venido á felici- tarme, reiterándome sus sentimientos de lealtad al gobierno de la nación y á mi autoridad. En nombre de V. E. les di las gracias.

Población ha recobrado su aspecto normal. Mando regresar tropas á sus zonas de operaciones. Blanco

El acto de adhesión y de respeto realizado por los coroneles de vo- luntarios revistió solemnidad y significación.

La Junta directiva del Cantro de Asturianos, en el que figuraban 7.000 socios y representantes de otras corporaciones y sociedades, visi- tó igualmente al geneial Blanco para ofrecer, como aqué los, al repre- sentante de España, su concurso, á fin de mantener la soberanía y el orden.

Volvieron los insurrectos á sus criminales atentados contra las lí- neas férreas por medio de la dinamita.

En el kilómetro 57 del fárrocarril del Oaste, situado cerca de Al quizar, en la provincia de la Habana, estallaron el día 17 dos bombas de dinamita al pasar ua tren de viajeros

El eficto de la explosión fué terrible, quedando inutilizada la má- quina, volcados y destrozados tres vagones y descarrilados los demás. El enemigo esperaba emboscado el resultado de su h&zoña, y cuando la explosión se produjo, hicieron fuego desde la manigua, matando á un negro do un bslazo.

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La escolta del tren, compuesta de doce hombres del batallón de B ileares, contestó al fuego hasta que desapareció el enemigo, que al retirarse dejó en el campo rastros de sangre, como pruebí de haber sufrido bajas.

Una gruesa partida enemiga, con artillería, atacó el día 17 el po- blado de Campechuela (Manzanillo).

RECONCENTRACIÓN DE FDEBZA8 EN EL C.MTTO

La guarnición, compuesta de fuerzas del ejército y voluntarios, secundada por el vecindario, resistió bizarramente el ataque dando tiempo á la llegada de refuerzos de mar y tierra, enviados de Manza- ni lo.

Campechuela es un barrio rural, cnya cabecera es el caserío raarí- tÍTio situado sobre la ensenada del mismo nombre, y psrtenece al té'-

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402 mino muticipal de Manzanillo, de cuya población dista 24 kilómetros y está enclavado al 3. O. de este punto.

Bastan estos sencillos datos para txplicar la importancia del hecho y audacia de los rebeldes orientales. Por estar situado en la costa y próximo á Manzanillo, base de operaciones de las fuerzas destinadas á operar en Oriente, Campechuela pudo ser pronta y oportunamente socorrido.

El caserío sufrió 56 disparos de cañón y descargas contíouas de fusilería desde las seis hasta las once y media de la mañana, hora en que el enemigo se retiró al observar que se aproximaba un cañonero.

Cuando el Centinela, enviado desde Manzanillo con fueizas de de- sembarco al tenerse noticia del ataque á Campechuela, llegó á la vista

de éste, los insurrectos habían estrechado el cerco y amenazaban con

un asalto al poblado.

La columna de socorro, compuesta de 500 hombres, llegó á Cam- pechuela á las tres de tarde y salió en persecución del enemigo.

A pesar de los 56 disparos de cañón y del fuego de fusilería, los valientes defensores de Campechuela no sufrieron más bijas que dos heridos y tres contusos.

Operando aislados en la provincia de la Habana, por órdenes del general Valderrama, los batallones de Otumba y de Barbastro, batieron diferentes partidas, haciéndoles numerosas bajas.

Las columnas tuvieron un herido grave, el segundo teniente don Joaquin Rodríguez, y un práctico, herido tambiún de gravedad.

Durante la primera quincena del mes de Enero tuvieron los rebel- des, en los diferentes encuentros habidos en la isla, las siguientes ?l bajas: 15 muertos, 34 prisioneros y 379 presentados.

Las columnas tuvieron 12 soldados muer tos y 113 heridos.

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CAPITULO XXXII

Presentaciones y victorias. En el campamento enemigo de Cuchillas de Placetas. Presen- tación del cabecilla Massó y su partida. En Placetap. Rendición de armas. Alocu- ciones del general Aguirre y del gobernador de Santa Clara. Importancia del suceso. El general Jiménez Castellanos. Importante operación. Ataque & la residencia del gobierno rebelde. Toma y destrucción de \a capital de la insurrección. Combate y victoria en los montes del Infierno. Ataque al poblado de La Esperanza. Lucha en las calles. El enemigo rechazado. Resumen de operaciones. Aplausos de la opinión.

PA presentación del cabecilla Juan Massó Parra, con las fuerzas que componían su partida, efectuada el día 20 en el mismo territorio donde Míximo Gómez castigaba ccn la pena de muerte todo conato desumi- España— según nos telegrafió nuestro activo y celoso onsal en la Habana y confirmó el general Blanco en ho al Gobierno— impresionó fivorablemente al público, é importante eliuceso, primero por la circunstancia que acabamos de mencionar, y luego por el número y por la organiza- ción de la partida insurrecta que se acogió con todos sus jefes y oficia- les á indulto.

Pero lo fué más todavía, porque iniciaba, á no dudarlo, una serie de análogas presentaciones. Cuando á los veinte días de implantada la nueva legalidad había habido ya un titulado general, que al frente de su columna se nos entregase y rindiese, señal fuera de que esa buera tendencia contaba con muchos partidarios en la manigua.

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No se improvisan semejantes resoluciones. Responden, por el con- trario, á una larga preparación anterior y no son puestas en práctica sino después de muy medido y muy allanado el terreno.

En cambio, no bien dado el primer ejemplo, suele tener al punto numerosos imitadores, porque gracias á él cobran ánimo los indecisos y se apresuran á realizar su secreto intento los determinados.

No había, pue?, exageración ni optimismo por parte de los que de- dujeron de la presentación de Juan Massó las más lisonjsras esperanzas.

Así lo presintió el instinto de la opinión que sinceramente desea- ba la paz, y así lo demostraron las iras y las invenciones de ciertos ele- mentos díscolos, á quienes soliviantaba la idea de que, mediante una política contraria á la suya, pudiera terminar y terminara pronto ¡a guerra.

Sorpresa causará entre las gentes sencillas éste segundo dato, pues no se explica la pssadumbre por el bien de la patria, aunque sea muy piopia de nuestra flaca condición la pesadumbre por el bien sjeno.

Pero nada tan'demostrativo de la importancia del suceso como el coraje de los intransigentes que, aplicando á la inversa un axioma muy común, á trueque de que se salvasen los principios no sentirían quizá la pérdida de las colonias.

Por fortuna á nadie preocuparon, y nada importaban esos mal in- tencionados sofismas.

De que España hibía procedido en Cuba como debía proceder, em- pezaban á dar los hechos oportuno y visible testimonio.

La política justa se define por su bondad moral é intrínseca para los hombres pensadores, y para la gran masa del pueblo por sus resul- tados.

A esto último íbamos llegando, después de haber realizado ante la conciencia universal, lo otro.

¿Cómo no habíamos de llegar, teniendo con nosotros la razón y la fuerza? 9

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***

Al mismo tiempo que partidas considerables se acogían á los be- neficios de la paz, nuestro valeroso ejército descubría y batía á los que perseveraban en la rebeldía.

Coincidiendo casi con la noticia de la presentación del cabecilla Juan Massó, vino la de un gloriosísimo triunfo de nuestras armas.

Gracias, sin duda, á indicaciones y confidencias certeras, pudimos conseguir sorprender el campamento donde residía tranquilo el llama- do gobierno revolucionario de Cuba, y destruímos é incendiamos sus barracones, poniendo en fuga á los cómicos gobernantes y á la fuerte partida insurrecta que los defendía.

Según el hecho demuestra, contábamos ya con guías fieles y confi- dentes leales donde antes no había más que reacios y traidores. Y ya no contaba la insurrección con la pasividad ó con la obediencia del país rural, en que cifraba su apoyo más seguro.

Por donde quiera que iban nuestros soldados daban ya pronto con un enemigo, que durante dos años tuvo en su invisibilidadla principal y única fuerza.

Eso, cabalmente, era lo que esperábamos y lo que nos prometía- mos, cuando la prensa democrática demandara con inflexible tesón que se uniese la acción política á la acción de las armas.

Ya estaba franco y despajado el camino.

Por él podían llegar al regazo de la madre patria los ofuscados que reconocieran su error y que se acogieran á indulto. Por él irían nues- tros valientes, sin recelo de emboscadas, á acabar con los aventureros y los facinerosos que se obstinaran en permanecer atrinch;rados en la manigua ó en merodear por los contornos de Iss villas y poblados.

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En hora f¿liz prescindimos de un sistema que nos enagenaba las simpatías y la voluntad de los pueblos extraños, y adoptamos sin men- gua de nuestro derecho, el que se ajustaba á los fueros de la humani- dad, que siquier no estén codificados obligan con vehemente imperio á las naciones.

Con ello renació en nuestros espíritus la halagüeña esperanza de

EL CORONE!. DK K-iTAUO MAYOR L) JULIO ALVAREZ CHACÓN

Y SU ESCOLTA

un triunfo cercano, con la ayuda de nuestra razón y de nuestro ejérci- to, y confiamos en lograr, no tardando, uoa paz tan necesaria para Es- paña como para Cuba.

Lo dijo el gran Washington y nosotros lo recordamos, aun que lo hayan olvidado sus descendientes:

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«—Si hay alguna verdad, sólidamente fundada, es la de que existe ua lazo indisoluble entre las prácticas de una generosa y recta política y las inmediatas recompensas que se traducen en psz y prosperidad para las naciones.»

***

El acto de la presentación del cabecilla Massó con las fuerzas re- beldes que componían su partida, sus jefes y oficiales, fué solemne y efectuado ante el general Aguirre, comandante general de Las Villas, el coronel Chacón y el gobernador civil de Santa Clara, don Marcos García.

Al amanecer del día 20, el coronel de Estado mayor don Julio Al- varez Chacón, obedeciendo órdenes del general Aguirre y acompañado de una pequeña escolta, salió de Santa Clara en dirección del sitio lla- mado Cuchillas de PJacetas, en donde estaba el campamento del titula- do brigadier rebelde Juan Massó.

Cumpliendo las instrucciones del general Aguirre, el coronel Cha- cón conferenció con Massó, y presidió la previa é inmediata presenta- ción de los titulados tenientes coroneles de la partida Augusto Feria y José Carmen Hernández; los comandantes Feliciano Quesada, Saturni- no León y Victoriano Gómez; el capitán Santif go Cabrera, cinco te- nientes y las fuerzas á su mando, que las componían 110 individuos.

Las fuerzas sometidas, acompañadas del coronel Alvarez Chacón y del cabecilla Massó, se dirigieron seguidamente á Placetas, y formaron frente del alojamiento del general Aguirre que, con su Estado mayor, las esperaba.

A presencia del general, del gobernador civil de la provincia y de muchos jales del ejército, que habían acudido á Placetas para asis-

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tir al acto, los presentados rindieron las armas y entregaron abundan- tes municiones.

El general Aguirre, en nombre del general en jefe y gobernador general de la isla, dirigió á los presentados palabras de concordia, ter- minando su patriótica alocución con vivas al rey, á España y á Cuba española, que fueron contestados por cuantos le acompañaban y por el brigadier Massó é insurrectos de su partida.

«La graduación, decía el general Blanco en su telegrama oficial dando cuenta del suceso al Gobierno la historia é importancia políti- ca de Juan Massó, su parentesco con el titulado presidente de la Repú- blica cubana, Bartolomé Massó, y el carácter honroso y militar que ha revestido toda esta presentación, envuelven gran alcance y me hacen esperar sean base de una próxima pacificación.»

Al hacerse pública en la Habana la presentación de Massó y de las gentes que mandaba, la noticia produjo magnifico electo.

No hay para qué decir la satisfacción que produjo también en los centros oficiales y en toda la Península.

Se atribuyó la presentación del cabecilla Massó con su partida á la virtualidad de la autonomía, á las gestiones del ministro señor Govtn y á la influencia del gobernador autonomista Marcos García.

♦**

Tuvo, en efecto, el telegrama del capitán general de Cuba una importancia excepcional. Pudiera decirse que era la primera noticia sa- tisfactoria de verdadero interés que había llegado á nosotros desde que cambiara la situación en Cuba, porque la presentación de los herma- nos Cuervo vino á averiguarse que tuvo más de teatral que de otra cosa.

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Qaedabaa en Las Villas muchos cabecillas de relieve y relativa importancia: no se habían presentado Carrillo, ni Regó, ni Cayito Al- varez, ni Robau, ni Chucho Monteagudo, ni Núñez, ni otros varios de los que gozaban prestigio é influencia entre ellos; pero la presentación de Soto, el segundo de Robau, con algunos hombres armados de la par- tida de éste, pocos días antes, y la capitulación de Massó y Feria y Hernández, con un centenar de hombres arma- dos y municionados, indica- ba claramente que se hacían trabajos activos para atraer á la legalidad á la gente en ar- mas y que ios esfuerzos no eran totalmente infructuo- sos.

Las presentaciones de que nos dio cuenta nuestro co- rresponsal y confirmó el te- legrama del general Blanco, harían que Máximo Gómez

empezase á recelar de los suyos, y revelaban que las órdenes del gene- ralisimo ya no eran ukases, sino papeles mojados por el relente de la manigua.

Massó y Feria eran orientales que fueron á Occidente en la famo- sa invpsión del 93.

Cerca del sitio donde se verificó su presentación, debía andar Gó- mez, pofque en aquella zona, desde Placetas y el Zaza hasta Ríforms, era la jurisdicción escogida como madriguera por el «cabecilla fan- tasma./»

CABECILLA. MONTfiAGUDO

Blanco 52

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Habiendo gdquiíido noticia el genenl Jiméníz Ctstelltnos, por confidencias ciertas, de que el gobiemo insurrecto se haliaba estableci- do y habia fijado su residencia en el poblado La Esperanza, construido al efecto á diez y sitte leguas de Puerto Príncipe é inmediato al extre- mo occidental de Sierra Cubita, tomó las medidas necesarias y combicó una operación para sorprender y atacar el campamento enemigo, cuyo resultado fué brillantísimo.

Antes de dar cuenta de la operación, y para que se juzgue de su impoitancia, creemos conveniente advertir á nuestros lectores que des- de hacía muchos meses el gobierno rebelde se había establecido en di- cho poblado, donde funcionaba á sus anchas y gozíba de la más com pleta tranquilidad.

La prensa yankee afecta á los filibusteros, y los periódicos que pu- blicaban los rebeldes en Cayo Hueso, eu Tsmpa y en Nueva York, ve- nían asegurando que la titulada República cubana tenía su gobierno instalado en las mejores condiciones de seguridad y en lugar adonde no podrían llegar los soldados esp&Qoles.

Estrada Palma, el delegado del gobierno revoluciocsrio en Nueva York, en sus conferencias con senadores y diputados norteamericanos, había hecho hincapié en estas circunstancias para deducir de ellas la debilidad é impotencia de las armas españolas y haberse cumplido por parte de los separatistas una de las condiciones exigides para el reco- nocimiento de la beligerancia de los rebeldes.

Por esto tuvo mayor trascendencia la operación llevada áctfbocon feliz éxito por el general Jiménez Castellanos.

Organizada en Puerto Príncipe una columna de a aoo soldados de

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infantería, 450 de caballería y dos piezas de artillería, salió el general á su frente, ea direccióa de Sierra Cubita.

Después de tres días^de penosa marcha por las estribaciones de di cha sierra, forzando dificultades y posiciones ocupadas por el enemigo, cuya resistencia faé estéril ante el empuja de nuestros soldados, que arrollaron posiciones artilladas y cuantos lugares dominantes ocupaban los rebeldes, avistó la columna, al amanecer del cuarto día, el poblado «La Esperanza», residencia del gobierno iasurrecto.

Organizado el ataque al pueblo, donde había unos i.ooo rebeldes que custodiaban al gobierno y lo defendieron con mucha tenacidad, tras un reñido combate fueron desolojados aquéllos de sus posiciones y sa- lieron de ellas á la desbandada, ocupando la valerosa columna el po- blado, el cual incendiaron y destruyeron, para evitar que volvieran á guarecerse allí los insurrectos, y saliendo inmediatamente en su perse - cución hasta dos leguas más allá.

« * *

Al día siguiente, continuando la infatigable columna del general Castellanos la persecución del enemigo fugitivo, encontró en los mon- tes del lafierno, á dos leguas de Esperanza, partidas reunidas en mero de unos 2.500 hombres, que acudían en auxilio del gobierno in- surrecto al tener noticia de que las tropas iban á atacar á la que pudié- ramos llamar ^capital de la insurrección»; pero llegaron tarde, porque lo inesperado y rápido de la operación desconcertó los planes de los rebeldes.

Dispusiéronse á la lucha las fuerzas rebeldes, desde sus fuertes y ventajosas posiciones en el monte, y trabóse el combate entre ambos bandos, que duró dos horas y fué muy empeñado, reñido y sangriento.

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De una y otra psrte se hizo un nutrido fuego de fusilería, y nuestros cañones lanzaron 33 disparos sobre las masas enemigas.

Estas, ai fin, tuvieron que retirarse, abandonando en el campo 57 muertos. Eita cifra hizo suponer que el enemigo debió sufíii bajas muy numerosas, toda vez que lo intrincado del monte hizo difícil la verifica- ción de un minucioso reconocimiento.

Las bajas sufridas por la columna fueron relativamente cortas, aunque siempre sensibles, dada la importancia de la operación, las difi- cultades de la marcha, los diversos combates sostenidos y el número y la resistencia de los rebeldes. Murieron cinco soldados y fueron heri- dos el teniente coronel señor Pérez Monte y 30 individúes de tropa.

Al ocupar nuestras tropas la capital escogida, mejor dicho, cons- truida por los insurrectos con tablones y cañas para hacer alardes de normalidad en su vida oficial^ recogieron importante documentación, muchas armas y efectos.

El titulado Gobierno, comprendiendo el peligro que corría, no se cuidó más que de huir aprovechando el combate qu3 se ibró en los atrincheramientos de la sierra que defendían la capital, despachando á la vez comisiones á los campamentos rebeldes,, dándoles cuenta de lo que ocuriía.

Como nota culminante del buen éxito de la operación, se señaló el éxito de que la cclumna del general Jiménez Castellanos fué condu- cida hasta La Esperanza por rebeldes presentados, evitando que los exploradores insurrectos se percataran de la operación en el trayecto de 17 legU:is recorridas por la columna, merced á lo cual, la operación empezó y se realizó con el mayor sigilo, logrando casi sorprender á los rebeHes, pues al entrar en la sierra la columna y hasta después que los rebeldes abandonaron la capital, sólo encontraron unos Sao enemi- gos, que no opusieron gran resistencia.

Elogióse mucho la operación por haberse vanagloriado los rebel-

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des de qae la residencia de su gobierno en Sierra Cubita era definitiva y nadie podría molestar á los representantes oficiales de la revolución separatista.

Estas noticias, unidas á las de las presentaciones ocurridas aquellos días, aumentaron la confianza que sentía la opinión pública en la pron- ta terminación de la funesta guerra.

*%

Las partidas rebeldes que operaban en la provincia de Santa Cla- ra, reunidas bajo el mando del cabecilla Monteagudo, é impulsadas y despechadas, sin duda, por la última presentación importante de las fuerzas de Massó, atacaron al siguiente día de la sumisión de este cabe- cilla, el poblado de La Esperanza, que está cerca de la capital de Las ViUas.

Aprovechando la obscuridad de la noche, las gentes de Monteagu- do, en número de unos 2do hombres, cortaron las alambradas qu 3 de- fendían las entradas del pueblo, y cuando hubieron salvado el obstá- culo, amparados en las tinieblas, hicieron violenta irrupción en las ca- lles del poblado, Ut gando hasta las primeras casas del barrio del Ro- sario.

Advertida la guarnición de la presencia del enemigo, salió á batir- le en tres grupos, rechazando briosamente á los rebeldes, poniéndoles en fuga y persiguiéndoles en todas direcciones.

El enemigo al huir dej 5 en las calles nujve muertos, con armas, cuyos cada vjres faeron expuestos al público para su identificación, muchos machetes y otros efectos de guerra.

Además, por confidencias seguras, se supo que pasaron de treinta los heridos que se llevó la partida.

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La valerosa y no dormida guarnición tuvo que lamentar la muerte de un cabo y las heridas de dos soldados.

El comportamiento del destacamento de La Esperanza dijo el ge- neral Blanco en su despacho oficial— fué el más bizarro.

El poblado de La Esperanza fué también atacado en la primavera de 1896, al regresar los insurrectos de su excursión á las provincias oc- cidentales.

En ese ataque fué donde el valeroso cura de La Esperanza se de fendió heroicamente y se ganó una cruz y rechazó á los rebaldes.

Durante la segunda decena de Enero, además de los sucesos que dejamos consignados, ocurrieron entre otros menos importantes los en- cuentros y operaciones siguientes:

En la provincia de Pinar del Río, el batallón de Canarias sorpren- dió al enemigo una herrería, cogiendo 43 armas de fuego y 36 herra- mientas, destruyendo la colonia militar.

El batallón de San Qñntía, en Barreto, batió al cabecilla Ds'gado, causándole cuatro mueitos y cogiéndole armas de fuego, blancas y seis caballos. H

El batallón de Otumba, on Hato Luisa, tomó campamento enemigo defendido por 200 hombres, que huyeron con bajas.

En Matanzas, el general Molina, en Punta Maya y Boca Camario- ca, se apoderó de otro campamento donde se hallaban las partidas del F amenco, G^Smez, Rojas y Tabares, compuestas de 230 hombres, cau- sándolas seis muertos, que abandonaron, y varios heridos, qu3 retiraron.

La columna tuvo á los tenientes señores La Cierva y don Manuel González y 28 de tropa heridos.

En la provincia de Santa Clara, fuerzas del re g'miento de Cama- juaní, en Santa Clara y Río Mondo, batieron á una partida, haciéndola seis muertos y cogiendo 22 caballos.

Los batallones de Arapihs y Camajuaní, en Jiquina y Lajitss, ba

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tieron al cabecilla Ñapóles, haciéndele diez muertos y un prisionero, y cogiéndole 31 caballos, seis armas de. luego y once blancas.

En HolguÍD, el general Luque, practicando reconocimientos por San Martín de Aguarrás, hizo al enemigo treinta muertos y siete pri-

LA COLUMNA DEL GENERAL CASTELLANOS EN BL COMBATE DE LA ESPERANZA

sioneros y cogió 88 armas de fuego. La columna tuvo un muerto de tropa y 21 heridos.

La opinión f plaudió á nuestro ejército por su incansable acometi- vidad y ee felicitó del triunfo de las armas españolas y de los éxitos políticos del nuevo régimen.

CAPÍTULO XXX 11 1

Nuevas esperanzas. Continúan las presentaciones. El cabecilla Yfyo Oiménez. Agnstfn Komán y cinco individuos de la escolta del generaU'nimo. Fusilamiento de un capitán.

Síntomas favorables. El general Blanco á Oriente Olijeto del viaje. Suposiciones. Más preeantaciones. La dinamita. Un barco de guerra norteamericano en viaje para la Habana. Excitación y alarma. La nota de Mr. Long. El viaje del Maine. La política ijaukfe. El Maine en la bahía de la Habana. Inoportunidad de su visita.

Recelos de la opinión. El gobierno de Washington y la ñuta de Mr. "Woodfford. El acuerdo de nuestro Gobierno Justa reciprocidad. El programa de la nación y íel Qo- bierno. Ni precipitación ni debilidad.

(

^^0> V hemos consignado en el precedente capítulo que la presentación del cabecilla Massó no había sido un he- cho aislado.

En efecto, después de ella se efectuaron otras, y rcurrió sobre todo un caso que puso en evidencia la cooipleta iescomposición de la rebeldía. _ ||

Máximo Gómez tuvo que fusilar al capitán de su escolta Néstor Alvarez. ¿Por qué? Porque Néstor Alvarez trabajaha eficazmente para lograr la sumisión de aquella fuerza á la legalidad y al nuevo régimen constituido en la isla. É

Cuando tal sucedía en el campo y alrededor á?l generalísimo, fácil era colegir lo que sucedería entre las demás partidas insurrectas.

La feroz rigidez del mercenario dominicano no había bastedo á im- pedir que los hombres de su mayor confianza, movidos por el deseo de la paz y alentados por el carácter generoso del nuevo régimen, se con- certasen para acogerse á indulto.

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KUKRTK EN LA. TROCHA DK MARIEL-ARTEMI9A iPINAK DEL RIO)

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Tampoco había de hartar la ejecución de Néstor Alvarez para ata- jar un movimiento, que se hahía iniciado arrostrando tan hárharos cas- tigos.

Según el telegrama de nuestro corresponsal, varios vecinos de Sancti Spíritus hahían solicitado ingresar en las guerrillas, deseosos de vengar la muerte del joven con quien les unieran, sin duda, vínculos de parentesco ó de amistad.

No serían poblahlemente los únicos que, animados de igual pro pósito, se arrojasen á pedir y tomar cuenta de la s::ngre vertida.

Ni podrían ni querrían tolerar seguramente que un aventurero, á quien pagaron para que se encargase de la dirección de la guerra, extraño como era á los pensamientos é intereses de Cuha, se opusiera ^ á la libre determinación de los cubanos. ^

El fusilamiento de Alvarez sería el botafuego que inaugurara el período de las luchas interiores. Así ha comenzado siempre el desqui- ciamiento final en todas las contiendas civiles.

Ese síntoma, eún más expresivo que el de las presentaciones, y no menos favorable á nuestra causa que los triunfos obtenidos por nuestro heroico ejército, confirmó las esperanzas de la nación y asegaró, para dentro de breve plazo, la terminación de la gueira.

* «

El día 32 recibióse en la Habana la noticia de la presentación en las Vueltas, provincia de Santa Clara, del cabecilla Yeyo Givaénez, con cinco hombres armados, los cuales entraron en el pueblo dando vivas á la autonomía.

Desde Sancti Spíritus comunicó el mismo día el coronel Estruch que se habían presentado en Mapos, armados y montados, Agustín Ro-

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man y cinco insurrectos más, que perteoecían al escuadrón de Máximo Gómez que formaba la guardia personal del generalísimo.

Refirieron los presentados que entre los rebeldes que rodeaban al jefe dominicano, cundía la idea de presentarse á indulto y abandonar una existencia penosa y sin esperanzas de triunfo, que ya les iba pare- ciendo demasiada dura.

Añadieron que el capitán de uno de los escuadrones de la escolta de Máximo Gómez, llamado Néstor Alvarez, trató de inducir á sus tro- pas á que abandonaran: con él el campo rebelde y se acogieran á la le- galidad, que era la paz. Enterado de ello el generalísimo, apresó á Néstor Alvarez y mandó fusilarle, previo consejo de guerra verbal.

D jeron tamb éa que otros veinte rebeldes, incluyendo entre ellos al jefa del regimiento de la guardia personal de Máximo Gómez, ha- llábanse dispuestos á presentarse, y lo harían en cuanto les fuera posi- ble, porque se hallaban todos muy vigilados.

Los presentados manifestaron deseos de formar parte de una gue- rrilla de las destinadas á combatir á las fuerzas de Máximo Gómez, á fin de vengar la muerte de su capitán Néstor Alvarez.

Atendiendo á sus deseos fueron autorizados para formar en una guerrilla de Sancti Spíritus.

En el telegrama del coronel Estruch se daba cuenta de otras mu chas presentaciones de menor importancia.

Si consideró como un hecho de altísima significación para la paz y como un grave síntoma de descomposición y desaliento, el que en el propio cuartel de Máximo Gómez hubiese quien trabajase por la auto- nomía, allí donde el dictador ejercía omnímoJa influencia y había ele- gido para su escuadrón de escolta gente fanática por la independencia y absolutamente adicta á su persona. Síntomas eran estos que, por lo menos, autorizaban á recordar lo que ocurrió en la manigua en 1877, pecursor de la descomposición en que se hallaba cuando se reunió e^ plebiscito en San Agustín.

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El día 24 salió de la Hibaaa para ManzaailloClepartaaunto Oden- tal), el gobernador general de Cuba.

£1 general Blanco marchó en tren á Bitabanó, donde embarcó para trasladarse á Manzanillo, acompañado de los generales Nario y Valde- rrama, habiendo sido despedido en la estación por todo el Gobierno insular y las más distinguidas y notables personalidades de la Habana.

Durante la ausencia del gobernador general quedó encargado del despacho de los asuntos militares el general Ginzález Parrado, y de los civiles el secretario del gobierno señor Congosto.

Aunque era conocido con mucha anterioridad el propósito del ge- neral en jefe del t jército en operaciones, la noticia vino á aumentar la expectación que aquí reinaba, y en la cual entraban las inquietudes en proporción muy inferior á las esperanzas.

Pero no iba el marqués de Peña Plata á dirigir las operaciones en la parte oriental de la isla, como en un principio se había indicado; su objeto— según dijeron los telegramas— se limitaba á inspecc.onar el ejército y á vigorizar en aquellas comarcas el espíritu público. Su au- sencia de la Habana no duraría, por tanto, más que algunos días.

Sencillísimo era el herho, pero la opinión^ aceptando rumores y versiones que cida vez tomaban mayor inciemento, se obstinó en atri- buirle extraordinaria importancia.

No participamos nunca de los pesimismoí infundados, y por igual razón nos abstuvimos de compartir optimismos que no se f andaban en una base cierta.

Peligrosa es la impresionabilidad que todo lo contempla obscuro; pero no lo es menos la que lo ve todo de color de rosa.

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Entre el punto extremo donde se colocaron aquellos á cuyo enten- der había de prolongarse indefinidamente la campaña de Cuba y el que eligieran aquellos otros para quienes la total pacificación era obra de cortas semanas, existía un punto medio, del cual no debíamos apar- tarnos en evitación de desagradables sorpresas.

Eso no obstó para que hubiese derecho á sacar de la expedición del general Blanco dos favorables deducciones.

OFICIAL DANDO ORDENES A L'N ORDENANZA

Caando la primera autoridad de la isla se decidía á eoíprender un viaje á Oriente, señal era de qu; la tranquilidad y el orden no corrían peligro alguno en la Habana.

Asimismo cabía suponer que, al emprender en tales circunstancias su visita de inspección á las provincias orientales, llevara la semi- se- guridad de recabar ventajas y provechos para la soberanía española.

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***

Fuerzas del batallóu de Cataluña practicando reconocimientos por la zona de Tiinidad, ocuparon un depósito de municiones de los insu- rrectos, pasando de 20.000 los cartuchos que recogieron nuestros solda- dos, que pertenecían al parecer á la brigada insurrecta que operaba en aquella jurisdicción.

Se presentaron á indulto en Cienfuegos un titulado oficial y diez insurrectos armados, y en Placetas otros diez, también con armas.

Los rebeldes no abandonaban su cobarde y criminal campaña de destrucción.

El dia 13, entre los kilómetros 25 y 26 de la línea férrea de Nuevi- tas, hicieron explotar una bomba de dinamita, destrozando cuarenta metros de vía y volcando una máquina exploradora y dos carros blin- dados.

A consecuencia del siniestro murió un sargento y quedaron heri- dos 16 soldados del batallón de voluntarios de Madrid.

El día 17 explotó otra bomba en la misma línea y ocasionó la muer- te á dos soldados y heridas desconsideración á otros cinco.

Con gran sorpresa de propios y extraños, se supo el día 25, por telegramas de Washington, que el gobierno yankfe había dado orden el día anterior al crucero Maitie, para que zarpara de Cayo Hueso con destino al puerto de la Habana, y que el resto de i a escuadra norte- americana marchase á las islas Tortugas, grupo de islotes situados á la extremidad de los Cayos de la Florida, á lao millas náuticas ai Sudoes- te del cable Sable.

Tanto en los círculos políticos de Washington como en ios centros bursátiles y filibusteros de Nueva York, la noticia de aquel viaje pro-

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dujo en un principio gran excitación: tanto en la Habana como en la Península hubo al saberse la noticia cierta alarma.

Para desvirtuar el efecto que la noticia pudiera causar, se dijo en el departamento de Negocios extranjeros de la gran República, que siendo muy amistosas las relaciones entre los Estados Unidos y España, no existía ya motivo para mantener alejados de los puertos de Cuba los buques de guerra norteamericanos.

El ministro de Marina Mr. Long publicó una nota que confirmiba las declaraciones de los funcionarios de la Secretaría de Relaciones ex teriores.

La nota decía textualmente:

«Lejos de existir fundamento para los rumores que circularon ayer acerca de dificultades surgidas en la Habana, las cuestiones están tan bien solventadas, que los buques de guerra norteamericanos pueden volver á visitar los puertos de Cuba.>

El cónsul de los Estados TJpidos en la Habana Mr. Lee apresuróse á quitar importancia á la visita del Maine, haciendo públicas las decla- raciones del ministro de Marina americano, en las cuales desaparecía toda gravedad.

*

Tf *

« ¿A qué va á la Habana el Mame? ¿Para qué se acerca tanto á las costas de Cuba la escuadra de los Estados Unidos? ¿Con qué objeto esa escuadra ocupa los puntos estratégicos de la entrada de ambos canales de Bahama?»

Estas preguntas estuvieron el día 25 en todos los labios españoles, al enterarse de los telegramas trasmitidos desde Nueva Yoik por los corresponsales y por las Agencias telegráficas.

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Los que á ellas contestaban de la' manera menos belicosa decían: Esa escuadra ha ido á las aguas de la grande Antilla á detener el movi- miento contrarrevolucionario en las filas de los rebeldes á España. Por- que es evidente decían que los insurrectos en armas, dispuestos á entregarlas, no lo harán ya ante la espectativa de un conflicto, cuyo término pudiera ser el vencimiento del poder español en la isla; por- que ¿á qué fin— dirán los cabecillas más inclinados á la pacificación hemos de entrar en el campo de una legalidad que amenaza extin - guirse?

Hubo quien fué mis allá. Hubo quien supuso que los Estados Uni- dos consideraban propicia la ocasión para acabar de una vez. Compli- cadas las cuestiones europeas con los asuntos de China, fija en el extre- mo Oriente la atención de los pueblos del Antiguo Mundo, despreve- nido y confiado el Gobierno español, es la hora presente decían los pesimistas la precisa y abonada para que la política yankee arroje la máscara y acometa la empresa con el menor riesgo posible.

De un modo ó de otro, se verificaban desgraciadamente nuestros temores y previsiones. Acaso no fueran hasta provocar la guerra los Estados Unidos pensamos nosotros en aquel entonces no obstante que el anuncio del envío del Maine á la Habana era indicio harto ex- presivo de provocíción y respondía seguramente al deseo de agitar artificialmente la opinión para envalentonar á la fracción jingoísta de la Cámara, manteniendo una atmósfera favorable á los insurrectos. Pero, de todas suertes, una escuadra de los protectores y fomentadores de la rebelión seperatista á la vista de las costas de Cuba, levantando el decaído ánimo de los rebeldes, venía á ser el obstáculo más grave para la paz y aún quizá causa eficiente de un conflicto internacional por dar ocasión á alguna protesta de los patriotas de aquella capital. Sin duda el envío del acorazado Maine á la bahía de la Habana obedeció á la política artera de los Estados Unidos.

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A Europa, al mundo civilizado, no podía quedar duda de la políti- ca yankee respecto de España. £1 hecho de que se trata lo reveló todo bien clai amenté.

Antes de lo que se creía y con gran sorpresa de toda la población, entró y fondeó en la bahía de la Habana el acorazado norteamericano

PAREJA DE ORDEN PUBLICO EN PERSECUCIÓN DE UN PLATEADO

Mame, que el día 25 cambió los saludos de ordenanza con las baterías del puerto.

La presencia en aquellas aguas del buqus norteamericano, aunque causó gran extrañeza en la población de la Habana, por no tener noti- cia alguna acerca del objeto de su viaje, no produjo más que curiosidad en el público.

A juzgar por los telegramas de los corresponsales, se apreció allí Blanco 54

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en Jas esferas oficiales la significación de la visita del propio modo que aquí la interpretara el Gobierno.

Creíase que en vez de ser un aviso ó un acto de encubierta hostili- dad, era una muestra de deferencia con que se acreditaba la cordialidad de relaciones existentes entre España y los Estados Unidos.

Examinado á sangre fría el caso de que el Maine se destacara de la escuadra que operaba en las Tortugas para tributarnos amistosos cum- plimientos, no dimos á la presercia del buque norteamericano en la bahía de la Habana, más importancia de la que tenia ni tampoco menos.

Por lo mismo que siempre hemos creído que la guerra de Cuba era incidente de las relaciones entre España y los Estados Unidos, y que el gobierno norteamericEno procedía con arreglo á un programa traza- do y estudiado hacía muchos años, y del que no le desviaría ningúa cambio de personas que aquí ó allá pudiera ocurrir, no nos sorprendió lo que sucedía ni nos pareció probable que pudiera maravillarnos lo que sucediera con el tiempo. Veíamos al problema cubano caminar ha- cia su término empujado por los aciertos ágenos y los errores propios, y sabedores del rumbo que llevábamos, ni un momento participamos de los optimismos oficiales, ni nos dejamos engañar por la conducta artera de los yankees.

La sobreexcitación de los ánimos en Cuba, y singularmente en la Habana, era tan natural como grande. Allí, donde se tocaban los enor- mes dftños producidos por una guerra, que se mantenía principalmente con los recursos que desde los Estados Unidos se facilitaban á la insu- rrección, no se mitigaban los dolores ni se adormecían las punzadas con frases hipócritas,' sino que se exacerbaban con los hechos. Aunque no hubiera habido dudas sobre la amistad del gobierno de Washington, la visita de un buque de guerra norteamericano á un puerto de nuestra grande Antilla, debiera ser considerada como prematura. No hay que

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decirlo que, en nuestro sentir, fué, cuando eran tan fuertes y tan funda- dos los recelos.

Por lo menos dio motivo la no anunciada visita del Maine á la Ha- bana, á que nos asaltaran dudasen loque toca ala oportunidad del mo- mento elegido por nuestros encubiertos enemigos.

Para desvirtuar esos recelos, no nos pareció lo más adecuado te- ner la escuadra de la U jión á la vista de las costas de Caba. Por ese nuevo sistema de cortesía internacional pudieran los norteflmericanos, como última muestra de cariño, haber pretendido ya clavar desde lue- go en el Morro de la Habana la bandera estrellada al lado de la es- pañola.

A nadie engañó tal sistema, y la prensa europea lo dijo con harta claridad. Sensata y correcta la población habanera, supo evitar con su buen sentido los riesgos de uq choque, para el cual burdamente se le ofreciera ocasión. ¿Podía, empero, afirmarse que tal serenidad y correc- ción fueran inquebrantables? Y si la perturbación y el conflicto sobre- venían, ¿de quién ante el mundo civilizado sería la responsabilidad?

¿Qué falta hacía para las buenas relaciones entre E-paña y los Es- tados Unidos la presencia del Maine en la bahía de la Habana? Ningu- na. ¿Qué inconvenientes poJía tener? Incalculables...

El gobierno de los Estados Unidos manifestó explícitamente que, después de los discursos pronunciados en la nara de representantes acerca de la cuastióa de Cuba, había creído conveniente enviar un bar co á la Habma, «;omo demostración de amistad y afecto á España», borrando con esto los recelos que hubieran podido despertar aquellos discursos Jingoístas.

Así lo comunicó á nuestro gobierno el representante de España en

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Washington, señor Dupuy de Lome, añadiendo que Mr. Vooiford, embajador extraordinario de la gran República en Madrid, haría idén- tica manifestación en nota oficial.

Esto ocurría el día 25 por la mañana, y á las cinco de la tarde, cuando ya el Maine se encontraba anclado en la bahía de la Habana, hubo de comunicar el ministro de Estado español á nuestro represen- tante en Washington, que el ministro norteamericano no había envia- do aún la nota anunciada.

Una hora más tarde se recibía la nota en el ministerio de Estado, resultando que el deber de cortesía con nuestro gobierno, se cumplía algunas horas después de haberse efectuado lo que oficialmente se anunciara.

La nota de mister Woodfford repetía mucho las frases de amistad y tonsiderpción á nuestro país, y que «para demostrar las cordiales rela- ciones, anunciaba la visita del Maine al puerto de la Habana.

A esta nota contestó con otra el señor GuUód, no menos atenta y amistosa, expresando que en reciprocidad á la cortesía del gobierno de los Estados Unidos, le anunciaba el propósito de que algúa barco es- pañol visitara los puertos norteamericanos.

El acuerdo del Gobierno, en justa correspondeucia á la atención de los yankees, de enviar un ciucero de nuestra Marina de guerra á vi- sitar el puerto de Nueva Yorck, fué bien recibido y aplaudido por la opinión.

Y fuere del género que fuese la reciprocidad, consideramos digno de elogio el acuerdo.

Calma, previsión, energía; esto debía ser y hubiera de haber sido siempre el programa de la nación y del gobierno enfrente de los ma- nejos norteamericanos. La precipitación podia perdernos; la debilidad uo nos liabía de salvar.

CAPITULO XXXIV

Presentaciones de separatistas en Nueva York. El viaje del general Blanco. Manifestación popular en Las Villas. Encuentro en Cabanas. Muerte del cabecilla Alonso. Otros encuentros y combates. El siniestro ferroviario en la línea de Nuevitas. Estado de la insurrección en el Camagüey. Justicia de Dios. Muerte del cabecilla Aranguren. Operación combinada. Sorpresa y ataque. Castigo merecido. La opinión. El ver- dadero enemigo.

ERDADERA importancia tuvieron las presentaciones de varios jífes y oficiales insurrectos, en el consulado de Espsña en Nueva York, de que se dio noticia el día 26 al ministerio de Ultramar. Según comunicó nuestro representante en la capital de la gran República, presentáronse en el consulado de España en Nueva York y [firmaron declaración de aceptar la lega- lidad instaurada en Cuba, ofreciendo no conspirar contra la soberanía de España, los titulados oficiales insurrectos Carlos García Menoral, Alberto Broch y O'Farril, Alberto Fernandez Velasco y Pedro Bithancourt.

También se presentó en el propio consulado el señor Casuso, dico que se hallaba en Nueva York á disposición de la Junta para reco- nocer á los insurrectos enfermos ó heridos, manifestando que pensaba salir el día 30 para la Habana.

Seguía desarrollándose en progresión creciente la obra de la paz.

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El hecho de haberse presentado á nuestro cónsul en Nueva York varios personajes rebeldes, entre los cuales figuraban los que valían por dos partidas, el cabecilla García Menocal y el doctor Casuso, así lo de- mostró.

El general Blanco en su viaje á Oriente tocó el 25 en el Júcaro y Santacruz, cuyas guarniciones revistó.

Al sigaiente día llegó á Manzanillo, en donde se le h zo un entu - siasta recibimiento.

En Santa Clara efectuóse una soberbia manifestación en honor del comandante militar de Las Villas, general Aguirre, y del gobernador civil, don Marcos García, á su regreso de Placetas de presenciar el acto de sumisión del cabecilla Massó y ju partida.

Los manifestantes vitorearon á España y á la autonomía.

El teniente coronel del batallón de San Q .intín participó el día a? que operando en la costa Norte de la provincia de Pinar del Rio, en- contró en Cabanas á la partida rebelde de Andrés Alonso, á la que se habían unido fuerzas de la que mandaba Juan Delgado.

Trabado combate con los insurrectos, fueron derrotados por nues- tras tropas, que los dispersaron, abandonando aquéllos en su huida diez muertos, entre los cuales figuraba el cabecilla Andrés Alonso y el se- gundo jefe de la partida.

El batallón de la Lealtad en las lomas de Pita (Habana) batió á las partidas reunidas de Cárdenas y Araaguren, haciéndoles tres muertos y dos prisioneros y cogiéndoles siete caballos.

El b. tallón de Guadalajara, en Tapaste, batió de nuevo á la partida de Aranguren, compuesta de 130 caballos, resultando de los nuestros herido un individuo de tropa.

El coronel Rubia, con fuerzas de desembarco en Rio Muñoz, tomó al enemigo fu artes posiciones, causándole bajas.

El general Pareja tomó al enemigo el campamento de San Fernan- do, sufriendo en la operación ocho heridos de tropa.

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* * *

De uno de nuestros corresponsales en el teatro de Ja guerra, reci- bimos el dia 28 los siguientes interesantes detalles acerca del siniestro ferroviario ocurrido en la línea de Nuevitas á Puerto Pííncipe y sobre la situación y estado de la rebelión en el Camaguey.

«Embarcado en el tren que con pasajeros y mercancías se dirigía á la capital del Camaguey, salí en la mañana del 12 de Nuevitas, hecien- do escala por la noche en Minas, para continuar viaje al áia siguiente hasta Puerto Príncipe.

»E1 tren explorador se componía de dos vagones blindados y 16 más de mercancías. En los primeros iban 51 hombres del batallón de voluntarios de Madrid, mandados por el capitán don Luís Delicado. Un sargento y ocho soldados, provistos de ganchos y tjeras, estaban encargados del reconocimiento de la vía para evitar las explosiones de dinamita.

»Fjrmaban el tren de pasfjeros dos coches de tercera, uno de se- gunda, otro de primera, veinte de mercancías y un coche blindado, en el que iba un oficial y treinta soldados.

»Los pasfjeros eran muy pocos, y entre ellos se contaban dos habi- litados militares que conducían udos 30.000 duros.

»A paso de carreta llegamos al ingenio Lugareño á las tres de la tarde, y minutes después de salir de ese punto, encontrándonos entre los kilómetros 25 y 26, oyóse de pronto una horrorosa detonación pro- ducida por la txploMÓn de una bomba de dinamita, cuyos efectos su- frió de lleno el Iren explorador, que iba unos doscientos metros delan- te del de paspjeros.

>>Dirigíme al sitio de la catástrofe y presencié un cuadro aterrador:

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la vía estaba destrozada en una extensión de cuarenta metros; los rails estaban hechos añicos y las ruedas de los coches blindados habían sido arrojadas á larga distancia. En el suelo había un hoyo de seis metros de largo, tres de ancho y uno de profundidad.

»La máquina, rotos los enganches, prosiguió su marcha, y en la vía, destrozados y fuera de los carriles quedaron dos tenders, una pla- taforma y los dos coches blindados. El resto del tren quedó encarrilado.

»Los dos coches blindados estaban casi enterrados en el hoyo, y

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EL OENERAL KERNAL Y SU ESTADO MAYOR

en el interior de aquéllos 16 hombres heridos, con fracturas del cráneo, cara y brazos, entre ellos, moribundo, el sargento Francisco Ruíz Cano, natural de Palma del Río (Córdoba), quejándose con lastimeros gritos y pidiendo á voces socorro.

^Adoptadas las necesarias precauciones en previsión de que pudie- ran atacarnos los criminales mambises, se procedió á instalar á los he- ridos en el tren de pasajeros, al que se ordenó regresara á Nuevitas. En

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él regresó también al punto de partida, y al llegar al hospital falleció el citado sargento.

»De los restantes heridos, diez lo están de gravedad, y los otros cinco levemente.

»E1 entieno del infortunado sargento, señor Ruíz Cano, ha sido una solemne manifestación de duelo, á la que han concurrido las auto- ridades y el pueblo en masa, dedicando al finado muchas coronas.

«Aquella misma noche los insurrectos tirotearon por tres veces á Puerto Príncipe, una de ellas con gran tenacidad.

»Ea la imposibilidad de reanudar viaje y llegar á Puerto Piíncipe, me dediqué á adquirir en Nuevitas datos, que conceptúo exactos y me apresuro á transmitir, relativos al estado de la insurrección en el Ca- magüey.

# *

.>Se calcula que en toda esta provincia existen unos 5 ooo re- beldes.

En la jurisdicción de Nuevitas se hallan el cabecilla Ángel Castillo, con 300 caballos; los hermanos Adalberto y Joaquín Qaesada, con 80 infantes cada uno; el titulado geneial Vega con 200, y Luís Suárez con otros 200.

Hay además varias prefecturas mandando grupos, que se reúnen cuando lo juzgan necesario.

Las fuerzas que guardaban al titulado gobierno insurrecto estable- cido en "La Esperanza)., al pie de la Sierra Cubita, fueron batidas, como es sabido, por el general Jiménez Castellanos.

El titulado gobernador civil ó prefecto del Camagüey, Manuel Ca- sares, tenía su residencia oficial en Yaguas.

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En el departamento oriental escasean las reses, siendo necesario llevarlas de la provincia de Puerto Príncipe por la trocha del Jácaro. Sin embargo, el número de reses que los insurrectos trasladan de ese modo, es incalculable.

La escasez de tropas obliga al general Castellanos á mantenerse en actitud defensiva, limitándose á sostener intacto nuestro dominio en el Príncipe, Santa Cruz y Nuevitas.

Las comunicaciones entre los pueblos y poblados del centro cama- güeyano han desaparecido; todas han sido cortadas, ó por lo menos in- terrumpidas.

En los ingenios donde se preparaban á hacer la zafra han tenido que suspender los trabajos.

Una cosa es de extrañar y que me ha llamado la atención: que subsista la comunicación telegráfica entre Puerto Príncipe y Nuevitas, después de tres años de guerra y en medio de toda esta destrucción. El telégrafo sólo ha sufrido tal cual interrupción corta y ligera.

No sucede lo propio en la línea férrea; los trenes de viajeros tienen que detener su marcha con frecuencia y experimentan accidentes peli- grosos.—X" ^..»

* *

Parecerá algo inhumano, pero hay que decirlo sin rodeos: la justi- cia de Dios pocas veces se cumplió más pronto y como convenía á la de los hombres.

El asesino del malogrado teniente coronel señor Ruíz murió como debía morir: á manos de leales españoles, bajo el fuego y el plomo de nuestros fusiles.

La muette fué, sin embargo, más digna de lo que mereciera elcri-

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minal traidor que, llamándose sostenedor de una idea, pisoteó todas Iss del mundo civilizado, escarneciendo los más grandes sentimientos, ha- ciendo de la amistad un laza corredizo, atropellando, en fin, todas las leyes del caballero, del cristiano y hasta del hombre de la selva...

Ante el cadáver de José Martí, el famoso agitador separatista, un coronel español rezó una oración piadosa y se descubrió con respeto; á la muerte de Maceo, la pluma de Castelar escribió hermosas palabras de paz...

Para los restos de Aranguren, el olvido y la tierra.

El coronel Aranzave, que mandaba una de las columnas de la di- visión que operaba en la provincia de la Habana, tuvo una confiden- J cia de un prisionero hecho en los últimos combates á la partida de Aranguren, merced á la cual supo que este cabecilla acudía con fre- i cuencia á una finca llamada «Pita», situada entre Campo Florido y Ta- paste, y en la cual residían el padre y la amante del jefe insurrecto.

En su consecuencia, el coronel Aranzave, jefe de la diviiión de la Habana, dispuso una operación combinada en la que tomaron paite tres de las columnas á sus órdenes.

Una de ellas, mandada per el teniente coronel Binedicto, com- puesta de los batallones de la Reina y Canarias y un escuadrón del re- gimiento de caballería de Pizarro, en unión de las que mandaba el co- ronel Areces, avanzaron en dirección la finca citada.

Antes de comenzar el ataque se supo que Arangurea, con algunos rebeldes de su partida, se hallaban en un bohío de la Pita, y entonces se ordenó que el batallón de la Reina avanzase sobre el bohío, al mis- mo tiempo que el batallón de Pizarro, dividido en dos grupos, efectúa ba por los flancos un movimiento envolvente.

El resultado de la combinación de fuerzas no pudo ser más satis- factorio.

Nuestras fuerzas cayeron sobre los rebeldes que, sorprendidos, tu-

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vieron apenas tiempo para darse cuenta del ataque y huyeron presu- rosamente.

A los primeros disparos fué herido Aranguren, quien á pesar de ello montó á caballo y emprendió aceleradamente la faga; pero perse - guido de cerca por nuestros jinetes de Pizarro, recibió á poco dos ba- lazos más, que hiciéronle caer sin vida al suelo.

Además de Aranguren resultaron muertos cuatro insurrectos más, y se les hicieron cinco prisioneros, entre los cuales se hallaba la amante del cabecilla y su padre.

Reconocido el cadáver por núes tras fuerzas, fué encomendada su cus- todia á la escuadra de gastadores del batallón de la Reina, y éstos lo tras- ladaron á la Habana en una camilla.

A las siete de la tarde del 27 llegó el fúnebre convoy á la capital, que- dando expuesto en un patio del Go bierno militar, donde fué reconocido é identificado por gran número de personas, entre ellas muchos bombe- ros que le conocían y le habían tratado, siendo después trasladado al Manicomio municipal.

El cadáver no tenía sombrero y estaba vestido con traje azul, pan- talón de dril rayadillo, guayabera (especie de blusa) y media bota de cuero amarillo.

EL CORONEL SEÑOR ARANZAVE

**»

438

No hubo el día 28 ea España cosa que iateresase tanto á la opinión como la noticia publicada en todos los periódicos, trasmitida por los corresponsales en la Habana y confirmada en despacho oficial del ge- neral segundo cabo al ministro de la guerra, relativa á la muerte del cabecilla Aranguren.

Digámoslo sin hipocresía. El suceso causó unánime satisfacción por las circunstancias que concurrían en el titulado general insurrecto.

Había asesinado ó dejado asesinar á su noble é infortunado pro- tector, el teniente coronel señor Ruíz, y justo era que tuviese, ó por traidor ó por cobarde, un fin tan desastroso y obscuro.

Toda la prensa del citado día 28, así la ministerial como la de opo- sición, apreció el hecho con un mismo criterio y dedujo de él conse- cuencias iguales.

«—Dos años, dijo Za Correspondencia— se mantuvo xT.ranguren en Cayo Floiido, llegando repetidas veces á las puertas de la Habana, cuando allí había por lo menos doble fuerza que ahora. Hoy, merced á confidencias de que antes se carecía, el causante de la muerte de Ruíz ^a pagado todas sus culpas. Esto es un hecho contra el cual no caben retóricas, y que depone en favor de la eficacia de los nuevos procedi- mientos...»

«—Se comprende, dijo La /{poca— que el coronel Aranzave tuvo confidencias exactas que le permitieron realizar su hábil operación, lo cual constituye un síntoma favorable...»

En parecidos términos se expresaron los demás periódicos.

Resultaron, pues, demostradas en el concepto público, las venta- jas que en aquellos últimos tiempos y é favor de la doble acción poli- tico-militar, habíamos conseguido.

A la vez que las presentaciones, menudeaban los afortunados combates. Nuestro ejército restablecía las comunicaciones por el Cauto; asaltaba y destruía la residencia del gobierno insurrecto en Sierra Cu-

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bita, y rodeaba y mataba al presuntuoso Aranguren que durante año y medio había merodeado á su antojo por las cercanías de la Habana.

En esto último, y no en otros particulares hay que ver el alcance de la venturosa empresa realizada por los coroneles Aranzave y Bene- dicto.

Hdbía cesado, al fin, la vergonzosa anomalía de que tolos nos ex- trañábamos y lamentábamos casi desde el principio de la guerra.

El jefe de partidarios que recorría libremente una comarca situada á pocos kilómetros de la capital de Cuba; el que á menudo caía por sor- presa sobre sus arrabales; el que detenía el tren de Guanabacoa, apre- sando unas veces y dejando otras en libertad á los viajeros, había pa- gado coa la vida sus depredaciones y sus arrogancias.

Ya era tiempo.

Por esa razón, más aún que porque hubiera sido vengado el asesi- nato del malogrado y heroico jefe de ingenieros señor Ruíz, estimamos el suceso como una importante victoria.

Aconteció con la muerte del cabecilla separatista algo semejante á lo que pasara años antes con los bandoleros y secuestradores de Anda- lucia. Fueron éstos incoercibles y gozaron completa impunidad mien- tras la población rural les prestó apoyo, ocultándolos y engañando á la fuerza pública.

Sucumbieron uno tras otro, no bien los campesinos, fatigados de sus vejaciones ó deseosos de tranquilidad, se aliaron con la guardia ci- vil y le facilitaron la peligrosa tarea.

Por seguro tuvimos que no tardaría en repetirse en las demás pro- vincias de la isla lo que había sucedido en la provincia de la Habana.

Para las gentes del campo y de los poblados que necesitaban tra- bajar y vivir, el verdadero enemigo era á la sazón el insui recto mamhl.

I

CAPITULO XXXIV

Por la paz. Rumores de importantes presentaciones. El general Blanco en Manzanillo. Declaraciones del genera!. Su opinión y sus optimismos. Resumen de operariones en la provincia de la Habana. Noticias sobre la constitución del nuevo (/obierno insurrecto. Sigue la campaña de atropellos y fechorías por los rebeldes. Llegada del general Blanco & Santiago de Cuba. Obsequios y agasajos. Visita al Club de San Cdrlos. Encuentro victorioso en Caimasán. Petición extraña. La entraña del problema.

ODA la prensa de Cuba clamaba por la paz, gestionando

la concordia entre todos los partidos políticos.

Anunciábase la presentación en Las Villas de los

cabecillas Cayito Alvarez y Pancho Carrillo. Este rumor, del

que se hizo eco y se apresuró á trasmitirnos nuestro activo

corresponsal en Santa Clara, si se confirmaba había de in-

^#T- fluir poderosamente en la marcha de la guerra de Cuba.

Si esos cabecillas se sometían á la legalidad, bien pudie- ra deciise que habría terminado la insurrección en Las Villas, porque ni Regó, ni Roban, ni Chucho Monteagudo, podrían resistir por mucho tiempo.

De todas suertes se revelaba á la sazón una cosa que hemos de re- conocer: el esfuerzo que emplearan Marcos García y el general Agui rre por obtener resultados en beneficio de la paz, esfuerzos que, hasta la fecha, habían producido algún resultado y que constituirían buen éxito si Carrillo y Cayito reconocían con su gente la legalidad.

Regó tenía importancia, es verdad, pero ya en otra ocasión intentó

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presentarse y lo habría hecho con su partida, si no se hubiera precipi - tado la invasión de Gómez y Macea en el territorio de Cienfuegos, in- vasión que obligó á Regó á encerrarse en la Siguanea.

En la noche del 27 fondeó en la rada de Manzanillo el vapor que llevaba al general Blanco á Oriente.

A la mañana siguiente desembarcó el general en jefe del ejército en operaciones con su Estado ma- yor, habiéndole dispensado la población una recepción bri- llante.

Las tropas cubrían la carrera desde el muelle hasta la iglesia adonde se dirigió la comitiva oficial y en la que fué recibido el representante de los reyes de España con palio, cuyas va- ras llevaban los concejales del Ayuntamiento de Manzanillo.

En la iglesia se cantó un Te Deum, al que asistieron todas las autoridades y personas nota- bles de la localidad.

También acudió numeroso público de todas las clases sociales.

Terminada la ceremonia religiosa, el general visitó los hospitales, dirigiendo la palabra á los enfermos y dictando las disposiciones opor- tunas para el mejor servicio.

Después concedió una cruz vitalicia pensionada con treinta reales mensuales á todos los soldados heridos, y ascendió á segundos tenientes á los sargentos don Benigno Carrera Andradey don Constantino Casas Hoyos, premiando su bizarría y heroico comportamiento en acciones

de guerra.

Blanco &t

\

EL CORONEL D. LEOPOLDO ZALDUA.

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Al revistar las tropas hizo presente la buena impresión que le pro- dujo el estado de las mismas, y tributó elogios á los jefes por su celo.

* *

Dirijióse después el general al Ayuntamiento, donde presidió la sesión y pronunció un discurso expresando su opinión acerca de la marcha de la guerra y su cocfiarza en el nuevo sistema político pa- ra llegar en plízo breve á la paz con el apoyo del país, que no había escatimado recursos ni cejado en su propósito patriótico.

El gobernador general de Cuba se expresó ante el Ayuntamiento de Manzanillo en términos tan optimistas, que no pudieron pasar inad- vertidos para la opinión ni podemos nosotros dejar de nflt jarlos en estas páginas.

El país debe tener confianza en la próxima pacificación— dijo el capitán general de la gran Antilla.

Para fines del mes de Febrero anunció el general Blanco que se ha- bría logrado la paz definitiva, merced al nuevo sistema político y al ppoyo del país.

Para entonces— añadió el general todos los que no se hayan aco- gido á la legalidad serán combatidos enérgicamente, para lo cual Espa- ña cuenta con soldados y recursos.

Esto es lo que el general en jefe dijo en Manzanillo, base muy principal de las operaciones que debían realizarse en Oriente.

TeLÍamoa el deber de suponei que el general Blanco no había roto su discreto silencio sin contar con elementos bastantes para justificar ese optimismo, que allí, como en todas paites, hubo de producir muy stludable efecto.

La opinión del general expuesta con tonos enérgicos y con acento de absoluta seguridad, fué acogida con grandes aplausos.

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Dida la actitud reservada del general B'aaco desde que desempe- ñaba su alto puesto, pu3S jamás había hecho declaracioaes concretas acerca de la paz, sus palabras tenían grandísim.a importancia, y así lo reconocieron cuantos asistían á la sesión.

El fijar un plazo para la terminación de la guerra, tenía en labios del gobernador general de Cuba extraordinario interés é hizo concebir muchas esperanzas.

El mes de Febrero estaba á la vista y es bien corto; el plazo era breve y pronto había de decir el tiempo 1'" que hubiera de realidades en esos anuncios; perofaera torp3za insigne si no hubiésemos adverti- do que había que esperar andando; que la seca iba ya mediada; que era preciso operar en firme en Orienta; que mientras allí no se tomase la ofensiva de manera eficaz y se destruyeran los grandes núcleos que había organizado Calixto García y pudiera operai se por batallones suel- tos, nos permitimos dudar de resultados tan beneficiosos en fechas tan próximas.

No hemos sido pesimistas, ni tampoco optimistas, pues saludable es no exagerar los optimismos, como no entregarse al pesimismo siste- mático.

Si ésta hubiese sido la base á que se sometieran los juicios, ni se ha- bría sacado de quicio el alcance de aquellas opjracioaes en el Cauto, ni se hubiera dado tonos de fantasía á aquellos proyectos de ferrocarril del Cauto Embarcadero á Biyamo, como si faera cosa fácil la construc- ción, ni se dijjran otra porción de cosas que la realidad desvaneciera con rapidez vertiginosa.

Las declaraciones del general Blanco fueron consoladoras: ¡ojalá que los hechos hubieran convertido su5 palabras en sucesos venturosos para la patria!...

*

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Durante los tres meses que llevaba el general González Parrado al frente de la división militar de la Habana, ocurrieron 139 encuentros y se recogieron 251 rebeldes muertos y 32 prisioneros, 400 fusiles y 42.000 cartuchos, 2c6 machetes, 112 caballos y nueve cajas de dinamita.

En ese período de tiempo se presentaron á indulto 483 insurrectos.

La prensa de la Habana al publicar estos datos oficiales, aplaudió la gestión del general González Parrado.

Se despejaron, al fin, las dudas sobre la constitución del nuevo ¿'o- bierno de los rebeldes cubanos.

í^a verdad es que se necesitó mucho tiempo para saber á qué ate - nerse respecto de particular tan interesante.

El día 30 llegó á nuestras manos un periódico filibustero de Nueva York, donde se publicaban datos y noticias relacionados con este asunto.

Más que importante, es curioso cuanto ocurrió en la elección, y no queremos privar á nuestros lectores de su conocimiento. 9

Hubo, en efecto, Asamblea, pero no se verificó, como anunciaron, en Guaimarillo, ni se reunió, según indicara la primera convocatoria, el 2 de Septiembre.

Se celebró la reunión en la Yaya (Camagüey), y haba varias sesio- nes en la segunda mitad de Octubre.

El resultado fué el siguiente: para la presidencia se votó á Bartolo Massó; para la vicepresidencia á Méndez Capote; para la secretaría de Guerra á José Alemán; para la de Hacienda á Ernesto Fons Sterling; para la de Polífica exterior á Andrés Moreno de la Torre, y para la de Interior á Manuel Román Silva.

Se ratificó la confianza á Máximo Gómez en el cargo de generalísi- mo; se ascendió á Calixto García al puesto de lugarteniente general; se modificó la Constitución; se aprobaron adiciones so dre legislación civil y penal y se firmó uu manifiesto redactado por Capote en el que se in- sistía con calor en la revolución; hubo versos de los más afamados sin-

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soates de la manigua; se dieron un gran banquete en el potrero; des- pués tuvieron su guateque íntimo en que se consumió gran cantidad de maíz, yuca, puerco y lechón; jura solemne ante Lacret; un discurso de Massó en que se adjudicó, por acaso, los títulos de ilustre y héroe, y por último una revista militar en la que formaron nada menos que las fuerzas siguientes: los regimientos de caballería Camagüey, Eduardo y Góme\; el de infantería Jacinto y las escoltas de Vega Recio, fuerzas encargadas de la defensa de la Asamblea y escoltas de los representan- tes; total cuatro regimientos y varias docenas de escoltas, formando en junto la considerable masa de i.ioo hombres.

De los individuos del titulado Gobierno poco puede decirse; todos ellos, excepción hecha de Massó, carecían de personalidad y nos eran desconocidos; Méndez Capote no pasaba de ser un protegido de espa- ñoles caracterizados á quienes traicionó; Alemán, un pedante de Las Villas, también traidorzuelo, comprometido con Martí cuando se fingió amigo leal de autoridades españolas; Fons Sterling un muchacho edu- cado en la Academia militar de Mr. Pieasant, Sing Siiig de Nueva York; La Torre, un hijo de Cárdenas que estudió en Madrid lalacultad de Derecho hasta el cuarto año, y que luego fué á cultivar caña en Cienfuegos, y Ramói S.lva, un médico que estudió el bachillerato en el Instituto del Cardenal Cisneros y parte de su facultad en la Uaiver- sidad Central, tomando parte activa en los sucesos de Sinta Isabsl, provocados por los estudiantes, siendo gobernador de Madrid el señor Villaverde y J3fe de policía el coronel Oliver.

Esto es todo, siendo de interés el dato siguiente: de acuerdos to- mados en Octubre no pudieron dar cuenta los órganos filibusteros has- ta la mitad de Enero, lo cual demuestra que no gozaban de tanta liber- tad en las comunicaciones.

*

I

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Seguían los insurrectos su caaipaña de depredaciones, atropjllos ^ y criminales fazañas.

Uq grupo de cien rebeldes al mando del cabecil!» apodado el Pa- yaso, invadió en la noche del 28 el poblado de Varas (Pinar del Río).

El poblado estaba indefenso y los salteadores se llevaron todo lo que encontraron de valor despué j de maltratar y harir á varias personas .

Los pasajeros del tren de Pinar vieron el propio día colgado de un árbol el cadáver de un hombre. S3 supuso que era un extranjero que desde hacia algunos días estaba buscando buenos prácticos para recor- rer el país.

Los insurrectos volaron con una bomba de dinamita el tren parti- cular del ingenio «La Solidad», resultando del siniestro cinco hombres heridos. f

En Sancti Spíritus se presentó á indulto el titulado coronel de Sa- nidad del ejército libertador Antonio Torres. J

Había sido concejal autonomista de aquella población.

Continuaba la espectación que había despertado el viaje del gene- ral Blanco á O.iente, y esperábase que diera resultados favorables, quizás decisivos para la consecución de la paz.

La prensa reflejaba impresiones optimistas respecto al término de la guerra.

A las Oi-bo de la mañana del 39 desembarcó el general Blanco con su Estado mayor en S.ntiago de Caba, siendo recibido con gran entusiasmo por la población.

Dasde el muelle dirigióse inmediatamente á la catedral, donde se cantó un solemne Te Deum, en el que ofició de pontifical el arzsbispo de aquella diócesis.

El capitán general revistó después las tropas y visitó los hospita- les, concediendo varias cruces á algunos oficiales y soldados que se encontraban heridos.

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La población estaba engalanada, y muchos edificios públicos y particulares lucieron por la noche expJéndida iluminación, reinando por todas partes la mayor animación.

En el gobierno civil efectuóse la recepción oficial, que fué muy brillante y estuvo muy concurrida.

Después, el general Blanco recibió numerosas comisiones, entre éstas una de señoras, que le suplicó concediera alguna cantidad para socorro de los reconcentrados.

El general contestó á la petición, que precisamente era uno de los propósitos de su viaje, y ordenó queel Banco entregase mil pesos por cuenta del Estado para esos socorros.

* *

Por la noche la Diputación provincial de Santiago de Cuba obse- quió con un banquete de 75 cubiertos al general Blanco y su comitiva.

El presidente de la Corporación brindó por el ejército, la marina y los voluntarios, y el general Blanco, por el rey, la reina y la pronta pacificación di la isla, que era la aspiración de todos.

Terminado el banquete, el capitán general visitó el Casino Espa- ñol y el C'ub de Ssn Carlos, cuyos socios le dispensaron un cariñoso recibimiento.

La visita al Club de San Carlos fué una nota nueva y de lelativo interés.

Aunque ambas sociedades estaban situadas en la misma plaza, re- sulta que se hallaban una enfrente de la otra: ambas tenían el carácter de sociedades de recreo, pero las Aos significaban también en política tendencias diversas.

Como en Oriente habían estado, estaban y seguirían estando muy vivas las pasiones; como era Santiago de Cuba el punto donde quizá se

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había hecho siempre más alarde de enemiste d hacia España, el Casino Español había servido de refugio á los que no admitían discusión en punto á soberanía, mientras el Club de San Carlos, cerrada La Filar- monía, vino á representar, sin que sus estatutos dijaran una palabra, la tendencia más radical, la autonomía más expansiva.

El general Blanco, realizando la política amplia de contemporiza-

CRUCEKO «VELASCO»

ción y hasta de atracción, visitó ambas sociedades, y por seguro tenemos que formando en su séquito irían al Club de San Carlos jefes y oficiales del ejército "español.

Y sería la vez primera, desde que estalló la guerra á la fecha, que se vieron uniformes en los salones de aquella sociedad de recreo.

Después de esas visitas, el general Blanco embarcó en el vapor V illaverde para continuar á la madrugada su vieje de inspección hacia

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la costa Norte, donde visitaría Gibara y Holguin, pasando luego á Nue- vitas y desde este puerto á la capital del Camagüey.

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Comunicó el día 30 el comandante general de la ju'isdicción de Holguin, general Luque, la noticia de un encuentro victorioso con los rebeldes, el día 21, en Caimasáo, término de Bsguamo.

Trabado combate entre ambos bandos, la lucha fué empeñada y ru- da; pero nuestras tropas realizaron coa acierto un movimento envol- vente qu3 desconcertó al enemigo, el cual apeló á la foga, dejando en el campo cinco muertos y llevándose incontables heridos.

La victoria costó á nuestras fuerzas dos soldados muertos, y heri- dos el comandante don Segando Camarero, el teniente señor Luque, hijo del general, y veinte de tropa.

La columna rfgresó á Holguin el día 27, al mismo tiempo que la del general Linares, que había operado y practicado reconocimientos por la jurisdicción de Bayamo.

El ganeral Luque pedía con urgencia en su despacha al Estado ma- í

yor 100.000 raciones y reses.

Esta extraña petición revestía verdadero interés y creemos necesa rio llamar sobre ella la atención por la urgencia con que el general Lu- que pedía á la Habana raciones y reses, pues no hemos de olvidar que se trataba de una jurisdicción, vivero siempre de ganado y plaza en co- municación fácil con Gibara, cuyo puerto no ofrecía peligro alguno.

Y nos fijamos en este aspecto del telegrama por creer que ya iba siendo hora de que se antepusieran á la impresión que pudieran produ- cir pequeños encuentros, calificados de entretenimientoj de la guerra, aquellos otros aspectos que constituían el neivio fundamental del p;o- blema.

4él

Difícil era que se curasen de repente vi'-ios añejos, y uno de estos fué el de exagerar las cosas en uno ú otro sentido, según la impresión reinante. Por esto volvía á hablarse ala fecha de preparación de gran des operaciones en Oriente, de haber cambiado radicalmente las condi- ciones en la alimentación del soldado, de haberse organizado ó consti- tuido la guerra, logrando éxitos tan traídos y llevados como la con- quista del Cauto, cuya conservación exigiría un verdadero ejército y cuya posesión costaba ya algunas centenares de bajas. De esta manera se alimentaba una ilusión que al desvanecerse con el tiempo, hubo de aumentar la amargura y el desencanto en la opinión.

El buen deseo y el celo con que el general en jefe procuraba aten- der á las necesidades del soldado desde que llegó á Cuba, habían pro- ducido á la fecha provechosos efectos, sin que nadie pudiera negarlo: pero bien correspondidas por unos, mal interpretadas por otros y des- atendidas por bastantes, es lo cierto que sus disposiciones no habían dado el resultado que se perseguía, y así vimos que el problema de la alimentación del soldado continuaba en pié á los dos meses de dictadss aquéllas, como se desprendía del despacho del general Luque, quien, apenas regresaba á Holguín á los ocho días de haber salido, se veía pre- cisado á pedir alimentos con urgencia para sus soldados.

Y este problema de las subsistencias debiera haber merecido poner- le bien de relieve, porque en él iban envueltos la salud y el vigor del soldado y porque además afectaba fundamentalmente al orden econó mico y político.

Los desastres de la guerra; la ruina de muchas familias; la descon fianza que al comercio iaspiraba el régimen imperante; los precedentes de suspensión de pagos y abonarés incobrables; la falta de seguridad

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que se tenía en la realización de los nuevos créditos; el haberse con- sumido los fondos especiales de los cuerpos, que suplían deficiencias producidas por la falta de pago de las atenciones corrientes; todo esto había creado una situación dificilísima que se determinaba por una ci- fra de 65 millones como importe de obligaciones pendientes; la decla- ración de desiertas de la mayoría de las subastas para suministros; el tenerse que hacer en muchas ocasiones con la garantía personal de los jefes de columna, etc., etc.

No podía remediarse tal situación con la satisfacción de créditos por valor de trece millones de pesos, por cuya cantidad había girado contra el Tesoro Nacional el ministro del Gobierno insular señor Mon- t Jio, y como no se remediaba con esto el problema, éste seguía con to dos sus caracteres, y levelación de ello era la demanda del general Laque. |

Respecto de las reses fs posible que por falta de fuerzas no se pu dieran recoger en Hjlguín, pero las había abundantes en Oriente y en el Camagüey. Podían los jefes de columna llevarlas á las poblaciones después de abastecerse en las maichas: claro está que no habrían de lo- grarlo sin batirse.

En cuanto á las grandes operaciones de que se hablaba, bueno fue- ra no echar en olvido que en todo el departamento oriental apenas si había 12.000 hombres en condiciones de operar en la forma que exigía U campaña en un departamento Heno de sierras, montes vírgenes, ríos caudalosos y donde el enemigo llevaba tres años de vida regalada.

Hubiera sido mejor haberse fijado más que en las cosas chicas, en las que afectaban al conjunto y entraña del problema. Base para esto fué el despacho del comandante general de Ilüiguín.

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CAPITULO XXXVI

Preocupación oficial. Los planes y manejos de los ynnkees. Hallazgo del cadáver del te- niente coronel Ruíz. Su traslación ala Habana. El entierro y las honras fúuebrec Encuentro en Quivicán. Derrota del cabecilla Callazc. Ataque del ingenio < !onstan- cia». Muerte del cabecilla González. Ataque á un convoy. El general Ochoa eti Sie- rra Maestra. Comentarios. El viaje del general Blanco. El crucero Vizcaya á Nueva York. Salida del buque del puerto de Cartagena.- Vitita de despedida del comandante general de la escuadra. Una buena costumbre restablecida. Lo que nosotros hubiéra- mos preferido.

N las legiones oficiales no se disimulaba ai finir el meS de Enero la preocupación producida por el estado de los asuntos exteriores.

La gente que no era oficial se pregu-^.taba por la ra- zón de un conflicto posible capaz de surgir de meras visitas de ^ cumplido; puesto que, según las versiones ministeriales, todo ^7 cuanto ocurría en aquellas idas y venidas de barcos era pura

expresión decordialidad. En rigor, y el conocimiento de la verdad no tardó en patentizarse, lo que hubo fué que los Estados Unidos se vieron chasqueados con los resultados obtenidos por la presencia del Maine en las aguas de la Ha- bana. Perdida la esperanza en que la duración de la rebeldía, coa fuer- za bístante á consumir las fuerzas de España, trajese á sus manos los destines de la grande Aatilla, los norteamericanos buscaban, seguí muy luego se vio de modo evidente, el conflicto entre las dos naciones.

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Pero no querían aparecer como los provocadores ante el mundo civi lizado.

Todo su afán á la fecha era que la provocación material, el hecho último del rompimiento partiera de nosotros. A facilitar la ocasión fué el Maine á la bahía de la Habana y se anunciaba ya la próxima llegada de otro barco á la de Santiago de Cuba. Ea la misma Península e ra probable que se buscase cualquiera agitación popular que pudiera sei- vir de causa ó por lo menos de pre texto.

La conducta de la población de la Habana descompuso sus planes y los dejó en evidencia ante la faz de Eu- ropa; pero no por eso cejaron en sus arteros manejos \o%yankees.

De niños es cerrar los ojos á lo que asusta, creyendo que porque no se le ve desaparece; es propio de hombres mirar frente á frente al peli- gro para encontrar el medio de ven cerle. (¿uizá lo que más hubo de apenarnos en la situación dificilisi- ma en que se hallaba la patria en

aquellos momentos (situación más grave que las que había arrostrado en todo Jo que iba de siglo), fué la confianza en que veíamos adorme- cidos á todos los que hubieran debido estar muy despiertos y alerta para procurar el remedio.

El cartujo que le dice á su hermano de reclusión con inoportuna

insistencia siempre que le encuentra ¡Morir tenemos!, no es nada li.<!o¡i- gero ni agradable; psro realiza una obra misericordiosa recordándole

Jo cerca que está la muerte de la vida.

rNO DE LOS SOLDADOS MUERTOS EN EL COMBATE DE CAIMARAN

455

En el bohío donde ocurrió la trágica escena de la muerte de Aran- guren fueron encontrados dos muchachos que resultaron ilesos de les disparos. Interrogados por el jefe de la columna dijeron que ellos co- nocían el lugar donde fué enterrado por los insurrectos el cadáver del desgraciado teniente coronel señor Ruíz.

En su consecuencia, la columna del coronel Aranzave salió para el sitio donde aseguraron los chicos que yacían los restos del malaventu- rado jeíe, para recogerlos, á cuyo efecto se llevó un sarcófago metálico.

Las noticias dadas por los dos muchachos al coronel Aranzave res pecto al paradero del cadáver del malogrado mártir de la paz, fueron confirmados por un negro insurrecto de la partida de Aranguren pri- sionero de las tropas, y resultaron ciertas.

Fuerzas enviadas por el general Valderrama para practicar un re- conocimiento en el lu¿ar indicado por aquéllos, en la finca de «San Joaquín», de Campo Fiorido, junto á una mata de mango, encontraron en efecto, el día 30, el cadáver del señor Ruíz.

Iba con la columna el negro prisionero y un criado de aquél. Cuan- do se removió la tierra y quedó el cadáver al descubierto, enseguida lo reconoció el servidor de Ruíz, al observar en el cráneo la cicatriz de una antigua herida y otros rasgos particulares, que destruían la meacr duda acerca de su identidad.

El cadáver, que se hallaba ya en estado de descomposición, fué encerrado en el sarcófago metálico y conducido á la Habana.

Por la noche entraba el fúnebre convoy en la Habana custodiando los reitos del malogrado jeíe de ingenieros, que fueron depositados en la Qainta de los Molinos y trasladados después al cementerio, en don- de se instaló la capilla ardiente.

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La traslación al cementerio del cadáver se efectuó con toda solem- ¿

nidad. Iba la caja fúnebre sobre un furgón de artillería y detrás mar- í

a

chaban formardo lucido séquito, el general segundo cabo de la Habana, ^

señor González Parrado, todos los generales jefes y oficiales que se ha- ^

liaban en la capital y muchos amigos particulares del finado. 1

A la mañana siguiente recibió cristiana sepultura, haciéndosele los honores correspondientes.

¡D. £. P. el heroico jefe del ejército español!

♦**

El batallón de Otumba batió el día 31 cerca de Quivicán á la par- tida de Collazo.

Hallábase el enemigo en posesión de posiciones muy respetables que rodeaban y defendían su campamento, donde tenían víveres abun- dantes, aitillería y otros pertrechos de guerra.

Los rebeldes fueron desalojados de sus posiciones y puestos en fu- ga, abandonando tres muertos y quedando el campamento en poder de nuestras tropas.

Al siguiente día, fuerzas del propio batallón, al mando del teniente coronel señor Ruíz Adame, con los escuadrones de Pizarro y Numancia de la división de la Habana, volvieron á batir en Conseca á la propia paitida de Collazo, haciéndole 17 muertos, que recogieron, y cuatro pri- sioneros, armamentos, municiones y efectos.

La columna tuvo en los dos encuentros 11 soldados heridos y cua- tro caballos muertos.

El día 39 una partida eneoaiga atacó el corte de caña del ingenio «Constancia» de Larrondo, en Las Villas.

Acudió á rechazar á los rebeldes una guerrilla particular de movi- lizados pagada por el dueño del ingenio, y el combate fué bastante rudo

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y muy sangriento, muriendo en la refriega el jefe de la guerrilla y once individuos de ella.

También murieron cinco paisanos délos que trabajaban en el corte de caña, y quedaron otros cuatro heridos.

Los rebeldes dejaron en el campo dos muertos, que al ser recogí-

INSURRECTOS DE TIOILANCIA EN LAS TRINCHERAS DE UN CAMPAMENTO

dos é identificados resultaron ser el cabecilla Miguel González y el ti- tulado teniente Felipe Rodríguez.

En la zona de Sancti Spíritus fue atacado un convoy á Mayaji- gua por la partida de Alonso, de 2 3o hombres, emboscados en Riga, que causaron á las fuerzas que custodiaban aquél, siete muertos y tres Blanco 58

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heridos, contándose entre los primeros el teniente don Josquín Millán AibECÍn y un sargento. Fuerzas de ingenieros persiguieron á la parti- da, y el batallón de Borbón batió un grupo enemigo hiciéndole diez muertos y tres prisioneros y cog'éndole armas y caballos.

El batallón de Murcia alcanzó á otro grupo de la partida, al que causó seis muertos y le cogió armas.

En Manzanillo, el general Ochoa batió al enemigo en Sabanatama; y penetrando en las estribaciones de S:erra Maestra, llegó á Dos Bocas y Triflna y tomó el campamento de una antigua colonia militar que pertenecía al gobierno de una subprefectura, con talleres de herrería y zapatería, que destruyó, recogiendo cuatro muerto?, cinco armas de fuego, cuatro caballos y botiquín.

La columna tuvo siete heridos de tropa.

En la línea férrea de Matar zas á Güines, cerca de este último pur- to (Habana), estalló el día 2 una bomba de dinamita colocada por los rebeldes en la vía, al pasar un tren de viajeros.

Por fortuna no ocurrió ninguna desgracia personal.

*

Ofrecieron algún interés estas últimas noticias de la guerra, y me- recen, por tanto, algún comentario para que nuestros lectores puedan formar concepto de le marcha de los sucesos.

El ítaque al ingenio «Constancifc», situado en Las Villas, produjo desagradable efecto.

Fuera el ftC-jcstanda» del marquéj de Apezteguíp, no otro del mismo nombre y de la propiedad de Larrondo, también enclavado en aquella provincia, siempre resultaba que había sido vigorosamente ata- cado por los rebeldes, que habían resultado muertos el jefe de la par tida y el de la guerrilla, que habían muerto combatientes de ambas

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partes, y que habían caído también víctimas de la lucha sostenida, cinco infelices trabajadores.

Como el «Constancia» conocido era el del marqués de Apezteguía, y como éste habla sido conminado por Máximo Gómez un mes antes para que suspendiera los trabajos de corte y molienda, con la amenaza de arrasar la finca si no cumplía esta orden, y como el señor marqués despreció tal amenaza, negándose á suspender los trabajos y diciendo &\ generalisimo que íaera. ala. ñaca, donde se le recibiría á tiros, in- clinóse la gente á creer había sido el ingenio de este señor el atacado; paro fuera éste ó el otro, la importancia estuvo en el hecho, no sólo porque hacía tiempo que en aquella zona azucarera no había fuerzas rebeldes para ataques tan rudos, sino por efectuprse después de las presentaciones que en Las Villas se habían realizado, dando alientos al optimismo.

Respetando los informes que de allí llegaron, nos llamó la aten- ción que un cabecilla como Collazo tuviera artillería en el campamen- te de Qaivicán, al ser atacado por el batallón de Otumba; porque el tal Collazo, que no era el Enrique conocido, sino un mulatón cual- quiera, no había pasado nunca de ser el jefe de una manada de ban- doleros.

Y por último, era interesante el pronto regreso á la Hibana del digno genersl Blanco, señalado por los corresponsales para de un momento á otro.

La expedición había silo má5 corta de lo que se creyó al salir de la Habana.

El viaje del gobernador g;neral originó una gran espectación.

Como la fantasía de las gentes no solía tener límite, sobre todo en estas cosas de la guerra y de la política cubana, como sobre ello se de cía y se escribía más por prejuicios que por conocimiento de la serena realidad, se hizo entender que aquel visjj obedecía á una de estas dos

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causas: ó asistir á la intuguración de una vigorosa y combinada ofen- siva en Oriente que demostrara gran impulso en las operaciones, ó á dar con su presencia en aquel departamento, mayor relieve á los actos de sumisión de importantes cabecillas.

Da estas exageraciones resultó un mal.

Fué difícil evitar cierta desilusión en las gentes al ver llegar á Ja Habana ti general Blanco sin que se hubiera realizado ninguno de aquellos supuestos objetos de su vifje.

¿Nx» hubiera sido, por tanto, más prudente no haber dado al viaje otras proporciones que las que tenía, que al fin no eran otras que las de girar una visita que podría llamarse de inspección, recogiendo per- sonalmente impresiones y noticias sobre el terreno en el departamento donde la guerra ofrecía mayor importancia?

Si asi se hubiera hecho, á nadie habría extrañado la vuelta del general Blanco á la Habana, sin que se hubiese iniciado la ofensiva y sin que Rabí y otros cabecillas hubieran hecho ante él su presentación.

i

*

Navegaba ya hacia las cost&s americanas el crucero Vizcaya, en- cargado de devolver la visita hecha por el Maine á la Habana.

Uno délos mejores buques de nuestra Armada, el que llevaba el nombre de la noble comarca española que guarda más hierro en las entrañas de su tierra, y que tantas pruebas \\\ dado de amor al trabajo y á la libertad, navegaba con lumbo á los Estados Unidos, para desple- gar frente á los puertos yankees la bandera española.

A las dos y media de la tarde del último día de Enero zarpó con rumbo á Las Palmas, para continuar viaja á la América del Norte, el acorazado Vi\taya.

La salida del buquj de guerra del puerto de Cartagena fué real-

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mente solemne. Inmenso público ocupaba las escolleras de! muelle, prorrumpiendo en calurosos vivas á España y á la Marina. Numerosos totes acompañaron hasta la salida del puerto al barco. Las tripulacio- nes del Oquendo j del María Teresa, subidas en las vergas, daban vi- vas á España y á nuestros marinos. La música de la escuadra tocó la marcha de Cádi^. El entusiasmo en aquellos solemnes momentos fué indescriptible.

Poco antes de levar ancles estuvo á bordo del Vi:{caya el coman- dante de la escuadra, contralmirante don Pascual Cervera, y despidió á la tripulación con las siguientes patrióticas frases:

«—Vengo á despediros en nombre de la patria, del rey y del Go- bierno, y en representación de todos vuestras compañeros, deseándoos buen vif J3 y congratulándome del excelente espíritu que noto en vo- sotros y que es igual en toda la escuadra de España.

s>La misión que lleváis es de paz y la cumpliréis bien seguramen- te, como cumpliríais de igual modo otra cualquiera.

»¡Q le mañana tengáis el gusto que yo teago hoy de abrazar en ; u despedida— á los que marchan en honrosa comisión, á los que de jó- venes hayan navegado con vosotros cuando mandéis una escuadra!

»Siento no acompañaros, pero pronto nos hemos de ver. ¡Viva la patria! ¡Viva el rey! ¡Viva la reina! ¡Viva la Marina española!»

Estas frases fueron acogidas con inmenso entusiasmo, y los vivas contestados con delirio.

* *

Con ese cambio de vi«.itas y con la anunciada de un crucero noi- teameiicano á Santiago de Cuba, pulimos ya considerar restablecida la buena costumbrt-, que no debió interrumpirse nunca, mjnos en cir-

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cunstancias anormales como las de Caba, de qu ; los buqujs de guerra extranjiros frecuentasen nuestros puertos y nuestros buqujs visitaran los suyos.

Rota hacía tres años esta costumbre, por inspiración del peor de los enemigos, el miedo, y restablecida á la fecha, au ique en hora ino- portuna, por ioiciativa del Gobierno yankee, correspondía al nuestro utilizar todos aquellos provechos que eran la consecuencia natural de esas visitas.

Debiérase la visita del Maim ni propó;ito de hacer tan s5lo un acto de cortesía, ó bien al temor de que en la Hibaua se atrepellara á algún subdito norteamericano renl ó postizo, nuestro Gobierno es- taba en el deber de devolverla, y comisionó al Vi'icavj para que lo h'ciera. Nosotros hubiéramos preferido que la devolvieran los des- íroyers, que soa buques más modestos, y en cuya visita nioguna na- ción podía ver alardes de fuerza, en ocasiones molestos; pero nada impedía que las devolviesen unos y otros.

Se quejaban los yankecs de que la vigilancia que habían tenido que establecer en sus costas en obsequio al Gobierno español para im- pedir las expediciones filibusteras, les había obligado á gastar crecidas sumas que el gobierno yankee hacía subir á algunos millones de pe- setas.

Con la presencia de nuestros caza -torpederos en los puertos eo que se venían organizando las expediciones, sierr.pre previamente co- nocidos por la policía que tenía organizada nuestro infatigable minis- tro señor Dupuy de Lome, el Gobierno español pudiera haber releva- do al americano de esos gastos y molestias que htsta la fecha habían sido de resultados, no ya deficientes, sino totalmente nulos.

En cambio, uno de nuestros destróyeres, fondeado cerca del bu- que que pretendiera llevar una expedición y que lo siguiera en su via je, hubiera dado seguramente resullsdos mucho más satisfactorios.

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Nada había en esto de agresivo, ni siquiera de descortés; nada que menoscabase en lo más mínimo los derechos ni los prestigios de nadie.

¿Por qué, pues, no se aprovechó la visita cambiada entre los bar- cos americanos y los españoles, para hacer lo que debiera haberse he cho desde el principio de la insurrección cubana?...

CRUCERO «ISLA. DE LUZON»

Acompañar y vigilar no constituye atentado alguno en ningún Código, y hubiera bastado, quizá, con la compañía de uno de nuestros destróyer s, cuya velocidad es tres veces mayor que la de los buques filibusteros, para que ninguno de éstos intentase siquiera un desem- barco en Jas costas de la gran Antilla.

CAPITULO XXX Vil

Todo por la paz. Escasez de noticias. Rumores desag.adablei. Ni optimistas ni pesimis- tas.— El general Blanco en Gibara. Presentación de un oficial yatikee, La dinamita en Cuba. Explosión de dos bombas al paso de un tren.— Ataque de los rebeldes. Columna de socorro. El enemigo rechazado y duramf-nte castigado. Consideraciones. Combate en Arrojo Hondo. Operación combinada contra Calixto García. Las columnas de los generules Linares y Luque. Destrucción de campamentos y defensas, y dispersión de partidas.

'oDO por la psz. Este era el lema de cuantos creye ron de bueaa que la paz se lograría con Ja conce- sión de una amplia autonomía á Cabn; pero los meses transcurrían, se realizaban cuantos esfuerzos eran po- sibles, y todavía no se vislumbraba el día feliz y deseado por todos.

Con mejor voluntad que fortuna veníase procurando en ^^^^ Cuba un movimiento social en favor déla paz, esfuerzos gene- ^Ví) rosos que pronto se traducirían en listas y excitaciones de ca rácter público, para que se supiera que había en equel país fuerzas socia- les de importancia que no querÍ9n la guerra.

El mes de Febrero que iba deslizándose, fué el que se trataba de aprovechar en los trabajos para la paz; mes que ofreció todos los carac- teres de armisticio, mes en el que el general en jefe, jefes en operacio- nes, gobierno insular, prensa y hasta las señoras pusieron su influencia y poder al servicio de la psz por medio del convencimiento.

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Para lograrlo no hubo nada que no se ofreciera, no hubo resorte que no se tocase, no hubo garantía que no se facilitase.

Labor extraordinaria, esfuerzo colosal, empleados para el logro de la paz deseada.

Si nada se conseguía, si al final de la jornada en busca de la paz se encontraba un campo estéril para tales beneficios, volvería la lucha

CRUCERO «CASTILLA»

apasionada y sin tregua, la ofensiva eficaz y violenta: tal era al menos lo que había ofrecido el general Blanco.

Hubo que esperar lo que saldría de todo esto; pero tal espera había de mortificarnos, porque el tiempo tenia para nosotros un valor inapre- ciable.

Los días que se pasasen en la inacción producirían grandes desgas-

Blanco 69

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tes en nuestro campo y serían vida para el enemigo, que confiaba en vencer por mayor resistencia.

Pasado Fvibrero ¿qué tiempo quedaba en Oriente para operar?

Escasamente mes y medio, y eso apenas si sería bastante para mo- verse en aquel laberíatico departamento.

Esta era la situación de las cosas en Cuba al comenzar el mes de Febrero del 98.

# * *

Las noticias de la guerra carecían de importancia. So recibían mu- chos telegramas, pero no contenían má" que menudencias.

El general Pando, que llegó el día á Cienfuegos, se embarcó para la costa Narte con el propósito de encontrarse con el general Blan- co qui era esperado el día 2 en Gibara.

En los círculos políticos se cotizaron el día 3 rumores desagrada- bles, relacionados con la guerra y la situación política de la isla.

El mismo fuiídamento tenían esos rumores, que los circulados en los anteriores días anunciando la pacificación de la gran Antilla para el plazo de una semana.

Ni lo uno, ni lo otro.

Los alarmistas por una parte, y cié; tos amigos oficiosos del Gobier- no por la otra, nos sorprendían frecuentemente con noticias que eran más ó m mos interesantes hasta que se demostraba su falsedad, y con l9s cudes no se f (vorecia gran cosa la causa de la paz en que tanto in- teréi tenia el país entero.

Los rumores del citado día 3 se relacionaban con la situ <ción del gobierno insular.

Se dijo que el miaistro de Gobernación y Justicia, señor Govín,

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había dimitido su cargo, como medio de obligar á que se hiciera una modificación de aquel gabinete en sentido radical, para pactar con los insurrectos la paz de Cuba reconociéndoles los grados.

Y se añadió que, noticioso de todo ello el general Blanco, había re- gresedo precipitadamente á la Habana.

El general Blanco debía llegar á la capital de la isla de un momen- to á otro. Lo tenía así anunciado desde tres días antes.

Ptro el Gobierno no tenía noticia del puato en que se encontraba á la techa el capitán general de Cuba.

En cuanto al resto del rumor alarmista, bastíi decir que tenía el mismo fundamento que la llegada del general Blanco á la Habana.

Ni pesimistas ni optimistas. Ni el yieje del general Blanco tenía la importancia que se le dio, ni aquellas famosas noticias que anunciaron poco menos que la total pacificación de Cuba en aquella misma semana, tenían fundamento alguno, ni había sufrido el grfcve problema altera- ción sensible en sentido optimista ni pesimista, ni ocurrió nada que rompiera el estado de atonía en que se vivía.

Esta es la resultante que se determinó por los mismos periódicos que hicieron concebir ilusiones de venturosa pacificación.

***

España era fiel retrato en aquella fecha del personrje de Terencio, que se atormentaba á si mismo.

Nada nuevo había ocurrido ni en Cuba ni en nuestras relaciones con la República norteamericana que justificase los pesimismos de un día, tan gratuitos como el optimismo de otros.

En la gran Antilla se hallaban las cosas y las personas en marcha regular por el camino derecho, que era además el único posible y á cu-

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yo extremo había que llegar, no de UQ vuelo, siao con paso seguro y por progresivas etapas.

Ss avanzaba, explorando el terreno, y se trabajaba en los intereses y en los áaicnos, segúa es de costumbre y de necesidad hacerlo en los momentos que preceden á la terminación de todas las guerras civiles.

Tampoco había habido cambio alguno en la actitud del gobierno de Washington. Podría pensar y desear todo lo mal que se quiera, pe- ro teníamos que atemperarnos á lo que decía, si bien no perdiendo un instante de vista sus manejos arteros y viviendo á toda hora preveni- dos y apercibidos.

No; no respondieron á nada cierto, á nada nuevo, á nada malo, las aciagas impresiones acogidas dicho día por una parte del público. Por otra parte, no creímos nunca que el Gobierno central fuera tan débil que prestara oídos á ciertas pretensiones y nos complació el ver que hacía público su propósito de vencer en Cuba, no tolerando nada que significase rebajamiento para la patria.

Carecía por lo visto el Gobierno de noticias refarentes á la crisis que amenazaba al gobierno insular, y en caso alguno entendía que pu- diera modificarse la Constitución cubana.

No autorizaba optimismos, y rechazaba todo cuanto se decía sobre el fracaso del régimen autonómico.

Negó que las relaciones con los Estados Unidos atravesasen un pe- ríodo crítico, y aceptó como verdadera cortesía la presencia de los bar- cos americanos en nuestros puertos antillanos.

Aparentaba no impacientarse por la falta de operaciones de guerra y seguía esperando en el brío y la abnegación de España para llegar á la pacificación de la isla y á la solución del problema, asistida por el concurso déla opinión universal, ante cuyo fallo era indiscutible é im- prescriptible su derecho.

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***

El día I." llegó el general Blanco á Gibara, cuya población hizo al gobernador general un recibimiento cariñoso y entusiasta. La multitud que acudió á saludarle dio muchos y entusiastas vivas á España, á Cuba española, al general Blanco y á la autonomía.

El general en jefe asistió al Te Deum, y después revistó las fuer-

CRUCERO «INFANTA ISABEL.

zas de la guarnición y conferenció extensamente con el general Luque y los jefes de los partidos locales.

Entre otras medidas, ordenó el general Blanco la movilización de una compañía de voluntarios y socorrió ¿ los reconcentrados.

Las operaciones militares realizadas por los generales Luque y Li- nares, dieron por resultado que Calixto García tuviera que fraccionar las fuerzas de su mando, no consiguiendo atacar á Sama, como se pro- ponía.

Sama es un barrio cercano al puerto del mismo nombre, el cual se

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halla en la costa Norte, próximo al S. O. de Punta Gordo, en el caho de Lucrecia.

Las divisiones que mondaban dichos generales continuaban en mayor escala las operaciones.

En la madrugada del 3, el general Blanco continuó viaje á Nue- vitas.

En marcha por elcamino de Holguía la columna que mandaba el general Linares, presentóse á éite un yankee bien vestido, quien dijo i que era capitán de artilleiía del ejército norteamericano y había es- tado al servicio de los insurrectos, y que se 'presentaba á indulto por- que los rebeldes no le habían cumplido las promesas que le hicieren de pagarle determinada cantidad mensual.

El oficial del ejército y arkee llevaba en el cinto 5.000 pesos en oro.

Las columnas que operaban en Las Villas hicieron prisionero i un titulado jt fe de Sanidad de los rebeldes, y ocuparon 7.500 cartuchos y varias armas.

En el departamento oriental, cerca de la estación de San Vicente, próxima á Santipgo de Cuba, estallaron dos bombas de dinamita al pa- sar un tren que conducía trabejadores por la trinchera del Mao, entre Boniato y San Vicente, que inutilizaron la plataforma de un coche y unajiula con ganado.

Los iníurrcctos que habían colocado las bombas y esperaban em- boscados en las inmediaciones, y que eran unos cien hombres capita- neados por el cabecilla Cebreco, trataron de arrojarse sobre el tren, contra el que hicieron nutrido fuego; pero la escolta, formada por 17 soldados, les hizo frente y los contuvo contestando al fuego.

Las explosiones dividieron el tren en dos, y la máquina, que no sufrió avería alguna, continuó la marcha á toda velocidad hasta la pró- xima estación de San Vicente.

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Dado allí aviso de lo que ocurría, salieron la guerrilla local y un escuadrón de caballería en socorro del tren detenido.

Estas fuerzas llegaron rápiíiamente al sitio en que aún continua- ban defendiéndose los 17 valerosos soldados de la escolta, y cargaron sobre el enemigo, que, ante la ruda ?cometida, h lyeron y se dispersa- ron, abandonando en el campo cinco mué tos y armas.

Los guerrilleros de Dos Bocas aseguraron que ios rebeldes se lle- varon muchos heridos.

Las consecuencias de la explosión de las bombas fueron lamenta- bles, pues de los trabsjadores de la línea resultaron uno muerto y diez heridos de gravedad, siendo las bajas de la tropa tres soldados muertos y cinco heridos, más otros tres por efecto de la explosión.

* * *

Ese nuevo atentado de los rebeldes orientales ofreció bastante in- teré;, no sólo por continuar los wííwtóís su criminal campaña dina- mitera contra los ferrocarriles, sino por el lugar donde se produjo el siniestro y el choque entre la guerrilla de Dos Bocas y el cabecilla Ce- breco.

Está tan próximo á Santiago de Cuba, que se recorre la distancia á caballo en tres cuartos de hora por el camino que va al Cristo.

Y fué de llamar la atención que u'\ cabecilla de la importancia de Cebreco, sustituto de José Maceo y segundo de Calixto García en aquel departamento, se atreviera á llegar á Dos Bocas,— el lujar más pinto- resco de Cuba y San Vicente, con sólo cien hombres, pues sólo se ex- plica, ó por haberse subdividido extraordinariamente lasfuerzí^s rebel- des, ó por gozar de una confianza grande, casi absoluta.

Una columna formada por el batallón de Extremadura y varias

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guerrillas, batió en Arroyo Hondo (Las Villas) á las partidas concen- tradas de Alejandro Rodríguez Machado y otros cabecillas, que forma- ban un total de 6 do infantes y 6o caballos.

El combate duró cinco horas, y los rebeldes al retirarse dejaron en el campo 27 muertos, un prisionero, muchas municiones, varias ca- jas de dinamita y un cañón.

La columna tuvo un muerto y tres heridos.

Practicando reconocimientos la columna del general Linares por varios puntos cerca de Holguín, sostuvo reñidos combates con partidas rebeldes que ocupaban obras de defensa bien atrincheradas.

Los rebeldes, perfictamente municionados, estaban escalonados en el camino y se opusieron á la marcha de la columna. Esta los arro- lló briosamente, obligándoles á retirarse y á dejar franco el camino, causándoles muchas bajas.

La columna tuvo cuatro soldados muertos y dos oñciales y treinta y un soldados heridos.

Hacía días que había coincidido en Holguín, con las fuerzas de aquella comandancia general, la columna del general Linares que man- daba la jurisdicción de Santiago.

Dijpués de conferenciar este general y el jefe de la zona, general Luque, con el general Blanco, en Gibara, emprendieron operaciones combinadas al objeto de quebrantar al enemigo, reconcentrado en aquella jurisdicción para mantener la comunicación con las fuerzas in- surrectas del Camagüey.

Apenas el general Luque movió sus fuerzas hacia el interior, en-

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contró al enemigo en Melones, viéndose obligado á sostener combate en el que tuvo su columna nueve heridos.

El enemigo dejó en el campo seis muertos.

Convencido Cilixto García de la imposibilidad de realizar el plan que le llevó á Halguín, dividió sus fuerzas y eludió la persecución re- dándolas en extensa zona, que el general en jefe durante su estancia

en Gibara, dispuso fuera minuciosamente reconoci- da subdividiendo las co- lumnas, sin perder enlace, para aumentar el número y contrarrestar con movi- mientos rápidos y combi- nados la diseminación de los rebelde?, obligándoles á empeñar combate.

Cumpliendo las instruc- ciones del general en jefe, fraccionó el general Luque su fuarza reforzada con el batallón de Vergara y dos piezas, en tres columnas, que partieron de Fray Be- nito de Guanajay y IIol- güín, con orden de penetrar en Melones y reconocer después Las Margaritas, las cuales sostuvieron fuego en el lindero de Palma y en Seletón de Melones.

Dominadas las lomas por nuestras tropas, atacaron éstas de revés las trincheras, forzando al enemigo á retirarse en dirección á San Juan de Puercas y Biraguamo, de donde habían de salirle al encuentro les Blanco 6o

EL TENIENTE CORONEL HERA.S

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fueizss del general Linares, que, en electo, le escarmentaron duramen- te, trabando rtñidos ccmtatcs en Sao de las Minas, Doña Mirla de Ba- guamo y Berjandón de Bb guamo.

Al miimo tiempo que las fuerzas del general Luque avanzaban hacia las trincheras enemigas, la columna del general Linares practi- caba reconocimientos en puntos inmedi&tos á Holguín, ea los cuales se demostró que el enemigo había realizado muchas obras de defensa á fin de dificultar la marcha de las tropas.

Bien pronto se penetró el general Linares de que los reconocimien- tos le costarían sangre, pues el cabecilla Torres, con fuertes núcleos de rebeldes, se había escalonado en las trincheras, disponiéndose á re- sistir.

En estas condiciones tenía que ser penosa la marcha, pues habría de sostener á diario combates y escaramuzas.

Así sucedió. La columna del general Linares avanzó destruyendo las obras de defensa. El enemigo se fué replegando de unas en otras trincheras, siempre haciendo fuego, revelando disponer de municiones en abundancia.

El general Linares llenó el objeto de la operación destruyendo todo cuanto los insurrectos habían hecho para defenderse; pero costa- ron á la columna los combates que para ello tuvo que sostener, cuatro soldados muertos y dos oficiales y treinta y uno de tropa heridos.

El enemigo fué retirando sus bajas y dejó abandonados macutos ensangrentados, armas, municiones y varios caballos.

Desmoralizado el enemigo al verse sorprendido y enérgicamento atacado en puntos donde no habían penetrado fuerzas del ejército, se retiró con grandes pérdidas, abandonando muertos, armas de fuego, municiones, ropas, caballos y ganado.

Nuestras fuerzas, en columnas de lOO hombres, continuaron aco- sándole sin descansar, practicando extensos reconocimientos, destrtf'

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yendo cinco factorías y dos prefecturcs y recogiendo municiones, ví- veres y ganado en abundancia.

Los oficiales heridos en esos combates fueron el capitán de Zamora don Armando Mantilla de los Ríos y el teniente del ^batallón de la Constitución don Alfredo Vara de Rey.

Los combates sostenidos y las^ penosas marchas por terrenos abrup- tos y bien defendidos por el enemigo, pusieron de relieve una vez más la bizarría, el entusiasmo y la resistencia de las columnas, para com- pletar el éxito alcanzado sobre Calixto García y su gente.

CAPITULO XXXVIIl

El general Blanco en Nutvitas. De líuevitas á Puerto Príncipe.— Entrada triunfal en la capital liel Camagüey. Entusiasmo del pueblo. Obsequios y liomenajes. El regreso. Presentaciones en Jaruco. Encuentro en Quintana.— El general Pando en la Hnbana. Enirt vista con los periodistas. Censura rigurosa. Por la Paz Esperanzas é impresio- nes o, timistrtS. El proyecto del Secretario de Agricultura. Las impresiones del general Blarcü. Kii La Isalicla. En Cienfuegos. Aspeetode Las Villas.— Explendido banquete. Lh DeBj.cdida Llegada á la Habana. Resultado del viaje. Esperanzas. Nuestros deseos.

LEGÓ ti general en jefe á Nuevitas, donde fué recibi- do con gran entusiasmo.

El pueblo es pequeño, pero se observaba en él bastante movimiento, por ser el pueblo por donde se comunicaba con el resto del mundo la capital del Ca- magüey.

Apenas deíembarcó, y en el mismo muelle, le ofrecieron sus respetos, fdemás de las autoridades y muchas personas principales de la población, varias comisiones de señoritas que le ofrecieron ramos de flores.

Sin gastar mucho tiempo en estas manifestaciones de la ccrtesiaque tanto ígradaron al general Blanco, se dirigió á la estación férrea, don- de se acabi^ba de organizar el tren que había de conduciile á la capitel de la provincia.

Partió enseguida ia (xplcradora, y á poca distancia, teniéndola

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siempre á la vista, marchó el tren que conducía al general en jefe y su comitiva.

En previsión de cualquier contingencia, fué reforzada la escolta del tren.

Sin hacer alto en parte alguna, y con marcha rápida, recorrió el tren militar la primera línea férrea que se hizo en territorio cubano, sin que ocurriera novedad.

Hallábase la línea muy fortificada, y los puentes muy vigilados.

Los destacamentos presentaban armas al paso del tren; y en la es- tación de Las Minas se hallaba todo el vecindario, apercibido momen- tos antes del paso del general en jsfe, con estandartes y banderas, para tributarle una ovación afectuosísima.

A la llegada del tren á la estación de Puerto Príncipe, hallábanse en los andenes esperando al ilustre viajero, todas las autoridades y corporaciones de la capital, los P. P. Escolapios, representaciones de los partidos y gran número de particulares.

Las tropas cubiían la carrera, y en las calles principales aparecían cubiertas con diversas clases de colgaduras las históricas ventanas, coa enrejados de madera.

Al aparecer el general en la esplanada de la estación, llena de vo- lantas^ fué saludado por los cañones de la plaza y por un repique ge- neral de las campanas de las iglesias.

Su entrada en la ciudad fué verdaderamente triunfal. Seguíanle numerosos carru j;s, y el pueblo entero, á pie, vitoreándole sin cesar, y dando repetidos gritos de ¡Viva la pazi, ¡Viva la autonomíal

Las señoras le arrojaban flores desde las ventanas, y agitaban los pañuelos sa!ulándole y dando vivas á España.

En el camino que tenía qu3 recorrer la comitiva, se habían levan - tado tres preciosos arcos de triunfo, ostentando los lemas siguientes:

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¡Al hijo predilecto del Camaguey!, ¡Al meosújero de la paz!, y otros no menos expresivos.

Tras el carrusja ocupado por el general, á qui^n acompañaban el gobernador civil, señor Vasallo, y el alcalde, iban todos los que había en Puerto Príncipe.

En los balcones del gobierno civil, donde se hospeló el ilustre viajero, esperaban varias señoritas que, al paso del carruaje, le arroja- ron fljres y palmas, mientras el pueblo daba vivas á España, á Cuba autonómica y á la paz.

íj.^ Varias comisiones de camEgüjyanos esperaban en la lesidencia del señor Vasallo, para ofrecerle coronas y darle, en nombre de la po- blación, cariñosa bienvenida.

*%

Dos días permaneció el general Blanco en Puerto Príncipe, reci- biendo continuas muestras de cariño y de respetuoso homenaje.

Durante su estancia en la capital del Camaguey, no cesó el entu- siasmo del pueblo, distinguiéndose el elemento femenino.

Por la noche se improvisó un baile, que estuvo concurridísimo y brillante.

E! ganeral revistó á las tropas en los cuarteles, quedando altamen- te salisfecho del estado sanitario en que las encontró, y haciendo justos elogios del celo con que atendía el general Jiménez Castellanos á todas Ifs necesidades.

También visitó los hospitales militar y civil y los asilos, repartien- do entre éstos mil pesos.

El genersl Pando, que acudió á Put rto Piincipe á saludar el gene- ral en j<.f¿, c.lebró con éste una impDrtante conferencia, en la que se

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trató de la realización de grandes trabajos para emprender operacio- nes en gran escala en Oriente.

Ambos generales expresaron su felicitación al comaudante gene- ral del depart£ mentó central en términos calurosos, y después de de- jar instrucciones prácticas para la campaña, se despidió el general Blanco del Camf güey, recibiendo iguales agas jos de la población.

El viaja de retorno á Nuevitas se hizo sin novedad.

El general en jefe quedó gratamente impresionado de la visita, no sólo por haber levantado el espíritu de la población civil, sino por la buena situación y estado excelente en que se encontraban las tropas.

Desde Nuevitas regresó á Oriente el general Pando, tomando rumbo el gobernador general hacia Isabela de Sagua (Las Villas), en cuyo punto sería muy breve su permanencia, pues tenía el propósito de llegar á la Habana el día 9.

Se presentaron en Jaruco (Habana), el día 8, el titulado inspector general de prefecturas de la provincia, José Hernández Guzmán, Pedro Valle, titulado prefecto de la jurisdicción de Jaruco, y el conocido ca- becilla José Inés Machado, todos bien armados y equipados, anuncian- do en el acto de la presentación la subsiguiente sumisión de sus res- pectivas escoltas.

El comandante militar de Jaruco concedió una excepcional impor- tancia á esas presentaciones.

# *

Fuerzas del batallón de María Cristina batieron en Quintana (Ma- tanzas), á las partidas rebeldes reunidas de Bethancourt, Arango 7 Sanguily.

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Los rebeldes abandonaron en el campo de la lucha nueve muer- tos, entre ellos un capitán, armas, municiones y caballos.

Las b j iS sufíiJas por la columna fueron: ocho soldados muertos, y heridos el comandante don Agustín Aparicio y 22 soldados.

Cuando se creía al general Pando volviendo á Oriente para acti- var las operaciones militares, se presentó en la mañina del 8 en la Ha- bana, y apenas llegó á Palacio citó, de acuerdo sin duda con el gober-

VAPOR NORTEAMERICANO «CITY ÜF WASÍIINGTON»

nador general, á los directores de ios más importantes periódicos de la capital.

Acudieron todos á la cita, y una vez reunidos, les hizo presente la alta conveniencia de suspender toda polémica que envenenara los áni- mos, pues en aquellas circunstancias todo baen ciudadano tenia el de- ber de propender á la paz, aspiración suprema de E«pBña y de Cuba.

Las polémicas apssiocadas,— dijo el general el encono en las discusiones, aumentan la perturbación, y esto no puede consentirlo la autoridad, porque puede provocar sucesos que aumentarían las desdi- chas de que es víctima el país.

Añadió que la autonomía era un régimen definitivo, obra de ca-

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VOLADURA DEL «MAINK. EN EL PUERTO DK L\ HABANA.

Blanco 6 i

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rácter nacional, legelidad indiscutible, que debía reconocerse y acatar- se, y en tal concepto, no consentiría que se la atacase ni directa ni in- directamente.

A tal extremo pareció dispuesto á llevar adelante su propósito el genersl Pando, que amenazó no sólo con apretar los resortes de la cen- sura, sino con suprimir los periódicos que desatendieran tales reco- mendaciones.

«Es tan definitivc el régimen,— dijo á los directores de los perió- dicos—que no habrá partido en España que desde el Gobierno le cambiara. Ni los mismos carlistas alterarían esta legalidad.»

En tal concepto, y por ser indispensable que todos trabajasen por la paz, debiendo reinar ésta en los espíritus, mantendiía la censura con caracteres rigurosos, mientras no variaran las circunstancias en sentido tan favorable como debían desear todos los buenos patriotas.

Los directores expresaron al general Pando su propósito de respe- tar tan expresivas recomendaciones, pues tanto como el que más, de- seaban también ellos contribuir á la obra de la paz.

Como consecuencia de esta gestión, se creía que por algún tiempo no se reproducirían las campañas agresivas entre los distintos criterios que mantenían los periódicos de la Habana respecto del problema de la guerra en sus diversos aspectos.

***

Todos los ministros del gobierno insular alentaban las iniciativas bien intencionadas de personas prestigiosas que trebejaban por la paz, dándoles calor y medios para el mejor éxito de sus plausibles y patrió- ticos empeños.

Interrogado el jefe del gabinete insular acerca de las esperanzas

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que sobré esas gestiones se habían basado y difundido en la Peniasula, contestó que recientemente había recibido el Gobierno gratas noticias y satisfactorias impresiones, tanto de las Villas como del Camagü^y.

Confirmaba esas impresiones el hecho importante de que Máximo Gómez, por falta dfi elementos con que sostenerse seguro en Las Vi- llas, y por inquietudes acerca de la actitud de algunos elementos del Príncipe, se hubiese visto obligado á retirarse al Camagüsy.

Aun en la misma provincia de Santiago de Cuba, donde existían los principales núcleos insurrectos, advertíanse síntomas de discordia entre los cabecillas intransigantes y los que se mostraban inclinados á acogerse al nuevo régimen.

Insistió el señor Gálvez en que, á la sazón, como antes y siempre, había creído indispensable el concurso activo y simultáneo de la ac ción política y la acción militar.— «Al mismo tiempo dijo— que deben hacerse llegar á todas partes los beneficios positivos y concretos de la autonomía, requiérese como esencial é imprescindible, el esfuerzo per- severante de las armas. El Gobierno insular está decidido á prestar efi- cacísimo concurso á la realización de los propósitos del general Blan- co, representante de la Metrópoli, sin suscitarle dificultades ni promo- verle contrariedades.»

«Tal es— dijo al terminar el señor Gálvez— el programa cerrado del gobierno insular.»

» * *

El secretario de Agricultura proyectaba la creación de colonias de trabajadores, para salvar de la miseria á los que carecían de ocupación.

Las colonias serían organizadas por el Estado, contando con el au - xilio de los particulares.

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De la realización de ese pensamiento, que fué muy aplaudido, se esperaban grandes beneficios y opimos resultados.

Interesante faé el proyecto que trataba de llevar á la prá;tica el secretario de Agricultura, Industria y Comercio, don Laureano Rodrí- guez: la organización de colonias por el Estado para aliviar la suerte de los trab.j adores.

Estando en aquellos momentos realizándose las operaciones de la zafra, cuantos de buena quisieran trabajar, encontrarían ocupación bien retribuida; no era, pues, urgente á la fecha, el establecimiento de las colonias, pero era de previsión y buen sentido preparar la obra para después, porque en ellas podía estar una de las bases más firmes de la reconstrucción del país.

No sabemos qué sistema habría de escogerse, aunque era de supo ner que tuvieran como fundamento el carácter militar para que fuera mayor la garantía.

Si en Cuba no se hubiera desatendido ese aspecto importantísimo de sus problemas; si desde el 78 se hubiera trab jado allí eficazmente en la colonización, bien militar, bien por familias peninsulares, reno- vando la sangre española, atendiendo á las obras públicas, se hubieran evitado muchos lutos, muchas lágrimas y el horrible espectáculo de una guerra espantosa, cuyos funestos efectos no tienen precedente en la historia.

**♦

El general Blanco hizo el viají desde Nuevitas al puertecito de La Isabela, sin novedad en la travesía, expresando durante ésta su satis- facción por las impresiones recogidas en su visita á Oriente y el Ca- magüey.

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El resultado de la excursión fué reanimar el espíritu público en ambas regiones.

Los elementos civiles y políticos se mostraron dispuestos á secun- dar la obra del Gobierno, y esperaban que se conseguiría pronto la paz.

Teniendo en cuenta las activas operaciones iniciadas y el quebran- to que había experimentado el enemigo, creíase que se decidirían á presentarse bastantes rebeldes, aceptando el régimen autonómico.

En La Isabela recibieron al gobernador general las autoridades de Sagua, tanto civiles como militares: el destacamento le tributó los ho- nores de ordenanza.

Dasde el muelle pasó al tren especial que la empresa del farroca- rril puso á su disposición, y á la media hora llegó la comitiva oficial á Sigua la Grande, el día 7, una de las más bellas y mejor cuidadas poblaciones de Cuba.

Las tropas que guarnecían la villa cubrían la carrera, y desde los numerosos fortines que circundaban la población, saludaron los desta- camentos al general, al dirigirse á la iglesia parroquial, donde se can- tó un solemne Te Deum.

El general en jefe visitó el hospital; conferenció con las personas más caracterizadas; excitó á los hacendados para que persistieran en las operaciones de la zafra; dio instrucciones relacionadas con la pre- sencia de las partidas, y recibió á varios jefes de guerrillas y volunta- rios, que trabajaban con gran actividad en la persecución de la partida de Robsu.

Por la noche fué obsequiado con un banquete por el Ayuntamien- to, pronunciándose brindis patrióticos en favor de la paz por todos deseada, «por las madres españolas, las madres cubanas y el país ente- ro», y despué: asistió á un baile que en su honor se dio en los amplios y elegantes salones del Casino Español, donde fué objeto de las mayo-

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res atenciones; pudiendo asegurarse que el recibimiento dispensado por Sagua al representante de España, fué verdaderamente entusiasta. Los vivas al ejército, á España y al rey, apenas se interrumpían durante el tiempo que el general Blanco permaneció en la población.

***

Al medio día del 8 llegó el gobernador general y su comitiva á la rica y hermosa ciudad del Sur de Las Villas, habiendo hecho el viaje desde Sagua á Cienfuegos sin incidente alguno.

En las estaciones del tránsito, y especialmente en Sietecito, Santo Domingo y Cruces, el general Blanco fué objeto de vivas demostracio- nes de respeto y simpatía.

Durante el trayecto que media desde Sagua á Cienfuegos, tuvie- ron ocasión de contemplar, los que iban en el tren, las operaciones del corte de caña en varias fincas; las chimeneas de los ingenios, con sus largos penachos de humo, indicaban que había vuelto la vida del tra- bajo en aquellas zonas.

Según todas las noticias recogidas en el vieje, ascendían á unas cuarenta las ñacas azucareras que á la fecha molían en la provincia.

Este detalle y las impresiones reinantes, revelaron que la insurrec- ción estaba muy decaída en Las Villns, á lo cual habían contribuido muy eficazmente los últimos combates librados en aquellos días.

En la estación esperaban á la primera autoridad de la isla, todas las autoridades, corporaciones y jefes del ejército, marina, voluntarios y bomberos de la ciudad.

Las calles est&ban muy animadas y la carrera cubríanla los volun- tarios, que luego desfilaron con gran brillantez ante el general en jefe á los gritos de ¡Viva España!, ¡Viva el rey!

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Como en las demás poblaciones, el capitán general de Cuba visitó los hospitales y los cuarteles, entre éstos el de voluntarios, que era magnífico y estaba situado en la amplia plaza de Armas; el Casino Es- pañol y el Liceo.

Por la noche se le obsequió con un expié adido banquste, en el

que le saludaron con afectuosas frases en nombre de los partidos cons- titucional y autonomista los señores Porrúa y Pernas, y brindó por Es - paña, el ejército y los voluntarios, el coronel de éstos, señor Ramos Iz- quierdo, á quién debía la jurisdicción grandes beneficias durante su campaña de dos años en aquella zona.

La despedida que se tributó al general en jefe en Cienfuegos, fué muy afectuosa y más entusiasta aún que el recibimiento, dándole re- lieve los voluntarios, que le acompañaron con música y con antorchas hasta el muelle.

El general entró en el vapor entre los gritos de ¡viva España! ¡viva el Ejército! ¡viva Blanco! ¡viva la autonomía!, dado por los voluntarios y el pueblo.

En el muelle de Bata bañó esperaban al general Blanco el goberna- dor de la provincia señor Bruzón, el general Pando y el marqués de Apezteguía.

Sin detenerse en el Surgidero ni en el pueblo, siguió la comitiva el viíje en tren especial y á gran marcha hacia la capital.

En las estaciones del tránsito, sobre todo en San Felipe y en el Rincón, el pueblo salió á saludar al general: en la de Villanusva espe- raban al gobernador general todos los secretarios del gobierno, el se- ñor Congosto, el general González Parrado, el obispo, ganerales, jefes y oficiales francos de servicio y numeroso público, que á la llegada del tren prorrumpió en vivas á Blanco y á España.

Frente á la estación tributó los honores de ordenanza una compa- ñía con bandera y música.

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Ya era de noche cuando el general Pando y su séquito llegaron al palacio de la Capitanía general.

* *

Terminada la excursión del general Blanco poi las provincias orientales de la isla, y habiendo despertado gran interés el viaje, era natural que al tocar á su término se fijase la gente en el resultado.

Por de pronto, regresó el general Blarco á la Habana con la mis- ma comitiva. No fueron con él á la capital de la isla, ninguno de los importantísimos cabecillas cuya presentación se anunciara: únicamen- te hicieron con él el viaje desde Ciecfuegos á la Habana, los cabecillas ya presentados con anterioridad Massó y Qaesada.

No por eso fué infructuoso el viaje, en el que recibió el general impresiones directas; fué objeto de demostraciones de respeto y consi- deración en todas paites, distinguiéndose el Camagüey, pueblo esen- cialmente autonomista.

Seguramente dejaría también instrucciones para que se activase la

camp&ña.

El país quería la psz, pero en Oriente era indispensable antes ha- cer la guerra con gran energía.

Así lo pedían los mismos autonomistas y todo el país leal.

Era necesario que los insurrectos orientales sintieran la acción de las armas, y sin esto no llegarían nunca las presentaciones que se es- peraban. ' .

Logró el general un conocimiento minucioso del estado en que se encontraban todos los servicios y alcance de todas las necesidades.

Satisfecho por haber levantado el espíritu público en Oriente y el Camagüey, el general hallábase bien impresionado, más que ésto, sa- tisfecho, del resultado de su expedición.

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Deseamos nosotros que las esperanzas se cor virtieran en realida- des; que las promesas se tradujeran en hechos; que las coronas y guir- naldas camagüeyanas no fueran manifestación de las ilusiones de un pueblo que pedía la paz, sino expresión viviente y eficacísima de un trabajo consolador y real.

CRUCERO «ALFONSO XII»

El viaje, que tantas esperanzas hiciera concebir, estaba hecho y ha- bíase realizado con los mejores auípicios para los deseos de todos.

Sus benéficos resultados quedamos esperándolos, toda vez que has- ta la fecha todo se había reducido á la revelación de buenos deseos y esperanzas más ó menos fundadas.

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CAPITULO XXXIX

Discordias en el campo infurrecto. Odios y desconfianzas. Las proclamas de Massó. Con- tra la autonomía. Importante combate en Sancti Spíritus. Encuentros en las lomas de los Cristales. Huerto del cabecilla Octavio Rodríguez. Quien á hierro mata... Las cartas del generalísimo. Activa campaña de los laborantes. AgitHcion política. Nue- vos emií-arios de psz. ImportHOtes operaciones en Oriente. Derrota y dispersión de la partida de Calixto García. La columna Nario. Nuevas fuerzas á Oriente. La guerri- lla de San Diego de los Buños. Confutión. Las cancillerías europeas. Síntomas de crisis trascendentales en el problema cubano.

ODOS los presentados lo decían, y habia una porción de hechos que lo confirmaban: la vida entre negros y blancos rebeldes habíase hecho imposible en el campo insurrecto, las discordias crecían, las vacilaciones au- rcentabfn, las luchas intestinas estaban minando y aca- bf rían por matar la insurrección. Sintieran ó no sintieran la autonomía, fueran de buena ó de mala gana los pre- sentados, era indudable que la nueva política y los nue- vos procedimientos, acabarían por decidir á unos y debi- lilir las intransigencias de los otros.

No podía preverse el resultado final de la campaña, pero había motivos sobrades psra confiar en el éxitc, no sólo por la acción de nuestros elementos, siró per la descomposición en que á la fecha se encontraba el enemigo.

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La desconfianza entre ellos mismos era tan grande, que se pasaban el día y la noche vigiláadose mutuamente. Ya no se encomendaba á nadie una comisión sin que al comisionado acompañasen seis ú ocho negros de los más dispuestos á lyncharle al primer síntoma de deser- ción que en aquél observasen. Ya los periódicos, tan solicitados antes, estaban prohibidos en los campamentos para que no se leyoran noti cias de presentaciones ni se conocieran los beneficios del nuevo re- gimen.

Crecía la propaganda en contra de la autonomía; se hacían correr las noticias más estupendas sobre combates en que ellos habían ganado, y sobre la actitud resueltamente favorable de los Estados Uaidos.

El asesinato del infortunado te aiente coronel señor Ruiz, se rela- taba en hojas sueltas, comentándolo como uaa prueba de lo potente que estaba la insurrección, que no quería ni oir proposiciones de paz. En la misma provincia de la Habana acababa de ser macheteado uno de los jef^s más queridos y respetados de los rebaldes, el titulado coronel Luís Delgado, porque observaron los intransigentes sicarios del dictador dominicano, que andaba en tratos para presentarse por mediación de su familia.

Los blancos odiaban á los negros, y éstos llamaban á los blancos literatos que no servían para pelear.

Se habían repartido profusamente las proclamas del nuevo presi- dente de la República cubana, Bartolo Missó, y de la asam.blea de re- presentantes, proclamas dedicadas exclusivamente á combatir la auto- nomía y á dar alientos é infundir esperanzas á los insurrectos. Se escri- bfa más que nunca á los periódicos yanquis, y se interceptaba y sustraía la correspondencia particular de todos, para evitar que el consejo de los amigos ó los afectos de I^ familia, decidiera á los débiles á abando- nar la manigua.

Al mismo tiempo los jetes rebaldes que ya habían adquirido entor-

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chados, procuraban huir del peligro, y pasaban la vida apartados, ha- ciendo de majases, para que los beneficios de un arreglo los cogiera vivos y sanos y pudieran disfrutarlos con arreglo á su categoría.

Ello era que en los campamentos matnbtses no se hablaba más que de la autonomía y de las presentacioaes, de las ventajas que esto reportara y de ios inconvenientes que ofrecía. Muchos querían hasta el reconocimiento de sus empleos militares; otros creían que iban á re- partirse grandes cantidades de dinero.

* #

En la jurisdicción de Sancti Spíritus libróse el día 8 un combate de importancia.

La columna que mandaba el teniente coronel don Modesto Nava- rro, compuesta del batallón del Rey y un escuadrón del regimiento de la Reina, dio alcance al titulado regimiento rebelde de Taguasco, obli- gándole á trabar combate, del que resultaron diez insurrectos muer- tos, que dejó el enemigo en el campo, entre los que figuraba el aban- derado.

Se cogieron, además, dos prisioneros, uno de ellos herido, muchas armas y municiones, un botiquía, la tienda de crimpaña del cabecilla y 62 caballos^con monturas.

La partida quedó completamente deshecha y disuelta.

Ese regimiento había venido manteniéndose en las inmediaciones de Sancti Spíritus desde hacía más de dos años.

En la provincia de la Habana, la columna que mandaba el coronel señor Rodríguez, formada por el batallón de Castilla y gueri illas, ope- rando en las lomas de los Cristales y otra^ inmediatas, batió el día 10 varios grupos rebeldes, haciéndoles ocho muertos, que abandonaron en su huida los insurrrectos.

493

Asimismo quedó prisionero en poder de nuestros soldados, el titu- lado alférez Arturo Hernández, que había sido herido en el combate. En éste se distinguió de un modo notable el sargento del batallón de Castilla don Adriano González, quien en lucha persDnal y cuerpo á cuerpo, mató á dos rebeldes, uno de ellos titulado capitán y llamado Martín Moreira.

El valiente sargento fué recompensado por su heroico comporta- miento, con el ascenso á segundo teniente.

Los cadáveres de los mambises fueron conducidos, para su identi- ficación y sepelio, al poblado de Guara.

Allí se averiguó que uno de ellos era el de Octavio Rodríguez, hermano del cabecilla Alejandro, jefe de las fusrzas rebeldes de la pro- vincia de la Habana.

La columna se apoderó también de gran cantidad de armas y mu- niciones, que abandonó en su precipitada fuga el enemigo.

* * *

En un combate sostenido el día 1 1 en las lomas de Correderas (Ha- bana), fué muerto el moreno Joaquín Labores González, uno de los autores materiales del asesinato del teniente coronel señor Ruíz.

Vanos significados personajes del partido autonomista de la Ha- bana recibieron el día la cartas del generalísimo Máximo Gómez.

Los sobres de esas cartas tenían sellos en tinta azul que decían: «República cubana.— Administración de correos de Ciego de Avila.»

Decía en ellas el jefe dominicano, que con la obra de la autonomía no se conseguía otra cosa que dividir á los cubanos.

Confiaba en el triunfo de la rebelión y les pedía que se unieran á suB fuerzas, que cada día crecían más y se organizaban mejor.

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Anunciaba una sorpresa: la terminación de la guerra en plazo bre- ve por una intervención extraña que daría el triunfo á la revolución.

Alardeaba de tranquilidad y decia que su servicio de comunica- ciones era tan perfecto, que ya no tenía necesidad de mandar su co- rrespondencia por el extranjero.

Esas cartas del generalísimo fueron interpretadas por el gobierno insular como indicios de desaliento, y se explicaban por la necesidad de atraerse nuevos elementos prestigiosos, y como un último esfuerzo para contener á la gente desalentada.

Conviene advertir que coincidieron las tales cartas con la activa campaña de los laborantes, para extender la idea de que el gobierna norteamericano se proponía intervenir próximamente en los asuntos de la guerra de Cuba.

La política volvió á agitarse en aquellos días, porque se habían acentuado loi síntomas de impaciencia entre los elementos radicales del régimen, haciéndose pjsible que surgiera una pronta y abierta di- sidencia en el seno del gabinete insular. í

En una leunión que celebraron el día 13 aquellos elementos, fué aceptada la proposición del señor Giberga, que afirmó la disciplina, pero excitando al gobierno insular á que practicase gestiones directas para el logro de la paz.

A consecuencia, sin duda, del acuerdo de los radicales, fué desig- nado don Juan Ramírez, jefe que fué en las filas rebeldes durante la guerra anterior, para que marchara á Manzanillo con una misión del gobierno insular.

El antiguo jefe de la caballería de Vicente García, que en e^ta úl- tima gujrra había vivido en la legalidad, se prestó de nuevo á trabajar por la paz.

Decimos de nuevo porque intervino, al comienzo de esta última contienda, en las gestiones que se hicieron cerca de Bartolo Massó, á

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la lecha titulado presidente de la «República cubana», psra que de- pusiera su actitud antes del desembarco de Maceo.

A partir de aquella fecha, consideró Ramírez infructuosa toda ges- tión, y dejando su destino de administrador de la aduana de Manzani- llo, se fué á la Habana con B3II0.

Al decidirse á ir á Manzanillo, ¿era que creía que podía conseguir

algo, ó era que iba á Roma por todo, para demostrar que se sacrificaba

en aras de la paz?

Hombre práctico, conocedor de la gente mambí, sabía bien lo que

jugaba en la partida.

Muchos se prometieron grandes y positivos resultados de su in-

tluencia; nosotros nos limitamos á registrar el hecho en la historia de

las negociaciones por la paz.

*

Importantes fueron las operaciones realizadas por las columnas de los generales Liaares y Nario, en combinación, en el departamento oriental contra las fuerzas rebeldes acaudilladas por Calixto García.

Adoptadas todas las medidas, los generales Linares y Naiio, al frente de las respectivas fuerzas de su mando, emprendieron la opera- ción combinada, cayendo sobre los rebeldes que ocupaban fuertes po- siciones en su campamento de Camaisán, punto situado en el término municipal de Holguín, de las que los desalojaron sucesivamente, no sin sostener ruda lucha, quedando dueños del campamento.

En los combates librados, nuestras tropas pelearon denodadamen- te, batiendo al enemigo y causándole considerables pérdidas.

Las bijas de la columna Linares fueron seis soldados muertos, y heridos los capitanes del regimiento de Asia, señores Ortueta y Mata- llón, el teniente de Zamora, señor Mateo y 39 individuos de tropa.

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Los campamentos que el enemigo ocupaba en los dos expresados puntos, quedaron destruidos.

Eq las operaciones que las referidas columnas efectuaron durante siete días, se recorrieron unas cien leguas, en su mayor parte por un terreno que hasta la fecha no habia sido visitado por nuestros soldados desde el comienzo de la campaña.

Díjose que los rebeldes quedaron muy quebrantados, aunque quedó

CRUCERO «REINA CRISTINA»

ignorado el número de sus bajas por haberles permitido el terreno re- tirarlas.

Calixto García, con el grueso de sus fuerzas, se replegó hacia el rio Contramaestre para rehuir á las columnas que le perseguían y le buscaban.

La columna Nario, compuesta de 900 infantes, 130 caballos y dos piezas de artillería, realizó marchas difíciles durante cinco días.

El día 10 llegó al sitio donde se hallaba acampado Calixto García, poniéndose en comunicación con las fuerzas de Linares, y siguiendo luego activamente las operaciones.

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Sostuvo ia columna Nario varios combates con el enemigo; se apo- deró de un fortísimo campamento rebelde, en el que' tomó y destruyó cincuenta trincheras, y sufrió y hubo de lamentar las siguientes bajas:

Muertos: cinco soldados.

Haridos; los tenientes don Francisco Manzano, don Luís Reza y don Eloy Soniche, el médico segundo don Juan Rodríguez y 44 indi- viduos de tropa.

En el campo de la acción se recogieron quince cadáveres de los in- surrectos, y se supo que llevaban gran impedimenta de heridos.

En la tarde del 14 salió de la Habana para Oriente el general Pan- do con un batallón y trescientos caballos, embarcados en un vapor fle- tado al efecto.

Pocas horas después zarpó otro vapor con provisiones de boca y guerra. Acompañaron al general los señores López Chaves, don Juan Ramírez y don Francisco Piá.

* * *

Preparábanse en ei departamento Oriental combates de impor- tancia.

Se destinaron á operar en aquella provincia nueve batallones y cuatro escuadrones, sacados de las provincias occidentales, y pronto marcharían á Oriente los generales Bernal y Marina, destinados á man- dar fuerzas del ejército en operaciones en aquel departamento.

La guerrilla de Santiago de los Baños, mandada por el sargento ' { Banito Lainez, recorría la jurisdicción de aquel pueblo para recoger ganado, cuando se encontró con un campamento enemigo.

Sin reparar ea el número superiorísimo de los rebeldes que lo de- fendían, los atacó con tal denuedo y empuje, sin darles tiempo á repo-

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nerse de la sorpresa, que sin grandes esfuerzos y muy débil resistencia por parte del enemigo, los desalojó y se apoderó del campamento, matando á dos jefes rebeldes, cuyos nombres no se citaron.

También fprisionó á la más célebre amazona de la rebelión cuba- na. Llamábase Isabelita Ruíz, era joven y hermosa y pertenecía á una familia rica.

Al estallar la rebelión se echó al monte, incorporándose á las par- tidas de Maceo.

En el ataque al campamento peleó con bravura, y fué herida y apresada por los bravos guerrilleros.

* *

Seguía revelándose la confusión en los telegramas de la prensa, en las manifestaciones de los círculos políticos, en las palabras de los mi nistros y en los comentarios de los periódicos.

[ncertidumbres, dudas, temores, esperanzas, desfilaban con veloci- dad vertiginosa, induciendo á todos á recelar del propio juicio y á no poner gran confianza en el ageno.

Notorio era que el general Blanco había'comunicado al Gobierno, á su regreso á la Habana, impresiones optimistas; pero nadie conocia el fundamento de sus vaticinios, limitándose los corresponsales á ex- presar que renacía la confianza en Oriente y Camagüjy, pero que eran naetester operaciones vigorosas anunciidas ya, y cuyo éxito se igno- raba aún.

Di Washington llegaban á cada hora encontradas apreciaciones: se atribuía á Mac Kinley una actitud de circunspecta moderación, y i Sherman propósitos de sacar de quicio las cuestiones planteadas, resol- vié.ndolas con temperamentos de violencia.

500

Los maricos americanos, que visitaban en actitud sospechosa las costas de Caba, otrecíanse como mensajaros de paz, hablaban de con- cordias duraderas y fraternizaban con los ministros insulares.

Mientras unos periódicos yanquis lanzaban frases jactanciosas y conminaciones depresivas, otros declaraban que su país no quería aven- turas belicosas ni se encontraba en condiciones de emprenderlas con garantías de éx to.

Por toda Europa, donde antes se mostrara cierto desdén hacía los asuntos de España, traían y llevaban nuestros asuntos interiores y co loniales, reconviniéndonos unos, estimulándonos otros, pero sin que pudiera transparentarss la actitud de las cancillerías.

Ante una situación semejante, todas las profecías y todos los au- gurios, íueron flores de un día que se expansionaban con el primer crepúsculo y se marchitaban con el último, y de falta de sinceridad pe- cara quien no se confesase desorientado.

Perecía, sin embargo, evidente que desde algunos días á la fecha (14 de Enero), habían comenzado á prepararse crisis trascendentales en Jos asuntos que más afectaban al supremo interés nacional.

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CAPITULO XL

Catástrofe espantosa. Voladura del Maiiie. Impresión en España. El suceso. Cuadro aterrador. Horrible confusión. Los primeros auxilios. ^Nuestras autoridades. El t'Tucero Alfonso Xll. Re ato de un herido. Versiones de los marineros del Maine. Las operaciones de salvame:íto. Las victimas. Origen del siniestro. Varias yersio- nes. Impresión hondísima en los Estados Unidos. Espectación. Un aplauso á nues- tros nobles y valerosos marinos.

?!NO á agravar la situacióa refl?jada al final del anterior 'f^ Capítulo, y á precipitar la trascendental crisis que pa- recía haber comenzado á preparar el destino aciago de la desventurada España, un suceso espantoso, que con- movió al mundo entero. La espantosa catástrofe del Matne, su- ceso siempre trágico y siempre doloroso, fué en las circunstan- cias en que ocurriera, de singular atención en España.

No nos encontrábamos en estado de guerra con la Repúbli- ca norteamericana; pero el espíritu público aquí como allí, también hallábase en tensión violentísima. No había cordialidad de relaciones entre los dos pueblos, aunque cambiasen palabras y notas de cortesía ambos Gobiernos.

Así no es extraño que cuanto guardara relación con los Estados de la Unión, hallase entre nosotros curiosidad viva y fuese obj ito de preocupación general, por las funestas consecuencias que pudiera acá-

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rrear. Lo mismo aconteciera y acontecía entre los norteamericanos cuando se tratara y cuando se trataba de algo que afectara á los espa ñoles.

Esta situación de los ánimos en uno y otro país era de evidencia tan elemental, que justificó en la prensa de ambas naciones la prima- cía en el relato y comento de un su:eso, que en otra ocasión no exci tara en nosotros sino la simple y humanitaria expectación ante la tre- menda tragedia.

Mas, por honor y por sentimientos de humanidad, propios de un pueblo civilizado y cristiano, hidalgo y generoso, debemos añadir á esa exposición sincera de la verdad, á la que siempre hemos rendido, y rendiremos á fuer de imparciales, verdadero y fervoroso culto, una protesta que, si huelga para quien conoce la historia de nuestra noble- za y de nuestra generosidad, no estará de más para quién, como los Estados Unidos, pi atendía y aun pretende presentarnos ante el mundo como un pueblo desprovisto de todas las posibles virtudes, quizá, por- que ellos las desconocen.

España es la tierra donde nació y cantó el poeta que frente al ene- migo implacable, pero ergrundecido por el genio militar, exclamó de este modo:

Inglés te oborreci, héroe te admiro.

Y más tardf :

La muerte de un vencido valeroso, solamente el que es v'l la solemniza.

* * *

La catástrofe del Maine entró de lleno en el número de las gran destiistezas humanas. Nosotros, y con nosotros España entera, y con

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España la Europa toda, ante esa horrible desventura, ante esa muerte llegada inesperadamente con todas las desesperaciones de una lucha inútil con los elementos, nos sentimos vencidos á honrada compasión y nos consideramos, y fuimos, sin duda alguna, considerados por los ' demás, incapaces de ponerla á cuenta de nuestros agravios nacionales.

Hubiéiamos querido, sí, en guerra abierta, ver cómo el poder ma- rítimo de la Cartago americana, caía destrozado y rendido al ataque denodado de nuestros buques de combate; habríamos contado nuestra gloria con orgullo, sin hallar acaso en la desdicha sgena un espectácu- lo lastimoso, recordando la tenacidad de tantas provocaciones injustas y de tantos insultos injuriosos.

Pero el Maine no sucumbió á los cañonazos ni á las embestidas de nuestros cascos; el Maine ardiendo y en ruinas y sepultado en el fon- do del mar, no es un testimonio de nuestro valor ni de nuestra fuerza. Fué, sencillamente, algo fortuito que escapa al juicio del hombre y per- tenece enteramente al de Dios.

Por eso España fué, ante la espantosa catástrofe del Maine, lo que siempre ha sido: frente á un enemigo artero y provocador, un pueblo resuelto á las más nobles altiveces; frente á hombres desgraciados, llá- mense como se llamen, y guarden en su pecho éstos ó aquellos odios, una nación pronta y fácil al dolor y dispuesta á las oraciones del cris- tiano.

* # *

A las nueve y media horas de la noche del 1 5 de Febrero, cuando toda la población de la Habana estaba en los teatros, en los cafés, en el Parque, oyóse el estampido de una explosión formidable que hizo tre- pidar muchos edificios de la capital.

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Fué tal el ruido que se oyera con la misma intensidad en toda la Habana, que de todas partes de la ciudad la impresión fué creer que el siniestro había sido la voladura del polvorín.

La gente corrió de un lado para otro, preguntándose qué había sido, alarmada por el terrible estruendo, que rápidamente hizo evacuar los cafés y centros de reunión, subiéndose unos á las azoteas de las casas y dirigiéndofe otros á los muelles con la ansiedad que es de ima- ginar, si ver subir delTcentro de la bahía densa columna de humo, en cuya base brilkban los rojizos resplandores de un incendio.

Desde allí se vio que estaba ardiendo el acorazado Maine, de la marina deguerra norteamericana. Parte del magnifico buque había desaparecido ya bsjo las aguas, y el resto sparecía envuelto en llamas.

uno á otro extremo del puerto percibíase fuerte olor á pólvora.

¡Un barco ardiendo! ¡Ha volado la Santa Bárbara! Este era el grito que se oía en todo el muelle, á lo largo de la bahía,

en Reg'a, en^todas partes.

Sin que en aquellos momentos pudiese nadie conocer la verdadera causa del siniestro, comenzó á circular la especie de que la explosión casual de una de las calderas del Maine había comunicado el fuego á la Santa Bárbara.

Una nueva explosión paralizó de terror á todo el mundo.

¡La dinamita! ¡La dinamita!— oíase gritar por todos lados. Hubo un momento de horrible confusión y las gentes comenzaron

á correr en todas direcciones, sin saber á dónde se dirigían. H

* * *

Cuando se repuso un poco It gente, llegaban al muelle todas las autoridades y al frente de ellas el general Blanco, el cónsul yankeg

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Mr. Lee, el segundo cabo, general González Parrado, el gobernador militar, general Arólas, el general Sslano, el alcalde de la Habana, marqués de Esteban, el gobernador civil señor Brezón, el secretario del Gobierno general señor Congosto y otras muchas personas del elemento oficial que acudían á enterarse personalmente del suceso y á dar las <3rdenes convenientes para remediar en lo posible la tremenda desgra-

EL CAZA TORPEDERO «PINZÓN»

cia que se presentía y prestar socorro á los supervivientes de la catás- trofe.

Ya el comandante del apostadero de la Habana, señor Manterola, había destacado varios botes de la Capitanía del puerto, que volvieron á poco diciendo sus tripulantes qiae había estallado una caja de dina- mita y un incendio á bordo del Maine, y que el crucero americano ardía, yéndose poco á poco á pique.

Desde los muelles se veían las llamas que salían por la culjierta y costados del Maine, que se hallaba hundida de proa y continuaba de- sapareciendo.

Blanco 64

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Con frecuencia se oían las detonaciones producidas por la explosión de sus bombas.

Pocos momentos después de la segunda explosión, nuestro crucero de guerra Alfonso XII, anclado á pocas brazas dtl Maine y el más in- mediato al buque siniestrado, dirigía sus feces eléctricos há^ia el sitio que ocupaba éste, iluminando la parte de la bahía donde eran necesarios los auxilios, y la lancha de servicio en la capitanía del puerto se dirigía al Maine para prestar socorro.

Cuatro marineros de ¡a tiipulación del Maine saltaron á la lancha de la Capitanía, rogando á su oficial que se retiraran, porque el bsrco que se hundía tenía en el fondo gran parque de granadas y dinamita. Momentos después se veía volar la cofa del barco, inclir.áadose la proa. A la luz de los rv flectores del Al/onso XII se veía admirablemente cómo ardía el Maine por su proa, principal foco del incendio.

La bfihía cuEJóse en un momento de toda clase de embarcaciones que iban y venían de las inmediaciones del buque incendiado á los muelles, tratando de acercarse á sus costados para prestar auxilio á sus tripulantef.

Las lanchas de auxilio recogieron los primeros heridos y los con- dujeron á la Mtchina, situada junto á las oficinas de la capitanía del puerto.

Los primeros auxilios que recibieron los supeí vivientes del Maine lueron prestados por la tripulación de nuestro crucero Alfonso XII, que se hallaba fondeado, como hemos dicho ya, á muy poca distancia del barco americano.

Los heridcs que pudieron escapar de la explosión y del incendio eran recogidos por nuestros valientes marinos y llevados á los buques- inmediatos y á la Machina.

* * *

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A bordo del Alfonso XII íwé llevado uno de los primeros heridos en el siniestro, salvado y recogido por nuestros marinos.

El herido era un marinero del Maine, que no estaba muy grave y que podía hablar, y que se puso á ha^er el relato de lo acaecido en los siguientes términos:

«—Estábamos desnudándonos, porque había sonado ya á bordo el toque de silencio.

Di pronto nos sentimos derribados^ lanzados en distintas direccio- nes, al mismo tiempo que oímos un estruendo muy grande, quedando todo el barco en las más profundas tinieblas.

En la obscuridad nos llamábamos á gritos los unos á los otros y muchos corrieron á buscar los botes de salvamento.

Oíanse muchos ayes desgarradores de los berilos: yo estaba en el suelo, tenía una pierna que no podía mover y el rostro inundado de sangre.

El comandante del crucero no estaba á bordo, ni tampoco el se- gundo, y aunque se comunicaban muchas órdenes dadas por los oficia- les de guardia y el contramaestre, apenas si se obedecía ninguna.

¡El dinamol ¡El dinamo que ha reventado! oía gritar en mi derredor.

Yo no supe má>. H iciendo un sobrehumano esfuerzo me incorporé como pude, me arrastré á gatas hasta la toldilla, y allí vi las llamas que partían de proa y que iban invadiendo todo el barco. Sentíamos qae éste se hundía; me agarré con otros compañeros á un palo y sal- tamos al primer bote que se soltó al agua, oyendo al abandonar el bi>que otra espantosa, terrib'e detonación, que parecía iba á hacernos volar por los aires. Sentíase también el ruido de varios cuerpos que caían al agua.

Ya no más. El comandante y algunos oficiales faltaban del buque desde el anochecer.»

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Otros dos marineros del Maíne, heridos y salvados de la catástrofe y conducidos al hospital de Alfonso XIII, refirieron el hecho con estas pocas palabras, á los que les interrogaron acerca del siniestro:

—«Poco puedo decir á ustedes— manifest<5— por que sentir el ruido, que me ha dejado sordo, y experimentar la fuerte sacudida y conmon- ción que me arrojó al mar, todo fué uno. Estábamos acostados unos, y otros desnudándose. Sonó la explosión y solo me di cuenta de que conmigo cayó al agua un pelotón de hombres.» ij

El otro marinero dijo, que él y un grupo de sus compañeros esta- ban en una de las cámaras centrales preparándose para acostarse, cuan- do oyeron el estampido y sintieron la fuerte trepidación que se produjo en elíbuque, y cuando quisieron salir, la cámara estaba casi anegada y el techo de ella comenzaba á arder.

El que esto refirió había conseguido con grandes esfuerzos subir á cubierta y sujetarse á un bote del Alfonso XII. Los demás compañe- ros que con él estsbsn en la cámara perecieron todos.

* if *

La noche era obscurísima, y esto, unido al estupor que produjo el siniestro, hacía más difíciles y arriesgadas las operaciones de salva- mento.

Téngase en cuenta, además, que en el Maine había mucha dinamita, algunos torpedos y no pequeña cantidad de otros explosivos aún más peligrosos, y así se comprenderá hasta dónde llegó la bravura y la ab- negación de nuestros marinos que, despreciando y arrostrando tantos peligros acumulado s en el buque extranjero; y apenas ocuri ida la catás- trofe, larzáronse á los botes para prestar auxilio á los náufragos y sal- var á los heridos de una muerte cierta.

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Pocos segundos habían pasado después de la explosión, cuando el comandante del crucero Alfonso XII ordenó que fueran lanzados al agua tocios los botes de nuestro buque de guerra.

Con celeridad inverosímil cayeron los botes al agua y en ellos em- barcó toda la marinería del Alfonso XII con los oficiales. Aquellas frágiles embarcaciones tripuladas por valerosos españoles pronto rodea- ron el casco del Maine. de cuyos costados y proa salía un torrente de llamas.

Al resplandor de los reflectores eléctricos enfocados sobre el Maine por el Alfonso XII, se distinguía á varios marineros del barco america- no colgados en las vergas, demandando auxilio y rodeados por las lla- mas que amenazaban devorarlos por momentos.

El cuadro era en extremo trágico, la escena dolorosa, imposible de describir.

Como el fuego iba consumiendo los restos del buque, no podían acercarse á él las embarcaciones de auxilio.

Los marineros españoles, á pesar de la lobreguez de la noche y de los peligros que les rodeaban, echábanse al agua para salvar á los nor- teamericanos que, heridos unos, abrasados no pocos y aterrados todos, luchaban con las olas y con la muerte.

Así se pudo conseguir el salvamento de los que al ocurrir la catás- trofe tuvieron tiempo de arrojarse al mar.

Algunos botes del Alfonso XU se colocaron al lado de la proa del Maine, donde se habían refugiado algunos marineros americanos. Eitos se arrojaron en brazos de nuestros marinos, los cuales los condujeron inmediatamente á bordo de la nave española.

Otros fueron ccjidos cuando flotaban en las aguas medio shoga- dos. Algunos tenían quemaduras tan horrorosas que al ser cojidos por los españoles lanzaban terribles y lastimeros gritos de dolor.

Muchos de ellos estaban semi moribundos y en la cubierta del Al-

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fonso Xn fueron asistidos y se les hicieroa las tristes y angustiosas ope- raciones que con aquellos se practican para intentar tornarlos á la vida.

Ningún bote del Mainefaé echado al agía.

El comandante del crucero yanqui y 24 oficíales se hallaban en el mjcnento de la explosión á bordo del vapor mercante de la matrícula de Nueva Yoik Ciiy 0/ Washington, anclado algo másléjjsque el Al fonso XII del sitio de la ocurrencia, desde la cubierta de cuyo barco presenciaron los últimos el trabajo heroico de nuestros arrojados marinos.

Poco después acudieron otros botes y lanchas de vapor del Arse- nal y de la comandancia de marina, que contribuyeron eficazmente al salvamento.

También maniobró con gran acierto la lancha cañonera Antonio Lópe\ y prestaron servicio útilísimo los botes del transporte de guerra español Lega^pi.

Más tarde, todos los botes y embarcaciones menores que existían disponibles en el puerto, con gentes de mar, fuerzas de voluntarios, tropas, bomberos y casi todas las autoridades, salieron inmediatamente en auxilio del crucero Maine, para hacer sobre humanos esfuerzos por la salvación del buque y, sobre todo, de la oficialidad y marinería que lo tripulaban, conduciendo los heridos, todos americanos, á la Machi- na, al Alfonso XII, al Lega\pi y al vapor mercante Ctty oj 'Was- hington.

Noventa marineros norteamericanos fueron recogidos, todos con heridas ó quemaduras.

Curados de primera intencionen el crucero Alfonso XU , en la

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Machina, en las casas de socorro de los muelles y en algunos barcos cercanos, fueron trasladados cuidadosamente por las ambulancias mi- litares y los bomberos del comercio, que acudieron inmediatamente á prestar tan humanitario servicio, á los hospitales de San Antonio y de Alfonso XIII.

En esos centros benéficos se les atendió con la más exquisita y ca- riñosa solicitud.

Componíase la dotación del buque dt 33 jefes y oficiales y 343 marineros.

Se salvaron el comandante Mr. Sigsbee, y toda la oficialidad, á ex cepción de los dos únicos que se cree se hallaban en el buque, prestan- do servicio de guardia ó vigilancia, en el momento de ocurrir la ca- tástrofe.

El número de víctimas que ocasionó la voladura del Maine, fué de 238 tripulantes y dos oficiales, que en su mayoría perecieron ahogados al ser lanzados al mar por el efecto de la explosión.

La mayor parte de los heridos que fueron conducidos á los hospi- tales sufiían quemaduras^ siendo muy escaso el número de los que re- cibieron heridas por golpe.

* * *

La versión más autorizada respecto al origen del siniestro fué que la explosión había sido consecuencia de un descuido, poco explicable pero muy verosimil y posible en un barco de las condiciones del si- niestrado, donde todas las operaciones de carácter mecánico que se realizan en el material de guerra se llevan á cabo con grandes precau- ciones, que, por lo visto, se desatendieron en aquel caso.

Según todos los indicios, la explosión se produjo por haberse efec-

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tuado la limpieza de los torpedos y haber dejado á éstos mal dispues- tos y en condiciones de un íácil y horroroso accidente, ó por una im- prudencia de la marinería encargada del servicio de los torpedos.

Robusteció esta versión el haber dicho el cónsul Mr. Lee, que él creía que la explosión había sido casual, añadiendo que el comandante Sigsbee le había anunciado aquel mismo día que se estaba procediendo en su buque á la limpieza y arreglo de los torpedos.

Otra de las versiones más acreditadas sobre el verdadero origen del suceso, fué también la deque hizo explosión una de las calderas en- cendida y destinada al movimiento del dinamo de la luz eléctrica, co- municándose el incendio producido á la Santa Bárbara del buque y verificándose la explosión de las municiones de guerra en ella acumu- ladas, y entre las cuales, según se dijo, abundaba la dinamita destinada á la carga de torpedos.

U;i tripulante del Maine manifestó su opinión de que la voladura se produjo pñmero en el depósito del algodón pólvora destinado á los torpedos.

El jefe del negociado de Navegación en el almirantazgo de Was- hington, interrogado por un periodista, expresó una opinión semejan- te, añadiendo que la circunstancia de no haberse ido á pique inmedia- tamente el crucero, demostraba que la explosión no podía ser atribuí da á la colocación de un torpedo debajo ó al costado del buque.

Díjose también que un contacto mal establecido en el dinamo que producía la luz eléctrica, incendió los envolventes aisladores de los ca- bles, el fuego se comunicó á los compartimientos de madera inmedia- tos y á los depósitos de pólvora, y por haber subido rápida y violen- tamente la temperatura en el recinto de la nave, explotaiou las cal- deras.

Esta versión fué apoyada por los datos suministrados por los oti- cialesdel crucero Alfonso XI J, vecino inmediato al Maine.

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Según esa versión, poco antes de ocurrir la explosión advirtieron los oficiales de guardia en el Maine, que se había iticiado un fuego á bordo, á consecuencia de un circuito formsdo cerca de los dinamos que fabricaban la luz eléctrica.

Convencidos de que era imposible atajar el incendio, se dispuso que cinco guardias bajaran á la Santa Bárbara para inundarla de agua.

Los infortunados tripulantes lograron su objeto á costa de su vida,

AFUERAS DE MATANZAS

que sacrificaron, evitando con ello que la catástrofe; fuera mayor.

El crucero español Alfonso XII no sufrió aveiia alguna, á pesar de que se hallaba á muy pocas brazas del Maine, lo cual sólo se explica por el hecho de que la explosión tuvo lugar de dentro á fuera.

La gran resistencia del casco y blindajes, impidió que el vaso del Maine fuera destrozado.

Volaron la cubierta, los compartimientos interiores, parte de las máquinas y armamento, y cuantos objetos llenaban el acorazado. To- dos ellos, convertidos en pedazos, fueron lanzados á gran altura y dis-

BlanCO 65

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taacía, y algunos cayeron sobre otros barcos, causándoles averías, aunque no de coasideraclón.

Los restos del Maine formaban una masa informe con las calderas al descubierto, destrozadas las torres blindadas, no quedando á flor de agua más que parte de la popa, donde se notaban averías, viéndose in- tactos los cañones de tiro rápido y el proyector eléctrico, y mantenién dose erguido un solo palo, en cuya cofa veíase un p?queño cañón de tiro rápido.

La causa de no haberse sumergido totalmente el buque, fué debida á que el Maine calaba 23 pies y el sitio de la catástrofe tiene de fon- do 28.

La catástrofe produjo impresión hondísima en los Estados Unidos. En España causó la noticia gran espectación, lamentando todos los es- pañoles la trágica muerte de las desventuradas víctimas del siniestro y aplaudiendo la conducta heroica y la abnegación laudable de sus vale- rosos marinos.

CAPITULO XLI

España ante la catástrofe del Maine. Dolorosa enseñanza. Pérfidas insinuaciones. ^Era de presumir. Acusación absurda. Nuestra honradez sin tacha. Sin explicaeiÓD. Ope- raciones en Oriente. Las columnas Nario y Linares. Encuentros y combates. Pro- pósitos del general Blanco. Aspecto de la campaña. El crucero Vizcaya en el puerto de Nueva York. Saludos y visitas. El comandante señor Eulate. Salida del Vizcaya para Cuba. . .

N presencia de una catástrofe como la ocurrida el día 15 de Febrero en la bahía de la Habana, reivindicó la hu- manidad sus imprescriptibles fueros y acalló la política sus circunstanciales rencores. Todo gran infortunio hace comprender á los pueblos divi- didos por enemistades ó por emulaciones, que son miembros 't^ de una misma familia: de la familia obligada á luchar desde el nacimiento hasta la muerte con las fuerzas naturales y conde- nada á pagar en sudor, en sangre y en lágrimas, su derecho de tránsito por el mundo.

Abierta siempre á esa generosa solicitud, ha estado siempre el alma española. Y en presencia de la catástrofe del Maine lo estuvo igualmente sin distinciones y sin reservas.

Nuestra hidalga nación, al contemplar con tristeza las víctimas y los destrozos causados por la voladura del Maine, no se acordó para nada de sus desavenencias con los Estados Unidos.

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Luego volvería á defender coitra todo y contra todos lo que era legítimamente suyo.

En aquellas tristes circuastancias no sintió más que leal y sincera conmiseración ante la inmensa y espantosa catástrofá.

Prueba de ello ofrecieron le s telegramas que se trasmitieron de to" das las provincias.

España toda, respetando el dolor ageno, se envaneció del noble heroísmo con que nuestros marinos, soldados y bomberos acudieron, no bien oída la explosión, en auxilio del buque norteamericano.

A riesgo de la vida propia rescataron las de muchos infortunados que estaban á punto de perecer entre el mar y el incendio; arrebataron los cadáveres á la voracidad de los tiburones, y no cesaron en la peli- grosa tentativa de salvamento, hasta que el Maine, desp^da/ado y con- sumido por las llamas, se fué á pique.

¡Bien hayan los españoles que de tal modo supieron interpretar los sentimientos y honrar las tradiciones de España!

Horas antes de que sucediese el desastre, aquel buque representa- ba para ellos, si no un enemigo declarado, un testigo impertinente y un huésped sospechoso.

Después de la voladura, nadie reparó en la intención ni en la ban- dera. Desvanecidos ú olvidados al punto los recelos de hostilidad ó de malevolencia, los extranjeros se transformaron en prójimos, y los in- trusos se convirtieron en hermanos.

Las autoridades, la marinería, la guarnición y el vecindario de la Habana, procedieron en aquella triste ocasión de manera que nos satis- fizo y nos enorgullece.

Los tíipulantes del Maine que sobrevivieron al desastre, encontra- ron leal hospitalidad en la capital de Cuba. Los que perecieron en el siniestro, tuvieron respetada sepultura en aquella tierra y en aquellas aguas siempre españolas.

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España pasó la espada, que se le obligaba á tener desnuda, á la mano izquierda, y tendió la derecha, no á los qu3 la agraviaban, sino á los que lloraban.

* * *

La Providencia del creyente, ó el acaso del ateo, elige en ocasio- nes términos muy dolorosos para la enseñanza de los pueblos.

£n página por desdicha orlada de luto, mostróse ante los Estados Unidos cuan legítimamente blasona España de hidalga y alardea de noble.

Vecinos de fondeadero el Maine y e\ Alfonso XII, mirábanse como próximos enemigos. Visto el crítico estado de las relaciones internacio- nales, más de una vez cruzaría por la mente de nuestros marinos la posibilidad de un zafarrancho de combate, y más de una vez imagina- rían empeñado terrible duelo á muerte donde los cañonazos se dispa- rasen á quemaropa; pero la desgracia del adv.rsario trocó todas aque- llas previsiones y aquellos pensamientos, en maniobras de salvamento y en arriesgada empresa de humanidad.

En tanto que los oficiales del crucero norteamericano contempla- ban desde el puente del vapor Washington, en nuestro barco de guerra Alfonso XII arriábanse los botes, y los marinos y marineros españoles, descuidados de todo temor é impelidos por una idea noble y generosa dictada por sus sentimientos de humanidad, llegaban al casco incen- diado y medio sumergido del Maine para recoger y amparar á los náu- fragos y á los heridos.

Triste, pero elocuentísima lección que no debieran haber dado al olvido los yankees, que tanto han denostado á España como vengativa y cruel. La misma mano que ellos suponían tinta en sangre de inocen-

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tes mambises, y que súa suponen, ¡oh, blasfemia!— f autora del si- niestro, fué la primera que se alargó para sostener al que sucumbía, para salvar al que estaba á punto de parecer, y restañar las heridas que en la explosión sufriera.

Esta hermosa y levantada conducta con que de nuevo honraron la patria bandera nuestros valerosos marinos, pressnciáronla desde la borda del Washington los oficiales del Maine, testigos irrecusables para la o^miów jingoísta, de que es tan evidente la nobleza de los im- pulsos españoles, como injustificados los dicterios y calumnias lanza- dos contra nosotros.

Ante el espantoso siniestro de la bahía de la Habana, sólo cupo un movimiento de sincero y leal pesar, y un aplauso muy entusiasta, muy caluroso, para la dotíción del Alfonso ^// y para todos cuantos se portaron en la catástrofe como buenos españoles.

Las pérfidas insinuaciones echadas á volar por algunos periódicos norteamericanos, respecto de las causas que hubiesen podido originar la voladura del Maine, no nos maravillaron ni nos dolieron.

Era lo que nos quedaba por ver; pero con ello contábamos.

Aparte de la tensión nerviosa que reinaba en los Estados Unidos de igual manera que en España, había allí, para todo lo que á Cuba con- cernía, un depósito de fermentos extraños, de ásperos apetitos y de ma- las pasiones, en el cual necesariamente tenían que germinar y desarro- llarse las más viles sospechas y las calujinias más injuriosas.

Era de presumir. Ni el noble sentimiento de pesar revelado en la Habana y en España toia por la catástrofe del Maine; ni el valor y ab- negación de los marinos del Alfonso XII 2\ desafiar mortales peligros

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por salvar á los náufregos y á los heridos; ni la gratitud obligada por tantos piadosos cuidados y tanta noble solicitud, pudieron triunfar del duro egoísmo yanke y déla implacable mala de los j'ingoes.

Era lo que nos quedaba por ver; ya el nombre de España, de esta España tan leal y que ha luchado siempre cuerpo á cuerpo, sin tener en su historia páginas como las que cuentan los Estados Unidos en el caso memorable de nuestro Araptles, anduvo llevado de lengua en lengua vankee, al lado de sospechas que, ni aún para rechazadas, merecerían consigaación alguna en un libro español.

Fué, en fin, lo único que nos quedaba ya por ver: los enemigos im- placables de España que, no contentos con la obra realizada en Cuba protegiendo alijos y envalentonando y prestando ayuda á la insurrec- ción, quisieron todavía ponernos el Inri de infamia, dando á entender al mundo cómo en la tragedia del Maine se adivinaba nuestra mano y se sorprendían ruestra intención malévola y nuestrossentimientosdeodio.

Tampoco nos cogió de nuevas, aunque el hecho revestía mayor graved:;d, la ligereza con quedos ó tres miembros de la Comisión de Relaciones exteriores del Senado norteamericano, se adelantaran á ex- presar dudas y formular reticencias, no por absurdas, menos ofensivas.

No hay que entrar en disquisiciones especiales para demostrar la absurdidez de toda acusación contra nuestra honradez. Ya hemos indi- cado la imposibilidad de achacar á un agente exterior la causa de la catástrofe; de haber explotado un torpedo al costado del Maine hubié- rase éste ido a pique, probablemente sin incendio, y en todo caso, pro- ducié adose el incendio con posterioridad á la explosión. Y una de las cosas más y mejar averiguadas es que la explosión fué lo último y el

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incendio lo primero; esto es, que la primera fué confecuencia, no cau- sa, del segundo.

Los más expertos y autorizados marinos y todos los hombres de ciencia de todos los países fueron de opinión de que la catástrofe, por todas las circunstancias de que apareció rodeada, fué puramente casual, y su origen un gccidente interior del buque.

La hipótesis de que alguien, deseoso del conflicto entre las dos naciones, hubiese aprovechado las sombras de la noche para colocar bajo el Maine un torpedo, es también inadmisible; poique según pudo observar todo el mundo, el explosivo en sitio del barco, á donde no alcanzaban sus fuertes defensas, hubiera destrozado el casco y producido el naufragio casi instantáneamente. Además, el accidente se originó hacia la proa, y en la proa había un centinela, el cual hubiera visto la lancha ó el bote que se acercaba y habría dado la voz de alarma, y nada de eso hubo.

Ua torpedo no se coloca aa como quiera.

Agradecemos ahora la probidad y rectitud con que la opinión uni- versal demostró conocer y apreciar nuestros sentimientos. Ni entonces, ni alora, ni nunca, nos cuidamos ni nos cuidaremos de lo que inven- tara qi acaso invente y diga un pueblo desconocedor de toda clase de virtudes, que ha de seguir, sin duia, desconociéndonos é injurián- donos.

Nada hemos de decir que se parezca á una defensa: hay injurias tan rastreras y miserables que no merecen otro castigo que el desprecio.

Una sola cosa debemos advertir, sin embargo, para uso de los ig- norantes y agiotistas yankees que se asociaron con los filibusteros de Cuba.

La nación española, al deplorar con el alma la catástrofe del Maine, los marinos, soldados y bomberos de la Habana al exponer su vida pa- ra salvar á los que estaban á punto de perderla; el vecindario en masa

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déla capital de Cuba acudiaado respetuoso y conmovido al entierro de las vi L;timas; el gobierno central y el insular, al enviar testimonio de afjctucso fé.ameal de Washington; los periódicos con sus manifesta- ciones de no fiagido y sincero duelo, y las gentes todas de la Península al dar por un momento al olvido querellas y agravios qu3 de tiempo atrás las apasionaban, obraron así, porque así se lo dictaba el corazón, no para halagar á nadie, ni pira imponer á nadie ninguna clase de agradecimiento.

CRUCERO *DON JUAN DE AUSTRIA»

España, al tender la mano á las víctimas de un fortuito desastre, y al saludar con respeto á otra nación castigada por el infortunio, no hizo más qu3 satisfacerse y honrarse á misma.

Por ello, remediado en cuinto fué posible el daño, curados los he- ridos y sepultados los mu3rtos, cada cual volvió á emprender el camino á donde el honor y el deber le llamaran.

España no puede admitir el caso de explicación alguna en el asunto del Maine. Ua pueblo de caballeros no tiene que explicar lo que no 4eji lugir á duda ni ante Dios ni ante los hombres.

Blanco 6S

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Siguiendo el movimiento iniciado en el departamento O iental y obedeciendo á la operación combinada contra las paitidas reunidas al mando de Calixto García, la columna Nario se dirigió el día 7 por San Fernando y Horqueta, con igual objetivo que las fuerzas mandadas por Linares, sosteniendo combate 8 en Margarita, el 9 en la Horqueta y el 10 en Aguas Verdes, donde se reunió con aquellas fuerzas.

Puestas en marcha ambas columnas encontraron y destruyeron nu- merosas trincheras y algunos cfmpamentos enemigos, ocupados por fueiz-.s insurrectas.

En los sucesivos combates que nuestras columnas sostuvieron con el enemigo para desalojarle de sus fuertes posiciones, las pérdidas de éste fueron numerosas, porque se les atacó y batió en algunos puntos de revés ó por los flancos, habiéndose recogido 21 muertos, 18 arma- mentos y numerosos efectos de guerra.

La operación costó en su totalidad á nuestras columnas, según el parte oficial, las siguientes bajas: dos capitares, cinco oficiales y ua médico heridos, y 1 1 soldados muertos y 84 hjiiios.

El general en jefe recomendó íl ministro en su paite cñcial el biza- rro comportamiento de las tropas que tomaron parte ea la operación combinada, al recorrer 1.9 leguas, sosteniendo combates y penetrando en lugares hasta entonces inexplorados.

En otro extenso telegrama, recibido en el ministerio de la Guerra el día 19, el general Blanco dio cuenta del curso de las operaciones ea el departamento oriental y de los propósitos que tenia de vigoiizar la guerra cDntra el enemigo.

El capitán general de Cuba se felicitaba del aspacto de la campafia.

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Nuestros soldados domiaaban en territorio donde hasta hacía poco tío habían entrado. Las partidas insurrectas de Oriente no presentaban combate, sino que huían desalentada?, y las tropas habían destruido las guaridas que =e habían fabricado.

El g^'ntral Blanco explicaba su plan de campaña, que, como es na- tural, lo reservó el GDbierno; pero se supo que el general en jefe del ejército de operaciones en Cuba esperaba mucho de las operaciones que se iban á emprender.

Se estaban ultimando los preparativos para enviar á O.ientd con- siderables refuerzos sacados de las provincias occidentales de la isla.

El general Barnal se encargaría del mando de una división inde pendiente destinada á operar en la provincia de Santiago.

D¿1 mando de Pinar del Río faé encargado el general Hernández de Velasco.

* * *

A las cuatro y quince de la tarde dil i8 llegó el crucero español Ví^^caya á la vista del puerto Je Nueva York.

Poco después cambió los saludos de costumbre con los fuertes d; la plaza, y el buque de guerra español entró en el antepuerto escoltado por remolcadores del Estado, que conducían á bordo considerable - mero de marinos.

A petición de las autoridades navales, las autoriladas de policía adoptaron to las las medidas imaginables para impedir que corriera pe- ligro alguno el barco español.

A cau-a de fuerte cerrazón de niebla que reinaba é impedía la en trada del acorazado en el puerto, fondeó y permaneció en Sandy Hook hasta las dos de la tarde del 20.

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A dicha hora, y desaparecida la cerrpzón de niebla, levó anclas y entró en el puerto, disparando 21 cañonazos y fjndeando en Tomp Kingsvile Island, cerca de Maimen Docteur.

Devotvió el saludo á nuestro acorazado el caitillü William.

Dos vapores, á cuyo bordo iban nouchos periodistas de la capital y corresponsales de los de Washington y del extranjero, rodearon inme- diatamente al Vizcaya; pero, como era natural, tinguno de ellos logró ponerse al habla con los tripulantes del buque español.

En los muelles presenció la entreda del Vizcaya inmenso gentío. Las fortalezas inmediatas á los muelles veíame coronadas por los solda- dos que la: guarnecían, y muchos centenares de espectadores situados en State Müle ocupaban ambas orillas del río.

Piacticada la vi^ita sanitaria al buque, pasó á bordo la autoridad marítima, siendo recibida con respetuosa consideración.

Hablando de la catástrofe del Maine, el comandante del Vizcaya, señor Eulate, dijo:

«—Nuestros corazones están embargados por amaigi pena, desde qae h;müs sabido la terrible catástrofe del acorazado Maine y la dolo- rosa pérdida de su valiente tripuh ción. Entre todos los marinos del mundo existen siempre profundís simpatías, y nosotros, que amamos á este gran país, nos asociamos sinceramente ásu profundo pesar, sintién- donos contentos de hallarnos aquí en estos instantes, para tomar parte tn su pena y compaitir con la nr ción el acerbo dolor que embarga su ánimo.»

El señor Eulate declinó, agradeciéndolo?, los ofrecimientos de una vigilancia especial por parte de la policía americana.

A la una y media déla tarde del 25, cambiadas quehabísn sido las visitas de lúbrica entre el comandante y la oficialidad del VÍ7¡^caya y las autoridades civiles y militares de la plaza, abandonó^ nuestro crucero el puerto de Nueva Yoik, escoltado por una de las lanchas de vapor de la policía del puerto, haciendo rumbo á la isla de Cuba.

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CAPITULO XLIl

Preparativos bélicos. La apatía de nuestro Gobierno. Recelos y desconfianza. Propósitos del gobierno de los Estados Unidos. Rudo combate. El comandante Pedro Rivera. Tarios encuentros. Estado de la insurrección en Oriente. Ataque ó incendio del inge- nio Cañamago. ^Heroica defensa. ^El soldado Antonio Cruz Villegas. Columna de au- xilio.— Batida y derrota de Bethancourt. ÍToticias de Manzanillo. Los propósitos de los rebeldes. Optimismos y confianza. Impresiones favorables. El dilema. Manifies- to del cabecilla Massó. El gobierno insurrecto. Campaña alarmista. MacKinley dictador.

5*

I las noticias que transmitían los corresponsales de la prensa española en Washington y Nueva Yoik, ni las que á diario venia publicando toda la prensa de Eu- ropa y América respecto á los preparativos que con inusitada rapidez se llevaban á cabo en las dependencias del ministerio de Marina de los Estados Unidos, sacaban á nues- tro gobierno de su paso y su apatía.

Aún después de conocerse perfectamente y con absoluta exactitud cuantos actos se realizaban, obedeciendo á un plan aprobado por el gobierno yankee, uno de nuestros ministros decía ante varios periodistas que las alarmas de los periódicos españoles sólo re- flejaban las exageraciones que estampaba en sus columnas la prensa sensacional de la América del Norte.

«—Hoy más que nunca— añadió— estamos persuadidos de que el

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gabinete de Washington desea y hará cuanto esté en su mano por conseguir que no se alteren las excelentes relaciones que mantienen ambos gobiernos.

«El de los Estados Unidos— prosiguió diciendc—y especialmente Mr. Mac Kinley con su actitud enérgica, ha co iseguido que las Cáma- ras releguen para mejor ocasión las proposiciones de unos cuantos partidarios de los filibusteros, y que en la opinión se vaya marcando más y más la tendencia á confiar en la obra del gobierno, que es el primer interesado en la bu;na marcha de los asuntos públicos.»

A pesar de estas afirmaciones, otros individuos del Gobierno no dejaban de reconocer que en los Estados Unidos se realizaban algunos preparativos, aunque suponían que estos obedecieran á órdenes circu- ladas hacia tiempo.

Igualmente oyóse afirmar á otra personalidad del Gobierno que era preciso á todo trance dar un rudo golpe á la rebelión cubana antes de que comenzase el peiíodo de las lluvias, porque en otro caso Espa- ña experimentaría daños incalculables . ^

Da ahí que se viera con recelo lo que sucedía á la sazón en la capi- tal de la isla, donde las pasiones se agitaban con más calor que los impulsos del pati ictismo bien entendido, dificultando la obra de la pa- cificación á que todos debían contribuir en la medida de sus recursos.

Noticias de origen autorizadísimo afirmaban, que si en Miyo no se había conseguido adelantar en esa obra, el gobierno de los Estados Unidos intervendría para lograrlo, con ó sin el permiso de España.

A la f jcha, lo que hacía era dar la-^gas al asunto por propii conve niencia, para ponerse en condiciones de imponer su criterio, si no con notas, con otros argumentos más convincentes.

Y entretanto se procuraba endulzar la somnolencia de nuestro gobierno con frase; de amistad y cortesía, que aquí recibían nuestros m nistros como testimonios fehacientes del respeto y consideración qus

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nos profesfiban los que no perdonaban ocasión de demostrar que igno- raban Jo que son estas cosas.

* * *

En la íegunda decena de Febrero los rebeldes tuvieron 158 muer- tos y 9 prisioneros. Además se presentaron á indulto 132.

Nuestras bijas fueron, 49 soldados muerto?, 11 oficiales y 187 sol- dados heridos.

En Las Villas, jurisdicción de Sancti Spíritus, fuerzas del batallón de Arapílf s y movilizados de Camajuaní batieron en Caunao, Vueltas de Tamarindo y Buenos Aires á las partidas reunidas de Ñapóles, Ci- rrillo y Miraba], que sumaban unos 2c o hombres.

Nuestras tropas les hicieron 23 muertos y un prisionero, cogiéado- les 75 caballos y municiones.

La columna Altolaguirre marchó en su persecución, causándoles otros siete muertos y apoderándose de 48 caballos y cinco armamentos completos.

El general Pando había llegado á Manzanillo, donde preparaba las operaciones de Oriente.

El batallón del Infante salió de Candelaria, racionado para cinco días, á operar en combinación con tropas de Canarias y Gerona, al mando del coronel señor Balbas.

La conjunción de estas fuerzas, según las órdenes dictadas, debía verificarse en los montes de El Mulo.

Al llegar el batallón del 1 oíante á Santa Paula encontróse con las partidas de Mayía Rodriguez y Perico Diaz, situadas en posiciones ex- celentes y muy favorables para la defensa.

Empeñado combate, nuestros soldados ca'garon varias veces sobre

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el enemigo, el cual resistía con tenacidad. Al frente de las fuerzas de la extrema vanguardia, dirigiendo personalmente el ataque, iba el coman- dante don Pedro Rivera.

En un momento en que los rebeldes lograron interponerse entre aquella fuerza avanzada y el resto de la columna, vióse el comandante Rivera cercado de insurrectos que le intimaban la rendición. El pun-

MAMBI CONDUCIENDO UN CADÁVER

doncro50 jefe, dispuesto á no ceder ante el número ni á rendirse, de- fendió su vida con heroísmo, muriendo al cabo cubierto de heridas. Casi simultáneamente recibió un balazo en la boca y otro en el corazón.

Exaltada la tropa por la pérdida de su comandante, se revolvió con ímpetu sobre el enemigo y pudo recoger el cadáver del bravo jefe señor Rvera, que fué conducido con los soldados que con él perecieron en el combate á Aranjuez, donde recibieron cristiana sepultura.

Los heridos, en número de diez, entre ellos un cficia', fueron lle- vados á Candelaria.

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Seguían merodeando por la provincia de Pinar grupos rebeldes, perseguidos activamente por nuestras columnas.

El batallón de Vj^lencia y escuadrón de Villaviciosa tuvieron un encuentro con la partida de Payaso en Guama y Laguna Larga, hacién- dola diez muertos y cogiendo tres armas.

La columna tuvo un oficial y dos soldados heridos.

Según informes que nos trasmitió el día 24 nuestro celoso corres- ponsal en la Habana, recibidos por conducto fidedigno, acerca del estado déla rebeldía en las orillas del Cauto, las partidas insurrectas que in- festaban ha^ta hacía poco aquella regidn oriental, se habían retirado hacia el intericr, y en seis leguas de extensión por ambas orillas del río, no se había encontrado un solo rebelde.

Debido á ello, la columna del coronel Te jeda pndo llegar sin no- vedad á Victoria de las Tunas. Esto no había sucedido desde que co- menzó la rebelión. '"^

En Lfs Villas, una partida de 500 hombres, al mando de los cabe- | cillas Regó, Núñez y Biavo, atacó y quemó en la noche del 18 el in- genio de Cañamago, propiedad de Smith Fischer, que estaba molien- do y cuya zafra se calculaba en 20.000 sacos. S

Custodiaban la finca 25 soldados del batallón de Cataluña y 18 movilizados, al mando del teniente don Juan Vicente Pau.

La defensa fué brillantísima, como lo demuestra el hecho de que al llegar en auxilio de los asediados el batallón de Antequera, enviado desde Trinidad, solo quedaban en uno de los fortines que rodeaban la finca tres cartuchos.

Gracias á esta defensa, los rebeldes no pudieron consumar su obra destiuclora.

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Elogióse el bravo comportamiento del soldado Antonio Crvz Vi- llegas, que mandaba el pequeño pelotón encargado de ladefeosade uno de los fortines. Heridos todos ellos, menos uno, el valiente Villegas siguió resistiendo, á pesar de haber recibido una herida de bala explo- siva.

Rodeado por los rebeldes el fortín, amenazaron con pegarle fuego si sus defensores no se rendían, pero el animoso Villegas se negó á entregarse.

Entonces varios mambises se acercaron al fuerte y lo rociaron con petróleo. Momentos después destacóse de entre ellos uno, armado de encendida tea para pegar fuego al reducto. Villegas dejóle acercarse y en el momento supremo de ir á aplicar la llama al muro rociado con el itflamable líquido, disparó contra él su fusil, haciéndole rodar por el suelo. Esto coincidió con el toque de retirada del enemigo, debiendo á esta circunstancia su salvación el valeroso soldado y sus compañeros.

Las fuerzas que acudieron desde T iniJad en auxilio del ingenio persiguieron en su huida á los rebeldes, dispersándolos y causándoles cuatro muertos, que recogieron.

El destacamento tuvo 14 muertos y varios heridos; las pérdidas materiales en el ingenio se calcularon en aao.ooo pesos.

***

La columna del general Molina, formada por el batallón de María Cristina y movilizados, batió en las lomas Purgatorio (Matanzas) á la partida de B,thancourt, causándole muchas bajas.

Las tropas recogieron el cadáver de un titulado comandante rebel- de; las bajas de la columna íueron tres sodados musrtos y 13 heridos, entre éstos el teniente don Joié Saavedra.

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De Manzanillo, donde tenía establecido su cuartel general el gene- ral Pando, nos comunicaron el día 24 los siguientes informes:

A consecuencia de haber sido elegida aquella población como base de las operaciones que habían de emprenderse en Oriente, el general Pando consagraba su actividad á la organización de esta fase de la cam- paña, á cuyo efecto organizaba fuerzas y acumulaba provisiones, á fin ^ de que no se demorase más tiempo la ofensiva.

Da su plan de campaña formaba parte la construcción del ferroca- rril de Cauto El Embarcadeio á Biyamo; y de cumplirse las instruccio- nes que se hibían dado para la realización de obra tan importante, estaría terminado el ferrocarril antes de la fecha señalada. Así se decía entre las personas afjctas al cuartel general.

Las impresiones recogidas por nuestro comunicante respecto de otros aspectos de la situación, eran en extremo consoladoras, admitién- dose allí la posibilidad de que ocurrieran sucesos satisfactorios por la vacilación que se observaba en el enemigo, que habría de aumentar con la campaña activa que había de comenzar en cuanto estuvieran ven- cidas las grandes dificultadea que habían ofrecido el aprovisionamiento y demás servicios auxi.iares de la campaña.

La salud del soldado había ra jjrado bastante, y la división del general Aldave, situada á orillas del río Cauto, solo había tenido 4^0 enfermos en los dos últimos meses.

***

Los informes de nuestros colaboradores y corresponsales en el teatro de la guerra confirmaban el propósito de los rebeldes, de atraer fuerzas hacia las provincias del Cjitro y Occidente de la isla, favore- ciendo así á los insurrectos orientales.

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Los diarios combates en Pinar del Río y Matanzas, el ataque y destrucción de un importante inganio en Las Villas, evidenciaban esos propósitos, demostrando también que la casi pacificación era ficticia . Estos episodios, aunque desagradables, no impedían que todas las mi radas se fijasen en Oriente, porque allí era donde estaba el núcleo de la insurrección, y para el término de la seca en aquella zona faltaban escasamente dos meses.

Los informes que nos trasmitieron desde Mmzanillo y la impresión optimista de nuestro comunicante, tenían un sabor agradable y acusa- ban en las esferas oficiales de Cuba cierta confianza de próxima des- composición en las filas insurrectas.

Mas, como desde hacía tiempo venían circulando rumores que, por desgracia, no se confirmaron, no íuera discreto confiar demasiado en esas impre. iones halagüeñas; las recogimos, sin embargo, como Iss hemos recogido siempre, con el vivo deseo de que tuvieran inmediata confirmación.

Desde Nueva Yoík insistíase en desautorizar los pesimismos funda- dos en la inminencia de una ruptura de relaciones entre el gobierno de Washington y el de Madrid. A la fecha, y á pesar de los trabajos de los jingoístas, la situación continuaba inalterable, y el gobierno ame- ricano, preparándose sin duda para el porvenir, no quería suscitar ningún conflicto.

Inspirónos legítimo orgullo el noble proceder de nuestros marinos del Vizcaya: su bizarro comandante, desdeñando las mal encubiertas amenizas del filibusterismo, no quiso abandonar el puerto de Nuiva Yoik con sospachoso apresuramiento, dando ejemplo de serenidad y prudencia que le gracjeó las simpatías y el respeto de las autoridades y elementos sensatos de Nueva Yoik.

Los espíritus impresionables que en la noche del 24 pudieron creer que no transcurriría veinticuatro horas sin que se hubieran roto las

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hostilidades entre España y los Estados Uniios, tan densa y tan carga- da de pesimismos era la atmósfera que se respiraba en los círculos polí- ticos y tan alarmantes los rumores que por la tarde circularon en la Bolsa, despertaron al día siguiente bf jo más favorables impresiones y por parte alguna se descubría, aun buscando con prolijidad, el motivo cierto de la alarma.

*

En efecto: cualquiera que fuese la explicación dada á aquellas ráfa- gas de pesimismo que el día citado pasaron sobre nosotros, es induda- ble que en las relaciones de España con los Estados Unidos no se habría originado durante aquellos días ningún nuevo conflicto, ni siquiera ningún nuevo rozamiento.

La información sobre el asunto del Maiiie que se suponía contrario al inteiés español, no se había redactado todavía; el llamamiento de los oficiales de la marina norteamericana, se desmentía de la manera más categórica posible; y cuanto á los aprestos militares de que se venía hablando, en España con respecto á los Estados Uaidos y en los Estados Unidos con respecto á E>p8ña, resultó, bien averiguadas las cosas, que no había sino lo que ya conocíamos tiempo hacía: que allí se trabajaba en la medida propia de un pueblo rico y previsor y aquí tan dismayada- mente como es costumbre de haciendas pobres y de gobernantes impre- visores.

Apreciando la situación con absoluta frialdad, hemos de consignar aquí nuestro convencimiento de que, á la f¿cha, no habia á la vista ningúa motivo de inmediata ruptura con la gran República federal. El asunto del Maine no daría lugar á reclamaciones ni querellas, por am-

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biguo que fuera el informe de la comisión técnica; el Viicaya había sa- lido de Nueva York sin que los laborantes consiguieran sacar partido de su presencia en aquellas aguas, y Mr. Woodford continuaría aquí hacien- do y recibiendo visitas de cortesía, dando y aceptando banquetes masó menos expansivos, sin que sobreviniera incidente alguno que no pu- diera ser orillado pronta y fscilmente.

Pero también estábamos convencidos de que subsistía la causa fun- damental de conflicto entre ambos países y de que no tardaríamos eu llegar á una situación que exigiría de nosotros soluciones definitivas, porque entonces no podríamos rehuir una de dos cosas: ó guerrear con los Estados Unidos ó ir de acuerdo con ellos á la liquidación del pro- blema.

Para ese momento se preparaban allí trabajando con febril activi- dad en las fábricas y en los arsenales, mientras aquí aguardábamos crú- zalos de brazos.

Indudable era, además, que allí había un propósito definido, un ob- jetivo trazado por la voluntad de todos los políticos americanos, en tanto que los nuestros ni siquiera se tomaban el cuidado de persar lo que debeiía hacer Espeña el día que fuera conminada á resolver la cuestión de Cuba,

***

El periódico radical La Discusión publicó el día 25 un Manifiesto firmado por el cabecilla Mas.só, presentado á indulto én Placetas.

En ese documento hacía Massó un llamamiento á sus antiguos ca- marades de la manigua, para que reconocieran la legalidad vigente en Cuba.

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«Reconocida la personalidad déla colonia— decía Massó la guerra, más que contra España, resulta contra los mismos cubanos, porque con ella no sólo pierden la vida sino que se extingue la riqueza del país.»

Nuestros telegramas del 25 acusaron mayor actividad en las opera- ciones militares del departamento Oriental y un éxito conseguido por las tropas que dirigía y mandaba el general Jiménez Castellanos en la N jasa, antigua residencia del gobierno insurrecto.

El bizarro general penetró resueltamente por la Nfjasa y aunque el enemigo opuso seria resistencia, tuvo que abandonaren poder de nues- tras tropas sus campamentos y los hospitales que tenía instalados en Santa Rufina, dejando en el campo varios muertos y retirándose con numerosas bijas.

El titulado gobierno insurrecto parecía preocupado con el avance de nuestras tropas, y temeroso de represalias prohibió que se maltratase á los soldados prisioneros, teniendo en cuenta la conducta humanitaria de nuestro ejército hacia los rebeldes, y ordenó también que se respets- se las propiedades de todos los pacíficos, mandando que se destruyeran sólo en el caso de que se aproximasen las tropas, para privar á éstos de alojamientos y provisiones.

Díjose que estos mandatos habían producido gran descontento en las filas rebaldes.

Al propio tiempo que en el Camagüey, se estaban organizando ope I aciones de importancia por las divisiones del ejército que operaban en las jurisdicciones de Santiago de Cuba, Holguín y Manzanillo.

La depreciación de los valores en las Bilsas americanas á conse- cuencia de los rumores de un probable rompimiento de hostilidades, indujo al presidente MicKtnley á contrarrestar la campaña alarmista de la piensa, enviando á Nueva Yoik á Mr. Ilanna, su confidente é inspirador desde hacía años.

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Por primera vez había llegado Mac Kinley á formular la amensza de interponer su veto contra cualquier resolución premeditada de las Cámaras yankis, y á manifestar su deseo de dirigir por si la política in- ternacional, negándose á marchar á remolque de los jingos.

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LA COLUMNA DEL GENERAL CASTELLANOS CONDUCIENDO LOS HERIDOS DESPUÉS DEL COMBATE DEL POTRERO «PERALEJOS»

Ahora bien; ¿esa actitud del presidente de la gran República, po- día interpretarse como favorable á Españs?

No faltó entre la grey ministeiial quien la interpretara en ese sen- tido; pero muy pronto los hechos vinieron á desvanecer esas esperan- zas, y á evidenciar la hipocresía y falacia del huésped déla Casa Blanca.

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CAPITULO XLIII

Las palabras y los hechos. Nuestro Gobieroo. Remembranzas. La opinidn. Las opera- ciones en el Camagüey. Avance de la columna. El enemigo batido y disperso. El combate de San Andiés.^El heroico teniente señor Perojo. En la N.ijasa. Nuev combate en el potrero uPeraltjop» Las bajas del enemigo. El parte oficial. Elogios al general Jiménez Ca(-tellflno9.— Moviroierto de tropas. Expectación. La actividad de nuestras ciihimnas.— Anuncio de operaciones. Confusión. Tregua. Sin temor á complicaciones.

lERTO era que Mr. Mac-Kinley reiteraba á la continua protestas de amistad y de pacíficos propósitos; pero no era menos evidente, que distanciados los hechos de las palabras, en tanto que el presidente de la gran Repú- blica nos brindaba afectos, aguzaba el puñal con que había de herirnos, y al mismo tiempo que se hablaba de soluciones de concordia, aprovechábanse hasta los Domingos, caso en los Estados Unidos inusitado, para activar el trabajo de los arse- nales, y se llamaba con perentorio plazo á los marinos ausen- tes de los buques donde prestaban servicio.

¿Podíamos creer que quienes habían hecho cuanto hsbía sido pre- ciso para impedir la pacificación de Cuba, que los organizadores de expediciones y de socorros á los filibusteros, que los que habían co- municado aliento á la rebeldía con el envío de barcos, expresaran sin- ceramente sus opiniones y sus sentimientos hablando de paz y proce- diendo en guerra?

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Los que tal pensaran eran descendientes directos de aquellos per- sonajes de la corte de Carlos IV que, presumiendo de cultos y enten- didos, aplaudían la entrada de las águilas napoleónicas en nuestras pla- zas fuertes.

A despecho de optimismos sin justificación posible, lo que apare- cía con una claridad que sólo los ciegos dejaron de percibir, era que los Estados Uaidos mantendrían la insurrección antillana hasta la época de las lluvias, y que llegado ese momento nos plantearían el problema de la independencia de la isla. Y aúa cuando este segundo término no surgiera, que entendimos siempre que surgi ía, y, en efecto, surgió, fuera bastante el prolongar la lucha en Cubp, cosa que á poca costa lo- graban los Estados de la Uaión, para que España no pudiera prose- guir en el camino que la empobrecía y aniquilaba.

Por consiguiente, ya íuera para afrontar el conflicto si se nos plan- teaba, ya para buscar una solución en la cuestión cubana si los Estados Unidos trataban, por los medios de que disponían y que con tan exce- lente resultado habían puesto en práctica, de hacer que la guerra no tuviera fin posible, era de absoluta precisión que se preparase España.

Todo menos que un día viéramos, sin medios de evitarlo, cómo los yanquis arrancaban de los muros y edificios de la Habana el escudo patrio: todo menos prolongar el estéril sacrificio de la sangre y deloro que nos restaba.

***

El Gobierno, lejos de entregarse á esa clase de refl3xiones, y sin preocuparse lo más mínima por los aprestos navales de los Estados Unidos, siguió de brazos cruzados mirando cómo los insurrectos se negaban á presentarse, cómo peleaban los autonomistas en la Habana,

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cómo nos humillaban á diario los Estados Unidos y cómo morían sin la menor ventf j a para ,la patria y sin la más pequeña esperanza de triunfo, los soldados españoles.

S guramente no creyeron llegado aún el momento de prepararnos para conseguir qie la gran Rjpública se echara á un lado y nos dejara terminar la guerra, asunto brevísimo el día en que los rebeldes se hu- biesen visto sin la asistencia norteamericana, ó de aceptar el encuen- tro, donde hubiera hallado honrosa solución esa campaña qu3 nos de- sangraba sin honor y sin provecho.

No quisieron mirar estos minos dsl problema, y con su cegue- dad y apatía, no quaremos cieer otra cosa, satisfacieron indirectaiüente los deseos de los Estados Uailos, que querían vernos arrullados y exá- nimes, para lograr, sin aventurarse ea riesgo ninguno, la independen- cia de la isla.

Consintiendo nueítros avisados gabarnantes en que siguiera ej3cu- tándose el plan de la gran República, y tolerando con su pasividad la agoría de la nación, nos arrastraron al desastre y al sacrificio estéril de mües de españoles.

Y, sin embargo, para qae hubiera llamado la atención del país y del Gobierno, la política seguida por los Estados Uaidosen la cuestión de Cuba, y sobre los gravísimos problemas que esta cuestión encerra- ba, no hubiera tenido que hacer más que razonar, no le hubiera sido preciso sino diícurrir, no sobre las palabras, sioo sobre los hechos. Dj estos no podía igaorar, ni podía ser negado ninguno.

La serie de reclamaciones y de actos de malevolencia llevados á < efecto por el gobierno de Washington para deprimir nuestro prestigio en Cuba, ó para hacer á los separatistas confiar en un conflicto de los Ejtados Unidos con E>piñ a, patentizada fué- por todos los periódicos del mundo. Nadie la inventó.

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* *

La reclamación contra el crucero Conde de Venadito en la cuestióa del vapor A//¿aní;^, costó el mando al comandante españil, y dio á entender á los insurrectos que las expediciones filibusteras tenían poco que temer de los barcos españoles. El asunto de la Competitor vino más tarde á confirmar esa seguridad.

La indemnización Mora, cu/o pago fué pedido cuando España te- nía más necesidad de sus recursos pecuniarios para atender á los gastos de la guerra; la demandada explicación por la confarencia del señor Cencas en la Sociedad geográfica; la desconfianza mostrada y la inju- riosa intervención admitida en averiguación de la muerte del dentista Ruíz; la petición de indulto para el cabecilla Sanguily con caracteres de imposición más que de ruego; los incidentes promovidos por la ex- pulsión de periodistas corresponsales, calumniadores y espías á la vez; las notas diplomáticas, cuyo contenido, por su gravedad sin duda, ha quedado ignorado; el párrafo ú'timo de la parte dedicada al estado de Cuba en el mensaje de Mac Kinley; el envío de la escuadra norteame- ricana á las proximidades de la grande Antilla en los momentos en que se iniciaba la contrarrevolución en Cuba; los incidentes motivados por una carta del señor Dupuy de Lome, hasta las sospechas ofensivas tocantes á la causa de la voladura del Maine, ¿no fueron hachos de la más exacta y rigurosa realidad?

¿Fueron suposiciones de la opinión pesimista el fenómeno singu- lar de la coincidencia de proposiciones amenazadoras para España, presentadas en las Cámaras de los Estados Unidos, cada vez que núes tra nación hacía un esfuerzo vigoroso y enviaba á muchos millares de sus hijos para sostener su soberanía en Cuba?

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¿Fueron ilusiones de la fantasía popular que en los dos últimos años, esto es, en 1896 y 1897, trabajando día y noche en los astilleros de Norte América tiiples brigadas de obreros, fueron terminados y alistados para el servicio los acorazados de combate Yowa de 11.500 tonel&das, Massachuseis, Indiana y Oregón de 10.230, Tejas de 6. 'yoo y los cruceros Brooklyn, Maine y otros varios, los mejores que tiene aquella Repúblicí?

***

Ahora bien: ¿no había en todo lo expuesto, rigurosamente exac- to, fácil de comprobar á toda hora, motivos de fundado recele? ¿Exis- tía en ello causa bastante para pedir previsión y preparativos al go- bierno español, ó para echarse á doimir tranquilamente? ¿Quién cum- plió mejor entre nosotros su deber de ciudadano y patriota, el que observó y señaló todo esto y pidió al Gobierno que no dejara á Espa- ña inerme y en completa indefensión, ó el que asegurara que debíase confiar en las palabras y no tomar medida alguna porque fuera inútil?

Y no hay que preguntar si el poder público de una nación se halla obligado á fijarse en los hechos, ahondar en su sentido y proceder en consecuencia, ó á fiarse de palabras vanas y de conductas arteras. En esto precisamente están para nuestro Gobierno las más tremendas de las responsabilidades.

Seguros estamos de que la semilla sembrada por la prensa diaria de Madrid y provincias en la opinión germinó, así como que la mayo- ría de los españoles, desinteresados de los motivos que influyen decisi- vamente en el mundo de la política y de los negocios, tenían ya en aquella lecha criterio análogo al nuestro.

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*%

Nos comunicaron de la Habana el día i.° de Marzo interesantísi - mos detalles de las operaciones realizadas en el Camagüay, bajo la per- sonal dirección del general Jiménez Castellanos.

El día i8 salió de Puerto PiÍQcipe el bizarro general al frente de una columna formada por 12 compañías correspondientes á los batallones primaros de Tarragona, Cádiz y Puerto Rico, 400 caballos del regimien- to de Hernán Cortés, una compañía de ingenieros, dos piezas de artille- ría y uaa compañía de transportes y guerrillas. En junto 2800 hombres.

El objetivo de la operación era castigar duramente al enemigo si- tuado en fuertes posiciones sobre el camino real de Cuba y desalojarle de los campamentos atrincherados que ocupaba en los montes de la Na- jasa.

Avanzó á primera hora del día 18 la vanguardia de la columna ha- cia Vista Hermosa, caserío perteneciente al término municipal de Puerto Piíncipe, y á las once de la mañana, detiás de una cerca del caserío, rompió el fuego el enemigo contra los exploradores de la columna. Con- testaron los nuestros briosamente, y los insurrectos huyeron para em- plazarse en posiciones ventajosas.

El enemigo, parapetado en las lomas de la Hinojosa, se dispuso á oponer tenaz resistencia, que fué vencida por nuestras tropas, después de una hora de combate.

Los rebeldes, viendo el empuje de nuestros soldados y el ímpetu con que eran arrollados, se decidieron á desalojar las posiciones que ocupaban, y se retiraron á las lomas de Santa I lés, donde esperaron si- tuados detrás de un arroyo de dificil paso, pir encontrarse en parte muy espesa de la manigua.

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La columna volvió á batirles, obligando nuevamente á los mambí- ses á abandonar aquel punto estratégico.

Al huir por segunda vez, y para evitar ó entorpecer los efectos de la persecución, el enemigo incendió un extenso potrero, con cuya ma- niobra lograron su objeto.

Cuando los rebeldes quemaroa el potrero estaban las tropas ya cerca de ellos.

La noche del i8 acampó la columna en las posiciones enemigas, y el general ordanó avances combinados que se emprendieron en las pri - meras horas del siguiente día.

Hubo también en ese día nuevos combates y nuevas batidas en la Caridad, en el Pilón y en San Andrés, siendo de ellos el más importan- te el sostenido en este último punto por una sección de la guerrilla montada del batallón de Cádiz con la caballería mambí.

Mandaba la referida sección el teniente don Emilio Perojo, que al penetrar en medio del núcleo enemigo vióse envuelto y rodeado por un grupo de jinetes insurrectos, de cuya fiera embestida se defendió con gran bravura hasta pagar con la vida su arrojo, no sin hacerla pagar cara á sus enemigos, dejando á cuatro fuera de combate.

Algunos guerrilleros pudieron retirarse; otros se defendieron en Cayo Monte hasta la llegada de la infantería.

El día 2J, después de vencer las grandes dificultades que ofrecía el terreno, llegó la columna á Las Vueltas, siguiendo el 21 á Cuatro Ca- minos y Ciego de Níjasa, donde se hallaban los principales núcleos de las fuerzas rebeldes.

Ya en terreno de la Nsjasa se dirigió la columna á vadear el peque- ño río de Las Vueltas, situado en el término municipal de Morón, bajo el fuego de algunas parejas insurrectas.

El día 21 continuaron las operaciones, llegando ya á las faldas dd monte Ciego Ntjasa, donde dos compañías hicieron fuego sin descanso, causando un verdadero desconcierto al enemigo.

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Esto permitió avanzar á nuestras tropas, haciendo que los rebeldes se retiraran ai otro lado del río.-

En el paso del Managuabo se emplazaron los cañones y con el efec- to que sus disparos causaron en las masas enemigas se pudo tomar di- cho paso, tenazmente defendido por los rebeldes.

La no he impidió completar la persecución del enemigo.

El día 22 continuaron las operaciones por los montes de Managua- co, en cuyo punto encontró la columna una fuerte emboscada que fué advertida por la vanguardia.

LA LOMA «PUENTES GRANDES» (Habana)

Al atacar el grueso de las fuerzas enemigas, fueron rechazadas y

dispersas con fuego de fusilería y artillería.

Enterado el general de que las partidas insurrectas se habían con- centrado y reunido en el potrero llamado de Peralejos, calculándose el número de mambíses en ^.ooo, apresuróse á marchará su encuentro.

Distribuidas convenientemente las fuerzas de que se componía la columna, rompió el fuego el batallón de Puerto Rico, y tan certeros fueron sus disparos y tan valiente la acometida de sus bravos soldados, que el enemigo se declaró al punto en fuga, emprendiendo la retirada en todas^direcciones.

Blanco 69

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Las piezas de artillería contribuyeron á precipitar la dispersión de las fuerzas insurrectas, pues sus proyectiles alcanzaban á más de 3.000 metros.

Las bfjas del enemigo calculóse que debieron ser considerables.

Nuestras tropas encontraron abandonados en el campo los cadáve- res de 87 insurrectos y 34 caballos, con sus monturas, y varios arma- mentos que perdieron tamben en el combate los rebaldes y que queda- ron en poder de la columna. 1

Informes que podemos dar por exactos dijeron que los rebeldes tu- vieron 18 1 bfjas, entre los cuales figuraban algunos cabacillas muertos y otros heridos; entre los primeros se hallaban Recio y Rodiíguez y otros oficiales. I

La columna tuvo ocho muertos, entre ellos el bizarro oficial señor Perojo, y dos desaparecidos: los hsridos ascendieron á 73 de tropa y tres oficiales, entre éstos el teniente de Puerto Rico don Joaquín Castrices y el capitán del mismo cuerpo don Manuel Dí?z.

En el encuentro se dispararon 33 granadas y 65.295 tiros de fusilería.

Pj opuso en el parte oficial del combate el general Castellanos que se honrase la memoria del bravo oficial señor Perojo y se concediera el ascenso á un sargento y un cabo que se portaron heroicamente. Además lueron pensionados ocho guerrilleros que se sostuvieron peleando has- ta el momento en que llegaron las fuerzas de auxilio.

El general en jefa recomendó en su despacho oficial al ministro de s la Guerra, el mérito contraído por el bizarro é inteligente ganert-l Jimé- | nez Castellanos y tropas á sus órdenes, en tan brillantes operaciones. ^j

Sj elogió mucho la actividad del general Castellanos y se esperaba que á principios de la próxima semana comenzaran las operaciones en grande escala en el departamento oriental. i

Para Manzanillo habían salido ya de la Habana los bizarros gene- rales B. mal y Marina, á cuya división quedarían encomendados los primeros ataques.

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La expectación que despertaba esta nueva fase de la campaña era extraordinaria.

***

La noticia de la brillante victoria alcanzada por nuestras tropas, al mando del general Jiménez Cistellanos, sobre las huestes del genera- lísimo de los mambtses, acusó gran actividad mi.itar en los departa- mentos central y oriental de la isla. \

En el Campgüey era indispensable castigar al enemigo. El ilustre general que allí mandaba en jefe nuestras fuerzas en opers clones hizo cuanto pudo, dada la carencia de elementos y de tropas para tomar la ofensiva. Que la insurrección tenía en el Príncipe elementos muy po- derosos, lo reveló el hecho de que 2.500 soldados tuvieron que batirse con número superior de rebeldes.

En la Nf jasa habían organizado los rebeldes primero su gobierno, y después campsmentos militares de cierta importancia; desale jarlos de aquellas posiciones era ya apremiante.

Como siempre, nuestros soldados obtuvieron la victoria, aunque á costa de muy sensibles bijas, realizándose actos haróicos, como el que enaltece la memoria del bizarro Percjo.

Los generales y coroneles que, según nos había indicado días antes nuestro corresponsal en la Habana, iban á mandar la división de van- guardia de Oliente, encontrábanse operando en otras provincias, y hfibían salido el día 28 de la Habana para M mzanillo, á donde llegarían á fines de semana, para comenzarlas operaciones en los primeros días de la próxima. Eran todos ellos jefes de gran prestigio y experiencia militar, valerosos y activos, y seguramente no htbian de perder mo- mento, porque como las lluvias en la provincia de Santiago de Cuba

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I

comienzan antes que en el resto de la isla, sólo podían disponer de unos cuarenta días de seca. I

Comprendimos la espectación que el anuncio de esas operaciones ( iesde hacía dos meses esperada*)— despertó en Cuba. Aqaí también todos ansiábamos que no comer zase la mala estación sin haber obtenido antes resultados importantes y favorables para la pacificación de la isla.

Lo que lograran en Cuba nuestras armas había de iofluir de un modo casi de:isivo en la actitud de los yankees. Djsde O-tubre del año anterior veníase uno y otro día diciendo que á fines de Abril se inicia- ría un período muy crítico del problema cubano y que hasta esta fecha solo eran de esperar las moltstias que nos ocasionaran discursos de senadores //'«¿'Oí y patrañas de periódicos filibusteros.

Los telegramas de los Estados UtiiJos producían gran confusión, no sólo en nosotros, sino en la prensa europea que, á la sazón, consa- graba á los asuntos de Cuba una atención privilegiada. A'go podía irfljir en anticipar los acontecimientos la campaña electoral que se preparaba en los Estados Uaidos.

El gobierno norteamericano no quería la guerra. Esperaría algún tiempo para conocer el resultado de la acción política y militar de Cuba, y los mismos periódicos popubres emp3zaban á confasar que Ja inge- rencia del presidente en el problema cubano no se manifestaiía hasta el mes de Abril, dánaole entonces un carácter diplomático, en los términos anunciados por el Mensaje presidencial de Diciembre.

Era evidente, como dijiron importantes diarios extracjeros, que el Gobierno español había disuelto las Cortes convencido de que no había temor á complicaciones graves de carácter internacional.

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CAPITULO XLIV

El crucero Vizcaya en la Habana. Manifestación patriótica. Entusiasmo de los peninsu- lares.— La acción de nuestras armas en Oriente. Movimiento de columnas. O^iera- ciones ofensivas. Encuentros y combatea. La expedición del general Pando. Más combates. Importantes operaciones en la sierra Maestra. Las columnas Vara del Rey y Arteaga. Muerte del cabecilla Vidal Ducassi. A Oriente. Nueva organización de las fuerzas de operaciones en el departamento Oriental. Llegada al puerto déla Habana del crucero Oqiiendo. Cariñoso recibimiento. Entusiasmo y satisfacción.

ONDA emoción produjo en la Panínsula el relato de la entusiasta acogida que la población de la H ibana dispensó al hermoso crucero de nuestra marina de guerra Vizcaya, á su llegada á aquel puerto antillano, á la caída de la tarde del i.' de Marzo. Les que en la Habana residían y tenían el pensamiento puesto en España, nuestros verdaderos hermanos, los que conservaban el corazón enteramente español, los que man tenían á duras penas los restos de la soberanía que nos quedaba y sufrían el doloroso efecto de aquella lucha cruenta y tenaz, los que sentían e! pecho rebosante de indignación por la insolencia de un cónsul que reclamaba todos los días y trataba de humillarnos á todas horas, los que ante la impertinente y provocadora llegada del Maine viéronse obligados, por consejos del patriotismo y de la pruden- cia, á reprimir su encJD, fueron los que al presenciarla magestuosa entrada del Vizcaya prorrumpieron en entusiásticas aclamaciones á Es-

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paña desde los muelles y las azoteas, fueron los que, tripulando vapor- citos y barquichuelos, rodearon amorosatuente al sirullo de los aires nacionales el casco del crucero que para ellos representaba á su querida España.

En la misma Habana habría segúrame ate algunos, que sólo el nom- bre tenían de españoles, que en aquellos instantes de patrio entusias- mo vieran con pesar cómo avanzaba por la angosta barra de la bahía la hermosa mole de hierro tripulada por voluntades de acero, que, des- pués de haber anclsdo en Nueva Yoik, llevaba á la capital antillena una ráfp ga de aire español que con tan evidente ansia respiraban ios abatidos hermanos nuestros.

i Ab! Si hubieran sabido qué cosa es previsión nuestros gobiernos, cuan fácilmente hubiéramos podido despejar con frecuencia la malsana atmósfera que contra la patria se formara en la Habana, diciendo los la- borantes que no teníamos ni un solo barco que oponer á los baques nor- teamericanos; y qué tarea tan honrosa y agradable habría sido para nuestros marinos el conseguir que de las islas Tortugas zarparan, y no á paso de tortuga, las naves que bloqueaban á Cuba, alentaban la rebel- día y mantenían el espíritu en las filas enemigas de España.

Y si á la previsión que en aquellas fechas cabía tener, hub'éranse unido la eneigía y la actividad, cómo hubieran podido mejorarse, quizá, los males que afligen, han arruinado y aniquilan á la nación. ¿

* * *

«No he presenciado,— nos dijo nuestro corresponsal en la Habana- desde que estoy en la capital de la gran Antilla española, mayor y lai ruidosaexplosión del entusiasmo público, que la efectuada al aparecer, de noche, el crucero español Vizcaya ea. este puerto.

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«Síq incurrir en exageraciones, puede afirmarse qu3 la Habana en- tera estaba en los muelles y apiñábase en todos los sitios desde los cua- les podía presenciarse la entrada en bahía del buque de guerra».

A las cinco de la tarde anunciaba el vigía del M^rro que el acora- zado Vizcaya estaba á la vista del puerto.

Cumpliendo lo prevenido se dispararon algunos chupinazos para hacer saber á la ciudad que iba á entrar en puerto ese hermoso barco de nuestra Armada, é inmediatamente viéronse llenos los muelles de una inmensa muchedumbre.

La bahía, aun siendo muy grande, parecía chica para contener re- molcadíJres, vaporcitos, lanchas, botes y toda clase de embarcaciones menores.

En pocos momentos cubriéronse los balcones y las calles con col- gaduras y banderas de los colores nacionales, las azoteas se llenaron de mujeres hermosas, y al sitio de preferencia acudieron numerosas comi- siones oficiales y particulares, para recibir y saludar al comandante y oficiales del Vizcaya.

Al aparecer é;te avanzando majjstuosamente por el canal, una in- mensa aclamación salió de la muchedumbre, y los vivas á España se sucedieron sin interrupción durante todo el tiempo empleado en la ma- niobra, hasta que fondeó el buque.

La dotación del Vizcaya, parteen las vergas y los demás formados sobre cubierta, contestaba á aquellas demostraciones de cariño y de en- tusiasmo sgitando las gorras.

El V^caya echó anclas en medio de la bahía y, á poco de dar fondo, tres de sus proyectores eléctricos dirigían sus focos hacia la ciudad, ilu- minando la Habana entera.

* * *

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El eatusiastno de los peninsulares llegó á extremos de verdadero delirio. Apenas fondeado el buque, centenares de vaporcitos, remolca- dores, lanchas y botes se dirigieron á los costados del Vizcaya llevando varias músicas que tocaban aires populares españoles.

Alrededor del Vizcaya, la manifestación de cariño fué realmente grandiosa. Los vivas á España, á la Marina y al ejército no se interrum- pían un solo instante, y eran las diez de la noche, y aun continuaban los manifestantes junto al acorazado dando inequívoca prueba de su cariño á la madre patiia.

La visita del Vizcaya, aparte otras considersciones qu3 no hay ne- cesidad de recordar, fué muy conveniente, porque nuestros eiiecDigos no creían que España tuviese aquellos poderosos medios de guerra en los msres.

Entre los mismos españoles que vivían en Cuba y que tan poco conocían nuestros modernos buques de combate, se notó visible reac- ción délos espíitus, un tanto abatidos en aquellos últimos tiempos.

La entrada del acorazado Vizcaya en el puerto de la Habana revir- tió todos los caracteres de un suceso extraordinariamente entusiasta.

Imposible describir la gran manifestación popular que acudió á los muelles acompañada de varias músicas y dando estruendosos vivas ¿ Espina, que formaba imponente contraste con los disparos y salvas de las batel las del Morro.

En esos testimonios de entusiasmo y de regocijo público, quiso compendiar la opinión de allá sus simpatías por nuestra Marina de gue- rra y sus deseos por ver suficientemente garantida nuestra soberanía en aquella isla.

***

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Empeziba á sentirse en Oriente la acción de nuestras armas contra los rebeldes, que desde hacía tiempo venían disfrutando en toda aquella parte de la isla la mayor impunidad.

El día de Marzo comenziron á recibirse noticias relativas al mo- vimiento de columnas en el departamento oriental, donde ya se había empezado á operar en ofensiva.

La que mandaba el general Ballesteros realizó una operación en la

DESCUBIERTA EN LA TROCHA

jurisdicción de Holguín contra fuertes ríeos enemigos, á los que batió en Santo Domingo, haciéndoles cuatro muertos, que dejaron en el campo, destruyendo campamentos y cogiendo armas y caballos.

Tuvo la columna 14 heridos de tropa y al comandante don José Rivero, ayudante del general, y al capitáa de infantería don Fernando Colombo, heriios tambiéa de alguna gravedad.

Los batallones de Aragón, Sicilia é infantería de Marina, en opera- ciones del 3 al 4 por Seboruco, Junco, Corojal y Aceras, destruyeron campamentos y recursos, recogiendo reses, caballos y armas.

Blanco "O

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Las tropas tuvieion un muerto, y heridos el médico don Federico Torrecilla, el teniente de infantería de marina don Ángel Sánchez y lo de tropa.

El general Vara del Rey, al frente de tres columnas, en combina- ción con la del coronel López Ortega, después de cuatro días de ope- raciones y combates frecuentes, logró conquistar fuertes posiciones en Sierra Maestra, desalojando de ellas al enemigo, que, al huir, aban- donó siete muertos, armas, municiones y gran cantidad de recursos.

Las columnas, en esos combates, sólo tuvieron un muerto y ocho heridos, entre los cuales estaba el capitán ayudante del segundo bata- llón de Cuba, don Francisco López.

En Caimán se hicieron al enemigo 22 muertos, teniendo nuestras tropas nueve h áridos y tres contusos.

El general Pando regresó á Manzanillo después de una ausencia de dos días.

La expedición del general jefe del Estado Mayor tuvo por objeto inspeccionar la organización de los servicios preparatorios de las pró- ximas operaciones.

Noticioso de que un convoy de provisiones había varado en la boca del Cauto, fué allá el general Pando con una compañía de pontoneros, logrando hacer cesar muy luego la interrupción de ese servicio.

Enterado después de que un vapor de la casa Menéodez había va- rado también cerca de la barra, acudió en su auxilio organizando el trasbordo de los pasajeros y del batallón de Mallorca que conducía á Manzanillo desde la Habana.

El general mostrábase muy animado y con grandes confianzas en la próxima campaña ofensiva. Varias columnas habían salido yaá po- sesionarse de puntos estratégicos y se esperaba de un momento á otro un encuentro formal con los rebeldes.

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* * *

Continuaban llegando á Manzanillo tropas destinadas á reforzar aquel cuerpo de ejército para las operaciones próximas.

El día 2 se tuvo noticia de que la columna que mandaba el teniente coronel señor Chacel tuvo un encuentro con el enemigo entre Holguín y Btire, desalojando á los insurrectos de sus posiciones y causándoles numerosas bajas.

Encargado de instalar una torre helicgráfica en Loma Piedra el te- niente de ingenieros señor Barnal, hallábase consagrado ásus trabajos, apoyado por un destacamento de 25 hombres, cuando fué atacado por el enemigo, al que rechazó victoriosamente, obligándole á retirarse con bastantes bajas.

El teniente Barnal logró ponertérmino á su cometido, sin más pér- didas que haber resultado hsrido un soldado teleg-afista.

Fuerzas de voluntarios movilizados de Castelvi y Sintisgo de Cuba atacaron á una partida de cien rebeldes, á los que dispersaron y causa- ron 22 bsjas.

Fueron muy importantes las operaciones realizadas por las colum- nas en combiaación del general Vara del Rey y coronel López Arteaga, formadas por el regimiento de Cuba y tres compañías del de Puerto Rico, en la parte Nordeste de Smtiago de Cuba y estribacioaes de Sierra Maestra.

Divididas esas fuerzas en pequeñas fracciones, operaron durante cuatro días, practicando importantes reconocimientos en toda aquella zona y penetrando luego la columna en [las primeras estribaciones da la Sierra Maestra, donde se suponía que tenían los insurrectos importan- tes núcleos, hospitales y abundantes almacenes.

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El enemigo había protíg'do las proximidades de su campamento con muchas trincheras y colocando bombas de dinamita en los caminos por donde podían avanzar los soldados; pero, á pesar de estas precau- ciones defensivas, faeron desalojados de sus trincheras los rebeldes, ocu- pando las tropas el campamento, efectos de todas clases y considerable cantidad de víveres, y destruyendo muchos bohíos.

Los insurrectos abandonaron todas sus posiciones y el campamen- to, huyendo desconcertados al ver que se aproximaba la columna.

* * *

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I

La operación se verificó en la parte de la Sierra Maestra más pró- xima á Guisa, que era el punto más avanzado que poseíamos allí.

£1 enemigo había sido dueño absoluto de la Maestra desde los co- mienzos de la campaña. En Julio ó Agosto del 95 penetró una columna nuestra hasta Mantecas, partiendo de Guisa, y desde entonces no ha- bían vuelto á molestarle en aquel seguro asilos las tropas. A favor de esta impunidad, que en dos sños y medio fué completa, pudo vivir allí á sus anchas.

No menos tranquilo estuvo todo ese tiempo en las jurisdicciones de Guanlánamo, Baracoa, Mayarí, etc.; pudiendo calcularse que la zona en que gozó de la más completa impunidad en todo ese tiempo, aventaja considerablemente en extensión á las tres provincias vascongadas y Navarra, teatro de la guerra civil del Norte.

Por eso fué de la mayor importancia que las columnas á la sazón organizadas operasen en aquellas zonas, destruyendo recursos é inte- rrumpiendo al fin la plácida calma de los insurrectos, tan profunda, -que, como ya en otra ocasión, tenían haciendas en cultivo, en las que trabajaban como esclavos nuestros soldados prisioneros.

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Ya era, pues, hora de que se castigase á aquella gente ensoberbe- cida y de que se la diesen pruebas palpables de que no estaba España agotada ni habían muerto del vómito y del paludismo todos nuestros soldados, como para animar á las masas decían sus jefes á diario.

Nos comuaicaron de la Habana, el día 3, que el corresponsal que el diario La Lucha tenía en Candelaria (Pinar del Río), había telegrafiado á su periódico afirmando que, cuando los rebeldes se retiraron del com- bate que la columna del coronel Balbás sostuvo en las lomas del Mulo con las partidas de Perico Díaz y Mayía Rodríguez, fué herido el céle- bre cabecilla Vidal Ducass/, de tal gravedad, que falleció á las pocas ho- ras, siendo enterrado en el campamento que las partidas tenían forma -

do en las estribaciones de las lomas referidas.

La noticia fué confirmada al día siguiente por diferentes conductos, dándose cuenta á la vez de haberse presentado el titulado comandante rebelde Longino y el cabecilla Héctor, prácticos en la provincia de la Habana, acompañados de uq titulado capitán.

En la madrugada d:l 4 salieron de Batabanó con dirección á Orien- te, el batallón de infantería de Castilla y 150 movilizados destinados á reforzar aquel cuerpo de (jército y á opersr en el río Cauto.

De un memento á otro iban á emprenderse con toda energía en

aquel departamento Iss operaciones en gran escala, partiendo de la costa y avanzando hacia el interior. El ejército de Oriente que las hdbía de emprender, había recibido nueva organización, componiéndose de dos divisiones ligeras y otra denominada de Bayamo, que tendría su base de operaciones en este importante punto.

El mando de esas tres divisiones había sido confiado á los genera- les Bernal, Aldave y March, y los j.fes de las brigadas eran los genera- les González y Marina y los coroneles Ttjeda y Fuentes.

En la mañana del 5 llegó al puerto de la Habana el acorazado Oquendo, designado por el Gobierno para formar parte de la escuadra de Cuba.

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Apenas fué señalado por la bandsra del vigía del Morro, un pú- blico iamenso lleaó los muelles, ansioso de saludar á los que iban á prestarle apoyo y á defender sus vidas y haciendas.

Al doblar el crucero por la Punta, la muchedumbre que estaba en malecón prorrumpió en aplausos, que repitió la gente que se hallaba en el pescante, prolongándose por el muelle de caballería hasta la Ma- china, a

Desde la fortaleza de la Cabana y Casa Blanca se vitoreó al Oqiien- do, y el inmenso público que llenaba las embarcaciones, hizo una ver- dadera ovación á nuestro bu^ue de guerra.

El cuadro que ofrecía la bhía era indescriptible.

Apenas fondeó, á alguna distancia de su hsrmano el Vílcaya, acu- dieron á bordo comi iones oficiales y de corporaciones particulares para dar la bienvenida á la tripulación.

La ciudad estaba engalanada, y el recibimiento que el pueblo le tri- butó fué tan entusiasta y cariñoso como el que días antes hiciera al Vizcaya.

La presencia de esos dos acorazados en la bahía de la Habana, don- de había otros barcos de guerra extranjeros, produjo gran entusiasmo y alentó el ánimo algún tanto dees í lo de los peninsulares, ante el te- mor de qu3 la Madre patria les abandonara, en el caso de una extraña

intervención. í

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I

CAPITULO XLV

Actividad de nuestras columnas. Importantes operaciones contra Máximo Gi5mez y sus huestes. —La división Salcedo. Encuentro y derrota del generalísimo. Aet va perse- cución de 6u partida. Nuevas batidas. Dispersión de las partidas. En Oriente La columoa del coronel Tejeda. --Ataque y toma del campamento «El Chino». Huida de los mambíses. Avance de nuestras tropas. Varios y victoriosos encuentros y combates. Impresiones. Colisión entre rebeldes. Muerte de los cabecillas Cayito Alvarez y Vi- cente Núñez. Las columnas Linares y Vara del Rey. Operaciones sobre la costa Sur de la provincia oriental. Nueva batida y derrota del generalishno. Encuentro y derro- ta de la partida de Bermúdez. Rudo combate en Pinar del Río. Sensibles bajas de la columna. Nuevas presentaciones. Muerte del cabecilla Antonio Núñez.

xcEPCioNAL importancia revistieron, no sólo porque re- velaioa en las operaciones una actividad hacía tienrpo anunciada y deseada por el Gobierno y el país, sino porque fueron realizadas contra Máximo Gómez, de quien hacía muchas semanas no se hablaba ni una palabra, y á quien creíase, á juzgar por las últimas noticias que de él se publicaron, á Oriente de la trocha central, es decir, en el Ca- magüey ó en Santirgo de Cuba, las operaciones llevadas á cabo por la división Salcedo en jurisdicción de Sancti Spíritu^, en los úl- timos días de Febrero y primeros de Marzo., contra las huestes del^^ñe- ralisimo.

A la vez que el general Pando tomaba la ofensiva desde Sierra Maestra, en el departamento Oriental, contra los fuertes núcleos rebel- des que allí dirigían Calixto García, Rabí, Cebreco, Torres, Miró, Pe-

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riquito y otros, columnas de la división del general Salcedo, que man- daba las fuerzas que estaban sobre la trocha, encontraron alas partidas que dirigía Gómez en la jurisdicción de Sancti Spiritus, desde hacia más de un año.

Emprendido un movimiento general por las fuerzas de la división Salcedo, el regimiento de caballería del Pxíncipe, que mandaba el co- ronel Cortjo, encontró el día 27 de Febrero en Trilladeritas (Sancti Spiritus), á una partida enemiga, á la que batió y puso en fuga, sin en- contrar gran resistencia, causándola tres muertos, que dejó el enemigo abandonados en el campo.

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CRUCERO «MARQUES DE LA ENSENADA»

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La columna emprendió su persecución, dándola alcance al otro día en Guanabo, donde la volvió á batir, y persiguiéndola hasta Mf jaguas. D¿sde este punto se diiigió hacia el interior de la manigua, encon- trando en la «Loma Partidf» á Máximo Gómez, á quien batió y derro- tó,'después de una hora de combate, con brillantes cargas de caballe- ría, apoderándose de su campamento, en el. que parnoctó. |

El generalísimo Gómez y sus huestes, en su huida, fueron á dar con el batallón úe Reus, que los batió de nuevo el día 19 de Marzo en Los Hoyos, rechazándoles sobre la columna Cortijo, que los volvió á ba-

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tir, siendo cogido entre las dos columnas, que le castigaron duramente, haciéndole gran número de bajas y poniéndole en precipitada fuga y dispersión, abandonando en el campo i6 muertos y 22 caballos con monturas.

No había logrado aún reponerse el jefe dominicano, cuando en su huida tropezó con la columna del batallón de Garellano, al mando del teniente coronel Costa, con la que vióse obligado á trabar combate en Pozo Azul, siendo desalojado de las posiciones que ocupaba y perse-

CRUCERO NORTEAMERICANO «BOSTON»

gaido hasta Lujirones, donde se dispersó en varios grupos que huyeron diseminados hacia Majagua, Pelayo y Soto Viejo, perseguidos siempre por nuestras fuerzas, abandonando nueve muertos, uno titulado te- niente, armamentos, machetes, caballos con monturas, tres acémilas con víveres y documentación.

Las columnas tuvieron en los primeros combates diez heridos, en tre los cuales figuraba el capitán de artillería señor Planas, y en el úl- timo cuatro muertos y seis heridos de tropa.

La operación con tanta fortuna combinada produjo como resulta-

Blanco 71

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do, además del quebranto en las partidas que capitaneaba Máximo Gó- mez personalmente, por haber perdido el reposo de que disfrutaban, la presentación del titulado coronel Francisco Rodiíguez.

Las fuerzas del coronel Cortijo volvieron á batir á los grupos dis- persos de la partida en Manicarague, San Fernando y Melones.

El teniente coronel Locasau, en Río Z iza, hizo al enemigo cinco muertos y dos prisioneros, destruyendo prefectura.

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Continuando las operaciones emprendidas en la zona de Manzani- llo (Cuba), donde había llegado ya la división ligera del general Ber- na!, una de las columnas que operaba por Sierra Maestra, la que man- daba el bizarro coronel Tejeda, realizó un atf que combinado al campa- mento enemigo llamado «El Chino», que dio por resultado la toma y destrucción de esta formidable posición enemiga.

Hábilmente dispuso el coronel Tejeda que los batallones de León, Las Navas y América, que formaban la columna de su mando, conver- gieran á atacar las formidables posiciones atrincheradas que tenían por base el campamento enemigo de «El C lino».

El batallón de León, saliendo de Vigía, atacó por retaguardia, en- contrando en su marcha trincheras en una extensión de dos kilómetros, construidas á prueba de artillería y defendidas por fuerzas insurrectas, á las cuales desalojó de sus posiciones, siendo el primero que penetró en el campamento.

El batallón de Mérida atacó por el flanco derecho, y el de las Na- vas cubrió el camino de Puerto Portillo, cortando la retirada al enemi- go. Este, cuyas fuerzas eran considerables y estaban mandadas por les cabecillas Ríos y Lora, reforzadas con las de la partida de Rabí, se sor-

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prendió al verse cercado y envuelto por las tropas, y huyó, tras corta resistencia, dejando en poder de nuestros soldados nueve muertos, seis prisioneros y armamentos.

Cortada la retirada por Puerto Portillo, el enemigo tuvo que inter- narse en la Sierra, con dirección al Este. Persiguiéronle nuestras tro- pas dándole alcance y arrojándole de las nuevas posiciones donde se había hecho fuerte.

La op3ración, que duró dos días, y en la que jugó muy principal papel la artillería que preparó y apoyó el atsque desde Río Sabanilla, fué coronada por el más lisonjero éxito, merced á la pericia de los j^fes y á la bravura de las tropas, dando por resultado el que cayeran en po- der nuestro gran número de herramientas de carpintería y armería, con fragua, numerosos bohíos, grandes cuarteles y hospitales y gran canti- dad de provisiones y pertrechos de guerra.

Fraccionados, huyeron los mambises por los barrancos, internán- dose en las fragosidades de Sierra Maestra.

Súpose, por las manifestaciones de los prisioneros y de los confi- dentes, que el enemigo retiró más de cien b;jas.

Las de la columna fueron pocas con relación á la importancia de las operac'ones y al resultado obtenido: dos soldados muertos y 15 he- ridos, y un teniente herido de alguna gravedad.

* * *

Seguía el avance de nuestras tropas hacia el Oriente de Cuba, ha- biendo batido al enemigo en diez sitios á la vez, desde Santiago hasta el cabo Cruz.

El coronel Chacel, operando en las sierras próximas á Jiguaní, sos- tuvo constantes encuentros, librados en diferentes sitios.

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También tuvieron varios encuentros con el enemigo los batallones de Mallorca, Barcelona, Isabel la Católica y Vizcaya, en los cuales se le hicieron algunas bajas, sin que tuvieran novedad nuestras columnas.

El día 7 regresó á Manzanillo, de su expedición al interior, el ba- tallón de Extremadura, que había salido el día i.° de Media Luna y, realizando una brillante marcha, había llegado el 3 á Parial Bacas y Calderes, sitios no visitados por nuestro ejército desde el comienzo de la guerra.

Sostuvo la columna fusrtes tiroteos con grupos rebeldes, en los que tuvo dos muertos y ocho heridos, que lo fueron por balas explo- sivas.

El día 8 llegó la columna Otero, con tres heridos.

Ambas columnas, después de siete días de operaciones, sólo deja- ron en los hospitales de Manzanillo cinco enfermos.

Convenientemente racionadas, las dos salieron el día 10 á conti- nuar las operaciones.

Las impresiones recogidas por nuestros informantes en los diversos puntos visitados de aquella zona, eran que en el campo vivían, aparte de la gente armada, muchas familias, con sobra de elementos paia su alimentación, pero teniendo gran escasez de vestidos, y que entre los insurrectos se ejercía gran vigilancia para evitar las presentaciones.

Consecuencia de esa vigilancia en todo el campo insurrecto fué la colisión entre rebeldes ocurrida en La Esperanza (Las Villas).

Desde hacia algunos días que estaba concertada con el comandante general señor Aguirre, la presentación de los cabecillas Cayito Alvarez y Vicente Núñez, con las fuerzas á sus órdenes; presentación que debía verificarse el día 13 en el poblado La Esperanza, entronque de la línea férrea de Cienfaegos con la general llamada de Cárdenas y Ruano, que va á Santa Clara.

En la mañana de ese día salió de la capital para La Esperanza un

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capitán de artilleria, a} udante del general Aguirre, con objeto de diri- girse al campamento rebelde de dichos cabecillas, acompafiado de un vecino y del alcalde del pueblo.

En la misma mañana estuvo en la finca «Lugo», donde debían re- concentrarse los que iban á someterse á la legalidad vigente en la isla, la esposa de Cayito Alvarez, regresando á las dos horas á La Esperan- za diciendo que ya se encontraban todos en la finca esperando la llega- da del emisario del general y del alcalde, quienes debían acompañarles á Santa Clara á hacer su presentación ante el comandante general de Las Villas.

En este intermedio llegó á la finca, al frente de una fuerte partida insurrecta, el cabe'^.illa Roberto Bírmúlez, quien apresó á los citados Cayito y Núñez y al titulado comandante González que los acompaña- ba, y sin pérdida de momento los mandó f asilar por la espalda, aban- donando los cadáveres y retirándose hacia Ranchuelo y Lijas.

Cuando llegaron, poco después, á la finca ios emisarios de 1j paz, escoltados por una guerrilla de Ranchuelo, encontraron los cadáveres de los desgraciados Alvarez, Núñez y Espinosa, que los guerrilleros re- cogieron y trasladaron á Santa Clara.

Roberto Bermúlez era uno de los cabecillas más sanguinarios y feroces de la rebelión separatista: era de los qne guindaban con alam- bre porque el cáñamo se pudre pronto.

Se supuso que á Bermúlez, como á Alberto Rodríguez cuando lo dal infortunado Ru'z, hubo alguien que le dio aviso de los propósitos de sus camaradas, y llegó á tiempo de asesinar á los que él, sin duda, calificaría de traidores. Por fortuna, no habían llegado todavía á la fin- la «Lugo» el ayudante del general Aguirre y el alcalde de La Esperan- za, quienes, merced á esa circunstancia se libraron indudablemente de correr suerte parecida á la del malogrado Ruiz.

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De mucho más efecto hubiera sido la presentación de los dos cabe- cillas con su fuerza ante el general Aguirre; pero hubo de producirle grande el hecho de la colisión entre los que esperaban en «Lugo» la hora de abandonar el campo de la rebelión y reconocer la legalidad, y los far áticos que aun resistían por el régimen de terror impuesto por Máximo Gómez.

Cayito Alvarez, muerto por los que fueron sus camarades en la manigua, no era un cabecilla adocenado, sino un jefe de la insurrección de Las Villas, que había conquistado gran relieve en el campo enemigo.

Cayito y Regó eran los que después de musrto Serafín Sáichez,

seguían en importancia en Las Villas á Sancho Carrillo, y por esto tuvo

interés la reso'ución de someterte á la legalidad y presentarse á las auto- ridades españolas.

Algo análogo acontecía con Vicente Núñez, pariente muy cercano del famoso Núñez á quien la Junta roívolucionaria de Nueva York tenía confiada la miiión de organizar las expediciones filibusteras.

Trataban de realizar la presentación en La Esperanza, á pocos ki- lómetros de Santa Clara y cerca del sitio donde horas antes los rebeldes habían hecho volar una alcantarilla con dinamita.

La colisión que produjo la muerte de dichos cabecillas, reveló la profunda división que entre ellos existía y la gran desconfianza y re- celo que minaba la vida en los campamentos del enemigo.

Con estos sucesos habrían de vigilarse incesantemente los unos á los otros; y si á esto se agregaba una persecución activa, pudieran lo- grarse en Las Villas resultados muy inmediatos.

La noticia produjo un buen efecto en las esferas oficiales, pues im-

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portaba mucho que en aquellos momentos llegaran noticias de esa na- turaleza.

*

Con gran actividad seguían las operaciones de guerra en el depar- tamento oriental.

Dos columnas combinadas, á las órdenes de los generales Linares y Vara del Rey, salieron el 7 de Palma Solano, la primera por El Tiem- po, Sempú y Dos Palmas, y la segunda por Aguacate, Cámbate y Santa María, con objeto de coincidir el 9 sobre Solís, campamento central de la titulada brigada enemiga de Cámbate, donde resistieron al abrigo de fuertes atrincheramientos, que les fueron tomados con gran bizarría por nuestros valientes soldados, causándoles tres muertos, que jirón en el campo, haciéndoles un prisionero y ocupando efectos, caballos, mu- niciones, botiquines, correspondencia, otros efectos de guerra, ganado y abundantes recursos de toda especie.

El día 10 practicaron extensos reconocimientos en todas direccio- nes, sin novedad; y el 11 volvieron á dividirse las dos columnas, per- noctando la de Vara del Rey en Hongolosongo, después de destruir el campamento enemigo de Josefina, tras ligera resistencia de los mambi- ses que lo ocupaban y defendían, pernoctando á su vez las fueizas ¿del general Linares en Esperanza, después de arrollar á pequeñas partidas que trataron de disputarle el paso.

El 12, fraccionada la fuerza en cuatro columnas, practicó extensos reconocimientos hasta San Juan de Wilson, los Cayos y Tuiú, defen- dido éste por cinco trincheras, que abandonó el enemigo, pernoctando Linares en el Cobre y Vara del Rey en San Luís, para dar descanso á las tropas, después de haber limpiado de enemigos toda aquella zona.

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Las pérdidas de nuestras columnas en los cinco días de operaciones íueron dos muertos y 14 heridos de tropa.

El día 10 salió de Manzanillo á operar por las estribaciones de la Sierra Maestra, que costean la parte Sur de la provincia oriental, desde el Cabo Cruz á Santiago, una columna dirigida por el coronel Guelpe y formada con fuerzas de la de Otero y batallón de Extremadura y Ma- llorca, guerrillas de Niquero y artillería, auxiliada por el vapor Reina de los Angeles.

Con hábiles maniobras y rudos combates en que fué necesario hacer fuego de cañón contra abruptas posiciones rebeldes, nuestras tropas arrollaron sucesivamente al enemigo, que las abandonó desalentado y batido, dejando en su huida un muerto, varios heridos, armas, municio- nes, efectos, documentos y 1 1 prisioneros en poder de la columna ven- cedora.

Presentáronse expontámeamente á las tropas numerosas familias, que se acogieron á poblado acompañados de nuestras fuerzas.

Al continuar las operaciones, siguieron también muchas é impor- tantes presentaciones de rebeldes.

La columna tuvo tres muertos, 12 heridos de tropa y algunos caba- llos muertos y heridos: las bajas del enemigo fueron incalculables y quedaron ignoradas por haberlas retirado en su huida hacia el interior de la Sierra.

La operación llevada tan felizmente á cabo por las valientes tropas de la columna, con la eficaz ayuda de Jas tripulacioness del Conde de Venadito y del Reina de los Angeles, dtjó quebrantada la insurrección en toda la extensa comarca comprendida entre el río Camarones, Vica- ría y Cabo Cruz, donde el enemigo se creía inexpugnable, facilitando á la vtz el emprender nuevas y decisivas operaciones, que ya habían em- pezado en el resto de la Sierra y márgenes de los líos Cauto y Contra- maestre.

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La división ligera del general Bernal salió á operaciones el día 14 sobre Baire y Cantirado.

* * *

Una columna, compuesta del escuadrón de Camejuaní, el batallón de Arapiles y una sección de artillería, encontró y batió el día 12 en

Majagua á las partidas de Máximo Gómez y yosé Mguel Gómez, que sumarían unos 500 hombres, 200 infantes y 300 caballos, causándo- les bajas de consideración y dis- persándolos.

La columna tuvo tres muertos de Camajuaní; heridos graves, el capitán don Sebastián Coca y seis soldados, y leves, el teniente se- ñor Martínez y siete de tropa.

En Santa Clara, los batallones de Soria, Galicia y guardia civil, tuvieron un serio encuentro el día 15, en Vizcaíno, con la gruesa par- tida que mató á Cay itoAlvarez y á Núñez, mandada por Roberto Ber- múdez, ala que batieron y dispersaron, causándola diez muertos, que recogieron en el campo de la acción, y cogiendo catorce caballos, con monturas, y armamentos.

Nuestras fuerzas tuvieron dos muertos, y heridos un oficial y cin- co de tropa.

Blanco 72

CABECILLA RECIO

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El día 1 8, entre Polo Norte y Puchana, el batallón de Luchana y es:uadrón de Treviño batieron á una partida insurrecta que huyó, abandonando 15 muertos.

Las tropas tuvieron dos muertos, y heridos el capitán don Ramón Allende y ocho soldados.

Eq la provincia de Pinar del Río, el general Hernández de Velasco con el batallón de Baleares, una compañía de San Quintín y un escua- drón de Villaviciosa, sostuvo un rudo combate contra las partidas re- concentradas de aquella región, á las que batió y rechazó tras sangrien- ta y épica lucha y merced al indomable valor é incontrastable empuje de nuestros soldados, á causa de la desigualdad numérica de sus fuer- zas, dejando el enemigo quince muertos, y retirando, al amparo de es- pesos maniguales, muchos heridos.

La columna tuvo considerables y sensibles bajas, resultando muer- to el capitán don Antonio Epígarez Lara y dos soldados, y 13 heridos pertenecientes al batallón de Baleares, entre los cuales estaban los te- nientes don Egidio Matorejo y don Ángel Luque.

El día 21 se presentaron al general Molina, en Jagüey Grande, lí- mite de la provincia de Matanzas y jurisdicción de Cienfuegos, aco- giéndose á la legalidad, el titulado teniente coronel áéí ejército liberta- dor de Cuba Benito Socorro, con la partida que mandaba, compuesta de dos oficiales y 72 hombres, de ellos 43 con armas, y muchas fami- lias. La paitida entregó sus armas en la pltza, á presencia de las tropas y del vecindaiio, dando entusiastas vivas á España, á Cuba españo a y á la autonomía.

Según telegrama que publicó el Diario déla Marina en su edito- rial del día 24, se dio por seguro y suficientemente averiguado, que el titulado general insurrecto Antonio Núñez (hermano del Vicente que murió con Cayito Alvarez á manos del feroz y sanguinario Barmúdez), había aparecido ahorcado cerca del poblado de Santo Domingo, afir-

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mandóse que el autor de la hazaña había sido el mismo Barmúiez, á consecuencia de haber tenido conocimiento de que intentaba presen- tarse y someterse á la legalidad.

No obstante esos salvajes procedimientos de terror para contener las deserciones en el campo insurrecto, por parte de los fináticos é in- transigentes enemigos de España, se anunciaban nuevas é importantes presentaciones en las provincias occidentales.

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CAPITULO XLVI

Plan de operaciones en el Camagüey. Operación combinada. Encuentros y combates. Batida de los inmrrectcs.— Imprefiones. Vientos de guerra. Los propósitos de los jaLkis. NutYa organización de nuestro ejército en operaciones. La campaña en Orien- te.—Reconcentrfción de los rebeldes.— Operación combinada. Encuentics y combates. Toma y destrucción de campamentos. Derrota de los insurrectos. Reconocimientos y batida de los rebeldes. La columna del general Bernal. Ataque il un convoy. Rudo combate y derrota de los insurrectos. Nuevo encuentro y dispersión de los rebeldes. La obra del soldado.

^ L plan de operaciones en la extensa y casi despoblada provircia de Puerto Príncipe, tenía como base combi- nar las fuerzas que desde la trocha central invadían Equel territorio, con las que mandaba el general Jimé-

nez Castellanos, comandante general del Cgmagüey.

El día 15 salió de Manzanillo el general Pando á inspeccio- nar la trocha del Júcaro á Morón y organizar las columnas de operaciones en el Ce maguey, saliendo á operaciones en la madrugada del 18, hacia San Nicolás y alrededores.

Las fuerzas que operaban en la parte occidental deja trocha, entre las cuales figuraban los batallones de Careliano, Murcia, Chiclana^ Llerena, Arapiles, regimiento de caballeiía del Pjíncipe, dos escuadro- nes de voluntarios movilizados de Camajuaní,.una batería del quinto regimiento montado y otras secciones de voluntarios y guerrilleros montados, formaron tres columnas bajo la dirección de los generales

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Pando, Salcedo y Ruíz, y los coroneles Cortijo, Ramírez, Poblaciones y Maitín Sesma.

La marcha fué de relativa dificultad, pues tuvieron que sostener ligeros pero continuos tiroteos coa los flancos del enemigo, llegando el ) 9, sin más novedad, á Santa Isabel, donde se dio descanso á las tropas y se estableció el campamento.

Al día siguiente contiruaron la marcha sin incidente digno de mención, y á la caída de la tarde acamparon en el monte, saliendo los batallones á practicar reconocimientos en distintas direcciones, hostili- zados siempre por un enemigo invisible, que causó un muerto y tres heridos á las fuerzas del batallón de Chiclana.

Continuó la marcha en dirección de San Juan, y poco después de salir del campamento, vióse atacada la vanguardia de la columna por un grupo enemigo de unos cien hombres, emboscados en los Guana- les y Chumenda, con el que sostuvo nutrido fuego. Este combate de vanguardia, que terminó con la huida del enemigo, dio por resultado que éste dejara abandonados en el campo ocho muertos, teniendo nues- tras tropas al teniente de Arapiles, señor Cuesta, y un soldado, heridos graves.

Con otros pequeños tiroteos llegaron nuestras fuerzas á San Juan, donde el enemigo esperaba á la columna.

Allí se entabló un combate que parecía iba á ser duro por las ven- tajosas posiciones que ocupaban las fuerzas rebeldes; pero fué tomado San Juan sin gran resistencia. Tenía importancia este poblado, porque en él vivían tranquilamente los insurrectos desde que Máximo Gómez invadió el Camagüay, y en él habían montado industrias auxi.iares de la guerra y establecido depósitos de ganado y un hospital.

La columna ocupó muchos efectos, 200 reses vacunas, 20 caballos y muchas medicinas.

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El día 21 continuaron nuestras fuerzas operando en dirección de Santo Domingo y Vertientes, á donde llegaron el mismo día y acam paron.

Durante las marchas se encontraron muchos bohíos que, al ser re- conocidos por los gaerrilleros, vióse que habían sido abandonados per los insurrectos al enterarse de la aproximación de las tropas.

Según referencias de las varias familias que se acogieron al ampa- ro de las columnas, y manifestaciones de algunos presentados y pri- sioneros, estaban en el campo insurrecto por temor á los vejámenes de que podían ser objeto de parte de los rebaldes.

Dijeron, además, que desde que estallara la guerra, era aquella la primera víz que pasaban tropas por aquellos campos.

La impresión que se sacó de esas operaciones y reconocimientos, fué la de que vivían pacificamente en toda aquella zona muchas fami- lias de rebeldes, contando con grandes recursos, siembras y ganados. Calculóse que había en aquellas zonas más de cien mil reses, que principalmente se hallaban en la costa Sur de la provincia.

Los rebeldes armados no eran muchos, y los que mejor montados y armados estaban, eran los dedicados á servicios especiales de comi- siones, avisos, confrontas y auxilio de las prefecturas.

El espíritu de nuestras tropas era excelente; los soldados iban ani- madísimos; los ranchos, como había carne en abundancia, eran buenos, » y, á pesar de las marchas largas y penosas, sólo hubo una baja por en- ^| fermo en las columnas.

De las impresiones recogidas por nuestro informante en el cuartel general, deducíase que el propósito del general Pando era impedir que se confirmasen los rumores que circulaban con insistencia sobre propó- :

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sitos de nueva invasión en Oriente. Dd ser éstos ciertos, las operacio- nes realizadas como base del plan general, habían desconcertado al enemigo.

El general Pando, conforme deseaba, logró establecer contacto con las fuerzas que mandaba el general Jiménez Castellí^nos.

La combinación con la división Castellanos se realizó con fortuna, coincidierdo en Vertientes ambas fuerzas, donde oportunamente llega- ron embarcaciones con raciones, protegidas por el cañonero Contra - maestre.

* *

Seguían las malas impresiones respecto de la actitud y preparativos militares délos Estados Unidos: la Bolsa, ese barómetro de la política, continuaba pronunciándose por la baja: los periódicos mostrábanse in- tranquilos: los ministros aparecían preocupados y poKíanen circulación frases equívocas. Decididamente no eran de paz los vientos.

Y no eran de paz los viento», porque la República norteamericana era Eolo: resoplaban fuerte el gobierno, los individuos del Parlamento, los agitadores de la prensa, los agiotistas de la banca. Por último, de- sataban el vendabal de todas las pasiones ruborosamente contenidas durante tres años, los marinos encargados de informar á Mac Kinley sobre la catástrofe del Maine.

Pero, ¿era eso la guerra? Desde luego podía esperarse todo de un pueblo completamente extraño á todo procedimiento regular en las re- laciones internacionales. h& sans facón anglossjona, la falta de escrú- pulos característica de la raza y de su condición aventurera y comercial, autorizaba cualquier sospecha. El Norte-América es el pueblo de Lynch, y sus hombres de Estado habían consentido como la cosa más natural

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del mundo las salvajadas de Nueva Orleans, sin creer que por ellas me- reciera la humanidad un desagravio, ni Italia, atropellada y ofendida, una reparación honrosa.

De una tan burda novela como la del Maine fueran muy capaces los norteamericanos de sacar conclusiones efectivas en contra de España.

Ese episodio del Maine no nos pareció definitivo: ese acuerdo del Maine era un jalón mes; sólo un jalón. Los Estados Unidos habían intentado pro- vocarnos en todas las íormas, de manera que la agresión fuera imputable á nuestro quijotismo. Pero cuando Don Quijote no resultaba en sus alocam lentos sino con la firmeza y serenidad de sus grandes horas de cordura, los yankees se callaban y se potían á intentar nuevas artes de dis- cordia.

Primero los indemnización ;s; después las proposiciones favorables á la belige- rancia; luego la excursión del Laurada á Valencia; en todo momento la ayuda re- suelta en armamentos y municiones á la insurrección; más tarde el conflicto Dupuy de Lome, planteado gracias á los más re- probados métodos de espionaje y á la vul- neración del secreto de la correspondencia privada; muy luego la vi- sita del Maine y el ajetreo de otros buques como fantasmas amenazado- res, y últimamente la campaña de Mr. Lee y Miss Clara Barton á pro- pósito de los reconcentrados...

¿No estaba en todo eso visible una astucia incansable y un propó- sito deliberado y evidente que buscaba nuestro cansancio ó nuestra

VOLUNTA KIO MOVILIZADO DE COLOR

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desesperación, paro siguiendo el juego del nadador que á vueltas con las olas quería guardar la ropa?

Qaedaba aúa un claro, un bu3n claro al Gobierno americano para agarrarse con fuerza: la protección á los reconcentrados, elevándola á descarada y humillante intervención, por medio de Lee.

Cuando á los Estados Uaidos conviniera dar la última vuelta á los tornillos, no tendría más que valerse de ese medio, en mal hora pro- porcionado por la torpeza de uno de nuestros generales, ya exacerbando nuestra paciencia, ya fundamentando en el humanitarismo su interven- ción en Cuba.

¿Qjé interés podlan'tener los yankees en aplazar las espansiones de su odio ó de sus ambiciones?

Ganar tiempo: todavía no consideraban, á la fecha, bastante el em- pleado para la organización de su marina y de su ejército.

Cuando considerasen las cosas en sazón sacudirían el árbol...

He ahí lo que nuestros gobernantes debieran haber tenido presente desde que se iniciara el conflicto y se traslucieran claramente los pro- pósitos y las intenciones de nuestro arteros enemigos.

Y el Gobierno debiera haber medido mejor las consecuencias de nuestra pasividad.

Y si al fin y al cabo habíamos de apelar al quijotismo, haberlo hecho antes de que nos tomasen mano y vez los yangüeses.

Para activar en lo posible las operaciones militares y unificarlas, se organizaron tres nuevos cuerpos de ejército. Uno de ellos operaría en el Camagüsy, á las órdenes del general Silcedo; el segundo se des- tinó á Las Villas, y á su frente se puso el general Aguirre, y el tercero fué encargado de perseguir activamente las fuerzas rebeldes que queda- Blanco 73

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ban en Occidente, operando al efecto por las provincias de Matanzas, la Habana y Pinar del Río, bfjo la dirección del general Gorzález Parrado.

En tres zoras militares quedó dividida la Sierra Maestra, para los efectos dalas operaciones emprendidas ea el departamento Oriental.

Comprendía la primera desde Cfbc Cri z hasta los nacimientos del río Ysrs; la segunda desde éstos á los del río Contramaestre, y la terce- ra, desde los últimos á la bahía del referido Csbo Cruz.

Las operaciones alJí realizadas en la primera decena de Fíbrero, y que dejamos reseñadas en precedentes capítulos, quedaron completa- mente determinadas, y de ellas se desprende que el general Linares, al regresar de Holguín debió ir á establecerse con sus íueizas á Palma So- riano, desde cuyo punto emprendió las operaciones ya mencionadas en combÍDación con el geneial Vara del Rey sobre la Sierra Moestra.

En el telegrama oficial del día 17 apsrecía una columna dedicada á limpiar de insurrectos la orilla izquierda del Cauto y teirenos al Sur de la misma, en la parte comprendida entre el Guamo y la desemboca- dura del río Contramaestie, Efluente de la izquierda de aquél; comarcas regadas por los tíos Bayamo y Cautillc, y en la que radican los impor- tantes poblados de Cauto Embarcadeio, Bayamo, Jiguaní, Guisa y Baire, teniendo además este ticzo del río Caulolos pasos precisos y constante- mente usados por las paitidas que iban de las jurisdicciones de Cuba y

Manzanillo á la de Holguín.

En la zona comprendida entre el Río Bayamo y el río Yara y prd- ximo á las estribaciones de la Sierra Maestra, estaba operando el gene- ral Ochoa sobie Veguitas y Bueicito, extendiéndose probablemente estas opeíaciones al Homo, el Dátil, Peralejo, Jucaibama, Barrancas y Yara.

El regimiento de Isabel la Católica operaba en combinación con las fueizfis de la división ligeia del general Bernal, y parece ser que antes de dirigirse sobre la paite central de Sierra Maestra abarcaría en sus cperaciones todo el teiritoiio asignado á las columnas de que se com- ponía dicha división.

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La media brigada Raíz cubría el camino de B lyamo á Cauto Em- barcadero, por Mangas y Punta Gorda, línea importantísima para la comunicación de Manzanillo á B lyamo por el río Cauto.

***

Habiendo recibido el g3neral Luque confidencias poútivas de que las partidas de las zonas di HoIguÍQ y Victoria de las Tunas, en cuya jurisdicción mandaba en jafe, habíanse reconcentrado en gru;so núme- ro en los montes de Chaparra, cerca de Puerto Padre, decidió empren- der una operación combinada contra el enemigo, y, al efecto, ordenó desde la líaea de Holguín y Gibara que salieran tres columnas en com- binación, al mando respectivamente del general Nirio, del coronel Mo- reno y del comandante P/ovenzi.

Esas columnas debían converger en los montes de Chaparra, yendo las fuerzís del general Nario por Vjlasco, las del coronel Moreno por San Andrés y las del comandante Provenza por la Resbalosa.

El general Luque, que debía concurrir también á esa importante operación, se embarcó en Jibara con dirección á Puerto Padre, en donde organizó una columna compuesta de 850 hombres de la segunda briga- da de dicha jurisdicción, é inmediatamente se puso en marcha al frente de estas fuerzas pjr el camino de Santo Domingo hacia Chaparra.

Las primeras fuerzas qu3 entraron en fusgo fueron las de la colum- na del coronel Moreno, que sostuvieron rudo combate el día 8, en las lomas de Juan Sáez.

Durante la refriega explotaron tres bombas de dinamita colocadas

por el enemigo para contener el avance de las tropas.

El general Nario, marchando en la dirección indicada en la orden ganeral, oyó el vivo fuego de fusilería y ciñ5n que sostenía la columna Morero, y, precipitando la marcha, acudió sus sus fuerzas en sn auxilio.

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Advertidas las fuertes partidss por sus explotadores de la llegada de otra columna, abandonaron sus posiciones y se replegaron precipi- tadamente hacia los mencionados montes de Chaparra.

Lastres primeras columnas acamparon, manteniendo contacto entre sí, en la noche del 8 á tres leguas del campamento enemigo.

# *

Por la noche del mismo día 8 pusiéronse de nuevo en movimien- to, y al amanecer del 9 rompieron fuego contra los rebeldes, que hicie- ron gran rctistencis, obligando á generalizar el combate, en el que se peleó duro por ambas partes.

Al fin, fué tomído €l campamento eremigo, huyendo éste desmo- ralizado y cayendo en la fuga sobre la columna Canillo, formada por fuerzas de las que mandaba el general Luque.

Las partidas no ofrecieron en este encuentro resistencia a'guca, y se dispersaron ala desbandada.

Continuaron las columnas operando y practicando extensos reco- nocimientos, y el dia 12 dieron con campamentos fuertemente atrin- cherados y establecidos en San Juan y el Semillero, á los cuales ataca- ron con gran brío y bizarría.

Avarzó la artillería hasta 200 metros y fueron cogidos los hilos colocados para h£cer estallar las bombas de dinamita de que tenían sembrado el campamento, apoderándose las tropas de dos cajas con explosivos.

Al día siguiente atacaron las tropas otro campamento enemigo es- tablecido en Laguna Grande, que los rebeldes abandonaron precipita- damente, sin aceptar combate.

Djspucs continuaron los reconocimientos hasta el día 16, en que las columnas regresaron á Puerto Padre.

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La operación duró ocho días, y á pesar de la tenaz resistencia que ofreció el eneirigo, fué desalojado sucesivamente de todas sus posicio- nes, tras reñidos combates y hábiles movimientos de las columnas, que maniobraron combinadas hasta derrotarle y dispersarle completamen- te, tomándole sus campamentos de San Juan, Semillero y Laguna Grande, dos poblados con grandes siembras, ganado, 17 trapiches en que fabricaba azúcar, armas, municiones, bombas de dinamita, de las cuales estallaron varias al paso de las tropas en los distintos ataques, hilos conductores y tres cajas con explosivos.

Además se le causaron 48 muertos y 150 heridos, debidos en gran parte al certero fuego de nuestra artillería, que fueron recogidos por nuestras tropas. Estas tuvieron que lamentar las siguientes bijas: el capitán de Vergara, don Ramón Toro, y nueve de tropa, muertos; he- ridos graves el capitán de la guerrilla de San Andrés, señor Honall, el teniente del regimiento de Astuiias, señor Tudela y 58 soldados, y le- vemente los comandantes señores Camarero y Molina.

Los cabecillas que formaron la concentración de las partidas bati- das fueron Manocal, Echevarría, Estrada, Cornelio Rojas y Perico Gon- zález.

Las columnas del general Nario y jefes señores Moreno y Proven - za, formaban un total de 1400 infantes, 200 caballos y cuatro piezas de artillería.

***

Lfl columna que mandaba el coronel Gelpí regresó el 24 desde San Jerónimo á Vertientes, después de verificar extensos reconocimientos ea fquella zona con fuerzas de infantería y caballería, batiendo algunas partidas que se le opusieron en defensa de rancherías, sorprendidas por la presencia de tropas en aquellos lugares, donde ocupó mucho gana-

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do y recursos de todo género, haciendo al enemigo cinco muertos y nueve prisioneros, cogiendo muchos caballos, armas, una prefectura, una teneiía, considerables abastecimientos de todo género y grandes salinas.

El general B;rnal, al frente de las fuerzas de su mando, salió el 13 de Jiguaní, llegando el 17 á Arroyo Blanco, después de sostener com bates ciarlos con grupos rebeldes.

Durai.te su marcha reconoció Biire, Cantilado, Los Negros y Mo- gote, hasta Cruces, tomando posiciones al enemigo que se def .ndió en Baire y Cantilado en número de 400 hombres de la partida de Calixto García, mandados por los cabecillas Lora y Cebreco.

Los insurrectos fueron desalojados de sus posiciones y dispersos, destiu vendóles grandes vegas de tabaco, campamentos, prefecturas y estancias donde las tropas recogieron víveres en abundancia.

En Cruces batió la retaguardia de la columna al enemigo disperso.

En Cantilado dejaron 32 caballos y 10 muertos.

columna tuvo tres muertos, 23 heridos y seis contusos de tropa.

Sabedor el general Luque el día 25 que el enemigo, fuertemente atrincherado, trataba de impedir el paso de un convoy á San Agustín, ordenó que dos columnas, en total 1. 100 infantes, 7) caballos y dos piezas de artillería, al mando del teniente coronel de infantería de Ma- rina, señor Cirrillo, marchasen una á vanguardia y otra de escolta desde Manacón á San Agustín.

Llegado el convoy al punto donde esperaba conveniente y vea- tajosamente posicionado el enemigo, trabóse combate, que faé rudo y duró todo el día, destruyéadoles multitud de trincheras defendidas con bombas de dinamita.

Las guerrillas montadas cargaron brillantemente sobre el enemi- go, que arrojado de todas sus posiciones huyó á la desbandada, dejan- do en el campo 28 muertos, armas y efectos.

1!

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El convoy llegó intacto á su destino.

Al evacuar heridos de la enfermería de San Andrés, trató el ene- migo de disputar el paso á la columna, trabándose un nuevo combate el 26 en Aguerrás Martillo, que tuvo por resultado la compktü batida y dispersión de las fuerzas insurrectas, á las que se les causaron 12 muertos más, todos con arma blanca.

Las brjas de las columna en los dos combates fueron: ocho muer- tos y 44 heridos de tropa.

Se supuso que en ambas acciones las partidas rebeldes iban man- dadas y fueron dirigidas por Calixto García, que huyendo de las co- lumnas que lo batieron en Oriente, pasó á Holguín con el giueso de sus fuerzas.

***

La noticia de las brillantes operaciones realizadas por ruestro va- leroso ejército en campaña en el Camagüey y departamento Oiental, y los sucesivos y victoriosos combates sostenidos con las huestes del generalísimo Gómez y su lugarteniente Calixto García, produj ron en el público un efecto digno de ser analizado.

Al entusiasmo que inspiraban las constantes proezas del soldado, se unía la indignación contra el gobierno de los Estados U.:idos, que pareciendo desentenderse de los esfuerzos de España por la p;z, pedía que en plazo perentorio terminase una guerra que él mismo propagaba y sostenía.

El C6 maguey recuperado; la navegación del Cauto reccb ada; el Oriente dominado y recorrido por nuestras columnas, que al mismo tiempo operaban en las Tunas, en Bayamo, en Manzanillo, en Sierra Maestra, en Puerto Padre y en la Sierra del Cobre, eran pruebas pal-

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mañas de que el ejército de Cuba no descansaba un punto, de que los rebeldes no podían oponerle resistencia, y de que sólo una insigne

mala podía encontrar en el pro ceder de España motivo para otra cosa que para la simpatía.

Las operaciones en Cuba eran tan activas é iban dirigidas á la fecha con tanta destreza y acierto, que sin el aliento que la rebelión recibía del gobierno de Mac-Kin- ley, pronto terminara en la isla la sangrienta era de las luchas.

España presenciaba con orgu - lio aquellos combates en que al mismo tiempo eran castigados los rebeldes de diversas comarcas.

Europa, el mundo entero, no podían menos de mirar con res- peto á aquellas legiones de héroes que venían dando un ejemplo de resistencia y abnegación jamás visto en la historia.

Por eso, fueran los que fuesen los azares que el cielo reservara á la Patria, el heroísmo del soldado español nos aseguraba la conservación de lo que más importa: el honor de la raza.

CAPITÁN ROBLEY EVANS (2.° Comandante de hi escuadra Sampson)

JEl conflicto internacional

Y

X^a guerra con los Estados Unidos CAPITULO PRIMERO

El conflicto. La cuestión internacional.— Hecho innegable. —E! gobierno pspañol.— Nues- tro8 políticos. El nodo del problema, Los propósitos de los Estados Unidos. Nueva calumnia. Contra la honra de España. Eso, nunca. El informe de la Comición ame- ricana sobre la voladura del Maine. Dictamen ambiguo. Carácter fortuito del sinies- tro.— Nueva cuestión sobre el tapete. Los socorros á los concentrados. Actitud du- cidida del gobierno de Washington. Hacia el desenlace. Nuestra dignidad á prueba. Espeetación. La Justicia con España.

OS que eran indicios se fueron trocando paulatiaa- mente en pruebas: tras de las embozadas amenazas del mensaje de Mr. Mac Kinley, de aquel Mensaje ^FF^a^ que tanto satisfizo á nuestros ministros y que motivó tan enojosas como exactas profecías en los órganos de la opinión, pusiéronse en movimiento los buques norteameri- canos, situándose á la vista de la isla de Cuba y establecien- do un bloqueo moral, pasando asi la provocación de las pa- labras á los cañones, y tras de las baladronadas jingoístas

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S'guieron los télicos aprestos, cuyo estruendo y aparato alarmaban á

dial i 3 los centros bursátiles donde se cotizan nuestros valores.

Aunque tarde, ya nadie vacilaba al calificar los intentos de los Es

tados Uaidos, nadie desconocía lo perentorio del peligro, ni siquiera

los ministros, que bus:aban excusas para su inactividad en optimismos

inexplicables.

Al desaparecer la esperanza de soluciones pacíficas, al contemplar

los posibles resultados del cheque, el puetlo trataba ya de escuadriñar

responsabilidades, como trataban los hombres públicos de esquivarlas.

Mucho importaba depurar con toda claridad las culpas antes de que experimentásemos los efectos de tristes acontecimientos, y antes de que la exaltación de los ánimos estorbase el juicio sereno y cegase la luz de la razón. Pero ¿no hubiera sido más conveniente, más lógico y, sobre todo, más práctico, pedir á coro y á voz en grito, á fin de des- pertar de su letárgico sueño á los ocho durmientes del Gabinete, pre paración ante un conflicto que el menos avisado en asuntos internacio- nales veía hacía tres años avanzar sobre España?

Ahora bien, estalló la ruptura de hostilidades, y por ausencia de previsión y por falta de aprestos y por carencia de elementos ofensivos y defensivos, sobrevino el desastre. ¿A quién es justo condenar, á los gobiernos y á los hombres públicos que por amor propio unas veces, y por apatía otras, desdeñaron las advertencias y perdieron el tiempo y el dinero que hubieran podido servir para disponernos á la lucha, ó á la opinión del país, que toleró á aquellos gobernantes y á aquellos po- líticos y consintió su apatía y su desdén y no supo impedir la malver- sación del tiempo y del dinero á la Nación?...

El previsto y temido choque vino, y nuestra gloriosa enseña fla- mante, sin un girón, sin una salpicadura de sangre, sin una mancha si- quiera, fué arriada para siempre por manos de nuestros enemigos, no de nuestros vencedores, pues donde no hay lucha no hay vencidos, y á presencia de nuestros sacrificados soldados, de aquellas tierras des-

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cubiertas por el gran Colón y conquistadas por nuestros gloriosos an tepasados.

¡Y nuestra enseña tornó enlutada, sin haber colgado ni un sólo crespón'negro en el asta de la estrellada bandera norteamericana!...

* *

Dos fases principales presentó, á nuestro modo de ver, la cuestión internacional. Fué la una el problema de la influencia europea en Amé rica; la otra fué la que se relacionaba con la política universal.

Desalojar á España de Cuba, significaba para los Estados Unidos un triunfo material visible respecto de las naciones del Antiguo continer:- te, una afirmación indiscutible de su superioridad en el Nuevo Mundo; para el espíritu mercantil de su pueblo, un territorio privilegiado, so bre el cual eran factibles las más productivas de las especulaciones; para su soberbia de única gran potencia americana, el predominio in- contrastable en el go fo de Méjico, la llave de ambos Océanos, cuando por el istmo de Panamá ó por los lagos de Nicaragua, se porga en co- municación el mar Atlántico con el Pacífico.

Tal ha sido el objeto perseguido por el gobierno de Washington desde la anterior guerra separatista de Cuba. Lograr esto sin los peli gros de una guerra exterior, sólo por el cansancio y agotamiento de España en luchas internas, fué el plan hasta Maizo del 98 desarrollado.

No entraba en sus cálculos la previsión de que España reconociese la personalidad de, nuestras colonias antillanas bajo la soberanía de la Metrópoli, quitando así la causa, primero, y el motivo después, para la contienda. Se nos juzgaba como á un pueblo obcecado incapaz de mu- dar de rumbo.

De ahí provino el cambio de actitud de la gran República federal, precisamente cuando éste podía y pudo tener menos justificación.

Ebto, que lo percibió cualquiera que no se empeñase en ver visio-

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nes y que explica por con toda lógica y sencillez la conducta de los Estados Uaidos en la cuestión de Cuba, tuvo que ser penetrado sobra- damente por la mirada de los gobiernos europeos.

* *

Fué un hecho innegable que todo el oleaje belicoso, movido en las márgenes del Hudson é iaevitablemente rffl;jado en nuestra Peninsu- Ip, provino del punto y hora en que el gobierno de Washington dis- puso el envío de una fuerte escuadra al golfo de Méjico y del Maine á la bahía de la Habana. La nota amenazadora, encerrada en el último párrafo del mensíj 3 presidencial, relativo á la cuestión de Cuba, no consentía en que á hechos nada ordinarios se diese tranquilizadora ex- plicación.

La extrañeza, por no decir alarma, que aquellos produjeron en ánimos españoles, se combinó con otro hecho no menos significativo. El movimiento contrarrevolucionario, que había empezado á determi- narse con viveza, se detuvo.

Los periódicos filibusteros saltaban de júbilo ante ese espectáculo, y exclamaban riéndose de nosotros y de la virtud pacificadora del nue- vo régimen: «;Qué han de presentarse á los españoles los cubanos en armas, si éstos saben que á aquéllos los van á echar de la isla!»

No de los gritos de los jingos, sino de la presencia de la escuadra norteamericana en las proximidades de la grande Antilla, provino esa exclamación, que se tradujo en el predominio de la f jroz intransigen- cia dentro del campo insurrecto.

¡Y, sin embargo, esos dos hechos tan significativos y evidentes, nada revelaron á nuestos gobernantes, que seguían viendo con claridad envidiable la buena voluntad de Mac-Kmley respecto de España, y descuidando la preparación de elementos para hacer frente al conflicto

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que á pasos agigantados veíase avanzar, amenazándonos con un inevi- table desastre!

No hubo por acá ni un clarividente que nos facilitase la anhelada clave de los propósitos lealisimos, con los cuales Mac Knley mantenía ese estado de cosas, mediante la permanencia de los mejores barcos de la Unión á pocas horas de la H ibana.

***

En tanto avanzaba el conflicto y hacíanse más evidentes los propó- sitos deliberados de nuestros codiciosos y arteros enemigos, entrete- níanse nuestros muñidores de la política en un jaego de compadres que venía á rematar el concapto del régimen, y pasaban punto menos qae inadvertidas las gravísimas contingencias qu3 corría la patria.

No se trataba ya de rumores recogidos en la calle, ni de cálculos hechos en torno de las mesas de los cafés, ni de infundios de las casas de negocios, ni de frutos de la inventiva reporteril, se trataba de im- presiones que dominaban en lo alto, de temores que se abrigaban en las esferas del Gobierno, de sospechas vehementes que algunos minis- tros tenían de que fuéramos al desenlace rápido en la cuestión de Cuba en su aspecto internacional.

El nudo de todo el problema estaba en si MacKinley se decidía ó no á mandar el informe del Maine al Congreso.

El informe de los americanos sobre el Maine fué un absurdo; no lo aceptó nadie como expresión de un convencimiento honrado, sino como un esfuerzo hecho para no desacreditar á su naciente marina de guerra y librar de responsabilidad á jefes y oficiales negligsntes.

Esa causa exterior que ellos solos vieron, fué un artificio para

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apresurar la ruptura, y la misma indeterminación de responsabilidad reveló hasta dónde llegara su propósito.

Buscaron, claro se vio, una explicación de su desleal conducta, y lerdo fuera quien no acertase con la clave.

La insurrección estaba muerta, la autonomía era la p'z; veían que se les escapaba la presa, y quisieron apresurar el conflicto.

El conflicto se apresuraba si los temores que abrigaba el Gobierno se realizaban; y vería pronto, porque así estaba determinado hacía tiempo en Casa Blanca y en el Capitolio de Washington; porque era la consecuencia natural de una política sólo desconocida por nuestros estadistas.

Ese informe estuvo destinado á ser la mecha que debía aplicarse á la mina; ni más, ni menos.

No había, pues, que buscar explicaciones artificiosas.

La declaración de causa exterior como determinante de la catástro- fe, era el más grave de los insultos que se podían inferir á España, y su Gobierno no habría de tolerarlo, si le quedaba un resto de buen, sentido y de amor á su pueblo.

Con eso contaban los Estados Unidos para el logro de sus propó- sitos.

* * *

A costa de grandes sacrificios de su derecho y hasta de su pacien- cia, devorando en silencio amarguras y afrentas, dando un ejemplo extraordinatio de seremidad de alma, tal vez único en la historia, Es- paña resistió la guerra con los Estados Unidos, la rechazó durante tres años.

No queiíamos la guerra, no la hemos querido nunca, porque todo choque de fuerza entre dos naciones, aun para la que sale victoriosa, es

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un desastre. Las guerras son como los pleitos, y á ellas puede aplicarse el mismo popular adagio que reza entre nosotros: «PJeitos tengas y los ganes».

No queríamos la guerra, porque un pueblo como España, desan- grado por tantas luchas, debía amar la paz, cual un bien jamás gozado por entero.

No queríamos la guerra, en la previsión de que en ella se perdiera aquello por lo que se originaba la contienda. Por esto anhelábamos la solución pacífica como la mejor de las soluciones.

Si; la paz ante todo: la paz por encima de todo; la paz internacio- nal, ya que la guei ra civil es núes tro orgánico modo de vivir.

A la paz, ese supremo bien de las naciones y de las familias, lo sometimos todo: los impulsos de la sangre, los instintos de una he- rencia belicosa con probados ascen- dientes en nuestra existencia his- tórica, los dictados de la concien- cia y hasta las máximas de la mo- ral, qu3 no consienten establecer como norma el atropello de la propiedad, de la soberanía, del derecho.

Y esa actitud de España, tan fieramente mantenida, no prove- nía de debilidad. Nunca midió ésta las consecuencias de sus actos de arrojo; jamás se puso á contar lo que le pudieran costar sus hazañas gloriosas.

No podía habar debilidad en país qae en poco más de un año envió

ALMIRANTE SAMPSOíi

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dos cientos mil soldados á la distancia de tres mil millas, para ventilar cuestión en que más se discutían los atributos espirituales de la sobe- ranía, que sus provechos materiales.

No: no era producto de alma apocada y de cobardía lo que era es- pejo y ejemplar de un admirable estoicismo colectivo.

Pero por eso mismo, porque habíamos rechazado constantemente la guerra y en todo momento la paz habíamos proclamado, teníamos autoridad y razón para no permanecer ni un día más callados ni inacti- vos ante el nuevo agravio inferido por nuestros enemigos con su calum- nioso dictamen acerca de la voladura del Maíne. Al atribuir é ita la comi- sión norteamericana á un agente exterior y á una causa intencional, se rebasaron todos los límites á nuestra paciencia y se colmaron todas las medidas á nuestro fgravío.

Y eso era ya demasiado, y de ahí no podíamos pasar. Podíamos su- frir todo género de ve j á menes, todos menos uno solo: el que se nos arro- jase á la cara delante del mundo civilizado, la afrenta de acusarnos de ser una nación criminal.

***

Eso, nunca. Regístrense en la historia los motivos de las contiendas entre naciones, y no se encontrará ni uno que iguale, que ni siquiera llegue en gravedad, atan icícua, falsa, intolerable imputación.

Todos los pueblos, en todos los tiempos, han tenido á España como un país honrado, hidalgo y caballeresco, y al obscurecerse nuestra gran- deza, después de haber perdido tierras y Estados, es el único patrimonio que nos queda.

Pregúntese por todos los ámbitos del planeta. No habrá, no puede haber en todo el orba civilizado quien sospeche siquiera que España sea

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capaz de imaginar siquiera un crimen para deshacerse de un enemigo.

Consentir que tal se dijera, y consentirlo sin consignar indignada, airadísima protesta, fuera borrar toda la historia patria.

Y haberlo tolerado España hubiera sido algo peor aún que eso: fuera tolerar que un incidente fortuito y desgraciado, que puede producirse á toda hora y aun entre naciones amigas y hermanas, se convirtiese, por la odiosa conducta de los Estados Unidos, en el conflicto entero y total de la cuestión entre los dos países con motivo de la guerra de Cuba.

ACORAZADO NORTEAMEEICANO «OREGOX»

Hubiera sido una perfidia inicua de la República federal norteame- ricana, que, á propósito de una desdicha á nadie imputable, si no es á la negligencia de su marina, hubiese pretendido involucrar las cuestio- nes y echarlo todo á barato y hacer arrancar de ahí la intervención ar- mada en la gran Antilla.

Que eso intentaron, bien claramente lo demostró el anuncio de que ante las Cámaras se leerían los dictámenes de los agentes consulares so- bre la situación de los reconcentrados, al propio tiempo que el informe sobre la explosión del Mame.

Lo probaron también, ai formular ante el capitán general de la isla de Cuba, que hizo muy bien rechazándola, la demanda de volar los res- Blanco 75

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tos del buque siniestrado, con el indudable objeto de borrar hasta las huellas que probasen lo falso, lo inmotivado, lo injusto de atribuir la catástrofe á una causa exterior é intencional.

Cuestión fuera esa, aun presentada en términos tan injustos, tan atentatorios á la verdad, para ventilada por arbitros, para sujeta á nuevos juicios periciales.

Destruir la materia del peritaje era mostrar que no se quería que se averiguase la verdad, que se pretendía imponer el monstruoso absurdo de una explosión por agente exterior.

Y ese atentado, cualesquiera que fuesen sus consecuencias, no se podía tolerar por varias razones, y entre ellas la primera, porque ave- nirse á tolerarlo hubiera sido convenir en que merecíamos que se creye- ra de nosotros que, como nación, somos capaces de volar barcos, que éramos criminales. '

Fuera muy sensible y lastimoso tener que romper nuestra tradición de serenidad y de paciencia; pero todavía lo hubiera sido más pasar por eso, que nos hubiese condenado á una vida eterna de ignominia, y la muerte es siempre preferible á una vida en tales condiciones.

Hacer arrancar el trágico desenlace del conflicto de la explosión del Maine hubiera sido entrar en la lucha ya infamados, y que toda la san- gre del mundo no bastase á lavar la afrenta; fuera no tan sólo pretender arrojarnos de Cuba, sino del número de las naciones honradas y civili- zadas. Y eso no podía suceder nunca. España tenía y tiene todavía una conciencia y una honra.

* *

Afoitunadamente, el informe de la comisión americana sobre la vo- ladura del Maine leído en el Congreso de Washington, no revistió la

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gravedad extrema que en un principio se le supuso y que tanta indig- nación produjo en Espfcñi.

La Comisión dijo, en resumen, lo siguiente:

Que del testimonio de los buzos no podía sacarse ninguna opinión definitiva; y que si bien la catástrofe se debió á un agente exterior, no existían las pruebas indispensables para fijar una responsabilidad con- creta.

En el dictamen no se aludía para nada á España ni á los españoles.

Da ello se deduce que la comisión americana, aun atribuyendo el accidente á causas externas, concluyó en paridad por reconocer el ca- rácter de fortuito.

Puesto en ese terreno el pleito, no seria ahí donde Msc Kinley en- contrase pretexto para declarar la guerra á España, aunque claro está que si él y su pueblo la deseaban no habían, de necesitar echarse en busca de pretextos ni de ocasiones para agredirnos.

Y que lo deseaban, uno y otro, pronto lo evidenció lanu:va cues- tión puesta por ellos sobre el tapete, aún no retirada la del Maine, sobre los socorros á los concentrados, en la cual, según los telegramas, se dis- ponían á hacer hincapié los Estados Unidos, mandando, pluguiéranos ó no., los consabidos socorros en buques mercantes escoltados por buques de guerra.

Y era tan decidida su voluntad, que si nos oponíamos á su filan- tropía, repartiría con la punta de las bayonetas víveres, medicamentos y limosnas.

Visiblemente se acercaba el desenlace: la gran República quería á toda cosíala guerra, sin cejar un punto en sus deliberados propósitos de intervención en Cuba, poniendo á diario á prueba la dignidad de España para hacerla saltar en fuerza de herirla sin descanso en sus más vivos sentimientos y provocarla sin cesar, atropellando sus más sf gra- dos derechos.

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Tratábase de acaecimientos previstos y anunciados de cuantos no quisimos cerrar los ojos ante la evidencia ni negar el entendimiento á la razón, mas no por eso dejibande sentirse los efectos de la dignidad herida y de la ira provocada, que no son otros los qu9 puedan engen drar una iojusticia notoria, una conducta inicua, una ingratitud palma- ria y una irritante bellaquería que comprendía todos los actos de los nor- tee mericanos, y que abonaba á todas sus palabras.

A cuantos en el mundo tuvieren noción del patriotismo y concepto del honor debiera haber apelado el gobierno en documento que podía ser ineficaz para las armas, pero que hubiera procurado indiscutible ven- taja á la conciencia de un pueblo, mostrando hasta qué punto resultaba intolerable y hasta qué extremo era injusta la continua amensza de los Estados Unidos y su propósito de atropellar los derechos de España.

¡Quién es capaz, por extremada que su prudencia sea, de responder con calma y con sosiego á tanta indignidad!

Pero, ¡ayl, el egoísmo de los pueblos esquivó la justicia, desdeñó la razón y desatendió el derecho.

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CAPITULO II

La ruptura. Agitación pública. Otra vpz el pantano. La Nota colectiva de las grandes potencias. La Nota oficiosa del Gobierno español. La última sorpresa. El armisticio. Suspensión de hostilidades en Cuba. Para qué el armisticio. Mac Kinley y sus ma- las artes. «Paz en la tierra para los hombres de buena voluntad.

L fia salicnos del pantano.

No fué alegría lo que nos causaron las resoluciones extremas adoptadas en el primar Consejo de ministros celebrado el día 6 de Abril y ratificadas horas después el segundo.

¿Cómo había de serlo, si una guerra exterior, su:edanea una guerra civil nos había parecido siempre la mayor da calamidades?

Lo que experimentamos fué uaa sensación de desahogo y de li bertad, semejante á la del viajero, que harto de viajar en las obscuri- dades de una interminable noche, no bien el día amanece, encuentra practicables y gratos los más ásperos caminos.

El gobierno hizo lo que debía, al convencerse, vista la inopinada actitud del representante de los Estados Unidos, de que no había me- dios de hacer otra cosa.

En términos perentorios, aunque corteses, intervino de pronto Mr. Woodfort exigiendo del Gabinete español una respuesta á la peti-

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ción de Mr. Mac Kinley, referente á la coacesióa de ua armisticio en Cuba, y fijando el plazo de horas en que deseaba recibirla.

Se le contestó como convenía al decoro nacional: Qae en el Me- morándum, que días antes se habíi enviado al gobierno de Washing ton, estaba nuestra última palabra; y que no pasaríamos por el armis- ticio, sino á condición de que lo solicitasen los insurrectos, y en la forma que determinase el gobernador general de Cuba.

A consecuencia de ello, se comunicaron á nuestro representante en Washington las instrucciones pertimentes al caso, y se dio la negocia ción diplomática por concluida. Mr. Woodfcrt saldiía de Madrid al siguiente ó subsiguiente día, y nuestro ministro en Washington se re- tiraría de aquel psís tan pronto como los consulados españoles entrega- ran y depositasen su documentación en los consulados franceses.

*

Apenas tomados los acuerdos anteriores, y notificado en forma á Mr. Woodíort, tuvo que reunirse otra vez el Consejo para oir al Nun- cio de Su Santidad, que pretendía exponer algunos nuevos informes concernientes á la oficiosa mediación pontificia.

El Gobierno agradeció mucho la buena voluntad de León XIII; pero manifestó á nonseñor Nava di Brontifé, que ya no era tiempo de negociaciones.

Se consumó, pues, la ruptura diplomítica, y al Gobierno de los Es- tados Unidos incumbía decidir cuáles habían de ser las consecuencias.

Aun en aquellos momentos críticos juzgamos como un grave mal y un serio peligro la guerra que España no deseaba, pero si á ella la |l" arrastraban las circunstancias, aún contra su gusto, ya no haría nada para evitarla.

Firme en la posición que la había marcado el concepto de su deber ,j|

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esperaría los acontecimientos y no avanzaría ni retrocedería una sola línea.

Cedió y transigió en cuanto pudo transigir y ceder sin detrimento del honor y de la dignidad del Estado. Había llegado al límite, y no lo rebasaría sucediera lo que sucediese.

Ya sabíamos, entonces como hoy y antes, que el Derecho interna- cional carece de base j urídica, y que para ciertas naciones, la razón de las otras vale tanto cuanto vale la fuerza de que disponen para susten- tarla. Pero el principio de la moral y la justicia es uno mismo para to- das, y las que faltan á él incurren siempre en gravísima responsabili- dad, ya que no sufran siempre el adecuado castigo.

En ese principio fiados, y teniendo en cuenta que cuando no in- vencible es indomable el pueblo que se defiende dentro del hogar pro- pio, y que al aceptar una guerra injusta, tiene por estímulo el culto del honor y por escudo la tranquilidad de conciencia, confiamos en que no tardarían en conocer su yerro los que trataban de dictarnos la ley, suponiendo que carecíamos de medios para impedirlo.

¡Qué terrible desencanto! ¡Qué amarga decepciónl ¡Qué cruentísi- mo desengaño!...

* *

Raras, muy raras veces, habíamos visto á la opinión tan de veras interesada, tan interesada con alma y con vida como aquellos días en el desarrollo de los sucesos políticos, en el desenlace, ya próximo, de la grave cuestión internacional planteada entre España y los Estados Unidos.

Y de ese tan hondo interés que sentía el espíritu público por co- nocer al día, y aun pudiera decirse que á la hora y al minuto, lo que pensaba hacer el Gobierno español y lo que hacia el Gobierno norte-

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americano, nacía una agitación extraordinaria en el ánimo de las gentes que, sin llegar á perder la serenidad ante la gravedad de las circuns- tancias, padecían una ansia indecible porque pronto, muy pronto, se resolviera el conflicto y se resolviera de una vez, todo entero, defini- tivamente. . ¡Bien se cumplieron sus ansias; pero cviáa opuestamente á sus patrióticos deseos!...

Tocaba tan de cerca cuanto se ventilaba ala substancia moral, á la entraña misma de la patria, á la vida y al honor de España, que el discutir sobre las cuestiones del día, el apreciar las fases varias en que se presentaba, el determinarse la conciencia pública dictando la conducta que debía seguirse, ya no era, como en períodos normales, privativo de los llamados círculos políticos, del salón de cocferencias del Congreso, de las redscciones de los periódicos, de los sitios donde se saben las noticias ó se fabrican, sino que trascendía de ahí á todos los ámbitos de

la nación y á todos los elementos de la sociedad.

Y en plazas y calles, en los café?, en lo3 casinos, ea las oficinas públicas y particulares, en'talleres, en fábricas y tiendas, en las tertu - lias más encopetadas y en las reuniones populares más humildes, en todos los hogares españoles, en fin, la conversación no era otra, no po- día ser otra que hablar del conflicto con los Estados Unidos, discutien- do las probabilidades del resultado déla contienda, si al fin estallase, con una firme, unánime, en nuestro derecho y en nuestro valor,... ¡Ayl ¡Cuan lejos estaban todos de soñar siquiera en el desastre!...

Desde que tal conversación, única posible aquel día, se entablaba, ocurría que, como si se tocase la parte más sensible del ser de todo buen español, vibraba con vibración interna el más puro, acendrado y exal- tado patriotismo.

Y esa vibración se comunicaba de unos á otros, y las discusiones

acababan con un contagio, con una fiebre de enardecimiento, que era al fin señal saludable, porque era señal de vida y de virilidad en el putbio español.

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Pasaronya á una categoría secundaria los diversos aspectos del pro- blema internacional, ante el paso dado el día 7 cerca de Mr. Mac Kinley por los embajadores de Francia, Alemania, Inglaterra, Austria, Italia y Rusia.

Prestóse, en efecto, á muy serias meditaciones la Nota colectiva de

las grandes potencias, y no se prestó menos la forma en que la acogió el presidente de la República nortea- mericana.

Deseaban aquellas, y la frase era un tanto sospechosa, la conservación deuia paz que ofreciera todas las garantías necesarias para el resta- blecimiento del orden en Cuba.

Y Mr. Mac Kinley, abundando en el mismo deseo, reiteraba el propó- sito de poner fin por cuenta propia á una situación que había concluido, á juicio suyo, por hacerse intolerable. Decía así la Nota de las potencias: «Los representantes que abajo fir- man, debidamente autorizados para dirigir en nombre de sus gobiernos el presente llamamiento á los sen- timientos de humanidad y de moderación del presidente y del pue- blo americano en sus desacuerdos actuales con España, esperan con in- terés que nuevas negociaciones coatribuiráa á un acuerdo, que, al ase- gurar el mantenimiento de la paz entre ambas potencias, dará todas las Blanco 76

GENERAL NELSON A. MILES

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garantías necesarias al restablecimiento del orden en Cuba. Las potei.- cias Eo dudan de que el carácter desinteresado y humanitario de sus representantes será leconccido y apreciado por la nación americana.»

Mac- Kinley contestó:

«El gobierno de los Estados Unidos reconoce el sentimiento de buena voluntad que inspira Ja comunicEción amistosa de las potencias expuesta en su solicitud, y comparte la esperanza en ella manifestada de que el resultado de la situación actual sea el mantenimiento de la paz entre Irs Estsdos Unidos y España, conseguido con ayuda de las garantías necesarias para el restablecimiento del orden en Cuba, po- niendo término al estado crónico de perturbación de la isla, que causa tantos perjuicios á los intereses y pone en peligro la tranquilidad de la nación americana por la naturaleza y las consecuencifs de la lucha sos- tenida á nuestiís puertas y que subleva, además, los sentimientos de humanidad de la nación.

«El gobierno aprecia el carácter humanitario y desinteresado de la comunicsción de las potencias, y está convencido de que éstas aprecia- rán los esfuerzos deünteresados y sinceros de los Estados Unidos para cumplir un deber de humanidad, poniendo término á una situación cuyaproloEgación indefinida se ha hecho insostenible.»

* *

Ahora bien; ¿qué podía resultar de todo elle?

Se nos figuró que el derecho y la soberanía de España andaban harto pospuestos en todas es&s garauíbs que las poteucias y Mr. Mcc- Kinley estimaban necesarias para el restablecimiento del orden; temi- mos que pretendieran comenzar por desalmarnos los que parecían gí- nosos de servirnos, y sospechamos que nuestra libertad de dominio y

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de acción, corría por un lado y por otro iamineate riesgo de verse mitada.

- Nuestras dudas, nuestros temores y nuestras sospechas, tardaron muy poco en verse confirmadas.

Con gran sorpresa de la opinión, apareció inserta en los diarios de Madrid, edición de la noche del 9, la siguiente Nota oficiosa redáctala en el Coasejo de ministros celebrado ese día, y facilitado á la prensa:

«Habiéndose presentado esta mañana en el domicilio del ministro de España los embajadores de las seis grandes potencias europeas á ma- nifestarle que como corolario de las gestiones de sus gobiernos en Washington, creían conveniente, para los fines de la paz, encarecer la aceptación de los buenos oficios ofrecidos por Su Santidad y, por lo tanto, la suspensión de hostilidades, reiteradamente pedida por el Santo Padre;

»Ea vista de todo lo anterior, el Consejo de ministros ha acordado autorizar al general en jafe del ejército de Caba, para que publique una suspensión de hostilidades por el tiempo que estime prudencial para preparar y facilitar la paz.»

A las manifestaciones que en contra de esa petición hizo el minis- tro de Estado, contestaron los representantes extranjeros citando ejem- plos de naciones eminentemente militares, que en casos análogos ó parecidos al en que se encontraba España, concedieron armisticios.

Estos precedentes añadieron los referidos representantes de- muestran que al conceder España el armisticio, no menoscaba ni desprestigia á su ejército.

***

Deferiendo á consejos de las seis grandes potencias de Europa, el gobierno español concedió gratuitamente, y por tiempo pruden- 0 I cial, una suspensión de hostilidades en Cuba.

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El ísombro fué inmenro en toda España.

A Jas demandas de Mr. Woodford y á las solicitudes del Papa, había contestadD el gobierno declarando, no sabemos cuantas veces, que jamás concedería una tregua sino á instancia de los insurrec- tos, y en las condiciones y por el plfzo que determinase el gober- nador general de la isla.

Una semana antes, el gabinete insular brindó con esa misma suspensión de armas á los rebeldes.

Di la Metrópoli, y por fxcitsción imperiosa de dos ó tres minis- tro5, partió al punto una advertencia llamando al orden á los. que de tal suerte se habían extralimitado.

Aún el mismo día 9, á las diez de la mañane, era acuerdo cerrado negar el simisticic. Así lo exigíac. según los argumentos oficiales, la dignidad de la nación y el honor del ejército.

A la una de la tarde, se había ptsado por todo.

¿Será— nos preguntamos que hayan ofrecido algo por via de compensación los embajadores de las potencias?

Ni se habían comprometido á nada, ni quisieron siquiera presen- tar y dejar una Nota escrita.

Consintieren tsn solo en que se diera conocimiento al público de su comunicación verbal, y no se prestaron á a ás que á enterar del caso á los respictivos gobiernos. Aún más: cuidaren de advertir al ministro de Estado que su visita era confidencial y amistosa.

A pesar de tcdo elle, el Gobierno de la nación puso su rúbrica al pié de un papel en blanco.

Otros serian los que llenasen á su arbitiio el pliego.

De tres partes constsba la petición de los Estados Ucidos, que ori- ginó las confusiones y alarmas de aquellos días: Se refería una á la ca- tástrofe del Mame, otra al socorro de los concentrados, y la tercera al armi ticio.

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Acordadas las tres, si el Gobierno quería, hubiera quedado libre la acción de nuestras armas y de nuestra política en Cuba.

Aceptando en principio el arbitraje y derogando el bando de con- centración, obtemperamos á las dos primeras; pero nos creímos obli- gados á oponer á la ú'tima una circunstancial negativa.

Cedimos, al fio, también en ésta, para contentar á los grandes po- deres de Europa, y cuando debíamos juzgarnos al término de tan terri- ble vía Crucis, resultó que otra vez nos encontramos en el comienzo.

Lo que antes podía y hubiera debido servir para cerrar el litigio, DO habría de servirnos ya, gracias al malhadado acuerdo europeo, sino de base para iniciar nuevas negociaciones, de las cuales «surgietan las garantías necesarias para el restablecimiento de la normalidad en

Cuba.»

¿Cómo no sentir, en vista de contrariedades tan grandes y de sa- crificios tan inútiles, una mortal tristeza?

Todo pudiera disculparse, si á consecuencia de la transacción hu- bieran retirado los Estados Unidos su apoyo moral y material á los re- beldes, y sus escuadras de las costas de Cuba.

Todo fuera perdonado, aunque no olvidado, si hubiese sobreveni- do la total é inmediata pacificación de la colonia bajo la total e indivi- sible soberanía de España.

Hoy, hay que pedir estrecha cuenta á los responsables de todo aquello que lastimó el noble orgullo de la nación y la justa susceptibi- lidad de los que heroicamente derramaron su sangre por ella.

* *

El armisticio fué pedido por Mr. Mac Kinley y concedido por el Gobierno español á instancias del Papa y de las potencias. ¿Para qué le pidió Mac Kinley?

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Dificiltnente podría decirse, al ver las desdeñosas Haeas que, á modo de Post data, dedicó al armisticio ea su Msnspje del ii de Abril el presidente de la República norteamericana.

Pero no puede desconocerse que, á pesar de esto, para Mac Kialey había empezado ya á ser útil la suspensión de hostilidades.

Nos lo hacen "afirmar así, principalmente, las noticias que se reci bieron de Cuba y que la prensa publicó, asegurando que un mes más de operaciones en el Camagüsy y en Oriente, hubiera bastado para acabar con la rebelión. Anunciaron también que aquellos días se espe- raban importantísimss presentaciones como consecuencia de la acción política.

Si el hecho era cierto, y debió serlo, porque fueron varios los co- rresponsales que lo trasmitieron, habrá que convenir en que Mac Kin- ley no desperdiciaba ocasión de alentar á los insurrectos, y de impedir, por toda clase de malas artes, que España recogiera el fruto de sus sa- crificios.

A'per as implantada la autonomía, y á fin de contener la desban- dada en el campo rebelde, iniciada por la presentación de algunos ca- becillas con las fuerzas que mandaban, ocúrresele movilizar la escua- dra yankee y dirigirla hacia las Tortugas. Advierte las ventajas que nuestros soldados logran en Oriente y el Camagüey, y se apresura á reclamar el armisticio para que la insurrección no quedara aniquilada en poco tiempo.

Pues bien: quien así procedió y sostenía la rebeldía, tuvo el aplo- mo de pedir á todas horas «paz en la tierra para los hombres de buena voluntad.»

CAPITULO III

Síntoma elocuente. El Mensaje de Mac Kinley. La respuesta del gobierno español. El> dictamen de la Comisión de Relaciones exteriores. A marchas forzadas. El informe de la Comisión de Negocios extranjeros. 67 votos contra 21. Excitación general. Los sucesos de Málaga y Barcelona. Rigor extremado. Censuras de la opinión. Recelos instintivos. La vida nacional en suspenso. Ansiosa expectación. Impaci<-ncia nacio- nal.— Lo inevitable.

N el Mensaje de Mr. Mac Kinley del ii de Abril se afir- maba que los Estados Unidos no podían esperar un momento más para hacer cesar la guerra en Cuba é im- poner á España su abandono. La parte fundamental de la cuestión que absorbía desde hacia tres años toda la vida de España y que nos mantenía des- leí de hacia tres días en estado de peligrosísima calentura, había- '^¡¡¡f' se dilucidado por fin en el Congreso de los Estados Unidos.

Apesar de algunas fundamentales ambigüedades del documento pre- sidencial, bien se pudo afirmar desde luego, que en tesis general, el presidente de la Unión Americana había firmado y declarado en nom- bre de su país el derecho de intervención en Cuba.

Fuera definido ó indefinido el plazo en que esa intervención hubie ra de ejercerse, y estuviera enunciado el propósito como una simple intimación ó como un acuerdo de venidera eficacia, además de protes-

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tar violentamente contra el hecho, hubimos de protestar enérgicamente contra el principio.

Ningún pueblo libre puede, sin dejar de serlo, excusarse de re- chazar, por cuantos medios y en cuantas formas esté á su alcance, ma- teria que anule su personalidad y que lo reduzca á una tutela afrentosa.

Consentirlo equivaliera á presentar nuestra dimisión como nacionalidad europea.

El gobierno de los Esta- . dos Unidos había descubierto claramente su intención, ocul ta hasta entonces btjo hipó- critas ambigüedades.

Para él era un hecho evi- dente la incapacidad de Espa ña para mantener el territo lio de Cuba bajo su sobera nía.

Habíamos pasado por to- do. Pero á menos quesupri miéramos la historia y que convirtiéramos la Península

en una especie de Paraguay aislado del resto del mundo, no podríamos pasar, no pasáramos nunca por eso.

Para evitarlo, para reivindicar la estimación que nos debíamos á nosotros mismos y que era un bien superior á la legítima posesión de Cuba, precisó que con urgencia se convirtieran en un solo brazo y en una sola voluntad todas las voluntades y todos los brazo, españoles; que recobrasen la serenidad, momentáneamente perdida, el pueblo y las autoridades; que Madrid, Zaragoza, Gerona y Cádiz se acordaran,

COMODORO 8CHLEY

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CAPTURADEL VAPOR FláPAiÑUL BUENAVENTURA POR UN CRUCERO

NORTE-AMERICANO Blanco ti

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que se acordara España entera de lo que había sido, de lo que no podía dejar de ser, en tanto que el suicidio estuviese vedado por leyes físicas y morales á las naciones.

Empezaba el período de las pruebas supremas y délas resoluciones unánimes.

* * *

El mensaje que el presidente Mac Kinley dirigió al Congreso fede- ral, y que fué leído en la sesión del día ii de Abril en el Capitolio de Washington, comenzaba con extensas alusiones á las insurrecciones pasadas y á la inquietud como estado permanente en Cuba, que había causado grandes pérdidas al comercio y á los capitales americanos.

«Esto— decía ha producido una irritación y una sobreexcitación continuas entre los subditos norteamericanos.

«Esto ha impuesto también al gobierno federal grandes gastos para hacer ejecutar las leyes de neutralidad.

«Tal conducta hace honor á la indulgente paciencia de nuestro pue- blo, que ha sido sometido á una prueba tan severa que engendra en to- das partes la peligrosa inquietud entre nuestros conciudadanos.»

Al llegar á esta parte del Mensaje, Mac Kinley denunció muy du- ramente las barbaries de la lucha que se sostenía en Cuba durante más de tres años, y sobre todo la crueldad con que se había tratado á los re- concentrados, entre los que 130.000 habían muerto á consecuencia de enfermedades ó de hambre.

Añadía el Mensaje:

—«La continuación de la lucha significa el exterminio total de los dos bandos.

«Comprendiendo esto, paréceme que es de mi deber, y que está en

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el espíritu de una verdadera amistad tanto para España como para Cuba, conducir las cosas de modo que cese inmediatamente la guerra.»

Después de algunas alusiones á los múltiples esfuerzos diplomáti- cos de los Estados Unidos, Mac Kinley continuaba hablando desde el punto de vista de lo que él creía las conveniencias humanitarias, y decía textualmente:

«Todos nuestros actos se han caracterizado hasta aquí por un de- seo sincero y desinteresado en favor de la paz y de la prosperidad de Cuba.

«La intervención de los Estados Unidos por medio de las armas y como neutral, según muchos precedentes históticos, está justificada por varias razones. Esta intervención implica, sin embargo, la coacción im- puesta á las dos partes, asi para establecer forzosamente la tregua, como para dirigir el arreglo eventual.

■* *

Seguía el presidente explicando largamente las razones que justifi- caban la intervención, y aludía, al llegar aquí, al desastre del Maine.

«Este desastre— decía llena de horror indecible el corazón nc- cional.

«La Comisión investigadora de la Marina, que posee la absoluta confianza del gobierno, dictamina, por unanimidad, que la catástrofe fié producida por una mina subterránea. Esta catástrofe demuestra que España es incapaz para garantir la seguridad de los barcos extranjeros. Debo consignar, no obstante, que España ha rechazado toda participa- ción en el siniestro, expresando su sentimiento por lo ocurrido.»

El Minsaje continuaba diciendo que una largí experiencia demos- traba que el objeto con que España hacia la guerra en Cuba no odíap

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ser logrado por los medios que empleaba, ni cabía esperar que la tran- quilidad se restableciera y que se consiguiera la pacificación por medio de las armas.

«En nombre— anadia— de la humanidad y de la civilización, en nombre de los intereses americanos puestos en peligro, y que nos con- ceden el derecho y el deber de hablar y obrar, declaro que es preciso que la guerra de Cuba cese y pido al Congreso que autorice al presiden- te á adoptar las medidas que sean necesarias para conseguir el término completo y definitivo de las hostilidades entre el gobierno de España y el pueblo de Cuba, y para el establecimiento inmediato de un gobierno estable y capaz de mantener el orden, cumplir las obligaciones inter- nacionales y asegurar la paz y la seguridad de sus conciudadanos y de los nuestros.»

Pedía también el presidente que se le autorizase á emplear las fuer- zis de mar y tierra para alcanzar ese objeto.

Después pedía que se votasen socorros para los cubanos necesitados.

Y terminaba diciendo el presidente:

—«La decisión queda ahora en manos del Congreso. Que la res- ponsabilidad sea solemne si se agotan todos los esfuerzos para poner fin á una situación intolerable en nuestras mismas puertas.

«Espero vuestra decisión.»

Al finalizar el Mecsaje, Mac Kinley decía que después de redactado había recibido noticia oficial del decreto déla regente de España auto- rizando al general Blanco para conceder el armisticio en beneficio de la paz, y que sometía el hecho á la especial atención de las Cámaras.

«Si la medida— decía textualmente— llena su objíto, teñiremos como pueblo cristiano y amantes de la paz, satisfechas nuestras aspira clones; si fracasa, será una nueva justificación de la acción que medi- tamos.»

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* * *

He aquí la respuesta que dio el gobierno español al Mensaje de Mr. Mac Kialey en la Nota oficiosa del Consejo de ministtos celebrado en la tarde del 12:

«Aun cuando faltan en la trasmisión los trozos de referencia á Mensfij es anteriores, cuya lectura sería indispensable para completar su sentido, el Consejo estimó que lo que le era conocido bastaba para afirmar, frente á las doctrinas en el Mensaje expuestas, las de la sobe ranía y derecho de la nación española, incompatibles con extrañas in- gerencias para la resolución de sus asuntos interiores.

»No estima el gobierno que, aparte de la solemne afirmación de los derechos de la nación, le corresponda hacer en estos momentos de- claración alguna, mientras resoluciones del Congreso norteamericano ó iniciativas del presidente no determinen en hechos concretos las doc- trinas expuestas en el referido documento.

»La inquebrantable conciencia de su derecho, unida á la resolución de mantenerlo íntegro, inspirarán á la Nación, como inspirarán al Go- bierno, la serenidad necesaria en estos difíciles momentos para dirigir con acierto y defender con energía los sagrados intereses que son pa- trimonio de la raza española.»

A partir del día en que se leyó en el Congreso federal el Mensaje del presidente de la gran República, se precipitaron los acontecimien- tos, y la Cámara de representantes votó enseguida el dictamen de su Comisión de Relaciones exteriores, en que se decía textualmente:

«Considerando que este estado de cosas, agravado con la destruc- ción de un buque de guerra y la muerte de 240 marinos americanos, no puede ser soportado por más tiempo, se acuerda la libertad de Cuba, la intervención armada, etc.»

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Así, á marchas forzadas, conducían los sucesos el gobierno y las Cámaras yankees cuando sabían que España concedía el armisticio y que en aras de la paz hacíamos todo géaero de concesiones á los Esta- dos Unidos por conducto de Europa.

*

* *

La resolución del Senado de los Estados Unidos, votada en la se sión del día \b, aprobando por 67 votos contra 21 el informe de la mayoría de la Comisión de Negocios extranjeros, aúa resultó más vio- lenta que la anterior de la Cámara de representantes.

Mas, como todo lo que apresurase el inevitable desenlace había de redundar en provecho de la nación española, que á fuerza de incerti- dumbres comenzaba á perder el dominio de misma, hubimos de dar- la por bien venida.

Prueba de ellas las manifestaciones que se repetían en varias ciu- dades de la Península, y que por momentos iban revistiendo peor ca- rácter.

Significativos en extremo y reveladores de la excitación general, fueron los sucesos ocurridos el día 16 en Málaga y en Barcelona.

Bien estuvo que las autoridades se dieran prisa en 1 establecer el orden y en atajar ó desvirtu ir los agravios inferidos por la multitud á una representación extranjera. Censuras mereció de la Opinión que ex- tremasen el rigor contra los exaltados, y que desconocieran la impor- tancia sintomática de aquellos setos colectivos.

Cosas mayores acaecían á diario en la América del Norte, y cosas análogas han acontecido siempre en todos los pueblos exaltados por una provocación insolente ó amenazados por una agresión injusta.

Perqué es de advertir que jamás habían precedido á un rompí-

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miento entre dos naciones, agravios, ultrejes é insultos tan inauditos por parte de una de ellas.

Censura merecieron ciertos extravíos, y las autoridades obraron cuerdamente al impedir que se reprodujeran y se agravasen.

Psíro si se atendía á las contingencias venideras, mil veces peor

fuera que el pueblo hubiese reportado tantos y tan insistentes golpes,

con la prudencia y la ecuanimidad de una congregación de cartujos.

La masa, cargada de fermentos, si no va pronto al horno, ó se corrompe ó se agria.

Por eso, y por lo que aceleraba el término del conflicto, aunque fuera á más no poder agresiva la resolución del Ssnado norteamerica- no, lejos de considerarla funesta, la consideramos beneficiosa.

Padecía la opinión dos instintivos recelos, que únicamente podían desaparecer de dos modos: cuando llegase la hora de encomendar á las manos lo que á la fecha se confiaba á la palabra y á la pluma, ó cuando por medios diversos ó con garantías suficientes obtuviera el problema colonial resolución definitiva.

Fundábase el primero en la creencia de que los Estados Unidos pretendían ganar meses con el intento de completar su preparación, y con la esperanza de arrollarnos luego á mansalva.

Respondía el segundo á la presunción de que el Gobierno, en aque- llas circunstancias críticas, pusiera mayor celo en la guarda de conve- niencias é intereses particulares, que en la defensa de derechos y pres- tigios comunes.

Da ahí que importara y urgiera, para todo y para todos, arribar á terreno firme. Por grande que fuera el poder del enemigo, si la luz del sol iluminaba el combate, no había en España quien rehusase el encuen- tro, ni quien dudase de alcanzar la victoria.

Por grande que fuera la propia fuerza, nadie la egercitaría á sa- tisfacción, si tenía que pelear á obscuras, y menos aún si temía defec- ciones y emboscadas.

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Así los ánimos y las cosas, cualquier aplazamiento entrañaba para la paz interior un nuevo peligro.

***

Inútil era ya reaccionar contra el conflicto exteiior en que nos hallá- bamos envueltos, porque ya nuestra voluntad y nuestras iniciativas no tenían poder alguno ni para resolverlo ni para modificarlo.

En hacer la siembra habían empleado larguísimos años nuestros contendientes, y ya no reparaban en el derecho ni en la razón de los demás, desde el momento en que se habían decidido á sacudir el árbol para recoger el fruto.

No bien transigíamos en algo de relativa equidad, se nos plantea- ba nueva demanda de nctoria é irritante injusticia; tras de un incidente grave nos suscitaban otro peor; omitían de manera sistemática la réplica que no consentía la duplica y se prevalecían de nuestros más rectos propósitos para multiplicar las osadías á par de las exigencias.

Hizo España todo cuanto supo y pudo á fin de evitar un choque. Todo en vano.

Descartado un motivo de querella, surgían dos ó tres, y por enci- ma descubríase siempre la misma intención deliberada de agraviarnos y dísoirncs, primero, y de scmeternos, más tarde, al atropello y al espolio.

Se trabajó con perseverancia y mansedumbre inverosímiles á favor de la paz; pero, al fin, concluyóse por advertir la esterilidad absoluta del empeño.

Auri así, hubiéramos proseguido en él, si hubiésemos creído que nuevas concesiones ó transacciones podían conducir á tan noble objeti- vo, sin desdoro de España. Mas, ^cómo creerlo, cuando se veía por re-

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petidas y cÍQicas demostraciones que la otra parte caminaba derecha- mente al despojo?

En tales circunstancias no nos restaba sino aceptar la situación y poner cuanto fuera dable para salir de ella, no ya mejor, sino lo más pronto posible.

* * *

La vida nacional estaba en suspenso.

D3 la ansiosa expectación que nos mantenía desde hacia dos meses

MONITOR NORTE-A.\IERICA.NO «AMPHITRITE»

en perpetua calentura, se resentían cada vez más el crédito, la produc- ción, el comercio y el trabajo.

Vivíamos fuera de nosotros mismos; siempre exaltados y siempre inquietos; distraídos de nuestras tareas apremiantes, é indiferentes á nuestras sagradas obligaciones.

Otros dos meses de esa indecible tensión, y la cuerda hubiera sal- tado. Otros dos meses de esa fatal inactividad, agravada por enormes dispendios, y lo que no hicieran las catástrofes exteriores lo hubieran hecho las quiebras, el hambre y quizá las contiendas intestinas.

Bla-NCO 78

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Imposible esperar, ni siquiera por un plszo coito.

Si alguien corseivaba aún ilusiore.*, es de suponer que las perdie- ra ante el dictamen que en el Senado de Washington emitió el día 13 la Comisión de Negocios extranjeros.

Podía haber variantes en la forma definitiva y aún era posible que en el de Ja Cámara de representantes se introdujera alguna alteración de concepto; pero en lo que concernía á la fundamental se habían aca- bado las dudas.

Se nos atribuía la voladura del Maine, se reconocía la independen- cia de la isla y se nos anunciaba la próxima intervención armada.

Llegado á tal extremidad el litigio, ¿podía haber quien pensara to- davía en acudir á expedientes dilafariof?

¿Podía haber quien quisiera que España, por (xceso de buena ó de irresolución, sufriera las consecuencias de un golpe de mano y per- diera sin combate y sin honra lo que todavía podía defender y conser- var bf jo su dominio?

La situación habíase aclprsdo por completo, y entre los consejos del interés y los estímulos del horor, eo existía ninguna discrepancia.

Preciso fué, por tanto, decidirse á resolver de una vez, con el dere- cho ó con la espada, el inevitable corflxto.

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CA.PITULO IV

La guerra. Tristes desengañog. —El dictamen de la Comisióa mixta de las C ira iras ijatikees ladigaaciÓQ. El Gobierno español. ua Corona. A. las Cartes. SI ultimiliim de Mac-Kinley. La marcha de "Woodford. Ruptura de relaciones. Retirada de nuestro ministro en "Wahisngton. Las instruociones á Mr. Woodford. Oomunicición oficial de despedida al representante de los Estados Unidos. Saergías fugaces. El Gobierno y la opinión.

RRECiABAN los vientos de tempestad y nos acercábamos al supremo instante en que había de ventilarse defini- tivamente el pleito que desde hacía tres años teníamos pendiente con los Estados Unidos. No pudo sorprender á nadie cuanto ocurriera, porque faé la consecuencia natural de una política hecha á la luz del día, sin hipocresías ni disimulos.

Dirigida á un fin con perseverancia y tenacidad trazaron sus paralelas y no perdieron ni un minuto, ni un centavo.

El tiempo que invirtieron alentando la rebaldía cubana, y el dine- ro que gastaron auxiliando á los filibusteros, faeroa medios eficaces para preparar aquella situación dificil, encarnación de un nuevo aspecto en aquella guerra que co asumía nuestras energías hacía tres años.

Era necesario estar ciego para no ver que llegaría el conflicto in- ternacional; era preciso ser muy cáadido para creer de buena que la política de concesión y debilidad lograría atraer la voluntad de un pue-

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blo que codiciaba la tierra donde nuestros soldados ni siquiera podían ya pelear; candidez infantil la de aquellos que preconizaron la acción política y la diplomática, asegurando al trono y al país que con ellas vendí ía la paz sin detrimento de la soberanía ni menoscabo del honor de nuestras armas.

Todo se puso en práctica; hista la acción espiritual, que no fué es- crita en ningún programa, entró en ejercicio, y, al final de toda esa la- bor, ¿que quedó?.

El enemigo contestó con su protesta y su intransigente resistencia al nuevo régimen político concedido é implantado lealmente en Cuba y Mac Kinley con squel brutal Mensaje de Diciembre, precursor del que en Abril mandara á las Cámaras y en el que maltrató con verdade- ra crueldad á nuestro ejército.

Las potencias contestaron con su silencio á todos nuestros requeri- mientos, hablando á última hora para humillarnos, poniendo el pie so- bre el cuello de España, obligándola con premura inusitada, señalando horas para resolver, haciendo, en una palabra, la causa del más fuerte, á suspender las hostilidades en Cuba en los momentos en que iba á dar el fruto deseado la acción política y la militar desarrolladas durante los últimos meses.

Y al cabo de tanto tiempo nos veíamos en frente del corflicto, po- co menos que inermes, casi en completa indefensión, esto es, sin recur- sos y sin barcos; en vez de la paz, teníamos otra guerra internacional; en vez de apoyos y alianzas, alejamiento y desdenes; en frette, un pue- blo soberbio, rico y prevenido, con su base de operaciones llena de ven- tajas.

Nos veíamos obligados á luchar solos contra el enemigo que seguía emboscado en la manigua y aquel otro que, atropellando todo derecho, creía llegada la hora de intervenir en los asuntos de España y nos ame- nazaba con sus doilars, sus barcos y sus milicias.

¡Lucha decisiva había de ser aquella para la desventurada España!

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* * *

Ni dos días, ni uno, necesitáronlas Cámaras de los Estados Unidos para ponerse de acuerdo. En unas cuantas horas aprobaron el dictamen de la Comisión mixta, que fué el mismo día 19 firmado por los presi- dentes de ambos Cuerpos Colegisladores.

El dictamen decía ssí:

«—Primero .—El pueblo de Cuba es de derecho y debe ser libre é independiente.

Segundo.— El deber de los Estados Unidos es exigir, y por la pre- sente resolución exigen, que el Gobierno de España abandone de se- guida su autoridad en la isla, retirando de ella y de sus aguas sus fuer- zas de mar y tierra.

Tercero. —El presidente queda autorizado, facultado é instado, pa- ra usar las fuerzas navales y terrestres de los Estados Unidos, asi como para llamar al servicio las milicias de los diversos Estados, en la medida necesaria para dar efecto á la presente resolución.

Cuarto.— hos Estados Uoidos niegan que sea su propósito ni su de- seo ejercer jurisdicción ó soberanía en Cuba, fuera del tiempo necesario para la pacificación, y afirman su voluntad de dejar á los habitantes el dominio y gobierno de la isla, una vez que esta haya sido pacificada.»

No pudiendo transigir España con la intervención, y menos toda- vía con la ignominia de retirar sus ejércitos y sus escuadras del territo- rio y de las aguas de Cuba, claro está que el acuerdo del Congreso fe- deral era la guerra. No la habíamos querido y habíamos puesto cuanto pudimos V más de lo que debimos para evitarla.

Pero nos forzaban la voluntad después da habernos apurado la pa- ciencia, y á ella íbamos con Ja conciencia tranquila.

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Dj una vez termiaaroa toias las confusiones: de uaa vaz acabaron las enervadoras esperanzas.

El Parlamento americano había hecho honor a' Mansaje de Mac- Kinley; la intervención por las armas en Cuba había pasado de deseo presidencial á precepto y mandato legislativos. Sólo faltaba cumplir un trámite oficial que podía darse por descontado: la firma de Mic-Kinley.

* * *

No por ser esperados los acuerdos de las Cámaras yankees, dejaroa de producir en el ánimo de todos los españoles menos indignación; siem- pre la produce la infamia consumada.

España protestó de las iniquidades de Mac Kinley y de sus secua- ces con la energía de quien tiene conciencia perfecta de la razón que le asiste, y disponíase á rechazar el atropello qne contra su honor y su so- beranía quería cometerse.

En el fondo, este fué el lenguaje que se empleó el día 19 en todos los Círculos apenas fué conocido el acuerdo de las Cámaras americanas, votando el reconocimiento de la independencia de Caba y la interven- ción armada para hacer efectiva esa pretendida independencia.

El Gobierno español, interpretando los sentimientos de la patria, habló por boca de su presidente, el señor Sagasta, en la reunión de las mayorías tal y como procedía en aquellas críticas y solemnes horas.

Ss acabaron las diferencias, las clasificaciones y los partidos. Todos los ciudadanos dignos d j este nombre, coastituían una sola familia con- gregados con las armas y el corazón en la mano, alrededor de la madre comúa, y decididos á impedir que gantes extrañas la dashjarasan y la abofeteasen.

Juntos estaríamos, y jautos moriríamos si tuese preciso, por el ho-

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nor nfcional, que ro es patrimonio de nicgún paitido, ni está vincula- do en institución alguna.

Para luchar no veríamos más que una bandera, la roja y amarilla, ni repararíamos en otros colores que en los del glorioso uniforme ves- tido por nuestros marinos y soldados.

Somos frugales y no nos intimidaban las privaciones; somos pobres y no nos acongojaba la pérdida de los bienes terrenos; somos gente hi- dalga y no habíamos vacilado ni vacilaríamos nunca en anteponer la honra á la vida.

Estas cualidades, que antaño se llamaban virtudes y que ahora pa- recen defectos, no nos habían permitido prosperar ni llegar al grado de perfección en que se encontraban otras naciones, á quienes no había servido de lémora aquel incómodo bagaje.

Pero merced á ellas habíamos conseguido siempre, y conseguiría- mos, mientras no las perdiéramos, la que con el oro y con las artes de la política no habían sabido conseguir muchas potencias de primer orden.

Rechazar de nuestra tierra á los invasores, y no quedar afrentados cuando por fuerza mayor quedáramos vencidos.

Enemigos mayores que los norteamericanos conocía de antiguo el suelo peninsular y el de las colonias.

En Filipinas y en Canarias fracasó el poderío de los ingleses, que tampoco lograron establecerse en nuestras Antillas. Y bastante más va- sían entonces ellos qus valen hoy sus hijos espúreos.

Ya que los Estados Unidos nos buscaban, á donde quiera que lie ^asen allí nos encontrarían, y sucedería, no lo que en su vanidad pre- lumían, sino lo que tasase el destino.

Solos nos había dejado Europa, pero malo fuera que no nos bastase llevar la justicia por aliada y la razón por compañera.

Ante una agresión tfn brutal como injustificada, hija sólo de la

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codicia, con el séquito del odio y de tedas las demás malas pasiones, á España solo correspondía ya emplear todas sus energías en mantener la integridad de su territorio, velando por su honor.

Para ello, ya no cabía pensar en la magnitud del esfuerzo, porque la nación no había de entrar en regateos; cabía pensar tan solo en rea- lizarlo.

CRUCERO KORTE-AMERICANO «INDIANA»

España veíase forzada á ir adonde se la llamaba, y en esa resolu- ción inspirarían todos sus actos sus|gobernantes.

*

La Corona dirigió también su voz, el día 20, á las Cortes. Esa voz, autorizada como ninguna, reveló todas las graves preocupaciones y también toda la viril entereza del espíritu nacional. Documento de inu- sitada sobriedad, sólo de aquello que con la inminente guerra se rela- cionaba trató el discurso regio.

En este punto, las palabras puestas por el gobierno en labios de la Regecte, fueron dignas y acomodadas de todo en todo á las circunstan-

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cias. No había eufemismos ni rodeos: la reina habló el lenguaje propio del patriotismo, y no podría desearse expresión más resuelta del senti- miento público.

Los medios utilizados por los Estados Unidos para provocar el con- flicto, quedarán por siempre en la memoria de ios hombres como mues- tra de la falacia más villana.

El gobierno español tuvo el buen acuerdo de dejarlos consignados en un párrsfo del discurso de la Corona, que dicho día 20 fué leído ante las Cortes. La solemnidad con que en él se hizo la acusación á la faz de

CRUCERO NORTE-AMERICANO «SAN FRANCISCO»

todas las naciones, era necesaria. Si; era preciso que todo el mundo su- piera «que al ver cercana la constitución de la personalidad ofrecida á las Antillas españolas, los Estados Unidos presintieron que la libre mani- festación de la voluntad del pueblo cubano, representado por sus Cá- maras, iba á destruir por siempre los planes que contra nuestra sobera- nía venían fragando los que, con recursos y esperanzas, habían logrado mantener el fuego de la insurrección en la desgraciada isla.»

Y los que así habían procedido, los que estuvieron alentando á los separatistas antes de que se alzaran en armas; los que los empujaron á Blanco 79

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la lucha; los que les exigieron que apelasen á la destrucción y que uti- lizaran el incendio como medio de dar íé de su existencia, esos fueron los que después invocaron hipócritamente sentimientos humanitarios, y á pretexto de pedir que se acabase la lucha y que cesase de correr la sangre, encendieron una nueva gueira, como si no fuera bastante la que se había prolongado en España por su conducta artera durante tres largos años.

No; no tenían pretexto ni escusa. Ni les valió invocar los perjui- cios que con la insurrección sufrían sus intereses, puesto que la ídíu rrección fué obra suya, ni mucho menos su mentido deseo de auxiliar á un pueblo que luchaba por establecer un régimen de libertad desde el memento que España la concedió al pueblo cubano con tal amplitud que aún pudo parecer excesiva á los ojos de muchos liberales.

A nadie engtñaron ni podrían engañar ya en lo sucesivo. Y si pro- ce :lieion, á última hora, ccn tanta urgencia fué porque deseaban estor- bar que el voto de la Cámara insular proclamase ante el mundo entero que Cuba era y quería ser siempre española.

*

* *

Recibióse en Madrid el nltímaitim Je Mac Kinley.

Llegó á la corte de España en la noche del 20 de Abril.

Era un documento de corta extensión, escrito en inglés. No conte- nia ninguna palabra en cifra.

A las dos de la tarde del ig recibió el presidente Msc Kinley el Mensaje de las Cámaras notificándole su Joint resoluííon.

El presidente firmó enseguida el acuerdo conjunto, y declaró que inmediatamente realizaría actos preparatorios, indispensables para el cumplimienio de la voluntad del Congreso.

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Los secretarios celebraron después dos Consejos con objeto de re- dactar el w/Z/'w^/z/m. .

Fueron precisos dos Consejos, porque los Secretarios no estaban de acuerdo en el plazo que había de concederse á España, pues mientras unos querían que solo fuera de veinticuatro horas, otros opinaban que debía ser, por lo menos, de cuarenta y ocho, y aún hubo alguno que se inclinaba á que se concedieran tres días.

El presidente, con su habitual hipocresía, manifestó que aún haría algún esfuerzo en favor de la paz; pero, en realidad, la causa fué, que los yankees necesitaban once días más para completar la distribución de tropas y escuadras.

No se hallaba Mr. Woodford en su domicilio cuando á él llegó el cablegrama del Secretario de Negocios extranjeros de los Estados Uni- dos, comunicándole el acuerdo del gobierno de su nación y el plazo que se concedía á España, hasta las once de la mañana del próximo día 23, para que retirase de la isla de Cuba y de aquellas aguas sus fuerzas de mar y tierra.

En el cablegrama se encargaba al ministro plenipotenciario de los Estados Unidos que pusiera estos acuerdos en conocimiento del gobier- no español.

Mr. Woodford no cumplió las órdenes transmitidas en ese cablegra- ma, porque el gobierno español, considerando que semejante ultimátum era un ultraje más inferido al honor de España, acordó no admitirlo, y el ministro de Estado tomó las medidas oportunas para no recibir el do- cumento en que hubiera de comunicarle Woodford aquellos acuerdos.

Por consiguiente, las relaciones diplomáticas entre España y los Estados Unidos quedaron terminadas en la mañana del 21 de Abril.

» *

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Tuvo gran interés para las cuestiones nacionales la mañana de ese día.

El ministro de Estado, cumpliendo acuerdos del Gobierno, dirigió

á primera hora una carta oficial al representante de los Estados Unidos, Mr. Woodford, participándole que, habiendo obtenido sus pasaportes del gobierdo americano el que fué nuestro ministro en Waíhington, señor Polo de Bernabé, abandonando el territorio de la República déla Unión, el Gabinete español declaraba rotas las relaciones entre ambos paises, resolución que ponía en su conocimiento para los efectos consi- guientes, reiterándole la personal consideración.

Mr. Woodíord se dio por notificado, y quedándose con el célebre ultimátum y considerándose despedido, pasó á conferenciar con el en- cargado de Negocios de Inglaterra para hacerle entrega de la legación.

Acto continuo se procedió á recoger el escudo de la República nor- teamericana de la fachada de la casa en que aquella estaba instalada en la plaza de las Descalzas.

En el expreso de Francia salió de Madrid á las cinco de la tarde del mismo día el ministro de los Estados Unidos Mr. Woodford.

Tan luego hubo firmado Mac Kinley la resohdion del Congreso fe- deral y el ultimátum, fué enviada una copia derdespacho trasmitiendo éste á Madrid á la legación española, para que lo pudiera copiar el mi- nistro de España.

El señor Polo de Bernabé contestó por carta dirigida al secretario de Estado, Mr. Sherman, lo siguiente:

«Stñor secretario: la resolución adoptada por el Congreso de los Estados Unidos es de tal naturaleza, que mi presencia en Washington resulta imposible y me obliga á pedir los pasaportes. La protección de los intereses españoles la confio al embajador de Francia y al ministro de Austria. En esta ocasión, para mi bien penosa, tengo el honor de re- novaros las seguridades de mi más alta consideración, según los usos diplomáticos...»

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Inmediatamente fueron entregados los pasaportes, con una carta de Sherman, al señor Polo de Barnabé, el cual salió de Wailiington, con el personal de la legación, á las siete de la tarde del mismo día 20 de Abril.

* *

He aquí, ahora, el texto del despacho á Mr. Woodford, trasmitién- dole el fracasado idtimattim al gobierno de España:

«Mr. Woodford, ministro en Madrid:

Habéis recibido el texto de las resolutions conjointes, votadas el día 19 por el Congreso federal y aprobadas hoy, relativas á la pacificación de Cuba. Conforme á esta ley, el presidente os encarga que comuni- quéis inmediatamente al Gobierno español la resolución de qu3 se trata, con la intimación formal del gobierno americano, que exige que España renuncie inmediatamente á su soberanía y gobierno en Cuba, y retire las tropas de mar y tierra de las aguas cubanas.

«Al hacer esta gestión, los Estados Unidos rechazan todo propósito de ejercer soberanía, jurisdicción ó administración en Cuba.

»Si el sábado próximo 23 de Abril, á medio día, el gobierno de los Estados Unidos no ha recibido del gobierno español una respuesta ple- namente satisfactoria á tal intimación y resolución, de manera que pue- da asegurar la paz en Cuba, el presidente, sin ningún otro aviso previo empleará en la medida necesaria el poder y la autoridad que le confiere é impone la resolución conjunta de las Cámaras...»

La comunicación oficial con que se despidió á Mr. Woodford, de- cía así:

«Señor representante de los Estados Unidos en Midrid.

Tengo el penoso deber de poner en su conocimiento que, hablen-

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do sancionado el señor presidente de la República del Noite de Amé rica resoluciones de sus Cámaras en las que se atenta á los derechos de España y se encarga una intervención armada en nuestro territorio, la cual equivale auna declaración de guerra á la nación española, nuestro representante en aquel país, cumpliendo órdenes de este Gobierno, ha abandonado el territorio de aquella República con todo el personal de la legación, cerrando desde ese momento las relaciones diplomáticas y oficiales de España con todos los representantes de aquella nación.

Lo que participo á V. E. para su conocimiento y efectos consiguien- tes, reiterándole la consideración personal. Madrid 21 de Abril de 1898. El ministro de Estado, Pío Gullón »

Qaedaron, por tanto, rotas las relaciones diplomáticas y de amistad entre smbas naciones y acaso lo fueran al otro día las hostilidades.

Frente á semejante resultado de la perfidia americana, tantas veces y con tan escasa eficacia anunciado por la opinión; ante la guerra de le- gítima defensa á que nos obligaron provocaciones é ingerencias de que no había ejemplo desde los días del primer Bonaparte, tenía la nación española confianza plena en si misma.

Desgraciadamente, no la tenía igual en los hombres que la gober- naban.

Si se hubiese logrado la perfecta identificación entre el pueblo y los hombres que le dirigían, nada hubiera habido para España superior á las energías propias, y sin retroceder una líaea, ni murmurar una que- ja, hubiera soportado bravamente todas las pruebas, todos los tropiezos y todas las amarguras que el poi venir le deparara.

Si el Gobierno, conociendo la magnitud de la terrible misión que le estaba confiada, hubiera sabido hacerse digno de ella; si decidido á salvarse ó caer con la patria hubiera prescindido de cualquier otro gé- nero de secundarias obligaciones; si con la firmeza invariable de su ac- titud hubiera quitado pretexto á la prensa americana para que siguiera

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mintiendo como mintió al suponer que España, después de notificado el tdtimatnm, aun podría ceder en once ó doce horas á la demanda de loa Estados Unidos, nadie entre nosotros hubiera experimentado la me- nor vacilación, y el país entero se lanzara ala lucha, sin pararse á medir la cuantía de los riesgos y sin detenerse á contar el número de los ad- versarios.

No lo hizo así, atendió más á salvar intereses particulares que in- tereses de la nación, prefirió salvarse á caer con la patria, divorciándose de la opinión nacional, y el inevitable desastre vino, con toda su cohor- te de vergüenzas y desastrosas consecuencias.

CAPITULO V

Contraste.— Ellos y nosotros. CouBecuencias de la ruptura de relaciones. El bloqueo de Cuba. Acuerdo y órdenes. rEl patriotismo español. Siempre España. Momento so- lemne.— Rasgos patrióticos. Fiebre de noticias. Tarea ardua.

ocas veces habrá presentado la Historia Univeisal con- traste más extraordinario que el que ofreciera el día U) de Abril en una y otra orilla del Atlántico, por los Estados Unidos y España. Allá, un pueblo que codiciaba uno de los espacios más hermosos y ricos del planeta, y que para su adquisición no había escaseado trama, ni recurso, ni manejo, ni vileza, ni infamia; aquí, otro pueblo que defendía lo suyo, lo descu- bierto y cocquistado por él en una de las empresas más gran- des que señalan el camino de la humanidad, el territorio sembrado con los huesos de sus hijos, el vínculo con las numerosas naciones que ha- bía formado su rr za, el dique opuesto á otra raza absorvente é invasora; el derecho, la justicia y la verdad.

El pueblo del lado de allá del Océano contaba 75 millones de ha- bitantes, era quizás el más rico de la tierra, no se hallaba quebrantado por contrariedad a'guna exterior ó interior, se había preparado lenta- mente durante el largo período para llegar al fin que se proponía.

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El del lado de acá no alcanzaba la cuarta parte de aqu8lla población ; era relativamente pobre; había consumido en tres largos años de guerra la flor de su juventud y mil quinientos millones de pesetas, y sus go- bernantes no habían querido creer en el conflicto inevitable que ame nazaba á la nación, y sólo á última hora se habían preparado á él.

Todas las ventajas materiales y de circunstancias y tiempo se halls- ban de aquella parte: el oro el número, la máquina, la posición, hasta el egoísmo de los extraños. Da la nuestra úaicamente estaban las ven

. CAÑONERO NORTE-AMERlC.\NO «CUSHING»

tajas espirituales; el derecho, la razón, la elevada conciencia del deber, la resolución heroica, el sentimiento del honor y del patriotismo.

Y, ¡poder eterno del espíritu! Los que parecía que tenían miedo eran ellos. Las turbas de Washington y de Nueva Yoik, ebrias de so- berbia y de codicia; los politicastros del Capitolio, que habían tejido una urdimbre tan basta y grosera que hubiera hecho sentir la vergüenza al propio Senado de Cartago; el desdichado presidente de la República objeto de ludibrio del mundo culto, y que hasta en corazones españoles no levantaba enojo sino compasión, pasaban el Rubicón dando gritos, como los muchachos que pasan cantando por los sitios que les asustar. Nosotros íbamos serena y silenciosamente al combate. (?)

Blanco 80

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Ante los telegramas que de Norte América llegaban, cualquiera hu- biese creído que los ofendidos, los provocados eran los yankees, según alborotaban, vociferaban y se revolvían. Durante tres años habían es- tado favoreciendo y apoyando la rebelión de aquellos malvados de la manigua, quienes se encontraron con que ni por breve espacio de tiem- po, ni siquiera por fórmula, les reconocían la independencia. Y cuando los dignos representantes del pueblo norteamericano intimaron á Espa- ña el abandono de Cuba y España rechazó la intimación, rugieron de cólera cual si con ellos se cometiese el mayor de los desacatos.

El espectáculo era risible, si no hubiese sido el prólogo de una tra- gedia. De todos modos fué repugnante.

* *

C

Cuando se recibió en el departamento de Estado de la República fe- deral el despacho dando cuenta de la nota dirigida por el ministro es- .j pañol á Mr. Woodfort declarando rotas las relaciones diplomáticas en- tre España y los Estados Unidos, fué comunicado aquél á Mr. Mac-Kin- ley y éste envió enseguida un secretario á la Comisión de Relaciones exteriores del Senado para qne comunicara á ésta la resolución del Ga- binete de Madrid y se recomendase al Congreso federal que adoptara una resolución declarando la guerra á Espsña.

Poco después convocó apresuradamente eL Consejo de secretarios.

Este acordó comunicar en el acto instrucciones al comandante de la escuadra norteamericana concentrada en Cayo Hueso, á fin de que zarpase inmediatamente con rumbo á Cuba.

Transmitida la orden, se recibió, estando todavía reunido el Con- sejo, la contestación del contralmirante Sampson, la cual contenía las. siguientes palabras:

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«He cumplimentado las órdenes que acabo de recibir.»

En un Consejo de ministros celebrado en la mañana del 21 se tomó el acuerdo por el gabinete de Washington de que la escuadra se pusiera enseguida en movimiento para dar comienzo al plan de campaña, y fué tan reservado el acuerdo, que hasta las tres de la tarde no se supo que la escuadra de Cayo Hueso había zarpado con rumbo á Cuba. En los pliegos cerrados que llevaba para abrirlos en alta mar se la daba orden de que bloquease el puerto de la Habana.

También zarpó el mismo día la escuadra volante que estaba en Hampson Roads.

Había llegado, pues, el momento de la tremeala prueba para Es- paña.

La infamia americana iba á consumarse. Las grandes potencias nos dejaban solos. Así lucharíamos más á gusto. De este modo habíamos hecho los españoles nuestra grande historia: paleando contra el impo- sible.

*%

El cable de Cuba nos trajo el día 22 ecos de nobles y grandes vo- ces: en medio de las negruras que nos rodeaban, el patriotismo lanza- ba torrentes de gloriosa luz.

Al movimiento admirable de la Península, donde no había un sólo corazón que conociera la incertidumbre ni el miedo, respondía el ge- neral B'.anco con palabras que sólo pueden salir de labios de un viejo soldado español.

[Hermosa y conmovedora escenal En la plaza de Armas de la Ha- bana inmensa multitud clamaba par España, y en sublime delirio ofre- cíase un pueblo entero á renovar los más altos sacrificios de nuestra historia.

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De pronto, imponiendo religioso silencio, adviértese la presencia del general Blanco, y el hombre cubierto de canas, el soldado que pare- cía piisionero de una política enervante, se rejuvenece, se transforma, se anima, y con una elocuencia que parece responder al primer grito de Colón, pronuncia estas palabras:

«—Si Dios nos ayuda arrojaremos á nuestros enemigos al mar, y Cuba seguirá siendo española. Juro por la patria, encargado de defen - der la integridad de su territorio, que no saldré de Cuba vivo, si de la lucha no salgo vencedor».

Y la multitud juró á su vez, y el santo nombre de España fué pro- clamado como única consigna para la victoria ó para la muerte.

Al recuerdo de esa hermosa escena saltan las lágrimas á nuestros ojos, contemplando al caudillo de las armas de España engrandecido por el dolor y abismado por la impotencia.

Esa escena, como todas las manifestaciones que el espiíitu nacional había producido y las que siguió produciendo todavía, revelaron al mundo la persistencia moral de nuestra raza.

Tierra generosa y eternamente fecunda la nuestra, todos los cata- clismos que la desquician, todas las tempestades que la conmueven, todas las calamidades que la azotan, pasan por ella dejando intacta una poderosa fuerza de regeneración, el divino secreto mitológico de cam- biar en vida la ceniza y el polvo.

**♦

Pobres, desangrados con una secular lucha de ideas y sentimien- tos, confesados en largos períodos á causas nobles sin posible mezcla de utilitarismo, cruzados cristianos en África, heraldos de la humanidad en América, soldados de Europa en Asia, sin- nuestros esfuerzos y sin nuestro nombre pierde su clave la Historia del mundo.

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Y la sangre que esos esfuerzos lepresentan, y el caudal de energías que nuestras conquistas, nuestras batallas, suponen, hay que ponerlos á cuenta de un puñado de hombres recluidos en un extremo del conti- nente europeo, sin otra fuente de riqueza que una tierra nada fértil y poco forzada por el hierro de la industria.

... Si fué locura la nuestra, fué la locura que durante seis siglos deshizo un califato, impuso respeto á Francia y Germania, clavó en Oran una bandera de triunfo, dominó todos los mares y llevó al silen- cio y á la barbarie de pueblos desconocidos la tempestad de la vida y el rayo de luz que resplandeció en el Calvario.

¡Locos!... Sí, locos; pero siempre españoles. ¿Quién sabe si la so- ledad en que Europa nos ha dejado haya venido á sigaificar, sin ex- cluir la admiración, una gran lástima de nuestro estado de espíritu?

Pero así somos y así seremos, y sólo Dios sabe si nuestra locura su- blime fué más cuerda que el buen sentido de los pueblos positivistas y razonables.

Alemania, hoy fuerte, no ignora á su costa cómo la fortuna va y viene de una á otra orilla del Rhin; Francia, con su instinto de con- servación^ sabe desgraciadamente para ella, cómo hay que apelar al ro- manticismo de Gambetta, cuando el «enriqueceos» de Morny sólo sirve para psgar un rescate infamante; Italia conoce bien cómo una nación sale del sueño de muchos poetas, y acaso aprenda un día cómo hay que volver á los llamamientos líricos y entusiastas para mantener su posición en Europa; Austria no puede desconocer cómo una guerra de un día será bastante para acabar en una hora con una conglomeración de razas: y para Irglaterra, con su orgullo colonizador, escribió Macau- lay aquellas terribles palabras que predicen la avalancha de los ameri- canos sobre las playas de sus progenitores...

Sí; Dios solo sabe lo que á cada cual le conviene; pero España tie- ne descontado esto: que á ella sólo le conviene el honor.

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* *

A las cinco de la tarde del 22, la escuadra norteamericana se en- contraba á la vista de la Habana.

Extremecióse de entusiasmo toda alma española, imaginando la situación en que al pie de la bandera jamás abatida, se hallaban los de- fensores del honor nacional.

Atrás la manigua con sus hordas; enfrente los acorazados yanquis consumando la más negra infamia que hayan presenciado los siglos.

Y ellos, nuestros hermanos, los pedazos de nuestra alma y de nuestra carne, bajo las balas, frente á los cañones, cercados por el in- cendio, en lacha con todo lo humano, á brazo partido con el destino, manteníanse en pie, sin admitir otras salidas que la de la victoria ó la muerte.

Desde los días de Hernán Cortés no hubo nada tan grande. Esa América, por nosotros descubierta en hora maldita, quiera ó no quiera irá eternamente unida en su historia á las mayores proezas de nuestro altivo genio y de nuestro indomable valor.

Sólo un pueblo como España hubiese aceptado el sitio de la Haba- na, que un día entreviera el señor Cánovas del Castillo como el sitio de Troya.

La profecía comenzaba á cumplirse, y sin embargo, el general Blanco hablaba como un héroe de la antigüedad, el ejército y Ja marina iban firmes como nunca al choque supremo, el pueblo entero entonaba la salve estelar elevándola á la patria; la guerra, que es en una mal- dición y une fatalidad, era saludada en todos los hogares como una li- beración de nuestro espíritu.

Un obispo de casta y raza española exclamaba en Tenerife:

f

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«—Para alejamiento de los soldados están las iglesias, las ermitas, la catedral,»

* * *

En esas palabras está dicho todo. Cuanto era España, cuanto en ella alentaba, ni se arredró ni se rendía... Los cañones que acaso bom- bordearan la Habana, necesitaban arrasar á España entera para que la infamia yanqui dejase de encontrar quien eternamente la maldigera y la respondiese.

No; la raza sabría resistir. Cada nuevo ataque la encontraba más vigorosa. Los riesgos que en otros pueblos determinan aniquilamien- tos del ánimo, aquí producían explosiones de amor patrio y recreci- miento en las energías nacionales.

El día 22 fué fecundo en rasgos de españolismo.

Un comerciante de la Habana envió al Gobierno, por el cable, doscientos mil pesos. De momento no se supo quién era. Tuvo prisa en enviar su dinero, no en que se conociera su nombre.

El obispo de Tenerife ofrecía para alojamiento de las tropas, las ermitas, las iglesias y la catedral.

El general Blanco, arengando al pueblo de la Habana gritaba lle- nos de lágrimas los ojos y de altiva fiereza el corazón: «Juro no salir vivo de Cuba si en la lucha no salgo victorioso.»

Los estudiantes y el pueblo de Zarsgoza se oponían á que á la puer- ta de la Sucursal del Banco de España formasen cola para cambiar los billetes los que buscaban el lucro hasta en la ruina de la patria; y un banquero, el señor Ripollés, ponía en su oficina un cartel que decía: «Se cambian billetes con prima.»

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Los banqueros de Valencia tomaban los billetes con prima de una peseta por cada veinticinco.

Esta es España: él heroísmo y la abnegación.

Los peligros se han hecho para engrandecerla. ^|

* *

Fué el día 23 un día de gran agitación, de verdadera fiebre de no- ticias, buenas y malas, que se destruían unas á otras, que producían ios

MONITOR NORTE AMERIC.\NO «PURITAIN»

contrarios efectos de enardecer los sentimientos patrióticos y de depri- mir el espíritu público; todo sin razón ni causa suficiente, por un sim- ple «se dice», por un telegrama no confirmado y hasta por una palabra mal interpretada.

No tiene nada de extraño, y es fenómeno común en toda clase de guerras, el que de una y otra parte se esparzan toda clase de noticias absurdas, petrañas inverosímiles, victorias y derrotas imaginarias. Ese es uno de los efectos de la lucha y no de los menos funestos, porque tiene en constante alarma á la opinión.

A todos los noveladores, á todos los ciegos de París, habían de de-

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jar atrás los _)'¿7n/er-í?5. Son raaestros en la mentira, fabricantes con pa- tentes de toda clase de supercherías. Para ellos la noticia es un agio, una mercancía cctizable, un agente de emociones. Sin escrúpulos de ningún género, sin que les importe el que quede probada la falsía, tie- nen siempre el horno caliente para lanzar al mundo las historias más extravagantes, disparatadas j sin sentido común.

La fiebre llegó á tan alto grado, los cañarás alcanzaron tan eleva- da cifra que, de haber .seguido así, no sabemos dónde hubiera ido á parar nuestra flota.

Afortunadamente, la gente reaccionó pronto, y, reflexionando so- bre la imposibilidad de las fantásticas presas y sobre la dificultad, ade- más, de conocerse tan rápidamente tales hechos, hizo remitir la fiebre y no dio oídos á los infundios telegrafiados desde Cayo Hueso y Nueva York

A menos que tuvieran los yankees todas las escuadras de las po- tencias navales reunidas, no pudieran hacer el milagro de bloquear la Habana, detener en su ruta todos nuestros trasatlánticos, apresar los buques de guerra españoles, escoltar los auxilios á los reconcentrados, preparar desembarcos y estar al cuidado y defensa de sus extensas costas.

Era esa mucha tarea para un solo Tio Saín, ya un poco perturbado con la mala hazaña de habernos declarado la guerra.

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CAPITULO Vi

El diario de la guerra. El bloqueo de la isla. Los decretos de Mac-Kinley. Aquilu non capit muscas. En nuestro puesto. Diario de la guerra. La proclama del presidente Mac-Kinley. Prólogo enojoso. El corso. Desembarco de una partida. Lo que pre- tendían los tjankees. Nuestra marina de guerra y nuestra marina mercante. En el mar déla China y en el mar Caribe. E' cañonero Elcano y el trasatlántico Monserrat. E' bloqueo burlado por un correo español. El bravo capitán Deschamps. Entusiasmo y plácemes. Deuda contraída y deuda cumplida.

rEDó establecido, aunque no total, síqo parcialmente, el bloqueo de la isla de Cuba. Doce buques yankis 83 presentaron en las últimas horas de la tarde del 2 3, á unas diez millas de la Habana, situándose, se- gún telegrama del general Blanco, en línea recta. Semejante aparato era, por decirlo así, una especie de notificación cial de que el bloqueo daba principio.

Este no alcanzaba, á lo que parecía, más que á la parte occidental de la isla, la que comprende las provincias de P.- nar del Río, Hibana, Matanzas y Santa Clara. Ora versión suponía que los puertos bloqueados eran, por el contrario, los de la mitad oriental. Ni una ni otra versión se ajustaban á la verdad; y la verdad es que no hubo tal bloqueo, y únicamente una ostensible manifestación de fuer- zas navales á algunas millas de las costas de Cuba.

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El hipócrita Mac-Kialey, segÚQ telegrafiaron de Washington, se oponía á que la escuadra yankee bombardease la Habana. Mejor hubie- ra hecho en contesar qu3 el Morro y la Cabana, con sus cañones, eran los que mantenían á distancia honesta de la capital de la isla los barcos del contralmirante Simpsou. ¿I

Ya contábamos de antemano, al pensar que no se decidirían á dis - parar contra aquellas poblaciones que tuvieran defensas adecuadas para contestar al ataque, con los sentimientos humanitarios del presidente proteccionista, digno émulo de la zorra de la fábula, que, al no poder alcanzar las uvas, decía que estaban verdes.

Respecto del desembarco en la isla, decían de Washington que el general Miles proponía que se llevase á efecto lo más pronto posible.

Pero ese mismo general indicaba que necesitaría seis semanas ó dos meses para prepararlo. ¡Apenas podían ocurrir sucesos en ese lapso de tiempo!

* * *

Hay que reconocer que no se daban gran prisa nuestros adversarios.

No bien España entregó los pasaportes á Mr. Woodford, salieron de la Casa Blanca multitud de órdenes, en las cuales, amén de otras cosas varias, se decretaba lo siguiente: f

«El ataque simultáneo á Puerto Rico y Filipinas, una demostración de fueiza en la bahía de la Habana, el bloqueo de toda la isla de Cuba y el desembarco, en su parte oriental, de un cuerpo expedicionario de veinte ó treinta mil hombres.» B

Todo ello había de efectuarse sin pérdida de minutos, pues era sabi- do y estaba anunciado que la gran República no invertiría más que dos sjmanas en pacificar nuestra Antilla, previa la expulsión forzosa de nuestro ejército de mar y tierra.

I

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Pues bien; á los tres días de haber roto de hecho la America del Norte, coD un acto de piratería vulgar, (el apresamiento del vapor Bue- naventura) las hostilidades, no había la menor traza de que la decanta- da y simultánea agresión se realizase.

Habíase anunciado el bombardeo de los puertos de Cuba, y habta la fecha apenas si la escuadra del comodoro Sampson se había acercado á tiro de la fortaleza del Morro, y el bloqueo de toda la isla no se había hecho efectivo más que en una mínima parte de ella.

El águila de Washington, desmintiendo aquel proverbio de baja latinidad, maquila non capit muscas», se dedicaba á cazar barcos mer cantes y lanchas de pesca.

En otros términos: no hacía más que practicar el corso por medio de acorazados y cruceros protegidos.

Nadie vea en estas indicaciones el msnor asomo de extemporáaea ó postuma arrogancia.

Qieremos exponer tan solo, con ayuda de antecedentes, que la guerra suscitada por los Estados Uaidos á España fué y era de carácter ofensivo, mientras que la aceptada por nosotros tenía todas las condi- ciones de la guerra defensiva, ó séase de la guerra justa.

A ella fuimos después de apurados todos los medios decorosos de transacción y de colmada la medida de nuestra paciencia.

I

No hubo para España ni opción ni alternativa, y jamás la crítica ex- tranjera podrá motejarnos de que por espíritu belicoso ó quijotesco nos arrojáramos á una temeraria aventura. Ni teníamos otra solución, ni nos quedaba otra salida.

* * *

Se nos intimó de manera brutal, como no hubieran hecho con los antiguos principados danubianos los rusos y los turcos, á que abandona-

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sernos una porción de territorio, que nunca había sido de nadie más que Euestro, y en el cual manteníamos para defensa de nuestra legítima ju- risdicción ciento cincuenta mil soldados.

Soportar semejante iniquidad hubiera equivalido á perder, no ya la propiedad de Cuba, sino el derecho á la vergüenza; no sólo la consi deración de los extraños, pero también el respeto de nuestros h'jos.

Y no cedimos ni podíamos ceder.

Tan convencido estaba el pueblo español de que esta resistencia era uca necesidad, y tan arraigada en su ánimo la idea de no ponerse de rodillas ante poder alguno, y de no tender las manos para que se las atasen ni la mejilla para que se la abofetearan, que si un gobierno cualquiera le hubiese propuesto transacciones injustas ó humillantes, lo hubiera considerado al punto no menos enemigo suyo que los mis- mos yanhees, y por tenerlo mas próximo se vengara en él de la doble injuria.

Santía la inexorable obligación de la guerra España toda, porque el corazón la impulsaba á no tolerar, mientras conservara el resuello, groseros y despóticos agravios. Y la sentía, además, porque el instinto le enseñaba que esa solución, aucque violenta y fatal, era la única que tpl vez le permitiera salir del atolladero en que varias series de gober nantes la habían metido. É

loú.il fuera aducir testimonios, pues amillares saltan á la vista, para demostrar que el país entero no pausaba en nada sino en la lucha á que le había obligado la soberbia y la codicia, de consuno, de los Es- tados Unidos, ni se preocupaba por ningún concepto de los asuntos po- líticos interiores.

No fij&ba la menor atención en el Parlamento, se desentendía de las pasiones y preferencias de partido, y no tenia alma ni ojos sino para fi- jarlos ansiosamente en Cuba, como los fijara otro día en Puerto Rico. en Filipinas ó en el lugar á que primero arribasen nuestros provocati- vos adversarios.

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Donde sentaran el pié los invasores, allí viviría, lucharía y estaría la Patria entera.

Tal era la situación que los Estados Unidos nos crearon, y á ella nos atemperamos, satisfechos de poder vivir ó morir con honra.

* t *

Reducidos nos veíamos, bien á pesar de todos, á comentar lo que hacía el enemigo; no lo que nosotros hacíamos. Y así había de ocurrir mientras la guerra no se formalizase, tomando en ella parte nuestra escuadra; porque la guerra con los Estados había de ser naval, ó no había de ser.

Marines expertos y valerosííimos contaba tener España que sabían, seguramente, lo que mósconveníi hacer, y no sería suya la culpa de que á los cinco días de declarada la gueira con los Estados Unidos, no se hubiese contestado ya á las intrusiones yankees como correspondía á su honor militar y á la honra de la nación.

El cable nos anunció el día 24 la salida de Tampa, en aquella sema- na, de una expedición filibustera que se proponía desembarcar en las costas de Cuba municiones de guerra paia Máximo Gómez, al amparo de los buques de guerra de los Estados Unidos.

' En esto vinieron á parar los socorros yankees k los reconcentrados. Bueno es que lo recordemos á Europa.

He aquí la parte dispositiva de la proclama publicada por el presi- dente Mac Kinley estableciendo el bloqueo de la costa Norte de Cuba:

«Yo, Guillermo Mac Kinley, presidente de los Estados Unidos, por la presente declaro y proclamo que los Estados Unidos de América han establecido y mantendrán el bloqueo de la costa Norte de Cuba, com prendiendo los puertos de dicha costa entre Cárdenas, Bihía Honda y

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el puerto de Cienfuegos de la costa Sur, de acuerdo con las leyes de los Estados Unidos y las del derecho internacional aplicables á tales casos.

«Una fuerza suficiente se destinará á impedir la entrada y salida de barcos de los puertos mencionados. Cualquier buque neutral que se acerque á alguno de estos puertos, ó trate de salir de los mismos, sin tener conocimiento del estado del bloqueo, será debidamente advertido por el jefe de las fuerzas bloqueadoras, que harán constaren su libro de bitácora la fecha del aviso y el lugsr donde se le ha dado.

«Y si el mismo barco intentara de nuevo la entrada en cualquier puerto bloqueado, será capturado y enviado al punto más próximo, considerando el barco y su cargamento como presa en la forma que se juzgue conveniente.

«Los buques neutrales fondeados en cualquiera de dichos puntos al establecerse el bloqueo, tendrán treinta días para salir de los mismos...»

I

Inacabable llevaba trazas de ser el prólogo de la guerra inicua á que ros había provocado la América del Norte, y, de continuar así las cosas más que una ameniza terrible para España, llegaría á ser un es- ir. torbo intolerable para el resto del mundo.

Los cruceros y cañoneros de los Estados Unidos, incapaces para causarnos verdaderos daños de guerra, perseveraban en la captura de todas If s embarcacioces grandes y chicas, y por supuesto indeíensas, que se colocaban á su alcance.

Mientrr.s el gobierno de Washington, emulando en disposiciones contradictorias á Mac Kinley, y alegando un respeto profundo al de- recho de gentes, declart ba libres á todas las naves que hubiesen salido de sus puertos antes del día 21, (fecha en que se proclamó la declara

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ción de guerra por la República federal), los buques del Estado, apre s«ban sin escrúpulo á las que zarparon el 19 y el 20, no de otra manera qae si quisieran demostrar, juntamente con sus exclusivas aptitudes piráticas, su alto desprecio hacia aquellas solemnes declaraciones.

Hecha por Mac K'nley la afir- mación de que eran libres las naves que partieron con anterioridad á la icdicEda fecha, el spresarlas y el retenerlas constituyó un atentado, contra el cual pudimos y debimos usar ciertas armas, de que en otro C8S0 podíamos prescindir.

Con tanta generosidad como desinterés anunció el gobierno es- pañol que España no ejercitaría, mientras las circunstancias no la obligasen, la libertad que en el Congreso de 183658 reservó; pero ya que muchos enemigos conver tían sus buques de guerra en cor- sarios, ¿porqué, colocándonos en el mismo terreno, no se dio gusto

á todos los que en la Península y fuera de ella pedían patentes de corso.. ?

D. MANUEL DE3CHAMPS (Capitán del trasatlántico Montserrat)

*

El desembarco de una partida de 500 hombres, mitad yankees y mitad cubanos, en la costa de la provincia de la Habana, y la circuns -

Blanco 8i

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tanda de haber extendido la escuadra americana el bloqueo desde Cár- denas hasta Bahía Honda, señalando tf mbién como puerto sometido á igual medida de guerra el de Cieníuegos, en la opuesta costa de la isla, fueron hechos que pusieron de manifiesto los propósitos y el plan de los Estados Unidos.

Estos pretendían á tedas luces dejar á la Habana sin subsistencias. Para impedir que se proveyera por mar de los recursos necesarios á la- vida de una ciudad populosa, establecían el blcqueo delante de la Habc- na, extendiéndolo por Oriente hasta Matar zas y Cárdena?, y por Occi- dente hasta Mariel y Bahía Honda.

En efecto; estos puertos son los más inmediatos á la capital, y los dos primeros tenían además con ella comunicación por la vía férrea; al cerrarlos, el enemigo pretendía dejar á la Habana sin los recursos que por estos puertos podrían llegar allí fácil y rápidamente.

Aunque tras alejado el puerto de Cienfuegos, por su importancia y por comunicar también con la Habana por ferro-carril, hallábase en condiciones de auxiliarla. Esto explica el hecho, á primera vista anó- malo, de haber sido ble queado por el enemigo este solo puerto en la costa Sur.

El desembarco verificado por el cabecilla Lacret cerca de Bacura- nao, á que antes nos referimos, reveló también el complemento del mismo plan. Se vio que los yankees pretendían atrojar sobre las playas inmediatas á la Habana varias expedicioLes del mismo fuste, cuyo desembarco procuraría facilitar su escuadra.

Y así, al paso que éita cerraba las comunicaciones por mar, las partidas desembarcadas tratarían de impedir que entrasen en la Habana los recursos que podían llegar por tierra.

Ese propósito se comprobó también por el encuentro que tuvieron aquellos días nuestros soldados con las partidas del cabecilla Delgado, que quedó en el campo; encuentro que tuvo evidentemente por teatro

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las inmediaciones de Punta Brava, donde operaba la guerrilla Peral y donde murió Maceo.

Semejante plan ofrecía, por fortuna, un gran inconveniente para el enemigo. Y es que, para dar algún resultado, exigía más tiempo del que necesitábamos para qae el ejército de Cuba y nuestra marina lo desbaratasen.

Por tierra estábamos perfectamente seguros, y lo estaríamos tam- bién por mar en cuanto nuestros barcos de guerra se hallasen en la bahía de la Habana.

*

Prescindiendo de rumores, no comprobados, que el telégrafo trans- mitió el día 27, dos hechos confirmados oficialmente, y satisfactorios ambos, exigen por su importancia, y más especialmente por su signifi- cación, que les dediquemos algunas lineas.

En ellos aparecen, aunque ocurridos á extraordinaria distancia el uno del otro, dándose la mano, por decirlo asi, la marina de guerra y la mercante; aquélla apresando un barco norteamericano en el mar de la China, y ésta rompiendo el bloqueo de la escuadra enemiga en el de las Antillas.

Así aparecen coadyuvando á la obra común, á la defensa de la patria, el trabajador y el soldado; así aparece la nación unida para un mismo fia y alentada por idéntico propósito, en los dos extremos del mundo: con el comandante del cañonero Elcano, en el Archipiélago magaliánico; con el capitán del trasatlántico Monserrat, en el mar Caribe.

Y mientras España demostraba de tan gallarda manera hasta don de alcanzaba todavía su brazo, los Estados Unidos con sus setenta y

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cinco millones de habitantes y sus incalculables millones de dollars, tenían que ir á tratar de potencia á potencia para que les ayudasen ea la empresa que acometieron con los G6mez, los García, los Delgado, los Carrillo y demás gente de la manigua.

Impresionada estaba la opinión, coa alarma y zozobra vivísimas por la suerte qu3 hubiera corrido el vapor Monserrat, uno de los me- jores trasatlánticos de la Compañía española. El 26 se le vio á la altura déla Habana, y después desapareció cun rumbo desconocido, porque le perseguían los buques norteamericanos que tenían establecido el blo- queo, tan poco efectivo, en la parte occidental de Cuba.

Los yankees, que á falta de los hachos de armas que iban á realizar en cuanto se declarara la guerra, se dedicaban á inventar toda especie de patrañas, daban desde Cayo Hueso, como cosa segura, que el Mont- serrat, con todo su cargamento y con los soldados que iban á bordo, había caído en poder de la escuadra bloqueadora.

No se le concedió nunca al rumor un gran crédito, puesto que todo el mundo abrigaba la convicción de que no se había de entregar un barco con soldados españoles, ni había de dar lugar á ese trance de captura la pericia en el mar de un capitán de la Trasatlántica. -S

La circunstancia, además, de habjr entrado en la Hibana burlan- do la vigilancia de la ñoXí yankee el crucero italiano Gtovanni Bausán y un vapor de la empresa Herrera, hacía esperar que el mismo éxito acompañase á nuestro correo.

* *

Así sucedió, cumpliéndose las previsiones de la opinión y del ge- neral Blanco. Decía éste en un telegrama al Gobierno: «El vapor Monserrat se presentó á la vista del Morro. La escuadra destacó un

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buque para impedir su entrada, y el Momerrat se vio obligado á ha- cerse á alta mar. Créese que ha podido burlar la persecución.»

Y, en efecto, según telegrama oficial y despacho recibido en las oficinas de la Trasatlántica, el Monserrat que llevaba 500 soldados, y algunos oficiales y gran cantidad de víveres y municiones, logró entrar en la mañana del 27, á las diez, en el puerto de Cienfuegos.

Para lograr hacerlo, el Monserrat se vio en graves peligros. Tuvo que atravesar, precisamente, la zona bloqueada, Al no poder entrar en la Habana porque se lo impedían los cruceros norteamericanos, el capi- tán del trasatlántico se hizo á la mar y tomó el rumbo de la costa occi- dental, pasando por delante de Mxriel, de Bahía Honda, de todas las costas bloqueadas. Deslizóse entre los buques americanos y logró que no lo vieran unos, y ganando á otros en velocidad, huyó de sus faegos.

Por la parte Norte no podía el Monserrat guarecerse en ningún puerto; primero, porque todos ellos carecen de condiciones para anclar y para desembarcar; y luego, porque ello hubiera equivalido á me- terse en la boca del lobo, esto es, á entregarse.

El Monserrat prosiguió su viaje por la parte Norte de la provin- cia de Pinar del Río, dobló el cabo de San Antonio, siempre peligroso, y otra vez en alta mar, enderezó su rumbo á un puerto de refugio. Pasó por debajo de la isla de Pinos, porque de hacerlo entre ésta y la isla de Cuba, se exponía á un seguro varamiento.

Y cuando no se tenía noticia de él, cuando se le creía perdido, cuando se le situaba en Jamaica, apareció en la costa del Sur, tomando la embocadura de la magnífica bahía de Jagua.

Para esquivar el encuentro con los cruceros norteamericanos hubo de marchar á razón de 18 y 19 nudos por hora á tiro forzado, con lo cual su salvación era segura, porque aquellos barcos de guerra, en ningúa caso podían alcanzar tal velocidad.

Se comprende la ansiedad por la que pasarían los pasajeros de

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Monserrai. S2 admiran los esfaerzos de sareaiiii, de arrojo, de peri - cia que hubo de desplegar el capitáa. Para éste no só!o estaba el peligro en una lucha, en un cheque, sino en perder el cargamento, en el que iban municiones y armas en abundancia.

Todavía, sin duda, le creerían los cruceros norteamericanos huyen- do de su persecución ó dando bordadas por las costas del Xarte cuando ya el Monserrai, que apenas retrasó unas treipta horas el término de su visje, anclaba en Cienfuegos.

AlU en Cienfuegos, en la bahía de ]agua, én el gran puerto de las Américas, podía estar y estaba completamente segaro. La bahía de Cienfuegos ó de Jagui es la mayor de la isla, y tal vez una de las ma- yores del mundo. Cuenta quince leguas marítimas de costa, sin com- prender sus ríos navegables, y su extensión es de diez millas sobre cua- tro y cuarto de ancho, con buena calidad de fondo y con una superfi cié de siete leguas cuadradas, habiendo desde el puerto á loi cayos y- arrecifes de sotavento un tramo como de catorce á quince legfuas.

La llegada del Montserrat á Cienfuegos podía prestar, además, grandes servicios, como los presta siempre en un caso de bloqueo, el que un gran barco lo faerce yendo en auxilio de los bloqueados y res- tableciendo de ese modo las comunicaciones. Hista Cienfuegos debía extenderse el fantástico bloqueo, según la declaración de Mac K^nley. Ya se ve, pues, cómo fo sabían hacer efectivo las escuadras norteame- ricanas.

*

En cuanto se supo que el Montserrat estaba á salvo en Cienfuegoj sil haber sido apresado y tras una larga navegación tan llena de gra- ■! ves riesgos, todo el mundo prodigó elogios sin tasa al valeroso capital.

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Ese experimentado y bravo rnaxino era don Manuel Deschamps, natural de la Coniña, donde goza de general estimación, de ardorosas simpatías.

Tal nombre era y es pronunciado con cariño y con admiración por España entera 7 aun fuera de ella; que en todas par- tes se ensalzan y despier tan entusiasmo los actos de gran vslor.

En Madrid y en Birce- lona^ la em ocian de alegría fué vivísima. En todos los Casinos y círculos, á últi- ma hora déla tarde del 27, hubo júbilo profundo en- tre la grandísima concu- rrencia de socios. Lo mis- mo ocurrió en los cafés, en los teatros, en las eslies. en todos los centros de la capital. Toda la sociedad, todos los españoles acla- maban la hsz;ña del señor

VOLUNTARIO YAJfKEE

Deschamps, capitán del Montserrat.

Y todos, todos ciiantos hablaban del suceso feliz^ pedían una re- compensa para el bravo marino, honra de nuestra flota mercante y del personal de la Trasatlántica.

Era deuda de la patria para uno de sus hijos valerosos y heroicos; deuda que España supo en su día cumpUr.

jP^i^tL im^inii imimiTiiiM ffn^Tffl hhhiiihdoiiiiiiiiihm» tMiiiNmitiuiiiiiiuiKitiniiiiiHiiH iiiiitriiiiiiiit'tiltliuililimi^

'^jiuwnnniiiiiiii»ir~r-iiiri>in'T'- nnHHinmniiHiHiiMMtniíHKmu'' iiiiHHiii»M'iWHWii'"m'iniHiiiiiHM'nH«i«iirnniiMHHiiiiiiiiitiiHmM>'miinwnii * *-/*

CAPITULO VII

Amagos y simulacros. Confnsiún.--El espíritu público en España. Rasgos de entusiasmo. Torpezas yanlees. El bombardeo de Matanzas. El parte oficial. El plandelosyankis. El intento del enemigo. El bombardeo de Cienfuegos. Plazas y defensas reforzadas. El espíritu de las tropas y voluntarios. Despacho oficial. Apresamiento del Argo- nauta.— Triste impresión. Intento de desembarco. Re tirada de la escuadra bloqueadora.

NDABA Ja escuadra americana por las aguas de Cuba en amagos sin gallardía y en juegos y simulacros poco conformes con el ardimiento explosivo de que se sin- tieran poseídos los energúmenos del Capitolio y elim. paciente Mac Kinley. 1

El primer destróyer yanki puesto al alcance de uno de núes-

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tros cañoneros, habla huido con teda prudencia y con toda ve- locidad. Los valientes guardaban sus ai restos para apresar pi- ráticamente, á traición y á mansalva, modestas y desprevenidas embar- caciones mercantes.

Era indudable que reinaba gran coc fusión en las esferas oficiales de los Estados Unidos, y más especialmente en el departamento de la Guerra. Dos meses largos había estado la prensa de aquel país, y con ella los políticos y los agiotistas, acumulando cifras y más cifras de miles de hombres y de millones de dollars, con los cuales amenezaban des- truirnos en veintinticuatro horas.

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Y había producido, seguramente, en ellos extraño asombro el es- pectáculo de un pueblo que parecía rehuir la guerra cuando podía con- s derarla lejana, y que de golpe, cuando más próxima la viera, se trans- formaba completamente é iba á ella sin la menor vacilación.

Mientras en las Cámaras de Washington reciiminábanse unos á otros, sacando á la colada los horrores de su administración y la flaque- za de su marina, aquí el espíritu público revelábase entero con mil y mil rp.sgos de maravilloso entusiasmo.

Madres como las de Badajoz, que desistía de librar á su hijo, al en- terarse de que España estaba en guerra con una nación extranjera; ca- pitanes generales como el anciano é insigne conde de Cheste, que á los ochenta y cuatro años iba al Senado para jurar por la patria; purpu- rados que hablaban como habló el ilustre cardenal Sancha y el venera- ble obispo de Tenerife; oradores como Salmerón, como Silvela,como el duque de Tetuáa y otros, que brindaban á España la fuerza y el sacrifi- cio de cuanto representan los partidos; el desprendimiento colosal de un marqués de Arguelles donando al gobierno español dos millones de duros para la guerra; los generosos y expléndidos donativos de todas las clases sociales, desde el grande de España al portero y al sereno humilde, ponían á luz clarísima la decisión de nuestro país á no retro- ceder, costara lo que costara y sucediera lo que sucediera. ^

El caso era para asombrar á cualquier yankee y trastornarle el poco juicio que los Sherman, los Morgan y demás vociferadores le hablen dejado en aquellos tres últimos años de bravatas de todo género, for- muladas detrás de las paredes del Capitolio.

A aumentar esa confusión contribuyó, sin duda, algo también la torpeza de los marinos norteamericanos, bien demostrada á la fecha con la varadura que sufrió uno'de sus cruceros en la costa occidental de Pi jar del Río, con la colisión de los monitores J^o/wr^ y Terror, que por colisión nos la dieron las Agencias por efecto de una torpe maniobra,

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aunque es posible que la pérdida del Hornet se debiera á otra causa, y con el chasco que les dio el Montserrat, burlándose en sus propias barbas.

* * *

En cuanto á lo que calificaron los periódicos yankis de bombardeo de Matanzas, y que no fué más que un intento ó ensayo del alcance de sus cañones, hubo tales contradicciones y tanta exageración por parte de las Agencias telegráficas, que difícilmente hubiéramos podido for- mar juicio de los sucesos, á no haber llegado con oportunidad el parte oficial que transcribimos á continuación, para que nuestros lectores puedan formar juicio exacto acerca de las proporciones que tuvo el hecho.

En él daba cuenta el general Blanco, sobria y sencillamente de la agresión tan ridicula como brutal que los americanos llevaron á cabo la tarde del 27. Los despachos de la prensa americana, que más ó menos desfigurados llegaban á Madrid por Londres y Paris, cuando no venían directamente desde Nueva York ó desde Cayo Hueso, dieron el 28 pro- porciones desmedidas y atribuyeron resultaron falsos— 60 bajas y la destrucción completa de las baterías del Morrillo de Matanzas á lo que solo nos pareció en el primer momento un simulacro de bombardeo, y que no pasó de simple reconocimiento de nuestras fortificaciones.

Destruidas éstas, según la versión yanqui, es lo cierto que no su- frieron el menor daño, como tampoco se sintieron en la plaza los ex- tragos de la artillería enemiga, aún menos certera que animosa. Los cin- co barcos americanos que tomaron parte en el bombardeo (P), perma- necieron constantemente fuera de la acción de los cañones españoles, por desgracia muy inferiores en calidad y alcance. El fuego duró cerca de una hora, más los disparos no llegaron á cincuenta en la escuadra.

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pasaron de diez y ocho en las dos baterías hostilizadas. Sin pérdida alguna en las cosas ni en las personas, pudieron el pueblo y la guarni- ción de Matanzas celebrar la retirada de los buques enemigo^, mientras nuestras armas obtenían en el campo inmediato señalada victoria sobre las partidas insurrectas, que comenzaban á operar por aquslla parte en movimiento de concentración.

***

Se d jo aquellos días que el plan délos norteamericanos consistía, á la fecha, si es que por ventura llegaron á poder trazarse algún plan de gueri?, ea apcdeía'se de Matanzas y fijar allí su base de operacio- iies, para avanzar más tatde sobre la Habana. Suponíase que los rebel- des concu ri ían por tierra al ataque de la plaza elegida y que instala- rían f l*í, proviiionalnaente, la capital de la famosa República cubana. Hubo quien añadió que Méximo Gómez y Cílixto G.arcía tenían ya to- madas todís las disposiciones necesarias para la ejecución del proyecte , Y que Matanzas vendría á ser, si se lograse, el principal punto de abas- tecimiento de la insurrección en armas, víveres, municiones y toda clase da pertrechos.

A ser ciertas estas noticias, la intentona de los yanquis y sus alia- dos comenzaba con un doble descalabro, pues por poca importancia mi- litar que tuviera ese hecho de aimas, el segundo de la guerra, resultó tan favorable y satisfactorio para nosotros como el primero, que fué ( 1 í fortunado combate de artillería entre la I.igci-a, no más grande que uco de los vapores golondrinas de nuestro puerto, y el orgulloso Cttshitig, mo de los mejores destroyers americanos.

Cuando la cañonera Zí^^Tí? destrozó la máquina del Ci.s/nng de- lunte de Cárdenas, la tarde del 23, con una bíla que le metió en el eos-

661 tado, las Agencias nos contaron que este destróyer hab'a si'T ido la gra- ve avería por habérsele volcado el vapor hacinado maniobtas. Y des- pués se supo que no había en todo ello ni una palaba de verdad, sino el deseo de cubrir un fracaso. Y como vulgarmente se dice, quien hace u:i cesto hace ciento.

Cou el despacho del general B'ancoá la vista, es fácil apreciar la verdadera importancia del bombardeo (?) de Mstinzas.

* *

<(,Habana 27.— Capifáo general á ministro Guerra:

Al mediodía del 27, tres cruceros americanos rompieron fuego so- bre las baterías del Morrillo, puerto de Matanzas, sin causar daño; de 32 disparos hechos, sólo dos cayeron próximos á la bateiía; las nues- tras hicieron i4 disparos, contestados por los cruceros con multitud de granadas de metralla, que tampoco hicieron dan-; contra la batería de Sabanilla hicieron más de 40 disparos, que sólo mataron un mulc; la batería disparó cuatro cañonazos por estar los barcos sólo al alcance de uno de los cañones.

La escuadra enemiga se componía de cinco buques, que han dispa do granadas contra la plaza, cayendo varias en ella, algunas de grueso calibre, sin causzr daño á la población.

Los cónsules de Francia y Austria protestan contra violaciones guerra, por bombardeo sin previo aviso; las tropas de la plaza ocupa ron sus puestos animados del mejor espíritu, habiéndose hecho dignes del mayor elogio las que guarnecían los fuertes cañoneados; el bom bardeo duró una hora. Al parecer, se ha causado aveiías en apareja barco enemigo de tres chimeneas.

Al propio tiempo, el coronel AlfiU alear zaba y batía en Mogote,

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si Sur de Matanzas, á las partidas concentradas al mando del cabecilla Bethancourt, tomando sus posiciones al enemigo, que dejó 20 muertos, muchas armas, caballos y efectos: identificados cabecillas Cía y Zamo- ra; las tropas, dos soldados muertos, y heridos un teniente y dos tíe tropa.

Felicito al general Molina, guarnición de Matanzas y columna Alfau por su bizarro comportamiento.

Se ha presentado en Matanzas el titulado capitán Nojas, con cinco rebeldes más, armados y montados. //«a ¿>j na».

Como se vé, y supusimos, los detalles que dieron las Agencias so- bre el teriible bombardeo de Matanzas, eran falsos los unos y muy exa- gerados los demás.

Si los yankees se proponían destruir las baterías que se estaban levantando á la entrada del puerto, su acierto no correspondió á su propósito; sólo dos desús disparos enviáronlos proyectiles cerca de una batería; los demás se perdieron.

Cierto que algunas granadas cayeron dentro de la ciudad; pero, además de que no causaron daño, el hecho dio motivo para que los cónsules de Francia y Austria protestasen de que la población hubiese sido bombardeada sin previo aviso, violando les leyes de la guerra.

No es hora ya de perder el tiempo preocupándonos respecto á les prácticas que observan en estos casos los pueblos de Europa; pero tan poco debemos dejar pasar estos sucesos que obedecieron, sin duda, á un plan preconcebido, sin señalar los fines que con ellos perseguía el enemigo.

Generalmente, en estos sucesos no se más que el resultado in-

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mediato; se cuentan los destrozos materiales, las bajas, y como el hecho no tiene importancia suficiente para resolver el problema, se espera con mayor ó menor importancia otro acto de hostilidad délos conten- dientes. En el caso que nos ocupa conviene ahondar un poco.

En el bombardeo de Matanzas hubo algo más que los daños mate- riales. Hubo el intento manifiesto de someter por el terror á los cuba- nosleales divorciándolos déla causa de España. Hubo el intento de obligarles á que se volvieran contra nosotros mismos. Hubo, en una palabra, el propósito de someterlos á un poder extraño, no sólo sin contar con su voluntad, sino violentándosela por los medios más bár- baros y más odiosos.

Holgarían seguramente tales observaciones, si los Estados Unidos no hubieren invocado el amor á la paz y el horror que les inspiraban los males producidos por la guerra, para encubrir sus propósitos ane- xionistas. Ya se vio cíián humanitarios fueron los procedimientos á que ellos apelaron. Huyendo de las fortalezas de la Habana, donde había cañones que les podían contestar, y dirigiendo los suyos sobre pobla- ciones á donde sus fuegos podían alcanzar á los que no combatían, á las mujeres y á los niños, sin mayor riesgo para sus barcos.

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* *

En la mañana del 29 se presentaron frente á Cien fuegos tres bu- ques de guerra norteamericanos.

Hicieron algunas maniobras y sondeos sin duda para evitar los bajos, que en aquella costa son peligrosos, y á la una de la tarde, acer- cándose cuanto pudieron á la costa, rompieron el fuego contra la plaza.

Durante media hora los tres barcos arrojaron bombas sobre Cien- fuegos, pero este cañoneo no produj'^ más que un resultado: demostrar

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oue Ja perla del Sur se hallaba á cubierto de los fuegos de la escuadra enemiga.

Las bombas cayeron á cuttro muías de distancia de los muelles del puerto.

Biea porque el objtto de los comandantes de los acorazados no fuera o ti o que el de practicar reconocimiento?, bien porque se con- vencieran de la inutilidad del bombardeo, es lo cierto que á la una y media el vigía del caslil o de Sagua, que se halla casia la entrada del puerto, señaló el aviso de que los tres barcos se retiraban.

La plíza desdeñó el fuego del enemigo y no contestó ni á uno solo de los disparos, con lo cual no sólo evitó el gasto ÍLÚtil de municiones, sino que el enemigo hiciera cálculos sobre la situación, número y cali- bre de las baterías.

Merece consignarse la tranquilidad con que la población presenció el cañoneo, y la satisfacción y regocijo con que celeb.aba la gente qae acudió á los muelles, el que las bombas estallaran á tan larga distancia.

Hasta la fecha no se tenía noticia alguna que diera crédito á los ru- mores sobre desembarco en aquellas costas.

Las guarniciones de todas las plazas del litoral habían quedado reforzadas, y se ejercía gran vigilancia en los lugares de la costa que estaban más amenazados.

Donde el blcqueo era más efectivo á la fecha, era en la Habana, Matanzas y Cárdenas.

En todas estas plazas se habían reforzado las defensas, sobre todo con artilleiia.

El espíritu de las tropas y voluntarios era excelente.

De los Estados Unidos lograban llegar allí algunas noticias que, á poce de ser conocidas, circulaban con gran exageración; pero estaba hecha la opinión á todo y ya no ejercían los noticiones gran influencia en el ánimo de las gentes.

* * *

La noticia sobre el cañoneo de Cienfuegos fué confirmada por el espitan general de Cuba, añadiendo un detalle de inteiés sobre la parte que tomaron algunos cañoneros españoles. He aquí el despacho oficial:

^Habana, 30. Capitán general á ministro Guerra:

Cañoneada hoy batería entrada puerto Cienluegos, siendo rechazado barco ene- migo tan sólo por tres caño- neros nuestros, que salieron fuera del puerto; por nuestra parte pequeños desperfectos.

Otros barcos enemigos amenazaron costa Mariel ; fuerzas convenientemente si- tuadas acudieron al punto atacado.

Escuadra enemiga frente Yi ib&uSi.— Blanco

A este despacho siguió otro comunicando una mala noticia, que causó triste impresión en la opinión.

Referíase la mala nueva al apresamiento del vapor español Argo- nauio por los barcos enemigos en bloqueo ds Cienfuegos, que hacía la travesía de Batabanó á Santiago de Cubi, haciendo prisioneros al coro- nel señor Cortijo, un médico mayor, seis oficiales, tres sargentos y cinco

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DON SALVADOR BARRERA Superviviente del naufragio del vapor «Tritón»

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soldados, y apoderándose de seis csjas de fusiles Msüser, 25 de muni- cfoDes y 14 con medicinas.

Dfjaron marchar en botes á los pssfjeros, y con éstos, fingiéndcsa PEÍS8D0F, eícsparon el sobrecargo, un cabo y dos soldados.

El Argoncuia y pasaje fué ?£queado por la marineiía yanqui.

A las seis y media de la tarde del 30 intentaron un desembarco de fuerzas en la playa de Herradura, un acorazado y tres barcos de guerra yanquis, en varios lanchones

Al verlos tuestrss fueizas hicieren fuego sobre ellos, siendo con- testado con ocho ó diez csñonazof, retirándoíe á la vista de la costa hasta las ocho pr<'ximímerte, que desepaiecieron por la playa Do- minica.

Llámase Hcn adnra á la pequeña península que cierra por el Nor- desde el pueito de Cabanas (Pinar del Río).

El puerto llamado ds la Dominica hállase en la costa Norte, y la forma la beca del río de su nombre, encontrándose situado á unos seis kilómetics a! Oeste de Msriel y diez al Este del puerto de Cabinas.

El dí.i I." df Mayo desapareció de la vista de le Habana la escua- dra bloqueadora, ignorándose el rumbo que había tomado, si bien se si'puso que se había dirigido a Cayo Hueso.

CAPITULO VIII

Ansiedafl no satisfecha. Ellos t nosotras. .Vpertara del Parlamento insular. El Mensaje. El general Blanco. A. morir por la patria. El desfile. Entusiasmo popular. Fecha memorable. El régimen aatjnómico. Inteoto de desembarco. Día de emociones. En presencia del enemigo. Crucsro janki cañoneado.— Batida general. Enenentroa y combates. Los saluios del Morro. La goleta Santiag uito . Bombardeo de Matanzas. Exfectación é inquietud.

ORzoso !e fué á la opinión pública dominar un poco su ansiedad, acabando por persuadirse de que los sucesos de la guerra no iban al compás de nuestras patrióticas impaciencias. En ello había motivo de satisfacción más que de enojo; porque siendo nosotros los atacados, los injusta y brutal- mente agredidos, la lentitud en las operaciones del enemigo revelaba que sus fuerzas efectivas no guardaban proporción con su poderío aparente, y que no le era tan fácil como habíase imaginado apoderarse de Cuba y lanzar de aquel pedazo de nuestro territorio á los que lo habían descubierto y conquistado á la civilización, como le fue-- ra bu lar á nuestra diplomacia y entenderse con nuestros políticos.

Ea do3 años dedicadoj á preparar la guerra acopiando para ella

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toda clase de pertrechos, lanzando al mar buques formidables, exal tando el espíritu de sus milicias con el incentivo de una gloria poco costosa, no había podido ese coloso americano ponería siquiera en con- diciones de aprovechar los primeros efectos de la inicua agresión. i

Irresoluto, vacilante, en el mismo grado que poco antes se nos mostrara provocador y soberbio, no se atre"vía á saltar en tierra espa- ñola, ni por el mar era osado á otras empresas que á la fácil captura de bateos indefensos, ó á cañonear desde lejos ciudades escfsamente de- fendidas. Apenas había pretendido enderezarse sobre sus pies de barro, cuando ya estaba á punto de venir al suelo entre las carcajadas de Eu- ropa.

Probóse con esto, no solamente que la que se tuvo por sublime locura de España, pudiera ser obra menos temeraiia y de más positi- vos resultados de lo que en un principio se imaginara, sino que con toda seguridad habría bastado á los gobernantes españoles el no temer la guerra para impedirla, y el no ceder á las exigencias de Washing- ton, para privar á la insurrección de Cuba de su ayuda más eficaz y del aliento que estuvo recibiendo poi espacio de tres años.

Ni uno sólo de los buques que íjetreabsn frínte Jas costas de Cub?, sin atreverse á ofrec:r blanco á las baterías españolas, estaba listo pera combatir cuando ocurrió el incidente del Alliance. No hsVía por en- tonces en los Estados Unidos pólvora almacenada, ni cañones en los parques, ni defensas en las costas, ni casi ningún elemento de guerra con que acudir, no ya al ataque de nuestras posesiones insulares, sino á la guarda y protección de sus propios puertos. Pudimos hacer respe- tar ruestro derecho: mas aún, pudimos imponer nuestra voluntad, re- duciendo para siempre la cuestión de Cuba á un simple problema de política interior, y las debilidades de arriba nos perdieron. Aquel gra- ve pecado de los que á la sazón imperaban en España, se había de la- var á la f.cha con sangre del ejército, con sangre del pueblo.

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Pero por más que hubiesen pasado las ocasiones mejores y aún vi- niendo la guerra después de un largo período en que el enemigo pudo prepararse cuanto quiso, mientras nosotros continuábamos desaprove- chando el tiempo, veíase claramente, á la fecha, que el agresor no con- taba con nuestra resistencia, sino con nuestra última humillación. Esto no lo decimos nosotros, cuyo juicio pudiera recusarse por interesado, lo dijeron todos los pueblos de Europa; lo apreciaron todos los gobier- nos, y hasta la musa festiva de los satíricos y el lápiz de los caricaturis- tas de Londres y París lo tradujeron en intencionadas expresiones.

Escuadras por el Norte, por el Sur, por el Este y por el Oeste; la mar entera llena de barcos, y no habían podido registrar á los nueve días de rotas las hostilidades más que la fuga del Cushing ante una ca- ñonera microscópica, y la triunfal entrada en Cien fuegos de nuestro vapor Monserrat burlando el bloqueo de aquellas extensas costas.

Iban á restablecer la paz en la isla de Cuba, á expulsarnos de allí á las cuarenta y ocho horas, y ya no sabían por donde desembarcar, ni cuando desembarcarían. Se trató al principio de lanzar sobre nosotros cien mil hombres; luego les pareció que sería mejor no comprometer más que cincuenta mil; después redujeron Ja cifra á la quinta parte; después á la décima y, por último, dudaban hasta para poner en tierra dos ó tres mil de aquellos guerreros provistos de armas virginales y cu- yas campañas no habían atronado todavía más que el recinto de los bars americanos.

***

A las dos de la tarde del 4 de Mayo se verificó en la capital de la mayor de nuestras Antillas la solemne apertura del Parlamento insular.

Salió el general Blanco del palacio de la Capitanía en una carroza, acompañado de los señores general González Parrado y Congosto.

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Qiince cañonjzos anuncifiron la salida de palacio del capitán ge- neral, y otros quince que había llegado al antiguo Casino Español, donde habíase instalado el Parlamento.

El trayecto que recorrió el gobernador general estaba engalanado y cubierto por las tropas.

En los balcones había mucha gente presenciando el paso de la co mitiva.

El acto resultó serio y majestuoso.

Dióse lectura del Mensaje, que protestaba contra las imposiciones del extranjero y recordaba el ejemplo de las cortes de Cádiz.

Rodeaban al general Blanco las secretarios del despacho, los repre- sentantes y Jos consejeros, colocados en el centro del salón.

Al extremo del mismo estaba el público, en el que figuraban bas- tantes señoras.

Al terminar la lectura del Mensaje, el general Blanco dio un vivaá España, que fué contestado unánimemente.

—Juráis todos morir por ella?— preguntó á seguida el general B anco.

]Sí, sí!— contestaron todos los asistentes, dando otros vivas á Es- paña y uno al general Blanco, salvador de Cuba.

Al salir del Parlamento y al entrar en la Capitanía general se dis- pararon otros 15 cañonazos, como á la ida.

La multitud que había en las calles y en los balcones presenciando el lucido desfile aclamó entusiásticamente al general.

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* *

F.cha de gran relieve para nuestra historia fué la del 4 de Mayo de 1898.

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El régimen autonómico que nos iba á dar ia paz á la patria poni n- do término á una guerra tan injusta como cruenta, quedó ese día defi- nitivamente constituí Jo en Cuba con la inauguración de la Cámara in- sular.

Pero ese órgano de expresión del nuevo régimen político en nues- tra colonia antillana inauguró sus funciones en medio de la pública in- diferencia de Ja Metrópoli, porque la opinión y los intereses hallábanse bajo el peso de grandes desdichas.

¿Qué había quedado de equellos ministros insulares? ¿Qaé había sido de aquellos manifiestos de Govín? ¿Qué del viaje redeator de Gi- berga y Dolz?

Nadie, ni el mi-mo gobierno central que puso en la autonomía te- da la esperanza y en el desarrollo del régimen todas sus ilusiones, se Ecordaron dicho día de que iba á constituirse la Cámara insular en Cu- ba, instalándose ¡qué sarcasmo! en el mismo edificio que durante mu- chos años fué la casa de los españoles.

La enormidad del fracaso, ¿porqué no confesarle? y las desven- turas que pesaban sobre la nación, parece fué la causa de que se olvi- dara todo eso que en su ¿ía habrá de ocupar una página dolorosa en Ja historia de España.

El general Blanco fué á presidir la primera sesión de esa Cámara, llevando como asesores á Govín y Dolz y tenieniío como inspirador del patriotismo á Giberga, en el momento mismo en que los acorazadcs americados bombardeaban la costa para preparar el desembarco y en el instante en que se combinaba en el cmpamento de Máximo Gómez el plan que habían de seguir las fuerzas rebeldes coa las americanas que habían de invadir el territorio.

***

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El día 6 se confirmaron oficialmente los rumores sobre intento de desembarco de faeiza americana cerca de la capital de la isla.

Según participó el comandante militar de Guanajay, las fuerzas que vigilaban la costa divisaron en la tarde del 4 un remolcador ame- ricano que llegaba á la costa, entre Baracoa y Bañes (cerca de Mariel), saltando de él á tierra algunos individuos.

El general Hernández de Velasco, al dar cuenta de este suceso, añadía que la fuerza de caballería acudió en el acto al sitio del desem-

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ACORAZADO KORT E-AMERICANO «YOWAv.

barco, y haciendo fuego sobre el remolcador y suíi tripulantes, obliga- ron á reembarcarse á los que estaban,en tierra, operación que fué pro- tegida por fuego de cañón, que los nuestros contestaron con fuego de fusilería, resultando de esta refriega tres soldados heridos y dos caballos muertos.

El remolcador enemigo se alejó sin lograr su intento, y la vigilan- cia en la costa quedó redoblada.

Otro remolcador americano apresó el día 6 tres botes pescadores frente á la playa de Cogimar, inmediata á la Habana.

El día 5 hubo grandes emociones en la capital.

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Como la escuadra de bloqueo se había retirado, y los despachos anunciaban su presencia frente á Cárdenas, creíase que entraba en sus planes el dirigir la acción hacia otros puertos; pero hacia el medio día volvieron á aparecer en aquellas aguas los barcos yackis.

Nada menos que doce cañoneros se divisaban frente á la plaza, ca- - ñoneros que se movían mucho, evolucionando en direcciones distintas y en movimientos rápidos, dando origen á que se redoblasen las pre- cauciones.

El general Blanco, acompañado del jefe del Estado mayor, general

FUERTE DE PUNTA GORDA (Santiago de Cuba)

señor Solano, recorrió las fortificaciones y baterías avanzadas dando so- bre el terreno las instrucciones convenientes.

La guarnición y los batallones de voluntarios estuvieron sobre las armas, apercibidos para todo.

Pero la cosa no pasó á mayores.

La escuadra de bloqueo continuó el día 7 sus movimientos desde la costa de Pinar del Río á Matanzas y tan pronto se colocaba ala vista déla Habana como desaparecía.

En toda la costa y algunas poblaciones se realizaban muchos traba- jos de defensa, sobre todo, en Pinar del Río y Cárdenas.

Blanco 85

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Las baterías de la Habana volvieron á hacer fuego el día 7 contra la escuadra enemiga.

A las cinco y media de la tarde se destacó de Ja escuadra bloquea- dora un crucero, el cual enfiló la entrada del puerto de la Habana, de- teniéndose, después de acercarse más de lo regular, frente al castillo del Morro.

Entonces rompió el fuego la batería de la playa del Chivo sobre el buque enemigo, y entre los varios cañonazos que se le dispararon pudo apreciarse perfectamente desde tierra que el proyectil de uno de ellos cayó muy cerca del crucero yanki, cubriéndole de agua y haciéndole inclinar de un lado.

El buque enemigo se retiró á toda máquina^ ignorándose si los dis- paros de nuestras baterías causaron algún destrozo en el crucero ame- ricano.

Un público numeroso presenció el suceso desde el litoral sin que se produjera la menor alarma en ningún momento.

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Rotas las hostilidades con todo rigor en la isla el día 30 de Abril, según bando del capitán general y general en jefe de aquel ejército, desde dicha fecha se batió todos los días en todas partes á las partidas que tenían manifiesto plan de atacar poblados, y que lo intentaron in- fructuosamente, sufriendo bastantes bajas.

En Pinar del Río, el coronel Devós, en el potrero Clemente Cruz, batió á la partida Núñez, tomando su campamento y recogiendo el ca- dáver del cabecilla citado, nueve más de insurrecctos de la partida, 33 armas de fuego, la blancas y tres caballos. S

La columna sólo tuvo cuatro heridos de tropa.

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En Las Villas, los batallones de Tetuán y Granada y voluntarios de Camsjuaní, batieron en Pelayo á las fuerzas de Máximo Gómez, re- cogiendo cuatro muertos, armas y caballos. Nuestras tropas tuvieron un oficial y siete soldados heridos.

En Covadonga volvió á batir dicha columna al enemigo, causán- dola un muerto: nosotros cuatro heridos.

La guerrilla de Placetas, en Loma Cruz, batió á una partida rebel- de, recogiendo en el campo de la acción diez muertos, ocho armas de fuego y 34 caballos. Nuestras fuerzas tuvieron un herido de tropa y dos contusos.

El batallón de Borbón batió en Santa Rosa á las partidas mandadas por los cabecillas Carrillo, Tello y Sánchez, recogiendo tres muertos. El batallón tuvo ocho heridos de tropa.

En Oriente, los batallones de la Constitución y de Asia batieron al enemigo en Palma, resultando tres heridos de tropa.

■El de Talavera y las guerrillas de Baracoa sostuvieron combates con bajas del enemigo y cinco heridos de la columna.

Un escuadrón de caballería atacó un campamento en San Juan (Guantánamo) recogiendo cinco muertos. Las tropas solo tuvieron un soldado herido.

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A las ocho y media de la mañana del 7, dos barcos norteamerica- nos perseguían á una goleta pescadora frente al Vedado.

Acercáronse á cinco millas de la costa, y entonces rompieron el fuego contra ellos las baterías del castillo del Morro, haciendo seis dis- paros de obús. Uno de los proyectiles le llevó la chimenea y un palo al crucero que iba delante, y otro proyectil cayó sobre la cubierta del segundo crucero, ignorándose el daño que causara al barco.

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Los cruceros contestaron con 12 cañonazos alejándose enseguida rápidamente á toda marcha.

Gran gentío acudió á la playa á presenciar el combate.

El barco perseguido era la goleta Santiaguito, que, al tomar puer- to, fué aclamada por el pueblo y aplaudidos sus tripulantes por su valor y temeridad, siendo objeto su patrón de entusiastas ovaciones.

La goleta iba llena de pescado del Yucatán.

A las tres de la tarde, otro buque enemigo hizo faego sobe las ba- terías de la entrada del puerto de Matanzas, disparando 65 proyectiles contra débil blokaus de carbonera, sobre el que cayeron 19, sufriendo los consiguientes desperfectos, sin otra novedad que recibir el jefe in - geniero de montes, don Francisco Bernat, que por allí se hallaba en funciones de servicio, algunas contusiones de piedras desprendidas al reventar una granada.

La situación continuaba siendo la misma.

Los buques que al morir el día 7 sostenían el bloqueo de la Haba- na eran de poca importancia, pues los que había de gran porte frente al puerto salieron con rumbo á Puerto Rico, obedeciendo órdenes del gobierno de Washington, y con objeto, según unos, de bombardear la capital de la pequeña Antilla, según otros, de ir al encuentro de nues- tra escuadra que se decía había zarpado, al fin, de Cabo Verde, al ano- checer del 24, con rumbo desconocido.

Estas noticias produjeron en la Península gran espectación, no exenta de inquietud mortal, al conocerse la supeiioridad de las fuerzas navales del enemigo.

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CAPITULO IX

Agitación y alarma. Optimistas y alarmistas.— lofundios fantásticos. Noticias absurdas.— Fiebre de noticias. Impaciencia y ansiedad. Expectación pública. -La escuadra de Cervera en la Martinica. Las baladronadas yanquis. Confianzas de la opinión. Inten- tos de desembarco. El bombardeo de Cárdenas. El enemigo rechazado. Arrojo de nuestros marinos. Deseáis bro de la escuadra norteamericana. El combate naval de Cárdenas. —Lucha heróicn. El Antonio López y la Ligera. La Cruz Roja.— Comentos y aplausos.

^^^^^ESDE el amanecer del día 8, desde que se presumió '^ que nuestra escuadra de Cabo Verde, al mando del contralmirante don Pascual Cervera, podía llegar á aguas de Puerto Rico, al propio tiempo que la escuadra americana que mandaba _el almirante Sampson; desde que se consideró como inminente un encuentro entre ambas flotas, rodabap por ahí toda clase de noticias estupendas, iban y ve- nían las especies más absurdas y contradictorias, manteníase el juicio público en el mayor de los extravíos.

Tan pronto nos anunciaban los optimistas y patrioteros una formi- dable y gloriosa victoria naval, como nos presentaban los alarmistas á los barcos de Cervtra sufriendo igual dolorosa suerte que la de los que se perdieron en la bahía de Cavite, la tristemente gloriosa jornada del I." de Mayo.

Y por instantes nos transportaban á los quintos cielos de la espe- ranza y del júbilo patrióticos; ó nos hundían en negras simas de dolor y desesperación.

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Tan insana agitación no tenía razón de ser, porque todas esas no- ticias, las favorables como las adversa5, carecían de todo fundamento serio, racional. Bastará á cualquiera compararlas entre si para compren- der la imposibilidad de que fueran todas verdaderas, lo cual prueba que todas eran falsas.

¿Cómo es posible compaginar telegramas que señalaban la presen- cia de nuestra escuadra á una misma hora bombardeando á Charleston y batiéndose al Noroeste de Santo Domingo con los buques yankees?

Ya el día 8 circuló por todas partes la buena nueva de que había- mos derrotado á los yanquis en el Atlántico. La falta de precisión de la noticia bastó para acogerla con reservas. ¡En el Atlánticol Lo mismo hubiera si .¡o decir con el poeta: «En el piélago inmenso del vecío.» Por- que paré;enos qu3 el Océano Atlántico es bastante grande para que no estorbase precisar el punto con relación á las costas ó á los grados de

latitud.

Eso sin contar que si el choque hubiera tenido efecto en el Atlán- tico, sin que se añadiera á donde habían ido á parar después de la ba- talla una ú otra flota vencedora ó vencida, no sabemos cómo se hubiera podido conocer la noticia. ¿O es que en alta mar hay estaciones tele- ¿ gráficas para comunicarnos las nuevas de un combate? ¿Qué medios misteriosos emplearían los almirantes para hacer saber al mundo sus hazañas, colocados en medio del Atlánttcr?

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Eso en cuanto al contenido de la noticia, que en lo tocante á su origen había más de un motivo de crítica racional para no prestarle crédito ni un momento siquiera. Desde San Roque dijeron el día 9 que nos habíamos batido con los yankees. Desde Londres, comunicaron á un periódico de esta condal ciudad igual roticia.

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Ahora bien ; ¿por qué extraños caminos había dado la vuelta esa especie, que todos deseamos fuera verdadera, que aparecía afirmada en San Roque veinticuatro horas antes que en Londres, centro hoy y siem- pre de toda información?

Acaso, acaso desde San Roque se correría á Gibraltar y desde Gi- braltal á Londres, para que desde la capital de la Gran Bretaña nos la volvieran á comunicar, aderezada con el testimonio del duque de Cannaugbt.

El caso fué, que tal noticia había ido tomando cuerpo, y en la no- che del 9, no ya de San Roque sino de Londres, recibió el diario «La Publicidad», por el cable, vía Marsella, un telegrama expedido á las dos de la tarde, por su corresponsal en la capital británica, diciendo que según despacho recibido por el duque de C^nnaught, hijo de la reina Victoria, se confirmaba que la escuadra española había obtenido una victoria en el Atlántico, contraía escuadra yankee.

Pero dio la circunstancia que, á las pocas horas que el cablegrama de Londres, recibíase un telegrama de la Agencia Reuter, la cual, con la sinceridad que acostumbra, no daba la noticia como propia, sino que la refería á cesas que se decían en Cayo Hueso, donde iban á parar to- dos los infundios del planeta;

Allí, en Cayo Hueso, se había recibido un despacho de Forte au- prince que decía, que según referencias del Cabo Haiti, la escuadra de Sampson había visto hacia el Norte, el referido día 9, die^ y siete navios españoles... Añ&á.ÍB. qViQ los marinos alemanes llegados el propio día confirmaban que se había oído un fuerte cañoneo hacia el Noroeste en la tarde del susodicho día.

* *

No fuera necesario decir que la noticia venía de Cayo Hueso para comprender que allí se había engendrado, porque sólo la fantasía deli-

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rante de aquellos laborantes de la portería de la manigua, fantasía que se desbocaba muy á menudo, y lo mismo inventaba batallas que mul- tiplicaba las Laves, había podido ver á nuestros cuatro cruceros y á los dos destructores convertidos en diez y siete navios españoles entre bar- cos de guerra y otros.

¿Qué más hubiéramos podido desear sino que fuera verdad tanta billezs? ¿Qué más hubiera podido anhelar nuestro patriotismo sino que en el Atlántico y desde la salida de Cabo Verde, cuatro cruceros se hu- bieran convertido en diez y siete poderosos navio;? Si Sampson había creído, en f fecto, ver diez y siete barcos de guerra, bastara eso y casi sobrara para que hubiéramos ganado la batalla naval, sin contar con el indudable valor do nuestros marinos.

Y mientras eso circulaba é iban y venían las estupendas nuevas, otras no menos absurdas se engendraban no se sabe dónde, para llevar la alarma al espíritu público, ya muy intranquilo, conturbado, excita díiimo.

Era tan perturbadora la fiebre de noticias, que las gentes acabaron por perder la noción del lugar geográfico. Pruébalo sino el siguiente diálogo, cogido por nosotros en medio de los corros de la Rambla, esta- cionados fíente á la redacción de un diario:

La escuadra de Cabo Verde está en camino de Filipinas— dijo quien presumía dj bien informado.

Y rep ico otro:

¡Ah! Sí; por eso se la ha visto á la altura del Canadá...

loútil es decir que durante todo el día y la noche del lo fueron motivo de ansiosa espectación los insistentes rumores que venían cir- culando desde las primeras horas de la mañana á propósito de la situa- ción de Puerto Rico y del probable encuentro de la escuadra española con la americana.

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En la Habana, como aquí, aumentaba cada día más la impaciencia y ansiedad por saber el paradero y posición de nuestra escuadra.

Raro era el día que no circulasen también allí noticias contradicto- rias y los rumores más estupendos, dando lugar á que las autoridades

tuvieran que intervenir para evitar la propagación de noticias falsas.

En los centros oficiales no había el día 1 1 noticias concretas de la situación de la escuadra española y de la escuadra americana en el Atlántico, y si las había las ocultaban.

Pero era visible por la noche la preocupación de nuestros gobernantes, y alguno de los más caracte- rizados no ocultó su creen- cia de que las escuadras de- bían estar la una muy á la vista de la otra, siendo presumible un encuentro que podía ocurrir, quizá, á las pocas horas.

Excusado es decir que con estos informes aumentó todavía más la expectación pública, y cuantos tuvieron noticia de esa supoíición mi- nisterial, hicieron votos fervientes por que la suerte acompañase á nues- tros bravos marinos y el éxito coronase sus gloriosos esfuerzos en fa- vor de ios sacratísimos intereses de la patria.

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DOlí PASCTJAL CERTERA Contralmirante de la escuadra del Atlántico

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Cuando los yankees, completamente desorientEdos, creían ver á nuestra escuadra de vuelta de Cabo Verde y en las proximidades de Cá- diz, apareció ésta en la colonia francesa, la isla de la Martinica, en dis- posición de colocarse, en menos de dos días, en presencia de los barcos enemigos, en aguas de Puerto Rico, ó de ir, en poco más de cuatro días, a forzar el bloqueo de la isla de Cuba.

El telegrama del comandante de nuestra escuadra lo recibió el día 12 el señor ministro de Marina. Después lo comunicaba al Consejo de ministros, reunido al terminar la sesión del Congreso, y allí se discu - tieron los rumbos que podía tomar y las instrucciones que llevaba el señor Cervera, dentro de las cuales obraría, seguramente, como su pericir, valor y patriotismo le aconsejasen para su más seguro triunfo.

Si durante todos aquellos días hubo aquí una intensa zozobra por desconocerse el paradero de la escuadre, no fué menor el desconcierto que reinó en las esferas oficiales de los Estados Unidos y la gran alar- ma que allí producían las contrsdictoriss noticias sobre la marcha de los barcos espinóles. ,

Y es evidente que Sampson estuvo pendiente de los movimientos que ignoraba de nuestra escuadra, sin atreverse á emprender acción al guna hasta que pudiera dirigirla con toda seguridad, deshechas las in- quietantes ic certidumbres. S

Aún habían de durar éstas para los yankees, pues no era forzoso que los buques que mandaba Cervera fuesen á San Juan de Puerto R'co, para darse de manos á boca con los acorazados y cruceros norteameri- canos.

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No había de ser para nuestros jactanciosos enemigos tan fácil aquel programa lleno de baladronadas, según el cual, el almirante Sampson

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se proponía destruir la escuadra española, bombardear inmediatamen te la capital de Puerto Rico, y apoderarse de ella si resistía.

Aúa no habían realizido niaguao de los puntos de su atrevido plan, y aúa éste se encontraba sujeto á lo que el destino quisiera y á lo que hicieran nuestros barcos. Hasta la fecha, nosotros, sin echar tanta tuerza por la boca, no habíamos tenido otro revés serio que el de Cavite; y en cambio, según noticias oficiales procedentes de los Esta- dos Unidos, les habíamos iaferido grave daño en «I combate de Cár- denas.

Li escuadra española había llegado á la Mirtinica, de donde ten- dría que salir, por razón de neutralidad, á las veinte y cuatro horas. Se supuso al principio que había entrado en Fort de France, de arribada forzosa, con motivo detener necesidad de algunas pequeñas reparacio- nes el Viíf[caya. Pero parece que eso no resultó cierto^ y que la llegada á la colonia francesa se debía á un plan del señor Cervera.

Penetrar ese plan fuera obra difícil, y aunque se hubiera conocido, obra antipatriótica el revelarlo. Los cálculos que se hicieran sobre ese hecho de encontrarse en la Martinica, tuvieron que ser todos aventu- rados, pues lo mismo podía recibirse de un momento á otro la noticia de un combate sangriento, que la de haber realizado un movimiento bien combinado por el que resultase la escuadra española en Santiago de Cuba, ó delante de Puerto Rico ó con rumbo á la Habana.

La opinión confiaba en la ciencia y en el valor de nuestros mari- nos, y esperaba que la suerte, que ya se había declarado en Cárdenas por nuestra causa, nos seguiría siendo favorable.

Obedeciendo al plan que hacía tiempo trazaron los yanquis y que aún no habían podido realizar, intentaron el día 14 hacer dos desem-

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barcos, uno al Norte y otro al Sur de la isla; uno en Cárdenas y otro en Cienfaegos.

Son las de Cárdenas y Cienfuegos las dos bahías más grandes de la isla de Cuba; por eso los yanquis intentaron apoderarse de eUas, ó cuando menos causar grandes daños en las respectivas poblaciones. No lo consiguieron, sin embargo, y tuvieron que retirarse ante el certeio fuego de ambas plazas.

Poco después del amanecer se presentó frente á la ensenada de Cár- denas, embocando por el cabo de Hicacos en el canal de Cayo Aralupa, una división compuesta de seis barcos enemigos, de los cuales tres eran de gran porte y los otros tres cañoneros.

Como todos se acercaran mucho más que otras veces á la isleta Diana, que se encuentra á la entrada de la ensenada, empezó á mani- festarse la alarma entre los habitantes, siendo llamadas á la carrera las fuerzas de infantería de Marina y voluntarios que guarnecían la pobla- ción.

A las ocho se formalizó el asedio, acercándose los barcos yanquis y rompiendo el fuego enseguida Jos grandes, mientras avanzaban les pequeños hasta colocarse á una milla de Cárdenas.

Al mismo tiempo, un bote grande, con fuerzas de desembarco, destacado de uno de los ci uceros, se deslizó por entre los cayos y rea- lizó un desembarco en el llamado Diana, donde hay un faro, apoderán- dose del semáforo y haciendo prisioneros sin resistencia al escaso personal del mismo.

Entretanto, el fuego de los buques continuaba terrible sobre 'a población, cayendo muchas bombas dentro de Cárdenas, donde á causa de ello se incendiaron varios almacenes.

En la bahía sólo había para defenderse del ataque, las cañoneras Ligera y Antonio Lópe^, que rompieron un fuego vivísimo contra los buques enemigos; pero la diferencia de medios era tan grande, que, á

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pesar de los deseos de sus dotaciones, no lograron que aquéllos apaga- ran sus fuegos ni se alejaran.

La lancha cañonera Antoríío Lópe^, mandada por el bravo teniente de navio D. Domingo Montes, estuvo haciendo fuego hasta que se le concluyeron las municiones.

Consideró entonces el enemigo obra fácil el desembarco y lanzaron bastante marinería á los botes para conducirla á tierra.

Eq los muelles, hasta la estación, habíanse situado una compañía de infantería de Marina y 250 voluntarios, quiénes sufrieron á pie firme y pecho descubierto el fuego de los barcos enemigos, sin contestar, hasta que los botes de desembarco estuvieron cerca de tierra.

Entonce?, con gran disciplina, hicieron nutrido fuego sobre ellos, obligándoles á retirarse, se supuso que con grandes pérdidas, por la cantidad de gente que iba en los botes y lo certeras que fueron las des- cargfis.

Nuestras tropas revelaron una gran serenidad y mucha decisión, para impedir que el enemigo lograra su intento.

El fuego sobre Cárdenas duró desde las ocho de la mañana hasta las dos y media de la tarde, hora en que se retiraron los barcos enemi- gos, apareciendo de nuevo á las cuatro, para retirarse definitivamente á las cinco.

Desde Cárdenas se vio perfectamente que uno de sus barcos iba escorado y remolcado, al parecer, con grandes averías.

Fué muy elogiada la conducta de los cañoneros Ligera y Antonio Lópe^. Ambos consumieron todas sus municiones, y las dotaciones de ellos tenían resuelto ya, en caso de abordaje ó de quedar inutilizado el barco, desmontar la artillería y hundirse en el canal,. con objeto de in- terceptar el paso de los buques grandes.

Tanto la Ligera como la Antonio Lópei[, que recibió 12 disparos de cañón de tiro rápido, sin consecuencias desagradables para la dota-

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ción; se batieron coa gran arrojo hasta quedar inutilizada la segunda.

Toda la guarnición se mostró muy valerosa durante el ataque, que fué presenciado con gran serenidad por la población.

Nuestras bejas consistieron en un sargento y siete soldados heridos.

* *

En cuanto se supo por telégrafo en Matanzas lo que en Cárdenas ocurría, se formaron trenes extraordinarios para mandar refuerzos.

Fué el primero en llegar el batallón de Zamora; con éste y alguna otra fuerza, más la guarnición que allí hibía, quedó la plaza defendida contra nuevas y posibles Egresiones.

Los habitantes de Cárdenas acudieron á sofocar los incendios, ayu- dando al cuerpo de bomberos en esta tarea, bajo el fuego del enemigo.

Se consideró milagroso que no hubiera que lamentar en la pobla- ción numerosas desgracias personales, teniendo en cuenta lo duro y persistente del fuego de los barcos yanquis, pues no hubo previo aviso, según previenen las leyes de la guerra, para el bombardeo y ataque.

Los yanquis tuvieron, según se participa después desde Cayo Hue- so, un oficial y cuatro marinos muertos y alguoos heridos, cuyo número no se precisó.

Las noticias recibidas de Washington y trasmitidas desde Nueva Yoik vinieron á confirmar que la escuadra que bombardeó á Cárdenas sufrió un verdadero descalabro.

Una de nuestras ganadas cayó en el polvorín del torpedero Te- cumseh y voló el barco.

Otra bala de cañón destrozó las calderas del torpedero Winslow; el Hudson, al acudir en auxilio del anterior, lecibió muchos proyectiles que le ocasionaron grandes averías.

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Rompieron fuego centra Cárdenas el Wilmíngíon y el Hudson. Después entró en combate el Wtnslow, que avanzó demasiado y sobre él se dirigieron todos los fuegos de las baterías, uno cuyos proyecti- les atravesó el casco del barco yanqui y destrozó una de sus calderas.

Entonces pidió auxilio y acudió el Hudson, que con grandes difi- cultades, por causa del horroroso fuego que desde la plaza y los cañone- ros españoks se hada, pulo largar un cable al Wtnslow.

Un oficial y varios marineíos habían logrado asir dicho cable, cuando estalló sobre ellos una granada que produjo la muerte al prime- ro é hiiió á siete marineros. Por fin, pudo echarse una amarra al Wtns- low y remolcado por el Hudson se le puso fuera del alcance de los ca ñones españoles, y poco después fué conducido á la isla de San Pedro, dirigiéndose al siguiente día á Cayo Hueso con grandes averías y una chimenea y varios camarotes destrozados.

Los buques yanquis que tomaron parte en el ataque de Cárdenas fueron los siguientes:

El Wilmíngion ¿e 1.500 toneladas, armado con ocho cañones de 10 centímetros de tiro rápilo y otros 14 de menor calibre. Tripulación 175 hombres.

El torpedero de alta mar Winslow, de 50 metros de largo, 5 de an cho, 2.000 caballos de fuerza en su máquina y cuyo armamento consis- tía en tres cañones de tiro rápido de 57 milímetros y tres tubos de lanzar torpedos Whitehead.

Ei cañonero Machías, de 1230 toneladas, armado con 8 cañones de tiro rápido de 10 centímetros y 8 menores. Tripulación 2:0 hombres.

Y el Hudson y el Tecunisch, dos vapores mercantes armados en guerra y convenientemente artillados.

Contra esos buques enemigos lucharon heroicamente hasta quedar inutilizados para el combate los cañoneros Antonio López y Ligera, cuyas dotaciones se dispusieron á sepultarse en el fondo de aquellas

aguas antes que rendirse; pero había que pelear sin medir la fuerza del enemigo, sin arredrarse ante el número y el porte de los barcos con- trarios.

Hay que conocer al Antonio Lópe\ para darse cuenta del mérito contraído en su combate desigual y glorioso.

Era un remolcador de la casa del Marqués de Comillas, de líneas

elegantes, cuya misión no fué otra hasta que le cedieron á la Marina de guerra que transportar la co- rrespondencia desde la Machina á los vapores trasatlánticos de la casa y acompañarles en su salida hasta doblar el Morro. No era, pues, barco que tuviera defensas en su casco.

Cedido' á la Marina de guerra, %Q^ le armó con ametralladoras, y como su velocidad era de lo mi- llas" y 'sus máquinas gozaban de gran salud, estaba en condiciones de prestar el servicio de aviso en la costa.

La Ligera tenía 21 metros de largo, dos de ancho, 40 toneladas y un cañón de cuatro centíme- tros. La mandaba el teniente de navio don A. Pérez Rendón y la tripu- laban 20 hombres.

En la defensa de Cárdenas, nuestros marinos como nuestros sol-

m/'^'/w/'''

SEÑOR RENDON Cornaadante de la cañonera «Ligera»

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dados se portaron heroicamente, resultando fracasado el intento de desembarco.

Durante el bombardeo, y exponiendo sus vidas, las señoras de la

BUQUES ESPAÑOLES CAPTURADOS POR LOS TANKIS EN «CATO-HUESO»

Cruz Roja asistían á los heridos, llevaban vendas é hilas y les consola- ban con sus auxilios, dando ejemplo de valor.

Estos detalles se comentaron y aplaudieron con entusiasmo.

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CAPITULO X

Intento de desembarco en Cienfuegos. Duro cañoneo. El empeño de los yanquis.^El ene- migo rechazado. El espíritu de las tropas y de la población. Cañoneo de Bahía Hon- da.— Desembarco frustrado en Jicotea. Nuevos intentos de desembarco. Detalles del fracaso de la expedición del Gusaic. La escuadra norteamericana frente á San Juan de Puerto Rico. Bombardeo de la capital de la pequeña Antilla. Gran expectación. No- ticias y rumores. La fantasía popular. Honor á los valientes. Jornada feliz.

ASI á la misma hora, á las siete de la mañana del ii, en que la escuadra enemiga empezaba el bombardeo de Cárdenas, cuatro de sus buques rompían fuego sobre las baterías avanzadas del puerto de Cienfuegos y bombar- deaban la ciudad.

Como la bahía es tan grande y corno los barcos yanquis se colocaron á mucha distancia por temor á los fuegos de nuestras baterías avanzadas de tierra, el bombardeo no producía efecto alguno.

Pronto comprendieron las tropas que el objeto de aquel vivo ca- ñoneo no era otro que proteger un desembarco, porque ninguna de sus granadas llegaba á la población.

Y, en efecto, mientras los barcos grandes disparaban granadas so- bre las baterías de la entrada del puerto, varias barcazas, llenas de gente, se aceicaban á la costa, pretendiendo desembarcar, protegidas por el fuego de los cruceros, en la boca del río Arimao.

Las tropas, convenientemente distribuidas, dejaron aproximarse al enemigo, y una vez que estuvieron los lanchones cerca de tierra, hicie-

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ron nutrido fuego de Maüser sobre ellas, al mismo tiempo que los ca- ñoneros y laa baterías de tierra contestaban á los disparos de los cruce- ros americanos.

Grande debía ser el empeño de los yanquis en hacer el desembar- co, porque, rechazados dos veces, intentaron un tercer esfuerzo, que, por fortuna, resultó, como los anteriores, infructuoso.

Una de las granadas del enemigo derribó la caseta donde amarraba el cable que ponía en comunicación la costa Sur enlazando con la tele- gráfica de Batabanó á la Habana.

Durante las cinco horas que duró el cañoneo, los buques yanquis dispararon unos 800 proyectiles de cañón, además délos de ametrallado- ra desde las cofas de los barcos, que se aproximaron á media milla de la costa, y desde las siete lanchas de desembarco.

La población estuvo impaciente, y desde el castillo de Sagua se hacían señales para que se conociera en Cienfuegos el curso de los su- cesos. Multitud de lanchitas de vapor y remolcadores cruzaban la bahía para comunicar noticias.

Como las tropas regulares estaban en la costa, la población quedó bajo el amparo de los voluntarios, los cuales permanecieron en las trin- cheras todo el día. El espíritu público estuvo perfectamente sostenido.

Nuestras bijas fueron dos paisanos muertos y 14 soldados heridos, y los daños ocasionados por el bombardeo, la destrucción de la caseta del cable y de un bohío próximo al faro.

Fué imposible determinarlas bajas del enemigo; pero por la distan- cia á que se les hizo fuego de Maüsser, por la rapidez con que se alejó y la confusión que se produjo en las barcazas, se supuso que debieron ex- perimentar bastantes pérdidas.

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El general Aguirre hizo constar el levantado espíritu y entusiasmo de la población de Cienfuegos, toda dispuesta al lado de las tropas, que á su paso vitoreaban, repartiéndoles las señoras refrescos y tabacos y asistiendo cuidadosamente á los heridos.

Parece que el ataque estaba combinado con gran concentración de partidas rebeldes, batidas aquellos días en las lomas y en la Ciénaga.

Esos dos ataques, casi simultáneos, en la costa Norte y en la costa Sur, pretendiendo en ambos desemb.arcos, dieron á los sucesos una im- portancia mucho mayor de la que revistieron los ataques anteriores, solo como considerados como tanteos y exploración de nuestras defen- sas en las costas.

Desde la tarde del 12, varios buques yanquis de los que sostenían el bloqueo de Cuba se acercaron á la costa Norte de Pinar del Río y ca- ñonearon á Bahía Honda, al mismo tiempo que pretendían hacer llegar á tierra botes con fuerzas de desembarco.

Como el enemigo había explorado aquel punto hacia días, habíase adoptado grandes precauciones, reconcentrando allí fuerzas bastantes para rechazar el ataque en tierra.

Desde Guanajay y Cabanas se había redoblado la vigilancia en la costa, para impedir que desembarcasen en algún punto inmediato mien- tras entretenían la atención con el cañoneo sobre Bahía Honda.

En la tarde del 11, al mismo tiempo que los ataques á Cárdenas y Cienfuegos, intentó el enemigo un desembarco en Jicotea (Pinar) com- binado con partida insurrecta de 300 hombres, que bajó á la playa á proteger desembarco.

Fuerzas de infantería que vigilaban aquella parte de costa al man- do del teniente coronel señor Elola, batieron á la partida, rechazando al mismo tiempo el desembarco.

No cejaban los yanquis, á pesar de sus repetidos fracasos, en sm em peño de intentar desembarcos de armas, municiones y hombres.

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A los intentos fracasados hay que unir otro que, por fortuna, fué también rechazado.

Durante el día 12 y el 13, desde la madrugada, cinco buques ene- migos intentaron el desembarco de fuerzas, protegidas por su artillería, en variDs puntos de la costa í sotavento de la Habana, habiendo sido en todos rechazados y obligados á resmbarcarse por las tropas convenien- temente situadas.

A falta de barcos de guerra nuestros que se lo impidiera, seguían sus movimientos á lo largo de la costa columnas de infantería y caba- llería para combatirles si intentaban nuevos desembarcos.

Se hicieron dos prisioneros norteamericanos, teniendo por nuestra parte un oficial muerto y algunos soldados heridos.

Digno del mayor encomio fué el comportamiento de las tropas ba- tiéndose contra barcos enemigos con cañones de grueso calibre.

*

Por noticias trasmitidas desde Cayo Hueso sobre la expedición del Gussic á Cuba y su intento de desembarco en Cabanas, conocimos los siguientes detalles, acerca del resultado de aquella, que fué un fracaso completo.

Fué la primera expedición que zarpara de la Florida con rumbo á Cuba, y estaba formada por dos compañías de tropas regulares, que con- ducían gran cantidad de armas y municiones.

Partieron con dirección á la costa de Pinar del Río, entre Bahía Honda y Cabanas, en virtud de combinación hecha por los jefes milita- res de las fuerzas expedicionarias y el cabecilla Núñez, quien aseguró que allí encontrarían numerosa partida que protegería desde tierra el desembarco.

Confiando en el éxito de la operación salió el Gussic con su carga,

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incorporándosele los cañoneros \V<isp y Mannt'ng, encargados de la pro- tección desde el mar.

Ea estas condiciones se acercó f 1 Gussic á la costa en un punto cerca de Cabanas, y cuando se disponía á'realizar sus alijos, se encontró con que en tierra, en vez de la partida insurrecta, se hallaban apostadas tropas espa-ñolas dispuestas á rechazar el desembarco.

Ya estaban en tierra algunos de los expedicionarios, cuando los soldados españoles salieron de la emboscada, haciendo fuego nutrido sobre el enemigo.

Los cañoneros dispararon sobre la costa muchos proyectiles, demos- trando que era decidido el propósito de desembarcar; pero fueron re- chazados al fin, y reembarcando los que habían tocado tierra, se retiraron.

Al amanecer del 13 se presentó frente á San Juan de Puerto Rico una escuadra noiteamericana, al mando del almirante Sampson, com- puesta de II buques, rompiendo, sin previo aviso, fuego contra la pla- za, que fué contestado con vigor durante más de tres horas por las bate- rías del puerto y del castillo.

Después de las nueve de la mañana retiróse el enemigo, que estuvo bombardeando la ciudad durante más de tres horas, con fuego en oca- siones muy vivo y cercano, empleando muchos calibres medios y arti- llería de tiro rápido, aunque sin ocasionar grandes daños materiales y pocas desgracias personales.

Las baterías de la plaza contestaron siempre vigorosas, causando al enemigo bastante daño y grandes averías en uno de sus mayores baicos, que fué retirado á remolque.

Las bajas en la población fueron; cuarenta heridos paisanos, y dos muertos y trece heridos de las tropas de la guarnición.

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Mucho entusiasmo en los voluntarios, y la poblacióa civil en actitud serena y dispuesta á la defensa hasta el último trance.

La escuadra rechazada en Puerto Rico, cumpliendo órdenes termi- nantes de su gobierno, hizo rumbo con toda la rapidez que le permitían sus máquinas á Cuba.

La orden era que se anticipase á la escuadra española que mandaba el general Cervera.

Desde que se recibió aquí esa noticia hubo gran espectación, por considerarse corno próximo un choque entre ambas escuadras. También zarpó el 13, á las cuatro de la tarde, de Fuerte Monroe con rumbo á las Antillas, la escuadra volante que mandaba el comodoro Schley, forma- da por el Brooklin, Massachussets, el Texas y el yate Escorpión.

No hemos de reproducir en estas págin£s todas las noticias y rumo- res que circularon el día 13 por Madrid y Barcelona, á propósito del ataque y bombardeo de Puerto Rico y á movimientos de la escuadra

*

que el almirante Cervera mandaba.

La imaginación popular, combinando una cosa con otra, llegó á suponer que nuestros barcos habían tenido participación en el combate de Puerto Rico y destruido cuatro de los buques enemigos.

Hasta de la circunstancia de ser aquel, día de gala oficial, como cumpleaños del rey don Francisco, se sacó provecho para atribuir á un gran triunfo el traje que vestían las tropas de la guarnición.

No creemos preciso se exsjeraran á ese punto las cosas para que el espíritu público pudiera sentirse satisfecho de la jornada.

Cuanto al paradero de nuestra escuadra se supo que en la Marti- nica sólo entró el día la uno de los destructores, cuyo comandante lle- vaba despachos del general Cervera para expedirlos desde Fort de France.

Como al propio tiempo era natural que recibiese el encargo de te- legrafiar desde allí á las familias de varios de sus compañeros llegaron

á Madrid y Barcelona, con firmas de jefes de la escuadra, otros tantos telegramas de la Maiíinica, que dieron lugar á creer que toda la escuadra había fondeado en aquella colonia francesa.

Así se dijo oficialmente; pero pronto se aclaró la noticia, añadien- do que la escuadra continuaba felizmente su derrota por el mar de Jas Antillas, en demanda de un puerto de Cuba.

***

Los soldados, marinos y voluntarios que en Cárdenas, Cienfuegos, Cabanas y San Juan de Puerto Rico rechazaron briosamente á los inva- sores, merecieron bien de la patria, no sólo por la ofrenda de gloria con que aliviaron sus amarguras, sino por la confianza en si misma que del todo le devolvieron.

Ellos representaban, de la manera más alta y legítima, nuestra

raza y nuestra historia.

Su conducta heroica dio lugar á esperar que mientras ellos vivie- ran no lograrían adelantar un paso, por muchos elementos de guerra que acumulasen los norteamericanos; mientras dispusieran de algunos millares de armas, podría correr peligro la integridad material del te- rritorio, pero no correría ninguno el honor de la bandera.

Es deber necional agradecer y sublimar su bravura; lo fué también aprovechar la lección que desde allá nos enviaron.

Aunque pocos, había aquí espíritus timoratos, á quienes amilanaba la perspectiva de inevitables derrotas y que flaqueaban á veces hasta el extremo de pensar en voluntarias renuncias.

La voz de los cubanos y portorriqueños leales, que declaraban en- tre el estallido de las bombas enemigas su firme voluntad de ser espa- ñoles; esa gran voz que llegaba del otro lado del Océano, les enseñó á. callar y á aprender.

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Se desmoronaban sus viviendas, caían muertos ó haridos sus her manos, sabían que no había de^haber cuartel ni descanso en la lucha, y, sin embargo, perseveraban en la defensa del sagrado depósito que se les había confiado, decididos á conservar y confesar su nacionalidad en la vida y en la muerte.

No solo resistían, sino que triunfaban. Los buques americanos, no obstante su poder enorme, se detenían ante nuestras modestas baterías

EL ACORAZADO AMERICAKO «NEW YORK» DISPARANDO SOBRE UN DESTACAMENTO EN CABANAS

y nuestros humildes cañoneros, y tenían que retirarse del fuego, lie vando á remolque los inutilizados.

Vaporcillos de 43 toneladas salían al encuentro de cruceros y des- troyers, los combatían sin vacilar, los alcanzaban con sus tiros y con- cluían por echarlos mar afuera.

Nuestros batallones aguardaban impasibles el desembarco del ene- migo, favorecido por la artillería gruesa de sus naves, y cuando estaba cerca, lo acribillaban á balazos y le ponían en vergonzosa fuga.

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No somos jactanciosos ni arrcganti s. Harto se nos alcanzaba que la foituna, ala fecha propicia, tal vez mañana nos volvería la espalda, y que nuestro adversario era lo bastante fuerte para volver con más ahin- co á la carga después de la derrota ó del fracaso.

Pero ante la bravura sin par de nuestro ejército de mar y tierra y ante la resolución generosa de los españoles en ambas Antillas, nos sen- timos llenos de confianza y dispuestos á defender lo qua era nuestro contra todos los buques y los bailones americanos.

Mal correspondiera, por otra parte, la nsción al esfuerzo de aque- llos valientes soldados y á la adhesión de aquellos buenos hijos, si no se sintiera dispuesta á hacer lo posible y lo imposible para alentarlos y auxiliarlos en su épica resistencia contra los invasores; é indigna fuera de su luminoso pasado y de su incontestable derecho á lo poivenir, si ante tales ejemplos de abnegación hubiese experimentado femeniles dudas. ^

Cuba y Puerto Rico pertenecían por su propia voluntad á España y España se veía obligada á cobijarlas en su regazo maternal, mientras le quedase un átomo de vida.

Nunca las hubiera cedido de grado y solamente cuando se sintió exánime y moribunda, se las dejó arrebatar por fuerza.

Saludemos á los valientes que pelearon en las colonias y cuya fé, confirmada con sangre, vino á afianzar la nuestra, que andaba en aque- llos tiempos ya algún tanto indecisa.

Lí> patria cumpliría su deber del mismo modo, —así lo esperábamos con igual firmeza y con tanta abnegación como ellos estaban cumplien- do con el suyo.

*

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Una muy extendida superstición quedó el 13 entre los españoles bastante quebrantada. Ese día 13 de Mayo fué, ñi duda, más agradable para España que otros días no considerados como fatídicos.

De todas partes llegaron noticias que fortalecían el espíritu y levan- taban el corazón. De allá, de Manila, sabíase que nuestros hermanos re- sistían con denuedo, viéndose foizado D^w^y con su escuadra á la es- pera de recursos. De Cuba llegáronnos ecos de positiva gloria.

La defensa heroica del Antonio Lópe^ y la Ligera-^ la bizarría ge- nuinamente española, con que frente á un poder maiítimo extraordina- rio habían combatido un puñado de marinos sin más que su pericia y algún modestísimo cañón; el arranque del comandante Montes agoten- do todas sus municiones y ecnandosu cañonera á pique para que fuera escollo antes que provecho del enemigo, el valiente espíritu con que hs guarniciones y voluntarios y los moradores todos de Cárdenas y Cienfuogos acudieron á la defensa de la patria oponiendo á las bombas yanquis un arrojo y serenidad que impusieron respeto á los propios enemigos, fueron, tras el dolor de Cavite y tras la incertidumbre de aquellos días, estímulos poderosos contra todo desfallecimiento y mo- tivos fundados para no abandonarnos al pesimismo sin esperanzas.

Al lado de esas puras satisfacciones que Caba nos envió, hubimos de poner otras no menos altas que nos vinieron de Puerto Rico. Salva- jemente—como dijo muy bien un senador del reino en la Cámara alta salvajemente, como pudiera hacerlo la escuadra de un pueblo de piratas y malhechores, para el cual no rigen el derecho internacional ni ningu- na de las leyes morales que disto y la civilización han extendido por el mundo, preséntanse los yanquis ante la capital de Puerto Rico, y con sus grandes buques y sus terribles medios de exterminio, no logran que el espíritu de aquellos españoles vacile ni tema.

A las bombas explosivas, á las acometidas de tanta máquina for midable, la serenidad y el valor responden, reproduciendo la gloria de

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otras jornadas no menos difíciles y no menos ilustres para los leales portorriqueños.

* * *

No es que las favorables noticias del citado día 13 debieran deter- minar una confianza definitiva en nuestra tuerte ni en el trance final de la guerra. Traía ésta semblante muy áspero y no había de ser asunto de unos cuantos días ni de unas cuantas acciones.

Para llegar al necesario término no habían de bastar la gallardía aislada ni los rasgos sueltos, propios de nuestra raza. La guerra, hoy, ha puesto muy al margen el factor personal, y está más cerca de la for- tuna quien la corteja con previsión de medios materiales, que aquel que la solicita sólo con nobles títulos de riqueza moral.

No podía olvidarse que la raza épica de nuestros marinos, de nues- tros soldados y de todos nuestros hermanos de Cuba y Puerto Rico en poco había de contribuir á que los yankis díjasen de contar coa más buques y con más recursos de combate que España.

Pero aunque eso no pudiera ser olvidado, no fuera justo que deja- ra la patria de recoger, para convertirlas en aliento de su propio espí- ritu, las buenas nuevas que el cable nos trajo el susodicho día, en com- pensación de tanta tristeza como nos enviara.

Todos lo habíamos dicho: á guerra no provocada por nosotros ha- bía ido España por el honor. Asi, bendito hubo de ser y ensalzado cuan- to viniera á significar que el honor de España se salvaba según nuestra histórica costumbre.

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CAPITULO XI

Tenacidad del enemigo. Cañoneo inútil. Nuevos intentos de desembarco. En Jaimanitas y en Cárdenas. Al desquite. Inútil empeño. Detalles del frustrado desembarco en la playa del Salado. Dos prisioneros yanquis. Combate naval en aguas de la Habana. El Nueva España y e\ Fe/iadiío en busca del enemigo. Expectación .^-Frente al ene- migo.— La acometida. Entusiasmo y aplausos de la muchedumbre. ¡Viva España! El triunfo de nuestros barcos, Espectáculo imponeate. El regreso á puerto. Rego- cijo y ovación. El objetivo de la salida. Un encuentro en Los Cristales. Rumores. La alocución del general Cervera. Antes de zarpar. ¡Viva Españal

os intentos de desembarco y el cañoneo en las costas de Pinar del Río y Habana acusaban alguna tenaci- dad de parte de los yanquis y gran fortuna por nues- tra parte, rechazándoles. Esos cañoneos en que tanto proyectil dispararon sobre la costa no produjeron apenas desgracias ni daños. Más pare- cieron salvas, para amedrentar, que bombardeos, para pro- teger desembarcos.

Sin embargo, los proyectiles que gastaron inútilmente sumaban centenares.

El 14 se verificó otro intento de desembarco en la playa de Jaima nitas, inmediata á la capital. Durante una hora estuvieron disparando proyectiles de medio calibre, sin que este bombardeo, que por el ruido parecía horroroso, produjera daños en la población.

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La presencia del torpedero Ericson en la bahía de Cárdenas, en la tarde del 13, sin disparar un tiro, y el verse desde el vigía otros barcos americanos dando bordadas fuera del puerto, hizo suponer á los habi- tantes de Cárdenas que el enemigo intentaba repetir el ataque contra la población.

Reforzada la guarnición con el batallón de Zamora y dos guerri- llas, el coronel Moneada dispuso, de acuerdo con el comandante de Marina, que las fuerzas tomaran convenientes posiciones en la zona de la bahía, donde se habían levantado las ligeras defensas que el tiempo había permitido, dando lugar preferente á los voluntarios y compañía de infantería de Marina, que tan bravamente rechazaron el ataque an- terior.

En previsión de que las granadas produjeran incendios en la pobla- ción, formó todo el cuerpo de bomberos y se alistó todo el material para acudir con prontitud al primer aviso.

Bien puede decirse que cuando rompieron el fuego ios barcos ene- migos, no había en Cárdenas nadie que no estuviera prevenido.

Todos los cálculos resultaron confirmados. Tres barcos enemigos repitieron el bombardeo, más vivo si cabe que en el ataque anterior.

Con tenacidad grande intentaron hacer llegar á tierra barcazas y botes con gente de desembarco; pero cuantas veces lo intentaron fue- lon rechazados.

El fuego que sobre ella? se hizo por descargas y cjn gran discipli- na, debió producirles muchas baj:s, á juzgar por la gritaría y confu- sión que en las barcazas se produjo.

Así estuvieron durante tres horas, hasta que definitivamente se re- tiraron, sin conseguir echar pie á tierra un solo hombre.

El resultado de este segundo ataque fué jel siguiente: destruir .'a casa donde estaba instalado el consulado ingle >, en cuyo edificio ya cayó una granada durante el primer ataqu?; hacer unos siete heridos

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en ]a tropa; matar con una granada á una pobre mujer y un hombre; herir á siete paisanos, entre los cuales figuraban tres inocentes niños, y producir algunos desperfectos en varias casas.

* * *

Al mismo tiempo que Jos yanquis repelían el ataque contra Cár- denas, lo hicieron también contra Cienfuegos, como si fueron al des- quite en los mismos puntos donde sufrieron tan duro escarmiento cua- tro días antes.

El cañoneo contra la costa de Cienfuegos fué también muy vivo: los intentos de desembarco también fueron rechazados.

Las granadas no causaron desperfecto alguno en la población ni en la bahía: las tropas de la guarnición tuvieron varios heridos.

La prensa de la Habana publicó el día 14 números extraordinarios dando cuenta del satisísctorio resultado que tuvieron los choques entre nuestras fuerzas y los americanos en la playa del Salado, donde inten- taron hacer el primer desembarco de dos compañías de tropas regula- res y gran cantidad de armas y municiones que llevaba el vapor Gus- sie, y añadiendo algunos interesantes detalles, de cuyo conocimiento no queremos privar á nuestros lectores.

Ya estaban en tierra algunos expedicionarios, cuando los soldados españoles salieron de su emboscada y cayeron con fuego nutridísimo sobre los expedicionarios, sembrando el pánico entre el enemigo.

El fuego de dos cruceros que protegían el desembarco, resultó inútil.

Rechazados los expedicionarios, lograron reembarcar casi todos, teniéndolo que hacer á nado algunos, y entre ellos el famoso Scovel, aquél corresponsal norteamericano que intervino en la fuga de Evan-

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gelina Cisneros, que después fué expulsado de aquel territorio y que desde el Journal había influido tanto para provocar la guerra interna cional.

En medio de la confusión que produjo la aparición de los españo- les y el grito de «sálvese quien pueda» de los expedicionarios, queda- ron en tierra completamente desamparados dos hombres, que á gritos pedían auxilio á los que se alejaban.

Ambos fueron hechos prisioneros, resultando ser periodistas yan-

CRUCERO KORTEAMERICANO «BALTIMOORE»

quis, redactores corresponsales del ^orld, los cuales pidieron á los soldados que no les matasen.

Los dos prisioneros fueron conducidos á la Habana por el ferroca- rril de Villanueva.

La gente, advertida de su captura, les esperó, y al aparecer lívidos, desencajados, llenos de terror, les dio una silba fenomenal, que produ- jo en ellos extraordinario efecto, porque creían que toda la isla estaba poco mecos que en poder de los insurrectos, y que la Habana se halla- ba casi destruida por ^us barcos y sin espíritu español.

Los coirespcEsales del Tt orld fueron enconados en la fortaleza de ]& Calaña, hssta que se determinase lo que había de ser de ellos. -

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# * *

Da gran emoción fue para todos los habitantes de la Habana el suceso que se desarrolló á su vista y frente á la bahía, en la tarde del 14 de Mayo.

A eso de las cuatro comenzó á circular el rumor por la ciudad de que los barcos de guerra surtos en la bahía se preparaban para salir á la mar en trabajos de descubierta.

Como toda la población había visto dar bordadts á varios barcos yanquis frente á la Chorrera, pero fuera del alcance de las baterías avanzadas, se supuso que de salir los buques, habría choque, en condi- ciones de gran desigualdad.

El toque de Us cornetas en las fortalezas; el ver á algunos genera- les dirigirse hacia las baterías y el paso de voluntarios hacia determi- nados puntos de la capital, hizo extender y dar visos de certeza al ru- mor, y la gente en tropel, formando inmensa muchedumbre, empezó á llenar los muelles, el pescante, el malecón de la Punta y toda la costa de San Lázaro hasta los baños.

Los trenes del Vedado S3 llenaron de curiosos que querían gozar del espectáculo en posiciones más avanzadas.

En efecto; á las cinco salió del puerto el cañonero A'inva España, llevando en el tope la bandera nacional, y poco después, y con la suya izada, el crucero Conde de Venadito.

La muchedumbre aplaudía frenética; la marinería silenciosa, como quien cumple misión sagrada en momentos solemnes, cuidábase de cumplir su cometido.

Aquellos dos barcos de guerra, de pequeñas dimensiones, de esta- sa potencia y de reducida dottción, se internaron en el mar hasta per- derse de vista.

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El público que les vio partir quedó en silencio y vivamente im- presionado.

Millares de personas tenían fijos sus ojos desde las torres, las azo- teas, el malecón, las baterías y el litoral, en la línea obscura y lejana del horizonte. Durante media hora nada se vio ni se oyó, creciendo por momentos la ansiedad; pero transcurrido ese tiempo, vióse á los dos barcos españoles que se dirigían sobre tres americanos haciendo fuego nutrido y con marcha rápida. Habíase entablado ya un combate naval, á la vista de la población.

El M'ueva España y el ]'c¡iadíto acometían con decisión; los trcs barcos yanquis contestaban con fuego duro.

La muchedumbre aplaudía desde tierra la decisión de nuestros bra- vos marinos; á cada disparo resonaba en todo el litoral un estruendoso ¡viva España!, que las ondas se encargaban de hacer llegar hasta los barcos españoles como alientos nuevos para el combate.

De pronto se vio que un barco grande del enemigo apagó sus fue- gos, que rápidamente se le acercó otro, y amarrándole se lo llevó á remolque con precipitación: ¡aquello era el triunfo I

Aparecen enseguida nuevos buques enemigos que acuden en au- xilio de los suyos; los nuestros, gallardos, airosos, combaten tambiéa contra éstos, que forman una división de cinco buques.

El sol va desapareciendo hacia su ocaso, enviando sus últimos ra- yos á los combatientes y dejando en el horizonte unas nubes rojas como el fuego.

El espectáculo es imponente, maravilloso, extraordinario.

Entretanto, en todas las baterías de la plaza se enfilan los cañones por si el enemigo se acerca, persiguiendo en su retirada á nuestros barcos; salen del puerto hasta doblar el Morro dos cañoneros más, por si acaso; los dos Pin\ón se disponen también á salir, pero el rápido ere-

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púsculo desapareciendo y la noche extiende su manto de tinieblas, haciendo que cese el combate.

El Nueva. España y el Conde de Venadiio regresan al puerto sin avería alguna, y al entrar en bahía les tributa toda la Habana una ova- ción indescriptible y conmovedora. Eran las ocho de la noche.

Emoción semejante, pocas ve:es se siente: la población, llena de regocijo, saluda á los marinos por la feliz jornada, que así puade califi- carse la temeraria salida y el combate sostenido contra enemigo tan su perior, sin sufrir avería alguna, á cambio de haberlas producido de consideración en la escuadra norteamericana.

# *

El Conde de Venaditoes uno de los buques más conocidos entre los españoles. Con motivo de la campaña de Melilla primero, después por incidente ocurrido entre este buque y el americano Alliance en los comienzos de la campaña de Cuba, el Venadiio es entre nuestros bu- ques de guerra el que más ha sonado en oídos españoles.

Fué construido en 1888, es de hierro, de 1200 toneladas, monta cuatro cañones Hontoria de 12 centímetros, dos de siete, dos de cinco y cuatro de cuatro, y dos tubos de lanzar torpedos. Desplaza 1.500 to- neladas y la fuerza de sus máquinas es de 1.500 caballos.

Estaba mandado por el capitán de fragata don Esteban Asuaga.

El Nueva España está clasificado como cañonero torpedero: monta seis cañones, dos Hontoria de doce centímetros, de tiro rápido, una ametralladora y dos tubos lanza torpedos; la fuerza de su máquina es ■ie 2.400 caballos de fuerza y desplaza 630 toneladas; su casco es de acero.

Mandaba este barco el teniente de navio don Eduardo Capelas- tegui.

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Hacía ya tiempo que prestaba servicie en Cuba, y algunos meses que se encontraba en la bahía de la Habana.

Fué botado al agua en el año de 1889.

Tanto el Nueva España como el Venadito habían trabajado mucho ea la campaña de Cuba, y esto hacía que sus máquinas hubiesen sufri- do desgastes, perdiendo en fuerza y velocidad.

Ninguna de estas circunstancias impidió que luchasen con denue- do, obteniendo éxito feliz en la misión que les fué confiada.

El objetivo propuesto con la salida y combate del Nueva España y el Venadüo, quedó logrado, pues no era otro, según despachos del ca- pitán general y jefe del apostadero de la Habana, que atraer frente al puerto el mayor número posible de barcos yanquis, y esto se consiguió, por cuanto al día siguiente se contaban diez, no siendo el anterior más

que tres.

En operaciones desde Güines, la columna que mandaba el coronel Rodríguez, tuvo un encuentro, el día 16, en Los Cristales con una par- tida de 800 hombres, al mando de Mayía Rodríguez, Collazo y otros cabecillas, tomando campamento y batiéndoles con muchas bajas; pu- diéndose recoger 11 muertos identificados, 14 armas de fuego, mache- tes y municiones.

La columna tuvo un oficial contuso y cuatro de tropa heridos.

»

Se dijo la tarde del 14, atribuyendo el origen de la noticia á mani- fastaciorres del ministro de Marina, que la escuadra del contralmirante Cervera estaba ya á la vista de Cuba.

Aunque el general B3rmejo no había hecho manifestación alguna en tal sentido, ni en otro cualquiera que permitiera determinar el rum- bo y la situación de nuestros barcos, la suposición era muy verosímil, y

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nada habría tan satisfactorio, en nuestro humilde concepto, como el que la hubiéramos visto confirmarse pronto con la entrada en la babíi de la Habana del Cristóbal Colón, el Vi\caya, el Oquendo, el Infanta María Teresa y los dos destroyers.

Hubiera sido este un verdadero éxito militar para España, aun cuando no tuviese el aparato externo, ia resonancia y brillantez que los grandes combates navales con que soñaban los exaltados.

Mientras que en la Habana tuviésemos una escuadra intacta, ni pudieran los yanquis descomponerla íuya para llevar la guerra á di- versas regiones, entre las cuales cabía incluir la misma Petínsula, ni les fuera factible acometer el desembarco de una gran expedición sin el riesgo de verla comprometida y quebrantada.

El bloqueo de la Habana tuviera también que cambiar de carácter y condiciones, aunque el enemigo mantuviese allí la totalidad de sus buques de combate. Con los recursos de fquella estación, nuestra es- cuadra pudiera haber hecho salidas, hostigar continuamente á la ene- miga, sobre todo de noche, y eligiendo el momento y circunstancias más favorables para llevar la confusión á los barcos enemigos.

No sabíamos, realmente, si el objetivo de la escuadra era el que nos inspira estas observaciones, pero ninguna duda ofreció para noso- tros y creemos hallarnos de acuerdo con la opinión de muchas personas competentes, que ese fuera por entonces el servicio de resultados más prácticos y que con él se hubiera realizado un buen pensamiento estra- tégico.

*

He aquí la alocución que el general Cervera dirigió á sus subordi- nados la víspera de hacerse á la mar la escuadra fondeada en Cabo Verde:

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«Tripulantes todos de la escuadra:

Después de tres años de lucha en Cuba vamos al fin á ver el tér- mino. Seguramente no se hubiera sostenido tres meses la insurrección sin los auxilios que ha recibido siempre de los Estados Unidos.

Viendo esta nación que con su ayuda indirecta y con las mil mo- lestias que nos ha suscitado no podía conseguir los fines que su codicia le inspira, que no son otros que arrebatarnos la isla de Cuba, arroja la máscara al ver agonizar la insurrección y nos hace la guerra más in - justa que registra la historia.

No la quería España, ciertamente, y prueba de ello es su conducta, en la que ha llegado á cuanto puede acceder una nación que se precia en algo. Pero la ambición insaciable de los yankees gritaba siempre más, más, hasta que llegó á pedirnos todo: lo que es nuestro, lo que descubrieron |los españoles dirigidos por Colón, lo que pobló Diego Velázquez y han hecho próspero y rico los españoles á costa de tantas vi las como se han perdido en los cuatro siglos que hace del descu- brimiento.

Vamos, pues, á la guerra obligados por el orgullo y la codicia

yankee\ pero vamos como siempre fueron los españoles, fuertes en sus derechos y confiados en Dios, que no abandonará causa tan justa y

protegerá nuestros esfuerzos.

No tengo que recordaros la disciplina, porque en los seis meses que llevo de mando sólo tengo motivos para felicitarme de ella. Tam- poco os recuerdo la constancia en el servicio, sobre todo el de vigilan- cia, á pesar de lo duro que llega á hacerse cuando se prolonga mucho, porque conozco vuestras condiciones en esto como en todo. Mucho menos os recomendaré el valor, sois españoles y... basta.

A la guerra, pues; y cuando yo os lleve al combate, tened con- fianza en Dios y en vuestros jefes, y que con la conciencia del alto de- ber que cumplimos nos halague á todos la idea de la gratitud de la pa- tria, que salvaremos del peligro en que se encuentra.

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Las naciones que nos contemplan verán que la España de hoy es la de siempre, y al regresar á nuestros hogares nos veremos rodeados de la gratitud y amor de nuestros conciudadanos, que será nuestra me- jor recompensa.

¡Viva España! ¡Viva el re) ! ¡Viva la reina regente!

San Vicente de Cabo Verdea 28 de Abril de 1898.— El almirante de la escuadra española. Pascual Gervera».

* * *

Antes de zarpar, el general Cervera convocó á los oficiales y tri- pulaciones de los buques que formaban la escuadra, arengándoles en términos altamente patrióticos y poniendo de manifiesto que cuando peligra la integridad del territorio patrio, todos sus hijos tienen el sa- grado deber de defenderla.

«A la Armada española— dijo— corresponde desempeñar en el pre- sente conflicto un papel importantísimo. Vamos á la lucha; es verdad que somos pocos contra muchos, pero llevamos de nuestra parte la justicia y el derecho, la pericia y el valor de los marinos que me escu- chan, y la en Dios».

Apenas terminó el general Cervera la última frase, se oyó un atronador ¡viva España!

La prensa norteamericana no ocultó la sorpresa que le produjo la noticia de haberse advertido en sguas de la Martinica la presencia de tres barcos de guerra españoles.

No se sabía á punto fijo á dónde se dirigía la escuadra española mandada por el contralmirante Cervera, pero se tenía noticia de que Jas fuerzas navales yanquis habían recibido orden de concentrarse en la coita meridional de Cuba.

Todos los informes convenían, sin embargo, en que el jefe de

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nuestra escuadra se proponía intentar Ja entrada en el puerto de la Habana.

Los periódicos, particularmente los consagrados á asuntos militares y marítimos, seguían con grande interés los movimientos de la escua

CAÑONERO KORTEAMERICANO «VESUBIUS»

dra española, reconociendo que el almirante Cervera estaba dando pruebas de grande habilidad y pericia, coincidiendo todos en recono- cer que el general Cervera conducía la expedición tan afortunadamen- te, que el gobierno norteamericano había pasado momentos de verda derajnquietud.

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CAPITULO XII

Europa al almirante de nuestra escuadra. La misión del Terror. El comandante Villaamil^ La escuadra española en Curasao. Otra vez la dinamita en el campo rebelde. Vola- dura en el ferrocarril de Guanabacoa. El espíritu público en la Habana. Accidente en la bahía de Cárdenas. Explosión de un torpedo. Destrozo y voladura de un bote tripu- lado por yanquis. Ataque á Caibarién. Una flotilla de cañoneros en busca del enemi-. go. Huida del buque yanqui. Gran expectación en la Habana. Agresión contra San- tiago de Cuba y Guantánamo. En Punta üamacho y Matanzas. La escuadra española, en Santiago de Cuba.

N todas partes, en Francia, en loglaterra, en Alemania, en Europa entera, dedicaban grandes elogios de admi- ración al jefe de nusstra escuadra, al contralmirante Círvera, que con rara habilidad y pericia extraordina^ ría había sabido burlar á las dos escuadras noiteamericanas. De una de las operaciones más felices realizadas con ese 1!^ objeto, y en la que había sido protagonista el bizarro señor Vi- Ilaamil, nos dio cuenta por carta un tripulante del TVrror en los. siguientes términos, tan interesantes como conmovedores:

«Obedeciendo órdenes del almirante destacóse de la escuadra el destróyer Terror, al mando del comandante señor Villaamil para ad- quirir noticias exactas acerca del paradero de los barcos enemigos.

La misión confiada á este marino era en verdad tan difícil como arriesgada. Consistía en llegar á la isla Martinica, averiguar allí noticii.& del paradero y situación de las escuadras yanquis, y salir inmediata-^

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mente para Puerto Rico, doade entraríamos, procurando evitar el en- cuentro con todo barco enemigo; comunicar con el general Maclas y re gresar á dar cuenta al general Cervera del resultado de su misión.

Cumplida sin contratiempo la primera parte de nuestra misión, sa- lió de Fort de France el Tert or, dispuesto á cumplir la segunda, diri- giéadonos á Puerto Rico. Pero en el camino tropezamos con un vapor correo. Merced á las señales convenidas, la duda no era posible. El Te- rror se aproximó al buque correo, que no era otro que el Alfonso XIII de la Compañía trasatlántica, el cual, concluido el bombardeo de Sail Jian por la escuadra yanqui, había salido tranquilamente coa rumbo á la Península.

El capitán del Alfonso XIII dio cuenta á nuestro comandante señor Villaamil de cuanto éite necesitaba saber respecto á la situación de les escuadras norteamericanas, y el señor Villaamil le dijo lo que convenía que supiera el capitán del Alfonso XIII.

Concluida la entrevista, el Terror se dirigió otra vez en busca de la escuadra y el Alfonso X/// siguió viaje con rumbo á la Paníasula.

# *

«Apenas encontró el Terror otra vez á la escuadra y conferenció Villaamil con el contralmirante Cervera, hizo aquella rumbo á la isJa holandesa de Cure cao.

El gobernador general de aquella posesión holandesa, que reside en la capital, Willenestad, parece participó al general Cervera:

I." Que no permitía la entrada en el puerto más que á la mitad déla escuadra española; y

Que su permanencia en el mismo no podría exceder de cua- renta y ocho horas.

En vista de la actitud del gobernador de la citada posesión holán-

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desa, el general Cervera dispuso que entraran en puerto los cruceros María Teresa y Vizcaya y que permanecieran faera, bordeando, el Oquendo, el Colón y los destroyers.

lamediatamente que llegó á Curí9ao nuestra escuadra, fué telegra- fiada á Washington y á Londres la noticia por diferentes conductos.

Sin aguardar el señor Cervera á que se cumpliera el plszo de cua- renta y ocho horas que le fuera concedido para permanecer en Curac^ao hízose de nuevo á la mar con rumbo á Cuba.»

Por tercera vez burló la vigilancia de que era objeto en aquellos mares, haciendo cruces tan variados que, al mismo tiempo que señala- ban su presencia los corresponsales en las costas de Venezuela, donde suponían que se aprovisionaría de carbón; en la Martinica otra vez, donde aseguraban que se le reunió el Alicante para el aprovisionp- miento de combustible; en las costas de Cuba, hacia donde se reconcen- traban las dos escuadras yanquis y en las de los Estados Unidos, que parecían ser el objetivo del contralmirante español.

Habían vuelto los rebeldes á realizar actos de presencia cerca de la capital de la isla.

En la noche del 15 volaron, por medio de la dinamita, algunas al- cantarillas del ferrocarril de Guanabacoa, produciendo grandes destro- zos en la vía.

Afortunadamente, no hubo que lamentar desgracias personales, por ocurriría explosión á una hora en que no circulaban trenes.

Al ruido de la detonación y á los gritos de los guardas de la vía, acudieron inmediatamente fuerzas del ejército, sin que lograran captu- rar á los autores del bárbaro atentado.

Aunque el espíritu público en la Habana no había decaído ni un

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momento desde la declaracióa de guerra y la presencia de los barcos americanos delante del puerto, los últimos sucesos y la noticia de la presencia de nuestra escuadra ea el mar de las Antillas, habían produci- do entusiasmo excepcional en todas cl6S3s.

Esos sucesos y esa noticia habían determinado además una gran mejora en la situación económica porque, efecto de la mayor confianza, era mucho más satisfactorio el aspecto de los cambios.

También era fenómeno que la opinión apreciaba en todo su valor, la participación que en las felicitaciones á las autoridades y á la marina tomaban los cónsules que allí representaban á las principales naciones europeas.

El público se había hecho ya á la situación, de tal manera, que los remolcadores y las lanchas salían del puerto y se alejaban á distancias respetables para ver los movimientos délos barcos bloqueadores, como si no corrieran riesgo alguno en dichas salidas.

Los barcos yanquis continuaban sus movimientos entre la costa de Pinar del Río y Cárdenas.

Un nuevo y desagradable accidente sufrieron los norteamericanos en la mañana del í6, en la entrada de la bahía de Cárdenas.

Después de los bombardeos inútiles y de los fracasados desembar- cos, dedicáronse los barcos yanquis á explorar la entrada del puerto.

Advertidos de la existencia de torpedos pretendieron quitarlos y al dar con el primero y tratar de inutilizarle, explotó, en condiciones tales, que destrozó el bote, cayendo al agua los i8 tripulantes, no lo- grando salvarse ni uno.

Este suceso produjo el efecto que puede suponerse, lo mismo en la población, de Cárdenas que en la de la Habana.

* *

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El día 17 se presentó frente al puerto de Caibarién, en la costa Nor- te de la provincia de Santa Clara, un barco norteamericano con ánimo de explorar la bahía.

Inmediatamente se hicieron á la mar el cañonero Hernán Cortés y las cañoneras Valiente, Intrépida y Cauto.

La guarnición y voluntarios de Caibarién se pusieron inmediata- mente sobre las armas.

La salida de los barcos citados produjo gran expectación en los hc- bitantes de Caibarién.

A poco rato de haber salido del puerto la pequeña £1 jtilla se oye- ron algunos cañonazos, y pronto se vio como el barco yanqui se aleja- ba y regresaban á puerto los españoles por haber conseguido el objeto que se habían propuesto.

Mayor era la expectación que reinaba en la Habana ante la presen- cia de la escuadra española en el mar de las Antillas.

El deseo de las gentes hacía suponer que llegaría muy pronto, sien- do el primer puerto que tocase el de la Hibana; pero de esto no había noticia alguna que permitiera hacer afirmaciones.'

El bloqueo de la Habana continuaba en la misma foima, esto e?, sostenido por nueve barcos.

Desde dicho día 17 desaparecieron de la vista de Cienfuegos los barcos que bloqueaban aquel puerto.

Frente á la Habana y otros puertos de la costa occidental eran muy pocos los barcos yanquis que se divisaban el día i8.

Creíase que la retirada de los barcos bloqueadores obedecía á der- conocerse los movimientos de nuestra escuadra y temer que se presen- tase de improviso en aquellas aguas.

El objetivo principal de los barcos americanos era la costa Sur, en previsión de que los que mandaba el general Cervera intentasen arri- bar al puerto de Cienfaegos ó al de Santiago de Cuba.

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Los buques auxiliares exploraban los mares del Sur, mientras otros barcos hostilizaban unas veces á Santiago de Cuba y otras á Guantána- mo donde se acercaron el i8, haciendo sobre el fuerte fuego de cañón, que contestó el cañonero Alvarado.

Ese cañoneo no tuvo para naaie resultados, pues ni los proyectiles enemigos hicieron daño alguno, ni los nuestros produjeron efecto en el enemigo que, colocado á bastante distancia, se retiró en cuanto ve- rificó la exploración y notificó con sus cañones su presencia en aquellas aguas.

* *

El citado día i8 se presentaron dos barcos yanquis á dos y á seis millas frente á Santiago de Cuba, haciendo uno de ellos dos disparos cortos, que no fueron contestados.

Más tarde se acercaron los dos barcos americanos á la boca del ca- nal de Santiago de Cuba, rompiendo fuego contra las baterías avanza- das, que contestaron con vigor y acierto, pues causaron averías á uno de ellos artillado con siete cañones y obligándoles á retirarse, sin que los 8o disparos que hicieron causaran daño alguno.

Al amanecer del 19, dos buques americanos hicieron 70 disparos sobre la bahía de Guantánamo y playa Este y contra el cañonero San- doval, sin causar daño, siendo contestado el fuego por fuerzas del ejér- cito apostadas en la punta de Caracoles y en la boca del río Guantána- mo, apoyadas y en combinación con dicho cañonero Sandoval, que les acosó y persiguió hasta perderlos de vista.

Esos barcos norteamericanos usaron bandera española al entrar en la boca del puerto de Guantánamo.

Los barcos yanquis continuaban empleando el procedimiento de:

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hacer disparos sobre las costas para obligar á que contestaran las bate- rías de tierra y saber de este modo el alcance de los cañones emplaza- dos y si estaban ó no aquéllas artilladas.

Afortunadamente, nuestros artilleros sabían ya á que atenerse, y en la mayoría de los casos los barcos yanquis tenían que retirarse sin lograr su propósito.

Durante la madrugada del 2 1 un cíñonero enemigo hizo 27 dispa- ros sobre Punta Camacho y 11 sobre el varadero de Matanzas.

Ninguno de ellos produjo desperfectos, por quedarse cortos la ma- yoría de los proyectiles.

Por esta misma razón no contestaron nuestras baterías.

* *

La escuadra del almirante Cervera entró el día 19 en el puerto de Santiago de Cuba.

Próxinjamente á las diez de la noche de ese día recibió el nuevo ministro de Marina, señor Auñón, el siguiente cablegrama del comac- dante en jeíe de la escuadra:

^Santiago de Cuba, 79— Almiratte de la escuadra al ministro de marina:

Esta mañana he entrado sin novedad ccn la escuadra en este puer- to.—Cerver a».

De modo, que cuando se creía en Washington y Nueva York, se- gún telegramas de sus agentes telegráficos, que publicó la prensa neo- yorkma ese mismo día, que andaba cruzando al largo por aguas de Costa Rica, nuestra escuadra tomaba puerto en Cuba.

No pu'de darse empresa mejor conducida ni con más acierto re- matada.

Nuestra escuadra, vigilada con afán por dos poderosas flotas" y

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multitud de barcos sueltos del enemigo, había sido dueña del mar de operaciones durante dos semanas, había burlado á los que pretendían envolverla, se había aprovisionado con habilidad increíble, y metién- dose al fin en uno de los principales puertos de Cuba, había patentiza- do á la vista de todo el mundo, que nada tenia de efectivo y que era puramente nominal el bloqueo de la isla.

Cerca de treinta acorazados y cruceros de primera clase maniobra- ban para sorprenderla, ya que no con la arrogante seguridad que ma- nifestaban al principio, con la resolución cada vez n:ás vehemente de aniquilarla. A este fin se habían subordinado todos los proyectos del gobierno de los Estados Uoidos. El acabar con ella era condición indis- pensable para intentar en las Antillas el tantas veces anunciado desem- barco de cincuenta, sesenta ó setenta mil hombres.

Pues bien; el almirante Cervera había ejecutado su plan, y el de- partamento de Guerra y el departamento de Marina de la América del Norte habían visto desbaratados de un golpe todos los suyos.

Legítimo orgullo nos causaron, por su bizarría y por su destreza, nuestros marinos; pero no queremos alabarlos.

¿Para qué, si fueron mucho más elocuentes los hechos y mucho menos personales los elogios que la prensa extranjera, incluso la nor- teamericana, les dedicó?

El Daily (jraphic deciaró que el almirante español había ganado la victoiia en la partida estratégica que se había jugado aquellos días en el Atlántico. «Su impensada aparición en la Martinica, cuando todos los creíamos á pocas millas de Cádiz, es un golpe de maestro. La mi- sión de la flota de Sampson ha fracasado por completo, pues consistía en señalar la presencia de los buques españoles. A éstos, cuando se es- criba la historia de la guerra, se atribuirá en justicia el mérito de haber superado en astucia é inteligencia á sus adversarios^;».

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Cosa parecida escribió The Times.

Y el Standart opinó que, tan digna de admiración como las evo- luciones de nuestra escuadra, había sido la previsión con que habíase efectuado el aprovisionamiento de combustible en aquellas latitudes.

El propio A'éííJ York Herald confesó, repitiendo la opinión de marinos americanos, que la táctica de los nuestros había sido maravi- llosa y que el almirante Cervera, aunque no llegara á meterse en Cuba, había con'^eguido, por de pronto, volver locos á los jefes de las escua- dras que lo perseguían.

«No sólo ha eludido sus esfuerzos combinados— decía, sino que ha tenido y tiene á los puertos y ciudades de nuestra costa septentrio- nal sobrecogidos de inquietud ante la perspectiva de un súbito bom- bardeo».

Además de lo dicho por el Herald, nuestra escuadra había logrado lo que no conceptuaba hacedero el periódico neoyorkino: había en- trado en el puerto de Santiago de Cuba.

¡Honor al peritísimo almirante, á los inteligentísimos jefes' y á las valientes tripulaciones!

En medio de tantas tristezas, nos proporcionaron una muy grande alegría.

A la mortal inquietud en que nos tenía el incierto paradero de nuestros barcos de guerra, sucedió la más grata y honrosa satisfacción, al conocer la pericia con que el ilustre general Cervera había sabido burlar la vigilancia de las dos escuadras enemigas y ganar sin contra- tiempo ni avería el puerto de Sant'ago de Cuba.

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Conocíamos su indomable valor,— ¿quién que sepa la historia de Es- paña no lo conoce?,— y estábamos bien seguros de que en ningún caso desmerecerían de sus gloriosos antepasados. Pero más todavía nos sa- tisfizo el contemplar su destreza, su sangre fría y su aplomo.

Porque no queríamos que murieran sin fruto, aunque con épico heroísmo, por la patria, sino que vivieran y se guardasen, dando cara al enemigo, para mejor servirla y defenderla.

Así pensamos, entonces, y así sentimos al gritar con el pueblo es- pañol, dando todas sus sigoificaciones al grito: ¡viva la marina españolal

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CAPITULO XIII

Alegría y entusiasmo. Dudas y peligro. Importancia y mérito de la operación. El ánimo nacional. La prensa extranjera. Elogios á la marina española. La opinión de Euro- pa.— Movimiento de aproximación. Nuestro Gobierno. El regreso del Montserrat. El bloqueo burlado. El pueblo coruñés al capitáo Deschamps. El viaje. Misión espe- cial.— Satisfacción y recompensa.

A presencia de nuestra escuadra en aguas de Cuba pro- dujo una alegría delirante en la población de Santia- go, en la Habana y en la Península.

Inmensa muchedumbre acudió á los muelles de

Santiago de Cuba, aclamando con entusiasmo á nuestros bra- vos marinos, al ejército, á España y á Cuba española.

Durante su difícil travesía no sufrió ninguno de nuestros buques contratiempo alguno, ni encontró ningún barco ene- migo; las tripulaciones estaban en perfecto estado de salud; la disciplina á bordo era admirable, y entre todos los marinos de la es- cuadra reinaba gran entusiasmo. Ni los acorazados ni los destructores, habían experimentado la más leve avería.

Los barcos yanquis bloqueadores de Santiago de Cuba se retiraron al aparecer nuestra escuadra.

En la Habana reinaba gran ansiedad esperando noticias de la escua- dra de Cervera: el anuncio de su llegada á Oriente prodnjo gran eatu - siasmo.

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No pretendemos con estas nuestras dudas y vislumbres de un peli- gro oculto aminorar la importancia y el mérito de la operación lleva- da tan sabia y felizmente á cabo por el meritísimo almirante de nuestra escuadra, general de la Armada don Pascual Cervera.

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Se temía que los barcos yanquis hubiesen abandonado el bloqueo '

de la Habana para salir al encuentro de la escuadra española.

El hecho de haber llegado á puerto sin incidente alguno hizo creer que los buques americanos habían rehuido el encuentro con la escuadra de Cervera, ante el temor de un serio descalabro. Esto causó allí y aquí gran regocijo y entusiasmo.

Muy en lo justo estuvo el entusiasmo con que España saludó la aparición casi fantástica de nuestros marinos en pueito donde ondeaba la bandera española; mas para que el entusiasmo no decayera y sirvie- ra de verdadera fuerza moral en aquellas horas de incertidumbre, no lo debimos sacar de quicio ni llevar sus puras aguas á un cauce pantanoso.

¿Sabíamos, por ventura, si nuestra escuadra había tomado puerto en Santiago de Cuba, de arribada forzosa ó por propia voluntad y obe- deciendo á un plan estratégico bien combinado y premeditado?

¿Sabíamos si el enemigo, al dejarla entrar tranquilamente y sin hostilizarla, dejándola franco y expedito el paso, se proponía un ulte- rior objetivo que, dada la superioridad numérica de sus fuerzas y ele- mentos de combate, podría convertir la victoria en derrota, y trocar el regocijo y la alegría en llanto y tristeza?...

¿Podíamos, en fin, asegurar que así como había entrado en seguro puerto, sin avería ni contratiempo, saldría de él con igual suerte, y ha- riase á la mar con idéntica fortuna para sortear los peligros que la ro- deaban?...

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Mucho más de cuanto pudiéramos decir aquí nosotros en su ala- bacza díjolo por una parte la admiración que provocó en Europa la ha- bilidad con que maniobrara, y proclamólo por otra la profunda inquie- tud que sembró en loí Estados Unidos, aun antes de aparecer en las Antillas.

El vieja desde Cabo Verde á la Martinica, cruzando por paraje tin f ecuentado sin que nadie sospechase siquiera el derrotero que seguía, bastara para dar excepcional renombre á cualquiera escuadra. Probólo la sorpresa que causó en todas partes su inesperada aparición en la Maitiaica, precisamente cuando en Washington se afirmaba oficial- mente por el departamento de Marina, que había regresado á Cádiz.

Y la sorpresa, convengamos en ello, no podía ser más racional. ¿Cómo sospechar, en efecto, queuna escuadra compuesta da sei> buques, cuatro cruceros y dos cazatorpederos, fuera á afrontar las poderosas es- cuadras que se apercibían á cerrarle el paso en el mar de las Antillas? ¿Cómo imaginar siquiera que se aventuraría en lugares á la sazón tan vigilados?

No desconocían, por cierto, nuestros bravos marinos las dificulta- des y los riesgos de tan magna empresa, de tan sublime aventura. Pero á arrostrarla fueron serenos y decididos; confiados más en su pericia que en su fuerza.

Aislados en el Atlántico, é ignorando por necesidad de su situación lo que más les convenía saber, lo que ocurría en Cuba y en Puerto Rico, lo que hacían y dónde estaban las escuadras del enemigo, llegaron á la Martinica y se pusieron, por decirlo así, en contacto con los hombres y con los acontecimientos, y en aquel momento lo llenaron todo.

Al orientarse allí, los peligros aumentaron; pero también fué cre- ciendo la admiración que inspiraban aquellos marinos, al saberse que sus naves intactas rozaban las costas de Venezuela, arribaban á Cura9io, desorganizaban con sus sabias maniobras las escuadras enemigas, que

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no sabían á donde acudir y que en todas partes se consideraban ame- nazadas.

Así, las mallas de aquella red que desde Puerto Rico hasta Cayo Hueso habían formado los buques yanquis, se fueron ensanchando y debilitando, y sin disparar un cañonazo, donde tantos y tan formidables cañones la esperaban, la escuadra del almirante Cervera entró en Santia- go de Cuba. Los barcos americanos, que acababan de bombardear aquel puerto, no esperaron la acometida de los nuestros: en cuanto los divi- saron se perdieron en el horizonte.

* *

No fué una victoria la llegada de nuestra escuadra á la bahía de Santiago de Cuba; pero tuvo igual valor por el saludable efecto que en el ánimo nacional produjo.

El descalabro de Cavite, en los primeros días de la campaña, había deprimido nuestras fuerzas y transformado en pesimistas á casi todos los que, momentos antes, vaticinaban indefectibles triunfos en el extre- mo Oriente.

Muchas, muchísimas fueron las voces que con tal motivo se alza- ron, pidiendo que á toda costa y por cualquier precio se ajustase la paz con los Estados Unidos.

Afortunadamente, la idea del deber y del honor nacional se sobre- puso al contagio de las aprensiones egoístas, y ella y los sucesos próspe- ros, acaecidos más tarde, contuvieron la desbandada moral, que lo mis- mo entre las ciases directivas que entre las multitudes, comenzara á de- terminar los más lastimosos efectos.

£1 feliz éxito alcanzado por nuestias armas^en la Habana, en Cár- denas, en Cienfuegos, en Cabanas y en San Juan de Puerto Rico, de- volvió á España la serenidad ante el peligro y la confianza en el propio

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derecho, que caracterizan ea los días de las grandes pruebas á las nacio- nes v¿rdaderameate grandes.

Avivó esta saludable reacción el conocimiento de los esfierzos, de la tenacidad y de la bravura con que la gente españjla arrostraba y anulaba la acción de la escuadra americana en las aguis de Manila.

Y la pericia admirable del almirante Cervera vino, por ú'timo, á completar la buena obra.

BA.TERIá. DE Lá. CABANA. HACIENDO FUEGO SOBRE LA ESCUADRA TANKEE

La nación recobró la en si misma, y se propuso no volver á per- derla, fu3ren como fdessn las futuras eventualidades que la tuviese re- sírvada el destino.

Nada escatimaría á los ejércitos de mar y tierra que con tanta abne- gación la servían, y convertida en fiscal de los Gobiernos obligaría á éstos á anteponer aquella apremiante necesidad á cualquier otro género de intereses y da consideraciones.

Barrido había de ser como una pavasa el que, viciaio por hábitos

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é impunidades anteriores, no quisiera entender lo que á la sazón enten- día todo el mundo.

Que la primera de las instituciones es la Patria.

Y que la Patria no estaba en los ministerios ni en los alcázares, sino en las Antillas y Filipinas, bloqueadas por un insolente agresor; en el campamento de nuestros solisdos y en la cubierta de nuestros buques.

*

Todos los periódicos extranjeros, incluyendo álos mismos inglese?, reprodujeron la alocución del contralmirante Cervera á las tripulacic- nes de la escuadra de su mando al abandonar las islas de Cabo Verde.

Y al reproducirla, y con motivo de la rara habilidad y pericia de- mostrada por el jefe de nuestra flota, burlando la vigilancia de las dos escuadras enemigas, dedicaron calurosas demostraciones de simpatía á España y entusiastas elogios á la marina española.

Y esos elogios y esas demostraciones, llegaron antes de que la pren- sa extranjera hubiese podido comentar el feliz arribo del contralmirante Cervera con toda su escuadra al puerto de Santiago de Cuba. Por lo cual había que esperar fundadamente que aumentarían en el aplauso, como en efecto aumentaron, cuando vieron coronada por el éxito esa verdadera odisea, cual significó la marcha de nuestra escuadra por el Atlántico, burlando y desconcertando totalmente á los yanquis.

Todavía el día 2 1 decía el corresponsal del Standart en Nueva York, que el comodoro Watson había recibido de su gobierno la orden de bombardear todas las fortificaciones de las costas cubanas sin expo- ner demasiado sus barcos. Y añadía que el propósito de los americanos era decidir al almirante Cervera á hacer su aparición en las aguas de Cuba.

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Y, ep efecto, nuestro expertísimo y valeroso contralmirante Cer- vera, adelantándose á los designios de los americanos, hizo su aparición en las aguas de la isla de Cuba, obligando á tres barcos yanquis, de los de la flota del bloqueo que mandaba el comodoro Watson, á huir ante su inopinada presencia.

No podía habérsele presentado más pronto al citado comodoro la ocasión de cumplir las órdenes recibidas, no exponiendo demasiado sus barcos. El anunciado bombardeo quedó en proyecto y Cervara consi- guió un triuofo indudable.

Por lo que prometía hacer el jafe de nuestra escuadra, decían los periódicos extranjeros que no era una mera frase la frase de la alocución de Cervera á sus marinos: «Cuando os conduzca al combate tened con- fiar za» porque con sobrado motivo podía inspirarla quien sabía de ese modo realizar una empresa tan difícil y tan admirable.

* *

Así ocurrió un fenómeno digno de tenerse en cuenta, y fué que la opinión europea, por órgano desús periódicos más importantes, consig- nó el hecho de que siendo mayor el poder naval de los americanos no había logrado á la fecha, fuera de la jornada de Cavite, otra cosa que disparar muchos cañonazos sin resultado, sin operar ningún desembarco, sin dar alcance á nuestra flota, sin cumplir uno sólo de los puntos que constituían el programa altanero de conquista del gobierno de Mac Kmley.

Y en tanto que esto sucedía, se habían dado tales trazas los yanqui?, que estaban ya en trance de indisponerse con toda Europa, excepto con Inglaterra, que les brindaba con una santa alianza de sangre y de raza. Y aún esto, tenía mucho más de aparatoso y teatral que de cosa efec- tiva, pues en el pueblo británico no podían olvidar que por espacio de

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un siglo habían estado los yanquis hablando de la Inglaterra envej-cida denunciando s.u civilización moribunda y su cors itución feudal.

Sin que nosotros hubiésemos hecho nada para lograrlo, por la fuer- za misma del derecho de nuettra causa, de la justicia y razón que nos acompañaban en aquella inicua guerra, despertamos en Europa, no ya la simpatía compasiva que pudimos iospirar en un principio, sino el respeto debido á una nación que tan bien sabía defenderse de un injus- tísimo atropello.

Conveniente hubiera sido sprovecharse deaquel doble movimiento que se iniciara en Europa de aproximación á !a cau^a española, de des- afecto á la causa americana. Para lo cual no había contribuido poco el felicísimo atte con que el contralmirante Csrvera había conducido su escuadra.

En Europa, en la Europa civilizada, lo que se cotiza, loque se pone en la cuecta á los pueblos, no es solo su fuerza, sino el moio de saber aprovecharse de esa fuerza.

Y, en cambio, Europa entera, al oir las bravatas de yanquis y de ingleses, les decía que el imperio de los Cé>ares había muerto y que todos los que habían codiciado su herencia, todos los que desde Cario Magno á Carlos V y á Napoleón I habían aspirado á la monarquía uni- versal, habían dejado á su país arruinado ó debilitado.

Esos movimientos de opinión no se producen en vano; pero hay que saber aprovecharlos, y el gobierno español no ecartó á traducirlos á su favor, no supo apoyar sobre ellos la causa santa de España.

Atento al desarrollo de esa opinión debió vivir nuestro Gobierno, sumando sin cesar cuantos auxilios llegasen en su socorro, que al fin los auxilios materiales solo se prestan al que demuestra que no es una cantidad negativa y despreciable en el mundo. No lo hizo así el Gobier- no, y pronto vino el aislamiento y el divorcio y el desastre.

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* *

El trasatlántico que mandaba el valeroso y peritísimo capitán Des- champs, el famoso barco mercante Montserrat, que había burlado el bloqueo de Cuba cuantas veces se lo propusiera, entrando y saliendo entre les barcos de guerra yanquis con la misma facilidad que en los anteriores meses hacía sus viajes ordinarios, de nuevo burló a! enemigo saliendo del puerto de Cienfuegos, atravesando sin ser visto la línea de bloqueo y tomando rumbo para España.

A las 8 de la noche del 20 fondeaba en el puerto de la Coruña, produciendo su llegada general sorpresa.

Una multitud inmensa acudió á los muelles, donde fletando algu- nas lanchas se dirigieron al buque, con luces de bengala, é hicieron á la tripulación una ovación ruidosísima.

Cuando el capitán Deschamps desembarcó, el gentío que ocupaba los muelles le abrazaba y le aclamaba sin cesar, acompañándole en masa hasta la ca.=a en que se hospedaba.

Al pasar por algunas calles le hicieron entrar en las Sociedades de recreo para obsequiarle y felicitarle.

Las aclamaciones eran inmensas, la ovación continuada hasta que llegó á su casa.

El Montserrat vino de Cuba en lastre, con una misión especial del gobernador general de la gran Antilla para el gobierno español.

Salió de Cienfuegos el día 6, á las cuatro de la tarde, con las luces apagadas, haciéndose á la mar sin rumbo y navegando hacia el Sur. Después tomó rumbo á la Coruña sin tropiezo alguno y navegando á diez y ocho millas por hora.

Dijo el capitán que en su viaja á Cuba no sufrió persecución por

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los barcos enemigos; que al llegar á Haití se enteró del bloqueo de la isla y eligió Cienfuegos para arribar.

El Montserrat llevaba cuando entró en Cienfuegos, burlando el bloqueo, lo siguiente: tres millones de pesos; cien cañones; quince mil fusiles; muchas toneladas de municiones y pertrechos de guerra, tres- cientos tripulantes y pasajeros, y mil soldados.

El pueblo coruñés hizo ovaciones calurorísimas al experto capitán de nuestra marina mercante, á quien la Compañía trasatlántica recom- pensó, y á quien la patria exprasó su admiración, como á los bravos marinos que le acompañaban.

Su llegada á la Coruña, de regreso de Cuba, fué un nuevo motivo de satisfacción para España y de gloria para el Montserrat y su tri- pulación.

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CA.P1TUL0 XIV

Bstrategema villana. Censuras y reprobación. El Manual de las leyes de la guerra. El Reglamento. Los piratas.— La desaprensión de los yanquis. A la consecución del fin, sin reparar en los medios. No fué de extrañar. Sistema -viejo y al uso. Motivo de reclamación. La pasividad de los gobiernos de Europa. El Derecho internacional es un mito. Temores. La opinión en los Estados Unidos. Los planes del enemigo. Im- paciencia yanqui. Juicios de Le Temps. La acción de las dos escuadras en Cuba.

EPROBADA y[acremente censurada fué por todo el mun- do la estrategema villana de que se valieron los pira- tas yanquis para entrar impunemente en la había de Guantánamo. Los buques norteamericanos que el día 20 arbolaron ban- dera española para franquear á mansalva la boca del puerto de Guantánamo, «violaron los preceptos de la moral y la justicia, faltaron á los deberes del honor militar é hicieron uso de un ardid desleal y fraudulento.» Más que ira, debió causar desprecio ese acto de traición y villanía, explícitamente definido y clasificado en todas las naciones cultas.

Para condenarlo no hay necesidad de que digamos nada por cuen- ta propia. Basta acudir al Manual de las leyes de la guerra, publicado por el|Instituto de Derecho internacional, y leer lo que establece en el artículo 8.° de su parte segunda. «Está prohibido:

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c) Atacar al enemigo ocultándole los signos distintivos de la fuer- za armada.

d) Uiar indebidamente la bandera, las insignias militares ó el uniforme del enemigo.

Más aúa; la misma América del Njrte condenó, bastantes años ha, la felonía que reelizaron dicho día dos de sus buques de guerra.

El Reglamento para los ejércitos americanos en campaña define como acto de perfidia y traición el uso de las banderas y uniformes del enemigo, y á la vez que niega toda protección, excluye del derecho de gentes (artículo 05) al beligerante que tamaños atentados consume.

« Todo militar, afirma el legislador en su preámbulo,— debe saber que las leyes de la guerra no reconocen al baligerante una facul- tad ilimitada en la elección de medios paia causar daño al enemigo. Por tanto, debe estarle vededo en absoluto el emplear de manera en- gañosa la bandera de parlamento, las señales distintivas de la Conven- ción de.Ginetra, y el pabellón, las insignias y las divisas del adversario.

Así se expresa el leglamento americano, al cual pertenecen también las frases que dejamos copiadas en el primer párrafo de este capítulo.

Por encima de todo ello pasaron los barcos que el día citado, 20 de Mayo, izaron cobardemente la bandera española.

Y para mayor vergüenza suya, de nada les sirvió la villana estra- tagema, pues fueron enérgicamente rechazados.

Ahí vinieron á parar las arrogancias de la soberbia República nor- teamericana.

ÜQ mes hacia que había roto contra nosotros las hostilidades, anunciando al Universo que la conquista de Cuba y la destrucción de nuestras fuerzas navales y terrestres era cosa de unos cuantos días.

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Al cabo de ese mes, durante el cual fracasaron sus intentos de des- embarco en Cárdenas, en Cienfuegos, en Cabanas y en San Juan de Puerto Rico, había tenido necesidad de disfrazarse con ropas nuestras para metérsenos á hurto en la casa, y no logró realizar su propósito ni aun valiéndose de tan missrable subterfugio.

De no patentizarlo el suceso de Guantánamo, j^imás hubiéramos creído que el pueblo de Jorge Washington y de Abrahara Lincoln pu- diese degenerar tan pronto en una aglomeración de perdonavidas y cua- treros.

* * *

Está comprobado que los buques del comodoro Dcwey emplearon en Cavite bombas explosivas. Está igualmente demostrado que varios barcos españoles zarpados del litoral norteamericano antes de la decla- ración de guerra fueron apresados como si tal declaración pudiera ha- ber sido conocida con tiempo. Sábese del mismo modo que algunos de los prisioneros hechos en esos barcos fueron tratados durísimamente en el castillo de Mac Ferson. No ignora nadie en el mundo civiliztdo en qué forma acostumbraban á dar comienzo á sus bombardeos las escua- dras yanquis: sin aviso, sin respeto á la infancia ni á la debilidad de mujeres y ancianos, sin consideración á los representantes de naciones amigas, disparaban los cañones y mataban y destruían. Por último, la indignidad llegó al colmo con el acto vergonzoso y pirático de Guan- tánamo.

No es posible ya llegar la desaprensión y el atropello á límites más

extremos: en Dahomey y en Madagascar no hallaron cosa parecida los franceses. Aquellos salvajes luchaban cuerpo á cuerpo y si alguna vez valíanse de emboscadas, no rebasaban en ellas los procedimientos co- rrientes de la guerra, aun en los países más cultos.

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Eq Abisinia, los combates entre las tropas de Humberto y las ne- gradas de Menelick fueron modelo de caballerosidad. No hay un mili- tar italiano que haya dejado de reconocer, en honor del rey africano,

un alto valor unido á una hermosa clemencia.

Nosotros, en fecha no lejana, hubimos de sostener en pleno Riff sangrienta refriega: á ningún bárbaro riffeño ocurrió infringir con actos desleales las leyes honrosas que deben regir en encuentros sostenidos por hombres y no por fieras ó por bandidos.

Vióse claramente que el pueblo yanqui, sin tradiciones militares, sin un patrimonio de honor histórico, iba á los combates regulares co- mo había ido á sus horribles y cruentas luchas con los pieles rojas.

La guerra debe ser, por lo visto, para ellos el exterminio y solo el exterminio. Obténgase por estos ó aquellos medios, la cuestión está en producirlo y lograrlo. ¿Había necesidad de pasar por encima de cuanto las naciones civilizadas han establecido para conservar á la acción de la fuerza un carácter humanitaiic? Pues pasaban sencillamente, bien que aprovechasen las reglas usuales del Derecho internacional para aquello que perentoriamente podía serles provechoso, como sucedió en aquellos días con motivo del canje de prisioneros.

Verdaderamente no había que extrañar nada de un país que, con ingratitud tremenda para la nación que uii día le ayudara en su obra de independencia, había venido constituyendo para nosotros una ame- naza y una dificultad constantes en Cuba. ¿Cómo había de sorprender- nos ningún nuevo rasgo de desvergüenza en hombres que llevaban no- tas y más notas diplomáticas con protestas de amistad, mientras por otro lado facilitaban armas, dinero y alientos morales á los insurrectos cubanos? ¿Qué podían ya revelarnos los Estados Unidos en punto á

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perfidia y procedimientos arteros, que no tuviéramos sabido por los Taylor y los Lee y los Scovel, entusiastas y aduladores de España, cuan- do gozaron de nuestra caballeresca hospitalidad, y demostradores inju - riosos no bien se encontraron lejos?

Es un viejo sistema en el cual lo mismo aparecieron los presiden- tes de la gran República que el último policeman de Cayo Hueso.

Si los oficiales de la marina norteamericana mancharon el honor hasta el extremo que revela la tentativa pirática de Guantánamo, ya con bastante anterioridad el general Lee y el ministro Taylor habíanles en- señado cómo bajo el uniforme de militar y diplomático pueden ocul - tarse Tartuffos cínicos y Maquia velos de baja estofo.

En lo sucedido en Guantánamo no pudo verse sino el punto defi- nitivo de partida para una seria reclamación ante las naciones cristianas y honradas.

Había llegado el momento de que los gobiernos todos de Europa y América determinasen para qué sirve el Derecho internacional, ¿Es una doctrina de filósofos? ¿Es algo que debe quedar encerrado en los libros, sin trascendencia para la vida ni para las relaciones de los pueblos?

Y ya que nada se hizo entonces, á pesar del clamoreo de la prensa universal, por los impávidos y medrosos gobiernos de uno y otro con- tinente, sépase de una vez para qué sirve el Derecho internacional, y si no hay manera de que aquellos gobiernos impidan en lo sucesivo los actos de barbarie de los piratas yanquis, arrójese al luego el libro de las leyes de la humanidad y de la civilización, como inútil impedimenta para todo pu^^blo culto y civilizado.

Empezaba la gente á creer en la proximilad da sucesos interesan- tes. Del conjunto de las noticias que de todas partes llegaban deducían

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los que se fijaban ea la situación de las cosas que debíamos estar ad vertidos .

La opinión en los Estados Unidos, inflaiia por el jingoísmo y por la prensa laborante, entendió que la conquista de Cuba era cosa facilí- sima, que Puerto Rico no resistiría á los primeros es ñjnszos de la escua- dra de Sampson y que los barcos que á las Antillas conducía el general Cervera serían destruidos en el camino sin gran esfueizD.

Cantaron victoria desde el primer instante, y hasta los ricos, con- siderando que la guerra sería brevísima, afrontaron las consecuencias coa arrogancia.

Los fracasos en sus intentos de desembarco en Cienfuego?, Bahía Hsnda y Cárdena?; la esterilidad del ataque contra San Juan de Puerto Rico; la inutilidad del bloqueo de la Habana; el ver que trans;urríaa días y días sin obtener ventaja, ocasionaron en aquella opinión impre- sionable decepciones grandes, que se tradujeron en disgustos públicos; dificultades en la movilización de voluntarios, desercioaes numerosas en sus filas, censuras para sus almirantes y amenazas de destitución.

La entrada de la escuadra de Ceiv¿ra en Santiago de Cuba vino á condensar aquellos recelos en un estado de opinión disgustada, que se llamó á engaño y que amenazaba con manifestaciones ruidosas, pertur- baciones internas que podían constituir muy serio peligro para el pue- blo americano.

Desde la Habana, desde Cayo Hueso, desde Nueva York y Londres anunciaban los corresponsales próximos su:esos de interés y hasta se fijaba un plazo de horas.

Con esto coincidió la reunión de las escuadras enemigas en Cayo Hueso, y enseguida la noticia de haberse p:esentado frente á la Habana los barcos de mayor fuerza y en núoiero mayor que hasta la fecha.

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* *

¿Era que el gobierno de Washington, que aspiraba al triunfo sin pérdidas, quería producir un efecto ruidoso para calmar á la opinión de su país?

¿Era que los almirantes Sampson y Schley, que veían en peligro su prestigio y posición, querían salvarle á todo trance dando vigorosa acometida contra uno de nuestros puertos?

¿Era que trataban de amenazar á la Habana para ver si Cervera salía de Cuba y lograban presentarle combate en condiciones venta- josas?

¿Era que teniendo á Occidente su base de operaciones en Cayo Hueso, á siete horas de la Habana, tratarían de lograr base en Oriente realizando un vigoroso ataque á puerto que estuviera poco defendido, para hacer desembarco y decir á Europa: estamos en tierra cubana?

Difícil era dar con la clave de sus planes; pero lo que resultaba del conjunto de las noticias, era que se avecinaban sucesos interesantes por la ofensiva del enemigo, empujado por los efectos que en aquella opinión habían producido sus fracasos.

Telegrafiaron de Nueva York el día 22, que los insurrectos proyec- taban un ataque á Santiago de Cuba, y que la operación había fracasa- do por la llegada al puerto de los buques que mandaba el almirante Cervera. Se comunicaron órdenes á Sampson y Schley, y los periódi- cos de la tarde aseguraban que muy en breve tendrían lugar sucesos de importancia que satisfacieran la opinión pública.

Grande era la impaciencia que se notaba entre los yanquis; la opi- nión se manifestaba muy excitada, pues además del fracaso de las es- cuadras, aún no se conocía con exactitud, la clase de relaciones que existían entre los cabecillas Máximo Gómez y Calixto García y las au- toridades norteamericanas.

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La llegada inopinada de la escuadra española á las aguas de Cuba, modificó profundamente las condiciones de la lucha entre España y les Estados Unidos en aquella isla.

Así lo reconoció periódico de tanta autoridad en Europa como Le Temps, el que, encomiando la importancia de la operación estratégica, realizada por el contralmirante Cervera, escribía:

«Y en adelante, ni el bloqueo de la gran Antilla será tan fácilmen- te mantenido, ni el transporte de los cuerpos expedicionarios, cuya ex- pedición se prepara tan lentamente en la Florida, se podrá hacer con la seguridad que imaginaron los yanquis. España posee en las aguas de Cuba ese precioso instrumento de ataque y de defensa que el almi- rante Torrington, en Beachy Head, en 1668, llamaba «¡j fleci in beingit, algo así como una flota en carne y hueso.

«La escuadra española podrá amenazar, según los casos, á los bar- cos que montan la guardia alrededor de las costas, y cuya dispersión ya se anuncia, ó podrá interrumpir la línea de comunicaciones entre Cuba y la bahía de Key West ó de Tampa, ó podrá, en fin, ser un peligro, acrecentado por la fantasía de los yanquis, para el litoral americano, expuesto, sobre una tan vasta extensión sin defensas, á los agravios del enemigo».

Así vio el Temps, como casi toda la prensa europea, que el equili- brio entre las fuerzas desiguales de americanos y españoles, se había restablecido en la medida posible con la audaz y felicísima operación del peritísimo jefe de nuestra escuadra.

Tanto más, cuanto que el almirante Sampson no había podido, á pesar de su bombardeo inútil, causar ningún daño á San Juan de Puerto Rico, y se veía precisado á la fecha á atender á la escuadra española, á observar sus movimientos, á hacer depender su acción de la acción del contralmirante Cervera.

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CAPITULO XV

Ansiedad general. Viva inquietud. La opinión. Salutación y réplica. Anuncio de emo- cioneB. La confianza en el almirante Cervera. Rumores desmentidos. Cañoneos y reconocimientos. Noticias de llueva York. Un oficial insurrecto en Washington. 8a informe sobre el estado de defensa de la Habana. Día de invenciones. Fiebre de in- formación.— líoticias de Santiago de Cuba. Ansiedad satisfecha. El puerto de Santia- go de Cuba. Kuestra escuadra en condiciones de absoluta seguridad. Remembranza» históricas.

OMINÓ en todo ei día 24 una visible inquietud por lo !^« que á los asuntos de la guerra se refería.

Se supuso que había de estarse librando un comba- te naval en Santiago de Cuba, y lo impresionable de nuestro carácter hizo que fácilmente fueran acogidas como noticias de buen origen las más contradictorias versiones.

No ocurría, empero, novedad alguna ni en la Habana ni en Puerto Rico.

En cuanto i Sattiago de Cuba, negó también el Gobierno que tu- viera noticias; pero lo que no pudo negar, en medio de su reserva, fué la impaciencia y la preocupación que se explican perfectamente, por- que los momentos eran muy críticos para los más altos intereses de la patria.

Sobre lo que hubiere de suceder había un dato importantísimo, y era la seguridad que todo el mundo abrigaba, no sólo aquí, sino prin-

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cipalmente en el extrarjaro, de que el almirante Cervera, que manio- b'-aba tan hábilmente, que tan bien sabía rodear del misterio sus ope- raciones, no estaría dispuesto á aceptar un cornbate, á menos de que contase con fundadas probabilidades de éxito.

Por eso se resistía la opinión á creer que el contralmirante Cervera esperase muchos días el desarrollo de los acontecimientos en la bahía

VAPOR AMERICANO «MERRY-MACH»

de Santiago de Cuba . Por eso el mismo Temps, expresando esta opi- nión, decía: «es necesario prepararse á una nueva sorpresa de Cervera, el que ne se Jaissera pas acculer á un conflicto ou enfermer dans un cul-de-sac saris avoir menagé quelque plat de son métier á son adver- saire.^

Había el antecedente para este juicio, de que cuando se le creía á Cervera, según los informes yanqui» publicados con todos los caracte- res de autenticidad, en las proximidades de Nueva Escocia ó de vuelta á la Martinica, hacía su entrada triunfal en Santiago de Cuba. Y el mis- mo día en que señalaban su presencia en la colonia francesa, telegrafia-

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ba el contralmirante desde la capital del departamento oiiectal de la gran Antilla.

Y si eso había hecho el contralmirante Cervera en condiciones tan difíciles, tan duras, ¿qué no podría hacer, qué no debiera esperarse de él cuando ya estaba la escuadra en ccnjpleta segundad, repostada y aprovisionada en aguas de Cubr?

La ansiedad pública no fué en este caso producto de alarm?, sino efecto legítimo del anhelo de saber nuevas de nuestra escuadra y del combate naval que toda la opinión tn les Estados Unidos, y una gran paite de la opinión en España, consideraba como inevitable.

Se hacían cálculos sobre esa batalla que en los Estados UnidoF, con su natural bravura de lengua, descontaban ya como una victoria; se fraguaban cada día des ó tres invenciones, á cual más disparatada, sobie encuentros ya ocurridos entre las des flotas, y se mantenía el cí- píritu público en una tensión tan viva, ó más viva que antes, de cono- cerse el paradero de nuestra escuadra.

«—No hay noticiar». —Esa era la salutación y la réplica al encon- trarse dos personas en la calle, en el círculo, en el csfé, en el Parlr- mento.

No había noticias, pero se esperaban en breve, no podían tardar, habían de sorprendemos con un acontecimiento grave de un momento á otro.

Por esto, la última semana de Mayo se anunciaba ccmo una sema- na de emociones en nada comparables- á las experimentadas desde que hacía un mes empezara la guerra.

No había noticias, y cada uno se echaba á formar su plan, á trazar

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su estrategia, á señalarle uaa rata y uq propósito á la pericia admira- ble de Cervera.

La ansiedad universal estaba justificada, sólo que no la movía la zozobra, sino que la acompañaba la confianza que legítimamente había inspirado el contralmirante Cervera, que, al sustraerse felizmente á la exquisita vigilancia délas escuadras americanas, habíala derrotado mo- ralmente.

Tuvo gran interés un despacho de la Habana, recibido y publica- do por el Heraldo de Madrid el día 25, más que por las noticias que contenía, parque con el despacho á la vista, quedaron desmentidos los rumores que venían circulando desde el día anterior sobre combates y bombardeos. Hablase llegado á hablar tambiéa de cables cortados y comunicaciones interrumpidas.

La alarma que todo esto pulo producir quedó desvanecida.

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* *

Comunicaba el corresponsal deleitado diario madrileño, que algu- nos barcos enemigos cañonearon el fuerte de Sm Hilario, situado á tres millas de la entrada á la bahía de Nu jvitas, sin que los proyectiles hi- cieran daño alguno: se suponía que estaban dedicados esos barcos á ex- plorar el estado de defensa de los puertos de la costa Norte.

Esos buques se retiraron de las aguas de Naevitas, con rumbo al Ojste.

Algunos barcos yanquis continuaban reconociendo la entrada de la bahía de Cárdenas para convencerse de si existían ó no torpedos, ha- ciendo esto sospechar que intentasen un nusvo ataque, por escoger di- cho puerto para el desembarco.

Et previsión de todo esto, las autoridades de Cárdenas, secundadas

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con entusiasmo por la población, seguían levantando def¿nsas y adop tando, tanto por mar como por tierra, toda clase de precauciones.

El puerto escogido por el enemigo para hacer alarde de fuerzas era Cienfuegos, frente á cuyo puerto había el 24 doce buques de guerra.

En un cayo frente á la farola de Cienfuegos, reconocido por los nuestros, se encontró varada una lancha acribillada á balazos de Maüs- ser, suponiéndose que debía ser restos de alguna expedición frustrada.

De Nueva Yoik nos comunicaron el propio día 25, que había llega- do á Washington un titulado oficial insurrecto, perteneciente á las fuer- zas que mandaba Máximo Gómez, y sus noticias, publicadas por la prensa neoyorkina, tenían interés nccional para nosotros.

«—Entendió Máximo Gómtz de práctica utilidad, antes de contes- tar á las preguntas que se le hacían desde Washington, relativas á los medios de resistencia con que contaba la Habana^ base quesquel estado mayor consideraba necesaria para continuar sus planes, mandsr á la Habana á uno de sus subordinados para que personalmente hiciera un estudio que le permitiera contestar con seguridad, para no marchar á ciegas.

^Cumplida esta comisión, el titulado oficial fué despachado por Gómez y se hallaba en Washington, desde cuyo punto telegrafiaban diciendo que ese individuo había confirmado que se habían reforzado mucho las fortificEciones de la Htbans, tanto de mar como de tierra.

»Se fijaba especialmente en éstqs, porque la acción de los rebeldes habría de desarrollarse en la parte opuesta al mar.

»Esas fortificaciones y baterías que defendían á la Habana en toda la línea de San Francisco de Paula hasta Marianao, exigían para inten- tar un ataque que las fuerzas encargadas de tal empresa llevasen un gran tren de batir.

»El ga:ieral Blanco añadió ese titulado oficial— se prepara á soste- ner un sitio, y al tficto, se adoptan todo género de precauciones.

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»Hacia más difícil aún todo lo que se intentase sobre la Habana, el estado del espíritu público en la capital.

»Más parecía q(ue la Habana era la capital de un país donde no ha- bía desdichas, que ua pueblo sometido á los rigores de la guerra. Los teatros seguían abiertos y con gran concurrencia de gente; las retretas del Parque no se interrumpían y se veían muy animadas; las señoras, al parecer, entreteníanse en acercarse por el Prado hasta la Punta, para ver si divisaban algún buque enemigo.

»Celebrábanse los bailes de siempre, bachatas y rumbitas, y las re- cepciones en las casas de familia conocidas continuaban lo mismo que antes del bloqueo.

»Negó, por último, el cubano rebelde, que faltasen víveres en la

Habana.»

Estas noticias produjeron bastante efecto, porque se pretendía ha- cer creer á las gentes que la Habaua se hallaba en gran apuro y con sín- tomas de desasosiego.

Y como eran de un oficial del generalísimo Gómez, se consideraron más autorizadas.

La impresión que causó crestado de defensa de la capital de la gran Antilla, á la vez que confirmó lo que aquí se creía, dijo bien claro que el estado mayor de Washington se había hecho muchas ilusiones cuan- do anunció como empresa fácil el apoderarse de la Habana.

* *

Fué el citado día 25 de Mayo sumamente fecundo en toda clase de invenciones extraordinarias y absurdas. Como si se hubieran desatado las más exaltadas fantasías á imaginar cosas desatinadísimas, así corrie- ron como válidos los más contradictorios rumores de batallas, pérdidas, desastres, apresamientos, fieros males.

Los hubo para todos los gustos, y aun para toda especie de genios,

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desde los más candidos optimistas hasta los más lacrimosos y d,s espera- dos pesimistas, pujs tan pronto estábamos en un tris de izar nuestra bandera en lo alto del Capitolio de Washington, como se cumplían las tristes y falsas profecías que á las supuestas naciones moribundas anun- ciara lord SalJsbury.

Diríase que sobre Barcelona soplaba sigua viento de tempestad, que agitando los nervios, excitando los cerebros, contagiando hasta los espíritus más tranquilos y mejor equilibrados, hacía experimentar á todo el mundo, y de una manera muy viva, los efectos de la insania en el pensar, del delirio en las invenciones de noticias. A juzgar por los accesos de fiebre informadora qu3 habíanse apoderado de las gentes, parecía que estábamos bajo la impresión de'un terrible sirocco que cal- deara las imaginaciones y que hiciera delirar en alta voz.

Hfibía sido antes un axioma muy probado por los hechos, aquel que en lengua francesa, y de ella trasladado á todos los idiomas, se expresa de este modo: Pas de nouvelles, bonnes nouvelles. Pero á la sazón, y en vista de la frecuencia con que por todas partes se diban á propalar no- ticiones estupendos, hubo que reformar el adagio en esta forma: Pas de nouvelles, fauses nouvelles, qae traducido al castellano corriente y moliente equivale á decir: La falta de noticias, es causa de toda clase de infundios.

Vino aquel día del extranjero, como siempre solía vanir, la corrien- te de las falsas invenciones. De Birlín telegrafiaron diciendo que, segúj despachos recibidos allí, los españoles habían obtenido una brillante vic- toria. En sentido inverso hablaban los cablegramas de Nueva York á Londres y á París. The Financial News insertaba un telegrama dando detalles de la supuesta batalla librada frente á Santiago de Cuba, con cifras exactas y terribles de los muertos y heridos y de los barcos que se habían iJo á pique. Y ¡a prensa dal mundo se Ueaaba de partes fan- tásticos...

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* *

-Aquí, por no ser menos, sintiendo sin duda el contagio de tales fie- bres de información, convertido cada individuo en un corresponsal ex- pontáneo de In yellcw press, se daban á inventar los más extraños su- cesos.

Hubo muchos que aseguraron, cual si tuvieran informes directos de la Casa Blarca, que se había consumado, poco después de las tres de la tarde, el asesinato de Mac Kíniey. Y como á uno de esos propa- gandistas de acontecimientos graves le interrogasen por el origen de la noticia, contestó seriamente, dando á su respuesta un carácter solem- ne, que disipaba todas las dudas posibles.

<<— ¡Ya lo creo que es verdad, como que me lo ha dicho un cama- rero de Novedades!»

No paraban ahí las invenciones. Sabíase de buena tinta que había ocurrido un terrible combate naval de noche y á la boca del puerto de Santiago de Cuba. Nosotros habíamos tenido 700 muerto:-; ni uno más ni uno menos.

Ellos, los yacquis, habían perdido en la contienda cuatro acoraza- dos, con los muertos y heridos consiguientes, que seguramente pasa- rían de 3.000

Saltaba á poco el viento de las noticias á otro cuadrante, y resulta. ba aveí igüedo que nuestra escuadra no estaba ya en la bahía de Santia- go de Cuba. Iba con rumbo á la Habana, sin que hubiera perdido el tiempo por el camino, por cuanto había apresado tres cruceros norrc- americanos.

Y la última, la última noticia de la tarde, la bomba final de aque- llos fuegos de artificio, con tanto fundamento como las anteriores, fué que nos habían destruido toda la escuadra

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Claro es, que todas esas absurdas nuevas duiarc n tan solo el lapso de tiempo que se necesitaba para probar plenamente su total y absoluta falsedad; pero no por esD dejaron de producir su efecto y de mantener la ex;itación nerviosa en el ánimo de las gentes.

Y esa fiebre de la opinión obedecía á la falta de hechos nuevos de guerra y á la carencia absoluta de noticias acerca del paradero exacto de nuestra escuadra y de los planes del almirante Cervera.

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Después de las siete de la tarde comenzaron á llegar telegramas de Santiago de Cuba, que el público leía con avidez y comentaba con fruición.

Algunos de ellos contenían pormenores interesantes de la llegada de la escuadra á Santiago de Cuba, hecho sobre el cual aún se discutía, así como del entusiasmo con que aquella población veía y agasajaba á nuestros marinos.

La justificada ansiedad del público quedó satisfecha con estas noti- cias:

«A las ocho de la mañana del día 19 entró la escuadra española en el puerto de Santiago, arbolando la insignia de almirante el crucero Infanta Marta Teresa, al que seguían el Vizcaya, Oqiiendo, Cristóbal Colón y el destróyer Pintón.

Poco después llegó el otro destróyer Furor, que había practicado sin novedad los reconocimientos que le había ordenado el almirante Cervera.

En la población fué inmenso el júbilo que produjo la presencia de los barcos españoles.

Las autoridades y el pueblo entero, llenando infinitas embarcado-

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nes, invadieron la bahía; todos los barcos surtos en el puerto se empa- vesaron; la ciudad se engalanó instantáneamente, disparándose mu- clios cohetes, en medio de las mayores manifestaciones de entusiasmo. En la noche del 21 se verificó una grandiosa é imponente manifes- tación en honor de nuestros marinos, figurando en ella vaiias músicas

banderas y multitud de hachones, concurriendo individuos de todas las clases sociales y recor- riendo los manifestantes las principales calles , animados todos de in- de;criptible entusiasico. La misma noche, el Círculo español obse- quió con un espléndido banquete al almirante y oficiales de la escuadra. El acto resultó bri- llantísimo, y al terminar se pronunciaron entu- siastas y patrióticos brin- dis por el almirante Cer- vera, general Linares y otros varios, siendo muy de notar el del arzobispo, quien dijo no bastaba conseguir el triunfo en el mar, sino que con el auxilio de Dios era preciso ver si se conseguía izar la bandera española en el Capitolio norteamericano.

B. DOMINGO MONTES Comandante de la cañonera «Antonio López>

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Por su importancia comercial es el puerto de Santiago de Cuba el segundo de la isla de Cuba. Bien abrigado de todos los vientos, es su entrada larga y difícil, á causa de lo tortuoso y angosto de su canal, in teinándose cinco k'lómetros y medio de S. O. á N. E.

Reconócese el puerto de día por el gran vacío que hay entre los ramales oriental y occidental de la sierra del Cobre, y de noche por el faro que se halla en la parte oriental de la boca.

Cerca del muelle, donde se hace la aguada, hay un carenero, en que puede darse la quilla y componer cualquier avería.

La costa E. del Cañón, en cuya punta exterior ó Morro, se halla el castillo de este nombre, despide un placer de piedra y hace una ense- nada, en cuya extremidad E. se ve el castillo de la Estrella.

Dicho placer, con otro que avanzi un cable al Sur, desde la costa de sotavento, forma el canal de la entrada, que primero tiene un cable de ancho, pero que después reduciéndose hasta no medir más que '/,„ enfrente de la citada ensenada, desde la cual continúa sin variar hasta rebasar el cayo Smitb, sitio en que empieza á ensancharse el puerto.

La ciudad está al pié y en la ladera Occidental de una loma caliza y se desarrolla en anfiteatro con aspecto muy pintoresco, destacándose por la derecha el firo, que alcanza una a tura de 244 pies sobre el nivel del mar; los dos castillos y una agreste y alta ribera, de la cual des- cienden hasta ocho pequeñas corrientes, las más caudalosas de las cua- les son el arroyo Cascon y los ríos de Caimanes y Paradas.

Esta ligera reseña bastará á nuestros lectores para formarse idea de las condiciones de seguridad en que se hallaba nuestra escuadra del Atlántico.

Ya hemos dicho que el acceso á la bahía ofrece dificultades natu- rales por lo tortuoso y angosto del canal de entrada, lo que contribuye, como es consiguiente, á prestar mayor eficacia á las defensas militares del puerto, asi terrestres como submarinas.

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Por otra parte, no había sino recordar, para tranquilidad de todos, qye no obstante haber sido atacada por los ingleses en distintas ocasio- nes la ciudad de Santiago de Cuba, solo en una se atrevió el enemigo á intentar el ataque por el puerto.

Era el año 1747.

El almirante Knowles se presentó el 8 de Abril del citado año á la entrada de la bahía con 14 buques de guerra y más de 3000 hombres de desembarco. ,

Sólo con 500 hombres y algunas compañías de milicias, contaba el gobernador don Alonso de Arcos; pero tenía á su gente tan alecciona- da y tan prevenidas las baterías, que apenas se aproximaron al Morro los dos primeros buques ingleses, á una distancia de tiro de fusil, vié- ronse precisados á virar precipitadamente rechazados por una lluvia de balas, quedando el uno sin timón, palo mayor ni bauprés, el otro con toda la popa hecha pedazos, y habiendo perdido, además, ambos en media hora de fuego más de cien hombres.

Esto bastó para demostrar á los ingleses que por allí no entrarían nunca, y esto no debían ignorarlo seguramente sus parientes los yan- gueses.

CAPITULO XVI

Infundios y conjeturas. La campaña de Ceryera. Operaciones contra los insurrectos. La columna Vara de Rey. El batallón de Sevilla. Cange de prisioneros en ilta mar. El trato á nuestros prisioneros. Dudas desvanecidas. Ataque y bombardeo de Santia- go de Cuba. El despacho oficial.— Nuevos datos oficiales del ataque á Santiago. Im- paciencia satisfecha.

"esde que la escuadra que mandaba el almirante Cer- '•*► vera llegó á Santiago de Cuba, todo eran conjetu- ras sobre si podría ó no salir de aquel puerto sin pelear con la norteamericana, muy superior en fuerzas. No fdltó quien sospechara que había salido ya. Otros aseguraban que seguía allí. Oficialmente nada se sabía, á la fecha, ni se de- bía saber.

Los norteamericanos, á quienes la feliz arribada de nues- tros barcos á la gran Antilla había desconcertado bastante, andaban discurriendo diferentes procedimientos para inutilizarla. Un día anun- ciaba el telégrafo que se proponían tenerla encerrada, aunque para ello fuere preciso recurrir á medios tan extraordinarios como cerrar la en- trada del canal con barcazas cargadas de dinamita. Poco después llega- ba otro despacho anunciando que los acorazados de Sampson penetra- rían á viva fuerza en el puerto, destruirían la escuadra y se apodera- rían de la ciudad. La imaginación de los corresponsales había llegado

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al punto de atribuir á la junta estratégica yanqui el proyecto de cerrf r con bloques de piedra la boca de la bahía.

Esa boca es, en efecto, bastante estrecha; pero no tanto como, por lo visto, imaginaban los que tales cosas telegrafiaron. El cañón de en- trada en el puerto de Santiago está comprendido entre dos morros ele- vados, corre casi de Norte á Sur, tiene un cable de ancho al Sur, entre los arrecifes que rodean las dos costas, y luego solo un séptimo de cable enfrente de la primera ensenada hasta pasar . el cayo Smith, en donde empieza á ensancharse. La bahía co.no hemos dicho ya, es muy segura y espaciosa (seis millas de Sudoeste á Nordeste, por siete cables de an -

cho medio).

En lo referente á los recursos que en ella puede haber para una ar- mada, nos atendremos á lo que dice el Derrotero de las islas Antillas: «Pueden hallarse provisiones de todas clases á precios moderados... El carbón vale de ocho á doce duros la tonelada; suele ser de 15.000 tone- ladas. También se encuentran en tierra talleres para las pequeñas repa- raciones de los buques y de sus máquinas: se tiene el proyecto de cons- truir un dique y se puede dar de quilla en varios puntos del puerto con toda seguridad.»

* *

La aparición casi fantástica de nuestra escuadra del Atlántico en aguas de Cuba fué un hecho que, además de traer perturbados al go- bierno y á la opinión de los Estados Unidos, inutilizó durante más de medio mes todos los planes de nuestros adversarios y los obligó á con- tinuas rectificaciones.

El //líraZíí recordaba con sangrienta ironía, el día 30, los anun- cios del comodoro Schley, que se creía á mismo el tapón de la botella donde habían ido á meterse nuestros buques, y confesaba que las hábi-

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]es maniobras de éstos seguían dando motivo á que Europa se riera sin dujlo de los americanos.

No sólo persistía el citado periódico en afirmar, con datos de sus corresponsales, que nuestra flota navegaba el 19 á pocas millas de Puerto Limón (Costa Rica), sino que en el colmo de la desorientación llegó á suponer que el almirante Cervera no había entrado, ni el día 19, ni después de ese día, en Santiago de Cuba.

A su juicio, era admisible la hipótesis de que anduviese recorriendo en p0z y en gracia de Dios los mares de Venezuela, desde el momento en que salió del puerto de Curafao.

Discurriendo sobre tal supuesto, argüía con que todas las noticias relativas á la estancia en Santiago eran de procedencia española y, más en tono de admiración que de vituperio, estimaba que habíamos sabido encañar lo mismo á nuestros adversarios que al resto del mundo.

Estas apreciaciones del Herald demuestran la enorme confusión que reinó en Washington, con elocuencia mucho mayor aún que las idas y vueltas de Sampson y S-hley y que las órdenes tan pronto dadas como revocadas para la inmediata invasión de las Antillas.

Dedúcese de ello la importancia extraordinaria de los servicios que prestó á la nación, con su viaje á Cuba, el contralmirante Cervera.

No consisten únicamente las campañas navales en destrozar las fuerzas del enemigo, y menos aún cuando éstas son cinco ó seis veces superiores. Desconcertarlo, tenerlo en constantes é inútiles movimien- tos, condenarlo á no descansar, privarle de ocasión para reparar las ave- rías y constreñirlo á permanecer semanas enteras en mares por todos conceptos peligrosos, vale tanto como inferirle una derrota com- pleta.

Podrá ser el resultado menos teatral, pero no es ciertamente menos seguro.

Eso, sin contar con que en aquella hermosa campaña de nuestros

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marinos, tuvieron que entrar á partes iguales el valor, la abnegación y el ingenio.

Débese advertir, al propio tiempo, que el objetivo de nuestros ad- versarios había sido, y era, arrojarnos de Cuba.

No conseguirían siquiera realizar un verdadero desembarco en la isla, mientras no dominasen sus mares. Y esa dominación habría de estarles vedada en tanto que no destruyeran ó inutilizasen la escuadra española.

Confiamos en que la pericia de los jefes que la mandaban seguiría, como bástale fecha, desbaratando los planes de sus inquietos persegui- dores. V

No se trataba en aquel período de lucha de morir por la patria, síqo de vivir para mejor servirla y defenderla.

* *

Un núcleo importante de rebeldes fué nuevamente batido en Palma Soriano, el día 24, por la columna Vara del Rey, quien dejó allí una guarnición compuesta de una compañía y una pieza de artillería.

La partida iba mandada por el cabecilla Cebrero y venía persegui- da por la columna desde Cuchillas, de cuyo campamento atrincherado fué desalojada por las tropas, después de una tenaz resistencia. En su huida guarecióse é hízose fuerte en loma Catalán, donde atacada de nuevo por la columna fué batida y puesta otra vez en fuga, y persegui- da hasta San José, donde se dispersó.

La columna cruzó el Cauto por Paso Correo, ocupando al enemigo sus posiciones de loma Catalán, después de un vigoroso ataque de flan- co, en el que el enemigo sufrió muchas bajas y abandonó armas, mulos y otros efectos.

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El coronel Vara se retiró con sus fuerzas á Palma Soriano sin ser molestado, después de ocupar cuatro campamentos enemigos y practi- car un extenso reconocimiento, en el cutd se causaron á loá insurrectos muchas bajas.

La columna tuvo en esas operaciones y combates 14 heridos y dos contusos de tropa.

El batallón de Sevilla, operando en combinación con los escuadro- nes de Damují y la guerrilla de Cartagena, batió el 25 en Las Villas á una partida de insurrectos, los cuales abandonaron en el campo cinco muertos y lograron retirar otros siete y varios heridos.

Nuestras tropas tuvieron tres heridos graves, muriendo además 22 caballos y quedando heridos otros seis.

A las once de la mañana del 24 cruzaron por frente á Cienfuegos las escuadras de Sampson y Schley.

La de aquél se dirigió hacia el cabo de San Antonio, y la otra tomó rumbo á Santiago de Cuba.

* *

Éa las primeras horas de la mañana del 27 vióse avanzar hacia el puerto de la Habana el cañonero yanqui Maple izando bandera blanca.

Por el telégrafo internacional de señales dijo que llevaba á su bor- do á los prisioneros españoles coronel señor Cortijo y médico militar señor García, con sus respectivos asistentes que, como recordarán nues- tros lectores, fueron apresados en el vapor Argonauta.

Momentos después salió al encuentro del barco americano, al que se h'zo permanecer á respetable distancia del puerto, el cañonero espa- *

ñol Molins, á bordo del cual iban un representante del cónsul inglés, coronel señor Gelpi y los periodistas yanquis apresados en el combate del Salado.

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Ea alta mar se verificó el cange de los prisianeros, extendiéndose un acta por duplicado, regresando inmediatamente á puerto el Molins, al que esperaba en el muelle numeroso gentío.

Los señores Cortijo y García se manifestaron muy agradecidos de •las atenciones que les habían guardado los oficiales norteamericanos, tanto de mar como de tierra.

En cambio se quejaron mucho del trato que se les había dado du- rante su estancia en su prisión de la fortaleza de Mac Pherson.

Al primero diéronle como alo- jamiento una jaula de hierro, estre- cha é insalubre, más propia para encerrar fieras que para servir de vivienda á criaturas humanas.

No sólo prohibieron los yanquis que los prisioneros telegrafiasen á sus familias, sino que, además, les negaron el consue'o de entregarles las cartas que para ellos se recibie- ron, las cuales fueron devueltas á Nueva York. También se les des- pojó de cuanto llevaban, además de apoderarse de 7.000 pesos que conducía un oficial para pagar sueldos del batallón á que pertenecía.

Por consecuencia de esos malos tratos, la mayoría de los prisione- ros enfermó, siendo inútiles cuantas quejas y reclamaciones hicieron á las autoridades.

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D. EMILIO Díaz MOREU Comandante del crucero «Cristóbal Gólon»

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Las duJas que existían en los últimos días de Mayo sobre la ver- dadera situacidn de la escuadra que mandaba el almirante Cervera, se desvanecieron el i." de Tunio. Los telegramas que recibió de madruga- da la prensa diaria anunciando el bombardeo de los fuertes avanzados de Santiago de Cuba por la escuadra del comodoro Schley, fueron con- firmados más tarde por otros despachos particulares, y oficialmente por las autoridades de Cuba que trasmitieron al Gobierno la noticia del suceso.

No quedaba, pues, ningún género de duda, ni para nosotros, ni tampoco para los yankees, respecto del lugar en que estiba la escuadra española. Sospechaban los norteamericanos que se hallaba fondeada en Santiago de Cuba; referencias del campo insurrecto, trasmitidas de viva voz ó por medio de señales á la escuadra enemiga, confirmaron aquellas sospechas; pero todavía debió quedar alguna duda en el ánimo del comodoro Schley, y para desvanecerla, sin duda, decidióse el últi- mo día de Mayo á iniciar el ataque, que fué valientemente rechazado por el fuego de los fuertes y el del crucero Cristóbal Colón, que se adelantó hasta la boca del puerto.

La escuadra yanqui inició el ataque alas dos de las tarde, rompien- do fuego de cañón contra los fuertes del Morro, La Socapa y Punta Gorda, los cuales contestaron inmediatamente.

Los buques americanos que tomaron parte en el bombardeo fueron catorce de alto porte y dos torpederos. Estos últimos se adelantaron hasta cerca de la entrada de la bahía.

El íuego fué muy violento hasta las tres y cuarenta y cinco, hora en que empezó á disminuir, cesando por completo las cinco de la tarde.

Todos los barcos yanquis tomaron parte en el ataque, dirigiendo piincipaimente sus fuegos contra el castillo del Morro. Este y los demás fuertes avanzados contestaron con gran vigor al fuego de la escuadra.

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sobre la que estuvieron disparaado sin cesar mientras la tuvieron al alcance de sus cañones.

La presencia del acorazado Colón en la boca de la bahía, puso en realidad término al ataque, pues apañas el crucero español disparó los primeros cañonazos, la escuadra americana se vio obligada á retirarse.

* *

No pudieron estar más parcos en el ministerio de Marina al comu- nicar á la prensa el telegrama recibido en la mañana del día i ." por el ministro, dando cuenta del ataqua á Sintiago de Caba por la escuadra norteamericana.

Decía así el despacho:

«La escuadra americana de Schley, compuesta de grandes acorazados y cruce- ros, atacó las fortificaciones de la entrada de Santiago de Cuba.

Nuestro acorazado Crislóbal Colón cerró la boca de la bahía, y apoyado por los fuegos de los fuertes logró rechazar el ataque, causando averías en los buques americanos.»

El telegrama añadía, según parece, que el número de disparos llegó á ochenta, y que nuestros fuertes no habían sufrido desperfecto alguno.

El acorazado Cristóbj.L Colón, que se hallaba en el interior de la bahía con los restantes buques de nuestra escuadra, salió destacado ha- cia la boca de aquélla, por corresponderle este servicio, en atención á S3r su comandante, don Emilio Díaz Moreu, el más antiguo de los qu3 se encontraban en Santiago de Cuba.

Colocóse el Co/ów junto a Punta Gorda, internándose nuevamen- te en la bahía al desaparecer los buques americanos.

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La mayoría de los marinos de aquí, después de aplaudir sin reser- vas al señor Díaz Moreu, que había mantenido su buen nombre ayu- dando á los fuertes de tierra, opinó que los norteamericanos no habían hecho otra cosa que explorar el terreno para cerciorarse de que la es- cuadra de Cervera estaba en la bahía de Santiago de Cuba, mantenien- do el fuego durante más de dos horas en espera de que se presentaran á la vista los restantes buques que acompañaban al Colón.

* * *

A las nueve y media de la noche recibiéronse en Madrid, por con- ducto oficial, nuevos datos del ataque de ios yanquis á. Santiago de Cuba.

El telegrama oficial, que causó general satisfacción, decía así:

^Habana, i. Comandante general Apostadero á ministro de Ma riña:

Comandante Cuba me participa lo siguiente con fecha de ayer:

Cu-tro tarde hoy rompió fuego sobre plaza escuadra enemiga, du- rando hora y media.

Contestaron Colón, enfilando boca entrada, fuertes y baterías em plazadas en el cructro Reina Mercedes.

Nosotros ni un herido; ningún dtño: el'os averías en lowa, dícese también en otro acorazado y fuego á bordo de otro barco.

Todos los buques enemigos hicieron luego. Dentro de la plaza ca- yeron algunos proyectiles por elevación.

Mucho entusiasmo; espíritu patriótico.— i/an/^ro/a.»

De los informes particulares que acerca del bombardeo y ataque de Santiago nos comunicaron nuestros corresponsales, resulta: Que la escuadra enemiga situada frente al puerto de Santitgo, aumentada con

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un cañonero, un trasatlántico auxiliar y dos remolcadores, hizo en la mañana del 31 de Mayo demostración de retirarse, dejando tan sólo dos barcos en disposición de carbonear.

Corrióse hacia el Oeste, y á las dos y cuarto de la tarde reapareció en orden de combate, formada por el lowa, el Brookling, el Massachu- seis, el Texas, el New Orleans, el Marblehead, el Mineapolis, el Ama- imanas y seis barcos pequeños, y tomó posiciones en la costa de Oriente y frente á la embocadura del puerto de Santiago.

Los cinco primeros acorazados rompieron el fuego contra la bate- ría de Punta Gorda, y el crucero español Cristóbal Colón se destacó á los primeros disparos del resto de la escuadra y adelantóse á fondear junto á Punta Gorda, por lo que era visible desde plena mar.

Las baterías del Morro, Socapa y Punta Gorda y el crucero Colón, respondieron al fuego de la flota americana, cruzándose entre unas y otra setenta disparos.

Los acorazados yanquis hicieron uso de cañones de 32, sin causar daño alguno en nuestras defensas ni en la población.

Más certero fué el fuego de la artillería española, pues dos grana- das estallaron sobre la popa del lowa; otras cayeron sobre uno de los cruceros americanos, incendiándolo, y otro crucero auxiliar tuvo que retirarse con averías de consideración.

El bombardeo duró noventa minutos, retirándose después del fra- caso la escuadra americana, sin haber podido precisar la importancia de los daños que sufriera.

La población, animosa y entusiasta, llenó los muelles para ente- rrrse del resultado del ataque, vitoreando al ejército y á los tripulan- tes del Colón.

El comodoro Schley hizo la primera prueba con idénticos resulta- dos á los que obtuvieron los barcos que mandaba su colega Sampson en l^s ataques á Cárdenas, Matanzas y San Juan de Puerto Rico.

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La impaciencia de las gentes que ya iba acentuándose mucho ante las dudas é inquietudes sobre el paradero cierto de nuestra escuadra, empezaba á ser satisfecha, y por fortuna se había roto la monotonía cin noticias agradables.

¡Pluguiera al cielo que continuase mandando el cable noticias sa- tisfactorias!

CAPITULO XVII

Ansiedad justificada. Expectación. Otra jornada feliz. ¡Victoria! Nueyo ataque á San- tiago de Cuba. Un barco yanqui á pique. Intento frustrado. El Merry Mac. Náu- fragos y prisioneros. El acuerdo del gobierno yanqui. Objetivo de la operación.

Propósitoss frustrados. Nuestro triunfo. Ataques á Alquizar y Sama por los insurrec- tos.— Encuentro en Viajacas. Intento do desembarco. En Puata Cabrera y Aguadores. Nuevo bombardeo de Santiago de Cuba. Sensibles' pérdidas. Dura jornada. En nuestro puesto.

OMPROBADO hasta la evidencia el hecho de la presencia del almirante Cervera en la bahía de Santiago de Cuba, y comprobado, además de las noticias oficiales tan terminantes, por los telegramas que, fichados en aquel puerto, enviaron á España los jefes y oficiales de nues- tros buques, nadie podía ya esperar que tardase mucho tiempo en entablarse un nuevo combate.

Para creerlo así, había el dato oficial de hallarse á la vista de Santiago de Cuba 19 buques americanos, entre ellos seis acorazados. Esto parecía confirmar que en aguas de Santiago, y para intentar una lucha seiia y decisiva, se habían unido ya las escuadras enemigas.

Desde las primeras horas de la noche del 3 tuvimos noticias de esto, no por telegrama oficial, sino por despachos de nuestros corres- ponsales, de que á las nueve de la mañana había comenzado un nuevo bombardeo de los fuertes de Santiago de Cuba.

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Tal noticia, recibida en Barcelona y en Madrid al mismo tiempo por diversos conductos, se agrandó pronto, tomó proporciones extraor- dinarias, y sirvió de fundamento á tales invenciones, que á la una de la madrugada ya se habían dado tres versiones distintas (todas con asombrosa riqueza de detalles) del nuevo bombardeo de Santiago de Cuba.

De sucesos y detalles á los que en otras circunstancias no se les hu- biera concedido importancia ninguna, se llegó á sacar gran partido.

En todos lados, en los centros oficiales, como en los círculos polí- ticos, como en las tertulias particulares, había gran expectación, falta absoluta de noticias concretas, que aumentaba la ansiedad y la justi- ficaban, y se hacían comentarios vivos y apasionados sobre lo que había podido ocurrir en Santiago de Cuba.

* *

Grande era la ansiedad por conocer el resultado del nuevo ataque á Santiago.

Sampson había reforzado á Schley y asumido el mando de las es- cuadras; las bandas separatistas intentaban secundar por tierra la em- presa de sus interesados favorecedores, y, según se deducía de los últi- mos despachos, el gobierno de Washington quería á toda costa que la operación efectuada por sus almirantes fuera una operación decisiva.

Era muy grande, repetimos, la expectación de España; pero ni flaquetba la esperanza, ni asomaba por ningún resquicio el miedo.

Nuestra marina y nuestro ejército habrían cumplido esta vez como siempre habían cumplido y no se dejarían aniquilar con la resignación haroica de los mártires. Ya nos favoreciera, ya nos desamparase la for- tuna, el enemigo pagaría caro su atrevimiento.

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Mes y medio iba transcurrido desde que nos declarara la guerra una nación cuatro ó cinco veces más fuerte y diez ó veinte más rica que nosotros.

Ese es el plazo que en nuestro tiempo señalan los políticos y los tratadistas para que las potencias de primer orden desenvuelvan y pon- gan término á una campaña.

Hasta la fecha, nada habían logrado hacer los Estados Unidos, para cuyos militares y gobernantes era empresa de una semana ó dos la conquista de Cuba.

Habíamos resistido, resistíamos y resistiríamos al atropello y la expoliación.

Aún en el caso improbable de que, abrumándonos con la fuerza y el número, franqueasen el paso de Santiago, palmo á palmo necesita- rían ganar el territorio de la isla y jamás nos echarían de ella, sino muertos ó por voluntaria renuncia.

No había que perder la fé, ni que entregarse á pueriles ilusiones, pero tampoco á femeniles desmayos.

Cuando llegase la ocasión de pedir cuentas á los que en su egoís- mo, con sus torpezas y con su afán sistemático de desatender las leccio- nes de la realidad y de aplazar la solución natural de los más terribles problemas, nos habían traído al doloroso extremo en que nos hallába- mos, exigidas y liquidadas serían esas cuentas.

Entretanto, no era lícito pensar sino en el interés que á todos nos unía: en el interés de la patria.

* *

Se confirmaron, afortunadamente, las noticias gratas que de Ma- drid nos transmitieron en la madrugada del 4 y los rumores que por

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la m&ñana corrían de boca en boca en esta ciudad, y á la ansiedad pro - ducida por ellos, sucedieron en el espíritu de las gentes las más entu- siastas explosiones de júbilo.

Un nuevo día de satisíacción y de gloria debió España á los bravos defensores de Cuba.

Por noticias oficiales se supo que nuestras armas alcanzaron el día 3 señalada victoiia rechazando un formal ataque del enemigo y reco- giendo trofeos que eran testimonio indudable del triunfo.

La escuadra americana había recibido en Santiago una nueva y dura lección, que la haría conocer— si en su obcecación ya no lo tenía averi- guado— la dificultad de someter á una nación que, como la española defendía su dignidad y su honor al defender la integridad de su te- rritorio.

En Santiago, el ejército, la marina, la población en masa, habían correspondido, en los ataques de la poderosa escuadra norteamericana, é lo que de todos ellos esperaba la patria.

Ya no se trataba de operaciones cuya ineficacia pudieran cohones- tar los jefes de las escuadras yanquis bajo el dictado de simples reco- nocimientos, ni de cañoneos emprendidos á fin de conocer la situación y graduar la resistencia de nuestras defensas. El combate del 3 tuvo un objeto más decisivo, y el fracaso de los yanquis fué, por tanto, mucho más visible para todo el mundo, mucho más importante para la nación que nos atropellaba en nuestro incontrastable derecho.

***

En otros encuentros favorables á nuestras armas tuvo el espíritu público que satisfacerse con conjeturas y suposiciones acerca del daño inferido al enemigo. Rechazados los buques americanos, se retiraron

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sin destruir nuestras baterías, sia apagar nuestros fuegos, pero tambiéa sin dejar en manos españolas ninguna prenda de la victoria por noso- tros conquistada.

Ea San Juan de Puerto Rico, en Cienfuegos, en Cárdenas, en el mismo Santiago de Cuba la tarde del 30, faltó algo que consagrara por modo indudable el triunfo, y que á los propios adversarios les obliga se á confesarlo. En él combate del 3 no faltó ni eso: á quinientos pies del canal que paso á la bahía de Santiago quedó hundido un barco de la escuadra de Ssmpson; varios de sus tripulantes cayeron prisione- ros; el éxito de nuestras armas, cierto, completo y glorioso, pudo ofre- cer al mundo testimonios irrecusables que no echaría abajo la hostili- dad de los extraños ni la crítica de los propios.

A las tres y media de la madrugada del 3, un buque mercante yankee, de los auxiliares de la escuadra Sampson, el steamer Merry Mac, de 4,000 toneladas, protegido de cerca por el acorazado /oica y un crucero, intentó forzar el canal que entrada á la bshía de Santia- go de Cuba.

Nuestras embarcaciones exploradoras, situadas fuera de la boca del puerto, rompieron fuego contra el barco enemigo, secundándolas in- mediatamente el crucero Reina Mercedes, anclado en la misma boca, y las baterías de Socapa y Punta Gorda.

Los torpedos del Reina Mercedes funcionaron con buen éxito y echaron á pique al barco enemigo, conteniendo el avance del aco- razado.

El Merry-Mac quedó sumergido frente al lugar en que fondeaba el Reina Mercedes, viéndose sobre la superficie del agua parte de sus dos palos y una chimenea.

Se recogieron y quedaron prisioneros á bordo del Mercedes un te- niente de navio, mister Hobson, y siete marineros náufragos del buque enemigo destrozado, que fueron salvados por nuestros nobles y esfor-

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zados marinos de una muerte segura. Es decir, que los marinos espa- ñoles salvaron primero á los tripulantes del Maine, y los marinos aspa ñoles íueron los que salvaron también á los náufragos del Merry Mac, que eran ya sus irreconciliables enemigos.

Sin calificar el hecho de gran triunfo, significó un éxito verdadero para las armas españolas y un nuevo fracaso para la marina norteame- ricana.

El propósito perseguido por el almirante Sampson no fué otro que el de que el Merry-Mac fuera echado á pique ala entrada del canal, ha- ciendo luego imposible la salida, y dejando encerrada y prisionera en la bahía de Santiago á nuestra escuadra.

Afortunadamente, no consiguió el enemigo lo que se proponía, puesto que el Merry Mac fué echado á pique fuera del canal y destruí- do más tarde por la dinamita.

*

* *

Por segunda vez fué victoriosamente rechazada la embestida de las escuadras americanas á Santiago de Cuba y frustrados los propósi- tos del enemigo de forzar la entrada en la bahía.

En esta ocasión no pudieron decir nuestros adversarios, como di- jeron el día 31 de Mayo, que se trataba tan sólo de un reconocimiento ofensivo.

Veinticuatro horas antes de principiar el combate, el gobierno de los Estados Unidos había adoptado, entre otros acuerdos, el de que fuese inmediatamente destruida ó capturada la escuadra española.

Y ese acuerdo era conocido por Sampson y Schley.

Aprovechando la dudosa claridad del amanecer, quisieron reno- var la sorpresa de Cavite, y enviaron á forzar ú obstruir la entrada del canal dos de sus buques. Uno de ellos fué echado á pique; el otro tuvo

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que retirarse después de dos horas de cañoneo inútil y de infi actuosos esfuerzos.

¿Cuál era el objetivo de la operación? Ya lo hemos dicho, y nues- tros mismos adversarios lo confesaron más tarde.

O franquear el paso, para que, tras el Merry Mac, ganase la bahía el lowa, y tras el lowa los demás acorazados, ó interceptar la boca del puerto con un obstáculo que imposibilitase la salida de nuestros barcos.

No lograron lo primero ni lo segundo.

No consiguieron invadir el puerto ni colocar el tapón en el cuello de la botella, donde se ufanaban de tener encerrados los barcos espa- ñoles.

Además, dejaron en nuestro poder al capitán é ingeniero del Merry-Mac, juntamente con los siete hombres que lo montaban.

Sucediera otro día lo que sucediere, lo ocurrido el citado día 3 fué para nuestros marinos un triunfo, y para los yanquis una derrota.

No nos engrió la victoiia. Reconocíamos el poder superior del enemigo, y sabíamos que si en íquella ocasión había estado con no- sotros la fortuna, muy bien podría abandonarnos en los próximos é inevitables empeños.

* *

Los insurrectos habían empezado á dar señales de vida en algunos puntos.

En la provincia de la Habana resucitaron los cabecillas Collazo y Acea, reuniendo en junto una partida de 300 hombre.», con la cual ata- caron uno Je los fuertes de Alquizar, de donde fueron rechazados.

Después penetraron en la zona de cultivo de dicho pueblo, perse- guidos por 140 guerrilleros que los batieron y dispersaron.

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Ea Oriente dieron tambié a señales de existencia después de una larga temporada de silencio.

Seiscientos hombres de las partidas que mandaba en jefe el mayor general Calixto García, atacaron el destacamento de Sama, cuya guar- nición estaba compuesta de voluntarios movilizados.]

El ataque fué rudo y la defensa brillante: los voluntarios no sólo rechazaron á los rebaldes, sino que los persiguieron, abandonando en la huida el enemigo 48 muertos.

Los valerosos voluntarios apenas sufrieron bajas. No tuvieron nin- gún muerto^ y sólo resultaron cinco heridos.

Las guerrillas de Matanzas encontraron en Viajacasá cuatrocientos insurrectos, atrincherados en buenas y ventajosas posiciones.

Sin medir las fuerzas enemigas ni reparar en las ventajas de su po- sición, los valientes guerrilleros atacaron las trincheras, y después de tres horas^de combate lograron arrollar y desalojar al Jenemigo de sus posiciones, causándole considerables bajas y cogiéndole armas y muni- ciones.

Las guerrillas tuvieron un muerto, tres heridos graves y cinco leves.

Las intentonas de los rebeldes en Alquizar (Occidente) y Sama (Oriente), sirvieron de duros escarmientos para los rebeldes, y revela ron además escaso vigor en las partidas.

* * *

En dos puntos inmediatos á Santiago de Cuba intentaron desem- barcar, el día 6, los yanquis, protegidos por su escuadra. En Punta Ca- brera, al Oeste de Santiago, ¡de cuyo puerto dista próximamente tres kilómetros, y en Aguadores, á dos kilómetros al Este del citado puerto.

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El general Linares, que tenía prevista la intentona, había colocado oportunamente tropas en la playa para rechazar á los invasores. Lo más original del caso, fué que los insurrectos que en Punta Cabrera es- peraban á sus aliados los yanquis, fueron alcanzados por los disparos que éitos hacían desde el mar, sin que nuestras fuerzas sufrieran daño alguno. De manera que el coronel Aldea, que mandaba las tropas en- cargadas de impedir el desembarco, en vez de ser perjudicado, se vio auxiliado por la torpeza de los yanquis, cuyos proyectiles fueron á caer en medio de los rebeldes.

En Aguadores, donde había un fuerte antiguo de piedra berroque- ña, y donde además nuestras fuerzas estaban bien atrincheradas en toda la línea de costa que corre desde allí á Siboney, también se rechazó á los invasores, sin pérdida alguna por nuestra parte.

Hay que agregar, por tanto, estos dos desembarcos frustrados á la serie de los que intentaron los norteamericanos en Cárdenas, Cabanas, Cienfuegos y otros puntos, apoyados siempre, aunque con el mismo re- sultado negativo, por sus buques de guerra.

Al mismo tiempo que el enemigo intentaba desembarcar fuerzas en la costa oriental de la isla, apoyado por el fuego de sus barcos de guerra y auxiliados por los rebeldes mambises, la escuadra de Sampson atacaba por tercera vez la ciudad de Santiago, y por tercera vez nues- tras tropas rechazaban el duro ataque de los yanquis, patentizando una vez más el heroísmo de nuestros marinos y la pericia y valor de nues- tros artilleros.

El bombardeo comenzó á las ocho de la mañana. Diez barcos ame- ricanos, entre ellos cuatro grandes acorazados y seis cruceros, aproxi- máronse á la bahía de Santiago y rompieron un fuego terrible contra los fuertes avanzados de la plaza.

Nuestros fuertes, especialmente los del Morro y la Socapa, contes-- taron á la agresión con continuados y certeros disparos.

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m

Los yanquis envitban á los españoles ua verdadero huracán de hierro; los españoles, sin abandonar sus puestos, y bajo un diluvio de metralla, respondían con sus cañones á los hircos enemigos.

Los proyectiles, al caer dentro de la bahía, levantaban grandes columnas de agua.

El fuego continuó por espacio de tres horas, sin que de ni una

y otra parte se advirtieran dañes de consideración.

* * *

D. FERNANDO VILLAAMIL Comandante de la esciiadrilla de torpedos

Al fin, la flota yanqui, con visi- bles averias— p^lah ras textuales del parte enviado por el jefe del Apos- tadero de la Habana— inició la re- tirada, sin conseguir forzar la en- trada del canal, como seguramen- te era su propósito.

Nuestras baterías no sufrieron

desperfecto alguno ; únicamente

causaron algúa daño en los acuai-

telamientos exteriores del castillo

del Morro, hechos en tiempo de paz al descubierto, y en las casetas del

Cayo Smith, y alguna avería en el crucero Reina Mercedes, pero sin

lograr desmontarnos una sola pieza.

Para dar idea de lo nutrido y terrible del cañoneo, basta consignar que los norteamericanos arrojaron 1.500 proyectiles de todos calibres en menos de tres horas.

Tuvimos que lamentar sensibles pérdidas, si bien no tan numero- sas como fuera de esperar, dado lo rudo del ataque.

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Un casco de granada hirió de muerte al bravo segundo comandan- te del Reina Mercedes, capitán de fragata don Emilio Acosta y Ayerman, que ttiurió sobre cubierta: seis marineros de la dotación de este mismo barco fueron muertos también por el hierro de los cañones americanos. Dos fueron las granadas que estallaron á borda del Mercedes, cau- sando además doce heridos y vatios contusos.

El coronel de artillería don Salvador Díaz Ordóñez, inventor del cañón que lleva su nombre y que detrás del castillo del Morro dirigía las Operaciones, fué también gravemente herido por un trozo de metra- lla, que le alcanzó al reventar cerca de él una bomba enemiga. También resultaron heridos tres oficiales y 17 soldados de infantería.

La jornada fué dura; su término un nuevo descalabro para los yan- quis, aunque la sangre vertida por nuestros marinos y soldados requi- riera también de nosotros lágrimas y acentos de dolor.

El entusiasmo en Santiago ante ese nuevo fracaso del enemigo no reconoció límites. En la Península fué recibida con gran satisfacción la grata nueva de no haber obtenido los yanquis los resultados que se pro- metían.

Nuestros informes nos hicieron sospechar que ese bombardeo tuvo por principal objetivo proteger los desembarcos, á que anteriormente nos referimos, distrayendo á las baterías de tierra para que aquéllos pu- dieran realizarse. Es lógico suponer esto, porque los telegramas de dis- tintasjprocedencias acentuaron mucho la nota de los intentos de desem- barco en diferentes puntos de la cesta Oriental.

Pero todos los defensores de Santiago y de los puntos fortificados al largo^de.ia costa oriental permanecían en sus puestos, apercibidos á rechazar y resueltos á impedir todo ataque y desembarco de la escuadra y fuerzas enemigas.

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CAPITULO XVIII

Sin desmayos. Eso es la guerra. El enemigo por tercera vez rechazado. Los yanquis en inteligencia con los mambises. Torpeza yanqui. Atentado criminal. Voladura de un tren de pasajeros, Desembarco de fuerzas americanas en Guantánamo. Rudo combate en la Caimanera.— La expedición yanqui. Relato del combate en Guantánamo. Elo- gios al valor de nuestros soldados. Resultados del último ataque á Santiago. Los yan- quis atacados por los españoles. Derrota de los norteamericanos. Situación difícil de los invasores. Activas operaciones contra los rebeldes. Propósitos del g'eMez-a/í'simo Gómez. Ataque á Cnmanayagua. Toma y destrucción de un campamento insurrecto. Ansie- dad en la Habana.

L espíritu público recibió la noticia de los lamentables

efectos del tercer ataque y bombardeo de Santiago de

Cuba sin desmayos ni abatimiento, porque esa es la

guerra, y á nadie se ocultaba en España que el enemigo

^l" habia de emplear todos los medios de ataque, como nosotros

sí-/

i? emplearíamos todos los de defensa.

Habíamos sufrido pérdidas lamentables; habían caído en el combate, con la muerte de los héroes, oficiales, marinos y soldados que tenían hecha á la patria la ofrenda de sus vidas. Pero así, con sangre, se compra el éxito de las batallas. De triunfos incruentos, de cañoneos sin bajas, de simples escaramuzas elevadas por la imagins- ción popular á la categoría de grandes sucesos militares, poco había que esperar en la lucha entablada, ni en otra alguna.

Lo importante era que no se hubiese logrado el desembarco, obje-

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tivo de los yanquis y causa del bombardeo á que se referían las noticias del día 7. En la guerra no se aprecia la suerte de las armas por el nú- mero de los que caen, ni por el torreón derruido, ni por el casco del barco agujereado á cañonazos. Con pocas ó con muchas pérdidas, ven- ce el que realiza su objeto, y es vencido el que no puede realizarlo. Por eso la jornada del 6 nos pareció la más honrosa de cuantas conocíamos á la fecha en aquella campaña, y por eso constituyó un triunfo del que debía la opinión pública sentirse altamente satisfecha.

Por tercera vez habían sido rechazados los ataques de la escuadra americana á Santiago de Cuba.

Tres horas duró la lucha, sufrimos durante ella pérdidas, no tan dolorosas por el número ccmo por la calidad, y noobstante los violen- tos esfueizos del enemigo, éste tuvo que retirarse lo mismo que las otras dos veces, y con pérdidas mucho mayores.

Coincidiendo con la embestida al puerto, los yanquis intentaron realizar un desembarco en las inmediaciones, y según las noticias oficia- les, lueron también repelidos.

Tratábase, pues, de un nuevo fracaso, que había redundado en per- juicio del adversario y en ventaja nuestra, siquier no debamos, aten- diendo á los resultados, atribuirle la importancia de una verdadera vic- toria.

El enemigo menudeaba los asaltos y daba á entender que, cansado de malgastar el tiempo y los proyectiles, se apercibía á jugar el todo por el todo.

Nos encontraría en el puesto de honor, y para llegar al fondo de la bahia tendría que pasar por encima de los valientes que la guardaban.

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1

I

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Dudar de que los americanos que se hallaban frente á Santiago es- taban en comunicación con los rebeldes de Oriente, fuera muy inocen- te; sospechar que nuestros generales ignoraban esto y creer que no se hallaban prevenidos, fuera cometer una gran injusticia.

Demostración de lo primero fué el combate en Punta Cabrera sos- tenido por fuerzas del batallón de Asia, que mandaba el coronel Aldea, contra una fuerte partida de insurrectos y tres cruceros yanquis, que hi- cieron fuego, pretendiendo auxiliar á sus dignos aliados; pero en reali- dad les hicieron más perjuicio que otra cosa, porque muchos proyecti- les cayeron sobre las fuerzas de aquéllos, haciéndoles muchas bajas.

De un nueuo atentado contra los ferrocarriles por medio de la di- namita se tuvo noticia el día 8.

Entre las estaciones de las Cañas y Alquizar (línea del Oeste) hicie- ron estallar los rebeldes una bomba, que produjo grandes destrozos y no pocas desgracias.

La máquina infernal hizo explosión al pasar un tren de pasajeros que iba desde la Habana á Pinar del Río, haciendo volar ei carro blin- dado y parte de un coche de primera.

La detonación fué horrorosa; el pánico de los pasajeros grande.

Repuestos del susto, se practicaron los debidos reconocimientos, encontrándose seis soldados y un pasajero mueitos, y ocho soldados y dos viajeros heridos. Fueron los primeros colocados en un furgón y se procuró socorrer á los segundos en la forma que permitían los escasos recursos de que se disponía, mientras se recomponía la vía para poder avanzar hasta Artemisa, donde fué trasladado el triste convoy.

El vandálico hecho se atribuyó á las gentes de los cabecillas Cas tillo y Acea.

Por la tarde quedó completamente restablecida la comunicación por la línea del Oeste.

•/82

Comunicaron de Nu3va York el día 9, que el comandante de Ma- rina de la provincia de Santiago de Cuba había ordenado que se in- cendiara el pueblo de la Caimanera, situado en el fondo de la bahía de Guantánamo, antes de abandonarlo. Sin embargo, los españoles apres- tábanse á sostener una lucha final desesperada.

Los yanquis, al parecer, no¿habían conseguido desembarcar fuerzas de importancia; por lo que, el día 8 se hizo un nuevo intento de de- sembarco, después de bombardear la costa de la había y de haber des- truido el cable francés entre la estación de amarre en la bahía y la esta- ción telegráfica de la población. La comunicación estuvo intenumpida algunas horas, restableciéndose después.

Según telegrama de Cabo Haitiano, el día 7 por la mañana se libró un combate importante en la Caimanera, bahía de Guantánamo. Cinco buques americanos franquearon la bahía y reanudaron el bombardeo, disparando una lluvia de granadas sobre la población y destruyendo las casas de los arrabales.

La resistencia que opusieron los artilleros españoles fué muy enér- gica; pero la superioridad en número y alcance de las piezas yanquis obligó á nuestros soldados á abandonar las posiciones que ocupaban en las orillas de la bahía, retirándose á la población, la que posterisrmen- te abandonaron sus habitantes.

Por la noche, á las diez y cuarenta minutos, la escuadra enemiga, colocada fuera del alcance de nuestras baterías de la costa de Cuba, inició nutrido cañoneo, que hizo suponer se trataba de un nuevo inten- to de desembarco. Más tarde anunció la prensa neoyorkina, refiriéndo- se á un despacho exp adido por la vía de Kiigston, que algunos oficiales

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de la escuadra americana habían saltado á tierra para establecer comu ntcaciones con los insurrectos, y que el cañonero Suivannee desembar- có, en la madrugada del 8, 300,000 cartuchos, 2,000 machetes y 500 fu- siles, todo lo cual se entregó á una partida de 800 hombres, que fué á recoger la expedición á la costa desde el campamento rebelde estableci- do en la sierra del Cobre, al Oeste de Santiago.

Otro despacho de Kingston del día 11 anunció el desembarco de fuerzas de infantería de marina yanqui, verificado el día anterior en la

bahía de Guantánamo.

La versión americana aseguró que nuestras tropas habían abando- nado á Guantánamo, después de incendiarlo, en cumplimiento de ór- denes del jefe de la plaza, y que las fuerzas americanas, en número de 640 marineros, habían arbolado el pabellón estrellado sobre las ruinas de las fortificaciones exteriores.

El desembarco fué protegido por varios buques de guerra que bombardearon previamente las fortificaciones de la costa, obligando á nu^tras tropas á abandonar las baterías.

La infantería de marina yanqui desembarcó á las dos de la tarde en Caimanera, y los soldados pegaron fuego á les casas para preservarse de la fiebre amarilla.

* * *

Anunciaron tantas veces los norteamericanos la salida de la expe- dición destinada á Cuba, para desmentir al día siguiente la noticia, que ya no merecían ningún crédito ni sus afirmaciones ni sus negativas.

El día II telegrafisban asegurando que todos los periódicos de Nueva York convenían en que las tropas preparadas para verificar la invasión continuaban en Tampa.

Esta rara unanimidad déla prensa neoyorkina, lejos de inspirarnos.

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confianza, nos obligó á sospechar que la expedición había salido ya de alguno de los puertos de la Florida.

A temerlo así nos indujo el despacho del general Blanco recibido el citado día ii, manifestando que el general Linares le participaba la aparición frente á Santiago de Cuba de once buques mercantes y remolcadores, algunos de los cuales, auxiliados por dos barcos de gue- rra que cañonearon los altos de Baiquiíi, se dirigieron hacia Guantá- namo.

La presencia de nuestra escuadra en Santiago había de obligar á los yanquis á reconcentrar allí todos sus esfuerzos, así por mar como por tterra. Lo único que les hiciera desistir, fuera la salida de nuestros barcos. Mientras éstos estuvieran allí, había que contar con que, más tarde ó más temprano, los yanquis habían de intentar la invasión por aquella parte.

La importancia de los preparativos que estaban haciendo, era bue- na prueba de las dificultades que contaban hallar, á pesar de los gran- des elementos de que disponían. «

* *

No tardaron mucho las tropas yanquis desembarcadas el día lo en Guantánamo, á tener que medir sus fuerzas con las españolas, dispues- tas á impedir su avance en tierra cubana.

El combate, según telegrama de Londres, fué muy rudo y duró

trece horas, al cabo de las cuales fueron derrotados los yanquis, que

huyeron cobardemente, abandonando cuatro muertos y llevándose

otros y bastantes heridos.

Nuestras tropas persiguieron bastante tiempo al enemigo, no pu-

diendo darle nuevo alcance por haberse puesto bajo la protección de

los cañones de la escuadra enemiga.

785

El corresponsal de la prensa asociada á' bordo del buque yanqui Dauniless, telegrafió los siguientes detalles:

«^ bordo del vapor «Dauntless'» al servicio de la prensa asociada, cerca de Guantánamo, i^.

Desde el mediodía del sábado (ii) hasta la madrugada del domin- go (12), los destacamentos americanos que ocupan la orilla de la bahía, suf riei on una serie de ri- gorosas acometidas de las tropas españolas.

La infantería de marina americana tuvo que man- tenerse constantemente á la defensiva, y al efecto, apoyada en su propio cam pamento, formó tres ledos del cuadro, dejando aquel en el centro.

Durante algún tiempo las tropas españolas tiro- tearon desde la manigua á los americanos.

Este fuego de las gue- rrillas molestaba mucho á IcF yanquis, que para li- brarse de él pidieron auxilio al Marblehead, el cual envió una lan- cha armada.

Esta, con su cañón de proa, enflló las posiciones que suponía ocu- padas por los españoles, cuyo fuego no cesó un momento.

Los marinos yanquis, formando tres lados de un cuadro en un pro- fundo barranco, avanzaron protegidos por el fuego de cañón de la escuadra anclada en la bahía.

Blanoo 96

DON JUAN LAZAGA Comandante del crucero «Almirante Oquendo»

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Eq los espesos matorrales que dominaban el barranco estaban apor- tadas las tropas españolas, que pudieron sostenerse en sus posiciones hasta la media noche.

* * *

«El empeño de los americanos era avanzar hasta tomar las alturas próximas; el propósito de los españoles consistía en impedir los movi- mientos de aquéllos.

Los yanquis no veían á las tropas españolas, y sólo tenían como guía para la dirección de sus fuegos los fogonazos de aquéllas.

En estas condiciones se peleó toda la tarde, sin lograr el avance, manteniéndose constantemente á la defensiva.

Al llegarla noche se creyó por los americanos que cesaría el fuego, pero los guerrilleros españoles hostilizaron en tales términos el campa- mento, que se consideraron en la necesidad de pedir nuevo auxilio á sus barcos, los cuales mandaron una chalupa del MarhUhead con ametra- lladoras. Al mismo tiempo enfocaron los reflectores eléctricos sobre las posiciones de los españoles, descargando sobre ellas gran cantidad de metralla, cuyos efectos debieron ser escasos, porque no alteraron el fuego que se hacía desde las emboscadas.

El ataque más vigoroso fué el que se dio poco después de media- noche.

Los españoles llegaron á paso de carga hasta la pendiente Sudoes- te, siendo recibidos con descargas cerradas. No por esto desistieron, sino que volvieron á cargar repetidas veces, cambiando el frente del ataque y fogueando al enemigo desde distintos puntos, causándole numerosas bajas.

La chalupa del Marblehead atacó á un grupo de españoles que ocu-

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paban la pendiente de la parte Sur, mientras los marinos yanquis que resistían formados en cuadro el fuego, cargaron sobre la línea de las emboscadas. El combate fué tan duro que en algunos momentos se lu- chó cuerpo á cuerpo, haciendo los oficiales uso de su revólver.

Así se peleó en diferentes puatos hasta la madrugada, en que los americanos pudieron utilizar tres cañones de montaña, bombardeando á algunos pelotones de soldados españoles.

Ambos combatientes lucharon con mucha valentía, haciendo los americanos grandes elogios del valor que desplegaron ios soldados es- pañoles.

Ño se sabe la suerte que han corrido los exploradores y algunos soldados de los destacamentos yanquis. Hay quien dice que el número de muertos norteamericanos no baja de 20, entre ellos el cirujano Sibbs y el sargento Smith: entre los desaparecidos figuran los tenientes Ne- ville y Vhiw.

Los españoles tuvieron once muertos y trece heridos.

No se conoce el número de heridos americanos, los cuales fueron trasladados á bordo del Marblehead .

Los americanos han resuelto no avanzar, esperando, bajo la pro- tección de sus barcos y apoyados por los cañones desembarcados, la llegada de refuerzos y de sesenta insurrectos ofrecidos por los jefes de las partidas para que les sirvan de guías. **»

***

Según comunicaron las autoridades de Cuba, el día del último bombardeo de Santiago sufrieron graves averías el Massachussets, el New York y el Broklyn.

Los tres acorazados tuvieron que retirarse.

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Los dos primeros buques quedaron con sus máquinas tan deterio- radas, que aún después de recompuestas podrían aquellos prestar servi- cio por muy poco tiempo.

El Massachussets fué el que quedó en peor estado, siendo desmon- tado uno de sus grandes cañones.

A bordo de dichos buques, y como efecto del ataque á Santiago de Cuba últimamente operado, resultaron en la escuadra enemiga varios muertos y bastantes heridos de gravedad, detalles que lograron ocultar los norteamericanos hasta lo inverosímil.

Un despacho fechado el j 3 en Guantánamo, que publicó el Everi' nm^y¿>z/r/2íjZ de Nueva York, aseguraba que fuerzas considerables de tropas españolas atacaron de nuevo á los americanos, los cuales tuvie- ron que refugiarse en sus tiiacheras y en sus botes.

El Texas y el Marblehead acudieron en su auxilio disparando sus cañones de tiro rápi io.

Añadía el despacho que el combate sostenido durante la noche del 12, fué notable por la insistencia de los asaltos que dieron los españo- les al campamento aoiericano, por la bizarría con que se batieron y por los resultados del combate, totalmente favorables á la causa de Es- paña.

Otro despacho del campo americano, situado en la bahía exterior de Guantánamo, dijo el 14 que la situación de los yanquis se había he- cho extremadamente peligrosa.

Rendidos de fatiga por los incesantes ataques de los españoles, hu hieran sido ya aniquilados á no hallarse relativamente protegidos por los cañones de los barcos de guerra.

Los españoles tenían cercado el campamento y á cada instante re- novaban las embestidas. Por la noche avanzaban á través de la maleza hasta llegar á treinta metros de distancia de los sitiados.

En el combate del 13, la cooperación de los insurrectos les fué des-

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favorable en vez de beneficiosa, pues los tiros de la partida, en vez de herir á los españoles, herían á los americanos.

» * *

En todas las provincias se emprendieron activas operaciones con- tra los insurre;tos tomando una ofensiva vigorosa que daba por resul- tado combates con éxitos satisfactorios.

Aprovechando la reconcentración de nuestras fuerzas en los puntos más inmediatos á la costa, las partidas y grupos de rebeldes habíanse reunido en casi todas las jurisdicciones, formando nú;leos mayores de los que se veían desde hacía algunos meses, obedeciendo á órdenes de Máximo Gómez.

Proponíase este cabecilla, no sólo distraer fuerzas en el interior pa- ra que faera menor la vigilancia de las costas, sino tener núcleos de alguna importancia dispuestos para el momento en que se necesitase apoyar desde tierra alguna operación de desembarco de material y de hombres.

A dispersar esos núcleos rebeldes tendía la vigorosa ofensiva de nuestras tropas.

Dos partidas rebeldes, formando un contingente de 200 hombres que habían cruzado el río Hanabana, se dirigieron por Calimete hacia Cumanayagua, logrando penetrar en el pueblo y saquear algunas tiendas.

La guerrilla que guarnecía el poblado arremetió contra el enemigo haciéndoles bastantes bajas y poniéndoles en fuga.

Al huir los insurrectos prendieron fuego á algunas casas de las afue- ras de la población.

La guerrilla les persiguió, logrando recuperar los muchos recursos

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que sacaron de Cumanayagua, los cuales viéronse obligados á abando- nar en la huida.

Por ambas partes se demostró gran tenacidad, pues llegaron á li- brarse tres combates á cual más reñido y sangriento.

El teniente de la guerrilla murió á la cabeza de sus soldados, resul- tando heridos un sargento, dos cabos y nueve individuos de tropa.

Las bajas que experimentó la partida no se determinó en los partes.

Cumanayagua es un poblado que se halla en el límite de las pro - vincias de Matanzas y Santa Clara, perla parte de Ctenfuegos.

Está enclavado en una zona de ingenios y su término se enlaza con Colón por el ferrocarril de Calimete.

Ocupa una posición que puede considerarse como estratégica por bordear la línea del Hanabana y por tener muy cerca la Ciénaga de Zapata.

En Las Villas, fuerzas de la 3.'^ subzona destruyeron un campamen- to rebelde en Palma Larga y Obea, alcanzando fuerte partida en Yan- guas de Cayamas, tomando posiciones tras rudo combate, dispersán- dola y recogiendo diez muertos, armas, municiones, caballos y efectos.

La columna tuvo un muerto, ocho heridos y tres contusos.

Las noticias que de O/iente se tenían en la Habana eran muy esca- sas y deficientes, á causa de la luptura del cable y la falta por ende de comunicación directa, por lo que era grande la ansiedad que reinaba por conocer el desarrollo que allí tenían los acontecimientos.

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CA.PITULO XIX

tíalida de Cayo Hueso del ejército inrasor de Cuba. Santiago incomunicado con el interior, ^Naevo bombardeo de Santiago. Nuestras bajas. Intentos de desembarco. Impor- tante operación militar contra los rebeldes. Movimiento de columnas. Combate victo- rioso en el Principe. ^Desembarco rechazado en Cabanas. Llegada de la expedición yanqui frente á Santiago de Cuba. Desembarco y conferencia. Rumores y noticias. Expectación. Operación sobre Cayo Piedra. Cañoneo de Casilda. Triste impresión. Desembarco de le expedición yanqui en Daiquiri. Yanquis y mambises fraternizan. Telegrama oficial. La situación de Cuba.

OR fia, segúa telegrama oficial que recibió el 14 el go- bierno norteamericano, salió de Cayo Hueso el dia anterior la expedición militar yanqui para la invasión de Cuba, compuesta de 14500 soldados y 773 oficia- les, conducidos en treinta y dos transportes, cu,stodiados por varios barcos de guerra.

El acto de la salida del ejército invasor ofrecía un espec- táculo imponente, pues la flota se^extendía en un espacio de muchas millas.

La expedición se calculaba llegaría á la costa [oriental de Cuba el 16 por la mañana.

Las noticias de Santiago de Cuba eran muy deficientes. La red de cables había sufrido roturas por distintos puntos, y aunque en varios se habían recompuesto, la comunicación no podía ser muy regular. A media noche del 13 fué rechazado en la boca del puerto de

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Santiígo un barco eDemigo que se acercó demasiado á las baterías avanzadas de tierra, alejándose y contestando con dos disparos.

Al amanecer del siguiente día rcmpieron fuego sobre aquellas ba- terías el New York, el Amazonas, y un aviso, haciendo unos 6o dispa- ros, retirándose al contestar eljcastillo del Morro y los fuertes de Socapa .

A las cinco de la mañana ocho barcos yanquis rompieron fuego rápido é intenso durante una hora sobre las baterías de la costa y Aguadores, lanzando más de i,ooo proyecliles de todos calibres.

Todas nuestas baterías contestaron al fuego enemigo, viéndose caer algunas granadas sobre los barcos americanos, en los que causaron graves averías.

Las bajas que en nuestro ejercito y marino causaron los proyecti- les yanquis fueron las siguientes: en las baterías del Morro y la Socapa, tres muertos de tropa, el capitán de navio don Ricardo Brugueta heri- do leve, el segundo teniente de artillería don Juan Artal, grave, y i6 soldados heridos, tres de ellos graves.

Algunos proyectiles disparados por el enemigo cayeron en la ba- hía, sin causar daño ni avería alguna en nuestra escuadra.

Las fuerzas del ejército, voluntarios y bomberos estuvieron en los puestos que les estaban designados, y la población se mostró animosa duraiite el bombardeo.

*

Acaso para tantear el camino, los yanquis intentaron al otro día, con poca foituna, un pequeño desembarco en Punta Cabrera, al Oeste de Santiago.

En las primeras horas de la mañana se presentaron frente á Punta Cabrera un acorazado y un yate americanos, que destacaron varias ca-

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ñoneías, con fuerzas de desembarco, las cuales fueron rechazadas y duramente castigadas por la columna del coronel Aldea, retirándose sin conseguir su propósito y sin causar baja alguna en nuestras tropas ni desperfectos en la obra de defensa.

En la mañana del propio día hubo otro intento de desembarco, en tres lanchas con gente armada, en la bahía de Cabanas, protegido por fuego de la escuadra, sien- do igualmente rechazados los yanquis por descargas de fusilería de nuestras tro- pas, y huyendo rápida- mente con bajas.

Un cablegrama del ge- neral Blanco del i6 anun- ció al ministro de la Gue- rra que seguía la incomu- nicación entre Guantána- mo y Santiago de Cuba, acentuándose cada momen- to las noticias dsl próximo desembarco de una expedi- ción de 25.000 americanos por Caimanera.

Dio cuenta, además, de una importante operación

militar realizada por los batallones de Barbón y Tetuán, en combina- cir^n con el cañonero Hernán Cortés, sobre Punta Alegre, cerca de C^ibarién, donde se habían reconcentrado las partidas de las jurisdic- ciones de Remedios y Placetas, mandadas por los cabecillas Pancho Cariillo, el negro González y José Miguel Gimez.

Blanco 100

DON VÍCTOR CONGAS Comandante del crucero ¡.(.Infanta María Teresa»

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Habíacse acerctdo y situado les fuerzas rebeldes en las proximida- des de la costa, con el propósito, según se creyó, de espersr y protejer un desembarco.

El primer encuentro fué en el paso del río Gamboa, donde fueron batidos los insurrectos y perseguidos hacia Chambas y Caules, arro- llándolas tn los tres puntos, en combine ción con fuerzas de marinería embarcadas en lanchas del cañonero Hernán Cortés.

La acometida por tierra fué muy brusca y perfectamente aprove- cbrda por el Hernán Cortés desde el mar.

El enemigo se batió con tesón, pero, no pudiendo resistir los fue- gos de las fuerzas combinadas, se dispersó al fin en Canales, abando- nando seis muertos, nueve caballos, armas, víveres, reses y un prisio- nero.

La columna, que en persecución de las partidas llegó hasta Punta Alegre, tuvo que lamentar dos muertos de tropa y un oficial y siete soldados heridos.

*

Habiéndcse observado que las paitidas rebeldes, que en pequeños núcleos recorrían el interior de las provincias, dedicábanse á destruir los telégrafos, el general en jtfe organizó un movimiento de columnas al mando del general González Parrado, en las provincias de la Hbbana y Pinar del Río, para batirlos, escarmentarlos y dispersarlos, evitando ¿ la vez su reconcentración.

En el Csmagüey, la columna que mandaba el general Muñoz, sos- tuvo un glorioso combate en jurisdicción del Príncipe, escarmentando duramente al enemigo, que dejó sobre el campo 38 muertos, Uevándo- sje muchos heridos.

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Nuestras faerzas tuvieroa seis musrtos y 44 heridos.

En la mañana del 17 los cañones de la escuadra ameiicana rom- pieron simultáneamente el fuego sobre la columna mandada por el coronel Aldea y las fuerzas del comaadante Escobar, situadas en la bahía de Cabanas y en Mazamorra.

El enemigo, creyendo haber dispersado nuestras fuerzas, intentó el desembarco de sus tropas destacando tres grandes lanchones reple- tos de soldados.

Los nuestros, con gran serenidad, permanecieron emboscados hasta que estuvieron los yanquis al alcance de sus Maüsser?, y tan pronto los tuvieron á tiro seguro, rompieron contra ellos un nutrido fuego por descargas cerradas, ninguna de las cuales dejó de hacer blanco.

Tan próximo y certero fué el fuego, que caus3 á los invasores numerosas bajas, obligáadoles á huir presurosamente, sin atreverse apenas á contestar, protegidos siempre por el fuego de cañón de sus barcos.

No obstante el vivo cañoneo y los disparos de los rifles americanos nuestras bajas se limitaron á un guerrillero, que desapareció, sin dejar rastro alguno de sangre, y varios contusos de piedra.

Telegrafiaron de Nueva York el 18, que la expedición que manda- ba el general Shafter había llegado en la mañana de este día frente á Santiago de Cuba, y que parte de las fuerzas desembarcaron el mismo día, y el resto lo haría al siguiente.

El general Shafter y su estado mayor fueron los primeros en sal- tar á tierra.

Da Londres comunicaron el 19, que una parte escasa de la expe- dición norteamericana había desembarcado el día anterior en la costa Sur de Cuba, entre Santiago y Guantánam).

Acerca del resto de la expedición Shafter se daban dos versiones.

Según la más extendida, hsbía doblado el mismo día el cabo Maisí, para desembarcar al siguiente en lugar donde no hubiera resistencia de parte de nuestras tropas. Según otra versién, las fuerzas expedicio- narias continuaban al amparo de la escuadra y á bordo de los trans- portes.

Los americanos que habían desembarcado esperaban la inmediata cooperación de Celixto García y Rabí para el avance.

Un despacho de la prensa asociada, expedido desde Mole Saint Nicolás el 20, confirmó la llegada frente á Santitgo de los trícsportes que conducían Íes tropas mandadas por el general Shafter.

Las fuerzas exredicionaiias passban de 15.0CO hombres.

Telegramas de origen noitesmericano dijeren el 21 que el almi- rante Sam,^son y el jefe de Jas fuei zas expedicionarias, general Shafter, desembarcaron con una pequeña escolta, el día 19, á diez y siete millas al Oeste de Santiago y peretraron una milla en el interior, celebrando en un despoblado con Calixto García una conferencia que duró mu- chas horas, reembarcándose después.

En e.' a conferencia se acordó que el desembarco general de las tropas no se emprendería hasta psssdos dos ó tres días y que antes se desembarcarían pequeños destacamentos en distintos sitios al Este y al Ocste de Santiago, con objeto de que los españoles se desorientaran y dudaran de las verdaderos intenciones de los norteamericanos.

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* *

Tuvo confidencias el general Bernal de que en Cayo Piedra, pe- ñasco que sirve de punto de reconocimiento de la ensenada de Cárde- nas, donde desembarcaron los yanquis cuando atacaron por vez pri- mera dicha plaza, habían dfjfdo los americanos efectos y armas.

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A pesar de haber algunos barcos enemigos á la vista, dispuso que uno de los remolcadores de servicio en la bahía fuera á practicar un reconocimiento.

El remolcador Diego, llevando á bordo gente decidida, se deslizó hasta Cayo Piedra, y los tripulantes reconocieron minuciosamente el peñasco, encontrando víveres y armas.

Adveitido el enemigo, hizo fuego sobre el cayo, pero ni los vale- rosos tripulantes volvieron á bordo, ni el Diego se retiró hasta dejar cumplida la orden.

Viendo los americanos el desdén con que aquellos arrojados tripu- lantes recibían el fuego de sus barcos, destacaron uno para darles caza, pero llegó tarde.

El Diego volvió al puerto con los efectos recogidos, y el baque yanqui se retiró antes de ponerse bajo el fuego de las baterías de tierra. .

Desmintió la tripulación que los yanquis tuvieran amarrado un cable en aquel cayo, como se creía ea Cárdenas.

Los tripulantes del Diego fueron objeto de muchas felicitaciones.

El Cayo Piedra se halia en la parte más septentrional de la isla, como á dos kilómetros al N. y N.E. del cayo Morito y más de cinco del del extremo Norte de la punta de Hicacos. En él se halla instalado un faro y pertenece al término municipal de Cárdenas.

Un buque enemigo cañoneó el día 20 á Casilda, disparando 150 proyectiles de calibre t6 y otros menores durante tres horas. Las tropas situadas convenientemente para la defensa, que fué brillante, apoyadas por los fuegos del i^oulón Fernando el Católico y cañonero Depen- diente, en medio de grande entusiasmo, obligaron á retirarse al buque sin haber logrado otra cosa que hacer ligeros desperfectos en alguna casa y almacén.

Casilda es el puerto de Trinidad (Las Villas), con dos muelles y ua pequeño caserío y distante de Ja ciudad uLos tres kilómetros.

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Produjeron impresión muy triste en la opinión pública los tele- gramas oficiales de Cuba, que se recibieron el día 23, relativos al des- e-nbarco de las fuerzas yanquis en las inmediaciones de Smtiago. El Gobierno no ocultó esta misma impresión.

Era grave la declaración del general Cervera, diciendo que la si- tuación era crítica y que habían desembarcado las dotaciones de Jos buques de nuestra escuadra, para combatir en tierra, ha'ta donde al- canzaba el número de fusiles dispoaibles.

El desembarco de los norteamericanos se verificó en Daiquiri, á diez y siete millas al Este de Santiago, en la mañana del 22.

Poco después de las nueve la escuadra americana avanzó, situán- dose á lo largo de la coste, y empezó á bombardear al mismo tiempo Aguadores, Juragua, Cabanas y el Siboney, al Este y al Oeste de San- tiago, porque eran los puntos fortificados de los cuales era necesario desalojar á los españoles antes de marchar sobre Santiago.

El fuego de la escuadra yanqui fué muy sostenido y violento, es- pecialmente frente á Punta Barracos, Daiquiri y Bacanao. Durante el primer cuarto de hora los acorazados dispararon más de 50 granadas de grueso calibre é hicieron numerosas descargas con sus cañones de tiro rápido sobre los matorrales de la costa.

Mientras los buques cañoneaban la costa, al rededor de los trans- portes empezaron á circular multitud de lanchas, en las que fueron embarcando las tropas de infantería.

Protegidos por varios cruceros, que seguían haciendo fuego por encima de la costa en que se debía verificar el desembarco, avanzaron esas lanchas hacia tierra, á donde llegaron á las diez de la mañana.

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Las primeras fuerzas que desembarcaron pertenecían al primero, octavo, duodécimo y vigésimo quinto regimiento de infantería.

Al llegar á tierra esas fuerzas lanzaron un ¡hurral formidable, que se oyó desde los barcos.

Cuando el desembarco se verificó, la m;r estaba completamente tranquila, claro el cielo y una ligera brisa refrescaba la atmósfera.

Mil insurrectos, que al mando del cabecilla Castillo habían sido conducidos con antelación en varios buques de guerra americanos desde el Aserradero á Sigua, protegieron el desembarco.

Cuando este empezó, las tropas españolas se encontraron entre dos fuegos; el de la escuadra que las cañoneaba, y el de la fusilería de los insurrectos que dominaban las baterías de tierra.

Ea seguida que desembarcaron las tropas americanas, se formó el campamento en la misma costa.

Los insurrectos, que se habían mantenido ocultos entre los mato- rrales, se aproximaron entonces y fraternizaron con los americanos.

A las diez y media desembarcó el segundo destacamento.

La escuadra continuó el bombardeo, dirigiendo sus disparos por encima de la línea de colinas que rodea el punto donde se efectuó el desembarco, con objeto de protejer el campamento yanqui.

Parece que el general Shafter se proponía, primeramente, desem- barcar en el Aserradero, siguiendo las indicaciones de Calixto García, pero esta intención fué abandonada, porque no existe más que un ca- mino de herradura para ir á Santiago, mientras que desde Daiquiri hay muy buen camino y existen en esta población abundantes depósi tos de agua potable.

A la una de la madrugada del 33 quedaron desembarcadas y acam- padas en Daiquiri y sus cercanías todas las fuerzas expedicionarias del general Shafter.

El telegrama oficial dando cuenta y detalles del bombardeo y de-

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sembarco de la expedición yanqui en las costas de Santiago de Cuba, decía así:

«Rabana, 5;.— Capitán General á ministro Guerra:

Ayer, ocho, á tres tarde, cañoneo acorazados y algunos cruceros frente Cuba, desde Punta Cabrera á Punta Aguadores, ocasionaron un muerto Morro, un herido, tres contusos Aguadores. Indiana averías 4 metros mura babor y tres proyectiles sobre el Texas. Resto barcos, desde cinco mañana hasta anochecer, rudo ataque contra S'.boney y Daiquiri, apoyando desembarco efectuado entre Daiquiri y Punta Be- rraco, no guarnecido por tropas nuestras.

Tres compañías de Talavera, ante fuego 6) cañones cruceros y movimiento envolvente tropas americanas desembarco, replegáronse ordenadamente por la sierra á Vinen, y de allí á Firmeza, quemando puesto. Sólo se sabe murió comandante militar Siboney, capitán movi- lizado Luis Beliini, ignorándose restantes 15.

Arrasado por fuego enemigo Siboney, donde resistió general Ru- bín, y Daiquiri también arrasado.

En Punta Cabrera, coronel Aldea rechazó por tierra ataque de partida rebelde.

Coronel Escario salió ayer seis tarde de Manzanillo con convoy para Cuba.

He felicitado general Linares y sus bizarras tropas por haber deja do tan alto honor de las sumas.— Blanco.»

* * *

La situación de Cuba empezó desde ese día á adquirir un aspecto más íerio.

Les noticias oficiales confirmaron los despachos particulares que

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Blanco 101

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hablaban del desembarco de los americanos en las inmediaciones de Sintiago da Cuba, produciendo muy honda emoción en la opinión pu blica lo que decía el general Cervera sobre el desembarco de la gente de á bordo para pelear en tierra y el considerar dicho general como crítica la situación, y muy acres censuras y duros comentarios lo con- signado en el telegrama por el general Blanco, respecto al abandono en que se tenía á Daiquiri y el trozo de costa en que se verificó el des- embarco.

No satisfacieron á la opinión las explicaciones que dio el Gobierno, al que acusaron de imprevisor, de que no contaba el general Linares con fuerzas suficientes para establecer un cordón de soldados que impi- diese el desembarco del enemigo, porque las noticias aseguraban que el desembarco estaba proyectado por la costa de Mariel á Cárdenas, la cual estaba perfectamente defendida.

Ni el Gobierno ni el gobernador general de Cuba creyeron que el enemigo se decidiese á hscer el desembarco por donde lo habia hecho, porque su objetivo, después de conseguido, quedaba reducido á las proporciones de cualquiera expedición filibustera de las que hasta en- tonces se habían realizado.

La tarde del 23 de Junio fué de las que han dejado más triste im- presión en el ánimo.

No llegamos á dudar nunca del desembarco; pero tampoco dude- mos ni por un momento de que les costaría algunas bajas á los invaso- res, y nunca pudimos llegar á imaginar que lo realizaran por sorpresa y con tan inexplicable impunidad.

La expectación era grande, y grande también el ansia por ver si se desvanecían las tristes impresiones producidas por las desagradables noticias trasmitidas por el cable.

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La vanguardia del ejército americano llegó el 23 por la tarde á la ladera de la meseta que rodea el puerto de Santiago, izando la bandera norteamericana en Jaragua.

Nuestras tropas continuaban replegándose y batiéndose en retirada con el propósito de concentrarse en los puntos estratégicos de la sierra.

Una partida insurrecta que acompañaba á los americanos se tiroteó con la retaguardia de nuestras fuerzas, que les causaron dos muertos y siete heridos.

Las tropas americanas estaban rendidas por la fatiga de una mar- cha forzada y por el calor que era terrible, y sufrían también por la falta de víveres, porque los transportes, con el resto de las tropas an- clados frente á Jaragua, no habían podido desembarcar ni dicho día ni al siguiente, los víveres y hombres por el estado del mar.

El general Linares, al frente de fuerzas situadas en Pozo y Sevilla para rechazar desembarco, fué hostilizado en la tarde del 23 y mañana del 34 por fuerzas americanas de unos 300 hombres y fuerte núcleo de rebeldes en Siboney y Sevilla, que le causaron un muerto, y otros dos y tres heridos al tomar nuestras tropas posiciones para acampar.

Por la tarde del mismo día atacaron los yanquis el campamen- to del general Rubín, siendo rechazados con bajas y perseguidos con vivo fuego, cogiéndoles municiones y varias prendas de paño azul con botón dorado de águila.

En la misma tarde dos buques hicieron fuego sobre Casilda, dispa- rando en media hora más de cien proyectiles, sin otra novedad que desperfectos en alguna casa.

En el ataque del 24 tomaron parte cinco regimientos de infantería y varios escuadrones desmontados de la caballería yanki: en total 1. 000 hombres.

Nuestras fuerzas, que formaban un escalón avanzado, estaban cons- tituidas por tres compañías del batallón provisional de Puerto Rico, al

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mando del comandante don Andrés Alcañiz, dos compañías del batt- llón de Talayera y una de movilizados.

A pesar de la inferioridad numérica, nuestras tropas «sostuvieron el ataque con gran bizarría, obligando á los yanquis á retirarse.

El teatro de la lucha distaba seis millas de la costa y menos de cin- co de Santiago de Cuba.

Ea el avance, la caballería yanqui de los Rougs Riders se vio obli- gada á pasar por uq desfiladero estrechísimo, cubierto de vegetación, que impedía ver á mayor distancia de veinte pies.

Mandaba la fuerza regular el general Young y la irregular el co- ronel Wood.

Marchaban los Rougs Riders sin plan y seguían un estrecho cami- no entre el bosque, haciendo un ruido espantoso.

Da repente viéronse rodeados por un destacamento español que se hallaba emboscado, y se entabló una lucha espantosa.

A la primera descarga de nuestras tropas cayeron á tierra muchos yanquis y rebeldes cubanos.

El jefd americano destacó una compañía á la descubierta, mandan- do que otras dos se internaran por los matorrales de derecha á iz- quierda.

Nuestros soldados, ocultos en la manigua, dejaron desfilar á los exploradores, y al acercarse las dos compañías que marchaban perfecta- mente alineadas, dispararon contra ellas. Dos soldados yanquis caye- ron muertos y heridos otros; una bala atravesó el corazón al sargento Hamilton Fish, aristócrata neoyoikino.

La compañía que mandaba el capitán Capson se dispersó, dispa- rando unos contra otros: da tal molo les desorientó la sorpresa.

Advertido el coronel Roosevelt, acudió presuroso con refuerzos, é hizo retroceder sus fuerzas para sustraerlas al fuego de los nuestros qie, invisibles en el bosque, disparaban sobre los yanquis aturdidos

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por ]a confusión de la sorpresa y las bajas que las primeras descargas les hicieron.

Así permanecieron cerca de dos horas, muriendo el capitán Cap- son V 17 ^soldados, y siendo heridos de gravedad el corresponsal del New York /ournal, mister Marshall y 80 voluntarios.

El coronel Roosevelt, desobedecido y acosado por los suyos, los

increpó duramente, y al escuchar los gritos de terror y de maldición que contra él lanzaban, les gritaba:

« Defendeos, batios, en vez de jurar y maldecir.»

Y cogiendo un rifle para dar ejemplo y uniendo la acción á la pa- labra, se puso á la cabeza de sus tropas, dirigéndose hacia el sitio don- de estaban emboscados los españoles.

Mientras tanto, éstos disparaban descarga sobre descarga, y aun- que los americanos trataron de hacer frente y avanzar, viéronse obli- gados á huir á la desbandada.

Los oficiales trataron de detenerlos, y los buques auxiliares procu- raron barrer el flinco de nuestras tropas; pero los disparos de su arti- llería no alcanzaban al lugar de la acción.

Merced á la llegada de fuerzas de caballería del regimiento ig.' no fué copada la vanguardia americana.

Confesó el corresponsal Marshall que los españoles no tuvieron ni una sola baja.

En el combate perecieron, además, seis oficiales norteamericanos.

***

Reunidas varias compañías, dispuriéronse á atacar á las tropas es- pañolas que se extendían en una zona de veinte millas. Ea este nuevo avance los Rougs Riders lograron fácilmente apoderarse de Altares, de

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donde se retiró nuestro destacamento para replegarse en el campo atrincherado con las demás fuerzas concentradas.

Descansaron y almorzaron allí, comenzando luego á subir la cues- ta que conduce á la meseta que separa Santiago del mar.

La íatiga de la pendiente y, sobre todo, el terrible calor que expe- rimentaban, les obligó á descansar de continuo y á desistir de sus pro- pósitos, por sufrir muchos casos de insolación.

En la mañana del siguiente día 25 fué atacada la columna del ge- neral Rubin, á las inmediatas órdenes del general Linares, entre los al- tos de Sevilla y la costa, por fuerzas yanquis considerables, apoyadas por artillería, que avanzaron decididamente presentándose al descu- bierto, siendo rechazadas con numerosas b&jas vistas, observándose ya que operaban en combinación coa partidas rebeldes, los cuales grita- ban ¡viva Cuba independiente!

Al mediodía y por la tarde reanudaron el atique con igual resul- tado, apoyados por el fuego de la escuadra, que cañoneó la costa, é in- tentando tomar las lomas á la bayoneta y sufriendo muchas bajas.

Nuestras pérdidas, en ambas jornadas, fueron de ocho muertos de tropa y tres oficiales y 24 soldados heridos, distinguiéndose notable- mente en los combates el jefe en comisión del batallón provisional de Puerto Rico, comandante don Andrés Alcañiz y el coronel de caballe- ría don Domingo Borry.

La circunstancia de no poder tomar la ofensiva hasta la llegada de las 'ropas de auxilio de Manzanillo y la de quedar debilitada la defen- sa exterior de la ciudad, determinaron al general Linares á replegar en las trincheras las fuerzas; operación que efectuó sin ser hostilizado por el enemigo.

En la tarde del 26 desembarcó en la costa de Daiquiri el resto de la fuerza yanqui expedicionaria.

Ocho mil soldados americanos se extendían en siete millas alrede- dor de Siboney.

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Los ingenieros se adelantaron para construir un camino que facili- tase el paso de la artillería de sitio é impedimenta á diez millas de San- tiago de Cuba. Este camino lo ocuparían 4,000 insurrectos al mando de

Calixto García.

El calor era asfixiante y los soldados norteamericanos arrojaban por los caminos las mantas y abrigos y muchos caminaban ya descalzos.

Los generales smericanos confesaban que se había incurrido en un grave error equipando á sus tropas como si fueran á una excursión al Polo Norte.

En una reunión que celebraron dicho día'26 varios generales yan- quis y cabíciUas rebeldes, Shaftcr neclaró ingécuamente que habla te- nido la esperanza de apoderarse squel mismo día de la plpza de Santia- go, pero que comprendía ya que había de tardar aún ocho ó diez días.

Otros jefes indicaron que, á su juicio, la plaza resistiría un mes, pues aún quedaban en ella provisiones para treinta días y esperabnn también que las tropas españolas de otras zonas de la provincia acu- dieran en defensa de la capital.

Según los informes trasmitidos por les insurrectos, las fuei zas de todas clases que á la fecha defendían á Santiago de Cuba no llegaban s 8,000 hombres; pero este número lo estimaban suficiente para una de- fensa larga y empeñada.

Hablóse en la reunión de la prc'xima llegada del general Pando con tropas de auxilio, inclinándose la mayoría á creer que no llegaría á tiempo, pues tendría que recorrer cuando menos doscientas millas de un territorio muy accidentado y donde los insurrectos tenían estable- cidas numerosas emboscadas.

Además las tropas de socorro necesitaban llevar convoyes impot- tantes y de difícil transporte.

CAPITULO XX

El ataque á Santiago de Cuba. Gloria estéril. Avance del ejército invasor. Las fuerzas yanquis. Las tropas españolas. Rudo combate en El Caney. Las dos escuadras. Heroica defensa de El Caney. Muerte gloriosa del general Vara de Rey. Retirada á Santiago. En Aguadores. —Nuestras bajas. La retirada de nuestra? tropas. Las bajas del enemigo. Nuestro saludo á los héroes de la jornada. Elogios al valor de nuestros soldados. :Los esfuerzos del Gobierno. Por ineptitud é imprevisión.

' ucEDió lo que era de temer. Cunndo el Gobierno y sus optimistas defensores, para disculpar sus imprevisiones y tranquilizar á las gentes, aseguraba que las columnas de refuerzo llegarían á Santiago de Cuba en siete ú ocho jornadas, pensamos, como hemos consignado anteriormente, que, desgraciadamente, esto no era posible, porque lo mis- mo desde Manzanillo que desde Holguín se harían las jor- nadas con dificultades de tal naturaleza, que no podía aven- turarse nadie á fijar plazos para recorrer la distancia que separa á Santiago de los puntos de partida de las columnas que acu- dían en socorro de la plaza amenszada, al frente del general Nario y el coronel Escario.

Y, con efecto, el formidable ataque se realizó sin que aquella» co- lumnas hubiesen podido reforzar los escasos elementos de resistencia con que contaba el general Linares.

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Grandes fueron las responsabilidades 'que contrajeron en este tre mendo problema el Gobierno y los por él elegidos para defender la honra y el territorio nacional, pero ninguna tan grande, ninguna que merezca protesta más enérgica y acusación más resuelta que esta impre- visión misma, este abanlono sin ejemplo en que se dejara á un puñado de valientes que conquistaron la admiración del mundo.

Y fué la más grave de todas, por que existían elementos sobrados 6-1 Cuba para haber hacho inexpugaabies las posiciones que defendían á Santiago; porque hubo tiempo sobrado para realizar esa obra nació - nal, y porque de haberse cumplido con el deber, se contara con grandes probabi- lidades de que la guerra hu- biese hecho crisis en los des- filaderos de Firmeza, al pie de las lomas del Caney, á orillas del río San Juan y en las vertientes de Sevilla.

Si; allí se pudo y se debió vencer á ese formidable ene- migo; y allí se escribió, es verdad, una página gloriosa, pero no se venció.

Santiago de Cuba quedó cercado por el ejército invasor después del sangriento y glorioso combate del i." de Julio. Sobre aquella vieja poblfcián sin defensas enfilaría el enemigo los cañones que emplazase en las posiciones tan heroica y tenazmente defendida y regadas con la sangre de nuestros heroicos soldados. - - ' <

Blanco 102

CORONEL DE ARLILLERIA Sr. ORDONEZ

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Santiago de Cuba no tenía murallas ni castillos; era una población abierta.

Desde el Caney enfilaiían el Campo de Marte, el magnífico Hos- pital levantado en la parte alta de Ja ciudad y cortarían el camino de El Cristo, la linea férrea de Sabanillss y la parte del cementerio (lla- mado vulgarmente Car grt jera), donde se dio sepultura al célebre agitador Maití; desde loma de San Juan podrían enfilar la parte nueva de Santo Tomás hasta la Catedral y Plaza de Armas, batiendo también la Alameda y los muelles.

La población de Santiago de Cuba no tenía ctras defensas que los atrincheramientos que se habían levantado en aquellos últimos áias y oun círculo metálico ó alambrado ante el cual se contuvo el enemig en su avance por un campo de muerte.

* *

El telegrama del capitán general de Cuba dando cuenta del com- bate librado el día i.° do Julio en las cercanías de Santiago, nos apenó profundamente. Herido de gravedad el general Linares, muerto glo- riosamente el general Vara de Rey, hei ido gravemente el capitán de navio señor Bustamante, salvada la artilleiía á costa de mucha sangre, evacuado El Caney tras gloriosa resistencia, sólo nos quedó, para con- solarnos de tan triíte jornada, la justicia que los corresponsales yan quis hicieron al hei cismo de nuestros soldados, y la seguridad de que les pccos que aún estaban en pie, sabiían morir con el mismo valor que sus compañeros.

Acaso haya quien diga hoy que si peleábamos por el honor, á sal- vo lo dejaron aquel día y aún mis enaltecido lo dtjaiian al otro los defensores de Santiago de Cuba, tendidos á la fue iza abrumadora é

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incontrastable del número. Pero por ser verdad incontrovertible, for - zosamente hay que pensar en quién fué el responsable de que sólo un puñado de hombres (5.000 soldados á lo sumo) hubiera defendido á Santiago de Cuba.

No basta con la satisfacción de que los españoles se batieran como siempre, heroicamente. ¿Por qué no se batieron en condiciones de igualdad? ¿Por qué se les dejó morir sin provecho?

Estéril fué el sacrificio de los que durante los tres años de guerra perecieron en Cuba defendiendo la integridad de España; estéril fué el heroico sacrificio de los defensores de Santiago. Escribieron, sí, una página de oro más ea la patria historia; pero sus resplandores no ami- noraron las desastrosas consecuencias del vencimiento.

Aunque los barcos que mandaba el almirante Cervera se hubieran hundido con más gloria que los que perecieron en Trafalgar, y aunque Santiago de Cuba hubiera caido con honra mayor que la de Numancia, la Nación, que ya se sentía desmembrada y rota, tiene que pensar con serenidad en el enemigo interior que la puso casi á merced del ex- tranjero.

***

A consecuencia de la retirada forzosa de nuestras tropas de los puntos de la costa qu3 guarnecían y que no les fué posible mantener, el ejército invasor continuó sin lucha su avance hasta el pie de las po- siciones que aquéllas ocupaban en las lomas que rodean á Sautiago de Cuba.

Los yanquis ocupaban frente á la plaza cercada una extensión de cinco millas, desde Peluca, al S. E., hasta El Caney, alN. E. de Santia- go, formando un semicírculo acentuado coa los refusrzos de rebeldes mandidos por Cilixto Gircía.

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La segunda división del general Wtieeler que formaba el ala iz- quierda, se componía de dos brigadas de cababallería, con los Rough- Riders en el extremo.

Ocupaba el centro la división del general L&wton, compuesta de 1 s brigadas Cheffre, Miles y Wankowes. Estas fuerzas acampaban cerca de Sevilla.

Los españoles se hallaban coEcentrsdos en las defensas de Santia- go, teniéndolo todo dispuesto en previsión del ataque.

El avacce de la columna Escario precipitó el atsque, á pesar de haber quedado atiás la artillería de sitio.

El general Shífter contaba con más de 23. eco hombres de todas armas, incluyendo en esta cifra 5.000 insurrectos.

En cambio las íueizes españolas del general Linares no llegaban á 6.000 soldados.

Defendía la iirportante posición de Loma de San Juan, el corocel Baquero, con i.cco hombres; la no menos importante de El Caney, el general Vi ra del Rey, con 450; y las lomas sobre la playa de Aguado- res el general Rubín, en combinación con las baterías de tierra que defendían el puerto.

El plan de ataque de los yanquis era apoderarse de las fortificacio nes del puerto, mientras que Sampson forzaría la entrada del mismo para batir á la escuadra de Cerveía.

*■ * #

A las siete de la mañana del citado día i.°, el general Sbafter dio la orden para que comenzara el ataque.

El díi estaba bochornoso; hacía un calor asfixiante, insoportable. El sol, que abrasaba, que parecía despedir rayos de fuego, y la falta absoluta de viento, hacían irrespirable el ambiente.

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Yanquis y mambises, casi en cueros, ofrecían el aspecto de un ejército de bárbaros. Algunos llevaban el cinturón con los cartuchos á modo de taparrabos. Era lo úaico que cubría sus carnes.

El combate en esas condiciones era horrible. Bajo aquel sol de plo- mo, entre los olores nauseabundos de una vegetación fermentada, te- niendo que abrirse camino con el machete á través de piteras y plantas venenosas, era la pelea durísima para uno y otro bando.

Las lluvias torrenciales de los días anteriores habían hecho más difícil y penosa la marcha por aquellos campos, convertidos en loda- zales.

El toque de generala en el campo de los sitiadores era coreado con algunos gritos de ¡Viva Cuba libre!, que iniciaban los insurrectos y que repetían los norteamericanos.

En tanto, de la parte de la ciudad cercada se oían formidables y entusiastas gritos de ¡viva Españal

En ambos lados había muchas ansias de combatir.

Como sucede con todas las tropas inexpertas, paco acostumbradas á la guerra, los americanos iniciaron el ataque vigorosamente contra las obras exteriores de Santiago. Yanquis y mambises avanzaron á un tiempo mismo en tres direcciones. Las brigadas Lawton y Wheeler atacaron El Caney; el general Kent con sus fuerzas marchó sobre Agua- dores, y simultáneamente el cabecilla Calixto García con su gente avanzó hacia El Caney por el Sudeste de aquella posición, mientras otras divisiones americanas se lanzaron sobre Santiago por el Este, pre- sentando las fuerzas yanquis un frente sólido desde la costa hasta las obras defensivas septentrionales de la plaza.

Las flotas americana y española rompieron fuego y trabaron bata- lla desde que se iniciara el ataque, apoyando respsctivamente sus ejér- citos de tierra.

Los barcos de Sampson intentaron dastrair, sin conseguirlo, las

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baterías de Aguadores, ea tanto que los buques de Cervera lanzaban granadas contra las líneas americanas y cubana.

Tan grande lué el estrago que desde un principia hicieron en las filas enemigas las certeros proyectiles de nuestra escuadra, que sembra- ron el pánico y la dispersióa de los primeros batallones de infantería yanqui.

En su vista, el general Shafter hizo colocar dos baterías de artille- ría ligera al frente de las tropas y, poniéndose á la cabeza de éstas, si- guió el avance y comenzó la batalla atacando El Caney.

* * *

Bien pronto el general Wheeler, al frente de la caballería, y Calix- to Gaicia con los mambises que mandaba, uaiéronse á las fuerzas del general Lí.'wton, que marchaban sobre El Caney.

Durante algún tiempo, nuestros soldados se batieron con bravura, con desesperación, defendiendo sus posiciones heroicamente y conte- niendo el avance del enemigo, á fin de conservar el poblado; pero los americanos, con su superioridad numérica y su artillería, fueron ga- nando gradualmente el terreno, defendido palmo á palmo, logrando al fin rechazar á los nuestros hacia la población.

Allí se defiende el general Vara de Rey, con su escasa fuerza, de los seis mil hombres que le ataca, logrando sostenerse en lucha desespera da y heroica hasta la caida de la tarde, en que advirtió que había que dado fuera de combate más de la mitad de su gente.

Intentó aún seguir combatiendo, y en el momento mismo en que el enemigo, después de regar el campo de muertos y heridos, lograba por su enorme superioridad apoderarse de las. últimas posiciones que aquel valeroso general defendía, una bala enemiga le arrebató la vida, y su cadáver cayó en poder de las tropas yanquis.

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Entonces el teniente coronel del regimiento de la Constitución ini - ció la retirada con los 200 hombres que quedaban de los heroicos de- fensores de El Caney, llegando esta pequeña fuerza á Santiago de Cuba al anochecer del mismo día.

* * *

A la misma hora, el general Kent, que mandaba el centro del ejército invasor, partió sobre Aguadores, al pié de las lomas de San Juan.

Otros seis mil americanos de todas armas, con numerosa y gruesa artillería, realizaron el ataque á Loma San Juan, á donde se dirigió el general Linares á encargarse personalmente del mando de las fuerzas y de la dirección del combate.

Tres horas duró la lucha: la resistencia fué desesperada; la acome- tida resuelta. Cuantas veces intentaba la infantería yanqui llegar á nuestras trincheras, otrss tantas era rechazada por «us denodados de fensores, los cuales demostraron, con sus jefes y oficiales á la cabeza, una gran serenidad y disciplina en los fuegos.

Aguadores fué tan bravamente defendido como El Caney; defendi- do con verdadero encarnizamiento. Nuestros soldados se batieron allí uno contra diez, con un valor extraordinario, admirado y celebrado por los mismos enemigos.

Sampson, en vista de la tenaz resistencia que ofrecían los españo les, mandó á la escuadra bombardeara con furia la playa de Aguadores y las líneas españolas, á la vez que las fuerzas de ^tierra atacaban con desesperación nuestras posiciones: pero ni éstas fueron ocupadas por los yanquis, ni la escuadra americana logró realizar el desembarco de refuerzos que por aquella pBrte intentó.

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Al mismo tiempo, tres barcos de la flota americana bombardeaban las baterías del Este y del Morro, siendo en tal momento espantosa la carnicería causada por el combate. Una compañía de las tropas yanquis fué aniquilada completamente por las granadas que dispararon los obuses españoles.

Al fin, las fuerzas españolas que defendían Aguadores, ante la fuer- za del número, que no vencidos por el valor del enemigo, tuvieron también que replegurse sobre Santiago de Cuba, retirándose tan orde- nadamente que no sólo pudieron recoger y llevarse sus heridos sino muchos del enemigo.

Las fuerzas americanas y cubanas presentaban entonces una línea no interrumpida, desde el Sudeste hasta el Norte de la ciudad.

Durante la noche nuestras baterías lanzaron granadas sobre las líneas americanas. Uno de estos proyectiles, certersmente disparado, cayó en medio de una compañía yanqui, destruye idola por completo, matando ó hiriendo á todos sus individuos y sembrando el espaoto y la consternación en aquel punto de la línea de combate.

El avance del ejército invasor quedó detenido á una milla de la ciudad cercada.

Era ya de noche cuando cesó la batalla, y sólo sus sombras detu- vieron el coraje y el empuje de los combatientes de ambos bandos.

En Siboney las fortificaciones españolas resistieron con gran ven. taja el ataque del enemigo.

Las granadas lanzadas por los barcos de la escuadra de Cervera causaron grandes pérdidas entre los americanos, cuando éstos tocaban ya las defensas exteriores de Santiago.

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El fuego que hacían nuestros marinos detuvo á los yanquis cuando se apoderaban ya de los hilos de hierro de barbeta que formaban la alam- brada de ocho pies de altura que había delante de la ciudad.

Las pérdidas del ejército norteamericano se calcularon en más de mil bajas.

Ese número de bajas, verdaderamente terrible, causó gian sensa- ción en la opinión americana, y aún más horrendo efecto en el ejército sitiador, atribuyéndose tan desastrosos efectos al error de poner la in-

fanteiía en pelotones, detrás de las baterías americanas, porque em- pleando sus cañones pólvora que producía densa humareda, ésta ser- vía de blanco y permitía á los es- pañoles hacer un tiro certero.

El usar nuestras 'tropas pólvora sin humo dificultó que las baterías yanquis pudieran conocer, ni aún aproximadamente, la posición que ocupaban nuestras fuerzas.

En la dura jornada tuvieron nuestras tropas muy sensibles y considerables bajas: en las lomas de San Juan murieron el ayudante de artillería señor Domínguez, dos oficiales y 25 soldados, y íueron heridos aójefes y oficiales y más de 300 de tropa.

En esas posiciones cayó herido levemente, por un casco de grana- da en el brazo izquierdo, el comandante general de Santiago de Cuba, general Linares, siendo también heridos el coronel de artillería señor Ordoñez, en una pierna; el coronel de ingenieros señor Caula; el jefe de Estado mayor de la escuadra señor Busíamante, que mandaba los

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EL GENERAL VARA DE REY

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290 soldados de marinería desembarcados, y los ayudantes del general Linares, comandantes señores Lamadrid y A.rráiz.

I

.*.

Desde el fondo de nuestra alma enviamos una salutación fervorosa al bizarro general Linares y á los cinco mil héroes que en aquella me- morable y gloriosa jornada pelearon como españoles del tiempo épico en las líneas exteriores de Santiago de Cuba.

Tenían que contrarrestar un número cuadruplicado de enemigos, y lo hicieron desoí á sol, disputando pulgada por pulgada el terreno.

No hubo en ellos un minuto de descanso ni un asomo de indeci - sión, ante la masa enorme que por todas partes se les echara encima.

Seis mil soldados yanquis de todas armas atacaron el poblado de El Caney, defendido por cuatro compañías de 80 soldados españoles de infantería, al mando del bravo general Vara de Rey.

Pues bien; el valeroso jefe no contó las fuerzas del enemigo. ¡Qaé le importaban! Hubieran sido, no diez, sino cien veces superiores, y contra ellos hubiera luchado hasta morir, como lo hizo. El general Vara de Rey fué un héroe más, que enaltecerá la historia.

En aquel miserable poblado de El Caney estaban representados el honor de la bandera y la honradez de la patria, y Vara de Rey, antes de rendirse, prefirió morir gloriosamente.

¡Muerte gloriosa y digna de un general español!

...Y al replegarse cuando faltó la luz, salvaron la artillería, y se llevaron no tan solo sus heridos, sino muchos de los que, en las em- bestidas á Lomas de San Juan y El Caney, habían dejado sus agresores.

Dolorosas fueron nuestras pérdidas, pero evidentemente fueron in- finitamente mayores las de! ejército americano.

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El general Shaíter declaró sinceramente, que al comunicar el nú- mero de sus bajas lo había calculado en más de 500 habíase quedado muy corto, y pedía que se le enviase sin demora un nuevo buque hos- pital con cuarenta médicos y todo el correspondiente servicio.

Al otro día salió de Nueva York el Relief, habilitado con 500 camas.

Cabía suponer, por tanto, que pasaron de mil quinientas las bajas del enemigo.

Además, nuestros mismos adversarios se encargaron de enaltectr el valor y la disciplina de nuestros soldados y de decirnos que en los círculos militares de Washington reinaba, con motivo de la terrible jornada, preocupaciones muy serias.

¿Significó eso que habíamos obtenido una victoria?

No: 5.000 hombres, faltos de medios y recursos, no podían acabar con 24.000 á quienes sobraba todo; 5.000 héroes abandonados, no triun- fan jamás por completo de 24.000 agresores, á los cuales una adminis- tración solícita ha proporcionado sin tasa lo necesario y lo supérfluo.

Lo que significa es que de haber llegado á punto, como debie- ron llegar, los refuerzos prometidos al heroico Linares, y de haberse hallado Santiago de Cuba en las condiciones defensivas en que cual- quier gobierno capaz, c»ón mes y medio de plszo la hubiera puesto, el término de la gloriosa jornada hubiera sido volver de cabeza á la playa el invasor, y tal vez reembarcarse á escape nuestros soberbios enemigos.

Nuestro Gobierno y nuestra administración hicieron en Cuba lo que, á contar de principios de Marzo de aquel mismo año, estaban hacien- do en Filipinas.

Creyérase que desde el comienzo de la guerra consideraban la vic- toria imposible, y contaban para todas sus combinaciones con la derro- ta inevitable.

Creyérasj que estando seguros de un fracaso irremisible no traba- jaban ni se esforzaban sino para precipitarlo.

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Así vino á pasos agigantados, aún antes de lo que pudiéramos es- perar, la catástrofe total, diríase que deseada por algunos menguados politicastros españoles.

Y la culpa toda fué del Gobierno inepto^ que privó á nuestro va- leroso y heroico ejército de auxilios y recursos, y que lo abandonó á su triste suerte, por torpeza y por imprevisión.

CAPITULO XXI

Heroismo de nuestros mai'inos. La catástrofe de Santiago de Cuba. Destrucción y pérdida de la escuadra de Cervera. El combate naval. Gloriosa hecatombe. El parte de Shaf- ter. Relato del hoiroroso combate.— Expectación en la Habana. Recogimiento y amar- gura.— Alocución del general Blanco. Terrible dilema. Angustiosa alternativa del contralmirante Cervera. Cruento vía crucis. El desastre estaba previsto. lío era po- sible otro desenlace. ¡Felices los muertos!

N la historia de las modernas guerras navales, no se re - gistra un acto de temerario heroismo semejante al rea- lizado por la escuadra del almirante Cervera.

A fines del siglo pasado, y en los comienzos del ^ actual, barcos de madera muy inferiores en número á los ene- migos llevaron alguna vez á buen término empresas análogas. r0 Pero tal intento contra naves como las de ahora, potentísi-

mas por el armamento, por la impulsión y por la masa, no se había visto nunca.

Cuatro cruceros de 7.000 toneladas intentaron abrirse paso por en medio de una escuadra, en la cual figuraban siete acorazados de más de 10.000 y otros quince buques de primer orden.

Y no salieron los nuestros aprovechando la obscuridad de la noche, sino á la plena luz del día.

No embistieron como quien huye, ni como quien busca en trance

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desesperado la muerte, sino con la bizarría inteligente del que espera salvar la honra y conservar la vida en servicio de la patria.

A las nueve y tres cuartos de la mañana iel tres de Julio iniciaron á cara descubierta el ataque; pero á poco de salir se perdió el orden de marche, obligados por el círculo de luego del potente enemigo.

Nuestros buques procuraron entonces salir de las líneas americanas; pero los barcos de esta escuadra se repartieron las presas, acosando á cada uno de los españoles varios buques yanquis.

Marchaban combatiendo, entre un fuego horrible que sobre ellos hacían siete acorazados enemigos que los acosaban muy de cerca, vo- mitando metralla por las bocas de centenares de cañones.

Mientras, los destructores i^«/-or y Pintón desaparecían entre las olas ensangrentadas, y los tripulantes que lograron salvarse perdían de vista á los cuatro cruceros.

Desde las baterías de la boca del puerto, desde la casa del vigía, veíase maniobrar á los barcos y se oía el tremendo cañoneo.

Ante espectáculo tan imponente y desconsolador, los de tierra, aterrados, se convencieron pronto de que el desastre era inevitable, no tardando en verlo convertido en horrible realidad al distinguir los res- plandores de grandes incendios y las inmensas columnas de humo que se elevaban al cielo.

Casi al mismo tiempo sufría el Infanta Marta Teresa averies graví- simas que le inutilizaban para el combite y para la huida, y el Oquen- do era presa de un formidable incendio.

Perdidos, sin medios de lucha, viraron hacia la costa y, con un su- premo esfuerzo de máquina, embarrancaron y se hundieron.

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El terrible choque produjo explosiones tremendas, y la muerte pro- dujo horribles estragos en las tripulaciones.

Villsamil, el jefe de Estado mayor de la escuadra, y Lazaga, co- mandante del Oquendo. prefirieron sepultarse con su barco en aquellos mares malditos, á pa.3ar por Ja pesadumbre de tamaña desgracia.

Lanzaron botes los buques enemigos para recoger á los infelices marinos que habían salvado la vida, y mientras se realizaba esta opera- ción dolorosa, á poca distancia, á la vista, serpenteaba el Vizcaya, echan- do fuego por sus chimeneas y disparando sus cañones para lograr su salvación; pero acosado muy de cerca por dos acorazados enemigos, un proyectil del calibre más grueso le destrozó la pjpa; tras aquel la alean zaron otros, y el buque cayó al fin, embarrancando como los demás, se- pultándose entre explosiones y gritos de muerte.

Su comandante, señor Eulate, estaba herido y fué hecho prisionero al igual que los demás.

Algo más lejos luchaba sún í1 Cristóbal Colón por librarse de seis acorazados que lo cercaban y ametrallaban; habría escapado por velo- cidad, pero el cerco no podía romperse, y haciendo uso de todos sus elementos, disparó hasta reventar algunos cañones, enderezó la proa á la costa, embarrancó con violencia, se abrieron les compartimientos, inundóse el buque, arrastraron las aguas al mar muchos cadáveres, y con la pérdida del Colón terminó esa gran tragedia con que puso tér- mino á su existencia la escuadra del almirante Cervera, de la que sólo se salvaron i6o hombres, que lograron ganar á nado la orilla y llegar al pié de las baterías de la boca del puerto de Santiago.

* *

Los restos de la escuadra

Los seis barcos perdidos; entre sus ruinas y flotando sobre olas de

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sangre, seiscientos cadáveres; á bordo de los buques ameri anos 260 heridos y más de i.ooj prisioneros.

Consumada la hecatombe, la escuadra de Sampson se alejó del Oeste; quedó la costa en silencio, y el almirante americano dirigióse con su presa á la playa del Este para conducir al campamento del Siboney á los prisioneros y telegrafiar desde allí á su Gobierno el resultado de la hazaña.

El despacho de Sampson, fechado en Sibaney el día 3, decía lo si guíente:

«Mi escuadra ofrece á la nación como regalo, con ocasión de la fies- ta de la independencia, la destrucción de toda la escuadra de Cervera. Ninguno escapó.

A las nueve y media de la mañana la flota española trató de huir, y á las dos de la tarde el último barco, el Cristóbal Colón, embarrancó á sesenta millas del Oeste de Santiago y arrió el pabellón.

El María Teresa, el Oquendo y el Vi:^.:ay3. viéronse obligados á encallar, incendiados y deshechos, á veinte millas de Santiago.

El Furor y el Plutón fueron destruidos á menos de cuatro millas

del puerto.

Nuestras pérdidas consisten en un muerto y dos heridos.

Las del enemigo llegan á algunos cientos, por los cañonazos, las explosiones y los ahogados.

Hemos hecho unos 1.300 prisioneros, entre ellos el almirante Cer- vera.— Sampson. ii>

Paitió de Santiago de Cuba la escuadra española contando con la única probabilidad de burlar la vigilancia del almirante americano

Sampson.

«—He preferido— dijo el almirante Cervera, explicando su salida de la bahía de Santiago de Cuba,— correr el riesgo de un combate en alta mar y sucumbir peleando, que morir en la bahía como en una ra- tonera.»

825

El 29 de Junio, el almirante Cervera resolvió abandonar la bahía de Santiago, de conformidad á las instrucciones enviadas de Madrid, ordenándole que fuese á la Habana para cooperar á su defensa.

Hizose carbón y renováronse las provisiones; se llamó á bordo á los destacamentos que hibían desembarcado, y aunque estaban todos convencidos de que el riesgo era inminente, obedecióse implícitamente las órdenes recibidas, discutiéndose tan solo los planes de salida.

El dOTsingo 3 de Julio, á las nueve de la mañana, zarpó de bahía la escuadra á todo vapor. Abría la marcha el Cristóbal Colón, siguién- dole, por el orden que los mencionamos , el Vizcaya , Injanta María Teresa, el Oquendo, el Furor, el Pin- tón y un cañonero.

Diez minutos después de salir á la mar, comenzó el combate. El barco insignia, si mando del almirante Cer- rvera, fué el primero en rom- per el fuego. Los cañones del Infanta María Teresa %^ a.- lentaron tanto, que se hicie- ron inmanejables. El Colón ^ el Vi\caya y el Oquendo seguían al barco almirante, y tras ellos iban los torpederos.

Los barcos americanos tomaron posiciones; pero sólo comenzaron el fuego cuando los españoles habían franqueado ya la entrada del puerto.

Tan pronto como estuvieron al alcance de sus tiros, los acorazados íimericsnos rompieron el fuego.

Blanco 104

GENERAL TORAL

826

Los espinóles tuvieron que afrontar un verdadero huracán de ba- las y de granadas, y á pesar de que su inferioridad era mayor de lo que batían crtído, batiéronse heroicamente.

No pudiendo resiitir el hcrrible fuego de los yanquis, el Oquendo y el VÍT^caya apartáronse de la costa, siguiendo los movimientos del bu- que almirante, en la derrota segura de la muerte.

El Cristóbal Colón contestó bravamente; pero se vio forzado tam- bién á dirigirse hacia la costa cuando se hallaba á diez millas del Moiro. El Oregón, el Brooklyn y otros varios navios ameiicanos lo persiguieron, arrojando constantemente sobre él una lluvia de plomo.

Los tiipulantes españoles desplegaron la mayor bravura, el valor más heroico; peí o hubieron de incumbir ante la superioridad del nú- mero.

El Colón, que coEtestaba al fuego con sus cañones de popa, escapd

por de pronto al tiro de los barcos americanos, á causa de su velocidad superioj; pero perseguido y acosado de cerca por el lowa y el Oregón^ vióse obligado á embarrancsr y á rendirse, ante la imposibilidad de es- capar de los tiros del Oregón.

* *

Una vez embarrancados nuestros barcos en la costa, las tripulacio- nes los abandonaron, y,' con ayuda de las embarcaciones enviadas por los americanos, ganaron tierra, entregándose á discreción al enemigo, que desembarcó un destacamento para proteger á los prisioneros contra las partidas de insurrectos.

Estos se hallaban al acecho, emboscados en la manigua, en el flan- co de una colina. Desde allí se disponían á caer como fieras hambtiea-

t is sobre los náufragos españoles.

Tres horas^después de haber salido la flota de Cervera de Santiago

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de Cuba, tres cruceros y dos torpederos yacían en la playa, rotos, des- hechos, á diez ó quince millas al Oaste del Morro.

Las llamas y el humo salían á raudales de sus costados, cubriendo la línea de la co3ta de uaa niebla espesa que se podía ver á la distancia de muchas millas desde el mar.

Cuando el fuego llegaba á los pañoles, donde se almacenaban las municiones, sonaban explosiones formidables, y nuestros barcos se hu adían profundamente en la playa, donde sus cascos se destrozaban al contacto con las rocas y empujados por las olas.

El contralmirante Cervera tocó tierra en una embarcación enviada por el barco americano Glowcester en auxilio de los tripulantes del María Teresa.

Tan pronto como Cervera saltó á tierra, se rindió al teniente Mor- ton y pidió ser conducido á bordo del Glowcester, úaico barco ameri- cano que estaba allí cerca.

Cuando llegó á la escala de embarque del buque yanqui, acompa- ñado de varios oficiales, entre los que se contaba el comandante del bu- que almirante, fué acogido cortesmente por el teniente Wainwright, comandante del Glowcester.

El oficial norteamericano estrechóle la mano, y le dijo: «—Yo os felicito, señor, por el valor con que habéis combatido, va- lor tan grande como jamás S3 ha visto en el mar».

***

Comunicada á Shafter la destrucción de la escuadra española, dictó aquél una orden general para hacer conocer el suceso á las fuerzas de su mando.

Ddsde ese campamento, con la autorización de Sampson, dio parte el general Cervera al general Blanco del terrible desastre.

Dssde que se supo en la Habana la salida de la escuadra de Cer-

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vera déla bahía de Santiago de Cuba, aumentó de modo extraordinario la espectacióa pública.

Los detalles que ya se conocían de los combates librados en tierra habían emocionado á la opinión de tal suerte, que toda la atención de las autoridades superiores, centros, prensa y pueblo, se había reconcen- trado en los sucesos que se desarrollaban á las puertas de la capital de Oriente.

Respiró la opinión al conocer las primeras noticias sobre la salida de los barcos, porque se creyó que habísn logrado romper el bloqueo los cuatro cruceros y que navegaban con lumbo á la Flabana, donde se les esperaba con arfiedad grande; pero el día 4 por la mfñana empe- zaron á circular los primeros tumores del desastre, produciendo alarma extraordiraria en todas las clases sociales.

Ya á la caída de la tarde adquiíieron confirmación los tristes anun- cios, produciendo la deplorable noticia emoción vivísima en todos los contristados ánimos españoles.

Al recibir el capitán general el parte del contralmirante Cervera, experimentó profunda y natural emoción; al comunicarlo á las perso- nas que solicitaban de él detalles, procuró revelar una gran serenidad de espíritu.

Se esparcieron por la noche, y en todos los hogares se produjo un recogimiento y una amargura difícil de reflejar.

Acostumbrados allí á la lucha desesperada, parecía que la desgra- cia aumertase la vii ilidsd; pero se notaba ansiedad por conocer las de- terminaciones del general en jefe y gobernador general, y saber el efec- to que en el Gobierno cential y en la Península había de producir la tremenda catástrofe.

El general BUnco cambió impresiones con las autoridades, y tomó acuerdos que consideró precisos y urgentes, no porque lo exigiera un espíritu público abatido, sino pata señalar la línea de conducta en tan graves circunstancias.

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* *

Al día siguiente desfilaron por el palacio de la Capitanía general numerosas comisiones de los partidos políticos, institutos armados, cor- poraciones y centros y personas más significadas, para expresar al re- presentante de España, en frases levantadas y patrióticas, su adhesión incondicional y su resolución de combatir hasta el último trance.

El general contestó á todos en términos análogos á los de la alocu- ción, que mientras esto acontecía en el palacio de la Plaza de Armas repartíase por la población en un Suplemento á la Gaceta de la Ha- bana, cuyo texto era el siguiente:

«Habitantes de la isla de Cuba:

No siempre al valor acompaña la fortuna.

La escuadra española mandada por el contralmirante Cervera acaba de rea- lizar los actos de heroísmo más grandes quizás de los que se registran en los ana- les de la marina en el presente siglo: combatiendo contra triplicadas fuerzas, ha sucumbido gloriosamente en los momentos mismos en que la considerábamos sal- vada del peligro que la amenazaba dentro del puerto de Santiago de Cuba.

El golpe es muy rudo; pero seria impropio de pechos españoles desmayar si- quiera ante este contratiempo, por grave que parezca. Por el contrario, debemos demostrar al mundo, que no decae nuestro ánimo ante los reveses, y que tenemos alientos para mirar tranquilos las adversidades y luchar hasta vencerlas.

Fuerzas nos sobran para defender nuestra justa causa y sacar triunfante nues- tro derecho, si unidos todos en el sagrado amor á la Patria, la consagramos nues- tras vidas y haciendas.

En la adversidad se acrisolan las virtudes de los pueblos.

Demos pruebas patentes de que el pueblo español las atesora todas, y firmes y resueltos ante el peligro, confiemos en Dios y en nuestro derecho para dejar incó- lumes el honor y la integridad de la Patria.

Asi lo espera, dispuesto á vencer ó morir á vuestro frente, por honia de España y por la integridad del suelo patrio, vuestro gobernadnr general. Ramón Blanco.*

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Esta alocución produjo excelente efecto en la capital, y el pueblo sintióse con valerosa resignación ante la desgracia.

***

La tentativa del contralmirante Cervera de escapar del puerto de Santiago y de salvar sus barcos en presencia de fuerzas imponentes que tenían que aniquilarlos, fué digna de las más valerosas acciones que puedan contarse en la historia de las guerras navales.

El general Cervera no tenía otra alternativa que aventurarse á ser destruido ó rendirse á discreción.

Y luchó sin descanso, aun en los momentos en que su propio barco almirante estaba incendiado, presa de las llamas y á punto de hundirse en el mar.

Los americanos vieron á los españoles inmediatamente después que éstos salieron del puerto.

Les siguieron durante dos horas á lo largo de la costa hacia el Oeste, haciendo llover sobre los barcos una granizada de proyectiles, que perforaban los cascos de acero, abrían profundas y extensas vías de agua é inundaban de sangre el puente de los buques.

En momento alguno mostraron los españoles voluntad ó deseo de renunciar al combate.

No arriaron nunca la bandera, ni aun cuando los barcos comenza- ban á sumergirse, ni aun cuando las espesas nubes de humo mostra- ban que ardían por completo.

Los buques de la escuadra de Cervera, en tal estado, se dirigieron hacia la playa, que distaba del punto del combate menos de una milla; y el choque violentísimo contra las rocas, completó la obra de destruc- ción de las granadas de Sampson.

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La catástrofe fué completa. Nuestra mejor escuadra, presa del in- cendio y acribillada á balazos por un enemigo de quintuplicada fuer- za, acabó de deshacerse entre los bajos de la costa meridional de Cuba.

¿Debió permanecer en el puerto donde se había refugiado?

¿Debió intentar á viva fuerza la salida?

En el primer caso, hubiera sido destruida ó apresada por Shafter, hallándose, como se hallaba, incapacitada para una vigorosa resis- tencia.

En el segundo, corría el riesgo de sucumbir, más no el de tener que incorporarse, rendida y prisionera, á las flotas americanas.

Discuta quien quiera esos dos aspectos de una cuestión tan trági- camente concluida; guardémonos de hacerlo los que sabemos que, para los defensores de España, fueron forzadas é ineludibles todas las esta- ciones de aquel cruento vía criicis.

Lo sucedido en aguas de Santiago de Cuba, como lo sucedido an- teriormente en la bahía de Manila, tenía que suceder.

Allá condujeron á nuestros nobles marinos ajenas torpezas é inve- terados descuidos. Allá los llevó, privándoles de la libertad de acción y de los recursos indispensables, la mano temblorosa é irresoluta que desde fines de Abril anterior presidía el curso de la guerra.

No era posible otro desenlace.

—¡Se ha salvado el honor!— exclamaban algunos de esos, cuyo eí- píritu posee el envidiable don de encontrar para cada dolor su con- suelo.

Nunca imaginó nadie que el honor nacional pudiese estar compro- metido en manos de los soldados y marinos españoles.

Algo más había que salvar, y fuéramos bien menguados, si no nos extremeciésemos de pena é indignación al contemplar lo per- dido.

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En aquel horrible desastre, los únicos que tuvieron toda la razón fueron los muertos.

¡Dichosos los que, antes de sucumbir, entendieron que su sacrificio iba á ser útil á Españal

¡Dichosos también los que, sin esa sublime ilusión, dejaron la vida, pues al menos no sienten hoy nuestras presentes angustias!

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Blanco 105

CAPÍTULO XX

LaB consecuencias del desastre. Capitulación de Santiago de Cuba. El parte oficial.

¡Consumattim est! La entrega de la plaza. 22780 prisioneros. Proclama del general

Blanco. Negociaciones de paz y armisticio. El Protocolo. La Comisión de París.

Tratado definitiTO de paz. Modificación del protocolo. Triste desenlace. El despre- cio á España.— Paz humillante y desastrosa. Egoismo de nuestros gobernantes. ¡¡Viva España!!

.ESPUÉs del desastre de la escuadra de Cervera, estaba y prevista y descontada por la opinión la rendición de la plaza de Santiago de Cuba.

A última hora de la tarde del i6, se facilitó á la 'f^Ji^ prensa por el Gobierno el siguiente parte oficial sobre la capi- i^iir tulación de Santiago:

mfmt ^Habana 17. Capitán general á ministro Guerra:

^'j^ Comunico V. E. telegrama original del general Toral, que

dice asi:

«Firmada hoy capitulación, comprendiendo fuerza y material gue- rra división Cuba, comprometiéndose Estados Unidos transportar á Es- paña brevedad posible tropas, que embarcarán puertos inmediatos ó guarniciones que ocupan.

Oficiales llevarán armamento, y ellos y tropa objetos propiedad particular, archivos y documentación militar.

Voluntarios y movilizados que quieran continuar isla, quedarán

835

entregando armas y dando palabra no tomarlas contra Estados Unidos en actual guerra.

Fuerzas españolas saldrán de Santiago con todos los honores gue- rra, depositando después sus armas en lugar designado de acuerdo mu- tuo para esperar la disposición que haga de ellas gobierno Estadss Uni- dos, bien entendido que los comisionados americanos recomendarán que el soldado español vuelva á España con el arma que valientemente ba defendido.

La marina sigue la misma suerte que el ejército.

En virtud anterior capitulación, mañana domingo, nueve mañana, saldrán tropas á acampar fuera población, y americanos haránse entre- ga material guerra —Tora/.»

Lo participo á V. E., con el sentimiento natural, para su conoci- miento, rogando instrucciones para ajustar mi conducta en armonía con las que reciba de V. E., contestando á mis anteriores telegramas, Blanco »

Renunciamos á comentarla rendición y entrega de la plsza de San- tiago de Cuba.

Después de todo, ¿á qué renegar una vez más de la apatía, la inep- titud y la duplicidad del Gobierno?

Harto notorio es que en él se resumió la culpa y las responsabilida- des íntegras de lo que ocurrió.

¡ Consuma tum p.st!

Al reseñar el desastre de nuestra escuadra, hemos dicho que los

muertos fueron los únicos que tenian la razón de su parte, y añadi- mos:— ¡Felices ellosl

Si. Felices los ViJJaamil, los Lszaga, la heroica familia de los Vara

de Rey y los centenares de soldados y marinos que perecieron en el

combate.

Cayeron llenos de fe patriótica y se libraron de presenciar y sent-!r

las actuales tristezas.

8;jG

No deploramos tampoco la destrucción del María Teresa, del Oquendo, del Vizcaya y del Colón. Si acribillados é incendiados en desigual batalla »o hubieran acabado de deshacerse entre los bajos de la coíta oriental de Cuba, se hallarían a la hora presente en poder del sobsrbio enemigo, y ostentarían en sus palos, mismo que la plaza en sus fuertes, la bandera de las estrellas y las barras.

» * *

He f quí en que fotma se verificó la entrega de la plaza de Santiago de Cuba al general en jefe del ejército invasor.

El día 17, á las nueve de la mañana, el general Toral y su Estado mayor «alió de la plr za, acompañados por una escolta de un centenar de soldados escogidos y algunos cornetas, mientras el general Shafter con los jefes de las divisiones y brigadas y los Estados mayores, escol- tados por fuerzas de caballería, avanzaba desde su campamento y se di- rigían al encuentro de aquéllos.

Después de cambiarse los saludos, el general Toral entregó su es- pada al general Shafter, quien se la devolvió inmediatamente.

Las tropas americanas, formadas en línea delante de sus trinche- ras, asistieron á la ceremonia.

Los generales Shafter y Tora!, seguidos de sus respectivas escol- tas, se dirigieron inmediatamente hacia la ciudad, recorriendo á caba- llo la población para la toma de posesión oficial, que se verificó luego en el palacio del Gobernador, donde fué izado al medio día el pabellón norteamericano en presencia de diez mil personas.

Terminado el acto, el general Shafter regresó á su campamento, dejando en la ciudad al Ayuntamiento existente, bajo la intervención

837

del general Mac-Kibben, nombrado provisionalmente gobernador mili- tar de Santiago.

Djs regimientos de infantería yanqui quedaron en la ciudad para mantener el orden.

Las tropas españolas evacuaron inmediatamente después la plaza, quedando acampadas fuera de las líneas americanas, donde permanece- rían hasta su embarque para España.

Por virtud de la capitulación de Santiago, aceptada y firmada por el general Toral, quedaron prisioneros de los yanquis 22.780 hombres.

Al tener conocimiento oficial el general Blanco de la rendición y entrega de la plaza de Santiago, publicó la siguiente proclama:

«Habitantes de la isla de Cuba y soldados españoles:

Después de una defensa heroica de tres meses y da varias batallas sangrientas, la falta de municiones y de víveres ha obligado á la ciudad de Santiago á capitular en condiciones honrosas y con todos los honores de la guerra.

La ocupación de Santiago por los americanos carece deimportancia estratégi- ca, porque el puerto estaba bloqueado hace tiempo por los barcos americanos.

La ocupación no tendrá, pues, ninguna influencia en ia futura campaña que decidirá de la suerte de España.

El ejército español está intacto y ávido de gloria, deseando medir sus armas con los americanos.

Al ejército es al que el rey, el gobierno y el país con'ían la misión de defender á todo trance la integridad del territorio patrio y su bandera sin mancha, y el ejér- cito saldrá victorioso á pesar de todos los peligros y obstáculos, demostrando una vez más el carácter indomable español y el genio militar de nuestro pueblo.

Esta es la esperanza de vui'stro general. Ramón Blanco. t>

* * *

La destrucción y pérdida total de la escuadra de Cervera, y la capi- tulación de la ciudad de Santiago de Cuba y rendición de las fuerzas

838

que constituían la división de nuestro ejército de ocupación en el de- partamento oriental, unido á la amenaza del gobierno norteamericano de enviar á España la escuadra que mandaba el comodoro Watson á bombardear las costas de nuestro litoral, determinaron á nuestro go- bierno á entablar con el de Washington negociaciones de paz, bajo la base de un armisticio entre los dos ejércitos beligerantes.

Triste recuerdo de sus desventuras quedó á España del Consejo de ministros celebrado el día 7 de Agosto de 1898.

En él se discutió y aprobó la contestación á Mr. Mac Kmley, por la cual fueron aceptadas en conjunto las onerosas condiciones impues- tas por los Estados Unidos.

Señaló, por tanto, el día citado una profunda modificación en la historia de España, á la cual asistió la nación, con quien no se había contado, reducida á la inmovilidad y al silencio por obra de sus gober- nantes, á la elucidación de sus futuros destinos.

El gobierno español acordó autorizar é Mr. Camben, embfjadorde Francia en Washington, para que firmase el protocole, en nombre y re- presentación de España.

A la firma del protocolo debía seguir inmediatamente la suspensión de hostilidades. Este fué el único aspecto halagüeño de una solución, que tuvo tantos otros amargos y sombríos.

Sabíamos lo que nos esperaba, y veíamos acercarse el desenlace llenos de creciente angustia.

Con pena todavía mayor supimos por el cable que la amputación quedó consumada el 12 de Agosto, y no sentimos, sin embargo, toda la violencia del golpe, toda la magnitud del desastre y todo el dolor déla herida, hasta después dfi leído el texto oficial del protocolo, que

decía asi:

«Su excelencia Mr. Cambon, embajador extraordinario y plenipo tenciario de la República francesa en Washington, y William R. Day,

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secretario de Estado de los Estados Uaidos, habiendo recibido, respsc- tivamente, al efecto, plenos poleres del Gobierno de España y dsl go- bierno de los Estados Unidos, han formulado y firmado los artículos si- guientes, que precisan los términos en que ambos gobiernos se han pues- to de acuerdo, relativamente á las cuestiones abajo designadas, que tie- nen por objeto el establecimiento de la paz entre los dos países, á saber:

Artículo i.° España renunciará á toda pretensión á su soberanía y á todos sus derechos sobre la isla de Caba.

Art. 2.° España cederá á los Estados Unidos la isla de Puerto Rico y las demás islas que actualmente se encuentran bajo la soberanía de España en las Indias Oxidentales, así como una isla en Las Ladrones, que será escogida por los Estados Unidos.

An. 3 ° Los Estados Unidos ocuparán y conservarán la ciudad, la bahía y cJ puerto de Manila, en espera de la conclusión de ua Trata- do de paz que deberá determinar la intervención {contró'e), la disposi- ción y el gobierno de Filipinas.

Art. 4 " España evacuará inmediatamente Cuba, Puerto Rico y las demás islas que sa encuentran actualmente bajo la soberanía de España en las Indias occidentales; con este objeto cada uno de los dos Gobier- nos nombrará comisarios en los diez días que seguirán á la firma de este protocolo, y los comisarios así nombrados deberán en los treinta días que seguirán á la firma de este protocolo encontrarse en la Habana, á fin de convenir y ejecutar los detalles de la evacuación ya mencionada de Cuba y de las islas españolas adyacentes; y cada uno de los dos Go- biernos nombrará igualmente en los ditz días siguientes al de la firma de este protocolo otros comisarios que deberán, en los treinta días que seguirán á la firma de este protocolo, encontrarse en San Juan de Puer- to Rico, á fin de convenir los detalles de la evacuación de San Juan de Puerto Rico y de las demás islas que se encuentran actualmente bajo la soberanía de España en las Indias occidentales.

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Art. E<^paña y los Estados Unidos nombrarán, para tratar de la paz, cinco comisarios á lo más por cada país; los comisarios así nom- brados deberán encontrarse en París el i.° de Octubre de 1898 lo más tarde, y preceder á la negociación y á la conclusión de un Tratado de paz; ese Tratado quedará sujeto á ratificación, con arreglo á las formas constitucionales de cada uno de ambos países.

Art. 6.° Una vez terminado y firmado este protocolo, deberán suependerse las hostilidades en los dos psíses; á este efecto se deberán dar órdenes por cada uno de los dos Gobiernos á los jefes de sus fuerzas de mar y tierra tan pronto como sea posible.

Hecho en Washington, por duplicado, en francés é inglés, por los infrascritos, que ponen al pie su firmí y sello el doce de Agosto de mil ochocientos noventa y echo.»

* *

Quien sea español de veras, seguramente experimentaría y habrá experimentado aún como nosotros, después de la lectura del preinserto documento, esa impresión del vacío material y espiritual que sufre el que pierde un miembro de su cuerpo ó una persona muy amada de su familia.

Encomendada la operación quiíúrgica á los comisarios designados por los respectivos gobiernos de Washington y Madrid, presididos ios norteamericanos por Mr. Day y los españoles por el señor Montero Ríos, tras dos meses y medio de consultas y disquisiciones, pusieron término á tan ardua como estéril tarea, dejando definitivamente consu- mada la obra fatal para España, en la noche del 10 de Diciembre.

A las ocho y media de la noche del 10 de Diciembre de 1898, se firmó el tratado definitivo de paz entre España y los Estados Unidos.

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Por virtud de ese defiaitivo tratado, fué modificado el articulo 2.' del Protocolo, en los térmiaos siguientes:

«Art. 3.° España cede á los Estados Unidos el Archipiélago conocido por ef nombre de islas Filipinas y que comprende todas las islas situadas entre las líneas que tienen los siguientes puntos de partida y término:

»Va una línea de Occidente á Oriente, cerca del paralelo vigésimo segundo de

JEFE DE GUERRILLAS DEL EJÉRCITO

latitud Norte, cruzando el centro del canal navegable de Bachi, desde el grado 118 al 127 de longitud oriental de Greenwich. Otra desde el 127 grado de longitud del meridiano Oeste de Greenwich al paralelo 4°45' de latitud Norte; sigue otra en «1 paralelo de los 4°45' hasta suíiitersección con el meridiano de longitud UQ^JS' Este de Greenwich.

Blanco 106

842

«Parte otra de este último punto al paralelo de latitud 7°4ü" Norte; sigue lue- go hasta la intersección del grado lo del paralelo latitud Norte con el grado Il8 del meridiano de longitud Este de Greenwich; cierra el marco de la zona compren- dida en la cesión, la linea que desde el grade 1 18, antes indicado, hasta el punto de partida de la primera línea de las indicadas en esta cláusula.

«Los Estados Unidos pagarán á España la suma de veinte millones de dollars dentro de los tres meses siguientes al cambio de ratificación de este Tratado.»

Nada mas triste que el desenlace: pero desde el principio sabían cuantos discurren á derechas que no podía ser otro.

Dudamos deque en ese punto se forjaran ilusiones los comisiona- dos: estamos seguros de que no se las hizo jamás el Gobierno.

Incapacitados como nos hallábamos para reanudar la lucha, á nadie se ocultaba que htbna que pasar por todo lo que quisiesen los ven- cedores.

Teníamos puesto en la garganta el pie de un vencedor tan descor- tés como ambicioso é ioaprensivo, y nos importó por dos razones ele- mentales suprimir las frases gruesas y los apostrofes iracundos. Prime- ramente porque no podíamos hacerlos buenos con Ja espada; y en se- gundo lugar, porque de ello hubieran sacado nuestros enemigos el pretexto que buscaban para inferirnos mayores vejámenes y para some- tamos acaso á más rudas mutilaciones.

Planteado en terreno tan falso el litigio, alargar los debates de la Comisión equivaliera á prepararse humillaciones nuevas.

Tal sucedió. En vano los buenos patriotas, auxiliados por una mala retórica, trataron de buscar alguna compensación, demostrando que había sido pisoteado el derecho de gentes. Lo que primero se vio ea la conducta de los Estados Unidos, lué el desprecio á España.

Debióse al egoísmo de nuestros gobernantas ese último golpe aser- tado contra el león enfermo.

Aconsejaba el sentido común y el interés nacional que se abrevia- s.; la deliberación, reduciéndola á una docena de días, y duró dos meses

843

y medio, sin otro objeto positivo que el de prorrogar la existencia mi nisterial del gobierno fusionista.

Desastrosa y humillante fué la paz; pero gracias á ella, quedó li- bre España para consagrarse al remedio de las desdichas interiores.

De nuestra gloriosa nacionalidad no sobrevivió más que el alma, y era urgente é indispensable proporcionar á ese alma, en el menor pla- zo posible, casa y cuerpo.

Lo único que con venia á España vencida, era sobrellevar la derro- ta con el fiero estoicismo y con la decorosa reserva de los antepasados^ coincidiendo en un esfuerzo supremo la voluntad nacional, y congre- gándonos todos en torno de la santa bandera de la Patria, para reedifi- car la casa que había sepultado á nuestros hijos más queridos bajo sus escombros, al grito de ¡¡Viva EspañaII

Epílogo triste

'uvo fin el año terrible, y nuestros ojos pubieron abar- car en su plenitud la inmensidad del desastre. Se aca- bó el año, casi se acaba el siglo, y con él todo nuestro imperio colonial se desvanecía; diríase que hasta la misma patria española iba á desaparecer en el seno de la catástrofe.

El día del nuevo año de 1899 cesó de hecho y de de- recho en el Archipiélago filipino la soberanía española, y se arrió en toda la isla de Cuba, como antes se había arriado en la de Puerto Rico, la bandera de la patria.

Inmensa fué la desgracia, y sún lo parecía más, porque era igual el sonrojo.

Prueba de ello, lo que sucedió al efectuarse el cambio de dominio. Quedaban en Filipinas doce mil prisioneros españoles y fuerzas de nuestro ejército, respecto de cuyo número nadie tenía noticias exactas. Y quedaban en Cuba cuarenta mil soldados, contra quienes, aban- donados á mismos, se ejercería la mala voluntad de los americanos y el odio inextinguible de los insurrectos.

845

Luego resultó que pasaban de cuarenta mil. El mismo Gobierno, al conocer á última hora la cifra, experimentó vivísima sorpresa.

Ignoraba, por consiguiente, el número y el estado de nuestras tro- pas en la grande Antilla, y no fué de extrañar que más tarde recibiera otros datos &ún más desconsoladores.

Hubo mucho de trágico en nuestra caída y en nuestra derrota: no

MESETA DE LA LOMA SAN JUAN (Cuba)

hubo más que vergüenza en ese olvido de doce mil prisioneros y en ese abandono de más de cuarenta mil soldados.

No se alegue que ocurrió lo que ocurrió por falta de medios mate- riales, ni que era deshonroso, para aceptar el transporte de esos setenta mil españoles, el concurso de nuestros enemigos. Lo deshonroso fué dejar en los territorios de que se nos había despojado millares de her- manos é hijos nuestros, los cuales, antes de volver, si volvían, á la pa-

Blanco 107

846

tria, habrían de sufrir corporal y moralmente atroces amarguras.

Ya para lo que faltaba, debieran haber sido I<?gicos consigo mis mos y exigir la recompensa que, á no dudarlo, les correspondía por habernos librado del peso inútil de las dos Antillas y les Filipinas, del cuidada de administrar cuatro mil millones de pesetas, y de la dificul- tad de alimentar á doscientos mil jóvenes, para los cuales no había pan suficiente en los hogares, ni ocupación bastante en los campos, las bricas y talleres.

Sin ese criminal abandono, sin ese vergonzoso olvido, nos hubié- ramos ahorrado el triste y doloroso espectáculo de ver arribar sema- nalmente á nuestros puertos, esos buques fantasmas, cargados de mo- ribundos, ante los cuales no hubo conciencia que se sintiera tranquila.

Afrentoso fué el estigma que en la frente de la nación puso el año

1899, al inaugurarse.

Pocas esperanzas nos quedaron; pero subsistía inquebrantable la de que el país, comprendiendo la suerte que le aguardaba, encontraría energías para echar de su lado á los causantes del desastre y de su ruina, y para redimirse por mismo, en vez de fiarlo todo á un Me- sías, del cual nada dicen los hechos ni las Escrituras.

España abrigaba la consoladora esperanza, sentía la perentoria ne- cesidad, de conseguir en breve plazo su completa regeneración.

FIN

índice

DE LOS

sucesos narrados y comprendidos en el tomo VI CUBA AUTÓNOMA

SUMHI^I O

Páffinas

Capítulo I.— Simpatías de la opinión. Vidanaeva. La selección. - Lo prin- cipal y lo accesorio. La situación de Cuba. Despedida

del general Blanco. Buena esperanza 5 á 16

Cap. n. A bordo del Alfonso XIII. Declaraciones del general Blanco.

El programn del Gobierno. lostrucciones al nuevo go- bernador general de Cuba. La labor de los intransigentes. Temores y comentarios. La opinión liberal. El Diario de la Marina. La actitud de los derechistas. Estado de la guerra. Noticias tristes. Organizando otra manifesta- ción en favor del general Weyler. Proclama de la comisión organizadora. Los trabajos de la comisión. La actitud

del general Wejler 17 á 27

Cap. III. Solución única. Los rebeldes á las puertas de la Habana.

Reñido combate en La Chorrera Muerte del general Adolfo Castillo. Su importancia. Extraña resolución del general Weyler. Embarque inesperado. Autoridades in- terinas.— La manifestación de despedida. En el palacio de la Capitanía general. Discursos cambiados. Al Montse- rrat.— Esperando al general Blanco. Noticias oficiales.

Comentarios :,'8 á 41

Cap. IV. Llegada del general Blanco. Weyler á bordo del Alfonso XIII Conferencia de los dos generales. El desembarco del marqués de Peña Plata. Entusiasta acogida del pueblo cubano. Alocución del nuevo capitán general de Cuba á los habitantes de la isla. Las primeras impresiones del ge- neral Blanco. Influencia benéfica de las reformas en el campo insurrecto. Impresiones de los presentados. Pre- texto inutilizado. Una carta de Máximo Gómez. La opi- nión de los laborantes separatistas. Declaraciones del ge- neral Blanco. Esperanzas 42 á 53

Cap. V. L 1 acción moral. Esperando en calma. Información acerca

del verdadero estado de la rebelión en las provincias oficial- mente pacificadas. La provincia de Pinar del Río. Gra-

848

Páírinaa

ves noticias. Blanco y "Wevler. Desdichas y errores. Cambio de situación. Circular al ejército. ¡Adelante! Por mejor camino. Dos desengaños. Un voto y un deseo. 54 á 64

Cap. VI. Cambio de situación. Reconstitución de la guerra. --Reorgani- zación del ejército en operaciones. Distribución de man- dos.— Detalles del combate de lomas del Purgatorio. Pre- pósitos del general Blanco. Aspecto militar de la campa- ña.— Confianza en las nuevas autoridades. Varias circu- lares.— Indulto de Quesada. La rebaja de víveres. Dolorosas revelaciones. Necesidad de un ejemplar escar- miento 66 á 77

Cap. VII. Estado de la guerra en el Occidente de la isla. La pacificacióu del general Weyler. Bnen indicio. ^üii bando sobre la zafra. Importantes circulares. Batida de partidas rebel- des en la provincia de la Habana. Actividad de las colum- nas en operaciones. La elocuencia de los hechos. La in- surrección en Pinar. Reconocimientos y rudos combates en las lomas. El enemigo atrincherado. -Victoria san- grienta.— Bajas sensibles. Comentarios. Lo que dijo Weyler y lo que dijeron los hechos. —La Historia hablará. 78 á 88

OaP. VIII El sistema de la pacitioación del general Weyler. Rasgáronse las tinieblas. En San Juan de las Yeras —Ataque y rudo combate. La columna de auxilio. Criminales atentados por la dinamita. Voladura de trenes. Desastrosos efec- tos.— 10 toldados muertos y 25 heridos. Tren de auxilio. Combates en Oriente. Evidente y palmaria discordan- cia entre los hechos y las palabras del general Weyler. Su alocución de despedida á los habitantes de Cuba. En fa- vor de los reconcentrados. Disposiciones convenientes y plftu.,ible8 89 á 101

Cap. IX. Pasividad y expectación. Error y falsa especii-. -Ficción y

convencionalismo. ¿Se moverá? -El cuerpo de voluntarios de la Habana. Libertad de los piratas de la Competitor. Importantes operaciones en Pinar del Río. Eitado de la rebelión en esta provincia. Lhs bajas de una decena. Re- producción de la campaña de dei^trucción, Las órdenes del generalísimo. .Actitud intransigente de .Máximo Gíinez. La zafra. Triste consideración. Duda y temor. . . 102 á 112

Cap. X. Situación de Cuba. La política. Quejas y temores de los au-

tonomistas y constitucionales. Discusiones. La Asamblea de Diciembre. Preocupación de la masa neutra del país. Peligros del período constituyente Desolación y ruina de Caba. Sufrimientos de los soldados. TrMte realidad. Actitud de los rebeldes. Sus amenazas. Impunidad de que habían gozado. La obra del general Blanco. La ex- cursión militar del general Parrado. Combate en el potre- ro «Cocoat>. La pre^ientación de los cabecillas hermanos

849

Pág-inas

Cuervo j' 8U partida. Xtaque á Santa María del Rosario.

Golpe de audacia. Los reconcentrados 114 á 123

Cap. XI. Nuevo régimen. El preámbulo. Confesión deshonrosa. EL

Beal decreto. Impresión en. la Habana. La opinión. Fa- vorable reacción y regocijo. La Constitución antillana. Trascendental evolución. Etapa definitiva. Sin pretexto ja. La conquista del gobierno liberal. El mayor progre- so político de nuestro siglo. Por la justicia y por la paz. 124 á 13 5

Cap. XII. —La guerra y la política. Efecto en la opinión. Júbilo en la Habana. Aplauso al Gobierno. La paz asegurada. Efecto de la autonomía entre los cubanos emigrados. Un bando de Máximo Gómez. Operaciones combinadas contra el geiíeralUimo . De Sancti Spíritus á Arroyo Blanco. Hacia Reforma. El nuevo régimen 136 á 146

Cap, XIII. Por la paz. Lo que es la guerra. La voz de la opinión. El estado del i-jéroito. Los que fueron y los que quedaban 200.000 ^; 53.000. Herencia del general Blanco. Todo modificado. Detalles varios 147 á 162

Cap. XIV. Foco principal. Inútiles advertencias. El departamento

Oriental y el Camagüey. Error fundamental. Marcha general de la insurrección. Operación combinada en las lomas de Pinar del Río. La división del general Bernal. En las lomas del Cuzco. Resultado feliz de la impor- tante operación. Nuestras bajas. El bravo soldado Flo- rentino Vega. Cien bajas del enemigo. Las operaciones contra el c/eneralísiino. La expedición del general Pando. ¡Triste herencia! El plan ds campaña del general Pando. 163 á 176

Cap. XV. Vent<jas evidentes. Estado de la provincia de Pinar del Río. Cifras tristísimas. Efectos de la miseria. Por la paz. Siembras y tabaco. El . ganado. Número de enemigos. Su organización. Su armamento Contingente del ejér- cito.— Disminuciones. Impresiones desagradables. La guerra en Oriente. Período interesantísimo. Batida en Sancti Spíritus. La zafra. La cuestión monetaria. Com- bate en Oriente. Convoy á Bayamo. Rumore?. Expec- tación 177 á 189

Cap. XVI. Catástrofe sanitaria. El informe del inspector general señor Loada. La guerra. Triste triunfo de la verdad. 32.000 enfermos por hambre. Loa autores de la catás- trofe y el pueblo español. El Mensaje del Presidente de la gran República. Reflexiones y remembranzas. Inter- vención yankee. La política de los norteamericanos y la de los gobiernos españolas. Optimismo ministerial. Nuestra ignorancia y nuestro sacrificio 190 a 202

Cap. XVII. Exigencia del honor. La concesión de la autonomía. La

situación creada á España por el Mensaje de Maclvinley. Gallarda y airosa actitud. Egoísmo de las potencias eu-

I

850

Páginas ropeas. La toma de Guisa. La colamna Tovar. El po- blado y la guarnición.— Detalles del sitio y del ataque. 5.000 rebnldes. Defensa heroica. El capitán Ceballos.- El sargento Iburdisan.— La torre heliográfioa.— Guisa re- conquistada.— Los crímeneií del tigre de Oriente.— h& si- tuación en el departamento oriental. La actividad de Má- ximo Gómez. Impresiones favorables de los Estados Unidos 203 á 219

Cap. XVUí. En el campo rebelde. Hondis disidencias entre los jefes.— Desacuerdos entre los separatistas. Impresión de la nue- va política en la manigua. Exageraciones y cuentas fan- tásticas y caprichosas de los periódicos filibusteros. Un acto infame. Noticias de Puerto Príncipe. '^omienzo de las operaciones en Oriente. El general Pando en la boca del río Cauto. Salida del convoy fluvial. Extraordinaria imp. rtancia de la operación. Avance de 55 kilómetros. Orden de las fuerzas. Les recursos del enemigo. La re- conquista del río Cauto. Tres torpedos. Combinación de coluhinas. Rudo combate en Laguna Itabos. Nuestras bajas. Rasgos de heroismo. Sitio y ataque del fuerte Guajio. Heroismo sin ejemplo. Resistenc a inverosímil. El heroico teniente Muruzabal. La columna de auxilio. ¡Loor á los héroes! 220 á 235

Cap. XIX Pueblos indefensos. Nuevo suceso lamentable. Robo y traición. Encuentro en Las Delicias. Operación impor- tante.— Toma del campamento rebelde de Boiicito. Sensi- bles bajas. Muerte del teniente coronel señor Morentín. El asistente Apolo Sierra. Estadística fúnebre. Opti- mismos oficiales. Interesantes detalles de la toma de Guisa. Los prisioneros.— El general García. ¡Viva Es- paña!—D. K. P 236 á 246

Cap. XX Verdad amarga. Argumento sin fuerza. Pauta á la Mari- na.— Las Ori'enunzas y la disciplina. Las operaciones en Oriente. Mueite del cabecilla Rpgino Alfonso. Un ban- do de interés. Encuentro en Río Seco y muerte del cabe- cilla Pitirri. lil cabecilla Collazo, herido. El general Pando reconquistando el Cauto. Conferencias en favor. de la asimilación de los partidos liberales de Cuba. La fu- sión de reformistas y autonomistas. El partido liberal au- tonomi^ta. 'lOs constitucionales respetan y aceptan la le- galidad 247 é 258

Cap. XXI - Patriotismo tardío. Estado y aspecti Jeplorab'e do la pro-

vincia de la Habana. Las fuerzas insurrectas y las del ejército. Actividad en las operaciones. Encuentro en Manacas. Batida y dispersión de las partidas de Collazo y Acea. Noticia alarmante. Humores inquietantes. Con- firmando la noticia. Zozobra é impaciencias de la opinión.

851

Páginas La gestión Ruiz. Fenómenos de identidad. Nuestros

votos 259 á 268

Cap. XXI£. Indicios favorables. Optimismos. Rumor satisfactorio.

Episodio dramático. El curuzón de nuestros soldados. Dos niños extrm'dos de una simn. La Hija del batallón de las Navas. Derrota de la panida del cabecill;i Ñapóles. Operaciones en Oriente. Captura del cabecilla Villanue- va. Rudo combate en los Altos de San Francisco. Ata- que á un convoy. La columna del general Segura. El enemigo batido y disperso. N^uestras bajas. Llegada del convoy á su destino. Buenas impresiones. La zafra en la provincia de Matanzas. Noticias é impresiones. Ru- mores y esperanzas. Agitación en el campo rebelde. El cabecilla Villanueva. Mejora el aspecto de la guerra y los

valores públicos 269 á 2S0

Cap. XXIII. Buenos síntomas. ¡Ya era tiempo! La prensa cubana. Detalles interesantes.— El batallón de San Quintín. Ope- ración combinada. Atajque y toma del campamento de «El Mogote». La rebelión en la provincia de Matanzas. Si- tuación difícil. Las fuerzas del ejército.— General convic- ción.— La salud del soldado. Los reconcertn dos. La despoblación. El trágico suceso de Campo Florido. Ale- voso asesinato del teniente coronel don Joaquín Ruíz. Ansiedad é impaciencia de la opinión. El jefe español y el cabecilla Aranguren. íntrarquilidad en lu Habana. El crimen Dolorosa consternación. Por lu patria y por la paz. En honor del mártir de la redención de Cuba.. . 281 á 296 Cap. XXIT. La verdadera situación. Peor que estábamos no habíamos de estar.— Operaciones y encuentros. Presentaciones. Ges- tiones para la paz. La campana. La rebelión en las Vi- llas.— Fuerzas insurrectas. Su organización. Cabecillas importantes. Contra la zafra. Órdenes del gcnerah'siino. En la trocha. Confidencias no confirmadas. Visita é impresiones. La zafra en Las Villas. La cosecha de ta- baco.— Los reconcentrados.— Cifras desconsoladoras. La mortalidad en Santa Clara Política de atracción. Espe- ranzas 297 á 308

Cap. XXV. Nuestras imprcsior.es. Triste realidad. Mejora de situa- ción.— El general Pando en Oriente. Honores militares á los héroes de Guamo. Las operaciones del general Agui- rre en Las Villas. Noticias satisfactorias de la guerra. El periodista yankee Scovel.— Sus impresiones. Intransi- gencia de Máximo Gómez. La política en la Habana. Expectación. El G bienio insular. Nuestras espe- ranzas 309 á 320

Cap. XXVI. Año nuevo.— Nuestros votos. El problema de Óuba. A vueltas con el mismo tema. Pre^unciones y temores.

852

Páginas (Toa hipótesis. Consuelo postumo. Actividad de nuestras columnas. Situación de las dos prOTincias orieutaUs. Las fuerzas insurrectas del Camagiiey. Organización de las fuerzas 'rebeldes de Santiago de Cuba. Trabajos de atracción. Situación nada grata. Las partidas occidenta- leB desalentadac. Nuestra ofensiva en Oriente 322 á 333

Cap. XXVII. Nuevos refuerzos. Alarma en la opinión. Protestas y ge- neral clamoreo. Los nuevos sacrificios desangre Varios encuentros _v combates Ataque de Niquero. Presenta- ciones.— La prensa liberal de la Habana. Esperanzas. Nuevas presentaciones. Ataques á un convoy. Toma y destrucción de campamentos. La columna del general Ruiz.— Batida y dispersión de las fuerzas iel generalishiio. Importante aprehensión. El general Pando en Oriente. Noticias satisfactirias. Nuestros votos 334 á 345

Cap. XXVIll. Sin plczos. Remembranzas. Justicia y conveniencia. Impaciencias injustificadas. Reticencias imprudentes. Las dos acciones. Expedición filibustera. Goleta apre- sada.— Desembarco impedido. El cañnnaro Galicia y la guerrilla de Niqueío. Toma y destrucción del campamen- to de Las Salinas.— Otro mártir de la paz. Asesinato de un capitán y un práctico. Traición y criratn. El capitán señor Fuga 346 é 358

Cap. XXIX. Grave suceso. El motín de la Habana. El dolor de España. Ul dolor de todos.- Hay que decirlo. Origen del suce- so.— En el teatro Albisu.- El primar motín. En las ofi- cinas de La Discusión. Contra el Diario de la Marina. La manifestación disuelta. Sigue el motín. El general Arólas. Fin del tumulto Impresión en la Península. La opinión imparcial. Declaración de los oficiales. Sin consecuenciaH 359 á 375

Cap. XXX. Informes de Washington.- El viaje de Mr. King. Las con- clusiones del enviado de Mr. Mac-Kinley. Propósitos gra- vee.— Noticia» de la Habana.— Presentaciones. El cabe- cilla Cepero y su partida. Muerte del cabecilla Delgado. Encuentro en Boca de Camariaca. Tranquilidad en la Habana. Efectos de la tolerancia. El general Blanco. La censura. Prudencia y energía.— Rápido examen. Rasgos y notas. Los explotadores cbasqueados. Comen- tario.—El filón que se pretendió explotar. Caso de con- ciencia nacional 376 á 389

Cap. XXXI. Cambio en la opinión. Elogios á la discreción y piudencia de las autoridades de Cuba Esperanzas risueñas. Esta- do de la gaerra en Oriente.— El río Cauto, base de opera- ciones.— Lo que no se explica. Desastres. Período fu- nesto.— La opinión general. Cambio completo de sistema. Tranquilidad. La dinamita en la provincia de la Haba-

853

Páginas

na. Ataque al poblado de Canipechuelu. Resumen de

operaciones y bajas dol enemigo 390 á 402

Cap. XXXII. Presentaciones y victorias. En el campamento enemigo áfi Cuchillas de Placetas. Presentación del cabf cilla Massó y su partida. —En Placetas. -Rendición de armas. Alo- cuciones del general Aguirre y del gobernador de Santa Clara. Impottancia del suceso. El general Jiménez Cas- tellanrs Importantí> operación. Ataque á la residencia del gobierno rebelde. Toma y destrucción de la capital de la insurrección. Combate y victoria en los montes del In- fierno.— Ataque al poblado de La Esperanza. Lucha en las calles. Ei enemigo rechazado. Resumen de operacio- nes.— Aplausos lie la opinión 403 á 415

Cap. XXXIII. Nuevas esperanzas. Continúan las presentaciones. El ca- becilla Yei/o 0\oiét\ez . Agustín Román y cinco individuos de la escolta del jíe««i'a7/sí'í«o. Fusilamiento de un capi- tán.—Síntomas favorables. El general Blanco á Oriente. Objeto del viaje. Suposiciones. Más presentaciones. La dinamita. Un barco de guerra norteamericano en via- je para la Habana. Excitación y alarma. La nota de Mr. Long. El viaje del Maine. La política yanhee. El Maine en la bahía de la Habana. Inoportunidad de su vi- sita.— Recelos déla opinión. El gobierno de Washington y la nota de Mr. Woodford. El acuerdo de nuestro Go- bier. Justa reciprocidad. El programa de la nación y del Gobierno. Ni precipitación ni debilidad 416 á 428

Cap. XXXIV. Presenticiones de separatistas en Nueva York: El viaje del general Blanco. Manifestación popular en Las Villas. Encuentro en Cabtiñas. Muerte del cabecilla Alonso. Otros encuentros y combates. El siniestro ferroviario en la línea de Nuevitas. Kstado de la insurrección en el Cama- güey. Justicia de Dios. Muerte del cabecilla Arangu- ren. Operación combinada. Sorpresa y ataque. Casti- go merecido. La opinión. El verdadero enemigo. . . 429 á 439

Cap. XXXV. Por la paz. Rumores de importantes presentaciones. El ge- neral Blanco en Manzanillo. Declaraciones del general en jefe. Su opinión y sus optimismos. Resumen de ope- raciones en la provincia de la Hbaaua. Noticias sobre la constitución del nuevo gobierno insurrecto. Sigue la cam- paña de atropellos y fechorías por los rebeldes. Llegada del genera! Blanco á Santiago de Cubrt. Obsequios y aga- sajos.— Visita al CJuh de Snn Caflos. Encuentro victorioso en Caimasan.— Petición extraña.— La entraña del problema. 440 á 452

Cap. XXXVI. Preocupación oficial. Los planes y manejos de los yanhees. Hallazgo del cadáver del teniente coronel Ruiz. Sn traslación á la Habana. El entierro y las honras fúne- bres.— Encuentro en Quivicán. Derrota del cabecilla Co-

Blanco 108

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854

Páginas llazo. Ataque del ÍDgeoio «Constancia». Muerte del ca- becilla González. Ataque á un coiivoj . El general Oehoa en Sierra Maestra. Cocentarios. E) viaje del general Blanco. El crucero Vizcoija á Nueva York. Salida del buque del puerto de Cartagena. Visita de despedida del comandante general de la escuadra. Una buena costum- bre restablecida. Lo que noíctros hubiéramos preferido. 453 á 463

Cap. XXXVII. To'lo por la paz. Efcatez de leticias. Kuiiuires dei-agrada- blee. Ni optimistas ni pesimistas. El general Blanco en Gibara. PresentaciÓB de un oficial yankee. La dinamita en Cuba. Explosión de dos bombas al paso de un tren. Ataque de los rebeldes. Columna de socorro. —El enemigo rechazado y duramente castigado. Consideraciones. Combate en Arroyo Hondo. Operación combinada contra Calixto Gaicía. Las columnas de los generales Linares y Lnque. Destrucción de campamentos y defensas, y disper- sión de partidas 464 á 475

Cap XXXVIII. El general Blanco m Nuevitao.— De Nuevitas á Puerto Prín- cipe.— Entrada triunfal en la capital del Cainagüey. En- tusiasmo del pueblo.— Obsequios y homenajes. El regreso. Presentaciones en Jaruco. Encuentro en Quintana. El general Pando en la Habana. Entrevista con los periodis- tas.— Censura rigurosa. Por la paz. Esperanzas é impre- siones optimistas. El proyecto del Secretario de Agricul- tura.— Las impresiones del general Blanco. En la Isabela. En Cienfue.gof. Aspecto de Las Villas. Expléndido banquete. La despedida. Llegada á la Habana. Resul- tado del viaje. Esperanzas. Nuestros deseos. . . . . 476 á 489

Cap. XXXIX. Discordias en el campo insurreeto.— Odios y desconfianzas. Las proclamas de Massó. Contra la autonomía. Im- portante combate en Sancti Spíritus. Encuentros en las lomas de los Cristales. Muerte del cabecilla Octavio Ro- drígutz. Quien á hierro mata... Las cartas del genera- Usimo. Activa campaña de los laborantes. Agitación po- lítica.— Kuevcs emisarios de paz. Importantes operacio- nes en Oriente. Derrota y dispersión de la partida de Calixto García. La celumna Nario. Nuevas fuerzas á Oriente. La guerrilla de San Diego de loa Baños. Con- fusión.— Las cancillerías europeas. Síntomas de crisis trascendentales en el problejna cubano 490 á 500

Cap. XL. Catástrofe espantosa. Voladura del Maine. Impresión en

España. El suceso. Cuedro aterrador. Horrible confu- sión.— Los primeros auxilios. —Nuestras autoridades. El crucero .,4//omso XII. Relato de un herido. Versiones de los marineros del Maine. Las operaciones de salvamento. Las víctimas. Origen del siniestro. Varias versionea. Impresión hondísima en los Estadis Unidos. Expecta-

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Páginas

oiÓD. TJa aplauso á nuestros nijbles y valieutes muríaos. 501 á 514

Cap. XLI. España ante la catástrofe del Maine. Dolorosa nueñanza. Pérfida'» Insinnaciones. Era de pre^uiiir. Vousaoión ab- surda.— Nuestra hoaradez sin tacha. Sia explicación. Operaciones en Oriente. Las colamuas Nario y Linares. Encuentros y combates. Propósitos del general Blanco. Aspecto de la campaña. El crucero Vizcaya en el puerto de Nueva York, S iludos y visitas. El comandante señor Eulate. Salida del Vizcaya para Cuba 515 á 524

Cap. XLII. Preparativos bélicos. La apatía de nuestro Gobierno.^ Rece- los y desconfianzas. Proaósitos del ejobierno de los Esta- dos unidos. Rudo combate. El comandante don Pedro Rivera. Varios encuentros. Estado de la insurrección en Oriente. itaque é incendio del ingenio Cañamago. He- roica defensa. El soldado Arjtonio Cruz Villegas. Co- lumna de auxilio. Batida y derrnt» de Bethancourt. Noticias de Mmzanillo. Los propósitos de los rebeldes. Optimismos y confianz i. Impresiones favorables. El di- lema.— Manifiesto del cabecilla Massó. El gobierno insu- rrecto.— Campaña alarmista. Mac-Kinl«y dictadur. . . 525 á 537

Cap. XLIIL Las palabras y los hechos. Nuestro Gobierno. Remembranzas. La opinión. Las operaciones en el Camagüey. Avance de la columna. El enemigo bitido y disperso. El com- bate de San Andrés. Kl heroico teniente s^ñor Porojo. En la Najasa Nuevo combate en el potrero «Peralejos». Las bajas del enemigo. El parte oficial. Elogios al general Jiménez Castellanos. Movimiento de tropas. Ex- pectación.— La actividad do nuestras columnas. Anuncio de operacionf s. Confu.sión. '*in temor á complicaciones. 538 á 548

Cap. XLIV. El crucero ^'izcaya en la Habana. Manifestación patriótica. Entusiasmo de los peniusulares. La aocióu de nuestras armas en 0-iente. Movimiento de columnas. Operacio- nes ofensivas. —Encuentros y combates. La expedición del general P.iudo. Más combates. Importantes oper clones en la Sierra Maestra. L'íb columnas Vara de Roy y Ar- teaga. Muerte del cabecilla Vidal Ducassi. A Oriente. Nueva organización de las fuerzas de operaciones en el departamento Oriental. Llegada al puerto de la Habana del crucero Oqitendo. Cariñoso recibimiento. Entu- siasmo y satisfacción 549 á 558

Cap. XLV. Activi lad de nuestras columnas. Importantes operaciones con- tra Máximo Gómez y sus huestes. La división Salcedo. Encuentro y derrota del generalísimo. Activa persecución de su partida.— Nuevas batidas. Dispersión de las partl- dac En Oriente. La columna del coronel Tejeda. Ata- que y toma del campamento «El Chino». Huida de los niambises. Avauíe de nuestras tropas. Varios y victorio-

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608 encuentros y combates. Impresiones. Colisióa entre rebeldes. Muerte de los cabecillas Cayito Alvárez y Vi- cente Núñez. Las columnas Linares y "Vara de Rey. Operaciones sobre la costa Sur de la provincia Oriental. Nueva batida y derrota del ¡/eneralis'tno. Encuentro y derrota de la partida de Bprmúdez. Rudo combate en Pi- nar del Río. Sensibles bajas de la columoa. Nuevas pre- sentaciones.— Muerte del cabecilla Antonio Núñez. . . . 559 á 571 Cap. XLVI. Plan de operaciones en el Camagüey. Operación combinada. —Encuentros y combates. Batida de los insurrectos. Imprei-iones. Vientos de guerra. —Los prop'^sitos de los yankis. Nueva organización de nuestro ejército en opera- ciones.— La campaña de Orienie. Reconcentración de los rebeldes. Operación combinada. Encuentro.* y comba- tes.— Toma y d strucción de campamentos. Derrota de los insurrectos. Reconociniiei tos y batida de los rebeldes. La co'umna del general Bernal. Ataque á un convoy. Rudo combate y derri ta de los insurrectos. Nuevo encuen- tro y dispersión de los rebeldes. La obra del soldado.. . 572 á 584

EL CONFLICTO INTERNACIONAL

lifl GUEt^HR COH bOS ESTADOS UHlDOS

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Capitulo I. -El conflicto. La cuestión ii ternacional. Hecho innegable. El Gobierno español. Nuestros políticos. El nudo del problema. Los propósitos de los Estados Unidos. Nueva calumnia. Contra la honra de España. Eso, nunca. El iiifoMiie de la (^omitión americana sobre la voladura del jUoinf.-^Diciamen ambiguo. CarActer fortuito del sinies- tro.—Nueva cuestión sobre el tapete. Los socorros á los concentrados. kctUuil decidida del gobierno de Washing- ton.—Hacia el desenlace. Nuestra dignidad á prueba. Expectación. La Justicia con España 585 á 596

Cap. 11. La ruptura. Agitación pública. Otra vez el pantano. La

Nota colectiva de las grandes p >tencias. La Nota uficiosa '' dfl Gobierno español. La última sorpresa El armisticio. Suspensión de hostilidades en Cuba. ¿Para qué el ar- misticio?—Mac-Kinley y sus malas artes. Paz en la tierra para los hombres de buena voluntad 597 á 606

Cap. III. Síntoma elocuente. El Mensaje de Mac-Kinley. La respuesta

del Gobierno español. El dictamen de la Comisión de Re- laciones exteriores. A marchas forzadas. El informe de la Comisi'n de Negocios extranjeros. O? votos contra 21.

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Excitación general. IjOB sucesos de Málaga y Burcelona. Rigor extremado. Censuras de la opiuión. Recelos ins- tintivos.—La vida nacional en suspenso. —Ansiosa expec- tación.— Impaciencia nacional. Lo inevitable 607 á 618

Cap. IV. La guerra. Tristes desengaños. El dictamen de la Comisión

mixta de las Ga.ma.reiS iiankees. Indignación. Ei Gobierno español. La Corona. A. las Cortes. —El ultimátum de Mac-Kinley. La marcha de Woodford. Ruptura de rela- ciones.— Retirada de nuestro ministro en Washington. Las instrucciones á Mr. Woodford. Comunicacióq oficial de di^spedida al representante de los Estados Unidos.

Energías fugaces. El Gobierno y la opinión 619 á 631

Cap. V. Contraste. Ellos y nosotros. Ounsecuencias de la ruptura de

relaciones. El bloqueo de Cuba, Vcuerlo y órdenes. El patriotismo español.— Siempre España. --Momento solemne. Rasgos patrióticos. Fiebre de noticias. Tarea ardua.. 632 á 642 Cap. VI. El diario de la guflrra. El bloqueo la isla. Los decretos

de Mac-Kinley. Aquila non capit musrns. En nuestro puesto. Diario de la guerra. La proclama del presidente Mac-Kinley. Prólogo enojoso. El corso. Desembarco de una partida. Lo que pretendían los yankis. Nuestra marina da guerra y nuestra marina mercante. En el mar de la China y en el mar Caribe. El cañonero Elcano y el trasatlántico Afonserrat. El bloqueo burlado por un correo español. El bravo capitán Deschamps. Entusiasmo y

plácemes.- Deuda contraída y den la cumplida 643 á 655

Cap. VII. .Vmagos y simulacros. Confusión. El espíritu público en Es- paña.— Rasgos de entusiasoiO. Torpezas yaiikces. El bombardeo de Matanzas. ^El parte oficial. El plan deles yankis. El intento del enemigo. El bombardeo de Cien- fuegos.- -Plazas y defensas reforzadas. El espíritu de las tropas y voluntarios. Despacho oficial. Apresamiento del Argonauta. Triste impresión. Intentj de desem- barco.— Retirada de la escuadra bloqueadora 656 á 6P

Cap. VIII. —Ansiedad no satisfecha. Ellos y noeotros. Apertura del Par- lamento insular. El Mensaje. El general Blanco. A morir por la Patria. El desfile. Entusiasmo popular. Fecha memorable. El régimen autonómico. Intento de desembarco. Día de emociones. En presencia del enemi- go.— Crucero yanki cañoneado, Batida general. En- cuentros y combates. Los saludos del Morro. La goleta Santiayuito. Bombardeo de Matanzas. Espectación é in- quietud 667 á 676

CaP. IX. Agitación y alarma. Optimistas y alarmistas.- Infundios

fantásticos. Noticias absurdas. Fiebre de noticias. Im- paciencia y ansiedad. Espectación pública. La escuadra de Cervera en la Martinica. Las baladronadas yankis.

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Confianza» de la opinión. lutentoi de desembarco. El bombardeo de Cárdenas. El enemigo rechazado. —Arrojo de nuestros mnrinos. —Descalabro de la escuadra norte- americana.- Kl combate naval de Cárdenas. Lucha he- roica.— El Antonio López y \a L'ii-^rn. La Cruz Roja. Corneutns y aplausos 677 á ü89

Cap. X. Intento de desembarco en Cienfuegos. Duro cañoneo. El empeño de los yankis. (íl enemigo rechazado. El espíri- tu de las tropas y de la población. Cañoneo en bahía Qonda. Desembarco frustrado en Jicotea. Xuevcj inten- tos de desembarca, Detalles del fracaso de la expedición del Guisic. La escuadra norteamericana frente á San Juan de Puerto Rico. Bombardeo de la capiti>l de la pe- queña Antilla. Gran espectación. Noticii-B y rumores. La fantasía popular. Honor á los valientes. Jornada feliz 690 á 700

Cap. XI. Tenacidad del enemigo. Cañoneo inútil. Nuevos intentos de desembarco. En Jaimanitas y en Cárdenas. El des- quite.— Inútil empeño. Detallf s del frustrado desembarco en la playa del Salado. Dos prisioneros yackis. Comba- te naval en las agu^s de U Habana. El Nueva Rspaiia y el VenailHo en busca del enemigo. Espectación. Frente al enemigo. La acometida. Entusiabmo y aplausos de la muchedumbre. ]Viva España!- El triunfo do nuestros barcos. Espectáculo imponeute. El regreso á puerto. Reg. cijo y ovación. El objetivo de la sa'ida. Encuentro en los Cristales. Rumores. La alocución del general Cervera. Antes de zarpar. ¡Viva España! 701 á 713

Cap. XII. Europa al almirante de nuestra escuadra. La misión del Terror. El comandante Villaamil. La escuadra españo- la en Curacao. Otra vez la dinamita en el campo rebelde. Voladura en »1 ferrocarril de Guiinabacoa. El espíritu público en la Hubana. Accidente en la bahía de Cárde- nas.— Explosión de un torpedo. De>trozo y voladura de un bote tripulado por yankis. Ataqu-í á Caibarién. Una flotilla du cañoneros en busca del enemigo. Huida del ba- que yanki. Gr.in espectación en la Habana. Agresión contra Santiago de Cuba y Guantánamo. En Hunta Cama- cho y MataazdS La escuadra española en Santiago de Cuba . . . . - 714 á 724

Cap. XIII. Alegría y entusiasmo. Dudas y peligro. Impurtancia y mé- rito do la operación. El ánimo nacional. —La prensa ex- tranjera.—Rlo?ios ala Marina española. La opinión de Europa. Movimiento de aproximación. Nuestro (iobier- no.— El regreso del Moiiserral. -El bloqueo burlado. El paeb'o coruñés al capitán Deschampa. El viaje. Misión especial.— Satisfacción y recompensa 725 á 734

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Cap. XIV. Estratagema villana.— Censuras y reprobación. El Manual

de las lejes de guerra. El Reglamento.- -Los piratas. La desaprensión de los yai kis. A la coi secución del fin, sin repararen los medios. No fué de extrañar. Sistema viej" y al uso. Motivo de reclamación. La pasividad de los gobiernos de Europa.— El Derecho internacionales un mito. Temores. La opinión de los Estados Unidos. Los planes del enemigo. Impaciencia yanki. Juicios de Le Tenips. La acción de las dos escuadras en Cuba. . . 735 á 743

Cap. XV. Ansiedad general. Viva inquietud. La opiíión. Saluta» ción y réplica. Anuncio de emociones. La confianza en el almirante Cervera. Rumores desmentidos. Cañoneos . y reconocimientos. Noticias de Nueva Yi ik. Un oficial insurrecto en Washington. Su informe sobre el estado de defensa de la Habana. Día de invenciones. Fiebre de información. Noticias de Santiago de Cuba. Ansiedad satisfecha. El puerto de Santiago de Cuba. Nuestra es- cuadra en condiciones de absoluta seguridad. Remembran- zas históricas 744 á 755

Cap. XVI. Infundios y congeluras. La campan» de Cervera. Opera- ciones contra los insurrectos. La columna Vara de Bey. El batallón de Sevilla. Cange de prisioneros en alta mar. El trato á nuestros prisioneros. Dudas desvaneci- das.— Ataque y bombardeo á Santiago de Cuba. El des- pacho oficial. Nuevos datos oficiales del ataque á Santia- go.—Impaciencia satisftcba 756 á 766

Cap. XVII. Ansiedad justificada. Expectación. Otra jornada feliz. ¡ Victiria! Nuevo ataque á Santiago de Cuba. Un barco yaiki á pique. Intento frustrado. Hl Meri-j/ 3lac. Náu- fragos y prisioneros. El acuerdo del gobierno yanki. Objetivo de la operación. Propósitos frustrados. Nues- tro triunfo. Ataques á Alquizar y Sama por h s insurrec- tos.— Encuentro en Viajacas. Intento de desembarco. En Punta Cabrera y Aguadores. Nuevo bombardeo en Santiago de Cuba. Sensibles pérdidas. Dura jornada. En líuestro puesto 767 á 'i

Cap. XVIII. Sin desmayos. Eso es la guerra. El enemigo por tercera vez rechazado. Los yanquis en inteligencia con los mam- bises. Torpeza yanqui. Atentado criminal. Voladura de un tren de pasajeros. Desembarco da fuerzas america- nas en Guantáiíamo. Rudo combate en la Caimanera. La expedición yanqui. Relato del combate de Guantá- namo.^Elogios al valor de nuestros soldados. Resultados del último ataque á Santiago. Los yanquis atacados por los españoles. Derrota de los norteamericanos. Situación difícil de los invasores. Activas operaciones contra los rebeldes. Propósitos del generalísimo Gómez. Ataque á

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CumaDayagna.— Toma y destmcción de un campamento insurrecto.— Antiedad en la Hhbana 779 á 709

Cap. XIX Salida de Cuyo Huepo del ejército invasor de Cuba. Santia-

go incomunicado con el interior. Nuevo bombardeo de Santiago. Nuestras bajas. Intentos de desembarco. . Importante operación militar contra los rebeldes. Movi- miento de columnas. Combate victorioso en el Príncipe. Desembarco rechazado en Cabanas. Llegada, de la ex- pedición yanqui frente á Santiago de Cuba. Desembarco y conferencia. Operación sobre Cayo Piedra. CaíioDeo de Casilda. Triste impresión. Desembarco de lii expedi- ción yanqui en Daiquiri. Yanquis y mambises fraterni- zan.— Telegrama oñcibl. La situación de Cuba. Avance de las tropas americanas. Retirada y concentración de los españoles. Ataque de un campamento tspañol. Em- boscada y rudo combate. Victoria de los españoles Los invasores en Altares. Desembarco del resto de la expedi- ción yanqui. Reunión de jefes yaiquis y rebeldes.. . . 791 á 807

Cap. XX.- El ataque á Sanlingo de Cuba. Gloria estéril. Avance del

ejército invasor. Las fuerzas yanquis. Las tropas espa- ñolas.— Rudo combate en .El Caney. Las dos escuadras. Heroica defensa de El Caney. Muerte gloriosa del ge- neral Vara de Rey. Retirada á Santiago. En Aguado- res.— Xuestras baj;8. La retirada de ruestras tropas. La» bajas del enemigo. Nuestro saludo á los héroes de la jornada. Elogios al valor de nuestros soldados. Los es- fuerzos del Gobierno. Por ineptitud é imprevisión. . . 808 á 820

Cap. XXI. Heroísmo de nuestros maiinps. La catástrofe de Santiago

de Cuba. Destrucción j pérdida de la escuadra de Cer- vera.- El combate naval.— Gloriosa hecatombe.- -El parte de Shafter. Relato del horroroso combate. Ex{)ectación en la Habana. Recogimiento y amargura. Alocución del general Blanco. Horrible dilema. Angustiosa alternati- va del contralmirante Ccrvera. Cruento fia c»-mc»«. El desastre estaba previsto. No era posible otro desenlace.

Felices los muertos 821 á 832

Cap XXII Las consecuencias del desastre. Capitulación de Santiago S

de Cuba. ti parte oticial. ¡Consumatum tst! La en-

trega de la plaza. 22780 prisioneroB. Proclama del ge- neral Blanco. Negociaciones de paz y armisticio. El Pro- tocólo. La Comisión de París. Tratado definitivo de paz. Modificación del protocoio. Triste desenlace. El des- precio á España. ^Paz humillante y desastrosa. Egoísmo

de nuestros gobernantes. ¡¡Viva España!! 834 i 843

Epílogo triste 844 á 846

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Reverter Delmás, Emilio Cuba española